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El Gobierno de Alfonsín

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El Gobierno de

Alfonsín

Historia
Argentina

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El gobierno de Alfonsín.
Crisis del estado de Bienestar 4

Para fines de 1985, la drástica reducción de la inflación lograda por el Plan


Austral, potencia las adhesiones hacia la gestión gubernamental.

En las elecciones parlamentarias de noviembre la UCR se impone con el


43,2% de los votos, frente al 34,3% de los peronistas, que en la provincia de
Buenos Aires han concurrido divididos y en esta especie de “interna abierta”, los
renovadores duplican los resultados del PJ oficial.

El triunfo electoral refuerza el prestigio de Alfonsín. En el plano interno,


conduce al partido radical hacia una creciente marginación de los cargos claves
en el Poder Ejecutivo y, concomitantemente, de la toma de decisiones, ya que
tampoco el bloque parlamentario adquiere protagonismo propio. Las decisiones
importantes son hegemonizadas por el Presidente (que también preside al
partido, rompiendo una larga tradición radical) y su grupo más cercano, incluida
la designación de quien sería el candidato a sucederlo

A medida que el gobierno se orienta hacia acuerdos con los


grandes grupos económicos, proyecta privatizaciones y negocia con el
poder militar, se va produciendo una desmovilización, sobre todo, de
aquellos sectores que habían sido convocados por el alfonsinismo. La
forma en que se estructura el régimen político no facilita la
movilización ni la institucionalización de una sociedad civil
desarticulada y replegada defensivamente durante tantos años de
dictadura.

En el plano de la política interpartidaria, el alfonsinismo


pareciera subestimar el peso político y la capacidad de reacción del
peronismo. Interpreta los resultados electorales de 1983 y 1985 como
la disgregación de esta fuerza política, e intenta sentar los cimientos
para un “tercer movimiento histórico” a partir de la cooptación de
parte de sus miembros, que alcanza su mayor expresión con la
incorporación a comienzos de 1987 al gobierno del “grupo de los 15”,
los grandes sindicatos tradicionalmente conciliadores con el poder.

Sin embargo, los resultados electorales muestran la persistencia de una


base electoral importante para el justicialismo, incluso en 1983 y 1985. Sus
dirigentes acentúan sus rasgos opositores, más allá de eventuales acercamientos
de algunas figuras. Es la respuesta defensiva lógica, aunque exacerbada, ante un
radicalismo que cayó en la tentación hegemonista, por sobre la elaboración de un
pacto que no sólo asegurara la democracia, sino que además permitiera procesar
políticamente las transformaciones que la economía argentina necesitaba
realizar para salir de su desfasaje histórico.

En 1987 el gobierno además de las críticas que recibe por la ley de


Obediencia Debida, sufre el desgaste por la reaparición de la inflación. En las
elecciones a gobernadores y diputados nacionales de septiembre, el peronismo
4
Basado en Romero Luis A. Op. Cit. y apuntes de clases de las cátedras de
Estado Sociedad y economía 1930-1997 y de Historia Social General, de la UNQ,
Bernal, 2000. Sidicaro Ricardo, La crisis del estado y los actores políticos y
socioeconómicos en la Argentina (1989 – 2001). Bs. As., Eudeba, 2006,
Introducción, capítulos 1 y 2.
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logra una amplia victoria electoral (para los cargos legislativos, el PJ obtiene el
41,4%, frente al 37,2% que cosecha la UCR), arrebatándole a la UCR las
gobernaciones de Buenos Aires (triunfo de Antonio Cafiero), Entre Ríos,
Mendoza, Misiones y Chubut. El radicalismo, además, pierde el quórum propio
en la Cámara de Diputados.

El peronismo renovado había usufructuado el clima de protesta


social liderado por Saúl Ubaldini, para lo cual irá radicalizando sus
propuestas. Sin embargo, más allá de algunos proyectos progresistas
que desarrollarán al comienzo de la gestión de Cafiero en la provincia
de Buenos Aires (por cierto, algunos abortados rápidamente, y otros
que languidecen), esta línea no cuaja en una verdadera renovación
ideológica que recupere las tradicionales banderas peronistas y las
actualice en propuestas viables para la Argentina de entonces.

