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Contrato Social

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Fuentes Históricas

El contrato social de Rousseau


‘El contrato social’ es la obra máxime de Jean-Jacques Rousseau, donde habla de la igualdad y la
libertad de todos los ciudadanos dentro de un Estado. ¿Cómo lo plantea?
En 1762, Jean-Jacques Rousseau publicó una de sus obras maestras: “El contrato social: o los
principios del derecho político”. Se trata de una obra de la filosofía política en la que Rousseau
habla sobre la igualdad y la libertad de todos los ciudadanos dentro de un Estado formado por
medio de “un contrato social” entre los que lo componen.
La obra comprende 4 libros, aunque hay autores que piensan que es una obra inacabada. El primer
libro establece la tesis de que los hombres nacen libres e iguales, aunque enfatiza que el pacto
social es lo que iguala a todos. Rousseau hace referencia al estado originario de los seres humanos,
donde la familia era “el primer modelo de la sociedad política”, y distingue entre tres tipos de
libertades: la libertad natural, la libertad civil y la libertad moral.

El segundo libro se ocupa de la “voluntad general”. Según Rousseau, el ejercicio de esta voluntad
es lo que se llama “soberanía”. Es el momento en el que el pensador concede al pueblo la potestad
de mandar sobre la nación. En ella establece que el fundamento legítimo de la sociedad reposa en
un contrato que liga al pueblo consigo mismo. Rousseau opone “lo que puede ser”, entendido
como la justicia como norma; a “lo que es”, es decir, el derecho. El autor demuestra cómo el
pueblo constituye el único origen posible de un gobierno legítimo que pueda mantenerse y
perdurar muchos años.

El tercer libro, por su parte, es el más extenso de todos. Habla de las diferentes formas de gobierno
que pueden existir. Rousseau acaba por concluir que el gobierno no es otra cosa que “el ejercicio
legítimo del poder ejecutivo”. Es muy crítico respecto a la extensión y poderes que puede alcanzar
el ejecutivo, ya que para él: “Cuanto más crece el Estado, más disminuye la libertad”. Además,
establece cuáles son las características básicas de un buen gobierno y arremete contra las letras y
las artes, a las que culpa de “traer la decadencia a los pueblos”.

Por último, el cuarto libro habla de la bondad humana y la rectitud de los hombres de a pie.
Destaca la habilidad de aquellos sin preocupaciones para resolver los problemas y hace una larga
reflexión sobre la historia de Roma. Como colofón final, ataca a la religión cristiana, ya que la
entiende como algo incompatible con la república. Rousseau aboga por profesar una fe
completamente civil, en lugar de las creencias de la Iglesia.

El contrato social
Esta obra de Jean-Jacques Rousseau es el resultado final de un proyecto iniciado en 1743, cuando
era secretario del embajador en Venecia; lo que había de ser un amplio volumen sobre las
instituciones políticas acabó convirtiéndose en un extracto que el autor tituló El contrato social o
principios de derecho político (1762). De ahí la advertencia inicial: “Este pequeño tratado se ha
extraído de una obra más extensa, iniciada sin haber consultado mis fuerzas y abandonada después
de algún tiempo. De los diversos fragmentos que podían extraerse de ella, éste es el más
considerable, y lo que me ha parecido menos indigno de ser ofrecido al público. El resto ha
desaparecido”.
En su Discurso sobre las ciencias y las artes (1750), premiado por la Academia de Dijon,
Rousseau había afirmado el carácter irreconciliable de naturaleza y cultura (ciencias y letras no
han promovido las luces de la humanidad, sino que la han envilecido, oprimiendo más sus
cadenas); luego, en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los
hombres (1754), estableció el carácter dañino de la sociedad, su intrínseca corrupción, al estar
basada en la negación de la naturaleza.

Si la sociedad es intrínsecamente mala, se pregunta ahora Rousseau, por fundarse en la


desigualdad y haber alejado al hombre del estado de naturaleza (estado primigenio en que el ser
humano no vive escindido entre el hecho y el derecho, sino en armonía con su bondad original),
¿puede este hombre ya corrompido por la sociedad construir una nueva sociedad justa? La
respuesta de Rousseau es afirmativa, porque el mal no está en el hombre sino en su relación con la
sociedad. La perversión se ha producido por el mal gobierno y es el “corazón del hombre” quien
puede cambiar la situación.

