Daniel James, Resistencia e Integracion. El Peronismo y La Clase Trabajadora. Cap 1.
Daniel James, Resistencia e Integracion. El Peronismo y La Clase Trabajadora. Cap 1.
Daniel James, Resistencia e Integracion. El Peronismo y La Clase Trabajadora. Cap 1.
El movimiento obrero existente para 1943 se hallaba dividido y débil. Existían 4 centrales
gremiales: la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), anarquista; la USA (Unión Sindical
Argentina), sindicalista; y la CGT (Confederación Nacional del Trabajo), dividida en la CGT N°1 y
CGT °2. La influencia de este fragmentario movimiento obrero sobre la clase trabajadora era
limitada. En 1943 se encontraba organizada alrededor del 20% de la fuerza laboral, con mayoría,
en ese porcentaje, del sector terciario (trasportes y servicios). El grueso del proletariado industrial
estaba al margen de toda organización sindical efectiva. Tal era el caso de áreas vitales de la
expansión industrial en los '30 y '40, como los textiles y los metalúrgicos.
Perón, desde su posición como Secretario de Trabajo y después vicepresidente del gobierno
militar instaurado en 1943, se atendió algunas de las preocupaciones centrales de la emergente
fuerza laboral industrial. Su política social y laboral creó simpatías por él, tanto en los trabajadores
agremiados como entre los ajenos a toda organización. El creciente apoyo obrero a Perón se
comprobó en la jornada del 17/oct/45 y en el triunfo que obtuvo en las elecciones presidenciales
de 1946.
El curso de la política peronista, con respecto a la clase trabajadora, adoptó dos vertientes: I)
Expansión en gran escala de la organización sindical, la cual aseguraba el reconocimiento de la
clase trabajadora como fuerza social en la esfera de la producción; II) Integración de esa fuerza
social a una coalición política emergente, supervisada por el Estado.
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de la agremiación fue acompañada por la implantación de un sistema global de negociaciones
colectivas. Los convenios firmados regulaban las escalas de salarios y las especificaciones laborales
e incluían además un conjunto de disposiciones sociales que contemplaban la licencia por
enfermedad, por maternidad y las vacaciones pagas.
La estructura sindical se organizó en torno a los siguientes ejes: [1] La sindicalización debía
basarse en la unidad de actividad económica, antes que en el oficio o la empresa particular. [2] En
cada sector de la actividad económica sólo se otorgó a un sindicato el reconocimiento oficial que
lo facultaba para negociar con los empleadores de esa actividad. Así, los empleadores estaban
obligados por ley a negociar con el sindicato reconocido, y los salarios y condiciones establecidos
por esa negociación se aplicaban a todos los obreros de esa industria, con prescindencia de que
estuvieran agremiados o no. [3] Se creó una estructura sindical centralizada, que abarcaba las
ramas locales y ascendía, por intermedio de federaciones nacionales, hasta una única central, la
CGT. [4] A partir de la Ley de Asociaciones Profesionales, quedó establecido que el Estado
supervisaría y articularía la estructura sindical y cada una de sus actividades.
Por otro lado, la segunda política tomada por el peronismo con respecto a la clase trabajadora,
fue su integración a la coalición política emergente. Este proceso fue gradual: los contornos
generales de esa integración política sólo se manifestaron durante la primera presidencia de Perón
(1946-52) y fueron confirmados y desarrollados en el curso de la segunda (1952-55).
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recibieron de la era peronista consistió en la integración de la clase trabajadora a una comunidad
política nacional y un correspondiente reconocimiento de su status cívico y político dentro de esa
comunidad. La experiencia de esa década legó a la presencia de la clase trabajadora dentro de la
comunidad un notable grado de cohesión política. La era peronista borró en gran medida las
anteriores lealtades políticas que existían en las filas obreras e implantó otras nuevas. Los
socialistas, comunistas y radicales en 1955 tenían poca influencia en la clase trabajadora.
1°] Sociólogos como Gino Germani y algunos peronistas, explicaron la adhesión popular al
peronismo en términos de obreros migrantes sin experiencia que, incapaces de afirmar en su
nuevo ámbito urbano una propia identidad social y política e insensibles a las instituciones y la
ideología de la clase trabajadora tradicional, se encontraron "disponibles" para ser utilizados por
sectores disidentes de la élite, es decir, se congregaron bajo la bandera peronista entre 1943-46.
