Ward, J.R. - The Bourbon Kings 03 - Devil's Cut
Ward, J.R. - The Bourbon Kings 03 - Devil's Cut
Ward, J.R. - The Bourbon Kings 03 - Devil's Cut
Klaus
Alix
Jany82
Sujey
Nathlla
Armando R. Chavez
Maite M.
Sabik
Yazi Dreka
CORRECCIÓN
Anabel
MAQUETA
Klaus
EPUB
Mara
SINOPSIS
Ahora el futuro de todos está en juego, porque solo una cosa es cierta:
pase lo que pase, las vidas de todos en Easterly nunca volverán a ser las mismas.
UNO
Era posible que cualquiera de ellos pudiera estar allí para un paseo a las
dos de la a.m. Bueno, a excepción de su madre. En los últimos tres años, Little
V.E. no había estado fuera de su habitación para cualquier otra cosa que no sea
algo como el funeral de su padre hacía tan solo unos días, e incluso en esa
ocasión y siendo justificado el esfuerzo, viéndola vestida y en la primera planta
había sido un shock.
Por lo tanto, era poco probable que fuera ella.
Tonto.
Diablos, ¿se había molestado siquiera en cerrar las mil o más puertas en
la parte inferior? ¿Cuántas? Él no podía recordar. Era casi medianoche y su
cerebro había sido un desastre, imágenes de la señorita Aurora en esa cama de la
UCI llena de tubos. Querido señor... esa mujer afroamericana era más su madre
que la inexistente-Margarita Buchanan que lo había dado a luz, y la idea de que
el cáncer estaba extendiéndose órgano por órgano de la señorita Aurora fue
suficiente para ponerlo violento.
Nada.
Como con todas las casas de esa envergadura, la gran casa federal tenía
unos grandes jardines que se extendían a su alrededor, los diferentes diseños y
las zonas de plantación que formaban paisajes tan únicos y distintos como
diferentes códigos postales en una ciudad. ¿El elemento unificador? Elegancia
en todo momento, ya sea arrimando las estatuas romanas posando en medio de
patrones de setos en miniatura, o fuentes salpicando agua clara cristalina en
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estanques koi , o el cenador cubierto de glicina de la casa de la piscina.
—…Y esperó…
El intruso hizo un último giro y luego fue directamente hacia Lane. Pero
su cabeza estaba baja, una gorra de béisbol baja.
DOS
Esta no era la primera vez que lo tenían bajo arresto, pero al menos ahora
no era en contra de su voluntad. Él se había ofrecido voluntario para esto; él
había confesado al asesinato de su padre y así se colocó en esta situación. Él
tampoco era el único prisionero, en contraste con su experiencia previa, los
sonidos de los ronquidos, tosiendo, y el quejido ocasional llegando a sus oídos a
pesar de la puerta reforzada.
Sin ninguna razón en particular… bueno, aparte de la obvia, que era que
no tenía nada mejor que hacer y ninguna posibilidad de dormir, pensó en una
historia que había leído años atrás, sobre un niño que había crecido en una caja
de cartón. De hecho, ¿No había habido un programa de televisión sobre un
personaje que había sido torturado de manera similar?...
También había dado por sentado que todos eran odiados por su padre.
En una noche como esta noche, cuando todo lo que tenía era insomnio y
¿su canibalismo cerebral por compañía? Él hubiera matado por un apagón.
Tan pronto como se hizo evidente que se dirigía a la prisión, sabía que
necesitaba desintoxicarse y las primeras setenta y dos horas habían sido un
infierno. En realidad, las cosas seguían siendo difíciles, y no solo porque su
muleta psicológica se había ido. Él se sentía aún más débil en su cuerpo, y
aunque el temblor en sus manos y pies estaba mejorando, el temblor aún no
había terminado en su tormento de sus habilidades motoras necesarias y sentido
del equilibrio
Y, lo que es más importante, a veces el único consuelo que uno tenía era
hacer lo correcto. Incluso si requería un gran sacrificio, había paz en el
conocimiento al saber que los seres queridos finalmente estarían a salvo de una
pesadilla.
Como su padre.
De hecho, la única razón por la que Edward estaba vivo era porque el oficial
había ido a la jungla a buscarle. Como ex Guardabosques del Ejército, Ramsey
tenía tanto las habilidades de supervivencia y los contactos en el ecuador para
hacer el trabajo… él también rutinariamente desempeñaba el papel de
"solucionador" de problemas dentro de las familias ricas en Charlemont,
entonces el rescate estaba bajo su control.
Cerrando los ojos, Lane negó con la cabeza. ―Eres demasiado bueno con
nosotros.
Con una maldición, Lane miró a través del jardín hacia la extensión
oscura del centro de negocios. La reconstrucción de lo que originalmente había
sido los establos lo habían hecho cuando el dinero no había sido ningún
problema, y como resultado, la arquitectura estaba tan perfectamente mezclada
que era difícil decir dónde terminaba la antigüedad y comenzaba lo nuevo.
¿Debajo de ese techo de pizarra? ¿Detrás de esa alineación de puertas francesas,
cada uno de las cuales había sido hecha a mano para que coincidiera con los
originales de la mansión? Había suficientes oficinas para el CEO y el equipo de
alta gerencia de la BBC, además de asistentes, una cocina completa de catering y
también comedores, salones y habitaciones para conferencias formales.
Lástima que el hijo de puta hubiera sido horrible en los negocios: minas
abandonadas en el sur África, malos hoteles al oeste, fracasaron en las
inversiones en comunicaciones y tecnología. El dinero de William había sido una
maldición, al parecer, en cualquier oportunidad de inversión y Lane aún estaba
tratando de aclarar sobre exactamente cuántas entidades fallidas estaban ahí
fuera.
―¿Cómo está la señorita Aurora? ―Preguntó Gary mientras metía los
dedos entre los cables enfocando con la linterna y luego siguió con el
destornillador―. ¿Ella está mejor?
Ah, sí, algo más en lo que Lane no quería pensar.
Durante los últimos días, cada vez que alguien le hacía esa pregunta, él
siempre respondió con optimismo. Aquí en la oscuridad con Gary, dijo lo que
pensaba la verdad. ―Sí, eso creo.
―No. No podría.
Y eso fue todo. Por otra parte, Gary McAdams era de la vieja escuela,
antes de que la gente hablara sobre lo que les molestaba. Él y la señorita Aurora
habían estado trabajando para la familia Bradford desde que eran adolescentes, y
ninguno de ellos se había casado o tenido hijos propios. La finca era su hogar, y
el personal y la familia de la tierra y de la casa era su entidad.
―Sí
―¿El qué?
TRES
―¿Vas a decirme quién es? ―Rezó para que no fuera Lane. Su hermano
pequeño era la última persona a la que quería ver, a pesar de que amaba al
tipo―. ¿O me vas a hacer adivinar?
―Espera aquí.
Pero si no era Lane, ¿quién podría ser? Dudaba que fuera el psiquiatra
con el que había explotado Edward antes en la clínica. Tampoco un sacerdote
para la extrema unción, porque, aunque sentía la muerte, no se moría.
Ciertamente, nadie de los establos Rojo y Negro… Moe Brown, podía recorrer
ese lugar con los ojos cerrados.
Quien…
La voz de Shelby era tan suave como su cuerpo afilado. ―Sólo quería ver
si estabas bien.
―Estoy bien, es como Navidad todos los días aquí, ahora, si me
disculpas...
―Los nuevos potros están bien ―dijo Shelby. Les encantan los prados.
Moe y yo los estamos haciendo trotar en los pastos.
―Bien.
Shelby alzó los ojos al techo y el hecho de que parecía estar orando a
Dios no le llenó de feliz anticipación. ¿Tal vez esto era sobre el dinero? La
granja de cría, que había sido iniciada por su tatarabuelo, había sido el último
lugar en el que Edward esperaba terminar su carrera, no sólo era un paso hacia
abajo sino una huida, una caída, un golpe en la cabeza y un desmayo desde el
elevado CEO―buque de la Bradford Bourbon Company. Sin embargo, lo que
había sido sólo el hobby de un hombre rico de sus antepasados había resultado
ser una salvación para él, y había pensado que había dejado la empresa con un
buen respaldo.
―¿Lo siento?
―Efectivo. En la cuenta del banco. Dejé cincuenta mil por lo menos. Y
no tenemos deudas, y las ventas de los caballos…
―No.
Lane podría haber vuelto a subir, pero no quería molestar a Lizzie, pues
no había descanso para ellos. Su cerebro era una choza en un tornado, sus
pensamientos se astillaban y se convertían en escombros voladores gracias a
todas las emociones que se filtraban dentro de él, y tanto como le gustaba estar
acostado con su mujer, la idea de estar acostado en la oscuridad, su cuerpo
congelado en deferencia a ella mientras este F5 rabiaba dentro de su cráneo,
parecía un infierno.
Terminó en la cocina.
Al entrar en el oscuro espacio abierto, no se molestó en encender ningún
interruptor de la luz. Había mucha iluminación ambiental desde el patio de atrás,
y los mostradores de acero inoxidable dignos de un restaurante y los aparatos de
grado profesional donde rebotaba el resplandor, haciendo que pareciera que el
crepúsculo se estaba tomando un respiradero dentro, hasta que fuera llamado de
nuevo para cumplir con su deber a la noche siguiente.
Ahora, sin embargo, multitudes como esa eran parte del pasado de
Easterly. Por un lado, no había dinero para pagarlos. Por otra parte, dado el
hecho de que sólo un puñado de personas había ido para presentar sus
condolencias por su padre, las malas noticias sobre “la bancarrota de Bradford”
claramente habían mantenido lejos a la chusma.
Lo curioso, era ver cómo la gente rica era tan insegura. El escándalo sólo
era bueno si le pasaba a otra persona, y sólo a una distancia prudencial para
convertirse en cotilleo. Solo una pequeña charla y era como si temieran que los
atrapara el virus de la bancarrota.
Lane se acercó a la encimera central y sacó un taburete. Mientras se
sentaba, miró en dirección de la cocina de doce quemadores y recordó el número
de veces que había visto a la señorita Aurora hacer comidas con sus ollas y
sartenes allí. Hasta hoy en día, su idea de comida era su col o berza guisada y
pollo frito y se preguntó cómo iba a vivir sin verlo de nuevo.
Para todos los efectos, William había tratado de asesinar a su propio hijo.
Y eso le proporcionó una intención y un propósito a Edward.
Que esto sea así, Lane. No pelees contra esto. Ya sabes cómo era.
Consiguió lo que se merecía, y no me arrepiento en lo más mínimo.
Con una maldición, Lane se acercó y sacó una copia reciente del
Charlemont Courier Journal. Donde había, una foto de Edward saliendo de la
parte trasera de un coche de policía en la cárcel del centro estaba justo en medio
del pliegue de la página.
El artículo de más abajo explicaba exactamente lo que Edward había
dicho a la policía: La noche del asesinato, él había esperado fuera del centro de
negocios hasta que su padre había dejado su oficina. La intención de Edward
había sido enfrentarse al hombre, pero William se había derrumbado antes de
que empezaran a discutir. Cuando quedó claro que el hombre estaba sufriendo
algún tipo de ataque al corazón o ictus, Edward había decidido que en lugar de
marcar el 911, terminara de darle aquello que estuviera sufriendo a nivel
neurológico o lo que fuera.
Así que era donde estaban ahora. El hijo que todo el mundo amaba, en la
cárcel por el asesinato de un hombre que nadie extrañaba.
CUATRO
―Conduciendo.
―¿Eso es importante?
―Corta con esa mierda. ¿Qué le dijiste a Ramsey?
―No, no es...´
―Mierda.
―No te atrevas a jurar delante de mí. Sabes que lo odio. Ella se acercó y
se sentó frente a él, como si su maldición significara que podía quitarse los
guantes. ―Les dijiste que te lastimaste el tobillo cuando arrastraste el cuerpo del
camión al río. Dijiste que el doctor Qalbi tuvo que venir a verte por eso.
―No lo estoy.
―Mentiste.
Él puso los ojos en blanco. ―Si lo hice o, ciertamente no lo hice, ¿qué
importa? Me entregué por asesinar a mi padre. Confesé, les dije que lo hice y
cómo ... y ¿adivina qué? La evidencia me respalda. Así que te puedo asegurar
que no habrá mucho que decir sobre mi tobillo.
―No creo que lo hayas hecho. Y creo que estás mintiendo para cubrir a
alguien más. ―Edward rio sarcásticamente―. ¿Quién murió y te hizo Columbo?
Para tu información, vas a necesitar un nuevo vestuario que incluya un
impermeable y liarte un puro.
―No, no lo estaba.
―Sí, lo estaba.
―No hagas esto, Edward. Por favor… Quienquiera que lo haya matado,
se sabrá con el tiempo. No está bien, todo esto no está bien.
Eso era bueno, pensó mientras se inclinaba hacia delante y ponía su mano
sobre el antebrazo de Shelby.
―No está bien. ―Sollozó ella―. Y pasé mucho tiempo alrededor de 'no
está bien' con mi papá. Algo hecho por él, cuando no era honesto.
―Shelby, necesito que dejes esto. Quiero que salgas de esta cárcel,
vuelvas a los establos, y olvídate de mí y de todas estas tonterías. Este no es tu
problema. No te preocupes por mí.
Cuando los rayos del amanecer superaron los techos de los garajes detrás
de la mansión, Lane seguía sentado en su taburete en la encimera de la señorita
Aurora. No podía sentir su trasero y un músculo de la pantorrilla le dolía como si
tuviera algún coágulo. Sin embargo, se quedó dónde estaba y observó el
resplandor dorado penetrar a través de las ventanas y deslizarse por el suelo de
baldosas impecable.
Gracias a Dios el día por fin había llegado. Algunos obstáculos estaban
en su curso y no tenían nada tangible a su alrededor, y sin embargo eran como
crisoles, y recorriendo su camino a través de esas horas oscuras con nada más
que arrepentimientos de los que nada podía hacer había sido una tortura.
Echó un rápido vistazo al reloj junto al horno del pan y sacudió la cabeza.
En cualquier otro día, la señorita Aurora ya estaría levantada y poniendo bollos
caseros de canela y rollos de nuez en el horno y sacando sus huevos para hacer
tortitas para todos. Allí estaría el café, justo allí, y en el fregadero, habría un
colador lleno de arándanos o fresas. El melón estaría listo para cortar, y las
naranjas preparadas para el zumo, y para cuando la familia estuviera en el
comedor familiar, la primera comida del día estaría lista y preparada en sus
platos y todo sobre la mesa.
―Maldición.
―¿Perdiste algo?
Ella negó con la cabeza. ―No tengo hambre. ¿Tal vez tomaré un poco de
café? O… No lo sé. Agua.
―¿Estás segura?
―Sí, lo estoy.
Lane frunció el ceño y bajó las manos. ―¿Es...? oh, demonios Es hoy,
¿verdad? Cuando ella asintió, cerró los puños y deseó poder hacerlos crujir.
Supongo que me he despistado.
Lo que quería decir era que lo último que necesitaba ahora era
desperdiciar ni siquiera una hora con las cenizas de su padre. No había respetado
al hombre en vida. ¿En la muerte? A quién diablos le importaba.
―¿Te pusiste en contacto con algún predicador? ―preguntó Lizzie.
De acuerdo, tuvo que reírse de eso. ―Pensé en ello y decidí que no había
razón para desperdiciar el tiempo de un hombre de Dios. Ese hijo de puta está en
el infierno, donde merece estar...
―¿Eh? Y yo que pensé que estaba en Kentucky.
Al oír la voz masculina, Lane miró por encima del hombro. Jeff Stern, su
viejo compañero de cuarto de la universidad, estaba entrando en la cocina,
parecía tan fresco como una margarita que había estado sin una fuente de agua
durante seis días. En el alféizar de una ventana al sol. Después de que alguien
hubiera jugado a “Me ama, No me ama”, con todos sus pétalos.
Sin embargo, su cabello oscuro estaba húmedo de la ducha, sus grandes
gafas elegantes de ciudad estaban en su lugar, y él llevaba su traje de negocios
uniformado, un botón abierto en el cuello, y las puntas de las solapas estiradas:
un auténtico lobo de Wall Street con look casual. La chaqueta del traje estaba
sobre su brazo y no había corbata a la vista.
CINCO
Y no había sido mucho más fácil de lograr cuando el dinero no había sido
el problema.
Gin cogió su reloj Piaget y maldijo. Diez y once. Así que ella tenía solo
cuarenta y cinco minutos hasta que tuviera que irse.
Estaba dispuesta a apostar que salió del útero con esa elegante ropa
soporífera.
—Bienvenido de nuevo, cariño —dijo arrastrando las palabras—. ¿Cómo
estuvo tu viaje de negocios?
—Querrás decir bienvenido a casa.
Gin hizo un espectáculo desenvolviendo la toalla de su cabello, liberando
los rizos de la plancha del pelo sujetando el secador. Ella esperó a que hablara de
nuevo.
—¿Dónde está el anillo…?
Ella pulso el interruptor del secador. Inclinándose sobre la silla y secando
su cabello húmedo con el aire caliente.
Incluso cuando ella había decidido cambiar, su relación con Richard era
tan deliciosamente familiar y divertida.
—Si no me dices dónde está ese anillo, voy a sacar el contenido de todos
y cada uno de los cajones, y todos los armarios, en este vestidor hasta que lo
encuentre.
Porque, sí, ella había hecho exactamente lo que él había dicho. Había
sacado la piedra, la había vendido y la había reemplazado por una falsa, aunque
no por un bolso de Birkin.
—Me perteneces.
—¿Qué estás haciendo hoy? —Gritó. Sin duda porque necesitaba dejar
que su temperamento saliera tanto como quería ser escuchado.
Gin se tomó un tiempo dulce, permitiéndole sentir el ambiente. Cuando
estuvo bien y preparada, apagó el secador dejándolo a un lado.
Encogiendo el cabello, se encogió de hombros. —Almuerzo en el club.
Manicura. Baños de sol que es más barato que los rayos uva y al diablo con el
cáncer de piel. Seguramente querrás apreciar todo lo que vas a ahorrar en cosas
así.
—Olvidas algo.
Por lo tanto, soportarlo de esta manera, era otra forma más de estar
por encima de él, inalcanzable incluso mientras él ponía sus garras sobre ella.
Samuel Theodore Lodge III dejó a la mujer con la que había estado toda
la noche en su cama y caminó desnudo hacia el baño, cerrando las puertas dobles
detrás de él.
No tenía ningún interés en bañarse con ella. Él había terminado sus
energéticas escapadas durante las horas oscuras ciertamente apreciadas y
disfrutadas y eso fue todo. Ella conduciría a su casa y él rechazaría sus
inevitables llamadas telefónicas e invitaciones durante el tiempo que la costara
entender que no había potencial emocional entre ellos. Sin trayectoria para una
relación. Sin esperanza de convertirse en la gran dama de esta elegante mansión
con sus ochocientos acres de tierras de cultivo de Kentucky.
—Nada de eso. —Se acercó a ella y se inclinó, rozando sus labios con
su…— Vamos, vamos a vestirnos.
—Tan lejos como la vista puede ver —dijo secamente—. En todas las
direcciones
Ella se giró y sonrió. Todo lo que tienes, entonces.
—Mi padre y mi madre son dueños de los mil acres al este. —Cuando sus
ojos se abrieron, simplemente se encogió de hombros—. Solo tengo esta parcela
más pequeña.
—Por supuesto que sí. Te llamaré. —Era una mentira que él había
utilizado muchas veces, particularmente en estas situaciones que requerían
medidas extremas—. Te esperaré abajo. En el porche.
Girando sobre sus talones, salió y cerró la puerta suavemente detrás de él.
Cuando llegó al primer piso, entró en su estudio y llenó el maletín de cuarenta
años de su tío abuelo con archivos y notas. El contenido era solo para disimular,
sin embargo. A dónde iba después, el trabajo sería lo último en su mente.
Bajando la cabeza, cerró los ojos. En menos de una hora, él iba a verla, y
no estaba listo. No estaba preparado.
Ni lo suficientemente sobrio ni lo suficientemente borracho.
Oh Gin
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O, como a veces había pensado en ella, el Gin Reaper .
La más pequeña Virginia Elizabeths de la familia Bradford era la espina
en su costado, la flecha en el centro de su objetivo, la bomba colocada debajo de
su coche. Ella era lo opuesto a esa hermosa mujer de arriba: no era monógama,
nunca fue fácil, y no le importaba si la llamabas.
Gin era tan predecible como un caballo sin domar bajo la silla de montar
por primera vez.
Querido Señor, nunca pensó que ella realmente se casaría con nadie,
excepto con él, por supuesto.
Sin embargo, Gin había caminado por el pasillo con Richard Pford.
No, eso no era cierto. ¿El hecho de que ella había elegido a Pford en
medio de la bancarrota de su familia? Habla de lógica irrefutable. El valor neto
de Richard hizo que la propia fortuna de Samuel T. pareciera el dinero del
almuerzo para un niño de la escuela infantil, y eso fue incluso, como decían,
antes de que la gente de la familia Pford comenzara a morir por el chico.
Sin embargo, Gin estaba pagando un alto precio por toda esa “seguridad”.
Cierto, nunca más tendría que preocuparse por el dinero.
