EL UKUKU-comprimido
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EL UKUKU
Un pinchazo en el lado izquierdo, debajo de las costillas, le recordó que no
debía olvidarse de respirar. Disminuyó la velocidad de sus zancadas, aspiró
profundamente, retuvo el aire un segundo y exhaló de golpe por la boca
antes de acelerar el paso, otra vez.
Durante los últimos meses, Maika se había preparado en secreto para
cuando llegara el día en que, por fin, podría escalar cerros junto a sus
hermanos. Dos años antes, le habían prometido que al celebrar su
cumpleaños 12 la llevarían con ellos. A pesar de que a los seis años le habían
dicho que sería a los ocho y, luego, a los 10, ella no dudaba de que esta vez
Qali y Rumi cumplirían su palabra.
Para los muchachos el tema era simple: el camino era muy peligroso para
una niña. Qali era el mayor de los tres hermanos y, desde la muerte de su
padre, era quien decidía lo que podían hacer los más chicos. Para él estaba
resuelto que Maika no iría con ellos ni a los 12 años ni después. El día
indicado, él y Rumi salieron más temprano, y cuando ella regresó de
alimentar a los cuyes solo pudo verlos de lejos.
“No se atreverá a seguirnos”, dijeron los muchachos. Al parecer, no
conocían el temperamento de su hermana, pues en cuanto Maika notó que
incumplían la promesa una vez más, decidió no seguir esperando. Metió en
su morral un pedazo de queso, dos tunas, algunos fósforos y una navaja
afilada, y salió rumbo a la montaña.
—Veremos quién llega primero —murmuró mientras se dirigía hacia el
camino que lleva al santuario del Señor de Qollurit'i.
Avanzó unos metros antes de girar el cuello y mirar por sobre su hombro;
buscaba la silueta de sus hermanos que iban en sentido contrario. Los vio
alejarse rumbo a los cerros y se dijo a sí misma que no tenía miedo, que era
tan fuerte como ellos “¡y mucho más veloz!”. Un escalofrío inesperado
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Ese año la cosecha fue pobre. Las lluvias se ausentaron casi toda la
temporada y en su reemplazo el granizo quemó los brotes que habían
conseguido sobrevivir. Muchos animales se enfermaron y los que quedaron
sanos debieron ser vendidos para comprar alimentos y nuevas semillas. Los
pobladores se lamentaban porque con la muerte de Josué no solo habían
perdido a un buen amigo sino que también había desaparecido el bloque de
hielo eterno que él bajaba del nevado.
Tras la muerte de Josué, la montaña se reveló aún más indomable. La nieve
cubría casi toda la corona del nevado, pero se deshacía antes de que los
hombres consiguieran bajarla. Los ukukus necesitaron escalar varios metros
más de lo habitual para acarrear el hielo esperado en los pueblos.
Qali y Rumi tuvieron que esperar algunos años más antes de vestir el unku
y el wagollo de ukukus en las celebraciones de junio.
III
Los 9 kilómetros que separan Mawayani del santuario no fueron un
problema para Maika. La idea de ser más rápida que sus hermanos la
empujaba a correr sin pausa, por lo que en menos de 45 minutos ya estaba
cerca de la imagen de Cristo que está pintada en la roca, al pie de la
montaña.
Tenía pensado ir al nevado, cortar un trozo de hielo y regresar a su casa
antes de que Qali y Rumi volvieran por la tarde, pero mientras subía la
montaña, alejándose del santuario, sentía su caminar más lento. La falta de
oxígeno, debido a la altura, le aceleraba el corazón y le provocaba cierto
mareo. Se detuvo por un momento y respiró. Sintió que el viento frío llegaba
con-pesadez a sus pulmones. La nieve aún estaba lejos, por lo que debía
seguir subiendo.
Estaba a punto de reanudar la caminata cuando percibió un corto ruido en
medio del silencio, como si unos pasos ligeros corrieran presurosos a sus
espaldas. Giró sobre sus pies, observando a su alrededor detenidamente,
pero no encontró nada que llamara su atención.
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—Seguro fue una liebre —pensó para tranquilizarse, aunque sabía que no
había liebres por ese lado de la montaña.
La idea de tropezar con algún monstruo le hizo avanzar con cautela por
unos minutos, hasta que alcanzó a ver un pequeño ratón escabullirse
asustado entre las piedras.
—¡Aish! Era solo una rata. Menos mal que Rumi no está acá, porque diría
que soy una miedosa.
