LEGUMINOSAS
LEGUMINOSAS
LEGUMINOSAS
INTRODUCCIÓN
La utilización de las leguminosas para la alimentación, tanto del ser humano como de los animales, se remonta a tiempos
inmemoriales. Su elevado contenido proteico las convierte en una importante y económica fuente de proteínas vegetales, que
adquiere especial relevancia en aquellos países en que la ingesta proteico-calórica es baja, y donde han sido consideradas
como «carnes de los pobres». Las leguminosas destacan por su contenido en hidratos de carbono y en algunos minerales y
vitaminas, así como por la baja cantidad de grasa.
Actualmente, las leguminosas no sólo tienen un interés nutricional, sino también terapéutico, debido a los efectos beneficiosos,
derivados de su consumo frecuente, en campos tan importantes como las enfermedades cardiovasculares (Kingman, 1991;
Zulet y Martínez, 1995; Frühbeck y cols., 1997), la carcinogénesis (Persky y Van Horn, 1995; Rao y Sung, 1995) y la diabetes
(Indar-Brown y cols., 1992; Geil y Anderson, 1994). Estos efectos beneficiosos se atribuyen, además de a las proteínas per
se, a las sustancias que las acompañan, entre ellas la fibra, las saponinas, las isoflavonas, el ácido fítico y otras. Por ello, son
numerosos los expertos que aconsejan su reincorporación a la alimentación como ha sido habitual en la dieta mediterránea.
DEFINICIÓN Y CLASIFICACIONES
La denominación genérica de legumbres secas se aplica, según el Código Alimentario Español (CAE), a aquellas semillas
secas, limpias, sanas y separadas de la vaina, procedentes de la familia de las leguminosas (Fabaceae), de uso corriente en el
país y que directamente o indirectamente resulten adecuadas para la alimentación.
El CAE aplica el término de legumbres secas a las siguientes semillas:
• Judía: judía común (Phaseolus vulgaris L. exp. Savi); judía de España o judía escarlata (Phaseolus multiflorus wild);
judía de Lima (Phaseolus lunatus L.); judía carilla (Vigna sinensis L.).
• Lenteja (Lens esculenta moench).
• Garbanzo (Cicer aretinum L.).
• Guisante seco (Pisum sativum S.).
• Haba seca (Vicia faba L.).
• Altramuz: altramuz blanco (Lupinus albus L.); altramuz amarillo (Lupinus luteus L.); altramuz azul (Lupinus
angustifolius L.).
• Soja (Glycine Soja L., Sub y Lucc.).
• Cacahuete (Arachis hypogea L.).
• Garrofa (Ceratonio siliqua L.).
• Algarroba (Vicia monanthos).
Las legumbres secas que se han cultivado tradicionalmente con destino al consumo humano son el garbanzo, la lenteja, la
alubia, el guisante, el haba y la soja. Los guisantes y las judías semimaduros se consideran hortalizas.
Los derivados de leguminosas son los productos obtenidos a partir de la transformación de legumbres secas, aptos para la
alimentación o destinados a servir de materia prima para la fabricación de productos alimenticios (CAE), cuya clasificación
es la siguiente:
• Legumbres mondadas: cotiledones sin tegumentos procedentes de las semillas secas de leguminosas.
• Purés de legumbres: productos obtenidos por trituración de las semillas secas de leguminosas mondadas.
• Harinas de legumbres: productos resultantes de la molienda de las legumbres secas y despojadas de la parte cortical.
Además, diversos procesos tecnológicos destinados a la extracción de las proteínas presentes en las leguminosas permiten
obtener preparados, cuya denominación depende del contenido proteico final del producto. Así, los concentrados de proteínas
presentan del orden del 60-70 % en peso de este nutriente, mientras que las proteínas se encuentran por encima del 90 % en
los derivados conocidos como aislados (Cantoral y col., 1995; Fernández-Quintela y cols., 1997).
Las propiedades organolépticas de los alimentos hacen referencia al sabor, olor, color, etc, y dependen de la forma de
presentación, consumo, cocinado, etc. Las leguminosas suelen presentar un sabor más o menos dulce, en el cual desempeñan
un papel importante los procesos de maduración y recolección. Ambos procesos determinan también la textura de los granos,
los cuales deben ser tiernos, no excesivamente duros, de tal modo que presenten un grado de dureza tal que permanezcan
enteros.
En este sentido, el contenido en hidratos de carbono desempeña un papel importante, ya que el comportamiento en la cocción
depende de las características del almidón, que determina el grado de hinchamiento del grano por absorción de agua y la
textura del producto cocido. Igualmente, los componentes de las paredes celulares, especialmente las pectinas, condicionan
la elasticidad y, por tanto, la resistencia de la piel a la rotura.
No deben presentar olores extraños, ya que su presencia indicará que los procesos de limpieza, elaboración o conservación
han sido incorrectos. El color dependerá, dentro de la misma especie, de la variedad.
Así, algunos autores clasifican estas semillas en: granos amiláceos, cuando el componente principal es el almidón;
proteaginosos, cuando destacan por su contenido proteico, u oleaginosos, si poseen una alta proporción de grasa.
