El documento discute las adicciones y su prevención desde un enfoque de derechos. Argumenta que demonizar las drogas o a sus usuarios no ayuda a resolver el problema y puede empeorarlo. En su lugar, propone hacer distinciones entre sustancias y tipos de uso, y abordar las complejas condiciones sociales que pueden llevar al consumo en lugar de centrarse solo en las drogas.
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
45 vistas8 páginas
El documento discute las adicciones y su prevención desde un enfoque de derechos. Argumenta que demonizar las drogas o a sus usuarios no ayuda a resolver el problema y puede empeorarlo. En su lugar, propone hacer distinciones entre sustancias y tipos de uso, y abordar las complejas condiciones sociales que pueden llevar al consumo en lugar de centrarse solo en las drogas.
El documento discute las adicciones y su prevención desde un enfoque de derechos. Argumenta que demonizar las drogas o a sus usuarios no ayuda a resolver el problema y puede empeorarlo. En su lugar, propone hacer distinciones entre sustancias y tipos de uso, y abordar las complejas condiciones sociales que pueden llevar al consumo en lugar de centrarse solo en las drogas.
El documento discute las adicciones y su prevención desde un enfoque de derechos. Argumenta que demonizar las drogas o a sus usuarios no ayuda a resolver el problema y puede empeorarlo. En su lugar, propone hacer distinciones entre sustancias y tipos de uso, y abordar las complejas condiciones sociales que pueden llevar al consumo en lugar de centrarse solo en las drogas.
Descargue como DOCX, PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 8
Las adicciones y su prevención, en un marco reflexivo y de derechos
Autores: Alberto Calabrese, Susana Ryan
Una problemática para reflexionar No se puede negar que las drogas son una presencia real y tangible en la sociedad de hoy. El uso indebido de drogas constituye un tema de creciente alerta para todos los que trabajan, de una u otra manera, con adolescentes y con jóvenes. De la misma manera, resulta un dato concreto de nuestra realidad cotidiana el aumento del tráfico de drogas como también del consumo de las mismas, hecho constatable sobre diversas drogas, tanto legales como ilegales. Sin embargo, también es cierto que estos datos concretos sirven de coartada para planteos que buscan, en nombre de la salud, suprimir libertades, ejercer persecuciones y coartar derechos. Es obvio que no es admisible que alguien esté a favor, o favoreciendo, la destrucción de la salud biopsicosocial de las generaciones más jóvenes. Pero resulta ser una visión simplista el atribuir todos los males sólo a las drogas. Nos es preciso reflexionar sobre complejas condiciones sociales a las que es factible atribuir el fomento de diversos tipos de conductas inmediatistas; conductas que implican un descuido de los adolescentes y jóvenes, donde ellos son expuestos o se exponen a situaciones de riesgo. La falta de proyectos individuales o sociales de largo alcance, la falta de posibilidades de incluirse constructivamente en la gestión del futuro o en las estructuras que la sociedad dispone para la realización de los individuos son algunos de los temas acuciantes de este presente. Un presente en el que los jóvenes y los adolescentes se ven sometidos a la crisis que genera la pobreza o un mercado laboral sin muchas perspectivas, con la dura exclusión que para muchos se asoma luego de las promesas incumplidas de la escuela. El resultado es una situación poco favorable a una realización que se avizore como posible, para estas jóvenes generaciones de ciudadanos. Insistimos en que las drogas están cada vez más presentes en la vida cotidiana de amplios sectores de nuestra sociedad. Sin embargo, decir esto es decir las cosas por la mitad. Cuando las opiniones son simples generalizaciones sobre el tema y se suceden sin demasiadas consideraciones ajustadas a tan compleja problemática contribuyen, más que a resolver el problema, a su confusión y oscurecimiento. Una de esas opiniones, en muchos casos reflejo de honestas preocupaciones, ejerce lo que se ha denominado una “demonización de la sustancia”. Mediante esta operación, se coloca toda la fuerza plausible de activar la dependencia únicamente en la sustancia que se incorpora y se desvía la atención hacia un terreno confuso, donde se convierte al sujeto en un simple derivado del objeto con el que se relaciona. De este modo, se ha transformado al sujeto en un curioso “objeto