2°] En los estudios revisionistas, el apoyo de la clase trabajadora a Perón ha sido visto como el
lógico compromiso de los obreros con un proyecto reformista dirigido por el Estado que les
prometía ventajas materiales concretas. Incluso estudios más recientes han seguido esta línea de
análisis presentándola así: una masa de actores, dotados de conciencia de clase, procuraron
encontrar un camino realista para la satisfacción de sus necesidades materiales. En consecuencia,
la adhesión política es reducida a un racionalismo social y económico básico.
3°] No hay duda, de que el peronismo, desde el punto de vista de los trabajadores, fue una
respuesta a las dificultadles económicas y la explotación de clase. Sin embargo, era también algo
más. Era también un mov. representativo de un cambio decisivo en la conducta y las lealtades
políticas de la clase trabajadora, que adquirió una visión política de la realidad diferente. Para
comprender el significado de esa nueva filiación política necesitamos examinar sus rasgos y el
discurso en el cual se expresó. Gareth Stedman Jones ha señalado que "un movimiento político no
es simplemente una manifestación de miseria y dolor; su existencia se caracteriza por una
convicción, común a muchos, que articula una solución política de la miseria y un diagnóstico de
sus causas". Por lo tanto, si bien el peronismo representó una solución concreta de necesidades
materiales experimentadas, todavía nos falta comprender por qué la solución adoptó la forma
específica de peronismo y no una diferente (pues otros movimientos políticos tenían el mismo
programa que el peronismo). Necesitamos entender el éxito del peronismo, sus cualidades
distintivas, la razón por la que tuvo la confianza de los trabajadores. Para ello, necesitamos
considerar el atractivo político e ideológico de Perón, así como examinar la índole de la retórica
peronista y compararla con la de quienes le disputaban la adhesión de la clase trabajadora.
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La cuestión de la ciudadanía y la del acceso a la plenitud de los derechos políticos, fue un aspecto
poderoso del discurso peronista, donde formó parte de un lenguaje de protesta frente a los
escándalos de la "Década Infame" (1930-43). En estos años se asistió a la reimposición del poder
político de la elite conservadora mediante un sistema de fraude y corrupción institucionalizados.
Esta situación engendró una crisis de la confianza que inspiraban las instituciones políticas y de la
creencia de su legitimidad. Así el peronismo reunió capital político denunciando la hipocresía de
un sistema democrático formal que tenía escaso contenido democrático real. Aún así, la atracción
ejercida por el peronismo sobre los trabajadores no se redujo a su retorica de denuncia política.
El éxito de Perón con los trabajadores se explicó sobre todo por su capacidad por otorgarle a la
noción de ciudadanía un contenido social (además de su carácter político). El discurso peronista
negó la validez de la separación, formulada por el liberalismo (y sostenida por la UCR), entre, por
un lado, el Estado y la política y, por el otro, la sociedad civil. Para el peronismo la ciudadanía ya no
debía ser definida simplemente en función de derechos individuales y relaciones, dentro de una
sociedad política, sino redefinida en función de la esfera económica y social de la sociedad civil. En
términos de su retórica, luchar por los derechos políticos implicaba inevitablemente cambio social.
Esto se reflejaría, en la práctica, en la reclamación de una democracia que incluyera derechos y
reformas sociales. Esto se tornó patente en las diferencias que existían entre el peronismo y la
Unión Democrática (UD) de cara a las elecciones de 1946. La campaña política de la UD se limitó a
lanzar las típicas consignas democráticas liberales, usando términos como "libertad",
"democracia", "la Constitución", "elecciones libres", etc. sin ningún contenido social. Perón, en
cambio, señalaba a su público que tras la fraseología del liberalismo existía una division social y
que una verdadera democracia sólo podría ser construida si se enfrentaba con justicia esa cuestión
social.
