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Ward, J.R. - The Bourbon Kings 03 - Devil's Cut

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TRADUCCIÓN

Klaus
Alix
Jany82
Sujey
Nathlla
Armando R. Chavez
Maite M.
Sabik
Yazi Dreka

CORRECCIÓN
Anabel
MAQUETA
Klaus
EPUB
Mara

SINOPSIS

Una dinastía llena de secretos se tambalea al borde del colapso cuando el


autor del best seller según el Sunday Times, J. Ward Ward, nos acerca al mundo
de élite de la familia Bradford…

Al principio, la muerte del jefe de la familia Bradford, se dictaminó como


un suicidio. Pero entonces su hijo mayor y enemigo jurado, Edward Baldwine,
se adelantó y confesó lo que era un asesinato. Ahora bajo custodia policial,
Edward no llora la desintegración de su familia o la pérdida de su libertad…
pero si por mujer que dejó atrás.
Se suponía que Lane Baldwine permanecería en su papel de playboy, para
siempre en la sombra de su hermano mayor Edward. En cambio, se ha
convertido en el nuevo jefe de la familia y de la empresa. Convencido de que
Edward está cubriendo a otra persona, Lane y su verdadero amor, Lizzie King,
siguen el rastro de un asesino, solo para descubrir un secreto devastador.

Ahora el futuro de todos está en juego, porque solo una cosa es cierta:
pase lo que pase, las vidas de todos en Easterly nunca volverán a ser las mismas.

UNO

Easterly, Tierra de la Familia Bradford,


Charlemont, Kentucky

Había alguien traspasando el jardín.

En la noche del sur indolente, nebulosa, debajo de los árboles frutales


perfilados con flores, y entre las rosas de té del tamaño de un platillo y los
grupos de setos de boj recortados, una figura estaba entre las paredes de hiedra,
moviéndose sobre los caminos de ladrillos, en dirección a la parte trasera de la
mansión como un acosador.

Jonathan Tulane Baldwine entrecerró los ojos y se inclinó sobre la


ventana de su habitación. Quien quiera que sea… estaba en cuclillas y pegado a
las sombras, y la eficiencia con la que eligió su camino sugirió que sabía lo que
estaba haciendo y hacia dónde iba. Por otra parte, no fue tan difícil encontrar un
pastel blanco de cumpleaños en veinte mil pies cuadrados de una casa en la
oscuridad.

Apartándose del viejo y ondulado cristal, miró hacia su cama. Lizzie


King, el amor de su vida, estaba profundamente dormida entre las almohadas, su
cabello rubio brillando bajo el reflejo la luz de la luna, su hombro bronceado
asomándose entre las sábanas de seda.

Es gracioso, estos momentos de claridad, pensó mientras se ponía unos


calzoncillos. Mientras consideraba quién podría ser y no reveló nada bueno, se
dio cuenta sin lugar a dudas que él mataría para proteger a su mujer. Aunque ella
podía cuidarse sola, y él sentía que dependía de ella ahora más que nunca... ¿si
alguien trataba de lastimarla?
Los pondría en una tumba más rápido que su próximo latido.

Con esa determinación, se dirigió silenciosamente a través de la alfombra


oriental a un escritorio antiguo, eso había estado en su familia desde que se hizo
en el siglo XIX. Su arma estaba en el primer cajón de la izquierda, debajo de los
rollos de calcetines finamente tejidos que llevaba con su esmoquin. La nueve
milímetros era compacta, pero tenía una mira láser, y estaba completamente
cargada.

Él desactivó el dispositivo seguridad.


Salió a un pasillo que era tan largo como una calle de la ciudad y glorioso
con toda la gracia y la formalidad de los corredores en la Casa Blanca, mantuvo
el arma por debajo de su muslo. Easterly tenía una veintena de habitaciones
familiares y de suites para invitados bajo su asombroso techo, y al pasar por las
puertas, sabía quién estaba dentro o debería haber estado: su hermana menor,
Gin, con su nuevo esposo, Richard, que estaba fuera por negocios; Amelia, Gin
tiene una hija de dieciséis años, que aún no había vuelto a Hotchkiss para la
final; Jeff Stern, un viejo compañero de habitación de Lane en la universidad y
1
nuevo CEO de Bradford Bourbon Company. Y luego, por supuesto, la madre de
Gin y Lane, Little Virginia Elizabeth.

Era posible que cualquiera de ellos pudiera estar allí para un paseo a las
dos de la a.m. Bueno, a excepción de su madre. En los últimos tres años, Little
V.E. no había estado fuera de su habitación para cualquier otra cosa que no sea
algo como el funeral de su padre hacía tan solo unos días, e incluso en esa
ocasión y siendo justificado el esfuerzo, viéndola vestida y en la primera planta
había sido un shock.
Por lo tanto, era poco probable que fuera ella.

¿Y en cuanto al personal? El mayordomo se había marchado y ninguna de


las criadas había pasado allí la noche… Bueno, y de todos modos todas las
criadas habían sido despedidas.

Nadie más debería estar en la propiedad.


A mitad del pasillo, caminó a través de la sala de estar del segundo piso y
se detuvo con prudencia al comienzo de la escalera.
La alarma de seguridad también se activaba abajo... pero él no había
activado el sistema cuando él y Lizzie habían llegado a casa del hospital.

Tonto.

Diablos, ¿se había molestado siquiera en cerrar las mil o más puertas en
la parte inferior? ¿Cuántas? Él no podía recordar. Era casi medianoche y su
cerebro había sido un desastre, imágenes de la señorita Aurora en esa cama de la
UCI llena de tubos. Querido señor... esa mujer afroamericana era más su madre
que la inexistente-Margarita Buchanan que lo había dado a luz, y la idea de que
el cáncer estaba extendiéndose órgano por órgano de la señorita Aurora fue
suficiente para ponerlo violento.

Descendiendo por las grandes escaleras, tal como estaban directamente en


el cuaderno de entrenamiento de Tara, tocó fondo en el suelo de mármol blanco
y negro del vestíbulo de entrada. Nada se encendió, se detuvo de nuevo y
escuchó. Como con todas las casas antiguas, Easterly hablaba cuando la gente se
movía a través de sus habitaciones, sus vigas y tablas, bisagras y picaportes,
acompañando a quienquiera que estuviera caminando.

Nada.

Lástima. La ley de Kentucky consideraba defensa propia si el dueño de la


casa mataba a un intruso en su casa, así que, si iba a dispararle a alguien esta
noche, preferiría hacerlo adentro mejor que fuera, de esa manera, no tendría que
arrastrar el cuerpo a través una puerta y arreglar las cosas para que pareciera que
el hijo de puta había entrado.
Continuando, Lane atravesó las habitaciones oscuras en la parte principal
de la casa, las antigüedades y pinturas antiguas que lo hacían sentir como un
guardia de seguridad revisando un museo después de horas. Ventanas y puertas
francesas estaban por todas partes, rodeadas por grandes cortes de antiguas telas,
pero con las luces apagadas en el primer piso, era tan fantasma como el que
estaba en ese jardín.
En la parte trasera de la mansión, se dirigió a una de las puertas y miró a
través de la terraza de piedra, buscando a través de las tumbonas de hierro
forjado, sillas y mesas con tapa de cristal, buscando aquello que no correspondía
o estaba en movimiento. Nada. No alrededor del borde de pizarra de la casa, al
menos.

Sin embargo, en algún lugar del jardín, una persona acechaba a su


familia.

Girando el mango de latón, él suavemente abrió la puerta a medias y se


asomó, la noche de mediados de mayo lo abrazaba con aire cálido y pesado que
era aromática como las flores. Él miró a la izquierda. Se veían bien las farolas de
gas alineadas por la parte posterior de la mansión arrojando luz parpadeante,
pero las sombras de iluminación color melocotón no llegaban más lejos
Entrecerrando los ojos, escudriñó la oscuridad mientras salía y cerró con
cuidado la puerta detrás de sí.

Como con todas las casas de esa envergadura, la gran casa federal tenía
unos grandes jardines que se extendían a su alrededor, los diferentes diseños y
las zonas de plantación que formaban paisajes tan únicos y distintos como
diferentes códigos postales en una ciudad. ¿El elemento unificador? Elegancia
en todo momento, ya sea arrimando las estatuas romanas posando en medio de
patrones de setos en miniatura, o fuentes salpicando agua clara cristalina en
2
estanques koi , o el cenador cubierto de glicina de la casa de la piscina.

Esta fue la Madre Naturaleza sometida a la voluntad del hombre, la flora


cultivada y cuidada mantenida con la precisión que uno usaría para decorar una
habitación interior. Y por primera vez en su vida, pensó en el costo para
mantenerlo todo bien, las horas…hombres, el material vegetal, la siega constante
y el desbroce y la poda, la preocupación sobre esos muros de ladrillo de
doscientos años caminando, la limpieza de la piscina.
Locura. El tipo de gasto que solo los súper ricos podían pagar… y la
familia Bradford ya no estaba en esa estratosfera.
Gracias, padre, hijo de puta.
Reenfocándose en su misión, Lane se puso de espaldas contra la casa y se
convirtió en un cazador de ciervos en un stand. Él no se movió. Apenas
respiraba. Se quedó en silencio esperando a que su objetivo se presentara.
¿Sería Max? Se preguntó.
El matrimonio sin amor de sus padres había engendrado cuatro hijos, un
shock, considerando que su madre y su padre rara vez, o nunca, habían estado en
la misma habitación juntos incluso antes de que ella se hubiera recluido hacía
tres años. Pero estaba Edward, el hijo mayor de oro, que había sido odiado por
su padre; Max, la oveja negra; Lane, que había convertido ser un playboy en una
obra de arte… al menos hasta que había sido lo suficientemente inteligente como
para establecerse con la mujer adecuada; y finalmente Gin, la promiscua norma
frustrante.

Edward estaba en la cárcel por el asesinato de su terrible padre. Gin


estaba en un odioso braguetazo. Y Max había vuelto a casa después de varios
años de estar desaparecido, una sombra barbuda, tatuada del chico de la
fraternidad que una vez había sido, quien despreciaba a todos, incluso a su
propia familia… hasta tal punto que se estaba quedando en una de las casas del
personal en la parte posterior de la propiedad porque se negó a estar bajo el
techo de Easterly
Quizás Max había venido aquí a la casa grande para... Dios solo sabía
para qué. ¿Una taza de azúcar? ¿Botella de bourbon? ¿Tal vez para robar algunos
cubiertos?
Pero, ¿cómo pudo haber entrado en los jardines? ¿Cómo podría alguien?
Dos lados de los acres de flores y césped estaban protegidos por esa pared de
ladrillo, que tenía doce pies de alto y tenía alambre de púas en la parte superior y
dos puertas con candado. El tercer lado era aún más difícil de resolver: su padre
había convertido los viejos establos en un centro de negocios de última
generación, del cual el Bradford La empresa Bourbon había estado funcionando
durante los últimos años. Nadie podía pasar por esa instalación, a menos que
tuviera una tarjeta de pase o los códigos…

Desde arriba, a la derecha, una figura se precipitó por el conjunto de


manzanos florecientes.

Te atrapé, pensó Lane mientras su corazón se aceleraba. Cambiando su


posición adelante, sus pies descalzos se deslizaban silenciosos sobre las losas
mientras corría por la terraza y se escondió detrás de un receptáculo lo
suficientemente grande como para tomar un baño.

Definitivamente era un hombre. Esos hombros eran demasiado anchos


para ser de una mujer.

Y el bastardo venía hacía aquí.

Lane apuntó con su arma a su objetivo, sosteniendo firmemente el arma


con sus dos manos mientras comprobaba eficientemente el cargador. Se mantuvo
perfectamente inmóvil, esperó a que el intruso llegara para canalizar ese camino
y seguir el conjunto de pasos laterales.
Él esperó…

—…Y esperó…

—…Y pensó en su extremadamente divorciada, que pronto sería su ex


esposa, Chantal. Tal vez era un detective privado enviado por ella, que venía a
buscar un poco de carcoma en el escándalo financiero de la BBC, algo de
información sobre cuán mala era la quiebra, algún ángulo que ella pudiera usar
contra él, ya que su relación era inexistente reducida la tierra en polvo.

O tal vez Edward había salido de la cárcel y estaba volviendo a casa.

Aunque dudaba sobre eso.

El intruso hizo un último giro y luego fue directamente hacia Lane. Pero
su cabeza estaba baja, una gorra de béisbol baja.

Lane se mantuvo firme hasta que estuvo completamente seguro de poder


alcanzar el pecho. Luego apretó el gatillo hasta la mitad, el rayo láser rojo
atravesó la noche formando un pequeño punto de baile justo donde estaba el
corazón del chico.

Lane habló, alto y claro. —Realmente no me importa si te mato.


El hombre se detuvo rápidamente, sus pies saltaron sobre el ladrillo. Y
esas manos aparecieron como si tuviera muelles de colchón en sus axilas.

Lane frunció el ceño cuando finalmente vio la cara. —¿Qué estás


haciendo aquí?

DOS

Cárcel del Condado de Washington, Centro de


Charlemont

La luz de la luna entraba en la celda de la cárcel a través de una ventana


con barrotes, el eje denso de luz se cortó en cinco secciones antes de que
tropezara con el borde de acero inoxidable expandiéndose y cayendo
extendiéndose sobre el suelo. Fuera, la noche era húmeda, que explicaba la
turbia calidad de la iluminación. Dentro de la celda, sin espacio, en absoluto, las
paredes y el suelo y la pesada puerta sólida pintada en sombras de tonos grises,
aire añejo y olor a metal y desinfectante.

Edward Bradford Baldwine se sentó todo el tiempo de medio lado en la


litera, más incapacitado de sus dos piernas golpeadas en el extraño ángulo que
proporcionaba un mínimo de alivio, el colchón delgado que ofrecía poco o nada
de relleno debajo de los huesos de su marchita parte inferior del cuerpo.

Esta no era la primera vez que lo tenían bajo arresto, pero al menos ahora
no era en contra de su voluntad. Él se había ofrecido voluntario para esto; él
había confesado al asesinato de su padre y así se colocó en esta situación. Él
tampoco era el único prisionero, en contraste con su experiencia previa, los
sonidos de los ronquidos, tosiendo, y el quejido ocasional llegando a sus oídos a
pesar de la puerta reforzada.

Un golpe sordo y el eco correspondiente le hicieron pensar en su Rancho


de pura sangre, el Rojo y Negro. Todos estos hombres en las celdas individuales
eran como sus yeguas en sus caballerizas… inquietas, agitadas, incluso de
noche. Quizás especialmente después del anochecer.
Empujando sus palmas contra el colchón, alivió los puntos de presión en
su asiento todo el tiempo que pudo. Demasiado pronto, se vio obligado a
reasentar, la parte superior de su cuerpo que no era mucho más fuerte que su
parte inferior, la charla física de fondo definida como incomodidad, algo con lo
que se había familiarizado bien.

Mientras miraba alrededor de la celda, con sus paredes de bloques de


acero y su pulido suelo de cemento, ese inodoro y lavabo de acero inoxidable,
con barrotes y alambres en la ventana, pensó en el esplendor de Easterly. El
sótano de su familia en la mansión estaba equipado con mayor lujo que estas
celdas, especialmente la bodega, que era como un estudio inglés rehabilitado con
un suelo de piedra y terminado como una bóveda como techo construido en el
lecho de roca de la colina.

Sin ninguna razón en particular… bueno, aparte de la obvia, que era que
no tenía nada mejor que hacer y ninguna posibilidad de dormir, pensó en una
historia que había leído años atrás, sobre un niño que había crecido en una caja
de cartón. De hecho, ¿No había habido un programa de televisión sobre un
personaje que había sido torturado de manera similar?...

Espera, ¿De qué había estado hablando?

Su mente, pastosa y lenta, intentó atrapar el hilo de la cognición.

Oh… bien. El niño en la caja de cartón. Entonces el chico no había estado


realmente traumatizado cuando lo habían rescatado. No fue hasta que descubrió
que otros niños no habían sido sometidos a ese tipo de abuso cuando se había
enojado.
¿Moraleja de la historia? Cuando te habías criado en un ambiente dado, y
eso era todo lo que sabías, la falta de comparación y contraste significaba que las
rarezas de tu existencia eran invisibles e inescrutables. La vida con su familia en
Easterly había sido completamente normal para él. Había asumido que todos
vivían en una finca con setenta personas trabajando en ella. Que los Rolls-Royce
eran solo coches. Que los presidentes, dignatarios y personas de la televisión y
de las películas llegaran a las fiestas de sus padres no eran más que un tú sabes.
El hecho de que la gran mayoría de las personas en Charlemont Country
Day y luego en la Universidad de Virginia hubieran sido de similar status social
y financiero no había ayudado a desarrollar su imparcialidad. ¿Y después de su
graduación? Su perspectiva no había evolucionado porque había estado muy
distraído tratando de ponerse al día en el negocio familiar.

También había dado por sentado que todos eran odiados por su padre.

Por supuesto, sus dos hermanos y su hermana no habían sido repudiados


tanto como él lo había sido, pero suficiente desprecio había mostrado hacia ellos,
así que las agresiones y las conclusiones no habían sido cuestionadas. Y las
palizas y las condenaciones frías habían venido solo a puertas cerradas.
¿Entonces cuando él había estado fuera de casa y viendo a los padres actuando
de manera civilizada alrededor de su descendencia? Suponía que era para
mostrar, un telón de privacidad de valor social evasiva dibujado en el lugar para
ocultar una realidad mucho más oscura.

Como era en la casa de los Bradford.

La apertura de los ojos finalmente había llegado después de que él


hubiera progresado en la administración en la BBC subiendo de nivel a una
posición en la que descubrió que su padre no era solo una mierda de padre sino
también un pobre hombre de negocios. Y entonces había cometido el error de
enfrentarse a William Baldwine.

Dos meses después, Edward había viajado a Sudamérica para un rutinario


asunto y había sido secuestrado. Su padre se había negado a pagar el rescate, y
como resultado, las cosas que le habían hecho a Edward. Parcialmente porque
sus captores habían visto frustrados sus planes, en parte porque se habían
aburrido.
Pero sobre todo porque su padre les había dicho que lo mataran.

Fue entonces cuando realmente supo que William era en realidad un


hombre malvado que había hecho cosas malas toda su vida y hecho daño a
muchas, muchas personas, en muchas, y diferentes formas en el proceso.

Afortunadamente para Edward, un rescatador inesperado se había


materializado en la jungla, y Edward había sido transportado por primera vez en
avión a una base del ejército de los EE. UU. y luego eventualmente regresó a
casa a suelo estadounidense, aterrizando aquí en Charlemont como un paquete
maltratado que había sido mutilado y torturado antes de atravesar la aduana.
Como recuerdos de volver a aprender cómo caminar y subir escaleras y
alimentarse y limpiarse él mismo amenazó con derribar la puerta del castillo
mental de Edward, él reflexionó sobre cuánto echaba de menos su alcohol.

En una noche como esta noche, cuando todo lo que tenía era insomnio y
¿su canibalismo cerebral por compañía? Él hubiera matado por un apagón.

A raíz de su período de recuperación inicial, más intensivo desde el punto


de vista médico, el licor había sido el sustento para él cuando fue destetado de
los opiáceos. Entonces como otros días y noches se habían prolongado, el
entumecimiento y el alivio logrado gracias al licor, esas pequeñas vacaciones
flotantes en el buen barco del licor, se convirtió en el único respiro de su mente y
su cuerpo. Dejar ese hobby cirrótico había sido necesario, sin embargo.

Tan pronto como se hizo evidente que se dirigía a la prisión, sabía que
necesitaba desintoxicarse y las primeras setenta y dos horas habían sido un
infierno. En realidad, las cosas seguían siendo difíciles, y no solo porque su
muleta psicológica se había ido. Él se sentía aún más débil en su cuerpo, y
aunque el temblor en sus manos y pies estaba mejorando, el temblor aún no
había terminado en su tormento de sus habilidades motoras necesarias y sentido
del equilibrio

Mirando los sueltos pantalones anaranjados de la prisión, recordó su


antigua vida, su cuerpo anterior, su mente anterior. Él había estado tan completo
en aquel entonces, preparándose para hacerse cargo de la Bradford Bourbon
Company después de que su padre se retirara, tomar decisiones comerciales
estratégicas, desahogarse jugando al frontón y tenis.
Al igual que el niño en la caja de cartón, nunca se había imaginado que
había otro tipo de vida esperando para él. Una existencia diferente. Un cambio
que tenía a la vuelta de la esquina que lo llevaría a una nueva conciencia.
A diferencia del chico de la caja, sin embargo, su vida había empeorado,
al menos por casi todas las mediciones objetivas. Y eso fue incluso antes de que
sus acciones le pusieran aquí con un inodoro que no tenía nada más que ofrecer
que un borde frío para tomar asiento.
La buena noticia, sin embargo, era que todos los que le importaban iban a
ser todos ellos mismos. Su hermano menor, Lane, se había hecho cargo de la
BBC e iba a llevar el negocio de bourbon apropiadamente. ¿Su madre, Little V?
¿E? estaba tan confundida por edad y medicación que viviría sus días restantes,
tal vez en Easterly, quizás no, felizmente inconsciente del cambio en la vida
social de la familia Gin, su hermana, estaba casada con un hombre de grandes
recursos a quien podía manipular a voluntad para lograr sus fines, y ¿su otro
hermano, Max? Bueno, la oveja negra de la familia seguiría siendo lo que
siempre había sido, un vagabundo para vivir fuera de Charlemont, un fantasma
que acechaba un legado que ni valoraba ni le importaba sostener.

¿Y en cuanto a si mismo? Tal vez cuando fuera trasladado lejos de este


condado llevando una pluma a una prisión apropiada, tendrían alguna terapia
física que podría ayudarlo. Él podría obtener otro maestro. Volver a conectar con
su amor por la Literatura inglesa. Aprender a hacer matrículas.

No era la vida que esperaba, pero estaba acostumbrado a la desesperanza.

Y, lo que es más importante, a veces el único consuelo que uno tenía era
hacer lo correcto. Incluso si requería un gran sacrificio, había paz en el
conocimiento al saber que los seres queridos finalmente estarían a salvo de una
pesadilla.

Como su padre.

De hecho, Edward decidió, la realidad de que nadie llorara a William


Baldwine parecía una defensa suficiente para el cargo de asesinato. Maldita sea
la pena que no fuera una justificación legalmente reconocida…

Los pasos que se acercaban eran pesados y decididos, y por un momento,


el presente se hizo añicos, el pasado se levantó como un monstruo del pantano
en su conciencia, su cerebro ya no tenía claro si estaba en la jungla atado con
una cuerda áspera, a punto de ser golpeado de nuevo... o si estaba en el sistema
del poder judicial de su ciudad de nacimiento…
Un ruido fuerte en su puerta envió su presión arterial a través del techo,
su corazón palpitando, el sudor explotaba bajo sus brazos y en su cara.
Congelado por el miedo, sus dedos arañaron la almohadilla debajo de él, su
cuerpo roto temblando violentamente, sus dientes castañeando.

El ayudante del sheriff que abrió la puerta empeoró la confusión en lugar


de mejorarla.
―¿Ramsey? ―Dijo Edward en voz baja.

