La Política Colombiana de Drogas
La Política Colombiana de Drogas
La Política Colombiana de Drogas
E. Contenido y discusiones
En el Capítulo 1, se presenta el marco teórico, y se exponen las distintas herramientas conceptuales y de
enfoque para abordar el tema de la política de drogas. Se sigue como autor básico a Max Weber con sus
definiciones de Estado, acción económica, acción racional y gestión económica, para comprender los
componentes básicos de la formulación actual del problema de las drogas como política de Estado. Hay
una especial referencia al análisis burocrático que se desprende de la formulación legal y la manera como
la administración del problema expresa la concepción del mismo.
En el Capítulo 2, se hace un recuento de la manera como surge la percepción actual del problema de
drogas y se convierte en una cruzada mundial liderada por los Estados Unidos.
En el Capítulo 3, se analiza la política colombiana frente a las drogas, expresada en las leyes y las
disposiciones que representan la interpretación local de un problema definido en el ámbito
internacional. Se muestra cómo evoluciona la al respecto, pasando de ser un asunto de higiene y salud
pública a ser un problema de seguridad nacional.
En el Capítulo 4, se expone cómo surge el narcotráfico en Colombia y la manera en que la combinación de
factores sociales, políticos, económicos y culturales le dieron como un poder que exige reconocimiento
dentro del sistema social, a través de la política, la legitimación social y la legislación. Asociado al
narcotráfico irán surgiendo los grandes “enemigos internos” de nuestro país: el “narcoterrorismo” y la
“narcoguerrilla”, términos que en su indefinición serán el argumento principal para la inversión militar y la
reorientación de los procesos de desarrollo del país.
Por último, en el Capítulo 5, aparece una aproximación a la situación actual (2002) del funcionamiento de
Guerra contra las Drogas en Colombia y sus posibles transformaciones en el seguimiento de la metáfora
de la Nave de los Locos y la extracción de la piedra de la locura.
1. CONCEPTOS BÁSICOS Y DEFINICIONES
La “ordenación formal” de la conducta
puede en determinadas circunstancias
influir profundamente de un modo materia”
Max Weber
Este trabajo se basa en conceptos sociológicos elaborados por Max Weber para explicar las acciones
reguladas por la política de drogas. Según este autor “explicar” en sociología es, la ciencia que se ocupa
del sentido de la acción, la captación de la conexión del sentido en que se incluye una acción, ya
comprendida de modo actual, a tenor de su sentido “subjetivamente mentado”. (Weber, 1997: 6).
Tal como se planteó en la introducción, la mención subjetiva de las acciones sociales en la producción y
consumo de drogas está determinada por las valoraciones sociales y esto a su vez es el objeto mismo del
que hacer sociológico. Para entender cómo se ha transformado el concepto de droga a lo largo de la
historia e identificar las fuentes sociales que le dan sentido, se recurre a las referencias históricas.
Con base en los “tipos ideales”, se trabajará con la noción de Estado Moderno propuesta por Weber, como
instituto político, considerada como un tipo ideal de dominación legal basada en la racionalidad de las
leyes y en la independencia del aparato burocrático, con división del trabajo y asignación de
responsabilidades y presupuestos.
También se trabajarán las nociones de acción social, acción económica, gestión económica, instituto
político, autoridad, entre otros conceptos básicos, para entender qué es lo que reglamenta la política, qué
acciones comprende y cuáles son sus efectos en términos de las instituciones, los intereses negociados y
los grupos afectados por las medidas.
1.1. Acción social
Partimos de la definición de acción social, para saber, cuáles son las conexiones que tienen las acciones de
producción y consumo de drogas dentro de la formulación política.
La política se expresa en leyes, institutos, discursos, acciones y operaciones. Si el consumo y la
producción son "acciones sociales", motivadas con arreglo a fines, espedíficos en el caso de las acciones
de producción económicamente racionales, tendría que buscarse, siguiendo a Weber, su conexión de
sentido, la mención de este sentido y su motivación, o las expectativas que conducen a la acción. [6]
El consumo y la producción de sustancias psicoactivas son acciones que se encuentran a lo largo de la
historia y han sido normales en distintas épocas, pueblos y territorios, ligadas a contextos culturales y
sociales particulares. Desde los trances chamánicos de las religiones asiáticas, pasando por los rituales
indígenas americanos, el uso de drogas ha estado presente en la cultura del hombre.(Furst,
1994; Wasson, 1992; Schultes y Hoffman, 1993)
La evidencia histórica ha sido estudiada en abundantes trabajos de investigadores, científicos y
académicos, por lo que no se hará una extensa referencia a ellos, salvo en el caso estrictamente
colombiano.
1.2. Racionalidad del consumo
¿Cómo sabemos que el consumo y la producción de drogas son acciones sociales, y no modos
de conducta reactivos, sin ningún sentido?
Si el consumo de drogas respondiera a una necesidad psicofísica a la cual se reacciona, no podría hablarse
de acción social. Si bien el planteamiento de De Rementería sobre las drogas, como bien que se realiza en
el mercado apunta a esta denominación, tanto el consumo como la producción implican aspectos sociales
en virtud de las construcciones que se han hecho a su alrededor.
Siguiendo la definición planteada por Weber, los límites entre una conducta íntima y una conducta social
están dados por el sentido (Weber, 1997: 18). En el caso de la acción del consumo, aunque no es una
conducta generalizada, se dice que es una conducta común a grupos de personas no homogéneos y que
obedece a factores psicosociales determinados según cada caso particular. Si la acción involucra una
reacción en la sociedad, que la percibe como algo indeseable, entonces debe considerarse como una
acción social.
En el caso del consumo, la referencia al motivo ha sido objeto de estudio de las ciencias de la salud, en
particular la medicina y la psiquiatría. Las valoraciones que tiene la acción darían sentido a su realización.
Según la clasificación de Weber, se interpreta el uso de drogas de la siguiente manera:
1. Racional, con arreglo a fines. Se consume la sustancia con el fin de crear un efecto fisiológico deseado.
Se conoce la sustancia a través de la experiencia, la valoración de sus efectos y la consideración sobre la
acción del consumo, que puede convertirse en uso.
2. Racional, con arreglo a valores, teniendo en cuenta que muchas de las prácticas con
sustancias enteógenas[7] han estado ligadas a contextos culturales de experiencia mística, en algunos
casos, o a prácticas adivinatorias, curativas o cosmogónicas que corresponden a tradiciones y valoraciones
no siempre racionales, ligadas a la costumbre a la autoridad y a las creencias mítico-religiosas de los
grupos.
3. Podría ser afectiva, es decir, ligada a una situación emocional que busca en el consumo el alivio o la
manera de tramitar cierta emocionalidad. Teniendo en cuenta la diversidad de usos de las drogas:
calmantes, estimulantes, ansiolíticas, reflexivas, etc., no puede centrarse en una sola mirada que motive
su uso.
4. Así mismo puede ser tradicional, en tanto está sujeta a cuadros de valores culturales, como es el caso
de experiencias chamánicas o experiencias de revelación de los dioses en las culturas precolombinas.
