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Resumen Redemtoris Mater

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RESUMEN DE LA ENCÍCLICA “REDEMPTORIS MATER”

La mencionada encíclica, es de el Sumo Pontífice Juan Pablo II, sobre la Bienaventurada


Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina. La misma fue publicada el 25 de marzo
de 1987.
En la presente Encíclica, Juan Pablo II presenta la reflexión sobre la Madre del Redentor
y su lugar preciso en el plan de la salvación, también sobre el significado que María
tiene en el misterio de Cristo, su presencia activa y ejemplar en la vida de la Iglesia. Nos
habla de la plenitud citando a Gal 4, 4-6, haciendo referencia al Concilio.
Podemos ver en la introducción como hace una mención a la Liturgia y como ésta
saluda a María como a su exordio. Ya que en la Concepción Inmaculada ve la
proyección de la gracia salvadora de la Pascua. María avanzó en la peregrinación de la
fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz.
Una síntesis eficaz de la doctrina de la Iglesia sobre el tema de la Madre de Cristo es la
Lumen Gentium. Después del Concilio Pablo VI quiso volver a hablar sobre la Virgen en
Christi Matri, mas tarde en Signum magnum y Marialis cultus, criterios de aquella
singular veneración que la Madre de Cristo recibe en la Iglesia, así como las diferentes
formas de devoción Mariana.
Juan Pablo II explica que lo que le impulsa en esta ocasión es la perspectiva del año dos
mil, en el jubileo de los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, lo cual orienta al
mismo tiempo una mirada hacia su Madre. Esto lo explica con el argumento de que
para la Iglesia esta la conciencia de que María apareció antes de Cristo, y este preceder
suyo se refleja en liturgia de Adviento. Desde su concepción inmaculada ha precedido
la venida del Salvador. El misterio de la Encarnación le ha permitido penetrar y
esclarecer cada vez mejor el misterio de la Madre del Verbo encarnado. En esto fue
importante el concilio de Éfeso (431) durante el cual se confirmo la maternidad de
María como verdad de fe en la Iglesia, es decir Theotókos). El dogma de la maternidad
fue para el Concilio y para la Iglesia, un sello del dogma de la Encarnación.
El Concilio Vat. II presentando a María en el misterio de Cristo encuentra el camino
para profundizar en el conocimiento del misterio de la Iglesia. El Papa quiere hacer
presente la peregrinación de la fe en la que la Santa Virgen avanzo manteniendo su
unión a Cristo. El Concilio así mismo subraya que la Madre de Dios es ya el
cumplimiento escatológico de la Iglesia.
En la primera parte de esta Encíclica, podemos ver a María en el Misterio de Cristo. El
primer punto nos habla de “Llena de Gracia”. Vemos en la carta a los Efesios que se
manifiesta un plan de salvación del hombre en Cristo. Porque nos ha elegido en él
antes de la creación del mundo. Y este plan de salvación es eterno. Abarca a todos los
hombres, pero reserva un lugar especial a la mujer que es la Madre de aquel, al cual el
Padre ha confiado la obra de salvación.
María es introducida en el Misterio de Cristo a través de la anunciación. Donde este
Ángel, mensajero divino le dice “Alegrate llena de gracia”. Después también “bendita
entre las mujeres”. Es una bendición Espiritual que se refiere a todos los hombres y
lleva consigo la plenitud y la universalidad. En este doble saludo se manifiesta toda la
“gloria de su gracia” aquella con la que el Padre nos “agració en el Amado”.
El Ángel saluda a María como “llena de gracia” no por su nombre. Esta gracia que es un
don especial, en el Nuevo Testamento tiene la propia fuente en la vida Trinitaria de
Dios mismo, de Dios que es amor. Y fruto de este amor es la elección que habíamos
mencionado en la carta a los Efesios. El efecto de este don eterno es un germen de
santidad como una fuente que brota en el alma como don de Dios mismo. María antes
de la creación del mundo ha sido elegida por el Padre. Por eso “llena de gracia” se
refiere a toda la elección de María de como Madre. Gracia que ha sido elegida y
destinada a ser Madre de Cristo.
En la Anunciación vemos que se revela el misterio de la Encarnación, ya que esta unión
hipostática se realiza en el seno de la Virgen, la cual ha sido preservada del pecado
original. Desde el primer instante de su concepción, es decir de su existencia, es de
Cristo, participa de la gracia salvífica y santificante. María recibe la vida de aquel al que
ella misma dio la vida como madre. La liturgia no duda en llamarla “madre de su
Progenitor”.
