Edipo en Colono
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Edipo en Colono
TRAGEDIAS
Edipo en Colono
INTRODUCCIÓN DE
TRADUCCIÓN Y NOTAS DE
EDITORIAL GREDOS
A seso r p a r a la sección g rieg a : Carlos G arcía G ual.
S eg ú n la s n o rm a s d e la B. C. G., la tr a d u c c ió n d e e s ta o b ra
h a sid o re v is a d a p o r Carlos G arcía G ual.
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1981.
ISBN 84-249-0099-5.
Impreso en España. Printed in Spain.
Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1981. — 5305.
EDIPO EN COLONO
INTRODUCCIÓN
N O TA B IB L IO G R A FIC A
N O TA SO B R E LA E D IC IÓ N
47 ο ύ δέ μ έν το ι οόδ’ έμ οί τοι
48 δρδς δρω
161 τω ν τό
164 έρατόοι έρ α τ ύ ε ι
298 Μπεμπεν επεμψεν
381 τ ιμ ή ς κ αβέλξον τιμ η κ α θ έ ξ ο ν
487 σ ω τ η ρ ίο υ ς σ ω τ η ρ ία ν
541 έπ ω φ ελ ή σα ς έιτωφέλησα
504 TRAGEDIAS
ARGUMENTO
II
OTRO ARGUMENTO
III
ARGUMENTO EN VERSO DE LA OBRA ANUNCIADA
O EDIPO E N COLONO
IV
E d ip o .
A n t íg o n a .
E x t r a n je r o .
C o ro d e a n c ia n o s a te n ie n s e s .
ISMENE.
Teseo .
Cr eo n te.
P o l in ic e s .
M e n s a je r o .
(La escena tiene lugar ante un bosque consagrado a
las Eum énides. A alguna distancia, la estatuía dedicada
a Colono, héroe epónim o del pueblo. Al fondo se ve la
ciudad de Atenas. Por el camino entra el anciano Edipo
guiado por su hija Antígona.)
E d ip o . — Antígona, hija de un anciano ciego, ¿a qué
región hemos llegado o de qué hombres es este país?
¿Quién acogerá en el día de hoy con míseros dones al
errabundo Edipo, que exige poco y recibe aún menos?
Sin embargo, esto me basta. Los sufrimientos y el largo
tiempo que hace que los soporto me enseñan a ser pa
ciente, y, en tercer lugar, la nobleza de ánimo. Pero, hija
mía, si ves algún lugar para sentarme, sea en un sitio pú
blico o junto a un recinto de los dioses, detenme y aco
módame en él para que nos informemos de dónde nos
encontramos. Forasteros como somos, hemos llegado
para aprender de los ciudadanos y para cumplir lo que
oigamos.
A n t íg o n a . — Edipo, desgraciado padre mío, según
tengo a mi vista, hay unas torres allí delante que coro
nan una ciudad. Éste es un lugar sagrado por lo que se
puede claramente adivinar: está lleno de laurel, olivos
y viñas y, dentro de él, los ruiseñores en compactas ban
dadas hacen oír hermosos trinos. Descansa aquí tu cuer
po sobre esta áspera roca, porque has realizado un viaje
largo para un anciano.
E d ip o . — Siéntame y cuida de este ciego.
A n t íg o n a . — No tengo que aprender a hacerlo, debido
al largo tiempo que vengo haciéndolo.
512 TRAGEDIAS
C oro.
Estrofa 1 .a
Atiende. ¿Quién era? ¿Dónde se encuentra? ¿Adonde
no se ha alejado, fuera del lugar, el más osado de todos,
sí, de todos? Mira, acéchalo, insiste en preguntar p o r to
das partes.
Algún vagabundo, algún vagabundo será el anciano,
125 no del país. Pues nunca hubiera pisado el sagrado recin
to de las invencibles doncellas ante las que, sólo con
130 llamarlas, temblamos y pasamos p or delante sin mirar,
sin hablar, en silencio, soltando los labios en devota m e
ditación. Y ahora nos llega la noticia de que alguien que
135 nada las respeta ha llegado; al cual yo, a pesar de que
miro por todo el bosque, aún no sé dónde se esconde.
