Eguren Poesias PDF
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RESUMEN:
ABSTRACT:
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insular en su época y heredero de la estética de Stéphane Mallarmé. Riva
Agüero, un intelectual que se solazaba en la lectura de los escritores
franceses del siglo XVII, tenía un espíritu aristocrático y pasadista, de
manera que no entendía plenamente la revolución poética que germinó en
la poesía de Mallarmé y llegó a Hispanoamérica a través de los ecos de la
lírica modernista de Rubén Darío.
Sin embargo, hacia 1921, surgió la generación del centenario en el
Perú, llamada así porque se cumplían, en ese momento histórico, cien años
de la Declaración de la Independencia de 1821 realizada por José de San
Martín. En ese cúmulo de escritores, destacaban José Carlos Mariátegui,
Luis Alberto Sánchez, Antenor Orrego, Estuardo Núñez, Víctor Raúl Haya de
la Torre, Jorge Basadre, César Vallejo, entre otros. Muchos de estos
intelectuales no eran de Lima, sino del interior del país: Mariátegui venía de
Moquegua; Basadre, de Tacna; Vallejo y Haya de la Torre, de La Libertad. A
ello hay que agregar el nacimiento del grupo Colónida, liderado por
Abraham Valdelomar, el fundador del cuento con tema peruano (Basadre,
2003). Asimismo, resulta pertinente mencionar que en Puno se formó el
Grupo Orkopata de tendencia indigenista, liderado por Alejandro Peralta y
Gamaliel Churata, quienes dieron a conocer sus ideas renovadoras en el
boletín Titikaka. En el período del oncenio del gobierno de Augusto B.
Leguía (1919-1930) se formaron algunos partidos políticos: el aprista,
liderado por Haya de la Torre; y el socialista, encabezado por Mariátegui.
Ambos estaban influidos por el credo de Manuel González Prada, quien
comenzó bajo el influjo del positivismo y luego evolucionó hacia el
anarquismo. Anticlerical e incendiario, González Prada, en su célebre
discurso pronunciado en el teatro Politeama de Lima en 1888, señalaba que
el hombre indígena era la base de la identidad nacional en el Perú.
Mariátegui, en la revista Amauta, le dedicó un homenaje a José María
Eguren. De la misma manera, Valdelomar, en la revista Colónida, le tributó
un reconocimiento al poeta simbolista peruano. Basadre, Núñez y Vallejo
admiraban mucho a Eguren, quien conversaba, a menudo, con González
Prada, hombre viajero y proclive a la asimilación de los aportes del
Parnasianismo francés en el ámbito de la poesía. En realidad, fueron hechos
aislados, pues el autor de mayor fama en la época era José Santos
Chocano, quien fuera coronado, en 1922, como el Poeta de América.
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Eguren (2005) es, sin duda, el fundador de la poesía contemporánea
en el Perú. Era un poeta insular porque su actitud fue incomprendida en su
época y no tuvo muchos seguidores en los albores del siglo XX. Por
ejemplo, Luis Alberto Sánchez (1974), a pesar de pertenecer a la
generación del centenario, no valoró, en su justa medida, el aporte de
Eguren. El primer libro de este poeta, Simbólicas (1911), significó la
aparición de un astro en el cielo de la lírica peruana. Posteriormente, vieron
la luz La canción de las figuras (1916) y Poesías (1929), una compilación
que incluía no solo los dos poemarios antes mencionados, sino también
Rondinelas y Sombra.
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Mariátegui reconoció el carácter insular de la poesía de Eguren:
“Eguren no tiene ascendientes en la literatura peruana. No los tiene
tampoco en la propia poesía española” (Mariátegui, 1991, p. 296). Además,
agrega que Eguren no solo se ubica en el período cosmopolita de la
literatura peruana, sino también que dicho poeta “aclimata en un clima poco
propicio la flor preciosa y pálida del simbolismo” (Mariátegui, 1991, p. 297).
Se trata de una reacción contra el españolismo, la retórica barroca y el
denominado espíritu romántico grandilocuente.