Bueno, eso solo hacía que un tipo quisiera ir a buscar un arma, ¿No?
Abriendo los ojos, trató de recordar lo que estaba haciendo y dónde
estaba. Ah bien. En su estudio, guardando el trabajo que no iba a hacer, antes de
irse a un funeral que no era un funeral para un hombre que nadie lloraba.
—¡Vamos! —Gritó.
SEIS
Cuando Sutton Smythe se agarró a las ásperas barandillas del porche del
compartimiento, tomó otra inhalación profunda del bosque. La vista que tenía
ante sí era clásica en el este de Kentucky, la meseta Cumberland de los Montes
Apalaches, ofreciendo un terreno accidentado de árboles de hoja perenne
estoicos y frondosos arces, altos acantilados rocosos y bajos ríos fluyendo.
Este era un paraíso divino, donde el aire estaba limpio, el cielo era tan
grande como la tierra, y podías dejar atrás los problemas de tu ciudad.
Cuando Dagney Boone habló detrás de ella, cerró los ojos brevemente.
Sin embargo, cuando se dio la vuelta desde la vista, tenía una sonrisa en su
rostro. El hombre merecía el esfuerzo. A pesar de que había dejado claro que se
sentía atraído por ella, y quería iniciar una relación, se contentó con ser su
amigo durante el tiempo que fuera necesario.
Incluso si eso era para siempre.
Dios, ¿por qué no podría ella simplemente abrirle su corazón? Era
apuesto e inteligente, un viudo que no se dejaba engañar y que cuidaba de sus
tres hijos, lloraba a su esposa muerta y se comportaba con honor y compromiso
en su trabajo.
—Eres un caballero.
Dagney le tendió la pesada jarra, sus ojos cálidos y firmes. —De la forma
en que dijiste que te gustaba. Dos de azúcar, sin crema.
Mientras pensaba en el hombre que amaba tanto, que una vez fue una
fuerza alta y majestuosa de la naturaleza ahora paralizada y en silla de ruedas a
causa de la enfermedad de Parkinson, su tristeza la abrumaba. Por otra parte, la
depresión no había tardado mucho en aparecer. En los últimos días, todo lo que
había conocido era tristeza, y aunque la experiencia le había enseñado que
cualquier luna o estrella en su apestoso cuadrante inevitablemente podría ocurrir
en la vida de otra persona, era difícil pensar que alguna vez volvería a sentir
felicidad.
Y así, sí, para tratar de alejarse de sí misma, había hecho este viaje con
Dagney, los dos haciendo el viaje de tres horas desde Charlemont con una cena
llena y desayuno, y todo tipo de límites, emocionales y físico, en su lugar. Había
esperado poder aclarar su mente pensando en un principio que la distancia
geográfica a veces ayudaba, y no solo en el tiempo que duraba el viaje. Estas
cabañas de caza, aisladas en la montaña y mantenidas por una de las familias
rurales a las que se había acercado principalmente, estaban tan alejadas de su
vida de lujo como se podía conseguir: no había electricidad, casi nada de agua
corriente y no podría traerlo mientras dormía.
—No llores antes de que se vaya, Sutton.
Fue un shock, pero no una sorpresa, que ella pensara primero en Edward
Baldwine.
—No vine aquí para tener sexo. —Él sonrió de nuevo—. Sé dónde estás
parada. Pero como te dije antes, si quieres que sea el comodín de Edward
Baldwine, estoy más que feliz de desempeñar ese papel.
—De acuerdo, ahora tengo otra pregunta. ¿Te estás mintiendo a ti o a mí?
El Sr. Harman gruñó. —¿Tienes tiempo para venir a ver al nuevo bebé?
—En realidad, volvemos ya a Charlemont, —dijo Dagney—. Sutton tiene
que ir a un sitio importante y necesita estar allí pronto.
—Sí señor.
Mientras Sutton miraba hacia adelante y hacia atrás entre los dos
hombres, descubrió que le gustaba Dagney aún más. Aquí estaba, uno de los
hombres más ricos y poderosos del estado, y nunca lo hubiera imaginado.
—Sip, puede volver. —Dijo el Sr. Harman—. Pero solo con la señorita
Sutton. —A mi esposa no le gustan los forasteros.
—A Aggie le gusto, —le respondió Sutton.
—Gracias, chicos.
Cuando Dagney dio media vuelta, Sutton negó con la cabeza. —No tienes
que hacer esto.
—Oye, si no puedes impresionar a una chica con las ventajas de la
oficina, ¿de qué sirven? Además, tengo alrededor de quince personas en
Charlemont que han querido reunirse conmigo durante las últimas dos semanas.
Organizaré las reuniones en el camino, así que esto es un asunto oficial.
Con una mirada frenética sobre su hombro, pensó, No, no le daba tiempo
a regresar a su habitación.
Corriendo hacia adelante, abrió de par en par la primera puerta que
encontró, atravesó una habitación libre y se metió en un baño de mármol color
melocotón.
Golpeó el suelo con tanta fuerza que se lastimó las rodillas, y luego casi
la atrapó por la barbilla cuando abrió la tapa del inodoro y se rindió a los nauseas
secas.
No salió nada. Lo cual tenía sentido porque la última vez que había
comido había sido en la cena la noche anterior. O espera. . . ella también se había
sentido enferma. ¿Había sido el almuerzo? ¿En el hospital?
Justo lo que ella necesitaba en este momento. Tenía que ir con Lane para
el cementerio en, digamos, diez minutos, y no estaba segura de cómo llegaría al
coche, y mucho menos a través de cualquier ceremonia… o no ceremonia… que
se llevaría a cabo en relación con las cenizas de su padre.
Oh vamos…
¿De todos los baños de un dormitorio que podría haber elegido? ¿De
Verdad? ¿El de Chantal?
Dio a las cosas un par de minutos más para poder asimilarlas; luego se
puso de pie y se lavó la cara con agua fría. Limpió su boca. Esperó un poco más.
Ahora, pregúntale a Lizzie sobre los diferentes tipos de plantas con flores
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en la familia Aquifoliaceae . ¿El momento perfecto para plantar nuevos árboles?
¿Qué tipo de sol necesitan las hortensias? En eso. Por otra parte, eso es a lo que
te dedicaste cuando obtuviste tu titulación en arquitectura de paisaje en Cornell.
A diferencia de la señora de un tipo rico.
Además, estaba estresada con todo lo que Lane estaba haciendo y no hay
mejor remedio para eso que limpiar ordenar y aspirar alfombras.
—Genial.
Poniendo las manos sobre sus hombros, levantó la vista hacia esa mirada
azul que tanto amaba. —Vamos a superar esto— Vamos a empujar esa urna
donde el sol no brilla y luego, visitaremos a la señorita Aurora en el hospital y
esperamos buenas noticias, ¿vale? Ese es nuestro plan.
Sus párpados se cerraron brevemente. —Te quiero mucho.
Gin estaba vestida de melocotón y levantó una elegante mano con un gran
diamante en señal de saludo. Amelia estaba vestida con unos vaqueros ajustados
y un top de seda rojo y negro que, sin embargo, eran de Chanel, con botones en
doble C, y la chica no parecía notar nada, su atención estaba clavada en el
iPhone que tenía en sus manos.
Antes de que los dos hubieran hecho las paces, la réplica rápida de Gin
fue un golpe en Lizzie diseñado para asegurarse de que ella conocía su lugar
como miembro del personal. Ahora bien, se trataba de un alejamiento total del
marido de la mujer, y aunque era triste considerarlo una mejora, Lizzie había
aprendido bien antes de entrar en la vida de los Bradford que tenía que recibir
buenas noticias de dónde podía encontrarlas.
Oh genial.
Cuando la niña volvió a concentrarse, Lizzie se volvió hacia el parabrisas
y se sintió como si tuviera ochenta años. Más bien ciento ocho.
Lane se deslizó detrás del volante, y Gin habló. —Sólo somos nosotros en
el cementerio, ¿verdad?
—¿Y Max?
—¿Vendrá?
—Tal vez. —Lane presionó un botón para poner en marcha el automóvil
y ponerlos en movimiento—. Eso espero.
—Buitres.
SIETE
Mientras Lane conducía por el exterior del hierro forjado del cementerio
Addams con la marca familiar, miró a través de los barrotes a los innumerables
marcadores de las tumbas, estatuas religiosas y criptas familiares que se
amontonan alrededor de la hierba ondulante, especímenes de árboles y
estanques. ¿Cómo diablos iban a encontrar dónde estaban sus antepasados?
¿Dónde fueron enterrados alguna vez? Una vez que estabas dentro de esas
tierras, en ese laberinto de calles serpenteantes, todo se veía igual.
Mientras tanto, los hombres y mujeres que estaban con las cámaras
simplemente se mantuvieron alejados, ignorando todo el asunto E = mc2.
Lane condujo una gran distancia antes de estar seguro de que estaban
fuera de alcance del alcance de alguna cámara. —Está bien, —dijo—. No hay
moros en la costa ahora.
Los ojos de la niña brillaban de emoción. —Oh, Dios mío, ¡eso fue
genial! Eso ha sido como les sucede a las Kardashians.
Lane negó con la cabeza. —No estoy seguro de que ese sea un buen
ejemplo con el que alguien quiera compararse.
—No, lo digo en serio, lo he visto en la televisión.
Gin ¿pidiendo discreción? Vaya, pensó. Quizás todo esto era algún tipo
de sueño extraño, y se despertaba con que la compañía todavía está bien, Edward
salió de la cárcel, la señorita Aurora regresó a su cocina, y Easterly estaba lista y
preparada para una Fiesta de Memorial Day que opacara a todas las demás.
Mantendría su felicidad con Lizzie, por supuesto.
Al final, ella se fue por la primera por dos razones: una, gritar y gritar
requería más energía de la que ella tenía, y además, ese acto hubiera sido antes,
ahora estaba envejeciendo; y dos, estaba preocupada por lo que saldría de su
boca. Y no era ninguna maldición.
Había cosas que Amelia no sabía. Cosas que Samuel T. no sabía. Y Gin
no podía garantizar que con su mal genio actual no hiciera revelaciones que era
mejor dejar atrás de una figurativa cortina de hierro.
—Creo que Richard te golpea. Creo que esos moretones te los hizo de él,
y que has estado usando pañuelos para cubrirlos…
—Lane no.
Ante las pocas palabras, se puso firme, sus ojos se volvieron hacia
Samuel T. Sin embargo, no tenía que haberse preocupado por encontrarse con su
mirada.
Se suponía que todo eso saldría suave y estable. En cambio, su voz salió
ruda e insustancial, y su cuerpo comenzó a temblar sin razón aparente. Ella no
tenía frío, por el amor de Dios.
Eres mejor que esto. Por el glorioso pasado de tu familia no vale la pena
que un hombre te pegue en el presente solo porque tienes miedo de que no seas
nada sin el dinero. No tiene precio, Gin, sin importar lo que tenga en su cuenta
bancaria.
OCHO
Lane siempre había pensado que la cripta familiar parecía siniestra, con
todo su oscuro alero y los diseños de hierro retorcido sobre las ventanas opacas y
la asfixiante hiedra fuera en el mármol blanco envejecido. Y de alguna manera,
la perspectiva de que su padre fuera enterrado allí hizo que todos los prejuicios
de Vincent Price tomaran un camino más terrible. Pero, ¿dónde más iba a poner
al hombre? Si no respetaba el muerto, pero estaba preocupado de que los restos
de Papá lo persiguieran por el resto de su vida.
Cuando las pisadas de los otros resonaron entrando arrastrando los pies,
miró a su alrededor a los marcadores que fueron montados en filas ordenadas en
las paredes, las letras del bloque en el latón de las viejas placas que detallaban
quién había sido puesto en qué espacio y en qué momento. Y sí, un espacio
vacante había sido preparado para William Baldwine: al otro lado del espacio,
había una apertura única en la alineación de compartimentos, una que había sido
revelada por la separación de un cuadrado de la chapa de mármol.
Al pasar, Lane colocó la urna en la oscuridad y quedó impresionado por
cómo encajaba de forma precisa dentro de los confines del agujero, teniendo la
tapa solo una pulgada de holgura.
Dando un paso atrás, frunció el ceño, la enormidad de la muerte, se
apoderaba de él por primera vez. Desde que regresó a Charlemont, había sido
una crisis después de otra, su atención atraída por emergencia a emergencia. Ese
caos, junto con el hecho de que nunca se había sentido cerca de su padre, y de
hecho detestaba y desconfiaba del hombre; había hecho que la aprobación de
William fuera casi una nota a pie de página.
Ahora, la realidad de que nunca volvería a ver al hombre ni a oler esa
marca de tabaco o escuchar ese paso dominante en los pasillos de Easterly, o en
cualquier otro lugar, lo golpeó como... no triste, no porque honestamente no
lloraba la pérdida como alguien a quien se ama y cuida.
Y sin razón aparente, Lane recordó algo que Edward había dicho cuando
él había estado haciendo esa confesión a la policía en Red & Black:
—¿Puedes culparme?
Cuando otra figura entró por la puerta abierta de la tumba, Lane notó
primero la intrusión, y al instante reconoció quién era.
Chantal. …
—Lo que quieras. —Cuando Max se acercó a Chantal, bajó la voz, pero
no mucho—. O te apartas de mi camino o te empujaré hacia atrás hasta que te
caigas de culo.
—Y tú siempre has sido una perra que busca oro desde su nacimiento.
Así que ahí está, que dices a eso.
Por una vez en su vida, él pensó en ella, volviendo al infierno. Por favor.
Cuando Gin sintió que la agarraba del codo Samuel T. y se tensaba, ella le
sonrió. El mayor error de su hermano, Lane: Chantal Baldwine era de segundo
nivel, todo el tiempo. ¿Lo único que fue el primer lugar para ella?
Ambición social.
—Gin, —sugirió Samuel T.—. ¿Nos vamos?
Casi.
—¡Qué!
Era insoportablemente guapo, era cierto. Pero esa no era su atracción por
él. El chispazo fue el resultado de su arrogancia junto con su nivel de
independencia y total desprecio por su sentido de superioridad. Ella siempre
había querido ganarle. Hacer que se sometiera a ella y que hiciera lo que ella
quisiera. Forzarlo a ser como el perro de pura raza que se inclinaba a sus
órdenes.
Pero Samuel T. no era así. Nunca lo había sido, nunca lo sería.
Los ojos de Gin registraron cada movimiento que hacía mientras recorría
el largo capo y se puso detrás del volante. Después de ponerse sus Ray Bans, la
miró a ella a través de esas oscuras gafas de sol y su corazón saltó.
—¿Qué no tengo que decir? —Su voz era tan ronca, casi inaudible, y por
un momento, solo la miró.
Parecía que había sido desde siempre que habían estado juntos. ¿En
realidad? Solo fue cuestión de una semana o dos, tal vez menos. Ella no podía
recordar.
Borra la mancha de Richard de mí, pensó para sí misma. Échalo fuera de
mí.
—Iba a decir que, por supuesto, vamos a salir a través de las puertas
traseras. Lo último que necesitamos es ser vistos juntos por la prensa.
Samuel T. soltó su mano y encendió el motor. Y mientras él los conducía
a la distancia, estaba tan tranquilo y en control que bien podrían haber estado en
un moderno coche automático, en lugar de uno manual clásico.
Los carriles que seguían eran serpenteados, las vistas de los estanques y
sauces llorones, especímenes de rodales y lechos de hiedra, prestando
precisamente el tipo de tranquilidad que uno desearía encontrar en un lugar de
descanso final.
—Siempre.
—Y ahora decides ser encantador. Después de que me rechazaras.
—No te rechacé.
Samuel T. pisó los frenos mientras bajaban una colina y tomaron un giro
hacia una serie de dependencias. En el lado más alejado de ellos, se rompió un
muro de hormigón por una sección de alambrada que estaba abierta de par en
par. Al pasar por la puerta, un par de hombres estaban fumando en la sombra se
animaron y miraron boquiabiertos el automóvil.
—Recuérdame que no me meta contigo, —murmuró Samuel T.
—No me llames así. Sabes que desprecio ese nombre. —Gin se encogió
de hombros—. Y Richard está en el trabajo. O en el infierno. No me importa.
—¿Cómo están las cosas entre vosotros? —La pregunta fue casual. El
tono no lo era.
NUEVE
De hecho, estaba mucho más preocupado por Lizzie, pero debería haberlo
sabido antes que ella se involucraría: estaba al otro lado del camino, con una
cadera contra el costado de la tumba de mármol de Constance, su ceja izquierda
arqueada como si estuviera considerando qué tipo de puntuación darle en Rotten
11
Tomatoes .
¿Y en cuanto al comentario de Gin que lo había comenzado todo?
Bueno, eso podría haber sido peor, ¿no? Lo cual, teniendo en cuenta lo
que realmente había salido de la boca de su hermana, era un verdadero
testimonio de la historia de comportamiento escandaloso de Gin.
―¿Bien? ―exigió Chantal finalmente―. ¿Qué tienes que decir a tu
favor?
―Pensé que mi petición de divorcio era bastante auto explicativa.
―No es de broma.
Chantal giró sobre Lizzie. ―Tienes que irte. Esto es entre él y yo.
―Cómo te atreves.
―¿Después de lo que hiciste con mi padre? ¿De Verdad?
―Lizzie, ―gritó.
―¿Qué?
Cuando se quedó inmóvil, Chantal acurrucó un delicado puño con su
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mano libre y lo golpeó como un Louisville Slugger , atrapándolo directamente
en la mandíbula. El impacto hizo que sus dientes castañearan juntos, pero ella no
había terminado con él. Arrancándole la muñeca, un segundo golpe salió
volando y le dio en la nariz, el dolor como una bomba estalló en medio de su
rostro.
Supongo que le sirvieron para algo más que solo quemar calorías.
―¡Chantal, estás sangrando! ¡Tienes que parar esto! ¡El bebé! ―Y fue
entonces cuando apareció la policía.
Cuando Sutton salió del frente del vehículo de la policía estatal, no estaba
segura de lo que estaba mirando. Sí, esa era la cripta de la familia Bradford, con
su puerta de hierro abierta y las dos puertas de latón bien abiertas. Y sí, ese era
Lane Baldwine, con su Lizzie y Chantal Baldwine, de quien se estaba
divorciando.
―¿Qué está pasando aquí? ―El policía estatal que había conducido a
Sutton desde el aeropuerto de Sanford había terminado su turno, pero ahora,
estaba claramente de nuevo en servicio. ―¿Necesitamos una ambulancia?
―Sí, ―dijo Lizzie con urgencia mientras ayudaba a Chantal a tenderse
en el suelo de mármol.
Chantal ensanchó sus muslos, miró la brillante mancha roja y dejó
escapar un grito que ahuyentó a los pájaros de un árbol de magnolia. ―¡Mi
bebé!
Lane se quitó la chaqueta y la puso sobre las piernas de la
mujer. ―¡Llama al nueve uno uno!
Mientras el policía corría hacia el coche patrulla, Sutton se
agachó. ―¿Qué puedo hacer?
Sutton solo pudo negar con la cabeza. ―Yo agarro los pies.
Juntos, los tres levantaron a la mujer y la llevaron a la cripta y la
recostaron de nuevo. Luego Sutton fue y cerró las grandes puertas de latón.
―¿Viene la ambulancia? ―El pánico de Chantal resonó en el interior―.
¿Cuándo va a estar aquí? ¿Qué me está pasando?
Sutton dio un paso atrás y se preguntó si debería irse. Pero no, ella no
podría hacer eso. En cambio, abrió las puertas y miró hacia afuera, rezando para
que llegara la ambulancia, y parecía que estaban allí para siempre con los
muertos, con lo que posiblemente era otra muerte sucediendo por etapas.
―Oh Dios…
Lizzie se tambaleó sobre sus pies, extendió un brazo, y Sutton la atrapó
justo cuando parecía a punto de caerse. ―¿Estás bien?
Por alguna razón, lágrimas llegaron los ojos de Sutton. Oh, ¿a quién
estaba mintiendo? Ella sabía exactamente por qué.
Con una maldición, la mujer dejó caer la cabeza hacia atrás. Sus
ruborizadas mejillas estaban rojas como la cereza, pero su boca era una raya
blanca. Y luego ella dejó caer una bomba.
DIEZ
Cuando Sutton fue a hablar con el oficial, Lane movió su rostro hacia la
mirada de Lizzie. ―Chantal está loca, está totalmente delirante, y la única razón
por la que voy es por la situación de la propiedad ahora que murió mi padre.
Mientras sus ojos seguían cada movimiento que hacía, Lane cruzó la sala
de espera y se dejó caer en una silla de plástico en la esquina más alejada, lejos
del televisor y las máquinas expendedoras. Dios, esperaba que esto no durara
para siempre
―Cariño, el bebé…
Las dos enfermeras que estaban conectando los monitores y equipos de
monitorización se congelaron y lo miraron. Y mientras luchaban por volver a
concentrarse en su trabajo, quiso gritarle a Chantal que cortara la mierda, pero ya
no quería más público de lo que ya tenían con todo esto.
Sentado en una silla vacía, miró los ojos cuidadosamente maquillados de
Chantal. Su rímel no estaba borroso a pesar de las lágrimas, y se preguntó si ella
había planeado eso para la confrontación, o si se había puesto uno resistente al
agua por si acaso tuviera que acabar llorando.
