Ska Jubileo
Ska Jubileo
Ska Jubileo
Sin embargo, antes de comentar este capítulo y los escasos textos bíblicos que aluden al
«jubileo», me parece útil, y hasta necesario, precisar cuál puede ser el alcance de una
reflexión bíblica sobre el año santo. Vamos a proceder a formular una primera serie de
observaciones que tendrán por objeto la interpretación y la actualización de los textos
bíblicos en general. En un segundo momento, hablaré de las condiciones de vida que
reinaban en la época en que fueron redactadas las leyes del jubileo. Este último punto es
esencial para poder comprender el sentido de esta fiesta, una fiesta bastante particular. Por
último, explicaré de manera detallada las diferentes leyes del jubileo y pondré de relieve su
mensaje teológico.
En primer lugar, hay un principio que nunca debemos olvidar cuando leemos la Biblia,
sobre todo el Antiguo Testamento: es mejor no buscar en la Biblia respuestas inmediatas a
nuestras preguntas ni soluciones ya preparadas a nuestros problemas. La Biblia responde a las
cuestiones y resuelve los problemas que se planteaban en la época en que fueron redactados
los libros que contiene. A buen seguro, leer la Biblia no es inútil. Lo que se ha escrito fue
escrito para nuestra instrucción. Sin embargo, para comprender su mensaje, es importante ver
cómo resuelven los autores bíblicos los problemas que se plantearon en su época, a fin de
encontrar a nuestra vez las respuestas adecuadas a los problemas similares que se plantean en
la nuestra. En consecuencia, será importante que nos preguntemos por qué y para responder a
qué necesidades se escribieron las leyes sobre el jubileo, antes de ver cómo podemos
aplicarlas a otras situaciones. El fundamentalismo o interpretación literal es siempre
peligroso. Dicho con palabras muy sencillas y para emplear una imagen igualmente sencilla:
la Biblia no está escrita en nuestra lengua. Las palabras de la Biblia no tienen, por tanto,
exactamente el mismo sentido que las palabras de nuestras lenguas modernas. Por
consiguiente, es preciso recurrir a la traducción para poder comprenderlas.
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
Las leyes del jubileo, como todas las leyes, pretendían responder a cuestiones concretas.
No se redacta una ley si no es para enderezar una situación penosa o para corregir ciertos
abusos. ¿Por qué, entonces, piden las leyes de Lv 25 que se dejen los campos en barbecho, se
devuelvan los campos y las casas a sus primeros propietarios, se libere a los esclavos y se
ayude financieramente a los indigentes? Se trata, con toda probabilidad, de una respuesta a
una situación endémica. En realidad, la sociedad bíblica —y en este punto esa sociedad es
semejante a otras muchas sociedades contemporáneas, sobre todo en lo que se acostumbra a
llamar el Tercer Mundo— está compuesta en su mayoría por personas que luchan por la
supervivencia. Algunos llegan a decir incluso que en esta época el 90% de la sociedad podía
vivir por debajo del umbral de la pobreza. Toda esta gente podía considerarse feliz si no
moría de hambre o de enfermedad. Esto significa que el equilibrio económico era bastante
inestable. Bastaba con muy poco para precipitar a una familia en una oscura miseria: una
mala cosecha, una sequía, una enfermedad del ganado, una guerra, una conmoción
económica demasiado brusca o un endeudamiento podían traer consigo consecuencias
catastróficas de inmediato. Para poder sobrevivir había que comprar alimentos o pedir
prestado dinero a un interés prohibitivo. En consecuencia, había que endeudarse para
comprar. Para poder pagar las deudas era preciso vender los pocos bienes que se poseían: la
casa, los campos o la libertad; es decir que, en este último caso, el endeudado tenía que
vender a sus propios hijos y a sí mismo como esclavos.
No todos estaban reducidos a este caso extremo. Pero sí eran muchos los que sentían esta
amenaza, y muchos de los amenazados acababan viéndose obligados a alienar lo más
precioso que tenían. A fin de cuentas, sólo los más ricos conseguían salir a flote cada vez que
la situación se volvía difícil.
Hoy como antaño, los ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres se vuelven cada vez
más pobres y más numerosos. Sólo los más ricos y los más poderosos cuentan, en efecto, con
las reservas necesarias para poder hacer frente a las situaciones más difíciles, como las
hambrunas. Sin embargo, cuando estos problemas se repiten, el número de pobres puede
aumentar considerablemente. En cierto momento, hay tantos pobres e indigentes que la
situación se vuelve intolerable y corre el riesgo de explotar. En consecuencia, es preciso
reaccionar. Aquí es donde intervienen las leyes semejantes a las del jubileo bíblico.