Finalmente, toda esta embrionaria experiencia naufraga con el


triunfo de Menem en la interna por la candidatura presidencial del
justicialismo y con el rápido abandono del “barco” renovador a favor
del menemismo, por parte de la mayoría de sus más destacados
dirigentes políticos.

Si, a pesar de las tensiones entre el alfonsinismo y la renovación peronista,


se habían logrado consensuar algunas políticas impositivas y de legislación
laboral-sindical, la situación pre-electoral, con Menem como candidato, impedirá
casi todo diálogo constructivo entre los dos partidos mayoritarios.

También en relación con la reforma de la Constitución Nacional el


peronismo reacciona unánimemente ante lo que interpretan como otro intento
hegemonista. Alfonsín no instala en el Congreso la cuestión de la reforma
constitucional, sino que crea un consejo de notables. En vez de “despolitizarse”,
el tema se convierte en otro punto de cerrada oposición hacia el gobierno. Algo
similar ocurrirá con el proyecto de traslado de la Capital a la ciudad de Viedma-
Carmen de Patagones.

La coyuntura de 1989: hiperinflación y triunfo peronista

En abril de 1988, frente a la combinación de los bajos precios


internacionales con una cosecha escasa, el gobierno decide suspender el pago de
los intereses de la deuda externa, sin realizar declaraciones públicas al respecto.
Luego, con tratativas reservadas y complejas que aprovechan las crecientes
diferencias de estrategias entre el Banco Mundial y el FMI, logra frenar las
reacciones contrarias a nuestro país, al menos hasta comienzos de 1989.

En agosto, ante la aceleración de la inflación (desde septiembre de 1987 los


precios minoristas habían subido un 440 %) se lanza el Plan Primavera: una
política concertada de precios, un mercado cambiario desdoblado (que implica,
nuevamente, una retención encubierta en perjuicio del sector agropecuario), y
salarios fijados libremente por convenciones colectivas de trabajo.

El nuevo plan logra reducir la tasa de inflación, pero no consigue que


mejore la evaluación sobre la gestión económica. Además, surge una grave
distorsión cambiaria que, junto con otros factores, conduce a las puertas de una
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situación hiperinflacionaria. Los exportadores comienzan a negarse a liquidar


divisas a la tasa de cambio oficial.

La sequía que afecta a la región pampeana reduce la cosecha, y el cambio


de gobierno norteamericano cierra los canales de negociación y de apoyo
financiero.

El 6 de febrero, luego de utilizar la totalidad de sus reservas para defender


el Austral (cerca de 2.000 millones de dólares), el Banco Central se retira del
mercado cambiario, y comienza un alza constante del dólar, que activa una
espiral inflacionaria: alta demanda de dólares-escasez de moneda local-suba de
las tasas de interés-incremento de expectativas inflacionarias-reducción de la
actividad productiva.

El gobierno responde con marchas y contramarchas, entre


otras, el candidato radical, Eduardo Angeloz, reclama y obtiene la
renuncia del Ministro de Economía, medida que sólo contribuye a
agravar la situación. La recaudación impositiva se desmorona, ante
anuncios del justicialismo de una futura moratoria. Por su parte, las
asociaciones empresarias rompen su alianza con el gobierno y se
consideran liberadas del acuerdo de precios, mientras que el Banco
Mundial suspende el desembolso de créditos. La inflación de abril es
del 33 % y la de mayo, del 79 %.

Los dos principales contendientes


en la disputa presidencial muestran
perfiles muy diferenciados. Carlos
Menem se presenta como un caudillo
federal que promete la “revolución
productiva”, el “salariazo”, la “unidad
latinoamericana” y la “recuperación de
las Islas Malvinas”. Sin brindar
mayores definiciones sobre sus
propuestas, trata de recrear la mística
populista, sobre todo a través de su
persona.

Recorre las barriadas populares del país en un vehículo especialmente


preparado a la vez que logra que su discurso suene más auténticamente peronista
que aquél racionalista y republicano que había elaborado la renovación, inclusive
a pesar de diluir las banderas tradicionales del justicialismo.

