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Liturgia Viva del Domingo 2º del Tiempo Ordinario -

Ciclo B
SEGUNDO DOMINGO – TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

1. Vengan y Vean
2. Nosotros También Somos Llamados

Saludo: (Ver Segunda Lectura)


Los cuerpos de ustedes 1
son miembros que conforman el cuerpo de Cristo.
Todo el que se une al Señor forma un solo espíritu con él.
Utilicen su cuerpo para la gloria de Dios.
Que Jesús, el Señor, esté siempre con ustedes.

Introducción por el Celebrante (Dos Opciones)


1. Vengan y Vean
Nosotros, los cristianos, ¿hemos encontrado
realmente al Señor? Desde luego que sí; creemos en
él, le pedimos, oímos su mensaje proclamado
domingo tras domingo, y quizás hemos leído en
privado los Evangelios, pero nuestro encuentro con
el Señor en persona debería afectarnos mucho más
profundamente. Solamente así puede nacer y
desarrollarse una profunda comprensión, una
relación afectuosa e íntima con él y un sentido real
de nuestra misión en la vida. Vengan ustedes,
aceptemos su invitación a "ir y ver" lo que él nos
ofrece y también lo que nos pide. Él está aquí con
nosotros en la Eucaristía. Pidámosle que nos muestre
dónde vive, quién es, y qué espera de nosotros.
2. Nosotros También Somos Llamados
Aun antes de que pudiéramos conocerle, Dios nos
llamó por nuestro nombre, al ser bautizados. Nos
llamó a ser sus hijos e hijas y nos dio a cada uno de
nosotros una tarea en la Iglesia. La vocación no se
restringe sólo a sacerdotes y monjas, sino que hay
un llamado dirigido a todos nosotros. Este llamado
nos llegó no sólo una vez, cuando nos hicimos hijos
de Dios en el bautismo. Dios sigue llamándonos día
tras día a vivir como hijos suyos y a trabajar por su
reino. --- Las lecturas que escucharemos en esta
celebración eucarística son palabra de Dios y llamado
para nosotros hoy. El sacrificio que ofrecemos con
Jesús nuestro Señor nos compromete a responder 2

generosamente al llamado de amor de Dios.


Acto Penitencial
¡Si hubiéramos prestado mayor atención a la Palabra
y al llamado del Señor…!
Le pedimos ahora perdón.
(Pausa)
 Señor Jesús, tú nos hablas cuando dejas que tu
Espíritu nos mueva a hacer lo que es bueno y justo
para los hermanos. Danos la gracia de escuchar tu
voz: R/. Señor, ten piedad de nosotros.
 Señor Jesucristo, tú nos hablas cuando nuestros
pastores y profetas nos recuerdan cómo podemos
servirte a ti y a nuestro prójimo. Danos la gracia de
escuchar tu voz: R/. Cristo, ten piedad de nosotros.
 Señor Jesús, tú nos hablas cuando la gente apela
a nuestro sentido de justicia, misericordia o
compasión. Danos la gracia de escuchar tu voz: R/.
Señor, ten piedad de nosotros.
Perdónanos, Señor, de haber prestado oídos sordos
cuando nos has hablado.
Haz que estemos dispuestos a escucharte y llévanos
a la vida eterna.

Oración Colecta
Oremos para que estemos siempre abiertos a la
palabra y el llamado de Dios.
(Pausa)
Padre bondadoso:
Tú nos conoces y nos llamas por nuestro nombre
aun antes de que pudiéramos conocerte y amarte.
Queremos oír y prestar atención a tu palabra
para seguir a Jesús tu Hijo.
Que él llegue a ser íntimo y familiar a nosotros,
para que aprendamos de él 3

a vivir para ti y para nuestros hermanos.


Ayúdanos a vivir con él y en él,
pues es nuestro Señor y Salvador
por los siglos de los siglos.

Primera Lectura (1 Sam 3,3b-10. 19): Habla,


Señor, Que Tu Siervo Escucha
El joven Samuel responde a la misteriosa llamada de
Dios para entregarse enteramente a su servicio.

Segunda Lectura (1 Cor 6,13b-15a. 17-20): El


Cuerpo de Ustedes Es el Templo del Espíritu
A los discípulos de Corinto, que viven en una ciudad
portuaria con marcada inmoralidad sexual, San Pablo
les dice: El cuerpo de ustedes es sagrado para Dios,
ya que es templo del Espíritu Santo.

Evangelio (Jn 1,35-42): Vengan y Vean.


Dos discípulos de Juan se encuentran con Jesús y él
les llama a quedarse con él. En cuanto le conozcan
mejor, le seguirán.

Oración de los Fieles


En el bautismo Dios nuestro Padre nos ha llamado
para no pertenecer ya a nosotros mismos, sino para
vivir para Dios y para los hermanos. Pidamos a
nuestro Padre del cielo que sepamos responder
siempre a su llamado en las circunstancias concretas
de nuestra vida, y digamos:
R/. ¡Habla, Señor, que tus siervos y siervas
escuchan!
 Por los que han sido llamados en la Iglesia a
dirigir al pueblo de Dios, para que tengan el valor de
difundir el evangelio de Jesucristo hasta los confines 4
de la tierra, sin componendas y sin temor, roguemos
al Señor.
 Por los que buscan sinceramente a Dios, para
que el Señor ilumine sus mentes y mueva sus
corazones a aceptarle y amarle, inspirados por la
vida de otros cristianos entregados a la causa de
Jesús, roguemos al Señor.
 Por los que tienen responsabilidad sobre otros a
través de sus puestos de liderazgo, para que
promuevan la justicia y el amor entre sus
encomendados y para que sean abiertos y accesibles
al pueblo en sus necesidades reales, roguemos al
Señor.
 Por todos nosotros, para que reconozcamos la
voz de Cristo en los que nos suplican en su pobreza
y en sus dificultades, roguemos al Señor.
 Por esta nuestra comunidad reunida en torno a la
palabra y a la mesa eucarística del Señor, para que
sepamos escuchar su voz como un llamado
comprometedor y encontremos fuerza en la
eucaristía para ayudarnos unos a otros en nuestro
caminar hacia Dios, roguemos al Señor.
Oh Padre del cielo, te pedimos que, cuando nos
llamas en los acontecimientos de la vida diaria, tu
Santo Espíritu no dé la actitud interior y la fortaleza
para decir: "Señor, aquí estoy. Estoy dispuesto a
hacer tu voluntad", unidos a Jesucristo nuestro
Señor.

Oración de Ofertorio
Oh Padre del cielo:
Tú nos has llamado a todos juntos,
tanto a santos como a pecadores,
al banquete de tu Hijo.
Con él te ofrecemos nuestra buena disposición 5

para llevar a cabo en la vida diaria


las tareas que nos encomiendas.
Que tu Hijo nos dé valor
para ser tu nuevo pueblo
y abrirnos a las inspiraciones de tu amor.
Te lo pedimos en el nombre de Jesús, el Señor.

Introducción a la Plegaria Eucarística


Nos unimos ahora a Cristo en su alabanza al Padre.
Como pueblo de Dios y cuerpo místico de Cristo,
transformémonos en signos de su amor salvador
para todos.

Introducción al Padrenuestro
Con las palabras de Jesús pedimos a nuestro Padre
del cielo  que sepamos responder siempre a su amor
buscando y cumpliendo su voluntad.
R/. Padre nuestro…

Líbranos, Señor
Líbranos, Señor, de todos los males,
y danos tu paz, tan necesaria en nuestros días.
Haz que estemos atentos a cada llamado
que venga de ti o de cualquier hermano que nos
suplique.
Líbranos de todo pecado,
ya que destruye nuestra dignidad
de ser tus hijos y tu viva imagen.
Sé nuestra fuerza en las pruebas y tentaciones
y llévanos con esperanza y alegría
a la venida gloriosa
de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
R/. Tuyo es el reino…

Invitación a la Comunión 6

Éste es Jesucristo, el Cordero de Dios


que quita el pecado del mundo.
Vengan y vean qué bueno es el Señor:
Dichosos los que confían en él.
R/. Señor, no soy digno…

Oración después de la Comunión


Oh Padre amoroso:
Te ha parecido bien
que nos encontremos con Jesús tu Hijo
en la palabra y en el llamado que él nos ha dirigido
y en el pan de sí mismo que ha partido para
nosotros.
Te damos gracias por confiar tanto en nosotros,
a pesar de nuestra debilidad;
por habernos amado y llamado por nuestro nombre
para ser para todos
el signo de tu bondad y de tu constante misericordia.
Querríamos que todo lo que decimos y hacemos
fuera una agradecida respuesta de amor a ti.
Concédenoslo en nombre de Jesús, el Señor.

Bendición
Hermanos: En esta eucaristía nos hemos encontrado
con el Señor:
Hemos escuchado su voz que nos llama a ser la
comunidad de su Iglesia.
Cada uno de nosotros tiene sus dones propios para
responder a ese llamado.
Para que podamos hacerlo así, que la bendición de
Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo
descienda sobre nosotros y permanezca para
siempre.

