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Marek Starowieyski

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LA PENITENCIA EN LOS APOTEGMAS

DE LOS PADRES DEL DESIERTO

PROF. MAREK STAROWIEYSKI

En el siglo JII comienza en Egipto un mOV1m1ento que ha te-


nido gran inflllencia en la formación de la ascética cristiana, sobre
todo de Oriente, y por tanto en la práctica y doctrina de la peni-
tencia 1. Entre las muchas fuentes de información sobre este movi-
miento, una de las más importantes la constituyen los apotegmas
de los padres del desierto, sus sentencias y los relatos sobre ellos,
reunidos entre los siglos IV y VI en las colecciones que nos han
llegado en diversas lenguas orientales u occidentales. Estos textos,
muchos de los cuales son con toda probabilidad auténticos, no for-
man colecciones homogéneas, sino qll.e recogen las opiniones de
varios padres, marcadas por su personalidad, consiguientemente con-
tradictorias, en ocasiones, unas respecto de las otras, retocadas a
través de los siglos y obscurecidas por las traducciones. A pesar
de sus imperfecciones, los apotegmas no sólo nos ofrecen informa-
dones sobre el monacato egipcio, sino que son además hasta el
día de hoy una de las lecturas espirituales del Oriente cristiano; han
influido e influyen hasta ahora en la espiritualidad oriental. Será,
pues, interesante conocer la doctrina que contienen acerca de la
penitencia 2.
Dice Moisés, uno de los padres del desierto, que, en tanto
que un hombre no siente en su corazón que es pecador, Dios no le
escucha 3. El sentirse pecador era el punto de partida para toda la

1. «Das frühe ostliche Monchtum hat Epoche gemacht in der Geschichte des
Busse», H. DOrries, Die Beichte im alten Monchtum, Wort und Stunde, 1, Gottingen
1.966,225.
2. Utilizamos la traducción francesa de los apotegmas realizada por los monjes
de Solesmes en cuatro volúmenes, publicados sucesivamente en 1966, 1970, 1976
Y 1981, Y la traducción de S. C. Guy, Bellefontaine 1966 (sigla Guy, número,
página), indicando el número (o sigla) del apotegma, volumen y página.
3. Moisés 16-IV, 193.

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ascesis del monacato egipcio. El pensamiento de q~e alguien pu-


diera estar sin pecado era absurdo para los monjes. «Si yo consi-
guiese ver mis pecados -dice Dióscoro-, entre tres o cuatro no
serían capaces de llorarlos» 4. Pero si el mal del pecado es grande,
no es nada frente a la grandeza de la penitencia: «¿Qué puede el
pecado, allí donde hay penitencia? », ha preguntado el abad Elias 5.
El pecado es una realidad de nuestra vida. Cada día se burla de
nosotros Satanás y provoca tentaciones que llegan hasta el último
suspiro 6. El medio para vencerlo es la penitencia.
Pero, ¿q~é es la penitencia? En los apotegmas no encontra-
mos su definición, sino algunas descripciones tan sólo, bastante
generales y sumarias:
1. «La penitencia consiste en actuar de tal modo que no
se vuelva a cometer el pecado en el futuro», ha dicho el abad
Poemen 7.
2. «El corazón penitente -según el mismo Poemen, citado
dentro de la colección etiope- es el hombre que abandona su ca-
mino y se somete a todos por el Señor» 8. La penitencia sería, por
tanto, una s~misión completa a Dios.
3. La penitencia es una virtud de la cual dependen todas las
demás 9.
4. En algunos apotegmas la penitencia constituye una parte
integral de un amplio programa de la ascesis; según otros, todo
este programa de la ascesis es ya penitencia 10, Jo que se acerca a
lo dicho en el número 1.
5. A menudo la penitencia es sinónimo de mortificación, de
ayuno, de lágrimas, llna vez que se ha roto con el mundo 11.

4. Dióscoro 2-IV, 80.


5. Elías 3-IV, 103.
6. Antonio 4-IV, 14; Bu I, 141 - II, 221.
7. Et 16, 46 - II, 326. Cfr. Poemen 120·IV, 249.
8. Et 13, 24 - II, 293.
9. Arm 143, 5-III, 161: «El abad Macario ... dice: la penitencia no consiste
solamente en arrodillarse, como la rama de schadouf que da agua subiendo y
bajando; sino como un hábil orfebre que desea hacer una cadena, una cadena de
oro, una cadena de plata, o incluso de hierro o de plomo, él une la cadena a fin
de componerla; tal es también la forma de la penitencia: todas las virtudes dependen
de ella».
10. Juan Colobos 34-IV, 132; Arm I, 432 (46) - II, 253; XI, 50 - III, 87;
penitencia como resumen de toda la ascesis, IV, 535 - II, 96.
11. En varios apotegmas, por ejemplo: Et 13, 24-II, 293; Bu I, 141 . II, 221.