Eduardo Angeloz, en cambio, aparece como un político más clásico, con un


perfil de radical “alvearista”, que con su “lápiz rojo” viene a suprimir todas las
actividades deficitarias del Estado, en sintonía con el creciente discurso
neoliberal.

En el contexto hiperinflacionario descripto, puede juzgarse como aceptable


la performance de Angeloz en las elecciones del mes de mayo, cuando obtiene el
36,9% (32,4% por la UCR y 4,5% por una confederación de partidos provinciales
de centro-derecha), frente al 47,3% del candidato justicialista. En tercer lugar se
ubica la Alianza de Centro (hegemonizada por la UCEDE) con el 6,2% de los
sufragios (para Diputados Nacionales alcanza el 9,5%) y en el cuarto puesto se
encuentra la Izquierda Unida con el 2,4% (habiendo logrado el 3,4% para
legisladores).
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El vacío de poder que se profundiza luego de las elecciones dispara la


inflación a niveles inéditos, incluso en nuestro país. Entre el 15 de mayo y el 8 de
julio el dólar subió de 100 australes a 700. Los comercios remarcan los precios
varias veces en el día o directamente retiran la mercadería, ante el temor de que
los ingresos no alcancen los costos de reposición. Los asalariados tratan de gastar
sus sueldos lo antes posible, mientras que los sectores más humildes
protagonizan saqueos de supermercados y comercios minoristas.

El gobierno acusa, sin fundamentos, a la “ultra-izquierda”. Se viven


momentos de gran tensión en los cordones más pobres de las grandes ciudades, e
incluso en los barrios pobres se teme la violencia de sus vecinos más marginados.
El tejido social ha llegado a un punto de debilitamiento casi total.

Frente a esta situación, y ante declaraciones del presidente electo de que


está en condiciones de asumir el poder, Alfonsín presenta su renuncia, y el 8 de
julio se efectiviza el traspaso anticipado de la Presidencia. De este modo, se
desvanece el sueño de una sociedad en la que sea la política la que organice la
economía, aun con claras concesiones a la fracción más concentrada del capital
nacional y con alianzas con capitales externos.

Evidentemente se ha sobrestimado la capacidad del sistema


democrático para subordinar a los actores económicos, sin efectuar
mayores transformaciones a las reglas de juego capitalista. El
esquema de relación Estado-mercado vigente desde mediados de
siglo se ha deteriorado hasta niveles cercanos a su extinción (por una
multiplicidad de factores ya comentados, entre los que se destaca el
creciente poder de los grandes grupos económicos y el debilitamiento
de la capacidad institucional del Estado argentino).

Durante los primeros años de democracia, paulatinamente


había crecido un “sentido común” favorable a una reorientación
radical del modelo. A la vez, los intentos de “modernizar” esta
relación por parte del alfonsinismo, han carecido del apoyo unánime
de los sectores subalternos, que habían salido no sólo debilitados
sino también fragmentados del proceso regresivo implementado por
la dictadura militar.

El caos económico y social con que finaliza el alfonsinismo, no


tiene efectos sólo sobre esta fuerza política, sino que opera también
como un “disciplinamiento” de la sociedad por parte del mercado
(“golpe de mercado”). Tal como didácticamente y sin resquemores lo
desarrolla un titular del diario más vinculado a los intereses
financieros.

El derrumbe de la capacidad de gestión estatal contribuye a una


mayor aceptación de una reducción drástica de las esferas de acción y
regulación estatales, que permite sentar las bases de la nueva
vinculación Estado-mercado.