de la droga”. Se encienden todas las alarmas contra la ingesta y hasta el sólo contacto con las drogas, como si esto bastara para generar un adicto. Entonces, a partir de una preocupación necesaria y legítima, se pasa a un conjunto de restricciones: “no salgas, no te relaciones con tales o cuales, evitá el contacto con…”; en fin, imperativos morales estrictos que pasan privilegiada o exclusivamente por la prohibición y no por el fomento de la responsabilidad. Los que trabajan con adolescentes y jóvenes saben cuál es el efecto de muchas de estas prohibiciones tenaces cuando provienen de los adultos: justamente el efecto contrario del que verdaderamente se busca. Por otro lado, esta demonización llega a alcanzar a los usuarios quienes no necesariamente son adictos o dependientes. De este modo, en torno a “la droga” ya convertida en demonio, “fetichizada” como una sustancia capaz de corromper de inmediato a quien la toque, se ejerce una discriminación hacia todos aquellos que han decidido incorporarla. Es probable también que lejos de ayudar, este tipo de discriminación termine empeorando las cosas. En ambos casos de demonización, ya sea de las drogas o de los usuarios, se contribuye, sin quererlo, a la profundización del problema. Para evitar esto, primero nos resulta necesario hacer ciertas distinciones: no todas las sustancias son iguales, ni generan los mismos efectos, ni tienen el mismo tipo de ilegalidad a cuestas. No todas ellas se toleran de la misma manera, ni suponen la misma toxicidad. Además, no es lo mismo el uso o el abuso de las mismas, sean ellas cuales fueren, ni el efecto físico de tolerancia, adicción o dependencia que entre sus usuarios puedan generar. Es preciso mantener estas distinciones si no se quiere caer en la demonización de la sustancia, cuestión que finalmente coloca a “todos los gatos en la misma bolsa” y sin posibilidades verdaderas de modificar o revertir las diferentes problemáticas. En temas tan cruciales como éstos siempre se corre el riesgo, tal vez por la urgencia implícita, de apresurarse con la condena, con la estigmatización y la consecuente prohibición. Sin embargo, éste no es el camino que mejor parece ofrecerse para tratar el tema con los adolescentes y los jóvenes, sujetos que, por su misma condición vital, se están abriendo a la experimentación de la vida y se enfrentan a sus propios límites y posibilidades. La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) postula a los adolescentes como ciudadanos, es decir, como sujetos que tienen derechos y responsabilidades, que merecen protección y garantías, que se supone que gozan del respeto de su propia autonomía, una autonomía que se hace preciso fomentar a medida que ellos crecen, como base del aprendizaje constante que conformará a los futuros ciudadanos adultos, como un conglomerado de valores que no puede afianzarse sino se lo hace sobre un suelo de comprensión, escucha y diálogo. El carácter directivo y moralizante de muchos mensajes que circulan por los medios de comunicación social en relación con la cuestión de las drogas, en general, infantiliza a los adolescentes y jóvenes “minorizándolos” como sujetos incapaces de resolver situaciones íntimamente relacionadas con sus propias vidas. Y es por ello que la supuesta defensa de un derecho, el de la salud, muchas veces termina recortando el ámbito de otros derechos, derechos que son de igual jerarquía que el derecho a la protección de la salud. Por lo tanto, plantear específicamente la cuestión, apuntar a “desdemonizar la sustancia” fijando otras estrategias más indirectas de intervención son acciones que pueden contribuir a tratar el problema, sin restringir los derechos de los que gozan los jóvenes y los adolescentes, ciudadanos con derechos y responsabilidades. Entrando en tema Las adicciones constituyen en nuestro mundo contemporáneo un problema creciente que obedece a una multiplicidad de causales. El consumo de drogas ha acompañado la vida del hombre desde sus orígenes. Su utilización surge cuando el hombre necesita calmar su hambre, su sed, protegerse del frío, de la ansiedad o del miedo. Las drogas han sido utilizadas en ceremonias religiosas, en rituales de iniciación y socialización con el objeto de facilitar el intercambio afectivo y el establecimiento de lazos de solidaridad entre los integrantes del grupo, posibilitando además que la sustancia cumpla una función mediatizadora respecto de la divinidad. Tal es el caso del uso de hongos alucinógenos entre