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PRESENTACIÓN

Este trabajo se ha realizado con el motivo de dar a conocer sobre “La Reelección
Presidencial y la Constitución Histórica”, acerca del constitucionalismo histórico,
la reelección en las formas de gobierno y en las formas de estado y poder hacer
un análisis para talvez poder dar unas recomendaciones y llegar a una
conclusión ya que este tema es un fenómeno electoral que existe en diferentes
países y es un peligro para la democracia. El trabajo examina, a la luz de la
institución de la reelección presidencial inmediata que introdujo la Constitución
peruana de 1993 y de la teoría constitucional contemporánea, las muy diversas
cuestiones políticas constitucionales que se han suscitado en el Perú con motivo
de la reelección del Presidente Fujimori en 1995, y que se han renovado en el
proceso electoral del 2000, durante el debate sobre la interpretación de dichas
instituciones plantearon cuestiones tales como la aplicación en el tiempo de la
constitución las facultades del órgano legislativo para expedir leyes de
“interpretación auténtica de la constitución, en alcance de las resoluciones y
votaciones del Tribunal Constitucional, y las facultades de control constitucional
del Jurado Nacional de Elecciones, entre otras además de ejemplificar la
problemática general de la reelección de América Latina, el trabajo muestra los
obstáculos de orden político que todavía enfrenta la vigencia plena de una
constitución en nuestra región esto es, las presiones que se ejercen sobre los
órganos del estado para que estos encuentren soluciones jurídicas favorables al
régimen autoritario, aun cuando evadan el espíritu sino que la letra de la propia
constitución.
INTRODUCCION

Alejándose de una inveterada tradición, que no había conocido mayor ruptura


que la acontecida durante el gobierno de Augusto B. Leguía en la segunda
década del siglo xx la constitución de 1993 introduciría la institución de la
relección presidencial inmediata. Como los hechos lo acreditarían después, su
incorporación fue la culminación de un proceso planificado con mucho tiempo de
anticipación, que recién se hizo evidente en el autogolpe perpetrado por el
presidente Alberto Fujimori el 05 de abril de 1992.

Con anterioridad, su antecesor el presidente García Pérez especialmente dentro


de los 03 primeros años de ejercicio del poder desplego esfuerzos para modificar
la constitución de 1979 y de ese modo posibilitar su permanencia en el poder por
un periodo presidencial adicional. Sin embargo, la presión de la opinión pública
y sobre todo el descredito en el ejercicio de la labor gubernamental hicieron que
sucumbieran tales esfuerzos

La introducción de la reelección presidencial por única vez y en forma inmediata,


se comprenderá, no pudo estar ajeno a debates airados. En realidad, este, así
como la pena de muerte, fueron los temas más ríspidos que se habrían de
presentar. Entre las propuestas manejadas, se había deslizado inclusive la
posibilidad de la reelección presidencial indefinida. Tal fue la propuesta
sostenida por la constituyente Martha Chávez en la comisión de constitución y
reglamento, que fue abandonada, por buscar apoyo de bancadas parlamentarias
ajenas a la mayoría que, si bien formaban parte de la oposición, sin embargo,
estaban bastante próximas a la alianza oficialista Cambio 90 – Nueva Mayoría.
El proyecto sustentado por la mayoría oficialista, salvo ligeros retoques de orden
gramatical, sería aprobado en la vigésimo novena sesión del miércoles 04 de
agosto de 1993 por 51 votos a favor y 24 en contra.

El sentido del precepto constitucional al margen de los juicios de valor o de


conveniencia o no sobre la reelección presidencial, es claro. Un presidente no
puede mantenerse en el poder más allá de 10 años. Terminados los cuales, si
pretendiese volver a postularse, inexorablemente debe dejar transcurrir cuando
menos un periodo presidencial intermedio, esto, un mandato de 05 años

LA REELECCIÓN PRESIDENCIAL Y LA CONSTITUCIÓN HISTÓRICA

1. QUÉ ES UNA CONSTITUCIÓN HISTÓRICA

Este concepto ha circulado ampliamente entre nosotros, sobre todo a partir de la


ley de reelección presidencial núm. 26657, que ensaya una interpretación
artificiosa del artículo 112 de la Constitución Política del Perú, a fin de permitir
un tercer período al presidente Fujimori.