El hombre afroamericano con su uniforme de sheriff dorado y bronce era


enorme, con hombros tan anchos que llenaban las jambas, y piernas plantadas
como si estuvieran atornilladas en el suelo. Con la cabeza afeitada y una
mandíbula que el argumento sugerido era una pérdida de tiempo, Mitchell
Ramsey era una fuerza de la naturaleza con una insignia… y esta era la segunda
vez que venía con Edward esta noche.

De hecho, la única razón por la que Edward estaba vivo era porque el oficial
había ido a la jungla a buscarle. Como ex Guardabosques del Ejército, Ramsey
tenía tanto las habilidades de supervivencia y los contactos en el ecuador para
hacer el trabajo… él también rutinariamente desempeñaba el papel de
"solucionador" de problemas dentro de las familias ricas en Charlemont,
entonces el rescate estaba bajo su control.

Si necesitabas un guardaespaldas, un matón, un instructor personal. O


alguien para relacionarte con la policía, Ramsey estaba en la lista de personas a
las que deberías llamar. Discreto, imperturbable, y un asesino entrenado, se le
daban muy bien los incrédulos, como decía el dicho.

―Tienes un visitante, mi hombre, ―dijo el policía con su profunda voz


sureña.

Le tomó un tiempo procesar las palabras, la lucha contra el miedo en la


mente de Edward hacía que perdiera la razón y el control en el dominio del
inglés su propio idioma.
―Vamos. ―Ramsey indicó la salida―. Tenemos que irnos ahora.

Edward parpadeó cuando sus emociones amenazaron con estallar en su


pecho y expresarse en su rostro derramándose a través de sus conductos
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lagrimales. Pero no podía permitirse ahogarse en su PTSD . Este era el presente.
No había nadie acercándose con un bate para romper sus piernas. No había
cuchillos a punto de enterrarse en su piel. Nadie iba a golpearlo hasta que
vomitara sangre ni su brazo y su cabeza quedaran colgando de la parte superior
de su columna vertebral.
Ramsey se adelantó y le ofreció su garra de oso. ―Te ayudare.

Edward miró esos ojos oscuros y pronunció exactamente las mismas


palabras que le dijo dos años antes: ―No creo que pueda moverme.

Por un momento, Ramsey también pareció atrapado por lo que habían


compartido en el sur de América, sus párpados cerrándose brevemente, ese gran
pecho expandiéndose y contrayéndose mientras parecía tratar de estabilizarse
con una respiración profunda.
Evidentemente, incluso los ex Rangers del Ejército tenían recuerdos que
no querían volver a recordar. ―Yo te ayudo. Vamos.

Ramsey lo ayudó a levantarse de la litera y luego esperó mientras las


piernas de Edward se tomaban su propio maldito tiempo para deshacer el nudo,
las horas que había pasado sentado habían convertido sus músculos deformados
y mal curados en piedra. Cuando finalmente estuvo listo para moverse y andar,
la cojera era humillante, especialmente al lado de ese policía con una fuerza
increíble, pero al menos mientras salía cojeando de su celda e iba hacia la
defensa, le llegó una especie claridad mental, la realidad se reafirmó en la
maraña de su trauma.

Mientras sus pasos resonaban sobre el metal entrelazado con las


escaleras, Edward miró sobre la barandilla continuando hacía en el área común.
Todo estaba limpio, pero el acero de las mesas y bancos estaba desgastado, los
trabajos de pintura anaranjada desaparecían donde se jugaba a las cartas y los
presos lo habían utilizado de vez en cuando. No había basura por cualquier parte,
ni revistas ni libros, sin ropa por el medio, sin envoltorios de chocolate o patatas
ni latas de refresco vacías. Por otra parte, cualquier cosa podría ser un arma en
las circunstancias correctas, y no se esperaba que se respetaran todas las normas.
Edward estaba a medio camino de las escaleras cuando se detuvo, su
razonamiento superior finalmente entrando en acción. ―No quiero ver a nadie.

Ramsey solo le dio un empujoncito y negó con la cabeza. ―Sí, quieres…


―No…

―No es una elección, Edward.


Edward apartó la mirada, todo encajaba en su lugar. ―No les creas. Esto
es mucho ruido y pocas nueces.

―Sigamos caminando, mi hombre.

Ya me encontré con el psiquiatra esta tarde. Le dije que no había nada de


qué preocuparse.
―Para tu información, no estás cualificado para hacer una evaluación de
tu estado mental.

―Sé si soy suicida o no.

―¿Tú crees? ― La mirada de Ramsey fue directa. ―Te encontraron con


un cuchillo.

―Ya se lo dije. Lo recogí en el comedor y lo iba a entregar.

Ramsey agarró el antebrazo de Edward, lo cogió y tiró de la manga de su


uniforme de prisión. ―Lo usaste aquí. Y ese es el problema.

Edward intentó recuperar su extremidad, pero el ayudante no estaba


teniendo ninguna consideración hasta que estuvo preparado para dejarlo ir. Y
bajo las brillantes luces fluorescentes, la cruda herida en su muñeca parecía un
espeluznante grito.

―Mira, haznos un favor a todos, amigo mío, y ven conmigo ahora.

Ramsey movió su mano hacia el codo de Edward dándole un ligero


empujón insistente, estaba claro que el policía estaba dispuesto a coger la
manguera de un bombero si tuviera que hacerlo.

―No soy un suicida― murmuró Edward mientras volvía a agarrarse a la


barandilla y reanudaba su incómodo, descenso arrastrando los pies en sus
zapatillas de prisión. ―Y sea quien sea. No quiero verlos...

En la terraza de Easterly, Lane bajó inmediatamente su pistola, el brillante


láser rojo descendiendo por pecho del hombre y luego desapareciendo cuando el
gatillo fue retirado por completo.
―¡Podría haberte disparado! ¿Qué demonios?

Gary McAdams, jefe de campo, se quitó la gorra y la sostuvo con ambas


manos gastadas por el trabajo. ―Lo siento, Sr. Lane.

A la luz de la luna, la arrugada y bronceada cara del hombre tenía surcos


tan profundos, eran como huellas de neumáticos en el barro, y mientras alisaba
su pelo despeinado, la disculpa estaba en todos sus nerviosos movimientos.
―No molestar, significa no molestar a nadie para que podamos dormir.

Lane fue a meter el arma en la parte baja de su espalda, cuando se dio


cuenta de que solo tenía los calzoncillos puestos. ―No, eres bienvenido en
cualquier lugar de la finca. Simplemente no quiero hacerte un agujero.

―Es que el sistema de filtración de la piscina en la depuradora ha fallado.


Ordené su reparación, pero luego recordé que no había apagado la maldita cosa.
Vine aquí a través de la puerta trasera para apagarlo. Cuando salí, lo vi. ―El
hombre señaló hacia la parte posterior de la casa―. La farola de gas central está
apagada. Me preocupaba que hubiera fugas e iba a entrar para apagar el
contacto.
Efectivamente, había un agujero negro en la alineación de la anticuada
caja de fusibles, como una fila de dientes con un trozo perdido.

Cerrando los ojos, Lane negó con la cabeza. ―Eres demasiado bueno con
nosotros.

Con un gruñido, Gary subió los escalones de piedra y se volvió a poner el


sombrero. ―La casa siempre tiene problemas como este, es demasiado antigua.
Algo siempre va a estar mal. Tengo que estar al tanto de “ella”.
¿Podremos siquiera conservar este lugar? pensó Lane mientras lo seguía.
Por primera vez en la historia de Easterly, la propiedad y la casa tenían
una hipoteca. Afortunadamente, con un amigo de la familia, no con un banco,
pero Sutton Smythe iba a querer su dinero e intereses. ¿Y qué hay de las
reparaciones? Gary tenía razón. ¿Algo siempre necesitaría ser reparado, y si esa
“cosa” era el tejado? ¿El sistema eléctrico? El niño de más de doscientos años,
desde su ¿Fundación?
Pasaría mucho, mucho tiempo antes de que ese tipo de cosas fueran
íntegramente pagadas: no solo se habían agotado los fondos de su madre, sino
Bradford Bourbon Company tenía más de cien millones de dólares de déficit,
incluso después de que Lane pagó los cincuenta millones que su padre había
pedido prestado a Prospect Trust.

Más de cien millones de dólares. Además del agotamiento del fondo de


inversión de su madre.

Era un déficit asombroso, y todo gracias al mal balance de su padre en la


financiación de una tonelada de negocios que tenían dos cosas en común: uno,
estaban todos a nombre de William Baldwine; y dos, no solo tuvieron un bajo
rendimiento, también se hundieron... o ni siquiera existieron.

Lane todavía estaba trabajando para llegar al fondo de todo.

En ese punto, decidió prestar atención cuando Gary subió a la farola,


tomó un destornillador del bolsillo trasero de su mono, y comenzó a trabajar
alrededor de la base del accesorio.

―¿Necesitas algo de luz? ―Preguntó Lane.


―Mucha por aquí.

―Debes comer muchas zanahorias. ―Inclinado contra las tablillas de


Easterly, Lane Se frotó la cara―. Está oscuro como el interior de una calavera.

―Lo puedo manejar.


Mientras Gary soltaba el pesado cristal y la carcasa de bronce de su base,
Lane se enderezó. ―¿Quieres que sostenga eso?

―No, probablemente lo dejes caer.


Lane tuvo que reír. ―¿Es mi incompetencia tan obvia?

―Tú tienes otras habilidades.


―Eso es verdad.

Con una maldición, Lane miró a través del jardín hacia la extensión
oscura del centro de negocios. La reconstrucción de lo que originalmente había
sido los establos lo habían hecho cuando el dinero no había sido ningún
problema, y como resultado, la arquitectura estaba tan perfectamente mezclada
que era difícil decir dónde terminaba la antigüedad y comenzaba lo nuevo.
¿Debajo de ese techo de pizarra? ¿Detrás de esa alineación de puertas francesas,
cada uno de las cuales había sido hecha a mano para que coincidiera con los
originales de la mansión? Había suficientes oficinas para el CEO y el equipo de
alta gerencia de la BBC, además de asistentes, una cocina completa de catering y
también comedores, salones y habitaciones para conferencias formales.

La sede corporativa completa estaba técnicamente en el centro de la


ciudad, pero durante los últimos tres años, todas las decisiones se habían tomado
al otro lado del jardín.
William había mantenido que la reubicación era necesaria para que él
pudiera apoyar a su esposa, que había caído enferma y estaba en cama. La
verdad, sin embargo… que no había salido hasta hace unas dos semanas… era
que el hombre necesitaba privacidad para su malversación. Esa instalación
autónoma, con su personal limitado y muy amplias medidas de seguridad, le
habían permitido el aislamiento para hacer lo que necesitaba y que las
apropiaciones indebidas permanecieran en secreto.
Era el ardid perfecto para protegerse de las miradas indiscretas. Y el
perfecto plan, al menos a corto plazo, para desviar los activos de la BBC a la
propiedad a nombre de William y el control absoluto.

Lástima que el hijo de puta hubiera sido horrible en los negocios: minas
abandonadas en el sur África, malos hoteles al oeste, fracasaron en las
inversiones en comunicaciones y tecnología. El dinero de William había sido una
maldición, al parecer, en cualquier oportunidad de inversión y Lane aún estaba
tratando de aclarar sobre exactamente cuántas entidades fallidas estaban ahí
fuera.
―¿Cómo está la señorita Aurora? ―Preguntó Gary mientras metía los
dedos entre los cables enfocando con la linterna y luego siguió con el
destornillador―. ¿Ella está mejor?
Ah, sí, algo más en lo que Lane no quería pensar.

―No, me temo que no.


―¿Ella va a morir?

Durante los últimos días, cada vez que alguien le hacía esa pregunta, él
siempre respondió con optimismo. Aquí en la oscuridad con Gary, dijo lo que
pensaba la verdad. ―Sí, eso creo.

El jefe de la zona se aclaró la garganta. Dos veces. ―Ella es una buena


mujer.
―Le diré que dijiste eso.

―Haz eso, chico.

―Podrías ir a verla, ¿sabes?

―No. No podría.

Y eso fue todo. Por otra parte, Gary McAdams era de la vieja escuela,
antes de que la gente hablara sobre lo que les molestaba. Él y la señorita Aurora
habían estado trabajando para la familia Bradford desde que eran adolescentes, y
ninguno de ellos se había casado o tenido hijos propios. La finca era su hogar, y
el personal y la familia de la tierra y de la casa era su entidad.

No es que él dijera de nada de eso.


Aun así, la tristeza del hombre era tan tangible como su reserva, y no por
un tiempo, Lane reconoció y respetó la dignidad en esa naturaleza taciturna.

―Me alegra que te quedes aquí―, se escuchó a sí mismo decir. Aunque


él podría hablar sobre los arreglos del funeral de la señorita Aurora para todo
esto no iba a pasarlo bien. ―Y continuaré pagando tu sueldo.

―Creo que el mecanismo aquí está obstruido. Vuelvo por la mañana y


trabajo en ello. Pero al menos ahora no hará contacto, así que no hay peligro de
incendio.

Mientras Gary recogía el farol y lo colocaba en su lugar, Lane se encontró


con un nudo en la garganta. Durante muchos años, la propiedad parecía
funcionar mágicamente por sí misma. Nunca se había preocupado por cómo o
cuánto costaba mantener los jardines en funcionamiento, nunca había pensado en
los precios de la comida o licor para todas las partes, o el seguro de todos los
automóviles, antigüedades y otros activos, o las facturas de calefacción,
electricidad y agua. Él había buceado a través de su vida, flotando en la
superficie en el sol dorado de la riqueza, mientras debajo de él, la gente trabajaba
con un salario mínimo, sobreviviendo, solo para mantener el ritmo habitual que
disfrutó.

La idea de que Gary McAdams se quedara sin su sueldo de cada semana,


le hacía sentir tan bajo como la suela de su zapato.

―Bien, entonces eso es lo que tenemos.


El hombre mayor dio un paso atrás y devolvió su destornillador al bolsillo
de su pantalón.

―Tú, ah... ―Lane agarró su hombro y apretó el dedo allí―. ¿Siempre


llevas uno de esos?

―Un, ¿qué? Destornillador cabeza “Phillips head”.

―Sí

―¿Por qué no lo haría?

Bueno, ahí estaba. ―Buen punto.


Por la esquina del ojo de Lane, un destello de algo en movimiento llamó
su atención. –Espera, ¿qué es eso?

―Nada―, dijo Gary. ― ¿Qué crees que viste?


―Había algo blanco allí. ― Lane apuntó con el láser de la pistola a
través de la terraza que daba al río, donde los cócteles siempre se servían al
atardecer. ―Había... Podría haber jurado que vi a alguien allí con un vestido
blanco...

Dejó que sus palabras se desvanecieran, siendo consciente de que no


sonaba muy cuerdo.
― ¿Crees que has visto un fantasma o aparición?, Preguntó Gary.

El jardinero no parecía particularmente perturbado. Por otra parte, podrías


probablemente dejar caer un automóvil en su pie y él sacaría su destornillador y
desmontaría la maldita cosa pieza por pieza.

Lane se acercó y miró a la vuelta de la esquina de la casa. No había nada


en la terraza que no debería haber estado allí, sin embargo, continuó todo el
camino hasta el borde y el descenso por la montaña. Era una vista impresionante,
tenía que admitir, el río Ohio a lo lejos, facilitando el camino hacia la financiera
del distrito de Charlemont. Contra el horizonte oscuro, las luces centelleantes e
irregularmente espaciadas de rascacielos le hicieron pensar en las burbujas que
se alzan en las copas de champán, y los pocos escasos y aislados coches en las
carreteras entrelazadas eran un testimonio de las horas de sueño del medio oeste.
Inclinándose sobre la pared, miró la vieja escalera que serpenteaba por el
gran terraplén de roca. Easterly se había construido sobre la cima de la colina
más alta de la ciudad, y los cimientos de la mansión habían sido tan grandes que
la parcela de tierra había tenido que ser reforzada y rellenada con cemento y
piedras. Cuando las hojas en las ramas de los árboles estaban frondosas, como lo
estaban ahora en mayo, no se podía apreciar solo cuán precaria era la casa en su
elevada posición, las ramas de hojas gruesas ocultando la verdad. En el invierno,
sin embargo, cuando hacía frío y los árboles desnudos, la peligrosa caída libre
era más clara.
Nadie bajó esos escalones. Y nadie podría haber pasado a través la puerta
con candado abajo por la parte inferior.

Volviendo a la mansión, Lane se preocupó de que estuviera viendo cosas.


Él sabía al menos de un caso de antepasados que volvieron a su antigua casa,
pero esto era una locura.
¿Y, ¿querido Señor, si esa era su pantalla de datos? Las cosas realmente
estaban muy mal, en la mierda.
―Gracias, Gary, ―dijo mientras se acercaba al jardinero.
―¿De qué? Estoy haciendo mi trabajo. ―El tipo se quitó el sombrero y
lo volvió a colocar exactamente en el mismo lugar en su cabeza―. Ve a
descansar un poco, allí. Tú te ves cansado.
―Buen consejo. Muy buen consejo.

No es que tuviera mucha esperanza de poder dormir.


―Y deberías tener algo en mente.

―¿El qué?

―Dios no te da más de lo que puedes manejar. Eso no significa que vaya


a ser divertido, pero te garantizo que Él te conoce mejor que tú mismo.
―Espero que sea cierto.

El trabajador se encogió de hombros y se alejó. ―No importa si esperas o


no. Es verdad. Ya verás.

TRES

La sala de interrogatorios a la que Edward fue llevado era la misma en la


que había estado antes, cuando se había reunido y despedido de su abogado de
oficio. Y como el área común y su celda, los muebles eran de acero inoxidable,
estaban unidos con tornillos, la mesa y las cuatro sillas duras y frías y sin vida.

Tomó asiento frente a la puerta y, mientras relajaba su cuerpo roto, no se


molestó en contener un gemido. Era agradable estar cerca de Ramsey. Mitch lo
había visto en estados peores, así que no había necesidad de esconder nada.

―¿Vas a decirme quién es? ―Rezó para que no fuera Lane. Su hermano
pequeño era la última persona a la que quería ver, a pesar de que amaba al
tipo―. ¿O me vas a hacer adivinar?

―Espera aquí.

―¿Como si me pudiera ir a alguna parte?


El policía se retiró y se oyó un sonido metálico mientras la puerta se
cerraba. Edward enlazó las manos y las puso sobre la mesa. El aire
acondicionado era más intenso aquí, el aire frío cayendo helado, silencioso y
frío, desde el conducto de ventilación sobre su cabeza. Sin embargo, la
temperatura más baja no significaba que fuera fresca. El material todavía olía a
la institución, ese rasgo único del metal, olía a rancio, y sudor.
Por favor, Lane no, pensó.

Su hermano pequeño era su talón de Aquiles, y le preocupaba que Lane lo


estropeara todo. Mientras habían ido creciendo, Edward siempre había tenido el
control… bueno, excepto cuando Maxwell actuaba, y nadie podía tener el
control de eso, ni siquiera Max. Pero Edward siempre había sido la voz de la
autoridad y la razón, y había sido esa venerable tradición lo que había obligado a
Lane a aceptar la realidad de que la muerte de su padre había ocurrido por la
propia mano de Edward y de nadie más.

Y ahora Lane tenía que cuidar de todos.

Después de todo, su madre no estaba en condiciones de lidiar con algo


más estresante que fuera peinarse el pelo y cepillarse los dientes antes de que su
cabeza regresara a su almohada cubierta de seda. Y Gin iba a luchar lo suficiente
con la depreciación de los jets privados a la clase comercial de negocios. ¿Y
Max? De ninguna manera. Ese vagabundo tenía más probabilidades de
abandonar la ciudad en la parte trasera del camión de un extraño que ser un
hombre y tomar las decisiones difíciles que iban a tener que tomarse pronto.

Pero si no era Lane, ¿quién podría ser? Dudaba que fuera el psiquiatra
con el que había explotado Edward antes en la clínica. Tampoco un sacerdote
para la extrema unción, porque, aunque sentía la muerte, no se moría.
Ciertamente, nadie de los establos Rojo y Negro… Moe Brown, podía recorrer
ese lugar con los ojos cerrados.

Quien…

Desde lo más recóndito de su mente, surgió la imagen de una mujer alta y


morena con rasgos clásicos hermosos y la elegancia de la realeza europea.
Sutton… pensó. ¿Vendría a verlo?

Sutton Smythe era su pareja perfecta… y, cuando había estado en la


Bradford Bourbon Company, también su mayor rival en los negocios como
heredera de la Sutton Distillery Corporation. No sólo habían crecido juntos en
Charlemont, sino que después de haber vuelto a trabajar en los negocios de sus
familias, se habían visto en galas de caridad, fiestas privadas y sentado en varias
juntas. Nunca habían estado oficialmente juntos, nunca habían tenido una cita,
nunca habían unido sus vidas de ninguna manera… aunque había habido años de
atracción entre ellos y, más recientemente, dos veces cuando habían hecho el
amor.
Shakespeare, los dos. Las estrellas cruzaron a los amantes que siguieron
destinos diferentes.

Pero él la amaba. Con lo poco que tenía que dar a alguien.


Justo antes de entregarse a la policía, le había dicho a Sutton que no había
futuro para ellos. Lo había matado herirla como lo había hecho, pero debía de
haber visto su detención en las noticias, así que tal vez era ella quien venía a
darle una buena charla. Después de todo, Sutton era del tipo de mujer que
exigiría saber por qué y dónde y cómo, y ella sería muy consciente de que
Ramsey podría seguirla durante horas con el fin de reducir el riesgo de que los
medios de comunicación siempre hambrientos pudieran averiguar si ella venía a
verlo.

Hubo un sonido metálico cuando la puerta se abrió, y por una fracción de


segundo, el corazón de Edward latía tan fuerte que se mareó.

Con un movimiento brusco, se cubrió la muñeca con la mano, a pesar de


que tenía la manga abajo y luego el pesado panel se abrió. Cuando Ramsey
entró, no pudo ver alrededor de sus enormes hombros y el pecho, y Edward puso
sus palmas sobre la mesa y tratando de esconderlas…

―Oh, no, ―murmuró mientras se encogía de nuevo―. No.

Ramsey se hizo a un lado e indicó el camino a seguir… y la joven que


siguió su dirección era como un pony caminando por un prado. Shelby Landis
tenía apenas metro y medio de altura, y entre su rostro sin maquillaje y el cabello
rubio recogido con una goma, parecía apenas legal que pudiera conducir.

―Les dejaré a solas ―murmuró Ramsey mientras empezaba a cerrar la


puerta.

―Por favor no, ―dijo Edward.


―He apagado el equipo de video.

―¡Quiero volver a mi celda! ―Gritó Edward cuando la puerta se abrió y


se volvió a cerrar.

Shelby se quedó donde se había parado, justo en el centro de la


habitación. Tenía la cabeza y los ojos abiertos, y los brazos cruzados bajo su
pecho, su camiseta y sus jeans azules limpios, pero casi tan viejos como ella. La
única cosa cara que tenía era sus botas vaqueras, de cuero con punta de acero.
Aparte de eso, una estantería de ventas en Target estaba a un paso hacia arriba de
su guardarropa. Por otra parte, cuando pasas la vida trabajando con pura sangre,
sobre todo con los sementales, aprendías que todo lo que llevabas iba a necesitar
lavarse todas las noches, y tus pies estaban entre tus puntos más vulnerables
gracias a todos esos cascos.