De todas maneras, cualquier elección está condicionada por valoraciones sociales y contextos
culturales. En este punto el elemento de la construcción social por parte de las personas que usan drogas
también es relevante en el momento de elegir esta u otra droga en determinados escenarios sujetos a la
finalidad misma de su utilización.
1.3. Racionalidad económica en el proceso de producción de drogas
Abundantes trabajos de importantes investigadores colombianos señalan la delgada línea entre las
acciones criminales (uso de violencia e intimidación) y la racionalidad de las acciones del negocio de
drogas ilegales en su proceso de producción.
Como negocio, esta acción racionalmente económica persigue unos beneficios y opera con arreglo a un
plan, que se manifiesta en una compleja red empresarial, inserta en la lógica capitalista de los circuitos de
producción y consumo, en un contexto ilegal.
La evolución misma del negocio del narcotráfico ha permitido su inserción en actividades eminentemente
comerciales, muy ligadas al desarrollo mismo de las nuevas economías. La evidencia de la utilización de
complejos sistemas informáticos y redes satelitales muestra cómo el narcotráfico se amolda a los retos
impuestos por la ilegalidad y aprovecha las oportunidades de la tecnología.
Al mismo tiempo, el carácter ilegal de sus acciones, sin un Estado que regule y garantice sus relaciones, y
el propio riesgo del negocio hacen que estos “empresarios” se conviertan en criminales. No solo porque su
acción es ilegal, sino porque hacen uso de la violencia y del poder coercitivo para lograr sus metas.
En el caso del narcotráfico, la implementación de una compleja estructura empresarial hace que esta
acción no sea la de una simple reacción de búsqueda racional de un objetivo concreto. Evidentemente, el
funcionamiento del negocio ilegal de drogas requiere una estructura empresarial de distribución del riesgo
y de actividades complementarias a la simple producción. De hecho, lo que más vale dentro del negocio
del narcotráfico no es la producción (siembra y procesamiento), sino las “rutas de transporte” y las “redes
de distribución” que acaparan la mayoría de los costos.
Para realizar estas actividades no existe una única organización o “cartel” que cubra todo el proceso: se
trata de un complejo sistema de organizaciones y grupos que se participan organizaciones ilegales sino
muchos y variados actores legales que, intencionalmente o no, intervienen en el proceso del negocio.
A primera vista, la producción de cocaína opera en un esquema de mercado que le otorga sus principales
características, y esto conduce a apreciar al narcotráfico como un modo racional de acción que busca
objetivos de maximización de beneficios:
El mercado de la cocaína, como todo mercado, presenta una demanda y una oferta. Tiene además sistemas de transporte y de
distribución. Cuenta con distintas empresas que se ubican en sectores diferenciados que permiten mejorar el control y el manejo del
capital. Las motivaciones que determinan la acción social de todos los actores son las expectativas de obtener los mayores
beneficios. Tanto esas expectativas como las condiciones del medio conllevan una racionalización de la acción. Así, a diferencia de lo
que usualmente se cree, ni los individuos ni las empresas que se mueven en el mercado ilegal son completamente irracionales, por
el contrario, continuamente deben racionalizar sus acciones. Los fines son los mismos de cualquier capitalista: acaparar los máximos
beneficios. Con base en las condiciones existentes y en la disponibilidad de recursos se efectúa una ordenación de los medios,
estructurando estrategias y tácticas. (Krathausen & Sarmiento, 1994: 23)
Para Weber “una empresa se caracteriza como una acción que busca la realización de determinados fines
de un modo continuo”. Esta definición es válida para el caso de la empresa narcotraficante orientada por
“el cálculo de capital, típico de la moderna empresa económica” .(Krauthausen & Sarmiento, 1994: 35).
Aunque la sofisticación de las operaciones en el narcotráfico lo identifican como una “empresa racional”, lo
cierto es que las formas de violencia que adoptan le confieren rasgos y formas organizativas particulares
de ejercicio del poder y la violencia. Esto hace que la definición de Weber deba ampliarse hasta incorporar
como se ejerce el poder y como el abuso del mismo lleva a ejercer actividades criminales de alta
peligrosidad.
Krauthausen reconoce que la imagen de empresarios ilegales hace parte del complejo proceso de
identidad de los narcotraficantes, así como de posturas ideológicas radicales en contra de la acción de los
Estados Unidos frente a las drogas.
Es claro que toda definición varía según el contexto, así las condiciones de ilegalidad y las mismas
filtraciones dentro del Estado van a favorecer y, en algunos casos, regular estas actividades. El término
más apropiado es el de “crimen organizado”, utilizado por distintos autores teniendo en cuenta la
ilegalidad de la prohibición de las drogas.
1.4. Gestión económica y acción económica
El proceso de la producción de drogas ilegales, en el caso de la cocaína, se compone de distintas empresas
y actores que se distribuyen en las diversas fases: de un lado, actividades penalizadas, como el cultivo de
la hoja de coca y su rudimentario procesamiento, la transformación química para obtener la cocaína, la
distribución de la sustancia en los mercados consumidores, y de otro lado, el proceso de reconversión de
las ganancias, que involucra múltiples oficios y actores legales en la gestión del narcotráfico.
La definición de Weber de uso del poder en la acción económica brinda la clave para entender por qué la
acción económica racional del negocio de drogas ilícitas debe diferenciarse por el uso violento del poder
que detenta. Para el sector que concentra el mayor riesgo y por tanto obtiene las mayores ganancias,
sector oligopólico según Krauthausen, el uso de la fuerza y la intimidación es la característica fundamental
para operar en el negocio.
A diferencia de lo que sucede en el mercado narcotraficante, para el sector oligopólico legal la disponibilidad del recurso violencia no
tiene la importancia central que tiene en el mercado ilegal. (Krathausen & Sarmiento, 1994: 62)
La acción del narcotráfico en cuanto a producción y distribución no es una simple gestión económica de
ejercicio pacífico de poderes y de disposición de recursos; si así lo fuera, no tendría ningún sentido el
castigarla. El hecho de estar en un contexto de prohibición incide directamente en la forma violenta e
ilegal en que opera el negocio.
Se llama gestión económica a un ejercicio pacífico de poderes de disposición, orientado en primer término económicamente y ella será
racional cuando discurra con arreglo a un fin racional, o sea con arreglo a un plan. (Weber, 1997; 46)
Esto explica por qué no puede considerarse el negocio de las drogas como una acción empresarial en la
ilegalidad, pues ejercicio de la violencia implícito en sus acciones, lo convierte efectivamente en un
problema de seguridad nacional. La prohibición no es el único factor que acelera la intervención estatal,
sino los actos de poder que están implicados en su acción.
1.5. Estado Nación
El análisis de la política tiene que ver también con la forma de Estado en el cual opera. El Estado Moderno,
en el cual está inspirado el modelo de Estado colombiano, debe ejercer “...un monopolio de la fuerza física
y requiere de un aparato burocrático para la administración de este poder...”. (Weber, 1997: 1047).