Pero su difusión no ha traído claridad en el término. Así, Pedro Planas en su libro


Rescate de la Constitución (Lima 1992), la define como un “espacio valorativo,
extranormativo, construido por varias generaciones … fruto del consenso (y) que
constituye nuestra tradición democrática y republicana … (son) aquellos
fundamentos en los cuales reposa la continuidad de nuestras instituciones …”

Me inclinaría, sin embargo, por una definición más histórica de la Constitución


histórica. Y a mi entender, la difundida por Alberdi es bastante más elocuente y
puede ser utilizada como referencia, y dice así:

“Todas las constituciones cambian o sucumben cuando son hijas de la imitación;


la única que no cambia, la única que acompaña al país mientras vive, y por la
cual vive, es la Constitución que ese país ha recibido de los acontecimientos de
su historia; es decir, de los hechos que componen la cadena de su existencia, a
partir del día de su nacimiento. La Constitución histórica, obra de los hechos, es
la unión viva, la única real y permanente de cada país, que sobrevive a todos los
ensayos y sobrenada en todos los naufragios”. ( Bases y puntos de partida para
la organización política de la República Argentina, Edic. Platero, Buenos Aires
1991)

Es difícil decir quién usó por vez primera el término de “Constitución histórica”,
aun cuando parece ser que fue acuñado por Savigny, y de ahí lo tomó Alberdi, a
través de Lerminier. En todo caso, desde principios del siglo XIX, el nombre de
“Constitución política” ya estaba en circulación, en donde el calificativo hace clara
referencia a su objetivo, pues la palabra “Constitución”, como se sabe, es
plurívoca. Al ser “política”, pasó a explicar y distinguir el entramado de una
comunidad organizada (polis). Y así ha sido desde entonces. También se sabe

∗ Publicado en AA.AA., Reelección presidencial y derecho de referendum,


Alberto Otárola, Coordinador, Lima 1997, también en Scribas, Arequipa, núm. 3,
1997. que en 1835, Tocqueville usó el término de “Constitución social”, que ha
tenido largo predicamento (véase, por ejemplo, el uso que de él hace Burdeau
en su Traité de Science Politique, tomo III, Paris 1950, pp. 12-15). No está demás
recordar, que la edición de las Bases es de 1852, si bien la edición definitiva es
de Bezançon y en 1856, y ella trasunta diversas influencias de la época
(Montesquieu y, en especial, Savigny y la Escuela Histórica; cf. Dardo Pérez
Ghilhou, El pensamiento conservador de Alberdi y la Constitución de 1853,
Buenos Aires 1984).

Analicemos esto con calma. Entendemos por “histórico”, aquel conjunto de


hechos concatenados entre sí, que desde el pasado y con el correr del tiempo,
han ido configurando diversos usos y costumbres, instituciones y conceptos, que
están por así decirlo, dentro de nuestro proceso social, y que adicionalmente
crean un continuo vital.

De esta suerte, entendemos nuestro proceso constitucional histórico o


constitucionalismo histórico, como una larga sucesión de hechos, debidamente
enlazados entre sí, que condensan las manifestaciones de las personas, los
grupos y las instituciones, y que van marcando los acontecimientos en el tiempo.
Todo esto, que con Dilthey llamaremos “mundo histórico”, atraviesa nuestro
pasado, llega hasta el presente y conlleva, en su núcleo, ciertas directrices, en
cierto sentido invariantes, que llamamos “constitución histórica”.
Metafóricamente, podríamos decir que nuestro proceso constitucional es el
continente, y la constitución histórica es el contenido. Aquél, fluido y cambiante;
éste, dinámico pero constante.

Veamos un caso concreto, relativo a nuestro presidencialismo. Este sistema,


trató de ser evitado en todo momento en nuestros primeros debates
constituyentes en 1822, precisamente, para desterrar la imagen del hombre
providencial. Pero el ensayo propuesto en ese año y que se plasmó en 1823,
naufragó al poco tiempo, y fue luego desechado por el proyecto autoritario de
Bolívar, que nos dio la Carta vitalicia de 1826. Luego se sucedieron una serie de
constituciones, en las cuales, por un lado, se fue afirmando la autoridad del
presidente, y por otro, ya a mediados del siglo XIX, se crearon límites a la acción
presidencial, en un largo proceso que culmina, por así decirlo, en 1933, pues la
Carta de ese año consagra, en el papel, la solución parlamentaria. Pero como
ya advirtiera Villarán en la década del 30, los textos nada habían podido contra
la realidad. Por tanto, era claro que en nuestra “constitución histórica”, había un
elemento determinante que era la proclividad al presidencialismo. Y así en otros
puntos más, que distan aún de ser adecuadamente definidos.

