Eiermann y El Teatro Posespectacular. Schmutz
Eiermann y El Teatro Posespectacular. Schmutz
Eiermann y El Teatro Posespectacular. Schmutz
Christina Schmutz
Si es cierto que la dimensión estética y crítica del teatro consiste en superar nuevos retos sociales y no solo
representarlos sino desarrollar una postura crítica hacia el mundo y lo que desde siempre se considera la función del
arte, plantear proyectos utópicos, la llamada perspectiva postespectacular, aparecida hace pocos años, podría
mostrar una salida al dilema surgido del teatro posdramático y su estética de lo performativo debido
paradójicamente a su éxito a numerosos niveles socioculturales.
André Eiermann, teórico y antiguo estudiante del Instituto de Ciencias Aplicadas del Teatro de Gießen, aplica en su
obra Postspektakuläres Theater. Die Alterität der Aufführung del año 2009 las ideas desarrolladas por los dos
teóricos del teatro Hans-Thies Lehmann y Erika Fischer-Lichte acerca de los fenómenos estructurales del teatro
performativo a la situación social actual en las culturas occidentales, con lo que amplia y hace una crítica del
concepto del teatro posdramático (Lehmann, 1999) y la estética de lo performativo (Fischer-Lichte, 2004). A
continuación quisiera presentar esquemáticamente el trasfondo y las consecuencias teóricas del concepto todavía
relativamente joven de teatro postespectacular, sobre todo frente al concepto de una posición central de la estética
posdramática.
Por teatro postespectacular, Eiermann entiende formas teatrales que, análogamente a lo que hacía el teatro
posdramático en las últimas décadas, despliegan un potencial autorreflexivo y crítico en la situación social actual; es
decir, en la «era de la permisividad» (Žižek, 2005). Lo históricamente nuevo consiste en que ya no colocan la
inmediatez de la función como elemento primordial, fijado dentro de una «estética de lo performativo», sino que
elaboran formas de crítica y transgresión adecuadas a la situación actual, que formulan nuevos modos de distancia
entre el escenario y el público. La realidad social y sus patrones de percepción han cambiado desde la reflexión crítica
a través del teatro posdramático. Sobre la base de la irrupción de una cultura eminentemente capitalista en casi
todos los ámbitos de la vida, la potenciación de experiencias concretas en el aquí y ahora a través del desarrollo
galopante de estructuras de comunicación mediáticamente en red, la presencia ininterrumpida del mercado
neoliberal, una reducción de los sistemas normativos y una relación cambiante entre autenticidad y ficción en la
política y los medios de comunicación, cada vez se hace más difícil distinguir entre lo afirmativo y lo crítico. Bajo el
concepto de «sociedad permisiva», Slavoj Žižek subsume una sociedad en la que los principios de la participación en
forma de libre expresión de opiniones y posturas son adoptados por el sistema como «lemas de la espontaneidad, de
la expresión creativa de la personalidad propia» (Eiermann cita a Žižek, 2012: 14). Visualizar estos mecanismos de
mercado opacos es algo que un teatro posdramático de estética performativa, que a partir de sus propias premisas
repite y afirma estructuralmente y de forma involuntaria las reglas del mercado, solo consigue en parte, por lo que el
teatro requiere nuevas estrategias estéticas.
Sobre esta base, el teatro «postespectacular» de André Eiermann se entiende como desarrollo y antimodelo del
teatro posdramático. Refleja formatos escénicos que incluyen aquellos discursos teóricos en los que se sustentan
incuestionablemente las «reglas» (Rancière, 2002), cuestionando sus criterios teóricos: fue sobre todo así que la
teórica del teatro alemana Erika Fischer-Lichte amplió el concepto de teatro con su «estética de lo performativo»
(2004), que gozó de gran eco internacional como uno de los hitos teóricos decisivos de las ciencias del teatro
alemanas, con la «copresencia física de actores y espectadores» como condición sine qua non para generar
significado en una función. El significado ya no se ocultaba como «sentido» en el texto o en la puesta en escena,
debiéndose traer a la luz hermenéuticamente, sino que se creaba como acontecimiento emergente en el espacio
teatral común. De este modo, la comunicación inmediata pasa a ser la condición previa para el acontecimiento
teatral. Los actores y los espectadores —convertidos en coactores— solo sacan a relucir lo característico del teatro
http://www.revistapausa.cat/andre-eiermann-el-teatro-postespectacular/ 1/7
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juntos, por lo que los procesos decisivos se constituyen a través de la interacción entre todos los presentes como
«lazo autopoyético de retroalimentación» (Fischer-Lichte, 2004: 66) originado conjuntamente pero nunca
totalmente controlado. En este trabajo artístico común, las distancias serían perjudiciales; en cambio, esta estética
responde a una comunicación inmediata «cara a cara» sin Cuarta Pared y sin el obstáculo de una codificación
simbólica.