En esta definición, el elemento fundamental es el mantenimiento exitoso del monopolio legítimo de la
coacción física para garantizar el orden vigente. Según esto el Estado debe hacer legítimo el monopolio de
la violencia, a través de la coherencia del sistema elegido (democracia, monarquía, etc.) y por el ejercicio
de la administración efectiva de los asuntos públicos por medio de la burocracia: la maquinaria del Estado
moderno. (Weber, 1997: 44)
Los elementos definitorios de la nación, en su sentido moderno, implican el control territorial, la
administración de los asuntos públicos y el monopolio de la violencia. La ausencia de algunos de estos
factores o la debilidad en la puesta en marcha de su totalidad conducen a facilitar el surgimiento de
actores criminales, llámense mafia o narcotráfico.
1.6. La administración de los asuntos: la burocracia
La importancia que le otorga Weber a la responsabilidad del Estado en el manejo diario de la
administración de los asuntos públicos, lo lleva a la definición del tipo ideal de burocracia. En el sentido
racional legal, la burocracia implica organización, división del trabajo, reglas y procedimientos.
En el caso colombiano, ante la ausencia del Estado en ciertos territorios, la tendencia ha sido la de
instaurar controles locales que “imitan” el ordenamiento característico del “estado”. Puede afirmarse,
como algunos investigadores lo hicieron en los tempranos años 80s, que los grupos guerrilleros en zonas
de colonización realizan labores estatales de mantenimiento de orden y una incipiente función
administrativa (Cubides, 1984: 256)[8]
La manera como se ejerce la actividad política en un país de regiones geográficas diferenciadas, muchas
veces incomunicadas entre sí, ha facilitado a través del tiempo la aparición y consolidación de grupos que
han ocupado el rol del Estado. De otro lado, la característica según la cual el Estado colombiano se
comporta como un ámbito donde se realizan gestiones y acciones económicas y se regula la distribución
de los privilegios, ha promovido las redes clientelistas y los ejercicios locales de poder:
Cuando un político o hace un favor a (un) otro sin contraprestación inmediata, esto lo convierte en poseedor de una opción que
puede hacer efectiva sobre lo que otro maneja. Queda con un stock de opciones y favores. El activo del político clientelista es un
stock de opciones de instrumentos con dineros públicos. El político clientelista, poseedor de un stock de favores y opciones, puede
vender algo que no tiene. Por ejemplo, tiene una opción sobre un funcionario que tiene el manejo discrecional de una concesión.
(Reveiz, 1997: 51)
El rasgo clientelista del Estado y la política colombiana están asociados con factores históricos que han
hecho de la política un ejercicio de mera adscripción a partidos políticos. Así mismo, los políticos
regionales han actuado como cadenas de transmisión electorales que defienden los intereses de sus zonas
y de sus partidos. A la vez, ellos actúan como “gamonales” o “padrinos” que acercan la gestión estatal
mediante un complejo sistema de favores. Esta figura es heredera del modelo de la antigua Hacienda en
la historia colombiana, en cuanto a las formas de relación social, movilidad e identidad como
grupo.Infortunadamente, este mismo esquema desdibuja un verdadero ejercicio político democrático,
puesto que no deja prosperar iniciativas de interés común sino que hace prevalecer los intereses
particulares administrados por estos políticos regionales.
Tal como lo presenta Reveiz y lo corrobora Krauthausen, el sistema estatal posibilita que los grupos de
narcotráfico y la mafia surjan y se desarrollen en unos países mas que en otros. Es así que la naturaleza
del Estado influye en el crecimiento de estos grupos de crimen organizado, y tanto Colombia como Italia
se caracterizan por la existencia de relaciones patronales y clientelistas en donde la ausencia de controles
sociales y la valoración ambigua de lo legal promueven la corrupción y llevan a la negociación de favores
particulares, sin importar el origen. de los ofrecimientos. La sociedad colombiana asistió y participó
impasible de las fabulosas ganancias que el nuevo negocio del narcotráfico representaba en sus inicios.
1.7. El Estado como Mercado: Gobernabilidad en Colombia
La forma en que opera un Estado determina la manera de realizar el proceso de negociación de la política,
y además define la capacidad de injerencia de los distintos grupos de poder dentro de este proceso.
Basado en el modelo del “principal-agente”, Reveiz releva que los gobernantes colombianos han utilizado
su poder para beneficiar a ciertos grupos o regiones, haciendo de ello la principal estrategia para
perpetuarse en el poder. Las relaciones de adscripción clientelar han estado presentes en el desarrollo
político colombiano, y han determinado las desigualdades en el desarrollo de las distintas regiones.
Esto, obviamente, contradice la necesaria “independencia” del funcionario público en la burocracia.
La organización moderno burocrática distingue entre la oficina y el despacho particular, pues separa la actividad burocrática de la
esfera de la vida privada y los medios y recursos oficiales de los bienes privados del funcionario. (Weber, 1997: 717)
Durante la primera mitad del siglo XX, Colombia desarrolla su gobernabilidad basada en su
heterogeneidad regional y la diversidad de sus bases productivas, que negocian privilegios y favorecen
algunas regiones en detrimento de otras. Colombia mantuvo un perfil medio en cuanto a su manejo
económico y a la cohesión política autoritaria que le imprimió el Frente Nacional (1958-1968).
A partir de los años 70, en el marco de una estabilidad económica provocada principalmente por el
crecimiento del sector exportador, paralelamente se desencadena una situación de violencia asociada a los
procesos y relaciones de producción del café, el petróleo y lamarihuana. Estas contradicciones alteraron el
modelo de desarrollo, la forma de Estado y la gobernabilidad.
1.8. La política como proceso de negociación
El concepto de mesocontratos que introduce Reveiz explica la manera en que se llevan a cabo las
negociaciones en el escenario estatal. Los mesocontratos son pactos particulares que pueden ser positivos
o desfavorables a la gobernabilidad, donde las filtraciones del Estado, la falta de control de sus acciones y
las características culturales permiten su realización en pro o en detrimento de la legitimidad del mismo y
del ejercicio de las funciones de gobierno.
En el caso colombiano, este tipo de pactos sociales particulares configuran la noción actual de Estado. A
pesar del complejo y sofisticado orden jurídico colombiano, prevalecen los pactos sociales ad hoc.
El sistema de contratación de una sociedad se encuentra jerarquizada en la Constitución, las leyes y decretos, en los contratos entre
particulares y entre éstos y el Estado. Sin embargo, en un sistema desinstitucionalizado como el colombiano, un sutil y fino sistema
de contratación formal y ad hoc fue surgiendo sin transparencia y se consolidó en el orden intermedio (meso) tomándose el espacio
en donde debían aplicarse las leyes y constituyéndose en la Colombia ad hoc que hoy vivimos. Ellos han asegurado una frágil y
dudosa gobernabilidad. La apariencia del caos en el Estado engaña. Bajo el desorden aparente el caos disimula un orden escondido,
los mesocontratos. (Reveiz, 1997: 24)
En el aparente caos del Estado colombiano se esconden otras lógicas, en las cuales se concretan los
negocios de los grupos de interés.