las tribus del norte de México y algunas zonas del sur de los EE.UU. En esos casos, el uso de drogas no es un fin sino un medio. Este tipo de empleo de las sustancias les proporciona un sentido, sin embargo, cuando el medio se vuelve un fin, como sucede con el uso moderno de las drogas, éstas comienzan a verse como “peligrosas”. El consumo de drogas representa hoy una forma extendida de un malestar cultural en la vida de los pueblos. Para realizar un análisis serio sobre esta problemática, es necesario observar y comprender qué representan las drogas para la sociedad, qué imagen se tiene de ellas, que se define como problema y qué mecanismos sociales se ponen en marcha para controlar dicho problema; luego observar hasta qué punto estos mecanismos contribuyen a definir la cuestión. Las imágenes sociales sobre el tema drogas suelen estar cargadas de emotividad y reflejan un sin número de estereotipos y preconceptos. El tema drogas suele servir como elemento motivador que permite centrar el miedo o la estigmatización en el otro y, de este modo, se hace posible mantener pendientes situaciones de mayor conflicto o relevancia en la estructura social. Esta separación, esta demonización de la sustancia, con las consecuencias para quienes las consumen, facilita el hallazgo de un enemigo, de un antagonista indispensable para reeditar la dinámica de inclusión-exclusión. Se actúa imaginariamente como si partiéramos de un estado de paz y equilibrio social, que de pronto se ve alterado por la aparición de las drogas, a quienes se les adjudica poder en sí mismas. Desde esta perspectiva, se concluye que el problema son las drogas, puestas en lugar de sujeto y no de objeto y, por lo tanto, se concluye con una solución simplificadora: “la lucha en contra de la droga”. A partir de esta lógica, se centra el problema en las sustancias y se evade todo tipo de responsabilidad social sobre el origen del problema. Esta estrategia en contra de las drogas es actuar como si se pudiera luchar con un objeto, desatendiendo además a las personas y las causas que las llevan al consumo de sustancias. Este discurso que nos dice que las drogas son el mal de la humanidad se olvida de que los males de la humanidad no sólo son bastante más complejos que el consumo de drogas, sino que las drogas son una expresión de esos males. En el imaginario social “la droga” se corporiza, transformándose en el agente patógeno que contagiará a los individuos sanos. Este protagonismo de la sustancia le otorga la característica de sujeto a un objeto –el objeto droga–, provocando una inversión en la lógica. De este modo, el objeto es sujeto y el sujeto se transforma en objeto, con el correlato de pasividad que esto representa. Las personas ya no somos responsables de nuestros propios actos ni somos sujetos de derecho. Partiendo de esta desacertada conceptualización, se generan mandatos o frases publicitarias como: ● La droga te atrapa. ● Entrá en la droga, salí de la droga. ● La droga mata. ● No te dejes atrapar por la droga. ● Cayó en la droga. Toda sociedad posee una particular visión acerca de lo prohibido y de lo permitido, este marco de referencia configura lo normado dentro de sus pautas y tradiciones y presupone cierto grado de consenso. Coexisten diferentes grados de adscripción a la norma y, por ende, de alejamiento o desvío de la misma. La divergencia existente entre la meta a lograr y la posibilidad de hacerlo constituye la distancia social. Así como opera el prejuicio acerca del concepto de “droga”, éste se transfiere al adicto y, entonces, a él se le adjudican las características de perturbador, violento y pendenciero. Este tema funciona como un moderno y sofisticado mecanismo de control social a partir de la generalización de la percepción social estereotipada. Podemos definir percepción social como el término global que se utiliza para denominar el proceso de formación de juicios acerca de las personas. Varios son los discursos que han permitido la construcción de estereotipos. En la base de los mismos, podemos inferir la dinámica psicológica del prejuicio. Estos estereotipos, lejos de dar soluciones a la problemática de las drogas, la refuerzan y realimentan; por ello, consideramos esencial como primer paso para el abordaje preventivo desarticularlos, para así poder operar sobre las reales causales del problema. Éste es un problema de personas y no de drogas, mientras sigamos ocupándonos de las sustancias como si fueran entes mágicos, con poderes