Eiermann pasa a modificar esta configuración —de hecho, siguiendo la dirección previamente ideada por Fischer-
Lichte de la supresión de fronteras del teatro— extendiéndola hacia otros géneros: al igual que había hecho
anteriormente Fischer-Lichte, ya no distingue entre los conceptos de puesta en escena y representación, sino que,
inspirándose en la filósofa y teórica del teatro Juliane Rebentisch (2003), yuxtapone eventos de representación y
exposición.
En su exhaustivo trabajo, Eiermann dedica un pequeño capítulo propio al origen de los conceptos de dramático-
posdramático y postespectacular. Con el teatro posdramático surgió un discurso que hacía referencia a las formas
cambiadas de comunicación mediática, a la fusión de lo real y lo virtual en la sociedad. Este discurso condujo a la
apertura y a la disolución de las dicotomías clásicas de drama y teatro, sujeto y objeto. Los recursos teatrales como
cuerpo, voz, espacio y tiempo ya no estaban sometidos a un contexto narrativo y adquirieron valor propio. Al hacerse
presentes y autorreflexivos, se despojaron de su función representativa. Otra innovación importante consistió en la
«dimensión relacional redescubierta del arte del teatro» (Lehmann, 2014: 44); es decir, en la apertura del marco
teatral en cuanto a la separación anterior entre escenario y espectadores: el público pasaba a estar involucrado
activamente en la acción escénica a través de una comunicación directa cara a cara.
Este teatro posdramático que, cuando la situación dramática dejó de corresponder a la complejidad del mundo actual
se presentaba como liberación de la hegemonía del drama, actualmente ya no irrita ningún hábito perceptivo. La
copresencia física de espectadores y actores, la transgresión de géneros, la separación de signo y significado, la
autorreflexividad, la activación del espectador y la superación de la función representativa del teatro se han
consolidado como norma en la estética posdramática.
Por este motivo, según Eiermann, hoy el potencial crítico del teatro ya no consiste en la comunicación directa, es
decir en una situación (posdramática) cara a cara entre escenario y público, sino en una nueva distancia entre
actor/escenario y espectador que interrumpe realmente la norma de la situación social actual: la eterna presencia.
Una distancia como esta supone para Eiermann la condición necesaria para su «interrupción de la norma»
(Lehmann, 2011: 36) y al mismo tiempo un requisito para la creación de un triángulo comunicativo actor-
espectador-tercero. Con el «tercero mediador» (Eiermann, 2009), la interacción física de los actores pasa
necesariamente a un segundo plano, y el lugar de la inmediatez de la interacción y la inmediatez de la copresencia de
actores y espectadores pasa a ser ocupado por la imaginación y la fantasía. En el sistema de comunicación entre actor
y espectador, el tercero siempre está en liza, si bien a veces apenas se le puede distinguir del actor. En este sentido, el
acontecimiento de la representación, tal y como lo formula la teórica del teatro alemana Erika Fischer-Lichte,
depende menos del encuentro inmediato entre actor y espectador y de la presentación de una acción que de las
condiciones marco creadas por la «puesta en escena» y las expectativas y proyecciones de los espectadores, que en
parte ya existen antes de iniciarse la función. De ahí que la distancia sea necesaria para poder abrir un hueco entre
«la identidad simbólica y el trasfondo fantasmagórico». Así pues, el concepto de lo postespectacular representa la
«crítica de una pseudocrítica, una criticidad que en la era de la permisividad ya no puede ser una crítica real porque
su exigencia de inmediatez ha sido asumida desde hace tiempo por el espectáculo» (Eiermann, 2009: 17).
la misma modificándola» (Eiermann 2009: 60). Por ende, las estrategias postespectaculares buscan exponer este
«momento de ausencia irritante» y dejar de este modo «patente que ni puede reducirse la alteridad de la
representación a una relación dual entre actores y espectadores, ni la representación en el sentido de Fischer-Lichte
no se crea sino a través del encuentro entre actores y espectadores» (Eiermann, 2009: 52).