2. CONSTITUCIÓN HISTÓRICA Y CONSTITUCIONALISMO HISTÓRICO

Nuestro constitucionalismo histórico, es lo que pasó en nuestro acontecer


constitucional, desde 1820 hasta el presente. Si la historia es, como quería
Croce, lo sucedido (accaduto), entonces el “constitucionalismo histórico”, es
nuestro proceso histórico a nivel constitucional.

Pues bien, dentro de ese proceso histórico constitucional, podemos decir que
existen ciertas invariantes, referidas a instituciones, que nacieron en
determinado momento y que luego se han ido desarrollando a través de diversas
acciones en un largo período. Estas son, líneas de tendencia que tienden a la
repetición y a la acumulación, sobre todo, en lo referente a las instituciones: ellas
constituyen lo que llamamos “constitución histórica”.
Como todo lo histórico, estamos ante algo fáctico y plástico, que es un continuo
de acciones de hombres sobre cosas y sobre hombres, que tiene carácter único
y no repetible (si bien, en circunstancias análogas, pueden volver a darse, pero
nunca exactamente) y que están enmarcadas en un complejo político-social.

Nuestro proceso histórico o constitucionalismo histórico, es dinámico, pero


nuestra “constitución histórica”, es más bien conservadora, aun cuando avanza
con el flujo social.

De tal suerte, la constitución histórica es tradición, pues viene de atrás, y se


proyecta hacia el futuro. Pero su desarrollo no siempre es lineal, pueden haber
cambios y eventuales modificaciones.

3. LA REELECCIÓN EN LAS FORMAS DE GOBIERNO Y EN LAS FORMAS


DE ESTADO

La reelección presidencial, tiene un papel preponderante en cualquier


comunidad política. Pero ello depende, por cierto, de cada contexto.

En las formas de Estado, como norma general, se distinguen los estados en


unitarios y federales. En los unitarios, aun cuando exista cierto grado de
descentralización, es indudable que el Presidente tiene una mayor gravitación,
pues sus decisiones conllevan, por así decirlo, un carácter nacional. El peso del
Presidente es mayor, pues tiene un brazo de largo alcance. Por el contrario, en
un sistema federal, los poderes se encuentran compartidos y el jefe de Estado
tiene límites, por más grandes que sean sus poderes. Así, por citar un ejemplo,
el presidente de los Estados Unidos tiene un poder inmenso (ya no es el
norteamericano un gobierno congresional, como pregonaba Wilson a fines del
siglo pasado). Pero hay muchas cosas que no puede hacer, pues cada estado
tiene sus leyes, sus parlamentos, sus administraciones, sus jueces, etc.

Por otro lado, en cuanto a formas de Gobierno, son significativas sus dos
modalidades principales: la parlamentaria y la presidencial, dicho esto, sin entrar
en matices. Pero en la parlamentaria, al frente, normalmente, de un primer
ministro elegido por las cámaras, éste no tiene un poder absoluto, sino que está
matizado por el mismo congreso que lo eligió y al cual se debe. Por el contrario,
un sistema presidencial tiene menos cortapisas y más bien, tiende a ejercerse
sin control o con pocos controles.

Los parámetros antes mencionados, son de orden general y no entran en los


detalles, ni tampoco en las variables de cada uno de los modelos mencionados.

Adicionalmente, es importante señalar que cada uno de estos modelos, funciona


de manera distinta, según los entornos políticos de cada comunidad. Esto es, los
modelos políticos no operan en el aire ni en una campana neumática, sino dentro
de una determinada comunidad política, que tiene su propio grado de desarrollo.
Así, países federales como Venezuela y Argentina, presentan un alto grado de
centralización, que es fruto de su desarrollo político. Igualmente, en países en
los que existen parlamentos muy fuertes, se pueden producir desbandes. En el
mismo sentido, el presidencialismo latinoamericano, es muy conocido por sus
desbordes, en los análisis de Derecho Constitucional Comparado.

Por tanto, hay que tener en cuenta que las formas de Gobierno y las formas de
Estado, no siempre funcionan igual en todas partes. Es decir, la reelección
presidencial, no siempre opera de la misma manera, pues ella depende de
diversos factores, en especial, de los ya referidos.