LIDERAZGO DE JESÚS 7

Acción de gracias

A Ti, Señor y Dios nuestro, levantamos nuestro


corazón
y te dirigimos esta oración.
Te damos gracias, Padre santo, porque realmente
es bueno y justo bendecirte en todo momento.
Tú eres consuelo y compañía de nuestra humanidad,
Tú nos das el deseo de vivir y la vida misma.
Nos mueves a amar a todos y hacer el bien.
Gracias, Dios Padre, porque eres puro amor,
estás en nosotros y te manifiestas al mundo
a través de la bondad que somos capaces de
trasmitir.
Queremos imitarte, ser tu imagen, transparentarte,
hacerte visible para que nuestros prójimos
te descubran en nuestra vida y crean en Ti.
Uniendo nuestras voces a cuantos te aclaman hoy,
te cantamos agradecidos este himno de
reconocimiento.

Memorial de la Cena del Señor

Nos hemos reunido alrededor de esta mesa, Padre


Dios,
para recordar la vida de tu hijo Jesús de Nazaret
y testimoniar que nosotros también creemos en él.
No podríamos buscar un líder mejor que él,
tiene palabras de vida que nos llegan muy adentro,
habla con autoridad, trasmite seguridad
y podemos poner en él nuestra plena confianza.
Te agradecemos el mensaje luminoso de Jesús,
que sumado a su buen hacer,
constituye nuestra guía y modelo.
Por él sabemos que lo que importa 8

es ser fiel a la propia conciencia.


Jesús ha significado nuestra liberación personal,
vivir tu fe en libertad,
sentirnos hijos y no siervos,
sentirte como Padre y Madre entrañable.
Sabemos qué misión nos espera. Nos dejó su
testamento.

Invocación al Espíritu de Dios

Hemos recordado, Señor, Dios nuestro,


la vida ejemplar y comprometida que llevó tu hijo
Jesús
y nos proponemos seguirle y conocerle mejor.
Queremos ser su familia, sus discípulos y amigos.
Queremos escuchar su mensaje completo, sin
recortes,
y aprender de él a amar y servir a los demás.
Necesitamos su motivación, su fuerza,
toda la fuerza de tu Espíritu,
porque queremos seguir sus pasos
y somos débiles, inconstantes.
Nos solidarizamos con cuantos sufren
dolor, hambre e injusticias.
Pero Jesús nos pide que hagamos más, mucho más
por el bien de todos ellos.
Danos a todos tus hijos, creyentes y no creyentes,
la conciencia y el valor necesarios
para seguir adelante sin desmayo
en la construcción de un mundo más humano y feliz.
Nos alegramos, Señor, de no estar solos en esta
lucha,
de que exista ya tanta gente de buen corazón
que dedican su vida a sanar heridas
y a defender, cueste lo que cueste, la justicia. 9

Recordamos ahora
a quienes llevamos cada uno en nuestro corazón
agradeciéndote cuanto haces por ellos.
En nombre de Jesús, tu hijo, nuestro líder,
brindamos en tu honor como queremos hacer con
toda la humanidad.
AMÉN.

2º domingo Tiempo ordinario (B)


 
EVANGELIO
 
Vieron dónde vivía y se quedaron con él.
 
+ Lectura del santo evangelio según san Juan
1, 35-42
 
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus
discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
 - «Éste es el Cordero de Dios.»
 
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a
Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les
pregunta:
 - «¿Qué buscáis?»
 
Ellos le contestaron:
 - «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
 
Él les dijo:
 - «Venid y lo veréis.»
 
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron
con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
  10

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos


que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra
primero a su hermano Simón y le dice:
 - «Hemos encontrado al Mesías (que significa
Cristo).»
 
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le
dijo:
 - «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás
Cefas (que se traduce Pedro).»
 
Palabra de Dios.
 
 
APRENDER A VIVIR
 
El evangelista Juan narra los humildes comienzos del
pequeño grupo de seguidores de Jesús. Su relato
comienza de manera misteriosa. Se nos dice que
Jesús «pasaba». No sabemos de dónde viene ni a
dónde se dirige. No se detiene junto al Bautista. Va
más lejos que su mundo religioso del desierto. Por
eso, indica a sus discípulos que se fijen en él: «Éste
es el Cordero de Dios».
 
Jesús viene de Dios, no con poder y gloria, sino
como un cordero indefenso e inerme. Nunca se
impondrá por la fuerza, a nadie forzará a creer en él.
Un día será sacrificado en una cruz. Los que quieran
seguirle lo habrán de acoger libremente.
 
Los dos discípulos que han escuchado al Bautista
comienzan a seguir a Jesús sin decir palabra. Hay
algo en él que los atrae, aunque todavía no saben 11

quién es ni hacia dónde los lleva. Sin embargo, para


seguir a Jesús no basta escuchar lo que otros dicen
de él. Es necesaria una experiencia personal.
 
Por eso, Jesús se vuelve y les hace una pregunta
muy importante: «¿Qué buscáis?». Estas son las
primeras palabras de Jesús a quienes lo siguen. No
se puede caminar tras sus pasos de cualquier
manera. ¿Qué esperamos de él? ¿Por qué le
seguimos? ¿Qué buscamos?  
 
Aquellos hombres no saben adónde los puede llevar
la aventura de seguir a Jesús, pero intuyen que
puede enseñarles algo que aún no conocen:
«Maestro, ¿dónde vives?». No buscan en él
grandes doctrinas. Quieren que les enseñe dónde
vive, cómo vive, y para qué. Desean que les enseñe
a vivir. Jesús les dice: «Venid y lo veréis».
 
En la Iglesia y fuera de ella, son bastantes los que
viven hoy perdidos en el laberinto de la vida, sin
caminos y sin orientación. Algunos comienzan a
sentir con fuerza la necesidad de aprender a vivir de
manera diferente, más humana, más sana y más
digna. Encontrarse con Jesús puede ser para ellos la
gran noticia.
 
Es difícil acercarse a ese Jesús narrado por los
evangelistas sin sentirnos atraídos por su persona.
Jesús abre un horizonte nuevo a nuestra vida.
Enseña a vivir desde un Dios que quiere para
nosotros lo mejor. Poco a poco nos va liberando de
engaños, miedos y egoísmos que nos están
bloqueando.
  12

Quien se pone en camino tras él comienza a


recuperar la alegría y la sensibilidad hacia los que
sufren. Empieza a vivir con más verdad y
generosidad, con más sentido y esperanza. Cuando
uno se encuentra con Jesús tiene la sensación de
que empieza por fin a vivir la vida desde su raíz,
pues comienza a vivir desde un Dios Bueno, más
humano, más amigo y salvador que todas nuestras
teorías. Todo empieza a ser diferente.
 
 
APRENDER A VIVIR
 
Maestro. ¿Dónde vives?
 
El evangelista Juan ha puesto un interés especial en
indicar a sus lectores cómo se inició el pequeño
grupo de seguidores de Jesús. Todo parece casual. El
Bautista se fija en Jesús que pasaba por allí y les
dice a los discípulos que lo acompañan: «Éste es el
Cordero de Dios».
 
Probablemente, los discípulos no le han entendido
gran cosa, pero comienzan a «seguir a Jesús».
Durante un tiempo, caminan en silencio. No ha
habido todavía un verdadero contacto con él. Están
siguiendo a un desconocido y no saben exactamente
por qué ni para qué.
 
Jesús rompe el silencio con una pregunta: «¿Qué
buscáis?» ¿Qué esperáis de mí? ¿Queréis orientar
vuestra vida en la dirección que llevo yo? Son cosas
que es necesario aclarar bien. Los discípulos le
dicen: «Maestro, ¿dónde vives?» ¿Cuál es el secreto
de tu vida? ¿Qué es vivir para ti? Al parecer, no 13

buscan conocer nuevas doctrinas. Quieren aprender


de Jesús un modo diferente de vivir. Quieren vivir
como él.
 
Jesús les responde directamente: «Venid y lo
veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No
busquéis información de fuera. Venid a vivir conmigo
y descubriréis cómo vivo yo, desde dónde oriento mi
vida, a quiénes me dedico, por qué vivo así.
 
Este es el paso decisivo que necesitamos dar hoy
para inaugurar una fase nueva en la historia del
cristianismo. Millones de personas se dicen
cristianas, pero no han experimentado un verdadero
contacto con Jesús. No saben cómo vivió, ignoran su
proyecto. No aprenden nada especial de él.
 
Mientras tanto, en nuestras Iglesias no tenemos
capacidad para engendrar nuevos creyentes. Nuestra
palabra ya no resulta atractiva ni creíble. Al parecer,
el cristianismo, tal como nosotros lo entendemos y
vivimos, interesa cada vez menos. Si alguien se nos
acercara a preguntarnos «dónde vivís» «qué hay de
interesante en vuestras vidas», ¿cómo
responderíamos?
 
Es urgente que los cristianos se reúnan en pequeños
grupos para aprender a vivir al estilo de Jesús
escuchando juntos el evangelio. Él es más atractivo y
creíble que todos nosotros. Puede engendrar nuevos
seguidores, pues enseña a vivir de manera diferente
e interesante.
 