―Que. ―Edward intentó moverse hacia atrás en su silla, pero la maldita


cosa ofrecía tanta flexibilidad y comodidad como un bloque de cemento―. ¿Y
bien?

La voz de Shelby era tan suave como su cuerpo afilado. ―Sólo quería ver
si estabas bien.
―Estoy bien, es como Navidad todos los días aquí, ahora, si me
disculpas...

―Neb se cortó la cara ayer, en medio de esa tormenta, no pude conseguir


colocarle el cabezal lo suficientemente rápido.

En el silencio que siguió, Edward pensó en una semana antes o más,


cuando Shelby se había presentado en la puerta de la cabaña del Red & Black,
donde se había quedado. Un camión viejo y una carta de su padre muerto para
encontrar un trabajo con Edward Baldwine. La primera no había sido nada
especial, sólo cuatro neumáticos y un caparazón oxidado. La última había sido
una deuda que Edward había tenido que honrar: todo lo que sabía sobre caballos,
lo había aprendido de su padre orgulloso, brillante y alcohólico... ¿Y qué había
conseguido ella?... todo lo que Shelby había aprendido acerca de los hombres
alcohólicos intransigentes ciertamente le había dado una ventaja al tratar con
Edward.
―Mi semental es un idiota ―murmuró―. Por otra parte, También era su
dueño. ¿Moe y tú llamaron al veterinario?

―Quince puntos de sutura. Estoy cubriendo el puesto y todas las cosas.


¿Siempre ha sido así?

―¿Un cabeza hueca con un temperamento, que alterna la arrogancia y el


pánico? ¿Especialmente cuando puede lastimarse a sí mismo? Sí, y ha
empeorado con la edad.

En ese sentido, tal vez él y su semental podrían conseguir celdas


contiguas aquí. Sin duda él apreciaría la compañía, y las eternas tormentas de
primavera eran más difíciles de oír en medio de este edificio en concreto de la
cárcel.

―Los nuevos potros están bien ―dijo Shelby. Les encantan los prados.
Moe y yo los estamos haciendo trotar en los pastos.

Pensó en su inalterable administrador. Un buen chico, jinete de la


verdadera sal de la tierra de Kentucky. ―¿Cómo está Moe?
―Bien.

―¿Cómo está el chico de Moe?

―Bien.

Cuando un rubor le cubrió las mejillas, Edward estaba tan contento de


haberla empujado en la dirección de ese chico, Joey, y lejos de sí mismo. El
hecho de que estuvieras acostumbrado a lidiar con un problema no significaba
que necesitaras dormir con él, y durante un corto espacio de tiempo, Shelby se
había tambaleado al haberse encaprichado de él, sin duda porque el caos le era
familiar.

Y a su vez, se había tambaleado al caer en ella, porque en el sufrimiento


odiaba la soledad.

Cuando ambos se callaron, se sintió tentado a esperar la verdadera razón


por la que había venido a verlo. Sin embargo, a pesar de que no tenía más que
tiempo, no podía soportar el silencio.
―No has conducido hasta aquí en medio de la noche para hablar sobre la
granja. ¿Por qué no me dices que quieres?

Shelby alzó los ojos al techo y el hecho de que parecía estar orando a
Dios no le llenó de feliz anticipación. ¿Tal vez esto era sobre el dinero? La
granja de cría, que había sido iniciada por su tatarabuelo, había sido el último
lugar en el que Edward esperaba terminar su carrera, no sólo era un paso hacia
abajo sino una huida, una caída, un golpe en la cabeza y un desmayo desde el
elevado CEO―buque de la Bradford Bourbon Company. Sin embargo, lo que
había sido sólo el hobby de un hombre rico de sus antepasados había resultado
ser una salvación para él, y había pensado que había dejado la empresa con un
buen respaldo.

―Ahora espera, ―dijo―, si esto es sobre el dinero en la cuenta,


estábamos empezando a obtener beneficio. Y había suficiente dinero en la cuenta
del banco...

―¿Lo siento?
―Efectivo. En la cuenta del banco. Dejé cincuenta mil por lo menos. Y
no tenemos deudas, y las ventas de los caballos…

―¿De qué estás hablando?

Mientras se miraban confundidos, él maldijo. ―¿Entonces no estás aquí


porque la cuenta bancaria se haya quedado seca?

―No.

Eso debería haber sido un alivio. No fue así.

Shelby se aclaró la garganta. Y entonces sus ojos se clavaron en los


suyos. ―Quiero saber por qué le mentiste a la policía.

Lane podría haber vuelto a subir, pero no quería molestar a Lizzie, pues
no había descanso para ellos. Su cerebro era una choza en un tornado, sus
pensamientos se astillaban y se convertían en escombros voladores gracias a
todas las emociones que se filtraban dentro de él, y tanto como le gustaba estar
acostado con su mujer, la idea de estar acostado en la oscuridad, su cuerpo
congelado en deferencia a ella mientras este F5 rabiaba dentro de su cráneo,
parecía un infierno.

Terminó en la cocina.
Al entrar en el oscuro espacio abierto, no se molestó en encender ningún
interruptor de la luz. Había mucha iluminación ambiental desde el patio de atrás,
y los mostradores de acero inoxidable dignos de un restaurante y los aparatos de
grado profesional donde rebotaba el resplandor, haciendo que pareciera que el
crepúsculo se estaba tomando un respiradero dentro, hasta que fuera llamado de
nuevo para cumplir con su deber a la noche siguiente.

El espacio de la cocina estaba dividido en dos mitades, uno para los


banquetes, para cuando tenías una docena de chefs elaborando cientos de
aperitivos, seguidos por platos idénticos servidos con algún rico asado
elegantemente adornados y salteados con exquisita delicadeza, y finalmente un
pequeño ejército de bol en miniatura rellenos de sabrosos postres de crema. El
otro lado era para la cocina de la señorita Aurora, cuando preparaba el desayuno
para los invitados de la casa, servía el almuerzo y hacía cena para cuatro, seis o
doce personas.
Cuántas personas se habían alimentado aquí, se preguntó. Los hoteles
preparados para conferencias probablemente hicieron menos negocios,
especialmente cuando sus padres habían estado en pleno funcionamiento:
Mientras él había estado creciendo, había habido cócteles cada jueves, una cena
formal todos los viernes para al menos veinticuatro personas y luego los sábados
se habían reservado para eventos de gala de trescientas a cuatrocientas personas
para organizaciones benéficas, causas sociales y candidatos políticos. Y luego
habían sido las vacaciones. Y el Derby.

Infierno, en el almuerzo del Derby este año habían servido cóctel de


menta y cóctel de champan o vino espumoso con naranja a más de setecientas
personas antes de que fueran a la pista.

Ahora, sin embargo, multitudes como esa eran parte del pasado de
Easterly. Por un lado, no había dinero para pagarlos. Por otra parte, dado el
hecho de que sólo un puñado de personas había ido para presentar sus
condolencias por su padre, las malas noticias sobre “la bancarrota de Bradford”
claramente habían mantenido lejos a la chusma.

Lo curioso, era ver cómo la gente rica era tan insegura. El escándalo sólo
era bueno si le pasaba a otra persona, y sólo a una distancia prudencial para
convertirse en cotilleo. Solo una pequeña charla y era como si temieran que los
atrapara el virus de la bancarrota.
Lane se acercó a la encimera central y sacó un taburete. Mientras se
sentaba, miró en dirección de la cocina de doce quemadores y recordó el número
de veces que había visto a la señorita Aurora hacer comidas con sus ollas y
sartenes allí. Hasta hoy en día, su idea de comida era su col o berza guisada y
pollo frito y se preguntó cómo iba a vivir sin verlo de nuevo.

Pensó en cuando había llegado a Charlemont hace unas semanas. Había


venido porque uno de los parientes de la señorita Aurora lo había llamado y le
había dicho que su mamá se estaba muriendo. Había sido lo único que podía
haberle hecho volver aquí... y no tenía ni idea de lo que le esperaba.

Por ejemplo, no tenía ni idea de que encontraría al administrador de la


familia muerto por suicidio en su oficina.
Veneno, por los dioses. Como si fuera algo de la corte romana.

La muerte de Rosalinda Freeland había sido el comienzo de todo, el


dominó de las malas noticias que habían hecho caer a todos los demás, del
dinero que faltaba en la Bradford Bourbon Company, la deuda que su padre le
debía a la Compañía de Prospect Trust, del conocimiento de su madre sobre el
hijo no reconocido que Rosalinda había tenido con el padre de Lane. Lane había
estado en una lucha desde entonces, tratando de encontrar el fondo de las
pérdidas, reestructurar la empresa, salvar la casa de su familia, y asumir la
responsabilidad y la carga que todos, incluido él mismo, había asumido que le
pertenecía a su hermano mayor Edward.

Y entonces el cuerpo de su padre había sido encontrado flotando en el río


Ohio.

Todo el mundo, incluida la policía, había asumido que la causa de la


muerte había sido suicidio, sobre todo después de que la autopsia y los informes
médicos habían demostrado que William Baldwine tenía cáncer de pulmón con
metástasis por haber fumado toda su vida. El hombre se estaba muriendo, y esa
realidad, junto con todas las leyes financieras que había incumplido y los fondos
que había desperdiciado, había sido el tipo de cosas por las que cualquiera se
mataría para escapar.
Ah, y también estaba el pequeño detalle incómodo que el tipo había
dejado embarazada a la esposa de Lane.
Pero en realidad, en la lista de los pecados de William, eso era
prácticamente una nota de pie de página.

Sin embargo, el suicidio no había sido la causa. Y un dedo, literalmente,


era lo que había señalado la verdad.

Su Lizzie y su socia horticultora, Greta, habían estado delante de Easterly,


replantando un lecho de hiedra, cuando habían encontrado un trozo de William
Baldwine. Su dedo anular, para ser exactos. Ese descubrimiento había llevado al
departamento de homicidios de Charlemont Metro a la casa, y la investigación
posterior había llevado a la policía fuera del condado, pero no fuera de la
familia.

A Edward en los establos Red & Black.


Lane gimió y se frotó los ojos doloridos al oír la voz de su hermano en la
cabeza: Yo actué solo. Tratarán de decir que tuve ayuda. No fue así.

Tú sabes lo que nuestro padre me hizo. Sabes que hizo que me


secuestraran y torturaran…

Para todos los efectos, William había tratado de asesinar a su propio hijo.
Y eso le proporcionó una intención y un propósito a Edward.

Que esto sea así, Lane. No pelees contra esto. Ya sabes cómo era.
Consiguió lo que se merecía, y no me arrepiento en lo más mínimo.

Sí, el motivo de la venganza estaba claro.

Con una maldición, Lane se acercó y sacó una copia reciente del
Charlemont Courier Journal. Donde había, una foto de Edward saliendo de la
parte trasera de un coche de policía en la cárcel del centro estaba justo en medio
del pliegue de la página.
El artículo de más abajo explicaba exactamente lo que Edward había
dicho a la policía: La noche del asesinato, él había esperado fuera del centro de
negocios hasta que su padre había dejado su oficina. La intención de Edward
había sido enfrentarse al hombre, pero William se había derrumbado antes de
que empezaran a discutir. Cuando quedó claro que el hombre estaba sufriendo
algún tipo de ataque al corazón o ictus, Edward había decidido que en lugar de
marcar el 911, terminara de darle aquello que estuviera sufriendo a nivel
neurológico o lo que fuera.

Un cabrestante le había ayudado a conseguir mover el peso muerto de


noventa kilos a la parte trasera de un camión de los establos Red & Black, y
luego Edward había ido por los solitarios bosques a la orilla del río y torpemente
arrastró al hombre que aún respiraba a través de la maleza. Justo cuando había
estado a punto de empujar a su padre al agua, se había detenido, había vuelto a
buscar un cuchillo. . . y volvió para cortar el dedo. Después de eso, había
empujado a William hacia la abundante corriente por la tormenta y regresó a
Easterly para enterrar el recuerdo horrible en el lecho de hiedra en la parte de
delante como un tributo a su madre y su familia.

Y eso fue todo.


Cuando se descubrió el dedo y la policía se había involucrado, Edward
había intentado ocultar las pruebas borrando las grabaciones de la cámara de
seguridad situadas en el patio trasero. Había sido estúpido por tratar de esconder
sus huellas, sin embargo. Los detectives habían analizado el disco duro del
ordenador desde donde él lo había borrado, entonces fue cuando él confesó.

Lane apartó el periódico.

Así que era donde estaban ahora. El hijo que todo el mundo amaba, en la
cárcel por el asesinato de un hombre que nadie extrañaba.

A medida que se intercambiaban los papeles, se volvía todo más injusto,


pero a veces, ahí era donde la vida te traía. La mala suerte, como con el bien, no
siempre estaban impulsadas por la virtud o el libre albedrío, y era mejor recordar
que estas cosas no eran personales.

De lo contrario, era probable que perdiera la maldita mente.



CUATRO

―¿De qué diablos estás hablando? ―preguntó Edward.

La acústica en la sala de interrogatorios era como la de una ducha, las


paredes limpias y la falta general de mobiliario que proporciona una pista de
pádel, haciendo un eco excepcional para su voz.

Y bien, tal vez su tono sonaba un poco estridente.


Pero siempre era lo mismo con Shelby. Estaba acostumbrada a tratar con
animales grandes e impredecibles como parte de su trabajo diario, y eso
significaba que no se asustaba mucho. Ciertamente, no era una cáscara
paralizada del hombre con quien ella había tenido que lidiar cuando estaba
borracho demasiadas veces para su gusto.
―Quiero saber por qué mentiste a la policía, ―reiteró.

Edward la fulminó con la mirada. ―¿Cómo has venido hasta aquí?

―Conduciendo.

―No es lo que te estoy preguntando. ¿Cómo es que pudiste entrar en esta


cárcel después de ¿medianoche?

―¿Eso es importante?
―Corta con esa mierda. ¿Qué le dijiste a Ramsey?

Se encogió de hombros. ―Dije que necesitaba hablar contigo. Eso fue


todo. Cuando la policía estaba en la cabaña contigo ese día, él me dio su número
de teléfono y dijo que si necesitaba ayuda podía llamarlo. Sabía que no ibas a
contestar a mis llamadas, y yo también sabía que no querrías que nadie me viera
yendo y viniendo. Los reporteros están por todas partes todo el día.
―No mentí a la policía. Todo lo que dije sobre cómo asesiné a mi padre
es la verdad.

―No, no es...´

―Mierda.
―No te atrevas a jurar delante de mí. Sabes que lo odio. Ella se acercó y
se sentó frente a él, como si su maldición significara que podía quitarse los
guantes. ―Les dijiste que te lastimaste el tobillo cuando arrastraste el cuerpo del
camión al río. Dijiste que el doctor Qalbi tuvo que venir a verte por eso.

―Exactamente. Estabas allí cuando me examinó.


―No fue así como te lastimaste. Tropezaste y caíste en el establo. Vi
cuando sucedió, y bien lo sabes. Te ayudé a volver a la casa.

―Estoy muy seguro de que estás recordando mal cómo ocurrió la


lesión...

―No lo estoy.

Edward volvió a intentarlo de otro modo y no consiguió más que cuando


lo intentó la primera vez. ―Mi querida muchacha, me has visto desnudo. Sabes
exactamente cómo... podríamos decir... lo comprometido que estoy. He caído
muchas, muchas veces, y puedo recordarlas todas sólo porque no estabas en ese
bosque conmigo y con ese cuerpo no significa que no me lastimara allí. ¿Qué es
lo que la gente se pregunta acerca de los árboles que caen y no hay nadie
alrededor para escuchar el sonido? Puedo asegurarte, cuando se estrellan, hacen
mucho ruido, aunque nadie les vigile.

―Mentiste.
Él puso los ojos en blanco. ―Si lo hice o, ciertamente no lo hice, ¿qué
importa? Me entregué por asesinar a mi padre. Confesé, les dije que lo hice y
cómo ... y ¿adivina qué? La evidencia me respalda. Así que te puedo asegurar
que no habrá mucho que decir sobre mi tobillo.
―No creo que lo hayas hecho. Y creo que estás mintiendo para cubrir a
alguien más. ―Edward rio sarcásticamente―. ¿Quién murió y te hizo Columbo?
Para tu información, vas a necesitar un nuevo vestuario que incluya un
impermeable y liarte un puro.

―Vi lo borracho que estabas la noche en que lo mataron. Te habías


desmayado. Evidentemente no te encontrabas en condiciones como para estar
conduciendo a ninguna parte, y mucho menos moviendo un cadáver por los
alrededores.

―Siento disentir. Los alcohólicos nos recuperamos muy rápido…


Ninguno de los camiones se movió esa noche. Yo duermo sobre el
Granero B y estaban todos estacionados justo debajo de mi ventana en una fila.
Habría oído el motor arrancar… y, lo que, es más, ¿ese cabrestante del que
hablabas? Estaba roto.

―No, no lo estaba.
―Sí, lo estaba.

―Entonces, ¿cómo lo pude usar para meter el cuerpo de mi padre en el


maldito maletero?

Ella golpeó la mesa. ―No tomes el nombre del Señor en vano...

―Yyyyyyy todavía estamos en eso, ¿verdad? Mira, soy un asesino.


Tengo normas muy bajas de conducta y voy a hacer todo lo que quiera incluso ir
al infierno.
Shelby se inclinó y, cuando sus ojos se enfrentaron con los suyos, deseó
no haberla contratado jamás. ―No eres un asesino.
Fue él quien retiró la mirada. ―Parece que estamos en un callejón sin
salida. Negaré todo lo que estás diciendo y me seguiré con mi historia original
porque eso es lo que sucedió, como sólo tu precioso Dios sabe. La pregunta
entonces parece ser: ¿qué vas a hacer al respecto?

―Cuando ella no respondió, él la miró con indiferencia. ― ¿Y bien?


Mientras bajaba los ojos y retorcía sus manos de trabajo, la tomó como
una batalla ya ganada.

―No hagas esto, Edward. Por favor… Quienquiera que lo haya matado,
se sabrá con el tiempo. No está bien, todo esto no está bien.

―Oh, por Dios, estaba empezando a llorar. Y no de una manera histérica


que podría bloquear, sino como alguien que realmente sentía un profundo dolor
y sintiéndose impotente de impedir una injusticia.

Cristo, le hizo desear que ella saltara alrededor de la habitación y se


desahogara. Tal vez saltar sobre la mesa y gritar.
Shelby…

Cuando se negó a mirarlo y en cambio se frotó la nariz con toda la


elegancia de un perro de caza, se sintió peor. Ella era, había llegado a creer, una
persona honesta, buena gente. No era una de esas mujeres de apariencia falsa
que había pasado tanto tiempo teniendo que socializar en su antigua vida. Shelby
Landis no tenía tiempo para los aires y las emociones que él.

Así que esto era legítimo.

Y también muy incómodo.

Edward miró a la cámara de seguridad que estaba montada en la esquina


más alejada. Cuando el detective Merrimack le interrogó en esta sala, había una
pequeña luz roja parpadeando en medio. Ahora no la había.

Eso era bueno, pensó mientras se inclinaba hacia delante y ponía su mano
sobre el antebrazo de Shelby.

―No está bien. ―Sollozó ella―. Y pasé mucho tiempo alrededor de 'no
está bien' con mi papá. Algo hecho por él, cuando no era honesto.

―Mírame ―le apretó el brazo―. mírame ahora. Si no lo haces, voy a


empezar a tomarlo como algo personal.
Cuando ella solo murmuró algo, él le dio otro apretón. ¿Shelby? Déjame
ver esos ojos.
Finalmente, levantó la cabeza y, maldita sea, deseó no haberla hecho
mirarle. Ese brillo de lágrimas lo golpeó en el pecho.

―¿Qué es lo que realmente te preocupa?, ―Preguntó―. ¿Mmm? ¿Por


qué estás haciendo tanto drama? Moe va a dirigir los establos lo mejor que
pueda, probablemente mejor, y siempre tendrás un trabajo en el Red and Black.
Tienes un joven bueno en tu vida. Escúchame. ―Pasó la mano por la suya―.
Puedes estar tranquila. No te va a volver a faltar de nada, ¿de acuerdo? Ya no
eres huérfana.

―¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué estás mintiendo?

Edward soltó su brazo y sacó sus piernas destrozadas de debajo de la


mesa. Le tomó dos intentos ponerse de pie antes de que los músculos de sus
muslos estuvieran dispuestos a hacer su trabajo y él, joder odiaba el retraso.

―Shelby, necesito que dejes esto. Quiero que salgas de esta cárcel,
vuelvas a los establos, y olvídate de mí y de todas estas tonterías. Este no es tu
problema. No te preocupes por mí.

―Ya has sufrido tanto...


Golpeó la puerta metálica y rezó para que Ramsey estuviera afuera.

Justo cuando se estaba abriendo la puerta, Edward miró por encima de su


hombro. ―Si quieres ayudarme, te alejarás. ¿Me escuchas? Solo vete, Shelby ...
y mientras haces eso, quiero que sepas que tú y yo estamos iguales. Cuando lo
necesitabas, te di un trabajo y un lugar para quedarte, y me debes eso. Así que
estamos en paz y ambos nos moveremos por caminos diferentes.

Cuando los rayos del amanecer superaron los techos de los garajes detrás
de la mansión, Lane seguía sentado en su taburete en la encimera de la señorita
Aurora. No podía sentir su trasero y un músculo de la pantorrilla le dolía como si
tuviera algún coágulo. Sin embargo, se quedó dónde estaba y observó el
resplandor dorado penetrar a través de las ventanas y deslizarse por el suelo de
baldosas impecable.
Gracias a Dios el día por fin había llegado. Algunos obstáculos estaban
en su curso y no tenían nada tangible a su alrededor, y sin embargo eran como
crisoles, y recorriendo su camino a través de esas horas oscuras con nada más
que arrepentimientos de los que nada podía hacer había sido una tortura.
Echó un rápido vistazo al reloj junto al horno del pan y sacudió la cabeza.
En cualquier otro día, la señorita Aurora ya estaría levantada y poniendo bollos
caseros de canela y rollos de nuez en el horno y sacando sus huevos para hacer
tortitas para todos. Allí estaría el café, justo allí, y en el fregadero, habría un
colador lleno de arándanos o fresas. El melón estaría listo para cortar, y las
naranjas preparadas para el zumo, y para cuando la familia estuviera en el
comedor familiar, la primera comida del día estaría lista y preparada en sus
platos y todo sobre la mesa.

Si no había invitados de la noche a la mañana, la señorita Aurora servía


las cosas ella misma. Si había, llamaba a los refuerzos.

Los ojos de Lane miraron a su alrededor, pasando de la despensa a los


armarios, de la cocina a la pila... luego una vez más alrededor de la sección de
catering.

Estaba deambulando. Como alguien que estaba demasiado cansado para


moverse...

Con el ceño fruncido, se deslizó del taburete rodeando la isla de la cocina.


Sobre ella, había un soporte de cuchillos en una tabla de cortar, sus mangos
negros de varios tamaños sobresaliendo, listos para ser agarrados por una mano
experta. Faltaba uno de ellos.