(Edipo y Antigona salen del bosque.)
E d ip o . — Yo soy ése. Veo por la voz, como suele de
cirse.
140 C o r i f e o . — ¡Ah, ah, terrible de ver, terrible de oír!
E d ip o . — No me miréis como a un malvado, os lo su
plico.
C o r i f e o . — Zeus protector, ¿quién puede ser el an
ciano?
E d ip o . — Alguien que no es el primero en ser con-
145 siderado feliz por su destino, oh vosotros, vigilantes de
EDIPO EN COLONO 517
Antístrofa 1 .a
C o r i f e o . — ¡Oh, oh! ¿E res desgraciado por los ojos iso
sin vista desde nacimiento? Por lo que se puede conje
turar, lo eres desde hace tiempo. P ero en verdad, si está
en m i mano, no añadirás sobre ti estas m aldiciones8.
Has penetrado, sí, has penetrado ya, p ero en este 155
mudo bosque herboso no vayas más adelante, allí donde
una crátera llena de agua se mezcla con la corriente de I60
dulces aguas. De esto, infeliz extranjero, guárdate bien,
apártate, aléjate. Un largo camino nos separa. ¿Escu- i65
chas, desdichado vagabundo? Si tienes algo que replicar
a mis palabras, sal de los lugares sagrados, habla donde
está perm itido a todos. Antes, abstente de hacerlo.
E d ip o . — Hija, ¿qué puedo hacer en mi preocupa- 170
ción?
A n tíg o n a . — Padre, es preciso que practiquemos las
mismas costumbres que los ciudadanos, cediendo en lo
que sea preciso y obedeciendo.
E d ip o . — Cógeme, pues.
A n tíg o n a . — Ya te sujeto.
E d ip o . — Extranjeros, no sea yo agraviado. Os hago 175
caso y cambio de lugar.
Estrofa 2 .a
C o r i f e o . — Nunca, anciano, te sacará nadie de esos
sitios9 contra tu voluntad.
(Edipo, conducido por Antígona, avanza hacia ade
lante.)
E d ip o . — ¿Aún más?
Antístrofa 2.a
C o r i f e o . — A q u ín, y no apartes el pie fuera de esta
grada que form a la roca misma.
E d ip o . — ¿Así?
C o r o . — Y a es bastante, según estás escuchando.
195 E d ip o . — ¿Me siento?
C oro . — S í, de medio lado, en el borde de la roca,
con las rodillas dobladas hacia abajo.
A n t íg o n a . — Esto es m i cometido, padre. Acopla tu
paso en tranquilo movim iento...
E d i p o . — ¡Ay de mí!
200 A n t íg o n a . — ... reclinando tu anciano cuerpo en mi
solícito brazo.
E d i p o . — ¡Ah, adverso destino!
C o r o . — Desdichado, ya que ahora estás sosegado,
205 háblame. ¿Quién eres? ¿Quién, tú, que, con tanta des-
I sm en e. — ¡Oh v id a s t e r r i b l e m e n t e d e s g r a c ia d a s !
E d ip o . — ¿La de ésta y la mía?
I sm en e. — Y la mía en tercer lugar, también desdi
chada. ,
E d ip o . — Hija, ¿por qué has venido?
I sm en e. — Por atención a ti, padre.
E d ip o . — ¿Acaso porque sentías nostalgia?
— Sí y para ser portadora de noticias por
I sm en e.
mí misma junto con este servidor, el único que perma
necía fiel.
E d ip o . — Y tus hermanos, ¿en qué se ocupan los jó- 335
venes?
524 TRAGEDIAS
i
C o r if e o . — Debes hacer las libaciones de pie frente
a la prim era lu z34.
E d i p o . — ¿Con aquellas vasijas a que te refieres debo
hacerlas?
C o r i f e o . — Sí, y en tres chorros cada una y la úl
tima por completo.
E d i p o . — ¿De qué la llen o?35. Enséñamelo también.
C o r i f e o . — De agua y de miel, sin añadir vino.
E d ip o . — ¿Y cuando las haya recibido la tierra de
oscuro follaje?
