Contrato Social
Contrato Social
Contrato Social
El segundo libro se ocupa de la “voluntad general”. Según Rousseau, el ejercicio de esta voluntad
es lo que se llama “soberanía”. Es el momento en el que el pensador concede al pueblo la potestad
de mandar sobre la nación. En ella establece que el fundamento legítimo de la sociedad reposa en
un contrato que liga al pueblo consigo mismo. Rousseau opone “lo que puede ser”, entendido
como la justicia como norma; a “lo que es”, es decir, el derecho. El autor demuestra cómo el
pueblo constituye el único origen posible de un gobierno legítimo que pueda mantenerse y
perdurar muchos años.
El tercer libro, por su parte, es el más extenso de todos. Habla de las diferentes formas de gobierno
que pueden existir. Rousseau acaba por concluir que el gobierno no es otra cosa que “el ejercicio
legítimo del poder ejecutivo”. Es muy crítico respecto a la extensión y poderes que puede alcanzar
el ejecutivo, ya que para él: “Cuanto más crece el Estado, más disminuye la libertad”. Además,
establece cuáles son las características básicas de un buen gobierno y arremete contra las letras y
las artes, a las que culpa de “traer la decadencia a los pueblos”.
Por último, el cuarto libro habla de la bondad humana y la rectitud de los hombres de a pie.
Destaca la habilidad de aquellos sin preocupaciones para resolver los problemas y hace una larga
reflexión sobre la historia de Roma. Como colofón final, ataca a la religión cristiana, ya que la
entiende como algo incompatible con la república. Rousseau aboga por profesar una fe
completamente civil, en lugar de las creencias de la Iglesia.
El contrato social
Esta obra de Jean-Jacques Rousseau es el resultado final de un proyecto iniciado en 1743, cuando
era secretario del embajador en Venecia; lo que había de ser un amplio volumen sobre las
instituciones políticas acabó convirtiéndose en un extracto que el autor tituló El contrato social o
principios de derecho político (1762). De ahí la advertencia inicial: “Este pequeño tratado se ha
extraído de una obra más extensa, iniciada sin haber consultado mis fuerzas y abandonada después
de algún tiempo. De los diversos fragmentos que podían extraerse de ella, éste es el más
considerable, y lo que me ha parecido menos indigno de ser ofrecido al público. El resto ha
desaparecido”.
En su Discurso sobre las ciencias y las artes (1750), premiado por la Academia de Dijon,
Rousseau había afirmado el carácter irreconciliable de naturaleza y cultura (ciencias y letras no
han promovido las luces de la humanidad, sino que la han envilecido, oprimiendo más sus
cadenas); luego, en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los
hombres (1754), estableció el carácter dañino de la sociedad, su intrínseca corrupción, al estar
basada en la negación de la naturaleza.
La solución reside, según Rousseau, en un contrato social basado en la enajenación de todas las
voluntades, de forma que cada uno recupere finalmente todo lo que ha cedido a la comunidad. De
este modo, dándose cada individuo a todos, no se da a nadie, y no hay ningún miembro de la
sociedad sobre el que no se adquiera el mismo derecho que se cede. Se gana en equivalencia lo
mismo que se pierde, adquiriendo mayor fuerza para conservar aquello que cada cual posee.
A diferencia de toda monarquía absoluta, o de toda forma de poder autocrático, con el ejercicio de
la voluntad general la soberanía residirá en el pueblo. Esta soberanía es, por tanto, absoluta, dado
que no depende de ninguna otra autoridad política, no estando limitada nada más que por sí
misma; es inalienable, dado que la ciudadanía atentaría contra su propia condición si renunciara a
lo que es expresión de su propio poder; y, finalmente, es indivisible, ya que pertenece a toda la
comunidad, al todo social, y no a un grupo social ni a un estamento privilegiado.
El pueblo, partícipe de la soberanía, es también al mismo tiempo súbdito, y debe someterse a las
leyes del Estado que el mismo pueblo, en el ejercicio de su libertad, se ha dado. Se concilian así
libertad y obediencia mediante la ley, que no es sino concreción de la voluntad general y alma del
cuerpo político del Estado. La cuestión de quién dicta las leyes la resuelve Rousseau con la figura
del legislador, que será “el mecánico que inventa la máquina”.
Los principios hasta aquí expuestos constituyen las ideas básicas de los dos primeros libros de El
contrato social. Parten de una situación histórica y sirven para diseñar la hipótesis jurídica del
tránsito del estado natural al estado civil, de forma tal que el hombre pierde su libertad natural
pero gana la libertad civil, circunscrita a la voluntad general, y su igualdad natural no queda
destruida por una sociedad que le es impuesta, sino que es reemplazada por la igualdad moral.
En los dos últimos libros, Rousseau trata del gobierno, al que define como un “cuerpo
intermediario establecido entre súbditos y el soberano para su mutua comunicación, a quien
corresponde la ejecución de las leyes y el mantenimiento de la libertad tanto civil como política”.
Su poder ejecutivo es delegado por el único soberano, el pueblo, y sus miembros podrán ser
destituidos por ese mismo sujeto.
Finalmente, Rousseau considera las condiciones del sufragio y las elecciones; propone la antigua
Roma como modelo para impedir las transgresiones, y termina con la necesidad de fundar una
religión civil, entre cuyos dogmas positivos figurarán la santidad del contrato social y las leyes
establecidas como expresión de la voluntad general. Esta religión civil tendría un único dogma
negativo: la intolerancia.
Las teorías contenidas en El contrato social ejercieron una acción decisiva en la evolución del
pensamiento político y moral del mundo moderno; influyeron sobre numerosos pensadores (como
Kant y Fichte) y en la misma Revolución francesa de 1789, que adoptó un lema de inspiración
rousseauniana (“Igualdad, Libertad, Fraternidad”) y que intentó, en varias ocasiones,
especialmente en la constitución de 1793, seguir las líneas esenciales de la doctrina jurídica del
contrato social. La Declaración de los Derechos del Hombre hallaría también en sus ideas una de
sus fuentes de inspiración.