Chaim Perelman
Chaim Perelman
Chaim Perelman
BIOGRAFIA
La teoría de la argumentación de Perelman, surge como una disciplina que estudia las técnicas
discursivas que permiten producir o acrecentar la adhesión de un auditorio. El tratado de la
argumentación trata de estudiar esas técnicas discursivas de persuasión y las nociones más
importantes que hacen parte de esta teoría. Perelman quien en un principio adelanta sus
investigaciones en el ámbito de la filosofía analítica, se interroga desde sus inicios por la justicia
desde la perspectiva positivista. Para ello parte de la regla de justicia formal, según la cual, los
seres de una misma categoría esencial deben ser tratados de la misma manera. No obstante, con
ella no se resuelve nada por cuanto se hace necesario saber como distinguir lo esencial de lo que
no lo es, y ello necesariamente lo conduce a plantearse la cuestión de los juicios de valor
(Perelman, 1997, 9-10).
Introducir la cuestión de los juicios valor lo lleva a interrogarse por la existencia de una lógica
de los juicios de valor que nos permita razonar sobre lo que es preferible y nos permite
distinguir el bien de mal o la justicia de la injusticia. Perelman se encuentra con que, desde la
perspectiva positivistas, como ya lo hemos señalado, estos tienen un carácter de arbitrios e
indeterminados, al no gozar de estatus cognoscitivo al no ser susceptible de verificación
empírica. De aceptar la tesis positivista la filosofía práctica, en la que se incluyen, la moral, la
política y el derecho, debería renunciar a su objeto, y admitir que los juicios concernientes a la
conducta de los hombres en los ámbitos antes señalados, son expresiones de lo irracional o de
nuestras pasiones o de nuestros prejuicios (Perelman, 1997, 11), por consiguiente, el única
camino posible para resolver nuestras diferencias sería la violencia y el criterio de resolución de
los conflictos sería la razón del más fuerte. (Perelman y Olbrechts-tyteca, 1994, 33)
Las exploraciones de Perelman lo llevan a concluir que no existe nada parecido a una lógica de
los juicios de valor que nos permita razonar sobre los fines y valores, sin embargo, descubre que
en la antigüedad griega, éstos desarrollaron un conjunto de procedimientos y técnicas que tenían
como propósito orientar la forma como se llevaban las discusiones y deliberaciones y que
denominaron retórica.
El ocaso de la retórica antigua, acaece cuando los estudios sobre la misma se reducen a la
clasificación de las formas de ornar el estilo, tal es el caso de la denominada retórica clásica,
que en su esencia se opuso a la antigua. Bajo esta nueva concepción de la retórica, la disciplina
que según Aristóteles se componía de tres partes: (i) una teoría de la elocuencia, que constituía
su eje central y permitía la articulación la lógica demostrativa y la filosofía, (ii) una teoría de la
composición del discurso y (iii) una teoría de elocuencia, queda reducida a una de sus partes, de
suerte que en los últimos tratados de retórica ofrecen una teoría restringida de la elocución. Al
suceder esto, la retórica pierde el nexo con la filosofía que venía dado por la dialéctica.
(Perelman, 1997, 16).
Según Perelman, tal descuido obedece a que la deliberación y la argumentación no se rigen por
la necesidad y la evidencia sino todo lo contrario, se opone a ella, pues sólo se argumenta contra
la evidencia (Perelman, 1997, 25). Ahora bien, si se tiene en cuenta que la ciencia racional
sustenta su armazón sobre un sistema de proposiciones necesarias que nadie discute y que se
imponen a todos los sujetos racionales, es claro que para mucho el campo de la argumentación
deja de tener importancia, pues el campo de ésta es lo verosímil, lo plausible o lo probable, es
decir, todo aquello que no puede ser sometido a calculo matemático.
Aristóteles quien estudio la lógica formal en los primeros y segundos analíticos (Organón) la
teoría del silogismo y la teoría del razonamiento científico y demostrativo respectivamente,
también se dedicó al análisis de los procedimientos retóricos en los tópicos, donde estudia la
lógica de la opinión, la refutación a los sofistas, dedicada al estudio de las falacias (Organón) y
en la retórica, dedicada a la sistematización del arte retórico. La distinción que Aristóteles
establece entre razonamiento analítico y razonamiento dialéctico constituirán, por una parte, el
punto de partida de la teoría de la argumentación de Perelman como una nueva retórica y, por
otra, serán la base en su indagación sobre la naturaleza y especificidad del razonamiento
jurídico.
A) DEMOSTRACIÓN Y ARGUMENTACIÓN
En la primera parte del Tratado de la argumentación que Perelman rubrica bajo el título de Los
limites de la argumentación, intenta inicialmente distinguir (oponer) la demostración de la
argumentación, mostrando que la primera se caracteriza por el uso de un lenguaje artificial y
unívoco, desprovisto de toda ambigüedad, de manera que la única obligación que tiene el
axiomático es la de elegir un lenguaje que no conduzca a dudas o equívocos. Esto no sucede en
la argumentación, que al utilizar un lenguaje natural no puede excluir la ambigüedad por
anticipado (Perelman, 1997, 29).