Lo que hemos querido señalar, es que la reelección presidencial, no puede


analizarse en abstracto. Hay que verla en un contexto político-normativo, y sobre
todo, tener en cuenta si estamos ante una democracia avanzada, o ante una
democracia incipiente, de desarrollo desigual y de ribetes tercermundistas.

4. LA REELECCIÓN PRESIDENCIAL EN EL PERÚ

Un país muy sagaz políticamente, como es los Estados Unidos, ha limitado la


reelección presidencial inmediata a un período. O sea, a un total de ocho años.
Esto se hizo por expresa reforma constitucional (enmienda; diríase en
terminología sajona) realizada en 1951, teniendo en cuenta la experiencia de
Roosevelt, que fue más allá de lo permitido por la tradición, y se reeligió tres
veces sucesivas, para finalmente morir en el poder (en 1945).

Pero lo importante, es que en los Estados Unidos, existía el precedente sentado


por Washington, de que nadie se reelegía más de una vez. En un país regido por
una Constitución y también por usos y costumbres válidas, tal norma fue
observada religiosamente, hasta que Roosevelt, viendo el vacío normativo a
nivel de derecho público, forzó los hechos y se fue a una carrera reeleccionista,
que al final sería fatal. Y así fue que se hizo la modificación constitucional, que
limitaba a la reelección presidencial inmediata, no porque fuese necesaria, sino
para evitar que alguien en el futuro, pudiera aprovecharse de esa coyuntura y
repitiese la experiencia de Roosevelt. Y hay que advertir que esa medida se tomó
en un país altamente desarrollado, con conciencia cívica, con espíritu
democrático muy marcado, y además enormemente descentralizado, a través de
medio centenar de estados. No obstante eso, la enmienda XXII se hizo, se
ratificó por los estados y nadie dijo que eso era inconveniente.

En Europa, la situación es distinta, en gran parte por el marco parlamentario que


acompaña a casi todos sus países, y sobre todo, por el alto nivel de conciencia
cívica que existe en el ciudadano. Su ejemplo, por cierto, no tiene que ver, ni
remotamente, con el Perú.

Pues bien, la idea básica que se debatió en el Perú en el Congreso de 1822, fue
cómo eliminar la presidencia, pues ella era odiosa y recordaba al hombre que
gobernaba solo, y en especial, al Rey. Por eso se nombró una Junta

Gubernativa, que dio origen, precisamente, al motín de Balconcillo, el primer


golpe de Estado de nuestra historia, y que creó, prácticamente por la fuerza de
los hechos, la presidencia de la República. Pero la primera Constitución de 1823,
prohibió la reelección inmediata (art. 74), aun cuando su texto no llegó a estar en
vigencia. Luego siguió Bolívar en 1826, en cuya Carta política se estableció la
presidencia vitalicia (art. 77), que decididamente era incompatible con nuestro
sistema republicano, y que tuvo vida efímera.
La siguiente Constitución de 1828, de tan larga como fructífera influencia, y que
ha sido llamada por Villarán la madre de todas nuestras constituciones, permitió
la reelección inmediata, por una sola vez en su artículo 84, que a la letra señala:

“La duración del cargo de presidente de la República será la de cuatro años;


pudiendo ser reelegido inmediatamente por una sola vez, y después con la
intermisión del período señalado”.

Luego vinieron las constituciones de 1834, que en su artículo 77 prohibió la


reelección presidencial inmediata, y en igual sentido lo hizo la de 1839 (art. 78);
la de 1856 (art. 80); la de 1860 (art. 85); la de 1867 (art. 76, de muy corta
vigencia), y la de 1920 (art. 119). Sin embargo, cabe señalar que durante la
vigencia de esta última, con Leguía en la presidencia, el artículo 119 se modifica
en 1923 para permitir la reelección del Presidente por una sola vez, y luego en
1927, se deroga para permitir la reelección indefinida. Sabemos que Leguía,
elegido en 1919, terminó abruptamente su mandato en agosto de 1930,
derrocado por el comandante Sánchez Cerro. Sin embargo, cabe anotar algunos
puntos:

a) Leguía se perpetuó en el poder en medio de gran popularidad,

b) Lo hizo, adicionalmente, mediante expresas reformas constitucionales,


que,

c) Fueron aprobadas formalmente por ambas cámaras, el Senado y


Diputados.