―¿Quién había sido el idiota que puso un cuchillo en el lavavajillas?


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―¿La idea de que alguien había usado uno de los Wüsthofs de su mamá
y luego lo había metido en el lavavajillas con los tazones del desayuno y las
hélices enrejadas? Era francamente un sacrílego. Siempre lavaba sus cuchillos a
mano. Siempre.

Los afilaba ella misma también.


Al abrir la máquina, sacó la rejilla superior y reviso todos los utensilios,
las tazas medidoras... espátula... tazón pequeño. . . tazón pequeño. Colocando
todo de nuevo en su lugar, comprobó el nivel inferior y tampoco encontró nada.
Bueno, al menos no había terminado con el resto de las cosas.

Lane cerró todo y se inclinó sobre la pila. Nada en el hueco. Nada en el


escurridor.

―Maldición.

Con sus sentidos alerta, se dirigió a la sección de catering en el caso


improbable de que las otras dos unidades de lavado de utensilios de cocina se
hubieran usado. Ambos estaban vacíos. Nada en ninguno de las pilas de allí,
tampoco.
En alguna parte de su cerebro, encontrar ese cuchillo faltante equivalía a
salvar la vida de la señorita Aurora. No tenía ninguna lógica, pero intentaba
hacer ese argumento ante su creciente sensación de pánico. Con el corazón
latiendo fuertemente, empezó a abrir los cajones, pasando por todo tipo de
pinzas, mezclando cucharas y cucharones, peladores…

―¿Perdiste algo?

Con una maldición, giró y puso su mano sobre su corazón. ―Oye.


Hola… Buenos días.

Lizzie estaba de pie justo en el centro de la cocina, con los ojos


soñolientos y su cabello rubio despeinado, el cuerpo fuerte y el olor limpio,
como un amanecer dentro de él, trayéndole luz y calor.

―¿Qué estás buscando? ―Dijo con una sonrisa mientras se acercaba a su


encuentro a medio camino.

Cuando se abrazaron, cerró los ojos. ―Nada. No es nada.


―Sí, pensó, sólo el hecho de que estaba convencido que, si el teléfono
sonaba y la señorita Aurora había muerto en ese momento, era porque no podía
encontrar su cuchillo.
Enderezándose, apartó un mechón de su cabello. ―Déjame hacerte el
desayuno.

Ella negó con la cabeza. ―No tengo hambre. ¿Tal vez tomaré un poco de
café? O… No lo sé. Agua.

―¿Estás segura?
―Sí, lo estoy.

Se acercó y se sentó en su taburete. ―¿Has estado aquí mucho tiempo?


―Apoyándose en la encimera se encogió de hombros―. Un poco.

―Tiene sentido. Este es el espacio de la señorita Aurora. Si no puedes


estar con ella, te sentirás mejor estando aquí.
Miró a su alrededor por centésima vez y asintió. ―Tienes razón.

―¿Entonces estás listo para hoy?


Con ambas manos, se frotó la cara hasta que su nariz se agrietó. Quiero
decir, sí y no. Quiero ir a visitarla un poco más. No hay forma de que no vaya a.
… pero es tan difícil verla en esa cama con todas esas máquinas que la
mantienen viva.

―Estaba hablando sobre la incineración de tu padre.

Lane frunció el ceño y bajó las manos. ―¿Es...? oh, demonios Es hoy,
¿verdad? Cuando ella asintió, cerró los puños y deseó poder hacerlos crujir.
Supongo que me he despistado.

Lo que quería decir era que lo último que necesitaba ahora era
desperdiciar ni siquiera una hora con las cenizas de su padre. No había respetado
al hombre en vida. ¿En la muerte? A quién diablos le importaba.
―¿Te pusiste en contacto con algún predicador? ―preguntó Lizzie.

De acuerdo, tuvo que reírse de eso. ―Pensé en ello y decidí que no había
razón para desperdiciar el tiempo de un hombre de Dios. Ese hijo de puta está en
el infierno, donde merece estar...
―¿Eh? Y yo que pensé que estaba en Kentucky.

Al oír la voz masculina, Lane miró por encima del hombro. Jeff Stern, su
viejo compañero de cuarto de la universidad, estaba entrando en la cocina,
parecía tan fresco como una margarita que había estado sin una fuente de agua
durante seis días. En el alféizar de una ventana al sol. Después de que alguien
hubiera jugado a “Me ama, No me ama”, con todos sus pétalos.
Sin embargo, su cabello oscuro estaba húmedo de la ducha, sus grandes
gafas elegantes de ciudad estaban en su lugar, y él llevaba su traje de negocios
uniformado, un botón abierto en el cuello, y las puntas de las solapas estiradas:
un auténtico lobo de Wall Street con look casual. La chaqueta del traje estaba
sobre su brazo y no había corbata a la vista.

―Entonces, chicos y chicas ―dijo Jeff mientras ponía la chaqueta en el


mostrador y miraba el periódico―. ¿Cómo estamos haciendo…? oh, heeeeeey,
bonita foto de mí. Ése es el del informe anual del banco. Me pregunto si tienen
permiso o la robaron.
Abrió la primera página y siguió leyendo moviendo de cabeza. ―Sí, me
gustó ese reportero. Voy a usarla de nuevo cuando tenga que mentir acerca de lo
que realmente está pasando en Bradford Bourbon.

―¿Cómo? ¿Mentiste? ―preguntó Lizzie.

―¿Te vas a poner moralista conmigo? ―Jeff sonrió y dejó el periódico a


un lado―. Estamos en tiempos de guerra. De acuerdo, bien, tal vez debería
haber usado la palabra “mentirijilla”.

Lane se encogió de hombros. ―Él le dijo que el financiamiento fuera de


balance que mi padre hizo fue parte de una estrategia general de diversificación,
que simplemente no salió bien.

―En lugar de malversación directa. ―Jeff fue a la nevera y agarró la


leche―. Aunque me negué a nombrar a ninguna de las compañías, los medios de
comunicación encontrarán algunas de ellas y habrá charlas sobre cómo el
nombre de William Baldwine está en muchos activos fuera de la BBC. No
estamos fuera de peligro en este problema todavía.

―Samuel T. va a manejar todo. ―Lane se tomó la libertad de dirigirse a


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la despensa y obtener el Raisin Bran . ―Estamos creando un fideicomiso para
esos activos y retroactivamente. Todas esas inversiones secundarias van a estar a
nombre de mi madre y habrá disposiciones para que los bancos no puedan venir
buscando a la familia para satisfacer las deudas que surgen de la compra de
dicho capital fuera de la BBC. Hará que la apropiación indebida parezca más
legal si los federales se ponen a investigar… especialmente porque la compañía
es privada y somos los únicos accionistas.
―Cuándo… ―Jeff cogió dos cuencos y dos cucharas. ―Eso sería
cuando los Federales aparezcan. Y ahora también soy accionista, recuerda.

―Correcto. Supongo que te daré un recorte de los diez centavos que mi


padre logró generar... después de que los bancos terminen de pelear por ello.
Juro que el hombre podría recogerlos.

Cuando los dos se colocaron en el mostrador y cambiaron la caja de


cereales por la leche descremada de Dean, Lane podía sentir a Lizzie
mirándolos.
―Sabéis, ―murmuró con una sonrisa―, puedo imaginármelos de
muchachos en la universidad.

―Sí ―continuó Jeff―, conocí a un tipo de Jersey que parecía un pan


excesivamente blanco y terminamos juntos.

―Partido y hecho en el cielo.

Chocaron sus cucharas y volvieron a comer.

Gracias a Dios por Jeff, pensó Lane. El agente de bolsa estaba


solucionando todos los problemas de flujo de caja de la compañía, trabajando
con la junta, que Lane y Jeff habían comprado, y contratado nuevos
vicepresidentes.

Había una posibilidad de que al menos la Bradford Bourbon Company no


fuera a hundirse bajo el mando de Lane. Siempre y cuando Jeff Stern estuviera
en su lugar, tal vez lo superaran.
El tipo era un caballero blanco con brillantes rayas.

CINCO

En las diversas ramas del árbol genealógico de Bradford, había un total


de siete mujeres llamadas Virginia Elizabeth, un fenómeno que resultó de la
práctica sureña deponer el mismo nombre a sus descendientes. Tres de estas V.E.
Como se les conocía en la intimidad, aún vivían: el mayor, que tenía noventa
años, vivía independiente en un edificio alto en el centro de Charlemont y
todavía disfrutaba de juegos de bridge y puntuales almuerzos en el club. Al del
medio le estaba yendo mucho menos bien en sus suntuosos aposentos en
Easterly, aunque teniendo en cuenta todos los medicamentos con receta que
estaba tomando, probablemente era justo decir que “la pequeña” V.E. estaba
también “disfrutando” de ella misma.

Y luego estaba Gin.

La más joven Virginia Elizabeth envidiaba la existencia medicada de su


madre. Ser felizmente inconsciente del terrible estado de las cosas era
probablemente lo mejor y no se enterará nunca en primer lugar de la pérdida de
su fortuna familiar. Después de todo, ¿qué dijeron sobre la realidad? La
perspectiva lo era todo.
Por lo tanto, lo que uno se negaba a reconocer, no existía.
Cuando Gin entró en su cuarto de baño y vestidor, estaba recién salida de
la ducha cubierta con una túnica de seda blanca con un monograma de Frau
Karl, de rosas Druschki que florecían debajo de su ventana. La decoración que
ella había elegido para sus espacios personales era igual: Blanco por todas
partes. Alfombras blancas, sábanas y edredones blancos, cortinas globo blancas
cubriendo las ventanas.
Ella siempre prefirió ese toque de color, el brillo entre el mate, la luna
llena empequeñeciendo a las estrellas menos brillantes y pequeñas, lo miso era
que estuviera en una fiesta, en un avión, en una habitación o descansando.

Y no había sido mucho más fácil de lograr cuando el dinero no había sido
el problema.

Tomando asiento en su mostrador de maquillaje y peluquería, consideró


la exhibición de productos y utensilios profesionales y le agradeció a Dios que
supiera cómo usarlos todos. Ciertamente no tenía los trescientos dólares para
pagarle a esa mujer de piel bronceada y dientes blanqueados de afecto
profesional mal disfrazado para entrar aquí y hacer rodar rizos morenos
alrededor de una varita de trescientos grados. Y aplicar todo eso a Chanel. Y dar
su opinión sobre los trajes para ese día.

¿Qué hora era en primer lugar?

Gin cogió su reloj Piaget y maldijo. Diez y once. Así que ella tenía solo
cuarenta y cinco minutos hasta que tuviera que irse.

Ella prefería una hora y veinte para prepararse.

—¿Dónde está mi anillo de compromiso?

Gin miró hacia el espejo de tres cuerpos, verticalmente iluminado.


Richard Pford, su esposo de apenas unos días, estaba parado detrás de ella, su
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cuerpo vestido de Ichabod Crane en otra variación de su uniforme: el traje
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oscuro de Brooks Brothers , camisa blanca abotonada, corbata del club.

Estaba dispuesta a apostar que salió del útero con esa elegante ropa
soporífera.
—Bienvenido de nuevo, cariño —dijo arrastrando las palabras—. ¿Cómo
estuvo tu viaje de negocios?
—Querrás decir bienvenido a casa.
Gin hizo un espectáculo desenvolviendo la toalla de su cabello, liberando
los rizos de la plancha del pelo sujetando el secador. Ella esperó a que hablara de
nuevo.
—¿Dónde está el anillo…?
Ella pulso el interruptor del secador. Inclinándose sobre la silla y secando
su cabello húmedo con el aire caliente.

Cuando Richard tiró de la cuerda de la pared, ella sonrió a través de


sus rizos.

Volviéndose a levantar, le dio un momento para sorprenderle de lo


hermosa que era: no necesitaba el espejo para mostrarle que su brillante y espeso
cabello se enroscaba en los extremos, y su piel brillaba intensamente, y sus ojos
tenían párpados pesados y gruesas pestañas. Y luego estaba el hecho de que el
cinturón liso de la bata se había aflojado, las solapas bajando abiertas para
mostrar su asombroso escote y delicadas clavículas.

Ella deliberadamente cruzó las piernas, de modo que el dobladillo


se dividió para mostrar sus muslos.

Gin no tenía ningún interés en convertir a este esposo espantapájaros en


el suyo; ella hizo este espectáculo únicamente para recordarle su influencia sobre
él. Richard Pford era un hijo de puta mezquino y de mal genio, pero después de
una infancia en la que fue escogido como el último para los equipos en el
Charlemont Country Day, su cerebro todavía estaba entrenado en patrones que lo
apoyaban creyendo la verdad.

Es decir, que era un perdedor tolerado por la gente popular únicamente


porque su familia era dueña del distribuidor de licores más grande de Estados
Unidos, y porque a los niños les gustaba molestarlo.

Su matrimonio fue una recaudación de fondos para ella y su estilo de


vida, nada más. Y a cambio, Richard la obtuvo, el último trofeo que había
buscado en la escuela secundaria, su boleto, al menos en su propia mente, al
estado que no podía lograr por sí mismo, sin importar cuánto efectivo tuvieran él
y su familia.
Desafortunadamente, el arreglo había tenido algunos costos ocultos para
ella.
Pero no era nada que ella no pudiera soportar...

No podía manejar, se corrigió.


—Lo siento, ¿estabas diciendo algo? —, preguntó en un tono agradable.

—Sabes muy bien que lo era. ¿Dónde está mi anillo?

—Justo aquí en tu dedo donde pertenece, querido—. Sonrió dulcemente y


asintió con la cabeza en su mano. —¿Ves?
—Con una maldición, extendió la mano y la agarró. Con una maldición,
extendió la mano y agarró parte de su cabello. Girándolo en su puño, él forzó su
cabeza hacia un lado, la tensión dolorosa iluminando su cuello y hombro
opuesto.

Chico, ese feo rubor en sus mejillas hundidas no era atractivo.


—No juegues conmigo, Virginia.

Gin sonrió alegremente, la peor parte de ella se deleitaba en la discordia,


ese apetito de destrucción del que se había alimentado durante tanto tiempo
buscando más, más, más conflicto, hasta que uno o ambos se rompieran.

Incluso cuando ella había decidido cambiar, su relación con Richard era
tan deliciosamente familiar y divertida.

—Permíteme recordarte, —dijo ella con voz tensa—, que el último


marido que maltrató a su esposa bajo este techo terminó con su dedo anular
cortado y su cuerpo en el lado equivocado de las cataratas—. ¿Quizás deberías
recordar esto antes de volver a agarrarme?

Richard vaciló. Y ella casi se desilusionó cuando él liberó su mano y dio


un paso atrás. —¿Dónde está?

—¿Por qué lo quieres saber?


—Me he ido por dos días. Se me ocurrió, dada la situación financiera de
tu familia, que podría venderlo y guardar el dinero en efectivo para ir a comprar
otro bolso de Birkin.
—Ya tengo veinte de ese tipo. Incluyendo los de cocodrilo, serpiente y
pitón.

—Si no me dices dónde está ese anillo, voy a sacar el contenido de todos
y cada uno de los cajones, y todos los armarios, en este vestidor hasta que lo
encuentre.

Por un momento, ella se emocionó ante la perspectiva de verlo


destrozando el lugar, todo sonrojado, fuera de control y furioso. Pero luego
recordó que habían tenido que prescindir del servicio, y dado que odiaba las
cosas fuera de lugar, sabía que tendría que ser ella quien lo limpiara todo.

No había forma de que ella fuera su doncella. Nunca.


—Está en el plato de plata entre los lavabos de mi baño. —Conectó el
secador—. Ve a verlo tú mismo.

Cuando se dio vuelta, notó lo holgada que le quedaba la chaqueta, lo


sueltos que estaban los pantalones. No importaba cuánto pagara ese hombre para
que le hiciera ropa nueva, siempre terminaba luciendo como si estuviera usando
los trajes de su padre. En un túnel de aire.
Volvió a encender el secador de pelo, pero mantuvo la cabeza al nivel.
Empujando su pie contra el gabinete debajo del mostrador, giró la silla para
poder verlo en el flanco izquierdo del espejo. Ahora su corazón latía más rápido.
Se había quitado el anillo de compromiso y lo había puesto donde estaba
para que no quedara jabón debajo de la cesta de dientes. Tenía que mantener esa
piedra lo más limpia posible, para ocasiones como esta.

Porque, sí, ella había hecho exactamente lo que él había dicho. Había
sacado la piedra, la había vendido y la había reemplazado por una falsa, aunque
no por un bolso de Birkin.

Por algo mucho más importante que eso.


Richard regresó como un domador de leones. —Póntelo.
O algo por el estilo. Ella no podía escucharlo por encima del ruido.

—¿Qué? —Dijo ella.


Cuando él extendió su mano como si fuera a arrancar el enchufe de
nuevo, ella apagó el secador. No estaba segura de dónde encontrar uno nuevo si
se rompía. O cuánto costaba la maldita cosa.
¿Y cómo podía imaginar alguna vez pensó que esas dos cosas algún día
serían un problema para ella?

—Ponte. Tu. Anillo.

—Ya tengo mi alianza de bodas. —Ella levantó su dedo corazón. Oh, lo


siento.
Mientras ella corregía su “error”, él tomó su muñeca y tiró de su brazo en
un mal ángulo. Forzando el enorme solitario en su dedo, se las arregló para
forzar la sangre amoratando la parte superior de su nudillo.

Ambos permanecieron agitados. La próxima vez que vea que no lo llevas


puesto...

—¿Qué vas a hacer? Ella lo miró con aburrimiento. —¿Golpearme de


nuevo? ¿O peor? Dime, ¿de verdad quieres terminar como un asesino como mi
hermano? No me imagino que Edward esté disfrutando mucho de la cárcel. ¿A
menos que tu objetivo sea, de hecho, encontrarte en las duchas comunales con
un grupo de hombres?

—Me perteneces.

—Mi padre probó esa perspectiva. No funcionó bien para él.

—No soy tu padre.


—Sabes, tu voz es demasiado aguda para impresionar como Darth Vader
y esa línea no te va de todos modos. Aunque tienes razón, él nunca fue un padre,
y tampoco lo serás tú.

Volvió a conectar el secador de pelo y se encontró con los ojos de Richard


constantemente en el espejo. Cuando su boca comenzó a moverse otra vez, ella
sonrió un poco más. —¿Qué? No puedo oírte...

—¿Qué estás haciendo hoy? —Gritó. Sin duda porque necesitaba dejar
que su temperamento saliera tanto como quería ser escuchado.
Gin se tomó un tiempo dulce, permitiéndole sentir el ambiente. Cuando
estuvo bien y preparada, apagó el secador dejándolo a un lado.
Encogiendo el cabello, se encogió de hombros. —Almuerzo en el club.
Manicura. Baños de sol que es más barato que los rayos uva y al diablo con el
cáncer de piel. Seguramente querrás apreciar todo lo que vas a ahorrar en cosas
así.

—Olvidas algo.

—No tu anillo— dijo ella secamente.


Richard se acercó a ella como una tormenta, sus manos ásperas
arrastrándola fuera de la silla y empujándola hacia la alfombra blanca. Ella había
estado esperando esto. Por eso lo había incitado.

A ella no le importaba lo que le hiciera a su cuerpo, y él parecía saberlo.

Por lo tanto, soportarlo de esta manera, era otra forma más de estar
por encima de él, inalcanzable incluso mientras él ponía sus garras sobre ella.

Samuel Theodore Lodge III dejó a la mujer con la que había estado toda
la noche en su cama y caminó desnudo hacia el baño, cerrando las puertas dobles
detrás de él.
No tenía ningún interés en bañarse con ella. Él había terminado sus
energéticas escapadas durante las horas oscuras ciertamente apreciadas y
disfrutadas y eso fue todo. Ella conduciría a su casa y él rechazaría sus
inevitables llamadas telefónicas e invitaciones durante el tiempo que la costara
entender que no había potencial emocional entre ellos. Sin trayectoria para una
relación. Sin esperanza de convertirse en la gran dama de esta elegante mansión
con sus ochocientos acres de tierras de cultivo de Kentucky.

Encendiendo la ducha de seis chorros, miró por encima de la ventana de


ojo de buey por encima de la bañera. El sol estaba bien alto sobre las verdes
colinas onduladas, las líneas entrecruzadas de frondosos árboles que delineaban
las parcelas de cultivo que había dejado sin cultivar. Tal vez cuando se retire de
la ley, dentro de treinta o cuarenta años, una vez más trabajaría desde las buenas
filas de tierra de maíz y los ganchos de soja y plantas de tabaco grandes y de
hojas brillantes.
Por ahora, sin embargo, él estaba resuelto en su destino de seguir el
camino legal bien recorrido de tantos hombres en su largo y orgulloso linaje
sureño.

Mientras bebía suficiente bourbon como para envinagrar su hígado.

Lo cual es otra buena tradición de Kentucky.


Como no era una persona para moverse rápido o sin deliberación, al
menos no cuando estaba sobrio, o casi sobrio, se tomaba su tiempo sin prisa. No
se afeitó hasta después, y cuando lo hizo, lo hizo en su lavabo, usando una
pastilla de jabón, una brocha de cerdas y una navaja de afeitar de punta recta que
afiló en una correa afilador.

Con la cara y el cuerpo limpios, se sintió más despierto al entrar en su


vestidor y sacó una de sus camisas de botones con sus iniciales. A la izquierda,
una hilara de elegantes trajes colgados en tonos tenues de grises, azules y negros,
pero no adustos. Por otro lado, tenía abrigos deportivos y americanas de sport a
rayas de todos los colores del arco iris.

Hoy, él vestía de negro, pero no con una de sus cientos de pajaritas.


No, hoy, la corbata que llevaba también era negra. Al igual que sus
brillantes zapatos y su cinturón de hebilla plateada con su nombre.

De vuelta en su habitación, se dirigió a su muy desordenada cama y le


sonrió a su invitada nocturna. — Buenos días, preciosa.

Usó el término cariñoso porque no podía recordar si ella era Preston o


Peyton. Le había dado el apellido de su abuelo, recordaba eso, pero provenía de
Atlanta, que no era de donde era su gente… así que los detalles de la historia
hacia aguas.
Las pestañas rubio oscuro se levantaron de una suave mejilla y unos
brillantes ojos azules se abrieron. —Buenos días, amable señor.
Su acento era suave como un té dulce, y tan agradable como cuando ella
había estado jadeando su nombre en su oído.

La mujer se fue hacia un lado y estratégicamente retiró las sábanas


con su bien cuidado dedo del pie. Su cuerpo era tan flexible y bien esculpido
como cualquier yegua de pura sangre, y él imaginaba que sería una buena pareja
para él de muchas maneras. Él podría proporcionarle el nombre de Lodge, así
como también hijos e hijas para llevar a cabo las tradiciones tan importantes para
sus dos familias. Ella envejecería de manera apropiada y se metería en su cama
solo cuando fuera necesario, reconociendo que la mejor cirugía plástica era la
que nunca se había notado. Ella se uniría a la gala comités de Steeplehill Downs,
el Museo de Arte de Charlemont y el Teatro de Actores de Charlemont. Más
tarde, cuando sus hijos se fueran a U.Va., su alma mater, los dos viajarían por el
mundo, pasarían el invierno en Palm Beach y el verano en Roaring Gap.