De la doble tarea que enfrentaba la transición a la democracia en la


Argentina, transformar un régimen político y poner los basamentos de un nuevo
régimen social de acumulación sólo la primera queda sustancialmente saldada en
el primer período presidencial.
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Un lugar importante en este proceso ha tenido la institucionalización de un


sistema de partidos políticos que acuerdan legitimidad al proceso electoral. Esta
institucionalización es particularmente importante en el caso del justicialismo,
que poseía una tradición de fuerte movimientismo y tendencias unanimistas,
identificando mayorías con “Nación” y la propia doctrina con la “Identidad
nacional”

La transición democrática. Un análisis5

Es apasionante para un historiador atreverse con la historia reciente,


según Patricia Berrotarán a cargo de la cátedra de Historia Social Argentina
en la UNQ, el periodo que estudiamos tiene lecturas interesantes que dan
cuenta de claves de análisis del período iniciado en 1983.

Por un lado en el texto de Romero se explica el desarrollo del proceso


que va de la transición a la consolidación democrática. Para ello da cuenta
del cambio en el sistema político a través de un fuerte bipartidismo y dentro
de este la emergencia de un radicalismo que desde el alfonsinismo logra
“desbarrancar” por primera vez electoralmente al peronismo en comicios
libres.

Triunfo que está vinculado con el mérito de poner en primer plano la


constitución del estado de derecho que otros dirigentes políticos habían
rechazado por banal.

Durante los primeros años del gobierno de Alfonsín,


emergieron los reclamos y las luchas reivindicativas que habían
permanecido ahogadas por la dictadura y a su vez surgieron
nuevas demandas, muchas de ellas vinculadas con las
consecuencias de las acciones del terrorismo de estado; el caso
de las abuelas de plaza de Mayo, entre otros.

La movilización demostró la confianza en los partidos


políticos como instituciones representativas de los intereses
societales que de alguna u otra manera expresaban a través de
ella su consenso y apoyo en la tarea colectiva de reconstituir el
régimen democrático. Vea en el texto de Romero los datos dados
sobre número de afiliados, participación, etc.

Muchos creían que la restauración del estado de derecho


era garantía suficiente para resolver los principales problemas
del país. “Con la democracia se come, se educa y se cura” Incluso
quienes intuíamos que con eso no alcanzaba, por lo menos,
creíamos que era un buen comienzo.

El juicio a las juntas militares y el conocimiento acerca de las


aberrantes, detestables prácticas represivas aplicadas conllevaron un
rechazo de la sociedad hacia la represión ilegal y en contraposición se
generó una masiva adhesión a la legalidad democrática. La preocupación
por el funcionamiento de las instituciones y el respeto por las reglas del
juego democrático ocuparon un lugar central en la agenda de gobierno y de
la sociedad civil.

5
Basado en Romero Luis A. Op. Cit. y apuntes de clases de las cátedras de
Estado Sociedad y economía 1930-1997 y de Historia Social General, de la UNQ,
Bernal, 2000.
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La llamada antinomia entre autoritarismo y democracia, que no


estaba solamente asociada a dictadura/democracia, fue percibida por una
importante mayoría como eL problema de la sociedad argentina. Si la
sociedad apostaba a estos cambios, eran los dirigentes políticos, los
organismos de derechos humanos y los jueces, con los matices de cada caso
y las excepciones también, a quienes, en sus tareas diarias, se los reconocía
como los defensores de los valores democráticos, el respeto de los derechos
humanos así como las libertades civiles.

Esta democratización de la vida política atravesó todos los


planos de la vida social. Se normalizaron los gremios y en este
caso y podría pensarse paradojalmente, los peronistas ganaron
en ellos en contraposición a la derrota sufrida a nivel electoral ya
que era esta dirigencia quien predominaba hasta este momento
en la estructura del partido lo que se llamaba en ese entonces la
burocracia sindical pero, también, tiene otras lecturas y esta
derrota del peronismo fue campo propicio a su vez para una
modificación del mismo en lo que se llamó la renovación que
explica Romero en su texto.

Esta democratización se visualizó a su vez en otros ámbitos:


las universidades recuperaron el autogobierno, se llevó adelante
la normalización de las mismas y se expulsaron muchos
profesores cómplices de la dictadura. En este espacio como en
las escuelas se renovaron los planes de estudio, intentando
modificar los contenidos dictatoriales. Las calles de las ciudades
fueron escenario de la participación social: espectáculos
artísticos, la expansión de la actividad de organizaciones
barriales, la proliferación de nuevas revistas, acceso a libros,
películas y obras de teatro.