La experiencia fue tan mala, que la Constituyente de 1931, que sancionó la Carta
de 1933, puso el siguiente, extenso como completísimo artículo 142:

“No hay reelección presidencial inmediata. Esta prohibición no puede ser


reformada ni derogada. El autor o autores de la proposición reformatoria o
derogatoria, y los que la apoyen directa o indirectamente, cesarán de hecho en
el desempeño de sus respectivos cargos y quedarán permanentemente
inhabilitados para el ejercicio de toda función pública”.

Tan sugerente artículo expresaba, qué duda cabe, la presencia del fantasma de
Leguía. Pero la Constitución de 1979, considerando alejado tal fantasma,
escogió la redacción siguiente:

“Artículo 205: El mandato presidencial es de cinco años. Para la reelección, debe


haber transcurrido un período presidencial”.

Durante la vigencia de la Carta de 1979, tan sólo Alan García Pérez (1985-1990),
con absoluta mayoría parlamentaria, intentó modificar la Constitución, para
poder ir a una reelección inmediata. Se valió para ello del diputado Héctor
Marisca, quien planteó y defendió la propuesta, tanto en el hemiciclo como fuera
de él. Al final, el mismo García desistió de ella, en vista de las resistencias que
encontró en la opinión pública.

5. LA REELECCIÓN PRESIDENCIAL EN LA CONSTITUCIÓN DE 1993

El golpe de Estado del 5 de abril de 1992, fue uno más de nuestra larga historia
de irrupciones constitucionales. Tuvo varias causas, no una sola. Instalado
Fujimori como gobernante de facto, libre de ataduras, buscó dos puntos
concretos. Por un lado, implantar la pena de muerte para los terroristas, con lo
cual accedía a cierto clamor popular, si bien esto no sucedió ni sucederá; y por
otro, la reelección presidencial inmediata. Estos fueron, en realidad, los objetivos
básicos buscados por el oficialismo y no otros. Tanto es así, que la Constitución
de 1993, se parece en más del 65%, a la anterior Carta de 1979, cuya estructura,
incluso, repite en su totalidad. Las demás diferencias que existen, son tan sólo
de matices, desarrollos o ubicación de textos o instituciones. Aun cuando hay
quizá algunas novedades: el modelo económico neoliberal –atento sobre todo al
interés que despierta el mercado– y el sesgo centralista, dando así un viraje de
ciento ochenta grados sobre lo existente.

Ahora bien, el gobierno de Fujimori ha sabido manejarse en un contexto de crisis,


y esto nadie lo ha cuestionado. Más aún, le ha dado réditos considerables, en un
país que está en una seria crisis política, que afecta sobre todo a sus principales
cuadros. Pero dejando a salvo este lado positivo, es indudable que el Gobierno,
no sólo tenía una clara vocación autoritaria –reflejada en muchos aspectos–, sino
además un inocultable deseo de permanecer en el cargo; es decir, de quedarse
indefinidamente. Y en esto, ha sido ayudado por mucha gente honesta, que
creyó que su presencia garantizaba la estabilización económica y la seguridad
interna. Pero además, por medianías insatisfechas, que han aplaudido, sin
excepción, todos los estropicios del régimen.

Exagerando un poco, podría decirse que la reelección presidencial inmediata,


fue en realidad el motor principal de la nueva Constitución, innecesaria desde
todo punto de vista (cf. Domingo García Belaunde y Pedro Planas, La
constitución traicionada, Seglusa editores, Lima 1993; Valentín Paniagua
Corazao, La Constitución peruana de 1993, en “Direito”, Santiago de
Compostela, núm. 2, 1995; Domingo García Belaunde y Francisco Fernández
Segado, La Constitución peruana de 1993, Grijley, Lima 1994; y Enrique
Bernales Ballesteros, La Constitución de 1993, Fundación Adenauer, Lima
1996).

Por eso, en el debate constituyente de 1993, se barajaron tres posturas


fundamentales:

a) La reelección presidencial indefinida, sostenida bajo el falaz argumento,


de que hay que dejar al pueblo en libertad para que escoja a su gobernante;

b) La reelección por un período adicional; y

c) La reelección luego de transcurrido un período.