Y ella estaba muy pálida; debajo de su bronceado rociado, su piel era del
color de un pañuelo.
Chantal comenzó a decir algo más, pero luego su voz fue estrangulada
por un gemido. Y de repente, ella tiró de una de sus piernas hacia
arriba. ―¡Llama al doctor! ¡Llama al doctor!
―No sin esto, no podían. ―Le mostró la llave y luego la sacó del bolsillo
interior de la chaqueta―. ¿Qué bebes al mediodía?
Samuel T. se sentó en el otro extremo del sofá y cruzó las piernas por la
rodilla. No podía apartar los ojos de ella y lo sabía… sabia… que él era el adicto
que una vez más había resuelto dejar de fumar, pero se debilitaba a la
segunda. Ella, con su ropa de alta costura y sus aires burlones, era su pipa de
crack y su aguja, sus papeles enrollables y su billete de cien dólares enrollado.
Dios, cuando descubrió que se iba a casar con Richard Pford... ¿y luego,
cuando en realidad se había ido y lo había hecho? Había estado tan enojado,
había jurado follarse a una mujer en todos los lugares donde él y Gin habían
estado juntos alguna vez.
Había sido, y continuaría siendo, un verdadero cuaderno de viaje de
orgasmos, el tipo de cosa que lo mantendría ocupado durante seis meses o un
año.
Y aún tenía la intención de completar ese itinerario con muchas
voluntarias. Pero de alguna manera, verla en ese cementerio había abierto un
agujero en su fachada de fuerza e intención de permanecer a distancia.
Sí, porque los marcadores de tumbas y las estatuas de santos y cruces
eran muy sexy. Por otra parte, Gin podría haber estado en cualquier parte,
usando cualquier cosa, y ella habría sacudido su mundo. ¿Y el problema con su
plan de venganza? ¿Por su idea de resolver su agresión con otras
mujeres? Ninguna mujer se había acercado alguna vez a Gin por él.
Era como tratar de sustituir un filet mignon con Burger King. ―¿Dónde
está tu marido? ―Se escuchó a sí mismo exigir.
Dios, quería matar a ese hijo de puta. ―¿Estás bien? ―Le preguntó.
Cuando Gin enarcó una ceja como solía hacerlo, y pronunció el tipo de
palabras en el tipo de tono que siempre tenía, sabía muy bien que ambos
recordaban cómo habían sido el uno con el otro. Sin embargo, todo lo que se
había ido ahora: le faltaba la energía y ya no tenía la inclinación de meterse en
uno de sus viejos combates aéreos.
―Pensé que no íbamos a hacer esto más, ―dijo con voz ronca.
―Yo también.
Con un elegante arco, ella aflojó su cuerpo para él, sus piernas se
separaron para poder mover sus caderas entre ellos. Sus ojos eran para morirse,
esa mirada azul tan profunda, que se perdió al instante. Y cuando sus labios se
separaron, él supo lo que iba a pasar después: Iba a besarla, y no iba a tomar aire
hasta que terminado dentro de ella.
―Te estoy dando la oportunidad de detener esto, ―dijo con voz gutural.
―¿Cuándo?
Con los dientes apretados, preguntó por qué. O tal vez otra cosa. ¿Quién
sabe? Ella siempre fue la mejor, siempre la que más se apretaba a su alrededor,
siempre la más dulce y resbaladiza.
―El edificio de oficinas de mi esposo… está justo allí. Miró hacia la
vista y señaló la ventana, mientras él estaba bombeando en su sexo―.
De hecho… su oficina… está frente a este edificio…
Ella comenzó a jadear, tal como él estaba haciendo y ella tenía razón.
La había traído aquí para follársela en este sofá… y mirar por encima de
su cabeza oscilante mientras lo hacía en las ventanas de la oficina de Pford de
ese hijo de puta que estaba a una cuadra, en la parte superior del Edificio Pford.
ONCE
—Lane… duele.
—Bien. Gracias.
El miedo en sus ojos y en su voz la desnudaron ante él, revelando que era
más que un adversario, y por alguna razón, pensó en cuándo la había visto por
primera vez en esa fiesta en el jardín. Solo se había ido porque iban a beber y
siempre se sentía menos alcohólico con un bourbon en la mano a las dos de la
tarde si se encontraba con un grupo de personas que hacían lo mismo.
El sol que brillando en su cabello rubio había sido lo que había llamado
su atención.
¿Cómo crees que estamos? Vaya una pregunta más tonta, pensó.
Lane dejó caer la mano de Chantal y se frotó las palmas de las manos
sobre los muslos. —Ella está sufriendo, ¿puedes ayudarla?
—Mierda.
Cuando Lizzie cerró las puertas dobles debajo del lavabo a la izquierda,
decidió que necesitaba ir a la farmacia, subirse a su camioneta y salir sola.
Santo Dios, pensó mientras agarraba las pilas de toallas. —Por supuesto.
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Más de las que tendrían en un vestuario de la NFL , excepto por tonos rosados,
oh, bingo.
En una canasta de mimbre junto a las toallas dobladas, encontró lo que
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buscaba, junto con varios frascos para análisis de orina y cajas de Monistat .
Su corazón golpeaba sus costillas como si ella tuviera miedo de estar sola
allí en la oscuridad.
Mirando su reloj, intentó no quedarse quieta. Se entretuvo doblando una
toalla húmeda. Roció un poco de aerosol por el baño.
Todo era tan bueno de ver, a pesar de que estaba un poco desordenado: el
caos cotidiano era evidencia de que sus vidas estaban entrelazadas.
DOCE
—Voy a estar fuera de la ciudad por unos días, —se oyó decir.
—Sí. —De hecho, había sido más complicado que eso. Amelia había
mentido y había dicho que la habían echado, solo para poder regresar a casa—.
Pero ella se mudará pronto conmigo.
—Para el verano.
—¿Perdón?
—¿Acaso ese hijo de puta tacaño dijo que no cubriría sus gastos? —
Cuando Gin no respondió, él la miró—. Y antes de intentar negar lo mal que está
tu situación monetaria, te recordaré que he visto la situación financiera de tu
hermano como parte del divorcio que estoy llevando para él. Sé exactamente lo
que está sucediendo.
—Richard no dijo que no. —Por otra parte, ella no se había molestado en
preguntar—. Amelia quiere estar en casa. Ella quiere... Estar con su familia.
—Por supuesto.
Mirando hacia el asiento que había dejado libre, pensó en las muchas
veces que ella había montado al lado de él en este coche deportivo.
Habitualmente había estado por la noche, no de día, y casi siempre había estado
en el camino hacia, o de regreso, de una de sus citas, o peleas.
Por otra parte, esas dos cosas por lo general habían ido de la mano entre
ellos.
—Lo que te dije, lo dije en serio. —La voz de Samuel T. se volvió remota
y sus ojos se movieron hacia la vista de la colina hacia el río—. Puedes llamarme
a cualquier hora. Siempre vendré a ayudarte.
Tal vez porque era difícil admitir que, una vez más, había tomado una
mala decisión. Una de tantas.
Gin tuvo que sacar sus dedos de la puerta, tenía las puntas entumecidas
por haber estado dentro del hueco de la ventanilla.
Murmuró algo que se ahogó por el rugido del motor, y luego se fue cuesta
abajo, el dulce olor a gas y aceite permaneciendo en el aire inmóvil.
De pie bajo los rayos dorados del sol, esperó a que desaparecieran las dos
luces rojas. Luego dándose la vuelta volvió a mirar hacia las ventanas de
Amelia.
Como si la niña hubiera sentido su llegada, se abrió una de las persianas y
su hija asomó la cabeza. —Está todo listo. No es que tuviera que guardar mucho.
¿Podemos irnos ya?
Sobre todo, detrás de todas las etiquetas que se les aplicaba, se suponía
que las buenas madres eran seres humanos nobles y honestos.
Por alguna razón, Gin no pudo procesar eso. Era muy doloroso. —
Probablemente deberías decirle adiós.
—Está bien.
¿No es eso lo que uno hace por sus hijos? ¿Sacrificar tu felicidad por la
de ellos? Por otra parte, ¿realmente sería un sacrificio cuando creó ella el
problema?
No era algo así como Manhattan. O L.A. Pero lo suficiente para ocasionar
molestias a los transeúntes.
A él también, por así decirlo. Dios, fue increíble lo rápido que los
estándares de Charlemont se habían filtrado en él. Aquí, si estuvieras atascado en
la hora punta durante diez minutos, sería un fastidioso insulto a tus planes para
cenar. ¿En la ciudad de Nueva York? Tenías que guardar en una bolsa de viaje un
sándwich si querías intentar utilizar la autopista Long Island para recorrer poco
más de 800 m a las cuatro y veinte de la tarde.
Una locura.
Cuando entró en lo que esperaba era su último edificio, se detuvo junto al
mostrador de información y esperó a que la mujer de edad media de aspecto
agradable lo mirara.
—Gracias.
—Lane siguió las instrucciones, y tan pronto como llegó a los ascensores,
supo dónde estaba por la galería de abajo. El problema había sido por donde
había entrado. Si hubiera aparcado en el garaje de la calle Sanford, podría haber
encontrado el camino hacia la habitación de la señorita Aurora sin problema.
Miss Aurora Toms, su apellido se debía porque ella había sido una de los
doce hijos de Tom.
Parecía tan enferma: tenía los ojos cerrados, pero se dio cuenta de
que se le habían hundido en el cráneo y tenía las mejillas tan vacías que parecía
que los huesos se iban a salir y romper en la carne. Había innumerables cables
debajo de la parte superior de la bata que ella tenía, y también un tensiómetro
bombeando en su brazo que sabía lo que hacía y otra clase de aparatos
ayudándola a respirar. Había más tubos en su brazo. Y aún otros, debajo de las
sábanas.
Oh, cómo se había enfadado con él. Había mantenido que el coche era
demasiado caro y llamativo. Había insistido en que ella iba a devolverlo.
—¿Hay algo que hayas dejado sin hacer? —Susurró mientras miraba a la
cara que conocía tan bien—. ¿Puedes hablarme? ¿Dime qué necesitas que haga
antes de partir?
—Solo quiero hacer lo correcto por ti. Asegurarte de que todo será como
tú quieras.
—¿Lane?
Su tono era ligero e informal, pero sus ojos detrás de sus gafas eran
totalmente opuestos mientras revisaban todas las pantallas alrededor de la cama.
Y mientras estudiaba los números, los patrones y los gráficos, Lane se centró en
ella. ¿Era ella la razón por la que Maxwell finalmente había vuelto a la ciudad?
Una vez más, como hija del reverendo Nyce, ¿realmente querrías llevar a
alguien así a casa?
En voz baja, Tanesha dijo: —Estoy segura de que sus médicos te han
estado informando sobre su situación.
—Jesús. —Se frotó la cabeza—. Quiero decir, pensé que todos estaban
tratando de sacarla de esto.
Esto era lo último que podía hacer por su mamá mientras ella estaba viva
y que lo condenaran si él la decepcionaba.
TRECE
Caminando por la acera bajo el calor, trató de recordar en qué lado había
dejado el Rolls…
—¿Hola?
La voz que respondió era femenina, y acentuada con acento típico del sur,
y Lane se dio cuenta de que debería haber escuchado primero el maldito
mensaje. Por otra parte, al menos ese sonido estridente en particular no lo
disparó hacia el salpicadero del coche.
Lane salió corriendo, a pesar de que el sol del final de la tarde estaba
abrasador y la humedad apenas llegaba a la selva de asfalto. Para cuando llegó al
Phanton, había sudado la camisa… aunque se había quitado la chaqueta a unos
cien metros de su carrera… y accionó el aire acondicionado tan pronto como
encendió el motor.
El viaje a Red & Black le llevó casi cuarenta y cinco minutos gracias a
que un camión cisterna se había accidentado en el Patterson Parkway y luego
tres tractores en los caminos rurales estaban obstruyendo el paso. Finalmente,
pudo girar a la derecha entre las dos columnas de piedra y comenzar a subir la
colina hacia los graneros rojos y negros a juego.
A cada lado del sinuoso camino, cercas de cinco rieles pintadas de marrón
se extendían por campos ondulados, cuya hierba, según la creencia popular,
estaba teñida de azul gracias al contenido de piedra caliza en el suelo. Hermosos
purasangres cubiertos de pelaje de color en marrón y negro alzaron sus elegantes
cabezas mientras pasaban junto a ellos, un par de caballos se interesaban tanto
por él que galopaban junto con el Rolls Royce, con las crines flotando y la cola
erizada.
O al menos así había sido en los tiempos del abuelo de Lane. Y la familia
Bradford era conocida por valorar y defender las tradiciones del pasado.
Dentro, el aire era frío y tuvo que parpadear mientras sus ojos se
ajustaron. Varias de las yeguas, cuyas cabezas estaban fuera de sus establos,
relincharon ante su llegada, y eso llamó la atención de los demás hasta que una
línea de orejas puntiagudas, hocicos asintiendo y cascos de caballo anunciaron
su presencia.
—¿Shelby? —Gritó, mientras caminaba por el amplio pasillo.
Sabía que no debía tratar de acariciar a ninguno sin una presentación
adecuada, y el conocimiento de esto se hizo evidente cuando se acercó a un
enorme caballo negro que era el único en la colección de unos treinta con la
parte superior de la puerta cerrada. Y lo que sucedió fue que el bastardo pasó los
dientes a través de los barrotes, y no de una manera “hola ya comí”.
Lane se dio la vuelta y pensó: Ah, claro. La pequeña rubia y mano estable
con el rostro joven y los ojos viejos, que se había detenido en la esquina de la
casa cuando Edward confesó a la policía. Ella había parecido con la mirada
remota en entonces. Ahora, sus ojos lo veían directos.
El caballo con mala actitud pateó su puesto con tanta fuerza, que Lane
saltó y tuvo que comprobar que no había sido atrapado por un casco que hubiese
salido por la puerta.
—Neb, no seas grosero. —La mujer, que no podía medir más de metro y
medio con las botas de granjero, lanzó una mirada fulminante como una bala de
cañón al semental—. Aléjese de él, Sr. Baldwine. Está de mal humor.
Lane la siguió hasta una habitación con tachuelas y luego subió tras su
estela una serie de escalones hasta el segundo piso, donde la temperatura era de
trescientos grados más.
—Es por aquí. —La mujer abrió una puerta y se puso de lado—. Aquí es
donde me alojo.
Cuando entró, notó que no llamaba al lugar su hogar. Por otra parte, era
poco más que una sala de almacenamiento con una cocina para cocinar, el
espacio abierto frío por una de ventana entreabierta golpeando ligeramente. El
sofá y la silla no coincidían y las dos alfombras no tenían nada en común entre
ellas, ni con los muebles deshilachados. Pero estaba limpio, y esta mujer con sus
jeans azules y su camiseta tenía el mismo tipo de dignidad silenciosa y difícil de
conseguir a lo Gary McAdams.
Lane tomó un sorbo del vaso solo para darse algo que hacer. —¿Pero no
podría haberse lastimado el tobillo otra vez? ¿Abajo en el río esa noche?
—Pero estaba caminando bien cuando leí sobre la muerte en el periódico.
Y de nuevo, sé de dónde salió ese médico porque fui yo quien lo llamó. Edward
se lastimó antes del asesinato.
—¿La policía pidió ver algo? Cualquier grabación, quiero decir, desde
aquí.
Qué diablos, pensó Lane. Por otra parte, el CMPD tenía poco personal y
tenían una confesión junto con la evidencia de que Edward había manipulado los
archivos de grabación de seguridad. ¿Por qué tendrían que ir más lejos?
—¿Puedes llevarme a la oficina?.
Le tomó casi dos horas revisar todos los archivos, y al final, Lane estuvo
de acuerdo con la evaluación de Shelby. Ese camión con el cabrestante
evidentemente roto se había quedado detrás del granero B toda la noche. Y no
hubo idas ni venidas de otros autos o camiones. Nadie incluso merodeó
alrededor de la propiedad.
Sin embargo, ¿qué se estaba perdiendo? Quería emocionarse, pero la
cabaña no estaba cubierta por una cámara. Edward podría haberlo hecho... oh,
diablos, él no sabía que pensar.
CATORCE
Y sí, en su apuesta por la paz personal, había estado dispuesto a dejar que
sus relaciones con sus hermanos se rompieran, dejando a Edward, Lane y Gin
como daño colateral en la guerra por reclamar esa paz.
—Hijo de puta.
Max se dobló sobre su cintura y presionó el acelerador, enviando a la
Harley a la velocidad de la luz. El hecho de que el resplandor de la puesta del sol
cayera del cielo ayudaba porque la mayoría de los automóviles y camiones iban
a tener las luces encendidas, por lo que era probable que los viera.
Espero verlos.
Como todos los adictos a la adrenalina, entró en una extraña zona de
calma mientras empujaba la motocicleta hasta el borde de su función e
integridad estructural. El aire que corría hacia él le volvía el pelo plano como el
casco que podría haberse puesto si la ley lo obligaba, y la vibración que se
escurría entre sus apretadas palmas hacia el vello de sus antebrazos era como la
brisa de una droga. Pronto, agacharse no solo sería deseable sino necesario, la
fuerza de la velocidad a la que iba era lo suficiente para despegarlo de la
motocicleta si intentaba sentarse.
Max miró por debajo de su brazo. Bueno, bueno, parecía que tenía al Jeff
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Gordon de la policía local pisándole los talones, el tipo estaba justo detrás de él
y acercándose.
Max gritó en otra vuelta y miró por encima del hombro. El policía se
había salido de la carretera, el coche patrulla incrustado en las zarzas con el
hombre. Nadie resultó herido, la camioneta se detuvo, el Honda se detuvo, el
policía salió... el casi se hunde y casi había matado a todos menos a él mismo.
Lane se concentró en esa cara, como si pudiera leer lo que estaba pasando
por la cabeza del hombre cuando esos ojos se movían alrededor de la pantalla.
Cuando eso no funcionó, Lane se distrajo pensando en la dinámica de su familia.
Max era la única persona que odiaba a su padre tanto o más que Edward. Sí, el
motivo de Edward podría haber sido un poco más claro, pero su personalidad
nunca había sido violenta o explosiva: Edward era más un táctico, y luego estaba
la realidad de que carecía de la fuerza física y la coordinación para mover su
propio cuerpo, mucho menos el de alguien más.
Max, ¿por otro lado? Peleas en Charlemont Country Day, en la
universidad, después. Era como si el temperamento de su padre se hubiera
saltado a todos los otros hijos y se centrara exclusivamente en Max. Y a Max
realmente no le importaba ofender a las personas, lo que si extrapolabas, podría
generalizarse en algo sociópata.
Como el tipo de locura o enfermedad que podría hacer que alguien matara
a su propio padre.
—Una vez más, no tengo claro lo que piensa que esto prueba, a la luz de
todo lo demás.
—Lo que vi fue que nada inusual sucedió a la vista de seis cámaras en
una granja que tiene un tamaño de mil acres. El Red & Black tienen siete
camiones del mismo año, marca y modelo, con los mismos trabajos de pintura,
con cabrestantes en la parte posterior, y desde el ángulo de la cámara que se
muestra aquí, no se puede distinguir las matrículas de esos tres estacionados en
el granero. —El detective levantó su palma cuando Lane trató de cortarlo—. Y
antes de decirme que solo hay tres salidas, le advertiré que recorrí la propiedad e
identifiqué al menos una docena de carreteras secundarias, carriles y senderos
que llevan a las carreteras del condado. ¿Crees que tu hermano no las conoce
todas? ¿No podría haber tomado uno de los camiones de un garaje? Trató de
salirse con la suya con el asesinato borrando las imágenes en Easterly. ¿Me dirá
que no pensó en cómo podría abandonar la granja sin que lo vieran? Edward dijo
que no fue premeditado. Que vino aquí solo para hablar con mi padre. Si eso
fuera cierto, ¿por qué simplemente no dejó la granja a través de una de las
puertas principales? No tenía nada que ocultar.
QUINCE
—Sobre lo que les dijo Chantal a los médicos. Les dejé claro a todos en el
hospital que ya estábamos separados, también.
—Está bien.
—No realmente.
Lizzie tenía que estar de acuerdo con eso, pero ¿qué diablos iba a decir o
hacer Lane para cambiar la situación? Chantal estaba alrededor de sus vidas
hasta que el divorcio fuese definitivo, y se sentía como el equivalente a un
martillo sobre un dedo del pie desnudo: sólo se podía esperar que la maldita cosa
no se cayera, y si lo hacía, se perdiera.
—Oh, absolutamente. Por supuesto. Quiero decir, sólo que están pasando
muchas cosas, y realmente necesitaba dormir. Perdió, ah… ¿Perdió Chantal al
bebé?
—No estoy seguro. Llamé a su mejor amiga y la hice ir con ella para que
Chantal no estuviera sola. Fue… horrible. No quiero ser demasiado explicito,
pero, Dios, nunca había visto tanta sangre. Y ella estaba sufriendo mucho. Hay
algunas cosas sobre el proceso que tienen que pasar. ¿Supongo que necesitan
asegurarse de que ella lo haya pasado todo?
Hubo una larga pausa, y Lizzie se dijo a sí misma que no debía romperla.
