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Daniel James, Resistencia e Integracion. El Peronismo y La Clase Trabajadora. Cap 1.

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Daniel James, Resistencia e Integración.

El peronismo y la clase trabajadora (1946-1976)

1. EL PERONISMO Y LA CLASE TRABAJADORA


EL TRABAJO ORGANIZADO Y EL ESTADO PERONISTA

La economía argentina respondió a la recesión mundial de la década de 1930-40 mediante la ISI.


Al promediar la década de los ’40, pese a que el sector agrario era la principal fuente de divisas, el
sector más dinámico de acumulación de capital era ahora la manufactura.

Estos cambios económicos se reflejaron en la estructura social. Aumentó no sólo el número de


establecimientos industriales, sino además el número de los trabajadores de ese sector. También
se modificó la composición interna de esa fuerza laboral: el grueso de sus nuevos integrantes
provenían ahora del interior del país, atraídos por los centros urbanos en expansión de la zona
litoral, sobre todo por el Gran Buenos Aires. La situación social de la clase trabajadora era pésima.
Frente a la represión de los empleadores y el Estado, poco podían hacer para mejorar los salarios y
las condiciones laborales. A eso se le sumaba que debían enfrentar los problemas sociales de la
rápida urbanización: la falta de viviendas aptas para vivir era el principal de ellos.

El movimiento obrero existente para 1943 se hallaba dividido y débil. Existían 4 centrales
gremiales: la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), anarquista; la USA (Unión Sindical
Argentina), sindicalista; y la CGT (Confederación Nacional del Trabajo), dividida en la CGT N°1 y
CGT °2. La influencia de este fragmentario movimiento obrero sobre la clase trabajadora era
limitada. En 1943 se encontraba organizada alrededor del 20% de la fuerza laboral, con mayoría,
en ese porcentaje, del sector terciario (trasportes y servicios). El grueso del proletariado industrial
estaba al margen de toda organización sindical efectiva. Tal era el caso de áreas vitales de la
expansión industrial en los '30 y '40, como los textiles y los metalúrgicos.

Perón, desde su posición como Secretario de Trabajo y después vicepresidente del gobierno
militar instaurado en 1943, se atendió algunas de las preocupaciones centrales de la emergente
fuerza laboral industrial. Su política social y laboral creó simpatías por él, tanto en los trabajadores
agremiados como entre los ajenos a toda organización. El creciente apoyo obrero a Perón se
comprobó en la jornada del 17/oct/45 y en el triunfo que obtuvo en las elecciones presidenciales
de 1946.

El curso de la política peronista, con respecto a la clase trabajadora, adoptó dos vertientes: I)
Expansión en gran escala de la organización sindical, la cual aseguraba el reconocimiento de la
clase trabajadora como fuerza social en la esfera de la producción; II) Integración de esa fuerza
social a una coalición política emergente, supervisada por el Estado.

En cuanto, a la primera, es decir, a la expansión del sindicalismo, ésta se debió a la convergencia


de dos intereses. Pues, la rápida extensión del sindicalismo se debió a la combinación de la
simpatía del Estado por el fortalecimiento de la organización sindical y el anhelo de la clase
trabajadora de trasladar su victoria política a ventajas concretas. Así, actividades manufactureras,
como la textil y la metalúrgica, hacia fines de la década tenían cientos de miles de afiliados.
Además, por primera vez se agremiaron grandes números de empleados públicos. Esta extensión

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de la agremiación fue acompañada por la implantación de un sistema global de negociaciones
colectivas. Los convenios firmados regulaban las escalas de salarios y las especificaciones laborales
e incluían además un conjunto de disposiciones sociales que contemplaban la licencia por
enfermedad, por maternidad y las vacaciones pagas.

La estructura sindical se organizó en torno a los siguientes ejes: [1] La sindicalización debía
basarse en la unidad de actividad económica, antes que en el oficio o la empresa particular. [2] En
cada sector de la actividad económica sólo se otorgó a un sindicato el reconocimiento oficial que
lo facultaba para negociar con los empleadores de esa actividad. Así, los empleadores estaban
obligados por ley a negociar con el sindicato reconocido, y los salarios y condiciones establecidos
por esa negociación se aplicaban a todos los obreros de esa industria, con prescindencia de que
estuvieran agremiados o no. [3] Se creó una estructura sindical centralizada, que abarcaba las
ramas locales y ascendía, por intermedio de federaciones nacionales, hasta una única central, la
CGT. [4] A partir de la Ley de Asociaciones Profesionales, quedó establecido que el Estado
supervisaría y articularía la estructura sindical y cada una de sus actividades.