Así pues, Eiermann no reduce la relación del yo y el otro al encuentro dual cara a cara, sino que amplía en el
concepto del teatro postespectacular la estructura autorreflexiva y performativa de la experiencia estética en relación
al tercero. Al mismo tiempo, enlaza con la lectura del enfoque psicoanalítico de Jacques Lacan tal y como la percibe
Slavoj Žižek, que entiende la alteridad no como relación dual inmediata sino como relación mediata a tres
(Eiermann, 2009: 34). La percepción psicoanalítica de Jacques Lacan de un «sujeto dividido en el inconsciente»
(Siegmund, 2005) se basa en los tres registros psíquicos de «simbólico», «imaginario» y «real». El anhelo siempre se
mantiene porque no se produce ninguna coincidencia entre los diferentes registros; así se forman huecos,
interrupciones y ausencias con los que se interrumpe la promesa de presencia y la comunicación inmediata. La
experiencia estética se convierte en una experiencia del inconsciente. Eiermann recurre aquí a la teoría de Lacan del
«sujeto dividido en el inconsciente»: lo simbólico, lo imaginario y lo real generan tres cuerpos diferentes que
suponen el cuerpo anhelado. Dado que entre dichos registros no existe coincidencia, quedan huecos e interrupciones
y se produce un «agujero en lo otro» (Eiermann, 2009). «La experiencia estética posibilitada por el teatro
postespectacular no solo se produce entre el sujeto y su interlocutor sino que resulta una experiencia del entremedio,
experiencia que se produce entre el sujeto y su interlocutor como tercera instancia de lo simbólico intermediario»
(Eiermann, 2009: 359).
De este contexto resultan posibilidades para el teatro postespectacular para que el «potencial subversivo-crítico y
autorreflexivo» (Eiermann, 2009: 51) de una puesta en escena pueda crear, en función de diferentes estrategias, un
contrapunto a nuestra sociedad en red hiperactiva y afirmativa y tratar la realidad social actual de forma crítica en
una representación teatral. Dichas estrategias son: la interrupción de la percepción mutua de actores y espectadores,
la pausa, la inseguridad, la distancia, el silencio, la retirada. También se trata de visualizar la «reflexión con
distancia» y reintroducir huecos y vacíos en la percepción de los espectadores que «abran espacios libres en el juego
y la observación del juego» (Siegmund, 2014: 195) tanto para los actores como para los espectadores. Con el «tercero
mediador», la interacción corporal de los actores pasa a un segundo plano, y en su lugar aparecen la imaginación y la
fantasía. Las estrategias relacionadas son la relativización en perspectiva del interlocutor presente, la desvirtuación
del interlocutor y también la ausencia real del interlocutor. Siguiendo a Fischer-Lichte, que separa el concepto de
representación de la puesta en escena, el concepto de puesta en escena vuelve al primer plano. Y es que la puesta en
escena sienta las respectivas condiciones marco dentro de las cuales puede producirse la representación. También
según Eiermann, la «puesta en escena» es un proceso que no surte efecto en los espectadores en forma de situación
estética, sino que ya les afecta antes de que se introduzcan en esta, dado que antes de comenzar ya tienen
determinadas informaciones y expectativas. De este modo, la puesta en escena es un proceso estratégico.
Estas estrategias permiten al teatro postespectacular desarrollar un nuevo potencial crítico, pues no solo afectan a
cuestiones estéticas sino también éticas, dado que generan una relación entre modelos de comunicación digitales que
animan a la participación y el desplazamiento del poder hacia unas pocas grandes multinacionales como Google, que
controlan el mercado y los datos digitales. Estos sistemas de comunicación propugnan el acceso libre y democrático
de todos los participantes que, además, son premiados cuanto mayor sea su actividad. «Los poderosos a menudo
prefieren incluso una participación crítica al silencio, para solo meternos en un diálogo que les permita asegurarse de
que nuestra desastrosa pasividad quede rota» (Žižek, 2005: 8). Las estrategias estéticas de la negación y la ausencia
se refieren a estas situaciones descritas por Žižek. Una retirada a la pasividad puede permitir una nueva libertad en
sentido existencial, entrando en oposición al concepto actual de libertad según el mercado libre, que básicamente
consiste en la libertad de elección económica pues «el teatro es una reapropiación de la realidad, una reapropiación
que nos permite volver a ver y oír lo que ya hemos visto y oído una vez, pero desde una perspectiva estética
totalmente diferente, desplazada. La actuación también podría significar mantener la ficción, recuperar la distancia
entre lo imaginario y lo real, permitiendo una aparición de espacios y cuerpos posibles» (Siegmund, 2014: 196).
Como estudiante de ciencias del teatro aplicadas en Gießen, disciplina fundada por Andrej Wirth (y a quien también
se remonta el concepto de teatro posdramático acuñado en los años 80), Eiermann basa su trabajo desde un punto
de vista metodológico en el tradicional vínculo estrecho entre la práctica artística y la reflexión teórica promovido por
dichos estudios. Eiermann cita a sus actuales profesores y directores, Heiner Goebbels y Gerald Siegmund, como
inspiradores y mentores importantes del «teatro postespectacular». En ello se basa no solo para un análisis y una
descripción detallados de trabajos terceros, sino también para trabajos propios: «En el teatro postespectacular
culmina la evolución tanto de formas artísticas que incluyen una reflexión teórica en sus trabajos como de formas de
trabajo científico en las que se aplican estrategias artísticas tanto para crear un registro como para probar y
comprobar hipótesis científicas» (Eiermann, 2009: 41). Con vistas a una imbricación entre teoría y práctica, analiza
a continuación —y con todo detalle— solo artistas que priman la conexión teórico-práctica: «Las producciones de
Gießen se apropian de la fragilidad del sujeto en relación a un anhelo emanado de la relación entre cuerpo y lenguaje
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así como de la precariedad de lo imaginario de uno mismo, colocando en su centro la relación modificada entre los
medios de comunicación y lo imaginario debido a internet y los medios de vigilancia digital» (Finter 2012: 41).
