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La Política Colombiana de Drogas

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LA POLÍTICA COLOMBIANA DE DROGAS.

EN LA NAVE DE LOS LOCOS


Un análisis desde la construcción social del problema de las drogas

Beatriz Acevedo Holguín


INTRODUCCIÓN
A. La noción de droga
Durante el siglo XX se desarrolló un concepto de droga que como fenómeno social ha derivado en la
necesidad de ser reglamentado, al punto que hablar de política de drogas equivale a entender que existe
toda una red de discursos, acciones y presupuestos dirigidos a la atención de este tema. La connotación
de problema que tienen las drogas, amparada en el argumento de “salud pública”, hasta llegar a ser un
problema de seguridad nacional, que conduce a la actual “guerra contra las Drogas”.
Si bien esta percepción de las drogas como un problema parece ser un lugar común que no se cuestiona,
es importante recordar que dicha calificación no corresponde a un proceso antiguo o arraigado y es
relativamente reciente pues es tan solo en el siglo XX donde se propaga esta concepción, que acompaña
procesos sociales, políticos y económicos de orden mundial, confiriéndole su carácter actual.
Las drogas han estado presentes en distintos momentos del desarrollo de la humanidad, desde tiempos
antiguos. Los pioneros de la medicina en Grecia se referían a las drogas como “sustancias que provocan
grandes cambios orgánicos o en el estado de ánimo”. La delgada línea que separa al “veneno” del
“remedio” en el significado del pharmakon en la antigüedad era dada por la dosis y no existía en su
designación una separación radical entre el bien o el mal. 
Antonio Escohotado (1998) encuentra la misma raíz en los términos griegos pharmakon , que se refería al
veneno y al remedio y la palabra pharmakos, que designaba a la víctima del sacrificio expiatorio. En las
ceremonias destinadas a la relación con los dioses podía emplearse “el chivo expiatorio” (pharmakos)
como ofrenda, en otras, la comunidad pactaba con ellos por medio de un banquete, donde se utilizaban
distintos pharmakon.
Cambiando la consonante final y el acento, la misma palabra designa cosas que –en principio al menos- carecen de vínculo
alguno. El pharmakos pertenece al sacrificio-regalo y el pharmakon al sacrificio comunión. (Escohotado, 1998: 44)
Paradójicamente este doble significado rige hoy la mirada sobre las drogas, representadas en la figura del
chivo expiatorio, cuya destrucción ha de satisfacer a nuestros dioses enojados. La demonización, tanto
desde la visión de los países líderes de la cruzada antidrogas, como desde la de aquellos que las producen
-y por tanto son los destinatarios de la política de represión característica de la “extracción del mal”; no
permite un acercamiento objetivo a la situación.
El cambio hacia la connotación actual de las drogas tienen que ver con los términos asociados a ellas. La
referencia desde múltiples vocablos a las drogas, pasa por palabras inexactas como es el caso del término
“narcótico”, literalmente referido a sustancias inductoras al sueño, que se usa corrientemente para señalar
la totalidad de las sustancias ilegales que constituyen problemas para la sociedad y la seguridad. Otro
ejemplo es la obligatoria palabra “abuso” en la terminología institucional americana para hablar sobre todo
lo referente a drogas[1].
Ahora bien, estos cambios tendrán un efecto directo sobre su regulación a través de la política, la
legislación y sobre todo en la circulación social del concepto “droga”. De esta manera se justifica el
castigo, la persecución y la marginalización de ciertos grupos, de manera similar al papel que juega la
locura en la época clásica, según Michel Foucault (1998).
A partir del siglo XV y después de la Edad Media, la figura del loco cobra importancia como referencia
social y representa el sentido de exclusión. Existe una fascinación del hombre por la locura, expresada en
las pinturas del Bosco, siendo la base de la Metáfora de la Nave de los Locos, aquí presentada. El
tratamiento de estos “locos” varía de ciudad a ciudad, y mientras en algunas comunidades se los
“embarca” en naves de locos, quizá en busca de la razón perdida, en otras, son alojados y mantenidos por
el presupuesto de la ciudad, y sin embargo no son tratados médicamente, sino arrojados a las prisiones.
Esta percepción se modificará en el siglo XVII con los cambios en la percepción social frente al loco. La
institucionalidad actúa como un modo de delimitación o tratamiento de su problema. Sin embargo, la
potestad de la definición de la demencia no depende únicamente de los establecimientos médicos, se
acude a otras estructuras semijurídicas o administrativas que “juzgan, deciden y ejecutan”. Sus pautas
están dadas en el orden burgués o monárquico y la calificación de “locos”, se hace por medio de las
acusaciones de familias, vecinos o religiosos que demuestran la “peligrosidad” de la insensatez del
acusado.(Foucault, 1998: 201)
De manera similar, hoy llamamos “loco” o “adicto” al usuario de drogas. Lo que cambia aquí es la
sensibilidad frente al consumo de ciertas sustancias que “enloquecen” a las personas. La manera en que
se construye esta sensibilidad social es un punto fundamental en este trabajo, al reforzar con ella el
discurso normativo y el control social.
Básicamente, el concepto de adicción brinda el elemento problemático al uso de drogas. La
Convención Unica de Estupefacientes de 1961 ha definido el término adicción de la siguiente manera:
Estado de intoxicación crónica y periódica originada por el consumo repetido de una droga, natural o sintética caracterizada por: a.
una compulsión a continuar consumiendo por cualquier medio, b. Una tendencia al aumento de las dosis, c. Una dependencia
psíquica y generalmente física de los efectos y d. Consecuencias perjudiciales para el individuo y la sociedad.
JIFE, www.incb.org/s/ar/1996/menu.htm
La definición de adicción conlleva acciones represivas que acusan a los usuarios, u ocasionales (en esto no
hay distinción propiamente dicha), o como enfermos o criminales. Cualquiera de las dos connotaciones
exige el “internamiento”, ya sea en el hospital o en las cárceles.
Como ejemplo, en la legislación colombiana el uso de drogas está asociado a su “peligrosidad” social y a la
posibilidad de perturbar el orden público: Ley 118 de 1928, Ley 11 de 1920, Decreto 1136 de 1970, Ley
30 de 1986. Estas tratan las drogas como sustancias que forman “hábito pernicioso”, provocadoras de
alteraciones en la “tranquilidad pública”.
En una perspectiva jurídica, el uso de drogas es dañino incluso para quien las utiliza, siendo la víctima su
propio victimario, pudiendo derivar a conductas criminales. Sin embargo, solo ciertas sustancias se hallan
clasificadas como peligrosas. Si nos atenemos a la definición de drogas como sustancias que alteran el
ánimo, habría infinitas sustancias en esta clasificación. De allí que por su taxonomía y delimitación hacen
parte de un complejo mecanismo de construcción social y política que da origen a la prohibición
excluyente de ciertas drogas.
En la actualidad, están fiscalizados más de 116 estupefacientes a partir de la Convención Única de
Estupefacientes de 1961. Figuran principalmente los productos naturales como el opio y sus derivados, la
morfina, la codeína y la heroína; estupefacientes sintéticos, como la metadona y la petidina, así como
el cannabis y la cocaína. [2]
Como puede apreciarse, la atención está dirigida a tres sustancias de origen natural: la marihuana
(cannabis), la cocaína (coca) y la heroína (amapola). Este contexto de ilegalidad determina la dinámica de
producción-consumo de dichas sustancias, siendo la prohibición una estrategia que legitima (implícita o
explícitamente) otras acciones de intervención de lo público en lo estrictamente privado, así como también
en los ámbitos llamados de producción, es decir, en otros países.
Las maneras de propagación del concepto de “drogas” conforman un sistema cerrado, donde no se
distingue claramente los discursos sociales de los fiscalizadores. Es difícil determinar si primero existe la
construcción social o el discurso político legal, lo cierto es que uno y otro se refuerzan mutuamente hasta
convertirse en verdad legítima y aceptada.
Para algunos autores D. Musto, J. Inciardi, R. Del Olmo, entre otros, la concepción de droga iniciada en los
Estados Unidos considera el consumo de drogas como un problema de criminalidad asociado a grupos
específicos de la población: negros consumidores de cocaína, como potenciales violadores; chinos
inmigrantes adictos al opio, en las chinatowns, lugares de vicio y perdición, e inmigrantes chicanos
consumidores de marihuana. Esto corresponde a lo no americano y requiere por tanto ser marginado.
En el ámbito científico las drogas corresponden a una categoría más general. Se las denomina
“sustancias psicoactivas” –SPA- y se las distingue por su origen, los efectos neurológicos y sus similitudes
con sustancias en la inmensa gama de las que regulan el ánimo y las emociones humanas: endorfinas.
Los científicos han jugado un papel determinante tanto en el “descubrimiento” como en la “definición” de
las SPA. En esto, el carácter objetivo de la ciencia y la investigación le han dado un halo “neutral” a la
designación de las “drogas”. Los científicos y empresas farmacéuticas constituyen grupos de interés, que
construyen sus propios saberes para legitimarse, por lo que es importante entender los propósitos que los
inspiran y del mismo modo deben revisarse algunas sus definiciones, aparentemente incuestionables. [3]
De acuerdo con la mirada sobre las cosas, del sociólogo Max Weber, en tanto objetos inanimados o no
humanos, las drogas entran en el ámbito de las ciencias humanas como ocasión, resultado, estímulo u
obstáculo de la acción humana. De esta manera solo es posible entender su significado por el sentido que
a su producción y empleo le presta (o quisiera prestar) la acción humana (con finalidades posiblemente
muy diversas). Por tanto, la definición central sobre la droga deberá ser entendida con referencia a la
acción humana, como medio o como fin, pero siempre ligado a una subjetividad y un contexto
determinado que valora o releva dichas cosas (Weber, 1997: 9).
Las drogas se emplean como un “satisfactor” de una necesidad expresa de un grupo o de individuos
particulares. Las razones por las cuales se “elige” un satisfactor son diversas, y tienen en cuenta aspectos
culturales y valorativos de carácter eminentemente subjetivo además de las categorías de disponibilidad y
precio.
Para el investigador Iban de Rementería las drogas solo pueden ser entendidas en una perspectiva de
mercado, donde un producto, como portador de satisfacción, únicamente se convierte en mercancía si es
puesto en el mercado, pues solo allí puede realizarse como bien o servicio: satisfacer una necesidad
específica, cumplir una función de utilidad y ser retribuido por su precio (De Rementería, 2001: 165).
En este orden de ideas, las drogas vendrían a satisfacer una necesidad, y por tanto las acciones sociales
que implica su uso corresponderían a acciones sociales racionales que satisfacen un fin o un propósito.
El hecho de que ciertas sustancias estén prohibidas según ambiguos criterios, hace que surja un mercado
ilegal en el cual se producen y comercializan estas sustancias.
Hoy ilegalizada, la droga es la mercancía por excelencia, ya que tiene la mayor velocidad de reproducción ampliada y la más alta
tasa de acumulación de capital, no tiene competencia en el mercado, ni está sometida a obligación tributaria alguno.
(De Rementería, 2001: 165)
Se deriva de esta ilegalidad la necesidad de cubrir con otro tipo de empresas la provisión de estas
sustancias.
“Entendemos por provisión de drogas el conjunto de actividades necesarias para su producción, distribución y expendio. A partir de
la ilegalización de las drogas, al conjunto de agentes organizados para realizar esas actividades ilícitas lo llamamos genéricamente
narcotráfico”. (De Rementería, 2001: 167)
Esto conduce a la pregunta por la naturaleza de estas organizaciones. Aunque la referencia generalizada
es la de narcotráfico como mafia, esta identificación no es del todo exacta. Ciro Krauthausen, su trabajo
de sociología de la Universidad Naconal de 1991: Cocaina y Co., y en su último libro de 1998, Padrinos y
Mercaderes, caracteriza sociológicamente estos grupos. Por medio del análisis comparativo de la mafia
italiana y el narcotráfico en Colombia, pueden establecerse algunos rasgos sustanciales, organizativos y
contextuales, y comprenderse diferencias y similitudes.
Krauthausen explica que no todas las mafias son narcotraficantes, ni todas las organizaciones de
narcotraficantes adoptan modelos de la mafia. Halla una serie de coincidencias y transiciones en términos
organizativos según la actividad principal que les atañe:
Gran parte de estas diferencias puede explicarse con el hecho de que los modelos organizativos seleccionados tienen objetivos
distintos. Los mafiosos se organizan tal como lo exige el ejercicio ilegal del poder, es decir, el complejo extorsión-protección y el
concomitante control territorial. Para ello un modelo jerárquico y cerrado es lo más apropiado. Los narcotraficantes colombianos, en
cambio, buscan encontrar la forma organizativa más eficiente para la producción y comercialización de mercancías ilegales.
(Krauthausen, 1998: 244)
En síntesis, lo que puede observarse es que toda definición de “drogas” involucra aspectos sociales,
económicos, institucionales y políticos. Para los efectos de este trabajo, la definición dada por el filósofo
Jacques Derrida resulta ser más apropiada en el análisis propuesto:
        
La “droga” es también una palabra y es un concepto, aun antes de que se le pongan comillas, más para marcar su mención que para
servirse de ellas, pues las cosas mismas no son vendidas, compradas o consumidas. ... en el caso de la droga el régimen del
concepto es diferente: no hay droga en la naturaleza. Pueden darse venenos naturales y también venenos naturalmente mortales,
pero no lo son en cuanto drogas... Como el de toxicomanía, el concepto de droga supone una definición instituida, institucional,
necesita una historia, una cultura, unas convenciones, evaluaciones, normas, todo un retículo de discursos entrecruzados, una
retórica explícita o elíptica... Para la droga no se da una definición objetiva, científica, física...
De aquí hay que concluir que el concepto de droga es un concepto no científico, instituido a partir de evaluaciones morales o
políticas, que lleva en sí mismo la norma de la prohibición”.  (Derrida, 1995: 33)
B.  Presentación de la situación
El objetivo de este trabajo es comprender cómo se produce y se reproduce la política de drogas en el caso
colombiano, teniendo en cuenta su expresión en normas e instituciones creadas y considerando las
construcciones sociales que la respaldan.
Se entiende la política como proceso de negociación de intereses de distintos grupos de poder, expresada
en legislación y asignación de responsabilidades a agencias del Estado (burocracia).
Varias presiones inciden en este proceso de negociación: las de los grupos de interés (nacionales o
extranjeros) que poseen una “fuerza relativa de juego” o poder para incidir sobre determinada situación; y
la presión de la opinión pública,que tiene una idea sobre el problema, es decir, una construcción social.
La construcción social del “problema de drogas” expresada en la opinión pública se explica a través de
diferentes definiciones:
Grandperre la define como “construccionismo social”, refiriéndose al conocimiento que evoluciona dentro
de un proceso social continuo a través de las interacciones sociales, superpuestas al conocimiento que se
deriva de la información de primera mano en el mundo no social.   (De Grandpre, 1996: 302)
Mauricio García agrega que la opinión pública no se da en un proceso espontáneo sino que surge de las
instituciones, los medios de comunicación y la relación de las normas con la construcción social del
problema o situación reglamentada. (García, 1993: 49)
Según el teorema sociológico conocido por el nombre de sus autores, William y Dorothy Swaine Thomas,
si se afirma una determinada imagen de la realidad, a partir de la construcción social, se producen efectos
reales. En el sistema de la droga, la reacción social criminalizadora produce por sí misma la realidad que la
legitima. (Baratta, 1994: 50)
La construcción social se conforma a partir de los grupos particulares que la definen y dependiendo de
ellos, crean normas e instituciones específicas. Por ejemplo, en el caso francés son los psiquiatras quienes
definen el consumo de drogas como un acto de inconformidad del individuo en la sociedad, derivando su
uso en amenaza, delito o transgresión. En cambio, en la legislación holandesa, influenciada por la
definición de los sociólogos, el uso de drogas es una práctica cultural que más que eliminada debe ser
controlada. Su abuso se considera adicción y es un problema de salud pública. (Boekhut Van Solinge,
1999)
Para investigadores como Peter Cohen, la construcción social que da origen a la actual cruzada contra las
drogas liderada por los Estados Unidos, se remonta a los siglos XVIII y XIX y extrae del Movimiento por la
Abstinencia los valores clásicos de la moral victoriana y la percepción de los misioneros ingleses sobre el
consumo de opio en la China.[4]
En el caso colombiano, la definición de la política emerge como respuesta a las convenciones
internacionales y a la propagación de las percepciones de la sociedad norteamericana, interpretada a la
luz de los valores intrínsecos de la sociedad colombiana. El surgimiento de los grupos dedicados al
narcotráfico, que aparentemente se insertan dentro del esquema sociopolítico colombiano, van a generar
nuevos discursos acompañados por la égida ideológica norteamericana.
Así, las diversas posiciones, tanto la de los “afectados” por la política como lo de sus “ejecutores o
inspiradores”, generan lo que Francisco Thoumi denomina “la satanización del problema de las drogas”,
que no considera los elementos centrales para la solución del problema.
Infortunadamente el moralismo estadounidense sataniza las drogas, mientras que la desconfianza colombiana sataniza a Estados
Unidos, lo cual hace que entre ambas sociedades prevalezca un diálogo de sordos que lleva a que en ambas se tienda a exportar la
responsabilidad del ‘problema’ de las drogas. (Thoumi, 2002)
Adicionalmente, es necesario incorporar otros elementos a este diálogo potencial, incluyendo las
preguntas por dónde surge y cómo circula la construcción social del tema de las drogas a través de los
discursos normativos y su interpretación por parte de los diferentes actores. Esto entendido desde la
sociología política y en referencia a las características de los Estados que intervienen en su conformación.
Estos son los elementos clave de este trabajo, de los cuales se derivan las siguientes hipótesis:
C. Hipótesis
1. Entendiendo la política como un proceso de negociación en torno a intereses particulares y presiones
externas e internas, este proceso refleja la forma en que el Estado se ha desarrollado históricamente.
La evolución de la política ha estado marcada por las posiciones relativas de los actores que la negocian y
ha privilegiado a unos u otros en virtud del devenir histórico del Estado colombiano. Habiendo en juego
distintos intereses y presiones, la política debe ser entendida en función de la construcción social que
beneficia a ciertos actores en un momento determinado y define estrategias. Actualmente, la política de
drogas en Colombia ha privilegiado una concepción de las drogas que le otorga poder a determinadas
instituciones del Estado para enfrentar el problema con estrategias principalmente de carácter represivo.
La política actual, que concibe a las drogas como un asunto de “seguridad nacional” ha concentrado las
decisiones en el Ejecutivo y en el ámbito militar, excluyendo a la sociedad civil de la discusión y
obstruyendo la circulación de alternativas teóricas y estratégicas sobre ellas.
2. Por otra parte, considerando que la efectividad de una política está en función de la capacidad del
Estado de mantener el legítimo monopolio de su fuerza física, y de su posibilidad de instaurar un orden
social que genere valores y comportamientos legales, en el caso colombiano, dado que estas condiciones
no se cumplen a cabalidad, esto ha facilitado la aparición y desarrollo de los grupos involucrados en el
negocio de drogas ilícitas.
Este hecho ha sido considerado desde distintos puntos de vista:
En una comparación entre el surgimiento de grupos de mafia y organizaciones de narcotráfico,
Ciro Krauthausen presenta como característica común a estos fenómenos la existencia de un Estado débil
con escasa presencia territorial y poca legitimación social, que tiende lazos entre lo ilegal y lo legal, en
medio de intensos procesos de transformación.[5]
Para Edgar Reveiz la característica del Estado Colombiano como un escenario de negociación de privilegios
y prebendas abrió la posibilidad para que estos grupos entraran al proceso de negociación de la política.
Ellos no buscan necesariamente un nuevo orden, sino asegurarse un lugar en el sistema estatuido.
Por otra parte Francisco Thoumi afirma que el auge del narcotráfico como grupo de poder fue posible en el
contexto colombiano por factores asociados al capital social, y en general a la actitud permisiva de la
sociedad colombiana que de manera sostenida ha irrespetado el derecho básico de la propiedad.
Para Tatiana Matthiesen la valoración entre los costos internos para Colombia de las acciones de presión
de los narcotraficantes frente a la cooperación con los Estados Unidos, generó un cambio en las relaciones
y por tanto en la política. De esta manera se pasó de una cooperación plena con los Estados Unidos
(Gobierno Barco) a una estrategia de conciliación entre las presiones internas y externas en la política de
sometimiento de Gaviria.
3. Por último, la política de drogas estará justificada por un mecanismo de construcción social que
sustenta y renueva la idea de las drogas en la opinión pública. Las leyes instituyen una percepción social
que transforma y refuerza las acciones políticas y a su vez ellas construyen opinión pública. En este
proceso se negocian “verdades” y son estas las que definen las leyes y le dan poder a las instituciones.
Los narcotraficantes también pueden construir opinión pública. Así se han construido leyendas en torno a
la figura de los capos, el caso de Pablo Escobar, mistificándolo. Para Ciro Krauthausen estas leyendas
brindan identidad a los grupos involucrados en actividades ilícitas o criminales y generan un cierto apoyo
social popular, como una forma de dominación de tipo autoritario o patriarcal.
El establecimiento crea “opinión pública” sobre las drogas, según intereses de distinta índole. Así, surgen
los de tipo electoral; la mano dura frente al “flagelo”, y los de tipo económico, resaltando los altos costos
del consumo y su incidencia en la productividad; y por último, los referidos a la salud pública y los costos
en inversión social y seguridad. Los argumentos siempre dependerán de coyunturas para los grupos que
ostentan el poder.
Los discursos oficiales alrededor del problema de las drogas generan “pánico” y legitiman acciones o
excesos de poder político que en otras circunstancias serían cuestionados. Así, en las estrategias de
intervención militar de los Estados Unidos en la lucha contra las drogas se incluyen acciones antiterroristas
que ignoran los tratados internacionales. Estas estrategias deben entenderse en el complejo entramado
del escenario latinoamericano, donde las acciones de la Base de Manta, la Triple Frontera, el ALCA y el
ATPA, así como la Iniciativa Regional Andina, hacen parte de la reconfiguración geopolítica y económica
del continente.
D.  Modelo Propuesto
A
continuación, se plantea el siguiente modelo analítico desde el cual se puede interpretar la política en
términos de sociología y de las consecuencias de los procesos sociales de construcción de opinión pública.