Las leguminosas se han considerado tradicionalmente excelentes fuentes de proteína vegetal. Las cantidades de este nutriente
en las leguminosas habituales en nuestra alimentación pueden oscilar entre el 17 % (judías) y el 42 % (soja). El
fraccionamiento de las proteínas presentes en estas semillas, siguiendo criterios de solubilidad en diferentes disolventes,
permitió clasificarlas originalmente en globulina (proteínas solubles en disoluciones salinas), albúminas (proteínas solubles
en agua),
glutelinas (proteínas solubles en ácidos y bases) y prolaminas (proteínas solubles en etanol). Las globulinas son proteínas de
almacenamiento o reserva que representan el 60-70 % de la proteína seminal y cuya separación por centrifugación permite
identificar diferentes fracciones según el coeficiente de sedimentación (7S y 11S).
Estas proteínas reciben nombres específicos en función de la especie de origen. Así, aquellas proteínas con coeficientes de
sedimentación del orden de 7S se denominan vicilina, en las habas y guisantes, conglicina en la soja o con saraquidina en el
cacahuete, mientras que las 11S se denominan legumina en el haba y guisante, glicinina en la soja y araquinina en el cacahuete.
La fracción albúmina, denominada legumelina en las habas y guisantes, y faseolina en las alubias, representa entre el 4% y el
20 % de la proteína, según las especies, y contiene la mayoría de las enzimas e inhibidores enzimáticos de la semilla. Las
glutelinas constituyen el 10-20% restante, ya que las prolaminas se encuentran en muy baja proporción (Martínez y Macarulla,
1991).
El valor biológico de estas proteínas de origen vegetal viene condicionado por niveles relativamente bajos de aminoácidos
azufrados, como la metionina y la cistina.
Por ello, cuando coinciden con los cereales en la alimentación, que aportan proteínas complementarias, se consigue que la
calidad de la proteína de la dieta aumente conjuntamente su valor biológico (Cubero y Moreno, 1983).
El contenido de hidratos de carbono de las legumbres oscila entre el 26-29 % de la soja y el 55-60 % en las habas, siendo
normalmente el almidón el glúcido mayoritario en estas semillas, aunque la soja contiene cantidades muy pequeñas de este
nutriente. Otros hidratos de carbono, como la celulosa, la hemicelulosa, la pectina, y otros, en cantidad variable, procedentes
de las paredes celulares de la semilla, no son digeribles y forman parte de la fibra dietética, mientras que algunos galactósidos
también presentes (verbascosa, rafinosa, estaquiosa) pueden dar lugar a procesos de flatulencia, al ser fermentados por la flora
intestinal (Belitz y Grosch, 1997).
El contenido en grasa de las leguminosas es normalmente bajo (1-6 %), a excepción de los altramuces (15 %), la soja (17-20
%) y el cacahuete (40-50 %), los cuales se consideran granos oleaginosos. En general, las leguminosas de consumo habitual
aportan pequeñas cantidades de lípidos, pero de buena calidad, siendo los ácidos grasos predominantes el oleico (11-15 %),
el linoleico (25-63 %) y el linolénico (1-27 %), cuya naturaleza insaturada incide en las propiedades nutritivas y
bromatológicas de estas semillas (Martínez y Macarulla, 1991).
La presencia de minerales y vitaminas en las leguminosas está también sujeta a variaciones interespecíficas. En general, se
admite que son buenas fuentes de vitaminas del complejo B, en concreto de tiamina, niacina y ácido fólico; las vitaminas
liposolubles A y E pueden encontrarse en cierta cantidad en las semillas oleaginosas. En cuanto a los minerales, la aportación
a la dieta de calcio, hierro, cinc, fósforo y magnesio suele ser notable en relación con otros alimentos (Mataix y Salido, 1985).
El valor energético de las leguminosas depende de los niveles y la distribución de los nutrientes con capacidad combustible
(lípidos, hidratos de carbono y proteínas). El aporte calórico medio oscila entre 280 y 400 kcal/100 g, siendo las legumbres
oleaginosas las que poseen un mayor potencial energético (Cervera, 1995).
La humedad o contenido de agua de las leguminosas varía en función de la especie, del período de recolección, del clima, del
almacenamiento, etc, y suele representar entre el 5 y 15 % del peso total (Fidanza, 1991).
Las leguminosas, pese a sus ventajas desde el punto de vista nutritivo, han dejado de formar parte de los hábitos alimenticios
debido posiblemente a aspectos de tipo socioeconómicos y a la presencia en su composición de una serie de sustancias,
denominadas genéricamente factores antinutritivos (FAN) y clasificadas como termolábiles y termoestables, que en algunos
casos pueden afectar a la digestión, absorción y metabolismo de los nutrientes (Larralde y Martínez, 1989; Rubio y cols.,
1994). Entre los factores termoestables se encuentran los taninos, las isoflavonas, los factores de flatulencia, los fitatos y las
saponinas. Por el contrario, las lectinas, los inhibidores de proteasas y los heterósidos cianogenéticos son termolábiles (Gupta,
1987). Sin embargo, en los últimos años, el desarrollo de nuevos métodos de análisis, en combinación con observaciones
epidemiológicas, y el diseño de estudios más completos han permitido constatar la participación de algunos de estos factores
en la obtención de efectos beneficiosos en el tratamiento de determinadas patologías como la hipercolesterolemia (Potter,
1995; Carroll, 1995; Anthony y cols., 1996), la diabetes (Phillips, 1993; Anderson y cols., 1994) y la carcinogénesis
(Hawrylewicz, 1995; Rao y Sung, 1995; Kennedy, 1995).