Apuntes Mariologia PDF
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PROGRAMA SEMESTRAL
Índice general
Introducción
a. Acogida de María en el corpus teológico católico
b. Perspectivas desde las que se puede contemplar a María
c. Objetivo del curso
2. La vocación de María
2.1 ¿Qué se entiende por vocación desde el cristianismo?
2.2 Vocación y vida. Consideraciones sobre la trascendencia de la vida humana.
2.3 La vocación en la Iglesia.
2.4 Lc 1, 26-38: ¿un relato de vocación?
2.5 La respuesta de María
2.6 La segunda anunciación y el “sí” silencioso
2.7 Conclusiones
1
5.1.3 Significado de la Inmaculada en términos positivos
5.2 Fundamentos
5.2.1 Bíblicos
5.2.2 En la tradición eclesial
5.2.3 Razón teológica
2
Capítulo 1. La mujer judía en tiempos de María
3
imponía en el terreno de las ideas y en el de las prácticas. La valoración que hacían de la
mujer distaba mucho de la idealización de la amada y del vasallaje rendido a la dama en
tiempos del amor cortés, o de la apreciación en que se la tiene actualmente, al menos en las
ciencias antropológicas y en el lenguaje político correcto, porque perduran estereotipos
negativos. Presentamos, a grosso modo, un puñado de testimonios que avalan esta visión de
las cosas.
«Una hija es para su padre causa secreta de insomnio, y la preocupación por ella le
quita el sueño: cuando es joven, por si se casa; de casada, por si es aborrecida; cuando es
virgen, por si se deja seducir o queda embarazada en la casa paterna; cuando tiene esposo,
por si es infiel; en la relación conyugal, por si resulta estéril. Vigila atentamente a tu hija
indócil, no sea que se convierta en el hazmerreír de tus enemigos, comidilla de la ciudad y
comentario de la gente, y te ponga en vergüenza ante todos» (Eclo 42, 9-11).
Y poco más adelante se dice: «Una mujer puede traer vergüenza y desgracia» (Eclo 42,
14). Antes había declarado: «Un castigo, una ignominia y una gran vergüenza es la mujer
que domina a su marido» (Eclo 25, 20). Y recuerda que «de la mujer viene el principio del
pecado, y por ella todos morimos» (Eclo 25, 24).
2. Según Flavio Josefo (37-101 d. C.), la mujer es inferior al hombre en todo. Esto se debe
a que Dios ha otorgado toda la fuerza y la autoridad (krátos) al varón. 1
3. Entre los rabinos se dice del hijo varón y de la hija: «¡Feliz aquel cuyos hijos son
varones! Y ¡ay de aquel cuya descendencia son hembras!» (b. Quid. 82 b). Y el comentario
rabínico de Núm 6, 24 «El Señor te bendiga y te proteja» suena así «Te bendiga con hijos
varones y te proteja de las hijas, porque éstas necesitan una atenta vigilancia» (Números
Rabbah, 11, 5). Incluso llega a considerarse al padre exento de obligaciones básicas
respecto a las hijas. Escribe un biblista: Una niña es un ser inútil, una boca más que
alimentar, si es que se la alimentaba, porque algunos rabinos exoneraban a los padres de
esta obligación: “El padre no está obligado a alimentar a su hija” ». Y añade un nuevo
aspecto: «El padre tiene la posibilidad de vender a la hija como esclava, antes de que
cumpla los doce años. No sucedía lo mismo con los hijos». 2
1
Flavio Josefo, Contra Arpión, II, 201.
2
A. Aparicio, María, esposa de José, en EphMar 46 (1996), 305.
4
2. Aspectos sociales
1. La mujer, satélite del varón, guión unido a otra persona, realidad “en estado
constructo”, o realidad toda relativa a otro. Para distinguir a la mujer, se la designa con el
nombre de un pariente varón, especialmente el marido: “María la de Santiago”, “María la
de José”. La familia es una institución básica en Israel, el cuerpo intermedio básico por el
que el individuo se integra al ámbito social más amplio. Se recurre, pues, muchas veces a
los lazos de parentesco para designar a las personas: para distinguir a los varones se hace
referencia al padre: los hijos de Zebedeo, Santiago «hijo de Alfeo» (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18;
Lc 6, 15; Hch 1, 3). A la mujer se la designa o, mejor, se la determina, como hemos
apuntado, por el nombre del varón a quien está unida matrimonialmente, o por los hijos
(María, madre de Santiago y José: Mt 27, 26), o por el hermano (como sucede en María, la
hermana de Aarón). La mujer aparece esencialmente relativa y subordinada a otra persona,
primeramente al padre y, una vez casada, al marido, en los aspectos jurídico y social. El
valor “autonomía personal”, o “individual”, era escasa o nulamente apreciado en aquel
tiempo, como veremos a continuación al hablar de la dependencia.
5
llega a decir que «la mujer israelita, prescindiendo de algún residuo problemático de
matriarcado, desde el punto de vista jurídico es más cosa que persona». 3
La dependencia respecto al paterfamilias o jefe del clan afecta a todos los miembros
de la familia, también a los restantes varones. Ahí estriba una de las explicaciones que se
ofrecen del episodio de los familiares que intentan llevarse a Jesús, o apoderarse de él por
la fuerza y traerlo de nuevo a mandamiento (Mc 3, 20-21. 35-35). Pero él se desvincula de
esos lazos familiares que se convierten en una traba y remite a su nueva familia, formada
por quienes escuchan la palabra de Dios y la guardan: es la familia escatológica o familia
del Reino. En ella, llamativamente, desaparece la figura del “padre”. La relación de
fraternidad recíproca y el servicio mutuo son lo esencial.
3
A. Oepke, giné, en: ThWNT I, 781.
6
santificación, consagración, los qiddushim); luego, el matrimonio propiamente tal (los
nisuim). El primero queda realizado bajo el acto en el cual el novio entrega el anillo a la
prometida: “Estás ahora consagrada a mí a través de este anillo”. Y el segundo, en el
momento en que la mujer entra a la casa del marido.
7. Trato del varón con la mujer. Los varones deben conversar con ella lo menos
posible. Cuando el hombre habla excesivamente con la mujer se procura daño a sí mismo,
se abastrae del estudio de la ley y, finalmente, heredará el infierno. Las mujeres de Galilea
añaden al estima de su sexo el de su procedencia. Son consideradas como reptiles. Cae
sobre ellas la prohibición de Dt 27, 21: “Maldito el que yace con cualquier bestia”.
7
Capítulo segundo. La vocación de María
Los investigadores han estudiado el género del relato. Han propuesto la presencia de
uno o varios de estos cuatro esquemas literarios: el de anuncio de un nacimiento
maravilloso, el de vocación, el apocalíptico y el de alianza. El de anuncio de nacimiento
maravilloso ha sido probablemente el género que con más frecuencia se ha asignado a esta
perícopa. Otros anuncios son: Gén 16, 7-14 (anuncio a Agar del nacimiento de Ismael);
Gén 17 (gira en torno a la alianza de Dios con Abraham y contiene el anuncio de la
vocación de Isaac en 17, 16.19); Jue 3, 2-23 (anuncio a la mujer de Manoaj del nacimiento
de Sansón); Mt 1, 18-23 (anuncio a José del nacimiento de Jesús); Lc 1, 5-25 (anuncio a
Zacarías del nacimiento de Juan Bautista).
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10) 38. Consentimiento. Único en la SE. Jamás había aparecido un consentimiento así
en la Biblia. “El Señor está contigo”: Dios se compromete a estar en todo el proceso
de maternidad. Hay de por medio una alianza: Dios se compromete; María se fía.
Diversos autores han comparado Jue 6, 11-24 con Lc 1, 26-38. A pesar de las
diferencias, en ambos relatos se puede reconocer un mismo tipo narrativo. Veamos los
paralelismos.
2. Respuesta.
Irónica: “Si el Señor está con nosotros, Turbación, reflexión. Trata de averiguar el
¿por qué nos han sobrevenido estos saludor.
males?”
3. Comunicación de una misión
“Ve con la fuerza” (6, 14). La salvación “Le pondrás por nombre Jesús, porque
de Dios. salvará” (Lc 30-33).La salvación del
pueblo.
4. Dificultad, objeción.
Propia pequeñez. Clan más pobre. Virginidad. No conoce varón.
“Soy el más pequeño…”. (6, 15). “¿Cómo será esto…? (1, 34).
5. Promesa de asistencia
“Yo estaré contigo…” (6, 16). “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (1, 35).
6. Señal.
Gedeón reclama un signo: “Fuego que A María se le da sin pedirlo: Isabel ya está
consume…” (6, 17-ss). en el sexto mes (1, 37).
7. Consentimiento
No hay “He aquí la esclava del Señor…” (1, 38).
Hay una coincidencia general en que Jue 6, 11-24 se ha de designar como vocación
de Gedeón . El pasaje se ajusta al género “relato de vocación”, cuyos elementos son los que
hemos señalado más arriba. Por su correspondencia con el relato de Jue 6, 11-24, parece
indicado designar Lc 1, 26-38 como la vocación de María. Sin embargo, no basta este
parangón para explicitar teológicamente lo narrado por Lucas. El anuncio a María, a
diferencia de todas las predicciones escriturísticas semejantes presenta la misión a María
para un evento hasta entonces inusitado: la maternidad mesiánica. Se expresa que el
nacimiento de Jesús no se ha de vincular con María de una forma cualquiera, sino que dicha
maternidad hay que considerarla como la vocación auténtica de María.
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Según el contenido principal, este texto anuncia el nacimiento y la importancia de
Jesús (Lc 1, 31.33.35). Según el conjunto de su forma da a entender que la anunciada
maternidad respecto a Jesús constituye el contenido de la vocación de María. Así como en
Jue 6, 11-24 se trata urgentemente de la liberación de Israel de la mano de los medianitas,
así en Lc 1, 26-38, es Jesús la realidad central. No obstante, María no es en este pasaje un
personaje colateral o secundario, como tampoco en la otra narración Gedeón está al margen
del acontecimiento.
De igual modo que para Jue 6, 11-14 no se considera un título adecuado “anuncio
de la liberación de Israel”, sino “vocación de Gedeón para la liberación de Israel”, así el
título que cuadra a Lc 1, 26-38 no es “anuncio del nacimiento de Jesús”, sino “vocación de
María para la maternidad respecto a Jesús”.
10
extraordinaria de Dios, y su fruto el Hijo del Altísimo (cristología neotestamentaria de Lc 1,
35-36); la donación de un signo: el embarazo de Isabel. A su vez, la reacción de María ante
el saludo es la turbación y la perplejidad (la presencia y la palabra de la alteridad, del Otro,
nos altera); el gran anuncio la lleva a preguntar por el modo en que se cumplirá; tras la
explicación y el signo, viene la intervención decisiva en que María pronuncia el hágase. De
la turbación se pasa a la comprensión, y de ésta al consentimiento personal.
5. La respuesta de María
Ningún relato de vocación termina con una formulación tan expresiva de plena
adhesión a la voluntad del Señor como aquella que con la que María se adhiere al plan
divino. Examinemos con cierto detalle ese fiat.
Según G. Odasso, parece que las palabras de María “he aquí la esclava del Señor” se
siguen entendiendo en muchas comunidades cristianas como manifestación de la humildad
de María. En cambio, los filólogos señalan que la locución “siervo del Señor” se ha de
comprender en el contexto histórico-cultural semítico, donde denota al ministro del rey, al
igual que el sintagma “los siervos del Faraón”, que designa a los que participan más que
ningún otro en la realización del gobierno de su soberano. Es lo que sucede también en la
Escritura cuando presenta como siervos de Yahvé a los profetas, o a Moisés. En este
contexto, las palabras puestas por Lucas en labios de María la muestran como la que acoge
11
la Palabra desde la conciencia de la propia misión según el designio de Dios. Siervo, pues,
era un título de dignidad en el mundo religioso. En el NT figura del algún modo el título
“siervo de Dios y de Jesucristo” (Sant 1,1), o “siervo de Dios” (Tit 1,1), o “siervos de
Jesucristo” (Rom 1,1: Flp 1,1). El servicio a Dios connota no sólo reconocimiento de la
soberanía divina, sino también la pertenencia a Dios y su protección.
a) Éste es en primer lugar un sí libre. Dios toma a María por Madre y se sirve de su
carne, porque ella quiere prestársela. Dios se encarna voluntariamente, y por eso quiere que
su madre lo engendre libremente y de todo su corazón. 4 María vive una confianza
plenamente activa. Actúa, pero en el fondo, deja todo en la providencia de Dios.
6. Pasemos ahora a presentar la raíz teológica del sí María. ¿Cómo puede darlo? La
clave explicativa es el amor de Dios. La conciencia viva, agradecida, admirada y gozosa de
este amor (cf. Magníficat) es la raíz de la que brotan el tallo erguido y el fruto maduro de
un sí. Desde esta conciencia y desde la gratitud que surge con espontaneidad y a la vez con
asentimiento en el interior se entra a un camino de entrega, disponibilidad, acogida sin
4
N. CABASILAS, Homilía sobre la Anunciación, cit. en. V. LOSSKY, Théologie mystique, 137.
5
I. DE LA POTTERIE, María en el Misterio de la Alianza, Madrid, BAC 1993, 65-66; cf. F. X. DURWELL,
María, en meditación ante el icono, Madrid, Paulinas 1990, 48.
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reservas del querer de Dios. El reconocimiento, es decir, el conocimiento del amor que se
nos tiene y la gratitud que se despierta en nosotros, conduce a la oblatividad; la oblatividad
lleva a la docilidad y disponibilidad, y ésta a la obediencia. Es el proceso paradigmático
vivido por María; es el proceso que está llamado a vivir el creyente.
7. Por otro lado, este momento biográfico de María tiene un cortejo teologal, es
decir, el sí de la Anunciación, visto retrospectivamente, tiene unos antecedentes, una
prehistoria; visto prospectivamente, tiene una posteridad. Aquel no fue el primer sí de
María al querer de Dios, y tampoco fue el último sí; fue a la vez punto de llegada y punto
de partida. La agenda del día de la Anunciación está escoltada por quereres divinos más
menudos dictados para los años y jornadas precedentes; y la escoltarán otras anunciaciones
que se le harán en jornadas y años venideros. La agenda de María es como un encerado
limpio en que Dios puede escribir los deberes que tocan cada día a su servidora.
8. Debemos dar el salto o paso a la historia: ¿Qué sucedió? ¿Hubo una aparición
evangélica y un diálogo en los términos precisos en que se narra, o en términos similares?
Advertimos, primero, que no se habla de aparición (no figura el término ópte: “se
apareció”, que si figura en Lc 1, 11. Estaríamos más bien ante la dramatización de la
experiencia teologal de María. Desde el punto de vista hermenéutico-teológico, parece
razonable la explicación de R. E. Brown, donde indica que este relato no responde a la
experiencia psicológica de María en el momento de la encarnación. Es, más bien, una
“concentración simbólica” de toda la experiencia de María, tal como la recordaba la
comunidad. las actitudes de obediencia, fe y acogida de María, son probablemente la
retroproyección, hacia momentos desconocidos de su vida, de los recuerdos históricos que
tenía la comunidad cristiana sobre el modo de ser de María como mujer obediente, creyente
y acogedora a partir del ministerio de Jesús: no tanto de María-madre, cuanto María-
discípula, seguidora de Jesús. Con esto se indicaría que María mantuvo desde el comienzo
una actitud de servicio, obediencia y disponibilidad ante el Misterio de su Hijo.
6
Cf. L. BOFF, El rostro materno de Dios, Ed. Paulinas 1987, Madrid, 135-136.
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comunión con él, también sin consulta previa, en vez de dejarnos primero en un hipotético
estado natural. Pero pensamos que al escándalo de fe no pertenece un golpe de mano divino
en el momento de la encarnación, de modo conciba en el vientre antes que en la mente,
incluso aunque Dios sepa en su omnisciencia que María diría que sí al hecho consumado.
Cuando los padres de Jesús presentan al niño, entra a escena Simeón. Toma al niño
en brazos y prorrumpe un canto de alabanza: ¡por fin ha llegado el consuelo de Israel! Acto
seguido hace un anuncio a la Madre. Se lo ha llamado “la segunda anunciación”. La
primera fue un misterio de puro gozo; en esta otra se avistan ya misterios de dolor. Al “será
grande” le hace contrapunto “será bandera de división"; y el saludo “alégrate, llena de
gracia” queda tocado por el anuncio “una espada te atravesará el alma”.
El mensajero, un anciano, no pretende ser profeta de calamidades: sus ojos han visto
al Salvador, que es la luz para alumbrar a las naciones y gloria de Israel, el pueblo de Dios.
Pero Lucas señala en varias ocasiones la necesidad de que el Hijo del hombre o el Mesías
pase por ese trance de sufrimiento y muerte violenta antes de entrar en su gloria (Lc 9,22;
24,26; cf. 18, 31). No se trata de una necesidad metafísica, que perteneciera a la estructura
misma de la realidad y a los procesos forzosos de la historia. y tampoco es una fatalidad
cósmica, algo escrito por los astros, por así decirlo; a diferencia de lo que pasaba entre los
griegos, la fe de Israel no admite que la historia humana, como los avatares de los dioses,
esté dominada por un poder oscuro e ineludible que se cierne cósmicamente sobre ella,
llámese necesidad, destino o fatalidad. Todo el devenir del cosmos y todos los procesos de
la historia penden de la voluntad del Dios único y todopoderoso. Por consiguiente, la
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necesidad de que hemos hablado no es algo que se impone brutalmente a Dios mismo y que
queda fuera de su control.