La cultura política resultante de la Conquista hizo que la estructura del poder nacional y regional se organizara verticalmente, a
diferencia del patrimonio cultural anglosajón, de tipo horizontal. De allí surgieron las clientelas políticas en ambos órdenes
territoriales. La negociación del presupuesto nacional y de los de las entidades territoriales ha sido de predominio
distributivo mas que integrativo, de conflicto más que de proyecto. (Reveiz, 1997; 93)
Todo esto consolidó unas formas de contratación y coalición entre los grupos de interés, la clase política y
las burocracias estatales, y dio origen a un capitalismo político, donde se da una lucha por el control del
Estado según las coaliciones entre grupos económicos y dirigentes políticos con intereses particulares.
La política en el caso colombiano ha negociado los intereses particulares de los que detentan el poder,
haciendo legítima la “corrupción” y el otorgamiento de favores clientelistas. Los grupos de narcotráfico al
participar de estas prácticas exacerbaron la impunidad, la corrupción y la violencia estructural
profundizando aun más la deslegitimación del Estado.
El discurso normativo sobre el narcotráfico y las drogas, si bien interpreta algunos preceptos de la política
norteamericana, hace una adaptación local que satisface a los nacientes grupos de presión del
narcotráfico, y, pese a la extensa normatividad jurídica en la realidad, las prácticas sociales se rigen por
los patrones culturales y sociales establecidos históricamente. Este aspecto marca la diferencia entre los
planteamientos políticos en Colombia y en los Estados Unidos.
1.9. Condicionantes culturales en las acciones sociales
Las características de la cultura colombiana permiten entender por qué Colombia llegó a ocupar un lugar
significativo dentro del negocio de drogas ilegales, y por qué el modelo de los grupos narcotraficantes
consolidó un poder tan importante.
El contexto sociológico y cultural muestras las razones por las cuales en Colombia se desarrolla este tipo
de criminalidad (el narcotráfico) infiltrada en los procesos estatales, sociales y políticos:
a. La ausencia de una cultura ética que valore los comportamientos públicos frente a las normas. Se hace
la regla, pero no se cumple, y en general existe una cultura de la ilegalidad, donde se aprovechan los
vacíos e incongruencias de la ley para violarla.
b. La generalización de una economía ilegal fuertemente insertada en la legalidad y la valoración social
contradictoria del logro económico por encima de los métodos utilizados.
A esto se agrega la intención de los grupos narcotraficantes de lograr un lugar en el sistema legal, pese a
la actividad ilegal. De hecho, el narcotráfico utilizó los mismos modelos de adscripción y patronazgo
tradicionales para legitimar sus acciones y convertirse en un actor de poder.
Para el funcionamiento social se requiere de una valoración sobre la necesidad y función de las normas,
cuya obediencia esta determinada por el tipo de dominación en el cual se promulgan. Weber define la
dominación como la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos
específicos. (Weber, 1997: 107)
Los grupos de narcotráfico usaron formas de dominación generalmente violenta para asegurarse la lealtad
de sus cuadros, el cumplimiento de los pactos (o el rompimiento de los mismos) y el desarrollo de su
papel dentro del negocio.
Otras estrategias, no necesariamente violentas, se desarrollaron para ganar espacio dentro de la sociedad
regional y nacional. Obras sociales, donaciones y favores que les daban una imagen de bondad y
generosidad los ubicaron como los nuevos señores en las regiones. Estos factores contribuyeron a debilitar
el ya frágil sistema estatal colombiano y permitieron que los grupos de narcotráfico entraran a la mesa de
negociación de privilegios, mediante el soborno y la intimidación, apoyándose a la vez en esquemas
convencionalmente clientelistas para reforzar su respaldo en las bases populares de donde normalmente
provienen.
1.10. El modelo de las relaciones internacionales
El modelo de relaciones internacionales planteado por Tatiana Matthiesen en su trabajo doctoral sobre el
tema de drogas en las relaciones entre Colombia y Estados Unidos, señala que la efectividad de las
políticas de presión sobre países productores y exportadores de drogas es limitada, y se vuelve
contraproducente una vez los costos asociados a los principales actores políticos en esos países exceden
los beneficios de la cooperación.
La política de drogas está condicionada en gran medida por las relaciones internacionales. A su vez
la política internacional puede concebirse como un juego de dos mesas de negociación o niveles
diferentes: por un lado el nivel nacional donde los grupos y actores más importantes presionan al
gobierno, y en el nivel internacional, donde el gobierno que recibe la presión externa busca satisfacer
dichas demandas sin comprometer sus pactos con grupos internos. (Putnam, 1988: 434)
Según este modelo los cambios que se producen en la política surgen o se generan a partir de la
integración de los tres niveles: sociedad, sistema político y nivel internacional, en el proceso de
negociación.
En el caso de la política colombiana de drogas, se señala como año crítico 1991 y el proceso de la
Constituyente, que fue el escenario donde se concretaron las negociaciones de los distintos grupos, y que
actuó como contrato social o gran pacto interno.
En particular, el sentido del Artículo 35 de la Constitución de 1991 de la no extradición fue la legitimación
de la impunidad, por el amplio poder de los grupos de narcotraficantes que ejercieron intimidación y
cooptación de políticos. Esto, a su vez, tuvo un gran respaldo social, derivado en parte del sentimiento
generalizado de la población, amedrentada por las acciones de terrorismo y “narcotizada” por los
supuestos beneficios económicos de los dineros del narcotráfico. El apoyo logrado por los grupos
narcotraficantes se alcanzó, entre otras razones, por el control territorial de las barriadas populares de
Medellín en el caso de Pablo Escobar, y por la compra de políticos y empresarios vallecaucanos en el caso
de los hermanos Rodríguez Orejuela.
Otros elementos que entran en la negociación se refieren a los nuevos órdenes económicos
internacionales y en particular a la injerencia de los intereses comerciales norteamericanos. En efecto, las
presiones de los Estados Unidos para abrir las economías y abolir las protecciones fueron un tema
adicional en las negociaciones que tuvo que enfrentar Colombia que precipitaron la crisis agrícola y
económica de los 90.
Por otro lado, como respuesta a las demandas de los Estados Unidos frente a la extradición, el gobierno
Gaviria reanudó las labores de fumigación que habían sido suspendidas por los cuestionamientos sobre la
toxicidad de los herbicidas utilizados. Aunque no hubo una presión explícita de Washington en este punto,
se trató de justificar con otras estrategias los costos de la política de sometimiento, que al final
fracasarían, al cabo de dos años de aplicación, con la fuga de Pablo Escobar en 1993, siendo este hecho el
que develaría las irregularidades de la cárcel de máxima seguridad, sin que pudieran ser minimizados con
la muerte de Escobar un año después.
2. EL ORIGEN DE LA CRUZADA CONTRA LAS DROGAS
Relaciones Colombia-Estados Unidos
“Tras milenios de uso festivo, terapéutico y sacramental,
los vehículos de ebriedad se convirtieron en
una destacada empresa científica,
que empezó encolerizando al derecho,
mientras comprometía a la economía y tentaba al arte.
Oportuna o incoherente,
la cruzada contra algunas de ellas
constituye una operación de tecnología política
con funciones sociales complejas,
donde lo que se despliega
es una determinada física del poder”
Antonio Escohotado
La percepción sobre las drogas se construye socialmente, se refuerza a través de las instituciones y se
expresa en la política. Este proceso puede entenderse en términos de los flujos de información de un
sistema cerrado que produce y crea el discurso social, la normatividad jurídica y las acciones
institucionales, en un marco estatal determinado.