En análisis detallados de representaciones y dentro de la apertura y supresión de límites del concepto de teatro, se
analizan trabajos de artistas muy diversos en cuyas obras entran y se reflejan géneros tan diferentes como
instalaciones, artes mediáticas, artes visuales, coreografía, performance, teatro y plástica social, con ejemplos como
Mette Ingvartsen, Erwin Wurm, Rabih Mroué, Romeo Castellucci, Xavier Le Roy o Paul Gazzola. Allí se muestra
como, a través de la ayuda de la apertura de un «hueco paraláctico» (Eiermann, 2009), se produce en cada caso el
«cambio postespectacular». En apartados como «teatro del registro», «teatro de la desvirtuación», «teatro de los
objetos» y «teatro de la información», reúne los diferentes trabajos, entendiendo dicha división explícitamente no
como intento de clasificación sino solo de que determinadas estrategias se puedan describir bien con ciertos
ejemplos.
«Teatro del registro» – imágenes de vídeo postespectaculares analiza de qué manera utiliza el teatro
postespectacular los medios audiovisuales en el escenario, a través de los cuales la presencia de los actores en el
escenario queda interrumpida y minada. Su presencia física y simultánea como condición de una representación se
vuelve superflua; en su lugar, se evita lo que se espera de acuerdo con las convenciones generales, investigando cómo
puede aparecer el tercero, tanto en la presencia física como en la ausencia real o virtual de los actores. De este modo,
el cuerpo puede experimentarse como «significante del anhelo». La presencia ya no se potencia sino que se remite a
lo imaginario y se convierte en «efecto superficial»; «en lugar de destacar una presencia supuestamente inmediata y
satisfactoria, se destaca la reflexión de una mediatez que permite realizar el anhelo como anhelo». «De este modo, la
presencia puede experimentarse como boceto imaginario, como efecto superficial según Žižek, que se debe a una
mediación simbólica, un recurso a la performatividad, un sometimiento simbólico que tiene lugar debido al anhelo
de algo real permanentemente sustraído e insuficiente» (Eiermann 2099: 52).
En su trabajo Looking for a missing employee (2003), el coreógrafo libanés Rabih Mroué simula a través del uso de
la técnica de vídeo un encuentro directo con los espectadores. Mroué se sienta en una fila posterior de la platea. En
una pantalla en el escenario se proyecta su cara desenfocada. Mroué también aparece como actor, pero observando la
acción en el escenario y sustrayéndose al encuentro directo con el público. Si bien existe una copresencia física de
actores y espectadores y se insinúa la inmediatez, esta queda quebrada y contrastada, por lo que la relación se
mantiene mediata (el «tercero») y «la ausencia de este interlocutor da lugar a imaginaciones como articulaciones
simbólicas» (Eiermann 2009: 99). A consecuencia de ello, se produce una negociación de la realidad virtual, real y
simbólica, creándose a través de las imágenes de vídeo una diferencia hacia la relación con el actor físicamente
presente y generándose huecos e interrupciones en la percepción como “huecos paralácticos”, en una referencia a lo
real imposible según Žižek y Lacan.
El «teatro de los objetos» refleja la ampliación que Eiermann hace del concepto de representación como
presencia exclusiva de objetos en el escenario. Según Heiner Goebbels, su obra Stifters Dinge (2007) «es una pieza
para cinco pianos sin pianista, una obra de teatro sin actores, una performance sin performers» (Goebbels, 2012:
63). La presencia de personas en el escenario queda ocupada como centro vacío por objetos, que en el teatro suelen
cumplir una función meramente decorativa como atrezo: telón, iluminación, ruidos, sonidos, voces, viento y niebla.
En este contexto, Eiermann habla de «condición de objeto excesiva» (Eiermann, 2009: 207), que genera una
aparición del tercero como orden simbólico, que a su vez no puede cubrirse, quedando de este modo como anhelo, un
entremedio, un «someterse a lo simbólico» (Eiermann, 2009: 223), desligado de todo sujeto. Aquí queda
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Así pues, el trabajo de Eiermann modifica en numerosos aspectos teóricos productivos, ejemplos minuciosos y
abundantes referencias teóricas a Fischer-Lichte y las teorías de Lehmann, abriéndoles un campo de la estética
teatral divergente y novedoso, pero en todo caso heurísticamente interesantísimo.
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