Viene el Salvador del “linaje de la mujer” que aplastará la cabeza de la serpiente, que
pondrá enemistad anunciada, y por último vestida de sol anunciada en el Apocalipsis.
En este lugar ella pertenece a los humildes y pobres del Señor, lleva en sí como ningún
ser humano la “gloria de la gracia” del Padre. Y esta elección es mas fuerte que toda
experiencia del mal y del pecado.
En el segundo punto vemos la visita a su rima Isabel, la cual visitó ya que, al tener el
diálogo con el Ángel, el mismo la menciona y le dice mira a tu prima Isabel. En este
punto vemos como la prima sintiendo saltar de gozo al niño le dice “bendita tú entre
las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Lc 1, 40-42). O también “de donde a mí que
la madre de mi Señor venga a mí?”. Cada palabra está llena de sentido, así como la
última “feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte
del Señor”
Esto es muy importante porque en la “llena de gracia” hay una obediencia de la fe. En
la Anunciación, María se ha abandonado a Dios completamente manifestando su
obediencia en la fe, ha respondido con todo su “yo”. Esto es vital porque el Padre quiso
precediera a la Encarnación la aceptación de la Madre predestinada. Y ahí se da el fiat
de la María, el “hágase en mi según tu palabra”. Y ese es el preciso momento de la
Encarnación. Porque la Virgen se confió a Dios sin reservas y se consagró totalmente a
si misma. Esta fe de María se compara con la fe de Abraham, por que en amabas
comienza una nueva Alianza y ambos creen a la promesa de Dios.
Este “feliz la que ha creído” no solo se refiere al momento de la anunciación, si no que
es el punto de partida de todo su camino hacia Dios, todo su camino de fe. Y este creer
es abandonarse a Él, abandonarse en la verdad de la misma palabra de Dios viviente,
sabiendo y reconociendo cuan insondable son sus designios e inescrutables sus
caminos.
Vemos el anuncio de Simeón. Este anuncio que se da en el Templo. El discurso de
Simeón es conforme al significado de este nombre que quiere decir salvador “Dios es
salvación”. Este anuncio da una luz al anuncio de María. Jesús es el Salvador, es luz para
iluminar a los hombres. Le indica la dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su
misión, es decir en la incomprensión y el dolor. Por otro lado, le revela que deberá vivir
en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre y que su
maternidad será oscura y dolorosa.
Después viene el periodo que se da la huida a Egipto bajo la protección de José.
Cuando muere Herodes retornan a Nazaret y comienza el periodo de la vida oculta.
Debemos señalar que también en esta etapa, la vida de María esta oculta con Cristo en
Dios por medio de la fe, pues la fe es un contacto con el misterio de Dios. Ciertamente
la Virgen no conoce al Hijo como el Padre, pero María es la primera a la que el Padre ha
querido revelar. María, la Madre, está en contacto con la verdad de su Hijo únicamente
en la fe y por la fe. Es bienaventurada porque “ha creído” y cree todos los días en
medio de todas las pruebas y contrariedades de la infancia de Jesús.
Y así María, durante muchos años permaneció en intimidad con el misterio de su Hijo,
y avanzaba en su itinerario de fe, a medida que Jesús progresaba en sabiduría, en
gracia ante Dios y ante los hombres. La madre por eso cuando sucedió el encuentro en
el Templo, no pudo comprender la respuesta. Porque la Madre vivía en la intimidad con
este misterio solo por medio de la fe. Avanzaba en la peregrinación de la fe, y esto
sucedió a lo largo de su vida, día tras día. Es por eso que el Concilio afirma que María
junto a la Cruz de su Hijo no sucedió sin un designio divino, se condolió vehemente de
su unigénito, y se asoció con corazón maternal a su sacrificio. Demostrando cuan
grande y heroica fue la obediencia de la fe demostrada por María ante los designios de
Dios. Acompaña a su Hijo en su despojamiento, realiza esta Kénosis, por medio de la fe
de la Madre participa en la muerte de su Hijo. Recordará en el Gólgota, y a ti una
espada te atravesará el alma.
En el tercer punto de este primer capítulo vemos como Jesús cuando comenzó su
actividad mesiánica, María no le acompañaba y seguía permaneciendo en Nazaret.