Pero lo que se buscaba era la reelección presidencial inmediata, que la Carta de


1979 no permitía. De ahí la necesidad de una nueva Constitución para que,
adicionalmente, “santificase” a los golpistas de 1992, atentos a la espada de

Damocles consagrada en el artículo 307 de la Constitución de 1979. Se aprobó,


pues, la tesis intermedia, que permitía la reelección inmediata, por una sola vez.

Así consta en las numerosas declaraciones hechas por el oficialismo a los


medios durante el debate constituyente, y así consta en los debates; esto es,
que lo que se pretendía era una reelección por una sola vez en 1995, y hasta el
año 2000. Con lo cual, se cumpliría un período ininterrumpido de diez años.

No obstante, con grave inconsecuencia, algunos que sostuvieron esta tesis en


1993, se han apresurado luego en negarla, al postular y defender en 1996 la ley
26657, llamada de “interpretación auténtica”, a fin de permitir, mediante un
“desarrollo” del artículo 112 de la Constitución, una segunda reelección
inmediata. Ley absurda y retorcida, que no representa más que un burdo intento
de cambiar la Constitución sin recurrir a sus requerimientos formales.

6. REELECCIÓN PRESIDENCIAL Y CONSTITUCIÓN HISTÓRICA

Lo que estamos viendo en todo este alambicado proceso para perfeccionar una
segunda reelección presidencial, es algo parecido a lo que pasó en la época de
Leguía. No es lo mismo, por cierto, pues la historia no se repite, pero sus grandes
trazos se parecen, no obstante, de tratarse de épocas y personajes distintos.
Pero anotemos una diferencia sustancial: lo que sucedió en la época de Leguía,
fue hecho con más nivel. Es decir, con elegancia y guardando las formas. Todo
esto ha estado ausente en esta oportunidad, y es de lamentar, ya que las formas
políticas tienen también sus rituales.

Pero es evidente que la no reelección inmediata, es uno de los componentes de


nuestra constitución histórica. Dicho en otras palabras: nuestra constitución
histórica, debidamente reforzada por los textos constitucionales que hemos
tenido ocasión de glosar, guarda recelos contra la reelección presidencial
inmediata, pues crea el continuismo, la corrupción, el abuso del poder, los
excesos de todo orden.

Y no sólo lo ha sido en el Perú, sino en toda la América Latina, cuyo


constitucionalismo, si bien no es original, pues tanto no pretendemos, sí es
peculiar, pues su historia política e institucional, tiene caracteres que no se ven
en otras partes. El caso especial ha sido, hasta ahora, la República Dominicana,
que permitió que Joaquín Balaguer, estuviese en el poder durante siete períodos,
los dos últimos consecutivos, y lo haya dejado recientemente, por razones de
edad y por la presión internacional, que quería cambios.

Pero el caso de este país, que comparte espacios en una isla con el atrasado
Haití, no es edificante ni tampoco un ejemplo a seguir. Al fin y al cabo, se trata
de un país muy pequeño, de gran pobreza y que ha atravesado por especiales
coyunturas, que es difícil que se repitan. Por lo demás, la modificación
constitucional de agosto de 1994, ha prohibido la reelección presidencial
inmediata (véase, sobre la situación dominicana, el Boletín electoral
latinoamericano, (San José), núm. XV, enero-junio de 1996).

Pero en la América Latina, el principio se ha mantenido. Sin embargo,


coincidentemente con el esfuerzo de Fujimori, se han dado intentos de cambiar
esta situación (en Ecuador y con más firmeza en el Brasil) y de hecho, en la
Argentina y en 1994, se reformó su venerable Carta de 1853, para permitir la
reelección de Menem (sobre la problemática, véase Jorge Luis Oría, La
reelección presidencial y la división de poderes, Abeledo-Perrot, Buenos Aires
1995). ¿Qué podemos pensar de todo esto?