—¿Tienes, ah... Piensas en niños? ¿Propios?
—No puedo decir que lo he pensado mucho. —Por otra parte, no había
tenido que hacerlo. Hasta ahora—. Siempre he estado demasiado ocupada
trabajando.
—Bueno, ¿después del ejemplo que mi padre nos dio? Decidí no tener
niños, para mí.
—Entonces nunca creerás adónde fui después de que salí del hospital, —
dijo.
Lizzie abrió la boca para comentar algo, pero luego recordó. Mierda, la
prueba todavía estaba en el mostrador del baño.
Con un rápido movimiento, ella rozó sus labios, rodó sobre él, y se
levantó de la cama. —¿Me disculpas? La naturaleza llama, ya sabes.
Él asintió y se acomodó del otro lado mientras ella corría por la
alfombra. —Quiero decir, ¿y si Edward no lo hizo? Entonces, ¿a quién está
protegiendo?
Lizzie escondió la caja de la prueba sin usar bajo de las toallas. ¿La
ventaja de no tener servicio de limpieza y hacer la limpieza ella misma? No tenía
que preocuparse de que alguien más descubriera lo que había tirado.
—No, estoy mucho mejor. —Se metió en el baño y tiró de la cadena para
disimular—. Sólo que voy despertando.
De vuelta en el dormitorio, ella se acercó y se acostó a su lado.
Lane entró en ella con un movimiento de sus caderas, ella cerró los ojos y
se arqueó de placer. Era todo lo que quería sentir. Nada más era bienvenido.
Lane era lo único que importaba.
DIECISÉIS
—Lo tengo.
—Estás mintiendo.
—¿Perdón? —Lane resistió el impulso de agarrar al hombre por el cuello
y estamparlo contra la pared haciendo que perdiera el equilibrio—. Mira, te
puedo asegurar, que cuando se trata de Gin y de ti, prefiero no meterme en esta
guerra. Pero si insistes en menospreciar a mi hermana, eso va a cambiar
rápidamente.
Lane no se dio cuenta de que estaba tronando sus dedos, pero lo siguiente
que supo fue que tenía las manos alrededor del cuello de Richard y que lo
apretaba con tanta fuerza que le temblaban los brazos. Richard trató de luchar
contra el ataque, sus dedos arañando la presión en su garganta, su cuerpo
moviéndose hacia adelante y hacia atrás como un pez fuera del agua, pero no
podía liberarse.
Cuando el otro hombre tropezó con sus propios pies, y su boca se abrió,
Lane no soltó a Richard mientras caía en cámara lenta hacia la alfombra del
corredor, a pesar de eso Lane aumentó su agarre más y más. Canalizó toda su
energía en ese esfuerzo, hasta el punto en que, en el fondo de su mente, pensó
que iba a asesinar al hombre...
—¡Vas a matarlo!
Jeff se interpuso entre ellos, extendiendo los brazos como si esperara que
Lane volviera a cargar contra ese tipo. —Vamos, amigo… ¿Qué demonios está
pasando aquí?
—¿Estás seguro de eso? —Pero Jeff se alejó—. Puedo decir, con toda
seguridad que, con vosotros, en Kentucky… nunca hay un momento aburrido.
—Otra vez.
—Sí, incluso con su ayuda. —Jeff restregó uno de sus ojos y miró hacia
la izquierda como si se le hubiera metido una pestaña—. Iba a decirte esto antes
de la reunión de la junta mañana. Es incluso peor de lo que pensé que era. Las
deudas que tu padre estaba arrastrando nos tienen fuera de balance. La deuda
bancaria se está acumulando a la izquierda y a la derecha y no hay un final a la
vista. Muy pronto, esos acreedores comenzarán a llamar a sus departamentos
legales y cuando eso pase. No poder pagar los productos básicos de producción
como el maíz y el centeno será el menor de nuestros problemas. Vamos a lidiar
con juicios rápidos por millones de dólares y la bancarrota.
Lane negó con la cabeza. —La capacidad de mi padre para realizar malas
inversiones era incomparable.
—No era inteligente para los negocios, eso es seguro. —Jeff se puso de
pie y se estiró, su espalda crujió—. Si no te importa, me voy a bañar e ir a la
cama para poder levantarme, tomar una ducha y volver a la sede.
Lizzie se tendió a su lado y los dos permanecieron así por mucho tiempo,
como dos hombres de galletas de jengibre en una bandeja de horno, con los
brazos y las piernas estirados, los pies colgando a los lados, los hombros y las
caderas rectos.
—Te amo. —Dijo mientras soltaba una risita, el sintió como la tensión
disminuía y empezaba a sentirse la necesidad entre ellos debido a la propuesta
anterior—. Me alegra que estés aquí conmigo.
—¿El séptimo anillo del Infierno? —Cuando ella volvió a reír, él se giró
hacia un lado y la besó—. Espera, lo sé. Me vas a decir que esto es como estar
en una playa. Sin la arena, el océano, el sol... está bien, entonces esto no es como
estar en Wianno.
Lane hizo una mueca. —Guau, y pensé que mi metáfora de Cape Cod era
ridícula.
Veinte minutos más tarde, Lane entrecerró los ojos y se inclinó hacia el
parabrisas del Rolls Royce cuando se detuvo en el estacionamiento de White
Snake.
La mayoría de los vehículos en el espacio abierto del parking del bar eran
camiones, pero había un par de motocicletas, y cuando estacionó el Phamton
entre dos Ford, vio la Harley de Max justo enfrente. Después de abrir la puerta,
Lane estaba a punto de salir cuando la entrada del bar se abrió de par en par y
tres grandes y robustos tipos sacaron a Richard Pford y lo empujaron a la calle.
Vieron el Rolls inmediatamente y comenzaron a hablar entre ellos, como si
tuvieran medio cerebro y quisieran intentar robarlo.
Lane se acercó a la guantera y sacó la pistola que tenía allí.
Cuando se puso de pie detrás del volante, metió el arma en la parte baja
de su espalda. Luego cerró el Phantom, y el resto de su humor desapareció al
llegar al capó.
Cuando pasó junto a ellos, estaban sudando tanto alcohol por sus poros,
que estuvo cerca de golpearlo con fuerza. Afortunadamente para ellos, lo dejaron
continuar con sus asuntos.
En el interior, el White Snake tenía el diseño estándar de una cervecería, a
19 20
donde les gusta ir a los rancheros, con letreros de neón de Coors y Bud en sus
toscas paredes de madera, y asientos de coches de los años setenta alrededor de
mesas que parecían haber sido rescatadas del fondo de un pantano. Dado que
eran las dos de la madrugada, solo había quince personas en el lugar, pero
parecían tan duros como cualquiera que hubiera estado bebiendo desde la hora
feliz a las cinco, en otras palabras, parecían estar a solo dos células cerebrales de
un coma.
Por desgracia para los hígados de la clientela, el camarero, que parecía un
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barbudo Jabba el Hutt , desde detrás de una parte desconchada de la encimera
seguía lanzando el aguardiente, con sus manos carnosas tiraba del grifo, llenando
las jarras con espumosa y dorada cerveza.
Mirando a través del aire tenue y lleno de humo, estaba claro que las
leyes de no fumar estaban siendo ignoradas, eso, o alguien había quemado
espontáneamente todas las alitas picantes.
En la esquina trasera, una discusión estalló entre dos hombres, los dos se
pusieron de pie y tiraron sus sillas, una mujer saltó fuera del camino, y sin
embargo, de alguna manera, se apresuró a llevar el tarro de cerveza con ella.
Pero al menos ninguno de ellos era Max: Ninguno de los dos tenía barba.
Lane caminó por el lugar, tratando de ser discreto. Excepto que nadie le
echó ni siquiera un vistazo, y no encontraba a su hermano.
Volviendo al camarero, tuvo que esperar a que un par de Coors salieran
del grifo y se las entregara a dos mujeres que miraban a Lane como si esperaran
ser elegidas para un equipo de kickball en la escuela.
Él las ignoró y se dirigió a Jabba. —Estoy aquí buscando a mi hermano.
—¿Tendría que conocerte a ti o a tu familia?
—¿Es alto, barbudo, tatuado? —Sí, al igual que todos aquí—. Monta una
Harley.
—Gracias.
Lane caminó hasta la parte trasera y pasó junto al baño de mujeres, que
tenía el rotulo roto, continuo frente al de los hombres, una de las puertas estaba
rota, después un área de almacenamiento apenas iluminada, tan saturada por la
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mierda, que podría ser parte de un episodio de Hoarders .
Estaba a punto de decir el nombre de su hermano y gritarle que se fuera a
la mierda cuando escuchó un gemido.
—No tardaré.
—¡Qué diablos, Max! —Lane volvió al otro lado de las mesas y sillas,
porque no había manera de que estuviera teniendo una conversación con el
hombre mientras miraba todo eso—. Me llamaste para venir a buscarte.
—Estoy borracho.
—No jodas…
Un hombre con un bigote como un mostacho, brazos como un simio y
tatuajes militares descoloridos entró en el almacén como si le hubieran dicho que
alguien había dicho algo malo acerca de su madre en esta tierra de basura
descartada.
Oh, querido Dios, por favor, deja que la rubia se llame Agnes. Collen.
Callahan, cualquier cosa menos Reggie.
—Sé que estas aquí, chica. —El tipo se detuvo en seco cuando notó
a Lane—. Oye, has visto a una rubia...
Reggie salió de detrás de las mesas y sillas, pareciendo como si ella no
hubiera estado haciendo nada ni remotamente parecido a una mamada. —Bebé,
yo estaba sola…
Justo cuando el novio golpeó a Max contra la puerta, Lane sacó la pistola
de su cintura y se acercó al altercado.
Colocando el cañón en la sien del novio, dijo: —Déjalo ir. Ahora mismo.
—
—¿Y si no?
DIECISIETE
Como si todavía fueran niños, y esta fuera otra de las travesuras de Max.
—A Edward no le va a importar, —dijo Lane—. Está demasiado ocupado
pudriéndose en la cárcel como para que tu absurdamente te metas en una pelea
en un conocido bar porque una mujer que no conoces y que no te importa te está
chupando la polla.
—Está bien, no saquemos esto fuera de conexto, —Max miró por encima
—. Mamada, ¿entiendes?
Al final, sin embargo, cuando la luz se puso en verde, dobló por la que
había sido la avenida principal de la ciudad antes de que la red de autopistas
fuera construida. No había otros coches, y pronto llegó al primero de los centros
comerciales compuesto por pequeñas tiendas y restaurantes. Enseguida llegó al
estacionamiento más grande de Kroger, un banco y una biblioteca.
—Solo pensé que no tardarías en irte. —Lane miró por encima—. Nunca
te quedas quieto.
—¿Qué habrá sido? —Max se incorporó como si esperara que una mayor
verticalidad ayudaría a aclarar su cerebro cervecero. —Afortunadamente fue
información útil.
—¿Por qué... para que puedas echar a correr en medio de la noche otra
vez? Eres un cobarde. No sé cómo puedes vivir contigo mismo...
—Lo dice el hombre que pasó una década distinguiéndose por a cuantas
mujeres se follaba. Puedo leer los titulares, te das cuenta. Yale me enseñó eso.
Lane abrió la boca y estuvo a punto de lanzar un golpe de revés tan fuerte
como pudiera, pero luego se detuvo. —Sabes, por primera vez, puedo ver como
realmente eres. Y no es nada que pueda respetar.
Él abrió las cerraduras de las puertas. —Me voy. Ya terminé contigo, pero
sé esto. Voy a sacar a Edward de la cárcel, tanto si él quiere que lo haga o no, e
incluso si eso significa que estás en esa maldita celda en su lugar.
Max echó la cabeza hacia atrás y se secó la cara con sus anchas palmas.
—Él no mató...
—Sé que no lo hizo. —Por Dios, estaban dando vueltas en círculos aquí
—. Sé que no fue Edward…
Después de que Max escuchó las palabras salir de su boca, cerró los ojos
y trató de volver a sentirse tranquilo y feliz. Flotando, elevado, sin dar una
mierda, habría sido mucho mejor de lo que estaba sintiendo ahora, y maldita sea,
estaba tan enfermo y jodidamente cansado de nadar en ese sumidero de tristeza y
dolor al que había sido arrojado hace tres años.
—Justo antes de irme de Charlemont, llegué a casa tarde esa noche. Gin
estaba afuera en algún lado. Tú estabas en Virginia. Edward estaba viajando por
negocios. Amelia estaba durmiendo en la casa de una amiga. —Se imaginó la
escena como si fuera ayer—. Me escabullí por la parte trasera porque estaba
drogado y buscando comida, estaba realmente silencioso en la cocina. Quiero
decir, si hubiera despertado a la señorita Aurora. Ella me habría matado.
Cerró los puños y clavó sus nudillos en sus ojos llorosos. —Así que, sí,
me moví suavemente y cuando terminé de comer, salí a la escalera principal
porque mi habitación estaba justo en la parte superior.
Max maldijo. —Dijo que no tenía derecho a decir nada. Que ambos
sabían que Edward no era suyo, que él lo supo desde el principio, y que, si ella
no se callaba sobre lo que estaba pasando, se lo iba a decir a Edward.
—Es por eso que volví. Decidí que tenía que decírselo. Quiero decir, me
siento culpable. ¿Toda esa mierda que hizo por nosotros cuando éramos niños?
Él nos estaba protegiendo de alguien que era casi un extraño para él. Ya no podía
lidiar con eso, así que lo llamé y nos vimos ese día. Pero cuando estaba sentado
frente a él, perdí el valor. Se veía tan mal, entonces...roto. Cojeaba y las
cicatrices, era mucho peor de lo que había visto en los periódicos.
—Y es por eso por lo porqué papá fue tan duro con él todos esos años. No
era su hijo, pero tenía que fingir que lo era, mientras tanto, Edward vivía,
jodidamente respiraba por él, todos los días, año tras año.
Max se encogió de hombros. —Si lo sabe, no fue por mí. Y tienes razón,
soy un cobarde. Yo solo... No pude hacerlo. Así que después de que él y yo
hablamos de absolutamente nada, nos fuimos por caminos separados, y seguí
moviéndome por la ciudad. Pero entonces padre murió... así que volví a Easterly.
Por razones que todavía no tengo muy claras.
—No lo sé.
Lane volvió su vista hacia el parabrisas y se quedó muy quieto en su
asiento. —Lamento haberte acusado.
Los dos se quedaron allí sentados, uno al lado del otro en el Rolls,
durante tanto tiempo que Lane apagó el motor y bajó las ventanas... y,
finalmente, el resplandor del amanecer apareció hasta que se juntó con el BBQ.
Y todavía se quedaron quietos. No fue hasta que el primero de los viajeros
comenzó a dirigirse a la carretera hacia la ciudad que su hermano puso en
marcha el motor y se dirigieron a Easterly en silencio.
De vez en cuando, durante los tres años transcurridos desde que Max
había escuchado lo que escuchó, se había preguntado cómo se sentiría si se
aclaraba. Si él dijera... a alguien... en su familia lo que él sabía. Había imaginado
que sentiría alivio, pero también más culpa, porque al desahogarse, estaría
infectando a los demás con la desagradable verdad.
Para su sorpresa, no sintió nada.
DIOCIOCHO
Más tarde aquella mañana, Lizzie arrancó las llaves para utilizar el
cortacésped de las manos extremadamente desaprobadoras y reacias de Gary
McAdams y fue por el centro al césped de enfrente.
Pasando por los formales salones, con toda su grandeza, abrió la amplia
puerta del comedor y entro en la zona del personal y fue como si ella estuviera
en una casa diferente. Desaparecieron las pinturas al óleo y el tapiz pintado de
seda, las cortinas y las alfombras orientales. Ahora las paredes estaban pintadas
de un claro color blanco aséptico y el único adorno en el suelo era una capa de
barniz rayada por las continuas pisadas.
Bien, ella lo dejaría sobre su cama para cualquier momento que él viniera
a recoger sus cosas.
Además, conociendo la vida amorosa de Gin, era probable que los dos se
reconciliaran después de que la hermana de Lane regresara de dejar a Amelia en
el norte. Gin tenía una forma peculiar de conseguir lo que ella quería. Y ella
había querido casarse con Pford.
Aunque como ella podía permanecer cerca de aquella desagradable pieza
de despojo era un misterio.
Extendiendo la mano, tomo una foto de Lane del tercer estante. Él tendría
en esa foto unos doce o trece años y sonreía descaradamente hacia la cámara.
Los indicios de su buena apariencia adulta estaban por todo su rostro, sus rasgos
ya mostraban inclinación a esa fuerte mandíbula, sus ojos brillaban con su
natural coquetería.
Si Lizzie tuviera un hijo, él luciría justo así a la misma edad.
Era una gran bolsa de congelador, del tamaño de una garrafa, dentro de
ella había un cuchillo de chef.
Dejando a un lado la imagen de Lane y Jeff, examinó el contenido. No
había nada notable en la hoja o en el mango negro, sin manchas, virutas o
abrasiones. No había ninguna identificación, como una placa especial
personalizada o lo que fuera.
Mientras se dirigía a las puertas dobles, estaba irritado, pero hasta que
Ramsey estuviera libre, él no iba a hacer ningún progreso para ver a Edward.
Maldición.
Por otra parte, él había tenido más emoción que agenda ya que había
pasado por aquí en su camino hacia el hospital. Probablemente no habría ido
bien. Por los Dioses, ¿Que podría decir?
—Espere.
Tan cortés. Y cuando él entró, mantuvo los ojos apartados porque él sabía
que ella no iba a querer que se fijara demasiado. Chantal siempre había preferido
solo ser vista cuando su maquillaje y su cabello estaban perfectos y su ropa
propiamente adecuada a la situación.
Una rápida mirada y confirmó que ella estaba en un hospital con la cara
lavada y natural.
De hecho, ella no estaba nada "lozana". Su piel era cetrina, su boca una
línea plana, sus ojos inyectados de sangre y sus ojos desenfocados.
Él cambio su postura así podía verla a través del reflejo en el cristal. Ella
estaba repasando su manicura.
—Yo tampoco.
—Bien.
—Ya terminé con eso.
—De acuerdo.
—Tú también.
El asintió con la cabeza una vez y se dirigió a la salida, pasando cerca de
los pies de la cama. Estaba cerca de la puerta cuando la voz de Chantal lo
detuvo.
—Lo siento.
Lane miro por encima de su hombro. Ella estaba mirando hacia él por el
pequeño espacio que los separaba, su cara seria.
En el silencio que siguió, él supuso que podría preguntarle de que
exactamente se estaba disculpando ella y tal vez él obtendría algunos detalles.
Pero ambos sabían lo que habían dicho y hecho cada una de ellos.
Particularmente ella.
DIECINUEVE
Lo siguiente que Lane supo fue que estaba encerrado en un abrazo de oso
y luego en otro. Y luego los dos hombres se marcharon.
—¿Le estás diciendo a todos que son sus favoritos?
Por un momento, pensó que era una broma cruel. Pero luego él vio su
boca moverse. Inclinándose, sus murmullos eran bajos pero insistentes, una
corriente de palabras saliendo de los labios de su madre.
Lane intentó interpretar las sílabas. —¿Qué estás diciendo? ¿Qué es lo
que necesitas? —Miró a Lizzie—. ¿Puedes escuchar esto?
Cuando el médico llegó con otros miembros del personal, Lane hizo
acopio de seguridad para que dejar que los batas blancas y enfermeras pudieran
reunirse alrededor de la cama.
—Lane.
Hablaba rápido, pero en voz muy baja, y cuando terminó, todo lo que
pudo hacer fue mirarla.
Luego, con una mano temblorosa, Lane sacó su teléfono móvil e hizo una
llamada que era, por lo que él podía ver, su única opción.
El momento de las comidas en la cárcel se basaba en una rotación de
turnos de quienes preparaban esas comidas, y una de las cosas a las que Edward
tuvo que acostumbrarse era tener que desayunar a las seis de la mañana,
almuerzo a las once y cena a las cuatro de la tarde.
Así que cuando la puerta de su celda se abrió en lo que sin duda parecía
ser por la tarde, él se levantó de su litera preparándose para su turno en el
comedor con los demás. Pero no era por la hora de la comida, como pudo
comprobar después.
El guardia que abrió fue el mismo que había venido justo antes del
almuerzo para decirle que su hermano quería verlo.
—Tienes otro visitante.
—No es él.
—…y tengo una chica nueva, y necesito mis fines de semana. Así que lo
siento, pero vas tener que venir conmigo.
—¿Quién es tu supervisor? —Aunque Edward lo sabía.
—Detective Ramsey.
Excepto que no había forma de detener este tren, evidentemente. Así que
él y el jodido subordinado de Ramsey con su nueva chica y el problema necesito
mis fines de semana, iban a la izquierda del bloque y siguió el mismo camino
por el que había llevado a Edward la otra noche.
Esta vez, jugaría duro con la joven. Le debía una llamada o dos por
semana, y si ella insistía en eludir sus deberes en la granja, solo para poder
conducir todo el camino hasta la ciudad y molestarlo sobre absolutamente
¿nada? Eso era motivo de despido…
Él lo supo por el olor del perfume.