C o r i f e o . — Entonces coloca sobre ella tres veces con
las dos manos nueve ramos de olivo y suplica con estas
plegarias...
E d ip o . — Quiero escucharlas. Pues es lo más impor
tante.
C o r i f e o . — « . . . Y a que las llamamos las Bondado
s a s 36, que con bondadoso corazón acojan al suplicante
que es un medio de salvación.» Haz tú mismo esta sú
plica, o cualquier otro por ti, hablando quedamente y sin
alzar la voz. Después aléjate sin m irar atrás. Yo te so
correré confiado si haces esto, pero de otro modo teme
ría por ti, extranjero.
E d ip o . — ¡Oh hijas! ¿Habéis escuchado a estos luga
reños que nos acogen?
A n t íg o n a . — Les hemos escuchado. Ordénanos lo que
hemos de hacer.
E d i p o . — Para mí no es factible. Me lo impide el no
tener fuerza y el no ver, doble desgracia. Pero que una
de vosotras vaya y lo haga. Pues yo creo que es sufi
ciente una sola persona que lo cumpla por otras muchas,
C oro.
Estrofa 1 .a
C oro. — E s terrible, sin duda, oh extranjero, avivar sio
el mal que desde hace tiempo ya está adormecido. Sin
embargo, ardo en deseos de saber...
E d i p o . — ¿Qué?
C o r o . — ... acerca de la trem enda angustia que se te
presentó, irrem ediable, y en la que te viste envuelto.
E d i p o . — E n nom bre de tu hospitalidad, no descu-sis
bras los hechos vergonzosos que padecí.
C o r o . — Deseo escuchar fidedignam ente el repetido e
incesante rum or, extranjero.
E d i p o . — ¡Ay d e mil
C o r o . — Compláceme, te lo suplico.
E d i p o . — ¡Ay, ay!
C o r o . — Consiente. Yo, p o r m i parte, lo hago en lo m
que deseas.
Antístrofa 1 .a
E d i p o . — Sobrellevé el delito, ciertam ente, extranje
ros, lo sobrellevé contra m i voluntad. Dios lo sabe. Nin
guna de aquellas cosas fu e voluntaria.
C o r o . — Pero ¿para qué?
532 TRAGEDIAS
Estrofa 2 .a
C o ro , - t - Descendientes de ti son y...
535 E d ip o . — ... hermanas de su padre p o r parte de ma
dre.
C oro.— ¡Oh!
— ¡Ah, renacer de innum erables desgracias!
E d ip o .
C o r o . — Has sufrido...
E d ip o . — H e sufrido cosas insoportables.
C o r o .· — Has hecho...
E d ip o . — No he hecho.
C o r o . — ¿Qué, pues?
540 E d ip o . — Acepté un d o n 38 que nunca, ¡infortunado
de mí!, debía de haber aceptado d e la ciudad.
Antístrofa 2 .a
C oro. — ¡Desdichado! Pues, ¿q u é? ¿Cometiste el ase
sinato...?
— ¿Cuál? ¿Qué quieres saber?
E d ip o .
C oro. — ... de tu padre?
E d ip o . — ¡Ay, ay! Me has infligido un segundo golpe,
herida sobre herida.
37 Tebas.
38 La recompensa que tuvo que acep tar p or vencer a la E s
finge fue la realeza y, con ella, la mano de la joven reina viuda.
EDIPO EN COLONO 533
615 Para unos, pronto, para otros, más tarde, los placeres
se vuelven amargos y, posteriormente, dulces42. Asimis
mo, si a Tebas por ahora le van bien sus relaciones con
tigo, el tiempo incalculable en su curso engendra días y
noches sin cuento durante los cuales se pueden romper
620 por la lanza, con un pequeño motivo, los amistosos
acuerdos de hoy. Entonces mi cadáver en reposo, en
terrado, beberá, ya frío, la caliente43 sangre de ellos,
si es que Zeus es aún Zeus y Febo hijo de Zeus es in
falible.
Pero no es lícito hablar de asuntos que deben ser
625 inviolables. Déjame, pues, en el punto en que comencé:
que guardes sólo tu juramento, y nunca tendrás que de
cir que recibiste en Edipo a un inútil habitante de estos
lugares, si es que los dioses no m e engañan.