propios, estaremos olvidando la real naturaleza de fenómeno. Los estereotipos más comunes son: 1-Droga: concepto monolítico, se habla de “la droga”, como si fuera de una sola clase y único efecto. Se las asocia sólo con las ilegales y se las considera dañinas. ¿Qué son las drogas? Droga es toda sustancia que poco tiempo después de ser incorporada al organismo produce una modificación de sus funciones. (Organización Mundial de la Salud, OMS). ● Existen muchos tipos de drogas. Además de la marihuana, la cocaína y el LSD, también son drogas el tabaco, el alcohol, las pastillas para dormir, para adelgazar, etc. ● Algunas drogas son producidas a partir de vegetales y otras son productos sintéticos o artificiales. ● Los medicamentos son drogas legales, pero si se abusa de ellos también perjudican la salud. Parte de este estereotipo desconoce que la legalidad o ilegalidad de cada droga es independiente de sus efectos y que se basa en cuestiones puramente culturales. Clases de drogas ● Socialmente aceptadas: Té, café, mate, chocolate, tabaco, alcohol, etc. ● Intermedias: Todos los medicamentos, desde la aspirina hasta los psicofármacos. ● Prohibidas: Marihuana, cocaína, heroína, LSD, hachís, éxtasis, cucumelo, etc. Clasificación social de las drogas ● Cada sociedad tiene su cultura. Por eso la clasificación entre drogas legales e ilegales no es universal. ● Diferentes culturas permiten drogas diferentes. Por ejemplo, en los países islámicos, como Irak e Irán, está permitido fumar hachís y prohibido tomar alcohol. Para nosotros es exactamente al revés. Y esto se debe a las costumbres. En nuestra sociedad las drogas ilegales son la marihuana, la cocaína, y el LSD, entre otras. El tabaco y el alcohol están permitidos, es decir son drogas socialmente aceptadas. También existen las llamadas drogas intermedias, son las que requieren cumplir con algunos requisitos para poder comprarlas. Un ejemplo son los medicamentos que se venden bajo receta. Las drogas socialmente aceptadas no siempre son inofensivas, depende de cuánto y cómo se las consuma. Se puede ser adicto tanto a drogas legales como ilegales. 2-Fetichismo de la sustancia: la droga asume el papel de un ente mágico, externo y que infecta al cuerpo social. “Se es atrapado por la droga”. Esto implica un desconocimiento del sujeto, de su estatuto como persona. Incluso, se denomina adicto a todo aquel que consuma una droga ilegal independientemente del compromiso instituido con ese consumo. 3-Joven contestatario: el consumo de drogas es visto como la expresión de una actitud contestataria, propia de la juventud y al margen de la cultura. De esta manera, se considera que éste es un problema de jóvenes, es decir que la causa del problema tiene que ver con una actitud propia de la juventud, y no se analiza su presencia y consecuencias como el reflejo de problemáticas sociales más profundas. “No existen problemas de la juventud, sino la repercusión de los problemas globales de la sociedad en los jóvenes.” Correo de la Unesco, 1975. Para adentrarnos más en la prevención y, a la vez, desarticular este prejuicio, podemos desmitificar ciertas creencias erróneas. ● A veces pensamos que... sólo los jóvenes consumen drogas. Pero en realidad... los adultos también las utilizan. ● A veces creemos que... hay drogas, como la marihuana, que no hacen daño. Pero en realidad... el abuso de cualquier sustancia (legal o ilegal) es tóxico. ● A veces queremos creer que... las personas se drogan para estar bien. Pero en realidad... si necesitan drogas para sentirse bien, es porque no están nada bien. Escuchar al otro y posibilitar su camino es dar sentido a la vida. Adicciones Las adicciones siempre encubren situaciones de grandes conflictos personales, familiares y/o sociales. La adicción es un síntoma, como la fiebre lo es para muchas enfermedades. ● Factores individuales Frustraciones, problemas, carencias afectivas, crisis de crecimiento. ● Factores familiares Dificultades para comunicarse, ausencia de pautas y límites claros, falta de momentos para compartir, poca contención. ● Factores sociales Indiferencia institucional, ausencia de proyectos, falta de compromiso, descreimiento. Las drogas son tan tremendas como tantos otros conflictos, padecimientos o circunstancias que padece la humanidad. Como la pobreza, el hambre o la explosión de la natalidad en lugares donde no se pueden sostener los primeros cinco años de vida de las personas, como el abandono de la tercera edad o la falta de propuestas