Sobre Música Colonial en El Cusco
Sobre Música Colonial en El Cusco
Sobre Música Colonial en El Cusco
Años hace que venimos prestando atención al arte musical en la Colonia, no, por cierto, con el fin de
analizar y sopesar el arte de los musicólogos de aquellos tiempos sino para dar a conocer sus
nombres y sus obras. Hasta el año 1931 en que Carlos Vega dio a conocer un códice cuzqueño,
procedente de la Biblioteca mercedaria de aquella ciudad, muy poco o nada era lo que conocíamos
sobre la música de la época virreinal. Después de esa fecha, dimos a luz, en 1946 y en colaboración
con los SS. Arrospide y Holzmann, unas canciones recogidas por el célebre Obispo de Trujillo, D.
Baltasar Jaime Martínez de Compañón, y unos dos años más tarde en el Nº 7 de la revista Cuadernos
de Estudio, dirigida por nosotros, publicamos unas notas sobre la música en el Perú y, a continuación,
el Catálogo de las piezas musicales del Archivo de la Catedral de Lima, empresa en que también nos
prestaron su valioso apoyo los dos citados maestros. Fue una fortuna el que diésemos con dicho
archivo, que estaba amenazado de perderse con otros muchos papeles, por creerse que para nada
servían. Llegamos a saberlo a tiempo y pudimos trasladarlo al Archivo Arzobispal, entonces bajo
nuestra dirección, donde todavía se conservan (1).
Ahora le ha tocado su vez al Cuzco y en la rica Biblioteca del Seminario de esa ciudad hemos
encontrado un buen archivo musical, todo él perteneciente a los siglos XVII y XVIII. Hemos procedido
a catalogarlo, valiéndonos de las indicaciones que pueden leerse en las páginas que sirven de
envoltura a cada una de las piezas, aun cuando por el abandono en que han permanecido estos
papeles no ha sido posible identificarlos todos y muchos han quedado por clasificar, si bien en corto
número, comparado con el resto. La división que hemos adoptado es la más natural. Comenzamos
por las piezas destinadas a ser puestas en escena, no muchas, pero de importancia por el destino que
tuvieron. Luego se siguen las que podemos denominar de música profana, aun cuando la mayor parte
de ellas se cantaban y tocaban en los templos, siguiendo una costumbre muy en boga entonces.
Finalmente, hacemos una reseña de todas las piezas de música propiamente religiosa, que como se
deja entender, son las más numerosas.
No siempre aparece el nombre del autor de estas composiciones, defecto muy de sentir, pero un
cotejo de las mismas con otras producciones similares o copias existentes en otros archivos, podrá
revelarnos la paternidad de las mismas. Entre los nombrados figuran algunos ya conocidos como el
Maestro Torrejón y Velasco, el italiano Ceruti y también figura un Maestro Durán que no es el Pedro
Durán, del cual se registran algunas piezas en el Archivo de la Metropolitana. Los demás nombres nos
eran hasta hoy desconocidos y es preciso advertir que, en conjunto, este archivo del Seminario de S.
Antonio Abad es más antiguo que el limeño. Los Maestros Juan de Vega Bastrán, José de Torres,
Sebastián Durón, Juan de Araujo y el de los religiosos Fr. Esteban Ponce de León y Fr. Jerónimo
Martínez, por citar algunos y el de Horacio Tarditi, que sospechamos autor italiano, son nombres para
nosotros ignorados y que ahora van a ocupar un lugar en la historiografía de nuestro arte musical.
Muchas veces el nombre aparece claramente al frente de la pieza respectiva o en alguno de los
papeles de la partitura, pero a veces sólo se inscribe un apellido y no es seguro que éste pertenezca al
autor de la música. Muchas veces corresponde, como lo hemos podido advertir, al músico o cantor
que había de interpretarla y, por esta razón, trascribimos el apellido pero con un interrogante al lado.