C o r i f e o . — Señor, desde hace tiempo este hombre
630 se manifiesta como quien desea cumplir estas y otras
promesas para esta tierra.
T e s e o . — ¿Quién es el que, en esta situación, recha
zaría el favor de un hombre así con quien, en primer
lugar, existe siempre un hogar común entre nosotros
por los vínculos de hospitalidad44 y luego, tras venir
635 como suplicante de los dioses, satisface un tributo no
pequeño para esta tierra y para mí? Yo, temeroso ante
esto, nunca desdeñaré su ofrecimiento y le instalaré en
esta región como ciudadano.
C o r o 47.
Estrofa 1.a
Bas llegado, extranjero, a esta región de excelentes
670 corceles a la m ejor residencia de la tierra, a la blanca
Colono m, donde más que en ningún otro sitio el armo
nioso ruiseñor trina con frecuencia en los verdes valles,
habitando la hiedra color de vino y el im penetrable fo
fas Uaje poblado de frutos de la divinidad50, resguardado
del sol y del viento de todas las tempestades. Allí siem-
680 p re penetra Dioniso, agitado p o r báquico delirio, aten
diendo a sus divinas nodrizas.
Antístrofa 2.a
Aquí, bajo el celeste rocío, florece un día tras otro
el narciso de herm osos racimos, antigua corona de las
dos grandes diosas51, y el azafrán de resplandores de 685
oro. Y las fuentes que no descansan, las que reparten
las aguas del Céfíso, no se consum en, antes bien, cada
día, sin dejar uno, corren fertilizando con rapidez en 690
inmaculada corriente por los llanos de esta espaciosa
tierra. Y no la detestan los coros de las Musas ni Afro
dita la de las riendas de oro.
Estrofa 2.a
Existe un árbol cual yo no tengo oído que haya bro
tado nunca en la tierra de Asia ni en la gran isla dórica 695
de P élope52, árbol indomable que crece espontáneamen
te 53, terror de las lanzas enemigas, que abunda en esta 700
región p o r doquier: él glauco olivo que alimenta a nues
tros hijos. Ni un joven, ni quien se encuentra en la ve
jez, podría destruirlo aniquilándolo con violencia. Pues
el ojo vigilante de Zeus protector de los olivos, lo ob- 705
serva siem pre así como Atenea, la de brillante mirada.
Antístrofa 2.a
Pero aún puedo .referirm e a otro elogio, al más im
portante, de esta ciudad m adre, regalo de un gran dios
y lo que le da mayor lustre: buenos caballos, buenos no
potros, el dominio del mar. ¡Oh hijo de Crono, sobe
q u e y a e s t a b a s a c ia d o d e m i f u r o r y m e e r a d u lc e e l r e -
770 s id i r e n e l p a l a c i o , e n t o n c e s m e e c h a s t e y m e a r r o ja s t e ,
s in q u e e l p a re n te s c o q u e s a c a s a h o r a a r e lu c ir te fu e r a
e n a b s o l u t o m o t iv o d e c o n s i d e r a c i ó n .
Ahora, sin embargo, cuando ves que esta ciudad 58 y
todo su pueblo me tratan con benevolencia, intentas lle
varme escondiendo crueles propósitos con tus suaves
775 palabras. Pero ¿qué goce es éste de amar a quienes no
quieren? Es como si, cuando imploras alcanzar algo,
no se te concediera ni se te quisiera socorrer; pero,
cuando tuvieras tu alma ahíta de lo que deseas, enton
ces te fuera concedido, en un momento en que e'1 favor
780 en nada reporta beneficio. ¿Es que no te ibas a encon
trar con una inútil satisfacción? Esto es lo que tú tam
bién me ofreces, excelente de palabra pero funesto en
los hechos.
Y hablaré ante éstos para ponerte en evidencia c
a un malvado. Has llegado con el propósito de llevarme,
785 no para conducirme a casa, sino para instalarme en
pleno campo y que tu ciudad se vea libre de los peli
gros que proceden de esta tierra. No lograrás eso, sino
esto otro: que allí, en esa región habite siempre mi es-
790 píritu vengador y que mis hijos obtengan de mi tierra
tan sólo lo bastante para caer muertos en ella.