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
la arbitrariedad humana. 2) Por otra parte, las leyes se aplican a intervalos regulares, cada
cincuenta años, y no según las necesidades, las circunstancias o cuando el rey lo considera
oportuno.
Todas las leyes, tanto las bíblicas como las otras, defienden un sistema de valores contra
los abusos o los desequilibrios crónicos que atentan contra toda sociedad. Las leyes sobre el
jubileo no son una excepción a esta regla. Ponen de manifiesto con gran claridad que, puesto
que Dios mismo y no una autoridad humana se encarga de su defensa, hay dos valores
fundamentales en el mundo de Israel. Estos dos valores son la tierra y la familia.
a) La tierra
En primer lugar, la tierra. Según el relato bíblico del libro de Josué, cuando el pueblo
conquistó la tierra que Dios le había prometido y dado después, Josué procedió al reparto del
territorio. Cada tribu, cada clan y cada familia recibió una porción de tierra. Poco importa
aquí cuándo y cómo pasó esto en realidad. Es importante que comprendamos bien la
intención de este relato. La tierra ha sido dada por Dios, no por Josué o por algún jefe
carismático o político. Israel no obtuvo la tierra por propia iniciativa suya o porque el pueblo
hubiera conseguido apoderarse de ella por sus propias fuerzas. Si Dios, el Señor, que le hizo
salir de Egipto, no hubiera intervenido, el pueblo no hubiera podido entrar nunca en la tierra
y conquistarla. Como dice Georges Auzou, la tierra es «el don de una conquista». Cada
familia posee, por tanto, una porción de la tierra y la recibe sólo de Dios. Esto significa, en
términos jurídicos, que la tierra es inalienable. Si es Dios mismo quien la da, ¿qué poder
humano puede apoderarse de ella? Esta verdad está bien ilustrada por el relato de la viña de
Nabot (1 Re 21). Ajab, rey de Israel, como muchos otros grandes propietarios, quiere
aumentar sus posesiones. En consecuencia, decide adquirir un terreno colindante con el suyo,
el terreno es el de Nabot. Le propone dinero o cambiarle su viña por otra mejor. Pero Nabot
se niega y esta negativa va a traer consigo su muerte, según el bien conocido relato. Ahora
bien, ¿por qué se niega? Él mismo nos dice sus razones: «¡Líbreme el Señor de darte la
heredad de mis antepasados!». Nabot empieza su frase con una fórmula de juramento que, en
este contexto, es más que una fórmula. Ha recibido su tierra de Dios, el Señor, y en virtud de
este derecho «divino», si podemos hablar así, se niega a vender su viña. Es, de hecho,
inalienable, y Nabot no tiene derecho a ceder este terreno que ha recibido de sus antepasados
y que a su vez —éste es, sin duda, el punto más importante— debe transmitir intacto a sus
descendientes. Esta viña es intocable y ni siquiera el rey puede alterar este derecho
imprescriptible.
El texto, según diferentes exégetas, pone de relieve dos concepciones opuestas del
derecho de los bienes territoriales: la de Nabot, según la cual la tierra es un bien inalienable,
y la concepción de Ajab, para quien no lo es. Este derecho a la tierra, fundamental en Israel,
tenía como objetivo impedir que la familia perdiera los recursos necesarios para su
supervivencia. En un mundo en el que la inmensa mayoría de la población se dedicaba a la
producción de los bienes de primera necesidad, es decir, a la agricultura y a la cría de ganado,
es normal que el derecho garantice a cada familia la posesión de un pedazo de tierra, algo
indispensable para su subsistencia.
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
b) La familia
Las leyes bíblicas sobre el jubileo suponen esta concepción de la vida humana. Por eso
pretenden proteger a la «familia» e impedir que se vea dispersada o se debilite. Si la familia
llegara a desaparecer, sería la existencia del pueblo mismo la que estaría en peligro. El
problema, por consiguiente, es muy grave y, por esta razón, es Dios mismo quien protege a la
familia. Esto significa, en términos jurídicos, que la familia está sustraída a toda autoridad
humana; es sagrada y no pertenece más que a Dios.