La pregunta guía de este capítulo es entender cuándo y de qué manera cambió la percepción sobre las
drogas y cómo Esta ha conducido a declarar la guerra a una acción tradicional e histórica ligada a
contextos culturales y sociales determinados. En qué momento una actividad privada se convierte en
objeto de reglamentación pública y bajo qué argumentos se legitima una particular política estatal.
Tal como se mencionó en la Introducción, los preceptos que hoy argumentan el pánico social frente a las
drogas se originan en el Siglo XVIII y XIX, acompañados de importantes cambios en la configuración
geopolítica y económica mundial. Se hace referencia al actual modelo norteamericano líder de la cruzada
antidrogas y su principal instigador. La importancia de esta revisión consiste en entender hasta qué punto
los principios que originan la actitud social frente a las drogas son válidos en el contexto colombiano.
2.1. Aspectos históricos
El origen de la actual connotación negativa de las drogas tiene su base en las percepciones sociales y en la
injerencia de ciertos grupos de interés (estatales o sociales) que respaldan estas percepciones hasta
convertirlas en leyes.
Las primeras alarmas sobre el problema de la droga se originan en Inglaterra durante los siglos XVIII y
XIX frente al abuso del alcohol de las barriadas de obreros y la interpretación que hacen los misioneros
ingleses en relación del uso del opio en la China y otros países de oriente (Cohen, 1993). Estas alarmas
también son registradas por la sociedad estadounidense de los grupos de orientación puritana con
influencia en las esferas políticas y sociales de la nación americana. Al tiempo con los procesos de
expansión económica de los Estados Unidos y su participación creciente en el orden mundial, dichos
grupos con gran poder electoral, sentaron las bases del pensamiento americano sobre las drogas.
La tradición puritana norteamericana de las comunidades colonizadoras (quakers, católicos y otras
comunidades) perseguidas en sus países, llegaron al territorio americano a consolidar con mayor ahínco
sus valores e identidad. Durante el Siglo XIX estos valores tendrán una expresión social y organizacional
en los movimientos abstencionistas y puritanos que defendían los “valores morales americanos”. Los
primeros grupos conformados fueron el Prohibitionist Party, constituido en 1869, y la Liga Anti Bares
creada 26 años después. Ellos se erigen como los defensores de la virtud y afirman su misión de erradicar
cualquier inmoralidad, vicio u obscenidad, incluyendo, por supuesto “drogas que destruyen almas”
(Escohotado, 1998-II:222).
La sociedad y el sistema americano fue construyendo distintos discursos alrededor de la droga, los cuales
“nunca son neutros, sino (que) son parte constitutiva de la realidad al condicionarla, y a su vez, la
realidad refuerza los contenidos del discurso”. (Del Olmo, 1998)
El uso de ciertas drogas se empezó a asociar con determinadas comunidades de inmigrantes, lo que
reforzó la imagen del uso de drogas como algo “no americano” y contrario a los valores de una sociedad
“blanca, anglosajona y protestante” –White, Anglosajon & Protestant, WASP-.
2.2. La alianza contra el mal
La difusión de la peligrosidad de las drogas fue posible, además, por el apoyo que a esta causa dieron los
grupos de especialistas médicos y farmacéuticos que buscaban legitimar su profesión y limitar el ejercicio
libre de la medicina y la prescripción de fármacos. En aquella época de generalizada automedicación y
abundante oferta de “curación” por personas no calificadas, las panaceas de la farmacia anunciaban la
cura del dolor sin recurrir a especialistas. Los estamentos médico y farmacéutico, necesitaban delimitar las
bases del ejercicio profesional de estas actividades y encontraron en los grupos puritanos un aliado para
hacer de las drogas un tema especial a ser tratado solo por los expertos.
La alianza entre puritanismo y terapéutica hizo posible la promulgación de estrictas leyes y preceptos
éticos y morales que tuvieron eco importante en el gobierno americano. Esto configura y ordena las
percepciones sociales sobre el uso de drogas, y las hace indeseables para los propósitos morales del
pueblo norteamericano.
El estilo de la política, como expresión de estas percepciones, coincide con el sentido de chivo expiatorio,
en la etimología original del pharmakon:
De aquí la pasión americana por cruzadas morales, que gracias a la moderna medicalización de la ética se presentan ahora como
cruzadas contra la enfermedad... no debe subestimarse el ascendiente demagógico que ha ejercido siempre, y continuará ejerciendo,
sobre las mentes de hombres y mujeres, la esperanza de fulminar el mal con adecuados medios dramáticos. (Szasz, 1992: 73)
¿Bajo qué circunstancias se produce esta alianza de intereses y procedencias distintas?: El argumento
moral fue la bandera de la alianza, en tanto los diferentes grupos se plantean la meta de "ilegalizar todo
apetito natural" y la ebriedad en todas sus formas.
Los argumentos no podían ser más disímiles, y la única coincidencia es que ambos grupos buscan
legitimar su verdad. Por un lado, la verdad moral de los puritanos, y por otro, la "verdad científica" de la
comunidad médica.
Las condiciones del pacto fueron simples: los doctores y boticarios podrían seguir recetando bebidas alcohólicas como parte de sus
tratamientos profesionales en caso de establecerse una Ley Seca, y obtendrían un sistema de rigurosa distribución exclusiva para
cocaína, opiáceos y cualquier otra droga merecedora de control. A cambio de ello, la Asociación Médica y la Asociación Farmacéutica
apoyarían los postulados básicos del Prohibition Party, planteando el consumo de psicofármacos como una epidemia súbita y
virulenta, extraña a las esencias americanas, y sanable rápidamente con las adecuadas medidas de fuerza. (Escohotado, 1998, III-
225).
Otro factor que influyó poderosamente en la percepción social de las drogas fue la tardía llegada de los
Estados Unidos a la repartición colonialista del mundo en el siglo XIX. Será con la presencia
norteamericana en Las Filipinas, cuando los misioneros americanos se acerquen al consumo tradicional de
opio de los pueblos de oriente. Desde la óptica de las misiones cristianas, este consumo era la base del
drama humano en las nuevas colonias. Esta opinión prevalecerá, pese a los informes oficiales de la
Comisión Científica, que no atribuyen peligrosidad al uso del opio en la cultura oriental. De esta manera,
el conocimiento científico en tanto no circule socialmente, no tendrá validez frente a los prejuicios
emanados de los movimientos religiosos y las opiniones oficiales.
Las acciones de estos misioneros y su capacidad de presión política fueron definitivos para inducir a los
Estados Unidos a asumir la jefatura mundial en el movimiento contra el tráfico de opio. Esto a su vez
influyó poderosamente en la percepción del tema del opio dentro de la sociedad norteamericana, y dado
su carácter internacional conlleva a la convocatoria que hacen los EE.UU. para reglamentar su producción
y uso y para lanzarlo a la arena geopolítica mundial.