Él sería fiel a ella siempre en Charlemont, y también donde tenían casas


de vacaciones, sus indiscreciones serían discretas y nunca se hablaría de ellas.
Ella sería completamente monógama para él, reconociendo que su valor estaba
tanto en la apariencia como en la realidad de su virtud. La respetaría,
sinceramente, como la madre de sus hijos, pero él nunca buscaría su opinión
sobre nada relacionado con su dinero, sus negocios o sus planes sobre sus casas,
facturas o compras importantes. Ella se resentiría con el tiempo, pero se
resignaría a su papel, disfrutando de los mejores grupos de mujeres con su status,
diamantes, y criando a sus hijos, todo eso de la superioridad ocurriendo en
entornos sociales que eran fotografiados por Vanity Fair y Vogue.

Moriría primero, ya sea por cáncer de garganta o lengua debido a su


hábito de fumar, o al volante de su Jaguar vintage, o tal vez por un hígado
cirrótico. Se sentiría aliviada y nunca más volvería a casarse; su decisión de
seguir siendo viuda no se debería a su lealtad sino a que perdería el derecho de
su vida en la granja y en las otras casas, así como a disfrutar del interés en las
acciones. Y dinero que dejaría en fideicomiso a sus hijos. En sus últimos años,
ella disfrutaría de su libertad y la compañía de sus nietos, hasta que muriera en
esta misma habitación, dentro de unos cincuenta años, con una enfermera
privada a su lado.
No es una mala vida para ninguno de los dos, teniendo en cuenta todas las
demás variaciones de la condición humana en las que uno podría quedarse
atrapado en virtud de la lotería genética. Y tal vez se ofreciera voluntariamente
para ese proyecto, tal vez cuando la necesidad de procrear finalmente le
pareciera una prioridad, algo que no había tenido hasta ahora.

¿Pero hasta entonces?


—Lo siento mucho…Peyton… Preston… ¿o era Prescott? …pero tengo
que irme, estaré todo el día fuera. Mi capataz y la gente de limpieza estarán aquí,
y no creo que sea apropiado para ti estar con este tipo de actividades hogareñas a
tu alrededor.

Se estiró de nuevo, y si su objetivo era la tentación, temía que se estuviera


quedando muy corta. Habiendo tenido todo eso, no había nada más que
conquistar y poco con lo que realmente conectar.

Y cuando él no respondió como sin duda había esperado, es decir,


metiéndose él mismo entre sus piernas, hizo un puchero. —¿A dónde vas con
todo ese negro? ¿Un funeral?

—Nada de eso. —Se acercó a ella y se inclinó, rozando sus labios con
su…— Vamos, vamos a vestirnos.

—¿Pensé que me preferías desnuda? —Ella se lamió la boca con la punta


de su rosada lengua—. Eso es lo que me dijiste anoche.

Samuel T. echó un vistazo a su reloj para evitar decirle que no recordaba


muchos de los detalles después de las once de la noche. Quizás desde las diez y
media

—¿Dónde está tu vestido? —Preguntó.

—Abajo. En el sofá rojo.

—Iré a buscarlo. Junto con todo lo demás.


—No llevaba bragas

Ahora, que lo recordaba. . . de cuando habían tenido sexo en el


Charlemont La sala de baile del Country Club alrededor de las ocho. La fiesta en
la que ambos habían estado, una reunión para celebrar las nupcias inminentes de
uno de sus hermanos de la fraternidad, había progresado desde donde estaba la
barbacoa hasta la piscina. Había sido él mismo, cincuenta de sus hermanos, y
luego Prescott… Peyton… ¿o había sido Peabody?... y un número de otras tres
que fueron hermanas de la hermandad de la novia.

Su típica noche de mayo, el tipo de cosa tan adorable y fácil de olvidar


como ella.
Tendría suerte si recordaba alguna característica de cualquiera mientras se
alejaba de su granja.

—Vuelvo enseguida, —dijo—. Levántate, querida. El día no tiene mucho


tiempo y nosotros tampoco.

Cuando regresó con su vestido de Stella McCartney y sus Louboutins, se


sintió aliviado de encontrarla fuera de la cama, y tuvo que admitir que ella
ofrecía una visión muy distinta al estar de pie junto a la ventana, en un lado de la
chimenea, exhibiendo su espectacular trasero.
Con las manos en las caderas y la cabeza inclinada hacia un lado, estaba
dispuesto a apostar que estaba tratando de averiguar exactamente cuánto de lo
que estaba a la vista le pertenecía.

—Tan lejos como la vista puede ver —dijo secamente—. En todas las
direcciones
Ella se giró y sonrió. Todo lo que tienes, entonces.

—Mi padre y mi madre son dueños de los mil acres al este. —Cuando sus
ojos se abrieron, simplemente se encogió de hombros—. Solo tengo esta parcela
más pequeña.

—No tenía idea de que había tanta tierra en Kentucky.

—¿Quién dijo algo de eso? —De alguna manera, no pensaba citar el


estudio que sugería que la inteligencia se transmitía a los niños a través de las
del lado de la materno… y tal vez ella podría estar preocupada en ese punto…
pero no iba a ayudar mucho.

—Toma. —Él le tendió sus cosas—. Realmente debo irme.


—¿Me llamarás? —Ella frunció el ceño—. Puse mi número en tu
teléfono, ¿Recuerdas?

—Por supuesto que sí. Te llamaré. —Era una mentira que él había
utilizado muchas veces, particularmente en estas situaciones que requerían
medidas extremas—. Te esperaré abajo. En el porche.

Girando sobre sus talones, salió y cerró la puerta suavemente detrás de él.
Cuando llegó al primer piso, entró en su estudio y llenó el maletín de cuarenta
años de su tío abuelo con archivos y notas. El contenido era solo para disimular,
sin embargo. A dónde iba después, el trabajo sería lo último en su mente.

Estaba terminando de cerrar el vieja maletín de cuero cuando sus dedos


perdieron la destreza y las gastadas hebillas de bronce se volvieron demasiado
para él.

Bajando la cabeza, cerró los ojos. En menos de una hora, él iba a verla, y
no estaba listo. No estaba preparado.
Ni lo suficientemente sobrio ni lo suficientemente borracho.

Gin Baldwine era el tipo de mujer que, si él iba a estar en su presencia,


tenía que estar completamente consciente de sí mismo o totalmente anulado. La
mitad del camino no era una opción.

De hecho, con él y Gin, siempre había habido extremos en todo, gran


amor, gran odio, gran alegría, gran dolor.

El suyo no era un romance sino una colisión que continuaba sucediendo y


otra vez.

Con una prisa familiar, todo tipo de recuerdos cristalinos volvieron


a él, y cuando la embestida golpeó, reflexionó que quizás no era el alcohol el que
había oscurecido su mente a los eventos de la noche anterior con esa mujer con
el nombre P. Cuando se trataba de Gin Baldwine, por ejemplo, podía revivir
innumerables situaciones de mayor duración y sobrepasar la intensidad con la
minuciosidad de un artículo del New York Times.

Oh Gin
8
O, como a veces había pensado en ella, el Gin Reaper .
La más pequeña Virginia Elizabeths de la familia Bradford era la espina
en su costado, la flecha en el centro de su objetivo, la bomba colocada debajo de
su coche. Ella era lo opuesto a esa hermosa mujer de arriba: no era monógama,
nunca fue fácil, y no le importaba si la llamabas.
Gin era tan predecible como un caballo sin domar bajo la silla de montar
por primera vez.

En medio de la recreación de una batalla de la Guerra Civil.

Con una piedra en una pezuña y un tábano mordiendo su trasero.


Las cosas entre los dos habían sido una competencia épica desde que se
habían juntado cuando eran adolescentes. Sin pedir cuartel, sin dar cuartel nada
más que un flujo constante de ojo por ojo que había dejado a todos los que los
rodeaban en ruinas mientras ellos seguían luchando.

Habían usado a tantos otros sin piedad en su juego. Habían pisoteado


innumerables corazones más genuinos que los suyos en el proceso.
Al menos hasta que Gin…

Querido Señor, nunca pensó que ella realmente se casaría con nadie,
excepto con él, por supuesto.

Sin embargo, Gin había caminado por el pasillo con Richard Pford.

Bueno, se presentó frente a un juez con otro hombre, en cualquier caso.


Entonces ahora estaba hecho.

Samuel T. pensó en que ella le suplicó que se convirtiera en su esposo.


Ella había acudido primero a él, y él lo había descartado como la más reciente
encarnación de su legado del caos. Pero Gin había hablado en serio, al menos
sobre el tema del matrimonio. Quien cumpliera ese rol evidentemente no era
importante…

No, eso no era cierto. ¿El hecho de que ella había elegido a Pford en
medio de la bancarrota de su familia? Habla de lógica irrefutable. El valor neto
de Richard hizo que la propia fortuna de Samuel T. pareciera el dinero del
almuerzo para un niño de la escuela infantil, y eso fue incluso, como decían,
antes de que la gente de la familia Pford comenzara a morir por el chico.
Sin embargo, Gin estaba pagando un alto precio por toda esa “seguridad”.
Cierto, nunca más tendría que preocuparse por el dinero.

Pero Samuel T. pensó en su magullado cuello. Los huecos en los que se


habían convertido sus ojos. El hecho de que ella había pasado de ser una vela
romana a una cerilla apenas encendida.

¿La idea de ese hombre lastimándola?

Bueno, eso solo hacía que un tipo quisiera ir a buscar un arma, ¿No?
Abriendo los ojos, trató de recordar lo que estaba haciendo y dónde
estaba. Ah bien. En su estudio, guardando el trabajo que no iba a hacer, antes de
irse a un funeral que no era un funeral para un hombre que nadie lloraba.

Sólo otro día en la vida.

Dirigiéndose a la base de las escaleras, miró su reloj y llamó al segundo


piso. —¡Vamos, mi amor!

Si tenía que hacerlo, estaba preparado para cargar a la mujer sobre su


hombro y dejarla en la acera. Lo cual no era como sugerir que ella era basura.
Más como un ramo de flores mal entregado que tuvo que pasar a su destinatario
legítimo.

—¡Vamos! —Gritó.

Mientras esperaba a que la mujer bajara, no podía decidir si quería ver a


Gin, o estaba desesperado por evitarla. De cualquier manera, no podía negar que
él rezaba para que ella lo llamara pidiendo ayuda.
Antes de que sucediera algo con Pford, no había vuelta atrás.

SEIS

Cuando Sutton Smythe se agarró a las ásperas barandillas del porche del
compartimiento, tomó otra inhalación profunda del bosque. La vista que tenía
ante sí era clásica en el este de Kentucky, la meseta Cumberland de los Montes
Apalaches, ofreciendo un terreno accidentado de árboles de hoja perenne
estoicos y frondosos arces, altos acantilados rocosos y bajos ríos fluyendo.

Este era un paraíso divino, donde el aire estaba limpio, el cielo era tan
grande como la tierra, y podías dejar atrás los problemas de tu ciudad.

O al menos uno sentía que seguramente tales problemas se desvanecerían


frente a la luz del sol y la naturaleza de este retiro en el campamento de verano.

—Hare algo de café.

Cuando Dagney Boone habló detrás de ella, cerró los ojos brevemente.
Sin embargo, cuando se dio la vuelta desde la vista, tenía una sonrisa en su
rostro. El hombre merecía el esfuerzo. A pesar de que había dejado claro que se
sentía atraído por ella, y quería iniciar una relación, se contentó con ser su
amigo durante el tiempo que fuera necesario.
Incluso si eso era para siempre.
Dios, ¿por qué no podría ella simplemente abrirle su corazón? Era
apuesto e inteligente, un viudo que no se dejaba engañar y que cuidaba de sus
tres hijos, lloraba a su esposa muerta y se comportaba con honor y compromiso
en su trabajo.

—Eres un caballero.
Dagney le tendió la pesada jarra, sus ojos cálidos y firmes. —De la forma
en que dijiste que te gustaba. Dos de azúcar, sin crema.

Para evitar mirarlo, Sutton aparentó inhalar el fragante vapor.—Perfecto

Las tablas del porche crujieron cuando él se acercó y se sentó en el


columpio en el otro extremo. Retrocediendo, pateó con su bota de caza, las
cadenas emitieron un dulce sonido de repique mientras oscilaba hacia adelante y
hacia atrás.
Mientras la miraba, ella volvió a concentrarse en la vista, apoyándose
contra un soporte vertical y cruzando un pie sobre el otro.

—Has hecho algo histórico. —Murmuró él.


—No realmente.

—¿Regalar treinta mil acres al estado? ¿Salvar estas cuatro cumbres de


las compañías de carbón? ¿Permitir que las familias que han estado aquí durante
siete generaciones permanezcan en su tierra? Yo diría que es muy histórico.

—Haría cualquier cosa por mi padre.

Mientras pensaba en el hombre que amaba tanto, que una vez fue una
fuerza alta y majestuosa de la naturaleza ahora paralizada y en silla de ruedas a
causa de la enfermedad de Parkinson, su tristeza la abrumaba. Por otra parte, la
depresión no había tardado mucho en aparecer. En los últimos días, todo lo que
había conocido era tristeza, y aunque la experiencia le había enseñado que
cualquier luna o estrella en su apestoso cuadrante inevitablemente podría ocurrir
en la vida de otra persona, era difícil pensar que alguna vez volvería a sentir
felicidad.

Y así, sí, para tratar de alejarse de sí misma, había hecho este viaje con
Dagney, los dos haciendo el viaje de tres horas desde Charlemont con una cena
llena y desayuno, y todo tipo de límites, emocionales y físico, en su lugar. Había
esperado poder aclarar su mente pensando en un principio que la distancia
geográfica a veces ayudaba, y no solo en el tiempo que duraba el viaje. Estas
cabañas de caza, aisladas en la montaña y mantenidas por una de las familias
rurales a las que se había acercado principalmente, estaban tan alejadas de su
vida de lujo como se podía conseguir: no había electricidad, casi nada de agua
corriente y no podría traerlo mientras dormía.
—No llores antes de que se vaya, Sutton.

Fue un shock, pero no una sorpresa, que ella pensara primero en Edward
Baldwine.

Y mientras ella desviaba el tema de lo que realmente pensaba, era algo


que ella era solía hacer muy bien. —Lo sé. Está muy bien. Mi padre todavía está
muy vivo. Sin embargo, es tan difícil.
—Lo entiendo, créanme. Pero ya sabes, cuando mi esposa estaba. . .
llegando al final de su enfermedad, perdí tanto tiempo tratando de prepararme
para lo que sería cuando ella no estuviera. Seguí tratando de anticipar cómo me
iba a sentir, qué iban a necesitar mis hijos de mí, si iba a poder funcionar o no.

—Y fue totalmente inútil, ¿verdad? —Cuando él no dijo nada, ella lo


miró y le dijo—: Puedes ser honesto

—La realidad. . . era mucho peor de lo que había imaginado ni siquiera


debería haberme molestado. La cuestión es como si te obligaran a tirarte al agua
helada, sumergir el pie en lo material y tratar de extrapolar esa sensación en todo
el cuerpo.
—Absurdo.

—Sí. —Dagney se encogió de hombros y sonrió en su propia taza—.


Probablemente debería dejar de hablar sobre esto. El viaje de cada una es el
suyo.

Girando hacia él, se sorprendió de lo atractivo que era. Y qué sencillo.


Qué confiable y sin dramatismos.

Lástima que su corazón había elegido otro.


—Gracias por la noche pasada. —dijo torpemente—. Ya sabes, por no…

—No vine aquí para tener sexo. —Él sonrió de nuevo—. Sé dónde estás
parada. Pero como te dije antes, si quieres que sea el comodín de Edward
Baldwine, estoy más que feliz de desempeñar ese papel.

Su tono fue gentil, su cara y cuerpo relajado, sus ojos claros.


Quizás pueda llegar allí, pensó. Tal vez con él, en algún momento en el
futuro, pueda llegar allí.

—Eres un hombre tan bueno. —Ni siquiera intentó disimular el lamento


de su voz—. Yo realmente deseo…

Con un ligero impulso, bajó del columpio y se acercó. De pie frente a


ella, la miró a los ojos. —No intentes forzar nada. No voy a ninguna parte.
Tengo hijos que cuidar y un gran trabajo, y sinceramente, eres la primera mujer
que ha llamado mi atención en los cuatro años desde que murió mi Marilyn. Así
que realmente no tienes mucha competencia.

Sutton susurró un poco. —Eres un príncipe.

—No es mi título y bueno tú lo sabes. —Le guiñó un ojo—. Y me


incomoda la idea de las monarquías. Las democracias son el único camino a
seguir
Inclinándose, ella lo besó en la mejilla. Mirando a través de ella, dijo:
Dime algo. ¿En realidad dónde te gustaría en estar ahora?

—En ninguna parte.

—De acuerdo, ahora tengo otra pregunta. ¿Te estás mintiendo a ti o a mí?

Sutton sacudió la cabeza tristemente.


—¿Es tan obvio? —Puso su mano sobre su antebrazo—. Y no me refiero
a ninguna ofensa.
—No importa. Especialmente si me dices la verdad

—Bueno, hoy hay un evento en Charlemont por el que estoy destrozado.


—¿Es la audiencia sobre el desarrollo de Cannery Row?

—Ah no. Es algo privado en realidad.


—¿Podemos regresar ahora?

—Es demasiado tarde. Pero gracias…


9
El sonido de un quad que se acercaba a través de los árboles hizo que
ambos se volvieran, y un segundo después, un anciano vestido con un atuendo
de caza, con una escopeta sujeta a la espalda, se dirigió hacia el claro. Con un
áspero saco en su regazo y su rostro bien alineado, era todo un hombre de las
montañas, alguien que había nacido y vivía de estas duras colinas durante las
seis o siete décadas que había estado viva. De hecho, fue difícil determinar la
edad del Señor Harman. Pudo haber tenido cincuenta u ochenta años. Sin
embargo, lo que Sutton sabía con certeza era que había estado casado con la
misma mujer desde los dieciséis años y ella tenía catorce años, y que habían
tenido once hijos, de los cuales ocho habían sobrevivido hasta la edad adulta.
Por ahora, él era un tátara tátara abuelo.

Mientas bajaba de su máquina, Sutton saludó. —Señor. Harman, ¿cómo


está?
Mientras se acercaba a los escalones de la parte de abajo del porche, vio
que Dagney se volvía hacia un lado y negaba con la cabeza. Luego se unió a ella.

El señor Harman entrecerró los ojos mientras miraba al otro hombre


como si se estuviera preguntando cuánto le tomaría hacerle la taxidermia el tipo.
—Mi esposa te hizo el desayuno.

—Señor. Harman, este es mi amigo, Dagney. Dagney, este es William


Harman.

Dagney le ofreció su mano. —Señor, encantado de conocerlo.

—No nos quedamos juntos —dijo Sutton rápidamente—. Yo estoy en


esta cabaña, él está en la otra, justo allí.

—Le preparé el café en este momento, —explicó Dagney mientras


claramente sostenía la taza—. Pero eso es todo. Fui a mi litera cuando oscureció
a las diez. Lo juro por el alma de mi esposa que descanse en paz.

El señor Harman los examinó durante un largo momento. Luego asintió


una vez como si lo aprobara. —No convivimos en nuestra tierra.
Eso fuera de toda duda, el Sr. Harman declinó lo que Dagney le estaba
ofreciendo, y luego le entregó el saco. Con un golpe de su dedo nudoso, dijo: —
Galletas recién hechas. Salchicha de venado, Té dulce.

—Gracias. —dijo Sutton.

El Sr. Harman gruñó. —¿Tienes tiempo para venir a ver al nuevo bebé?
—En realidad, volvemos ya a Charlemont, —dijo Dagney—. Sutton tiene
que ir a un sitio importante y necesita estar allí pronto.

—Oh eso no es….

—A usted lo conozco de alguna parte. —El señor Harman cruzó los


brazos sobre el pecho y miró a Dagney—. ¿De dónde es?

—Soy el gobernador de nuestra Comunidad, señor. —Cuando los ojos del


Sr. Harman se abrieron de par en par, Dagney imitó la postura del hombre
exactamente, uniendo sus brazos y apoyándose en los tacones de sus botas. —Y
sabe, me gustaría volver y conocer a su familia, escuchar lo que piensan, hablar
con ustedes sobre cómo puedo ayudar

El señor Harman se quitó la gorra. —Yo no voté por usted.

—Está bien. Mucha gente por aquí no lo hizo

—¿Es verdad que es de la gente de Daniel Boone?

—Sí señor.

—Deben tener algo en común entonces.


—¿Qué tal si nos ponemos al día hablando alguna vez?

Mientras Sutton miraba hacia adelante y hacia atrás entre los dos
hombres, descubrió que le gustaba Dagney aún más. Aquí estaba, uno de los
hombres más ricos y poderosos del estado, y nunca lo hubiera imaginado.

—Sip, puede volver. —Dijo el Sr. Harman—. Pero solo con la señorita
Sutton. —A mi esposa no le gustan los forasteros.
—A Aggie le gusto, —le respondió Sutton.

—Usted no es una extraña. —El señor Harman se volvió a poner la gorra


y asintió como si eso fuera todo—. Ya sabes dónde encontrarnos. Tengan
cuidado en el viaje de vuelta.

El hombre se fue con el mismo sigilo con el que había llegado,


descendiendo por el sendero en su Quad, desapareciendo por el camino de la
montaña.

Dagney miró por encima. —Estoy bastante seguro de que me hubiera


disparado si hubiera dormido en tu cabaña, haya ocurrido algo o no.
Sutton asintió. —El señor Harman es muy chapado a la antigua, y
también es bueno con una pistola.

Dagney levantó el saco. —Comeremos durante el camino a casa.

—Oh, escucha, no tenemos que irnos. Es un largo viaje ...

—¿Quién dijo que conduciríamos? —Dagney silbó y el par de policías


estatales que eran su escolta salieron por detrás de la cabaña. Muchachos,
haremos que la Señora Smythe regrese a la ciudad ahora. Llame con anticipación
y dígales que tengan el helicóptero en Southfork Regional. Lo interceptaremos
en treinta minutos.

—Roger a eso Gobernador.

—Gracias, chicos.
Cuando Dagney dio media vuelta, Sutton negó con la cabeza. —No tienes
que hacer esto.
—Oye, si no puedes impresionar a una chica con las ventajas de la
oficina, ¿de qué sirven? Además, tengo alrededor de quince personas en
Charlemont que han querido reunirse conmigo durante las últimas dos semanas.
Organizaré las reuniones en el camino, así que esto es un asunto oficial.

—No estoy segura de qué decir. Además de que realmente no es


necesario.
Dagney se inclinó y habló como si estuviera compartiendo un secreto.—
Creo que viniste aquí para escapar y no funcionó. Sigues mirando esas colinas
como si estuvieras tratando de convencerte de que hiciste lo correcto y, a veces,
es mejor y más eficiente ceder y hacer lo que tienes que hacer.

—¿Qué pasa si es lo incorrecto, sin embargo?

—¿Cuándo fue la última vez que te desviaste del camino escuchando tu


corazón? Y no te preocupes porque hieras mis sentimientos. Lo he pasado
mucho peor y todavía estoy de pie. Además, lo pasé muy bien conduciendo hasta
aquí contigo anoche y la observación de las estrellas fue fenomenal. ¿Cuántas
estrellas fugaces vimos? ¿Veinte? ¿Veinticinco?
Maldita sea, pensó Sutton mientras esperaba su inevitable resignación.