A estos dos grandes principios se añaden algunos otros, más particulares, que es mejor
explicar al mismo tiempo que las leyes.
4. El texto de la ley
a) El año sabático
El texto de la ley sobre el jubileo empieza hablando sobre el año sabático, que se celebra
no cada cincuenta años, sino cada siete. Esta institución es más antigua y la conocemos me-
jor. Encontramos una primera formulación de ella en Ex 23,10 y una segunda en Dt 24,19.
Según estas leyes, cada siete años hay que dejar los campos en barbecho. La razón de esta
legislación es doble.
La primera razón es de orden práctico. En la época en que fue redactada esta ley, las
técnicas agrícolas no estaban demasiado desarrolladas. Los abonos naturales eran raros y los
artificiales todavía no existían. Además, el material agrícola era también bastante primitivo.
Arados, rastrillos, tractores y otros útiles modernos que permiten trabajar el suelo a fondo son
inventos recientes y difícilmente se pueden comparar con el utillaje de aquella época. Había
que contentarse, entre otras cosas, con la tracción animal, y la mayor parte de los trabajos
eran manuales. El suelo, como es natural, se agotaba y, después de haber cultivado varios
años las mismas tierras para cosechar los mismos productos, los rendimientos disminuían de
una manera sensible. La única solución era, por tanto, dejar que la tierra reposara por lo
menos una estación. En consecuencia, los agricultores dejaban sus campos en barbecho a
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
intervalos regulares para que el suelo pudiera «recuperarse», es decir, recuperar todos los
elementos que lo harán de nuevo fértil. Más tarde, en la Edad Media, los monjes inventaron
la rotación trienal de los cultivos: el primer año se siembra trigo, el segundo forraje y el
tercero se deja el campo en barbecho. Pero volvamos a nuestro texto.
Las leyes del jubileo se injertan en las del año sabático. De hecho, el jubileo no es más
que un año sabático «al cuadrado», puesto que se celebra cada cincuenta años, o sea, después
de siete veces siete años más uno. Algunos dicen incluso que el jubileo se celebraba cada
cuarenta y nueve años, según una manera de contar bastante común en la Biblia. Por ejemplo,
el Nuevo Testamento dice que Jesús resucitó al tercer día, cuando en realidad esto pasó dos
días después de la crucifixión. La cifra ha sido redondeada porque el viernes y el domingo (el
primer día de la semana) se cuentan como días completos. Esto mismo vale o valdría para el
jubileo. El número cincuenta habría sido «redondeado»: habría sido obtenido integrando en el
cómputo el año jubilar precedente.
Además de esto, tenemos buenas razones para pensar que el año jubilar debía celebrarse
de hecho cada cuarenta y nueve años y no cada cincuenta. En efecto, el cuadragésimo noveno
año es ya un año sabático. Si el quincuagésimo también lo era, eso significaría que el suelo
debía estar en barbecho dos años seguidos. Hemos de añadir a esto otro año, puesto que era
preciso esperar a la cosecha del año que sigue al año jubilar para poder disponer nuevamente
de los frutos del suelo. Es mucho, y supone, sin duda, condenar a una parte de la población a
morir de hambre. La institución del año sabático creaba ya dificultades, y a ellas intenta
responder el texto de Lv 25,18-22 diciendo que Dios proporcionará una cosecha más
abundante al sexto año, de tal suerte que será posible subsistir hasta la cosecha que sigue al
año sabático.
En realidad, nos preguntamos si la dificultad no surge en gran parte porque todo el mundo
debe dejar sus campos en barbecho el mismo año. Sería más razonable alternar y, por
consiguiente, dejar los campos en barbecho primero unos y después otros, pero no todos al
mismo tiempo. Probablemente era eso lo que se hacía. La ley intenta organizar y uniformizar
antiguas prácticas siguiendo unos principios un tanto abstractos e irreales. Por otra parte, ésta
es una de las razones por las que se duda de que la ley se hubiera aplicado alguna vez.
