El Árbol Mágico
El Árbol Mágico
El Árbol Mágico
Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel
que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.
El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice
siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras mágicas.
El elefante fotógrafo
Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez que le oían decir aquello:
- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!
- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que fotografíar...
Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos con los que fabricar
una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo: desde un botón que se pulsara con la
trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un montón de hierros para
poder colgarse la cámara sobre la cabeza.
Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan grandota y
extraña que paracecía una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al verle aparecer, que el
elefante comenzó a pensar en abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían tener razón los que
decían que no había nada que fotografiar en aquel lugar...
Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que nadie podía dejar
de reir al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió divertidísimas e increíbles fotos
de todos los animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado rino!; de esta forma se
convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas partes acudían los animales para sacarse una
sonriente foto para el pasaporte al zoo.
Érase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vió que estaba llena de juguetes,
cuentos, libros, lápices... todos perfectamente ordenados. Ese día jugó todo lo que quiso, pero se acostó sin
haberlos recogido.
Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios
correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su habitación, aunque el niño no le dio
importancia. Y ocurrió lo mismo ese día y al otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el primer
juguete, éste saltó de su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!". El niño creía estar alucinado, pero pasó
lo mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta que finalmente uno de los juguetes, un viejo osito de
peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no queramos jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de
nuestro sitio especial, que es donde estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes lo difícil que es para los
libros subir a las estanterías, o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo incómodo y frío que es
el suelo! No jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en nuestras casitas antes de dormir"
El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había estado una vez que se
quedó dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo mal que había tratado a sus amigos los juguetes,
así que les pidió perdón y desde aquel día siempre acostó a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de
dormir