Jorge Basadre ([1928] 2003) escribió un lúcido ensayo sobre el autor
de Simbólicas que llevaba por luminoso título “Elogio y elegía de José María
Eguren”. Allí plantea que, en el Perú, Eguren es el primero que realiza una
literatura no dirigida a la amplia mayoría, sino a un público minoritario. En
la poesía de aquel fulguran, según Basadre, el lirismo romántico (la mujer
es concebida como un espíritu evanescente); el paisajismo que se
manifiesta en “Los robles”, donde el poeta afirma: “En la curva del camino/
dos robles lloraban como dos niños// Y había paz en los campos,/ y en la
mágica luz del cielo santo”; el simbolismo, pero Eguren no se conforma con
“una total superposición de imágenes y de escenarios fantásticos” (Basadre
2003, p. 22), sino que le despoja a los poemas de todo aire de
intelectualismo; y el puro imaginismo, pues desdeña la anécdota y se
complace en el enigma que se encubre detrás del velo de los objetos
externos.
Estuardo Núñez (1938) aborda la semántica del color en la poesía de
Eguren y recusa todo enfoque que busque explicar esta escritura a través
de la biografía del poeta. El crítico literario anota que el verde se asocia, en
la obra egureniana, con el misterio y lo sobrenatural; el rojo, con la sangre
y la vida turbulenta; el azul “es el color que más predomina en Eguren”
(Núñez 1938, p. 44) y se vincula con la pureza, pero también con la noción
de muerte o de tristeza; y el celeste se asocia poéticamente con aquello
que posee un origen divino.
Posteriormente, han aparecido estudios que han desarrollado aún
más algunas ideas de Mariátegui, Basadre y Núnez. Debarbieri (1975)
analiza los personajes en esta última: hay algunos nominados como Pedro
de Acero; otros inmominados como el monje muerto; y, por útlimo, los hay
genéricos como las torres. Paoli (1976) estudia la influencia del simbolismo
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francés y del prerrafaelismo inglés en la obra de Eguren. Areta (1993)
examina el funcionamiento de la imaginería gótica en los temas de la lírica
egureniana, tal es el caso de la danza de la muerte o la presencia del dios
cansado en algunos textos del poeta. Silva-Santisteban (2004) profundiza
en el procedimiento de la sugerencia poética en el universo lírico de Eguren
y del funcionamiento del color en textos como “Los reyes rojos”. Anchante
(2013, 2018) es uno de los críticos que más ha profundizado en el abordaje
del simbolismo poético de Eguren distinto de la poética simbolista de
autores como Stéphane Mallarmé o Arthur Rimbaud, pues la sintaxis
egureniana es novedosa y allí se observan neologismos y arcaísmos que le
den un peculiar rasgo a su estilo literario.
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estornuda, estornuda, estornuda.
Y a los pórticos y a los espacios
mira la novia con ardor;….
son sus ojos dos topacios
de brillor.
Y hacen fieros ademanes,
nobles rojos como alacranes;
concentrando sus resuellos
grita el más hercúleo de ellos:
- ¿Quién al gran Duque entretiene...;
ya el gran cortejo se irrita?...
pero el Duque no viene;…
se lo ha comido Paquita. (Eguren, 2005, pp. 39-40)
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Otro texto cautivante de Eguren es “La niña de la lámpara azul”:
En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.
De encarnación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul. (Eguren, 2005, pp. 53-54)
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del personaje femenino evidencia su agilidad y alegría. En la tercera se
incorpora la voz acompasada (léase musical) que acompaña al gesto: se
trata de un conjunto de sonidos articulados que remiten al mundo de la
naturaleza, pues posee la frescura del abedul; dicha unión de sensaciones
configura una sinestesia tan cara a la estética del Simbolismo francés de
Mallarmé: la frescura, en el poema, se halla fusionada a la melodía. En la
cuarta, la muchacha, para persuadir al locutor personaje, ofrece una cálida
mirada y afecto matutino: señala un camino lleno de cromatismo, ya que la
niña no solo posee una lámpara azul, sino que también abre la posibilidad
de que el hablante tome (léase se desplace hacia) una senda celeste. En la
quinta etapa, la figura infantil ha logrado convencer al yo poético, quien se
deja llevar, seducido por aquella, a través de la noche únicamente
iluminada por la lámpara azul, asociada, sin duda, a lo maravilloso.