Por otro lado, la segunda política tomada por el peronismo con respecto a la clase trabajadora,
fue su integración a la coalición política emergente. Este proceso fue gradual: los contornos
generales de esa integración política sólo se manifestaron durante la primera presidencia de Perón
(1946-52) y fueron confirmados y desarrollados en el curso de la segunda (1952-55).

En la primera presidencia, se operaron la gradual subordinación del mov. sindical al Estado y la


eliminación de los líderes de la vieja guardia, de acción decisiva en la movilización de los sindicatos
en apoyo de Perón en 1945 y quienes habían formado el Partido Laborista para que actuara como
rama política de los trabajadores. Este proceso implicó que los sindicatos dejaran a un lado la idea
de autonomía política y organizativa. Así, pronto, cada vez más, los sindicatos se incorporaron a un
monolítico movimiento peronista y fueron llamados a actuar como agentes del Estado ante la
clase trabajadora, que organizaban el apoyo político a Perón y servían como conductos que
llevaban las políticas del gobierno a los trabajadores.
En la segunda presidencia, se perfiló más claramente el Estado justicialista, con sus pretensiones
corporativistas de organizar y dirigir grandes esferas de la vida social, política y económica, se
tornó evidente el papel oficialmente asignado al mov. sindical: incorporar a la clase trabajadora a
ese Estado. Los atractivos que ofrecía esa relación fueron grandes tanto para los dirigentes como
para las bases. Se creó una vasta red de bienestar social, operada por el Ministerio de Trabajo y
Previsión, la Fundación Eva Perón y los propios sindicatos. Ahora los dirigentes sindicales
ocupaban bancas en el Congreso. Además, las ventajas económicas concretas para la clase
trabajadora resultaban claras e inmediatas. A medida que la industria nacional se expandía,
impulsada por incentivos estatales y una situación económica favorable, los trabajadores se
sintieron beneficiados. Entre 1946-49 los salarios reales de los trabajadores industriales
aumentaron un 53%.
Si bien surgieron expresiones de oposición de la clase trabajadora a ciertos aspectos de la
política economía peronista, las términos de la integración política del sindicalismo al Estado
peronista fueron muy poco cuestionados en sentido general. Un legado crucial que los sindicalistas

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recibieron de la era peronista consistió en la integración de la clase trabajadora a una comunidad
política nacional y un correspondiente reconocimiento de su status cívico y político dentro de esa
comunidad. La experiencia de esa década legó a la presencia de la clase trabajadora dentro de la
comunidad un notable grado de cohesión política. La era peronista borró en gran medida las
anteriores lealtades políticas que existían en las filas obreras e implantó otras nuevas. Los
socialistas, comunistas y radicales en 1955 tenían poca influencia en la clase trabajadora.

LOS TRABAJADORES Y LA ATRACCIÓN POLÍTICA DEL PERONISMO

La relación entre los trabajadores y sus organizaciones y el movimiento y el Estado peronistas


resulta vital para la comprensión del período 1943-55. ¿Cómo deberíamos interpretar la base de
esa relación y, además, el significado de la experiencia peronista para los trabajadores peronistas?
Esta pregunta puede ser respondida en base a tres interpretaciones.

1°] Sociólogos como Gino Germani y algunos peronistas, explicaron la adhesión popular al
peronismo en términos de obreros migrantes sin experiencia que, incapaces de afirmar en su
nuevo ámbito urbano una propia identidad social y política e insensibles a las instituciones y la
ideología de la clase trabajadora tradicional, se encontraron "disponibles" para ser utilizados por
sectores disidentes de la élite, es decir, se congregaron bajo la bandera peronista entre 1943-46.

2°] En los estudios revisionistas, el apoyo de la clase trabajadora a Perón ha sido visto como el
lógico compromiso de los obreros con un proyecto reformista dirigido por el Estado que les
prometía ventajas materiales concretas. Incluso estudios más recientes han seguido esta línea de
análisis presentándola así: una masa de actores, dotados de conciencia de clase, procuraron
encontrar un camino realista para la satisfacción de sus necesidades materiales. En consecuencia,
la adhesión política es reducida a un racionalismo social y económico básico.