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LA PENITENCIA EN LOS APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO

En todas estas descripciones encontramos los efectos de la pe-


nitencia (la vida sin pecado, la sumisión a Dios), actos penitencia-
les además de una descripción de la penitencia como virtud que
coordina las otras virtudes.
Por 10 que se refiere al n. 5, los padres del desierto subrayan
que la penitencia no se limita a las acciones externas, como genu-
flexiones, ayunos, incluso el reparto de bienes; es más, estos
actos pueden conducir al orgullo, si no tienen como motivo al
Señor Jesús 12.
Ya hemos subrayado la importancia de la penitencia. Los pa-
dres no dudan en afirmar la superioridad del pecador penitente so-
bre un justo. «Prefiero un hombre que reconoce su pecado y hace
penitencia, dice Poemen, a un hombre que no peca y no se humi-
lla; porque el que ha pecado se considera pecador y se humilla en
su espíritu, mientras que el otro se tiene por justo y de ahí viene
su altivez» 13. Para recalcar esta verdad, en los apotegmas se en-
cuentran varios ejemplos de cortesanas convertidas; gracias a la
penitencia han obtenido no sólo el perdón de sus pecados, sino
también la santidad: al romper con su vida anterior, al abandonar
sus riquezas, al llorar su vida de atrás se convierten en vasos de
elección, han recibido las vestes angélicas, etc. Se podrían multi-
plicar los ejemplos 14. Un momento de compunción en el alma, un
gemido en el espíritu humano, y aquél que estaba negro por den-
tro se pone radiante con un esplendor magnífico, como, en el relato
de Pablo el Simple, aquel monje que tenía el don de ver el alma
humana 15. «Del mismo modo que el estaño que se ha ennegrecido
puede volver a estar limpio, así también los creyentes, por mucho
que se hayan puesto negros con los pecados, vuelven a encontrar
su fulgor cuando se arrepienten», ha dicho el abad Máximo 16.
La grandeza de la penitencia, por tanto, está en el cambio
profundo que produce en el alma del penitente; la penitencia lleva

12. N 641 - II, 153-156; Arm 143, 5 - III, 161; Et 13, 24-II, 293.
13. X, 52-III, 80. «El abad Sarmatas ha dicho: Prefiero al pecador que
sabe que ha pecado y que se arrepiente, a aquel que no ha pecado y que se
considera como practicante de la justicia» (Sarmatas 1 - IV, 300). Subraya la gran-
deza de la penitencia, N 582 - II, 109.
14. Juan Colabas 16 - IV, 129; 40 - IV, 133 s; N 44 - II, 28; Juan des
Cellules 1 - IV, 149; Serapion 1 - IV, 302; Et 14, 46 - II, 325.
15. Pablo el Simple - IV, 275.
16. J 717 - I1I, 39.

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a la victoria sobre el diablo 17; condllce al reino de los cielos 18.


Se comprende así el deseo de penitencia del abad Sisoes, que en
el lecho de muerte imploraba a Dios que le dejase aún con vida
para hacer peni tencia 19.
Ante estos efectos de la penitencia es preciso preguntar: ¿Es
siempre eficaz, es decir, la penitencia borra todos los pecados sin
excepción? Conocemos bien las grandes discusiones a este respecto
en la antigüedad cristiana. Aunque se encuentren en los apotegmas
ciertas dudas, la respuesta es positiva: todos los pecados, incluso
los más graves, como el incesto, asesinato de una madre con un
niño en su seno, prostitución, apostasía, etc. 20, son remisibles. El
motivo de este perdón se desprende de que Dios es consecuente.
Poemen pregunta: «Si Dios manda a los hombres perdonar, ¿no
hará El mucho más?» 21.
Las palabras de Jesús sobre los pecados irremisibles (Mt 12, 31 s).
no se aplican, según los Padres, a los pecados particulares, sino al
estado del corazón endurecido 22. Pienso que se pueden explicar
del mismo modo los apotegmas en los cuales se duda de la posibi-
lidad del perdón para aquellos que han caído en un pecado impu-
ro 23, porque en los apotegmas se encuentran muchos relatos sobre
monjes que, después de su caída, han llegado a un alto grado de
santidad. Para concluir, nosotros podemos atestiguar que no se
encuentran entre los padres del desierto la doctrina de los pecados
irremisibles.
Para Sl1perar este estado de endurecimiento del corazón es obli-
gado reconocer la condición de pecador. Negar el pecado y la con-
dición de pecador conduce a un error profundo, contrario a una
verdad íntimamente ligada con la penitencia, según la homilía del