 
CREER EN JESÚS 14

 
Venid y veréis.
 
Dos discípulos, orientados por el Bautista, se ponen
a seguir a Jesús. Durante un cierto tiempo caminan
tras él en silencio. No ha habido todavía un
verdadero contacto. De pronto, Jesús se vuelve y les
hace una pregunta decisiva: « ¿Qué buscáis?», ¿qué
esperáis de mí?
 
Ellos le responden con otra pregunta: Rabí, « ¿dónde
vives?», ¿cuál es el secreto de tu vida?, ¿desde
dónde vives tú?, ¿qué es para ti vivir? Jesús les
contesta: «Venid y veréis». Haced vosotros mismos
la experiencia. No busquéis otra información. Venid a
convivir conmigo. Descubriréis quién soy y cómo
puedo transformar vuestra vida.
 
Este pequeño diálogo puede arrojar más luz sobre lo
esencial de la fe cristiana que muchas palabras
complicadas. En definitiva, ¿qué es lo decisivo para
ser cristiano?
 
En primer lugar, buscar. Cuando uno no busca nada
en la vida y se conforma con «ir tirando» o ser «un
vividor», no es posible encontrarse con Jesús. La
mejor manera de no entender nada sobre la fe
cristiana es no tener interés por vivir de manera
acertada.
 
Lo importante no es buscar algo, sino buscar a
alguien. No descartemos nada. Si un día sentimos
que la persona de Jesús nos «toca», es el momento
de dejamos alcanzar por él, sin defensas ni reservas.
Hay que olvidar convicciones y dudas, doctrinas y 15

esquemas. No se nos pide que seamos más


religiosos ni más piadosos. Sólo que le conozcamos
mejor.
 
No se trata de conocer cosas sobre Jesús, sino de
sintonizar con él, interiorizar sus actitudes
fundamentales, y experimentar que su persona nos
hace bien, reaviva nuestro espíritu y nos infunde
fuerza y esperanza para vivir. Cuando esto se
produce, uno se empieza a dar cuenta de lo poco
que creía en él, lo mal que había entendido casi
todo.
 
Pero lo decisivo para ser cristiano es tratar de vivir
como vivía él, aunque sea de manera muy pobre y
sencilla. Creer en lo que él creyó, dar importancia a
lo que daba él, interesarse por lo que él se interesó.
Mirar la vida como la miraba él, tratar a las personas
como él las trataba: escuchar, acoger y acompañar
como lo hacía él. Confiar en Dios como él confiaba,
orar como oraba él, contagiar esperanza como la
contagiaba él. ¿Qué se siente cuando uno trata de
vivir así? ¿No es esto aprender a vivir?
 
 
FELICIDAD Y FE CRISTIANA
 
¿Qué buscáis?
 
El año 1988, el Consejo Pontificio para el diálogo con
los no creyentes, presidido por el cardenal Paul
Poupard, escogía como tema de estudio una cuestión
poco frecuente en la reflexión teológica: «Felicidad y
fe cristiana».
  16

El camino ha sido largo. Creyentes y no creyentes


del mundo entero fueron aportando durante varios
años su experiencia y reflexión en tomo a cuestiones
apasionantes: ¿De qué manera busca hoy la felicidad
el hombre contemporáneo? ¿Ayudan las religiones a
alcanzar la felicidad o, por el contrario, la
obstaculizan? ¿Cómo perciben los hombres de hoy la
relación entre el cristianismo y la felicidad? ¿Cómo
debería presentar la Iglesia el mensaje evangélico,
para que fuera percibido como «buena noticia» de
cara a la felicidad, no sólo en la eternidad, sino, en la
medida de lo posible, también en esta vida?
 
Como sucede con frecuencia, la publicación del
estudio final no tuvo mucho eco, pero, a mi juicio, se
trata de uno de los documentos eclesiásticos más
interesantes de estos últimos años, tanto por las
claves que ofrece para comprender el hecho religioso
como por el talante dialogante con la cultura actual.
 
El estudio llega a una doble constatación
fundamental. La búsqueda de felicidad está en el
centro del deseo humano, como se puede comprobar
en la experiencia de todos los tiempos y todas las
culturas. La búsqueda de felicidad «está también en
el centro de la revelación de Dios en Cristo»; quien
no ha descubierto la vinculación existente entre
cristianismo y felicidad, no ha descubierto todavía la
fe cristiana en su verdadero ser.
 
Esta doble afirmación obliga, por una parte, a hacer
una crítica del carácter dañoso e ilusorio de no pocas
versiones de la felicidad que se difunden en la
sociedad actual. Pero, al mismo tiempo, urge a la
Iglesia a preguntarse por qué, de hecho, tantos 17

hombres y mujeres no pueden experimentar la fe


cristiana como fuente de felicidad real.
 
La crisis de la cultura moderna es, en gran parte,
una crisis de búsqueda de felicidad. El hombre de
hoy no está acertando en su manera de entender y
de buscar la felicidad. Por eso, la Iglesia puede
prestar un servicio importante desde el evangelio,
colaborando a que la humanidad se libere de visiones
reductoras y dañosas, y descubra que el deseo más
radical del ser humano es, en esencia, deseo de
amar y ser amado. Por eso, ha de repetir a los
hombres de hoy la pregunta de Jesús: «¿Qué
buscáis?»
 
Pero, al mismo tiempo, la crisis religiosa es también,
en buena parte, crisis de una Iglesia que no acierta a
ayudar a los hombres y mujeres de hoy a vivir la
relación con Dios de tal manera que puedan
experimentarlo como fuente de vida sana y, en su
medida, feliz, en el interior de su vida personal y
colectiva. Por eso, también la Iglesia tiene que
escuchar la pregunta de aquellos discípulos:
«¿Dónde vives?» ¿Qué vida hay dentro de ti? ¿Qué
aportas tú a la felicidad del hombre contemporáneo?
 
 
HACERSE MÁS CRISTIANO
 
Venid y lo veréis.
 
¿Esto que vivo yo es fe?, ¿cómo se hace uno más
creyente?, ¿qué pasos hay que dar? Son preguntas
que escucho con frecuencia a personas que desean
hacer un recorrido interior hacia Jesucristo pero no 18

saben qué camino seguir. Cada uno ha de escuchar


su propia llamada, pero a todos nos puede hacer
bien recordar cosas esenciales.
 
Creer en Jesucristo no es tener una opinión sobre él.
Me han hablado muchas veces de él; tal vez, he leído
algo sobre su vida; me atrae su personalidad; tengo
una idea de su mensaje. No basta. Si quiero vivir
una nueva experiencia de lo que es creer en Cristo,
tengo que movilizar todo mi mundo interior.
 
Es muy importante no pensar en Cristo como alguien
ausente y lejano. No quedarnos en «el Niño de
Belén», el «Maestro de Galilea» o «el Crucificado del
Calvario». No reducirlo tampoco a una idea o un
concepto. Cristo es una «presencia viva», alguien
que está en mi vida y con quien puedo comunicarme
en la experiencia de cada día.
 
No pretendas imitarle rápidamente. Antes, es mejor
penetrar en una comprensión más intima de su
persona. Dejarnos seducir por su misterio. Captar el
espíritu que le hace vivir de una manera tan
humana. Intuir la fuerza de su amor al ser humano,
su pasión por la vida, su ternura hacia el débil, su
confianza total en la salvación de Dios.
 
Un paso decisivo puede ser leer los evangelios para
buscar personalmente la verdad de Jesús. No hace
falta saber mucho para entender su mensaje. No es
necesario dominar las técnicas más modernas de
interpretación. Lo decisivo es ir al fondo de esa vida
desde mi propia experiencia. Guardar sus palabras
dentro del corazón. Alimentar el gusto de la vida con
su fuego. 19

 
Leer el Evangelio no es exactamente encontrar
«recetas» para vivir. Es otra cosa. Es experimentar
que, viviendo como él, se puede vivir de manera
diferente, con libertad y alegría interior. Los
primeros cristianos vivían con esta idea: ser cristiano
es «sentir como sentía él» (Flp 2, 5); «revestirse de
Cristo» (Ga 3, 27), reproducir en nosotros su vida.
Esto es lo esencial. Por eso, cuando dos discípulos
preguntan a Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?, ¿qué
es para ti vivir?», él les responde: «Venid y lo
veréis».
 
 
DIOS NO ME DICE NADA
 
Venid y lo veréis.
 
El interés por Dios no desaparece tan fácilmente de
la conciencia de la persona. A veces puede parecer
que ha muerto para siempre. Otras, parecerá brotar
de nuevo. Será una inquietud débil y apenas
perceptible o una necesidad fuerte y poderosa. Poco
importa. Dios sigue ahí.
 