3°] No hay duda, de que el peronismo, desde el punto de vista de los trabajadores, fue una
respuesta a las dificultadles económicas y la explotación de clase. Sin embargo, era también algo
más. Era también un mov. representativo de un cambio decisivo en la conducta y las lealtades
políticas de la clase trabajadora, que adquirió una visión política de la realidad diferente. Para
comprender el significado de esa nueva filiación política necesitamos examinar sus rasgos y el
discurso en el cual se expresó. Gareth Stedman Jones ha señalado que "un movimiento político no
es simplemente una manifestación de miseria y dolor; su existencia se caracteriza por una
convicción, común a muchos, que articula una solución política de la miseria y un diagnóstico de
sus causas". Por lo tanto, si bien el peronismo representó una solución concreta de necesidades
materiales experimentadas, todavía nos falta comprender por qué la solución adoptó la forma
específica de peronismo y no una diferente (pues otros movimientos políticos tenían el mismo
programa que el peronismo). Necesitamos entender el éxito del peronismo, sus cualidades
distintivas, la razón por la que tuvo la confianza de los trabajadores. Para ello, necesitamos
considerar el atractivo político e ideológico de Perón, así como examinar la índole de la retórica
peronista y compararla con la de quienes le disputaban la adhesión de la clase trabajadora.

Los trabajadores como ciudadanos en la retórica política peronista

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La cuestión de la ciudadanía y la del acceso a la plenitud de los derechos políticos, fue un aspecto
poderoso del discurso peronista, donde formó parte de un lenguaje de protesta frente a los
escándalos de la "Década Infame" (1930-43). En estos años se asistió a la reimposición del poder
político de la elite conservadora mediante un sistema de fraude y corrupción institucionalizados.
Esta situación engendró una crisis de la confianza que inspiraban las instituciones políticas y de la
creencia de su legitimidad. Así el peronismo reunió capital político denunciando la hipocresía de
un sistema democrático formal que tenía escaso contenido democrático real. Aún así, la atracción
ejercida por el peronismo sobre los trabajadores no se redujo a su retorica de denuncia política.

El éxito de Perón con los trabajadores se explicó sobre todo por su capacidad por otorgarle a la
noción de ciudadanía un contenido social (además de su carácter político). El discurso peronista
negó la validez de la separación, formulada por el liberalismo (y sostenida por la UCR), entre, por
un lado, el Estado y la política y, por el otro, la sociedad civil. Para el peronismo la ciudadanía ya no
debía ser definida simplemente en función de derechos individuales y relaciones, dentro de una
sociedad política, sino redefinida en función de la esfera económica y social de la sociedad civil. En
términos de su retórica, luchar por los derechos políticos implicaba inevitablemente cambio social.
Esto se reflejaría, en la práctica, en la reclamación de una democracia que incluyera derechos y
reformas sociales. Esto se tornó patente en las diferencias que existían entre el peronismo y la
Unión Democrática (UD) de cara a las elecciones de 1946. La campaña política de la UD se limitó a
lanzar las típicas consignas democráticas liberales, usando términos como "libertad",
"democracia", "la Constitución", "elecciones libres", etc. sin ningún contenido social. Perón, en
cambio, señalaba a su público que tras la fraseología del liberalismo existía una division social y
que una verdadera democracia sólo podría ser construida si se enfrentaba con justicia esa cuestión
social.

La resignificación por Perón de la noción de ciudadanía implicaba una visión distinta y nueva del
papel de la clase trabajadora en la sociedad. Tradicionalmente, el sistema político liberal, había
reconocido la existencia política de los trabajadores como atomizados ciudadanos individuales
dotados de una formal igualdad de derechos en el campo político, pero al mismo tiempo había
obstaculizado su constitución como clase social en esa esfera. Aquel sistema había negado que
fuera legítimo trasferir al terreno político la identidad social construida en torno del conflicto en
el nivel social. Entendía que toda unidad, cohesión social y sentimiento de intereses distintos
que se hubiera alcanzado en la sociedad civil debía disolverse y atomizarse en el mercado
político, donde los ciudadanos particulares podían, por intermedio de los partidos políticos,
influir sobre el Estado y así reconciliar y equilibrar los intereses que existen en recíproca
competencia en la sociedad civil. El peronismo, en cambio, fundaba su llamamiento político a los
trabajadores en un reconocimiento y representación como tal en la vida política de la nación.
Esa representación ya no había de materializarse mediante el ejercicio de los derechos formales
de la ciudadanía y la mediación primaria de los partidos políticos. En vez de ello, la clase
trabajadora, como fuerza social autónoma, había de tener acceso directo y por cierto
privilegiado al Estado por intermedio de sus sindicatos.