17. N 582 - n, 109.


18. Juan Colobos 956 - IV, 331.
19. Sisoes 14 - IV, 286; 49 - IV, 295.
20. Por ejemplo, 1267 D-III, 34. Alguien pregunta al abad Zenon: «¿Hay
verdaderamente perdón para cada pecado? Este responde: Aquél que se arrepiente
convenientemente de su falta, obtiene su perdón» (ApolIos 4 - IV, 60; Guy 58,
343; Am 142, 10 - 111, 161).
21. Poemen 86 - IV, 241.
22. Am 200, 5 - nI, 190 s.
23. N 393 - n, 49.
24. H. DOrries, Wort und Stunde, r, Géittingen 1966, 238 - 250 (también la
edición del texto).

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pseudo Macario 24. Es bueno aceptar las acusaciones, incluso si pa-


recen falsas o lo son. En el primer caso, porque podemos equivocar-
nos; en el segundo, porque al aceptarlas con humildad podemos
obtener provecho para el alma o salvar la de nuestro hermano; en
las colecciones de apotegmas encontramos mu.chos ejemplos de es-
to último 25.
Para que la penitencia sea eficaz es necesario, en primer lugar,
perdonar a nuestros hermanos. «Por grandes que sean los pecados
que yo he cometido, dice el abad Antera, si hago penitencia, el
Señor me perdonará; pero si mi hermano me pide perdón, y yo
no le perdono, el Señor tampoco me perdonará» 26.
Hay otras condiciones para la eficacia de la penitencia. Tam-
bién es necesario tener el don de discernimiento. Puede uno moler
a palos su cuerpo, pero, al no tener discernimiento, encontrarse
lejos de Dios 27 y ser perniciosa la ascética para los que no lo tienen.
Dios es el que llama a los pecadores a penitencia 28, que es,
por consiguiente, un don de Dios con el qu.e el hombre repara su
túnica rasgada por el pecado; la penitencia es el comprobante de
arrepentimiento que Nuestro Señor Jesucristo nos otorga 29. El
abad Mios pone el acento sobre la misericordia divina: «Si tú
cuidas tu vestido, ¿no cuidará Dios de su criatura?» 30. También
el abad Macario sllbraya la misericordia divina: «Conviértete, hijo
mío; verás a un hombre lleno de dulzura, Nu.estro Señor Jesucristo,
con el rostro lleno de alegría por tu causa, como una madre llena de
gozo a la visita de su hijo, cuando levanta las manos y la cara hacia
ella; aun cuando esté todo sucio, ella no se detiene ante el mal olor
ni ante los excrementos, sino que se compadece, 10 estrecha contra
su pecho, la cara llena de alegría, y siendo dulce para ella todo lo
que sucede. Si esta criatura, por tanto, es compasiva con su hijo, con
cuánta más razón 10 será con nosotros el amor del Creador, Nuestro
Señor Jesucristo?» 31.
Este don nos lo ofrece Dios proporcionalmente al deseo del pe-
nitente: «Dios da a cada uno, dice un anciano, la ocasión de arre-

25. Guy 203, 390; Nikon - IV, 217; PE U, 46, 6 - II, 180; QRT 4 - IU, 110_
26. Et 13, 60 - U, 302.
27. Antonio 8 - IV, 15; Guy 85, 355.
28. N 582 - U, 110.
29. Am 132, 1 - UI, 156.
30. Mios 3 - IV, 205.
31. Am 142, 10 - III, 161.

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pentirse tan ampliamente como lo desea y en la proporClOn de su