Esta «necesidad» de Dios no se presenta siempre
bajo forma de experiencia religiosa. Puede ocurrir
incluso que el término «Dios» ya no le diga apenas
nada a la persona, porque lo percibe como una
palabra cargada de experiencias negativas y poco
gratas o como una idea abstracta y confusa, sin
apenas resonancia alguna en su corazón. Con el paso
de los años, Dios ha podido quedar irreconocible si
sólo es presentado mediante cierto lenguaje 20

religioso.
 
Por otra parte, la presencia de Dios puede estar
encubierta por otro tipo de experiencias que la
persona conoce bien: vacío interior, malestar por
una vida trivial y mediocre, deseo de vivir algo
diferente. O puede dejarse escuchar tras esas
preguntas que, más de una vez, brotan
inevitablemente del fondo del individuo: ¿qué es la
vida?, ¿qué era yo antes de nacer?, ¿qué me espera
al final?, ¿no encontraré nunca la paz que mi corazón
anhela?
 
Esta presencia de Dios es inconfundible, y la persona
lo sabe casi siempre. Es una presencia que reclama e
invita suavemente a la confianza. Su llamada no es
una más entre otras. No se identifica con nuestros
gustos, deseos y proyectos. Es diferente. Viene de
más allá que de nosotros mismos. Podemos acogerla
o dejar que resbale una vez más sobre nosotros.
Pero Dios sigue visitando a las personas. Así dice el
libro del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y
llamo: si alguien oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa» (3, 20).
 
«Abrir la puerta» significa decir un pequeño «sí»,
aunque todavía sea un «sí» débil e indeciso. Dar
cabida en nuestra vida a Alguien a quien todavía
apenas conocemos, dejarnos acompañar por su
presencia, no encerrarnos en la propia soledad,
retirar poco a poco recelos, resistencias y obstáculos.
Empezar a conocer una experiencia religiosa
diferente, descubrir, quizás por vez primera, que
acoger a Dios hace bien. 21

 
El relato evangélico nos describe un diálogo
inolvidable entre Jesús y dos discípulos que se
acercan a él. Jesús les pregunta: « ¿Qué buscáis?»
Ellos le responden: « ¿Dónde vives?» Y Jesús les
invita: «Venid y lo veréis. » Quien busca
sinceramente a Jesús para captar el misterio que en
él se encierra, ha de comprobar por experiencia qué
es vivir con él y como él.
 
 
 
SIN CONOCER
 
¿Dónde vives?
 
Un número grande de personas están abandonando
hoy la fe antes de haberla conocido desde dentro. A
veces hablan de Dios, pero es fácil observar que no
han tenido la experiencia de encontrarse con él en el
fondo de su corazón.
 
Tienen algunas ideas generales sobre el credo de los
cristianos. Han oído hablar de un Dios que prohíbe
ciertas cosas y que promete la vida eterna a quienes
le obedecen. Pero no conocen del evangelio mucho
más.
 
Es normal que esa idea que tienen de la fe no les
resulte atractiva. No ven qué es lo que podrían ganar
creyendo, ni qué les podría aportar el evangelio si no
es toda una lista de obligaciones, además de esa
promesa tan lejana y difícil de creer como es “la vida
eterna”. 22

 
No sospechan que la fe del verdadero creyente se
alimenta de una experiencia que desde fuera no se
puede conocer. Como todo el mundo, también los
creyentes saben lo que es el sufrimiento y la
desgracia. Su fe no los dispensa de los problemas y
dificultades de cada día. Pero en la medida en que la
viven a fondo, su fe les aporta una luz, un estímulo y
un horizonte nuevos.
 
En primer lugar, el creyente puede acoger la vida día
a día como don de Dios. La vida no es puro azar;
tampoco una lucha solitaria frente a las
adversidades. En el fondo mismo de la vida hay
Alguien que cuida de nosotros. Nadie está olvidado.
Somos seres aceptados y amados. Así dice el
Maestro Eckhart: “Si le dieras gracias a Dios por
todas las alegrías que él te da, no te quedaría tiempo
para lamentarte”.
 
El creyente conoce también la alegría de saberse
perdonado. En medio de sus errores y mediocridad
puede vivir la experiencia de la inmensa
comprensión de Dios. El hombre de fe no se siente
mejor que los demás. Conoce el pecado y la
fragilidad. Su suerte es poder sentirse renovado
interiormente para comenzar siempre de nuevo una
vida más humana.
 
El creyente cuenta también con una luz nueva frente
al mal. No se ve liberado del sufrimiento, pero sí de
la pena de sufrir en vano. Su fe no es una droga ni
un tranquilizante frente a las desgracias. Pero la
comunión con el Crucificado le permite vivir el
sufrimiento sin autodestruirse ni caer en la 23

desesperación.
 
Siempre me ha conmovido esa postura noble del
gran científico ateo Jean Rostand. “Vosotros tenéis la
suerte de creer” le gustaba repetir a sus amigos
cristianos, y añadía: “De lo que yo estoy seguro es
que me gustaría que Dios existiera”. Qué diferente
es hoy la postura de quienes teniendo todavía fe en
su corazón, la descuidan hasta perderla del todo.
 
La escena evangélica nos presenta a unos discípulos
interesados en conocer mejor el mundo de Jesús. El
Maestro les pregunta: “¿Qué buscáis?”, y ellos
contestan: “Maestro, ¿dónde vives?”. La respuesta
de Jesús es todo un programa: “Venid y lo veréis”.
No hay recetas mágicas para reavivar la fe. El
camino es buscar, entrar en contacto con Jesús y su
mensaje, y experimentar una manera nueva de vivir.
 
 
OTRA MANERA DE VIVIR
 
¿ Qué buscáis?
 
No es fácil responder a esa pregunta sencilla pero
comprometedora que Jesús hace a los discípulos:
“Qué buscáis?”.
 
La inmensa mayoría de las personas no parecen
buscar nada especial. Aceptan la vida tal como se les
presenta. Les basta vivir lo de siempre, lo de todos.
No necesitan nada más.
  24

Son pocos los que se sienten atraídos por la verdad


última del mundo y de la vida y se aventuran a
buscar el sentido profundo de su existencia.
 
Por eso, he de confesar que el nuevo libro de José
María Mendiola me ha sorprendido. “La vida es fácil»
no es el título provocativo de un libro más. Es la
experiencia y el testimonio de un hombre que ha
buscado y al que se le ha regalado «otra manera de
vivir” que pocos sospechan.
 
No es frecuente toparse hoy con alguien que «ha
despertado del sueño”, ha vislumbrado la Realidad
que se oculta tras las apariencias de nuestra
existencia y ha encontrado su único Norte en Dios.
 
Rezumando sinceridad a través de todas las páginas
de su libro, el escritor donostiarra se atreve a
decirnos que Dios es lo único que le interesa en esta
vida.
 
El que habla no es un místico que habita en el
desierto sino un hombre casado y con cinco hijos que
se pasea por las calles de Donostia. No es un santo.
Y lo quiere dejar bien sentado desde el comienzo. Se
siente más bien una persona “cargada de defectos y
apegos”, capaz de ceder a cualquier tentación
medianamente importante.
 
Lo decisivo es otra cosa. Esa presencia nueva e
insospechada de Dios, ignorado u olvidado en otros
tiempos y hoy fuente de gozo imposible de explicar a
otros con palabras y conceptos. Sin esa presencia su
vida sería hoy “como comida sin sal”.
  25

No sé cuántos entenderán al escritor. Sin confesarlo


abiertamente, tal vez serán bastantes ios que lo
envidien. Su testimonio en medio de la alarmante
superficialidad que nos rodea, me parece a mí un
verdadero regalo.
 
Los que lo lean, encontrarán en su libro “como una
flecha indicadora” y una invitación que apunta
siempre en la misma dirección: «Prueba a encontrar
a Dios ahora ».
 
Lo importante es atreverse a buscar. Estar atentos a
lo que sucede en el interior de nuestra existencia.
Despertar. Abrirnos al misterio de Dios. “Si por un
solo segundo quieres encontrarte con El, ya le has
encontrado”.
 
 
¿QUE BUSCAMOS?
 
Les preguntó: ¿Qué buscáis?
 
Las primeras palabras que Jesús pronuncia en el
evangelio de Juan nos dejan desconcertados porque
van al fondo y tocan las raíces mismas de nuestra
vida. ¿Qué buscáis?
 
No es fácil responder a esta pregunta sencilla,
directa, fundamental, desde el interior de una cultura
cerrada, como la nuestra, que parece preocuparse
sólo de los medios, olvidando siempre el fin último
de todo.
 
¿Qué es lo que buscamos exactamente? Para
algunos, la vida es «un gran supermercado» (D. 26

Sölle) y lo único que les interesa es adquirir objetos


con los que poder consolar un poco su existencia.
 
Otros lo que buscan es escapar de la enfermedad, la
soledad, la tristeza, los conflictos o el miedo. Pero,
escapar ¿hacia dónde? ¿hacia quién?
 
Otros ya no pueden más. Lo que quieren es que se
les deje solos. Olvidar a los demás y ser olvidados
por todos. No preocuparse por nadie y que nadie se
preocupe de ellos.
 