En el nivel internacional, la acción diplomática de la cruzada norteamericana contra la droga llevó a la
Primera Conferencia Internacional del Opio en Shangai, donde se trató por primera vez de manera
internacional el “problema del opio”. Esta conferencia es el primer escenario que enfrenta los intereses
comerciales de los europeos frente al opio y los intereses norteamericanos de orientación moral. Aunque
la Conferencia no tuvo los resultados esperados por los emisarios norteamericanos, fue el inicio de la
estrategia internacionalista para abordar un tema prematuramente globalizado.
A medida que los Estados Unidos desarrollan su poder y hegemonía, mayor se hace su injerencia en estas
Conferencias. En ellas se propagaron los distintos discursos oficiales norteamericanos sobre el tema. Así
desde los años 50, éstos han variado desde lo “moralista represivo”, pasando en los 60 y 70 por lo
“médico sanitario”, para llegar con la era Reagan de los 80 a una doctrina de aplicación del conflicto de
baja intensidad, donde las drogas y el narcotráfico pasan a reemplazar al agonizante comunismo como
“enemigo externo” de amenaza nacional (Del Olmo, 1998).
Si bien los costos sociales del consumo de drogas en los Estados Unidos son enormes por el aumento del
número de adictos, los argumentos para emprender la cruzada más importante del siglo XX y XXI de la
Guerra contra las Drogas no son tan claros. La opinión pública ha sido influida por los discursos oficiales
frente a la droga como “enemigo externo”. En tiempos de campaña, sube el tono de las argumentaciones
en contra de las drogas, señalándola como el enemigo más terrible de la sociedad norteamericana y, por
tanto, la prioridad a combatir.
2.3. Del Estado Liberal al Estado Terapéutico
Las construcciones sociales van a alimentar los discursos políticos y viceversa. Lo paradójico del caso de
las drogas en la moral norteamericana es que contrasta con los principios fundadores de su Derecho, al
contradecir las claves de la individualidad y la libertad, básicas en su postulación.
No parece suficientemente erradicada la pretensión de que las operaciones de la mente, así como los actos del cuerpo, estén sujetos
a la coacción de las leyes. Nuestros gobernantes no tienen autoridad sobre esos derechos naturales, salvo que se las hayamos
cedido. Pero los derechos de conciencia nunca se los cedimos, nunca podríamos, pues cada cual responde de ellos ante su Dios. Los
poderes legítimos del gobierno solo se extienden a los actos que lesionan a otros.
Thomas Jefferson, 1782.[9]
Esta pretensión del Estado de actuar en un tema perteneciente al ámbito privado como es el uso de
drogas, contradice su definición como Estado democrático donde se expresa la calificación igualitaria de
los ciudadanos para decidir asuntos comunes y se limita la capacidad de mando. La importancia del
mecanismo de las leyes y las instituciones en este tipo de sistema es que ellas crean “realidades”, aspecto
que resalta Weber en el caso norteamericano:
Cuando la convicción de la “legitimidad específica” de ciertas máximas jurídicas, de ciertos principios jurídicos cuya fuerza obligatoria
inmediata no puede ser destruida por imposición ninguna del derecho positivo, ejerce realmente su influjo en la vida práctica del
derecho. De hecho esto se ha repetido en la historia, pero de manera especial al principiar la época moderna y en la de la revolución
y todavía parcialmente en Norteamérica. (Weber, 1997: 640)
El crecimiento del Estado en Norteamérica y la ampliación de sus responsabilidades originan el Estado de
Bienestar característico de la edad contemporánea. Este modelo incorpora las presiones de grupos sociales
con poder electoral y un aparato de propaganda moralista poderoso para legitimar los discursos de las
leyes y la sociedad:
Siguiendo el argumento de Weber, la valoración social influye poderosamente en la “racionalidad del
Estado moderno” y, por tanto, en sus leyes e instituciones.
Motivos puramente materiales y racionales con arreglo a fines como vínculo entre el imperante y su cuadro (administrativo) implican
una relación relativamente frágil”. Por esta razón, se le añaden otros motivos: "motivos afectivos o racionales con arreglo a valores.
(Weber, 1994).
De allí la importancia de vincular teóricamente el tema de las características del Estado con los procesos
de construcción de opinión, y su relación con valores (preestablecidos) y la afectividad (emocionalidad)
generada cuando se habla de drogas.
La sociedad americana es caracterizada, simultáneamente, por una fuerte urgencia de automejoramiento, orientado por grupos
sociales moralistas y por una creencia en la eficacia de los tratamientos médicos. (Peele, 1994: 204)
Por último, se menciona el aporte de Thomas Szasz, al definir el tipo de Estado que interviene en el tema
de las drogas, los alimentos y las emociones. Szasz propone la caracterización de un estado
terapéutico que considera a los ciudadanos pacientes o enfermos, y donde algunas instituciones detentan
el poder del diagnóstico y el tratamiento de las conductas relacionadas con las drogas. De esta
manera, toda política es un tratamiento:
Al igual que en todos los tiempos, el Estado teológico era fuente inagotable de desinformación sobre todas las cosas, desde
cosmología a medicina, así hoy el Estado terapéutico es fuente abundante de desinformación sobre sexo, drogas y SIDA. (Szasz,
1992: 135)
La evidente intervención estatal y la necesidad de desinformar adecuadamente explica el hermetismo
frente a cifras de consumo y producción manejadas solo por agencias estatales oficiales y la atmósfera de
amenaza que margina a las drogas de la discusión pública propia de los sistemas democráticos.
2.4. Los discursos de las normas y las instituciones
Las primeras leyes en Estados Unidos tienen como objetivo determinar la pureza de los componentes de
comidas, bebidas y drogas. La primera ley que hace referencia a las drogas, es la Pure Drug and Food Act,
de 1906, con la cual se pretendía que el "público conociera los componentes de las drogas y comidas que
consume". Estas leyes tienen un marcado carácter tributario, al enfatizar la necesidad de cobrar el uso de
las drogas. Ejemplo de ello son la Ley Harrison de 1914 (Ley de importación y exportación de drogas
narcóticas), donde se establecía la penalización de la venta o trafico de los derivados del opio o cocaína
para propósitos no medicinales, y se los manejaba como un problema de impuestos.
Con los años 20 llega la proscripción legal del alcohol, por medio de la Ley Volstead de 1919, que
formalizó la Prohibición hasta 1933. El ambiente de ilegalidad, fortaleció a grupos criminales que se
beneficiaron de la demanda de alcohol. En un período de aislamiento norteamericano frente a otros
países, la percepción sobre las drogas adquirió un carácter cerrado y autoreproducible.
Durante la primera mitad del siglo se asignaron responsabilidades en términos burocráticos para atender
el tema y se diseñaron los mecanismos para “cobrar el problema”. La Unidad de Narcóticos, del
Departamento del Tesoro, es la primera oficina en atender el problema de drogas y su énfasis es
principalmente económico. Esta Unidad será reemplazada años después por la Oficina Federal de
Narcóticos, incrementando su radio de acción al tema de las aduanas. [10]
Otras instituciones que se benefician de estas asignaciones, son aquellas oficialmente encargadas del
tratamiento del hábito o vicio y que no siempre son las más idóneas. Por ejemplo, con la Ley Porter de
1929 se cerraron las narcotic farms, clínicas que ofrecían facilidades para el tratamiento del hábito
considerado como un problema de salud pública, y fueron reemplazadas por clínicas de desintoxicación
autorizadas por el Estado. Estas clínicas se parecían a las prisiones mentales debido a su enfoque
represivo y penitenciario (Musto, 1993:236).