Las tres leyes siguientes tienen como objetivo principal remediar —como hemos dicho
antes— las diferentes consecuencias del endeudamiento crónico de una gran parte de la
población. Podemos reconstruir las tres posibles etapas de esta plaga social. En un primer
momento, el campesino empobrecido debía vender sus propios bienes: el ganado, la casa y
los campos de cultivo. Si con esto no bastaba, tenía que pedir también dinero prestado o pedir
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
alimento contra la promesa de pagar más tarde en dinero o en especie. El interés, tanto para el
dinero como para los bienes materiales, era con frecuencia prohibitivo. Por último, si la
situación empeoraba aún y el indigente no conseguía saldar sus deudas, que entretanto no
cesaban de crecer, debía venderse a sí mismo y vender a su propia familia como esclavos. La
ley prevé medidas particulares para estas tres situaciones. Por eso hablaré de la legislación
sobre las propiedades (sobre todo campos y casas), sobre las deudas y, por último, sobre los
esclavos.
Las propiedades
La ley trata sólo de los campos y de las casas entre los bienes inmobiliarios. Y es que los
campos y las casas no pueden ser vendidos para siempre. En términos jurídicos, la propiedad
de los campos y de las casas es inalienable. El que los «compra» tiene sólo el usufructo del
bien que adquiere. En este punto el texto bíblico no puede ser más claro, puesto que afirma
que no se vende más que un determinado número de cosechas, no el campo mismo (25,16).
Como sucede con los esclavos, los campos que ha habido necesidad de ceder para pagar
deudas pueden ser rescatados tanto por el primer propietario como por uno de sus parientes
próximos. De todos modos, los miembros de la familia tienen derecho de tanteo sobre su
patrimonio. Cuando llega el año jubilar, cada uno recupera la posesión de su patrimonio. La
ley no se muestra siempre explícita. No dice, por ejemplo, quién puede cultivar un campo
cuando una familia lo rescata. Debemos suponer que es cultivado por el comprador hasta el
año jubilar y que en ese momento lo devuelve a su propietario originario. Sin embargo, esto
no es del todo cierto.
Es interesante señalar las cláusulas introducidas por la ley. Por una parte, Lv 25 excluye
de estas leyes restrictivas sobre la propiedad inmobiliaria las casas construidas en la ciudad.
En consecuencia, es posible adquirirlas y venderlas para siempre (25,29-31). No se dice la
razón de esta excepción. En general, los comentaristas dicen que la propiedad de una casa
situada en la ciudad no es del mismo tipo que la posesión de una casa en el campo, puesto
que es menos necesaria para la subsistencia de los habitantes de la ciudad. Con todo, no es
posible obtener certezas a este respecto. Por otra parte, las casas y los campos de los levitas
que viven en la ciudad no pueden ser alienados. Aquí se trata, sin la menor duda, de bienes
indispensables, bienes que, por consiguiente, la ley pretende proteger.
Las deudas
Puede parecer extraño que las leyes de Lv 25 no prevean una condonación general de las
deudas, como sí estaba prevista por otras leyes más antiguas. Dt 15,1-6 dice explícitamente
que en el año sabático es preciso devolver todo lo que ha sido empeñado. Es posible que la
ley del Levítico suponga que esta antigua ley está todavía en vigor y no considere necesario
repetirla. Pero existe otra explicación. También aquí da la impresión de que las leyes del
Levítico van más lejos aboliendo el préstamo con garantías, cosa que limitaba fuertemente las
consecuencias de un endeudamiento. Lv 25,35-38 se muestra explícito a este respecto. Según
esta ley, si alguien cae en la indigencia y se convierte en deudor de alguno de sus
«hermanos», es preciso ayudarle. No está permitido aprovechar la ocasión para explotarlo, no
está permitido pedirle intereses además de la suma prestada. No todos los detalles de la ley
están verdaderamente claros. Según la exégesis más probable de este texto, la ley prevé el
caso de un padre de familia que se endeuda y se encuentra en una situación cada vez más
difícil, es decir, que no consigue pagar sus deudas ni siquiera después de haber vendido su
casa y sus campos.
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
Si la situación empeora aún y el indigente tiene que venderse como esclavo para pagar
sus deudas, entonces entra en vigor la ley de la esclavitud por deudas.
La Biblia habla de comprar y de vender esclavos del mismo modo que habla de comprar y
de vender terrenos. Este vocabulario, bastante chocante en ciertos casos, lo es menos cuando
se capta mejor el matiz de estos verbos. «Comprar» significa adquirir los derechos sobre una
persona o un objeto. Vender significa ceder estos mismos derechos a otra persona. «Vender»
a un hijo significa en este caso ceder a otra persona la autoridad paterna, la autoridad paterna
en una sociedad patriarcal. La otra persona puede disponer, por tanto, de ese niño como de
uno de sus propios hijos. Esto no atenúa en nada la situación penosa por la que pasan las
familias endeudadas que se ven obligadas a recurrir a estas medidas extremas, pero, al
menos, el vocabulario que se emplea no tiene la crueldad que se le atribuye en ocasiones.