La mayoría buscamos sencillamente cubrir nuestras
necesidades diarias y seguimos luchando por ir
cumpliendo nuestros pequeños deseos. Pero, aunque
todos ellos se cumplieran, ¿quedaría nuestro corazón
satisfecho? ¿se habría apaciguado nuestra sed de
consuelo, liberación, felicidad y plenitud?
 
En el fondo, ¿no andamos lo hombres buscando algo
más que una simple mejora de nuestra situación?
¿No anhelamos algo que, ciertamente, no podemos
esperar de ningún proyecto político o social?
 
Se dice que el hombre contemporáneo ha olvidado a
Dios. Pero la verdad es que, cuando un ser humano
se interroga con un poco de honradez, no le es fácil
borrar de su corazón «la nostalgia de Dios».
 
¿Quién soy yo? ¿Un ser minúsculo, surgido por azar
en una par- cela ínfima de espacio y de tiempo,
arrojado a la vida para desaparecer enseguida en la
nada de donde se me ha sacado sin razón alguna y
sólo para sufrir? ¿Eso es todo? ¿No hay nada más?
  27

Lo más honrado que puede hacer el hombre es


«buscar». No cerrar ninguna puerta. No desechar
ninguna llamada. Buscar a Dios, tal vez con el último
resto de sus fuerzas y de su fe. Tal vez, desde la
mediocridad, la angustia o el desaliento.
 
Dios no juega al escondite ni se esconde de quien lo
busca honradamente. Dios está ya en el interior
mismo de esa búsqueda.
 
Más aún. Dios se deja encontrar, incluso, por
quienes apenas le buscamos. Así dice e1 Señor en
Isaías: «Yo me he dejado encontrar por quienes no
preguntaban por mí. Me he dejado hallar por quienes
no me buscaban. Dije: Aquí estoy, aquí estoy» (Is
65, 1-2).
 
 
¿QUE BUSCAIS?
 
¿Qué buscáis?
 
Hay preguntas enormemente sencillas y elementales,
que si nos atrevemos a escucharlas con sinceridad,
son capaces de trastocar nuestra vida entera.
 
Una de ellas es la que Jesús dirige a los dos
discípulos del Bautista que le siguen: «¿Qué
buscáis?».
 
No es fácil responder con prontitud a esta pregunta.
En definitiva, ¿qué es lo que andamos buscando cada
uno, en nuestras luchas, esfuerzos y trabajos? ¿Qué
objetivo último se esconde tras tantos proyectos,
ilusiones y anhelos humanos? 28

 
¿Buscamos cada uno algo totalmente distinto a lo
que buscan los demás? ¿Buscamos todos lo mismo?
¿Cuál es la última meta hacia la que encaminamos
nuestros pasos?
 
Probablemente, sin saber precisarlo demasiado,
muchos nos hablarían de felicidad, paz, seguridad,
plenitud, amor, reconciliación total. Los hombres
somos un deseo insaciable de algo que todavía no
poseemos. Hay en nosotros algo que quiere vivir,
vivir intensamente, vivir en plenitud, vivir para
siempre.
 
Hay algo en el hombre que no se sacia jamás con el
dinero, el sexo, el poder ni el éxito. Siempre hay «un
espacio vacío» que nos llama a seguir buscando.
 
No deja de sorprender en nuestra sociedad
occidental el número de jóvenes y adultos que se
sienten atraídos por las religiones orientales o el
budismo Zen. Hombres y mujeres que buscan en la
oración, el silencio interior y la meditación, una
experiencia que transfigure su existencia.
 
Sin duda, se trata de una reacción vital frente a una
civilización que adormece el vigor espiritual del
hombre, y frente a una sociedad tan saturada de
confort, conformismo y banalidad.
 
Y los cristianos, ¿buscamos algo? ¿Qué buscamos al
creer en Jesús? Ciertamente, no es posible
encontrarse vitalmente con Cristo si uno no adopta
una postura de búsqueda sincera. No es posible un 29

encuentro auténtico con él desde una actitud de


indiferencia, apatía e insensibilidad ante la propia
vida y la de los demás.
 
En nuestros tiempos se hace cada vez más difícil
creer en algo. La vida nos escarmienta muy pronto,
y uno no sabe ya en qué o en quién apoyar su
existencia. Se diría que sólo podemos creer en
alguien, cuando comprobamos por experiencia que
su presencia nos hace vivir.
 
Lo mismo podríamos decir de nuestra fe en Dios.
«Quién no ha querido saber si Dios existe, no como
una fuerza ciega, sino como alguien que hace vivir?
¿Quién de entre nosotros no ha deseado, al menos
alguna vez, creer porque presentía que es necesario
creer para vivir?» (Andre Briew).
 
Los cristianos de hoy nos descubriremos con gozo
como creyentes, cuando hayamos hecho la
experiencia personal de buscar a Dios, y hayamos
experimentado en lo íntimo de nuestro ser que
también hoy Dios hace vivir a quien lo busca.

********
Para colocar el pasaje en su contexto:

Este pasaje se encuentra al principio de la narración


evangélica de Juan, medida por el recorrido de una
semana, día tras día. Aquí estamos ya en el tercer
día, cuando Juan el Bautista ha comenzado a dar su
testimonio sobre Jesús, que llega a su plenitud, con
la invitación a los discípulos de seguir al Señor, al 30
Cordero de Dios. En estos días se inaugura el
ministerio de Jesús, Palabra del Padre, que
desciende en medio de los hombres para
encontrarlos y hablar con ellos y vivir en medio de
ellos. El lugar es Betania, al otro lado del Jordán,
donde Juan bautizaba: aquí se realiza el encuentro
con el Verbo de Dios y comienza la vida nueva.
Para ayudar a la lectura del pasaje:

• vv. 35-36: Juan Bautista vive una experiencia


fortísima a raíz del encuentro con Jesús: de hecho,
es precisamente aquí, al tercer día, cuando él lo
reconoce plenamente, cuando lo proclama con todas
las fuerzas y lo señala como verdadero camino que
se debe seguir, como vida, que se debe vivir. Aquí
Juan disminuye hasta desaparecer y se agiganta
como testimonio de la Luz.
• vv. 37-39: Habiendo acogido el testimonio de su
maestro, los discípulos de Juan comienzan a seguir a
Jesús; después de haber escuchado la voz, ellos
encuentran la Palabra y se dejan interrogar por ella.
Jesús los mira, los conoce y comienza su diálogo con
ellos. Él los lleva consigo, los introduce en el lugar de
su morada y les hace estar con Él. El evangelista
registra la hora precisa de este encuentro cara a
cara, de este cambio de vida entre Jesús y los
primeros discípulos.
• vv. 40-42: De repente cunde el testimonio:
Andrés no puede callar lo que ha oído y visto, lo que
ha experimentado y vivido y se convierte en
misionero, llamando a su hermano Pedro para que él
también encuentre a Jesús. Él, fijando su mirada
sobre aquel hombre, lo llama y transforma su vida;
era Simón, ahora se ha convertido en Pedro.
31

Algunas preguntas
Trato ahora de escuchar todavía mejor este pasaje,
recogiendo cada palabra, cada concepto, estando
atento a los movimientos, a las miradas. Trato de
encontrar verdaderamente al Señor en esta página,
dejándome escrutar y conocer por Él.
a) “Al día siguiente Juan estaba todavía allí”

Siento, en estas palabras, la insistencia de la


búsqueda, de la esperanza; siento la fe de Juan
Bautista que crece. Los días están pasando, la
experiencia del encuentro con Jesús se intensifica:
Juan, no ceja, no se cansa, al contrario, cada vez
está más seguro, más convencido, luminoso. Él está,
se queda. Me comparo con la figura del Bautista:
¿Soy yo uno que está, que se queda? ¿O más
bien, me retiro, me canso, me fatigo y dejo que
mi fe se apague? ¿Yo estoy o me siento, atiendo o
no espero más?.

b) “Fijando la mirada sobre Jesús”

Hay aquí un verbo bellísimo, que significa” mirar con


intensidad”, “penetrar con la mirada” y se repite
también en el v. 42, referido a Jesús, que mira a
Pedro para cambiarlo de vida. Muchas veces, en los
evangelios, se dice que Jesús fija su mirada sobre
sus discípulos (Mt 19,26), o sobre una persona en
particular (Mc 10,21); sí, Él fija para amar, para llamar,
para iluminar. Su mirada no se separa nunca de
nosotros, de mí. Sé que sólo puedo encontrar la paz
intercambiando esta mirada. ¿Cómo puedo simular
que no lo veo? ¿Por qué continuar fijando la mirada
allí y allá, huyendo del amor del Señor, que sí se ha
fijado en mí y me ha elegido? 32

c)“Siguieron a Jesús”