Tranquilizada por su descubrimiento, Maika reanudó la marcha,
acelerando el ritmo todo lo que le era posible. Había imaginado que sería
sencillo subir al nevado y regresar, pero ya era mediodía y no había hecho
ni la mitad del camino. Como no quería darse por vencida, se prometió a sí
misma que no volvería a distraerse con ningún otro ruido y apuró el paso
un poco más.
La suerte, sin embargo, no parecía estar de su lado, pues no habían
transcurrido más de 15 minutos desde su tropiezo con el ratón cuando el
cielo se oscureció repentinamente y comenzó a llover. Los gruesos
goterones le advirtieron que debía buscar un refugio donde esperar a que
pasara el aguacero.
Miró a su alrededor. Solo una pequeña grieta en la pared de la montaña, a
menos de 15 centímetros del piso, se ofrecía propicia para guarecerse del
mal tiempo. Corrió hacia ella y con cierta dificultad se deslizó en el agujero.
El lugar era muy oscuro, la estrecha abertura de entrada casi no dejaba pasar
la luz del exterior, y un fuerte olor a tierra húmeda lo envolvía todo. Maika
se sintió a ciegas. Tanteó en su morral hasta dar con el paquete de fósforos;
encendió un palito pero una ráfaga de viento lo apagó casi de inmediato.
Un segundo cerillo le permitió mirar un poco más, antes de apagarse
quemándole la punta de los dedos. En ese momento se lamentó de no haber
pensado en poner una linterna entre sus cosas.
Con la rápida mirada alrededor, había notado que el lugar era más grande
de lo que parecía desde afuera. Se quitó la camisa que llevaba debajo de la
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VI
Al notar que Qali y Rumi volvían a la casa sin su hermana, la madre se
alarmó; pero cuando supo que no la habían llevado con ellos y que nadie la
había visto durante todo el día, la pobre mujer entró en pánico. ¿Dónde
podía estar su pequeña Maika?
La última persona que había visto a la niña era la anciana que tenía su granja
cerca del camino al santuario. Maika corría por allí cada mañana, por lo
que la mujer no se sorprendió al notar que se dirigía a la montaña, aunque
sí le extrañó que no volteara a saludarla. No sabía si la chica había regresado
por esa calle porque al comienzo de la tarde la vieja había ido al monte a
cortar muña y manayupa para curar unos dolores de estómago y de riñones
que la tenían muy fastidiada.
La búsqueda se organizó rápidamente. La madre y algunos vecinos
recorrieron los alrededores, mientras los hermanos y los muchachos más
fuertes del pueblo iban hasta el santuario para ver si estaba por allá.
Qali volvía a sentirse culpable, pero se dijo a sí mismo que no había tiempo
para pensar en eso. Se disculparía con ella y le explicaría por qué no quería
llevarla en cuanto la encontrara.
La noche se hizo helada, silenciosa y muy oscura. Los muchachos que
habían ido al santuario regresaron sin novedades. La madre pasó despierta
el resto de la noche y antes del amanecer se echó una manta sobre los
hombros para salir con dirección a la montaña. Los hombres y las mujeres
del pueblo la siguieron poco después.
VII
Sin entender cómo era posible que su ropa siguiera seca, Maika tanteó la
orilla húmeda de la laguna de la que acababa de salir y hundió los dedos en
la capa blanca que llegaba hasta el agua: era nieve.
Al levantar los ojos, vio un chiquillo extraño que la observaba con
curiosidad. Dio un brinco tratando de alejarse y él se sobresaltó; parecía tan
confundido como ella. Se miraron con cautela durante algunos minutos.
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— ¿El hechicero del Inca? —repitió con tono aburrido, creyendo que se
trataba de un juego que se le había ocurrido al extraño muchacho.
— ¿No fue eso lo que viste? ¿Era el hechicero, no?
Maika no comprendía la angustia de su singular compañero, pero trató de
explicarle que lo que miraba eran la nieve y las nubes, pues no entendía
cómo era eso posible, si estaban en el interior de una montaña.
—Estamos en la cima de la montaña —corrigió el muchacho, mirándola
con sorpresa—. Estuve toda la mañana mirando el cielo reflejado en la
laguna y no te vi venir. ¿Cómo llegaste?
Ella describió lo que acababa de vivir, le habló de la grieta en la pared de la
montaña, del camino que se anchaba, de la ventisca que apagó su antorcha,
de la masa de agua que la atrapó y de cómo había creído que moriría
ahogada antes de que algo la sacara del agua.
Ukumari la miraba cada vez más asustado. De pronto, soltó los hombros y
rió.