En los años 30 se crearon dos nuevas oficinas de seguridad: La Oficina Federal de Investigación (FBI) y la
Oficina Federal de Narcóticos (FBN). El FBI fue dirigido por Edgar Hoover y el FBN por Harry Anslinger,
quienes estuvieron casi 30 años al mando de estas agencias, desde 1930 hasta 1962. En estas
circunstancias se consolida un discurso institucional y una única línea de acciones dirigidas a apoyar la
estrategia represiva contra a las drogas.
En los años 50 se promulgaron las leyes más severas en contra de las drogas. Ejemplo de ellas son la
Ley Boggs de 1955, en donde la marihuana adquiere una connotación de peligrosidad similar a la cocaína
y la heroína, y la Ley para el Control de Narcóticos de 1956, que penaliza duramente el contrabando y
tráfico de drogas, llegando a establecerse la pena de muerte por la venta de heroína a menores de
edad. Esta dureza en la posición lleva a retomar la estrategia de control multilateral de las drogas en la
década de los 60.
A partir de esta década, las Convenciones Internacionales reprodujeron esta posición, y buscaron
comprometer a los distintos países, implicándolos en duros procesos de negociación que culminaron con
las resoluciones de obligatorio cumplimiento internacional.
Durante esta época, el FBN crea y difunde la teoría del stepping-ston": el "uso de la marihuana es el
primer paso del camino para el hábito de la heroína" (Matthisen, 2000: 71). Actualmente, la creencia
sobre la peligrosidad de las drogas “recreativas” como posible entrada a drogas más fuertes parece no
cuestionarse y, sin embargo, proviene de una “verdad oficial” del estamento policial.
En los años 70 la estrategia norteamericana frente a las drogas adquiere la connotación actual de Guerra
contra las Drogas. El presidente Richard Nixon estableció los parámetros más importantes de esta lucha
como un propósito de seguridad nacional. Bajo su gobierno se promovió la “Ley compresiva de prevención
y control del abuso de drogas” de 1970, redefiniendo y recodificando las leyes existentes. La
responsabilidad, hasta entonces centrada en el Departamento del Tesoro, pasó al Departamento de
Justicia.
En 1973, se crea la DEA (Drug Enforcement Agency) y se crean dos oficinas de carácter presidencial en la
Casa Blanca para controlar la oferta y la demanda de drogas: La SAODAP, Oficina Especial de Acción para
Prevenir el Abuso de Drogas y la ODALE, Oficina Especial para la Aplicación de la Ley de Abuso de Drogas.
Estas oficinas detentaban un gran poder y crearon sucursales en todo el país. En efecto, la SAODAP
incrementó los programas federales de drogas en ciudades norteamericanas, al pasar de 54 a 214
ciudades con programas de drogas en casi dos años de operación. Además, se formaron dos nuevas
instituciones para el tratamiento y prevención de las drogas: el Instituto Nacional de Salud Mental (NIHM)
y el Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas (NIDA) (Matthiessen, 2000:90).
La DEA, por su parte estaba conformada por varias entidades: Las Unidades de Inteligencia Regional
(RIU), el Centro de Inteligencia de El Paso (EPIC), el Sistema de Información de Narcóticos y Drogas
Peligrosas (NADDIS) y el Sistema para Obtener Información de la Evidencia de Droga (STRIDE). Además
de las oficinas mencionadas, el entramaje burocrático e institucional sobrepasó los esquemas
organizacionales para conjugar el poder de distintas autoridades de agencias federales con el propósito de
aplicar la Ley de Abuso de Drogas. Estas agencias tenían presupuestos tan grandes que les permitían
contratar agentes encubiertos y proporcionarles dinero para comprar drogas e informantes.
La Guerra contra las Drogas le da poder ilimitado a agencias e instituciones, que
paradójicamente perpetúan su existencia por la imposibilidad de lograr el objetivo para el que fueron
creadas (Cohen, 1993). La burocracia, deja de ser un organismo independiente y los funcionarios
permanecen ilimitadamente en sus cargos. Para justificar tan altas inversiones en resultados ineficaces, se
hace uso del aparato moral y los discursos en contra de las drogas, sobredimensionando su
peligrosidad para generar apoyo social y respaldo a sus acciones.
2.5. La necesidad de un (nuevo) chivo expiatorio
Los cambios en el orden mundial relacionados con el fin de la Guerra Fría y el desplome del bloque
soviético despojaron a los Estados Unidos de la orientación intelectual axiomática que el anticomunismo le
había proporcionado durante tanto tiempo.
Esto trajo como consecuencia la necesidad de reorientar la política norteamericana hacia nuevos objetivos
que justificaran la inversión militar y ello, se hizo a través de complejos mecanismos para reconstrucción
del imaginario colectivo, en la búsqueda de un nuevo ideal a defender y un nuevo enemigo a combatir.
Las drogas representan al enemigo presente desde hace décadas en la mentalidad norteamericana. La
proliferación del consumo y la presencia de grupos no americanos de narcotraficantes que proveían las
drogas fueron los motivos principales para este viraje. Al reconocer la magnitud del negocio de drogas
ilegales, el énfasis se hace en la lucha por fuera de los Estados Unidos, esto es en las fuentes del
problema. Así se asegura la continuidad de la inversión militar, fuertemente cuestionada por los electores
norteamericanos.
La tendencia hacia una nueva derecha en los Estados Unidos, con gobiernos republicanos de línea dura y
tendencia neoliberal, precipitó el cambio de objetivo de la política norteamericana. En 1988, el
presidente Reagan firmó la Directiva No. 221, declarando las drogas como una “amenaza letal contra la
seguridad norteamericana y ampliando el papel de los militares en la lucha antinarcóticos”. Con ello se
militariza el problema, se asignan presupuestos y se elabora la política exterior norteamericana de presión
a países involucrados.
Como consecuencia de esto, se producen cambios en la relación de Colombia con los Estados Unidos,
relación que había sido históricamente discontinua y más bien relegada a segundo plano. El creciente
protagonismo de grupos andinos (colombianos, peruanos, bolivianos) en el negocio de drogas, sumada a
la imagen que la opinión pública norteamericana tiene de los pueblos latinos como “corruptos y bárbaros”,
justificaron la imagen de este enemigo externo a combatir.
2.6. Las razones narcóticas de la intervención
La ideología antinarcóticos en EE.UU. es organizativamente difusa, pero excepcionalmente poderosa en el
terreno político. Los puntos de vista alternativos sobre drogas ilícitas son raramente promovidos en
Washington por cabildeantes y abogados calificados. En general, las preocupaciones de la política son
reflejo de la fluctuante e influenciable opinión pública estadounidense (Mitchell, 1998: 4).
