Joan Oleza Resumen Realismo.
Joan Oleza Resumen Realismo.
Joan Oleza Resumen Realismo.
De hecho, ha podido decirse que ninguno de los grandes realistas se ve libre de espíritu
romántico. Una vez impuesto, como modelo cultural, el realismo, en ningún otro género se
manifiesta como en la novela. La novela moderna, según Goldmann , se asienta sobre la
contraposición entre individuo problemático y sociedad. «La novela se caracteriza por ser
la historia de una búsqueda de valores auténticos de modo degradado, en una sociedad
degradada, degradación que, en lo que concierne al héroe, se manifiesta principalmente en
la mediatización, en la reducción de los valores auténticos al nivel implícito, y su
desaparición como realidades manifiestas».
Así aparece ese anhelo de observación del cambio social y de los procesos psicológicos
individuales y ese profundo análisis de sus relaciones que los realistas llevan a cabo. De
este anhelo de analizar, de llegar al por qué, surgirá el carácter cientifista del realismo. La
novela realista está determinada por la ley de la causalidad, ya sea infiriendo de
circunstancias físicas y fisiológicas procesos psíquicos y sociales, ya sea mediante un puro
encadenamiento psicológico. Si el realismo presenta la impotencia del individuo en su
enfrentamiento con la realidad y todo, tanto en uno como en otro, obedece a un
encadenamiento de causas y efectos, el realismo tendrá que concluir en el fatalismo y en el
determinismo y aun en el nihilismo más absoluto , pero siempre de modo científico.
Si estos no son alcanzables en el marco social donde el héroe habita debe pensarse que se
trata de una situación superable y, por tanto, provisional. Frenhofer culpa de ello a la
realidad, que no le ofrece un modelo suficientemente bello para su pintura. Un día, sin
embargo, encuentra el modelo, la más bella mujer imaginable. Balzac anticipa con este
argumento no sólo a Flaubert, con su dilema vida-arte, sino que da toda una interpretación
del arte moderno, y lo condena.
De acuerdo con este planteamiento hay que situar la gran novela rusa del XIX, en especial a
Tolstoi y Dostoyevski, que encarnan en figuras como Raskolnikov , Ivan , Pierre
Bersukhov o Lewin la lucha del individuo problemático contra la realidad, y su final
integración en ella, o bien su autodestrucción. Barthes, por ejemplo- el paso de uno a otro
es total, y entre realismo y naturalismo se halla el hecho fundamental de la desintegración
de lo universal de la sociedad burguesa con la consiguiente desintegración de su «escritura»
y la trágica problematización, por parte de cada autor, de cada grupo, del lenguaje, de la
forma artística. De 1830 a 1850 se produce un proceso dialéctico entre el realismo, como
método de expresión literaria, y la burguesía, clase social de la que era expresión -aún
autocrítica y contradictoria- este realismo. Ambas clases los convierten, por un
automatismo histórico, en nuevos argumentos reafirmadores de la lucha de clases.
Por otra parte, al rechazo creciente del realismo por parte del público burgués hay que
añadir la actitud política de la burguesía a partir de 1848, con la represión de la insurrección
de junio, la vuelta de los Bonaparte y las soluciones autoritarias al poder, la progresiva
cerrazón ideológica y el avance cada vez mayor del capitalismo hacia una «cosificación» de
las condiciones de vida. De un lado, y como factor importantísimo, la usurpación del
terreno del arte por un arte «kistch» o subarte -lo que hoy se conoce con la etiqueta de la
literatura y arte «comerciales» o «de consumo»- que hace pasar a un segundo plano a los
auténticos artistas, y ello no a consecuencia de un cambio casual del gusto del
público, sino, fundamentalmente, como consecuencia lógica de la implantación y desarrollo
del modo de producción capitalista, en el que arte y literatura se rigen por las leyes del
mercado y en tanto que valores de uso van perdiendo su función. A ello hay que añadir el
peligro subversivo que ya ahora -con la progresiva toma de conciencia de las clases
populares urbanas- entraña el realismo, tanto más cuando artistas y escritores realistas
«contestan» el sistema capitalista desde una agresividad crítica y desde unos compromisos
políticos de día en día más acentuados. Otra circunstancia a tener en cuenta es aquella
que, nacida y desplegada -hasta grados jamás alcanzados- del principio capitalista de
división del trabajo y de la nueva jerarquía de clases sociales surgida de la
revolución, provoca el estallido de un grupo humano hasta ahora bastante homogéneo, el
«público lector», que se divide y escinde en un proceso multiplicador, obligando a
elecciones -y por lo tanto a rechazos- al escritor, que debe situar con precisión la zona de
mercado a la que se dirige.