E. Contenido y discusiones
En el Capítulo 1, se presenta el marco teórico, y se exponen las distintas herramientas conceptuales y de
enfoque para abordar el tema de la política de drogas. Se sigue como autor básico a Max Weber con sus
definiciones de Estado, acción económica, acción racional y gestión económica, para comprender los
componentes básicos de la formulación actual del problema de las drogas como política de Estado. Hay
una especial referencia al análisis burocrático que se desprende de la formulación legal y la manera como
la administración del problema expresa la concepción del mismo.
En el Capítulo 2, se hace un recuento de la manera como surge la percepción actual del problema de
drogas y se convierte en una cruzada mundial liderada por los Estados Unidos.
En el Capítulo 3, se analiza la política colombiana frente a las drogas, expresada en las leyes y las
disposiciones que representan la interpretación local de un problema definido en el ámbito
internacional. Se muestra cómo evoluciona la al respecto, pasando de ser un asunto de higiene y salud
pública a ser un problema de seguridad nacional.
En el Capítulo 4, se expone cómo surge el narcotráfico en Colombia y la manera en que la combinación de
factores sociales, políticos, económicos y culturales le dieron como un poder que exige reconocimiento
dentro del sistema social, a través de la política, la legitimación social y la legislación. Asociado al
narcotráfico irán surgiendo los grandes “enemigos internos” de nuestro país: el “narcoterrorismo” y la
“narcoguerrilla”, términos que en su indefinición serán el argumento principal para la inversión militar y la
reorientación de los procesos de desarrollo del país.
Por último, en el Capítulo 5, aparece una aproximación a la situación actual (2002) del funcionamiento de
Guerra contra las Drogas en Colombia y sus posibles transformaciones en el seguimiento de la metáfora
de la Nave de los Locos y la extracción de la piedra de la locura.
1.  CONCEPTOS BÁSICOS Y DEFINICIONES
La “ordenación formal” de la conducta
puede en determinadas circunstancias 
influir profundamente de un modo materia”
 Max Weber
Este trabajo se basa en conceptos sociológicos elaborados por Max Weber para explicar las acciones
reguladas por la política de drogas. Según este autor “explicar” en sociología es, la ciencia que se ocupa
del sentido de la acción, la captación de la conexión del sentido en que se incluye una acción, ya
comprendida de modo actual, a tenor de su sentido “subjetivamente mentado”. (Weber, 1997: 6).
Tal como se planteó en la introducción, la mención subjetiva de las acciones sociales en la producción y
consumo de drogas está determinada por las valoraciones sociales y esto a su vez es el objeto mismo del
que hacer sociológico. Para entender cómo se ha transformado el concepto de droga a lo largo de la
historia e identificar las fuentes sociales que le dan sentido, se recurre a las referencias históricas.
Con base en los “tipos ideales”, se trabajará con la noción de Estado Moderno propuesta por Weber, como
instituto político, considerada como un tipo ideal de dominación legal basada en la racionalidad de las
leyes y en la independencia del aparato burocrático, con división del trabajo y asignación de
responsabilidades y presupuestos.
También se trabajarán las nociones de acción social, acción económica, gestión económica, instituto
político, autoridad, entre otros conceptos básicos, para entender qué es lo que reglamenta la política, qué
acciones comprende y cuáles son sus efectos en términos de las instituciones, los intereses negociados y
los grupos afectados por las medidas.
1.1. Acción social
Partimos de la definición de acción social, para saber, cuáles son las conexiones que tienen las acciones de
producción y consumo de drogas dentro de la formulación política.
La política se expresa en leyes, institutos, discursos, acciones y operaciones. Si el consumo y la
producción son "acciones sociales", motivadas con arreglo a fines, espedíficos en el caso de las acciones
de producción económicamente racionales, tendría que buscarse, siguiendo a Weber, su conexión de
sentido, la mención de este sentido y su motivación, o las expectativas que conducen a la acción. [6]
El consumo y la producción de sustancias psicoactivas son acciones que se encuentran a lo largo de la
historia y han sido normales en distintas épocas, pueblos y territorios, ligadas a contextos culturales y
sociales particulares. Desde los trances chamánicos de las religiones asiáticas, pasando por los rituales
indígenas americanos, el uso de drogas ha estado presente en la cultura del hombre.(Furst,
1994; Wasson, 1992; Schultes y Hoffman, 1993)
 La evidencia histórica ha sido estudiada en abundantes trabajos de investigadores, científicos y
académicos, por lo que no se hará una extensa referencia a ellos, salvo en el caso estrictamente
colombiano.
1.2. Racionalidad del consumo
¿Cómo sabemos que el consumo y la producción de drogas son acciones sociales, y no modos
de conducta reactivos, sin ningún sentido?
Si el consumo de drogas respondiera a una necesidad psicofísica a la cual se reacciona, no podría hablarse
de acción social. Si bien el planteamiento de De Rementería sobre las drogas, como bien que se realiza en
el mercado apunta a esta denominación, tanto el consumo como la producción implican aspectos sociales
en virtud de las construcciones que se han hecho a su alrededor.
Siguiendo la definición planteada por Weber, los límites entre una conducta íntima y una conducta social
están dados por el sentido (Weber, 1997: 18). En el caso de la acción del consumo, aunque no es una
conducta generalizada, se dice que es una conducta común a grupos de personas no homogéneos y que
obedece a factores psicosociales determinados según cada caso particular. Si la acción involucra una
reacción en la sociedad, que la percibe como algo indeseable, entonces debe considerarse como una
acción social.
En el caso del consumo, la referencia al motivo ha sido objeto de estudio de las ciencias de la salud, en
particular la medicina y la psiquiatría. Las valoraciones que tiene la acción darían sentido a su realización.
Según la clasificación de Weber, se interpreta el uso de drogas de la siguiente manera:
1.  Racional, con arreglo a fines. Se consume la sustancia con el fin de crear un efecto fisiológico deseado.
Se conoce la sustancia a través de la experiencia, la valoración de sus efectos y la consideración sobre la
acción del consumo, que puede convertirse en uso.
2.  Racional, con arreglo a valores, teniendo en cuenta que muchas de las prácticas con
sustancias enteógenas[7] han estado ligadas a contextos culturales de experiencia mística, en algunos
casos, o a prácticas adivinatorias, curativas o cosmogónicas que corresponden a tradiciones y valoraciones
no siempre racionales, ligadas a la costumbre a la autoridad y a las creencias mítico-religiosas de los
grupos.
3.  Podría ser afectiva, es decir, ligada a una situación emocional que busca en el consumo el alivio o la
manera de tramitar cierta emocionalidad. Teniendo en cuenta la diversidad de usos de las drogas:
calmantes, estimulantes, ansiolíticas, reflexivas, etc., no puede centrarse en una sola mirada que motive
su uso.
4.  Así mismo puede ser tradicional, en tanto está sujeta a cuadros de valores culturales, como es el caso
de experiencias chamánicas o experiencias de revelación de los dioses en las culturas precolombinas.
De todas maneras, cualquier elección está condicionada por valoraciones sociales y contextos
culturales. En este punto el elemento de la construcción social por parte de las personas que usan drogas
también es relevante en el momento de elegir esta u otra droga en determinados escenarios sujetos a la
finalidad misma de su utilización.
1.3. Racionalidad económica en el proceso de producción de drogas
Abundantes trabajos de importantes investigadores colombianos señalan la delgada línea entre las
acciones criminales (uso de violencia e intimidación) y la racionalidad de las acciones del negocio de
drogas ilegales en su proceso de producción.
Como negocio, esta acción racionalmente económica persigue unos beneficios y opera con arreglo a un
plan, que se manifiesta en una compleja red empresarial, inserta en la lógica capitalista de los circuitos de
producción y consumo, en un contexto ilegal.
 La evolución misma del negocio del narcotráfico ha permitido su inserción en actividades eminentemente
comerciales, muy ligadas al desarrollo mismo de las nuevas economías. La evidencia de la utilización de
complejos sistemas informáticos y redes satelitales muestra cómo el narcotráfico se amolda a los retos
impuestos por la ilegalidad y aprovecha las oportunidades de la tecnología.
Al mismo tiempo, el carácter ilegal de sus acciones, sin un Estado que regule y garantice sus relaciones, y
el propio riesgo del negocio hacen que estos “empresarios” se conviertan en criminales. No solo porque su
acción es ilegal, sino porque hacen uso de la violencia y del poder coercitivo para lograr sus metas.
En el caso del narcotráfico, la implementación de una compleja estructura empresarial hace que esta
acción no sea la de una simple reacción de búsqueda racional de un objetivo concreto. Evidentemente, el
funcionamiento del negocio ilegal de drogas requiere una estructura empresarial de distribución del riesgo
y de actividades complementarias a la simple producción. De hecho, lo que más vale dentro del negocio
del narcotráfico no es la producción (siembra y procesamiento), sino las “rutas de transporte” y las “redes
de distribución” que acaparan la mayoría de los costos.
Para realizar estas actividades no existe una única organización o “cartel” que cubra todo el proceso: se
trata de un complejo sistema de organizaciones y grupos que se participan organizaciones ilegales sino
muchos y variados actores legales que, intencionalmente o no, intervienen en el proceso del negocio.
A primera vista, la producción de cocaína opera en un esquema de mercado que le otorga sus principales
características, y esto conduce a apreciar al narcotráfico como un modo racional de acción que busca
objetivos de maximización de beneficios:
El mercado de la cocaína, como todo mercado, presenta una demanda y una oferta. Tiene además sistemas de transporte y de
distribución. Cuenta con distintas empresas que se ubican en sectores diferenciados que permiten mejorar el control y el manejo del
capital. Las motivaciones que determinan la acción social de todos los actores son las expectativas de obtener los mayores
beneficios. Tanto esas expectativas como las condiciones del medio conllevan una racionalización de la acción. Así, a diferencia de lo
que usualmente se cree, ni los individuos ni las empresas que se mueven en el mercado ilegal son completamente irracionales, por
el contrario, continuamente deben racionalizar sus acciones. Los fines son los mismos de cualquier capitalista: acaparar los máximos
beneficios. Con base en las condiciones existentes y en la disponibilidad de recursos se efectúa una ordenación de los medios,
estructurando estrategias y tácticas. (Krathausen & Sarmiento, 1994: 23)
Para Weber “una empresa se caracteriza como una acción que busca la realización de determinados fines
de un modo continuo”. Esta definición es válida para el caso de la empresa narcotraficante orientada por
“el cálculo de capital, típico de la moderna empresa económica” .(Krauthausen & Sarmiento, 1994: 35).
Aunque la sofisticación de las operaciones en el narcotráfico lo identifican como una “empresa racional”, lo
cierto es que las formas de violencia que adoptan le confieren rasgos y formas organizativas particulares
de ejercicio del poder y la violencia. Esto hace que la definición de Weber deba ampliarse hasta incorporar
como se ejerce el poder y como el abuso del mismo lleva a ejercer actividades criminales de alta
peligrosidad.
Krauthausen reconoce que la imagen de empresarios ilegales hace parte del complejo proceso de
identidad de los narcotraficantes, así como de posturas ideológicas radicales en contra de la acción de los
Estados Unidos frente a las drogas.
Es claro que toda definición varía según el contexto, así las condiciones de ilegalidad y las mismas
filtraciones dentro del Estado van a favorecer y, en algunos casos, regular estas actividades. El término
más apropiado es el de “crimen organizado”, utilizado por distintos autores teniendo en cuenta la
ilegalidad de la prohibición de las drogas.
1.4. Gestión económica y acción económica
El proceso de la producción de drogas ilegales, en el caso de la cocaína, se compone de distintas empresas
y actores que se distribuyen en las diversas fases: de un lado, actividades penalizadas, como el cultivo de
la hoja de coca y su rudimentario procesamiento, la transformación química para obtener la cocaína, la
distribución de la sustancia en los mercados consumidores, y de otro lado, el proceso de reconversión de
las ganancias, que involucra múltiples oficios y actores legales en la gestión del narcotráfico.
La definición de Weber de uso del poder en la acción económica brinda la clave para entender por qué la
acción económica racional del negocio de drogas ilícitas debe diferenciarse por el uso violento del poder
que detenta. Para el sector que concentra el mayor riesgo y por tanto obtiene las mayores ganancias,
sector oligopólico según Krauthausen, el uso de la fuerza y la intimidación es la característica fundamental
para operar en el negocio.
A diferencia de lo que sucede en el mercado narcotraficante, para el sector oligopólico legal la disponibilidad del recurso violencia no
tiene la importancia central que tiene en el mercado ilegal. (Krathausen & Sarmiento, 1994: 62)
La acción del narcotráfico en cuanto a producción y distribución no es una simple gestión económica de
ejercicio pacífico de poderes y de disposición de recursos; si así lo fuera, no tendría ningún sentido el
castigarla. El hecho de estar en un contexto de prohibición incide directamente en la forma violenta e
ilegal en que opera el negocio.
Se llama gestión económica a un ejercicio pacífico de poderes de disposición, orientado en primer término económicamente y ella será
racional cuando discurra con arreglo a un fin racional, o sea con arreglo a un plan. (Weber, 1997; 46)
Esto explica por qué no puede considerarse el negocio de las drogas como una acción empresarial en la
ilegalidad, pues ejercicio de la violencia implícito en sus acciones, lo convierte efectivamente en un
problema de seguridad nacional. La prohibición no es el único factor que acelera la intervención estatal,
sino los actos de poder que están implicados en su acción.
1.5. Estado Nación
El análisis de la política tiene que ver también con la forma de Estado en el cual opera. El Estado Moderno,
en el cual está inspirado el modelo de Estado colombiano, debe ejercer “...un monopolio de la fuerza física
y requiere de un aparato burocrático para la administración de este poder...”.  (Weber, 1997: 1047).
En esta definición, el elemento fundamental es el mantenimiento exitoso del monopolio legítimo de la
coacción física para garantizar el orden vigente. Según esto el Estado debe hacer legítimo el monopolio de
la violencia, a través de la coherencia del sistema elegido (democracia, monarquía, etc.) y por el ejercicio
de la administración efectiva de los asuntos públicos por medio de la burocracia: la maquinaria del Estado
moderno. (Weber, 1997: 44)
Los elementos definitorios de la nación, en su sentido moderno, implican el control territorial, la
administración de los asuntos públicos y el monopolio de la violencia. La ausencia de algunos de estos
factores o la debilidad en la puesta en marcha de su totalidad conducen a facilitar el surgimiento de
actores criminales, llámense mafia o narcotráfico.
1.6. La administración de los asuntos: la burocracia
La importancia que le otorga Weber a la responsabilidad del Estado en el manejo diario de la
administración de los asuntos públicos, lo lleva a la definición del tipo ideal de burocracia. En el sentido
racional legal, la burocracia implica organización, división del trabajo, reglas y procedimientos.
En el caso colombiano, ante la ausencia del Estado en ciertos territorios, la tendencia ha sido la de
instaurar controles locales que “imitan” el ordenamiento característico del “estado”. Puede afirmarse,
como algunos investigadores lo hicieron en los tempranos años 80s, que los grupos guerrilleros en zonas
de colonización realizan labores estatales de mantenimiento de orden y una incipiente función
administrativa (Cubides, 1984: 256)[8]
La manera como se ejerce la actividad política en un país de regiones geográficas diferenciadas, muchas
veces incomunicadas entre sí, ha facilitado a través del tiempo la aparición y consolidación de grupos que
han ocupado el rol del Estado. De otro lado, la característica según la cual el Estado colombiano se
comporta como un ámbito donde se realizan gestiones y acciones económicas y se regula la distribución
de los privilegios, ha promovido las redes clientelistas y los ejercicios locales de poder:
Cuando un político o hace un favor a (un) otro sin contraprestación inmediata, esto lo convierte en poseedor de una opción que
puede hacer efectiva sobre lo que otro maneja. Queda con un stock de opciones y favores. El activo del político clientelista es un
stock de opciones de instrumentos con dineros públicos. El político clientelista, poseedor de un stock de favores y opciones, puede
vender algo que no tiene. Por ejemplo, tiene una opción sobre un funcionario que tiene el manejo discrecional de una concesión.
(Reveiz, 1997: 51)
El rasgo clientelista del Estado y la política colombiana están asociados con factores históricos que han
hecho de la política un ejercicio de mera adscripción a partidos políticos. Así mismo, los políticos
regionales han actuado como cadenas de transmisión electorales que defienden los intereses de sus zonas
y de sus partidos. A la vez, ellos actúan como “gamonales” o “padrinos” que acercan la gestión estatal
mediante un complejo sistema de favores. Esta figura es heredera del modelo de la antigua Hacienda en
la historia colombiana, en cuanto a las formas de relación social, movilidad e identidad como
grupo.Infortunadamente, este mismo esquema desdibuja un verdadero ejercicio político democrático,
puesto que no deja prosperar iniciativas de interés común sino que hace prevalecer los intereses
particulares administrados por estos políticos regionales.
Tal como lo presenta Reveiz y lo corrobora Krauthausen, el sistema estatal posibilita que los grupos de
narcotráfico y la mafia surjan y se desarrollen en unos países mas que en otros. Es así que la naturaleza
del Estado influye en el crecimiento de estos grupos de crimen organizado, y tanto Colombia como Italia
se caracterizan por la existencia de relaciones patronales y clientelistas en donde la ausencia de controles
sociales y la valoración ambigua de lo legal promueven la corrupción y llevan a la negociación de favores
particulares, sin importar el origen. de los ofrecimientos. La sociedad colombiana asistió y participó
impasible de las fabulosas ganancias que el nuevo negocio del narcotráfico representaba en sus inicios.
1.7. El Estado como Mercado: Gobernabilidad en Colombia
La forma en que opera un Estado determina la manera de realizar el proceso de negociación de la política,
y además define la capacidad de injerencia de los distintos grupos de poder dentro de este proceso.
Basado en el modelo del “principal-agente”, Reveiz releva que los gobernantes colombianos han utilizado
su poder para beneficiar a ciertos grupos o regiones, haciendo de ello la principal estrategia para
perpetuarse en el poder. Las relaciones de adscripción clientelar han estado presentes en el desarrollo
político colombiano, y han determinado las desigualdades en el desarrollo de las distintas regiones.
Esto, obviamente, contradice la necesaria “independencia” del funcionario público en la burocracia.
La organización moderno burocrática distingue entre la oficina y el despacho particular, pues separa la actividad burocrática de la
esfera de la vida privada y los medios y recursos oficiales de los bienes privados del funcionario. (Weber, 1997: 717)
Durante la primera mitad del siglo XX, Colombia desarrolla su gobernabilidad basada en su
heterogeneidad regional y la diversidad de sus bases productivas, que negocian privilegios y favorecen
algunas regiones en detrimento de otras. Colombia mantuvo un perfil medio en cuanto a su manejo
económico y a la cohesión política autoritaria que le imprimió el Frente Nacional (1958-1968).
A partir de los años 70, en el marco de una estabilidad económica provocada principalmente por el
crecimiento del sector exportador, paralelamente se desencadena una situación de violencia asociada a los
procesos y relaciones de producción del café, el petróleo y lamarihuana. Estas contradicciones alteraron el
modelo de desarrollo, la forma de Estado y la gobernabilidad.
1.8. La política como proceso de negociación
El concepto de mesocontratos que introduce Reveiz explica la manera en que se llevan a cabo las
negociaciones en el escenario estatal. Los mesocontratos son pactos particulares que pueden ser positivos
o desfavorables a la gobernabilidad, donde las filtraciones del Estado, la falta de control de sus acciones y
las características culturales permiten su realización en pro o en detrimento de la legitimidad del mismo y
del ejercicio de las funciones de gobierno.
En el caso colombiano, este tipo de pactos sociales particulares configuran la noción actual de Estado. A
pesar del complejo y sofisticado orden jurídico colombiano, prevalecen los pactos sociales ad hoc.
El sistema de contratación de una sociedad se encuentra jerarquizada en la Constitución, las leyes y decretos, en los contratos entre
particulares y entre éstos y el Estado. Sin embargo, en un sistema desinstitucionalizado como el colombiano, un sutil y fino sistema
de contratación formal y ad hoc fue surgiendo sin transparencia y se consolidó en el orden intermedio (meso) tomándose el espacio
en donde debían aplicarse las leyes y constituyéndose en la Colombia ad hoc que hoy vivimos. Ellos han asegurado una frágil y
dudosa gobernabilidad. La apariencia del caos en el Estado engaña. Bajo el desorden aparente el caos disimula un orden escondido,
los mesocontratos. (Reveiz, 1997: 24)
En el aparente caos del Estado colombiano se esconden otras lógicas, en las cuales se concretan los
negocios de los grupos de interés.
La cultura política resultante de la Conquista hizo que la estructura del poder nacional y regional se organizara verticalmente, a
diferencia del patrimonio cultural anglosajón, de tipo horizontal. De allí surgieron las clientelas políticas en ambos órdenes
territoriales. La negociación del presupuesto nacional y de los de las entidades territoriales ha sido de predominio
distributivo mas que integrativo, de conflicto más que de proyecto. (Reveiz, 1997; 93)
Todo esto consolidó unas formas de contratación y coalición entre los grupos de interés, la clase política y
las burocracias estatales, y dio origen a un capitalismo político, donde se da una lucha por el control del
Estado según las coaliciones entre grupos económicos y dirigentes políticos con intereses particulares.
La política en el caso colombiano ha negociado los intereses particulares de los que detentan el poder,
haciendo legítima la “corrupción” y el otorgamiento de favores clientelistas. Los grupos de narcotráfico al
participar de estas prácticas exacerbaron la impunidad, la corrupción y la violencia estructural
profundizando aun más la deslegitimación del Estado.
El discurso normativo sobre el narcotráfico y las drogas, si bien interpreta algunos preceptos de la política
norteamericana, hace una adaptación local que satisface a los nacientes grupos de presión del
narcotráfico, y, pese a la extensa normatividad jurídica en la realidad, las prácticas sociales se rigen por
los patrones culturales y sociales establecidos históricamente. Este aspecto marca la diferencia entre los
planteamientos políticos en Colombia y en los Estados Unidos.
1.9. Condicionantes culturales en las acciones sociales
Las características de la cultura colombiana permiten entender por qué Colombia llegó a ocupar un lugar
significativo dentro del negocio de drogas ilegales, y por qué el modelo de los grupos narcotraficantes
consolidó un poder tan importante.
El contexto sociológico y cultural muestras las razones por las cuales en Colombia se desarrolla este tipo
de criminalidad (el narcotráfico) infiltrada en los procesos estatales, sociales y políticos:
a.   La ausencia de una cultura ética que valore los comportamientos públicos frente a las normas. Se hace
la regla, pero no se cumple, y en general existe una cultura de la ilegalidad, donde se aprovechan los
vacíos e incongruencias de la ley para violarla.
b.   La generalización de una economía ilegal fuertemente insertada en la legalidad y la valoración social
contradictoria del logro económico por encima de los métodos utilizados.
A esto se agrega la intención de los grupos narcotraficantes de lograr un lugar en el sistema legal, pese a
la actividad ilegal. De hecho, el narcotráfico utilizó los mismos modelos de adscripción y patronazgo
tradicionales para legitimar sus acciones y convertirse en un actor de poder.
Para el funcionamiento social se requiere de una valoración sobre la necesidad y función de las normas,
cuya obediencia esta determinada por el tipo de dominación en el cual se promulgan. Weber define la
dominación como la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos
específicos. (Weber, 1997: 107)
Los grupos de narcotráfico usaron formas de dominación generalmente violenta para asegurarse la lealtad
de sus cuadros, el cumplimiento de los pactos (o el rompimiento de los mismos) y el desarrollo de su
papel dentro del negocio.
Otras estrategias, no necesariamente violentas, se desarrollaron para ganar espacio dentro de la sociedad
regional y nacional. Obras sociales, donaciones y favores que les daban una imagen de bondad y
generosidad los ubicaron como los nuevos señores en las regiones. Estos factores contribuyeron a debilitar
el ya frágil sistema estatal colombiano y permitieron que los grupos de narcotráfico entraran a la mesa de
negociación de privilegios, mediante el soborno y la intimidación, apoyándose a la vez en esquemas
convencionalmente clientelistas para reforzar su respaldo en las bases populares de donde normalmente
provienen.
1.10. El modelo de las relaciones internacionales
El modelo de relaciones internacionales planteado por Tatiana Matthiesen en su trabajo doctoral sobre el
tema de drogas en las relaciones entre Colombia y Estados Unidos, señala que la efectividad de las
políticas de presión sobre países productores y exportadores de drogas es limitada, y se vuelve
contraproducente una vez los costos asociados a los principales actores políticos en esos países exceden
los beneficios de la cooperación.
La política de drogas está condicionada en gran medida por las relaciones internacionales. A su vez
la política internacional puede concebirse como un juego de dos mesas de negociación o niveles
diferentes: por un lado el nivel nacional donde los grupos y actores más importantes presionan al
gobierno, y en el nivel internacional, donde el gobierno que recibe la presión externa busca satisfacer
dichas demandas sin comprometer sus pactos con grupos internos. (Putnam, 1988: 434)
Según este modelo los cambios que se producen en la política surgen o se generan a partir de la
integración de los tres niveles: sociedad, sistema político y nivel internacional, en el proceso de
negociación.
En el caso de la política colombiana de drogas, se señala como año crítico 1991 y el proceso de la
Constituyente, que fue el escenario donde se concretaron las negociaciones de los distintos grupos, y que
actuó como contrato social o gran pacto interno.
En particular, el sentido del Artículo 35 de la Constitución de 1991 de la no extradición fue la legitimación
de la impunidad, por el amplio poder de los grupos de narcotraficantes que ejercieron intimidación y
cooptación de políticos. Esto, a su vez, tuvo un gran respaldo social, derivado en parte del sentimiento
generalizado de la población, amedrentada por las acciones de terrorismo y “narcotizada” por los
supuestos beneficios económicos de los dineros del narcotráfico. El apoyo logrado por los grupos
narcotraficantes se alcanzó, entre otras razones, por el control territorial de las barriadas populares de
Medellín en el caso de Pablo Escobar, y por la compra de políticos y empresarios vallecaucanos en el caso
de los hermanos Rodríguez Orejuela.
Otros elementos que entran en la negociación se refieren a los nuevos órdenes económicos
internacionales y en particular a la injerencia de los intereses comerciales norteamericanos. En efecto, las
presiones de los Estados Unidos para abrir las economías y abolir las protecciones fueron un tema
adicional en las negociaciones que tuvo que enfrentar Colombia que precipitaron la crisis agrícola y
económica de los 90.
Por otro lado, como respuesta a las demandas de los Estados Unidos frente a la extradición, el gobierno
Gaviria reanudó las labores de fumigación que habían sido suspendidas por los cuestionamientos sobre la
toxicidad de los herbicidas utilizados. Aunque no hubo una presión explícita de Washington en este punto,
se trató de justificar con otras estrategias los costos de la política de sometimiento, que al final
fracasarían, al cabo de dos años de aplicación, con la fuga de Pablo Escobar en 1993, siendo este hecho el
que develaría las irregularidades de la cárcel de máxima seguridad, sin que pudieran ser minimizados con
la muerte de Escobar un año después.