¿No ves que conozco mejor que tú los asuntos de
Tebas? Y mucho más en tanto que mis informaciones
proceden de fuentes más fidedignas, de Febo y del pro
pio Zeus, su padre. ¡Hasta aquí ha llegado tu boca men-
795 tirosa y llena de malicias! Con tus palabras podrías ob
tener más males que beneficios. Pero sé que no te
convenceré de ello. Vete, déjanos vivir aquí. Pues ni
estando así viviremos desgraciados si así nos compla
cemos.
820 E d ip o . — /A y d e m í!
C r e o n t e . — Enseguida tendrás más motivo para que
jarte.
E d ip o . — ¿Te has apoderado de mi hija?
C r e o n t e . — Y de esta otra sin dejar pasar mucho
tiempo.
E d ip o . — (Al Coro.) ¡Ay extranjeros! ¿Qué haréis? ¿ E s
que me yais a traicionar y no arrojaréis al impío de
esta tierra?60.
C o r i f e o . — (A Creonte.) Sal, extranjero, aprisa. Pues
825 no es justo lo que ahora intentas hacer ni lo que has
llevado ya a cabo.
C r e o n t e . — (A sus soldados.) Es momento de que
vosotros la saquéis a la fuerza si no os sigue de buen
grado.
A n t íg o n a . — ¡Ay de mí, desdichada! ¿Adónde huyo?
¿Qué ayuda puedo alcanzar de los dioses o de los hom
bres?
C o r i f e o . — ¿Qué haces, extranjero?
830 C r e o n t e . — No tocaré a este hombre, sino lo que me
pertenece.
E d ip o . — ¡Oh soberanos de esta tierra!
C o r i f e o . — Extranjero, no obras con justicia.
C r e o n t e . — Con justicia, sí.
C o r i f e o . — ¿Cómo puedes decir eso?
C r e o n t e . — Me llevo a los m íos61.
Estrofa.
¡Ah, ciudad!
E d ip o . —
¿Qué haces, oh extranjero? ¿N o la soltarás?
Coro. —
835 ¡Pronto probarás nuestros brazos!
C r e o n t e . — / Aparta!
Coro. — No de ti mientras estés intentando estas
cosas.
C r e o n t e . — Tendrás que enfrentarte con mi ciudad
si me haces algún daño.
E d ip o . — ¿ N o o s lo d e c ía y o ?
C o r ife o . — (A un servidor de Creonte.) Aparta sin
tardar tus manos de la muchacha.
C r e o n t e . — No des órdenes en lo que no te incumbe.
C o r i f e o . — Suéltala, te d ig o . 840
C r e o n t e . — (Al mismo servidor.) Y yo que te pongas
en marcha.
C o r o . — Acudid, venid, venid, habitantes del país. La
ciudad, sí, nuestra ciudad es aniquilada por la violencia.
Llegaos aquí, junto a mí.
A n t íg o n a . — Soy arrastrada, desdichada de mí, ¡oh
extranjeros, extranjeros!
E d ip o . — ¿Dónde estás, h i j a m ía ? 845
A n tíg o n a . — Soy conducida por la fuerza.
E d ip o . — E x tie n d e la s m a n o s , h ija .
A n t íg o n a . — Pero no puedo.
C r e o n t e . — (A sus hom bres.) ¿No la llevaréis vos
otros?
E d ip o . — ¡Ah in f o r t u n a d o d e m í, i n f o r t u n a d o !
(Los soldados de Creonte se van llevándose a Antí
gona.)
C r e o n t e . — Ya no caminarás nunca más valiéndote
de estos dos báculos. Pero ya que quieres vencer a tu 850
patria y a tus parientes — por orden de los cualeshago
yo esto, aunque sea también príncipe— , vence. Que con
el tiempo, lo sé, te darás cuenta de que ni tú obras bien
para contigo mismo ni antes lo hiciste cuando, en con
tra de los tuyos, cediste a la cólera que siempre te per- 855
judica ®.
