Temperamento y Caracter
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Adrian D Ventura
Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda
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Temperamento
Por temperamento consideramos todo el bagaje de lo heredado, que va a brindarnos las
primeras posibilidades de reacción y las primeras herramientas para relacionarnos con el
medio ambiente.
Enseguida nos damos cuenta que el temperamento refiere a la disposición innata, recibi-
da constitucionalmente, en gran medida determinada por la genética.
Para Otto Kernberg (2005; 2015) en el temperamento residen ciertas reacciones a es-
tímulos ambientales en particular, la intensidad, el ritmo y los umbrales de las respuestas
afectivas.
Como podemos apreciar son disposiciones que están dispuestas a interactuar con el
medio ambiente y pueden ser modificadas por él en más o en menos.
El temperamento también incluye las disposiciones innatas a la organización cognitiva y a
la conducta motora (Kernberg, O.F. 2005; 2015). Los procesos cognitivos también juegan un
rol central para percibir la realidad y organizar la conducta hacia la realización de metas, como
también participan en el desarrollo y modulación de las respuestas afectivas. Según el infante
perciba la situación como placentera o dolorosa responderá de forma amorosa, tranquilo en la
primera situación e irritable, quejoso si vive la situación de manera adversa o frustrante. Pode-
mos entonces suponer que la representación cognitiva que el infante vivencia condicionará los
umbrales de respuesta. Las sucesivas manifestaciones de la experiencia y los afectos desperta-
dos por ellas harán que las representaciones cognitivas de los afectos se vayan transformando
desde manifestaciones afectivas primitivas a experiencias emocionales complejas.
El esfuerzo para controlarse ha sido descripto como la capacidad para inhibir una res-
puesta dominante con el fin de realizar una respuesta subdominante. La impulsividad in-
versamente relacionada con la capacidad del esfuerzo para controlarse, una dimensión de
auto-regulación del temperamento. El sujeto con buena capacidad para ejercer un adecuado
control de sí mismo es capaz de inhibir, activar o cambiar la atención voluntariamente y de
esta manera modificar y modular potencialmente la respuesta afectiva. Hay creciente evi-
dencia que el desarrollo de la autoregulación de los impulsos en deambuladores e infantes,
que es crucial para la regulación afectiva y para el desarrollo de relaciones sociales maduras
y concientes (Kernberg, O. F. 2015).
Vemos entonces como la interacción de lo innato con lo adquirido está internamente
intrincado y sólo lo separamos con fines didácticos. En realidad la mente humana se forma
en la interacción con otros seres humanos, nuestros padres en primera instancia y todo el
ambiente circundante con posterioridad.
Quizás quienes mejor estudiaron los componentes del temperamento fueron Cloninger
y sus colaboradores (Svrakic, D.M. et al. 1993) quienes desde una perspectiva neurobio-
lógica relacionaron ciertos componentes neuroquímicos con determinadas disposiciones
temperamentales.
Describieron cuatro dimensiones:
• La búsqueda de novedades.
• La evitación del daño.
• La dependencia de la gratificación.
• La persistencia.
La búsqueda de la novedad refleja una base hereditaria en la iniciación o la activación del
acercamiento en respuesta a la novedad, a las señales de recompensa, a la evitación activa de
señales condicionadas de castigo, y al escape del castigo no condicionado.
La búsqueda de la novedad es observada como una actividad exploratoria en respuesta
a la novedad, impulsividad y una activa evitación de la frustración.
Los individuos con una disposición elevada a la búsqueda de novedades son curiosos, se
aburren fácilmente, son extravagantes, impulsivos y desordenados.
Las ventajas adaptativas de este rasgo es que aquellas personas que presentan una dis-
posición elevada para la búsqueda de la novedad son exploradores entusiastas de estímulos
nuevos, con cierta potencialidad para la creatividad y los descubrimientos. Las desventajas
residen en que generalmente son de aburrirse fácil y la impulsividad, las reacciones de enojo
y la inconstancia en los vínculos dificultan las realizaciones.
Aquellos que poseen una disposición disminuida a la búsqueda de novedades son apaci-
guados, reflexivos, reservados, tolerantes de la monotonía y ordenados.