2.  EL ORIGEN DE LA CRUZADA CONTRA LAS DROGAS
Relaciones Colombia-Estados Unidos
“Tras milenios de uso festivo, terapéutico y sacramental,
los vehículos de ebriedad se convirtieron en 
una destacada empresa científica,
que empezó encolerizando al derecho, 
mientras comprometía a la economía y tentaba al arte.
Oportuna o incoherente, 
la cruzada contra algunas de ellas 
constituye una operación de tecnología política 
con funciones sociales complejas,
donde lo que se despliega 
es una determinada física del poder”
Antonio Escohotado
La percepción sobre las drogas se construye socialmente, se refuerza a través de las instituciones y se
expresa en la política. Este proceso puede entenderse en términos de los flujos de información de un
sistema cerrado que produce y crea el discurso social, la normatividad jurídica y las acciones
institucionales, en un marco estatal determinado.
La pregunta guía de este capítulo es entender cuándo y de qué manera cambió la percepción sobre las
drogas y cómo Esta ha conducido a declarar la guerra a una acción tradicional e histórica ligada a
contextos culturales y sociales determinados. En qué momento una actividad privada se convierte en
objeto de reglamentación pública y bajo qué argumentos se legitima una particular política estatal.
Tal como se mencionó en la Introducción, los preceptos que hoy argumentan el pánico social frente a las
drogas se originan en el Siglo XVIII y XIX, acompañados de importantes cambios en la configuración
geopolítica y económica mundial. Se hace referencia al actual modelo norteamericano líder de la cruzada
antidrogas y su principal instigador. La importancia de esta revisión consiste en entender hasta qué punto
los principios que originan la actitud social frente a las drogas son válidos en el contexto colombiano.
2.1. Aspectos históricos
El origen de la actual connotación negativa de las drogas tiene su base en las percepciones sociales y en la
injerencia de ciertos grupos de interés (estatales o sociales) que respaldan estas percepciones hasta
convertirlas en leyes.
Las primeras alarmas sobre el problema de la droga se originan en Inglaterra durante los siglos XVIII y
XIX frente al abuso del alcohol de las barriadas de obreros y la interpretación que hacen los misioneros
ingleses en relación del uso del opio en la China y otros países de oriente (Cohen, 1993). Estas alarmas
también son registradas por la sociedad estadounidense de los grupos de orientación puritana con
influencia en las esferas políticas y sociales de la nación americana. Al tiempo con los procesos de
expansión económica de los Estados Unidos y su participación creciente en el orden mundial, dichos
grupos con gran poder electoral, sentaron las bases del pensamiento americano sobre las drogas.
La tradición puritana norteamericana de las comunidades colonizadoras (quakers, católicos y otras
comunidades) perseguidas en sus países, llegaron al territorio americano a consolidar con mayor ahínco
sus valores e identidad. Durante el Siglo XIX estos valores tendrán una expresión social y organizacional
en los movimientos abstencionistas y puritanos que defendían los “valores morales americanos”. Los
primeros grupos conformados fueron el Prohibitionist Party, constituido en 1869, y la Liga Anti Bares
creada 26 años después. Ellos se erigen como los defensores de la virtud y afirman su misión de erradicar
cualquier inmoralidad, vicio u obscenidad, incluyendo, por supuesto “drogas que destruyen almas”
(Escohotado, 1998-II:222).
La sociedad y el sistema americano fue construyendo distintos discursos alrededor de la droga, los cuales
“nunca son neutros, sino (que) son parte constitutiva de la realidad al condicionarla, y a su vez, la
realidad refuerza los contenidos del discurso”. (Del Olmo, 1998)
El uso de ciertas drogas se empezó a asociar con determinadas comunidades de inmigrantes, lo que
reforzó la imagen del uso de drogas como algo “no americano” y contrario a los valores de una sociedad
“blanca, anglosajona y protestante” –White, Anglosajon & Protestant, WASP-.
2.2.   La alianza contra el mal
La difusión de la peligrosidad de las drogas fue posible, además, por el apoyo que a esta causa dieron los
grupos de especialistas médicos y farmacéuticos que buscaban legitimar su profesión y limitar el ejercicio
libre de la medicina y la prescripción de fármacos. En aquella época de generalizada automedicación y
abundante oferta de “curación” por personas no calificadas, las panaceas de la farmacia anunciaban la
cura del dolor sin recurrir a especialistas. Los estamentos médico y farmacéutico, necesitaban delimitar las
bases del ejercicio profesional de estas actividades y encontraron en los grupos puritanos un aliado para
hacer de las drogas un tema especial a ser tratado solo por los expertos.
La alianza entre puritanismo y terapéutica hizo posible la promulgación de estrictas leyes y preceptos
éticos y morales que tuvieron eco importante en el gobierno americano. Esto configura y ordena las
percepciones sociales sobre el uso de drogas, y las hace indeseables para los propósitos morales del
pueblo norteamericano.
El estilo de la política, como expresión de estas percepciones, coincide con el sentido de chivo expiatorio,
en la etimología original del pharmakon:
De aquí la pasión americana por cruzadas morales, que gracias a la moderna medicalización de la ética se presentan ahora como
cruzadas contra la enfermedad... no debe subestimarse el ascendiente demagógico que ha ejercido siempre, y continuará ejerciendo,
sobre las mentes de hombres y mujeres, la esperanza de fulminar el mal con adecuados medios dramáticos. (Szasz, 1992: 73)
¿Bajo qué circunstancias se produce esta alianza de intereses y procedencias distintas?: El argumento
moral fue la bandera de la alianza, en tanto los diferentes grupos se plantean la meta de "ilegalizar todo
apetito natural" y la ebriedad en todas sus formas.
Los argumentos no podían ser más disímiles, y la única coincidencia es que ambos grupos buscan
legitimar su verdad. Por un lado, la verdad moral de los puritanos, y por otro, la "verdad científica" de la
comunidad médica.
Las condiciones del pacto fueron simples: los doctores y boticarios podrían seguir recetando bebidas alcohólicas como parte de sus
tratamientos profesionales en caso de establecerse una Ley Seca, y obtendrían un sistema de rigurosa distribución exclusiva para
cocaína, opiáceos y cualquier otra droga merecedora de control. A cambio de ello, la Asociación Médica y la Asociación Farmacéutica
apoyarían los postulados básicos del Prohibition Party, planteando el consumo de psicofármacos como una epidemia súbita y
virulenta, extraña a las esencias americanas, y sanable rápidamente con las adecuadas medidas de fuerza. (Escohotado, 1998, III-
225).
Otro factor que influyó poderosamente en la percepción social de las drogas fue la tardía llegada de los
Estados Unidos a la repartición colonialista del mundo en el siglo XIX. Será con la presencia
norteamericana en Las Filipinas, cuando los misioneros americanos se acerquen al consumo tradicional de
opio de los pueblos de oriente. Desde la óptica de las misiones cristianas, este consumo era la base del
drama humano en las nuevas colonias. Esta opinión prevalecerá, pese a los informes oficiales de la
Comisión Científica, que no atribuyen peligrosidad al uso del opio en la cultura oriental. De esta manera,
el conocimiento científico en tanto no circule socialmente, no tendrá validez frente a los prejuicios
emanados de los movimientos religiosos y las opiniones oficiales.
Las acciones de estos misioneros y su capacidad de presión política fueron definitivos para inducir a los
Estados Unidos a asumir la jefatura mundial en el movimiento contra el tráfico de opio. Esto a su vez
influyó poderosamente en la percepción del tema del opio dentro de la sociedad norteamericana, y dado
su carácter internacional conlleva a la convocatoria que hacen los EE.UU. para reglamentar su producción
y uso y para lanzarlo a la arena geopolítica mundial.
En el nivel internacional, la acción diplomática de la cruzada norteamericana contra la droga llevó a la
Primera Conferencia Internacional del Opio en Shangai, donde se trató por primera vez de manera
internacional el “problema del opio”. Esta conferencia es el primer escenario que enfrenta los intereses
comerciales de los europeos frente al opio y los intereses norteamericanos de orientación moral. Aunque
la Conferencia no tuvo los resultados esperados por los emisarios norteamericanos, fue el inicio de la
estrategia internacionalista para abordar un tema prematuramente globalizado.
 A medida que los Estados Unidos desarrollan su poder y hegemonía, mayor se hace su injerencia en estas
Conferencias. En ellas se propagaron los distintos discursos oficiales norteamericanos sobre el tema. Así
desde los años 50, éstos han variado desde lo “moralista represivo”, pasando en los 60 y 70 por lo
“médico sanitario”, para llegar con la era Reagan de los 80 a una doctrina de aplicación del conflicto de
baja intensidad, donde las drogas y el narcotráfico pasan a reemplazar al agonizante comunismo como
“enemigo externo” de amenaza nacional (Del Olmo, 1998).
Si bien los costos sociales del consumo de drogas en los Estados Unidos son enormes por el aumento del
número de adictos, los argumentos para emprender la cruzada más importante del siglo XX y XXI de la
Guerra contra las Drogas no son tan claros. La opinión pública ha sido influida por los discursos oficiales
frente a la droga como “enemigo externo”. En tiempos de campaña, sube el tono de las argumentaciones
en contra de las drogas, señalándola como el enemigo más terrible de la sociedad norteamericana y, por
tanto, la prioridad a combatir.
2.3. Del Estado Liberal al Estado Terapéutico
Las construcciones sociales van a alimentar los discursos políticos y viceversa. Lo paradójico del caso de
las drogas en la moral norteamericana es que contrasta con los principios fundadores de su Derecho, al
contradecir las claves de la individualidad y la libertad, básicas en su postulación.
No parece suficientemente erradicada la pretensión de que las operaciones de la mente, así como los actos del cuerpo, estén sujetos
a la coacción de las leyes. Nuestros gobernantes no tienen autoridad sobre esos derechos naturales, salvo que se las hayamos
cedido. Pero los derechos de conciencia nunca se los cedimos, nunca podríamos, pues cada cual responde de ellos ante su Dios. Los
poderes legítimos del gobierno solo se extienden a los actos que lesionan a otros.
Thomas Jefferson, 1782.[9]
Esta pretensión del Estado de actuar en un tema perteneciente al ámbito privado como es el uso de
drogas, contradice su definición como Estado democrático donde se expresa la calificación igualitaria de
los ciudadanos para decidir asuntos comunes y se limita la capacidad de mando. La importancia del
mecanismo de las leyes y las instituciones en este tipo de sistema es que ellas crean “realidades”, aspecto
que resalta Weber en el caso norteamericano:
Cuando la convicción de la “legitimidad específica” de ciertas máximas jurídicas, de ciertos principios jurídicos cuya fuerza obligatoria
inmediata no puede ser destruida por imposición ninguna del derecho positivo, ejerce realmente su influjo en la vida práctica del
derecho. De hecho esto se ha repetido en la historia, pero de manera especial al principiar la época moderna y en la de la revolución
y todavía parcialmente en Norteamérica. (Weber, 1997: 640)
El crecimiento del Estado en Norteamérica y la ampliación de sus responsabilidades originan el Estado de
Bienestar característico de la edad contemporánea. Este modelo incorpora las presiones de grupos sociales
con poder electoral y un aparato de propaganda moralista poderoso para legitimar los discursos de las
leyes y la sociedad:
Siguiendo el argumento de Weber, la valoración social influye poderosamente en la “racionalidad del
Estado moderno” y, por tanto, en sus leyes e instituciones.
Motivos puramente materiales y racionales con arreglo a fines como vínculo entre el imperante y su cuadro (administrativo) implican
una relación relativamente frágil”. Por esta razón, se le añaden otros motivos: "motivos afectivos o racionales con arreglo a valores.
(Weber, 1994).
De allí la importancia de vincular teóricamente el tema de las características del Estado con los procesos
de construcción de opinión, y su relación con valores (preestablecidos) y la afectividad (emocionalidad)
generada cuando se habla de drogas.
La sociedad americana es caracterizada, simultáneamente, por una fuerte urgencia de automejoramiento, orientado por grupos
sociales moralistas y por una creencia en la eficacia de los tratamientos médicos. (Peele, 1994: 204)
Por último, se menciona el aporte de Thomas Szasz, al definir el tipo de Estado que interviene en el tema
de las drogas, los alimentos y las emociones. Szasz propone la caracterización de un estado
terapéutico que considera a los ciudadanos pacientes o enfermos, y donde algunas instituciones detentan
el poder del diagnóstico y el tratamiento de las conductas relacionadas con las drogas. De esta
manera, toda política es un tratamiento:
Al igual que en todos los tiempos, el Estado teológico era fuente inagotable de desinformación sobre todas las cosas, desde
cosmología a medicina, así hoy el Estado terapéutico es fuente abundante de desinformación sobre sexo, drogas y SIDA. (Szasz,
1992: 135)
La evidente intervención estatal y la necesidad de desinformar adecuadamente explica el hermetismo
frente a cifras de consumo y producción manejadas solo por agencias estatales oficiales y la atmósfera de
amenaza que margina a las drogas de la discusión pública propia de los sistemas democráticos.  
2.4.    Los discursos de las normas y las instituciones
Las primeras leyes en Estados Unidos tienen como objetivo determinar la pureza de los componentes de
comidas, bebidas y drogas. La primera ley que hace referencia a las drogas, es la Pure Drug and Food Act,
de 1906, con la cual se pretendía que el "público conociera los componentes de las drogas y comidas que
consume". Estas leyes tienen un marcado carácter tributario, al enfatizar la necesidad de cobrar el uso de
las drogas. Ejemplo de ello son la Ley Harrison de 1914 (Ley de importación y exportación de drogas
narcóticas), donde se establecía la penalización de la venta o trafico de los derivados del opio o cocaína
para propósitos no medicinales, y se los manejaba como un problema de impuestos.
Con los años 20 llega la proscripción legal del alcohol, por medio de la Ley Volstead de 1919, que
formalizó la Prohibición hasta 1933. El ambiente de ilegalidad, fortaleció a grupos criminales que se
beneficiaron de la demanda de alcohol. En un período de aislamiento norteamericano frente a otros
países, la percepción sobre las drogas adquirió un carácter cerrado y autoreproducible.
Durante la primera mitad del siglo se asignaron responsabilidades en términos burocráticos para atender
el tema y se diseñaron los mecanismos para “cobrar el problema”. La Unidad de Narcóticos, del
Departamento del Tesoro, es la primera oficina en atender el problema de drogas y su énfasis es
principalmente económico. Esta Unidad será reemplazada años después por la Oficina Federal de
Narcóticos, incrementando su radio de acción al tema de las aduanas. [10]
Otras instituciones que se benefician de estas asignaciones, son aquellas oficialmente encargadas del
tratamiento del hábito o vicio y que no siempre son las más idóneas. Por ejemplo, con la Ley Porter de
1929 se cerraron las narcotic farms, clínicas que ofrecían facilidades para el tratamiento del hábito
considerado como un problema de salud pública, y fueron reemplazadas por clínicas de desintoxicación
autorizadas por el Estado. Estas clínicas se parecían a las prisiones mentales debido a su enfoque
represivo y penitenciario (Musto, 1993:236).
En los años 30 se crearon dos nuevas oficinas de seguridad: La Oficina Federal de Investigación (FBI) y la
Oficina Federal de Narcóticos (FBN). El FBI fue dirigido por Edgar Hoover y el FBN por Harry Anslinger,
quienes estuvieron casi 30 años al mando de estas agencias, desde 1930 hasta 1962. En estas
circunstancias se consolida un discurso institucional y una única línea de acciones dirigidas a apoyar la
estrategia represiva contra a las drogas.
En los años 50 se promulgaron las leyes más severas en contra de las drogas. Ejemplo de ellas son la
Ley Boggs de 1955, en donde la marihuana adquiere una connotación de peligrosidad similar a la cocaína
y la heroína, y la Ley para el Control de Narcóticos de 1956, que penaliza duramente el contrabando y
tráfico de drogas, llegando a establecerse la pena de muerte por la venta de heroína a menores de
edad. Esta dureza en la posición lleva a retomar la estrategia de control multilateral de las drogas en la
década de los 60.
A partir de esta década, las Convenciones Internacionales reprodujeron esta posición, y buscaron
comprometer a los distintos países, implicándolos en duros procesos de negociación que culminaron con
las resoluciones de obligatorio cumplimiento internacional.
Durante esta época, el FBN crea y difunde la teoría del stepping-ston": el "uso de la marihuana es el
primer paso del camino para el hábito de la heroína" (Matthisen, 2000: 71). Actualmente, la creencia
sobre la peligrosidad de las drogas “recreativas” como posible entrada a drogas más fuertes parece no
cuestionarse y, sin embargo, proviene de una “verdad oficial” del estamento policial.
En los años 70 la estrategia norteamericana frente a las drogas adquiere la connotación actual de Guerra
contra las Drogas. El presidente Richard Nixon estableció los parámetros más importantes de esta lucha
como un propósito de seguridad nacional. Bajo su gobierno se promovió la “Ley compresiva de prevención
y control del abuso de drogas” de 1970, redefiniendo y recodificando las leyes existentes. La
responsabilidad, hasta entonces centrada en el Departamento del Tesoro, pasó al Departamento de
Justicia.
En 1973, se crea la DEA (Drug Enforcement Agency) y se crean dos oficinas de carácter presidencial en la
Casa Blanca para controlar la oferta y la demanda de drogas: La SAODAP, Oficina Especial de Acción para
Prevenir el Abuso de Drogas y la ODALE, Oficina Especial para la Aplicación de la Ley de Abuso de Drogas.
Estas oficinas detentaban un gran poder y crearon sucursales en todo el país. En efecto, la SAODAP
incrementó los programas federales de drogas en ciudades norteamericanas, al pasar de 54 a 214
ciudades con programas de drogas en casi dos años de operación. Además, se formaron dos nuevas
instituciones para el tratamiento y prevención de las drogas: el Instituto Nacional de Salud Mental (NIHM)
y el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas (NIDA) (Matthiessen, 2000:90).
La DEA, por su parte estaba conformada por varias entidades: Las Unidades de Inteligencia Regional
(RIU), el Centro de Inteligencia de El Paso (EPIC), el Sistema de Información de Narcóticos y Drogas
Peligrosas (NADDIS) y el Sistema para Obtener Información de la Evidencia de Droga (STRIDE). Además
de las oficinas mencionadas, el entramaje burocrático e institucional sobrepasó los esquemas
organizacionales para conjugar el poder de distintas autoridades de agencias federales con el propósito de
aplicar la Ley de Abuso de Drogas. Estas agencias tenían presupuestos tan grandes que les permitían
contratar agentes encubiertos y proporcionarles dinero para comprar drogas e informantes.
La Guerra contra las Drogas le da poder ilimitado a agencias e instituciones, que
paradójicamente perpetúan su existencia por la imposibilidad de lograr el objetivo para el que fueron
creadas (Cohen, 1993). La burocracia, deja de ser un organismo independiente y los funcionarios
permanecen ilimitadamente en sus cargos. Para justificar tan altas inversiones en resultados ineficaces, se
hace uso del aparato moral y los discursos en contra de las drogas, sobredimensionando su
peligrosidad para generar apoyo social y respaldo a sus acciones.
2.5. La necesidad de un (nuevo) chivo expiatorio
Los cambios en el orden mundial relacionados con el fin de la Guerra Fría y el desplome del bloque
soviético despojaron a los Estados Unidos de la orientación intelectual axiomática que el anticomunismo le
había proporcionado durante tanto tiempo.
Esto trajo como consecuencia la necesidad de reorientar la política norteamericana hacia nuevos objetivos
que justificaran la inversión militar y ello, se hizo a través de complejos mecanismos para reconstrucción
del imaginario colectivo, en la búsqueda de un nuevo ideal a defender y un nuevo enemigo a combatir.
Las drogas representan al enemigo presente desde hace décadas en la mentalidad norteamericana. La
proliferación del consumo y la presencia de grupos no americanos de narcotraficantes que proveían las
drogas fueron los motivos principales para este viraje. Al reconocer la magnitud del negocio de drogas
ilegales, el énfasis se hace en la lucha por fuera de los Estados Unidos, esto es en las fuentes del
problema. Así se asegura la continuidad de la inversión militar, fuertemente cuestionada por los electores
norteamericanos.
La tendencia hacia una nueva derecha en los Estados Unidos, con gobiernos republicanos de línea dura y
tendencia neoliberal, precipitó el cambio de objetivo de la política norteamericana. En 1988, el
presidente Reagan firmó la Directiva No. 221, declarando las drogas como una “amenaza letal contra la
seguridad norteamericana y ampliando el papel de los militares en la lucha antinarcóticos”. Con ello se
militariza el problema, se asignan presupuestos y se elabora la política exterior norteamericana de presión
a países involucrados.
Como consecuencia de esto, se producen cambios en la relación de Colombia con los Estados Unidos,
relación que había sido históricamente discontinua y más bien relegada a segundo plano. El creciente
protagonismo de grupos andinos (colombianos, peruanos, bolivianos) en el negocio de drogas, sumada a
la imagen que la opinión pública norteamericana tiene de los pueblos latinos como “corruptos y bárbaros”,
justificaron la imagen de este enemigo externo a combatir.
2.6. Las razones narcóticas de la intervención
La ideología antinarcóticos en EE.UU. es organizativamente difusa, pero excepcionalmente poderosa en el
terreno político. Los puntos de vista alternativos sobre drogas ilícitas son raramente promovidos en
Washington por cabildeantes y abogados calificados. En general, las preocupaciones de la política son
reflejo de la fluctuante e influenciable opinión pública estadounidense (Mitchell, 1998: 4).
Aunque la comunidad científica norteamericana ha elaborado conceptos donde se hace claridad sobre la
naturaleza de ciertas sustanciasy en distintas comisiones se ha intentado acoger un tratamiento mas
realista sobre el tema de las drogas, son las instituciones gubernamentales las que brindan las respuestas
a las preguntas de padres de familia, políticos y medios de comunicación.  [11]
En la década de los 80 la estrategia nacional para la prevención del abuso de drogas y el narcotráfico
definen los objetivos de la asistencia extranjera, estos eran:
1.  Fortalecer los esfuerzos estadounidenses para colaborar con gobiernos extranjeros en el combate a la producción y distribución de
drogas ilícitas.
2.  Ayudar a los países productores de droga a adoptar programas de control de cultivos.
3.  Desarrollar asistencia legal innovadora y tratados de extradición con gobiernos extranjeros.
4.  Motivar a otras naciones para que apoyaran programas internacionales de control de narcóticos, incluyendo asistencia al
desarrollo, impulsar a las organizaciones internacionales y bancos de desarrollo a vincular su ayuda a objetivos de control de drogas.
5.  Reducir la desviación de farmacéuticos y químicos del comercio internacional legal.
(Matthiesen, 2000: 113)
La creciente participación del Congreso norteamericano en los asuntos sobre drogas promueve nuevos
mecanismos de presión, en los cuales se condiciona la ayuda norteamericana de cooperación según los
compromisos que suscriben los países productores y distribuidores en la lucha contra las drogas. El
mecanismo más conocido será el de la “certificación” creado a través de las “Anti Drug Abuse Act” de
1986 y 1988.
Aunque en principio la certificación se basaba en la reducción de la producción de drogas”en los países de
origen, a partir de 1988 se incorporaron otros criterios para presionar cambios legales en los países en
contra del narcotráfico, y la aplicación de medidas anticorrupción, además de la obligada colaboración de
los gobiernos con las medidas de la DEA.
Lo cierto es que nadie está dispuesto a escuchar otras opiniones sobre las drogas, ni tampoco permitir la
discusión sobre alternativas a la consideración eminentemente negativa de ellas. Las posiciones duras
satisfacen a la opinión pública, traen electores e invalidan discusiones científicas y democráticas sobre un
tema cultural, económico, social y político complejo.
El actual debate sobre la política de drogas está marcado por la polarización entre dos posiciones estereotipadas como combatientes
antidrogas y legalizadores. Esto crea la falsa impresión que acabar con la prohibición sea la única alternativa a una guerra anti-
drogas total, desmovilizando efectivamente a aquellos ciudadanos que encuentra insatisfactorias ambas opciones. La polarización y
las fuertes emociones dan origen a falsas representaciones de hechos y motivos y una simplificación excesiva de temas complejos, y
a la negación de la incertidumbre... En este clima, cada idea, cada hallazgo investigativo o nueva propuesta es sometida a escrutinio
con el fin de determinar qué tipo de agenda impulsa, y los partidarios de cada bando se muestran dispuestos a quemar vivo, como a
un agente del bando opuesto, a quien se desvíe de la línea del partido. En consecuencia, propuestas de dudosa validez adquieren la
categoría de juramentos de lealtad, e interrogantes que podrían ser formulados sobre fundamentos técnicos y prácticos son
debatidos más bien como problemas de convicción ideológica. (Mitchell, 1998)
Para los intereses geopolíticos, contar con un enemigo tan claramente identificable como el de las drogas,
ligado al temor por el terrorismo, ha favorecido toda la estrategia de intervención norteamericana en los
países Latinoamericanos y en el Mundo Árabe.
En un principio, esta intervención se dio como “cooperación” y aunque durante los años 80 incluyó
estrategias de desarrollo alternativo, estas tuvieron un rasgo asistencialista que no tuvo los efectos
deseados. En general la política actual privilegia estrategias represivas de interdicción, fumigación y
tratados de extradición con los países implicados. (Jelsma, 2001)
A partir del 11 de Septiembre de 2001[12] la atención se ha centrado en la lucha contra el terrorismo. El
nexo entre drogas y terrorismo se reveló rápidamente, y la evidencia de dineros provenientes del opio de
Afganistán como financiadores de los grupos responsables del atentado, derivaron en la vinculación de
estos dos fenómenos. Esta visión ha sido ampliamente difundida a través de los mediios, cuyo ejemplo
más reciente es la propaganda del Super Tazón del Football americano,[13] que convoca a la sociedad
norteamericana.
La gran industria del entretenimiento refuerza estas opiniones a través del cine. La polémica cinta Daño
Colateral donde el protagonista debe remontar las selvas colombianas para vengar la muerte de su familia
en un fatídico atentado terrorista perpetrado por el narcotráfico. Esto evidencia cómo la construcción
social se ancla en el imaginario patrocinado por la industria del espectáculo.
Todo esto nos lleva a plantear estrategias alternativas y difusión de la información que superen los
estereotipos hollywoodenses que median el imaginario colectivo del hemisferio occidental. Deben
considerarse las verdaderas magnitudes del problema sin la satanización de la que habla Thoumi, ni de
parte de los americanos aterrorizados por las recientes tragedias, ni desde los latinoamericanos que
sufrimos la guerra contra las drogas en nuestro propio territorio.
Tabla 2.1. Convenciones internacionales y percepción social alrededor de las drogas
AÑO CONVENCION OBJETIVO PERCEPCION SOCIAL
191 Convención de la Haya Limita para usos Moral victoriana
2 médicos a la cocaína, Asociado a clases sociales
morfina y opio. bajas e inmigrantes
Enemigo interno.
192 Convenciones de Ginebra Se reafirman puntos Alcohol enemigo interno
5 anteriores. En 1936 Cooperación internacional
193 los principios de los  
1 EU se convierten en
193 directrices políticas.
6
195 Nueva York, 1953 Reglamentar el Salud publica
3 cultivo de amapola y Moralista represivo
el comercio del opio Enemigo externo
196 Convención Única sobre Regular las drogas Salud mental
1 Estupefacientes, 1961 provenientes de las Medico sanitario jurídico
plantas de Enemigo interno
amapola, cannabisy
coca.
197 Convenio de Inclusión de nuevas Salud mental
1 sustancias PsicotropicasViena drogas en las listas Juridico-Politico
1971 de sustancias Enemigo interno-externo
prohibidas.
198 Convención de Viena, 1988 Acciones contra el Crack=amenazaGenética.
8 contra el tráfico narcotráfico como Jurídico transnacional
crimen organizado Enemigo externo
del negocio de (Colombia)
drogas ilícitas.
199 Sesión Especial de las Procesos de Sociedad libre de drogas
0 Naciones Unidas certificación, Rol de Penal Extradición-
Colombia certificación
y paises andinos Enemigo externo
199 Convención de Naciones Colombia tiene Corresponsabilidad
8 Unidas, 1998 participación y habla Estrategia Militarista
de la Desarrollo Alternativo
corresponsabilidad
Plan Colombia
200 11 de Septiembre Conexión drogas Inclusión de tres grupos
1 terrorismo armados ilegales en la lista
de terroristas.
Fuente: Del Olmo, 1998, Escohotado, 1998, Matthiesen, 2000.