Traje rojo de Armani. Blusa color crema. Pelo negro en un moño. Uñas
pintadas del mismo rojo que el traje. Perlas en la garganta, la cara cubierta con
el maquillaje suficiente para darle un poco de color. Y, sin embargo, ninguno de
esos detalles los registró realmente.
Oh, Dios, todavía llevaba sus pendientes, los rubíes que le había
comprado de Van Cleef & Arpels. Y mientras se concentraba en ellos, las puntas
de sus dedos se dirigieron a uno de sus lóbulos.
—Acabo de salir del trabajo, —dijo. Como si eso explicara algo—. Yo
solo decidí pasar por aquí.
Todo en lo que podía pensar era en el hecho de que ella usaba lo que él le
había regalado incluso cuando ella no sabía que iba a verlo.
VEINTE
—Hazle un favor a mi hermano, ¿quieres? Y dile que pare con las teorías.
—Por qué.
—Porque les dije que no lo hicieran.
Eso hizo que se detuviera. Y pasó mucho tiempo antes de que Edward
volviera a hablar.
Pero ella sabía que era mejor no dar voz a eso. Edward estaba
obligándose a callar y nunca hablaría.
—La señorita Aurora te ama como un hijo, —insistió—. Eres tan valioso
para ella. Ella no va a poder irse en paz sabiendo que mientes para protegerla.
¿Qué más había pasado por alto? ¿Y qué pasa si la señorita Aurora
sobrevivía?
Cojeando hacia la silla, se sentó y juntó los dedos. —Sutton…
Ella sacudió su cabeza. —No. No vas a ser capaz de embaucarme con
ninguna de tus salidas. Estoy realmente enojada contigo, independientemente de
todo esto. De manera que el tono de voz no te llevará a ninguna parte.
—No me importa.
—No.
—Ella empezó a llorar… y dijo que lo había hecho y que la estabas
protegiendo. Así que sí, eso nos pone al día. —Sutton se dirigió a la puerta y
golpeo una vez. —¿Guardia?
—Oh, no, estaba pensando en sexo puro y duro. Hasta que tampoco
pueda caminar bien. Adiós, Edward.
Cuando el guardia que lo trajo aquí tosió, Edward casi se desmayó a
causa de una combinación de excitación sexual y por ella también justo decirlo,
“es lo que es”. Mientras tanto, Sutton se fue con la cabeza erguida, los hombros
hacia atrás, y dejando la estela de ese perfume francés tras ella.
Porque Lane no iba a ser capaz de lidiar con la idea de que su madre fuera
una asesina
VEINTIUNO
Eran poco más de las seis cuando entró en el camino de su granja y siguió
por la fila de árboles plantados por su bisabuelo. Con la parte superior del Jaguar
bajada, podía dejar caer la cabeza hacia atrás y mirar el cielo a través de las hojas
de color verde brillante, ondeando las banderas arbóreas en celebración de la
llegada permanente del clima cálido.
¿Qué demonios había hecho Pford ahora?, se preguntó. E iba a necesitar
un arma.
Quitándose sus Ray Bans, las dejó sobre el salpicadero y salió con el
viejo maletín de su tío abuelo en una mano y la taza de café de acero inoxidable
que había traído con él del trabajo.
Insomnio. ¿Qué otra cosa podría hacer aparte de tomar dosis altas de
cafeína y que sus efectos duraran todas las horas del día?
Caminando sobre la grava, pasó bajo un gran arce y luego subió los cinco
escalones del porche que daba a la parte trasera.
Se detuvo cuando vio a Gin acurrucada en el sofá acolchado que daba al
estanque. Querido Señor, ella llevaba la misma ropa que tenía puestas cuando la
dejó en Easterly, después de que lo habían... hecho, lo que tuvieron en su ático.
¿Qué demonios había pasado?
—Son mil doscientos ochenta y siete kilómetros sin parar. Puedes hacerlo
si no duermes y no comes.
—No es el más seguro de los paradigmas de conducción.
—Estuve bien.
—Esto es difícil para mí. —Ella cerró los ojos—.Oh, Dios, Samuel, por
favor no me odies.
—Esto no es divertido.
—Claramente.
Ella tomó temblorosamente aliento. —Te acuerdas... Hace mucho tiempo
cuando estaba en la escuela y ¿me tomé un tiempo libre? Estaba embarazada
entonces, como sabes.
—Sí.
—Y tuve a Amelia.
—Sí.
—Ella nació en mayo. —Sus ojos se alzaron hacia los de él—. Y nueve
meses antes, ¿recuerdas dónde estaba? Era septiembre.
Él levantó su mano libre. —¿Por qué estas yendo en círculos? Yo no
tengo ninguna pista de lo que estabas haciendo en ese entonces…
—Bien, —dijo bruscamente—. ¿Recuerdas dónde estabas ese
septiembre?
—Oh, por supuesto, que yo puedo recordar hace quince años…
—Maldita perra.
Tan extraño. Durante toda su vida, Easterly siempre había sido accesible.
Por otra parte, había mucha gente dentro de la casa, sin importar la hora.
¿Ahora? ¿Con Jeff en el trabajo, y su madre arriba con una enfermera en un
turno de doce horas? Las puertas tenían que estar cerradas.
Afortunadamente había una llave de la casa en la guantera del Phantom´s.
Las bisagras de la reja chirriaron cuando él la abrió con su cadera y luego
abría la sólida puerta y respiraba profundamente el aroma específico de la cocina
de la señorita Aurora: limón, dulces y desinfectante.
Su momma había cocinado y limpiado en ese espacio por mucho tiempo,
quería pensar que siempre iba a oler así. O al menos esperaba que lo hiciera.
Girando la hoja en su bolsa una y otra vez entre sus manos, miró hacia las
ventanas que daban al garaje y al patio.
No había nada.
—Mirando el coche.
—Lo siento. —Pese a que sabía que no lo había hecho—. Aquí están.
Cuando Lane se acercó a la puerta, miró por encima del hombro. —Ya he
abierto y cerrado esto.
Por supuesto que sí.
Una vez dentro, señaló la foto que anteriormente había cogido y el hueco
por detrás donde estaba. —Allí. Lizzie lo encontró allí.
—Sí.
—¿Y por qué estaba ella aquí? ¿Qué estaba haciendo su prometida en las
habitaciones de la señorita Aurora?
Lane entrecerró los ojos. —Ella despertó lo suficiente como para hablar
hoy. Lizzie pensó que sería bueno para ella ver a algunas de las personas que la
aman.
—¿Qué lo es? —Que Dios le ayudara, pero Lane quería coger una de los
sartenes de señorita Aurora y golpear al tipo en la cabeza con ella—. ¿Qué es
curioso?
Merrimack tardó su maldito tiempo en responder. Y luego esquivó la
pregunta por completo. —Escuché en la cárcel que tu hermano Edward no quiso
verte esta mañana.
—Así que…
—No
—¿Está seguro sobre eso?
Merrimack bajó la voz. —¿No cree que sea siquiera un poco sospechoso
que su hermano intente suicidarse, tiene lazos en el mismo departamento que
supervisa la cárcel, y en poco más de uno o dos días, empiece a contarme teorías
de que no cometió el asesinato, y luego intenta proporcionarme alguna prueba?
Como cámaras que no muestran nada, un cuchillo en una bolsa, un coche que
acaba de revisar.
—Pero, espere, se pone mejor, para colmo, la persona que quiere que crea
que lo hizo es una mujer que está a punto de morir. Una manera bastante efectiva
de sacar a su hermano de la cárcel. Y no se puede poner a alguien que está
muerto en un juicio o en la cárcel, ¿O si se puede?
Lane consideró contestarle a todo eso, pero luego decidió que era mejor
callarse, no decir nada, ¿no?
VEINTIDOS
Cuando Gin sintió el ardor de la ira de Samuel T., decidió que había sido
estúpido pensar que ella podría prepararse para su reacción. Incluso conducir
toda la noche, con nada más que hipotéticos e interminables juegos de rol i
diferentes hipótesis para mantenerla despierta, no la había preparado para la
realidad de su furia.
—Entonces estás diciendo que esto es por mi culpa. ¿Porque era dos años
mayor que tú? —Él negó con la cabeza—. ¿Por qué diablos inventaste la historia
sobre tu profesor? ¿Por qué mentiste?
—Porque el fin de semana llegamos a casa, te acostaste con esa chica,
Cynthia.
—¿Qué?
—Mierda! ¡Tú sabes lo que hiciste! Así que sí. —se sentó y luego se puso
de pie—. Inventé esa historia sobre mi profesor.
—¡De Verdad! ¿Qué hay de ti? Eres igual de cruel. Tuve que consolar a
Cynthia después de que ella regresó y te negaste a responder sus llamadas. Haces
eso, te acuestas con mujeres que saben muy bien que a ti no les importas una
mierda, y luego después de usarlas las dejas para porque Dios no lo quiera si a
alguien no le gustas. Y mientras tanto, pasas a la siguiente. No pretendas que no
es así como funcionas.
Ella debió haber tocado alguna fibra sensible de verdad porque Samuel T.
no le respondió inmediatamente con nada.
Sin embargo, su silencio no duró: Eres la persona más egocéntrica que he
conocido. Estás echada a perder y tenías la obligación y deberías haber abortado
ese niño cuando tuviste la oportunidad...
Su palma salió volando antes de que ella se diera cuenta de que iba a
golpearlo, y el impacto fue tan fuerte que le resonaron los oídos.
—¿Y cómo hubiera funcionado eso para ti? ¿Crees que hubieras sido un
chico responsable y estado allí cuando ella se despertaba en medio de la noche?
¿Crees que hubieras dejado de obtener tu título y mudarte a Easterly para
cambiar pañales? ¿Qué habrías tenido el valor en ese entonces y le hubieras dado
lo que ella necesitaba? Destacaste en dos cosas en la universidad, beber y follar.
El hecho de que ingresaras en la facultad de derecho fue solo porque tu padre les
rogó que te aceptaran…
—Espera, espera, espera, ¿estás diciendo que eres la madre del año? Por
lo que yo sé, tuviste una niñera durante los primeros seis meses y luego niñera
tras niñera tras niñera. Exactamente, ¿qué hiciste por ella? ¿Incluso tú cambiaste
algún pañal? Venga, respóndeme a esto. Cuando te quedabas sin toallitas
húmedas, ¿te metiste en la parte posterior del Rolls—Royce de tu padre y
condujiste a través de los arbustos hacia Target? ¿Lo hiciste, Gin? Y cuando
llegaste allí, ¿la pusiste en un carro y lo empujabas con tu vestido de Chanel y
tus tacones de Prada? ¿No? No lo creo.
Mientras reinaba el silencio entre ellos, supo que tenía razón sobre una
cosa: Samuel T. nunca iba a perdonarla. Ella lo sabía por la forma en la que la
estaba mirando, como si fuera una extraña, no quería estar a su lado. Sin
embargo, se había ganado su desprecio y tendría que vivir con las consecuencias
de sus actos y fracasos.
Después de tantos años de exigirle cosas a ese hombre, era lo único por lo
que ella suplicaría. Y su respuesta era de vida o muerte para ella.
Samuel T. estaba listo para seguir discutiendo. Estaba tan jodidamente
listo para seguir tirándole mierda a Gin, para continuar marchando por el camino
de las mutuas indiscreciones anteriores, para entrar en espiral directamente en
toda la fuerza de sus conflictos.
Era mucho más fácil que lidiar con la realidad de que tuvo un hijo.
Cuando una renovada ráfaga de ira al rojo vivo lo golpeó, Samuel T. abrió
la boca para señalar otra falta o indiscreción suya, pero algo en la forma en que
ella lo miraba fijamente lo hizo detenerse: de pie frente a él, se había convertido
en un ser perfectamente átomo, con los brazos alrededor de sí misma, su cuerpo
inmóvil, su expresión remota y tranquila. Era como si hubiera desconectado el
interruptor de su electricidad, y de alguna manera, esto también lo drenó.
—Muy bien.
—Estoy obligado, o lo estaré si soy su padre. Voy a tener que pagar por
cosas.
—No estoy buscando dinero, —dijo Gin—. ¿Crees que esto es una
recaudación de fondos para su universidad o algo así?
Por alguna razón, pensó en las danzas de padre e hija que hacían en el
club y en el Día de campo de Charlemont. ¿Alguien había llevado a Amelia? ¿O
había tenido que sentarse en esos eventos mientras el resto de sus amigos iban
con sus padres?
Bien, estaba tan aliviado de que un adolescente tonto con todas esas
hormonas e ideas brillantes no estuviera pegado a su pequeña…
—No estoy haciendo esto por ti. —Él le dio la espalda y se dirigió hacia
la puerta de su cocina—. No volveré a hacer nada por ti, nunca más.
Con una maldición, Lane se dio vuelta y caminó hacia atrás por el oscuro
pasillo. El centro de negocios había sido diseñado y decorado ostensiblemente
como testimonio del poder y el prestigio de Bradford Bourbon Company, pero
en realidad se parecía más al tributo de William Baldwine a sí mismo, las
alfombras de color granate y dorado, las pesadas cortinas de terciopelo y los
sellos de la empresa creando un ambiente sembrado de poder
La oficina del CEO tenía una antesala donde el pastor alemán de William,
un asistente ejecutivo, había tenido control sobre el acceso a él. Y más allá... era
un espacio que Lane todavía tenía dificultades para recorrer.
En realidad…Bastante.
Al volver a concentrarse en el escritorio, regresó a las pilas de carpetas
que había sacado de los archivadores en la sala de almacenamiento del centro de
negocios. Había revisado la mayoría de los acuerdos alcanzados por la BBC bajo
el reinado de William, y no encontró nada fuera de lo común para una compañía
de bourbon.
Lane ya había probado las perillas de bronce antes y encontró las puertas
hechas a mano cerradas con llave.
Cuando terminó con el primero de los cuatro armarios, había madera por
todas partes y estaba jadeando, pero, Dios, era satisfactorio.
Y oye sabes qué.
Archivos.
Sus rodillas crujieron cuando se puso de cuclillas y trasladó paquetes de
papeles al amplio estante más bajo. Había tantos que, para acomodar la carga,
apartó las imágenes de su padre, y sí, con eso también se sintió bien.
Los cuchillos de un chef eran privados. Demonios, incluso los sub chefs
que vinieron para diferentes eventos trajeron sus propios juegos de cuchillos.
No, ella había usado ese Wüsthof para algo importante.
Nunca la habría considerado capaz de algo tan violento. Pero una cosa
siempre había sido verdad en ella.
Ella lo amaba más que a nadie. La suya había sido una conexión especial.
Y temía que el amor de una madre pudiera tornarse asesino, bajo ciertas
circunstancias.
—Señorita Aurora –susurró— ¿Qué hizo?
VEINTITRÉS
Pasó bastante tiempo hasta que recordó que no había más personal. Nadie
estaba preparado a que ella diera la orden para prepararla un baño caliente.
Nadie para deshacer las maletas por ella y pedirle una ensalada ligera y una
botella de Chardonnay.
Al salir, recogió su maleta de Louis Vuitton y su bolsa Chanel acolchada
y las arrastró por los escalones bajo la lluvia…, y luego se dio cuenta de que no
había nadie para llevar el coche al garaje. Ningún hombre con uniforme de
chófer que lo lavara y dejara listo después de su largo viaje, o revisara la presión
de los neumáticos y rellenara el depósito.
Lo que sea, pensó mientras abría la pesada puerta principal de la mansión.
Ya había llovido antes. Sobreviviría.
—Estás de vuelta.
Ella giró la cabeza lentamente. Richard Pford estaba sentado en el sofá de
seda del salón de recepción, a la izquierda, con las piernas cruzadas en las
rodillas, los dedos entrelazados y los codos metidos en los costados.
—Ahora no, Richard. —Ella dejó caer su bolsa y no podía creer que
tuviera que cerrar la puerta detrás de ella. —Estoy cansada.
—Dónde estabas.
—¿No? —Se sentó hacia adelante—. ¿Muy caro? Entonces decidiste que
la llevarías en coche. Qué buena madre eres.
Gin movió sus ojos hacia las escaleras sin apartar su rostro de él. ¿Habría
alguien más en la casa? ¿Dónde estaban Lane y Lizzie?
—No has respondido a mis llamadas, Virginia.
—Estaba conduciendo.
—¿Durante toda la noche? ¿No descansaste ni una vez?
Ella echó un vistazo por el pasillo, esperando ver a alguien que saliese
por la puerta hacia la parte del personal de la casa.
—Sí, no creo que este matrimonio funcione para mí. Me fui anoche y
volví hoy después del trabajo para recoger mis pertenencias.
Con un tirón uniforme, sacó un taco de hojas de ocho por diez de…
fotografías; eran fotografías brillantes.
—¿Sabes con qué más vinieron?, —dijo Richard con una voz que vibraba
con creciente amenaza—. Una invitación de un periodista para comentar sobre
ellas. Van a ser publicadas en el Charlemont Courier Journal de mañana…, ¡qué
clase de tonto piensas que soy!
Y gracias a Dios le había dicho al joyero y al gerente del banco que si ella
moría, era culpa de Richard.
Y, por último, gracias a Dios que ella había hablado claro con Samuel T.
Al menos Amelia todavía tendría un padre.
Ah, ¿y mientras ella estaba haciendo su lista final? Que te jodan, Richard.
Sin ser consciente de moverse, ella se agarró a sus antebrazos… y subió
su rodilla justo entre las piernas de Pford, clavándosela con tanta fuerza, que
sintió el impacto a través de su propia pelvis.
Dios, el rayo era tan hermoso, se bifurcaba a través del enojado cielo,
color berenjena, las láminas de lluvia cayendo como cortinas desde las nubes
hacia la tierra, el trueno retumbando en el aire, un gigante invisible.
Amelia parecía… como un bebe. Había sido envuelta en una manta rosa y
había un móvil de peluches sobre su cabeza. Sí, pensó… un carrusel con una
luna blanca, tres estrellas amarillas y una vaca azul cielo con el vestido rosa y de
encaje de una lechera.
Había habido tanto dolor para ambos, una prueba positiva de que la
riqueza podría aislarte de preocuparte por si tu casa estaba pagada, pero no hacía
una mierda contra el destino: sabían demasiado bien que nada era permanente,
no había vida garantizada Así que los herederos importaban, no solo para la
difusión de las cosas materiales, sino como recipientes de amor y tradición.
Como el mensaje comenzó con nada más que estática, tiró del sobre
abriéndolo… y lo que había dentro lo confundió.
¿Qué… diablos? ¿Fotografías?
Lo último que había en el sobre era una sola hoja de papel con el nombre
y el número de un periodista, y una declaración de que se apreciaría una cita
antes de que todo saliera a la mañana siguiente.
Pensó en Amelia.
La mentira.
Las pérdidas que había sufrido con su hija.
VEINTICUATRO
Gin apenas podía ver River Road frente a ella cuando bajó por la costa de
Ohio, la furia de la tormenta sacudía el automóvil, por lo que constantemente
tenía que alinearse de izquierda a derecha para permanecer en el pavimento.
Mientras se precipitaba, pasó junto a una serie de coches que se habían detenido
a un lado, sus intermitentes parpadeando como si esperasen lo peor.
Mientras seguía atravesando los galones de agua que caían del cielo y los
relámpagos y truenos, parte de ella estaba en el coche, con las manos apoyadas
en el volante, el cuerpo asegurado, el pie apretado con fuerza sobre el acelerador.
Sin embargo, aún más de ella flotaba sobre el veloz Mercedes, observando todo
desde una posición en algún lugar por encima de su hombro derecho.
Era, supuso, como sería si muriera en un choque, su espíritu persistiendo
sobre el caos del mundo corporal mientras el coche en una bola de fuego iba
hacia el olvido.
Curioso, ella estaba familiarizada con esta terrible experiencia. La tenía
siempre que Richard estaba sobre ella sexualmente, y había habido momentos
antes de que él apareciera en los que ella había hecho esto: cada vez que se
volvía loca, demasiado borracha, demasiado fuera de control, la disociación
podía hacerse cargo.
Ella había corrido tan rápido como sus pies podían llevarla. Correr,
correr, correr, y luego se había escondido…, sabía que era lo único que podía
hacer para salvarse.
Ella lo sabía porque así se lo había dicho Lane: Corre, Gin, corre y
escóndete.
Corre, Gin, para que no pueda encontrarte…, métete en un armario o
debajo de la cama…
Ella ni siquiera estaba segura de lo que él había hecho. Y ella no creía que
Lane lo hubiera sabido, tampoco… no, espera, él se había negado a contarle a su
padre dónde estaba Maxwell. Y se había visto atrapada en todo cuando vio a
Lane correr y lo había perseguido, pensando que al principio era una
oportunidad para jugar.
Sin embargo, se había quedado allí hasta que se había orinado. Unas
cinco horas después.
Ella no le había contado a nadie esa parte; estaba demasiado avergonzada
como para admitir que había manchado la alfombra debajo de la cama.
Locura.
Sí, pensó ella. Ella lo había elegido por una serie de razones.
No todas eran dinero.
¿Su padre había sabido esto? ¿William estaba al tanto de las inclinaciones
de Richard? Probablemente no. E incluso si lo hubiera estado, era dudoso que a
su padre le hubiera importado si la tortura continuaba o no. Después de todo,
cuando William había intentado obligarla a casarse con Richard justo antes de su
muerte, todo se trataba del imperativo del negocio: William había asumido que,
con Richard en la familia, los Distribuidores de Pford ofrecerían mejores
condiciones a la BBC.