¿Qué sentido preciso tiene la expresión relativa a la espada que traspasa a María?
a) Orígenes pensó que es la duda que asaltó a María ante los fracasos y el rechazo que
asaltó a su Hijo, como una espina que se clavó en su fe pura;
b) Otros han hablado de una muerte violenta y martirial;
c) Comúnmente se dice que es el sufrimiento de la madre ante la cruz de Jesús,
participando en el sufrimiento de su hijo. Un autor italiano, G. Ravasi, ahonda así:
«María, a los pies de la cruz, perdiendo al Hijo lo perderá todo, y, sin embargo, al
convertirse en la madre de la Iglesia, cuerpo de Cristo glorioso, lo recibirá todo. La
ley de la espada evangélica es la de perder para hallar, es la lógica de la pobreza
total para obtener la verdadera riqueza, del abandono a Dios en la fe para ser
plenamente saciados, consolados, salvados» (G. Ravasi, Los rostros de María en la
Biblia, San Pablo, Madrid 2009).
d) Según otra interpretación, la espada es la palabra de Dios. Esta palabra es como
espada de doble filo que penetra hasta las honduras del corazón. María es la
creyente que tiene que enfrentarse con la palabra de su Hijo, simbolizada en la
espada. María hizo que sus pensamientos se aclarasen y juzgasen a la luz de aquella
palabra y se conformó a ella con un crecimiento constante.
e) Tenemos que decir, finalmente, no se puede separar el destino de la madre del
destino del Hijo. María participa en la experiencia de rechazo de Jesús, pues no
pueden dejar de repercutir sobre ella las vicisitudes de la vida de su hijo.
¿Se abre en Jn 19, 25-27, al menos de forma implícita, un nuevo ciclo en la misión de
María? El v. 27 indica que el discípulo la recibió en su casa / entre sus bienes más
preciados; pero ¿no cabe afirmar que a María se le confía la solicitud por el discípulo? El
texto presenta, en el nivel literario, un “esquema de revelación”. Juan recurre a un modelo
que tiene tres momentos: a) visión de un personaje, indicado por su nombre; b) uso del
verbo “decir”; c) señalamiento con la partícula “he aquí”, “he ahí”, “ahí tienes”, “éste es”,
etc., que revela una nueva misión del personaje. Podemos aludir algunos ejemplos: Jn 1,29;
1,47.
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instituye realidad y sentido en un determinado ámbito. Podríamos ver cierta continuidad
entre la vocación-misión de María respecto a Jesús y respecto al discípulo predilecto:
ambas etapas se enlazan por la misma condición de maternidad. Habría como una
transferencia, un legado.
¿Sucedió esto históricamente? (entendiendo aquí por historia el nivel de los hechos que
un testigo puede presenciar y registrar para la posterioridad, o, si se quiere, algo que podría
haber sido grabado con nuestros medios audiovisuales). Dado que los sinópticos no dan
noticia de la presencia de María en el Calvario (aunque tampoco la niegan), podemos
admitir que Jn 19, 25-27 es una composición del evangelista con rico valor simbólico, pero
no el relato cronístico de un suceso sin más. A nosotros nos interesa sobre todo el otro
nivel, el de la relación de María, tras la muerte de Jesús, con la comunidad primitiva.
¿Cómo podemos pensarla? El comienzo de Hechos puede dar también alguna pista: el autor
la presenta con el grupo de los once reunidos en el cenáculo, acompañada por algunas
mujeres y los “hermanos” de Jesús. Y en Lc 1,48b se pone en labios de María esta
afirmación: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones». Tanto en Jn 19,27 como
en Lc 1,48b y Hech 1,14 se presenta como a una persona acogida en las comunidades.
Correlativamente, podríamos sugerir que María fue memoria viva de Jesús entre los
primeros creyentes, que tomó parte activa en la vida de la comunidad y que ejerció
discretamente un influjo “materno” desde su fe (cf. «dichosa tú, que has creído» [Lc 1,45])
y desde su amor a los hermanos que integraban la pequeña Iglesia de los inicios. De este
modo daría cuerpo a su misión en la nueva circunstancia.
8. conclusiones
2. Dicha misión tiene un “hacia dónde”. Dios mismo es su hacia dónde, como lo es
de todo ser humano; el Reino de Dios (la consumación propia y la de todos cuando Dios lo
sea todo en todas las cosas). Tiene una razón para vivir y desvivirse, un porqué y un para
qué, un por quién y un para quién. Es peregrina de Dios, de la verdad, el bien, la belleza
siempre mayores.
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5. Su vida cobra unidad y flexibilidad. No es madre unas horas de jornada, sino las
24 horas del día. La flexibilidad viene exigida por el tipo de relación (una relación personal
sumamente singular) y por el tipo de acompañamiento que requiere el proceso biográfico
del hijo desde la concepción hasta la plena autonomía.
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Capítulo tercero. María, discípula en el testimonio del NT
1. Introducción
Varios Padres de la Iglesia (vgr. san Agustín) y los papas Pablo VI y Juan Pablo II han
presentado a María como discípula de Jesús. Pablo IV, en el discurso de clausura del tercer
periodo del Vaticano II, el 22 de noviembre de 1964, declara que María «en su vida terrena,
realizó la perfecta figura del discípulo de Cristo»; en la Maria cultus (2 de febrero de
1974), la propone como «la primera y más perfecta discípula de Cristo» (MC 35). Según
Juan Pablo II, María fue la primera de sus discípulos: la primera en el tiempo, pues «al
encontrarlo en el Templo recibe del hijo adolescente lecciones que conserva en el corazón;
la primera sobre todo porque nadie fue “enseñado por Dios” en un grado semejante de
profundidad» (Catechesi tradendade, 73).
La congregación para el culto divino promulgó el 15 de agosto de 1986 una misa votiva
de la Virgen, que tiene por título “Santa María, discípula del Señor”. La Congregación para
la Educación Católica, en su carta sobre La Virgen María en la formación intelectual y
espiritual (1988), atribuye al Concilio la presentación de María como discípula que acoge
el dicho de Jesús sobre la superioridad del Reino por encima de los vínculos de la carne y
de la sangre y sobre la felicidad de los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como
hacía fielmente ella (n° 7). Es un título que le reconocen con gusto distintos exégetas y
teólogos.
2. El discipulado primitivo
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He aquí una lista de notas que caracterizan a los seguidores:
19
2.2 Contraste entre Jesús y los rabinos. Dos tipos distintos de discipulado
Rabinos Jesús
1. Son estudiosos y Es un profeta (el profeta del tiempo final), un
comentaristas de la Ley y de carismático, no meramente un maestro. Relación
la tradición oral según singular con el Abbá. Actúa como profeta y
ciertas técnicas exegéticas. carismático, e imparte su enseñanza, en diversos
lugares: en la sinagoga, en la casa, en casa de sus
anfitriones, en espacios al aire libre (junto al lago, en
el monte).
2. Residen en un lugar fijo. Es un carismático itinerante, que actúa en distintas
poblaciones. Tiene discípulos itinerantes, que forman
su nueva familia, que convive con él (Mc 3,13-15);
tiene también discípulos residentes (Marta, María,
Lázaro, etc), o los setenta y dos (Lc), reciben el poder
de expulsar demonios y curar enfermedades y el
encargo de anunciar el señorío de Dios. No son meros
apéndices de una doctrina.
3. No están en los márgenes de No está integrado en ningún grupo tradicional y
la sociedad. asentado. Algún autor (J. P. Meier) lo presenta como
“judío marginal”.
4. - Camina ligero de equipaje y envía a los discípulos en
misión ligeros de equipaje.
5. El rabino es elegido por el Él es quien elige a su seguidor y lo llama. Por eso
alumno. Cada aspirante o hablamos de vocación al seguimiento (y al
aprendiz busca su propio discipulado). Instituye el grupo de los Doce. Los
maestro. discípulos se adhieren a su persona.
6. No admiten alumnas. Admite mujeres en su seguimiento, aunque no se usa
el término mazétria (discípula) y no hay relatos de
vocación de mujer. Cf. una lista femenina en Lc 8,1-3.
7. Vive de su patrimonio y de Cuenta con el apoyo de los amigos y bienhechores del
las atenciones de sus grupo (y de las seguidoras que ponen a disposición
discípulos. sus bienes). A través de ellos se hace presente la
providencia de Dios con los suyos.
8. Son maestros que Bebe en su propio pozo. Lo mismo que ha llamado
interpretan la Ley y las con autoridad, actúa y habla con autoridad. Esto no
tradiciones. quita para que en él un proceso educativo y un avance
o crecimiento en sabiduría (cf. Lc 2,52).
9. La relación discípulo-rabino El seguidor-discípulo lo es de modo permanente,
es de duración limitada. El estable. La duración es ilimitada. La enseñanza va
discípulo alcanza su “título” dirigida al pueblo y a los discípulos. Parece que se
y puede convertirse en concentra más en estos que en el pueblo a partir de un
maestro. momento en que el pueblo, o sectores del pueblo,
pueden volverle la espalda.
10. No hay exigencias radicales Exigencias radicales a los seguidores: desarraigo de la
propias del rabí. Comenta familia natural; desprendimiento de los bienes (“lo
20
las exigencias de la Ley, con dejaron todo”, “ve, vende lo que tienes, da el dinero a
cierto rigor o con cierto los pobres…”); confianza plena, ilimitada, en la
laxismo, según la escuela. providencia del Padre; amor a los enemigos, cargar
con la cruz, etc.
11. Falta la tensión En su anuncio y enseñanza hay una fuerte tensión
escatológica. escatológica: anuncio de la llegada del Señorío de
Dios. Llamada a la vigilancia. Parábolas de la espera.
El discipulado se caracteriza en esencia por estos tres elementos: a) comunión con Jesús
y con su misión, formando la familia del Reino; b) la configuración con él, asimilando sus
enseñanzas, secundando sus exigencias radicales y reproduciendo su ethos, estilo de vida;
la participación en su misión, por la vía del anuncio y de las sanaciones, o por la
hospitalidad y cierto eventual anuncio en el lugar de residencia. La comunión funda la
configuración.
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• Mc 3, 20-21: «Volvió Jesús a casa y se junto tanta gente que no los dejaban ni
comer. Al enterarse su familia (hoi par´autoú), vinieron a llevárselo (kratésai),
porque decían que no estaba en sus cabales (exéste)».
• Mc 3,22-39: Acusación de los escribas y réplica de Jesús.
• Mc 3, 31-35: «Llegaron su madre y sus hermanos y desde fuera lo mandaron
llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: Mira, tu madre y tus
hermanos están fuera y te buscan.
Les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y, pasando la mirada por
el corro, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumple la voluntad de
Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Estas dos unidades forman parte de los pasajes que se ha dado en denominar textos
antimariológicos (“declaraciones antimarianos”, “escenas de rechazo”, “episodios de
incomprensión”). María es la madre de Jesús, de eso no hay duda (Mc 6,3); pero
preguntamos: ¿es también su discípula en el ministerio del hijo? ¿No da pie el texto de
Marcos para establecer una drástica contraposición entre maternidad y discipulado.
A) Mc 3, 20-21
B) Mc 3, 22-30
A´) Mc 3, 31-35
En ese sentido, la interpretación idónea permite traducir hoi par´aotoú (3,21) por
“su familia”, la cual reaparece en Mc 3, 31-35. La unidad central no es una pieza totalmente
heterogénea respecto a las otras dos: habría cierta actitud entre la actitud de los familiares y
la de los escribas de Jerusalén.
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pensar que estaba trastornado (verbo exístamai), entraban en el círculo de la apistía y
pretendían tomarlo por la fuerza (kratésai). Los motivos concretos pueden ser: les causaba
complicaciones políticas; era célibe, su conducta no convencional lo enfrentaba con
autoridades religiosas, su modo de vida tenía consecuencias económicas negativas; se ha
emancipado de la familia y la desacredita. En suma: el eventual desarreglo mental se
traducía en un trastorno en el orden social.
Marcos, sin gran escrúpulo por la objetividad histórica, construye una tesis
teológica que se puede enunciar así: «Ninguna persona o grupo (fariseos, herodianos,
escribas, multitud, familiares y discípulos) comprendieron a Jesús antes de la pascua». Los
familiares quieren retenerlo (kratésai), al ver que lo embarga un estado de exaltación
apostólica o de entusiasmo profético que lo lleva a descuidar las necesidades elementales
de la vida: tal sería el sentido de existamai. María interviene para preservar la vida preciosa
de su hijo e inducirlo a que tenga más precaución. No hay, pues, motivo para calificar a
María de incrédula.
Podemos estar ante un relato ficticio en cuanto episodio biográfico del Jesús
prepascual; pero se ha retroproyectado hacia ese periodo una situación que se vive en la
comunidad. Estos serían los elementos que hay que tener en cuenta:
23
otorgan cierta primacía a la familia natural de Jesús; los helenistas acentúan la
novedad, la libertad respecto a las leyes judías y aun la ruptura con éstas en sus
elementos particularistas, así como la novedad de la familia escatológica de
Jesús, ajena a todo vínculo de carne y sangre y contraria a las reivindicaciones
de la familia natural.
c) María, miembro natural de la familia de Jesús y quizá favorable a sus
pretensiones, conoce ese particular rechazo o negativa por parte del grupo
helenista.
d) Marcos reflejaría en su evangelio esas tensiones de la primera generación. Los
evangelios posteriores (Mt 12,46-50; Lc 8,19-21), ajenos ya a esa situación,
dejan caer Mc 3,20-21 y eliminan lo que suene a conflicto: no hay “cargos”
contra Jesús, ni un requerimiento de que se acerque a los familiares. Estaríamos
ante un proceso evolutivo en las tradiciones.
3.2.5 Conclusiones
7
V. Taylor, Evangelio según san Marcos, Cristiandad, Madrid 1980, 265-266.
E. Best, Disciples and Discipleship. Studies in the Gospel according to Mark, T. & T. Clark LTD, Edimburgo
8
1986, 156.
24
5. Mc 3,31-35 refiere un hecho verosímilmente histórico, que puede ser simple o
doble: simple, si se reduce al intento de la familia de Jesús de acercarse a él y a su propósito
de convocarlo; simple, también, si se restringe a las tensiones vividas en la primitiva Iglesia
de Jerusalén por mor de las reivindicaciones de los familiares de Jesús y de la oposición a
ellas de otros sectores; doble, si se comprende la suma de ambos hechos, cada uno en su
momento. Pero cabe también que nos hallemos ante uno de varios tipos de pronouncement
story. ¿Quedaría por ello sin decidir la historicidad del relato? Parece razonable pensar que
la declaración, supuestamente de Jesús, haya estado en conexión con una situación
concreta; es lo que sucede con el macarismo que pronuncia la mujer anónima (Lc 11, 27-
28): esta precisa circunstancia puede muy bien propiciar que Jesús encarezca la dicha del
discipulado por encima de la dicha de la maternidad.
25
Relaciones De dominio. De comunión.
Verticalidad / piramiladidad Horizontalidad.
Figura del padre Presente. Es la figura Ausente.
dominante
Rasgo acentuado Control y sumisión Afecto y cuidado mutuo.
26
4) «Se hizo carne y acampó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia
del Hijo único del Padre, lleno del don de la verdad» (Jn 1,14).
En este proceso de acción-manifestación vemos involucrada a María de distintos
modos:
a) Ella es también una criatura de nuestro mundo. Si entendemos la creación, no
como un acto puntal, sino como un proceso continuado, en la génesis de María,
como en la de toda otra realidad, interviene la Palabra. Desde otra perspectiva,
podemos entender la creación como relación trascendental de dependencia que
continuamente dicen las cosas a Dios y a su Palabra; también en este sentido
dice María una relación a la Palabra creadora.
b) Israel es destinatario especial de la Palabra de Dios
27
4) La guarda, a diferencia den quien sólo la oye, o incluso de quien la oye y la
acoge con alegría, pero la olvida pronto, o la ahoga y no la deja echar raíces
hondas. María le da larga hospitalidad, la guarda consigo (Lc 2, 19.51). Éste es
un ejercicio de la memoria. María graba en sí la Palabra y podrá volver una y
otra vez sobre ella, para vivir el siguiente paso.
5) Considera (Lc 1, 29) y medita (Lc 2, 19) la Palabra en su corazón: gracias al
recuerdo, retorna sobre ella, le da vueltas, la acuna dentro de sí. Intenta escrutar
su sentido, comprenderla y asimilarla, interiorizarla, sobre todo cuando no la ha
comprendido (Lc 2, 51). El corazón de María aparece como la cuna de toda la
meditación cristiana sobre los misterios de Cristo. Es un corazón sabio.9 Jesús
era un niño que le daba mucho que pensar a la madre. Dar que hacer y dar que
pensar son “dones” que complican la vida, pero así es como la hacen rica y
compleja.
6) La comparte y celebra. (encuentro con Isabel y canto del Magníficat: Lc 1,
39-56). El momento de compartir no se refleja expresamente en Lucas; sí la
celebración, en cuanto el Magníficat ensalza las obras que Dios ha realizado por
su Palabra.
7) La pone en práctica cuando su contenido es un mandato encargo. El
macarismo de Lc 11, 28 se aplica a María, que ha respondido: “He aquí la
esclava / la sierva del Señor” (Lc 1, 38). Lo propio del esclavo es cumplir los
encargos que se le hacen. Tal obediencia es también una de las modalidades del
creer, según esta definición: «creer es entrar en las intenciones de Dios».
8) La espada a la que se refiere Simeón en Lc 2, 35 es la Palabra, que como
espada de doble filo entra hasta lo más íntimo. María hizo que sus
comportamientos se aclarasen y juzgasen a la luz de aquella palabra y se
conformó a ella con un crecimiento constante. Esto suponía para ella gozo y
dolor. 10 Gozo, por los frutos de la palabra en ella y en cuantos la acogían; dolor,
cuando no la comprendía (cf. Lc 2, 49-50: primera pascua de Jesús, que cabe
leer como concentración simbólica de los momentos de oscuridad o falta de
inteligencia). El dolor alcanza el paroxismo en la crucifixión de Jesús; María ha
de obedecer la voluntad del Padre y permanecer fiel a las palabras del Hijo en
ese momento de tiniebla. Es el punto crucial de la transfixión que esta palabra
produce en las fibras de María.
9
J. M. Alonso, Inmaculado Corazón, en: Diccionario de Mariología, San Pablo, Madrid 20013, 944.
10
A. Serra, Biblia (Lucas), en NDM, 338 B.
28
al discipulado. Haremos más adelante un modesto apunte, teniendo en cuenta otro
texto lucano: Hch 1, 12-14.