Su capacidad para la reflexión, sus sistemáticos esfuerzos, su meticulosidad y su capa-
cidad de resiliencia, son sin duda una ventaja cuando estas necesidades adaptativas están
presentes en el medio.
Lo que en determinadas situaciones es virtud puede transformarse en otras situaciones
en una desventaja conduciendo a una rutinización de las actividades y a una marcada fal-
ta de entusiasmo. Cloninger relacionó esta función con las vías dopaminérgicas (Svrakic,
D.M.et al. 1993).
La evitación del daño implica una base hereditaria que da cuenta de inhibiciones de la
conducta en repuesta a señales de castigo o de situaciones que no son recompensadas. Es
observada como miedo a las situaciones inciertas. Vergüenza, inhibición social, evitación
pasiva de peligros o problemas, cansancio fácil y un preocupante pesimismo aún en situa-
ciones que no preocuparían a otras personas, son alguna de sus características. La ventaja
adaptativa de poseer una disposición elevada a la evitación al daño es el planeamiento cui-
dadoso y el cuidado de sí mismo cuando la situación de peligro es probable. La desventaja
es efectuar los mismos rasgos conductuales ante situaciones donde el peligro es improbable.
Las personas con una disposición disminuida en lo que respecta a la evitación del daño
son despreocupadas, valerosas, enérgicas y optimistas incluso en situaciones que son preocupan-
tes para la mayoría de la gente. Las ventajas de la evitación baja del daño son confianza frente al
peligro y la incertidumbre, llevando a esfuerzos optimistas y enérgicos con poco o nada de señal
de socorro. Las desventajas se relacionan con la insensibilidad al peligro o el optimismo poco
realista, con consecuencias potencialmente severas cuando el peligro es probable.
Desde el punto de vista neurobiológico Cloninger afirma que la evitación al daño se re-
laciona a las vías serotoninérgicas -vías del Rafe Dorsal- (Svrakic, D.M.et al. 1993).
La dependencia a la recompensa refleja una disposición hereditaria en el mantenimiento
de la conducta en relación a las señales de recompensa social.
Se caracteriza por: sentimentalismo, sensibilidad social, dependencia de la aprobación
de los otros.
Aquellos que poseen una disposición elevada a la dependencia de recompensa presentan
entre sus características ser sensibles, dependientes, dedicados y sociables. Una ventaja de
este rasgo es que una disposición elevada al mismo otorga capacidad para la relaciones con
sus pares, presentan sensibilidad social lo que facilita el acercamiento y el cuidado de los
otros. La desventaja está relacionada con la sugestibilidad que muchas veces presentan y con
la falta de objetividad frecuentemente encontrada en aquellas personas que son socialmente
muy dependientes.
Aquellos individuos que presentan poca dependencia a la recompensa suelen ser fríos,
socialmente insensibles, indecisos e indiferentes a la soledad.
Las ventajas adaptativas de este rasgo son la independencia y la objetividad, que no se
modifica por la necesidad de agradar a otros.
La desventaja es la insensibilidad social, el aislamiento, el desapego y la frialdad en los
vínculos sociales.
La búsqueda de la recompensa se relacionaría desde el punto de vista neurobiológico
con vías serotoninérgicas -vías del Rafe Medio-.
La búsqueda de la persistencia otorga una disposición innata al mantenimiento de la
conducta a pesar de la frustración y la fatiga. Quienes poseen este rasgo son laboriosos,
ambiciosos, perfeccionistas y seguros para tomar decisiones.
Inversamente si el montante de agresión con el que nace no es demasiado alto pero se ve en-
frentado a un medio con maltrato, abuso, abandono y/o negligencia en el cuidado, el montante
de agresión interna, debido a las intensas y repetidas situaciones frustrantes será alto y podrá
condicionar alteraciones en la regulación afectiva y trastornos de personalidad en la vida adulta.
En la relación del infante con los otros se organiza la mente, el mundo afectivo y se forma
el carácter.