¿Por qué no podría ella estar enamorada de este hombre?

De vuelta en Easterly, Lizzie dejó la suite de Lane y ella y se dirigió a la


escalera del personal en la parte trasera de la mansión. A medida que avanzaba,
se aseguró de que su vestido negro de turno estaba en el lugar correcto sobre sus
hombros. El número de Talbots no era nada que usara o que llevara
habitualmente: cuando estaba en el trabajo como horticultora y paisajista de la
familia Bradford, vestía su uniforme de pantalón marrón y un polo con el
emblema de la finca en él. ¿Fuera del trabajo? Los jeans azules, las camisetas y
las zapatillas deportivas estaban bien.

Sin embargo, necesitaba vestirse adecuadamente para un funeral, o no


parecería formal, y ella había conseguido este vestido en una tienda de segunda
mano en la pequeña ciudad de su granja en Indiana. Solo el cielo sabía cómo
había llegado hasta allí. El estante lleno de coloridos vestidos usados, pero por
veinte dólares, ella había tapado un gran agujero en su armario y estaba
totalmente dispuesta a pasar por alto que la cosa le quedaba un poco apretada en
la parte superior.
Mientras recorría el pasillo, tomó nota mental sobre pasar la aspiradora,
quitar el polvo y...
La ola de náuseas la atacó desde atrás, saliendo furtivamente de la nada y
enviando al mundo un giro inseguro que la hizo extender una mano para
sostenerse a sí misma.

Con una mirada frenética sobre su hombro, pensó, No, no le daba tiempo
a regresar a su habitación.
Corriendo hacia adelante, abrió de par en par la primera puerta que
encontró, atravesó una habitación libre y se metió en un baño de mármol color
melocotón.

Golpeó el suelo con tanta fuerza que se lastimó las rodillas, y luego casi
la atrapó por la barbilla cuando abrió la tapa del inodoro y se rindió a los nauseas
secas.

No salió nada. Lo cual tenía sentido porque la última vez que había
comido había sido en la cena la noche anterior. O espera. . . ella también se había
sentido enferma. ¿Había sido el almuerzo? ¿En el hospital?

Cuando se sentó y se hundió en la fría pared, pensó: Genial. La gripe


estomacal.

Justo lo que ella necesitaba en este momento. Tenía que ir con Lane para
el cementerio en, digamos, diez minutos, y no estaba segura de cómo llegaría al
coche, y mucho menos a través de cualquier ceremonia… o no ceremonia… que
se llevaría a cabo en relación con las cenizas de su padre.

Tomando una respiración profunda, ella levantó la cabeza, miró a su


alrededor… y maldijo.

Oh vamos…

¿De todos los baños de un dormitorio que podría haber elegido? ¿De
Verdad? ¿El de Chantal?

La anterior familia anterior de Lane, la ex esposa de Lane, era el último


lugar al que quería volver. Y está bien, sí, claro, bueno, habían ocurrido tantas
cosas que ya no era parte de sus vidas en ese aspecto realmente no debería
haberle importado de ninguna manera. A raíz de la partida de esa mujer de la
casa, este lujoso arsenal de fontanería no era diferente de los otros quince o
veinte baños en la mansión: elegante, bien equipado y, como la mayoría de los
demás, libre.
Pero a Lizzie realmente no le gustaba pensar en el inminente divorcio de
Lane. O en esa odiosa mujer.

Mientras esperaba a ver si su estómago iba a volver a revolverse, pensó


en todo el esfuerzo que ella y Lane habían hecho para sacar las cosas de Chantal,
mientras que la mujer se había quedado al margen agitando los brazos y
pateando el suelo. Claramente, ha sido una de las primeras experiencias de
aprendizaje sobre las consecuencias de una vida muy privilegiada.

Engaña a tu marido con su padre + quédate embarazada = Desalojo

Las matemáticas eran muy simples.


Poniendo las rodillas en alto, Lizzie balanceó sus brazos sobre ellas y
dejó que sus dedos colgaran. Respirando lenta y uniformemente, ella trató de
razonar con lo que sucedía con su diafragma. Y ya sabes, los recuerdos de toda
la morralla de Chantal fueron muuuy útiles.

Esa elegante mujer rubia con su pedigrí de Virginia y su derecho a casarse


fue la razón por la que Lane y Lizzie se separaron hace dos años, y por lo qué…
terminaron juntos.
Bueno, en realidad, habían sido dos rupturas y dos reconciliaciones,
pensó Lizzie, pero sin duda la mayoría, si no todo, de la fealdad entre ellos había
sido por culpa de Chantal. Qué fue lo que siguió cuando una esposa acusó
falsamente a un marido que no estaba enamorado de ella de violencia doméstica.
Mientras estaba embarazada de su propio medio hermano o hermana.
Era algo sacado de un viejo episodio de Dinastía. Excepto que en realidad
lo estaban viviendo.

Y, sin embargo, Lizzie no podía odiar a la mujer. Sabía lo que había


sucedido a puerta cerrada entre Chantal y William Baldwine. Ella había visto la
mesa de maquillaje destrozada, la sangre en el tocador, las secuelas de la
verdadera violencia que allí había sucedido, y por lo tanto demostraba que la
riqueza y la posición social no garantizaban la seguridad.
O el amor.

Considerando todo, solo había sido cuestión de tiempo antes de que


alguien matara al padre de Lane. Era una lástima que Edward tuviera que ser el
héroe, una vez más.

—Entonces, ¿qué va a ser? —Dijo mientras miraba hacia abajo a su


abdomen—. ¿Hemos terminado aquí?

Dio a las cosas un par de minutos más para poder asimilarlas; luego se
puso de pie y se lavó la cara con agua fría. Limpió su boca. Esperó un poco más.

Mientras se miraba en el espejo, el reflejo que le devolvió la mirada fue


una versión descolorida de su apariencia normal, su piel amarillenta, bolsas
oscuras debajo de sus ojos, una tenue línea verde alrededor de su boca.
Volviendo a acomodar la parte superior del vestido, pensó en el
guardarropa de Chantal. La mujer nunca habría ido a tiendas de segunda mano,
ni se habría puesto nada de Talbot en su cuerpo perfectamente proporcionado.
Ella había ido de Gucci, Prada, Louis Vuitton, Chanel, toda la vida.

Y solo las temporadas actuales, por supuesto


¿Por parte de Lizzie? Por Dios, antes de trabajar aquí, no podía
haber nombrado a esos diseñadores, y mucho menos haber reconocido su
trabajo. E incluso ahora, después de una década de codearse con gente como el
tipo de dinero de los Bradford, ¿o que solían tener, al menos? A ella realmente
no le importaba.
Los ricos tenían una forma de interpretar el estrés a su manera, y lo que
era considerado de moda o no era exactamente el tipo de última tecnología
arbitraria y de último diseño les daba un mal nombre.

Ahora, pregúntale a Lizzie sobre los diferentes tipos de plantas con flores
10
en la familia Aquifoliaceae . ¿El momento perfecto para plantar nuevos árboles?
¿Qué tipo de sol necesitan las hortensias? En eso. Por otra parte, eso es a lo que
te dedicaste cuando obtuviste tu titulación en arquitectura de paisaje en Cornell.
A diferencia de la señora de un tipo rico.

Chantal y ella eran polos opuestos. Y aunque a Lizzie no le gustaba ser


arrogante, ella podía entender totalmente por qué Lane había tomado la decisión
que había tomado.

Dándose la vuelta, caminó a través de la suite, tomando nota de que,


también, necesitaba un trabajo de aspiradora y limpieza a fondo. Ella se
encargaría de eso más tarde, junto con el resto de esta ala. Con todo el personal
despedido, a excepción de ella y Greta en la casa, y Gary McAdams y Timbo
con el equipo de campo, Easterly era definitivamente un sito para
“arremangarse” para trabajar.

Además, estaba estresada con todo lo que Lane estaba haciendo y no hay
mejor remedio para eso que limpiar ordenar y aspirar alfombras.

A menos que estuviera cortando el césped, por supuesto. Y Gary también


se estaba acostumbrando a dejarla hacer eso también.
De vuelta en el pasillo, casi había llegado a las escaleras traseras cuando
Lane subió.

—Ahí estás. —Sus ojos preocupados la recorrieron como si estuviera


buscando signos de una lesión interna o una erupción preocupante. —¿Estás
bien?
—Bien. —Ella sonrió y deseo haber tiempo para cepillarse los dientes. —
Estoy lista para... oh, agarra mi bolso. Cógelo…

—Lo tengo. —Sostuvo el simple agarre—. Y he traído el coche a la parte


de delante. Gin y Amelia vendrán con nosotros. Max irá solo, si es que lo hace.

—Genial.

Cuando se acercó a él y tomó su bolso, se tomó un momento para


disfrutar de la vista. Lane era un hombre clásico guapo, con un espeso cabello a
lo Hugh Grant de la vieja escuela que se deslizaba, por un lado, una mandíbula
fuerte pero no dura, y unos ojos de los que era casi imposible apartar la mirada.
Llevaba un traje azul oscuro y una camisa blanca de cuello abierto, y sabía que
la falta de respeto era intencional. ¿De dónde vino Lane? Uno solo usaba negro y
una corbata completa para cualquier cosa que se pareciera a un funeral. Lo que
tenía ahora no era más para almorzar en el club.
Era un grito de “j…te” a la memoria de su padre.

De hecho, su gente tenía muchas reglas. ¿Y eso no hacía que el hecho de


que él la amara fuerte y orgulloso era un testimonio de lo mucho que la valoraba
pon encima de la forma elitista en que había crecido?

Lizzie era muy consciente de que la gente de la ciudad pensaba que él


solo estaba con el jardinero.
Como si hubiera algo de malo en ensuciarse las manos para ganarse la
vida.

Afortunadamente, a ella no le importaba lo más mínimo lo que pensaban


esa gente.

Poniendo las manos sobre sus hombros, levantó la vista hacia esa mirada
azul que tanto amaba. —Vamos a superar esto— Vamos a empujar esa urna
donde el sol no brilla y luego, visitaremos a la señorita Aurora en el hospital y
esperamos buenas noticias, ¿vale? Ese es nuestro plan.
Sus párpados se cerraron brevemente. —Te quiero mucho.

—Podemos hacer esto. Estoy a tu lado.

Lane la rodeó con sus brazos y abrazó fuertemente a su cuerpo. Todo en


él, desde la forma en que se ajustaba a ella, hasta el aroma de su loción para
después del afeitado, hasta el cosquilleo de su cabello aún húmedo en su mejilla,
la había devuelto a tierra.

—Vamos. —dijo mientras tomaba su mano.

Mientras bajaban a la cocina y se dirigían al frente de la casa, logró sacar


discretamente un trozo de Wrigley's de su bolso y meter el chicle en la boca. Qué
alivio. El sabor a menta no solo le alivió la boca seca, sino que pareció asentar
un poco su estómago.

Cuando ella y Lane salieron por la amplia puerta de entrada de Easterly,


se detuvo para apreciar el paisaje que bajaba por la colina hasta el río. El
descenso verde a la reluciente franja de agua era el tipo de cosas que veías en la
portada de un libro sentada en la mesa de una cafetería sobre lo hermoso que era
América.
Yyyyyy luego estaba el coche.

Los Bradford tenían in Phatom Drophead, que tampoco era viejo.


Entonces una vez más, ¿Cómo era posible que no tuvieran al menos un Rolls-
Royce mientras vivían en ese lugar? Entando todavía en la cima, Lane se
adelantó y abrió el lado del acompañante para ella, Lizzie miró dentro, la pareja
padre e hija estaban en la parte trasera.
Las puertas suicidas eran buenas así, proporcionando una vista
completamente despejada

Gin estaba vestida de melocotón y levantó una elegante mano con un gran
diamante en señal de saludo. Amelia estaba vestida con unos vaqueros ajustados
y un top de seda rojo y negro que, sin embargo, eran de Chanel, con botones en
doble C, y la chica no parecía notar nada, su atención estaba clavada en el
iPhone que tenía en sus manos.

Lizzie casi no aceptó la palma que Lane le tendió, porque estaba


acostumbrada a entrar y salir de lugares no peligrosos, inmóviles y no
amenazantes, como coches caros, sola. Pero sabía que el gesto era reflexivo e
importante para él, una forma de mostrarle que estaba pensando en ella y
cuidándola.

Cuando se acomodó y cerró el cinturón de seguridad, miró hacia Gin.

—¿No viene Richard?

—¿Por qué iba a hacerlo?

Antes de que los dos hubieran hecho las paces, la réplica rápida de Gin
fue un golpe en Lizzie diseñado para asegurarse de que ella conocía su lugar
como miembro del personal. Ahora bien, se trataba de un alejamiento total del
marido de la mujer, y aunque era triste considerarlo una mejora, Lizzie había
aprendido bien antes de entrar en la vida de los Bradford que tenía que recibir
buenas noticias de dónde podía encontrarlas.

Amelia levantó la mirada. —Me alegra que no esté aquí. Él no es familia.

Lizzie se aclaró la garganta. —Así que. . . ah, ¿qué hay en tu teléfono?


La chica de dieciséis años giró la pantalla. —Dymonds. Es como Candy
Crush, pero mejor. Todos lo juegan.

Oh genial.
Cuando la niña volvió a concentrarse, Lizzie se volvió hacia el parabrisas
y se sintió como si tuviera ochenta años. Más bien ciento ocho.

Lane se deslizó detrás del volante, y Gin habló. —Sólo somos nosotros en
el cementerio, ¿verdad?

—¿Y Max?

—¿Vendrá?
—Tal vez. —Lane presionó un botón para poner en marcha el automóvil
y ponerlos en movimiento—. Eso espero.

—No entiendo por qué no podemos simplemente vaciar esa urna en un


lado del camino. Preferiblemente en una zanja o sobre un zorrillo muerto.
—Esa discusión no carece de fundamento, —Lane murmuró mientras se
estiraba y apretaba la mano de Lizzie—. Y estoy tomando el camino del
personal. No quiero que los periodistas bajen a la puerta de entrada para vernos.

—Buitres.

Lizzie tuvo que estar de acuerdo. Los reporteros habían establecido su


campamento alrededor de la entrada principal de la propiedad hace días, sus
camiones y equipos se amontonaban en River Road y casi eclipsaron los grandes
pilares de piedra de la finca Bradford.

Arpías. Todos ellos. Solo esperando tomar fotografías a través de las


ventanillas del automóvil que manipularían para que se ajustaran a sus titulares,
independientemente del contexto real alrededor de la instantánea: Si Lane bajó la
vista para ajustar el control del aire en el cuadro de control del auto, esa
inclinación y expresión podrían interpretarla con ¡Los Bradfords Pierden todo!;
una mano levantada para frotarse la nariz representaría de repente que ¡Lane
Baldwine consume crack bajo presión !; ¡la contracción de la boca y el cambio
de una mirada hacia los lados se usarían para acentuar lo ¡Imposible en Quiebra!
Pensar que había habido un momento en el que ella había confiado en la
prensa. Ja. No había nada como estar en el centro de un escándalo para saber
exactamente cuánto del volumen de noticias se diseñó para obtener espectadores,
clics y comentarios. En lugar de informar de los hechos.
Walter Cronkite informó para Ryan Seacrest.

El problema era que la caída de los Bradford de las alturas era un


bombazo, un gran momento. A la gente le encantaba ver la caída de los ricos
desde sus elevadas alturas.

Era mejor que cualquier historia de éxito.


SIETE

El cementerio de Cave Dale era el único lugar en Charlemont en el que


alguna vez un Bradford era enterrado, e incluso entonces, no eran puestos en el
suelo como plebeyos, sino más bien encerrados en un templo de mármol que,
como el abuelo de Lane decía siempre el dicho, faltaba solo una virgen vestal y
un sacrificio de animal para asegurar lo fuera la fortuna de Roma.

Mientras Lane conducía por el exterior del hierro forjado del cementerio
Addams con la marca familiar, miró a través de los barrotes a los innumerables
marcadores de las tumbas, estatuas religiosas y criptas familiares que se
amontonan alrededor de la hierba ondulante, especímenes de árboles y
estanques. ¿Cómo diablos iban a encontrar dónde estaban sus antepasados?
¿Dónde fueron enterrados alguna vez? Una vez que estabas dentro de esas
tierras, en ese laberinto de calles serpenteantes, todo se veía igual.

Pero primero, un problema inmediato.

Cuando dobló la esquina hacia la entrada, había periodistas… en todos


lados. Con cámaras. Y equipos de noticias.

Maldita sea, debería haber sabido...


—Son esas… ¿Más furgonetas de informativos? —dijo Lizzie mientras se
enderezaba en su asiento.
Claro, como el bourbon que quemaba el intestino, había otro grupo de
paparazzi alrededor de las grandes columnas de piedra y hierro del cementerio, y
con el Phantom Drophead que es tan discreto como el Día de Acción de Gracias
de Macy's siendo celebrado en mayo, hubo una ráfaga de actividad en el enfoque
de cámaras parpadeando incluso aunque a las once de la mañana había mucha
luz.
Estupendo. Entonces él tenía dos opciones. Pisar los frenos y hacer una
vasija con en el coche.

O podría pasar por encima de esos bastardos.

No hubo mucho que deliberar, ya estaba allí.


—Agáchate, —gritó Lane cuando pisó a fondo el acelerador.

El Rolls Royce se adelantó y él giró el volante, conduciendo como si


fuera una pesada rejilla frontal de la bóveda de un banco y con su espíritu
exaltado encaminándose directamente a la multitud que estaba bloqueando el
camino hacia el interior.
¡Harás daño a alguien! —Gritó Lizzie mientras se preparaba.

—¡Cerrar las ventanillas! —Gritó su hermana desde atrás.

Mientras tanto, los hombres y mujeres que estaban con las cámaras
simplemente se mantuvieron alejados, ignorando todo el asunto E = mc2.

Agarrando el volante, gritó: —¡A la mierda!


Cuando los guardias de seguridad salieron corriendo de la caseta de
vigilancia, de hecho, atacaron a alguien, el tipo con la Nikon con la capucha
rebotando, mientras que alguien más pateo el parachoques y toda la gente
maldiciendo y amenazando con demandar.

Lane siguió avanzando, hasta que el Rolls estuvo en la parte del


cementerio de su propiedad.

Por el retrovisor, miró para ver si alguien estaba sangrando o tumbado en


el asfalto, o si los guardias de seguridad venían detrás de él con armas de fuego o
algo por el estilo: No, aunque iba a pasar mucho tiempo antes de que Lane
olvidara la vista de uno de esos paparazzi sonriendo a pesar de que estaba
estrangulando a uno de los guardias.
Claramente, la arpía había conseguido lo que había estado buscando.
Cuando otro de los guardias comenzó a saludar y seguir al automóvil,
Lane frenó para detenerse, pero mantuvo su ventanilla levantada.
—Los mantendremos en su lugar, Sr. Bradford, —dijo el hombre a través
del cristal—. Ustedes solo sigan bajando a la izquierda. Siga las indicaciones
hacia Fairlawn Lane. Está justo allí, a mitad de camino. Estamos preparados
para vigilar su espacio.

—Gracias. —Lane maldijo por lo bajo—. Y lo siento por todos esos


reporteros.

—No se preocupen ahora, solo sigan adelante. —No podemos calmarlos


hasta estén fuera de su vista.
—¿Cómo podremos salir cuando terminemos?

—Siga cualquiera de los carriles cuesta abajo. Se conectan a la carretera


secundaria y lo llevaran a donde está la entrada trasera para los empleados.
—Genial, gracias.

—Todos ustedes cuídense, ahora, —dijo el hombre con un pequeño


saludo.

Lane condujo una gran distancia antes de estar seguro de que estaban
fuera de alcance del alcance de alguna cámara. —Está bien, —dijo—. No hay
moros en la costa ahora.

Las mujeres se enderezaron, y cuando tomó la mano de Lizzie otra vez, él


miró a Gin y Amelia por el retrovisor.

Los ojos de la niña brillaban de emoción. —Oh, Dios mío, ¡eso fue
genial! Eso ha sido como les sucede a las Kardashians.

Lane negó con la cabeza. —No estoy seguro de que ese sea un buen
ejemplo con el que alguien quiera compararse.
—No, lo digo en serio, lo he visto en la televisión.

—Pensé que Hotchkiss te enseñó cosas más importantes. —Lane frunció


el ceño mientras llegaban a una intersección—. Como cálculo, historia…
Pisó el freno e intentó recordar. ¿Izquierda o derecha? ¿Bajo la colina?
O arriba ¿Dónde estaba Fairlawn?
Un sonido suave y metálico sonó con un mec mec detrás de ellos. Y Dios
era su testigo, Lane estaba tan listo para abrir la guantera, agarrar la nueve
milímetros que había allí, y empezar a disparar.

—¿Samuel T.? —Dijo mientras giraba un poco el retrovisor.

Al presionar el botón de la ventanilla, asomó la cabeza y estaba tan


contento de ver al otro tipo en ese Jag vintage. —¿De verdad eres tú?
Lo mismo podría haber otro automóvil deportivo granate clásico en este
cementerio con un modelo sureño caballero agricultor / abogado detrás del
volante.

—¿Te perdiste allí, chico? —Samuel arrastró las palabras mientras


levantaba sus Ray Bans. —Necesito un escolta.
—Efectivamente. Conduce, hijo descarriado.

Cuando Samuel T. bajó esas lentes oscuras a su lugar y se dirigió hacia


adelante, Gin murmuró, —¿Quién lo invitó?

Lane se encogió de hombros y siguió al líder, pegándose cerca del


descapotable. —Yo se lo mencioné ayer.

—La próxima vez, tal vez la discreción sea apropiada.

—Él es mi abogado, —dijo Lane con una sonrisa.

Gin ¿pidiendo discreción? Vaya, pensó. Quizás todo esto era algún tipo
de sueño extraño, y se despertaba con que la compañía todavía está bien, Edward
salió de la cárcel, la señorita Aurora regresó a su cocina, y Easterly estaba lista y
preparada para una Fiesta de Memorial Day que opacara a todas las demás.
Mantendría su felicidad con Lizzie, por supuesto.

Y… sí, todavía tendría a su padre en el maletero.


En cenizas.
Cuando Gin se estiró en el asiento trasero del Phanton, no pudo decidir si
cerrar la boca o comenzar a lanzar la bomba como si fuera confeti.

Al final, ella se fue por la primera por dos razones: una, gritar y gritar
requería más energía de la que ella tenía, y además, ese acto hubiera sido antes,
ahora estaba envejeciendo; y dos, estaba preocupada por lo que saldría de su
boca. Y no era ninguna maldición.

Había cosas que Amelia no sabía. Cosas que Samuel T. no sabía. Y Gin
no podía garantizar que con su mal genio actual no hiciera revelaciones que era
mejor dejar atrás de una figurativa cortina de hierro.

Para qué diablos estaba él aquí, de todos modos.

Y mientras ella estaba como un basilisco, y lo encontró sublimemente


molesto. Samuel T. sabía dónde estaba la cripta Bradford. Por otra parte, el
hombre nunca olvidaba todo lo que se dijera o se le mostrara. Él era como un
maldito elefante.