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El carácter excepcional de esa visión de la integración política y social de la clase trabajadora en
la Argentina de los '40 se torna más patente si examinamos la manera distintiva en que Perón se
dirigió a los trabajadores en los discursos que pronunció en la campaña electoral 1945-46 y
después. A diferencia del caudillo político tradicional, el discurso de Perón no se dirigió a los
obreros como individuos atomizados, sino que les habló como a una fuerza social cuya
organización y vigor propios eran vitales para que él pudiera afirmar con éxito, en el plano del
Estado, los derechos de ellos. Él era sólo su vocero, y sólo podía tener éxito en la medida en que
ellos se unieran y organizaran. Dentro de esta retórica, el Estado era un espacio donde las clases
-no los individuos aislados- podían actuar política y socialmente unos juntos con los otros para
establecer derechos y exigencias de orden corporativo. El árbitro final de ese proceso podía ser el
Estado.

A su vez, la retórica peronista contenía fuertes elementos de caudillismo personalista, asociadas


a las figuras de Perón y Evita. Esto resultó en parte de las distintas necesidades políticas del
peronismo en diferentes momentos. Desde una posición segura en el poder estatal, la necesidad
de subrayar la autonomía organizativa y la cohesión social de la clase trabajadora era
notoriamente menor que en el período de lucha política previo a la conquista de ese poder.

Esta afirmación de los trabajadores como presencia social y su incorporación directa al manejo
de la cosa pública suponía un nuevo concepto de las legítimas esferas de interés y actividad de la
clase obrera y sus instituciones. Esto se hizo patente sobre todo en la afirmación, por parte de
Perón, de que los trabajadores tenían derecho a interesarse por el desarrollo económico de la
nación y a contribuir (tales como la cuestiones de la industrialización y del nacionalismo). El
peronismo al definir ciertos parámetros sociales y políticos, bajo los cuales debía operarse el
proceso de industrialización, lo hizo de tal modo que lo hizo de una forma creíble para la clase
trabajadora. Hacia fines de la campaña electoral de 1946 ya era un hecho establecido la
identificación del peronismo con el progreso industrial y social y con la modernidad. Perón
establecía como premisa del concepto mismo de desarrollo industrial la plena participación de la
clase trabajadora en la vida pública y la justicia social. En su pensamiento, la industrialización ya no
era concebible al precio de la extrema explotación de la clase obrera. En la retórica peronista, la
justicia social y la soberanía nacional eran temas verosímilmente interrelacionados.

Una visión digna de crédito: carácter concreto y creíble del discurso político de Perón

G. S. Jones señala que para tener éxito "un vocabulario político particular debe proponer una
alternativa general capaz de inspirar una esperanza factible y proponer a la vez un medio de
realizarla que, siendo creíble, permita a los posibles reclutas pensar en esos términos". Así, la
credibilidad que engendraba el peronismo se derivaba del el carácter concreto e inmediato
discurso de Perón.

- Carácter concreto. El lenguaje peronista solía ser referirse a cuestiones más concretas. La
terminología radical de "la oligarquía" y "el pueblo" seguía presente, pero ahora era definida con
más precisión. Perduraba el empleo de categoría generales que denotaban "bien" y "mal", o sea
los que estaban por Perón y los que se oponían a él; pero ahora esos términos eran con frecuencia

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concretados: ricos y pobres, capitalistas y trabajadores. Si bien se hablaba de una comunidad
indivisible -simbolizada por "el pueblo" y "la nación"-, la clase trabajadora recibía un papel
superior en esa totalidad. El "pueblo" muchas veces se transformaba en "el pueblo trabajador", de
modo que "el pueblo", "la nación" y "los trabajadores" eran sinónimos. Similar negación de lo
abstracto puede encontrarse en el llamamiento peronista en favor del nacionalismo económico y
político. Pues el nacionalismo de la clase obrera era invocado en función de problemas
económicos concretos.