Carácter
El carácter tiene que ver con lo adquirido, con la relación de nosotros con nuestros pa-
dres en primera instancia y secundariamente con todos aquellos que en nuestra primera
infancia cobraron importancia en nuestro mundo emocional.
Se enriquece a lo largo de la vida a través de las relaciones significativas, cargadas de
profunda valencia emocional que dejan una impronta en nuestra forma de ser, en nuestra
forma de presentarnos y relacionarnos con el mundo.
La formación del carácter se inicia desde los primeros contactos madre-hijo, brindando
al niño las primeras aproximaciones para manejar aumentos inesperados de tensión, vivi-
dos como secuencia de placer-displacer. Los primeros y sucesivos contactos organizan las
primeras percepciones que paulatinamente van a diferenciar lo externo de lo interno y lo
propio de lo ajeno.
El mundo representacional primitivamente está fusionado en imágenes indiferenciadas
del sujeto y el objeto y las sucesivas frustraciones y gratificaciones, con el cuidado de los
padres y el vínculo emocional que embarga la relación serán los organizadores de la diferen-
ciación paulatina de las representaciones en buenas y malas tanto del objeto como del sujeto
que en un principio están separadas entre sí.
Será la resolución de la conflictiva edípica, la resolución de la fase de estructuración del
objeto interno (constancia objetal) la que permitirá integrar en una sola representación las
imágenes tanto buenas como malas de uno mismo y las imágenes buenas y malas de los otros.
En todo este proceso se constituyen introyecciones e identificaciones, fijaciones en los
diferentes estadíos del desarrollo libidinal que forman los rasgos de carácter que se ponen
en evidencia cuando la personalidad ha sido establecida.
Las identificaciones entendidas como apropiarse de una parte, de una cualidad del ob-
jeto y hacerla propia puede darse por similitud o por oposición (quiero ser como mi padre
o madre en determinado aspecto o quiero ser lo opuesto a ellos en ese aspecto peculiar).
Personalidad
Desde el punto de vista psicoanalítico, la personalidad está determinada por el tempera-
mento, el carácter, los sistemas de valores del Superyó es decir las dimensiones éticas y mo-
rales y por último la capacidad cognitiva del individuo en parte determinada genéticamente
y en parte desarrollada culturalmente.
La personalidad supone una particular manera de haber alcanzado la identidad, un uso
habitual y preponderante de la utilización de ciertos mecanismos de defensa y un determi-
nado comportamiento de la prueba de realidad.
Los mecanismos de defensa son operaciones que pone en marcha el Yo inconciente a fin
de evitar la angustia. Producen gasto energético dentro del aparato psíquico y su uso excesi-
vo debilita al Yo. Se pueden dividir en Maduros e Inmaduros o Primitivos. Los mecanismos
de defensa maduros (represión y derivados de la represión) se organizan en derredor del
Complejo de Edipo son los que prevalecen en la personalidad normal.
La prueba de realidad permite diferenciar lo interno de lo externo y lo propio de lo aje-
no. Su presencia permite una valoración adecuada de la realidad con una buena adaptación
a la misma. Siempre está conservada en la personalidad normal.
Ampliamos pues nuestra definición de personalidad diciendo que: “la personalidad es la inte-
gración de todos los patrones de conducta derivados del temperamento, del carácter, de los sistemas
internalizados de valores y de la capacidad cognitiva” (Kernberg, O.F. 1976; 1980; 2005).
Personalidad Normal
La personalidad normal implica haber alcanzado un nivel elevado en el desarrollo libi-
dinal con una elaboración relativamente adecuada de la conflictiva edípica (Freud, S. 1905),
haber desarrollado un apego seguro (Bowlby, J. 1989) y haber completado de manera par-
cialmente exitosa las fases de separación individuación (Mahler, M.; Pine, F.; Bergman, A.
1975) con una buena estructuración del objeto interno y una elaboración adecuada de la
fase de constancia objetal. Implica haber transitado la adolescencia reelaborando las fases
antes mencionadas y haber alcanzado, al final de la misma, la integración de las representa-
ciones de uno mismo y de los otros en una identidad adecuada.