La resignificación por Perón de la noción de ciudadanía implicaba una visión distinta y nueva del
papel de la clase trabajadora en la sociedad. Tradicionalmente, el sistema político liberal, había
reconocido la existencia política de los trabajadores como atomizados ciudadanos individuales
dotados de una formal igualdad de derechos en el campo político, pero al mismo tiempo había
obstaculizado su constitución como clase social en esa esfera. Aquel sistema había negado que
fuera legítimo trasferir al terreno político la identidad social construida en torno del conflicto en
el nivel social. Entendía que toda unidad, cohesión social y sentimiento de intereses distintos
que se hubiera alcanzado en la sociedad civil debía disolverse y atomizarse en el mercado
político, donde los ciudadanos particulares podían, por intermedio de los partidos políticos,
influir sobre el Estado y así reconciliar y equilibrar los intereses que existen en recíproca
competencia en la sociedad civil. El peronismo, en cambio, fundaba su llamamiento político a los
trabajadores en un reconocimiento y representación como tal en la vida política de la nación.
Esa representación ya no había de materializarse mediante el ejercicio de los derechos formales
de la ciudadanía y la mediación primaria de los partidos políticos. En vez de ello, la clase
trabajadora, como fuerza social autónoma, había de tener acceso directo y por cierto
privilegiado al Estado por intermedio de sus sindicatos.
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El carácter excepcional de esa visión de la integración política y social de la clase trabajadora en
la Argentina de los '40 se torna más patente si examinamos la manera distintiva en que Perón se
dirigió a los trabajadores en los discursos que pronunció en la campaña electoral 1945-46 y
después. A diferencia del caudillo político tradicional, el discurso de Perón no se dirigió a los
obreros como individuos atomizados, sino que les habló como a una fuerza social cuya
organización y vigor propios eran vitales para que él pudiera afirmar con éxito, en el plano del
Estado, los derechos de ellos. Él era sólo su vocero, y sólo podía tener éxito en la medida en que
ellos se unieran y organizaran. Dentro de esta retórica, el Estado era un espacio donde las clases
-no los individuos aislados- podían actuar política y socialmente unos juntos con los otros para
establecer derechos y exigencias de orden corporativo. El árbitro final de ese proceso podía ser el
Estado.
Esta afirmación de los trabajadores como presencia social y su incorporación directa al manejo
de la cosa pública suponía un nuevo concepto de las legítimas esferas de interés y actividad de la
clase obrera y sus instituciones. Esto se hizo patente sobre todo en la afirmación, por parte de
Perón, de que los trabajadores tenían derecho a interesarse por el desarrollo económico de la
nación y a contribuir (tales como la cuestiones de la industrialización y del nacionalismo). El
peronismo al definir ciertos parámetros sociales y políticos, bajo los cuales debía operarse el
proceso de industrialización, lo hizo de tal modo que lo hizo de una forma creíble para la clase
trabajadora. Hacia fines de la campaña electoral de 1946 ya era un hecho establecido la
identificación del peronismo con el progreso industrial y social y con la modernidad. Perón
establecía como premisa del concepto mismo de desarrollo industrial la plena participación de la
clase trabajadora en la vida pública y la justicia social. En su pensamiento, la industrialización ya no
era concebible al precio de la extrema explotación de la clase obrera. En la retórica peronista, la
justicia social y la soberanía nacional eran temas verosímilmente interrelacionados.
Una visión digna de crédito: carácter concreto y creíble del discurso político de Perón
G. S. Jones señala que para tener éxito "un vocabulario político particular debe proponer una
alternativa general capaz de inspirar una esperanza factible y proponer a la vez un medio de
realizarla que, siendo creíble, permita a los posibles reclutas pensar en esos términos". Así, la
credibilidad que engendraba el peronismo se derivaba del el carácter concreto e inmediato
discurso de Perón.