- Carácter inmediato. La visión peronista de una sociedad basada en la justicia social y en la


integración social y política de los trabajadores no estaba sujeta al previo cumplimiento de
premisas (como lo estaba, por ejemplo, en el discurso político de izquierda tales como
transformaciones estructurales abstractas de largo plazo, ni lo estaba a la gradual adquisición en
alguna fecha futura de una conciencia apropiada por parte de la clase obrera). La doctrina
peronista tomaba la conciencia, los hábitos, los estilos de vida y los valores de la clase trabajadora
tal como los encontraba y afirmaba su suficiencia y su validez. Glorifica lo cotidiano y lo común
como base suficiente para la rápida consecución de una sociedad justa, con tal de que se
alcanzaran ciertas metas fáciles de alcanzar (la primera de ellas era apoyar a Perón como jefe de
Estado). La glorificación de estilos de vida y hábitos populares involucró un estilo y un idioma
políticos bien a tono con las sensibilidades populares. Así, Perón tenía una especial capacidad, que
a sus rivales les faltaba, pera comunicarse con sus audiencias obreras. Esto se apreciaba por el
vocabulario que empleaba el mismo Perón (que iban desde el uso del lunfardo y tonos
"tangueros" hasta el uso de versos del Martín Fierro).

EL HERÉTICO IMPACTO SOCIAL DEL PERONISMO

El peronismo significó una presencia social y política mucho mayor de la clase trabajadora en la
sociedad argentina. Este hecho puede ser medido, en términos institucionales, por referencias a
factores tales como la relación entre gobierno y sindicalismo. Sin embargo, existieron otros
factores que es preciso tener en cuenta al evaluar el significado social del peronismo para la clase
trabajadora, factores mucho menos tangibles y mucho más difíciles de cuantificar. Nos referimos a
factores como el orgullo, el respeto propio y la dignidad.

Significado de la década infame: respuestas de la clase obrera

Para evaluar la importancia de esos factores debemos volver a la Década Infame, pues fue sin
duda alguna el punto de referencia en relación con el cual los trabajadores midieron su
experiencia con el peronismo. La cultura popular de la era peronista fue dominada por una
dicotomía temporal, la cual se caracterizaba por un contraste de valores asociado al "hoy" de
1950-60 y al "ayer" de 1930-40. Estos contrastes se vinculaban tanto a las mejoras materiales
como a las cuestiones más íntimas y personales que había generado el peronismo.

Existen pruebas consistentes en anécdotas, testimonios personales, formas culturales populares


y extractos biográficos sobre obreros, los cuales pueden aportarnos cierta imagen del universo
social de la clase trabajadora en el período preperonista. A través de las fuentes, se comprueba
que la Década Infame fue experimentada por muchos trabajadores como un tiempo de frustración

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y humillación. La dureza de las condiciones de trabajo, la disciplina y los abusos de los
empleadores eran los rasgos más relevantes de la explotación económica.

Las letras de tango de los '30, aunque tocaban temáticas propias de la baja clase media urbana
(como el cinismo, la apatía, la impotencia y la resignación frente a un mundo injusto) no hay duda
de que, algunas de esas actitudes y experiencias recreadas en dichas letras, los trabajadores las
reconocieran como auténticamente propias.

Aún así, pese a este contexto de injusticias y desmedida explotación para la clase trabajadora, no
había desaparecido su cultura militante. Dicha cultura (compartida por igual por comunistas,
socialistas, anarquistas y sindicalistas) se centraba en torno a la existencia de sindicatos, ateneos,
bibliotecas mediante la distribución de volantes, periódicos, diarios, revistas, manifestaciones,
comités pro-presos, grupos teatrales, cooperativas, comités destinados a ayudar a la España
republicana, etc. Se produjo un aumento de la actividad gremial y la asistencia a las reuniones
gremiales a fines de la década de los '30 y principios de la siguiente, a medida que el desempleo
decrecía, la industria se expandía y el mov. obrero recobraba fuerzas.