Es decir, una de las características principales de la personalidad normal es el haber lo-
grado la constitución de la identidad. Esta supone un concepto integrado de sí mismo y un
concepto integrado de los otros significativos.
Cuando la identidad ha logrado este cometido, el sujeto presenta un sentimiento de co-
herencia con respecto a sus estados internos, armoniza con su imagen corporal y es capaz
de sintetizar adecuadamente los desequilibrios internos que se puedan suscitar. Empatiza
también con la apariencia externa de sí mismo. La identidad integrada es una precondición
fundamental para la autoestima, la capacidad para experimentar placer y para disfrutar de
la vida. El sujeto que desarrolló tal grado de integración posee una adecuada capacidad
para desarrollar sus habilidades, propender con cierto grado de posibilidades a alcanzar sus
ideales y desarrollar tanto proyectos como vínculos interpersonales a largo plazo. Lo mismo
ocurre con respecto a los otros significativos. Debido a su capacidad de relacionarse a ellos
reconociendo sus virtudes tanto como sus defectos le permite desarrollar vínculos profun-
dos con compromiso, dedicación y preocupación por el otro.
Una persona con una identidad integrada se va a describir a sí mismo en forma adecua-
da pudiendo imaginarlo en su vida cotidiana. Si le solicitamos que nos hable de él como
persona la descripción que nos hará abarcará los distintos aspectos de su mundo interior y
de su realidad externa, pudiendo nosotros representarnos en nuestra mente una visión bas-
tante acabada de cómo es y cuál es su manera de relacionarse, cómo son sus vínculos, cómo
ocupa su tiempo libre, cuáles son sus metas y aspiraciones y nos brindará una explicación
realista de cómo alcanzarlas. Al mismo tiempo las descripciones que nos presentará de las
personas más importantes de su vida, serán imágenes vívidas, cargadas de afecto, un afecto
que no deja de reconocer los defectos de los otros, sino que los integra y los incorpora en
una visión real y no idealizada.
Los vínculos serán posibles de ser sostenidos en el tiempo a pesar de los avatares de la
vida, sin sometimiento ni explotación, en verdadera cooperación logrando un estado de
dependencia madura.
Ronald Farbain (1978) diferenció la dependencia madura de la dependencia infantil.
La primera implica la elección del otro a pesar de poder vivir sin él, la segunda implica
sometimiento, la creencia de que si la persona que me acompaña o elegí me abandona, mi
posibilidad de supervivencia o de subsistencia la veo comprometida.
La identidad integrada supone también la adecuada integración del Yo como instancia.
Podemos apreciar lo que normalmente se denomina la fortaleza del Yo. El Yo de la identi-
dad integrada es un Yo que tiene una buena capacidad para tolerar la frustración, demorar
la descarga instintiva, controlar los impulsos, tolerar la ansiedad y desarrollar adecuados
canales sublimatorios.
La personalidad normal supone un Superyó maduro e integrado con una internaliza-
ción de los valores morales y culturales de manera estable y persistente. Esto se refleja en un
sentido de responsabilidad personal, en una capacidad para la autocrítica, desarrollando un
comportamiento ético y presentando la flexibilidad necesaria para el cumplimiento de las
normas sociales, culturales y morales, con compromiso con valores, ideales y estándares del
tiempo que le tocó vivir.
La personalidad normal presenta un manejo satisfactorio de sus impulsos, tanto libi-
dinales como agresivos, lo que implica la capacidad para expresar satisfactoriamente sus
necesidades sexuales y sensuales, con una buena capacidad para el amor, la sexualidad y la
ternura en una relación comprometida con el otro. Implica también la capacidad para subli-
mar los impulsos agresivos pudiendo resistir los diversos ataques sin una reacción excesiva
y pudiendo reaccionar de manera protectiva sin dirigir la agresión hacia uno mismo.
Una personalidad normal adquiere de diversa manera independencia y autonomía re-
quisitos indispensables para lograr una dependencia madura.
Bibliografía
Bowlby, J. (1989): Una Base Segura. Ed. Paidós. Buenos Aires.
Fairbain, R. (1978): Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Ed. Hormé. Buenos Aires.