B) EL CONTACTO INTELECTUAL
C) EL ORADOR Y EL AUDITORIO
Ahora bien, el auditorio no es la persona que el orador interpela por su nombre sino aquellos en
quienes el orador pretende influir con su argumentación (Perelman y Olbrechts-tyteca, 1994,
55) y puede ir desde el orador mismo, cuando este pretende, a partir de una meditación intima,
persuadirse en relación con una decisión, hasta el auditorio universal. En ocasiones el auditorio
no concuerda con la persona a la que se interpela, como en el caso del parlamentario que se
dirige al presidente de la corporación cuando en realidad esta argumentado para sus colegas o el
público asistente (Perelman, 1997, 34-35).
- EL AUDITORIO UNIVERSAL
El auditorio universal es el auditorio de la argumentación filosófica (Perelman, 1993, 162) y
constituye de alguna manera el estándar de argumentaron objetiva, de una argumentación que
aduce razones que pretenden convencer al lector o interlocutor de la validez de las razones mas
allá de las contingencias históricas y espaciales. Ahora bien, en la medida en que la noción de
auditorio universal no nos remite a un concepto empírico (Atienza, 2004, 50), Perelman admite
que, en este caso, no se trata de conseguir la aprobación real de toda la humanidad; el orador
presupone la unanimidad y por ello la universalidad de la argumentación, pues supone que
quien conozca la argumentación no podrá hacer cosa distinta que admitirla por el carácter de las
razones aducidas. Por ello afirma Perelman, que el acuerdo de un auditorio universal no es una
cuestión de hecho sino de derecho (Perelman y Olbrechts-tyteca, 1994, 72).
Esta argumentación tiene como escenario el diálogo, que los antiguos consideraron superior al
argumento dirigido a muchos, pues mientras este último presupone un discurso extenso e
ininterrumpido (retórica), el primero permite la posibilidad de preguntar, objetar y cuestionar
(dialéctica), lo que en la práctica conduce a que la adhesión que este muestre o exprese a las
tesis del orador tengan un carácter más sólido (Perelman y Olbrechts-tyteca, 1994, 78-79).
Según esta visión de los clásicos, lo que hace del dialogo un genero filosófico superior, no es la
adhesión de un individuo cualquiera sino la adhesión de un personaje, que representa y que
tiene las mismas cualidades y características del auditorio universal; en este caso las razones
invocadas pretenden ser validas para todos y el interlocutor se adhiere a las tesis del orador, no
por la superioridad dialéctica de éste, sino porque se ha inclinado ante la evidencia de la verdad
(Perelman y Olbrechts-tyteca, 1994, 81).
El inicio y desarrollo de toda argumentación exige tener presente que es el orador el que debe
adaptarse al auditorio, y por consiguiente, que éste no puede cometer el error de partir de
premisas que no gocen de la aceptación del auditorio, sino que debe escoger o tesis admitidas
por aquellos a quienes se dirige, de allí que, a menos que el orador quiera fracasar, no puede
incurrir en lo que Perelman llama petición de principio (Perelman, 1997, 39-40). Señalan
Perelman que entre los objetos de acuerdo que constituyen el punto de partida de la
argumentación porque pueden servir de premisa, encontramos los relativos a lo real o bien a lo
preferible. Entre los primeros se incluyen a los hechos, las verdades y las presunciones, entre los
segundos: los valores, jerarquías y lugares de lo preferible (Perelman y Olbrechts-tyteca, 1994,
120).
Perelman distingue tres tipos de nexos: los cuasilógicos, los argumentos fundados sobre la
estructura de lo real y los argumentos que fundan la estructura de lo real. Los primeros se
denominan así porque se aproximan al pensamiento lógico formal o matemático y en su
utilización pareciese que se pretende reducir la realidad a un esquema de pensamiento lógico
formal o matemático; no obstante difieren de éstos, porque en los argumentos cuasilógicos no se
lleva acabo una deducción formal y presuponen más bien una adhesión a tesis de naturaleza no
formal (Perelman, 1997, 77-78).
Los argumentos fundados sobre la estructura de lo real se apoyan en los nexos de sucesión o
coexistencias. Las relaciones de sucesión se apoyan sobre los lazos que existen entre los
elementos de lo real en la medida en que presuponen la creencia en estructuras objetivas que no
se discuten, ejemplo de ellas son las presupuestas relaciones de causalidad (Perelman, 1997, 78)
Si se introducen nociones como la intención pasamos de inmediato a una argumentación basada
en lazos o relaciones de coexistencia (Perelman, 1993, 168).
Los argumentos que fundan la estructura de lo real son aquellos que a partir de un caso
particular acreditado permiten fundar o instituir un precedente, un modelo o una regla general,
ejemplo de ellos son el razonamiento por medio del ejemplo o el modelo (Perelman, 1993,
169).3 Las técnicas de disociación, a diferencia de las anteriores, que no interesaron mucho a
los teóricos de la retórica antigua, buscan como su nombre lo sugiere, disociar los elementos de
lo real, unos de otros, para llegar a una nueva ordenación de lo dado (Perelman, 1997, 79).