De alguna u otra manera demostraban la “primavera democrática


participativa” emblemática de los primeros años posteriores a la dictadura.
Podríamos diferenciar con la bibliografía tres etapas del gobierno
alfonsinista del que da cuenta el trabajo de Romero.

No obstante, al promediar el gobierno radical, la confianza y las


expectativas comenzaron a reducirse junto con los salarios vía inflación.
Poco a poco, para muchos, comenzó a quebrarse la ilusión de que el orden
democrático iría acompañado de una inevitable mejoría en las condiciones
de vida. La hiperinflación que golpeo a la sociedad y al gobierno de Alfonsín
en 1989 reforzó esta desilusión.

Paralelo a esta desilusión, fundamental, quienes habían confiado en


que el castigo a los responsables de violaciones de los derechos humanos
constituía una respuesta ética incuestionable, inamovible y que estaba más
allá de todo cálculo político, las leyes de punto final y de obediencia debida
fueron una señal de alarma que el indulto otorgado por Menem acabó por
deshacer. Otra de las desilusiones del período de transición.

Estos fueron algunos de los factores que me interesa poner sobre el


tapete, y a modo de cierre de este curso, que sirven de claves explicativas al
progresivo desencanto político y participativo que condujo a la
desmovilización social. La mayoría de la sociedad se fue alejando de la
política y el lazo de confianza que vinculaba a los políticos con la
comunidad se debilitó o claramente se quebró.
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Otros elementos contribuyeron a acentuar este proceso de reducción


de la acción política. Los partidos que antes se movían gracias al impulso y
el entusiasmo de los militantes, se fueron convirtiendo en maquinarias
electorales en la que cobraba cada vez más importancia los llamados
operadores políticos, aquellos profesionales de la política, preocupados por
ocupar espacios de poder, pragmáticos y especialistas en la negociación
entre cúpulas.

Al mismo tiempo, la imagen de los candidatos y el marketing fueron


haciendo de la política una actividad de especialistas y de técnicos:
economistas, asesores de imagen, consultores, encuestadores y
comunicadores sofisticaron al mundo de la política y a la vez lo llevaron a la
escala de empresas.

Un símbolo de este cambio fue la profesionalización de las


pintadas callejeras, llevada a delante por empresas. Se acabó la
militancia de tiza y con carbón. Influyó en este proceso otros
elementos que deterioraron el funcionamiento de las
instituciones republicanas como la concentración del poder en el
Presidente Carlos Menem y la desaparición de la independencia
del poder judicial. Estos dos abordajes se encuentran bien
explicados por Romero.

Por otra parte, la difusión pública de los negociados en las


licitaciones, las sospechas sobre la venta de empresas del estado
con mecanismo poco transparente cubrieron con un manto de
sospecha a la clase política. La vida de algunos dirigentes que
aparecían en los medios de prensa: viviendas cercanas a
mansiones, sus fiestas etc., trasformaron a la política en un
espectáculo cargado de frivolidad que la argentina y los
argentinos “miraban por televisión”.

Todas estas imágenes y factores producen un quiebre con la


vieja y lejana concepción de la política como espacio de
participación popular.

Varios dirigentes sindicales vinculados al poder político de turno y


convertidos, en algunos casos, en empresarios, administradores de fondos
de las obras sociales o dirigentes de fútbol también adoptaron esta nueva
forma de hacer política y se alejaron de sus bases, lo que contribuyó a
aumentar el desprestigio de un sector importante del sindicalismo que ya se
había desacreditado por su contubernio con la dictadura militar.

A su vez se acentuó la pérdida de confianza en la justicia: la


independencia que supone el orden republicano así como la denuncia de
ilícitos y delitos de funcionarios realizados por los medios de comunicación
parecía confirmar la idea de que también la justicia se reduce a un ámbito
televisivo ya que la lentitud del poder judicial para acompañar esto llevó a
la falta de esclarecimiento y castigo a los involucrados en casos de
corrupción y que no hizo sino aumentar la sensación de impunidad que
muchos tuvimos cuando se sancionaron los indultos.