3.  LA INTERPRETACIÓN DE COLOMBIA COLOMBIA Y LA POLÍTICA FRENTE A


LAS DROGAS
En el caso de la política de drogas
“…no solo se llega a la conclusión de la existencia
 de hipertrofia del poder en la función ejecutiva, 
sino se evidencia la represión exclusiva 
como único medio de política criminal, 
en este caso, como reflejo de la política penal, 
con absoluto olvido de lo social”
J. Valencia y A. Ibañez
3.1. El “buen vecino”
La interpretación que Colombia hace de la cruzada contra las drogas tiene que ver con el desarrollo de sus
relaciones con los Estados Unidos y el ámbito internacional, así como con sus propias percepciones
sociales y políticas sobre el tema.
Durante la época de consolidación de su independencia, el reconocimiento legal por parte de otros Estados
fue la preocupación primordial de los fundadores de la nación, justificada por la hostilidad que rodeaba a
todos los países del hemisferio en la época que comenzaban su existencia como naciones soberanas. [14]
En la conformación de la República se dieron procesos de colaboración con Inglaterra, y posteriormente
con los Estados Unidos, convirtiéndose este país en el socio principal para Latinoamérica. De allí surge la
relación de dependencia dada por las influencias del modelo americano sobre la constitución de la
República y por la configuración hemisférica de poder.[15]
El respeto por las normas jurídicas internacionales y la cooperación con la “estrella del norte” [16], han sido
una constante de la diplomacia colombiana, salvo en el tema del Canal de Panamá, en 1903, donde se
observa por primera vez un proceso de negociación entre los políticos colombianos e inversionistas
norteamericanos respaldados por las acciones diplomáticas de los gobiernos. (Lemaitre, 1972)
Históricamente, la legislación sobre drogas en Colombia es paralela a la reglamentación mundial sobre el
particular. En consecuencia, se importan e interpretan localmente los argumentos desde los cuales surge
lo problemático con la droga. Siguiendo los preceptos de las resoluciones internacionales, en Colombia se
promulgaron leyes y decretos a lo largo del siglo XX.
La construcción local de la noción de drogas incorporó aspectos internos de su relación con lo
“marginal”. Sin embargo, esto no representaba un problema tan relevante como en la línea planteada por
los EE.UU. Sólo hasta los años 50 y 60 se consolidó este estereotipo de lo marginal, al relacionar el
consumo de marihuana principalmente con grupos culturales -músicos y bohemios- (Pérez, 1994: 58).
En la década de los 60 las leyes asignaron al Ministerio de Salud la responsabilidad de regular las leyes
prescritas; así se definieron campos de saber cómo la “medicina higienista” y se consolidó la idea del uso
de drogas asociado a problemas mentales.
Con la evolución de la percepción del tratamiento de las drogas hacia una estrategia represiva y en
respuesta a los cambios en la política norteamericana, se crea en 1974 el Estatuto Nacional de
Estupefacientes. A partir de este Estatuto se le asigna al tema un carácter de seguridad, involucrando al
Ministerio de Justicia y a la Sección de Aduana. Se conforma así la idea de la droga asociada a la
criminalidad y al problema del tráfico o distribución.
Las leyes derivadas del Estatuto, que se perfeccionaron con la Ley 30 de 1986, reflejan un periodo
burocrático institucional en el cual, el tema de la droga se podía ver desde distintos ángulos: la salud
pública y el entorno social.
La pregunta sobre cómo operaron estos “saltos” en la percepción del tema de las drogas es la materia del
siguiente numeral.
3.2. Origen y desarrollo de la percepción social y normativa del problema de las drogas.
3.2.1. Coca pa’ pagar, Coca pa’ trabajar
El uso de sustancias psicoactivantes ha estado ligado a culturas precolombinas en rituales o estados
extáticos dirigidos por los mamas o chamanes de los grupos indígenas. Particularmente, la coca era
utilizada dentro de la vida cotidiana de estos grupos, siendo además moneda en el trueque e intercambio.
Existían normas muy precisas para su uso y en muchos casos era destinada solo a los miembros más
importantes de la comunidad. También se conocían otras sustancias rituales para ceremonias y momentos
de comunicación con los dioses (yagé, ayahuasca, yopo, entre otras). Pese a la gran riqueza
de entéogenos americanos y su uso corriente dentro de los ritos indígenas, muy poco quedó de este
conocimiento después de la colonización española. Este saber quedó confinado dentro de los grupos
supervivientes que fueron incorporando los valores de la colonización y la moral católica.
En el caso de la coca, su carácter “normal” cambiaría con la moral de algunos grupos cristianos de españoles,
que vieron en ella la “obra del diablo”. Al mismo tiempo los conquistadores constataron que la coca tenía un
valor como medio de cambio[17] y se sirvieron de ella para el pago de mano de obra indígena.
Sobre el hayo cuenta Piedrahita que "es la yerba que en el Perú llaman coca y son ciertas hojas como las del zumaque y de la misma
suerte las labranzas en que las crían, y cuando la cosecha está en sazón van cortándolas -los indios- con la uña del dedo pulgar de
una en una, a raíz del palillo en que nacen y tendiéndolas en mantas que previenen para este efecto, después las ponen en una
vasija de barro sobre el fuego, y tostadas, las guardan, o para el consumo, en que fundan su mayor riqueza, o para el gasto de casa
y familia. El palillo es de muy suave color y la hoja no es de mal gusto antes de ponerla al fuego, pero después es amenaza y
entorpece la lengua. El jugo del hayo es de tanto vigor y sustento para los indios, que con él no sienten ni sed, ni hambre, antes los
alimenta para el trabajo, que viene a ser el tiempo en que más lo usan, y así mismo debe ser muy provechoso para conservar la
dentadura, por lo que se experimenta aun en los indios más ancianos. De antes usaban mascar esta yerba simple pero ya la mezclan
con cal de caracoles que han introducido algunos españoles y llaman poporo y con anua que es otro género de masa que embriaga
los sentidos. A fines del siglo XVII, cuando escribía Piedrahita su crónica, aún usaban los indios moscos y sus afines el hayo, que era
cultivado en la provincia de los Sutagaos (Tunjuelito y Usme hacia Fusagasugá y Rio Magdalena).
Los españoles también la usaron, y sobre esto escribe Simón, que de las costumbres introducidas por el demonio entre ellos "ha sido
una el mascar hayo en especial entre mujeres flacas, cosa abominable y escandalosa y que no deja de estorbar para la conversión
de los indios, para que esta práctica había ya desaparecido en nuestro país a fines del siglo XVIII" (Otero D´ Costa, 1972).
La coca fue un descubrimiento importante para la farmacia mundial. Las primeras anotaciones de los
historiadores reseñan la sustancia de manera positiva, por lo que como muestra el texto es probable que
los españoles también usaran la coca. Debido al exterminio de las comunidades originales, lo que queda
en la población colombiana del componente indígena es bajo, por lo que en la actualidad su uso tradicional
está confinado a un pequeño porcentaje de la población colombiana.
La chicha embrutece
Posteriores a la coca y mucho más populares eran las bebidas embriagantes derivadas del maíz y otros
cereales, caso de la chicha y el guarapo. La producción y venta de estas bebidas fue un lucrativo negocio
tanto para los españoles como para negociantes criollos que manejaron las chicherías y pulperías.
En la Colonia surgen las primeras disposiciones que consideran esta costumbre como algo indeseable o
inmoral. La cédula real de 1748 es la primera alianza entre Estado e Iglesia para dictar esta norma en la
que se exigía el cierre de las chicherías en los días de fiestas eclesiásticas (Perez et.al., 1994: 28).
Las leyes siguientes sobre la chicha no prohiben su producción o venta específicamente, pero tratan de
evitar el desorden público generado por su consumo. Otras disposiciones buscan mejorar las deplorables
condiciones de higiene en la producción de la misma.
La deslegitimación y estigmatización del uso de la chicha y el guarapo fue un proceso de construcción
social, con una fuerte propaganda moral y ética, que tuvo efectos en la proscripción de ciertos grupos
sociales. Otro aspecto a considerar es la tendencia de la sociedad colombiana a “urbanizarse”, como una
manera de “distinguirse” de lo rural y de las clases bajas. La chicha se proscribió a favor de la
consolidación de nuevas bebidas embriagantes como la cerveza y los licores importados.  [18]
En general, la connotación negativa de la chicha y, posteriormente, del alcohol era argumentada por su
relación con el “desorden público” y la criminalidad. De hecho, las normas estipuladas desde la Colonia
hasta las primeras leyes en el siglo XX no intervienen en el negocio en sí mismo, sino se refieren a los
efectos del consumo en los términos asociados de “hábito pernicioso”, “desorden social”, “estados de
peligrosidad habitual”, “conducta atentatoria contra el orden social”, entre otros.
Estos términos se asemejan a las calificaciones usadas en la edad clásica para designar a los “locos”.  Solo
para comparar:
…he aquí algunos internados por “desorden del espíritu” de los que puede encontrarse mención en los registros: “alegador
empedernido”, “el hombre más pleitista”, “hombre muy malvado y tramposo”, “hombre que pasa noches y días aturdiendo a otras
personas con sus canciones y profiriendo las blasfemias más horribles, “calumniador”, “gran mentiroso”, “espíritu inquieto, depresivo
y turbio”…! (Foucault, 1998: 302).
3.3. La eficacia del Derecho y sus fuentes sociales
La necesidad de reglamentar una acción social conduce a la promulgación de leyes y resoluciones que
realizan dos funciones básicas: en primer lugar, definen los problemas asociados a la acción y en segundo
lugar, crean instrumentos para su regulación. El Derecho es portador de los mensajes sociales de
ordenación de las conductas y las relaciones. Al mismo tiempo, expresa la política y designa instituciones
responsables. Weber agrega que el “ordenamiento formal de la conducta puede en determinadas
circunstancias influir profundamente de un modo material” (Weber, 1997: 56).
El derecho incide en la sociedad cuando regula las relaciones y clasifica los delitos, pero también se surte
de las construcciones sociales.[19]
La incorporación de las leyes sobre drogas en Colombia se ha basado en las siguientes características:
El seguimiento a las decisiones del Derecho Internacional y las disposiciones internacionales (Ej. Las
convenciones sobre las drogas).
La cooperación con los Estados Unidos y la nueva hegemonía hemisférica.
El proceso de conformación del Estado colombiano se dio desde un principio como un esquema de
negociación de los intereses de los grupos de poder económico y político regional. Este esquema también
recogió las herencias de adscripción de la Colonia y el Modelo Hacendario, y esto constituyó el campo para
el actual modelo clientelista de los partidos políticos tradicionales.
Teniendo en cuenta este contexto, a continuación se presentan las leyes y disposiciones que reglamentan
el tema de las drogas. Nótese que tales leyes en sus inicios fueron reflejos de las leyes dictadas en los
Estados Unidos, aunque algunas se originan antes de las mismas leyes norteamericanas. Lo importante es
que considerando el “estilo” estatal colombiano, dichas leyes se dieron por procesos de negociación de los
intereses en juego de los grupos involucrados. Esto será una constante durante la primera mitad del siglo
XX, y cambiará de acuerdo a las condiciones que generaron el surgimiento de grupos de narcotraficantes,
algunos de ellos colombianos.
3.3.1. 1916-1946: La orientación internacional y la definición del problema de drogas
En el siglo XX, la primera ley que contiene una referencia a lo que hoy conocemos como drogas, tiene que
ver con la reglamentación del alcohol en la Ley 12 de 1916, por el cual se “declaran libres la producción y
comercio del alcohol desnaturalizado y de los vinos de producción nacional”.
Siguiendo los preceptos de las resoluciones internacionales derivadas de las Conferencias del Opio, se
promulga la Ley 11 de 1920, donde se define a las drogas como “preparaciones que pudieran formar
hábito pernicioso”. Esta ley asigna los médicos a la autoridad para recetar drogas como la cocaína, el opio
y el cannabis indica, en propósitos curativos. A partir de esta ley se crea la Comisión de Especialidades
Farmacéuticas, con la participación del Director Nacional y profesionales de las Facultades de Química,
Medicina y del Laboratorio de la Universidad Nacional.
En las leyes siguientes, se aprecia cómo el consumo de alcohol es una práctica común, y se busca el
beneficio económico y la reglamentación. En efecto, la Ley 12 de 1923 le asigna a las asambleas
departamentales el 50% del producto de las ventas de bebidas alcohólicas. Tiempo después se generaliza
el monopolio de la producción de los aguardientes y licores locales como parte de las rentas de los
departamentos.
Tal como argumenta Weber, en este caso se manifiesta el efecto material de la ordenación de la conducta
al obtener beneficio económico e institucional de la embriaguez. El texto de la ley es contradictorio, pues
al definir el alcoholismo lo vincula con problemas de “salubridad, seguridad y moralidad pública”, que
serían amenazados por la ingestión de alcohol, pero al mismo tiempo busca percibir ganancias de esta
práctica social. nsumo de drogas no era considerado entonces como un problema grave, y se
recomendaba un “tratamiento conveniente” sin sanción penal, cuya ley incluía la obligación de una
“enseñanza antialcohólica” obligatoria en todos los establecimientos oficiales.
En respuesta a la Prohibición en Estados Unidos, la ley 88 de 1928 define la “lucha antialcohólica” y, al
igual que en la disposición colonial, se prohibe el expendio de licores o bebidas fermentadas los “domingos
y demás días de fiesta civil y eclesiástica, los de las elecciones populares, y los jueves y viernes santos”.
En este mismo año, mediante la ley 118 se crea la Dirección Nacional de Higiene y se amplia lo estipulado
en la Ley 11 de 1920. A las casas de salud y hospitales se les responsabiliza del tratamiento de quienes
“usan indebidamente drogas” generando una concepción del usuario de drogas como “enfermo mental”. El
costo de este tratamiento deberá ser asumido por el usuario o su familia, en el caso de personas
pudientes; los que no pueden costear el tratamiento serán llevados a las casas oficiales de salud
mental. Por último, promueve la creación de la carrera de “médico higienista”. [20]
En la década de los 30, en adhesión a la II Conferencia de Opio, se limita la manufactura y distribución de
narcóticos. En 1936 el Código Penal tipifica la elaboración, distribución y tráfico de narcóticos o
estupefacientes como delitos contra la salud pública. Es de notar que en esta clasificación se excluye la
marihuana y la cocaína.
En 1939, se restringe la venta en farmacias de hojas de coca que era una medicina tradicionalmente
usada, respondiendo con esta resolución a las disposiciones de la Conferencia de Ginebra (1936).
3.3.2. 1946-1973: Penalización del consumo y la producción
A partir de la década de los 40 el problema de droga se incorpora dentro del Código y Procedimiento
Penal. Se penaliza la elaboración y la venta o suministro de las llamadas drogas, y su cultivo o
siembra (Ley 45 de 1946). En este mismo año, se incluyen a la marihuana y la cocaína como drogas, para
lo cual se dicta el Decreto 896 en su contra. En esta decisión interviene el Ministerio de Trabajo y el de
Higiene.
Al finalizar la década, se ha penalizado toda acción relacionada con el tradicional pago en hoja de coca, así
como también el cultivo, distribución y venta de marihuana; además se sanciona a los usuarios de morfina
y heroína.
Para la década de los 50 se ha conformado la opinión generalizada de la droga como un enemigo
peligroso. En el Decreto 1858 de 1951 se especifica la peligrosidad de los traficantes y los usuarios de la
marihuana. Esto conducirá al inicio de la paranoia social y estatal sobre las drogas, y en 1955 el gobierno
nacional, en uso de las atribuciones del Estado de Sitio, [21] expide el Decreto 0014 definiendo como
“estados de especial peligrosidad” las siguientes conductas:
La ebriedad y toxicomanía habituales.
El Comerciar o facilitar drogas estupefacientes.
El cultivo, elaboración, uso, negocio o suministro de marihuana.
Al igual que en los Estados Unidos, en Colombia emerge la percepción social sobre la marihuana, la
cocaína y el opio como inductoras a estados peligrosos socialmente. Esta noción puede dar lugar a
cualquier interpretación, argumentada en la moralidad: territorio ambiguo.
Mediante el Decreto 1699 de 1964 se introduce el término toxicomanía asociado “al (abuso) de alcohol o
de cualquier otra sustancia”. Paralelamente, se definen los límites entre los practicantes farmacéuticos, las
boticas, las farmacias y las droguerías, todas ellas bajo la supervisión del Ministerio de Salud.
Los años 60 tienen gran influencia en la percepción del uso de drogas, pues se cuestiona el nexo entre
drogas y crimen. Esto debido a que particularmente la marihuana fue utilizada en sectores sociales
tradicionalmente no problemáticos: músicos, intelectuales o artistas. Las leyes reflejarán esta distinción y
buscarán darle un tratamiento de menor represión al consumo de drogas, tratando además de inducir a
discusiones científicas sobre el particular (Decreto 1118 de 1970).
Sin embargo, el argumento de la “peligrosidad social” vuelve a retomarse en el Decreto 1136 de 1970,
Estatuto de Protección Social:
Al que perturbe la tranquilidad pública como consecuencia de estado de intoxicación crónica producida por el alcohol, o por
enfermedad mental o por consumo de estupefacientes o de alucinógenos se le someterá a tratamiento médico con o sin internación
en clínica, casa de reposo u hospital hasta obtener su curación o rehabilitación. (Artículo 4º del Decreto 1136 de 1970)
La definición del usuario de drogas oscila entre la criminalidad y la enfermedad mental. De allí que la
cárcel no se proponga como un lugar para estas personas, aunque no descarta la necesidad del encierro.
Para 1971 se estipula el uso de drogas como delito de “perturbación de la tranquilidad pública” (Decreto
522 de 1971) y se designan instituciones como “frenocomios, casas de reposo, hospital o clínica” como los
lugares donde es posible la “curación o rehabilitación”.
Es un fenómeno importante la invención de un lugar de constreñimiento forzoso, donde la moral puede castigar cruelmente, merced
a una atribución administrativa. Por primera vez, se instauran establecimientos de moralidad, donde se logra una asombrosa síntesis
de obligación moral y ley civil. El orden de los Estados no tolera ya el desorden de los corazones. (Foucault, 111-119; 1998)
3.3.3. 1973-1980: El Consejo Nacional de Estupefacientes y el inicio de la burocracia antidrogas
Por la Ley 17 de 1973, el Congreso Nacional revistió al Presidente de facultades extraordinarias “para
elaborar un estatuto que regule íntegramente el fenómeno de aquellas drogas o sustancias, cree el
organismo administrativo que cumpla las funciones que le atribuye el estatuto y haga las apropiaciones en
el presupuesto nacional”.
Esta ley da origen al Estatuto Nacional de Estupefacientes (Decreto 1188 de 1974):
El ENE fue el primer cuerpo orgánico que en el ámbito legal, de manera coherente y armónica, reguló el fenómeno en diversos
capítulos: campañas educativas y publicitarias, control de fabricación y distribución de sustancias estupefacientes, los delitos y las
contravenciones, la destrucción de sustancias incautadas, el tratamiento y rehabilitación de los farmacodependientes, y acciones del
Consejo Nacional de Estupefacientes (CNE) que había sido creado por el Decreto 1206 de junio de 1973. (Velásquez, 1989: 19)
A partir de la década de los 70, el papel de Colombia en el negocio de drogas ilegales cambió
radicalmente. Las características particulares de la sociedad y la economía colombiana, dieron origen a la
formación de grupos involucrados en el negocio ilegal de drogas. Muchos investigadores afirman que hubo
un desplazamiento de actividad ilegal, que antes habían estado relacionadas con el contrabando, la
explotación ilegal de esmeraldas y las actividades de extracción del caucho hacia el narcotráfico. Este
desplazamiento se facilitó por la fragilidad del sistema de autoridad y en general, por la aceptación
complaciente de la sociedad colombiana.
 