Experiencia privada y discurso público

Hacia 1945, la crisis política había provocado un cuestionamiento de todo un conjunto de


supuestos referidos al "orden natural de las cosas" y el "sentido de los límites" acerca de lo que se
podía expresar legítimamente. Así, el poder del peronismo radicó, en definitiva, en su capacidad
para dar expresión pública a lo que hasta entonces sólo había sido internalizado, vivido como
experiencia privada. Así lo señala Pierre Bourdieu: "Las experiencias privadas pasan nada menos
que por un cambio de estado cuando se reconocen a sí mismas en la objetividad pública de un
discurso ya constituido, signo objetivo de su derecho a que se hable de ellas y a que se hable
públicamente".

Éste es el contexto donde las experiencias privadas de los obreros individuales adquieren
significado. En particular, se puede apreciar la cuestión del silencio, impotencia e inacción de
muchos obreros en la Década Infame. La capacidad del discurso peronista para articular esas
experiencias no formuladas constituyó la base de su poder herético. En efecto, existían otros
discursos heréticos -en el sentido de que ofrecían alternativas a la ortodoxia establecida-, bajo la
forma de retórica socialista, o comunista, o radical. Sobre esas otras fuerzas políticas el peronismo
tuvo la enorme ventaja de ser un "discurso ya constituido", articulado desde una posición de
poder estatal.

El poder social herético que el peronismo expresaba se reflejó en su empleo del lenguaje.
Términos que ya traducían las nociones de justicia social, equidad, decencia -cuya expresión había
sido silenciada- habían de ocupar ahora posiciones centrales en el nuevo lenguaje del poder. Más
importante que esto fue el hecho de que términos que antes simbolizaban la humillación de la
clase obrera y su explícita falta de status, ahora tengan valores y connotaciones opuestas. Por
ejemplo, la palabra "descamisado" (el calificativo utilizado por los antiperonistas para referirse a
los obreros que apoyaban a Perón) tenía una connotación de inferioridad social y, por tanto,
política. Aún así el peronismo adoptó el término e invirtió su significado simbólico,

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transformándolo en afirmación del valor de la clase obrera. Algo similar ocurría con los términos
"negro" o "negrada" (formas despectivas se referirse a la clase obrera): su incorporación al
lenguaje peronista les otorgó un nuevo status. El hecho de que en este discurso público "la
negrada" encontrara expresión y afirmación significó que toda una gama de experiencias
normalmente asociadas a ese término -y que por haber sido resignadas así habían sido decretas
ilegítimas- podían ahora ser dichas en voz alta y entrar en el campo del debate público, la
preocupación social y por lo tanto la acción política.

Algo de ese significado social herético se tornó patente en la vasta movilización de la clase
trabajadora que se extendió desde 17/oct/45 hasta el triunfo electoral peronista de feb/46. Esa
movilización demostró la capacidad de los trabajadores par actuar en defensa de lo que
consideraban sus intereses. Pero además representó un rechazo de las formas aceptadas de
jerarquía social y los símbolos de autoridad. Si bien la atención se centró en el objetivo central del
acto -la figura de Perón y su liberación del confinamiento-, la movilización misma, y las formas que
asumió, sugieren por sí solas un significado social más amplio. Pues no hay duda de que aquella
manifestación (de indiscutible contenido político) representó una subversión simbólica de los
códigos de conducta aceptados. De ahí a que algunos observadores (como Félix Luna) describieran
aquella atmósfera como de "fiesta grande, de murga, de candombe". Un aspecto importante de
esa subversión se relacionó con el sitio donde se expresaba tal conducta, es decir, con criterios
tácitos de jerarquía espacial. Al desplazarse esas multitudes desde los suburbios obreros para
concentrase en la zona céntrica, se violaron esos criterios. A esto se le añadió el comportamiento
de los trabajadores: sus canciones eran insultantes para los adinerados, la gente decente porteña,
a la cual ridiculizaban. El hecho de que la manifestación culminara en la Plaza de Mayo, situada
frente a la Casa de Gobierno, había sido en gran medida un territorio reservado a la "gente
decente" y los trabajadores que se aventuraban allí sin saco ni corbata fueron más de una vez
alejados o incluso detenidos.

Gran parte de ese espíritu de irreverencia y blasfemia, y de esa redistribución del espacio
público, característicos del 17/oct y la campaña electoral siguiente, parecerían constituir una
suerte de "antiteatro", basado en el ridículo y el insulto, contra la autoridad simbólica y las
pretensiones de la elite. El resultado fue, por cierto, desinflar un tanto la seguridad que la élite
tenía de sí misma. Además de que representó una recuperación del orgullo y la autoestima de la
clase trabajadora.