*5 Atenas.
66 Se refiere, naturalmente, a Posidón. Ahora nos entera
mos de que Teseo no había vuelto a Atenas, sino que se había
quedado en Colono ofreciendo un sacrificio en honor del dios.
548 TRAGEDIAS
C oro.
Estrofa 1 .a
¡Ojalá estuviera yo donde las acometidas de los 1045
enemigos pronto trabarán un com bate de broncíneo es
trépito, junto a las orillas píticas o en las riberas ilumi
nadas por antorchasn, donde las augustas diosas73 p r e - 1050
siden los venerables misterios para los mortales, sobre
cuya lengua está la dorada llave de sus servidores, los
Eum ólpid as74/
Creo que allí Teseo, el prom otor de combates, y las 1055
dos hermanas aún doncellas pronto se verán mezclados
en una batalla, en m edio de un victorioso clamor, en esos
mismos lugares.
Antístrofa 1.a
1060 Acaso se estén acercando hacia el prado m ás occi
dental de la nevada cu m bre del Eta, dándose a la huida
1065 en potros o en carros que porfían con rapidez. Serán
apresados. T errible es el com bate que se les acerca y
terrible la fuerza de los súbditos de Teseo.
Por doquier brilla el freno, y se lanza, con las rien-
1070 das sueltas, toda la cabalgada de los enemigos que hon
ran a la ecuestre Atenea y al marino protector del país,
hijo dilecto de Rea.
Estrofa 2.a
1075 ¿Han entrado ya en acción o lo van a hacer? E n algo
m e hace notar m i corazón que pronto liberarán a la que
ha soportado terribles pruebas y ha recibido cruel trata
m iento por parte de los de su m ism a sangre. Zeus reali-
1080 zará, sí, realizará algo en el día de hoy. Adivino victo
riosos combates. ¡Ojalá fuera una paloma de rápido
vuelo que, como un huracán, alcanzara una etérea nube
alzando m i mirada p o r encim a de los com bates!
Antístrofa 2.a
1085 ¡Oh Zeus, que todo lo puedes entre los dioses, que
todo lo ves, tú, su augusta hija, Palas Atenea! ¡Conceded
a los habitantes de esta tierra que, con fuerza triunfa-
1090 dora, realicen una emboscada de feliz presa! Al agreste
Apolo y a su herm ana perseguidora de moteados ciervos
de rápidos pies, ruego que lleguen doblem ente protec-
1095 tores para esta tierra y sus ciudadanos.
C o r i f e o . — ¡Ah, extranjero errante! No dirás que tu
vigía es un falso adivino. Pues veo que las muchachas
se dirigen de nuevo hacia aquí con una escolta.
E d i p o . — ¿Dónde, dónde? ¿Qué dices? ¿Qué afirmas?
(Entran Antígona e Ism ene con Teseo y su escolta.)
noo A n t íg o n a . — ¡Oh padre, padre! ¿Cuál de los dioses te
EDIPO EN COLONO 555’
77 Teseo.
EDIPO EN COLONO 559
C oro.
Estrofa.
Quien no haciendo caso del com edim iento desea vi
vir más de lo que le corresponde, es evidente, en mi
opinión, que tras una locura anda. P orque los días, cuan- 1215
do ya se cuentan p or m uchos, atraen muchas cosas que
están más cerca del dolor; m ientras que no podrías ya
ver dónde están los gozos cuando se ha pasado por en
cima del tiempo debido. Y quien viene a p on er rem edio 1220
trae igual fin a todos: cuando se presenta la Moira del
Hades, sin cantos nupciales, sin música de lira, sin coros,
la m uerte, para poner fin.
Antístrofa.
E l no haber nacido triunfa sobre cualquier razón.
Pero ya que se ha venido a la luz lo que en segundo lu- 1225
gar es m ejor, con m ucho, es volver cuanto antes allí de
donde se v ien en. Porque, cuando se deja atrás la juven-
í tud con sus irreflexivas locuras, ¿qué pena se escapa por 1230
entero? ¿Cuál de los sufrim ientos no está presente? E n
vidia, querellas, discordia, luchas y m uertes, y cae d e s - 1235
pués en el lote, com o última, la despreciable, endeble,
insociable, desagradable vejez, donde vienen a parar to
dos los males p e o re s 19.