para los jóvenes. El tema de las drogas es un tema para tomar conciencia, algo así como pasar a ser partícipes reales, no espectadores, y poder ser personas con posibilidades, no con promesas. Recordemos que cada vez que asumimos el reto de realizar una acción preventiva estamos destrabando un mecanismo de ocultamiento que se regodea en el conocimiento obsesivo de la sustancia. Por ello, decimos que hay que desacralizar a las drogas para ponerlas en su verdadera dimensión de objetos y, de este modo, fortalecer el sentido de la prevención. Debemos comprender que una vez que develamos el primer impulso hacia el conocimiento de las sustancias, encontramos el del consumo y las múltiples causales que lo sostienen. ¿Qué debemos hacer para prevenir? ● Conocer la problemática de las drogas. ● Hablar del tema con nuestros hijos. ● Participar y debatir en todos los ámbitos donde desarrollemos nuestras actividades. ● Asumir un verdadero protagonismo. ● Escuchar y tener en cuenta las demandas de nuestra sociedad. ● Formar a los niños y jóvenes para que desarrollen un estilo de vida positivo, saludable y autónomo. ● Fomentar en los jóvenes la autoestima y la confianza en sí mismos. ● Desarrollar en ellos valores firmes y positivos. ● Ofrecerles modelos saludables. La verdadera prevención debe apuntar a la transformación de nuestros compromisos para fortalecer los ideales que nos posibiliten un futuro mejor. La prevención requiere de verdaderos protagonistas comprometidos con la problemática y dispuestos a generar un cambio profundo en los vínculos sociales. Se estructura la prevención a partir de dos vías que necesitamos ejercer: ● Saber escuchar para captar las verdaderas demandas. ● Fortalecer nuestro criterio y el de todos aquellos que necesiten de este esfuerzo preventivo. Prevención es acción, entendida como promoción comunitaria y como solidaridad social. Este es un compromiso que todos debemos asumir. En cada caso, la clave se encuentra en una movilización solidaria, creativa, que recrea lazos afectivos y aglutina transformando esta situación que de no ser conjurada por la constricción de la comunidad sólo daría lugar al miedo y a la inoperancia. Prevención es promoción, es decir, una situación útil para lograr una acción concreta que auspicie la satisfacción de la salud y de las apetencias en función del trascender. En cada comunidad encontraremos distintas pulsiones y necesidades, que requieren tanto de la imaginación del preventor como del alto grado de participación del grupo para elegir los diferentes tipos de acción que la comunidad necesita. En ciertos casos, puede organizarse un taller que libere a los participantes de ciertas maneras del prejuicio; en otros, un taller creativo o una acción recreativa, un microemprendimiento que canalice funciones laborales. Esto no implica que dejemos de lado la respuesta adecuada a las preguntas concretas sobre la sustancia y su ingesta, sin embargo, lo que cambia es el marco. Es muy diferente empezar y terminar con las sustancias. El desafío mayor es el contacto, el choque con la realidad, con la gente, y el darse cuenta, además, de que no hay una fórmula para hacerlo. La única clave es que las drogas no deben ser las protagonistas. Principales agentes preventivos: familia y comunidad La familia: ● Sirve de modelo para el aprendizaje de conductas, actitudes y valores. ● Debe orientar y apoyar el proceso de desarrollo desde la infancia, favoreciendo el proceso de crecimiento y maduración. ● Debe cooperar en las estructuras de participación para mejorar los recursos e intentar solucionar los problemas que surjan en la comunidad. La clave es la comunicación familiar mediante: ▪ la capacidad de escuchar ▪ la expresión libre de las opiniones y sentimientos ▪ el respeto al punto de vista del otro. La comunidad: La sociedad en su conjunto debe tomar medidas preventivas, porque las razones del consumo están vinculadas con nuestras dificultades cotidianas y crecientes. La caída de valores, la falta de credibilidad en las instituciones, la incertidumbre laboral y el desempleo hacen mucho por la difusión y expansión del fenómeno. Por eso cada uno de nosotros tiene algo que aportar: ● Fomentar conductas saludables en la comunidad. ● Fomentar distintos agentes sociales en materia de prevención de adicciones. ● Mejorar, canalizar y aumentar las actividades de ocio y tiempo libre. ● Promocionar el no consumo de drogas. http://www.unicef.org/argentina/spanish/Proponer_y_Dialogar2.pdf