deseo. Pues está escrito: 'confesad primero vuestros pecados, y
seréis justificados (cfr. Is 43, 26)'» 32. El hombre que quiera edifi-
car sobre sí mismo, apoyándose sólo en el juicio de los hombres,
puede destruir su cuerpo por la ascesis y estar tan lejos de Dios
como al comienzo de su labor. A un monje que se encontraba en
esa situación, le dijo un anciano: «Abandona tu preocupación en
el Señor» 33.
La penitencia es don interior que cambia al hombre por dentro
pero es imperceptible para el ojo humano, salvo en el caso de un
carisma especial, como en Pablo el Simple. Unicamente Dios es
juez allí. En cierta medida puede serlo también un abad reconocido,
que tenga el don de discreción; él puede juzgar y reconocer si
la penitencia es verdadera o falsa y ver sus efectos. Nosotros no
vemos más que actos externos de penitencia, mientras que los re-
sultados por dentro permanecen ocultos para nosotros. A menudo
incluso los actos de penitencia producen en las distintas personas
resultados diferentes. Es necesario, plles, abstenerse de juzgar a los
hombres, porque se sabe el mal que han hecho, pero no se ve su
peni tencia 34.
Los padres del desierto tenían una pedagogía de la penitencia.
En los apotegmas se encuentran relatos de una penitencia severa in-
mediatamente después de la conversión, en algunos; otros entran en
la penitencia poco a poco y, a medida que se hacen cargo de sus
pecados, aumentan las prácticas penitenciales. Serapión, después de
haber convertido a l1na cortesana, la recomienda a la superiora de
un convento pidiéndole que no le imponga penitencias demasiado
severas; al cabo de un cierto tiempo ella misma pide mortificacio-
nes cada vez más duras y, por fin, se encerró y «lloró a Dios todo
el resto de su vida», como dice el autor 35. Los grandes padres del

32. Bu 458 - n, 247.


33. Guy 42, 332.
34. Guy 54, 341; N 521 - n, 90; N 589 - n, 113: «En efecto, muchas per-
sonas a menudo hacen mucho mal ante los hombres, y en secreto ante Dios hacen
penitencia. Y nosotros vemos el pecado, mientras que sólo Dios conoce el bien que
ellos realizan. Además, hay otros muchos que pasan toda su vida en el mal y que
con frecuencia, en la proximidad de la muerte y en sus últimos momentos, se
arrepienten y se salvan. Y ocurre también que, por la oración de los santos, algunos
pecadores son justificados. Razón por la cual, incluso si el hombre ve por sus
propios ojos, no debe en modo alguno juzgar al hombre».
35. Serapion 1 - IV, 302.

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LA PENITENCIA EN LOS APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO

desierto pedían a menudo la suavización de castigos demasiado se-


veros (penitencias o mortificaciones impuestas por padres excesiva-
mente celosos, incluso por pequeños delitos), particularmente a los
que comenzaban 36. En esta conducta se advierte la humanidad y
la caridad cristiana de estos grandes ascetas, tan duros por el con-
trario consigo mismos.
Sea cual sea la penitencia, ligera o dura, ha de comenzarse in-
mediatamente. «Desdichada, alma mía, dice un padre, pues gastas el
tiempo día a día y no haces más que engañarte a tí misma diciendo
siempre a Dios: 'Mañana haré penitencia', cuando no sabes si lle-
garás a mañana» 37.
A la pedagogía de la penitencia pertenece asimismo la ayuda
fraterna. Los grandes abades emprendían a menudo largos VIajeS
para mover a algún hermano a la penitencia, atraían su atención de-
licadamente sobre el pecado y su gravedad acusándose ellos mismos
de haberlo cometido, para dar margen y facilitar la confesión; con
frecuencia ayudaban a los hermanos con su oración, los sostenían
con su penitencia al tomar sobre sí parte de su mortificación y pe-
nitencia 38. Entre los eremitas egipcios se advierte un profundo
sentimiento de solidaridad y de comunión, una verdadera dimensión
social de la penitencia.
Ya hemos subrayado la polivalencia del término «penitencia»
en los padres del desierto: se comprueba claramente en los apoteg-
mas, en los que se habla del tiempo necesario para una penitencia
eficaz. En unos, los padres hablan de una larga y laboriosa peniten-
cia: «Como el carpintero que endereza lo que está torcido y tuerce
10 que está derecho, así es la penitencia que Nuestro Señor Jesucris-
to nos impone: vuelve a enderezar lo que estaba torcido, y al que
se había revolcado en el fango del pecado lo hace puro como las
Vírgenes, en presencia de Nuestro Señor Jesucristo; si uno se
convierte y hace penitencia, recibe con la pureza el vestido ange-
lical que corresponde al Cielo» 39. Si recae en el pecado, es preciso
practicar hasta la muerte la penitencia, de otra suerte se vuelve a

36. Por ejemplo, Poemen 11 - IV, 226.


37. QRT 36 - nI, 117; 52 - In, 118 s; Guy 139, 371: <,Relájate hoy, y mañana
harás penitencia» ... «No, sino que voy a hacer penitencia hoy, y que mañana se
cumpla la voluntad de Dios».
38. Ejemplos de esta ayuda fraterna: PE IV, 48, 1-11 - n, 197; 2 B, 22 - JI,
182; Poemen 23 - IV, 228; Lot 2 - IV, 169; N 589 - n, 114; Guy 215, 396.
39. Am 177, 4 - I1I, 178.