- Carácter concreto. El lenguaje peronista solía ser referirse a cuestiones más concretas. La
terminología radical de "la oligarquía" y "el pueblo" seguía presente, pero ahora era definida con
más precisión. Perduraba el empleo de categoría generales que denotaban "bien" y "mal", o sea
los que estaban por Perón y los que se oponían a él; pero ahora esos términos eran con frecuencia
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concretados: ricos y pobres, capitalistas y trabajadores. Si bien se hablaba de una comunidad
indivisible -simbolizada por "el pueblo" y "la nación"-, la clase trabajadora recibía un papel
superior en esa totalidad. El "pueblo" muchas veces se transformaba en "el pueblo trabajador", de
modo que "el pueblo", "la nación" y "los trabajadores" eran sinónimos. Similar negación de lo
abstracto puede encontrarse en el llamamiento peronista en favor del nacionalismo económico y
político. Pues el nacionalismo de la clase obrera era invocado en función de problemas
económicos concretos.
El peronismo significó una presencia social y política mucho mayor de la clase trabajadora en la
sociedad argentina. Este hecho puede ser medido, en términos institucionales, por referencias a
factores tales como la relación entre gobierno y sindicalismo. Sin embargo, existieron otros
factores que es preciso tener en cuenta al evaluar el significado social del peronismo para la clase
trabajadora, factores mucho menos tangibles y mucho más difíciles de cuantificar. Nos referimos a
factores como el orgullo, el respeto propio y la dignidad.
Para evaluar la importancia de esos factores debemos volver a la Década Infame, pues fue sin
duda alguna el punto de referencia en relación con el cual los trabajadores midieron su
experiencia con el peronismo. La cultura popular de la era peronista fue dominada por una
dicotomía temporal, la cual se caracterizaba por un contraste de valores asociado al "hoy" de
1950-60 y al "ayer" de 1930-40. Estos contrastes se vinculaban tanto a las mejoras materiales
como a las cuestiones más íntimas y personales que había generado el peronismo.
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y humillación. La dureza de las condiciones de trabajo, la disciplina y los abusos de los
empleadores eran los rasgos más relevantes de la explotación económica.
Las letras de tango de los '30, aunque tocaban temáticas propias de la baja clase media urbana
(como el cinismo, la apatía, la impotencia y la resignación frente a un mundo injusto) no hay duda
de que, algunas de esas actitudes y experiencias recreadas en dichas letras, los trabajadores las
reconocieran como auténticamente propias.
Aún así, pese a este contexto de injusticias y desmedida explotación para la clase trabajadora, no
había desaparecido su cultura militante. Dicha cultura (compartida por igual por comunistas,
socialistas, anarquistas y sindicalistas) se centraba en torno a la existencia de sindicatos, ateneos,
bibliotecas mediante la distribución de volantes, periódicos, diarios, revistas, manifestaciones,
comités pro-presos, grupos teatrales, cooperativas, comités destinados a ayudar a la España
republicana, etc. Se produjo un aumento de la actividad gremial y la asistencia a las reuniones
gremiales a fines de la década de los '30 y principios de la siguiente, a medida que el desempleo
decrecía, la industria se expandía y el mov. obrero recobraba fuerzas.
Éste es el contexto donde las experiencias privadas de los obreros individuales adquieren
significado. En particular, se puede apreciar la cuestión del silencio, impotencia e inacción de
muchos obreros en la Década Infame. La capacidad del discurso peronista para articular esas
experiencias no formuladas constituyó la base de su poder herético. En efecto, existían otros
discursos heréticos -en el sentido de que ofrecían alternativas a la ortodoxia establecida-, bajo la
forma de retórica socialista, o comunista, o radical. Sobre esas otras fuerzas políticas el peronismo
tuvo la enorme ventaja de ser un "discurso ya constituido", articulado desde una posición de
poder estatal.
El poder social herético que el peronismo expresaba se reflejó en su empleo del lenguaje.
Términos que ya traducían las nociones de justicia social, equidad, decencia -cuya expresión había
sido silenciada- habían de ocupar ahora posiciones centrales en el nuevo lenguaje del poder. Más
importante que esto fue el hecho de que términos que antes simbolizaban la humillación de la
clase obrera y su explícita falta de status, ahora tengan valores y connotaciones opuestas. Por
ejemplo, la palabra "descamisado" (el calificativo utilizado por los antiperonistas para referirse a
los obreros que apoyaban a Perón) tenía una connotación de inferioridad social y, por tanto,
política. Aún así el peronismo adoptó el término e invirtió su significado simbólico,
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transformándolo en afirmación del valor de la clase obrera. Algo similar ocurría con los términos
"negro" o "negrada" (formas despectivas se referirse a la clase obrera): su incorporación al
lenguaje peronista les otorgó un nuevo status. El hecho de que en este discurso público "la
negrada" encontrara expresión y afirmación significó que toda una gama de experiencias
normalmente asociadas a ese término -y que por haber sido resignadas así habían sido decretas
ilegítimas- podían ahora ser dichas en voz alta y entrar en el campo del debate público, la
preocupación social y por lo tanto la acción política.