3.4.    La Ley 30 de 1986: La droga definida e institucionalizada
Mediante la Ley 30 de 1986 se crea el Consejo Nacional de Estupefacientes, que organiza de manera
integral el fenómeno de drogas desde el tema del consumo hasta el tema de la producción. Es notable la
forma en que esta ley define y categoriza términos y componentes del discurso sobre las drogas. También
le otorga al Ejecutivo la administración de estas instituciones designadas (Consejo Nacional de
Estupefacientes y la Dirección Nacional de Estupefacientes). La concentración de responsabilidades en el
ejecutivo facilitará la filtración del narcotráfico en los arreglos entre la política y la economía.
Según la norma, el CNE, con la colaboración de la Secretaría Técnica del DNE, es responsable de formular
la política de lucha contra las drogas. Este Consejo cuenta con la participación de distintos sectores y
autoridades de la siguiente manera:
1. El Ministerio de Justicia, quien lo presidirá.
2. El Ministerio de Defensa Nacional.
3. El Ministerio de Educación Nacional.
4. El Ministerio de Salud Pública.
5. El Ministerio de Relaciones Exteriores.
6. El Director nacional de estupefacientes, quien tendrá voz, pero no voto.
7. El Procurador General de la Nación o su delegado.
8. El Director del Departamento Administrativo de Seguridad o su delegado.
9. El Director general de la Policía Nacional o su delegado.
10. El Fiscal General de la Nación o su delegado.
Las Funciones del Consejo Nacional de Estupefacientes, establecidas por el Artículo 91, le brindan la
facultad de desarrollo de la política:
a) Formular, para su adopción por el Gobierno Nacional, las políticas y los planes y programas que las entidades públicas y privadas
deben adelantar para la lucha contra la producción, comercio y uso de drogas que producen dependencia. Igualmente el consejo
propondrá medidas para el control del uso ilícito de tales drogas;
b) Conforme al ordinal anterior, señalar a los distintos organismos oficiales las campañas y acciones específicas que cada uno de
ellos debe adelantar;
c) Dictar las normas necesarias para el debido cumplimiento de sus funciones y proponer al gobierno la expedición de las que fueren
de competencia de éste;
d) Supervisar la actividad de las entidades estatales y privadas que se ocupan de la prevención e investigación científica y de policía
judicial, control y rehabilitación en materia de drogas que producen dependencia;
e) Mantener contactos con gobiernos extranjeros y entidades internacionales en asuntos de su competencia y adelantar gestiones
ante los mismos con el fin de coordinar la acción del gobierno colombiano con la de otros Estados, y de obtener la asistencia que
fuera del caso;
f) Disponer, de acuerdo con los indicios graves, que posea, proveniente de los organismos de inteligencia, sobre actividades de
personas, aeronaves, embarcaciones, vehículos terrestres y uso de aeródromos o pistas, puertos, muelles o terminales marítimos,
fluviales o terrestres, vinculados al tráfico de estupefacientes, la suspensión de las licencias para personal aeronáutico, marítimo,
fluvial y terrestre, certificados y permisos de operación. Para tal efecto, impartirá a las autoridades correspondientes las
instrucciones a que haya lugar, y
g) Disponer la destrucción de los cultivos de marihuana, coca y demás plantaciones de las cuales se puedan extraer sustancias que
produzcan dependencia, utilizando los medios más adecuados, previo concepto favorable de los organismos encargados de velar por
la salud de la población y por la preservación y equilibrio del ecosistema del país.
Según lo anterior, el CNE es el organismo más importante en la definición de la política de drogas. Desde
entonces no ha habido otro intento por definir el problema de las drogas en su complejidad. Se ha
privilegiado la mirada militar sobre el tema por el argumento de la “seguridad nacional”. Los cambios que
se dieron en la participación de grupos de narcotraficantes colombianos harán que el tema se “encierre”
para ser tratado por los especialistas, es decir, por la policía, la DEA y las fuerzas militares, como se verá
en el siguiente capítulo.
3.5.    Una excepción, el reconocimiento de la autonomía: La Dosis Personal[22]
La Constitución Política de 1991 constituyó un acuerdo social que expresa los nuevos principios del Estado
colombiano y reforma así los conceptos sociales y políticos que organizan la forma del Estado. Además
brindó un nuevo marco para diferenciar los derechos entre lo público y lo privado. Según ella, el principio
de la libre determinación y la dignidad de la persona (autónoma para elegir su propio destino) y la
consigna según la cual “una persona no puede ser castigada por lo que posiblemente hará, sino por lo que
efectivamente hace”, serán los principios inspiradores de una sentencia que representa un hito
fundamental en la consideración legal del problema de drogas.
Mediante la Sentencia NO. C-221 de 1994, la Corte Constitucional señala que la drogadicción es
básicamente un “comportamiento personal” y con base en esto, despenaliza la acción del consumo,
limitado a lo que se conocería como la dosis personal.
De esta sentencia se desprenden varios puntos fundamentales que brindan un argumento jurídico liberal y
democrático para entender mejor el tema del consumo:
   Derecho a la salud: Cada cual es libre de decidir si es o no el caso recuperar su salud.
Si yo soy dueño de mi vida, a  fortiori soy libre de cuidar o no mi salud cuyo deterioro lleva a la muerte que,
lícitamente yo puedo infligirme.
   Derecho al libre desarrollo de la personalidad: La primera consecuencia que se deriva de la autonomía,
consiste en que es la propia persona y no nadie por ella quien debe darle sentido a su existencia.
Que las personas sean libres y autónomas para elegir su forma de vida mientras ésta no interfiera con la autonomía de las otras, es
parte vital del interés común en una sociedad personalista, como la que ha pretendido configurar la carta Política que hoy nos
rige. Si el derecho al libre desarrollo de la personalidad tiene algún sentido dentro de nuestro sistema, es preciso concluir que, por
las razones anotadas, las normas que hacen del consumo de droga un delito, son claramente inconstitucionales.
   Drogadicción: Educación como obligación estatal y tratamiento médico
“Que una persona que no ha cometido ninguna infracción penal –como lo establece el mismo artículo- sea obligada a recibir
tratamiento médico contra una “enfermedad” de la que no quiere curarse, es abiertamente atentatorio de la libertad y de la
autonomía consagradas en el artículo 16”
Estas consideraciones llevaron a cuestionar las disposiciones de la Ley 30 de 1986 con respecto al Artículo
2º. Sobre la dosis personal y el Artículo 51 sobre la penalización del porte de drogas. La Sentencia señala
que estas disposiciones violan directamente los siguientes preceptos de la Carta:
El artículo 1º que alude al respeto de la dignidad humana como fundamento del Estado; el 2º que obliga al mismo Estado a
garantizar “la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución”; el 5º que reconoce la primacía de los
derechos inalienables de la persona, dentro de los cuales ocupa un lugar de privilegio dado el de la autonomía, como expresión
inmediata de la libertad, el 16 que consagra expresamente el derecho anterior referido y el 13 consagratorio del derecho a la
igualdad pues no se compadece con él, el tratamiento de personas que deben ser análogamente tratadas (el caso del cigarrillo y el
alcohol).
Además abrió la discusión sobre la definición del Estado y los ámbitos de su intervención:
El Estado colombiano se asume (en tanto que sujeto pretensor) dueño y señor de la vida de cada una de las personas cuya conducta
rige y, por eso, arrogándose el papel de Dios en la concepción teológica, prescriba, más allá de la órbita del derecho,
comportamientos que solo al individuo atañen y sobre los cuales cada persona es dueña de decidir.
La importancia de esta sentencia está en la apertura hacia un debate de la legalización de ciertas drogas.
La tendencia de algunos países europeos bajo la perspectiva de reducción del daño apunta a la
reclasificación de las drogas ilegales, y conduce a debates sobre la legalización, particularmente de la
marihuana. El fenómeno de drogas entendido en el ámbito privado es un tema fundamental de derechos
individuales.
Pese a la contundencia de los argumentos y la expedición misma de la despenalización de la dosis
personal, la construcción social frente a las drogas es mucho más fuerte que los cambios que esta ley
pueda generar en la configuración general de la política y la opinión sobre las drogas.
4.  EL ENEMIGO INTERNO
      Definición de los grupos involucrados en el negocio de drogas ilegales
“Este país es mío”
El “Narco” de los Monos de Caballero
Durante las últimas décadas del siglo XX el papel de Colombia en el escenario mundial de las drogas
cambió drásticamente y, en consecuencia, su aparato político, económico y social. Como se aprecia en el
siguiente cuadro, la participación colombiana en la producción de cocaína se incrementó sustancialmente y
dio origen a grupos dedicados a esta actividad.
En este capítulo se presenta el surgimiento y evolución del narcotráfico hacia grupos de crimen organizado
que realizan acciones económicas de uso de poder y ejercen actividades criminales en las que la violencia
es un factor desestabilizante de la sociedad. Se describe la manera como estos grupos entraron al
escenario de negociaciones políticas, sociales y económicas en el contexto colombiano.
El capítulo está dividido así: En la primera parte, se hacen algunas definiciones sociológicas de los grupos
dedicados a la producción y el tráfico de drogas. En la segunda parte, se analiza la evolución, en términos de
ejercicio del poder de estos grupos. En particular se mirará cómo en un momento particular, los grupos de
narcotraficantes, por medio de la intimidación, el soborno o la cooptación de la sociedad, se establecen en
una posición frontal en el escenario de negociaciones del Estado, particularmente frente a la extradición.
PARTE I: DEFINICIONES SOCIOLÓGICAS
4.1. Clanes, carteles y mafias:
Descripción sociológica de los grupos o individuos involucrados en el negocio de drogas ilegales
La referencia más frecuente, cuando se habla de grupos o individuos involucrados en el negocio de drogas
ilegales, tiene que ver con términos como mafias, carteles y terroristas. También se los asocia con minorías
étnicas y criminalidad.
Desde una perspectiva meramente económica, puede decirse que dichos grupos se conforman para llevar a
cabo una acción económica y maximizar sus beneficios, asumiendo formas normalmente violentas para llevar
a cabo sus actividades.  Las formas organizacionales y las estrategias que adoptan varían de acuerdo con
múltiples factores y no puede darse una sola definición.
El concepto de mafia define la organización por los factores que la cohesionan, como son los lazos
estrictamente familiares, la existencia de códigos de honor y la ejecución de acciones violentas. Organizados
de forma piramidal, las familias (mafiosas) están regidas por un orden semejante al patriarcal. Para Weber la
dominación que impera en la forma del patriarca está determinada por lazos de lealtad y adscripción
incondicional. La composición de esta forma patriarcal se caracteriza por la "ausencia de un cuadro
administrativo formal", aunque son muchos los miembros de segundo nivel que se ocupan de las tareas de
administración.
La autoridad del "don" se asemejaría a la autoridad del patriarca, pater familia, y en ese sentido concentra un
"amplio ámbito del arbitrio material y de los actos discrecionales puramente personales del soberano"
(Weber; 1997: 192).
Esta misma figura del “don” se encuentra en la de “el Patrón” (Pablo Escobar), que ejerce protección e
influencia sobre determinados grupos de la población normalmente en los bajos fondos de sus áreas de
influencia.
Sin embargo, la definición de mafia usada normalmente para designar a los grupos involucrados en negocios
ilegales, no es generalizable y no constituye un tipo ideal en la consideración del narcotráfico. Tal como lo
expone magistralmente C. Krauthausen en su análisis comparativo entre la Cosa Nostra italiana y el
narcotráfico colombiano, son muchas las diferencias entre estos grupos, aunque también presentan
similitudes en sus formas de acción. Para este autor las circunstancias determinan comportamientos mafiosos
por parte de los narcotraficantes; en algunos casos los mafiosos practican actividades de narcotráfico, sin que
ello represente una delimitación rígida de las definiciones de los dos grupos:
Las diferencias organizacionales entre la Cosa Nostra y el narcotráfico son considerables. De un lado, herméticas asociaciones secretas
con una restrictiva política de reclutamiento, del otro, cambiantes redes, relaciones comerciales y empresas en las que, en principio,
cualquiera puede participar, siempre y cuando disponga del capital de contactos requeridos. Jerarquías y acatamiento de órdenes aquí,
asociaciones y repartición de ganancias allá. Formalización en rituales y normas en Italia, e informalidad en el trato y la conducta en
Colombia. Organizativamente rígida la Cosa Nostra, flexible y muchas veces difusa, la estructura del narcotráfico. (Krauthausen, 1998:
243)
Existen similitudes en los contextos italiano y colombiano, que propician el surgimiento de organizaciones que
ejercen una acción ilegal de tipo criminal en un escenario estatal y cultural determinado por las siguientes
características:
   La tradición de formas de adscripción de tipo gamonal, clientelista y caciquil, de alguna manera ligados al
campo y heredados desde el siglo pasado.
   La corrupción como práctica social y política legitimada.
   El contrabando y otras prácticas de ilegalidad que preparan el terreno para el narcotráfico o la extorsión.
   La crisis económica y social de las élites regionales, que además de facilitar el ascenso social y económico
contribuye a agudizar las contradicciones sociales que solo podían ser resueltas por la fuerza (lugartenientes,
sicarios, paramilitarismo).
Krauthausen explica estas coincidencias por medio del concepto de “escenarios de acción”, en función de
los objetivos particulares de estos grupos:
Los partícipes en los mercados internacionales de drogas ilegales tienden a preferir organizaciones y redes abiertas, flexibles y con
frecuencia pequeñas (racionalidad empresarial)…Cuando los narcotraficantes se orientan hacia el ejercicio del poder, prefieren los
modelos organizativo más jerarquizados y formalizados (Krauthausen, 1998: 246).
Trátese entonces de los grupos criminales en el norte del Valle, de los esmeralderos del centro del país o de algunos guajiros:
también en Colombia ha habido escenarios de tipo mafioso, en los que determinados grupos establecieron un control territorial,
emplearon la violencia en beneficio de sus intereses económicos y al menos particularmente se sirvieron de este poder para
incursionar en los mercados ilegales (Krauthausen, 1998: 144).
Las tradiciones culturales y sociales mencionadas (caciquismo, clientelismo, gamonalismo), como formas
patriarcales o de dominación patrimonial permiten el desarrollo de estas formas de organización inscritas
en un ámbito capitalista y de prohibición. Para Weber, en este tipo de dominación patrimonial o patriarcal
"florecen y arraigan con frecuencia: el capitalismo comercial, el capitalismo de arriendo de tributos y de
arriendo y venta de cargos, el capitalismo de suministros al estado y financiamientos de guerras..."
(Weber; 1997: 192).
Otra denominación recurrente ha sido la de “cartel”, como una unidad organizativa que controla precios y
establece alianzas estratégicas con fines específicos. Definida por Damian Zaitch de la siguiente manera:
La idea de cartel, aún metafóricamente invocada, sugiere que los productores y exportadores de drogas están organizados en estructuras
burocráticas que de manera secreta conspiran por el control de precios y resultados en un modelo de monopolio. El modelo de
cartel enfatiza aún más una coordinación altamente estructurada, estricta división del trabajo y habilidades organizacionales sofisticadas
(Zaitch, 2000: 30).[23]
Sin embargo, como este mismo autor demuestra, las organizaciones de narcotráfico no poseen el control de
la coordinación o de la división del trabajo. El término de crimen organizado se acopla mejor a las
características ilegales de la actividad relacionada con drogas, como una continuación de otras actividades
ilegales como la prostitución, el juego, el contrabando de alcohol, entre otras.
En el caso colombiano, los grupos de crimen organizado se conforman siguiendo distintos patrones y motivos.
La asociación por medio del clan de los grupos guajiros, difiere de aquellos de tipo familiar o regional que
caracterizaron algunos grupos ligados a los carteles de Cali o de Medellín. Estas definiciones no pueden ser
rígidas, pues dejan por fuera las múltiples maneras en que se entretejen relaciones, alianzas, asociaciones
dentro del complejo esquema del negocio de drogas ilegales.
4.2. Empresarios innovadores o criminales aterradores
   La participación colombiana de grupos en el negocio de drogas ilegales
En un principio, solo es posible hablar del momento en que aparece el negocio de las drogas en Colombia, y
de cómo distintos grupos, preexistentes, se ocuparon del negocio y a partir de ese momento se formaron
nuevas organizaciones para esta actividad. Para 1959, y debido a las presiones sobre los países entonces
productores, se desplazan las actividades relacionadas con drogas hacia Colombia. En el país, ya se habían
dado algunas actividades de procesamiento de cocaína, heroína y morfina, para su posterior comercialización
en México y Estados Unidos. [24]
Durante este período también se establecieron los primeros cultivos de marihuana en territorio colombiano.
Coaliciones de intereses se dieron entre grupos de extranjeros y campesinos de la Sierra Nevada de Santa
Marta y del Cauca, en el sur del país, para implantar la producción de marihuana en estos lugares. Si bien la
siembra se localizó en estos territorios, la actividad del tráfico era llevada a cabo por medio de estrategias y
rutas de contrabando heredadas de las prácticas coloniales. En el ejercicio del contrabando sobresalían los
clanes guajiros, que, ubicados en un territorio fronterizo y con salida al mar Caribe, venían desarrollando esta
actividad.
La definición de clan está asociada a estructuras étnicas familiares. La relación por parentesco y familiaridad
dio origen a enfrentamientos que conformaron el prototipo de mafia que identificaría parcialmente a los
grupos dedicados al narcotráfico.
El clan es el sustentáculo primordial de toda fidelidad. Es por consiguiente, lugar del desarrollo de la "herencia" fuera de la casa.
Crea, por medio de la obligación de la venganza de sangre, una solidaridad personal de sus miembros frente a terceros y funciona
así una relación de piedad que en circunstancias, puede ser más fuerte que la de la casa (Weber, 1997: 298).
Como consecuencia de los cambios internacionales en la demanda, se diversificaron las actividades y se
integraron nuevos grupos a esta actividad. Además de los clanes y los contrabandistas, otros grupos con
arrojo suficiente asumieron el riesgo y se involucraron en el negocio.
Teniendo en cuenta los riesgos implicados en esta actividad, se fueron dando asociaciones que cumplieran
con requisitos básicos de confianza, en las cuales el parentesco era la solución a la necesaria discreción de las
