Caracterización de La Escuela PDF
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El espacio social y
material de la escuela
TRILLA Jaume
CAPITULO 1
CARACTERIZACIÓN DE LA ESCUELA
1 Como es sabido, la etimología, en este caso, aunque puede dar lugar a muy interesantes especulaciones, no
colabora mucho ai propósito indicado. El origen etimológico de «escuela» es el término griego o-koAtí iskholé) que
tenía un significado semejante al de la palabra latina otium, es decir, al de el «ocio» actual. En Roma, schola tenía
ya significados próximos a los que hoy le damos a «escuela»: lugar en que se desarrolla la enseñanza, doctrina que
se enseña, y conjunto de discípulos que siguen una doctrina.
2 Sería también muy interesante caracterizar históricamente a la escuela. Aunque la historia específica de la
escuela está todavía en gran parte por hacer, hay que referirse a la sugerente obra de C. Lozano: La escolarización.
Historia de la enseñanza, Barcelona, Montesinos Ed., 1980.
3 Alfonso X Sabio, Las Siete Partidas, Partida segunda, Título XXXI, Ley I. El texto es el de la edición en tres
1
TRILLA, Jaume: Ensayos sobre la escuela. El espacio social y material de la escuela
explícitos, casi todos los aspectos a partir de los cuales caracterizamos a la escuela, a
saber:
«Realidad colectiva»; «Ubicación en un espacio específico»; «Actuación en unos
límites temporales determinados»; «Definición de los roles de docente y discente»; «Pre-
determinación y sistematización de contenidos; «Forma de aprendizaje
descontextualizado.»
Realidad colectiva
4 Comenio, J. A., Didáctica Magna. Citamos según la versión de S. López Pérez, Madrid, Ed. Reus, S. A., 1971, 2.«
ed., pág. 73.
5 «Y aunque no faltarán padres que puedan dedicarse completamente a la enseñanza de sus hijos, es mucho mejor
que se eduque la juventud reunida, porque el fruto y la satisfacción del trabajó es mayor cuando se toma el ejemplo
y el impulso de los demás. Es natüralísimo hacer lo que otros hacen, ir adonde vemos que van los demás y seguir á
los que van de-lante, como adelantarse a los que nos siguen.» Comenio, J. A., op. cit., pág. 74.
6 Quintiliano, M. F., Instituciones oratorias, 1, I, cap. II Madrid, Librería y Casa Ed. Hernando, 1942, trad. I.
Ro-dríguez y P. Sandier, tomo I, pág. 40 y ss. de la versión utilizada.
7 Comenio, J. A., op. cit., pág. 91.
8 íbidem, pág.. 174.
9 Por ejemplo, «El maestro de escuela», 1662, de A. van Ostade (1610-1685), en el Museo del Louvre; y de J. Steen
11 Platón, Protágoras, 315a, pág. 107 de la edición bilingüe de Pentalfa Ediciones, Oviedo, 1980.
12 Este aspecto lo desarrollaremos extensamente en el próximo capítulo.
13 Estos planos sé encuentran reproducidos en Historia de la Humanidad, patrocinada por la UNESCO, tomo I,
pedagógicas en uso en los Colegios Salesianos, Barcelona, Escuelas Profesionales Salesianas, 1943, pág. 13.
TRILLA, Jaume: Ensayos sobre la escuela. El espacio social y material de la escuela
18 Bowen, J., Historia de la educación occidental, tomo I, Barcelona, Ed. Herder, 1976, trad. J. Estruch, pág. 38.
19 Fournier, A., El gran Meaulnes, Barcelona, Ed. Bru- güera, 1979, trad. M, Campuzano y J. M. Valverde, pág. 47.
La repercusión del horario escolar en la percepción de la cotidia¬neidad puede también ilustrarse con esta cita de
La historia interminable de M. Ende: «Bastián había dejado de correr. Ahora andaba despacio y, al final de la
calle, vio el edificio del colegio. Sin darse cuenta, había tomado su camino habi¬tual. La calle le pareció vacía,
aunque había personas aquí y allá. Pero a quien llega tarde al colegio, el mundo que lo rodea le parece siempre
muerto», Madrid, Ed. Alfaguara, 1983, pág. 14.