Lo cual también era increíblemente irritante.

Muchos giros más adelante, Samuel T. los llevó a su destino como un


sabueso detrás de un olor, y Lane aparco el Rolls Royce en un lado detrás del
Jag. Cuando su hermano los puso en el parque, se abrieron todas las puertas,
pero Gin se quedó dónde estaba.

Su estallido inicial de ira cambió a otra emoción. Una mucho más


destructiva, por lo que ella estaba preocupada.
Frotándose las palmas sudorosas sobre la falda, descubrió que su corazón
latía con fuerza y se mareó a pesar de que había mucho aire acondicionado aun
dentro del coche. Y luego, por alguna razón, las quemaduras en el interior de sus
muslos, desde que Richard los había forzado a abrirse, se convirtieron en casi
insoportablemente dolorosas.

Los recuerdos de la situación tan desagradable que había sucedido con él


no tenían mucho peso en su mente, sin embargo.
En cambio, escuchó la voz de Samuel T. en su cabeza.

—Creo que Richard te golpea. Creo que esos moretones te los hizo de él,
y que has estado usando pañuelos para cubrirlos…

Ella y Samuel T. se habían reunido en secreto solo unas noches antes, en


el Seminario Teológico Presbiteriano, en la hermosa oscuridad de sus jardines
principales. La había llamado para ir a verlo allí, e incluso después de todos sus
altibajos, ella nunca había esperado lo que él le había dicho.

Me puedes llamar. En cualquier momento. Te conozco y sé que no tiene


sentido. Somos malos el uno por el otro en todas las formas que cuentan, pero
puedes llamarme. Día o noche. No importa dónde estés, iré por ti. No pediré
explicaciones. No haré nada como gritarte o reprenderte. No te juzgaré, y si
insistes, no se le diré a Lane o cualquier otra persona.

Samuel T. había sido muy serio, sin evidencia de su naturaleza jocosa o la


burla sexual habitual evidente. Él había estado... triste. Protector y triste.

Mirando a través de la ventanilla del coche, se centró en Amelia.


La niña había caminado hacia la hierba verde brillante, su blusa roja y
negra ondeando en la brisa cálida, su cabello oscuro ondeando sobre su hombro.
Delante de ella, se veía sin duda la carga del legado de su línea de sangre, la gran
cripta de Bradford se levantó de la tierra, un monumento de mármol a la
grandeza de su familia, con estatuas talladas de veinte pies en las cuatro
esquinas, una gran placa sobre la entrada marcada con una cresta de hojas de
oro, y puertas de hierro que eran tan intrincadas y fuertes como los de la entrada
del cementerio en sí mismo.

Amelia se detuvo en los cinco escalones que conducían a las puertas de


latón envejecido, que permanecía cerrado incluso cuando esos barrotes de hierro
habían sido abiertos para la familia.

Cuando la joven inclinó la cabeza hacia atrás como para ver la


considerable cresta sobre su cabeza, el sol brillando en su cabello, sacó los
mismos reflejos de cobre que estaban en Samuel T.

De tal palo tal astilla.


La puerta de Gin se abrió para y ella salió, poniéndose una mano en la
boca solo por si su corazón decidiera huir por su garganta.
Cuando una mano se extendió hacia el automóvil para ella, murmuró: —
Gracias, Lane.

Aceptando la ayuda, ella se levantó y salió.

—Lane no.
Ante las pocas palabras, se puso firme, sus ojos se volvieron hacia
Samuel T. Sin embargo, no tenía que haberse preocupado por encontrarse con su
mirada.

Él estaba mirando hacia abajo y un poco a la izquierda... en las marcas en


su antebrazo que fueron expuestas por las mangas de tres cuartos en su vestido
de seda. Con su cara oscurecida por la violencia, ella se apartó de su agarre,
metió su brazo en su codo, y sonrió.
—Samuel T. Qué sorpresa. No te he visto en días.

Se suponía que todo eso saldría suave y estable. En cambio, su voz salió
ruda e insustancial, y su cuerpo comenzó a temblar sin razón aparente. Ella no
tenía frío, por el amor de Dios.

Eres mejor que esto. Por el glorioso pasado de tu familia no vale la pena
que un hombre te pegue en el presente solo porque tienes miedo de que no seas
nada sin el dinero. No tiene precio, Gin, sin importar lo que tenga en su cuenta
bancaria.

Detente, se dijo a sí misma.


Sonriendo aún más ampliamente, ella esperaba que dijera algo y esperó
que él dijera algo junto con las bromas sociales.

Como de costumbre, él tomó su propio camino.


Samuel T. simplemente se inclinó con valentía y la dejó para seguirlo o
no.

OCHO

Lane siempre había pensado que la cripta familiar parecía siniestra, con
todo su oscuro alero y los diseños de hierro retorcido sobre las ventanas opacas y
la asfixiante hiedra fuera en el mármol blanco envejecido. Y de alguna manera,
la perspectiva de que su padre fuera enterrado allí hizo que todos los prejuicios
de Vincent Price tomaran un camino más terrible. Pero, ¿dónde más iba a poner
al hombre? Si no respetaba el muerto, pero estaba preocupado de que los restos
de Papá lo persiguieran por el resto de su vida.

Como si William no fuera a hacer eso de todos modos.


Con la urna sostenida como una pelota de fútbol en el hueco de su brazo,
Lane cruzó la hierba, las amplias ramas frondosas de sicómoros y hayas que
filtraban el sol brillante, creando un efecto de onda debajo de los pies que
hubiera sido alegre en otras circunstancias. Según lo prometido, el personal del
cementerio había desbloqueado los cerrojos y brazos musculosos abrieron los
grandes conjuntos de barras¸ dejando las puertas dobles de latón abiertas y listas
para poder usarse. En lugar de manijas o perillas, había un par de pesados
anillos de bronce, y mientras subía los bajos escalones y alcanzaba uno a la
derecha, se acordó de la vez que había venido aquí cuando era niño con su
abuelo.
Tal como lo había hecho el padre de su madre en aquel momento, rotó el
anillo en su base, el mecanismo tintineó de una manera que hizo eco en el
interior. Las bisagras tan grandes como sus antebrazos crujieron cuando movió el
gran peso para abrir, y la ráfaga de aire frío y seco olía a hojas de otoño y a
polvo de un siglo.

El interior era un cuadrado perfecto de doce por doce metros cuadrados


coronado por una cúpula de paneles de vidrio translúcido que dejaban entrar luz
más que suficiente para leer las placas en las paredes. En el centro, dos
sepulcros de mármol estaban alineados lado a lado, el primer Elijah Bradford y
su amada Constance Tulane Bradford mintiendo en una vista prominente,
rodeado por el linaje que habían creado. Y a pesar de cuán eterno parecía ser su
reposo, entendió que esta cripta era en realidad su segundo lugar de entierro. La
pareja evidentemente había sido desenterrada y trasladado desde algún lugar en
la propiedad de Easterly cuando este inspirador monumento se había construido
a mediados del siglo XIX.

Cuando las pisadas de los otros resonaron entrando arrastrando los pies,
miró a su alrededor a los marcadores que fueron montados en filas ordenadas en
las paredes, las letras del bloque en el latón de las viejas placas que detallaban
quién había sido puesto en qué espacio y en qué momento. Y sí, un espacio
vacante había sido preparado para William Baldwine: al otro lado del espacio,
había una apertura única en la alineación de compartimentos, una que había sido
revelada por la separación de un cuadrado de la chapa de mármol.
Al pasar, Lane colocó la urna en la oscuridad y quedó impresionado por
cómo encajaba de forma precisa dentro de los confines del agujero, teniendo la
tapa solo una pulgada de holgura.
Dando un paso atrás, frunció el ceño, la enormidad de la muerte, se
apoderaba de él por primera vez. Desde que regresó a Charlemont, había sido
una crisis después de otra, su atención atraída por emergencia a emergencia. Ese
caos, junto con el hecho de que nunca se había sentido cerca de su padre, y de
hecho detestaba y desconfiaba del hombre; había hecho que la aprobación de
William fuera casi una nota a pie de página.
Ahora, la realidad de que nunca volvería a ver al hombre ni a oler esa
marca de tabaco o escuchar ese paso dominante en los pasillos de Easterly, o en
cualquier otro lugar, lo golpeó como... no triste, no porque honestamente no
lloraba la pérdida como alguien a quien se ama y cuida.

Fue más surrealista, Insondable. Increíble.


Ese alguien con ese gran efecto en el mundo, aunque sea negativo, podría
desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

Las pesadas pisadas en los escalones de mármol fuera de la entrada lo


hicieron girar, y antes de reconocer la figura alta cortando una sombra negra a la
luz del sol, su cerebro lo engañó para que pensara que era su padre, de vuelta de
entre los muertos.

La voz profunda de su hermano Maxwell despejó cualquier confusión. —


Llego tarde otra vez, eh.

Esa perezosa insinuación sugería que al tipo no le importaba si había


ofendido a alguien, pero ese era el camino de Max. Sobresalió en convencerse a
sí mismo y a todos los que lo rodeaban que no le importaba una mierda nada.
Y muchas veces, Lane supuso, era verdad. Aún así, él había aparecido, no
solo estaba él.

—Acabo de poner la urna nuestro padre, —remarcó Lane mientras


asentía con la cabeza hacia el compartimento.

—Él no merece estar aquí. —Él no es parte de esta familia.

Naturalmente, Max no llevaba traje, sino una chaqueta de motorista y


jeans. Con su barba y los tatuajes en su cuello, parecía ser exactamente el
rebelde que de hecho era, un hombre que no estaba atado a nadie y en ninguna
parte.

Y sin razón aparente, Lane recordó algo que Edward había dicho cuando
él había estado haciendo esa confesión a la policía en Red & Black:

Van a tratar de decirte que tuve un cómplice, pero no lo tuve. Lo hice


solo.
Lane entrecerró sus ojos mirando a su hermano.

—¿Qué? —Exigió Max.


En la periferia, Gin miró bruscamente, y ese fue un recordatorio perfecto
de que no estaban solos, y especialmente con Amelia alrededor, este no era lugar
para plantear temas delicados como, Oye, ¿Formaste equipo con Edward para
asesinar a nuestro padre?

—¿Me ayudarás a poner eso en su lugar? —Dijo Lane mientras señalaba


la losa de mármol que estaba en la esquina.
—¿Tratando de asegurarte de que se quede donde se supone que debe
hacerlo?

—¿Puedes culparme?

—En lo más mínimo. Solo vine a asegurarme de que el bastardo fue


destruido totalmente.
Los dos se acercaron y se inclinaron sobre las rodillas alrededor de la
sección de mármol de un metro por un metro. Lane solo le había pedido a Max
que ayudara con la piedra como una forma de encubrir el momento incómodo,
pero resultó que necesitaba el par de manos extra. La chapa blanca estaba unida
a un soporte de acero que pesaba bastante, y ambos gruñeron mientras
levantaban la cosa del suelo.

Arrastrándola hacia atrás, hacia donde estaba la urna, de forma bastante


poco ceremoniosa, en su agujero… como una lata de sopa en una estantería, en
realidad… levantaron el cuadrado y la cosa se ajustó en su lugar.

Alejándose, Lane se preguntó si simplemente se quedaba así... ¿O era


necesario que se atornillara?
—¿Se va a caer? —Dijo Max.

—No lo sé. Quiero decir, es pesado como el infierno. No viste un pestillo


en la parte posterior o cualquier otra cosa, ¿verdad?

—Realmente no estaba mirando. —Max echó un vistazo alrededor—.


¿Están todos sentados allí así? Porque un buen terremoto y esas urnas van a salir
volando… y este lugar va a necesitar un Cazafantasmas en medio.

Lane se rió primero. Y luego se unió Gin. Cuando Amelia, Lizzie y


Samuel T. hicieron lo mismo, estaba bastante claro que todos necesitaban liberar
la tensión acumulada mientras estaban de pie alrededor de los sepulcros.

—¿Así que esto es todo? —Murmuró Gin mientras todos se calmaban de


nuevo.
—Tan surrealista. —Lane rodeó a Lizzie con su brazo y la atrajo hacia sí.
—Me gustaría que fuera algún tipo de sueño.
—No es una pesadilla, sin embargo. —Max negó con la cabeza—. Por lo
menos no para mí.

—Ni para mí tampoco, —estuvo de acuerdo Gin—. ¿Vas a conseguirle


una placa?

—No lo sé. —Lane se encogió de hombros—. Realmente no quiero


hacerlo.
—Dejémoslo. —Max cruzó los brazos sobre su pecho—. Ya está
recibiendo más de lo que se merece. Hubiera esparcido sus cenizas en el maizal
donde antes colocábamos el estiércol...

Cuando otra figura entró por la puerta abierta de la tumba, Lane notó
primero la intrusión, y al instante reconoció quién era.
Chantal. …

Su maldición trajo la atención de todos los demás.

—¿Pensabas que no me enteraría? —Reclamó.

En el fondo de su mente, Lane escuchó a Glenn Close en Atracción


Fatal: —No estaré siendo ignorada, Dan.
¿Quién en el buen nombre de Dios le había contado sobre esto? se
preguntó.

Cuando Chantal entró, su perfume era un asalto al sentido del olfato, un


falso ramo que lo hizo querer estornudar. Y su blusa de colores brillantes y los
jeans blancos estaban completamente fuera de lugar.

—¿Bien? —Dijo ella—. Tengo derecho a estar aquí también, Lane.


Cuando ella puso su mano sobre su vientre, giró sus ojos. —No juguemos
este juego. No estás más afligida de lo que estamos nosotros.
—¿No lo estoy? Dicho por quién. Yo amaba a tu padre ...
Lane miró a Samuel T. —¿Serías tan amable de acompañar a mi hermana
y a su hija fuera de aquí?
—Por supuesto. —El abogado se volvió hacia Gin—. Vámonos.

—Como su abogado, ¿no preferirías quedarte? —Dijo Gin secamente—.


Y tu solo tienes un coche de dos plazas. ¿Qué vas a hacer con las dos?

—Llevaré a Amelia en mi bicicleta. —Max puso su mano en el hombro


de su sobrina—. Yo tengo otro casco. Venga. Démosles algo de privacidad a los
adultos. ¿Quieres helado de camino a casa?
—Tengo dieciséis, no seis. —Amelia inclinó su barbilla exactamente
como su madre lo hacía—. Y quiero el doble chip de chocolate de Graeter. En un
cono con virutas.

—Lo que quieras. —Cuando Max se acercó a Chantal, bajó la voz, pero
no mucho—. O te apartas de mi camino o te empujaré hacia atrás hasta que te
caigas de culo.

—Tu padre siempre dijo que eras un animal.

—Y tú siempre has sido una perra que busca oro desde su nacimiento.
Así que ahí está, que dices a eso.

Chantal estaba tan estupefacta ante el insulto, que se apartó de su camino.


Nuevamente, cualquiera que conociera a Max sabía que era mejor dejarle en paz,
y la próxima ex esposa de Lane no era tonta.

—Vamos, Gin, —dijo Samuel T. mientras la tomaba del codo.

Lane miró a su hermana e intentó que fuera razonable y se fuera. Lo


último que necesitaban era que ella fuera el comodín aquí.

Por una vez en su vida, él pensó en ella, volviendo al infierno. Por favor.

Cuando Gin sintió que la agarraba del codo Samuel T. y se tensaba, ella le
sonrió. El mayor error de su hermano, Lane: Chantal Baldwine era de segundo
nivel, todo el tiempo. ¿Lo único que fue el primer lugar para ella?
Ambición social.
—Gin, —sugirió Samuel T.—. ¿Nos vamos?

Por un momento, Gin disfrutó de la tensión que surgió en la cripta, cada


uno de ellos preguntándose qué demonios iba a hacer a continuación. Excepto
que ella no estaba para discutir con Chantal.

No, ella era mejor que eso.


—Pero, por supuesto, Samuel, —dijo dulcemente.

Prácticamente podía sentir la relajación en los cuerpos de él y Lane, y eso


era exactamente lo que ella estaba buscando.

Y ella se comportó todo el camino a la salida.

Casi.

Cuando se acercó a la otra mujer, Gin se inclinó y rápidamente le puso


mano en el estómago de Chantal. Antes de que Chantal pudiera saltar hacia
atrás, Gin habló bajo y rápido. —Yo maldigo a este niño.

—¿Qué? ¿Qué dijiste?


—Me escuchaste. —Gin sonrió de nuevo—. Y cuando pierdas a este
bebé, quiero que pienses en mí.

—¡Qué!

—Adiós, por ahora.


Gin salió tranquilamente de la tumba y esperó al pie de los escalones a
Samuel T. para ponerse al día. Detrás de ella, Chantal había comenzado a gritar
y Gin hizo rodar los ojos mientras se detenía para intentar controlar el control.
Ah, encantador. La discordia en su estela fue tan encantadora. Chantal
estaba llorando ahora, y tratando de llegar a Gin, pero Samuel T. no la dejaba.

Mientras tanto, Gin estaba afuera en el sol, sintiendo el calor en sus


mejillas y en su pecho.

Después de un rato, Samuel T. salió y tomó el codo de Gin nuevamente.


—Vamos, hechicera. Salgamos de aquí.
Por lo general, Gin se habría sentido inclinada a discutir con él solo para
mantener el drama, pero ella permaneció callada y satisfecha mientras la
escoltaba a través de la hierba hasta el Jaguar. Después de abrirle la puerta, él la
dejó en el asiento, y cuando ella levantó la mirada para agradecerle
reflexivamente, se sintió golpeada por una sus miradas.

Era insoportablemente guapo, era cierto. Pero esa no era su atracción por
él. El chispazo fue el resultado de su arrogancia junto con su nivel de
independencia y total desprecio por su sentido de superioridad. Ella siempre
había querido ganarle. Hacer que se sometiera a ella y que hiciera lo que ella
quisiera. Forzarlo a ser como el perro de pura raza que se inclinaba a sus
órdenes.
Pero Samuel T. no era así. Nunca lo había sido, nunca lo sería.

Y esa era la razón por la que ella lo amaba.

—No tienes que decirlo, —murmuró mientras cerraba la puerta.

Los ojos de Gin registraron cada movimiento que hacía mientras recorría
el largo capo y se puso detrás del volante. Después de ponerse sus Ray Bans, la
miró a ella a través de esas oscuras gafas de sol y su corazón saltó.

—¿Qué no tengo que decir? —Su voz era tan ronca, casi inaudible, y por
un momento, solo la miró.

Te quiero, pensó ella. Solo quiero sentirte en mí otra vez.

Parecía que había sido desde siempre que habían estado juntos. ¿En
realidad? Solo fue cuestión de una semana o dos, tal vez menos. Ella no podía
recordar.
Borra la mancha de Richard de mí, pensó para sí misma. Échalo fuera de
mí.

Como si pudiera leer su mente, Samuel T. se inclinó y tomó su


mano en un agarre cálido y fuerte. Cuando su pulgar hizo círculos en el interior
de su muñeca, ella sintió el toque en todo su cuerpo.

—Samuel... —Susurró ella.


Con un cambio lento, giró la palma de su mano y luego la levantó, como
si fuera a besar sus nudillos con los labios.

En lugar de eso, él levantó su mano para que su anillo de compromiso y


su anillo de matrimonio quedaran frente a ella.

—Iba a decir que, por supuesto, vamos a salir a través de las puertas
traseras. Lo último que necesitamos es ser vistos juntos por la prensa.
Samuel T. soltó su mano y encendió el motor. Y mientras él los conducía
a la distancia, estaba tan tranquilo y en control que bien podrían haber estado en
un moderno coche automático, en lugar de uno manual clásico.

Maldita sea, pensó ella. ¿Cómo se atreve a estar tan sereno?

Los carriles que seguían eran serpenteados, las vistas de los estanques y
sauces llorones, especímenes de rodales y lechos de hiedra, prestando
precisamente el tipo de tranquilidad que uno desearía encontrar en un lugar de
descanso final.

Nada de esto llegó a ella mientras cavilaba. Pero Samuel T. no podía


saber eso. No quería que él viera dentro de ella más de lo que ya lo veía.

—No estás impresionado conmigo, —le preguntó con firmeza.

—Siempre.
—Y ahora decides ser encantador. Después de que me rechazaras.

—No te rechacé.

—¿No lo hiciste? Hmm... si de hecho me besaste allí y he olvidado todo


al respecto, diría que estás perdiendo el tacto.
—¿Dime por qué se supone que estoy impresionado contigo?

Ella sonrió ante el cambio de tema, tomándolo como una pequeña


victoria, pero notó un cambio en la calidad de sus bromas, y vio en ella una
pérdida de algo querido que tuvo una vez. El ir y venir era en gran medida su
moneda de cambio en la relación, pero se fue el borde sexual y la furia erótica
turbulenta. Tan recientemente como una semana antes, esto habría escalado en
insultos y una revisión de todo el pasado de desaires e indiscreciones... hasta
que cayeran en una cama y se consumieran el uno al otro.

¿Ahora? Ella tuvo la sensación de que ambos estaban patinando sobre


problemas reales, moviéndose a través de la superficie helada de su pasado... y
la realidad amarga y fría del presente.

—¿Por qué estoy impresionado, Gin?


—Porque no mencioné, ni siquiera una vez, esa horrible blusa que
Chantal llevaba puesta. ¿Ves? Estoy pasando a una nueva página.

—Le dijiste que abortara a su bebé. Creo que en la escala de insultos es


de lejos lo peor.

—No obtengo puntos por honestidad? Vamos, siempre me has dicho


cuánto odias cuando miento, y quiero que pierda a esa monstruosidad.

—No sabía que te importaba tanto la santidad de los votos matrimoniales


de tu hermano.

—Oh, eso no me preocupa en lo más mínimo. Solo estoy buscando


reducir el número de reclamaciones a la herencia.

—Ahí está mi chica.

—No es que haya mucho que hacer, y no es esa la verdadera tragedia.

Samuel T. pisó los frenos mientras bajaban una colina y tomaron un giro
hacia una serie de dependencias. En el lado más alejado de ellos, se rompió un
muro de hormigón por una sección de alambrada que estaba abierta de par en
par. Al pasar por la puerta, un par de hombres estaban fumando en la sombra se
animaron y miraron boquiabiertos el automóvil.
—Recuérdame que no me meta contigo, —murmuró Samuel T.

—Demasiado tarde para eso.


—Sí, —dijo sombríamente—. Creo que eso es verdad. Entonces, ¿dónde
está tu marido Virginia Elizabeth?

—No me llames así. Sabes que desprecio ese nombre. —Gin se encogió
de hombros—. Y Richard está en el trabajo. O en el infierno. No me importa.

—¿Cómo están las cosas entre vosotros? —La pregunta fue casual. El
tono no lo era.

Gin se puso rígida en el viejo asiento de cuero y pensó en lo que había


sucedido en su vestidor. —Lo mismo. Él me deja en paz, y yo lo dejo solo.
—¿Quieres tomar un trago?

—Sí por favor.

NUEVE

Chantal pasó por la entrada de la cripta como si fuera un escenario de un


teatro de Shakespeare, con sus brazos volando de izquierda a derecha, su cuerpo
balanceándose, su cabello cayendo en cascada sobre sus hombros como un
océano rubio en una tempestad.