La música como otras muchas artes tenía su principal centro en los templos y llama verdaderamente
la atención el gran número de personas que vivían, dedicadas a este arte y el favor que les dispensaba
el público. Ninguna fiesta podía celebrarse sin buena música y, para atraer a los fieles, no había
mejor recurso, fuera de los buenos predicadores, que un buen coro de voces y un escogido
acompañamiento de músicos. En las vísperas solemnes de los Patriarcas de las Religiones o
Calendas, como entonces se llamaban y en los días de Navidad o de Pascua, el despliegue musical
llegaba a su apogeo y sorprende ver los nutridos programas que se preparaban. Como un ejemplo,
vamos a trascribir de un papel antiguo la Memoria para la Kalenda y Maitines de Navidad. Año 1753,
en una Iglesia del Cuzco. Helo aquí:
Segundo Nocturno
Tercer Nocturno
El programa era, pues, vasto y aunque no nos es posible explicar algunas de las anotaciones del
mismo, cosa que dejamos a los técnicos, la simple inspección de este papel nos dice muy claro la
importancia que tenía la música en estas festividades. La profusión era notoria, pero el abuso que se
hacía de este arte dentro del templo es manifiesto. Bien está que se entonaran villancicos,
especialmente durante la adoración del Niño, como todavía se hace y fuera de las ceremonias
propiamente litúrgicas, para las cuales existe y existía entonces una música propia, pero en aquellos
tiempos esta clase de composiciones lo invadía todo y venían a ser el meollo de la fiesta. Los títulos
mismos ya nos están indicando el género a que pertenecían y la clase de coplas que estaban en uso,
pero las hay peores, como esas canciones de negro, en las cuales la voz cantante la tenía un cantor
que remedaba su modo de hablar y movía a risa a los concurrentes. Todo esto debía proscribirse del
lugar sagrado, pero la costumbre y la sencilla y honda piedad de nuestros mayores lo toleraba y aun
no se extrañaba de ello.
Sin embargo, el exceso no pudo menos de provocar una saludable reacción, y algunos prelados se
propusieron desterrar de las iglesias esta música profana y bailable. Uno de ellos fue el arzobispo D.
Melchor de Liñán y Cisneros, como nos lo revela este párrafo de una carta del insigne músico D.
Tomás Torrejón y Velasco, escrita a un amigo suyo del Cuzco, desde Lima el 14 de junio de 1704.
Después de unas líneas que no hacen a nuestro intento (añade): "...Los juguetes (piezas musicales de
este nombre) andan muy escasos, por haver ya dos años que el Sr. Arzobispo quitó la música a las
monjas y adviértales V. Merced a las de esa ciudad que, en llegando el Sr. Obispo allá (2) se vayan con
mucho tiento en esto de la música jocosa, porque es muy escrupuloso su Señoria Illma. y con el ejemplar
de el Sr. Arzobispo les quitará que canten, porque aquí no se sabe que hubiese otra razón para quitarla
más que la música de chanza que cantaban en sus festividades. .. "
Como se ve, no faltó por fortuna, quien tratara del remedio y el Arzobispo emprendió en este punto
como en muchos otros la reforma de los monasterios de monjas, en donde era más notable esta
corruptela. El mal, sin embargo, no se corrigió del todo y, hasta bien entrado el siglo XIX, todavía se
escuchaban en nuestras Iglesias estos aires profanos. La misma música religiosa distaba bastante
de conformarse con las reglas que S.S. Pío X impuso en los tiempos modernos al arte sacro. Más que
a elevar el alma a las cosas de arriba y a ponerse a tono con las preces de la liturgia, atendía a deleitar
el oído y a satisfacer el gusto de los asistentes. Hay que confesar, sin embargo, que todo esto sucedía
no precisamente por falta de espíritu religioso sino más bien por sobra del mismo, pues aun en las
horas alegres de la vida todos creían que no debía hallarse ausente la religión, y sus fiestas más que
en la plaza se desenvolvían dentro de los templos. Allí o en el atrio que los circunda y bajo el pórtico
de su entrada nació el teatro profano y brotaron las comedias a lo divino y si la farsa no llegó a
trasponer sus umbrales, la música como más espiritual sí penetró en su recinto y dejó escuchar bajo
sus bóvedas las notas alegres que entretenían al pueblo en las plazas y calles.
Un estudio de estas piezas permitirá descubrir la influencia que ejercieron en nuestro medio los
músicos peninsulares y, quizá, la parte que pueda atribuirse a la música indígena, aun cuando en sentir
nuestro fue mucho mayor la contraria, esto es, la de la música religiosa en los aires populares de los
nativos. Con el hallazgo hecho en el Cuzco hemos dado un paso adelante hacia la reconstrucción de
la música colonial y abrigamos la esperanza de que otros seguirán descubriéndose y se habrá salvado
este legado de las pasadas generaciones.
(1) Recientemente el compositor y Director de orquesta, Andrés Sas, dio a conocer algunas de las piezas musicales de
dicho archivo, en la sala Entre Nous. Los comentarios del público y de la prensa fueron muy favorables, pero muy pocos
sabían que todas esas piezas habían sido halladas por el que estas líneas escribe y estudiadas por los SS. Arróspide y
Holzmann.
(2) El Obispo, a quien se alude en esta carta, era D. Juan González de Santiago, electo para esta sede y el cual daba en
Lima el 3 de noviembre de 1703 sus poderes a D. Pedro del Fresno Vigil para que hiciese la visita en su nombre, en tanto
llegaban sus Bulas para consagrarse. D. Melchor de Liñán le consagró en Lima el 14 de Abril de 1707; el 13 de
noviembre tomaba por sí posesión de su diócesis, pero antes de un mes, el 12 de diciembre, fallecía en el Cuzco.
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