Aquí Jesús llama a María con el apelativo de “mujer”, cargado del significado histórico-
salvífico, pero no proscribe el vocabulario familiar: a la mujer, subrayando su maternidad,
11
L. Dufour, Lecrture de l´ évangile de Jean I,Éditions du Seuil, París 1988, 227-228.
12
A. Destro – M. Pesce, Gesú, sua Madre, i fratelli e i suoi discepoli nel Vangelo di Giovanni, en: L. Padovese,
Atti di III Simposio di Efeso su s. Giovanni apostolo (Roma, 1993) 57-58.
29
le ofrece un hijo y al discípulo le entrega una madre. A María se la declara de la nueva
familia, de modo que se podrá sostener que el discípulo resulta remodelado sobre la base de
los criterios y lógica del parentesco. María pertenecerá a la comunidad del discípulo amado,
pero en calidad de madre. La palabra de Jesús tiene una función performativa, posee una
fuerza instituyente y crea un nuevo estado de cosas.
6. Complementos biográfico-sistemáticos
6.1 María, maestra de Jesús
Además, debemos tener presente que aquí se ventila una cuestión teológica; de
cristología, más en concreto. En este orden, como en el biológico, el niño Jesús es un ser
marcado por carencias; necesita recibir de su entorno, particularmente de los otros
“importantes”, los nutrientes culturales (lengua, usos y costumbres, formas de relación) que
le permitirán crecer en su humanidad concreta. Lo contrario equivale a un colosal
docetismo biográfico: Jesús simularía aprender, ir madurando psíquicamente, asimilar un
patrimonio humano sin que en realidad recibiera nada. Estaría henchido emocional,
afectiva, cognitivamente. Su área psíquica se hallaría perfectamente configurada desde el
principio y no conocería procesos ni evolución. Sus preguntas serían puramente retóricas;
30
sus búsquedas, simulacros; todo, en fin, un juego de apariencias. Esto -queda dicho- es
auténtico docetismo biográfico, salvo que lo queramos llamar apolinarismo encubierto, en
el que un Logos divino abrasador calcina hasta el más pequeño brote de psiquismo humano.
Esto significa que «María procede por crisis, llevando a cabo saltos y pasos dolorosos y
traumáticos, que se expresan en los llamados episodios de incomprensión. Podemos
también afirmar que María avanza por lisis, es decir, mediante una asimilación gradual del
misterio de Jesús y de sus palabras, hasta llegar progresivamente a la confianza total en el
hijo en las bodas de Caná.13
Por otro lado, aunque desconocemos los modos y los tiempos, después de la Pascua de
Jesús, María recorre cierto camino de discipulado: porque pasa de una fe y un credo (los
del AT) a las novedades de otra fe y otro credo que irrumpen con Jesús (los del NT);
porque pasa de una familia, la familia natural y la familia del pueblo de Israel, a una nueva
familia, que va más allá de las otras dos: la familia del Reino, en la que los lazos de la
sangre ceden ante el nuevo vínculo que es el querer de Dios en este preciso y decisivo
13
S. de Fiores, Discepola, o. c., 497.
31
momento de la historia; porque pasa de un mundo de ideas, valores y comportamientos (el
de la antigua Alianza) a un nuevo mundo de sentido, valores y conductas, como aparece
plasmado en el discurso del monte: va del “oísteis que se dijo” al “yo os digo”. Más en
concreto, transita de la configuración concreta que la antigua Alianza cobra en alguna
corriente del judaísmo contemporáneo a María (se habla de los anawim) a la nueva figura
propuesta por Jesús, con las continuidades y discontinuidades que se den entre ambas
figuras. Entra en la nueva familia de Jesús resucitado, y ahora es más discípula y es más a
fondo y más en la entraña hija de su Hijo. Vive una ascensión hacia la cima de la propia
verdad que el Padre le sigue regalando en Jesús.
32
oponen en Mc 3, 20-21; 31-35. Por lo que respecta a María, se ensamblan en la
doble obra de Lucas, y por lo que respecta a los hermanos de Jesús, en Hch 1, 12-
14. En Juan no hallamos un contraste, sino más bien una unión.
8. Así pues, María vive la comunión con Jesús, desde la doble vertiente de madre y
discípula; vive la configuración con Jesús, pasando por los despojos que la
misión y el destino de su Hijo requieren y viviendo los procesos que la hacen
entrar cada vez más en la familia del Reino. María, la creyente israelita, ha
acogido en su juventud la misión de maternidad mesiánica confiada por Dios y en
su madurez acoge la nueva misión que recibe desde la palabra reveladora; se le
muestra presente en la comunidad primitiva de Jerusalén (Hch 1, 12-14).
33
Capítulo cuarto. La cooperación de María en la obra de la
salvación
María concibió y dio a luz a Jesús, y la crianza del niño dependió en buena medida
de su madre; salvo los docetas y gentes afines, nadie negará estos asertos, que pertenecen al
terreno de la historia, aunque también sean decisivos para la fe. Damos ya un salto cuando
decimos que María es madre de Dios: esta afirmación es estrictamente de fe, y en ella están
de acuerdo las Iglesias y comunidades eclesiales. Un paso nuevo y distinto, pero también
propio del ámbito de la fe, es el que damos al declarar que María cooperó a la obra de la
salvación o redención del género humano. Ahí se detienen no pocos protestantes, mientras
que entre los católicos ha habido y hay distintas interpretaciones teológicas de ese aserto.
34
total alteridad de Dios, totaliter aliter. De ahí también la tendencia a nivelar la Escritura y
la tradición, a Jesús y a María, a Cristo y al Papa. Tanto el hombre como Dios caerían bajo
el mismo concepto de ser, el cual, pese a todas las diferencias que se quieran subrayar, se
aplicaría alegremente a ambos. La analogia entis sería “la” invención del Anticristo, cuya
expresión práctica sería el culto a María»14.
En efecto, tanto en la conjunción “y” como en la relación con la Madre del Señor
percibía Barth una disonancia de fondo entre católicos y protestantes. El desacuerdo entre
unos y otros lo veía él «patentizado en la palabrita “y” que los romanos añaden a lo que
nosotros, según la persuasión evangélica, pensamos que debemos confesar. Nosotros
creemos en Jesús, el Señor. ¡Punto! Todo está contenido ahí: creo en Dios Padre, creo en el
Espíritu Santo, en Jesús. Los católicos dicen: sí, en Jesús y en María. Y entonces viene esa
María, aparece junto a Jesús... no lo puedo explicar ahora, pero en un papel muy importante
para los católicos. Y ahí no podemos seguirles, a no ser que seamos protestantes a medias
que metemos todavía un poco de mariología en todo esto. Donde está ese “y” , ahí
comienza el catolicismo: Jesús y María. ¡Honor a María! De María se pueden decir muchas
cosas buenas. Pero no se la puede colocar junto a Jesús»15.
«Todo intento de hacer de su persona [la de María] objeto de una atención especial,
de otorgarle en la historia un papel independiente, aunque fuera totalmente relativo, es un
atentado inferido al milagro de la revelación; porque se tiende así a hacer depender este
milagro, no solo de Dios, sino, suplementariamente, del hombre y de su receptividad.
Ahora bien, lo que sucede en el Nuevo Testamento es exactamente lo contrario. [El Nuevo
Testamento] lo ignora todo de una gloria que “rebota” sobre el hombre agraciado y
receptivo. […] Por la Theotókos (madre de Dios), el concilio de Éfeso intenta precisamente
no atribuir a María ninguna “colaboración” en la obra de la redención divina»16.
14
A. GONZÁLEZ, Aproximación a la filosofía de Xavier Zubiri, en “Iglesia Viva” 203 (2000) 130.
15
K. BARTH, Gespräche 1959-1962 (Gesamtausgabe IV/4) (Zurich, Theologischer Verlag, 1995) 378.408;
Gespräche 1964-1968 (Gesamtausgabe IV/28) 193. Tomo las referencias de B. R
, María en la comunión de las Iglesias (Obispado de Jaén, 2004) 23-24
IVERA .
16 K. B , Dogmatique
ARTH , vol. I, t. II* § 15 = vol. 3 tr.fr. (Ginebra, Labor et Fides, 1954) 129-130.
35
combinados Escritura y Tradición, Cristo y la Iglesia (Cristo y María), la gracia y la
cooperación humana, la fe y las obras (donde parecen entenderse los segundos términos
como elementos adicionales que completarían la insuficiencia o lagunas de los primeros) /
la fe y la razón, gloria a Dios y honor a María (esta, como criatura especialmente
divinizada).
En 1 Tim 2,5 se dice: «No hay más que un Dios y no hay más que un mediador
entre Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó como precio por la
libertad de todos». En este pasaje se habla de la entrega redentora de Cristo, a quien se
presenta, al parecer, como único mediador entre Dios y los hombres. No figura para nada
una mediación mariana, ni siquiera subordinada, no digamos ya coordinada.
Dios está presente en todo el actuar de todas las realidades y en todas las formas de
cooperación, no como una causa intramundana más, sino como causa trascendente, como
causalidad fontal. Dios nos hace ser, Dios nos hace hacer. La causalidad de es subtiende a
todas las actividades inmanentes (p.ej., yo pienso, yo decido) y transeúntes (p. ej., el sol
calienta el aire) de los seres. Frente al deísmo, que colocaba el obrar de Dios en el momento
creador y luego “jubilaba” a Dios, o lo dejaba de brazos cruzados, para no “interferir” en la
marcha de las cosas, aquí afirmamos la presencia creadora de Dios como algo permanente.
36
parte: “el que te creó sin ti no te salvará sin ti / no te justificará sin ti” (san Agustín). Esto,
por lo que se refiere a la cooperación de cada uno a la gracia que le es dada.
Lo primero que cabe decir de María es –lo acabamos de indicar– que también ella es
una redimida. Lo será, sí, de forma singular y perfecta; pero el modo de redención no la
segrega de la fila o rango de los redimidos. En esto se distingue del Redentor y no se
encuentra en su orilla: él no es redimido. De él decimos que es el predicador predicado (por
los apóstoles y discípulos en el mensaje pascual); de él no cabe decir que sea el Redentor
redimido, “el sanador sanado”. María, en cambio, es la redimida con los demás redimidos.
Este aspecto se debe tener presente a lo largo de toda nuestra reflexión.
17
B. BRECHT, Preguntas de un obrero lector. Citado en H.D. BASTIAN, Teología de la pregunta (Estella, Verbo
Divino, 1975) 83.
37
Ahora bien, la redimida de forma eminente queda capacitada para colaborar en la
obra de la salvación llevada a cabo por Cristo. ¿Se puede determinar si esa capacidad pasó
al ejercicio y en qué consistió en concreto la cooperación de María con Cristo en orden a
la salvación o la redención del “linaje humano”?
Damos un salto y nos plantamos en los dos primeros tercios del siglo XX. El
magisterio pontificio ha empleado, antes del Vaticano II, estos términos: redentora,
corredentora, salud del mundo, reconciliadora, puerto de salvación, liberadora de los
hombres, reparadora, Nueva Eva, Abogada, Socia/Compañera del Redentor19.
18
SAN IRENEO, Adv. haer., III, 22, 4: PG 7, 959.
19
Cf L. DÍEZ MERINO, Terminología preconciliar [Vat.2º] en torno a la corredención mariana en los documentos
pontificios, en EphMar 55 (2005) 49-77.
38
La corredención es una cooperación activa de María en la obra de la salvación
realizada por Cristo. Esta cooperación es: 1) divinamente querida; 2) no colateral
(coordinada, paralela, independiente), ni primaria, ni completiva (o adicional), sino
subordinada, dependiente y secundaria; 3) directa, inmediata, próxima; 4) objetivamente
meritoria. Precisando más este último punto, Roschini habla del mérito singular de María,
que no fue, evidentemente, de condigno, pero tampoco simplemente de congruo; siguiendo
a San Buenaventura, propone calificarlo como mérito de digno20.
Basta con citar dos textos de Pío XII. Representan de forma acusada la línea en que
se movía el magisterio pontificio en la 1ª mitad del s. XX y, muy probablemente, en la 2ª
mitad del XIX. Dice el primer texto: «La Virgen Madre de Dios [...] fue la que, libre de
toda mancha personal y original, unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo
ofreció, como nueva Eva, al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de
sus derechos maternos y de su materno amor, por todos los hijos de Adán, manchados con
su deplorable pecado; de tal suerte que la que era Madre corporal de nuestra Cabeza, fuera,
20
Cf. P. PARROTTA, La cooperazione di Maria alla Redenzione in Gabriele Maria Roschini (Lugano, Eupress,
2002) 97. A continuación citamos a este autor en el interior del texto.
39
por un nuevo título de dolor y de gloria, Madre espiritual de todos sus miembros. Ella fue la
que, por medio de sus eficacísimas súplicas, consiguió que el Espíritu del divino
Redentor, otorgado ya en la cruz, se comunicara en prodigiosos dones a la Iglesia, recién
nacida el día de Pentecostés. Ella, en fin, soportando con ánimo esforzado y confiado sus
inmensos dolores, como verdadera Reina de los mártires, más que todos los fieles,
“cumplió lo que resta que padecer a Cristo en sus miembros... en pro de su cuerpo místico,
que es la Iglesia” (Col 1,24); y prodigó al cuerpo místico de Cristo, nacido del corazón
abierto de nuestro Salvador (cf Off. SSmi. Cordis, hymn. ad. vesp.), el mismo materno
cuidado y la misma intensa caridad con que calentó y amamantó en la cuna al tierno niño
Jesús»21.
21
H. MARÍN, Doctrina Pontifícia. Vol. IV: Documentos Marianos (Madrid, BAC, 1954) 713. Negritas nuestras,
como también las del texto siguiente.
22
Festum Septem Dolorum B. Mariae Virginis, Tractus.
23
EADMERO, De excellentia Virginis Mariae, c. 11: PL 159, 508 A B.
24
F. SUÁREZ, De Mysteriis vitae Christi, disp. 22 sec. 2; ed. Vivés, 19, 327. Cit. en H. MARÍN, Documentos
Marianos, 902.
40
este ya en Ireneo). El Concilio se muestra muy sobrio en su léxico: usa los epítetos Nova
Eva, Socia Redemptoris. Se comprende tal comedimiento desde la preocupación ecuménica
y desde la reserva que exige toda doctrina conciliar, que resulta de un examen muy
ponderado y contrastado de las cuestiones, aparece como fruto del ejercicio del magisterio
extraordinario y va destinada a la universalidad de los fieles.
d) El Calvario. «La Santísima Virgen […] mantuvo fielmente su unión con el Hijo
hasta la cruz, junto a la cual […] se mantuvo erguida (cf Jn 19,25), sufriendo hondamente
con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo
amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).
e) En el apartado III, que trata sobre María y la Iglesia, se presenta a María como
nuestra madre en el orden de la gracia: «La Santísima Virgen […] fue en la tierra la Madre
excelsa del divino Redentor, compañera (socia) singularmente generosa entre todas las
demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo,
alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría
en la cruz, cooperó (cooperata est) de forma enteramente impar a la obra del Salvador
41
con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida
sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia» (LG 61).
Juan Alfaro, que era buen analista de textos, apuntaba: «Con fórmulas más bien
genéricas el Vaticano II atribuye a María una función efectiva en el cumplimiento de la
redención por Cristo: “cooperó a la salvación humana”, “sirvió al misterio de la redención”,
“estuvo unida con su hijo en la obra salvífica”, “cooperó de un modo absolutamente
singular a la obra del Salvador”, “cooperó con su caridad a que los fieles nacieran en la
Iglesia”.Tales fórmulas nos explican cómo la unión de María (por su maternidad virginal en
la fe) con Cristo contribuyó efectivamente a la realización de la redención»25.
1. Pueden ser iluminadoras unas notas de topografía simbólica en relación con esta
cuestión. Entendemos por “topografía simbólica” el puesto que se hace ocupar a una figura
en la representación espacial que imaginariamente nos hacemos de Dios, de Cristo, de
María y de nosotros mismos y de las relaciones o cauces y flujo de las relaciones que se
establecen en uno u otro sentido. Se dan estas posibilidades, históricamente verificadas:
↕ ↕ ↕
Cristo
25
J. ALFARO, María en la salvación, en ID., Cristología y antropología. Temas teológicos actuales (Madrid,
Cristiandad, 1973) 212. La impresión que da este texto es que se queda algo corto.
42
En la primera columna, que, según la investigación de Carlos Pérez Toro 26,
representa la edad patrística, María se encuentra en nuestra orilla, forma parte de la
comunión de los santos y aparece como tipo de la Iglesia. Pero conviene señalar que ya hay
autores que la presentan como mediadora entre el cielo y la tierra (Pseudo-Epifanio [s. V u
VIII]), entre Cristo y Adán-Eva (Romano el Melode [† ca. 560]), entre Dios y los hombres
(Proclo de Constantinopla [† 446]), entre Dios y la carne (Andrés de Creta [† 740]).
26
C. PÉREZ TORO, La cooperación de María a la obra del Redentor en el “hoy” de la Iglesia (Roma, 2005).
Seguimos de cerca la síntesis que ofrece De Fiores, pero añadimos la tesis de J. Ferrer.
27
P. SÁNCHEZ CÉSPEDES, El misterio de María (mariología bíblica. El principio fundamental: Cristo y María un
solo principio redentor) (Santander, 1955) 40, 107; E. LLAMAS, Cristo y María, único principio de salvación
(Barcelona, Herder, 1964) 50-51.
28
J. FERRER ARELLANO, La mediación materna de María a la luz de la filosofía cristiana, en EphMar 55 (2005)
442.
43
por voluntad de Dios, en un principio total de salvación y de vida, como Eva estuvo unida a
Adán, en el origen de la humanidad, en un principio total de ruina y muerte»29.