20 Foucault, M., op, citpág. 154.
21 Marti, M., El maestro de Barbiana, Barcelona, Ed. Nova Terra, 1977, 3.a ed., pág. 77.
22 Ibidem, págs. 78-79. Ver también Bartolo meis, F. de, La escueta de jornada completa, México, Ed. Siglo XXI,
educación, Buenos Aires, Ed. Nueva Visión, 1974, trad. J. J. Tilo¬mas, pág. 27.
TRILLA, Jaume: Ensayos sobre la escuela. El espacio social y material de la escuela
maestro y más o menos discípulo, se llamará maestro a aquél que da más de lo que
recibe y discípulo a aquél que recibe más de lo que da».24 Los dos roles, asimétricos
pues, están perfectamente diferenciados en la escuela; es más, tal distinción
caracteriza a la escuela: de otro modo puede hablarse de tertulia, seminario, congreso,
grupo de trabajo..., pero no de escuela.
Los roles de docente y discente son, sin embargo, inseparables: no puede darse el
uno sin el otro, se definen mutuamente: «El maestro y el discípulo —escribe Gus-
dorf— no se descubren como tales más que en la relación que les une. Como los
esposos no existen más que en virtud del lazo conyugal; así, podría decirse, es el
discípulo quien hace al maestro y es el maestro quien hace al discípulo. La verdad de
cada uno de ellos depende de su relación con el otro; es una verdad en reciprocidad».25
La escuela es el lugar institucionalizado del encuentro entre maestro y alumnos.
Pero si bien es verdad que el concepto de escuela exige la presencia de ambos, es claro
que las dos funciones no presuponen necesariamente a la escuela. Antes que ella
existiera habían maestros y alumnos;26 incluso los primeros podían ser profesionales
(los sofistas, por ejemplo). El maestro de escuela (o de instituto o de universidad) es
sólo un tipo de docente, como el «escolar» lo es de discente. Los conceptos de educador
y educando son, obviamente, aún más amplios.27
Cuando las funciones de educador y educando, docente y discente, maestro y
alumno, quedan escolarizadas, adquieren una peculiaridad especial. El ejercicio de
tales funciones viene condicionado por el marco institucional donde se ejercen. La
escuela da un carácter específico al rol de maestro y alumno y, por tanto, también a la
relación entre ambos. La relación se da en un marco instituido que preexiste a los
sujetos concretos que la han de encarnar y, así, está ella también predeterminada, al
menos parcialmente. Ninguna de las dos partes de la relación ha elegido a la otra, ni lo
que en ella ha de traficarse, ni el lugar donde se ubicará, ni las condiciones generales
en que se producirá. En todo caso, la autonomía en tales aspectos es bastante
limitada.
Dentro de los límites de esta autonomía relativa, igual que en los aspectos
anteriores, la figura de maestro y la del alumno y la relación entre los dos, se
singularizarán según el tipo de escuela de que se trate, según la época y el lugar y
según la pedagogía que se asuma. Se han elaborado tipologías y perfiles de cómo debe
ser un buen maestro; se han realizado estudios sobre la valoración social del mismo y
los requerimientos que sobre él recaen. Todo ello da idea de la amplia variedad de
modelos de docente escolar que existen o pueden existir. Se ha pretendido, incluso,
difuminar un tanto la separación de los roles —«el maestro-compañero»—28 o
rebautizar la función —«facilitador del aprendizaje», en lugar de maestro—29 Por otro
lado, el modelo de «escolar» también es variable: «El escolar» que pintó Van Gogh, el
«niño feliz» de Neili...30 De todos modos, sea el maestro amigo o enemigo, enseñe
directamente o facilite el aprendizaje, y vaya el escolar con o sin uniforme, la escuela
presupone el encuentro de ambos: de quien se supone ha de aprender y de quien se
supone ha de hacer que aquél aprenda.
24 Gusdorf, G., ¿Para qué los profesores?, Madrid, Ed. Cuadernos para el Diálogo, 1977, trad. M. L. León y C.
Rodrí¬guez, pág. 172.
25 Ibidem, pág. 193.
26 Hay un antiguo pero muy sugerente ensayo de Herbert Spencer sobre el origen y la evolución del profesor en
Origen de las profesiones, Valencia, Ed. Sempere, trad. A. Gómez Pi- nilla, págs. 147-163.