“ Epodo.
E n ella 80 no sólo estoy yo: he aquí a este desdichado.
Como un acantilado que orientado al norte está por 1240
C oro.
Estrofa 1 .a
H e aquí males nuevos, recientem ente llegados a nos
otros, penosos males que provienen del ciego extranjero,
a no ser que la Moira no disponga otra cosa. Pues no 1450
puedo decir que ninguna resolución de los dioses sea
vana. Lo ve, lo ve siem pre el Tiempo, precipitando y e n - 1455
grandeciendo las mismas cosas de nuevo en un día. (Se
oye un trueno.) E l cielo ha retum bado, ¡oh Zeus!
E d ip o . — ¡Oh hijas, hijas! ¿Cómo podría cualquier lu
gareño hacer que viniese aquí Teseo, el más noble de
todos?
A n t íg o n a . — Padre, ¿con q u é pretensión lo llamas?
E d ip o . — Este trueno alado de Zeus me llevará pron- i460
to al Hades. Ea, enviad a buscarle cuanto antes.
(Se oye tronar más fuerte.)
Antístrofa 1 .a
V ed: un enorm e, trem endo ruido, helo aquí, enviado
por Zeus se abate sobre la tierra. E l espanto m e invade 1465
hasta las puntas de los cabellos de m i cabeza. Se asusta
mi corazón. E n el cielo los relámpagos brillan de nuevo.
¿Qué final nos deparará? Me da m iedo, nunca se presen - 1470
ta 97 en vano sin que algo grave sobrevenga. ¡Oh inmenso
Éter! ¡Oh Zeus!
C oro.
Estrofa 2 .a
¡Ah, ah, mirai De nuevo nos envuelve p o r todas par
tes el estridente ruido. Sé propicio, sé propicio, oh dios,
1480 si es que a la tierra nutricia traes algo misterioso. ¡Que
encuentre en ti un feliz destino y que, no p or haber visto
a un hom bre maldito, obtenga yo un agradecimiento sin
1485 provecho! Zeus soberano, a ti m e dirijo.
E d i p o . — ¿Está cerca nuestro hombre? ¿Me encon
trará aún con vida y capaz de controlarme en mis pen
samientos?
A n t íg o n a . — ¿Cuál es la prueba de confianza que
quieres depositar en su ánimo?
E d ip o . — A c a m b i o d e lo s b i e n e s q u e m e o t o r g ó , q u e -
1490 r í a o f r e c e r l e u n a r e c o m p e n s a t a n g ib l e , l a q u e l e p r o m e t í
a l o b te n e rlo s .
C oro.
Antístrofa 2 .a
¡Ah, ah, hijo, ven, ven! A unque te encuentres ofren-
1495 dando bueyes en lo más hondo de la gruta, en el altar de
sacrificios, al marino dios Poséidon, ven. Pues el extran
jero os consideraba ti, a la ciudad y a los amigos, m ere
cedores de devolveros el favor p o r el trato recibido.
¡Apresúrate, ven, oh rey!
griegos. E l Coro piensa que algún mal les acecha p o r culpa del
extranjero.
EDIPO EN COLONO 569
C oro.
Estrofa.
Si m e es licito adorar con súplicas a las diosas invi
sibles y a ti, rey de las tinieblas, Edoneo, E d o n e o 103, con- i560
cededm e que sin penas y sin lamentos de m uerte des
cienda el extranjero al Uano de los m uertos, el que a to
dos oculta, a la morada estigia. Que, tras haberle llegado 1565
tantas inútiles penas, un dios justo le ensalce de nuevo.
Antístrofa.
¡Oh diosas infernales y fiera inven cible104 de quien
se tiene noticia de que, en las muy visitadas puertas, te 1570
a c u e s t a c o m o guardián indómito junto al Hades y gru
ñes desde su cueva! Yo te suplico, hijo de la Tierra y del
Tártaro, que éste deje libre el paso para el extranjero 1575
que se dirige hacia las llanuras profundas de los m uer
tos. A ti te invoco, a la que das un sueño e te rn o 105.