Algo de ese significado social herético se tornó patente en la vasta movilización de la clase
trabajadora que se extendió desde 17/oct/45 hasta el triunfo electoral peronista de feb/46. Esa
movilización demostró la capacidad de los trabajadores par actuar en defensa de lo que
consideraban sus intereses. Pero además representó un rechazo de las formas aceptadas de
jerarquía social y los símbolos de autoridad. Si bien la atención se centró en el objetivo central del
acto -la figura de Perón y su liberación del confinamiento-, la movilización misma, y las formas que
asumió, sugieren por sí solas un significado social más amplio. Pues no hay duda de que aquella
manifestación (de indiscutible contenido político) representó una subversión simbólica de los
códigos de conducta aceptados. De ahí a que algunos observadores (como Félix Luna) describieran
aquella atmósfera como de "fiesta grande, de murga, de candombe". Un aspecto importante de
esa subversión se relacionó con el sitio donde se expresaba tal conducta, es decir, con criterios
tácitos de jerarquía espacial. Al desplazarse esas multitudes desde los suburbios obreros para
concentrase en la zona céntrica, se violaron esos criterios. A esto se le añadió el comportamiento
de los trabajadores: sus canciones eran insultantes para los adinerados, la gente decente porteña,
a la cual ridiculizaban. El hecho de que la manifestación culminara en la Plaza de Mayo, situada
frente a la Casa de Gobierno, había sido en gran medida un territorio reservado a la "gente
decente" y los trabajadores que se aventuraban allí sin saco ni corbata fueron más de una vez
alejados o incluso detenidos.
Gran parte de ese espíritu de irreverencia y blasfemia, y de esa redistribución del espacio
público, característicos del 17/oct y la campaña electoral siguiente, parecerían constituir una
suerte de "antiteatro", basado en el ridículo y el insulto, contra la autoridad simbólica y las
pretensiones de la elite. El resultado fue, por cierto, desinflar un tanto la seguridad que la élite
tenía de sí misma. Además de que representó una recuperación del orgullo y la autoestima de la
clase trabajadora.
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Así, los sindicatos debían actuar en gran medida como instrumentos del Estado para movilizar y
controlar a los trabajadores. Este aspecto cooptativo del experimento peronista se reflejó en la
consigna fundamental dirigida por el Estado a los trabajadores en la época de Perón para
exhortarlos a conducirse pacíficamente: "De casa al trabajo y del trabajo a casa".
La ideología peronista predicaba la necesidad de armonizar los intereses del capital y el trabajo
dentro de la estructura de un Estado benévolo, en nombre de la nación y de su desarrollo
económico. En un discurso Perón afirmó: "Buscaremos suprimir la lucha de clases suplantándola
por un acuerdo justo entre obreros y patrones al amparo de la justicia que emana del Estado". A su
vez, la ideología peronista distinguía entre el capital internacional (explotador e inhumano) y el
capital nacional (el cual era progresista, vinculado al bienestar social, y comprometido con el
desarrollo de la economía nacional). Así, se entendía que los trabajadores (organizados en
sindicatos) compartían con el capital nacional un interés común en la defensa del desarrollo
nacional contra las depredaciones del capital internacional y su aliado interno (la oligarquía).