Esta expresión, referida a los discípulos, no significa


solamente que ellos comienzan a caminar en la
misma dirección que Jesús, sino mucho más: que
ellos se consagran a Él, que comprometen su vida
por Él, para Él. Es Él quien toma la iniciativa, lo sé y
el que me dice: “Tú sígueme”, como al joven rico (Mt
19,21), como a Pedro (Jn 21,22); pero yo
¿cómo respondo en verdad? ¿Tengo el valor el
amor, el ardor para decirle: “Maestro, yo
te seguiré adondequiera que vayas” (Mt 8,19)
confirmando las palabras con los hechos?
¿O también digo yo como aquel del evangelio: “Te
seguiré, pero deja primero que ”(Lc 9,61)?
d) “¿Qué buscáis?
Por fin el Señor pronuncia sus primeras palabras en
el evangelio de Juan y son una pregunta bien
precisa, dirigida a los discípulos que lo están
siguiendo, dirigida a nosotros, a mí personalmente.
El Señor fija su mirada sobre mí y me pide: “¿Qué
estás buscando? No es fácil responder a esta
pregunta; debo bajar al fondo de mi corazón y allí
escucharme, medirme, verificarme. ¿Qué busco yo
verdaderamente? ¿Mis energías, mis deseos, mis
sueños, mis haberes a donde se dirigen?
e) “Se quedaron con Él”
Los discípulos se quedan con Jesús, empiezan a vivir
junto a Él, a tener la casa en común con Él. Aun
más, quizás empiezan a experimentar que el mismo
Señor es su nueva casa. El verbo que aquí usa Juan,
puede significar simplemente habitar, pararse, pero
también morar en el sentido fuerte de habitar uno en
el otro. Jesús habita en el seno del Padre y nos
ofrece también a nosotros la posibilidad de habitar 33

en Él y en toda la Trinidad. Él se ofrece hoy, aquí, a


mí, para vivir juntos esta indecible, espléndida
experiencia de amor. ¿Qué decido, por tanto? ¿Me
paro también yo como los discípulos y me quedo con
Él, en Él? ¿O me voy, me sustraigo de su amor y
corro a buscar otra cosa?
f) “Y lo condujo a Jesús”
Andrés corre a llamar a su hermano Simón,
porque quiere compartir con él el don infinito que
ha recibido. Da el anuncio, proclama al Mesías, al
Salvador y tiene la fuerza de llevar consigo a su
hermano. Se convierte en guía, se convierte en
luz, vía segura. Es este un pasaje muy importante:
del encuentro y del conocimiento de Jesús, al
anuncio. No sé si estoy preparado para esto, no sé
si soy lo suficientemente abierto y luminoso para
hacerme testigo de Él, que se me ha revelado con
tanta claridad. ¿Tengo quizás miedo, me
avergüenzo, no tengo fuerzas, soy perezoso, soy
un pasota?
Una clave de lectura
El Cordero de Dios:

En el v. 36 Juan anuncia a Jesús como el cordero


de Dios, repitiendo el grito ya emitido antes, el día
anterior: “He aquí el cordero de Dios que quita el
pecado del mundo”. La identificación de Jesús con
el cordero está rebosante de alusiones bíblicas,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
El cordero aparece ya en el libro del Génesis, en el
cap. 22, en el momento del sacrificio de Isaac; Dios
provee un cordero, para que sea ofrecido como
holocausto en vez del hijo. El cordero desciende del
cielo y toma sobre sí la muerte del hombre; el
cordero es inmolado para que el hijo viva. 34

En el libro del Éxodo, en el cap. 12, se ofrece el


cordero pascual, sin mancha, perfecto; su sangre
derramada salva a los hijos de Israel del
exterminador, que pasa de casa en casa, en la
noche. Desde aquel momento todo hijo quedará
señalado, sellado, por aquella sangre de salvación.
Así viene abierto el camino de la libertad, la vía del
éxodo, para llegar a Dios, para entrar en la tierra por
Él prometida. Empieza aquí la senda, que conduce
hasta el Apocalipsis, hasta la realidad del cielo.
El elemento del sacrificio, de la degollación, del
don total acompaña constantemente la figura del
cordero; los libros del Levítico y de los Números nos
ponen delante continuamente esta presencia santa
del cordero: éste viene ofrecido todos los días en el
holocausto cotidiano; se inmola en todos los
sacrificios expiatorios, de reparación, de
santificación.
También los profetas hablan de un cordero
preparado para el sacrificio: oveja muda, esquilada
sin abrir siquiera la boca, manso cordero conducido
al matadero (Is 53,7; Jer 11,19). Cordero sacrificado
sobre el altar, todos los días.
En el evangelio, es Juan el Bautista el que anuncia y
descubre a Jesús como verdadero cordero de Dios,
que toma sobre sí el pecado del hombre y lo borra
con la efusión de su pura y preciosa sangre. Es Él, de
hecho, el cordero inmolado al puesto de Isaac; es Él
el cordero asado al fuego la noche de Pascua,
Cordero de la liberación: es Él el sacrificio perenne al
Padre, ofrecido por nosotros; es Él el siervo sufridor,
que no se rebela, no recrimina, sino que se entrega
silencioso por nuestro amor. San Pedro lo dice
claramente: “Vosotros estáis liberado de vuestra
conducta gracias a la sangre preciosa de Cristo, 35

como cordero sin defecto y sin mancha (1 Pet 1,19).


El Apocalipsis revela todo sobre el Cordero. Es Él el
que puede abrir los sellos de la historia, de la vida de
cada hombre, del corazón escondido, de la verdad
(Ap 7,1.3.5.7.9.12.;8,1), es el vencedor, aquél que se
sienta sobre el trono (Ap 5,6), es él el rey, digno de
honor, alabanza, gloria, adoración (Ap 5, 12) Es Él el
Esposo, que invita a su banquete de bodas (Ap
19,7); es la lámpara (Ap 21,23), el templo (Ap
21,22), el lugar de nuestro descanso eterno; Él es el
pastor (Ap 7,17), al que seguiremos adonde vaya (Ap
14,4).
Ver:

En este pasaje encontramos por cinco veces


expresiones referentes al ver, al encuentro de las
miradas El primero es Juan, que tiene ya el ojo
habituado a ver en lo profundo y a reconocer al
Señor que viene y pasa; él debía dar testimonio a la
luz y por esto tiene los ojos iluminados por dentro.
En efecto, junto al río Jordán, él ve al Espíritu
posarse sobre Jesús (Mt 3,16); lo reconoce como
cordero de Dios (Jn 1, 29) y continuó mirando y
fijando la mirada (v. 36) sobre Él para señalarlo a los
discípulos. Y si Juan lo ve así, si es capaz de penetrar
las apariencias, significa que ya antes había sido
alcanzado por la mirada de Jesús, ya antes había
sido iluminado. Como somos también nosotros.
Apenas la mirada del testigo se apaga, se consigue
la luz de los ojos de Cristo. En el v. 38 se dice que
Jesús ve a los discípulos que lo siguen y el
evangelista usa un verbo muy bello, que significa
“fijar la mirada sobre alguno”, “mirar con
penetración e intensidad”. El Señor obra
verdaderamente así con nosotros: Él se vuelve hacia 36

nosotros, se acerca, toma en serio nuestra


presencia, nuestra vida, nuestro caminar en pos de
Él y nos mira, a lo largo, sobre todo con amor, pero
también con intensidad, con detención, con profunda
atención. Su mirada no nos deja nunca solos. Sus
ojos están fijos dentro de nosotros; están
estampados en nuestras entrañas, como canta San
Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual.
Y después el Señor nos invita a abrir a su vez
nuestros ojos, a comenzar a mirar de verdad; dice:
“Venid y veréis”. Cada día nos lo repite, sin cansarse
de dirigirnos esta invitación tierna y fuerte,
rebosante de promesas y de dones. “Vieron donde
moraba”, anota Juan, usando un verbo algo diverso,
muy fuerte, que indica un ver profundo, que va más
allá de las superficies y contactos, que entra en la
comprensión, en el conocimiento y en la fe de lo que
se ve. Los discípulos – y nosotros con ellos, en ellos
– vieron, aquella tarde, donde moraba Jesús, o sea
comprendieron y conocieron cual era su verdadera
casa, no un lugar, no un espacio …
De nuevo vuelve el verbo gramatical del principio.
Jesús fija su mirada sobre Simón (v.
42) y con aquella luz, con aquel encuentro de ojos,
de almas, lo llama por el nombre y le cambia de
vida, lo vuelve un hombre nuevo. Los ojos del Señor
están también abiertos sobre nosotros y nos lavan
de las obscuridades de nuestras tinieblas,
iluminándolos de amor; con aquellos ojos Él nos está
llamando, está haciendo de nosotros una nueva
creación, está diciendo: “Sea la luz” y la luz fue.