7. CONSIDERACIONES CONCLUSIVAS

Si existe una Constitución histórica, tenemos que ver en qué es histórica. Y lo es


en la medida que ella, si bien acumulativa y con tendencia conservadora –propia
de la naturaleza del Derecho– no tiene por qué ser estática. Ya lo dijo Roscoe
Pound de manera muy clara: el Derecho debe ser estable, pero no puede
permanecer inmóvil. Adicionalmente, debemos considerar otro hecho: y es que
hoy nadie sostiene que hay leyes históricas, pues los profetas del desastre,
generalmente han fracasado (Marx, Nietzsche, Spengler). Y al ser así, nada
impide que en ese largo proceso, la constitución histórica cambie, se modifique,
se relativice o adquiera nuevos contornos, si bien esto se aprecia en un tiempo
largo y nunca de inmediato. Podría darse, pues, que la reelección presidencial
inmediata deje de asustar, por haber cambiado el entorno político e institucional,
y deje de hacer daño, como antes. Esto es una probabilidad que no hay que
descartar, ya que el mundo de la historia, a diferencia del de la naturaleza, no
tiene leyes, ni siquiera probabilísticas, pues los hechos son siempre únicos y su
parecido se limita a los aires de familia. Por tanto, en puro rigor, saber si la
reelección presidencial inmediata, ha dejado de ser parte de nuestra
“constitución histórica”, es algo que necesita cierto tiempo para ser evaluada y
aceptada.

Pero nada nos impide hacer una hipótesis de trabajo. Si tenemos en cuenta, por
un lado, que el pasado nos ayuda a interpretar el presente y viceversa; si
constatamos que las circunstancias no han cambiado sustancialmente en
relación con lo que era antes, si bien algo se ha avanzado políticamente en las
últimas décadas, y si, sobre todo, consideramos que el actual Presidente tiene
un innegable sesgo autoritario, llegamos a la conclusión que, en este supuesto,
su período no dejará buenas enseñanzas y, más aún, no sabemos en qué
condiciones lo terminará.

Si adicionalmente constatamos que la misma Constitución aprobada por el


oficialismo fujimorista, ha sido violada varias veces por sus propios autores,
llegamos a la conclusión de que, para el actual régimen, la institucionalidad no
tiene mayor importancia. Más cuenta la eficacia, la tranquilidad ciudadana y el
pago de la deuda externa. No estamos, por cierto, frente a un dictador barbárico
y atrasado, pues la modernidad también ha llegado a nuestro Estado, si bien en
dosis discutibles. Pero el entorno autoritario, no ayuda en nada a un buen
desempeño del régimen. Por eso, y con las precauciones metodológicas del
caso, creemos que nuestra “constitución histórica” en este punto –la no
reelección presidencial inmediata– no cambiará, por lo menos por ahora.

Lima, febrero de 1997


CONCLUSIONES

Por eso, la carta de 1993, exige la necesidad de reforma Constitucional,


apelando a los propios mecanismos por él instituidos en el artículo 206, que
textualmente dice: "Toda Reforma Constitucional debe ser aprobada por el
Congreso con mayoría absoluta del número legal de sus miembros, y ratificada
mediante referéndum (...). La iniciativa de reforma constitucional corresponde al
presidente de la República, con aprobación del Consejo de Ministros; a los
Congresistas; y a un número de ciudadanos equivalente al cero punto tres por
ciento (0.3%) de la población electoral, con firmas comprobadas por la autoridad
electoral. Dicha reforma esta orientada a la necesidad de restituir las atribuciones
del Congreso y modificar y a la vez mejorar los textos constitucionales o
disposiciones constitucionales referentes a:

I. Los tratados, descritos en los artículos 56 y 57 de la Carta política vigente, por


los argumentos anteriormente esbozados.

II. Régimen Tributario y Presupuestal, establecido en el artículo 79.

III Poder Ejecutivo, del artículo 112, referido a la reelección inmediata del
Presidente de la República, asimismo buscar la modificación del artículo 118,
incisos 12 y 19 respectivamente relacionados con el nombramiento de
embajadores y con la atribución de dictar decretos de urgencia con fuerza de ley.

VI. Seguridad y Defensa Nacional, indicado en el artículo 172, que está vinculado
con los ascensos de los altos rangos militares.

Esas reformas o modificaciones en los artículos antes indicados, son


sustanciales, ya que aseguraran la continuidad del régimen Constitucional. Por
ello una Constitución inviable puede facilitar golpes de Estado como pretendida
solución Político-institucional a las crisis; y en el Perú, como lo sabemos con
amarga experiencia, no han sido pocas las veces que esto ha sucedido. Los
casos más recientes son las Constituciones de 1933 y de 1979.

Por lo tanto, la Constitución no solo es Ley de Leyes, sino el documento histórico


y magno en el que se plasman las aspiraciones de un pueblo a convivir pacífica
y ordenadamente, dentro de sistemas en los que, "la libertad esté asegurada y
el poder sirva a la justicia".

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