Aunque la comunidad científica norteamericana ha elaborado conceptos donde se hace claridad sobre la
naturaleza de ciertas sustanciasy en distintas comisiones se ha intentado acoger un tratamiento mas
realista sobre el tema de las drogas, son las instituciones gubernamentales las que brindan las respuestas
a las preguntas de padres de familia, políticos y medios de comunicación. [11]
En la década de los 80 la estrategia nacional para la prevención del abuso de drogas y el narcotráfico
definen los objetivos de la asistencia extranjera, estos eran:
1. Fortalecer los esfuerzos estadounidenses para colaborar con gobiernos extranjeros en el combate a la producción y distribución de
drogas ilícitas.
2. Ayudar a los países productores de droga a adoptar programas de control de cultivos.
3. Desarrollar asistencia legal innovadora y tratados de extradición con gobiernos extranjeros.
4. Motivar a otras naciones para que apoyaran programas internacionales de control de narcóticos, incluyendo asistencia al
desarrollo, impulsar a las organizaciones internacionales y bancos de desarrollo a vincular su ayuda a objetivos de control de drogas.
5. Reducir la desviación de farmacéuticos y químicos del comercio internacional legal.
(Matthiesen, 2000: 113)
La creciente participación del Congreso norteamericano en los asuntos sobre drogas promueve nuevos
mecanismos de presión, en los cuales se condiciona la ayuda norteamericana de cooperación según los
compromisos que suscriben los países productores y distribuidores en la lucha contra las drogas. El
mecanismo más conocido será el de la “certificación” creado a través de las “Anti Drug Abuse Act” de
1986 y 1988.
Aunque en principio la certificación se basaba en la reducción de la producción de drogas”en los países de
origen, a partir de 1988 se incorporaron otros criterios para presionar cambios legales en los países en
contra del narcotráfico, y la aplicación de medidas anticorrupción, además de la obligada colaboración de
los gobiernos con las medidas de la DEA.
Lo cierto es que nadie está dispuesto a escuchar otras opiniones sobre las drogas, ni tampoco permitir la
discusión sobre alternativas a la consideración eminentemente negativa de ellas. Las posiciones duras
satisfacen a la opinión pública, traen electores e invalidan discusiones científicas y democráticas sobre un
tema cultural, económico, social y político complejo.
El actual debate sobre la política de drogas está marcado por la polarización entre dos posiciones estereotipadas como combatientes
antidrogas y legalizadores. Esto crea la falsa impresión que acabar con la prohibición sea la única alternativa a una guerra anti-
drogas total, desmovilizando efectivamente a aquellos ciudadanos que encuentra insatisfactorias ambas opciones. La polarización y
las fuertes emociones dan origen a falsas representaciones de hechos y motivos y una simplificación excesiva de temas complejos, y
a la negación de la incertidumbre... En este clima, cada idea, cada hallazgo investigativo o nueva propuesta es sometida a escrutinio
con el fin de determinar qué tipo de agenda impulsa, y los partidarios de cada bando se muestran dispuestos a quemar vivo, como a
un agente del bando opuesto, a quien se desvíe de la línea del partido. En consecuencia, propuestas de dudosa validez adquieren la
categoría de juramentos de lealtad, e interrogantes que podrían ser formulados sobre fundamentos técnicos y prácticos son
debatidos más bien como problemas de convicción ideológica. (Mitchell, 1998)
Para los intereses geopolíticos, contar con un enemigo tan claramente identificable como el de las drogas,
ligado al temor por el terrorismo, ha favorecido toda la estrategia de intervención norteamericana en los
países Latinoamericanos y en el Mundo Árabe.
En un principio, esta intervención se dio como “cooperación” y aunque durante los años 80 incluyó
estrategias de desarrollo alternativo, estas tuvieron un rasgo asistencialista que no tuvo los efectos
deseados. En general la política actual privilegia estrategias represivas de interdicción, fumigación y
tratados de extradición con los países implicados. (Jelsma, 2001)
A partir del 11 de Septiembre de 2001[12] la atención se ha centrado en la lucha contra el terrorismo. El
nexo entre drogas y terrorismo se reveló rápidamente, y la evidencia de dineros provenientes del opio de
Afganistán como financiadores de los grupos responsables del atentado, derivaron en la vinculación de
estos dos fenómenos. Esta visión ha sido ampliamente difundida a través de los mediios, cuyo ejemplo
más reciente es la propaganda del Super Tazón del Football americano,[13] que convoca a la sociedad
norteamericana.
La gran industria del entretenimiento refuerza estas opiniones a través del cine. La polémica cinta Daño
Colateral donde el protagonista debe remontar las selvas colombianas para vengar la muerte de su familia
en un fatídico atentado terrorista perpetrado por el narcotráfico. Esto evidencia cómo la construcción
social se ancla en el imaginario patrocinado por la industria del espectáculo.
Todo esto nos lleva a plantear estrategias alternativas y difusión de la información que superen los
estereotipos hollywoodenses que median el imaginario colectivo del hemisferio occidental. Deben
considerarse las verdaderas magnitudes del problema sin la satanización de la que habla Thoumi, ni de
parte de los americanos aterrorizados por las recientes tragedias, ni desde los latinoamericanos que
sufrimos la guerra contra las drogas en nuestro propio territorio.
Tabla 2.1. Convenciones internacionales y percepción social alrededor de las drogas
AÑO CONVENCION OBJETIVO PERCEPCION SOCIAL
191 Convención de la Haya Limita para usos Moral victoriana
2 médicos a la cocaína, Asociado a clases sociales
morfina y opio. bajas e inmigrantes
Enemigo interno.
192 Convenciones de Ginebra Se reafirman puntos Alcohol enemigo interno
5 anteriores. En 1936 Cooperación internacional
193 los principios de los
1 EU se convierten en
193 directrices políticas.
6
195 Nueva York, 1953 Reglamentar el Salud publica
3 cultivo de amapola y Moralista represivo
el comercio del opio Enemigo externo
196 Convención Única sobre Regular las drogas Salud mental
1 Estupefacientes, 1961 provenientes de las Medico sanitario jurídico
plantas de Enemigo interno
amapola, cannabisy
coca.
197 Convenio de Inclusión de nuevas Salud mental
1 sustancias PsicotropicasViena drogas en las listas Juridico-Politico
1971 de sustancias Enemigo interno-externo
prohibidas.
198 Convención de Viena, 1988 Acciones contra el Crack=amenazaGenética.
8 contra el tráfico narcotráfico como Jurídico transnacional
crimen organizado Enemigo externo
del negocio de (Colombia)
drogas ilícitas.
199 Sesión Especial de las Procesos de Sociedad libre de drogas
0 Naciones Unidas certificación, Rol de Penal Extradición-
Colombia certificación
y paises andinos Enemigo externo
199 Convención de Naciones Colombia tiene Corresponsabilidad
8 Unidas, 1998 participación y habla Estrategia Militarista
de la Desarrollo Alternativo
corresponsabilidad
Plan Colombia
200 11 de Septiembre Conexión drogas Inclusión de tres grupos
1 terrorismo armados ilegales en la lista
de terroristas.
Fuente: Del Olmo, 1998, Escohotado, 1998, Matthiesen, 2000.