3. ¿Dónde y cómo cooperó María en la obra del Redentor? También aquí ha habido
una oscilación. a) En Ireneo, aunque no trató sistemáticamente el problema y sólo ofreció
un fecundo apunte, la colaboración de María se da en su fe y obediencia, que parece que se
ha de situar en la Anunciación recibida y acogida en Nazaret; en el s. XX, J. Alfaro podría
representar esta posición. b) En la teología medieval y postridentina, el acento se desplaza
al Calvario. Los textos citados de Pío XII resaltan la oblación que la madre hace del Hijo, la
renuncia a sus derechos maternos, su deseo y petición de nuestra salvación; pero el Papa
también indica que María suministró al Hijo su sustancia (es decir, si lo entendemos bien:
ella proporcionó el germen de que se formó el cuerpo de Jesús y lo alimentó). c) El
Vaticano II enumera todo el conjunto de acciones de María, desde la Anunciación hasta el
Calvario; su actuación en el Gólgota consiste, no en la oblación, sino en la compasión y el
consentimiento. J.Mª Alonso habla del sí de la Anunciación, continuado en la vida de Jesús
y confirmado al pie de la Cruz 30. c’) Sesboüé dice que, con su Fiat, posibilitado en y por la
gracia de Dios, María responde activamente a esta gracia. Y detalla luego: «La cooperación
de María se distingue por su objeto. Por el cometido que desempeñó, en la gracia y por la
fe, a lo largo de la vida de Jesús, fue un “ministro” [=una ministra] de la salvación para ella
29
J. LEBON, La doctrine de la médiation mariale, en “Ephemerides Theologicae Lovanienses” 16 (1939) 662.
Cit. por St. de Fiores, Mediatrice, cit., 1100.
30
J.Mª ALONSO, Mediación de María, mediación de la Iglesia, en EphMar 25 (1975) 48. El autor distingue:
causalidad de mediación ontológica (1) y de mediación dinámico-funcional (2); mediación de causalidad
“eficiente-perfectiva” (3), de causalidad moral (4), de relación “dispositiva” o de conditio sine qua non (5), de
causalidad “moral” ministerial (6); sinergia de gracia y libertad en el justo (7); causalidad de mediación
ejemplar, intrínseca (8a), o externa (8b). A María le corresponden: una mediación sinérgica, en la que es
presupuesto de la Encarnación, pero no causa de los efectos redentores; una mediación de relación
dispositiva y conditio sine qua non de tipo positivo; una ejemplaridad externa; una intercesión universal.
44
y para los demás. María cooperó con la respuesta de su fe, como todo ser agraciado, con su
obediencia y con su maternidad, con todas sus obras de servidora, con su intercesión en
Caná» 31. Extrañamente, este autor no hace referencia al Calvario, a pesar de que en otro
lugar apunta que María estuvo al pie de la cruz de Jesús.
Aunque nosotros nos interesamos sobre todo por recuperar en su espesor la María
de la historia, hemos reservado un capítulo al significado antropológico de la Asunción de
María, y ahora podemos incluir un apunte sobre el influjo salvífico de María desde su
existencia glorificada. Algo se apuntó al presentar la topografía simbólica.
45
Estos nacen de la experiencia que la Iglesia peregrinante tiene de la presencia y acción de
María. El término “mediadora”, al igual que “mediar”, “mediación”, “intermediaria”,
“interceder”, “intercesión”, “intercesora”, sitúa a María como vínculo personal entre dos
extremos o realidades personales; difiere de “interposición”, que, además de “mediación”,
puede significar “colocación de un estorbo o barrera” que impide el contacto; se distingue
también de “cooperación”, que se refiere a una actuación con otra u otras personas,
actuación que puede realizarse a favor de terceros (p.ej., cuando decimos que María
coopera con Dios o con Cristo en la obra de la salvación), o no.
2. Justificación del título. Lutero rechazó los títulos de Abogada (decía él que
abogados son Cristo y el Espíritu, no María) y Mediadora; aceptó el de intercesora. El de
Mediadora tendría una dificultad especial, según el texto de 1 Tim 2,5-6: «Uno es Dios y
uno es el mediador entre Dios y los hombres…». Añadir a María (“Jesús y María”) eclipsa
y menoscaba la unicidad de Cristo, es atentatorio contra él y su misión incomparable.
Atendiendo a la reiterada objeción protestante, el Concilio añade la siguiente explicación:
«Lo cual [es decir, el cuidado materno de los hermanos de su Hijo que todavía
peregrinan, más los títulos de Abogada, Auxiliadora y Mediadora]… se entiende de manera
que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.
Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado nuestro
Redentor [Nulla enim creatura cum Verbo incarnato ac Redemptore connumerari umquam
potest: ninguna criatura puede ser una cantidad homogénea que se pueda adicionar al
Verbo encarnado y Redentor]; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de
varias maneras tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad
de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única
mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple
cooperación que participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María un tal
oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles
para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y
Salvador» (LG 62).
33
S. BLANCO, Un Dios y un mediador. Nota exegética a 1 Tim 2,5, en EphMar 40 (1989) 267-292. Parece
moverse en la misma línea este autor: M. MIGUENS, One God, one Mediator, en “Marian Studies” 25 (1974)
44-64. Según J.B. Carol, Miguens habría demostrado hasta la saciedad que en 1 Tim 2,5 no se habla de un
solo Mediador: cf J.B. CAROL-J.Mª ALONSO, On Mary’s Mediation, en EphMar 26 (1976) 174.
46
solo unos puntos: se emplea el término heîs (uno), no el término mónos (único) 34; la lucha
contra el politeísmo está ausente de 1 Tim 2; el significado de heîs Theós, heîs mesítes no
es “un solo Dios, un solo mediador”, o “un único Dios, un único mediador”, sino un mismo
Dios y un común mediador, un común Dios y un común mediador; 1 Tim 2,5 no excluye ni
incluye la existencia de otros mediadores al lado de Cristo, al mismo o a distinto nivel. «Lo
que nuestro texto justifica es que Dios quiere la salvación de todos porque es Dios de todos
y porque un común mediador, Cristo Jesús, se entregó a sí mismo como rescate por
todos» 35; el NT conoce las mediaciones de los ángeles y Moisés (Gál 3,19; Jn 1,17), las de
la predicación apostólica (cf 2 Cor 5,20), las de los profetas (Heb 1,1), etc.
34
Véanse estas fórmulas: heîs mèn... heîs dè: el uno ... el otro; en el NT a veces significa “el primero”: eis
mían sabbátōn: el primer sábado, como si dijéramos “el sábado número uno de una serie numeral”; no
significa “el único sábado”. Pero señalemos que heîs puede significar también “uno solo”.
35
S. BLANCO, Un Dios y un mediador, cit., 291.
36
H. CHAVANNES, La Médiation de Marie, en EphMar 24 (1974) 29-38. El teólogo reformado H. Ott se
mostraba más reservado, pero no se cerraba al diálogo sobre esta perspectiva de la mediación: cf H. OTT,
Pensamientos de un teólogo reformado sobre la Constitución Dogmática “de Ecclesia”, en G. BARAÚNA (Dir.),
La Iglesia del Vaticano II, t. II (Barcelona, Juan Flors, 1966) 1271-72. El Pastor Chavannes publicaría otros
textos en la misma dirección en EphMar 1976. Era muy crítico con el nominalismo, que entendió la relación
Dios-mundo al modo de la dada entre dos criaturas que concurren sumando sus fuerzas; Chavannes era
también defensor de la analogía del ser.
47
El concepto de participación es, pues, esencialmente distinto del de reparto o
“división [religiosa, en nuestro caso] del trabajo”: en vez de asignar papeles independientes,
destaca la plena dependencia y subordinación del participante respecto al participado. El
participante lo recibe todo, y, desde su dependencia y recepción, puede poner al servicio de
otros el don recibido.
37
H. ASMUSSEN, Maria, die Mutter Gottes (Stuttgart, 19603) 50-51. Cit. por De Fiores.
38
St. de FIORES, Mediatrice, cit., 1091.
39
Acta et Documenta Concilio Oecumenico Vaticano II amparando. Series II (Praeparatoria) vol II, pars. IV,
777-778.
48
inspira buenos consejos, es vínculo de amor entre Jesús y los creyentes siempre en
dependencia del Espíritu Santo»40.
Con ello trataba Pablo VI de excluir toda apariencia de que María, que no sustituye
a Cristo, suplante al Espíritu (no pocas veces se ha podido dar esa impresión) y de superar
cierta afasia pneumatológica presente en la teología y la espiritualidad católica. En la
misma línea se encuentran: a) la crítica del título “tesoro de la gracia” referido a María: el
Espíritu Santo, no María, es el tesoro de gracias que Cristo nos ha merecido (H. Mühlen);
b) la afirmación de que la mediación de María es una mediación eclesial, aunque singular
(J. Mª Alonso, E. Toniolo y S.Mª Perrella); c) la afirmación de que la cooperación de
intercesión de la Glorificada se desarrolla en la comunión de los santos y es de la misma
naturaleza que la de estos, aunque de grado superior.
40
PABLO VI, La Vergine Maria nell’opera della Redenzione, en Insegnamenti di Paolo VI (Città del Vaticano,
Ed. Vaticana), vol. XIII, 494-495.
41
Tomamos esta cita de Br. FORTE, María, la mujer icono del misterio (Salamanca, Sígueme, 1994) 258. El
autor remite a G.M. Roschini, Il Tuttosanto..., II, 163, pero no aduce el lugar de Eudes.
42
PONT. ACAD. MAR. INTERNAT., La Madre del Signore (Ciudad del Vaticano, 2000) nº 52.
49
su Pascua que él realiza solo por nosotros, y la omega de su cumplimiento, cuando estemos
con él, una cooperación de los hombres (porque no reciben la salvación mecánicamente,
sino como personas libres, que tienen que dar un libre consentimiento), podríamos decir, a
la salvación de Cristo. Este es en el fondo el significado del tiempo de la Iglesia, que se
desarrolla entre la ascensión y la parusía; en efecto, si el tiempo no tuviera este significado,
¿para qué se nos daría? ¿Sería acaso algo distinto de un paréntesis vacío? María, punto de
sutura entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, representa, junto a Cristo [accanto a Cristo;
quizá mejor: “ante Cristo”, si el sintagma francés fuera auprès du Christ], todo el
consentimiento y la espera de Israel, todo el consentimiento y la cooperación de la Iglesia.
Por eso es una representación y una anticipación de la cooperación de toda la Iglesia que
debe colmar en nosotros el don que Jesucristo hizo a los hombres» 43.
43
Y. CONGAR, Notes théologiques à propos de l’Assomption, citado en J. BUR, Per comprendere Maria di
Nazaret (Roma, Borla, 1993) 92.
50
podemos imaginar dando, pero también recibiendo, en la primera comunidad de
Jerusalén, en la que «eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la
comunidad de vida, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42). Otras personas
fueron en aquella circunstancia mediadoras para ella.
51
Capítulo quinto. La Inmaculada Concepción de María
Para entender mejor este don con que fue agraciada María haremos tres preguntas:
qué quiere decir, y qué no, “I.C.”; por qué afirma la Iglesia católica la I.C. de María; qué
relación tiene esta gracia con otras realidades de la economía salvífica. Qué, por qué, cómo:
tres interrogantes que se ordenan a intensificar la comprensión de una verdad concreta.
52
La primera pregunta es, por tanto: ¿qué se quiere decir cuando se afirma que María
fue concebida sin pecado, sin mancha de pecado original [=P.O.]? ¿Qué se entiende y,
sobre todo, qué se debe entender, según una semántica teológica correcta, por “I.C.”?
Solemos decir que María, en su concepción, quedó exenta del P.O. Nos demoramos
en la solidaridad universal en el mal, enfocando desde este punto de vista la idea de P.O.
44
Voz “Inmaculada”, en Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, San Pablo, 20013) 910. También M.
Seybold apunta la misma falsa comprensión en la voz Unbefleckte Empfängnis del Marienlexikon, VI, 519.
53
según el designio divino, pertenecería a la constitución concreta del ser humano, ordenado
por don de Dios a la vida eterna. Por el P.O.O. entraríamos en una situación de alejamiento
de Dios, de enemistad con Él, de incapacidad para la vida eterna. Ensayemos una
comprensión del P.O.O., verdadera crux theologorum, precedida de un apunte histórico.
San Agustín ha tenido un fuerte peso en la doctrina del P.O. en Occidente. Los
elementos básicos de su concepción son éstos: a) el pecado de Adán o de los primeros
padres; b) la pecaminosidad de la naturaleza humana producida por dicho pecado (al pecar
en Adán, quedamos convertidos en una massa damnata); c) la transmisión universal del
pecado de Adán a través de la generación, con la que va siempre unida una concupiscencia
culpable; d) la condenación de los niños no bautizados que mueren con el P.O. 45.
Trento se abstuvo de definir la naturaleza del P.O. como pecado personal de Adán o
como presente en sus descendientes. Se limitó a señalar y rechazar errores. En sus cánones
hallamos lo siguiente: 1) la condena de los humanistas “neo-pelagianos” (can. 1-2); 2) la
afirmación de la necesidad universal de Cristo, único Mediador, y del bautismo para el
perdón del pecado de Adán (can. 3); 3) la doctrina de que los niños incurren en él y deben
ser bautizados, aun sin haber contraído pecados personales (contra Zuinglio y anabaptistas)
(can. 4); 4) la enseñanza de que, por la gracia de Cristo conferida en el bautismo, el P.O. no
solo no se imputa, sino que realmente es removido (contra Lutero); 5) la distinción entre
P.O. y concupiscencia (inclinación que dimana del pecado e inclina al pecado, pero que no
es pecado y que permanece en el bautizado como una especie de prueba: can. 5); 6) el
pecado, amissio sanctitatis et iustitiae (pérdida de la santidad y la justicia).
45
Para Santo Tomás, el pecado original entra en la categoría de habitus, es decir, de una disposición
desordenada y de una enfermedad de la naturaleza. En su dimensión material coincide con la
concupiscencia o inclinación inevitable al mal; en la dimensión formal, es la falta de la justicia original. Dicho
pecado inhiere, no al cuerpo, sino al alma.
46
ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, VIII, 3: SC 287, 21. Citado en B. SESBOÜÉ, La racionalización teológica
del pecado original, en “Concilium” 304 (2004) 11.
54
En el pensamiento de Agustín aparecen estos elementos: caracterizar como pecado
(a saber, P.O.) la situación de todo hombre por su misma concepción o nacimiento; afirmar
la universalidad de tal pecado; poner el acento en la concupiscencia o avidez (Sesboüé la
presenta así: el desorden del deseo fundamental del hombre en todos los ámbitos) 47.
47
La racionalización..., 15.
48
Fr. SCANZIANI, Solidarietà in Cristo e complicità in Adamo. Il peccato originale nel recente dibattito in area
francese (Milán, Glossa, 2001).
49
En este terreno y en sus insoslayables aspectos morales nos indican que el progreso reclama su víctima. Cf
G.K. MAINBERGER, El pecado original como matriz…, en “Concilium”, 304 (2004) 115.
50
D. BONHOEFFER, Vivir en comunidad.
55
apoyando la explotación de niños indonesios, o de campesinos asalariados de
Centroamérica? (Recuérdense las críticas a las firmas Nike, Zara, etc.)
Podemos preguntarnos: pero ¿por qué tengo que heredar yo, por qué tiene que
heredar nadie, la culpa de Adán? ¿No es esto gravemente injusto? ¿No reconocía Ezequiel
que si los padres habían comido agrazones no debían sufrir dentera los hijos? Si ya nos
parece injusto que paguen justos por pecadores, ¡cuánto más injusto no será que no solo la
sanción o castigo, sino la misma culpa, pase de un pecador a su descendencia!
Cuando venimos al mundo, el mal ya está ahí. Hay una hamartiosfera, o esfera de
pecado no reducible a la mera suma de trasgresiones particulares; sería una contaminación
ambiental que inhalamos. La historia de pecado de ayer pesa sobre el presente.
Esta presencia del mal la hacemos remontar hasta los mismos orígenes, como se
hacía en el Génesis. Escribe G.Lohfink: «El relato del P.O. es una “historia de patriarcas”.
Es decir, condensa en la figura del patriarca lo que se aplica a toda su descendencia. Esta
comprensión del texto según su género no supone en absoluto una minimización del relato.
¡Al contrario! Tal comprensión hace lo relatado todavía más fecundo. Pues así queda claro
que no se narra un suceso único, un mero accidente, un caso aislado en los albores de la
historia de la humanidad, sino aquello que siempre y en todo lugar sucede entre los
descendientes de Adán y Caín: el hombre desconfía de Dios, lo rehúsa, quiere ser su propio
señor, y justo esto le conduce sin cesar a la desgracia» 51.
● Enseñanza del Vaticano II: «El hombre, cuando examina su corazón, comprueba
su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener su origen
en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio,
rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación
51
G. LOHFINK, ¿Necesita Dios la Iglesia? (Madrid, San Pablo, 1999) 32. Ver también p. 60 y pp. anteriores a la
32. Se trata, pues, la narración del pecado de Adán como historia de patriarcas. De esta suerte, no aparece
como una pura contingencia que luego tendría unos efectos desastrosos para toda la estirpe; más bien nos
hallamos ante la reiterada conducta de esa descendencia.
52
E. BLOCH, El principio esperanza, t. 3 (Madrid, Aguilar, 1980) 128.
53
L. GONZÁLEZ-CARVAJAL SANTABÁRBARA, Esta es nuestra fe. Teología para universitarios (Santander, Sal Terrae,
19853) 24.
57
tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto
de la creación. Es esto lo que explica la división íntima del hombre» (GS 13).
● Testimonio de san Agustín: «Tus palabras, Señor, se habían pegado a mis entrañas
y por todas partes me veía cercado por ti […] y hasta me agradaba el camino –el Salvador
mismo–; pero tenía pereza para caminar por tus estrecheces.
[…] Yo era el que quería, y el que no quería, yo era. Mas porque no quería
plenamente ni plenamente no quería, por eso contendía conmigo y me destrozaba a mí
mismo […]. Y por eso no era yo el que obraba, sino el pecado que habitaba en mí, como
castigo de otro pecado más libre, por ser hijo de Adán»54.
● Escribe J.Mª Hernández, siguiendo a André Wénin: «La doctrina tradicional del
P.O.O. […] apunta a una tendencia negativa que interiormente nos predispone y nos inclina
hacia el mal, presentándolo como algo atractivo y apetecible (cf. Gén 3,5s). Esta realidad
interior negativa, inherente a la condición humana, podría identificarse con la propia
fragilidad y menesterosidad radical, que provoca en el ser humano la angustia ante la
muerte […] y de la que, como reacción, brota el deseo instintivo de aferrar y poseer todo lo
que parece ofrecer alguna seguridad, o bien el miedo instintivo ante todo lo que pudiera
amenazarla o arrebatarla […]. La codicia, en efecto, nos lleva a considerar al otro como un
objeto, como un rival o como un instrumento de los propios deseos» 55.