La esclavitud por deudas no dura, en la Biblia, más que seis años. Según la ley de Ex
21,2-11, esto no vale más que para los hombres. Ahora bien, si alguien vende a su hija como
sierva, seguirá de sierva durante toda su vida. La ley del Deuteronomio cambia esto y dice
explícitamente que tanto el esclavo como la esclava deben ser liberados al séptimo año (Dt
15,12). Ciertas leyes de Mesopotamia obligan a liberar a los esclavos por deudas a los tres
años.
En cuanto al Levítico, habla de una liberación general cada cincuenta años. A primera
vista, esto parece favorecer a los grandes propietarios. ¿Por qué un plazo tan largo?
Simplemente porque la situación prevista por el Levítico es diferente. En primer lugar, la
esclavitud en cuanto tal está prácticamente abolida. La ley dice explícitamente que si alguien
se «vende» como esclavo a otro miembro del pueblo de Israel para pagar sus deudas, no
podrá ser tratado como un esclavo, sino que deberá ser tratado como un asalariado o un
huésped (25,40). Esta cláusula limita fuertemente los derechos del propietario israelita sobre
su «siervo» también israelita.
En segundo lugar, la ley del Levítico introduce otro modo más rápido de liberar a los
esclavos que han tenido que venderse a extranjeros: el rescate. El que se ha vendido puede
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
«[Los israelitas] son siervos míos; yo los saqué de Egipto, y no deben ser vendidos
como esclavos» (25,42).
El v. 55 repite lo mismo:
Tanto el pueblo como la tierra pertenecen en primer lugar y en exclusiva a Dios. Fue Dios
mismo quien hizo salir de Egipto a su pueblo y lo liberó de la esclavitud. Por consiguiente,
nadie tiene derecho en Israel a reducir a esclavitud a una persona a la que Dios mismo ha
liberado. Del mismo modo, es Dios quien dio la tierra de Canaán a su pueblo (25,38). Nadie
puede, por tanto, alienar un bien que viene del mismo Dios. La experiencia del éxodo es
fundamental en estas leyes: Dios dio la libertad a todo su pueblo mediante el éxodo. Puso
este pueblo aparte y lo convirtió en un pueblo de hermanos (y de hermanas). Esa es también
la razón por la que estas leyes no valen para los extranjeros. A Israel le está permitido
comprar esclavos extranjeros (Lv 25,44-46). También le está permitido cobrar interés a
extranjeros (Dt 23,20-21).
Sin embargo, el Antiguo Testamento contiene ya en germen la idea de que toda la tierra
pertenece a Dios y de que toda la humanidad forma un solo pueblo de hermanos (y her-
manas). Según el primer relato de la creación (Gn 1,1—2,4a), es Dios quien ha creado toda la
tierra y la ha confiado a los hombres (1,28).
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
Las alusiones al jubileo son muy raras en el Antiguo Testamento. El libro de Ezequiel es
uno de los pocos que hablan explícitamente de la liberación en una ley relativa a la
reconstrucción de Jerusalén (Ez 46,17; cf. Lv 25,10). Pero el texto del profeta no precisa
cuándo tiene lugar esta liberación.
a) Jeremías 34
Hay otros dos textos más explícitos. Jr 34 describe una liberación colectiva de esclavos y
esclavas decidida por el rey Sedecías poco antes de la caída de Jerusalén. Las buenas
intenciones no duraron mucho tiempo. Los propietarios cambiaron de opinión bastante pronto
y redujeron de nuevo a esclavitud a sus antiguos esclavos y esclavas. Sin embargo, la ley que
se cita explícitamente no es la de Lv 25, la ley del jubileo, sino la de Dt 15, una de las leyes
sobre el año sabático que obligaba a liberar a los esclavos por deudas al séptimo ano.