27 Ver, por ejemplo, el amplio concepto de educador que explica G. Kerchensteiner en El alma del educador,
Barce¬lona, Ed. Labor, 1934, 2.“ ed. castellana, trad. L. Sánchez, pá¬ginas 15 y ss.
28 Schmid, J. R., El maestro-compañero y la pedagogía libertaria, Barcelona, Ed. Fontanella, 1976, trad. E. Bou,
29 Rogers, C. R., Libertad y creatividad en la educación, Buenos Aires, Ed. Paidós, 1975, trad. S. Vetrano.
30 La literatura, el arte y el cine, además de los estudios históricos sobre la infancia, ofrecen una amplia gama de
ejemplos sobre los distintos modelos de «escolar». Véase LASS, A. H. and TASMAN, N. L. (Ed.), Going to school. An
anthology of prose about’teachers and students, Chicago, A. Mentor Book, New American Library, 1980; MEAD, M.
and WOLFENSTEINE, M. (Ed.) Childhood in Contemporary Cultures, Chicago, The Uni¬versity of Chicago Press,
1955; HOYLES, M. (Ed.), Changing Childhood, Rochester, Writers and Readers Publishing Coope¬rative, 1979;
GREENLEAF, B. K., Childrem Through The Ages, Nueva York, Barnes and Noble Books, 1978; SCHORSCH, A.,
Images of Childhood, Nueva York A Main Street Press Book, 1979; ARIES, P., L’enfant et la famille sous Vancien
régime, Paris, Ed. Seuil, 1973; MAUSE, LI. de (Ed.), The History of Childhood, Nueva York, The Psychohistory
Press, 1974 (en versión castellana de M. D. López, Madrid, Alianza Universal 1982).
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31 Ortega y Gasset, J., «Biología y Pedagogía» (1920) en Et espectador, Madrid, Alianza Ed., 1980, sel. y pról. P.
Garra- gorri, pág. 47.
32 Naturalmente, estas escasas líneas sobre la selección de los contenidos habrían de enmarcarse en el contexto
teórico socio-político que ofrecen los trabajos sobre la «sociología del curriculum». En este sentido debe citarse
sobre todo M. Young (ed.), Knowíedge and Control, Londres, McMillan, 1981. Debería hacerse también referencia
a conceptos como «arbitrariedad cultural», «violencia simbólica», etc., de los ya citados P. Bourdieuy J. C.
Passeron, así como a diferentes trabajos del también citado B. Bernsteijsl
33 Cagne, R. M., Briggs, L. J., La planificación de la enseñanza, México, Ed. Trillas, 1977, trad. J. Brash, págs. 24 y
ss. Para el amplio concepto de «curriculum» que muchos autores utilizan véase también, por ejemplo, L.
Stenhouse, Investigación y desarrollo del curriculum, Madrid, Ed. Morata, 1984.
34 En otra parte, al intentar caracterizar diferencialmente a la comunicación educativa formal y a la informal, nos
hemos referido más ampliamente al proceso de selección y ordena' ción de los contenidos escolares («Dos modos
de comunica¬ción educativa: formal e informal». Trabajo presentado al «Seminario de Teorías de la Educación»,
Murcia, 1984, en prensa).
35 Bruner, J. S., Hacia una teoría de la instrucción, Barcelona, UTEHA, 1972, pág. 200.
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36 Ibidem, pág. 201. En relación al aprendizaje dentro y fuera del contexto de la acción inmediata véase también, de
Brüner, The Relevance of Education, Nueva York, The Norton Library, 1973, págs. 102 y ss.; y de Bruner y Olson:
«Aparentissage par expérience directe et apprentissage par expérience médiatisée» en Perspectives, vol. III, núm.
1, 1973, págs. 2142.
37 La escuela no crea conocimientos salvo los que versan sobre la propia escuela; esto es, saber pedagógico. Pero
precisamente es este saber que se crea en la escuela el que no se transmite en ella. Es mas, a veces se oculta
expresamente este saber pues, según cierta pedagogía, no conviene en modo alguno que el escolar conozca el
sentido y las determinaciones de las formas, métodos, relaciones, rituales, etc., de la escuela. El escándalo
ocurrido con el famoso El libro rojo del colé, Ma¬drid, Ed. Nuestra Cultura, ilustra a las claras este aserto.
38 Particularmente, problemas de motivación o interés y de transferencia del aprendizaje.
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