Permanecer – morar:

Este es otro verbo importantísimo, fortísimo, otra 37

perla preciosa del Evangelio de Juan. En nuestro


pasaje se encuentra tres veces, con dos significados
diversos: habitar y permanecer. Los discípulos
preguntan inmediatamente a Jesús dónde vive Él,
dónde está su casa y Él los invita a caminar, a
entrar, a quedarse. “Se quedaron con Él aquel día”
(v.39). No es un quedarse físico, temporal; los
discípulos no son sólo huéspedes de paso, que
pronto se irán. No, el Señor les da espacio en su
lugar interior, en su relación con el Padre y allí los
acoge para siempre; pues dice: “Como tú, Padre,
estás en mí y yo en ti, estén también ellos en
nosotros.... yo en ellos y tú en mí ” (Jn 17,21.23).
Nos deja entrar y entra; nos deja tocar en
la puerta y toca Él mismo; nos hace morar en Él y
pone en nosotros su morada junto al Padre (Jn
14,23). Nuestra llamada a ser discípulos de Cristo y
para ser sus anunciadores ante nuestros hermanos
tiene su origen, su fundamento, su vitalidad,
precisamente aquí, en esta realidad de la recíproca
inhabitación del Señor en nosotros y de nosotros en
Él; nuestra felicidad duradera y verdadera surge de
la realización de este nuestro permanecer. Hemos
visto donde Él vive, hemos conocido el lugar de su
presencia y hemos decidido permanecer con Él, hoy
y por siempre.
“Permaneced en mí y yo en vosotros ... Quien
permanece en mí y yo en él lleva mucho fruto ... Si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid lo que queráis y os será dado ...
Permaneced en mi amor” (Jn 15)
¡No, no iré a ningún otro, no me refugiaré en otro
lugar sino en Ti Señor, mi morada, mi lugar de
salvación! Permite, te ruego, que yo permanezca
aquí, junto a ti, por siempre. Amén. 38

LA VOCACIÓN DE CADA UNO


(Fray Marcos)
Jn 1, 35-42

CONTEXTO

No tengo claro por qué inserta la liturgia este


evangelio de Juan, cuando ya hemos comenzado la
lectura de Marcos. Sobre todo viendo que el próximo
domingo nos narrará el mismo Marcos el
llamamiento de los primeros discípulos por parte de
Jesús. Tal vez pretenda que apreciemos el contraste
entre un comienzo y otro. Pero a continuación de lo
que hemos leído, Jesús mismo llama a Felipe, como
hará con todos en el relato de Marcos.

Debemos recordar que el evangelio de Juan es un


escrito esotérico, críptico, cifrado, que dice mucho
más de lo que aparentemente dice, siempre que
manejemos las claves.
· En los versículos anteriores a lo que hemos leído,
acaba de presentar a Jesús como el "cordero de Dios
que quita el pecado del mundo" e Hijo de Dios.

· En lo que hemos leído, comienza recordando el


cordero de Dios, pero sigue poniendo en boca de los
distintos personajes otros títulos de Jesús: "Rabí",
"Mesías".
39

· En los que siguen y no hemos leído, se refiriere a


"aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas",
para terminar diciendo Natanael: "Tú eres el 'Hijo de
Dios', tú eres el 'Rey' de Israel". Por fin, el mismo
Jesús habla del "Hijo de Hombre".

Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al


principio de su evangelio, para que nadie se llame a
engaño sobre la idea que tiene de Jesús.
Naturalmente es una reflexión pospascual de una
comunidad de finales del siglo I.

EXPLICACIÓN

"Este es el cordero de Dios". El cordero pascual no


tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la
liberación de la esclavitud, al recordar la liberación
de Egipto.

El que quita el pecado del mundo no es el que carga


con nuestros crímenes, sino el que vine a eliminar la
injusticia del mundo. No viene sólo a impedir que se
cometa, sino a evitar que el que la sufra, sea
anulado como persona, que es lo que persigue el
opresor.
En el evangelio de Juan, el único pecado es la
opresión. Hay que estar muy atento para descubrir
que no solo condena al que oprime, sino que
denuncia también la postura del que se deja oprimir.
Esto último no lo hemos tenido muy claro los
cristianos, que incluso hemos predicado el
conformismo y la sumisión, apelando a un más allá
donde se cambiarán las tornas. 40

Jesús exige una actitud beligerante (no violenta)


contra el opresor y contra la pasividad del oprimido
que permite su anulación como persona. Siempre del
lado del oprimido, ayudándole a salir de su opresión,
aunque siga ahí el opresor.

La frase del Bautista no es suficiente para justificar


la decisión de los dos discípulos. Para entenderla
tenemos que pensar en un conocimiento más
profundo de lo que Jesús es. Antes había dicho que
Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús
pasaba. Nos está indicando que le adelanta, que
pasa por delante de él. "El que viene detrás de mí..."

"Siguieron a Jesús" indica mucho más que ir detrás


de él, como hace un perro siguiendo a su dueño.
"Seguirle" es un término técnico en el evangelio de
Juan. Significa el seguimiento de un discípulo, que va
tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere
vivir como él vive. "Quiero que también ellos... estén
conmigo donde estoy yo" (17,24). Es la manera de
vivir de Jesús lo que les interesa y es eso lo que él
les invita a descubrir.
¿Qué buscáis? La verdadera relación no puede
comenzar hasta que Jesús se da la vuelta y les
interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan
quiere dejar claro que hay maneras de seguir a Jesús
que no son las adecuadas.

La pregunta "¿Dónde vives?" aclara la situación;


porque no significa el lugar o la casa donde habita
Jesús, sino la actitud vital de éste. ¿En qué marco 41

vital te desenvuelves? Porque nosotros queremos


entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la
vida, en la esfera de lo divino.

Tampoco le preguntan por su doctrina sino por su


vida. No responde con un discurso, sino con una
invitación a la experiencia. A esa pregunta no se
puede responder con una dirección de correos. Hay
que experimentar lo que Jesús es.

¿Dónde moras? Es la pregunta fundamental que todo


cristiano debía de hacerse. ¿Qué puede significar
Jesús para mí hoy? Nunca será suficiente la
respuesta que otro haya dado a través de los veinte
siglos de cristianismo. Jesús es algo único e
irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde
una perspectiva única e irrepetible, la mía. La
respuesta dependerá de lo que busque en Jesús.

"Venid y lo veréis". Así podemos entender la frase


siguiente: "Vieron dónde (cómo) vivía y aquel mismo
día se quedaron a vivir con él" (como él).

No tiene mucho sentido la traducción oficial (y se


quedaron con él aquel día), porque el día estaba
terminando (eran las cuatro de la tarde).
Los dos primeros discípulos todavía no tienen
nombre: representan a todos los que intentan pasar
al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús.

"Serían las cuatro de la tarde", no es una referencia


cronológica, no tendría la menor importancia. Se
trata de la hora en que terminaba un día y
comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el 42

cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos


está diciendo que algo está a punto de terminar y
algo muy importante está a punto de comenzar. Se
pone en marcha la nueva comunidad, el nuevo
pueblo de Dios que permite la realización cabal de
hombre. Son modelo del itinerario que debe seguir
todo discípulo de Jesús.

Lo que "vieron" es tan importante, que les obliga a


comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano
Simón para que descubra lo mismo. Hablándole del
"Mesías" (Ungido) hace referencia a la bajada y
permanencia de Espíritu sobre Jesús en el bautismo.

"Fijando la vista en él". Lo mismo que Juan había


fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante
de la persona. Manifiesta mucho más que una simple
visión. Se trata de un conocimiento profundo e
interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción
que han tomado los otros dos, pero muy pronto va a
hacer honor al apodo que le pone Jesús: "Cefas",
piedra, "testarudo"; que se convertirá en fortaleza,
una vez que se convenza.

APLICACIÓN
Hacíamos hincapié el domingo pasado en la
búsqueda, como actitud irrenunciable para poder
encontrar a Dios, que es un Dios escondido. Hoy
vemos desarrollada esa idea en la actitud de los dos
discípulos que siguen a Jesús.

En la Biblia, se describen, de una manera aparatosa,


distintas vocaciones de personajes famosos. Eso nos 43

puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa


manera, no hay vocación.

En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no


cómo actúa Dios, sino cómo respondieron ellos y
cómo tenemos que responder nosotros. El joven
Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni
siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando
lo descubre se abre totalmente a su discurso. Lo
mismo los dos discípulos, buscan en Jesús la
manifestación de Dios y la encuentran.
Inmediatamente comunican a los demás su
descubrimiento.

Muy interesantes son también las posturas de Elí y


Juan. Saben quedarse al margen y conducir con
suavidad a los demás hacia la experiencia de Dios. El
verdadero maestro evita todo protagonismo; deja a
Dios ser Dios sin mediatizarlo y deja a cada ser
humano que responda personalmente a la
manifestación de Dios.

El encuentro sólo se produce cuando no hay


intermediarios. El intermediario me llevará siempre
al ídolo, no a Dios. Aquí tienes la clave para
distinguir el verdadero, del falso director espiritual.
Dios no llama nunca desde fuera. La vocación de
Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el
instante mismo en que empiezo a existir, soy
llamado por Dios para ser lo que mi propio ser me
exige.

En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos


para la construcción de mi existencia. Dios no nos 44

llama en primer lugar a desempeñar una tarea


determinada, sino a una plenitud de ser. No somos
más por hacer esto o aquello.

Es una pena que el término "vocación" haya quedado


restringido a la vida sacerdotal o religiosa. Todos
estamos llamados a desplegar lo mejor de nosotros
mismos. Aquel estado para el que tengo mejores
aptitudes personales, es el que Dios quiere para mí.