— ¡Ya sé! Son cuentos para asustar a los niños. No hay ninguna grieta en la
montaña y tampoco puedes entrar en la laguna por el lado de abajo. No hay
puertas en el lecho del lago, lo sé porque nado acá todos los días —dijo en
tono concluyente.
VIII
Maika tampoco encontraba sentido en su historia. Si alguien se la hubiera
contado, no le hubiera creído. Pero ella estaba segura de que eso era,
exactamente, lo que le había sucedido. Estaba por insistir en su historia
cuando Ukumari le pidió callar. Un par de minutos después, llegó hasta
ellos el barullo de voces del exterior.
Varios hombres armados con macanas, huaracas y boleadoras iban detrás
de otro que parecía ser el jefe por el escudo, pechera y casco de cobre que
vestía. Por la expresión de pánico de Ukumari, ese debía ser el hechicero al
que temía. Uno de los soldados siguió con la mirada el rastro de huellas que
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agua con la cual regar sus tierras. Pero los hombres estaban débiles y no
conseguían subir a la montaña. Ukuku sintió compasión de ellos y les llevó
trozos del hielo que amontonó alrededor de la laguna para que pudieran
calmar la sed de sus tierras y de sus animales.
Maika recordó que su abuela le había contado esa historia cuando ella le
preguntó por qué los hombres del pueblo se vestían con ropas tan raras para
subir a la montaña. “El unku con flecos nos recuerda la piel de Ukuku, el
oso que salvó al pueblo de morir de sed”, había comentado.
— ¿Dónde están Ukuku y la princesa? ¿Siguen acá? —preguntó la niña.
—Para escapar del hechicero se convirtieron en parte de la montaña —dijo
Ukumari, señalando los picos más altos—. Cada cierto tiempo, el espíritu
de Ukuku recorre la montaña para ayudar a los hombres que suben en busca
del hielo pero, como el hechicero aún lo busca, su cuerpo no puede dejar la
roca. Yo bajé al pueblo, una vez, pero era más grande y más fuerte que la
gente de allí y me tuvieron miedo. Por eso regresé y vivo aquí.
IX
“Ya es hora de volver”, pensó Maika.
Sin detenerse por las advertencias de Ukumari, quien insistía en que la
laguna no la llevaría a ninguna parte, cerró los ojos y se lanzó al agua. Sintió
que se deslizaba a oscuras en un tobogán, pero un segundo después una
cálida claridad la envolvió. Al abrir los ojos, vio el camino de salida
iluminado por la luz que llegaba desde el exterior.
Mientras bajaba de la montaña, notó cambios en el pueblo que no le
resultaban fáciles de entender. De pronto se encontraba con granjas que ella
no conocía, colores que antes no había, personas que le eran desconocidas.
Sintió como si el tiempo pasado en la montaña hubiera sido mucho más que
algunas horas.
Al llegar a su casa, vio a un muchacho que tocaba la antara sentado junto a
la puerta. Lo reconoció pese a la ropa distinta y al raro corte de cabello que
tenía; sin duda era su hermano.
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VOCABULARIO
-Aguacero: lluvia repentina, muy abundante y de breve duración.
-Antara: especie de flauta de origen precolombino. Está hecha con cañas y
es similar a una zampoña pequeña, pero de una sola hilera o fila.
-Barullo: confusión, desorden.
-Cerillo: fósforo.
-Corona: cima, cumbre.
-Culebrear: sacudirse, moverse como una culebra o serpiente.
-Flequillo: serie de hilos o cordones colgantes de una tela. -Granizo: agua
congelada que cae fuertemente de las nubes en forma de granos.
-Guarecerse: refugiarse, ponerse a salvo de algo.
-Huasca: arma tradicional andina usada para lanzar piedras. -Indomable:
que no se puede domesticar o amansar. •Macana: arma hecha de madera
dura, garrote usado para golpear.
-Manayupa: planta medicinal de la región altoandina.
-Morral: saco o bolsa que se cuelga a la espalda, como una mochila.
-Mufia: hierba andina similar a la menta, utilizada para preparar infusiones
medicinales y en la cocina.
-Oso de anteojos: también conocido como oso andino, su nombre se debe
a las características manchas blancas que tiene alrededor de los ojos.
-Palpitación: latido acelerado del corazón.
-Pantorrilla: parte inferior abultada de la pierna.
-Pechera: pieza de una armadura destinada a cubrir y proteger el pecho.
-Propicio: adecuado o favorable para algo.
-Repiqueteo: sonido repetitivo que se produce al golpear algo, siguiendo un
ritmo estable.
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