Así que no se la tomó en cuenta, excepto como una palanca para tirar de
ella.
De hecho, William sabía lo que vendría con todos esos malos tratos y
préstamos malos, y claramente había planeado reducir algunos de los déficits
financieros en el pase vendiéndola a Richard. Y por supuesto, ella se había
negado. Solo para luego ofrecerse voluntariamente para hacer exactamente lo
que él le había pedido cuando había quedado claro que iba a perder su estilo de
vida.
Lo hizo de nuevo. Justo antes de un giro cerrado que los llevaría a través
de un delgado puente que abarcaba una de las corrientes de alimentación más
grandes de Ohio.
Pero él era una pesadilla de su propia creación, una Parca que había
dejado entrar en su vida porque había estado demasiado asustada, demasiado
perezosa y demasiado mimada para seguir adelante sin el dinero y la importancia
con la que había crecido.
¡Triunfo!
Su pie golpeó el acelerador otra vez después de que frenar, dando a ese
poderoso motor un impulso enorme que la propulsó más lejos de la carretera,
hacia las marismas. Los árboles golpearon la parte delantera del coche, arañaron
el costado y desgarraron todo el bajo del coche.
Excepto que no, ella se había quedado en su cuerpo. ¿No lo había hecho?
Ella pensó que tenía…
VEINTICINCO
Era ella. Estaba jadeando. Había un silbido, saliendo del frente del coche.
Y la lluvia, la lluvia más suave ahora, golpeando la capucha, el techo, el
parabrisas, como gatos con patas silenciosas.
Con la mirada fija hacia adelante sin realmente ver, cada vez que
parpadeaba, veía la cara de Richard. Y luego la de su padre. Y de nuevo la de
Richard… hasta que los dos hombres se convirtieron en uno, una combinación el
uno del otro.
—Gin.
Ante el sonido de la voz incorpórea, se volvió bruscamente y una vez más
miró hacia arriba a través de la cubierta transparente del techo solar.
—Baja el arma, Gin, —decía.
Aunque tal vez eso fue más por ganas que para garantizar la
comprensión.
Hubo un largo, largo período de silencio. Y rezó para que no fuera porque
estaba recargando y a punto de sacar la pistola por la ventana rota y llenarlo a él
de plomo.
O porque estaba muerta con una bala con tan mala suerte en la cabeza.
—¿Samuel T...?
Él cerró los ojos. Su nombre sonaba como si hubiera hablado un
octogenario, las sílabas eran débiles y balbuceantes. Pero a él no le importaba.
Ella todavía estaba viva.
Samuel T. estaba manteniendo las cosas claras porque tenía miedo de que,
si no lo hacía, se iba a desmoronar. Todavía no podía creer lo que había visto
después de aparcar en el camino y correr hacia los árboles: Richard
retrocediendo y apuntando con un arma hacia el coche, la promesa de muerte en
sus ojos, la postura... su arma.
Gracias a Dios.
Gin estaba apretando el gatillo de nuevo, con los ojos abiertos de terror, la
boca abierta en un grito silencioso, y todavía nada salía del cañón. ¿Pero era
suerte o correr en vacío?
Realmente quería que ella guardara esa arma, pero tenía la sensación de
que iban a estar en este punto muerto por un buen tiempo, y ahora había tres
coches fuera de la carretera, balas de plomo que extendían por ese terreno
pantanoso de árboles y bosque, y a al menos una, muy probablemente dos,
personas heridas.
Ella parpadeó.
VEINTISEIS
Tan pronto como Lane vio a Samuel T. inclinarse por la ventanilla del
lado del conductor, saltó de su propio automóvil y corrió hacia el Mercedes.
Querido Señor, Gin se había estrellado contra un árbol, y Richard estaba boca
abajo en el suelo y...
Lane negó con la cabeza. Sin embargo, tenía que seguir los sabios
consejos de su abogado. Después de todo, había otras formas mucho más
sensatas de garantizar la seguridad y la libertad de su hermana.
Cuando los ojos del hombre se abrieron, Richard asintió como si su vida
dependiera de ello.
—No puedo oírte.
Amarrando las bolsas a cada lado del asiento, se alegró de que nadie
hubiera jugado con su moto cuando tuvo que dejarla fuera del bar. Estuvo
bebiendo una jarra de cerveza desde las cuatro de la tarde, así que no tenía ni
idea de qué iba a hacer si la cosa estaba desvalijada o simplemente se la habían
llevado.
—Mira, tío, no tengo tiempo para lo que sea que esté pasando…
El lado del pasajero se abrió, y cuando Max vio lo que salió, se olvidó por
un momento de su moto, su mierda y sus planes de viaje. —¿Qué diablos, Gin?
Su hermana estaba cubierta de sangre, cojeando y con un vestido de seda
manchado y arruinado que probablemente había sido color melocotón en algún
momento. Ahora era una pintura de Pollock.
—¿Qué demonios está pasando aquí? Dijo Max sin preguntar a nadie en
concreto.
Al sonido de una voz femenina que conocía demasiado bien, Max tuvo
que cerrar los ojos. Tal vez lo había imaginado. Sí, tenía que ser eso. Sin duda, la
única mujer que no había querido ver...
Él giró en redondo.
VEINTISIETE
Gin miró hacia la puerta de la cabaña cuando Tanesha Nyce llegó, incluso
a través de la bruma que la nublaba, podía asegurar que la doctora no estaba muy
contenta. Y eso era malo pues empeoró su humor cuando la otra mujer miró a
Gin.
Por un segundo, Gin no tenía claro con quién estaba hablando. Pero
luego levantó su brazo y puso su mano sobre la toalla que estaba presionando
contra su frente.
—Gracias, —susurró.
Tanesha se arrodilló frente a ella, puso una caja con una cruz roja y
blanca en el suelo, y puso sus manos suavemente sobre las rodillas de Gin. —
¿Puedo echar un vistazo a tu cabeza?
— Si, Gracias.
Gin bajó lentamente el paño de cocina. Ella tenía la sensación de que iba
a estar moviéndose de esa manera por un tiempo. —No duele.
Y pensar que ella había sentido que eso era un gran problema.
—¿Está lastimada?
Tanesha respondió con calma. —Sí, Gin. Así es.
Él también estaba mirando a la buena doctora. Sin duda por una razón
diferente.
¿Qué pasaba con las relaciones de los chicos de esta familia? ¿No
llegaban a ninguna parte? Ella y Samuel T., Edward y Sutton Smythe... Max y
Tanesha. Lizzie y Lane parecían estar juntos, pero eso era porque ellos fueron la
excepción a esa regla...
O también estaba destinada a fallar terriblemente.
Bueno, esto era interesante. Parecía haber una profunda herida corriendo
por delante de su espinilla como si hubiera sido marcada.
—Lo siento, —se disculpó Gin—. Estoy segura de que todo estará bien.
¿Cuál sería la respuesta cortés a algo así? Se preguntó Gin. Ella estaba
bastante seguro de que Emily Post nunca había cubierto nada bajo el título de —
Heridas de bala: cuidado posterior.
—El otro individuo está muy vivo y bien, —dijo Samuel T.—. Y ellos
están divorciándose.
—Sí, quiero que te lo tomes con calma, —le dijo Tanesha a Gin.
—Seguro, gracias.
—Sí, señora.
Tanesha dudó. Y luego miró a Max. —Fue, ah, un placer verte, Maxwell.
Aunque lo siento por las circunstancias.
—Estás llorando.
—¿Lo estoy? —Ella tomó lo que él ofreció solo para que no tuviera que
mantener su brazo extendido con eso—. Gracias.
Excepto que ella acaba de cerrar los ojos otra vez. Y poco a poco lo
cogió en su mano.
Era extraño llorar y no sentir nada. Pero eso fue mucho mejor que la
alternativa.
¿No es así?
Por otra parte, cuando recibías una llamada diciendo que tu hermana
estaba en problemas, no te detenías a ser quisquilloso con las llaves del coche
que vas a llevar, y ¿cuándo la encontraron fuera de la carretera? Derecho que
vas con el coche en el que te encuentres.
Afortunadamente, el camión de Lizzie era de tracción total. Así que
gracias a eso y a los neumáticos recién puestos, ella no tuvo problemas para
detenerse y, está bien, guau. Sólo... Guau.
Uno de los Mercedes de la familia Bradford estaba incrustado en un
árbol, con una ventana rota en el lado del conductor y el parabrisas medio roto al
frente. ¿Las buenas noticias? Gary McAdams estaba en ello. Con su mucho más
grande e incluso mejor equipado Ford, él estaba retrocediendo hasta ese
parachoques trasero, Lane lo estaba guiando mientras avanzaba pulgada a
pulgada.
Cuando Lizzie salió, se aseguró de apagar las luces, aunque ella no estaba
segura de lo que pensar acerca de que nadie fuera a la policía con todo esto.
Lane la había llamado un par de veces, poniéndola al corriente, y finalmente
había tenido que irse del hospital. Además, la señorita Aurora ya no estaba ni
remotamente consciente, y entonces no había nada realmente que hacer hasta…,
o si, eso cambió.
Y esta situación en el pantano era del tipo donde otro par de manos eran
muy útiles para ayudar. Otro conjunto de cadenas, probablemente también.
Lane habló por encima del sonido ensordecedor del motor del camión. —
Estas ahí.
Gary puso las cosas en la parte de atrás, y cuando salió, Lizzie se acercó a
Lane y compartió un beso con él. —¿Qué demonios pasó aquí?
Cuando Gary se giró, tenía que tener casi 18 kilos en una mano, y manejó
la carga como si no pesara nada. Lane y Lizzie lo ayudaron a encontrar los
ganchos debajo del paragolpes trasero del Benz y luego estaban todos trabajando
juntos para enganchar los ganchos. Después de eso, fue cosa de que Gary
meterse en su camioneta y lentamente... cuidadosa… suavemente… iba
sacando el Mercedes fuera del árbol a través de la tierra fangosa y descuidada.
—Solo hago mi trabajo. —Gary miró a Lizzie—. ¿Te encargas del Rolls,
entonces?
—Sí, lo tengo.
—Esa es mi chica.
Era como un tren de cien millas de largo, un enorme monolito que apenas
se movía. Pero eso fue porque ella se estaba tomando las cosas con calma: en
tirones de milímetros, como el más suave de los entrenadores, obtuvo algo de
tracción y algo de trayectoria. Y un poco más. Y un poco más...
Todo iba bien, hasta que topó con un obstáculo y no pudo progresar más.
Pudo haber sido una raíz. Un tronco.
Por Dios, por la forma en que iban las cosas esta noche, un cadáver.
Por favor, pensó ella. Hagamos que el frente vaya igual de bien.
Mientras ella repetía el cuidadoso proceso, Lane la miraba, el resplandor
de luces encendidas que iluminaban la sonrisa en su rostro: a diferencia de la
mayoría de los hombres, quienes no podrían, él se puso cómodo y estaba
claramente impresionado, y cuando finalmente consiguió sacar el frente del
Phanton, y persuadió al enorme convertible de ir hasta el pavimento, él estaba
aplaudiendo cuando llegó.
VEINTIOCHO
Cuando Samuel T. subió por la colina de Easterly por segunda vez, estaba
montando otra intervención consigo mismo. Lo cual, supuso, era un poco como
un abogado representándose a sí mismo en la corte, ya sabes, todo eso de un
tonto por cliente. Pero él no iría a nadie más con esto, y además, seguro como el
infierno que sabía ambos lados de la discusión de memoria.
Pero no podía creer que esta agradable mujer estaba durmiendo sobre su
blanco edredón en ese vestido sucio. Claramente, todas las reglas estaban siendo
ignoradas, sin embargo.
Ella no se movió.
Y a saber, parecía especialmente listo para concluir su intervención de
forma correcta aquí, en la base de su adicción. De alguna manera, a pesar de sus
mejores intenciones, él había logrado enamorarse de ella una vez más: cuando
ella lo había mirado, a través de las lágrimas y su propia sangre, ¿y dijo que lo
sentía por lo de Amelia? Él había estado estúpidamente, listo para perdonarla
incluso por la peor traición que alguien pudiera hacerle a él. En ese momento,
cuando sus ojos se encontraron y ella se disculpó... era como si hubiera limpiado
la pizarra entre ellos.
¿Pero entonces?
Oh, Gin, pensó. Luego apareció de nuevo, ¿verdad?
Me quedó el anillo…
Y la cosa era, que después de todos estos años, y todas las estocadas por
la espalda, si él no podía romper con ella ahora, después de la revelación de
Amelia, ¿cuándo pasaría? ¿Qué más podría hacerle ella?
Él no quería saberlo.
Poniéndose de pie, la miró un rato más y luego silenciosamente cerró la
puerta detrás de él. Antes de partir de la casa, trató de encontrar a alguien, y
cuando fracasó, consideró tocar a la puerta de la madre de ella y pedir a la
enfermera que trabajara el doble. Pero ahí se sintió como si estuviera invadiendo
la privacidad de la familia.
—Entonces, sí, Prescott. Iré a esa fiesta contigo este fin de semana.
Estaré allí, y estoy deseando que llegue.
Con una rápida mirada hacia atrás, rezó para que toda esa iluminación no
estuviera iluminando encima de las balas, cubiertas de conchas y la mierda del
árbol en ruinas.
—¿Durante la tormenta, entonces? —Dijo el oficial mientras Lizzie salía
del Phantom por la puerta del lado del conductor.
—Hola, oficial—. Ella dio un paso y le estrechó la mano. —Mi novio.
—Prometido, —corrigió Lane desde el pantano.
Mierda, él debería ir allí, pero estaba congelado, como los ciervos frente a
los faros.
Mirando por encima del hombro de nuevo, trató de ver lo que el oficial
podía ver: Montones de huellas de neumáticos, barro, un par de troncos
doblados, Lizzie se puso a un lado del camión. ¿El hombre iba a mirar los
rayones frescos en ese coche?
—¿Qué pasa con el camión? —Preguntó el oficial—. ¿Necesitas un
remolque para eso?
Lane podría haberla besado. E hizo una nota mental para hacerlo tan
pronto como pudiera.
Lane intercambió lugares con ella y conversó con el oficial mientras ella
giraba lentamente su viejo Toyota a través de los árboles y maniobró hasta la
carretera.
Cuando se detuvo al lado del policía, sonrió. —No está mal para una
campesina, ¿eh?
—Solo una chica del campo podría hacer eso, —dijo el policía con
respeto—. Pero, escucha, ¿Te importa que eche un vistazo a tu permiso de
circulación, el seguro y el resto de la documentación? ¿La de ambos?
—Gracias, señora. —El hombre sacó una linterna del bolsillo delantero
de su camisa y la paso sobre los documentos. Y cuando Lizzie le pasó su carnet,
él hizo lo mismo—. Todo se ve genial. Pero las luces están apagadas.
—¡Oh! —Ella tomó los documentos y cogió el carnet de vuelta—. Lo
siento. ¿Vas a ponerme una multa por violar la ley?
Él sonrió. —Si te atrapo sin las luces encendidas otra vez de noche,
seguro que sí.
—Gracias, Oficial, —dijo. Cuando hubo una pausa, ella miró hacia los
dos—. Ah, entonces, Lane, ¿creo que te veré en la casa?
—Seguro que sí, —murmuró Lane.
Mientras el hombre revisaba esa parte, Lane se acercó al lado del pasajero
del Rolls y obtuvo el resto. Después de que el policía lo miró todo, se lo
devolvió.
Y de inmediato abandonó la sutileza.
—Entonces, ¿quiere decirme qué pasó realmente aquí? —El joven oficial
asintió mirando hacia el pantano—. Ese árbol parece que fue golpeado bastante
fuerte. Por un coche.
—No hemos estado bebiendo, si es lo que piensas. La tormenta fue
bastante mala.
Lane tomó una respiración profunda. Lo que quería decirle era que esto
no era asunto de la policía. Él quería manejar las cosas en privado, y eso era todo
lo que alguien necesitaba saber. El problema era que en la década de 1950 se
podía hacer, en la época en la que el privilegio de la riqueza y el estatus ponían a
su familia por encima de la ley.
—Oh, por supuesto. Conocí al Sr. Heinz. Si. Él solía plantar y cuidar la
extensión de los jardines.
—Fue usted a su funeral.
El oficial comenzó a reír. —Recuerdo que él nos contó todo lo que pasó.
Oh, él solía contar esa historia muy a menudo.
—Y había otras, estoy seguro. Nunca hubo un momento aburrido en
Easterly. No tanto cuando Max estaba cerca, seguro.
VEINTINUEVE
—Sí, lo fue.
—Y parece que atravesó un poco de barro. —Señaló sus neumáticos—.
¿Tuvo algún problema en el camino?
—Volvía del hospital durante la peor parte. Hubo un desprendimiento por
la tormenta.
—¿Sí?
—Hola.
—¿Quieres algo de cena…
—Sola.
Mientras fruncía el ceño, ella dijo, —Alguien tiene que quedarse con Gin.
Ella no puede estar sola en este momento.
—¿En serio?
Ella cerró los ojos y se estremeció. —Tienes que dejarme ir ahora mismo.
Esto ha sido mucho, esta noche. No soy... Solo necesito dormir en mi propia
cama y despertarme en mi pequeña casa en mi granja. Tomar una taza de café
solo. Coger el tractor e ir alrededor de los campos y buscar ramas caídas.
Necesito... ser normal, por un minuto.
O, en otras palabras: no estar involucrada en ninguna investigación de
asesinato o tiroteo abajo por el río o mintiendo a los policías. Ah, y también, si
ella no tuviese a nadie sangrando o herido o muerto, eso sería genial, gracias.
Cuando Lane se dejó caer contra la pared, Lizzie tuvo que preguntar: —
¿Eso son buenas noticias?
TREINTA
Por ahí. Una figura de blanco... una mujer... estaba a la deriva por la
piedra dando pasos en el jardín propiamente dicho.
¿O ambos?
El acento de su madre era más de la Casa de Windsor que del sur de the
34
Mason Dixon , sus consonantes se arqueaban como si fueran una ceja levantada,
el sonido de las vocales se alzaban con la expectativa de que lo que tenía que
decir, y quién era ella, garantizaba que la gente esperaría a que terminara sus
oraciones.
—Te quiero.
—Murió recientemente.
—Sí, así es. —Lane frunció el ceño—. ¿Lo extrañas?
—No, me temo que no.
—Está mi padre muerto, madre. Por favor dime, necesito saberlo por mi
propia paz mental.
Le tomó más tiempo responder, e incluso entonces, sus palabras fueron
un leve susurro. —No cariño. Tu padre no ha muerto.
—Madre, necesito saber quién es él. ¿Podrías decírmelo por favor? Con
tu marido muerto, nadie saldrá lastimado.
Él calló para permitirle hablar. Y cuando ella solo miraba hacia la casa, le
preocupaba que su mente se hubiera quedado en un estado inactivo del cual no
volvería.
Una sombra de sonrisa tiñó sus los labios. —Estuve enamorada. Cuando
era más jove... yo estaba enamorada de tu padre lo vi con bastante frecuencia,
aunque nunca fuimos presentados. Había otras expectativas adecuadas para mí, y
no iba a ir en contra de ellas.
Lane solo podía imaginar lo estrictas que habían sido las cosas en aquel
entonces. La manera en que debutantes y jóvenes solteros elegibles debían
reunirse e interactuar había sido muy determinado, y ¿si cometías un error? Tu
reputación estaba arruinada.
Los años cincuenta no sobreviven en los años ochenta.
—Lo miraba desde lejos, sin embargo. Oh, cómo lo miraba. yo era
bastante tímida, y una vez más, uno no quería ser un problema para la familia.
Pero había algo en él, era diferente. Y él nunca, nunca paso los límites. De
hecho, a menudo me preguntaba por qué nunca me había notado. —Hubo un
momento de silencio—. Y luego vino William. Él no era exactamente lo que se
podía esperar para que mi padre lo aprobara, pero William podía ser tan
encantador, y él hombre se esforzó para persuadir a papá de que era un buen
hombre de negocios, y nosotros necesitábamos uno. Después de todo, no tenía
sucesor para la compañía ya que yo era hija única, y mi padre no quería que la
BBC cayera en manos del otro lado de la familia después de que él se fuera.
Entonces William vino a trabajar para Bradford Bourbon, y me estaban
esperando para casarme con él.
—Madre, —dijo con urgencia—, ¿quién era él? ¿Quién era mi padre?
La pequeña figura se alejó de la casa y volvió su atención en el estanque
koi, su anterior claridad desapareció, y le preocupaba que nunca volvería.
—Está bien, —dijo—. Ella está bien. Pero seamos más cuidadosos en el
futuro.
TREINTA Y UNO
―Hey, Lane.
―Mack está tan bien como podría dada la situación, Está ahí con
Jeff. Yo sólo estoy imprimiendo más hojas de cálculo de Excel y me les
estaré uniendo, chicos.
―Bien, gracias.
Mack y Lane se habían conocido uno al otro por casi toda la vida,
con Mack como el hijo del previo maestro destilador de la BBC.