La vocación última es la misma para todos. Es un


disparate decir que uno tiene vocación si con ello
damos a entender que otro no la tiene. La
singularidad de cada uno, obliga a que el camino que
tenemos que recorrer sea distinto. Todos debemos
llegar a la cima de la montaña, pero cada uno desde
el punto de la ladera en que se encuentra.

Cuando se trata de elegir un género de vida, no


tengo que esperar que Dios me diga lo que quiere de
mí. Tengo que examinar mi propio ser y descubrir
qué camino será para mí más adecuado. Descubrir el
camino por el que yo puedo llegar más lejos en
dirección a mi plenitud, es descubrir mi vocación.
Para descubrirlo seguramente que necesitaré ayuda.
Cualquier camino que emprendamos tiene
limitaciones, pero salvo excepciones, siempre será
más práctico seguir adelante por él, que volver a
empezar para caminar por otro.

No existe el camino perfecto, ni falta que hace,


porque lo importante es que me vaya acercando a la
cumbre. Si no he acertado con el camino, me costará 45

más, pero puedo seguir avanzando. Solo ante un


obstáculo insalvable, tendré que retroceder y
rectificar.

Meditación-contemplación

¿Qué buscáis?
El primer paso en la vida espiritual está en saber lo
que busco.
Aunque no puedes saber lo que vas a encontrar,
tienes que tener bien clara la dirección en la que
debes ir.
No busques seguridades, ni tranquilizar tu
conciencia.

.....................

¿Dónde moras?
Descubre el ámbito donde Jesús desplegó su
humanidad.
Cómo armonizó en una sola realidad, lo humano y lo
divino.
Cómo se identificó plenamente con Dios y con el
hombre
................
Venid y lo veréis.
Lo que es Jesús no se puede aprender
intelectualmente.
Sólo lo descubrirás por la experiencia interior.
Viviendo lo que él vivió y amando lo que él amó.
Pasando de la materia al Espíritu,
de la tiniebla a la luz, de la muerte a la Vida.
46

DISCERNIR LAS LLAMADAS DE DIOS


 
           Vaya por delante que la reflexión que sigue
no se refiere exclusivamente a los jóvenes, ni sólo a
una «vocación» o estado de vida. Se refiere a todas
las llamadas del Señor, en todos los momentos de la
vida, y probablemente no sólo «una vez».
     La primera lectura nos presenta al
joven Samuel, y esa «inquietud» interior que Dios le
hace sentir varias veces, hasta que consigue de él la
respuesta deseada.
   • Está en el Templo, al ladito mismo de Dios,
«donde estaba el arca de Dios». Como si
dijéramos «pegado al Sagrario». Habrá dado mil
vueltas por los alrededores del arca. Habrá estado
presenciado muchas ceremonias en el Santuario, y
habrá visto a muchas personas orando en aquel
lugar sagrado... Pero él «NO CONOCÍA TODAVÍA
AL SEÑOR, porque no le había sido revelada su
Palabra». 
     Es sorprendente que este joven, que habría
servido ya varios años en el Templo, no conociera
todavía al Señor.  Sus padres lo habían consagrado
al servicio del Templo, agradecidos a Dios por ese
hijo por el que tanto habían suspirado. En el
lenguaje bíblico «conocer» indica una experiencia
íntima, un abandono convencido e incondicional en
los brazos de la persona amada (y también de Dios),
así que no es tan extraño que Samuel, aun sirviendo
en el templo del Señor, no hubiera tenido todavía
esa experiencia personal e íntima, y por tanto no le
hubiera dado su plena adhesión, su completa
disponibilidad para colaborar en la obra de la
salvación. 47

     Y la razón de esta carencia está en que


«desconoce» su Palabra. Lo cual puede significar
dos cosas: Que todavía no le suena, no la ha leído,
no la ha escuchado, no le ha prestado atención... ...
O bien, que no ha descubierto que esa Palabra
«tiene que ver con él», que le afecta, que está
«viva». 
     Pongamos un ejemplo: Es como si nosotros, al
escuchar hoy esta primera lectura, hubiéramos
pensado: ¡mira qué cosas pasaron hacen miles de
años! ¡Mira qué experiencia tan curiosa tuvo el
bueno de Samuel! ¡Hoy no pasan estas cosas! Nadie
oye las «voces» del Señor. Pero si la Biblia ha
conservado esta experiencia es para iluminarnos,
para ayudarnos a interpretar nuestras propias
vivencias. No se trata de un caso aislado. En esta
«historia» se está hablando de ti y de mí. Y por eso
hemos dicho después de leerla: «Palabra de Dios»:
Dios nos ha hablado, hemos «oído» su voz. Pero
quizá nos ocurra como a Samuel: no hemos sabido
entenderla, no nos hemos sentido aludidos...
   • Samuel está escuchando una llamada, y no ha
descubierto todavía que esa llamada proviene de
Dios... y se dirige a lugares equivocados y a
personas equivocadas. No vayamos a pensar que
Samuel realmente estuviera «oyendo voces» de
Dios. El Autor Sagrado están intentando describir o
«escenificar» una experiencia interior, personal...
que nadie más podría «oír». 
     Cuando tú estás en silencio en medio de la
noche, o en cualquier lugar recogido, sin
distracciones, en la presencia de Dios, repasando lo
que has visto, oído, sentido, al cabo del día... puedes
«ver» con cierta claridad que «te falta algo», que no
estás tranquilo, que no te sientes satisfecho, que 48

tienes que hacer algún cambio, tomar una decisión,


dar algún paso concreto, que tienes que responder a
una petición, que estás inquieto...  Te pasa como a
Samuel. Y como le pasó a Andrés o Pedro:
Necesitaban y esperaban algo más, distinto de lo que
ha hacían o tenían. No es Juan Bautista, ni se trata
de conformare echando las redes en el mar de
Galilea,como siempre, ni es acudir al Templo... Pero
ellos sí que acertaron con la persona y lugar
adecuados. 
     Cada cual podría analizar dónde está yendo para
dar respuesta a esas llamadas interiores. Porque tal
vez nos podamos estar confundiendo de personas,
de sitio, de ocupación...  Y Dios nos hace «notar»
que quiere de mí otra cosa... 
   • Samuel no es capaz de reconocer o encontrar
por sí mismo al Señor. Tampoco Andrés y el discípulo
amado son capaces por su cuenta de descubrir quién
es el verdadero y único Maestro. Necesitan «guías»
o mediadores que hayan tenido esa experiencia.
Personas que orienten sus pasos por caminos que
ellos han recorrido antes y siguen recorriendo
todavía. En una palabra: Maestros de vida, personas
con «experiencia de Dios». Así Elí enseñará a Samuel
la actitud de disponibilidad y el modo de escuchar la
Palabra que está «oyendo». Y Juan Bautista invitará
a dos de sus discípulos a marcharse de su lado para
que «convivan» con el Señor al menos durante un
día. Hace falta, por tanto, salir de la comodidad de
«la cama», de mi barca y mis redes, de mi «grupo
de siempre», de mis costumbres y mis oraciones de
siempre... para encontrarse con el Señor... donde el
Señor está, donde Él «vive», donde él va, con los
que él prefiere estar.
   • Los llamados, los que ya han tenido la 49

experiencia de «conocer» aunque sólo sea un


poquito más, se convierten en «llamadores». Esa ha
sido la tarea de Elías, de Juan Bautista, y de los dos
primeros discípulos de Jesús: «Hemos encontrado
al Mesías»... y llevaron (a Pedro en este caso)
hasta Jesús. Ellos han sido los responsables de que
otros se encuentren con Dios y le respondan. 
     Por eso es indispensable que todo cristiano hable
y comparta con otros hermanos su experiencia de
haber encontrado al Mesías, de haber pasado «todo
un día con él», de haber escuchado su llamada, de
haber tenido que hacer sus renuncias para hacer
posible el encuentro, de haber sentido cómo puso en
él su mirada para encomendarle alguna tarea...
   • Por último: Quiero subrayar que Dios Padre y su
Hijo Jesucristo «necesitan» siempre de
colaboradores a tiempo pleno para sacar adelante su
proyecto de vida. Ni el Padre ni el Hijo hacen las
cosas ellos solos, y por eso derraman continuamente
su Espíritu en nuestros corazones. Cuando hay tanto
que hacer en la Iglesia y en el mundo, y cuando hay
tantas cosas que no se hacen... ¿no será que no
estamos escuchando la Palabra, que no acudimos a
algún maestro de vida, que no nos levantamos «de
la cama», que no salimos de nuestras redes, que no
damos la respuesta adecuada a nuestras inquietudes
interiores...? Cada oración que dirigimos a Dios
pidiéndole algo, tiene que ir acompañada
necesariamente de otra oración: «Habla, Señor,
que tu hijo escucha», «aquí estoy, Señor, para
hacer tu voluntad...». Porque orar no es esperar
que Dios arregle nuestras cosas, sino ponernos en
sus manos para que Él pueda arreglarlas.
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