Podemos ver como en el capitulo 11, 28 del Evangelio de Lucas, como Jesús hace
énfasis en aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen, quiere quitar la atención
de la maternidad entendida solo como un vinculo de la carne y orientarla al vinculo del
espíritu. En otro pasaje veremos “mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la
palabra de Dios”. Esto nos muestra como Jesús estaba ocupado en las cosas del Padre,
anunciando el Reino de su Padre. Y enseña este nuevo sentido de la maternidad, no
según la carne.

Se puede afirmar que la dimensión de la maternidad pertenece a María desde el


momento de la concepción y del nacimiento del Hijo. Por su fe seguía oyendo y
meditando aquella palabra en la que se hacia cada vez as transparente. María Madre
se convertía así en cierto sentido en la primera discípula de su Hijo. El pasaje de las
bodas de Cana, María aparece como Madre de Jesús al comienzo de su vida pública, y
contribuye a aquel comienzo de las señales que revelan el poder mesiánico de su Hijo.
Este hecho es importante, se ve con claridad el nuevo sentido de maternidad de María.
Un significado que no está contenido en las palabras de Jesús. Se ve que la maternidad
debe ser en dimensión del Reino, en el campo salvífico. Se manifiesta una nueva
maternidad según el espíritu y no únicamente según la carne. Este pasaje también nos
da claramente la seguridad de la mediación de María por el hombre, tiene el valor
simbólico de ir al encuentro de las necesidades del hombre. Existe una mediación,
tiene un carácter de intercesión, María intercede por el hombre. Al decirle “haced lo
que él os diga”, también es portavoz de la voluntad del Hijo ante los hombres. María
aparece como la que cree en Jesús, su fe provoca la primera “señal” y contribuye a
suscitar la fe de los discípulos.
Es importante señalar como la función materna de María es ilustrada en su relación
con la mediación de Cristo. La misión maternal de ninguna manera oscurece o
disminuye la mediación de Cristo, sino mas bien muestra su eficacia. Y así Caná de
Galilea nos ofrece como una predicción de la mediación de María. Es por eso que el
Concilio proclama que María es madre en orden de la gracia. Y esta maternidad
perdura sin cesar en la economía de la gracia. Se confirmará esta maternidad en un
momento culminante como es el de la Cruz de Cristo, su misterio Pascual. Y esta nueva
maternidad de María engendrada por la fe, es fruto del nuevo amor que maduro en
ella definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación en el amor redentor
del Hijo.
Las Palabras de Jesús en la Cruz significan que la maternidad de su madre encuentra
una nueva continuación en la Iglesia ya través de ella, simbolizada por Juan. La
maternidad de María respecto de la Iglesia es el reflejo y la prolongación de su
maternidad respecto del Hijo de Dios. Entre la Encarnación y el nacimiento de la Iglesia
la persona que une esos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el
Cenáculo. En ambos casos su presencia es discreta pero esencial.
En el segundo capitulo de esta Encíclica, la primera parte vemos como el Concilio
Vaticano II habla de una Iglesia en camino, haciendo una analogía con el Israel de la
Antigua Alianza que caminó en el desierto. Se trata de una peregrinación de la fe.
precisamente en esta peregrinación María es la que esta presente porque ha creído,
participando como ninguna criatura en el Misterio de Cristo. María une y refleja las
más grandes exigencias de la fe.
Desde el momento de Pentecostés, cuando los Apóstoles reciben el Espíritu Santo,
inicia también el camino de fe, la peregrinación de la Iglesia a través de la historia de
los hombres y de los pueblos. Y se sabe que, al comienzo de este camino, esta María,
que vemos en medio de los Apóstoles en el cenáculo implorando con sus ruegos el don
del Espíritu. Su camino de fe es en cierto modo mas largo, los precede, ya que ella ha
recibido el Espíritu en la anunciación. Sin embargo, María no ha recibido directamente
esta misión apostólica, no se encontraba entre los que Jesús envió. Ella es un testigo
singular del misterio de Jesús, de aquel misterio que ante sus ojos se había
manifestado y confirmado con la cruz y la resurrección.
Por eso en la Iglesia es la que es “feliz porque ha creído” ha sido la primera en creer.
María lo siguió paso a paso en su maternal peregrinación de fe, a través de los años de
su vida oculta en Nazaret, lo siguió cuando era niño y cuidaba de él, lo siguió cuando se
separan y el empezó a hacer y enseñar, lo siguió en la experiencia del Gólgota. Así en
los albores de la Iglesia en Pentecostés, ella estaba al medio, presente, como un testigo
excepcional del misterio de Cristo.