operaciones. Sin embargo, esto no es una camisa de fuerza y son muchas las formas que se pueden adoptar
siempre y cuando garanticen el éxito de la gestión económica, la distribución del riesgo y la integración de
distintas fases en el proceso de narcotráfico. Tal como lo señalan Krathausen y Sarmiento:
A diferencia de lo que sucede en clanes como los guajiros, el espíritu colectivo en la empresa ilegal no proviene de las semejanzas entre
los mismos individuos sino de la identidad de aspiraciones entre ellos. Los parientes y los amigos en la empresa ilegal comparten metas
colectivas claves: el éxito en el negocio y la impunidad (Krauthausen & Sarmiento, 1994: 40).
Los grupos se transforman y evolucionan muy rápidamente. De los estilos de tipo mafioso que
protagonizaron los grupos de Medellín y Cali, se ha pasado a un escenario “empresarial” de los nuevos
grupos de narcotráfico. Ellos portan un perfil más bajo, donde la autoridad del capo se reemplaza por
intrincadas redes de asociación, insertándose aparentemente dentro de las normas vigentes.
 Las personas dedicadas al negocio de drogas ilegales hoy en día son mucho más preparadas
profesionalmente que sus predecesores, la mayoría tienen estudios universitarios, algunos fuera del país, y se
han encargado de mantener una imagen menos ostentosa y agresiva.
4.3. Formas organizativas del negocio de drogas ilícitas
Las nociones de cartel, mafia o clan, si bien corresponden a ciertas formas particulares que asume
la empresa ilegal, no son del todo exactas. Se sugiere adoptar en principio la idea de empresa ilegal para
llegar a la noción de crimen organizado.
Weber define a la empresa como una acción que busca la realización de determinados fines de forma
permanente. También define la “asociación de empresa” a una sociedad con un cuadro administrativo
continuamente activo en la prosecución de determinados fines (Weber, 1997: 42).
Esta definición se aplica a la empresa del negocio de drogas ilegales y de manera obvia se observa que
prevalece la orientación del cálculo de capital, típico de la moderna empresa económica. De hecho, es el
contexto capitalista el escenario en el cual florecerá el negocio ilegal.
Sin embargo, justamente la característica de ilegalidad de la acción del tráfico y producción de drogas hace
que la asociación se base en:
a. Un interés particular dentro de la acción económica
b. La necesidad de seguridad en términos de la fidelidad o el secreto y en la protección.
c. El aseguramiento de poder coactivo, que puede darse a través de la contratación o servicios internos de
violencia.
Esto exige enfatizar que pese a los cálculos racionales de la empresa del narcotráfico, el uso y abuso de la
violencia los convierte en criminales de alta peligrosidad. Dicho ejercicio de la violencia sólo es posible en un
escenario que lo permita. Las características estructurales del Estado en Colombia (así como en el caso de
Italia) proveen las condiciones para que el crimen organizado florezca, se legitime y actúe con métodos
intimidatorios o cooptativos y se desarrolle sin control alguno.
Las definiciones de Weber de acción económicamente orientada y gestión económica, ofrecen una
respuesta analítica para explicar las diferencias en cuanto a las formas de vinculación a las actividades de
la empresa ilegal. En la acción económica se ejecuta una acción racional con uso del poder. En el caso del
narcotráfico el uso del poder se obtiene por métodos normalmente violentos, o mediante la capacidad de
atraer el favor de políticos, legisladores y jueces (por intimidación o soborno) hacia los intereses
particulares de los grupos de narcotráfico. La violencia es el factor que diferencia la acción económica del
crimen en el narcotráfico.
Pero no todos los actores involucrados en el negocio del narcotráfico usan la violencia. Campesinos,
colonos o indígenas que participan en la primera fase de producción, la siembra y el procesamiento inicial
de la pasta suelen ser víctimas de distintas presiones: la crisis agrícola, la marginación social y la ausencia
de oportunidades legales para su desarrollo. Ellos son los eslabones más débiles de la cadena y los que
reciben el menor porcentaje de ganancia sobre el negocio. Tal como se ha mencionado anteriormente la
mayor porción de los beneficios se queda en los grupos que pueden ejercer control sobre rutas, redes de
poder y ejercicio de la violencia.
Cuadro 5.1. Distribución de costos en la empresa de la cocaína
Actor Económico Costo US$ Porcentaje
Pequeño Cultivador 60 0,7%
Cultivador de Coca Comercial 600 7,4%
Transporte Nacional 100 1,2%
Insumos Químicos 200 2,5%
Procesamiento 300 3,7%
Rutas y Carteles Internacionales 3.200 39,5%
Vigilancia, Seguridad, Corrupción 500 6,2%
Lavado de Dinero 1.700 21,0%
Otros 1.500 18,5%
Total 8.100  
Fuente: Zaitch, 2000.
Aunque la política ha identificado esta diferencia, en cuanto a la participación de los campesinos, colonos o
indígenas, con estrategias de desarrollo alternativo para estos "pequeños cultivadores”, la represión no
establece esta distinción. Las soluciones políticas operan con el lema del garrote y la zanahoria, donde
prima el enfoque represivo, para llegar después con opciones de inversión social. (Blickman, 1997)
La ineficiencia de este enfoque se demuestra en el incremento de estos pequeños cultivadores en las
actividades primarias del proceso de producción, pasando de ser apenas un 10% del total de la producción
de ilícitos en 1990, a hacerlo con un 60% en el año 2000. De hecho la política de lucha contra las drogas
se ha concentrado en el eslabón más débil del proceso; la estrategia se dirige a destruir los cultivos ilícitos
en la fuente a través de acciones de fumigación e interdicción.
PARTE II: DEL PATRÓN AL MONO JOJOY
4.4. El crimen organizado del narcotráfico en Colombia
El surgimiento del narcotráfico en Colombia se explica por factores sociales y culturales que influencian tanto
la manera de relación y adscripción a los grupos, como su relación con una determinada forma de
Estado. Algunos de estos aspectos son: la valoración social frente a considerar válidas conductas ilegales
como el soborno, el contrabando o la evasión de las leyes, la rapacidad establecida por los mecanismos
económicos y la forma de Estado, en el cual se permite que los ciudadanos busquen influir en las decisiones
públicas por la violencia o el soborno. Dichas acciones no solo pertenecen al ámbito del crimen organizado,
sino que hacen parte de la cultura colombiana de interacción con el Estado. Ante los vericuetos de la
burocracia, se tiende a la corrupción, hecho agravado por la falta de control por parte de la sociedad civil,
sobre las acciones estatales.
Tokatlian señala los siguientes elementos fundamentales para entender el surgimiento de organizaciones
criminales en el contexto capitalista de esta manera:
a. En forma independiente del grado y nivel de desarrollo económico histórico o vigente de un país, el crimen organizado florece, se
amplía y hunde sus raíces con más fuerza en el capitalismo.
b. El crimen organizado es un fenómeno dinámico que se circunscribe cada vez menos a la idea de un único espacio físico, de un grupo
nacional y de un número reducido y limitado de productos ilícitos bajo control de una organización dada. De hecho, se subraya la forma
empresarial delictiva del crimen organizado, que durante su evolución histórica se ha adaptado y se ha expandido de manera creativa
e innovativa. Esto hace que en virtud de su asociación con el carácter empresarial pueda llegar adquirir, como de hecho lo hace,
dimensiones globales, transnacionales, multiformes en los acuerdos que forja con sectores políticos y sociales, y pluriproductivas.
c.  El crimen organizado es mucho más que un acto o una conducta grupal aislada o unilateral, anómica o desviada. Incluso puede decirse
que está inserta en una dinámica social que le es funcional a sus propósitos. El contexto colombiano facilitó de hecho este auge, tal como
se ha venido afirmando.
d. Aunque la acción del crimen organizado se ha reservado al ámbito de los agentes no gubernamentales, como en el caso del
narcotráfico, esto no significa que no existan articulaciones con el espacio estatal.
e. Una constante observable tanto en los estudios teóricos como en las experiencias empíricas es la búsqueda de poder político y
económico por parte del crimen organizado, de forma que puedan asegurar y proyectar su dominación social.
f.  En cuanto al uso de mecanismos de coerción como la violencia y el soborno, la fortaleza represiva no es el único instrumento
característico. La criminalidad organizada tiene la capacidad de emplear distintos métodos donde combina la coerción y el consenso, como
se verá en el caso colombiano, cuya generación de redes locales de apoyo y de legitimación social, estuvo acompañada de las estrategias
de coacción violenta durante los 80s.
g. El crimen organizado no parece responder a un patrón estático, sino que se apoya en coaliciones, asociaciones, y conexiones, pero
generalmente no constituye un tipo de burocracia, corporación, cartel o conglomerado homogéneo, consistente y monolítico. Lazos
familiares, regionales, étnicos, nacionales y hasta religiosos se yuxtaponen según los intereses. Carecen de ideología y más bien su
orientación es tremendamente pragmática.
h. La criminalidad organizada no busca per se el cambio del establecimiento, ya que de hecho se beneficia del sistema como tal. Pese a
sus estrategias desestabilizadoras, no están buscando una transformación estructural, sino que más bien tiende a preservar un esquema
sociopolítico dado.
  (Tokatlian, 2000: 63-65).
El hecho de que Colombia se haya convertido en el centro mundial del narcotráfico obedece no solo a las
condiciones geográficas o biofísicas para el cultivo de ilícitos, sino también a las condiciones sociales y
políticas que permitieron el surgimiento y consolidación de grupos dedicados al negocio de las drogas
ilegales.
4.5. Estrategias de inserción del narcotráfico en el sistema estatal colombiano.
Actividades ilegales han existido siempre, pero la aparición de grupos relacionados con producción y tráfico
de drogas en un sentido moderno, sólo surgieron a partir de los cambios en la oferta y demanda
internacional de drogas. A lo largo del siglo XX, se desarrolló la criminalidad alrededor del negocio de drogas
ilícitas, y fueron surgiendo los protagonistas de las actividades criminales de producción, tráfico y
consumo. Sin embargo, los países, actores y grupos cambiaron permanentemente.
Ante las condiciones de negociación de privilegios del Estado colombiano, los narcotraficantes desarrollaron
prácticas particulares para asegurarse un lugar dentro del sistema.
Las actividades políticas de los narcotraficantes se ejercieron de distintas maneras y para diversos
propósitos. Desde los intentos caudillistas de Carlos Lehder y su Movimiento Latino o la suplencia de Pablo
Escobar en la Cámara de Representantes, pasando por estrategias de apoyo popular como las establecidas
por el mismo Escobar del “Medellín sin Tugurios”, representan las vías con que el Cartel de Cali, jugó la
política de un modo más estratégico y en ámbitos colaborativos que desembocarían en la política de
sometimiento. No en vano uno de sus líderes es apodado “El Ajedrecista”.
A partir de finales de los años 70, la intervención en política se dirigió principalmente al apoyo de uno u
otro candidato, para asegurarse favores legislativos y judiciales en el ámbito estatal. Sin embargo, no
puede hablarse de narco-política puesto que el objetivo de estas estrategias no pasaban por la búsqueda
de cambios en el establecimiento, sino más bien por el aseguramiento de un lugar dentro del sistema.
Las actividades políticas desplegadas buscaron legitimar sus acciones, y así se manifiesta en
el “Memorándum al Presidente Betancur”:
Señor Presidente:
Nos hemos atrevido a dirigirle esta carta para precisar en ella una posición que hemos venido estudiando desde tiempo atrás y la cual se
precipitó, lamentablemente con el asesinato del doctor Rodrigo Lara Bonilla. Decidimos lamentablemente, porque cuanto mejor hubiese
sido haberla asumido desde antes, para el bien de la patria y de nosotros mismos.
 (…) el resultado es la declaración unilateral que se anexa en forma de memorando, la cual consigna nuestra posición franca, honesta y
decidida frente al tema del narcotráfico y frente a nuestra íntima decisión de solicitar sencilla y abiertamente a usted, señor presidente el
que considere la posibilidad de nuestra reincorporación en un futuro cercano a la sociedad colombiana para disfrutar plenamente de ella,
como personas de bien, como ciudadanos. Es Colombia la patria que queremos para nuestros hijos y la patria que amamos
entrañablemente”
   Firman “Los Extraditables”
Alrededor de la extradición se dará una unión temporal de los diversos grupos, determinada por los intereses
respecto a esta norma, que amenazaba por igual a los involucrados en el negocio ilegal de drogas. Las
formas en que se negoció con el Estado conducirían a dos destinos diferentes: El cadáver acribillado de Pablo
Escobar y el cómodo sometimiento de los Rodríguez Orejuela en la Cárcel de Cali.
4.6. La pregunta del millón ¿por qué en Colombia?
Francisco Thoumi argumenta que las razones comunes que vinculan la pobreza, la posición geográfica, la
corrupción o las crisis económicas no son suficientes para explicar el desmedido crecimiento y desarrollo de
estos grupos. Él señala que la respuesta a esta pregunta debe buscarse en las características sociales que
conforman los modelos del país.
En este sentido, deben relevarse las características particulares del Estado colombiano, que propiciaron el
poder de infiltración de estos grupos. En un escenario de recursos escasos y una cultura de la “apropiación”
arbitraria de los mismos, los gobernantes colombianos convirtieron el Estado en un mercado para la
negociación de privilegios.  
Los beneficios del tráfico de drogas serán algunos de los recursos a repartir. En una primera etapa, ya
desde finales de los años 70, las grandes ganancias de la actividad ilegal se incorporaron al país a través
del sistema de divisas.
Al principio de ese período las drogas fueron implícitamente bienvenidas, o al menos toleradas, por la mayoría de la ciudadanía. En
un país que desde mediados de los años 50 había padecido una escasez de divisas crónica, la bonanza ilegal se vio como algo
bastante positivo. Además, en un país acostumbrado a que las leyes no se hacen para cumplirlas y en el que el contrabando ha sido
tolerado y socialmente legitimado, la ilegalidad del negocio no se veía como un obstáculo al mismo. La gran desconfianza
prevaleciente en Colombia también contribuyó a la aceptación del fenómeno: si los gringos habían declarado las drogas ilegales, pero
a la vez las consumían, era porque alguien allá se beneficiaba. Entonces, ¿por qué no aprovechar esa oportunidad? (Thoumi, 2002).
En la década de los 80 se consolidó la capacidad de acumulación del narcotráfico, superando al sector
privado. La mayoría de estas inversiones se dieron en el sector rural donde se dio un proceso de
reapropiación de la tierra.
Estas actividades se incorporaron al funcionamiento de las economías regionales, aunque su participación ha
sido sobrevalorada en las cifras oficiales y los discursos. De hecho, estos dineros no entraron al
funcionamiento económico como tal, ya que sus inversiones no fueron en sectores productivos, sino en
bienes de consumo y en sectores especiales como los clubes de fútbol, los concursos de belleza, el
automovilismo y otras actividades no productivas de carácter suntuario.[25]
Tal como lo muestra la siguiente tabla, la participación en el PIB de ingresos generados por el narcotráfico en
los países andinos no es tan alta como normalmente se supone.
Tabla 5.2. Actividades del narcotráfico como porcentaje del PIB en la región andina
% PIB PERÚ BOLIVIA COLOMBIA MEXICO TOTAL
1990 0,7 9,2 5,8 0,5 1,4
1991 0,7 10,2 5,4 0,5 1,3
1992 0,5 7,1 5,3 0,3 1,0
1993 0,5 10,2 3,7 0,2 0,8
1994 0,5 11,6 3,0 0,4 0,9
1995 0,4 10,8 2,4 0,4 0,0
1996 0,4 9,6 2,4 0,3 0,8
1997 0,3 7,7 2,2 0,2 0,7
Fuente: FMI, IFS, WEFA Group, LatinamericanMonitor.      
La abundancia de dinero proveniente del negocio de las drogas hizo que los narcotraficantes creyeran que
todo era comprable. Desde propiedades, acciones en clubes hasta personas, políticos, mujeres o policías,
todo parecía tener un precio. En la sociedad colombiana el tener es visto como algo deseable, y así se
empieza a relacionar narcotráfico con riqueza, permitiéndole a los narcotraficantes incursionar en ciertos
círculos sociales. Adicionalmente, la repartición de los beneficios les asegurará los apoyos locales a través de
la distribución de dinero o favores, con la intención de ganar legitimidad social para su protección y por tanto
prestigio político.
En algunos casos, las inversiones en construcción de barrios y otros proyectos de infraestructura básica para
sectores marginados reemplazan al Estado ausente. Sin embargo, no es una actitud caritativa o de
distribución de la riqueza, sino una compleja estrategia de control social y territorial:
Los narcotraficantes invierten a conciencia en el bienestar de la población… El Papa Noel es un hito: los narcotraficantes distribuyen
limosnas y se rodean de un aura de generosidad que a los ojos de muchos de sus conciudadanos los convierten en hombres buenos. Su
benevolencia, sin embargo, tiene que ser contrastada con sus inmensas ganancias (Krauthausen, 1998: 353).
Para los años 90 las medidas neoliberales facilitaron la incorporación de divisas que antes eran fuertemente
controladas y favorecieron a los narcotraficantes en la repatriación de sus ganancias:
El efecto perverso de una mayor globalización comercial y financiera, en el contexto de un país cruzado por una alta conflictividad social y
con un negocio ilícito floreciente, fue el fortalecimiento del crimen organizado (Tokatlian, 2000: 38).
4.7.   La identificación del enemigo
En el período comprendido entre 1984 (antes del asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla) y
1989 (después del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán) se expidieron un total de 139
decretos de estado de sitio. Las normas en sí mismas contenían aspectos institucionales, procedimientos,
establecimiento de gratificaciones, etc., en especial contribuyeron a asignarle al narcotráfico el papel de
desestabilizador y fuente de los males del país.
En efecto, los hechos que suscitaron la expedición de decretos fueron aquellos que el gobierno consideró como perturbadores del orden
público. Esta consideración tiene un carácter político y está ligada a la representación dominante en la opinión pública y en especial en los
medios de comunicación, sobre el sentido y alcance del hecho perturbador. De esta manera, el presidente, al expedir normas, está
respondiendo a las demandas provenientes de la sociedad (García, 1993; 169).
Estas disposiciones tienen efectos directos sobre la conformación institucional. Rubio afirma que la mayoría
de los decretos muestra una regulación de tipo procedimental. Así, de los 134 decretos, 82 tienen un efecto
de tipo organizativo, incluyendo allí lo procedimental, las reformas a otros proyectos y la creación de nuevas
instituciones.
El Gobierno Barco heredó una situación de violencia en continuación de la guerra contra las drogas iniciada a
partir del asesinato del ministro Lara Bonilla. La definición del narcoterrorismo y los altos costos asociados al
período en el cual se declara frontalmente la guerra contra el narcotráfico hacen que el presidente Barco se
decida por una política de cooperación plena con los Estados Unidos (Matthiesen, 2000).
 