La teoría del orden normativo institucional de Mac Cormick. Mencionamos que su propuesta,
originalmente positivista, fue comprometiéndose cada vez más con el reconocimiento de valores
y principios morales tanto en el diseño como en el funcionamiento de la práctica jurídica
institucional. Concluimos ahí que esta postura (llamada post positivismo) implica una tesis
mucho más fuerte que la del convencionalismo jurídico tradicional: la práctica jurídica no
satisface la exigencia mínima de racionalidad a menos que incorpore una demanda de
justificación o pretensión de corrección.
La teoría del orden normativo institucional de MacCormick afirma que el derecho es una
práctica institucional, autoritativa y heterónoma, dirigida a individuos libres y autónomos. Esta
teoría, como dice MacCormick exige de las autoridades institucionales justificar sus decisiones
(i. e., tienen una doble responsabilidad especial derivada de la aceptación interna de las reglas
adjudicativas: una institucional y otra moral), y deben hacerlo sobre la base de ciertos criterios
objetivos.
La práctica jurídica, como ya lo vimos, está constituida institucionalmente con el fin de asegurar
las condiciones mínimas de convivencia y cooperación social entre los participantes. Esto quiere
decir, entonces, que el derecho es un producto tanto de la razón como de las motivaciones (o
sentimientos morales). En consecuencia, una teoría del razonamiento jurídico que explique y
diga cuáles deben ser los métodos
MacCormick entiende al proceso de argumentación jurídica como el medio por el cual se toman
decisiones jurídicas particulares; es decir, por el cual se decide la obligación, responsabilidad o
sanción en un caso particular. El proceso de argumentación jurídica de primer nivel es un
proceso de justificación lógico-deductivo.
En términos muy simples, podríamos entender este primer nivel de justificación como paso
esencial en la corrección jurídica. La lógica deductiva, desde un punto de vista muy neutral, es
sólo un modelo adecuado de representación de proposiciones (fácticas y normativas), que
permite evaluar las relaciones que guardan entre sí y el apoyo que dan en conjunto a una
conclusión particular. En este sentido, la lógica (particularmente, la lógica deóntica) sería usada
para demostrar la corrección o incorrección de los argumentos jurídicos.
Típicamente decimos que las normas jurídicas proporcionan las razones o criterios de justicia
que el juez debe emplear en su razonamiento jurídico. Sin embargo, para MacCormick hay dos
perspectivas distintas de la justicia. Por un lado, una concepción formal, que significa tomar a
las normas como elementos (o condiciones) suficientes de justificación. Cualquier caso que
caiga dentro de la descripción normativa de la norma, justifica por eso su aplicación. Por otro
lado, una concepción substancial, que significa, en cambio, revisar las normas a la luz de los
elementos particulares del caso. Esto garantiza, en principio, tratar con igualdad a los distintos
casos particulares y, además, asegurar que las normas lleven a decisiones justas o, por lo menos,
no inconsistentes con otras normas, La concepción substantiva de la justicia implica que el juez
revise no sólo los elementos de hecho, sino también los elementos de derecho para cada
situación particular. Una decisión que tiene como consecuencia la anulación de la validez
jurídica de una norma, o la reducción o ampliación de su significado, entraña un proceso de
justificación más complejo que en el caso de la aplicación estricta de la norma (i. e., la
concepción formal de la justicia). El juez tiene que aportar razones de justificación en la medida
que su decisión tendrá efectos normativos, es decir, se impondrá coercitivamente y servirá
además para resolver los casos futuros que sean parecidos.
Para MacCormick, los principios no son normas generales que se abstraen coherentemente de
algún conjunto (o subconjunto) de reglas del sistema jurídico, sino que son normas que
subyacen al sistema jurídico, es decir, que dan sustento a la práctica jurídica misma. Poseen
entonces tanto fuerza normativa como fuerza justificativa. Los principios, entonces, obligan por
sí mismos y también cuentan como elementos de justificación para las decisiones jurídicas. Una
regla, por ejemplo, cuyo fundamento normativo se corresponde con un principio (que es, a fin
de cuentas, un valor socialmente reconocido), adquiere por eso mismo carácter normativo.
MacCormick no niega que pueden ocurrir conflictos entre los principios. La justificación
jurídica que toma como base el reconocimiento de algún principio jurídico puede ser debilitada,
por ejemplo, si una decisión distinta puede lograrse mediante el reconocimiento de otro
principio. La pregunta acerca de qué principio tiene preferencia no nos compromete con una
ontología de los principios. Como ya lo vimos, MacCormick [1994: 153] pone el peso de la
justificación de esta preferencia en las razones consecuencialistas que podamos ofrecer,107 y
también en la evaluación de coherencia y consistencia con respecto al conjunto de normas que
integran tanto al orden normativo institucional como al orden normativo informal.