María pertenece indisolublemente al misterio de Cristo, y pertenece además al
misterio de la Iglesia desde el comienzo, desde el día de su nacimiento, por eso la fe de
María, esta fe heroica, precede el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el
corazón de la Iglesia escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios.
Como afirma el Concilio: María, habiendo entrado íntimamente en la historia de la
salvación, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su
sacrificio, y hacia el amor del Padre.
En el segundo punto de este capitulo vemos como el camino de la Iglesia de modo
especial en esta época está marcado por el signo del ecumenismo. El movimiento
ecuménico en la urgencia de llegar a la unidad de todos los cristianos, ha encontrado
por parte de la Iglesia Católica su expresión culminante en el Concilio Vaticano II. Es
necesario que los cristianos profundicen en si mismos y en cada una de las
comunidades aquella obediencia de la fe, de la que María es el primer y mas claro
ejemplo.
Los cristianos saben que su unidad se conseguirá si se funda en la unidad de su fe,
resolviendo discrepancias de doctrina, a veces también sobre la función de María en la
obra de salvación. Las Iglesias y las Comunidades eclesiales de Occidente convergen
cada vez mas en estos dos aspectos inseparables del mismo misterio de la salvación. Si
el misterio del Verbo encarnado nos permite vislumbrar el misterio de la maternidad
divina y si, a su vez, la contemplación de la Madre de Dios nos introduce en una
comprensión mas profunda del misterio de la Encarnación, lo mismo se debe decir del
misterio de la Iglesia y de la función de María en la obra de Salvación.
Sin embargo, es buen punto que la reconocen como Madre del Señor y consideran que
esto forma parte de nuestra fe en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. se debe
subrayar cuan unidas se sienten la Iglesia Católica, la Iglesia ortodoxa y las antiguas
Iglesias orientales por el amor y por la alabanza a la Theotokos. Los cristianos
orientales han mirado siempre con confianza ilimitada a la Madre del Señor la han
celebrado con mucha devoción y la han invocado en sus oraciones incesantes.
Los Padres griegos y la tradición bizantina han tratado de penetrar en la profundidad
aquel vinculo que une a María como Madre de Dios, con Cristo y la Iglesia. Las
tradiciones coptas y etiópicas han sido introducidas por San Cirilo de Alejandría. San
Efrén en la tradición de la Iglesia Siriaca. En la liturgia Bizantina en todas las horas de su
Oficio la alabanza a la Madre esta unida a la del Hijo. Se eleva al Padre por el Espíritu
Santo.
En el concilio de Nicea fue definido que podían proponer a la veneración de los fieles,
junto con la Cruz, también las imágenes de la Madre de Dios de los Ángeles y de los
Santos.
En el tercer punto de este capitulo vemos como la Virgen Madre esta constantemente
presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo
especial el cantico del Magníficat, que no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a
través d ellos siglos.
Cuando Isabel recibe la visita de María, ésta responde con el Magníficat. Isabel había
llamado a María “bendita” y “feliz” amabas bendiciones se referían al momento de la
anunciación. La fe de María adquiere una nueva conciencia y una nueva expresión. Lo
que en el momento de la anunciación permanecía oculto en la profundidad de la
obediencia de la fe, se dirá que ahora se manifiesta como una llama del espíritu clara y
vivificante. Las palabras de María son una clara profesión de fe, se ve la experiencia
personal de María.
María en la primera en participar de esta nueva revelación de Dios, es por eso que sus
palabras reflejan el gozo de su espíritu, confiesa que se he encontrado en el centro
mismo de la plenitud de Cristo, en ella se realiza las promesas hechas a nuestros
padres, y ante todo en favor de Abraham y su descendencia.
Es por eso que en el Magníficat la Iglesia encuentra vencido la raíz del pecado del
comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado de la incredulidad
y de la poca fe en Dios. La Iglesia que en medio de tentaciones y tribulaciones no deja
de repetir María las palabras del Magníficat, en este esta inscrito su amor preferencial
a los pobres, María está impregnada del espíritu de los pobres de Yahveh, que en la
oración de sus Salmos esperaban de Dios su salvación poniendo en él su confianza.
Ella proclama la venida del misterio de la salvación, la venida del Mesías de los pobres,
no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo
don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes que,
cantando en el Magnificar se encuentra algo expresado en las palabras y obras de
Jesús.