Otro elemento para explicar el desencanto por la política fue que los
partidos políticos apelaron permanentemente al miedo para obtener votos.
Durante la presidencia de Alfonsín era habitual que se intentara frenar las
demandas por una mayor equidad social apelando al peligro –real o ficticio
en este caso no importa- de que el incremento en la conflictividad social
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provocaría el retorno a ese pasado autoritario al que no se quería volver.


Menem, por su parte, utilizó el temor a la hiperinflación como método para
retener su base electoral y también ampliarla.

Por su parte, la reiteración hasta el cansancio de que el único modelo


posible era el que se desarrollaba desde los planes económicos de ajuste
aplicados desde los tiempos de Videla y Martínez de Hoz hasta los de
Menem y Cavallo, justificados por políticos e influyentes periodistas o
formadores de opinión que redujeron las expectativas de cambio y
participación.

Esto también explica la pérdida de confianza de muchos trabajadores


en las tradicionales medidas de lucha como las huelgas se popularizó “con
el paro no se gana nada” y el temor a perder el empleo o sufrir descuentos
en tiempos de desempleo y reducción salarial

La sociedad argentina atraviesa una crisis de


representación que se manifiesta en el sentimiento generalizado
de que los partidos políticos y los dirigentes no expresan ni
representan las aspiraciones de sectores sociales que
progresivamente van limitando su compromiso con la vida
pública y con la vida política en el acto de sufragar cada dos años.
Esta pérdida se relaciona cuando una dirigencia no está en
condiciones de garantizar absolutamente nada a los ciudadanos
ni siquiera lo mínimo: alimento, salud, educación y el trabajo.

Paradójicamente, está perdida de confianza en los partidos


coincide sin embargo con la consolidación de la democracia
como régimen político.

Esto podría explicarse por un conjunto de factores entre los que


sobresalen: la subordinación de las fuerzas armadas al poder político que
redujo el riesgo de una ruptura del orden constitucional; el bipartidismo
sustentado en la UCR y el PJ ya superada la antinomia peronismo anti
peronismo y la demostración de los dirigentes de desarrollar una gran
capacidad de competencia electoral pero a la vez establecer acuerdos de
mutua conveniencia como el caso del Pacto de Olivos.

La sucesión de un gobierno radical por otro justicialista, la


reforma constitucional, la reelección de Menem, el ascenso de
De la Rúa, y así como el apoyo de los organismos financieros
internacionales, aquí se entiende que
estamos explicando no planes de
coyuntura sino a las democracias en
tanto régimen político y de los Estados
Unidos a las nuevas democracias. Pero
al mismo tiempo, el bajo nivel de
participación política y la percepción de
que no es posible un modelo alternativo
al neoliberal provocó un repliegue de las
personas sobre el mundo de lo privado
en el que prevalecen valores
individuales.
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Referencias en Bibliografía
Palermo, Vicente y Novaro, Marcos, 'Breve historia de la larga crisis
argentina', en: Política y poder en el gobierno de Menem, Norma, Buenos
Aires, 1996

Quiroga Hugo, „‟ El tiempo del Proceso ‟‟, en Nueva Historia Argentina,


Tomo X, Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

Quiroga Hugo, „‟La reconstrucción de la democracia Argentina 1983-


2003 ‟‟, en Nueva Historia Argentina, Tomo X, Buenos Aires,
Sudamericana, 2000.

Romero Luis Alberto, Sociedad democrática y política democrática en


la Argentina del siglo XX. Bernal, U. N. Q., 2004. Capítulos 7 y 8

Sidicaro Ricardo, La crisis del estado y los actores políticos y


socioeconómicos en la Argentina (1989 – 2001). Bs. As., Eudeba, 2006,
Introducción, capítulos 1 y 2

Thwaites Rey, Mabel „‟Que Estado después del estatalismo. La política de


privatizaciones en la Argentina (1984-1993) ‟‟ Publicado El rediseño del
perfil del Estado. UBA, 1994.

www.uesiglo21.edu.ar

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