En el contexto de estas consideraciones sobre el significado social del peronismo para los
trabajadores y el éxito que alcanzó canalizar y absorber lo que hemos llamado el potencial social
herético de esa clase, es necesario tomar en cuenta varios factores. [1] El Estado peronista tuvo
cierto éxito en el control de la clase trabajadora y, si bien el conflicto de clases no fue abolido, las
relaciones entre capital/trabajo mejoró. Dicho éxito se debe a dos razones: una fue la capacidad
de la clase trabajadora para satisfacer sus aspiraciones materiales dentro de los parámetros
ofrecidos por el Estado; y la otra fue el prestigio personal de Perón. [2] Se destaca la habilidad del
Estado y su aparato cultural, político e ideológico para promover e inculcar nociones de armonía e
intereses de clase. La eficacia de la ideología oficial dependió de su capacidad para asociarse con
las percepciones y la experiencia de la clase trabajadora. Pues la retórica peronista derivó su
influjo de su aptitud para decirle a su público lo que éste deseaba escuchar.
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identificación como fuerza social y política dentro de la sociedad nacional fue, al menos en parte,
construida por el discurso político peronista, que ofreció a los trabajadores soluciones viables para
sus problemas y una visón creíble de la sociedad argentina y el papel que les correspondía en ella.
Este fue un proceso complejo que involucró para algunos trabajadores una reconstitución de su
identidad y su lealtad política cuando abandonaban identidades y lealtades establecidas. La
construcción de la clase trabajadora no implicó necesariamente la manipulación y la pasividad
asociadas a la imagen de las "masas disponibles" formulada por G. Germani. Había en juego un
proceso de interacción en dos direcciones, y si bien la clase trabajadora de constituida en parte
por el peronismo, éste fue a su vez en parte creación de la clase trabajadora.
También desde el punto de vista social el legado que la experiencia peronista dejó a la case
trabajadora fue profundamente ambivalente. Es verdad, por ejemplo, que la retórica peronista
predicó y la política oficial procuró cada vez más la identificación de la clase trabajadora con el
Estado y su incorporación a él, lo cual suponía la pasividad de dicha clase.
Sin embargo, la era peronista legó a la clase obrera un sentimiento de solidez e importancia
potencial nacional. En desarrollo de un movimiento sindical centralizado y masivo confirmó la
existencia de los trabajadores como fuerza social dentro del capitalismo. Esto significaba que en el
nivel del mov. gremial, y por más que una cúpula cada vez más burocratizada actuara como vocero
del Estado, los intereses de clase conflictivos se manifestaban realmente y los intereses de la clase
obrera eran en verdad articulados.
El peronismo aspiraba a lograr una alternativa hegemónica viable para el capitalismo argentino,
quería promover un desarrollo económico basado en la integración social y política de la clase
trabajadora. Así el peronismo se asemejó al New Deal de EEUU y el Estado benefactor en Europa
occidental post 1945, puesto que eran sistemas que proclamaron los "derechos civiles
económicos" de la clase trabajadora, a la vez que fortalecían las relaciones de producción
capitalistas. Pero a su vez el peronismo se definía como un movimiento de oposición política y
social, como una negación del poder, los símbolos y los valores de la elite dominante. De este
modo, seguía siendo una voz potencialmente herética, que daba expresión a las esperanzas de los
oprimidos.
Las tensiones resultantes de ese legado ambiguo fueron considerables. En último término podría
decirse que la principal de ellas se centró en el conflicto entre el significado del peronismo como
mov. social y sus necesidades funcionales como forma específica de poder estatal. Para los
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empleadores que venían apoyado a Perón, se trataba de una jugada riesgosa: un mercado interno
expandido, incentivos económicos brindados por el Estado y una garantía contra la toma de los
gremios por la izquierda, en cambio de lo cual debían aceptar una clase obrera de poder
institucional mucho más grande y consciente de su propio peso. Por otra parte, para quienes
controlaban el aparato político y social peronismo esa cultura de oposición era un peso muerto,
pues indicaba la incapacidad del peronismo para ofrecerse como opción hegemónica viable para el
capitalismo argentino. Reconocían el potencial de movilización inherente a la adhesión de la clase
obrera al peronismo y lo utilizaban en la mesa de regateo donde se medían con otros
pretendientes al poder político. Finalmente, empero, debieron reconocer que era como cabalgar
un tigre. Sin duda alguna, las fuerzas económicas y sociales dominantes, que inicialmente habían
debido tolerar el peronismo, reconocieron a principios de los '50 el peligro inherente a aquella
ambivalencia.
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