El locutor es un personaje metafórico porque se encuentra en un
proceso de aprendizaje que se realiza sobre la base de la analogía, de ahí
que se deje llevar por la “llama seductora” de la niña. En tal sentido, el leve
y nebuloso erotismo de esta abre la posibilidad de que el locutor pase del
ignorar al conocer a través de un horizonte impreciso de figuras. El pasadizo
es borroso y concebido como si fuera este una vivencia onírica: “cual
mágico sueño de Estambul”.
La niña forma parte de ese universo egureniano fantasmal donde
también se incluyen figuras como Shyna la Blanca, las torres, el caballo,
entre otros actores de la obra del poeta barranquino. Ahora bien, la relación
que se establece entre el locutor y el personaje femenino es metonímica
porque se basa en la vasta región de la contigüidad (Bottiroli, 1993); sin
embargo, hay un perspectiva pictórica que implica el juego entre la lejanía
y, sobre todo, la paulatina cercanía que se va plasmando entre los dos
personajes centrales del poema: la actio de la muchacha supone
presentarse en lontananza y luego irse aproximando al locutor hasta
ofrecerle la probabilidad de un contacto corporal que no se manifiesta de
manera ostensible, sino que está sugerida a través de la creación de una
atmósfera difusa e indeterminada; es decir, la niña revela una estrategia de
persuasión a través de las cinco etapas antes mencionadas. Se comporta
como si fuera un orador que --a través de gestos o posturas o
desplazamientos en la escena-- busca convencer al locutor para que este
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siga el camino por donde asoma una imprecisa pero sugerente situación
marcada por el erotismo. En el mundo representado en el poema, el
auditorio está constituido por una sola persona (Perelman y Olbrechst-
Tyteca, 1989): el locutor. Sin duda, en la lírica peruana anterior a Eguren,
“La niña de la lámpara azul”, por el empleo magistral de la actio y la
imaginería poética, no tiene parangón alguno y se posiciona como una
manifestación insular en una literatura donde primaba más la imitación y no
tanto la originalidad en el más ilustre sentido de la palabra.
Otro poema notable es “Los reyes rojos”:
Desde la aurora
combaten dos reyes rojos,
con lanza de oro.
Falcones reyes
batallan en lejanías
de oro azulinas.
Viene la noche
y firmes combaten foscos
los reyes rojos.
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metonímica, pues está marcada por la yuxtaposición: bregan uno al lado del
otro.
La actio bélica es subrayada por el poeta a través de dos verbos:
“combaten” y “batallan”. El escenario es el “verde bosque” donde los
actores representan la escena. La acción no solo está constituida por el
desplazamiento corporal, sino también por los gestos del rostro: “vibra su
ceño”. La psicología del personaje se hace gesto y movimiento. Luego la
forma pequeña se vuelve “airada”, vale decir, traduce enojo o ira; entonces,
el color negro cobra relieve en el mundo representado y reina la noche.
A diferencia de “La niña de la lámpara azul”, en “Los reyes rojos”, el
auditorio no está constituido por una sola persona (“me guía a través de la
noche”), sino por un grupo indeterminado de individuos. En el mundo
representado, los reyes revelan un determinado color (Núñez, 1932) para
persuadir a sus destinatarios: el rojo alude a vida y pasión por la lucha: el
verde sitúa el contexto de la batalla; el matiz purpurino constituye el
decorado simbólico; y el negro implica el triunfo de la noche. No obstante,
la mezcla de colores supone un propósito persuasivo: el oro, junto al matiz
“azulino”, constituye la lanza en tanto significante de lucha al lado de un
tono ciertamente mágico, sugerido por el azul en su tonalidad “azulina”.
Resulta interesante cómo se van empequeñeciendo las figuras de los
reyes rojos: en la primera estrofa se ven grandes a la luz del alba; pero, a
partir de la penúltima, observamos la forma de los cuerpos pequeños de los
reyes, cubiertos por la noche. El hablante mira la escena luminosa,
convertida en un espacio impreciso, borroso y oscuro.
CODA
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poderosos” (Basadre, 2003: 17). Volvamos a la lectura de los versos de
Eguren cuya profundidad y originalidad mantienen una vigencia indiscutible.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Eguren, José María (2005). Obra poética. Motivos. Edición de Ricardo Silva-
Santisteban. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
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