54
SAN AGUSTÍN, Las confesiones, lib. 8; en Obras de San Agustín t. 2 (Madrid, BAC, 19685) 310-339. Citado por
L. González-Carvajal, Esta es nuestra fe, cit., 24.
55
J.Mª HERNÁNDEZ, El misterio de la Inmaculada…, cit., 486. En esta presentación, el pecado original se viene
a identificar con lo que se ha llamado “pecado del mundo” y con lo que se suele llamar “pérdida de la
integridad”, “concupiscencia”. Señalemos que, en línea con A. de Villalmonte y D. Fernández, afirma que
somos concebidos en el amor de Dios, amor que comprendería lo que nosotros llamaremos amor creador y
amor redentor.
58
No es la única vez que sucede: pensemos en la dinámica autodestrucción de un
drogadicto, en las leyes permisivas del aborto, en la historia del nazismo. Hay en esos
procesos una espiral de violencia que parece responder a una escalada de insensibilidad.
Un autor, I. Sanna, opina que la noción de P.O. se puede expresar con el concepto
de una pecaminosidad universal y la consiguiente situación de no salvación. Esta doble
condición revela que el pecado es una estructura antropológica constitutiva [suponemos que
“constitutiva” se distingue netamente de “esencial”, pues en ese caso será totalmente
inextirpable: P.L.] tanto desde el punto de vista personal como desde el social y universal 56.
Se responde así a una pregunta que formulaba J. Moingt: «¿Es nuestro pecado obra
de Adán, o bien el pecado de Adán es obra del hombre? Todo estriba ahí. Dicho de otra
manera, el tratado del P.O., ¿cuenta un accidente de la historia y lo que de él ha resultado, a
saber, una fatalidad más bien que una historia, puesto que el conjunto de los hombres, salvo
uno, no desempeñaría ningún papel en ella, si no es el de la víctima inocente? ¿O bien
cuenta verdaderamente la historia de todos nosotros, la de la libertad humana?»57.
56
I. SANNA, Orientamenti teologici teologici circa le origini umane e conseguenze per un approfondimento
dell’immacolata concezione di Maria, en St. de FIORES–E. VIDAU (eds.), L’Immacolata segno dell’amore
salvifico di Dio Trinità (Roma, Ed. Monfortane, 2000) 215-216.
57
J. MOINGT, Résumé des Traités sur la Création, l’élévation de l’homme et le péché originel (Lyón-Fourvière,
1966) 43. Citado en B. SESBOÜÉ, La racionalización…, cit., 18.
59
de caída histórica, sino de la condición de simplicidad a la condición de complejidad de la
organización de la vida» 58. Y dice que de Gén 3 y Rom 5,12-19 solo se puede sacar lo
siguiente: la idea de una pecaminosidad universal que penetra a todo hombre y que de suyo
podría ser vencida (Prov 22,15), pues de lo contrario caeríamos en una visión dualista de la
realidad; la idea de una solidaridad en el mal que atraviesa toda la historia de la humanidad
diacrónica y sincrónicamente; una interpretación teológica de la muerte: esta pasa a ser, de
normal término biológico de la vida, un castigo por el pecado. La Biblia hace una lectura
tipológica de la realidad humana; pero el tipo Adán no ha existido históricamente, mientras
que Cristo es una realidad histórica59.
Recopilando estas ideas y añadiendo alguna otra podemos decir: a) no leamos Gén 3
como un accidente que sobrevino a un individuo y de cuyas consecuencias nosotros
seríamos víctimas inocentes, sino lo que siempre y en todo lugar sucede generación tras
generación (Lohfink, Moingt); no se habla de un pecado individual que se transmite por vía
de herencia a la progenie; sí hubo un primer pecado que introdujo en el mundo el poder del
pecado. La pecaminosidad universal es una estructura antropológica constitutiva (Sanna), y
podría entenderse como el poder del pecado en el mundo, un poder que se cierne sobre los
que hemos nacido inmersos en ese mundo empecatado y por cuya fuerza quedamos en la
imposibilidad moral de evitar el pecado (Sanna), aunque de suyo la pecaminosidad podría
ser vencida (Sanna). Nuestra situación (¿cuando nacemos?) es la de no salvación (Sanna),
la de un vivir privativamente respecto de Dios. (Distingamos privativamente de
aversivamente, y también, claro, de conversivamente).
58
I. SANNA, Orientamenti teologici…, cit., 206-207. (Me resulta algo oscura la frase final. Al menos parece
claro que para el autor, el momento de perfección “creativa” de Dios admite que se dé un progreso humano
desde una condición [primera] de simplicidad hacia la condición de complejidad de organización de la vida.)
59
Ibíd., 214.
60
T. BALASURIYA, Mary and Human Liberation. The Story and the Text (Harrisburg, Trinity Press International,
1997). Según este autor, la concepción agustiniana y occidental del pecado original implica una noción de
Dios que es en sí abominable y que para las otras religiones es inadmisible.
60
existe, y que no faltan especialistas en la materia que le han dado el adiós 61.
Hay una tercera posición, representada por el jesuita J. Bolewski, que parece diferir
algo de la segunda. Piensa que a partir del dogma de la Inmaculada se ha de dirigir una
mirada más completa y profunda a la verdad sobre los orígenes del hombre, donde, además
del PO, hay que divisar otro comienzo no manchado por el pecado: el comienzo en Cristo.
El PO, como “falta” de la gracia santificante al comienzo de la vida humana, no es una falta
absoluta; es la falta de aquella gracia que debía ser trasmitida por Adán, lo que no excluye
una gracia transmitida más profundamente, justo en un inicio no manchado por el pecado,
en un inicio cual era y es Jesús para toda criatura62. Esta tercera posición, con su
problematismo, nos parece más satisfactoria que la anterior y parece reconocer la fuerza y
peso de Ef 1,3-14, pero a la vez respetar mejor Rom 5,12-19 y la posición tradicional.
Nosotros, en lo que sigue, tendremos presente la posición tradicional, pero introduciendo
modificaciones que presentan una perspectiva más diferenciada.
3. Una respuesta integradora. Podemos distinguir en el amor de Dios por nosotros
estos tres aspectos o momentos: el amor creador, el amor redentor y el amor consumador. Y
diremos: la presencia de cualquier ser humano en este mundo está envuelta en el amor de
Dios. Este amor, como un único designio que se jalona en diversos momentos internos, nos
alcanza a todos. La meta final, o fin último, es la participación de la gloria de Dios en
calidad de hijos (cf Rom 8,18-23), la vida eterna –como se la ha llamado tradicionalmente–;
a esa meta hemos sido predestinados (es decir, destinados de antemano, no
sobrevenidamente y como en un segundo momento) en Cristo. Este fin último nos afecta
desde siempre, y desde siempre lo hace en virtud del amor de Dios.
61
A. MARTÍNEZ SIERRA, La Inmaculada y el misterio del hombre (Madrid, BAC, 2004) 105-106. No podemos
precisar si con ese “no pocos” se refiere el autor a teólogos, o a creyentes en general.
62
J. BOLEWSKI, Non temere Maria. Intuizioni per il futuro (Varsovia, Pont. Fac. di Teologia Bobolanum, 2000)
120.
63
Veamos cómo, de una forma más madura, lo expresaba K. Rahner, en las líneas finales del texto que
vamos a citar: «[…] preguntarnos qué pensamos, como cristianos, de un niño sin bautizar. Diremos: tiene el
61
María se realizó en una mismísima etapa, sin vacío ni privación intermedios. Y así es como
debían ser las cosas en sí: la dimensión creatural es el fundamento externo de la alianza; la
dimensión comunional o “federal” (es decir, de alianza) es el fundamento interno de la
creación. No se identifican, pero tampoco son magnitudes absolutamente indiferentes y
heterogéneas entre sí. En el único designio de Dios van íntimamente unidas. En el caso de
María, los teólogos nos dirán que nacimiento y renacimiento (K. Rahner), naturaleza y
gracia, creación y redención (L. Scheffczyk), tienen en María un nexo intrínseco; como
también lo tienen creación y misión, existencia y función.
Añadamos una observación. Actualmente se suele decir que el P.O. es pecado solo
analógicamente (cf CEC 404). Esto significa que la relación a Dios y a Cristo no es la
misma en quien solo ha contraído el P.O. que en quien ha incurrido en pecados personales.
De ahí que la orientación a Cristo, o la referencia a la gracia de la filiación, sean distintas en
un caso y en otro. Esto es lo que nos mueve a considerar valiosa la posición de Bolewski
expuesta arriba, aunque el punto clave, la negación de la privación estrictamente tal de la
gracia, siga siendo problemático.
De Fiores defiende que teológicamente “el anuncio de la I.C. debe salvar el núcleo
definido dogmáticamente”; pero catequéticamente se puede hacer una presentación de la
Inmaculada que enganche en la experiencia humana actual. Esto puede hacerse siguiendo
varias vías. Nos interesa la que el autor llama teológica, que ilumina el misterio de la
Inmaculada a partir de las perspectivas recientes sobre el PO. La perspectiva evolucionista
permite ver la Inmaculada como un elemento positivo en el dinamismo del mundo: es el
pecado original, no está justificado, no posee la gracia santificante, no es todavía templo del Espíritu Santo,
etc. Esto se afirma sin titubeos y no es necesario, por ahora, que nos detengamos aquí. Pero si además
decimos: está bajo el dominio del demonio, es un hijo de la ira de Dios, un réprobo, una criatura perdida…,
entonces titubeamos. Y con razón. Sin embargo, hemos de admitir que esta serie de afirmaciones es
objetivamente idéntica a la primera o al menos simple consecuencia suya. Entonces, ¿por qué titubeamos?
Es que advertimos que en el primer caso, y por tanto y sobre todo, lo afirmado supone una abstracción. Aun
sin bautizar, este niño del que podemos y debemos decir esto y aquello es ya, y a pesar del pecado original,
objeto de la infinita misericordia de Dios. Dios le ve unido a su unigénito Hijo. Este niño tiene ya, por ello,
con el Hijo, un derecho, si todavía no actualizado, por lo menos remoto, a la herencia» (La Inmaculada
Concepción, en Escritos de Teología I [Madrid, Taurus, 1963] 230). Rahner añade que, en cierto modo, sería
exacto aplicar al niño el simul iustus et peccator: Ibíd.
62
antipecado, la criatura incapaz de poner rémora a la venida de Dios, catalizador de la
historia hacia su perfección y unidad. La perspectiva sociológica lleva a contemplar a
María libre de toda solidaridad de perdición; es diaconisa de salvación, es opción sin
reservas por la solidaridad de salvación. La perspectiva existencial deja vislumbrar la
Inmaculada como capacidad radical de diálogo con Dios y los hermanos, como posibilidad
de opción fundamental por Dios en cuanto valor absoluto que da sentido y unidad a la
vida 64.
64
St. de FIORES, Riflessione biblico-teologica sull’Immacolata, en ID., Maria, presenza viva nel popolo di Dio
(Roma, Edizioni Monfortane, 1980) 50-51.
63
3. Sentido axiológico de la simultaneidad expuesta (de la justificación “en el primer
instante”). La justificación de María en ese instante originario no es un dato meramente
cronológico; la anticipación temporal tiene un sentido axiológico. Scheffczyk afirma «una
coincidencia de vida natural y sobrenatural, de naturaleza y gracia, de creación y
redención. Aquí se muestra, como en ningún ser humano, como en ningún acontecimiento
histórico, la unidad de estas realidades siempre separadas (para nuestro pensar y
experimentar humanos)»65; ahora bien, esta coincidencia no es casual. Rahner dirá que en
María no existe contradicción entre la voluntad del Creador y el ser empírico del hombre,
sino una identificación de nacimiento y renacimiento, de vida y gracia; “identificación” no
significa identidad pura y simple. Nosotros podemos formularlo así: la simultaneidad
remite a la unidad o unión en la distinción. Se da unidad de naturaleza y gracia, o de
nacimiento y renacimiento, por el origen (Dios), por el destinatario (María), por el designio
único de Dios, por la relación interna de creación y alianza (la creación, fundamento
externo de la alianza; la alianza, fundamento interno de la creación); se da distinción
porque el término formal (es decir, aquello a que de suyo tiende y que de suyo alcanza) del
amor creador es distinto del término formal del amor redentor de Dios.
65
L. SCHEFFCZYK Die Unbefleckte Empfängnis im umgreifenden Zusammenhang des Glaubens, en G. ROVIRA, Im
Gewande des Heils: die Unbefleckte Empfängnis Mariens als Urbild der menschichen Heiligkeit (Essen,
Lugderus, 1980) 30. Cf. también Staglianò, en St. de FIORES – E. VIDAU (ed.), Maria santa e immacolata..., cit.,
237.
64
Actualmente, la generalidad de los teólogos da una neta prioridad al aspecto
“caritológico” sobre el “hamartiológico”, es decir, se destaca más la santidad perfecta de
María que la mera preservación del P.O., se insiste en lo positivo (el agraciamiento) más
que en lo que algunos llaman negativo (la preservación).
Dos teólogos españoles han sido notablemente críticos con la teología tradicional
del P.O.: D. Fernández y A. de Villalmonte. Lo que les importa es una comprensión
positiva, caritológica (o sea, de comunicación del don del amor) del dogma inmaculista, y
que afirme la deificación de María (fórmula muy típica de Oriente), frente a la perspectiva
negativa, soteriológica y hamartiológica66. Lo primordial es presentar a María como icono
protológico, realidad-símbolo de la Nueva Creación, arquetipo de la Iglesia creada por Dios
radiante y santa. Este es el orden en que se ha de exponer el misterio mariano: primero, la
santidad original de María; derivadamente, su impecancia plena; por último, si se desea, la
afirmación coyuntural y ocasional del PO y la correspondiente inmunidad de María.
J.Mª Alonso perfila más las cosas. Piensa que la I.C. es simple consecuencia (a) del
lugar trascendente en que coloca a María la gracia misma de la Maternidad divina y (b) de
la función de corredentora que la gracia de la Maternidad exige en la economía de la
salvación; dirá, por tanto, que la gracia de la I.C. es ya realmente una gracia de maternidad
divina, puesto que las tres Personas se están dando desde el primer instante al alma de
María y están dirigiendo todo su ser al momento de la Anunciación 67.
66
A. de VILLALMONTE, La teología del pecado original y el dogma de la Inmaculada Concepción, en
“Salmanticensis” 22 (1975) 40; Qué es lo que celebramos en la fiesta de la Inmaculada, en EphMar 35 (1985)
322-324. Las dos referencias que aparecen a continuación en el texto se refieren a este autor. D. FERNÁNDEZ,
El pecado original. ¿Mito o realidad? (Valencia, Edicep, 1973) 181-183; La crisis de la teología del pecado
original ¿afecta al dogma de la Inmaculada Concepción?, en EphMar 35 (1985) 297 y passim; Teología y
Magisterio, en EphMar 42 (1992) 41; María en la historia de la salvación (Madrid, Publicaciones Claretianas,
1999) 378.
67
J.Mª ALONSO, María, en GER XV (Madrid, Rialp, 1973) 83B. Véase supra el pensamiento de Moehler.
68
EFRÉN SIRIO, Carmina nisibena 27,8. Trad. de C. POZO, María, nueva Eva (Madrid, BAC, 2005) 319.
65
camino. Ella es peregrina del amor hacia un mayor amor y, antes que Dios pueda cumplir
en ella la obra final y la cumbre de su designio, deberá andar ella con Él unas jornadas de
alianza y fidelidad. Cuando María escucha el saludo del ángel ha recorrido ya un tramo de
su historia teologal: la gracia tiene en ella un grado de perfección que la capacita para decir
sí al querer de Dios. La I.C., como comienzo, se distingue de la Asunción, meta de su
camino personal.
Escribía Bernanos: «Los santos vivieron y sufrieron como nosotros. Fueron tentados
como nosotros». ¿Qué decir de María? Vayamos por pasos. Señalemos, como primer paso,
que algún mariólogo sostiene que María pudo pecar. Escribe G. Colzani: María «comparte
con nosotros la posibilidad del pecado: sostenida por la gracia del Redentor, su voluntad
permanece, sin embargo, fija en Dios. Su condición inmaculada se muestra así como
posibilidad de no pecar, y no, en cambio, como imposibilidad de pecar. En ella, borrado
todo elemento de pecado, se manifiestan el esplendor y la belleza de la obra de Dios».
Distinguimos, pues, entre impecancia (no pecó), e impecabilidad (no pudo pecar).
Demos un segundo paso. No conocemos los combates de María. Al pensar que toda
su persona estaba en armonía, creemos quizá que no tuvo que vencer resistencias interiores;
pero hay algo indubitable: conoció otras pruebas en su vida y vivió una santidad en la
lucha.
66
camino marcado y jalonado continuamente por una fe vivida entre pruebas. Podría
insinuarlo el segundo anuncio hecho a María: el anuncio de Simeón (Lc 2,34-35). Así, cabe
decir que la fe de María fue una fe probada. Juan Pablo II presenta a María pasando por la
noche de la fe: María «es […] bienaventurada, porque “ha creído” y cree cada día en
medio de todas las pruebas y contrariedades del período de la infancia de Jesús y luego
durante los años de su vida oculta en Nazaret, donde “vivía sujeto a ellos” (Lc 2, 51): sujeto
a María y también a José, porque este hacía las veces de padre ante los hombres; de ahí que
el Hijo de María era considerado también por las gentes como “el hijo del carpintero” (Mt
13, 55).