Por último, y como causa más general, habría que referirse a la pérdida de función social
del escritor moderno, que en la lucha contra el Antiguo Régimen -en el período «ilustrado»
y en el prerromántico- había alcanzado una dignidad de sacerdote, una función de
generador de ideología al servicio de las clases en lucha, pero que ahora, una vez impuesto
el modo de producción capitalista, se ve cada vez más relegado por las clases dominantes a
un papel de reproductor ideológico, es decir, de mero sacristán, mientras que el proceso por
el cual muchos escritores encontrarán más tarde su función en el servicio de las clases
oprimidas está todavía inmaduro. Desde el romántico -que empieza a percibir esta
decadencia de su función social- hasta el naturalista, este proceso de pérdida de función
social por parte del artista se agrava y radicaliza. Ahora bien, todas estas circunstancias no
implican más que una ruptura de la identificación tal como se venía produciendo, pero no
implican, ni mucho menos, que el naturalismo pasen a ser la expresión artística de una
nueva clase social. El positivismo determinista que hay debajo del naturalismo no es sino la
manifestación extrema de la ideología del capitalismo liberal y responde a la misma
filosofía de la revolución industrial, con su apología de la ciencia como valor absoluto
trascendente a la historia, desligada de la sociedad que la produce y de los intereses a los
que sirve.
Zola declara su fe en la ciencia del mismo modo que Flaubert la había declarado en el
arte. En principio, pues, parece que Zola no aporta nada nuevo. Hay en él el mismo deseo
de absoluto ahistórico que en Flaubert. Si para Flaubert la vida del yo estaba condenada al
fracaso por el mero hecho de existir, para Zola el hombre era una criatura pasiva, producto
de la herencia y del medio, incapaz de escapar a un destino predeterminado.
Y, sin embargo, la mayoría de los críticos han observado cómo, en la última fase de su
obra, esta actitud cambia. Creemos que el error está en distinguir demasiado radicalmente
entre su primera y su segunda actitud. Desde el mismo principio de su obra, Zola avanza
sobre Flaubert en el sentido de que es ya un escritor esperanzado. El individuo, según la
concepción de Zola, se halla determinado tanto por el medio como por la herencia, por eso
el individuo no puede ser el factor del progreso.
Pero el individuo forma parte de una colectividad que, según la teoría de Darwin, se halla
inmersa en el proceso de la selección natural de las especies a través de sus cambios
fortuitos, en una struggle for life en la que tienden a extinguirse las especies de vida menos
perfeccionadas. Quiere decir esto que el plan supremo de la Naturaleza se orienta hacia la
continuidad y mejoramiento del conjunto, no del individuo . De ahí el pesimismo de
Zola, como el de Flaubert, respecto al factor individual, pero de ahí también, a diferencia de
Flaubert, su «optimismo colectivo». De ahí que Zola formule el plan de su novelística no
orientado en función de héroes individuales, sino de familias y de grupos.
Con todo el idealismo que supone ese «optimismo colectivo» la fórmula de Zola contiene
una serie de elementos progresistas -tales como, por ejemplo, la puesta en crisis del
concepto espiritualista de la personalidad y, consecuentemente, del individualismo
característico de la filosofía burguesa del XIX- que permitieron no sólo el hecho de que en
algunos países, como España, la toma de partido por el naturalismo significara, a la
vez, una declaración política de oposición al sistema del capitalismo liberal, sino también la
posibilidad de evolución hacia un realismo crítico, superador del naturalismo, que de la
mano de hombres como Gorki, Bernard Shaw, Sinclair Lewis o Roger Martín du Gard, se
introduciría en pleno siglo XX a la busca de nuevos planteamientos. De hecho, pues, el
naturalismo supone un considerable cambio de actitud con respecto al realismo. El
conflicto entre individuo y marco sigue siempre controlado, encauzado e interpretado por
una autoridad superior que evita su encarnizamiento, que se encarga de castigar a aquellos
que se han dejado arrastrar por su rebeldía o por su conformismo y de premiar a quienes
finalmente han conseguido la armonía con su medio, a la vez que de denunciar las
injusticias de ese medio y de exigir las necesarias reformas. Esta autoridad superior es la
del narrador omnisciente, demiúrgico y todopoderoso, que es el verdadero y gran
protagonista de la novela del realismo.