En el tercer capítulo de la Encíclica, el primer punto empieza mostrándonos como Jesús
es el único mediador entre Dios y el hombre, pero sin embargo la misión maternal de
María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno la mediación de
Cristo.
La Iglesia enseña que todo influjo salvífico de la Virgen viene de los méritos de Cristo,
se apoya en la mediación de él, lejos de impedir, lo fomenta. Esta mediación se
encuentra unida a la maternidad y posee un carácter materno, que la distingue de las
demás criaturas. Jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y
Redentor, el mismo no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de
cooperación, participada en la única fuente. Como dice el Concilio, la mediación de
María es una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo. Esta
función subordinada que brota de la maternidad divina y pude ser comprendida y
vivida en la fe.
El primer momento de la sumisión a la única mediación entre Dios y los hombres, es
decir la de Jesucristo, es la aceptación de la maternidad por parte de la Virgen de
Nazaret. Puede decirse que este consentimiento suyo para la maternidad es sobre todo
fruto de la donación total a Dios en la virginidad. María deseaba estar siempre
entregada a Dios, viviendo la virginidad, ella acogió y entendió la propia maternidad
como donación total de si, de su persona.
Esta maternidad impregnada por la actitud esposa de la esclava del Señor constituye la
dimensión primera y fundamental de la aquella mediación que la Iglesia confiesa y
proclama respecto a ella. A través de esta colaboración en la obra del Hijo, la
maternidad misma de María conocía una transformación singular, colmándose cada
vez mas de ardiente caridad.
Después de la ascensión la maternidad permanece en la Iglesia, como mediación
materna, intercediendo por los hijos, la madre coopera en la acción salvífica del Hijo,
esta cooperación de María alcanza un carácter universal, su mediación es para todos
los hombres. Este carácter de intercesión que por primera vez vimos en las bodas de
Caná, perdura incesantemente en la Iglesia como mediación intercesora.
María en su mediación subordinada contribuye con la realidad escatológica y celestial
de la comunión de los santos, habiendo sido ya asunta a los cielos. Con este misterio se
han realizado definitivamente en María, todos los efectos de la única mediación de
Cristo Redentor del mundo. En el misterio de la Asunción se expresa la fe la Iglesia, en
la cual María esta unida a Cristo. Ella también tiene la función de la madre mediadora
de clemencia, intercediendo por cada uno de nosotros en nuestra muerte.
En el punto numero dos vemos como el Concilio Vaticano II ha dado una nueva sobre la
madre de Cristo en la vida de la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia en orden
de la fe, de la caridad, y de la perfecta unión con Cristo. Como esclava del Señor
permaneció perfectamente fiel a la persona y a la misión de este Hijo. Es un modelo
perenne para la Iglesia, como virgen y madre.
En efecto así también la Iglesia es llamada virgen y madre. La Iglesia se hace Madre por
la Palabra de Dios, aceptada con fidelidad, también cuando acogiendo con la fidelidad
la palabra de Dios, por la predicación y el bautismo, engendra para la vida nueva e
inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu.
La Iglesia también es Virgen porque custodia la fe prometida al Esposo, la Iglesia es la
esposa de Cristo, es Esposa en cuanto donación a Dios, en el celibato, en la virginidad
consagrada. La Iglesia es custodia de la fe recibida en Cristo.
Por eso la Iglesia intenta se encuentra con María e intenta asemejarse a ella, la misma
esta presente como modelo y figura de la Iglesia. Es una maternidad en el orden de la
gracia, ´porque implora el don del Espíritu Santo que suscita los nuevos hijos de Dios,
redimidos mediante el sacrificio de Cristo. María es vinculo con la Eucaristía. María
tiene una relación como madre con su hijo, la relación es única. Por eso cuando Jesús
entrega a su madre en la cruz nos hace participes de esta maternidad, nos hace
herederos. Y el apóstol cumple esta misión de acoger a la Virgen en el sentido mas
amplio no solo de brindarle casa. Y es por eso que en su mediación e intercesión nos
sigue diciendo todos los días: “haced lo que él os diga”. Porque ella nos lleva a su Hijo
que es el único camino al Padre, Jesucristo es el camino, la verdad y la vida.
Pablo VI proclamo a María como Madre de la Iglesia, madre de todo el pueblo de Dios
tanto de los fieles como de los pastores. El magisterio del Concilio ha subrayado que la
verdad sobre la Virgen constituye un medio eficaz para la profundización de la verdad
sobre la Iglesia.

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