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caer de prisa en el mismo hoyo 40. Una larga penitencia no es sufi-


ciente, si se considera la gravedad del pecado.
En otros, se encuentran ejemplos de una penitencia muy corta
pero eficaz también para obtener el perdón de todos los pecados.
Una cortesana lanzó al fqego sus riquezas y entró en la iglesia llo-
rando, hizo penitencia y llegó a ser «un vaso de elección» (Act 9,
15) 41. Otra deja inmediatamente todos sus bienes, sus riquezas,
y va al desierto; y el abad que la convirtió «supo que una sola
hora de su penitencia había sido mejor aceptada que la penitencia
prolongada de muchos otros que no mostraban qn arrepentimien-
to tan fervoroso» 42 .La última frase da la clave para resolver el
problema: el fervor del alma y la ruptura radical con la vida pre-
cedente es 10 decisivo. Una sola decisión ferviente de abandonar los
pecados conduce a los mismos resultados que una larga penitencia.
Cierta religiosa huida del convento toma la firme decisión de re-
tornar a él, pero cae muerta en el umbral del convento: «desde que
Dios ha visto a dónde le llevaba sq resolución, El ha aceptado su
penitencia» 43. Penitencia eficaz es aquella que ha sido hecha con
toda el alma, según la expresión de Sisoes 44.
Hasta ahora hemos hablado de la penitencia como una práctica
de vida, o mejor, como actitud del pecador. ¿Conocían los padres
del desierto la penitencia como sacramento? Si era conocida por
Juan Cassiano 4\ se puede suponer que era también conocida en el
desierto egipcio. Aunque los apotegmas no hagan mención de la
confesión sacramental en sentido estricto, sí se encuentran en ellos
los elementos de la confesión. Los padres piden a los monjes que
den ct¡enta de sus pecados 46; hablan a menudo de arrepentimiento
de los pecados cometidos, de la decisión de mejorar la vida y de la
satisfacción; no hay perdón de los pecados sin reconciliación con
el hermano. Se exige, como hemos visto, un cambio radical de vida,
una verdadera ~E't"ri\lO~(l.
Sin embargo, ¿había allí verdadera confesión? A los novicios

40. N 592/61 - U, 128.


41. Juan des Cellules 1 - IV, 149 s.
42. Juan Colobos 40 - IV, 134; QRT 16 - I1I, 112; N 597 - U, 132.
43. 1751- UI, 51. Ver también QRT 16 - IU, 112: «Por Cristo tengo con-
fianza en que si me dejas con la resolución de hacer así y tú mueres, tu peniencia
será agradable a Dios».
44. Sisoes 20 - IV, 289.
45. J. ZIEMBA, La penitenza nelle opere di Giovanni Cassiano, Roma 1977, 3l.
46. Guy 132, 370.

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LA PENITENCIA EN LOS APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO

que venían del mundo para vivir en el desierto se les pedía que
confesaran sus pecados, según Deuteronomio 32,2 47 • «Purifica tus
pensamientos con la confesión y con frutos dignos de penitencia»,
dice uno de los padres 48. «En nadie encuentra tanta complacencia
el enemigo como en uno de aquellos qu.e no manifiestan sus pen-
samientos», dice Juan Colabas 49. Si alguno no quería confesar sus
pecados, era preciso ayudarle. Se exigía, pues, una «confesión», me-
jor, una declaración de las faltas ante un padre espiritual, un monje
experimentado que tenía el don del discernimiento, aunque no
fuera necesariamente un sacerdote. La finalidad de la confesión era
el perdón de los pecados, pero el que perdonaba era Dios que hacía
conocer al penitente o al abad la absolución parcial o total de los
pecados 50; como resultado llegaba el sosiego. El camino de la con-
fesión privada está abierto.
Aunque el punto de partida de la ascética del desierto fue
-muy fuertemente subrayado- el sentimiento de pecado, sin em-
bargo no terminó en el pesimismo. Al contrario, la penitencia,
don de Dios ofrecido a cada lIno, cambia interiormente al hombre,
sean cuales fueran sus pecados. Depende de la intensidad de la
conversión, y no sólo de los actos externos; se ha puesto, por tanto,
el acento en la interiorización de la penitencia, resaltando también
su aspecto social o comunitario. A pesar de sus duras mortificacio-
nes, los padres del desierto han dejado en su doctrina sobre la
penitencia un fuerte acento de optimismo cristiano.

47. Antonio 37 - IV, 22.


48. XI, 50 - I1I, 87.
49. Poemen 101 - IV, 244.
50. Por ejemplo, 2 - IV, 60.

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