La prueba cobra, por tanto, diversos rostros: a) las contrariedades del período de la
infancia de Jesús, simbolizadas en el viaje a Belén y en los años de exilio; b) la fatiga del
corazón y una especie de “noche de la fe” experimentadas en la intimidad de vida con el
misterio durante la vida oculta de Jesús; c) la muerte de Jesús en la cruz, sentida como un
mentís macizo y brutal a las previsiones y expectativas suscitadas por las palabras del ángel
en la anunciación, lo que lleva a María a vivir una especie de kénosis de la fe (RM 18); d)
quizá habría que añadir las experiencias a que pueden estar remitiendo los llamados
“pasajes antimariológicos” de los evangelios, en cuanto que la conducta de Jesús durante su
ministerio tampoco se correspondía con esquemas que María podía haber ideado, la dejaba
perpleja, la hacía pasar por crisis, le hacía sentir dolorosamente la distancia que establece
Jesús entre su persona y misión, por un lado, y su familia natural, por el otro.
Concluimos afirmando que la santidad de María fue una santidad en la lucha. Por
ausencia de P.O. en ella, o por exención de tal pecado y por presencia de la gracia no se
debe entender un estado glorioso. San Agustín hablaba de cuatro fases en la historia de la
salvación: no luchamos; luchamos, pero somos vencidos; luchamos y vencemos; ya no hay
67
lucha, sino solo paz. Pues bien, María, vive en la tercera etapa, no en la cuarta. La gracia
que se le otorga no se identifica con la gloria y la visión beata en la patria: ella conoce la
gloria en el exilio (expresión de Newman para caracterizar la gracia).
La presencia real de María en la historia significa que entra en ella con todo su ser,
que baja a la arena de la historia con un amor entero que se expone, y se expone sin
privilegios, aunque desde su identidad. En todo caso, María participa en la lucha de Jesús
contra los poderes que tienen esclavizado al mundo.
En efecto, por esta gracia singular que se le ha otorgado, María no queda segregada
de la humanidad, sino más profundamente unida a ella. Enseña un obispo y teólogo (G.
Defois) que la I.C. no es una propiedad personal, sino una misión; podemos decir, quizá
mejor, que es a la vez propiedad personal y misión. Lo que tiene de único lo tiene para
incluirnos a todos. (Cf más abajo, al hablar de la cuestión del privilegio y de María y la
humanidad.) Es distinta y cercana. María es –ha enseñado el Vaticano II– Aquélla, que en
la Santa Iglesia ocupa después de Cristo el lugar más alto y el más cercano a nosotros» (LG
54). Charles Péguy formulaba esa doctrina con estas palabras: «la más cercana a los
hombres por ser la más cercana a Dios». El pecado nos separa de los otros, nos aísla; la
68
gracia nos vuelve cercanos a ellos, sean quienes sean. Reza una máxima: quo sanctiores
magis alliciunt (Cuanto más santos son los santos, más atraen e incitan a la santidad).
Referida a María, esta máxima alcanza su mayor fuerza y esplendor.
2. Fundamentos
La teología ha de fundamentar sus afirmaciones. Aquí solo nos interesan las que
conectan con nuestra perspectiva antropológica.
14
Cf A. VALENTINI, Lettura esegetica di Rom 8,28.30 e Ef 1,3-14, en EphMar 54 (2004) 345-360.
69
explícitamente de ella; se la ha de ver también en las que hablan de los creyentes y de la
Iglesia, dado que ella no solo es miembro de la comunidad eclesial, sino portio optima,
portio praecipua, portio electissima. Y, como apuntaba Isaac de Stella, lo que se dice de la
virgen madre Iglesia general o colectivamente, se dirá de la virgen madre María
singularmente; y a la inversa.
A propósito de este texto podemos recordar una idea expuesta más arriba: en el caso
de María, la predestinación lleva de modo concomitante y sin hiato temporal la
justificación. Para María, ser predestinada y ser justificada son una y la misma cosa, o, si se
quiere, dos “momentos” indisociables de una única realidad cuando el ser de María se
constituye en acto. En nuestro caso, se da una separación temporal entre predestinación y
justificación. La última solo acontece en el bautismo.
70
divina, así María habría sido preparada y dispuesta por Dios para su respuesta afirmativa a
la misión que le confiaba.
Un texto de alcance personal simbólico es Gén 3,15. Hubo una lectura errónea debido a
la traducción latina: ipsa conteret caput tuum (ella, la mujer, te aplastará la cabeza); pero el
original hebreo se refiere, no a la mujer, sino a la descendencia de esta. De todos modos, la
mujer aparece enemistada con la realidad simbolizada por la serpiente: «pondré
enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya». Para vincular este versículo con
la Inmaculada, es ahí donde habrá que poner el acento. Leído el texto en referencia a Cristo
y a María, se indicaría lo siguiente: Dios establece una enemistad total entre María y
Satanás, el Tentador; si la enemistad es total, no ha podido estar la mujer en ningún instante
bajo el poder de Satán. Se trata de una relectura cristiana del AT; algunos autores señalan
también el término “mujer” (que aparece en Gén 3,15 y en Ap 12).
Otro texto es Ap 12. P. Grelot piensa que la Mujer simbólica de que habla Ap 12
evoca a la humanidad nueva como madre del Mesías, pero que solo puede evocarla «si
asume una forma concreta e histórica en la persona de María. Ahora bien, esta escapa al
dominio del Dragón, personificación del poder del pecado (María es la “Todasanta” desde
su concepción) y de la muerte (María es “asumida” por el poder de Cristo resucitado desde
el momento en que deja la vida terrestre). El capítulo mismo, en sus representaciones
simbólicas, orienta la fe en Cristo en una dirección que muestra la acción de su gracia en la
persona de su madre». Aquí se apunta a María en relación a su maternidad, que para el
autor implica verdaderos dolores de parto. La mujer aparece en el cielo, que simboliza el
“lugar” de Dios, la esfera a que pertenece todo lo que lleva la señal de Dios. La gracia dada
a la Madre de Jesús para que pueda cumplir su función materna pertenece a ese ámbito:
María es la “todasanta” desde su entrada en la existencia humana.
2.2. La liturgia
Nos fijamos solo en el prefacio actual, que recoge el sentir de la tradición orante de
la Iglesia y dice: «Preservaste a la Virgen María de toda mancha de P.O., para que en la
plenitud de la gracia fuese digna madre du tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia,
esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura. Purísima había de ser, Señor, la
Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que,
entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad».
71
María como la primera Iglesia, o como Iglesia naciente; María, imagen de la Iglesia. Otro
motivo eclesiológico es que en la Iglesia, como communio sanctorum (comunión de los
santos), María es abogada de gracia. La última, el motivo antropológico: necesitábamos una
persona humana que fuera perfecto modelo de santidad en que se encarnaran a la perfección
el don de Dios y la acogida humana, la obra de Dios y nuestra respuesta. Nótese que no se
la llama “compañera del Redentor”; la “mediación” de María es presentada aquí como la de
la/una “abogada de gracia”. Pues bien, para poder encarnar adecuadamente todas estas
dimensiones, en María no debía haber la más mínima sombra de pecado.
2. Dentro de esta tradición eclesial debemos hacer hincapié en el sentir de los fieles,
el sensus fidelium. Decíamos sobre este en la crónica de un Foro sobre la Inmaculada: «En
relación con la experiencia del Pueblo de Dios, la teología ha de mantenerse a la escucha y
ha de saber acoger ciertas “rebeliones” de los creyentes contra ideas que han sustentado los
teólogos; por otra parte, hay que calibrar esta experiencia y las formas histórico-culturales
en que se expresa» 73. Algunos dirán que el sensus fidelium se adelanta en este dogma, y en
el de la Asunción, a la reflexión teológica y la impulsa en todo el proceso hasta la
definición dogmática74. Quizá lo podemos formular de otra manera: el sensus fidelium
acompaña a un sector de la reflexión teológica y se opone y adelanta a otro, que acabará
entrando en el consenso general. Ese sentido cristiano es como una unción que ayuda a
71
Los tomo de la Catholic Encyclopedia (Enciclopedia Católica citada a partir de la edición en Internet).
72
J.H. NEWMAN, María. Páginas selectas (Burgos, Monte Carmelo, 2002) 275.
73
Cf P. LARGO, La Inmaculada Concepción. IV Foro de Mariología, en EphMar 54 (2004) 297. Se recoge en
estas palabras la intervención de uno de los participantes.
74
Así, p.ej., M. PONCE CUÉLLAR, María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia (Barcelona, Herder, 20012)
385, 389.
72
discernir o separar, desde dentro, la verdad de la falsedad; es la capacidad sobrenatural que
habita en los fieles y los hace capaces de percibir intuitivamente las riquezas del dato
revelado (así, con un lenguaje neoescolástico, lo definía Congar en 1953); es una especie de
instinto espiritual que consiste en o coincide con la posesión espiritual, intuitiva y
preconceptual de la verdad revelada (de Fiores).
3. Contextuación de la doctrina
73
puramente humana, sino en virtud de una lógica de la fe. Esta realidad pertenece al exceso
divino (Dombes). Lejos de contradecir la absoluta gratuidad de Dios, la confirma.
75
Son varios los autores que, más allá del momento inaugural de la existencia de María, incluyen en el
concepto de I.C. todo el despliegue teologal vivido por María a lo largo de su historia terrestre.
Tradicionalmente se colocaban estas afirmaciones en el capítulo de la perfecta santidad de María, si bien es
cierto que entre los dones recibidos por María en su I.C. se incluía el de la impecancia.
74
divina y de la correspondiente obediencia de la fe como disponibilidad para el servicio. Si
se puede evaluar la simbólica creatural de los sexos que se entreteje dentro de ella, se sigue
también la “anterioridad” de la mujer, una “anterioridad” que procede de dentro, del
Espíritu Santo de Dios como Espíritu del Hijo y del Padre. Si la Iglesia en su conjunto,
también en sus estructuras, es una communio en autootorgamiento trinitario, es el
colloquium salutis (Pablo VI), todas las diferenciaciones eclesiales quedan emprendidas y
estampadas por esta “precedencia” de María, que media y conserva en la Iglesia el impulso
fundamental de la santidad y lo mantiene efectivamente presente en concretez personal en
el signo de la mujer» 76.
4. I.C. y humanidad. Por esta gracia singular que se le ha otorgado, María no queda
desgajada, sino más profundamente vinculada a la humanidad. Porque la exclusividad tiene
por objetivo la inclusividad. Como afirmaba von Balthasar, «el “estado original” de María
no es algo en sí cerrado, sino que más bien la capacita para participar en los sufrimientos
del resto de los hijos de Adán y así poder ser un verdadero refugio de misericordia».
I.C. y nueva humanidad (I.C. y hombre nuevo). Köster afirmaba que «la I.C. eleva a
María a paradigma de la antropología cristiana». En efecto, este don ilumina el carácter
preveniente e indebido de la gracia, al alcanzar al primer momento de la existencia de
María y prescindir de todo mérito; constituye a María en imagen de la receptividad
creatural ante la gracia redentora, lo que queda subrayado por su condición femenina;
convierte a María en un caso clásico de la unión de naturaleza y gracia; en fin, la hace
confirmación de la nueva creación que se nos ha donado en Cristo (el autor añade:
especialmente si incluye la exención de la concupiscencia) 78.
76
M. SEYBOLD, Unbefleckte Empfängnis, en Marienlexikon VI, 524B-525A. Previamente había recordado
Seybold otra convicción generalizada: si la ley fundamental de la economía salvífica es la de la
representación, la exclusividad lleva en sí la inclusividad y, por tanto, María no queda desgajada de los
demás seres humanos, antes está más profundamente unida a ellos.
77
Br. FORTE, La mujer icono del misterio (Salamanca, Sígueme, 1993) 196-197.
78
H.M. KÖSTER, Unbefleckte Empfängnis, en LThK2, t.10, 469.
79
M. DALY, Beyond God the Father. Toward a Philosophy of Women’s Liberation (Boston, Beacon Press, 1983)
86. Cit. por I. SANNA, Orientamenti teologici circa le origini..., cit., 191.
75
significativo el hecho de que la forma completa de humanidad de una criatura sea
representada por una mujer y no por un varón, porque este hecho, que, en cierto modo va
contra los esquemas culturales de una tradición secular de preeminencia masculina, es muy
idóneo para subrayar el fundamento sobrenatural y no ya cultural y sociológico de la
perfección de la humanidad. María es un ejemplo de humanidad lograda y completa, de un
hombre nuevo en Cristo, de libertad donada»80.
Hay un aspecto sutil señalado por A. Rouet. María fue elegida por Dios y destinada
a ser madre de Dios en su fe y en su cuerpo, y ella participó libremente en la venida del
Hijo. Ahondemos en esta dimensión de la libertad. Sabemos que la nuestra es muy parcial y
que el inconsciente habla por nosotros incluso antes de que abramos la boca. María no
80
I. SANNA, Orientamenti teologici…, cit., 222-223.
81
K. RAHNER, María, Madre del Señor (Barcelona, Herder, 1967, 19743) 53-65.
82
A. HULSBOSCH, Storia della creazione storia della salvezza (Florencia, Vallecchi, 1967) 128.
76
careció de este condicionamiento, pero, dentro de los límites de su conciencia, pudo
responder y respondió humanamente sí. La plenitud de su respuesta no es empañada por
estos condicionamientos; sí lo sería por el pecado. Si María no es inmaculada, su respuesta
es limitada, y por tanto no es totalmente madre, ni participa completamente en la venida de
Dios como consecuencia de la limitación del mal. Ahora bien, cualquier restricción en
María restringe igualmente la elección de Dios, pues «esto significaría que Dios no ha
escogido a María para suscitarla según su elección, sino que la ha aceptado tal como es,
incluso con su pecado. La cuestión última es esta: ¿sufre acaso Dios nuestros pecados? ¡En
este caso, está obligado a aceptarnos con ellos! ¿O bien alcanza Dios al hombre más allá
del mal? En cuyo caso puede apoderarse del hombre antes que el mal y, por tanto, hacerle
plantarse en su presencia según su designio. La concepción inmaculada prueba la total
gratuidad de Dios y, como reflejo de ello, el sí de María es plenamente personal. [...] María
es [...] ante Dios la que puede darse sin retractarse, ofrecerse sin escatimarse. Su
colaboración es total porque carece de pecado. Realmente mujer, humilde persona humana,
ella puede, en sus límites, corresponder a la elección libre de Dios su creador. Por ella
participa la humanidad en su salvación, ya que va a dar un cuerpo al Hijo de Dios»83.
En esta reflexión sobre la I.C. han ido apareciendo consideraciones que destacan la
plena humanidad de María. Esto brilla sobre todo en la exclusión de falsas interpretaciones
de este misterio mariano.
1. María es una mujer de nuestra misma naturaleza: tiene la misma esencia física y
la misma esencia metafísica; tiene las estructuras y los dinamismos propios de toda
conciencia humana: sensibilidad, imaginación e inteligencia, razón, voluntad, capacidad de
acción (o, si se quiere, razón aprehensiva y razón modeladora).
2. María es una redimida, al igual que lo somos nosotros. Se pueden referir a ella
pasajes de la Escritura que tienen alcance universal: fue predestinada, llamada, justificada,
como lo hemos sido nosotros, cualquiera que sea la singularidad de su predestinación,
llamada, justificación.
3. Es un ser limitado: «realmente mujer, humilde persona humana, con sus límites».
83
A. ROUET, María, la aventura de la fe (Madrid, Marova, 1979) 91-92. (Controlar este dato.)
77
inicial o inaugural no es el término final de la historia teologal de María, sino el comienzo,
como dice la misma expresión. Es una realidad seminal.
7. Según diversos autores, María pudo pecar, aunque de hecho no pecara. Ser
inmaculada no significa ser impecable, tener el don de la impecabilidad, al modo de Cristo.
María es una persona humana, como nosotros, y estaría marcada con ese especial código de
falibilidad. Señalemos, no obstante, que otros mariólogos hablan de impecabilidad también
en el caso de María. Difiere, sí, de la de Cristo, porque en Cristo hay una sola persona, la
divina, y en esta es metafísicamente imposible el pecado (es decir, la rebeldía, la
desobediencia, la ruptura de la comunión con el Padre; sería la autodestrucción del Hijo y,
por tanto, la autodestrucción de Dios, pues el Padre lo es en la relación de paternidad al
Hijo y el Hijo es consustancial con el Padre); hay una contradictio in terminis entre ser el
Hijo y romper esa comunión. En cambio, en María se trataría más bien de una gracia que
podría no habérsele otorgado.
84
J. GALOT, L’itinéraire de foi de Marie selon l’encyclique “Redemptoris Mater”, em “Marianum 51 (1989) 37-
38.
78
cabeza. María contradice ese nexo: aparece como exenta en todo momento, desde el
arranque mismo de su ser, de cualquier huella de mal, es decir, aparece como la persona no
tocada por la hamartía que se ha enseñoreado del mundo, y como la persona enemistada
con el mal y debeladora del mismo al lado de su descendencia (según la lectura mariológica
de Gen 3,15).
79
Capítulo sexto. La Asunción de María.
El 1 de Noviembre (solemnidad de Todos los Santos) del año 1950, S.S. Pío XII, en
la Const. Apost. Munificentissimus Deus, proclamó urbi et orbi que María, «consumado el
curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste» 85. Con esta
fórmula indicaba el papa que María fue salvada en la integridad de su humanidad personal.
Consideraremos este misterio desde una perspectiva antropológica: primero examinamos
las relaciones entre cuerpo y salvación, preguntándonos si el primero puede ser portador y
receptor de la segunda; luego desplagamos varios aspectos de la realidad corporal de María:
el físico, el histórico, el glorioso; por último proponemos varias conclusiones o reflexiones
de orden antropológico propiciadas por la meditación sobre María asunta a la gloria.
1. El cuerpo y la salvación
80
Recordemos sumariamente algunas doctrinas sobre el antagonismo alma-cuerpo 87.
Si, al estilo platónico, comprendemos el cuerpo como una realidad que de por sí es sepulcro
o cárcel de la mente, entenderemos la salvación como excarcelación del alma, que se
desprende del lastre corporal, no como reasunción del cuerpo en una vida definitiva. Los
dualismos antropológicos piensan el cuerpo como intrínsecamente hostil y refractario a la
salvación. El mundo cristiano, en ciertas heterodoxias (gnosis, maniqueísmo, etc.), ha
cedido al dualismo, y en otras tendencias ha establecido una oposición cuerpo-espíritu (o
cuerpo-alma) lastrada de ideas platónicas.