(Llega un mensajero.)
M e n s a je r o . — Ciudadanos, en breves palabras podría i580
decir que Edipo ha muerto. Pero, acerca de lo que ha
ocurrido, ni el relato puedo hacerlo brevemente ni son
breves los hechos que allí tuvieron lugar.
ciego Edipo hay un m ayor dram atism o cuando tiene que decir
estas palabras.
103 Edoneo, otro nombre de Hades.
104 Se tra ta de Cerbero, que vigila la entrada al Hades.
1® Posiblemente la divinidad a que se refiere es Thánatos,
la Muerte.
572 TRAGEDIAS
C oro.
Estrofa 1.a
A n t íg o n a . — ¡Ay, ay!, nos corresponde ahora a las i670
dos, desdichadas, lamentarnos, no p o r otra cosa que por
la sangre maldita que de nuestro padre hem os recibido.
Por él m uchos e incesantes trabajos soportábamos hasta
ahora, pero por últim o111 podrem os contar cosas increí- 1675
bles que, sin em bargo, hem os visto y pasado.
C o r o . — ¿Qué son?
A n t íg o n a . — E s fácil de conjeturar, amigos.
C o r o . — ¿Se ha ido?
A n t íg o n a . — De la form a que más podría apetecer.
¿ Y cómo no, si a él ni Ares ni el Ponto le salieron al i680
encuentro, sino q ue las praderas tenebrosas se lo traga
ron, llevado por un oscuro destino? ¡Desdichada de mí!
Una noche de m uerte nos ha caído sobre nuestros ojos.
¿Cómo, vagando p o r algún distante país o por las olas 1685
del xnar, podrem os obtener los medios de vida tan difí
ciles de soportar?
I s m e n e . — No sé. ¡Que el m ortífero Hades se apo- i690
dere de mí, desventurada, para unirm e con la m uerte a
nuestro anciano padre! P orque para m í la vida que nos
resta no es soportable.
C o r o . — ¡Ah, vosotras, las dos excelentes hijas! ¡Lo
que redunda en un bien y procede de la divinidad hay 1695
que soportarlo! No os consumáis en exceso, pues no os
ha sucedido nada que sea reprobable.
Antístrofa 1.a
A n t íg o n a . —
Una cierta añoranza hay incluso de los
males. Pues lo que de ningún m odo sería querido, lo era
cuando a él lo tenía entre mis brazos. ¡Oh padre! ¡Oh 1700
ni E s decir, en su muerte.
576 TRAGEDIAS
Estrofa 2 .a
— Partamos de nuevo, querida.
A n t íg o n a .
I sm en e.— ¿Para qué?
1725 A n t íg o n a . — Un deseo m e dom ina...
I s m e n e . — ¿Cuál? Dímelo.
A n t íg o n a . — V er la subterránea m orada...
I s m e n e . — ¿De quién?
A n t íg o n a . — De nuestro padre, ¡infortunada de mí!
1730 I s m e n e . — ¿ Y cómo va a ser lícito esto? ¿E s que no
lo ves?
A n tíg o n a . — ¿Por qué m e increpas?
Is m e n e . — Y, además, q u e ...
A n t íg o n a . — ¿Qué hay más?
I s m e n e . — Que m urió sin tumba, separado de todo.
INDICE GENERAL
Pâgs.
I ntroducción g e n e r a l ................................................................ 7
V i d a ............................................................................................... 7
L a s fo rm a s de la tra g e d ia s o f o c l e a ........................ 25
E l h é ro e t r á g i c o ..................................................................... 45
L a o b ra y su c r o n o l o g í a ................................................... 54
E v o l u c i ó n ................................................................................... 60
■¿yante .......................................................................................... 71
Las tra q u in ia s ........................................................................ 75
A ntígona ...................................................................................... 77
Edipo R e y .................................................................................. 82
E le c t r a ......................................................................................... 87
F ilo ctetes .................... .............................................................. 90
Edipo en C o lo n o .................................................................... 93
La fortuna del texto s o fo c le o ...................................... 98