b) Nehemías 5
La teoría más interesante a este respecto sigue siendo la que ve en la celebración del
jubileo un recuerdo del final del exilio. En efecto, el exilio había durado unos cincuenta años,
desde el 586 al 536 a. de C. El final del exilio fue recibido como una liberación. Dios había
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
liberado a su pueblo de la esclavitud de Babilonia del mismo modo que lo había liberado de
la esclavitud de Egipto (Jr 16,14-15; 23,7-8; Is 40,2). Dios había restituido asimismo a su
pueblo sus tierras y sus casas. No cabe duda de que las leyes del Levítico pretendieron
perpetuar este recuerdo e introducir una fiesta que recuerda este acontecimiento. Tal vez haya
más. Cuando los exiliados empezaron a volver, debieron de encontrar sus tierras y sus casas
ocupadas por los que se habían quedado en el país. Es posible que la ley contuviera una
llamada a devolver a sus primeros propietarios lo que les pertenecía antes de la caída de
Jerusalén o incluso que justificara que las hubieran recuperado. Todo esto, sin embargo, sigue
perteneciendo al terreno de la conjetura.
d) Isaías 61
Hay aún otro texto importante del Antiguo Testamento que promete un año santo. Se trata
de un texto importante, porque permite establecer un puente con el Nuevo Testamento.
Estamos hablando de Is 61:
Este «año de gracia» es, de hecho, el año santo o jubileo, como se desprende de una
comparación entre el oráculo y las leyes de Lv 25. Es un año en el que los prisioneros y los
cautivos deberán ser liberados. Estos cautivos son los exiliados, a quienes se compara con los
que se han vendido como esclavos para pagar sus deudas. Los versículos siguientes se
muestran explícitos sobre la identidad de los beneficiarios del oráculo:
«Reconstruirán las viejas ruinas, levantarán los escombros del pasado, restaurarán
las ciudades destruidas, los escombros por el tiempo amontonados» (Is 61,4).
Se trata claramente de los exiliados que van a volver y reconstruirán las ciudades
destruidas por la invasión babilónica. Tendríamos aquí otra indicación más en favor del
estrecho vínculo existente entre el jubileo y el retorno del exilio. El año de gracia es, por
tanto, el año que pone fin a la deportación y abre las puertas del retorno a la tierra prometida.
El Nuevo Testamento cita el texto de Isaías 61 en una célebre página del evangelio de
Lucas. Jesús procede a la lectura pública de las Escrituras en su predicación inaugural en
Nazaret (4,16-30). Toma el rollo y lee el pasaje de Isaías 61 que acabamos de citar: «El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido». Ahora bien, Jesús se
detiene antes de hablar del día de venganza del Señor (Is 61,2b). Se contenta, pues, con
proclamar un año de gracia, pero no de venganza.
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
«No había entre ellos necesitados, porque todos los que tenían hacienda o casas las
vendían, llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles y se
repartía a cada uno según su necesidad» (Hch 4,34-35).
El comienzo de este texto afirma con claridad que la comunidad de los primeros
cristianos había conseguido realizar el ideal proyectado por el Deuteronomio en la ley sobre
el año sabático:
Ha llegado el momento de concluir. Hoy se vive el año santo como una gran condonación
de las deudas, es decir, de los pecados. La peregrinación a Roma y la visita a las siete grandes
basílicas e iglesias romanas permite también la obtención de indulgencias especiales. Todo
esto se vincula con las leyes sobre el año sabático y el año santo. Con todo, la práctica lo ha
reinterpretado en un sentido particular, más espiritual y más individual. No es que nosotros
pretendamos eliminar estos aspectos, ni por asomo. Sin embargo, al alba del jubileo del año
2000, podríamos preguntarnos si no podría ser también oportuno añadir algún otro elemento
más concreto, según el espíritu del Antiguo Testamento y del evangelio de Lucas. ¿No sería
la ocasión de reflexionar sobre la con-donación de las deudas que reducen a la miseria a
naciones enteras? ¿No habría que reflexionar sobre la manera de crear una comunidad
cristiana, que se ha vuelto internacional, en la que ya no haya pobres? ¿Quiénes son los
esclavos que todavía debemos liberar? ¿Cuáles son las tierras que es preciso devolver a sus
legítimos propietarios? ¿Cómo salvaguardar y promover la integridad de la familia y de los
medios de subsistencia? ¿No hay que intentar recuperar algo parecido a lo que vivían los
primeros cristianos, según la descripción de los Hechos de los Apóstoles? ¿No es esto, en
realidad, lo que Jesús vino a proclamar cuando inauguró el primer año santo del Nuevo
Testamento?
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Jean-Louis Ska, "El camino y la casa. Itinerarios Bíblicos", Navarra (Verbo Divino 2005), 126-147.
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