Sucesivamente, Beth Lewis era alguien a quien el hombre había
contratado para llenar una vacante de ayudante de oficina… pero
evidentemente, había resultado una solución tanto como de eHarmony
como de Monster.com.
El amor tenía su manera de llegar a la vida de las personas en el
momento preciso.
Okay, su corazón dolía sólo de pensar eso.
Al entrar a la oficina, fue momentáneamente golpeado por todas
las etiquetas en las paredes. En vez de papel tapiz, era tradición de los
maestros destiladores de la compañía empastar etiquetas de los
productos de su era alrededor de años—y algunos databan de unos cien
años atrás o más. Lane había oído que cuando llegó el tiempo de
bombear algo de dinero y atención a modernizar este edificio, la
preservación de esta tradición casi le había dado un infarto a arquitectos,
constructores y diseñadores.
Lane dio una palmada con Mack y se sentó al tiempo que Beth
llegó y pasó columnas tras columnas de números.
Al estar los cuatro enfocados en las finanzas, y Jeff empezando a
hablar en términos técnicos acerca de dinero, Lane trató de llevar una
pista sobre las cosas… y simplemente falló. Estaba esperando que
Merrimack lo llamara, rezando que Lizzie le hablara pronto, y se
preguntaba qué en el infierno hacer con Edward…
―¿Ella?
Y el cielo sabía que habían pasado por toda clase de cosas juntos,
desde que compartieran sus días de preparatoria en la Charlemont
Country Day, a sus siguientes años en la Universidad a todo el camino
cuando Mack se había ganado sus líneas aquí en el Viejo Sitio bajo su
padre y Lane sólo hacía el tonto alrededor, haciendo nada con su título.
Ella era el CEO. Ella podía tomar decisiones como esa, y rápido.
―¿Max?
―Gracias, hombre.
Dios, Max conocía esa rebelión tan bien, esos ojos locos, esa
rutina de arriesgarse por una magulladura. Él había hecho eso. Pero
cuando tu papá te golpeaba con una correa al menos una vez a la
semana, algunas veces porque habías hecho algo, y otras veces porque
él sintió que quería intentar romperte de nuevo, tú hacías una de dos
cosas. Te callabas o enloquecías.
Él eligió ésta última.
Mientras Max se paraba sobre sus pies, ese chico lo miró como si
él fuera alguna clase de estatus al que aspirar, y Max entendió. Si
embarnecías y conseguías tinta, si fruncías el ceño y tenías una luz
malvada en tus ojos, te estabas defendiendo a ti mismo contra no mucha
gente parándose frente a ti…
….como las que habías dejado atrás.
―Max?
―Lo siento, ―le dijo a Ramsey―. Estoy aquí.
La cosa era que, Edward había sido su líder, su jefe, su rey. Y Max
sólo fue el bufón con tendencias psicóticas.
―Tú lo harás.
Max se exprimió a sí mismo en el asiento, sus rodillas y muslos
chocando en el bajo de la mesa. ―Ésta cosa está atornillada, también.
―¿Lo es?
TREINTA Y DOS
¿Su hijo se casaría aquí en esta colina? ¿Su hija tendría caballos en el
establo?
Lane tenía miedo de ser padre. Pero por todo lo que Lizzie sabía sobre él,
iba a ser un buen hombre con su familia, porque ya lo era.
Edward nunca se había llevado bien con su hermano Max. Sin embargo,
había aprendido a no tomarse esto como algo personal. Max tampoco parecía
llevarse bien con nadie. Entonces, ¿cuándo Ramsey había venido a anunciar que
la oveja negra de la familia se iba de Charlemont y quería verlo justo antes de
marcharse?
Algo le dijo a Edward que esta era la última vez que iba a ver al tipo.
En una fracción de segundo el sumó la única suma total que tenía algún
sentido a la luz de este desbordamiento emocional: Era un hombre que luchó con
uñas y dientes para permanecer intacto.
—Ya lo sé, —murmuró Edward.
—Que William no era mi padre. Eso es lo que has venido a decirme, ¿no
es así? —Como su hermano parecía sorprendido y luego asintió, Edward respiró
hondo—. Bueno, debo decir que tenía mis sospechas. ¿Supongo que estás
diciendo que es verdad?
—Los escuché hablar una noche. Así fue como me enteré, y también fue
por lo que dejé Charlemont cuando lo hice. Debería habértelo dicho, pero no
sabía qué hacer.
Edward cerró los ojos. —Te merecías algo mejor de lo que recibiste.
Todos lo merecemos. Y todos estamos lisiados. La mía simplemente se muestra
por fuera.
Y, sí, tal vez Edward debería seguir su propio consejo sobre dejar ir el
pasado.
Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo.
—¿Vas a estar bien?, —Dijo Max, con los ojos preocupados—. En la casa
grande, las cosas son difíciles.
—Estaré bien.
TREINTA Y TRES
Demonios, tal vez debería decirle que le había revelado todo al policía
después de que ella se hubiera marchado en su camioneta…, y señalar que no era
su culpa que el apellido de su familia lo hubiera librado del lío.
Una caja cayó al suelo, algo cayendo libre sobre su pie descalzo.
Inclinándose, recogió…
—Es por eso que me preguntaste si alguna vez había pensado en ser
padre.
Él se echó hacia atrás. —¿Qué? Por supuesto que lo harás. Y, nos vamos a
casar…
—¿Vamos? ¿Todavía?
Lane miró fijamente su cara distante. —Sí, por supuesto.
Lizzie frunció el ceño. —No soy Chantal. No hice esto para llevarte al
altar, y lo último que quiero es un marido que esté conmigo por responsabilidad,
no por amor.
Con una repentina prisa, Lane estalló, cruzó la distancia entre ellos, y la
atrajo hacia sí. Cerrando los ojos, se dio cuenta de por qué no había sido capaz
de decir nada, pensar en nada, sentir cualquier tipo de emoción.
Recepción. Perfecto.
Él quería ser recibido, muchas gracias. Así él podría terminar con esto.
Estaba ligeramente sorprendido de que ella fuera tan abierta con él. Por
otra parte, tenía cataratas nublando sus ojos, por lo que probablemente no podía
verlo muy bien.
—Estoy buscando la UCI. Una amiga…, una persona que es…, ella es
familia, realmente. ¿Aurora Toms? Estoy aquí para visitarla.
Porque eso era lo que Edward le había pedido que hiciera.
—De nada.
Arriba en la cuarta planta, hizo lo que le dijeron y fue dirigido hacia abajo
y hacia una habitación que era como un ataúd: Todo era árido, estéril, sin vida…,
inmóvil y silencioso excepto por las señales en los monitores. Y cuando se
acercó a la cabecera de la cama, la señorita Aurora parecía tan pequeña… un
encogido remanente de la mujer poderosa que él recordaba, envuelta como un
bebé en suaves mantas blancas y azules. Tenía los ojos cerrados, y su respiración
no estaba bien, las inhalaciones eran rápidas sacudidas, las exhalaciones largas y
reducidas.
No había ninguna razón para entrar en los detalles de ninguno de los dos
últimos.
—Desearía que no te estuvieras yendo.
—Me preocupo por Lane, ya sabes. —Se sentó al pie de la cama—. Está
muy delgado y siempre ha ido a ti para sentirse mejor. Él realmente te necesita
ahora.
Max miró sus botas y supo que ella no habría aprobado los arañazos. En
realidad, ahora ella habría desaprobado mucho sobre él, pero aún lo habría
amado. No tanto como amaba a Lane, era cierto… aun así, la señorita Aurora
podría haber abrazado a Max y lo habría alimentado y le habría sonreído y
estaba siendo un estúpido, pero no pudo evitarlo.
—¿Recuerdas cuando decidí subir la escalera de la parte trasera de la casa
hasta el techo? Realmente pensé que atar esas dos barras deslizantes, una a la
otra, iba a funcionar. No puedo creer que solo rompiese dos de esas farolas.
Hombre, mi padre estaba enojado. O qué tal cuando puse el aguardiente casero
en el tazón de ponche en la fiesta de Navidad, y esa mujer vomitó sobre el
Secretario de Estado…, ya sabes, habría sido genial en Internet si lo hubieran
tenido en ese entonces. O qué hay de cuando…
Mientras dejaba que su voz fuese a la deriva, él negó con la cabeza. ¿Qué
diablos estoy haciendo aquí, hablando? Esto es una locura…
—Ella puede oírte.
—Bueno, sí. —Ella se acercó más. —He perdido a mucha gente debido al
cáncer. Supongo que es por eso que me incliné por ello.
—Ambos abuelos, tu tío, el primito que tenía tres años y tu primo
segundo en la universidad.
Tanesha parpadeó. —Eso es. Tienes una memoria tremenda.
Solo por cosas sobre ti, pensó mientras la estudiaba.
—Me sorprende que sigas aquí, —dijo ella—. Pensé que te ibas ayer.
—Me largo justo después de esto. —Echó un vistazo a la señorita Aurora
—. Tenía que decirla adiós.
—Ella lo aprecia, estoy segura. —Tanesha fue al otro lado y verificó los
monitores—. Pero apuesto a que preferiría que te quedaras, ¿no es así, señorita
Toms?
El sonrojo que le teñía las mejillas le indicó que sí, que estaba recordando
exactamente lo mismo que él: todas las veces que los dos se habían escabullido y
habían caído el uno en el otro. Siempre había sido cuando volvían a la ciudad en
el descanso de la universidad, o después, cuando él había estado perdiendo el
tiempo y ella había regresado de la facultad de medicina. Por lo general, había
sucedido después de haber jugado partidos de básquet con sus hermanos…, una
proposición peligrosa porque ¿si esos dos tipos alguna vez hubieran descubierto
lo que sucedía después de que Max y Tanesha se fueran por separado? Habrían
sacado a Max a un callejón y lo habían dejado por muerto.
Aunque eso no era por racismo. Habrían hecho lo mismo con cualquier
pretendiente afroamericano que fuera demasiado estúpido para no sentar la
cabeza y ser un buen novio.
—Es… interesante. Pero creo que estás más guapo cuando se puede ver
tu cara... —Ella se detuvo—. No es que note estas cosas.
—No hagas que te llame mentirosa dos veces hoy, vamos. —Mientras la
miraba a través de los párpados, parecía como si quisiera envolver el
estetoscopio alrededor de su cuello y cortar el suministro de aire…, y ¿cuán
caliente era eso? —¿Y en cuanto a lo que estaba haciendo? Solo conduciendo.
Haciendo algún que otro trabajo insignificante. Viendo el país.
—Es la verdad.
Se miraron el uno al otro durante más tiempo. Y luego él susurró: —Por
si sirve de algo, que no es mucho, sé… la única constante en el camino para mí
era acostarme, todas las noches, e imaginarte mientras me dormía. Eres como mi
estrella del norte, ¿sabes? Me seguiste a donde quiera que fuera…, y vas a
continuar haciéndolo.
Hubo un silencio apretado. Y luego ella dijo: —¿Sabes qué es lo que más
odio de ti?
—¿Lane?
Al sonido del nombre dicho con voz ronca, ambos miraron a la señorita
Aurora. Sus ojos estaban abiertos y concentrados, y sorprendentemente claros.
TREINTA Y CUATRO
Cuando Lane se puso de pie frente a ella, Lizzie estaba tiesa como una
tabla. De todas las formas, aunque ella había esperado que esto pasara, no
esperaba una ruptura.
Dirigiéndose al Puente Big Five desde Indiana, ella había estado soñando
despierta alternando: primero que, Lane había sentido una alegría instantánea
que, borrando todas sus dudas y recelos, y en el otro, no experimentó nada más
que un alegre vértigo al compartir algo tan íntimo y especial entre ellos.
Sí, había una razón por la cual las personas disfrutaban de las fantasías.
Convertían el buffet de la vida en un plato a la carta sin nada que se echase a
perder, viscoso ni demasiado cocido en él. Era unos macarrones con queso, la
perfecta costilla al horno y el maíz fresco en la mazorca, todo el tiempo. Con
pastel de chocolate para el postre. Y un vaso de leche helada.
Dios… ella nunca pensó que sentiría la necesidad de tener que apostar
por el territorio del “yo voy a tener a este bebé”.
Cuando Lane retrocedió, ella se preparó para que él empezara con todo
tipo de Esto va a estar bien, lo superaremos juntos, bla, bla, bla…, en otras
palabras, la posición declarada de un buen tipo, en un mal lugar, que estaba
preparado para hacer lo mejor posible.
Porque amaba a la mujer a la que había dejado embarazada por error.
Pero eso no iba a ser suficiente para ella. No con algo como esto.
—Mira, Lane…
—¿Qué pasa si le hago daño?
Lizzie se agarró a sus manos. —Tú no lo eres. Dios mío, Lane, no eres
para nada como él. En absoluto. Serás un maravilloso...
—¿Todo sola?
—Bueno, era privado.
—Desearía haber estado allí para verlo contigo. —Lane tomó su mano—.
Muéstramelo. Quiero hacerlo de nuevo.
—¿Qué?
Mientras sostenía el palo hacia ella, respiró hondo y se dio cuenta de que
estaba nerviosa. Muchos embarazos se perdían antes de que las mujeres siquiera
supieran que habían concebido. ¿Y si hubiera abortado el bebé?
Ella había estado menos mareada hoy. ¿O era porque ella solo había
36
comido pretzels ?
Con su cabeza entrando en espiral, ella asintió. —En realidad, sería genial
tenerte aquí.
Lane la besó una vez. Y luego otra vez. Y entonces… algo más.
Mientras el teléfono móvil seguía sonando en la otra habitación, Lane la
tendió sobre la gruesa alfombra de piel frente a la bañera. Con manos seguras, se
desnudaron y luego hicieron el amor con una especie de asombro en ambos
lados, una especie de… oh, Dios mío, funcionó, todo el sexo funcionó.
TRENTA Y CINCO
—Subiré tan pronto como aparque, —dijo mientras se sentaba detrás del
volante.
—Te amo.
—Esta podría ser la última vez que mi mamá está consciente, entonces
no, no me quedaré de pie en el pasillo esperando.
—No lo estropees.
Y luego el detective estaba fuera de allí. Por el rabillo del ojo, Lane captó
una impresión rápida de Merrimack hablando con los otros oficiales afuera, pero
rápidamente se olvidó de todo eso.
—Sí, señora.
—El servicio…
—Sí, señora.
Estaba en la punta de su lengua decirle que se quedara y los viera por ella
misma, pero eso sería cruel. —En ningún otro lugar que no sea allí, señorita
Aurora.
Ella respiró hondo y se estremeció de nuevo. —Me estaba yendo tan bien.
Y entonces... simplemente me golpeó.
38
—Has pasado por otras crisis de drepanocitosis . Puedes…
Mientras las lágrimas rodaban por su rostro, sintió que ella le apretaba la
mano una vez más. Y luego soltó su mano para que él fuera el único que la
agarrara.
Lane se quedó allí por un tiempo más, mirándola respirar. Cuando las
alarmas comenzaron a sonar, él alcanzó un interruptor y apagó el ruido.
Por respeto a la familia, Lizzie se mantuvo fuera del camino, dando a las
sobrinas, sobrinos y hermanas y hermanos la oportunidad de estar más cerca de
la puerta. Ahí también había personal médico dando vueltas, pero cuando
Tanesha les explicó que era Lane quien estaba con la señorita Aurora, se habían
retirado después de que las alarmas habían sido silenciadas.
—Ah, ¿sí?
—Le diré a Mike que cuide de ella. —Denny sonrió—. Es una buena
escuela. yo era de la clase de…
—Su hermana fue con ella hace unos tres meses y eligió un ataúd...
Cuando hubo una mirada de duda, Lane frunció el ceño. —Es el más
barato que tienes, ¿no es así? Ella siempre fue tan malditamente sobria —.
Lane negó con la cabeza, pero era obvio que no tenía la energía para
discutir con el chico. —Mantente en contacto. Si puedes.
—Sí. Por supuesto.
TREINTA Y SEIS
—Se suponía que debía haber tirado el cuchillo. —Edward cruzó los
brazos sobre su pecho—. Estoy realmente enojado con ella porque no lo hizo.
Pero es lo que es. Así que ¿qué pasa ahora? ¿Me degradan a un accesorio
después del hecho y me quedo en la cárcel por un tiempo? Quiero decir,
obviamente hay muchas pruebas ahora, ¿verdad? ¿Qué obtuvieron del automóvil
y las habitaciones de la señorita Aurora?
—Eso es correcto, sí. —Encontramos sangre y fibras en su maletero,
ambos de su padre y la suya. Fue una lucha para ella forzar el cuerpo dentro y
fuera de allí, y ella se cortó en el proceso. También encontramos unos zapatos
con barro que coincide con muestras del borde del río en su armario. También
había todo tipo de residuos pegados a los bajos de ese coche. Lo que no
encontramos fue cualquier prueba de un tercer implicado en cualquier lugar.
Entonces pensamos que ella actuó sola, aunque me sorprende que tuviera la
fuerza para manipular ese cuerpo.
Merrimack sonrió por primera vez con naturalidad. —No me gustan los
asesinos. Eso es lo que no me gusta. Pero diré que usted cooperó con la
investigación todo el tiempo, aunque eso fue porque quería que lo arrestaran.
Cuando Ramsey habló detrás de él, Edward se giró con sorpresa hacia el
hombre. —Dios mío, Ramsey, para ser un hombre grande, te mueves muy
silenciosamente.
—Años de entrenamiento me han hecho cuidadoso. —El hombre saludo a
la mujer detrás del cristal con un hola—. Y tal vez ya tenía esa habilidad desde el
principio.
Los dos se miraron el uno al otro.
Edward intentó decir algo jocoso. En cambio, su voz se volvió áspera.
—Yo te debo mi vida. No creo que te haya dicho eso antes.
—Lo hiciste, en realidad. En ese momento apenas estabas consciente,
pero lo dijiste.
—No lo será. Conozco a tu juez. Ella te tratará bien, justo como lo hizo el
fiscal. Nosotros cuidamos de los nuestros.
—Veremos. Sin embargo, no más cadáveres. Te puedo prometer eso. Lo
del cáncer está fuera de la familia, y el resto de nosotros puede comenzar a sanar
ahora. Cualquiera que sea lo que demonios aparezca.
Cuando los dos se abrazaron, Edward tuvo que sonreír un poco. Fue
como estar envolviendo sus brazos alrededor de un roble.
—Claro.
—Como dije, lo sé. Y todavía estoy enojada contigo, así que este es mi
pasiva-agresiva forma de hacértelo saber.
Dios, odiaba su cojera, especialmente frente a ella. Pero, oh, él podía oler
su perfume, y amaba la forma en que las luces de seguridad en la esquina
posterior de la construcción hacían que su cabello brillara.
—Estoy tan enamorado de ti, —dijo con voz gutural—. Sutton, te amo
tanto, muchísimo.
El alivio fue enorme. Y también lo fue la calidez que floreció entre ellos.
Después de mucho, mucho tiempo, él separó sus bocas. —¿Cenamos?
—¿Intimidad?
Mientras su cuerpo se endurecía aún más para ella, sonrió. —Me gusta la
forma en que piensas. —Pero luego frunció el ceño—. Solo hay una cosa.
—¿Qué es?
—Esa sudadera tiene que irse. —Sacudió la cabeza e hizo un gesto hacia
el logotipo—. Quiero decir, no puedo ver eso. Me está poniendo enfermo.
—¿Qué?
Ella se inclinó hacia él. —No llevo nada debajo. Así que si eso estuviera
sucediendo ahora...
Cuando Edward gimió, ella lo golpeó en el trasero. —Sube a mi coche,
Baldwine. Y prepárate. Voy a saltarme cualquier luz roja que aparezca.
Edward sonrió. —Bien, eso significa que puedo ser cortés con él la
próxima vez que lo vea. A diferencia de patearlo en la cabeza.
Mientras la miraba, pensó en todas las cosas por las que había pasado. Y
todos los años que tenía por delante en un cuerpo que no iba a funcionar del todo
bien. Entonces imaginaba despertarse con ella todas las mañanas.
—Soy el hombre más afortunado, lo sé, —susurró.
TRENTA Y SIETE
Aun así, él había sido perfectamente agradable con ella, casi profesional,
y ella se había esforzado por asumir el mismo efecto.
Y cuanto más tiempo Gin rumiaba en los recuerdos, más reconocía que
estos eran remordimientos que ella iba a llevar por el resto de su vida.
Y de esa manera, supuso ella, iba a ser un poco como Edward que cambió
para siempre, aunque sus cicatrices fueron creadas por ella misma y ella las
llevaba de ahora en adelante en el interior.
Al detenerse, dejó el Phanton en el parking y comenzó a salir.
—Lo tengo, —Amelia llamó por encima del ruido de otros coches y
personas—. Solo abre el maletero.
—¿Creo la manilla está en la parte de atrás?
—Correcto.
Gin salió de todos modos y ayudó a Amelia a poner sus dos maletas con
ruedas en el maletero. Luego subieron y Gin las alejó de la acera y pasó sobre el
primero de tres badenes de disminución de velocidad.
—Demasiadas de hecho.
Gin agarró el volante con fuerza. —Creo que mi pregunta para ti sería,
¿Te gustaría conocerlo?
Gin cerró brevemente los ojos. —Tenía la sensación de que era la forma
en que iba a ser.
—¿Lo conozco?