87
Puede verse una exposición más amplia, por lo que se refiere al mundo griego, en A. VERGOTE, en ID.,
Explorations de l’espace théologique (Lovaina, University Press – Uitgeverig Peeters, 1990) 508-512.
88
Rahner añade que la carne, por la resurrección, entra con Cristo en la gloria. Tomamos estos datos de St.
de FIORES, Assunta, en ID., Maria. Nuovissimo Dizionario I (Bolonia, EDB, 2006) 97 (nota 32). El autor remite a
una tesis de F.J. Palazzi von Büren. Cf también K.H. NEUFELD, Mariologie in der Sicht K. Rahners, en EphMar 50
(2000) 285-297.
81
Durante su ministerio público, Jesús se involucraba con su humanidad entera en la
praxis del Reino de Dios. Lo podemos comprobar en distintas áreas de su práctica. Una es
la de las curaciones. Jesús no rehuyó el contacto con los cuerpos de personas consideradas
impuras: un leproso (Mc 1,41 parr.), la hija de Jairo, tenida por muerta (Mc 5,41; cf 5,23).
Kurt Berger indicaba cómo Jesús practicó la “pureza activa” y la “santidad inclusiva”, que
no se retraen ante el contacto con lo impuro. Y esto se explica porque, en el sentir de Jesús,
no es la impureza lo que se pega, sino la pureza; de ahí que él haya encarnado una pureza
de influencia carismática. Recordemos otros casos de sanación: la suegra de Pedro (Mc
1,31), el ciego de Betsaida (8,23.25), la mujer encorvada (Lc 13,13), el sordomudo (Mc
7,33). En un sumario señala Lucas que, a la caída del sol, imponía las manos a los enfermos
(cf Lc 4, 40-41). Este gesto se repite en relación con los niños (cf Mc 10,16).
89
Los sinópticos han narrado también el relato de la transfiguración, en el que el semblante de Jesús se
vuelve resplandeciente como el sol (Mt 17,2).
82
En fin, el cuerpo eucarístico de Cristo es portador y garante de vida eterna: «el que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día» (cf Jn
6,52-58, en la interpretación eucarística del pasaje)90.
3. Queda un último aspecto. Según Pablo, de la condición nueva del cuerpo, por la
que este es miembro de Cristo, derivará que el cuerpo del cristiano sea para el Señor (1 Cor
6,13c). El imperativo cristiano correspondiente será el siguiente: «presentad vuestros
cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios» (Rom 12,1); o también: «dad gloria a
Dios con vuestro cuerpo» (1 Cor 6,20). En síntesis: se nos exhorta a dar una respuesta
oblativa (“hostia viva”) y doxológica (“dad gloria”) con nuestro cuerpo.
90
Del cuerpo de Cristo decimos también que es un cuerpo glorioso. La salvación lo alcanza a Él en el cuerpo
por su resurrección de entre los muertos. Los sinópticos narran también el relato de la transfiguración, en el
que el semblante de Jesús se vuelve resplandeciente como el sol (Mt 17,2).
91
El término empleado por el Talmud para referirse a los desposorios o al matrimonio es qîddûšîn, que
también significa “santificación”.
83
2. Aspectos de la realidad corporal de María
92
P. LARGO, El cuerpo de Cristo: referente y especificativos de una expresión, en “Teología” [Buenos Aires] 44
(2007) 151-167.
84
evangelios no nos informen sobre su padre y su madre, ni nos trasmitan su genealogía. Era
un ángel, o un arcángel 93.
Propiamente –dirán estos cátaros– no era la madre de Jesús; Jesús no nació de ella,
o al menos, no tomó nada de su sustancia. María concibió por el oído y por el oído procedió
Jesús de ella. Esta falta de reales vínculos materno-filiales se basa en las mismas
declaraciones de Jesús. Veámoslo: a) «Mujer, ¿qué tengo que ver contigo?» (Jn 2,4); b)
«una mujer de la multitud exclamó: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te
criaron”. Pero él repuso: “Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen”» (Lc 11,27-28). Jesús tiene otro origen que el terreno: «Vosotros sois de abajo,
yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo» (Jn 8,23).
93
Otras corrientes atribuyen también a María una naturaleza angélica. P.ej., a comienzos del s. XIII, los
Sclavini, dualistas moderados de Dalmacia.
94
AMBROSIO DE MILÁN, De institutione virginis (La educación de la virgen), 7.50, en “Fuentes Patrísticas” 19
(Madrid, Ciudad Nueva, 2007) 190.
85
Proclo de Cízico, en una homilía pronunciada en Constantinopla entre los años 428-429,
presenta a María como «taller de la unidad de las dos naturalezas, pregón de la
reconciliación salvadora, cámara nupcial en que el Verbo se ha desposado con la naturaleza
humana». Líneas más adelante añade Proclo que el cuerpo del Salvador fue tejido por el
Espíritu, quien tomó como lana el «antiguo vellón de Adán» y como cañamazo «la carne
impoluta surgida de la Virgen» 95; así se corrige el límite de la palabra “taller”, pues ya no
se reduce el cuerpo de María a espacio acondicionado en que obra el Espíritu, punto que
podrían aceptar, aunque resignadamente, las tendencias gnósticas, sino que se le reconoce
como fuente que suministra el principio germinal de la humanidad del Salvador. Gregorio
de Nisa había puesto en labios del Verbo ideas similares sobre el seno de María como
espacio salvífico: «quiero renovar al género humano en el seno virginal»; y casi a renglón
seguido, comentando la salutación del ángel, escribe: «te has convertido en taller purísimo
de la dispensación divina»96.
95
PROCLO DE CÍZICO, Oratio I: PG 65, 681.
96
GREGORIO DE NISA, In Annuntiatione Deiparae, et contra Arium impium: PG 62, 766. En esta edición de
Migne, el documento figura entre los spuria de Juan Crisóstomo. Se piensa actualmente que el autor es el
Niseno.
86
El teólogo H. Bourgeois 97 se preguntaba qué clase de cuerpo era el del Jesús
prepascual. Y respondía que fue un cuerpo de libertad y de solidaridad, un cuerpo de
duración y de fragilidad [264], un cuerpo marcado por los avatares de su acción y los
acontecimientos de su pasión [265], un cuerpo inmerso en una larga historia, humildemente
oscura [268], un cuerpo en que se despliega la sucesión de las responsabilidades y de las
decisiones [cf. 277 y 189], un cuerpo que se hace fuente de comunión [269].
Del cuerpo de historia de María podemos decir al menos que fue el cuerpo de una
niña que crece en edad, un cuerpo inmerso en una historia humildemente oscura, un cuerpo
en que se despliega la sucesión de las responsabilidades y las decisiones, un cuerpo
marcado por los avatares de su acción y por los acontecimientos de la pasión de su hijo y
los de sus propias pasividades, un cuerpo de duración y fragilidad. Es el cuerpo de una
mujer que vive una historia personal propia, aunque tenga tantos rasgos biográficos
similares a los de otras muchas mujeres.
1. El cuerpo de María comienza siendo el cuerpo de una niña que crece en edad. No
sale del seno de su madre como Palas Atenea de la cabeza de Júpiter, es decir, como una
mujer adulta equipada de pies a cabeza con toda la panoplia de una guerrera. María no
pertenece a ese mundo del mito o la leyenda; ella conoce los procesos de desarrollo de todo
ser humano, tanto en el aspecto orgánico como en el psíquico, y, más en particular, conoce
los procesos de desarrollo propios de una mujer.
Puesto en labios de María, el término no tiene por qué aludir a una experiencia
biográfica concreta de humillación por que haya pasado, aunque I. de la Potterie piensa en
la condición oprobiosa de la mujer que en aquella época, al desear permanecer virgen,
queda marcada por el estigma de la esterilidad. Pero podemos estar simplemente ante el
esquema teológico humillación-exaltación, y los referentes históricos de Lc 1,46-55 serían
97
H. BOURGEOIS, Je crois à la résurrection du corps (París, Desclée, 1981). Hay una reedición de 2007 (Saint-
Laurent [Québec], Fides, 2007). En el interior del texto remitimos a las páginas de la edición de 1981.
87
más bien un conjunto de circunstancias que confluyen en la persona de María: su pobreza
en recursos económicos, su origen plebeyo, su insignificancia y pequeñez social, incluso
también su realidad de mujer 98. La pobreza económica de María se desprendería de varios
datos que aparecen en Lucas o en los otros sinópticos: quizá la peripecia del nacimiento de
Jesús (Lc 2,1-19), la ofrenda que presentan sus padres en el templo (2,24), la profesión que
se suele atribuir a José. Con todo, algunos autores se muestran reticentes ante la hipótesis
de la pobreza económica. A este respecto se podrían tener presentes una pregunta y unos
datos: en el episodio de la presentación, la ofrenda de un par de tórtolas o dos pichones,
¿remite a un hecho histórico, o es sobre todo reflejo de una teología lucana que encarece la
pobreza?; el oficio de tekton, si se le reconoce a José (cf Mt 13,55, donde no se enuncia
directamente de José, ni como aposición ni como predicado) y si lo afirmamos de Jesús
(Mc 6,3), indica que ni Jesús ni José fueron esclavos, ni jornaleros que trabajaran por
cuenta ajena, sino algo parecido a trabajadores autónomos. En todo caso, es claro que Jesús
no era un terrateniente y que no pertenecía a la aristocracia bien acomodada. Ángel
Aparicio sitúa a la familia de Nazaret en la clase media-baja99; podemos inclinarnos por la
probabilidad de que fuera una familia económicamente modesta que vivía con cierto
decoro. En cuanto a la condición social, tan vinculada a la situación económica, José sería
de origen davídico, lo que también a María, su esposa, podía darle cierto rango, aun cuando
ella fuera de condición plebeya. En fin, en aquella cultura androcéntrica, el género
femenino no gozaba de especial reconocimiento y la condición de mujer podía no ser
motivo especial de alegría. Su papel social era netamente subordinado y su misión se ceñía
normalmente a los trabajos de la maternidad y a las faenas domésticas.
98
Ángel Aparicio entiende la humillación de María no como una condición social, o una experiencia previa a
la anunciación, sino como la total impotencia para la maternidad sin una intervención divina. Se siente
totalmente desbordada por el modo de actuación divina en la concepción de Jesús. Cf A. APARICIO, La
Sagrada Familia en los relatos evangélicos, en EphMar 58 (2008) 243.
99
Ibíd., 248.
88
Una vez ha alumbrado a Jesús, María se entrega en cuerpo y alma a prodigar
cuidados, en una larga crianza, al hijo nacido de sus entrañas. Lucas señala que, después de
darlo a luz, lo envuelve en pañales y lo recuesta en un pesebre (Lc 2,7). La mujer anónima
de la multitud felicitará a Jesús con esta exclamación: «¡Dichoso el seno que te llevó y los
pechos que te criaron!» (Lc 11,27-28). Se destaca con estas palabras la función materna en
su dimensión biológica, pero no en menor medida en su dimensión biográfica.
100
Cf., p.ej., La compasión de María, número monográfico de la revista “Ephemerides Mariologicae”, vol. 54
(2004) 179-298.
101
Cf M. ARRIOLA, Mater dolorosa en el arte, en EphMar 54 (2004) 279-291.
102
Ver, p.ej., el sitio http://www.stabatmater.info/index1.html
103
Cf A. VERGOTE, Explorations..., cit., 517ss.
89
terrestres, se suele comenzar a encanecer el pelo, arrugar el rostro, a enfriar la sangre y
debilitar algo de las fuerzas y todo el compuesto humano, sin que la industria pueda
detenerle del todo, comienza a declinar a la senectud y corrupción; pero en María
santísima no fue así, porque su admirable composición y vigor se conservaron en aquella
perfección y estado que adquirió en los treinta y tres años, sin retroceder ni desfallecer en
ella, y cuando llegó a los setenta años que vivió […] estaba en la misma entereza que de
treinta y tres y con las mismas fuerzas y disposición del virginal cuerpo»104.
7. En otro tiempo (años cuarenta y cincuenta del s. XX) hubo un largo debate sobre
la muerte de María. ¿Debía morir?, ¿murió de hecho? Unos afirmaban su muerte; otros
consideraban a María agraciada con la dote de inmortalidad. En este caso, por tanto, su
asunción a la gloria habría sido un rapto: se habría producido sin pasar por el trance o el
tránsito de la muerte (a la Asunción de María se la llamó también “tránsito [de la Virgen]”,
celebrado festivamente el 15 de agosto). La tesis de la inmortalidad derivaba de cierto
principio: se entendía la muerte como herencia del pecado de Adán; si María no se vio
afectada por este pecado, tampoco debía alcanzarla la muerte.
104
Sor MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA, Mística ciudad de Dios. Vida de María. Texto conforme al autógrafo original.
Introd., notas y ed. por C. SOLAGUREN, con la colaboración de A. Martínez Moñux y L. Villasante (Madrid,
1970) Libro II, nº 856, p. 743. Ver también nº 886 (p. 758); libro III, nº 736 (p. 1461).
105
Ibíd., Libro II, nº 857, p. 743.
90
punto de vista espiritual puede decirse que fue una maduración de la gracia en la gloria, lo
que permite entender esta muerte como una dormición 106.
C. Pozo ofrece respecto a esta cuestión de la muerte un apunte que tiene su peso.
Indica que de la fórmula “cumplido el curso de su vida terrestre” no se deduce que la
definición piana favorezca la negación de la muerte de María o declare que es una cuestión
teológicamente libre. El hecho de la muerte vendría impuesto por la Tradición, que durante
siglos se manifestó claramente en ese sentido 107.
Sobre el modo de “vivenciar” María su muerte, R. Guardini escribió unas líneas que
contrastan con la idea común de la Dormición de María. Dice que no nos podemos
imaginar «cómo vive una persona que está sin pecado, pura en crecimiento, ánimo y
espíritu. Pero pensamos que debe ser afectada por el destrozo del mundo de modo más
profundo, sufriendo de modo más desgarrador, que la persona que, dispuesta a la defensa,
está provista, por decirlo así, de contravenenos. Pilatos se extrañó de qué pronto había
muerto Jesús; a Él, al más vivo y al más fuerte por su esencia, la muerte le había atacado
con más violencia; ¿no ocurrió algo semejante, visto a la distancia conveniente, con
María?»108. El autor formula su opinión con cautela, pero vemos que se inclina por la
respuesta afirmativa.
Pasemos, finalmente, a tratar del cuerpo glorioso de María. Dando por supuestas las
doctrinas cristológicas, a las que de todos modos haremos varias referencias, nos detenemos
en la exposición de unos enunciados antropológicos generales, con eventuales desarrollos y
con varias referencias a María, y a una correspondiente trasposición, ceñida exclusivamente
a la realidad de María. Trabajamos desde la afirmación de la muerte de María.
106
JUAN PABLO II, La Dormición de María. Catequesis del 25/06/1997, en “L’Osservatore Romano”, edición
semanal en lengua española, del 27-VI-97.
107
C. POZO, María, nueva Eva, cit., 343.
108
R. GUARDINI, La Madre del Señor (Madrid, Guadarrama, 1960) 74.
91
Formulemos primero unas tesis que, por lo general, serían comunes a María y a
nosotros.
109
Cf X. ZUBIRI, El problema teologal del hombre: cristianismo (Madrid, Alianza Editorial Fundación X. Zubiri,
1997) 331, 332, 388.
92
del “poder de la hamartía” y del estado de alienación, una superación del absurdo y el
sinsentido, un triunfo sobre la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. En la Inmaculada, la
glorificación significa el estado consumado de su santidad original y del desarrollo
histórico de esta santidad.
110
Los videntes supuestamente beneficiados con apariciones marianas describen en ocasiones el aspecto
que tiene María. No negamos que ella, desde el carácter “expresión” propio de la corporeidad, pueda
presentar determinados aspecto y figura, y hacer ciertos ademanes; pero tomemos también la cautela de
que puede haber en todo ello una productividad humana que delata los condicionamientos de la cultura
social y religiosa de los videntes. Cf lo que decimos en P. LARGO, ¿Se aparece Nuestra Señora?, en EphMar 47
(1997) 348.
111
A. TORNOS, Escatología II (Madrid, Universidad Pontificia Comillas, 1991) 198.
93
6. Cuerpo presente y cuerpo glorioso. La cuestión de la continuidad. Los datos de
observación directa nos muestran que el cuerpo de los muertos no experimenta una
transformación súbita; tampoco se produce una desaparición del cadáver, una
volatilización, por así decir 112. (Lo habitual, salvo el caso de algún venerable o santo, es la
corrupción del cadáver.) Un defensor de la escatología intermedia que señale la identidad
entre cuerpo físico y cuerpo resucitado podría aducir estos hechos como prueba de que no
hay resurrección inmediata.
112
X. Zubiri pensaba que esto es lo que sucedió en el caso de Jesús. En el preciso momento de la
resurrección, el cadáver desapareció repentinamente, lo mismo que desaparecía Jesús al término de sus
encuentros con los discípulos; a lo sumo, el cadáver se volatilizó, por así decir. Cf. X. ZUBIRI, El problema
teologal del hombre: Cristianismo (Madrid, Alianza Editorial-Fundación Xabier Zubiri, 1997) 332.
113
A esto responde el interlocutor que, en efecto, no hay que confundir cuerpo con cadáver, pero que la
nueva teoría no da cuenta del honor litúrgico que se tributa a los despojos mortales del cristiano. Es un
argumento que, con el de la necesidad de preservar la identidad personal corporal, no salvaguardada, al
parecer, por la nueva teoría, proponen algunos contra esta. Cf., p.ej., S. Meo en Riflessi del rinnovamento
dell’escatologia sul mistero e la missione di Maria en Sviluppi teologici postconciliari e mariologia (Roma
1977) 116-118.
114
A. Feuillet interpreta el pasaje como el vínculo de comunión entre las almas de los que han muerto y el
cuerpo resucitado de Cristo: La demeure céleste et la destinée des chrétiens. Exégèse de II Cor V,1-10 et
contribution à l’étude des fondements de l’eschatologie paulinienne, en “Recherches de Science Religieuse”
44 (1956) 161-192 y 360-402.