4.8. Y la narcoguerrilla se hizo realidad…
Inicialmente, la participación de la guerrilla en las actividades del negocio de drogas ilegales se relacionaba
con la presencia del mismo en territorios bajo su influencia. Las contradicciones entre la guerrilla y los
narcotraficantes eran bastantes y se profundizaron por cuanto ambos buscaban el control del territorio.
 Aunque las posiciones de los dirigentes guerrilleros eran ambiguas frente a las drogas, llegándose incluso a
extremas penas para los que consumieran estas sustancias, lo cierto fue que el narcotráfico representó una
fuente inusitada de recursos para sus propios objetivos políticos. La práctica más generalizada fue el
“gramaje” o impuesto a distintas etapas de la producción:
El movimiento armado encontró en la coca otras ventajas además de ser fuente de financiación para la guerra a través de impuestos a las
diferentes fases de la cadena ilegal: una relegitimación social y política como resultado de las aciones de fuerza contra los productores y
por las fumigaciones mediante aspersión cuyos efectos sociopolíticos se ven agravados por la baja capacidad de gobernabilidad donde la
presencia estatal ha sido inexistente (Vargas, 1999: 167).
El poder expansivo de la guerrilla y los grupos armados encontró en el narcotráfico el combustible para seguir
funcionando, ante los quiebres de su orientación ideológica o estrategia política. Además, la participación en
la producción y tráfico de droga les ha permitido gestionar otros negocios como el de las armas y el lavado de
dinero. Según Reveiz, la guerrilla, al cambiar las aspiraciones políticas por los intereses económicos logró
amoldarse eficientemente al modelo neoliberal.
La guerrilla deja las áreas marginales y se proyecta a las zonas más ricas en recursos naturales (cultivos ilícitos, petróleo,
esmeraldas, banano, etc.),aumenta considerablemente su capacidad de reclutamiento y poder de fuego por vía de grandes ingresos,
va perdiendo su ethos revolucionario al entrar en contacto con el narcotráfico, preserva un desdibujado proyecto político y continúa
su avance hacia el poder nacional (Reveiz, 1997).
Hasta entonces la narcoguerrilla no existía como tal, sino en el argumento para vincular más recursos de
la cuantiosa guerra contra las drogas a la lucha contra la insurgencia. Hoy en día, si bien el término sigue
siendo inexacto, la comprobada participación de la guerrilla en actividades de narcotráfico ha llevado a la
generalización del término y a la vinculación de los frentes de la guerra.
Cuadro 5.3. Ingresos de la Guerrilla 1991-1996
ACTIVIDAD INGRESOS (millones de Col$) Porcentaje
Narcotráfico 1.600.000 44,45%
Robo y Extorsión 985.000 27,36%
Secuestro 788.000 21,89%
Inversión y desviode recursos 227.000 6,30%
TOTAL 3.600.000 100
Fuente: Portafolio, marzo 10/98. (Citado por Vargas, R. 1999: 48)
Por otro lado, los paramilitares pasaron de ser una empresa ilegal de seguridad (privada) y empezaron a
controlar territorios y devengar ganancias del narcotráfico. Apoyados por algunos sectores de las Fuerzas
Armadas y otros sectores estatales, su poder aumenta, sus vínculos con otros sectores reaccionarios se
fortalecen y, en general, cambian su naturaleza de empresa ilegal de seguridad, hacia un proyecto mucho
más ambicioso de control territorial y económico de ciertas zonas del país:
La derecha armada deja de ser una manifestación regional y tiende a expresar su proyecto nacional de tipo reaccionario.
El paramilitarismo, nacido de las entrañas del mismo Estado, con el beneplácito de militares, terratenientes, empresarios y políticos y
cuyo objetivo ha dejado de ser la contención de la guerrilla para transformarse en el de la reversión de la influencia insurgente, se ha
convertido en gran aparato contra la población civil inerme. Los dineros de los narcotraficantes le dieron aliento a su creación y hoy
siguen dotándolo de grandes recursos. Su aspiración es mayor presencia territorial y más influencia propia. (Reveiz, 1997)
En la construcción del nuevo enemigo, la conexión narcotráfico-terrorismo ha encontrado en Colombia a
los personajes perfectos para interpretar al temido villano. La inclusión de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Autodefensas Unidas
de Colombia AUC en la lista de las organizaciones terroristas del mundo, pone en el mismo
nivel a Osama Bin Laden con el Mono Jojoy, Tirofijo o Castaño.
El enemigo ha despertado!
5.  UNA MIRADA AL 2002
   Conflicto en la era de la Globalización
“Ellos no saben. 
No les importa. 
No quieren entender: 
-No entienden sino a plomo"
Revista Diners, entrevista de Antonio Caballero 
a Manuel Marulanda, marzo de 2002.
5.1.    Las bondades del neoliberalismo
En el año de 1991 la apertura se promueve como la bienvenida al futuro y a la globalización. La presión
implícita de los Estados Unidos por la adopción de medidas de corte neoliberal y la apertura de fronteras a
productos de importación, fueron un elemento central en las negociaciones de la década de los 90. En el
escenario interno, la sociedad colombiana efectuaba un nuevo pacto social en el marco de la Constitución
Nacional de 1991.
El esquema neoliberal, promovido por las agencias estatales estadounidenses en coalición con los intereses
de las transnacionales generó altos costos en la economía colombiana. Por otra parte, la política de
sometimiento, legitimada por el Artículo 35 de la nueva Constitución Nacional, evidenció la negociación con
los grupos de poder del narcotráfico y trajo como consecuencia la deslegitimación de las instituciones y la
falta de credibilidad en el gobierno.
Este proceso, representado por lo que Tokatlian define como un caso de “globalización deficiente”, muestra
cómo el contexto globalizante permitió la rápida incorporación de la empresa ilegal en los vacíos de una
política que se implementó bajo presiones internacionales, sin la debida preparación tanto de las fuerzas
productivas internas como de mecanismos de control. Esto favoreció implícitamente al negocio del
narcotráfico.
En efecto, según un informe de la DEA la apertura económica colombiana en el marco de una ausente
legislación para controlar el lavado de dólares, contribuyó a que el narcotráfico incrementara sus recursos
económicos legitimados en el país.
En el modelo de negociación propuesto por Matthiesen, distintos intereses hicieron convergencia presionando
interna y externamente en el proceso de negociación. Por un lado, las presiones crecientes de los Estados
Unidos hacia la activación del Tratado de Extradición, y por otro, las presiones internas de los grupos de
narcotraficantes en contra de esta medida.
La gestión del gobierno Gaviria condujo a satisfacer por un lado la demanda interna alrededor de la “No
Extradición”, que había generado altos costos por cuenta del terrorismo, y por otro lado, las demandas
externas para implementar otras estrategias de lucha contra las drogas. Es por ello que, aunque no hubo una
presión inusual desde Washington, se retornó a la tan cuestionada fumigación y a otras estrategias de
destrucción de cultivos.
Cuando los grupos armados, particularmente las guerrillas, entraron al negocio de las drogas ilegales, se
construyó un argumento en torno a la narcoguerrilla, y con ello se justificó que los recursos para la lucha
contra el narcotráfico se dirigieran en parte a la lucha antisubversiva.
5.2. Proceso 8.000: Garrote y zanahoria
En el gobierno Samper se implementan dos estrategias supuestamente complementarias. De lado, se
formalizan los programas de desarrollo alternativo y, de otro, se incrementan las acciones militares y la
cooperación militar estadounidense. Se intensifica la fumigación para demostrar “compromiso en la lucha
antidrogas”, luego del escándalo producido por las acusaciones de recepción de dineros del narcotráfico en
la campaña presidencial.
La fumigación es un ejemplo claro de la manera en que la fuerza relativa de juego o el poder de
negociación de los actores determina los beneficios de la política. La fumigación venía aplicándose con
interrupciones desde el Gobierno de Turbay Ayala y ha sido el comodín para exhibir medidas severas a los
Estados Unidos, sin considerar sus impactos sociales y ambientales. La fumigación castiga a los pequeños
productores y pobladores de las zonas, puesto que destruye también cultivos de subsistencia, con serias
consecuencias en la salud de las personas.
Este sector de la población tiene una menor fuerza relativa en la mesa de negociación. Es claro que al
Gobierno colombiano le conviene mostrar mano dura con la fumigación, en respuesta a la demanda de la
Embajada de los Estados Unidos, en lugar de aplicar medidas más severas hacia los narcotraficantes que
pudieron “someterse” a la justicia colombiana en cómodas cárceles construidas especialmente para ellos.
Tampoco se castigan acciones relacionadas con el tráfico de insumos o el lavado de dinero, actividades
que comprometen a nacionales y extranjeros.
Mientras tanto aquellos que tan solo reciben el 0,7% del beneficio del negocio deben soportar las
estrategias militares que representan el 70% de la inversión de la lucha contra el narcotráfico. El
Movimiento denominado “cocalero” de 1996 fue la primera manifestación organizada de las personas
afectadas por estas medidas. Aunque se dijo que hubo instigación de la guerrilla para esta manifestación,
lo significativo es que se generó una acción colectiva frente a un tema que había permanecido invisible o
ligado a la idea estigmatizada general del narcotráfico (Ramírez, 2002: 21).
Las peticiones de los cocaleros se referían a inversiones sociales e infraestructura, para poder incorporarse
al orden económico del país, también exigían la suspensión de las fumigaciones. Ante esa presión se
negociaron pactos para la erradicación de los cultivos ilícitos a cambio de inversión en desarrollo. El
Estado nunca cumplió estos pactos lo que contribuyó a romper la confianza y credibilidad del Estado y a
agudizar el conflicto.
5.3. “Castaño: Marulanda Os Ama!”
El negocio de drogas ilegales ha llegado a significar el combustible de la cruenta guerra en Colombia, ha
llevado a que actualmente la Guerra contra el Terrorismo enfoque como un objetivo concreto a los personajes
que encarnan al enemigo, al villano o al malvado. Los nombres son familiares, aparecen en partidos de
fútbol, en las películas taquilleras o en los discursos políticos. ¿Cómo se convierten entonces en esa
encarnación maléfica?
Sin desconocer los méritos para desempeñar este papel, lo cierto es que la representación social del nuevo
enemigo del terrorismo justifica otro tipo de intereses que tienen que ver con reconfiguración política,
expansión económica o presiones de opinión. Estos intereses no son precisamente los que dicen defender las
operaciones militares de intervención, que bajo sugerentes nombres prometen acabar con el mal.[26]
 Al igual que la “extracción de la piedra de la locura”, las intervenciones militares que buscan “acabar con el
flagelo del terrorismo” llevan a la desactivación de todo el ser social y político de los países que sufren “la
locura”.
Comparar el movimiento Al Quaeda con las FARC o las AUC, en el terreno del terrorismo, es un síntoma del
desconocimiento de los contextos históricos en los que han surgido estas organizaciones. Tratar de equiparar
a Osama con Marulanda o Castaño es un artilugio de la desinformación, que conduce a pensar inocentemente
que el problema puede solucionarse con la captura “vivos o muertos” de estos personajes. 
La presión del gobierno colombiano solicitando mayores recursos a los Estados Unidos y a los países europeos
en pos de la lucha contra la narcoguerrilla, se ha servido de la conexión drogas-terrorismo y el
enfrentamiento entre grupos armados en el país.
Con este argumento, los últimos presidentes: Pastrana y Uribe, así como sus ministros y los miembros de las
Fuerzas Militares, han hecho cabildeo en distintos escenarios internacionales. Las imágenes de la guerra han
servido para reforzar las asociaciones del conflicto con el reciente suceso del 11 de septiembre del 2001, sin
focalizar las causas sociales, económicas, culturales y ligados al narcotráfico.
5.4. Los invisibles….
Mientras los grupos violentos se fortalecen, quedan miles de familias abandonadas a la suerte de los señores
de la guerra, a la crisis económica y al abandono estatal. La crueldad de las acciones de la guerra ha
desplazado a más de dos millones de personas en los últimos dos años. Esto conlleva un reordenamiento de
propiedades en las tierras abandonadas por estas personas, proceso de redistribución de la riqueza y
territorios y a reconfigurar los actores en el escenario del narcotráfico. La apertura económica precipitó la
crisis agrícola y con ella la expansión del área cultivada y de los pequeños cultivadores de ilícitos.
Si en Colombia se le ha dado predominio al instrumento represivo para luchar contra el narcotráfico, es porque las otras alternativas
exigen un mayor compromiso con los intereses populares y desmedro a las minorías que ostentan el monopolio de la riqueza, una
equitativa distribución de la tierra garantizaría la vinculación de la misma a la producción, para colmar las necesidades reales de la
familia campesina, de la población urbana y la industria nacional. Reduciría el desempleo en el campo y ampliaría el mercado
interno, favoreciendo el desarrollo industrial. En la actualidad, la gran propiedad, consecuente con la ley capitalista de que los
medios de producción son para generar riqueza particular, está expuesta permanentemente a la atracción de las grandes ganancias
que representan los cultivos de coca, adormidera y marihuana” (Londoño, 1986: 155).
El deterioro económico afectó todos los sectores, incluso aquellos que gozaron de privilegios y prosperidad en
períodos anteriores, y precipitó la deslegitimidad institucional en Colombia. La crisis agrícola y el
empobrecimiento del contexto rural, ha empujado a miles familias campesinas a la actividad ilegal de
producción de drogas ilícitas, en sus estados de siembra y transformación. El problema no es la vinculación
de estas familias a estas sino el complejo entramado de las economías de la violencia y la ilegalidad. Los
programas de desarrollo alternativo que llegan con soluciones “agrícolas”, no alcanzan a tocar los
puntos nodales de la situación. Los problemas estructurales han sido denunciados durante décadas: la
tenencia de la tierra y el abandono estatal de estas comunidades, sin afrontarlos, el cultivo de ilícitos seguirá
siendo la única alternativa para estas personas.
5.5. El Plan Colombia y la IRA[27]
La inversión de los Estados Unidos en Colombia ha venido en un rápido ascenso por cuenta de la
ayuda anti-narcóticos. En el período comprendido entre 1986 hasta 1996 se entregaron 404.3 millones de
dólares para programas anti-narcóticos. Esta ayuda se ha triplicado por cuenta del Plan Colombia de 1998
(1.300 millones), y la reciente decisión del Congreso de Estados Unidos (Agosto de 2002), de apoyar la
lucha antisubversiva con cerca de 28.400 millones de dólares de la Guerra contra las Drogas.
A cambio de estos dineros y de donaciones de recursos (entrenamiento, equipo, suministros, armas) los
Estados Unidos exigen ser protegidos excepcionalmente de los tribunales de justicia internacional. Además
poseen todo tipo de permisos para la acción directa estadounidense (por ejemplo interceptación de
embarcaciones sospechosas de tráfico en aguas territoriales); todo ello en un clima de enérgica presión a
Colombia para que se apruebe ciertas leyes o establezcan nuevas políticas.
Andrés Pastrana inicia su gobierno en 1998 con la promesa de pacificación firmada en las
selvas colombianas antes de su elección, donde negoció con la guerrilla un pedazo de país, manteniendo
un diálogo de ausentes que le permitiría mientras tanto buscar en Europa una nominación al
Premio Nobel de Paz.
Los señores de la guerra, de la guerrilla y el paramilitarismo se apropian del caos reinante en la ausencia
de gobernabilidad. La inversión social se recorta y los fallidos diálogos de paz dan lugar al enfrentamiento
local entre ejército y guerrilla, y de manera dramáticamente frecuente entre paramilitares y guerrilla.
Estos grupos, y especialmente la guerrilla en las mesas de negociación del gobierno Pastrana, se
consolidan como grupos de poder, en busca de prebendas y privilegios.  El dinero del negocio de las
drogas asociado a los mercados de violencia definen un conflicto complicado donde el combustible del
narcotráfico alimenta la crueldad y el poderío de los señores de la guerra.
El Plan Colombia se constituyó como la estrategia más importante en este proceso de paz, prometiendo
inversión social que alcanzaría la pacificación del país. Sin embargo la mayoría de los recursos se destinó
al fortalecimiento de las Fuerzas Militares, en detrimento de sectores sociales históricamente marginados.
Los recientes escándalos por el desvío de fondos que debían ir a la lucha contra el narcotráfico,
evidenciaron la falta de control sobre los flujos de recursos y la desorientación general de la política. [28]
Los dineros entregados por los Estados Unidos para el Plan Colombia, fueron repartidos en otros países en
el marco de la lucha contra las drogas: la Base de Manta en Ecuador, las bases de Aruba y Curazao y
ayuda al Perú, conformando la Iniciativa Regional Andina del gobierno norteamericano, y que no es más
que la formalización de la intervención en su “patio trasero”.
El gran salto que acaba de darse en este campo es la llamada “narcotización del Ejército, con la creación del batallón anti-drogas que
operará en el sur del país y gracias al cual los militares y no solo la Policía comenzarán a recibir masiva ayuda antidrogas de
Washington... Si este batallón, fruto de la más estrecha cooperación armada entre Estados Unidos y Colombia de que se tenga
memoria, termina enfrentando militarmente a los guerrilleros de las FARC, dígase lo que se diga, la intervención habrá comenzado.
[29]
5.5.   La extracción de la piedra de la locura
Con la elección de Álvaro Uribe (2002) se manifiesta la opinión pública colombiana frente al problema de
la guerra y su relación con el terrorismo. Ante el fracaso de los diálogos de paz del gobierno Pastrana, la
construcción social de la solución del conflicto señala una salida contundente y definitiva para enfrentar a
la guerrilla (como actor básico de la confrontación, aunque no único). El discurso de una solución de
“mano dura” se asimila al intento de “extraer la locura” a través de medios enérgicos y aboga por un
mayor intervencionismo extranjero, sin considerar la discusión democrática de las causas del conflicto y
los altos costos que significa esta opción.
Mientras tanto, Latinoamérica estalla en distintos conflictos y crisis económicas y políticas. Desde el
desplome argentino, pasando por el paro cocalero y el conflicto en Bolivia, hasta la crisis del Perú, la
inestabilidad venezolana y la quiebra del Ecuador, todo parece estar conectado por la economía de la
droga y la militarización de los territorios.
La Iniciativa Regional Andina y la mayor participación de recursos norteamericanos en la guerra contra la
narco guerrilla responden a la paranoia social en torno al terrorismo. Las lecciones de la guerra contra las
Drogas parecen no querer ser aprendidas por esta nueva cruzada.
SÍNTESIS Y CONCLUSIONES
Con respecto al modelo de interpretación de la política
Se entiende la política de drogas como un proceso de negociación que se expresa en leyes e instituciones.
Estas a su vez encuentran argumentos en las percepciones sociales de la opinión pública. La construcción
social de tales percepciones está reforzada tanto por los mensajes oficiales como por ideas preconcebidas
sobre la peligrosidad de las drogas, muchas de ellas anacrónicas y aparentemente incuestionables.
Las características del Estado que implementan tales políticas son factores que inciden notablemente en
cómo se lleva a cabo el proceso de negociación de la política. Así, en el caso colombiano, el devenir
histórico del sistema estatal como un escenario para la negociación de prebendas y privilegios ha
permitido el surgimiento y consolidación de una cultura clientelista que legitima un sistema de corrupción
normalizado. Este sistema de corrupción, a la vez, permite que los actores que detentan cierto poder
puedan participar de los beneficios de unas negociaciones que favorecen los intereses particulares por
encima del bien común.
La política de drogas se comporta como un sistema cerrado donde la opacidad de la toma de decisiones no
da cabida a discusiones alternativas y democráticas sobre el tema y permite que el sistema se auto
reproduzca y justifique socialmente las leyes y la permanencia de instituciones que, paradójicamente, no
cumplen con sus objetivos y sin embargo se perpetúan y reciben cuantiosos recursos.
La construcción social con respecto al tema de drogas incluye tanto los discursos oficiales y las leyes
derivadas de los mismos, pero también considera las percepciones de la sociedad colombiana, que
legitima ciertos comportamientos ilegales y es cómplice de los procesos de surgimiento de los grupos
involucrados en el negocio de las drogas ilegales. Así mismo, y en sentido inverso, estos grupos inciden en
la construcción social por medios intimidatorios (uso de violencia) y propagandísticos (obras sociales
y autoimagen) para insertarse en la dinámica social y política.
 