—Actualmente... —Gin tomó una respiración profunda. —Si lo
conoces…
—Ella debe ser alguien realmente especial. —La mujer asintió con la
cabeza hacia la fruta y plato de queso que había hecho—. Quiero decir, ¿para
qué cocines para ella? Guau.
De acuerdo, entonces… lo de cocinar… tal vez estaba llevando las cosas
un poco lejos. Pero solamente tenía desenvolver el queso, lavó las uvas verdes y
39
púrpuras, y tomó la bolsa de las galletas Carr que salieron de la caja. ¿Qué
demonios comían las adolescentes de todas formas?
—Fue interesante.
Cuando la mujer salió por la puerta del garaje, Samuel T. volvió a leer el
mensaje que Gin había enviado y volvió a comprobar cuanto tiempo había
pasado.
En cualquier momento, estarían aquí.
Sí, esos shows tal vez no fueron muy relevantes como resultado. Pero
entonces una vez más, lo habían salvado durante el lapsus de insomnio de cuatro
a seis de la mañana cuando había estado como con muerte cerebral de todos
modos.
Cuando Amelia bajó, ella lo miró fijamente, con expresión cautelosa y los
ojos entrecerrados.
El corazón de Samuel T. latía tan fuerte que estaba mareado mientras
caminaba hacia ella. Y aparte de una rápida mirada a Gin, no quitó su visión de
la chica.
—Increíblemente repugnante.
—¿Estás bien? Sé que esto es extraño, pero ¿tienes problemas con los
tres?
—Es hermoso. —Sus ojos se aferraron a la línea del techo que sobresalía
sobre el frente de la granja. El decorado en el porche—. Quiero decir, es tan
perfecto.
Samuel T. tuvo que parpadear con fuerza. Una pequeña parte de él habría
muerto en ese momento si ella hubiera encontrado su legado como un patético
segundo violín comparado con la grandeza de Easterly.
Amelia se giró hacia Gin. —Me quedaré. Te llamaré más tarde, a menos
que... ¿Puedes llevarme a casa cuando hayamos terminado?
Samuel T. respiro rápido e intentó hacer que pareciera que sus alergias
estaban afectándolo. —Absolutamente.
Samuel T. miró a Gin. Ella lo miró... arruinada, su cara abatida, sus ojos
fosas de dolor. Él no sabía si estaba de luto por sus pecados, o era miedo de
perder a la chica, o... aterrada de que ella iba a estar en la temporada tan pasada
de moda como cuando la fortuna de su familia se redujo.
—Cada vez que quieras, —dijo en una voz que se rompió—. Puedes
venir aquí y pintar esa vista... cuando quieras.
TRENTA Y OCHO
Era el final de otro día largo. Después de una serie de días incluso más
largos. Pero ¿una cosa que él había aprendido? Con Lizzie a su lado, podría
superar cualquier cosa.
21 de junio. El día más largo del año. El que tiene más sol y menos
oscuridad, una buena manera, pensaron, de comenzar el futuro juntos.
Pero si el tema era ligero o pesado, triste o alegre, él sabía que ninguno de
ellos volvería a estar solo de nuevo.
—Y esta es nuestra última pila. —Señaló al montón más pequeño—.
Estos son los que no se sabe de qué van.
—Ella es asombrosa.
Greta había ayudado más que ninguna otra persona en esta ocasión.
Fuera del Red & Black, Edward se inclinó sobre la escoba, mientras la
empujaba él barría por el pasillo principal del granero B. A medida que
avanzaba, atrapando heno, hojas y montones de tierra pisoteada por las pezuñas,
se balanceaba al compás de la música que había conectado y sonaba por los
altavoces situados por encima de la cabeza.
Frank Sinatra estaba cantando sobre volar a la luna, y Edward estaba
cantando siguiendo la música.
El semental relinchó.
—¿Después del trabajo estaría bien? Tengo una reunión importante a las
seis. ¿Puedo estar aquí a las ¿siete menos cuarto?
—¿Es verdad que está saliendo con el hijo de Moe, Joey? Ella me ha
estado hablando de él.
Edward tuvo que dejar que los dos se acercaran a él, pero cuando lo
hicieron, se abrazó a los dos. —Perdón por haceros caminar, pero no puedo
moverme demasiado bien.
—Te ves bien, viejo, —dijo Lane—. ¡Oye, Sutton!
Cuando el tipo finalmente lo miró, sus ojos estaban muy serios. —Te
necesito, vuelve.
Edward enderezó su torso. Y luego, con voz lenta, dijo: —No estás
hablando de Easterly, ¿verdad?
—No, no allí. Quiero que vuelvas y seas CEO. Lane levantó la palma de
la mano. Y antes de que te cierres, esta es la situación, soy presidente del
consejo, y puedo hacer ese trabajo, Jeff es un hombre increíble, pero tenemos
una deuda seria que debemos negociar, y eso está consumiendo todo su tiempo.
No soy ningún profesional de CEO. Yo no sé cómo dirigir una empresa como la
BBC. Tú si sabes. Has invertido toda tu vida preparándote para hacerlo.
Demonios, conoces todos los rincones de los negocios, no solo los nuestros, sino
de nuestros competidores. Eres la persona adecuada para el trabajo y, además,
creo que debes hacerlo por ti mismo.
El leve sonrojo que golpeó sus mejillas era encantador. Pero luego ella se
puso seria y se recostó en el suelo.
Su voz se volvió fuerte y directa. —Hay problemas de propiedad que
tendremos que nunca serás capaz de discutir, y hay estrategias que
desarrollaremos en respuesta directa a las condiciones competitivas del mercado
que podrían poner en peligro la salud de la posición de la otra persona. Somos
dos generales, en diferentes lados del campo de batalla. ¿Podremos vivir con
eso?
—No lo sé. La cuestión es, ¿vale la pena averiguarlo?
Ambos estuvieron en silencio por un tiempo.
Tenía la extraña sensación de que este era el camino correcto para ellos.
No tendría mucho sentido, para la mayoría de las personas. ¿Pero para un par de
fabricantes de bourbon?
—Está bien, lo haré, —dijo mientras la besaba—. Así que prepárate para
jugar, niña.
TREINTA Y NUEVE
Y positivo.
Dios, los dos eran tan parecidos. Samuel T. había escuchado a los padres
referirse a los niños como su Mini-yo, y él siempre lo había descartado como
una cosa de personas que no tenían límites emocionales adecuados con la
generación más joven.
Y rezó para que la tendencia continuara. ¿Con Gin? Era poco probable.
Dentro de algunos días, es probable que supere su patada materna y regrese a su
estilo de vida habitual. Pero en al menos él estaría aquí para recoger las piezas.
Por otra parte, Amelia había sido dura para cuidar de sí misma, por lo que
la niña se dejaría llevar con la corriente sin duda.
Que era tan triste, si, no podía soportarlo.
—En ella, dice que, si moría, Richard Pford la asesinó. Y que esto venía a
ser mi herencia, libre y clara. —Amelia negó con la cabeza otra vez—. La
gerente del banco parecía realmente preocupada y me preguntó si mamá estaba
bien. Dije, sí. Esa anulación que hiciste para ellos no ha salido en el periódico ni
nada por el estilo y la señora no sabía que habían roto.
—¿Te dijo el gerente del banco cuándo Gin llevó todo eso?
—Había sido recién llevada, la caja. Lo único que la señora dijo fue que
mamá había ido con un tipo llamado Ryan Berkley.
El joyero, pensó Samuel T. Por supuesto. Gin había vendido una de las
piezas de joyería de su madre y había puesto todo el valor allí para Amelia en
caso de que la familia se fuera totalmente a la ruina.
No es la cosa más estúpida en el mundo para hacer.
—¿Quieres abrirlo?
—Tú necesitas un padre. Yo quiero una hija… Dios, es tan extraño decir
eso y lo digo en serio. —Al final del día, ¿es realmente más complicado que
eso?
Una mirada vieja y gastada apareció en los ojos de la niña. —No quieres
obtener un lazo con la hija de otro chico por el resto de tu vida.
—Papá.
El último par de veces que había dejado a Amelia aquí, o había llegado a
dejar a la chica arriba, y ella siempre había sentido lo mismo. Era difícil, muy
difícil, mirar a Samuel T. como si fuera un simple extraño.
Gin pisó los frenos y puso el Rolls en el parque. Cuando nadie vino del
porche, ella apagó el motor y salió.
—¡Estabas ganando!
—Ella miente. ¿Qué puedo decir? —Samuel T. indicó la casa—. En
realidad, Gin, tengo algunos documentos para ti sobre la anulación. Todo está
archivado y configurado.
—Oh, gracias a Dios.
—Si lo hicimos.
—Yo también.
Su estudio era el mismo que siempre había sido, forrado por volúmenes
de cuero que había heredado, el hogar estaba preparado para el frío lejano del
otoño con troncos de madera dura, el sofá y sillas suaves de cuero color sangre
que hacían que la habitación parezca como si estuvieran en Inglaterra en lugar de
Kentucky. Por otra parte, los Lodges siempre habían hecho cosas con la clase de
la vieja escuela, que era lo que sucedía cuando tenías generaciones y
generaciones de personas que guardan y coleccionan activos cuidadosamente
para sus hijos.
—Bien, entonces aquí hay una copia de los documentos sellados por el
tribunal. Me apresuré a ir por ellos. El juez quiere ir a cazar codornices conmigo
en mi reserva en Carolina del Sur, por lo que estaba feliz de hacerlo.
—Me va bien. —Le dio otro juego de papeles—. Además, debido al alto
valor del anillo de compromiso, Pford tenía que ejecutar un título para él, la
concesión de la cosa para ti libre y clara. Probablemente exagerado, pero de esa
manera, no tienes que preocuparte sobre qué te moleste por eso más tarde.
—Oh, gracias. —Ella miró los documentos—. Esto es genial.
—Bueno, sí, saqué la piedra y la reemplacé con una falsa. Habría sido
incomodo devolverle una zirconia cúbica.
Hora de irse.
No entre ella y Samuel T., por supuesto. Pero realmente, ¿de qué otra
manera podrían ir las cosas entre ellos?
No, Gin estaba contenta de que la niña conociera a su padre y que a partir
de ahora Amelia iba a tener una madre que haría todo lo posible para estar
presente. Al final del día, esa no era una mala decisión, en absoluto.
CUARENTA
Era su madre, con uno de sus camisones blancos transparentes, una vez
más fuera en la terraza por la noche, las farolas en la parte posterior de la
mansión iluminando su belleza etérea y convirtiéndola en una aparición de
auténtica belleza.
Gary McAdams.
Los pies descalzos que corrían hacia el comedor hicieron que Lane mirara
por encima del hombro.
CUARENTA Y UNO
―Te amo mucho, ―dijo mientras cerraba los ojos―. ¿Cómo hiciste todo
eso mientras estaba en la ducha?
―Me moví rápido. De lo contrario, ibas a intentar hacerlo tú misma.
―Te amo.
―Yo también.
Se besaron y luego bajó a la primera planta, donde Jeff estaba vestido de
negro, Amelia estaba con su teléfono en el primer peldaño de la escalera, y Gin
aún no estaba cerca.
―Tricksey, Incorporated.
―¡Yo no sé!
―Aquí ahora, ―dijo ella―. ¡No desordenes nada!
Denny abrió la parte trasera del coche fúnebre, y los seis portadores del
féretro miraron con asombro.
―Lo estamos. ―Lane aceptó el abrazo del hombre―. Sé que ella nos
está mirando.
―Apuesto a que sí. ―El reverendo sonrió y saludó a cada uno de los
sobrinos por su nombre. ―Ahora, voy a pedirle que la traiga aquí frente a esta
puerta. Luego sube la rampa y quédate a un lado. Mientras preparo la
congregación, quiero que la lleven a las puertas cerradas que conducen a la
iglesia propiamente dicha. Daré la señal, esas puertas se abrirán, y quiero que la
acompañe hasta el altar. Estarás sentado a la izquierda en la primera fila.
―¿Despejamos?
Ahora, sin embargo, mientras caminaba con los otros hombres, con la
cabeza gacha, la mano enganchada en la barra de bronce como si pudiera doblar
el metal, no estaba seguro de cómo iba a mantenerlo unido.
Las cosas se pusieron aún más difíciles ya que la colocaron en las puertas
dobles cerradas que se abrirían al santuario. A través de las vidrieras, podía ver a
mil personas sentadas en los bancos, y había aún más gente parada contra las
paredes, cada centímetro cuadrado del enorme espacio lleno.
Excepto que ya era hora de ir, las puertas se abrieron de par en par, la
música comenzó a sonar, el coro de doscientas personas con sus túnicas rojas
comenzando a balancearse de un lado a otro detrás del altar.
De pie frente a los cantantes, con una túnica de coro, con la cara bien
afeitada y el pelo recortado, estaba Max. Y tenía los ojos cerrados, la cabeza
inclinada hacia atrás, la boca abierta, el micrófono en su lugar, su increíble voz
dominaba incluso a los otros grandes a su alrededor.
Dime quién fue el pecador y quién fue el santo, pensó Lane mientras se
sentaba junto a Lizzie. Quién era pobre…
CUARENTA Y DOS
La familia Toms era tan grande que tenían su propia sección marcada y
Lane aparcó y salió al lado, buscando a Edward y Sutton mientras Lizzie,
Amelia y Gin bajaban. Cuando vio a su hermano, lo saludó con la mano.
Cuando Lane levantó una mano para saludar a Tanesha, tuvo que sonreír.
Los ojos de la mujer estaban pegados a Max como si no pudiera creer su
transformación.
Eso hizo que Max prestara atención, y bendito sea, se puso del color de
una remolacha cuando levantó la mano hacia la mujer.
—Buen chico. Y esa casita adosada es tuya por el tiempo que la necesites.
Lane miró al tipo directamente a los ojos. —Es bueno echar raíces, Max.
Y es seguro estar aquí ahora. ¿De acuerdo? Estás a salvo.
Max negó con la cabeza. —Como supiste…
Gin dejó que Amelia fuera la primera en dejar caer su rosa, y luego la
madre siguió a su hija e hizo lo mismo. Después de eso, las dos caminaron hacia
donde la larga fila de coches se extendía lejos, muy abajo en el camino.
—Ella solía hacerme esas galletas de limón para que estuvieran tibias, ya
sabes, para cuando volviera a casa del colegio.
—¿En serio? —Gin se rio un poco—. Tenemos eso en común. Ella hacía
eso por mí también...
—¿Papá?
Mientras Amelia corría hacia delante a través de las lápidas y las estatuas,
Gin soltó a la chica y se resignó a regresar a Easterly sola, con Lizzie y Lane.
Pero estaba bien, se dijo a sí misma. Era… la forma en que las cosas iban a ser.
—No sabía que estabas allí, —le decía Amelia a su padre cuando Gin se
acercó—. Hubiera querido que estuvieras junto a nosotros.
Samuel T. cruzó sus brazos sobre su pecho. Luego negó con la cabeza
lentamente.
—Sin peros. Es así. Eres la única mujer de la que he estado enamorado, y
reconozcámoslo…, y dado que dejaste de lado tu orgullo, voy a admitir que no
estoy orgulloso de esto…, he estado con suficientes mujeres como para saber
que nunca va a haber nadie más para mí.
Seguramente Gin no podría estar oyendo esto bien. —Lo siento…. Yo…
pero ¿Amelia?
—Qué pasa con ella. Ella tiene una madre… y un padre. Y sé que este es
un concepto sorprendente en estos días modernos, pero en algunas familias,
madres, padres e hijos viven juntos. Por largos periodos de tiempo. Como,
meses. Años. Décadas… —Hubo una pausa—. Hasta que la muerte los separe.
Gin comenzó a temblar tanto que tuvo que ponerse las manos en la cara
para evitar que le castañetearan los dientes. —¿Qué estás diciendo, Samuel T.? Y
por favor, sé que no me merezco esto, pero por favor no seas cruel. No lo
soporto más.
Mientras él señalaba hacia el suelo, Gin podía sentir las lágrimas en sus
mejillas.
—Entonces, ¿qué dices, Gin? ¿Estás lista para ser una adulta conmigo?
Porque yo estoy listo para serlo contigo.
CUARENTA Y TRES
—Esperaré aquí, —dijo Sutton tensa—. ¿A menos que quieras que te deje
allí?
—No, está demasiado lejos para mí caminar hacia Easterly desde aquí.
En ese momento, todas las preguntas que Edward vino a saber fueron
respondidas. Y, sin embargo, se sintió obligado a decir: —¿Sabes quién soy?
Echándose hacia atrás, Gary pareció confundido. —De qué está hablando
usted, yo solo soy jardinero.
Edward negó con la cabeza. —Eres un buen hombre, de eso es de lo que
estoy hablando.
El jardinero se quitó la gorra, y mientras Edward estudiaba la cara del
hombre, pudo ver ecos de sus propias facciones y esos ojos… sí, era en los ojos.
Tenían exactamente los mismos ojos azules.
—¿Vas a despedirme?
Ahora Edward fue el que se echó hacia atrás. —Dios no. ¿Por qué habría
de hacerlo?
El sonido de los tacones altos de Sutton hizo eco en el garaje, incluso por
encima del ruido del aire acondicionado, y luego se inclinó hacia la puerta
abierta.
Tanto él como Gary se pusieron de pie, como era apropiado cuando una
dama estaba presente.
El pobre hombre casi cayó desmayado. Y luego, Sutton acercó una silla al
abarrotado escritorio de los años cincuenta y sonrió como si no llevase un
Armani y perlas, llegando justo de un funeral.
—Sí, —se hizo eco Edward—. Sé que todo esto va a estar bien.
CUARENTA Y CUATRO
Había supuesto que todas las personas que habían venido antes que él
sabían de alguna manera que sus elecciones y decisiones, sus injerencias y su
enfoque, inevitablemente conducirían a esta gran casa y a su gran vida propia.
Una mierda, pensó ahora mientras daba la espalda a las vistas y miraba a
Easterly.
No había forma de que los otros de su línea de sangre no se enfrentaran a
desafíos similares a los que él mismo acababa de superar. La historia solo se
establecía porque se reflexionaba sobre ella. ¿Mientras la estabas haciendo? No
tenías ni idea de qué demonios estabas haciendo o dónde ibas a terminar.
—Yo también.
Ante eso, Lane levantó sus ojos al cielo y comenzó a sonreír cuando
alguien en la propiedad comenzó a tocar el banjo. Las tensiones de la música
42
antigua de bluegrass hicieron que su pie se moviera. Se aferró a su amor y
sintió el sol sobre sus hombros.
Con un gran rubor de gratitud, pensó en su hijo que aun estaba por
nacer… y esperaba que creciera y amara a Kentucky y que hiciera bourbon
como él.
—¿Que?
—Dios es bueno. —Lane le dio un apretón a su mujer—. Y si esto no es
el cielo... no sé qué puede serlo.
Notas
[←1]
Director ejecutivo.
[←2]
Parca oriental de colores.
[←3]
Trastorno de estrés postraumático.
[←4]
Cuchillos
[←5]
Cereales integrales con pasas.
[←6]
Personaje de la historia The Legend of Sleepy Hollow.
[←7]
Marca de Ropa.
[←8]
Juego de palabras con reaper que es la personificación de la muerte y para el protagonista eso
representa su amada.
[←9]
Moto de cuatro ruedas, para ir por el campo o montaña.
[←10]
Acebo o muérdago.
[←11]
Rotten Tomatoes es un sitio web dedicado a la revisión, información y noticias de películas.
[←12]
Marca de bate de beisbol.
[←13]
Prueba de embarazo.
[←14]
Liga de Futbol americana.
[←15]
Cremas o óvulos para infecciones vaginales.
[←16]
Departamento de Policia Metropolitana De Charlotte.
[←17]
Piloto de carreras.
[←18]
Juego de lotería Estadounidense.
[←19]
Marca de cerveza.
[←20]
Porros.
[←21]
Referencia a La Guerra de las Galaxias.
[←22]
Es una película cómica y musical estadounidense de 1980 dirigida por John Landis y con John
Belushi y Dan Aykroyd como Jake Blues y Elwood Blues.
[←23]
Lugar barato y de mala reputación donde sólo tocan música country.
[←24]
Acumuladores programa de TV.
[←25]
Trastorno obsesivo compulsivo.
[←26]
Marca de Cortacésped.
[←27]
Sillones de descanso reclinables.
[←28]
Equipo profesional de fútbol americano.
[←29]
Personaje de Star Wars.
[←30]
Marca de sillón reclinable.
[←31]
Empresa especializada en la producción de artículos de cuchillería.
[←32]
NT: En el original Holier thanthou. Expresión usada cuando alguien se siente con la autoridad moral
para juzgar a otros. Significa Más Santo Que Tú.
[←33]
Centro de educación e investigación.
[←34]
Parte de cuatro estados del sur de Estados Unidos.
[←35]
Empresa de venta de ropa, zapatos y complementos.
[←36]
Dulces en forma de lazos originarios de Alemania pero nacionalizados americanos.
[←37]
Marca de reloj.
[←38]
Anemia de células falciformes.
[←39]
Galletas saladas.
[←40]
Antiácido.
[←41]
Aspirador.
[←42]
El bluegrass es un estilo musical, incluido en el country que, en la primera mitad del siglo XX, se
conoció como hillbilly.