En El contrato social, Rousseau establece la posibilidad de una reconciliación entre la naturaleza y


la cultura: el hombre puede vivir en libertad en una sociedad verdaderamente igualitaria. El
problema fundamental es “Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la
fuerza común proporcionada por la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno,
uniéndose a todos los demás, no se obedezca más que a sí mismo, y permanezca, por tanto, tan
libre como antes”.

La solución reside, según Rousseau, en un contrato social basado en la enajenación de todas las
voluntades, de forma que cada uno recupere finalmente todo lo que ha cedido a la comunidad. De
este modo, dándose cada individuo a todos, no se da a nadie, y no hay ningún miembro de la
sociedad sobre el que no se adquiera el mismo derecho que se cede. Se gana en equivalencia lo
mismo que se pierde, adquiriendo mayor fuerza para conservar aquello que cada cual posee.

El contrato será, pues, expresión de la voluntad general. La voluntad general es distinta de la


simple voluntad de todos porque no es una mera totalización numéricamente mayoritaria de las
voluntades particulares y egoístas, cuya resultante es siempre el puro interés privado. La voluntad
general, en cambio, es siempre justa y mira por el interés común, por el interés social de la
comunidad, por la utilidad pública. De esa voluntad general emana la única y legítima autoridad
del Estado.

A diferencia de toda monarquía absoluta, o de toda forma de poder autocrático, con el ejercicio de
la voluntad general la soberanía residirá en el pueblo. Esta soberanía es, por tanto, absoluta, dado
que no depende de ninguna otra autoridad política, no estando limitada nada más que por sí
misma; es inalienable, dado que la ciudadanía atentaría contra su propia condición si renunciara a
lo que es expresión de su propio poder; y, finalmente, es indivisible, ya que pertenece a toda la
comunidad, al todo social, y no a un grupo social ni a un estamento privilegiado.

El pueblo, partícipe de la soberanía, es también al mismo tiempo súbdito, y debe someterse a las
leyes del Estado que el mismo pueblo, en el ejercicio de su libertad, se ha dado. Se concilian así
libertad y obediencia mediante la ley, que no es sino concreción de la voluntad general y alma del
cuerpo político del Estado. La cuestión de quién dicta las leyes la resuelve Rousseau con la figura
del legislador, que será “el mecánico que inventa la máquina”.

Los principios hasta aquí expuestos constituyen las ideas básicas de los dos primeros libros de El
contrato social. Parten de una situación histórica y sirven para diseñar la hipótesis jurídica del
tránsito del estado natural al estado civil, de forma tal que el hombre pierde su libertad natural
pero gana la libertad civil, circunscrita a la voluntad general, y su igualdad natural no queda
destruida por una sociedad que le es impuesta, sino que es reemplazada por la igualdad moral.

En los dos últimos libros, Rousseau trata del gobierno, al que define como un “cuerpo
intermediario establecido entre súbditos y el soberano para su mutua comunicación, a quien
corresponde la ejecución de las leyes y el mantenimiento de la libertad tanto civil como política”.
Su poder ejecutivo es delegado por el único soberano, el pueblo, y sus miembros podrán ser
destituidos por ese mismo sujeto.

Rousseau parece preferir la democracia como forma de gobierno, considerando conveniente su


aplicación, especialmente para los pequeños estados. De hecho, la constitución de un estado como
el postulado por Rousseau se parece a la democracia ginebrina de su época, en la que las leyes
eran propuestas al pueblo soberano por un número limitado de magistrados. Pero Rousseau
sostiene también un cierto relativismo que le hace considerar que no existe una forma de gobierno
apta para todos los países, si bien, en todo caso, cualquier forma de gobierno debe ser expresión de
la voluntad general de la ciudadanía para ser legítima.

Finalmente, Rousseau considera las condiciones del sufragio y las elecciones; propone la antigua
Roma como modelo para impedir las transgresiones, y termina con la necesidad de fundar una
religión civil, entre cuyos dogmas positivos figurarán la santidad del contrato social y las leyes
establecidas como expresión de la voluntad general. Esta religión civil tendría un único dogma
negativo: la intolerancia.

Las teorías contenidas en El contrato social ejercieron una acción decisiva en la evolución del
pensamiento político y moral del mundo moderno; influyeron sobre numerosos pensadores (como
Kant y Fichte) y en la misma Revolución francesa de 1789, que adoptó un lema de inspiración
rousseauniana (“Igualdad, Libertad, Fraternidad”) y que intentó, en varias ocasiones,
especialmente en la constitución de 1793, seguir las líneas esenciales de la doctrina jurídica del
contrato social. La Declaración de los Derechos del Hombre hallaría también en sus ideas una de
sus fuentes de inspiración.

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