Otros exegetas discrepan de la interpretación que entiende el texto como relativo al revestimiento
inmediato, tras la muerte, con un cuerpo de gloria: «en ningún momento ha considerado el apóstol una
toma de posesión del cuerpo de gloria antes de la parusía. Precisamente por eso se caracteriza como
“desnudez” el estado intermedio entre la muerte y la resurrección» (J. HÉRING, La seconde épître de Saint
Paul aux Corinthiens (Neuchatel-París, Delachaux et Niestlé, 1958) 48.De la misma opinión es J. Murphy:
«decir que la casa no construida por manos humanas en el cielo representa el cuerpo de resurrección
significa introducir una especificación extraña al pensamiento y a la intención de Pablo» (J. MURPHY
O’CONNOR, La teologia della seconda lettera ai Corinti (Brescia, Paideia, 1993) 68). J. Lambrecht, menos
apodícticamente, se inclina por esta opinión. Cf., de este autor, La vie engloutit ce qui est mortel.
Commentaire de 2 Corinthiens 5,4c [1982], en R. BIERINGER-J. LAMBRECHT, Studies on 2 Corinthians (Lovaina,
Univ. Press, 1994) 359.
115
Señalamos: D. FERNÁNDEZ, María en la historia de la salvación, cit., 402; J.C.R. GARCÍA PAREDES, Mariología
(Madrid, BAC, 1995) 373.
116
Así, C. Pozo, en La venida del Señor en la gloria (Valencia, Edicep, 20023) 87-89.
94
Gabino Uríbarri, por su parte, argumenta teológicamente frente a la escatología
bifásica y en contra de una diástasis temporal entre la salvación del alma y la del cuerpo.
Sintetizamos así sus razones: a) por el bautismo, el cuerpo ya ha compartido la muerte con
Cristo y toda la persona ha pasado en cuerpo y alma a ser criatura nueva en Cristo; por
tanto, ¿por qué, tras la muerte del hombre, va a participar solo el alma de la resurrección?;
b) la antigua teología del martirio, aunque no de modo unánime, insiste en que los mártires
han sido cristificados en su cuerpo de modo logrado y no superable; en su caso habría que
postular la resurrección corporal; c) la salvación afecta a la persona en su identidad y en su
unidad; d) según Juan, el hombre (y su cuerpo) participa en la Vida durante esta historia
terrena; en ese caso, ¿qué sentido tiene que el cuerpo quede desplazado o privado de esa
participación hasta el último día?; e) la creación ha comenzado a ser pneumatizada con el
cuerpo glorioso de Cristo, realidad que tiene lugar de forma densa, singular y conspicua en
los sacramentos; ¿por qué se ha de parar en seco hasta el último día [por lo que se refiere al
cuerpo]?117.
Esto no impide marcar una diferencia entre María y nosotros. Podemos, en efecto, a
propósito de la Asunción, proponer algo parcialmente paralelo a lo que afirmaba K. Rahner
sobre la Inmaculada. En el don de santidad original con que fue agraciada María no hay que
considerar solo una anterioridad cronológica, sino el sentido axiológico: en María no existe
contradicción entre la voluntad del Creador y el ser empírico del hombre, sino una
identificación de nacimiento y renacimiento, de vida y de gracia; análogamente, en el don
de la Asunción podemos desplazar el acento de la precedencia cronológica a la
preeminencia axiológica y ver en la persona de María la encarnación de la Iglesia gloriosa
entera; además, la singularidad del caso de María se advierte también en el fundamento
personal por el que es alzada a ese estado: su condición misma de Madre del Señor y su
respuesta de creyente a la misión que Dios le confió.
117
G. URÍBARRI, Modulaciones teológicas del tiempo, cit., 549-551.
95
76); los Statuta Ecclesiae Antiqua: huius quam gestamus et non alterius carnis
resurrectionem (DS 325); etc.
118
A. Ziegenaus afirma que «la antigüedad cristiana sostuvo normalmente la misteriosa identidad material»
(Aufnahme, en Marienlexikon I, 285 B).
119
J. Ratzinger y C. Pozo (este, hipotéticamente) sostienen condicionalmente dicha posición. Escribe el
último, atendiendo al culto de las reliquias de los santos: «parece que hay que afirmar que si al realizarse la
resurrección, quedan “reliquias” del antiguo cuerpo terreno que existen en cuanto tales, la resurrección no
puede prescindir de ellas» (La Venida del Señor…, cit., 48). Remite a J. Ratzinger, Auferstehungsleib, LThK I,
1053. En todo caso, quien se aferre a esta tesis de una transformación, podría afirmar que elementos del
cuerpo siempre subsistirán, aunque sea en estado transformado (antes se decía: «nada se crea ni se
destruye [en el sentido de “se aniquila”]; solo se transforma»; actualmente hay cosmologías que hablan de
una creación continua de materia). Dios transformaría escatológicamente algo que me ha pertenecido,
aunque esto no hubiera permanecido intacto y se hubiera modificado después de mi muerte según los
procesos naturales.
120
R.E. BROWN, The Virginal Conception and Bodily Resurrection of Jesus (Nueva York, Paulist Press, 1973)
128-129. M. Deneken (La foi pascale [París, Cerf, 1998] 430-431), acoge la sustancia del apunte de Brown.
96
del sepulcro, habría sido transformado en cuerpo glorioso, aunque no podemos señalar el
momento en que, pensado desde nuestro tiempo terreno, se produjo tal acción del Espíritu.
Es una solución que quizá no nos seduce, pero que puede estar en la mente de muchos.
121
In IV, d. 44, qu. 1. Tomo el texto de J.L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión, cit., 211, n. 83.
122
A. ZIEGENAUS, Aufnahme, en Marienlexikon, I, 285 B.
123
Un examen más detallado mostraría las diferencias. Sobre el pensamiento de Orígenes y la crítica de
Metodio, véase H. CROUZEL, Les critiques adressées par Méthode et ses contemporains à la doctrine
origénienne du corps ressuscité, en “Gregorianum”, 53 (1972) 679-714.
124
Así lo indica, sin más detalles, P. O’Callaghan en la voz Resurrezione, en G. TANZELLA-NITTI-A. STRUMIA,
Dizionario Interdisciplinare di Scienza e Fede. Cultura scientifica, filosofia e teologia 2 (Ciudad del Vaticano-
Roma, Urbaniana University Press-Città Nuova, 2002) 1225 B.
125
A. WINKLHOFER, Das Kommen seines Reiches. Von den letzten Dingen (Frankfurt del Meno, J. Knecht,
1959).
126
P. MASSET, Immortalité de l’âme, résurrection des corps, en NRTh 105 (1983) 321-344. Los números que en
el párrafo siguiente de nuestro texto figuran entre paréntesis remiten a las páginas de este artículo.
97
temperatura, etc.; análogamente, el cuerpo de los resucitados está constituido a partir de la
sustancia no fenomenológica del cuerpo, separada ya del cadáver y conservada por Dios.
Partiendo de ella, Dios reconstruiría mi cuerpo resucitado; la permanencia de esa sustancia
le hace ser mi cuerpo y no otro 127. Estamos en la línea de la transformación, no de la
creación.
127
Hemos seguido a C. POZO, Teología del más allá (Madrid, BAC, 1968) 119-120.
128
Parece que, en la mente de Masset, cuerpo material y cuerpo ontológico no son dos cuerpos que
subsistan yuxtapuestos, uno de los cuales, el material, desaparecería con la muerte, mientras el otro, por
don de Dios, pervive transfigurado; vendrían a ser dos aspectos o momentos del cuerpo humano. Esto nos
llevaría a pensar en la comprensión zubiriana del cuerpo, con sus tres momentos: organismo, configuración,
corporeidad.
129
D. Fernández habla de nueva creación, pero con ello no pretende otra cosa que resaltar todo lo que hay
de novedad y discontinuidad entre el cuerpo glorioso y el cuerpo terreno. Cf María en la historia de la
salvación, cit., 397, 403.
130
F.R. NOCKE, Eschatologie (Düsseldoff, 1982) 123. Citado por H. KÜNG, ¿Vida eterna? (Madrid, Cristiandad,
1983) 189. Hay traducción castellana: Escatología (Barcelona, Herder, 1984).
98
Lo que necesitaría un mayor esclarecimiento es la relación entre el cuerpo de
historia y el cuerpo físico que, al morir, pasa a la condición de cadáver. También habría que
esclarecer en la medida de lo posible la materia del cuerpo de gloria. Según el físico y
teólogo J. Polkinghorne, los cuerpos de nuestro mundo, único tipo de materia que conoce la
ciencia, están sujetos intrínseca e inevitablemente a la mortalidad y la descomposición; por
tanto, el teólogo pensará que la “materia” del cuerpo glorificado no puede ser reproducción
de la actual, sino diferente, en una nueva creación surgida de la transformación de este
universo, integrada ya en la vida divina y no sujeta ya a la mortalidad131. Por su parte, el
físico y filósofo Manuel M. Carreira Vérez, leyendo en sentido realista los relatos pascuales
de Lucas y Juan, entiende que el modo de existencia del cuerpo tras la resurrección no
contradice a la idea de materia que propone la física moderna, especialmente la mecánica
cuántica; esta reconoce, en el caso de las partículas elementales, los fenómenos de
movimiento discontinuo, compenetración, multilocación y aespacialidad, que son
justamente las notas que manifiesta el cuerpo de Cristo resucitado132.
99
lo que indicaría que –en el sentir común– muere el hombre; entendemos que la muerte
afecta al sujeto entero, lo que no implica que quede aniquilado el hombre entero. La
Comisión Teológica Internacional, en el documento Sine affirmatione, se expresaba de esta
suerte: «la muerte escinde al hombre intrínsecamente. Más aún, porque la persona humana
no es solamente el alma, sino el alma y el cuerpo esencialmente unidos, la muerte afecta a
la persona» 134. Pensado el hombre como unidad de cuerpo y alma, la pervivencia del alma
le confiere cierta continuidad al yo; en la hipótesis de la muerte total (Ganztod) sostenida
por ciertos teólogos protestantes de la primera mitad del s. XX (C. Stange, W. Elert, H.
Ott), en la de J. Hick (1976) y en la de P. Laín Entralgo se impone hablar de recreación.
Según los protestantes mencionados, el hombre no puede presentar nada propio ante Dios:
ni sus obras, ni siquiera la inmortalidad del alma135; según Laín Entralgo, no somos un
compuesto de cuerpo y alma y con la muerte acaba todo el hombre, acaba el hombre del
todo 136. Ya Taciano y algunos árabes afirmaban la muerte total [thnetopsiquismo] y la
nueva creación del difunto ex nihilo 137. Y E. Jüngel afirma que en la muerte el hombre es
aniquilado, y que la resurrección es nueva creación, no ex nihilo, sino «desde la nulidad
resultante de la autoaniquilación y la culpa del hombre» 138.
134
CTI, Sine affirmatione (Problemas actuales de escatología), 6.1., en Enchiridion Vaticanum 13 (Bolonia,
EDB, 1995) 612-613.Contiene el textos latino la traducción italiana; una trad. española, en COMISIÓN
TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Documentos1969-1996. Ed. preparada por C. Pozo (Madrid, BAC, 1998).
135
Tomamos el dato relativo a los protestantes de C. POZO, La venida del Señor…, 97.
136
En pos de Zubiri, Laín es partidario de un monismo sui generis: es antidualista, pero a la vez distinto del
materialismo fisicalista y del conductismo. Laín sostiene que los estados y actos humanos superiores, como
la autoconciencia y la decisión, no se deben a una entidad supracorporal (alma, espíritu), sino a la propia
estructura de la materia humana. Sobre el alma dice: «El alma del hombre es para mí la unidad de acción de
la estructura específica del ser humano»; y sobre el cuerpo: «el cuerpo es el ser del hombre y, por serlo, el
agente, el actor y en cierto modo el autor de todo lo que en el mundo y dentro de sí es y hace el hombre».
De este autor, véanse las dos obras siguientes: El cuerpo humano (Madrid, Espasa-Universidad, 1989);
Cuerpo y Alma (Madrid, Espasa Universidad, 1991); Idea del hombre (Barcelona, Círculo de lectores, 1996).
Sobre él, puede consultarse J. AYALA, El monismo integrable de Xavier Zubiri y Pedro Laín Entralgo, en “The
Xavier Zubiri Review” 1 (1998) 49-56, reproducido en
http://www.zubiri.org/general/xzreview/1998/monismo integrable.html/ Ver también A. SAVIGNANO,
Bioética y antropología. El debate entre P. Laín Entralgo y X. Zubiri, en I. MURILLO (ed.), Ciencia y hombre
(Colmenar Viejo [Madrid], Ediciones Diálogo Filosófico, 2008) 453-461.
137
Cf J.A. FISCHER, Studien zum Todesgedanken in der Alten Kirche. Die Beurteilung des natürlichen Todes in
der kirchlichen Literatur der ersten drei Jahrhunderte I (Munich 1954). Tomo la indicación de C. Pozo.
138
E. JÜNGEL, Der Tod als Geheimnis des Lebens, en AA.VV., Grenzerfahrung Tod (Frankfurt del Meno, 1978)
28. Cit. en J.L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión, cit., 338.
100
pero no creación del mismo hombre» 139. El mismo reparo presenta J.L. Ruiz de la Peña 140.
A. Tornos observaba, por su parte, sobre el aserto de la CTI: «Esto no lo hubieran afirmado
tan rotundamente ni siquiera todos los filósofos escolásticos medievales, por las diferencias
que los separaban en la teoría de la individuación; pero mucho menos puede decirse hoy sin
ulterior razonamiento, después de los cambios habidos en los supuestos filosóficos más
generales»141. El autor no desarrolla este apunte, pero ha dejado dos pistas a los estudiosos.
139
C. POZO, La venida del Señor…, cit., 97. Garante de la continuidad es la pervivencia de un elemento
consciente y subsistente entre la muerte y la resurrección futura (Ibíd., 94).
140
J.L. RUIZ DE LA PEÑA, La Pascua de la creación, cit., 272-274. Añade que la tesis de la muerte total se
emparejaría con la de la aniquilación de este mundo y la creación ex nihilo del mundo futuro. Coincide, pues,
con la argumentación de R.E. Brown expuesta más arriba.
141
A. TORNOS, Cuestiones de escatología, cit., 11.
142
Cf J. MARÍAS, Antropología metafísica (Madrid, Alianza Editorial, 1987) 120ss.
101
– asimismo, la Asunta es, como apuntan ya los relatos evangélicos, aquella joven
morena que a la edad de unos trece años concibió a Jesús, lo llevó en su seno (convertido
ahora en “espacio soteriológico”), lo dio a luz y lo envolvió en pañales (“toda la diferencia
que existe en el mundo no es más que la diferencia entre ser bien recibido o mal recibido”:
R. Laing), lo amamantó a sus pechos mientras hijo y madre se miraban, lo lavó y vistió con
sus manos, lo sentó en su regazo, lo acarició y lo besó con ternura (“cálida ley de los
hombres: / de las uvas hacen vino, / del carbón hacen el fuego, / de los besos hacen
hombres”: P. Éluard), despertó en él la sonrisa, presentó con José en el templo a este nuevo
israelita, recitó salmos mientras el pequeño la acompañaba en las faenas domésticas, lo fue
ayudando lentamente a crecer en estatura y hombría (pues el desarrollo no tiene lugar en el
vacío y “sólo por medio de la educación llega el hombre a ser hombre”: I. Kant) e incluso
alguien –la psicoanalista Fr. Dolto– ha aventurado la hipótesis de que lo alumbró de nuevo,
esta vez como profeta, cuando él se resistía a llevar a cabo el primer signo mesiánico
(bodas de Caná)143. Jesús, en su dimensión humana, surgió en el encuentro con otras
realidades personales, y muy en concreto con la de su madre. La entera humanidad de
María llevó a cabo esa larga gestación; ahora, esa entera humanidad experimenta su propia
asunción;
143
Esta sugerencia no importa como dato histórico, sino como verdad psicodramática.
144
Ver algunos desarrollos sobre María como mujer de dolores en Cl.M. BOFF, Mariologia social, cit., 534ss.;
antes ha expuesto el autor otros aspectos del significado antropológico social deldogma de la Asunción.
145
X. PIKAZA, La madre de Jesús. Introducción a la mariología (Salamanca, Sígueme, 1989) 386.
102
1. La Asunta es «un canto a la materia, el canto de amor de “una fe que ama a la
tierra”» (K. Rahner). Escribe también Rahner: «A este mundo de la carne odiada, idolatrada
y suficiente dirige la Iglesia su dogma de fe. La Iglesia clama por medio de esta verdad
acerca de María: la carne ha sido salvada. La carne ya está salvada. Ya se ha logrado en una
mujer, en un ser humano de nuestra raza, que ha llorado y sufrido con nosotros y que con
nosotros ha muerto. La pobre carne, odiada por unos e idolatrada por otros, ya ha sido
hecha digna de estar eternamente junto a Dios y por tanto de ser salvada y reafirmada para
siempre. Y no solamente en el Hijo del Padre, el que vino de arriba, sino en alguien de
nuestra raza que, como nosotros, era de aquí abajo» 146. María no es rescatada del tiempo y
la historia: es su historia la rescatada para siempre.
146
K. RAHNER, María, Madre del Señor (Barcelona, Herder, 1967) 121-122.
147
A. SERRA, Dimensioni mariane del mistero pasquale, 136. Cit. en S.Mª PERRELLA, La Madre di Gesù nella
coscienza ecclesiale contemporanea (Ciudad del Vaticano, PAMI, 2005) 385-386.
148
D. FLANAGAN, La escatología y la Asunción, en “Concilium” 41 (1969) 144-145.
149
Ibíd.
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propone rechazar el repliegue en estereotipos de pasividad e inacción. La Iglesia ha de
poner la relación en el centro y ha de asumir dentro de sí a las mujeres de carne que habitan
en ella 150.
150
C. MILITELLO, L’Assunzione nella carne: un approccio “con occhi di donna”, en EphMar 50 (2000) 246.
151
Cl.M. BOFF, Mariologia social, cit., 528.
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