Los límites de la herejía: ambivalencia del legado social peronista

Una vez en el poder, el peronismo no contempló la ebullición y la espontaneidad mostrada por la


clase trabajadora desde oct/45 hasta feb/46 con mirada tan favorable como la que tuvo en ese
lapso de lucha. Más aún, gran parte de los esfuerzos del Estado peronista desde el '46 hasta su
deposición en el '55 pueden ser vistos como un intento por institucionalizar y controlar el desafío
herético que había desencadenado en el período inicial y por absorber esa actitud desafiante en el
seno de una nuevo ortodoxia patrocinado por el Estado. En ese sentido, el peronismo fue, para los
trabajadores, un experimento social de desmovilización pasiva. En su retórica oficial puso cada vez
más de relieve la movilización controlada y limitada de los trabajadores bajo la tutela del Estado.

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Así, los sindicatos debían actuar en gran medida como instrumentos del Estado para movilizar y
controlar a los trabajadores. Este aspecto cooptativo del experimento peronista se reflejó en la
consigna fundamental dirigida por el Estado a los trabajadores en la época de Perón para
exhortarlos a conducirse pacíficamente: "De casa al trabajo y del trabajo a casa".

La ideología peronista predicaba la necesidad de armonizar los intereses del capital y el trabajo
dentro de la estructura de un Estado benévolo, en nombre de la nación y de su desarrollo
económico. En un discurso Perón afirmó: "Buscaremos suprimir la lucha de clases suplantándola
por un acuerdo justo entre obreros y patrones al amparo de la justicia que emana del Estado". A su
vez, la ideología peronista distinguía entre el capital internacional (explotador e inhumano) y el
capital nacional (el cual era progresista, vinculado al bienestar social, y comprometido con el
desarrollo de la economía nacional). Así, se entendía que los trabajadores (organizados en
sindicatos) compartían con el capital nacional un interés común en la defensa del desarrollo
nacional contra las depredaciones del capital internacional y su aliado interno (la oligarquía).

En el contexto de estas consideraciones sobre el significado social del peronismo para los
trabajadores y el éxito que alcanzó canalizar y absorber lo que hemos llamado el potencial social
herético de esa clase, es necesario tomar en cuenta varios factores. [1] El Estado peronista tuvo
cierto éxito en el control de la clase trabajadora y, si bien el conflicto de clases no fue abolido, las
relaciones entre capital/trabajo mejoró. Dicho éxito se debe a dos razones: una fue la capacidad
de la clase trabajadora para satisfacer sus aspiraciones materiales dentro de los parámetros
ofrecidos por el Estado; y la otra fue el prestigio personal de Perón. [2] Se destaca la habilidad del
Estado y su aparato cultural, político e ideológico para promover e inculcar nociones de armonía e
intereses de clase. La eficacia de la ideología oficial dependió de su capacidad para asociarse con
las percepciones y la experiencia de la clase trabajadora. Pues la retórica peronista derivó su
influjo de su aptitud para decirle a su público lo que éste deseaba escuchar.

Y mucho de lo que clase trabajadora anhelaba escuchar y le interesaba partía de la experiencia


de los trabajadores en la Década Infame. En este sentido, el peronismo le permitía a la clase
trabajadora concretar un progreso social sin el dolor de la lucha de clases, deseo de estabilidad y
rutina en comparación con la arbitrariedad y la impotencia características del período anterior. La
roca sobre la cual esas actitudes se sustentaban era la sensación de haber recobrado la dignidad y
el respeto propio. Una y otra vez ese factor parecía ponerse en primer plano como significado
social irreductible y mínimo de la experiencia peronista a juicio de los trabajadores.
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De nuestro análisis de la experiencia peronista para los trabajadores argentinos (1943-55) se


pueden extraer varias consecuencias. En primer lugar, el apoyo que los trabajadores dieron a
Perón no se fundó sólo en su experiencia de clase en las fábricas. Fue también una adhesión de
índole política generada por una forma particular de movilización y discurso políticos.