Sobre la política de drogas en Colombia
A partir del análisis de la legislación se puede identificar el sentido de la norma en el ámbito jurídico,
reflejo de las percepciones sociales alrededor del tema de las drogas. Esto tiene efectos en la
conformación institucional de las agencias responsables del tema.
La política colombiana de drogas interpreta los preceptos de las Convenciones Internacionales y reacciona
de manera particular a las disposiciones y leyes generadas en los Estados Unidos, líderes de la cruzada
antidrogas. La cómo funciona el Estado colombiano determina el proceso de negociación que define
finalmente estas leyes. Mientras en EE.UU. la alianza entre terapeutas y puritanos logra incidir en la
reglamentación del uso de drogas, en Colombia es la asociación de intereses económicos e institucionales
lo que determina la atención del problema.
Según la metáfora de la “nave de los locos”, el problema de las drogas oscila entre la criminalidad y la
enfermedad. En la denominación que se hace de las drogas, se pasa de definirlas como un tema de salud
pública en manos del Ministerio de Salud e Higiene, a ser un tema de responsabilidad del Ejecutivo, hecho
que concentra la política en un sector restringido del Estado y las Fuerzas Armadas.
En un principio, las drogas fueron consideradas problema si perturbaban la tranquilidad social. Con el
avance del siglo XX y la consolidación de las ideas y discursos sobre las drogas, se llegará a la tipificación
como delito de su uso y producción. Esto, a su vez, reforzará las construcciones sociales de la opinión
pública.
En los últimos treinta años, debido a la participación de grupos de colombianos en el negocio de drogas
ilícitas, la política cambió drásticamente, hasta convertirse en un asunto central. El narcotráfico ha sido el
combustible de la evolución del conflicto colombiano, aunque no su único componente. Sin embargo, la
política de tipo represivo promete “extirpar el flagelo” como quien “extrae la piedra de la locura” , sin
medir ni las consecuencias de esta lobotomía ni las causas que llevan a que Colombia ocupe un lugar
significativo en un problema de orden mundial.
 
Con respecto a los grupos de narcotráfico
Debido a la naturaleza mutante de los grupos de narcotráfico es muy difícil otorgarles una definición de tipo
ideal. Analistas e investigadores han coincidido en que el narcotráfico adopta distintas formas de asociación,
en donde el fin principal es maximizar ganancias, reducir riesgos y asegurar la participación en el negocio.
Esta característica hace que muchas veces se considere al narcotráfico como una empresa ilegal que se rige
por el cálculo racional del capitalista, donde el contexto de ilegalidad le confiere rasgos particulares. La
diferencia que plantea Weber entre gestión económica y acción económica introduce el tema del poder en la
acción, a diferencia de la gestión. Por el modo normalmente violento en que se ejerce este poder, el
narcotráfico no estaría haciendo una gestión económica, sino ejerciendo una actividad de “crimen
organizado”.
Otra referencia sobre el narcotráfico lo relaciona con la mafia. Lo que existe son escenarios de acción, en
términos de Krauthausen, que dependiendo de los objetivos particulares derivan en comportamientos
mafiosos por parte del narcotráfico, y que, de manera similar, la mafia utiliza para dedicarse a actividades
con drogas ilícitas. Existen condiciones de contexto en donde el Estado permite el surgimiento
y empoderamiento de este tipo de grupos: sistemas clientelistas, prácticas de corrupción y des
legitimidad del ejercicio del monopolio de la violencia física por parte del Estado.
Desde sus orígenes en la década de los 60 los grupos dedicados al negocio de drogas han evolucionado
notoriamente y con ellos, las definiciones sociológicas que se les han dado: Desde los clanes guajiros,
pasando por los lazos familiares y algunas connotaciones respecto a la idea de cartel, hasta llegar hoy en día
a un nuevo esquema, donde estos grupos se hacen menos notorios para la sociedad y crean nuevas
estrategias de acción.
Factores sociales y económicos precipitaron el surgimiento de estos grupos. Su incidencia en la sociedad se
facilitó porque ellos mismos construyeron una imagen favorable y consiguieron apoyo local por medio del
control territorial, el ejercicio de la violencia y la distribución calculada de favores, optando por un
estilo clientelista. Así mismo, se conformaron con arreglo a tradiciones de adscripción familiar o regional, lo
que les granjeó el apoyo de las localidades a través de actividades proselitistas, construcción de obras
sociales y, en general, el prestigio derivado del dinero y el modelo de consumo importado del sueño
americano, tan apreciado por la sociedad colombiana.
A través de sus particulares acciones políticas, se permitieron tener un lugar en el escenario de las
negociaciones. El gobierno colombiano tradicional distribuidor de privilegios se vio enfrentado a las presiones
de los Estados Unidos por mayores acciones contra la producción y tráfico de drogas y las deudas con estos
grupos (financiación de campañas, favores, etc.).
 
Sobre la crisis de gobernabilidad
Los narcotraficantes también participan en la negociación de la política, cuando el Estado les permite
hacerlo. En el caso colombiano, la cómplice actitud de la sociedad y de la clase política, tradicional
distribuidora de privilegios entre los grupos de poder, facilitó la incursión de estos grupos en la
negociación de leyes. La acción política de los narcotraficantes no busca cambiar el orden establecido, sino
asegurarse un lugar en él.
El caso de la negociación de la Asamblea Constituyente de 1991 mostró el gran poder (intimidatorio
y cooptativo) de estos grupos, al punto de llegar a aprobarse la “no extradición”, pese a las presiones de
los Estados Unidos para adoptar medidas para controlar el expansivo poder del narcotráfico.
En el contexto de la Constitución de 1991, se dio la posibilidad de una solución de paso, que trató de conciliar
los dos intereses, pero que, definitivamente, condujo a un debilitamiento del Estado colombiano. Por un lado,
la crisis de gobernabilidad política, la deslegitimación de las instituciones y el avance de la corrupción. Por el
otro, la crisis económica, que ha empujado a miles de familias campesinas a vincularse a la siembra de
cultivos ilícitos. Todos estos factores conforman un círculo vicioso, donde la estrategia represiva de
interdicción y fumigación atiza el fuego del conflicto, y del que benefician los señores de la guerra y el mismo
negocio del narcotráfico como tal.
 
 

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