La clase trabajadora no llegó al peronismo ya plenamente formada y se limitó a adoptar esa


causa y su retórica como el más conveniente de los vehículos disponibles para satisfacer sus
necesidades materiales. La clase trabajadora misma fue constituida por Perón; su propia

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identificación como fuerza social y política dentro de la sociedad nacional fue, al menos en parte,
construida por el discurso político peronista, que ofreció a los trabajadores soluciones viables para
sus problemas y una visón creíble de la sociedad argentina y el papel que les correspondía en ella.
Este fue un proceso complejo que involucró para algunos trabajadores una reconstitución de su
identidad y su lealtad política cuando abandonaban identidades y lealtades establecidas. La
construcción de la clase trabajadora no implicó necesariamente la manipulación y la pasividad
asociadas a la imagen de las "masas disponibles" formulada por G. Germani. Había en juego un
proceso de interacción en dos direcciones, y si bien la clase trabajadora de constituida en parte
por el peronismo, éste fue a su vez en parte creación de la clase trabajadora.

También desde el punto de vista social el legado que la experiencia peronista dejó a la case
trabajadora fue profundamente ambivalente. Es verdad, por ejemplo, que la retórica peronista
predicó y la política oficial procuró cada vez más la identificación de la clase trabajadora con el
Estado y su incorporación a él, lo cual suponía la pasividad de dicha clase.

Análogamente, el movimiento sindical emergió de este período imbuído de un profundo ímpetu


reformista. Éste se fundaba en la convicción de que era preciso alcanzar una conciliación con los
empleadores y satisfacer las necesidades de los afiliados mediante el establecimiento de una
relación íntima con el Estado. Esa relación suponía un compromiso, por parte de los dirigente
sindicales, con el concepto de controlar y limitar la actividad de la clase trabajadora dentro de los
límites establecidos por el Estado y servir como conducto político hacia esa misma clase. En este
sentido, puede considerarse que el peronismo desempeñó un papel profiláctico al adelantarse al
surgimiento de un gremialismo activo y autónomo.

Sin embargo, la era peronista legó a la clase obrera un sentimiento de solidez e importancia
potencial nacional. En desarrollo de un movimiento sindical centralizado y masivo confirmó la
existencia de los trabajadores como fuerza social dentro del capitalismo. Esto significaba que en el
nivel del mov. gremial, y por más que una cúpula cada vez más burocratizada actuara como vocero
del Estado, los intereses de clase conflictivos se manifestaban realmente y los intereses de la clase
obrera eran en verdad articulados.

El peronismo aspiraba a lograr una alternativa hegemónica viable para el capitalismo argentino,
quería promover un desarrollo económico basado en la integración social y política de la clase
trabajadora. Así el peronismo se asemejó al New Deal de EEUU y el Estado benefactor en Europa
occidental post 1945, puesto que eran sistemas que proclamaron los "derechos civiles
económicos" de la clase trabajadora, a la vez que fortalecían las relaciones de producción
capitalistas. Pero a su vez el peronismo se definía como un movimiento de oposición política y
social, como una negación del poder, los símbolos y los valores de la elite dominante. De este
modo, seguía siendo una voz potencialmente herética, que daba expresión a las esperanzas de los
oprimidos.

Las tensiones resultantes de ese legado ambiguo fueron considerables. En último término podría
decirse que la principal de ellas se centró en el conflicto entre el significado del peronismo como
mov. social y sus necesidades funcionales como forma específica de poder estatal. Para los

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empleadores que venían apoyado a Perón, se trataba de una jugada riesgosa: un mercado interno
expandido, incentivos económicos brindados por el Estado y una garantía contra la toma de los
gremios por la izquierda, en cambio de lo cual debían aceptar una clase obrera de poder
institucional mucho más grande y consciente de su propio peso. Por otra parte, para quienes
controlaban el aparato político y social peronismo esa cultura de oposición era un peso muerto,
pues indicaba la incapacidad del peronismo para ofrecerse como opción hegemónica viable para el
capitalismo argentino. Reconocían el potencial de movilización inherente a la adhesión de la clase
obrera al peronismo y lo utilizaban en la mesa de regateo donde se medían con otros
pretendientes al poder político. Finalmente, empero, debieron reconocer que era como cabalgar
un tigre. Sin duda alguna, las fuerzas económicas y sociales dominantes, que inicialmente habían
debido tolerar el peronismo, reconocieron a principios de los '50 el peligro inherente a aquella
ambivalencia.

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