―¡Tratarme así! Quiero decir, ¿cómo puedes simplemente quedarte ahí


de pie mientras tu hermano me insulta y tu hermana me ataca?

Lane observó el espectáculo desde la distancia, se recostó contra la


esquina del ataúd de Elijah y simplemente dejó que las cosas siguieran. No iba a
tolerar esos gestos para siempre, pero estaba empezando a creer que la mujer
perdería después ese estallido de energía, dado que hacía treinta grados fuera y
que ella no había estado a la sombra mientras esperaban allí.

De hecho, estaba mucho más preocupado por Lizzie, pero debería haberlo
sabido antes que ella se involucraría: estaba al otro lado del camino, con una
cadera contra el costado de la tumba de mármol de Constance, su ceja izquierda
arqueada como si estuviera considerando qué tipo de puntuación darle en Rotten
11
Tomatoes .
¿Y en cuanto al comentario de Gin que lo había comenzado todo?
Bueno, eso podría haber sido peor, ¿no? Lo cual, teniendo en cuenta lo
que realmente había salido de la boca de su hermana, era un verdadero
testimonio de la historia de comportamiento escandaloso de Gin.
―¿Bien? ―exigió Chantal finalmente―. ¿Qué tienes que decir a tu
favor?
―Pensé que mi petición de divorcio era bastante auto explicativa.
―No es de broma.

―No estoy tan seguro de eso.

―Has tratado de mantenerme fuera de todo. No estaba allí para leer la


voluntad de tu padre, no me contaste eso...
―No te dejaron nada en el testamento. Y tú no eres miembro de esta
familia.

Ella agarró su estómago. ―Este es un miembro de la familia. Este es el


próximo Bradford...

―No, ―dijo Lane bruscamente―, ese es el próximo


Baldwine... Teóricamente.

Chantal giró sobre Lizzie. ―Tienes que irte. Esto es entre él y yo.

Antes de que Lizzie pudiera responder, Lane interrumpió: ―Puede


quedarse, o irse, pero será en sus términos, no en los tuyos.

―Siempre has tenido preferencia por la ayuda.


Lane sonrió fríamente. ―Cuídate, Chantal. Ya recorriste ese camino una
vez y no terminó bien para ti.

―Oh, sí, tu 'mamá'. Lo olvidaba... dime, ¿has reemplazado a la señorita


Aurora en la cocina ya? ¿O vas a esperar hasta que muera?

Lizzie negó con la cabeza. ―Creo que me iré, en realidad.


―Yo he terminado aquí, también. ―Lane se enderezó―. Esto no va a
ninguna parte.
―¡No puedes excluirme de tu vida, Lane! Esto me da derechos. ―Ella
puso de nuevo las manos en la parte baja de su vientre―. ¡Esta es la próxima
generación de tu familia! Así que no puedes.
Cuando Lane se acercó a la mujer, intentó mantener su temperamento
bajo control. ―Has abortado a mi hijo, en caso de que lo hayas olvidado. Lo que
me da derecho a hacerlo.
La cara de Chantal se puso roja. ―¡No me diste ninguna opción!

―Y ni siquiera sé si era mío.

―Cómo te atreves.
―¿Después de lo que hiciste con mi padre? ¿De Verdad?

Cuando levantó la mano para abofetearlo, él la tomó de la muñeca y la


sostuvo con firmeza. ―Sal de aquí ahora mismo y si sabes lo que es bueno para
ti, me dejarás ir sin decir una maldita palabra más.
Lizzie agachó la cabeza y fue empujada por Chantal, caminando a
grandes zancadas hacia los escalones y los Rolls aparcados abajo. La forma en
que miraba el suelo lo asustaba. Ella había dejado claro que su drama no era
atractivo o tentador en lo más mínimo: lo amaba a pesar de su familia, no por su
dinero y su posición y el malestar emocional que parecía estar en cada rincón de
su maldita vida.

―Lizzie, ―gritó.

―¿Me puedes prestar atención? ―Exigió Chantal―. ¡Yo importo! ¡Soy


importante!

Con un repentino impulso, Chantal saltó hacia él, lanzando puñetazos,


pateándolo, gritando y sacudiendo su cabeza hasta que su pelo golpeó su cara y
su boca. Agarrándola, trató de mantenerla a raya, pero también evitó que se
cayera y se lastimara con esos tacones altos.
―Chantal, ¿vas a parar ya?

Y fue entonces cuando la bombilla se apagó.


Desde más allá de un tronco de árbol de haya, una cámara capturó el
altercado tan rápido como su objetivo podía abrirse y cerrarse.

―Oh, por el amor de Dios, en serio…


―¡Lane! ¡Para, Lane!

Al principio, no estaba seguro de quién estaba tratando de llamar su


atención. Pero luego se dio cuenta de que era Lizzie, e hizo todo lo posible para
hablarle a Chantal. ―Lo sé, vi la cámara. Ve por el coche…

―¡Lane! ¡La sangre!

―¿Qué?
Cuando se quedó inmóvil, Chantal acurrucó un delicado puño con su
12
mano libre y lo golpeó como un Louisville Slugger , atrapándolo directamente
en la mandíbula. El impacto hizo que sus dientes castañearan juntos, pero ella no
había terminado con él. Arrancándole la muñeca, un segundo golpe salió
volando y le dio en la nariz, el dolor como una bomba estalló en medio de su
rostro.

Curiosamente, lo único que pasó por su mente fueron las clases de


combate que ella había tomado en ese club mental del que era miembro.

Supongo que le sirvieron para algo más que solo quemar calorías.

―¡Lane! ¡La sangre!

Sí, estaba sangrando y se apartó de Chantal, llevándose las manos a la


cara. Mientras tanto, Lizzie estaba en lo cierto, salió en su defensa y detuvo a la
otra mujer.

―¡Chantal, estás sangrando! ¡Tienes que parar esto! ¡El bebé! ―Y fue
entonces cuando apareció la policía.

Sí, definitivamente era un vehículo policial con las luces encendidas y


deteniéndose justo detrás del Rolls Royce.
Como un ratero a punto de ser expulsado de la línea de cincuenta yardas,
el fotógrafo salió disparado de detrás del árbol, el hombre salió corriendo como
un demonio por el campo de lápidas. Pero Lane no se preocupó por eso.
¿Qué acaba de decir Lizzie? ¿Qué hay del bebé?

Cuando Sutton salió del frente del vehículo de la policía estatal, no estaba
segura de lo que estaba mirando. Sí, esa era la cripta de la familia Bradford, con
su puerta de hierro abierta y las dos puertas de latón bien abiertas. Y sí, ese era
Lane Baldwine, con su Lizzie y Chantal Baldwine, de quien se estaba
divorciando.

Pero el resto no tenía ningún sentido.

Lane tenía sangre por la cara y manchaba la camisa debajo de su traje de


chaqueta. Peor aún, sin embargo, fue la brillante fiebre roja en el interior de los
jeans blancos de Chantal.
Si alguien hubiera sido apuñalado… o un disparo. O…

Aunque Sutton no estaba seguro de cómo ayudar, subió corriendo los


escalones, y el oficial de policía la acompañó.

―Chantal, ―decía Lizzie―, cálmate, estás sangrando.

Ya fuera el policía estatal, el patrullero, o el hecho de que ahora había


otras dos personas involucradas, Chantal cayó de nuevo en los brazos de Lizzie y
se relajó como si se hubiera dado por vencida… o desmayado.

Lane miró la mancha en los jeans. ―Oh querido señor…

―¿Qué está pasando aquí? ―El policía estatal que había conducido a
Sutton desde el aeropuerto de Sanford había terminado su turno, pero ahora,
estaba claramente de nuevo en servicio. ―¿Necesitamos una ambulancia?
―Sí, ―dijo Lizzie con urgencia mientras ayudaba a Chantal a tenderse
en el suelo de mármol.
Chantal ensanchó sus muslos, miró la brillante mancha roja y dejó
escapar un grito que ahuyentó a los pájaros de un árbol de magnolia. ―¡Mi
bebé!
Lane se quitó la chaqueta y la puso sobre las piernas de la
mujer. ―¡Llama al nueve uno uno!
Mientras el policía corría hacia el coche patrulla, Sutton se
agachó. ―¿Qué puedo hacer?

―¿Cómo sabías que necesitábamos ayuda? ―Preguntó Lane.


―Chantal, ―le dijo Lizzie a la mujer―, respira profundamente. Debes
mantener la calma; si deseas ayudar a tu bebé, debes mantener la calma…

Los ojos frenéticos de Chantal eran el tipo de cosas que nunca


olvidabas. ―¿Que me está pasando? ¿Qué pasa?

Sutton miró a Lane y trató de recordar... oh, claro. ―Llegué del


aeropuerto. Necesitaba coche hasta aquí para llegar a tiempo.
―¿Un coche de la policía estatal?

Chantal dejó escapar un gemido y luego se puso rígida. ―¡Mi bebé!

―Aquí. ―Sutton se quitó la camisa suelta―. Tu nariz está sangrando.

Mientras le tendía los pliegues a Lane, pareció momentáneamente


confundido. Pero luego tomó lo que ella le ofreció y lo puso en la mitad inferior
de su rostro.

―Ll… llévame dentro, ―tartamudeó Chantal―. Hay fotógrafos por


todos lados, ¡no quiero esto en Internet!

Lane se inclinó más cerca. A través de la amortiguación de la camisa,


dijo: ―Chantal, no sabemos lo que está pasando, así que tal vez no deberíamos
moverte...

―¡Esto es embarazoso! ¡Estoy sangrando!

Sutton solo pudo negar con la cabeza. ―Yo agarro los pies.
Juntos, los tres levantaron a la mujer y la llevaron a la cripta y la
recostaron de nuevo. Luego Sutton fue y cerró las grandes puertas de latón.
―¿Viene la ambulancia? ―El pánico de Chantal resonó en el interior―.
¿Cuándo va a estar aquí? ¿Qué me está pasando?

Sutton dio un paso atrás y se preguntó si debería irse. Pero no, ella no
podría hacer eso. En cambio, abrió las puertas y miró hacia afuera, rezando para
que llegara la ambulancia, y parecía que estaban allí para siempre con los
muertos, con lo que posiblemente era otra muerte sucediendo por etapas.

En realidad, probablemente no pasaron más de diez minutos antes de que


las sirenas anunciaran que los médicos estaban en algún lugar de las retorcidas
calles del cementerio.

―¡Los veo!, ―Dijo ella―. ¡Ya están aquí!

El policía estatal se adelantó, hizo señas con el vehículo y Sutton se hizo


a un lado mientras una mujer y un hombre con uniformes azules subían una
camilla y el equipo por las escaleras.
―Ese es mi esposo, ―dijo Chantal tan pronto como entraron los EMT―.
Lane Baldwine es mi esposo y estoy de once semanas de embarazo.

―Señor, ―le dijo uno de los médicos a Lane―, ¿podría ayudarme a


rellenar la información básica mientras mi compañero examina a su esposa?

Sin pensarlo, Sutton se acercó a Lizzie y le susurró: ―Salgamos, ¿de


acuerdo?

―Sí, ―dijo Lizzie bruscamente―. Creo que eso sería lo mejor.

Cuando salieron al primer escalón y bajaron al césped, Sutton parpadeó a


la luz del sol. Todavía no estaba segura de por qué había venido. No me gustó
considerar por qué no podía mantenerse alejada. Realmente quería que todo aquí
fuera diferente.

―Tu llegada no podría haber sido en mejor momento, ―murmuró


Lizzie.

―Es un poco extraño. Y sé que no debería entrometerme… Quiero decir,


esta no es mi familia. Pero yo…

―Oh Dios…
Lizzie se tambaleó sobre sus pies, extendió un brazo, y Sutton la atrapó
justo cuando parecía a punto de caerse. ―¿Estás bien?

―Me voy a enfermar.


Sutton miró a su alrededor y no pudo ver a ningún paparazzi, pero quién
demonios sabía. ―Ven aquí.

Mientras guiaba a Lizzie en la esquina de la tumba, Sutton sostuvo el


cabello de la mujer hacia atrás mientras Lizzie se agachaba y agitaba.

Por alguna razón, lágrimas llegaron los ojos de Sutton. Oh, ¿a quién
estaba mintiendo? Ella sabía exactamente por qué.

Edward debería haber estado aquí. Y en su pensamiento enrevesado, ella


había venido como su representante.
Sí, porque eso tenía sentido. No era como si estuvieran juntos ni
nada. Por otra parte, supuso que cuando alguien estaba en tu corazón en la
medida en que Edward estaba en el suyo, era como si los llevaras contigo a
donde sea que estuvieses. Y debería haber estado aquí para todos.

―Shh… ―Sutton murmuró mientras frotaba la espalda de Lizzie―. Está


bien…
Cuando la agitación cedió, Lizzie se derrumbó en el suelo, sentada contra
la tumba. ―Oh! Eso es genial. Eso es bueno.

Con una maldición, la mujer dejó caer la cabeza hacia atrás. Sus
ruborizadas mejillas estaban rojas como la cereza, pero su boca era una raya
blanca. Y luego ella dejó caer una bomba.

―Creo que estoy embarazada, ―dijo en voz baja.

DIEZ

―No, no iré en la ambulancia con ella. ―Cuando Lane desechó la idea,


no le importaba que los médicos parecieran sorprendidos―. Estamos
separados. Ella no es mi esposa y ese no es mi hijo.

Pero él iba a ir al hospital. Por un lado, quería saber si Chantal había


perdido un bebé o no. Por otro lado, la llevaban al Hospital Universitario, donde
estaba la señorita Aurora, y tenía la intención de visitar a su madre, de todos
modos.

Sin embargo, primero tenía que hablar con Lizzie.

Cuando los médicos levantaron a Chantal del frío suelo de mármol y


comenzaron a atarla a la camilla, los dejó y salió. Lizzie y Sutton estaban abajo
junto al coche. La puerta del Phantom abierta de par en par, Lizzie sentada en el
asiento delantero del pasajero.
Bajando a pasos cortos, cruzó el césped. ―Lo siento mucho por eso.

Lizzie no lo miró a los ojos. ―Oh, no te preocupes.


Mirando a Sutton, él asintió a la otra mujer. ―Escucha, vamos a ir al
hospital...

―En realidad, esa gripe estomacal realmente me está enfermando.


―Lizzie levantó la cabeza―. Sutton, ¿crees que tu amigo de allí con la insignia
estaría dispuesto a llevarme de vuelta a Easterly? Si no, puedo pedir un taxi...

―Te llevaré a casa. ―Lane se arrodilló y tomó la mano de Lizzie―.


Querido Señor, estás helada.
―Estoy baja de temperatura. ―Lizzie miró a Sutton―. Y si solo
pudieras llevarme a casa

―Te llevaremos, por supuesto. ―Lane frunció el ceño―. No…

Lizzie lo interrumpió sacudiendo la cabeza. ―Está bien. De verdad, no


tienes que preocuparme por mi. No quiero hacerle esto a la señorita Aurora, y sé
que la vas a ver.
Bien… una mierda. ―No me quedaré mucho tiempo.

―Tómate todo el tiempo que quieras... Solo quiero acostarme.

Cuando Sutton fue a hablar con el oficial, Lane movió su rostro hacia la
mirada de Lizzie. ―Chantal está loca, está totalmente delirante, y la única razón
por la que voy es por la situación de la propiedad ahora que murió mi padre.

―Lo sé. Está bien.

―Señor. ¿Baldwine? ―Dijo uno de los médicos―. Estamos a punto de


partir ahora si quieres seguirnos en su coche.

Lizzie se puso de pie y Lane tuvo que retroceder para darle


espacio. Mientras ella le sonreía, él se dijo a sí mismo que la expresión no
llegaba a sus ojos. ―Me voy directamente a casa y tomaré una siesta. Para
cuando hayas terminado, volveré a estar de pie y lista para partir.
―Te amo.

―Lo sé. Yo también.

Le dio unas palmaditas en el brazo y luego se volvió hacia Sutton, y él


odió sus pasos lentos y cuidadosos. Odiaba aún más que estuviera claro que no
quería que la acompañara al coche de policía.

Todo este asunto era su maldita culpa.


Y la mera apariencia de que él pudiera estar escogiendo la crisis de
Chantal por encima de las necesidades de Lizzie era una mierda.

Esperó mientras Lizzie se deslizaba en el asiento del pasajero delantero


del coche, y la saludó hasta que ya no pudo ver las luces de freno a través de las
lápidas. Luego, maldiciéndose a sí mismo, subió al Rolls Royce y siguió a la
ambulancia fuera del cementerio. No estaba deseando volver a enredarse con
todos los periodistas en las puertas de entrada, pero ¿qué otra cosa podía
hacer? Si tomaba una ruta diferente, corría el riesgo de separarse de Chantal
mientras la revisaban.

Y él tenía razón. Todavía quedaban muchos reporteros en el exterior de


las puertas, y otra ronda de flashes explotó mientras se detenía en el
Phantom. Pero él no iba a cubrir su rostro. Giró y una vez que estaban en la
carretera propiamente dicha, la ambulancia encendió las sirenas y las luces, y
avanzaron a toda velocidad, tomando una corta ruta hacia el centro que evitaba
la carretera.
Durante todo el viaje, lo único que seguía pensando era que era una pena
que no pudiera volver a matar a su padre.

El complejo del Hospital Universitario ocupaba varias manzanas de la


ciudad, varios rascacielos de acero y vidrio unidos por pasarelas peatonales que
se extendían por la red de calles y callejones que los rodeaban. En los lados de
los edificios, los títulos de los servicios estaban precedidos por los nombres de
las familias que habían donado dinero para apoyar sus misiones: el Centro
Bradford de traumatismo, el Centro Smythe de Cancer, el Centro Boone de
Rehabilitación, el Departamento Sutton de Emergencia.

La ambulancia se dirigió a una serie de naves solo para Vehículos


Autorizados y Lane estacionó el Rolls en el aparcamiento a un lado mientras los
médicos regresaban a su posición. Al salir, se metió las manos en los bolsillos y
cruzó el asfalto hacia un conjunto de puertas electrónicas. Tan pronto como entró
en la sala de espera, la gente lo miró porque reconocían su rostro.

Esto sucedía mucho. Y no solo en Charlemont.


Gracias a su estilo de vida anterior de playboy, había estado en la prensa
incluso antes de que todos los problemas actuales de bancarrota le hubieran
golpeado. ¿Ahora? Después de la muerte de su padre y el arresto de Edward y
las acusaciones de violencia doméstica de Chantal, podría haber tenido un letrero
de neón alrededor del cuello que dijera SÍ, YO SOY EL QUE CREEIS QUE
SOY.
―¿Puedo ayudarte? ―Preguntó la recepcionista mientras se fijaba en él.

―Estoy aquí por Chantal Baldwine. La están ingresando en este


momento. Vino en ambulancia.

La mujer asintió. ―Alguien vendrá a buscarlo tan pronto como


puedan. Pueden, quiero decir... ah, ¿Quieres que te traiga algo?
¿Como si ella fuera la anfitriona en un cóctel? ―No. Gracias.

Mientras sus ojos seguían cada movimiento que hacía, Lane cruzó la sala
de espera y se dejó caer en una silla de plástico en la esquina más alejada, lejos
del televisor y las máquinas expendedoras. Dios, esperaba que esto no durara
para siempre

―Señor. ¿Baldwine? ―Alguien dijo desde una puerta marcada


SOLAMENTE PERSONAL AUTORIZADO―. Su esposa esta…

―Gracias. ―Lane se puso de pie y se acercó. Bajando la voz,


murmuró―, Y ella no es mi esposa.

La enfermera parpadeó. ―Mis disculpas. Pensé que ella había dicho...

―¿Dónde está ella? Y perdóneme por ser tan grosero.


―Oh, lo entiendo, señor. ―La enfermera dio un paso atrás para que él
pudiera pasar, mientras le dedicaba una mirada que sugería que no entendía en
absoluto―. Este es un momento difícil.

No tienes idea, pensó.

Lane pasó la sala de enfermería y varias áreas de tratamiento


acristaladas. Chantal estaba abajo a la izquierda, y cuando él entró, ella extendió
su mano y lo miró con ojos asustados y salvajes.

―Cariño, el bebé…
Las dos enfermeras que estaban conectando los monitores y equipos de
monitorización se congelaron y lo miraron. Y mientras luchaban por volver a
concentrarse en su trabajo, quiso gritarle a Chantal que cortara la mierda, pero ya
no quería más público de lo que ya tenían con todo esto.
Sentado en una silla vacía, miró los ojos cuidadosamente maquillados de
Chantal. Su rímel no estaba borroso a pesar de las lágrimas, y se preguntó si ella
había planeado eso para la confrontación, o si se había puesto uno resistente al
agua por si acaso tuviera que acabar llorando.

Aun así, ella realmente no se veía bien. Habían desaparecido su elegante


ropa casual por el camisón azul pálido del hospital que era demasiado grande
para su pequeño cuerpo, la hinchazón de su vientre más obvia ahora, incluso a
través de las finas mantas que la cubrían.

Y ella estaba muy pálida; debajo de su bronceado rociado, su piel era del
color de un pañuelo.

―El asistente vendrá aquí directamente, señor y.… señora Baldwine.


―La enfermera que lo trajo se centró en Chantal―. ¿Hay algo que podamos
hacer para que estés más cómoda?

―¿Qué va a pasar después? ―Tartamudeó Chantal―. ¿Qué hay de


mi bebé?

―Los análisis de sangre tardarán aproximadamente media hora y le


mantendré informada de los próximos pasos, pero me imagino que le haremos
un ultrasonido.
―¿Estoy perdiendo al bebé?

―Haremos todo lo que podamos para ayudarlo, señora Baldwine.

Y luego se quedaron solos, con la puerta de cristal cerrada y las cortinas


corridas.

―Eres tan cruel, ―Chantal sollozó―. Eres muy malo conmigo.


Lane se adelantó y se frotó la cara. El impulso de recordarle todas las
cosas terribles que había hecho, no solo con él, sino con el personal de Easterly y
todos los camareros y camareras que alguna vez habían estado dentro de área de
trabajo de Cosmopolitan, era casi irresistible. Pero si ella lo echaba, él nunca iba
a saber lo que realmente estaba pasando.

Ella había mentido antes sobre embarazos.


―Vamos a superar esto, ―dijo con los dientes apretados.

―Y luego… ―Tragó saliva―. Quizás podamos tener un futuro juntos…


un verdadero futuro, sin interferencias de terceros.

¿Es eso lo que llamas putada?, pensó ¿Interferir?


Y, por lo que a él respectaba, el único futuro que tenían era firmar los
documentos de divorcio que terminarían con el error que había cometido cuando
se casó con ella.

―Lane, no tenemos que terminar nuestro matrimonio.

Mantén la boca cerrada, viejo muchacho, se dijo a sí mismo. Solo


cállate.

Chantal comenzó a decir algo más, pero luego su voz fue estrangulada
por un gemido. Y de repente, ella tiró de una de sus piernas hacia
arriba. ―¡Llama al doctor! ¡Llama al doctor!

Cuando Samuel T. siguió a Gin hasta el ascensor del alto edificio de su


ático, fue consciente de todo lo que tenía que ver con la mujer: la forma en que
brillaba su cabello con la iluminación que caía de las luces que había sobre
ellos. El olor de su perfume y esa loción de manos que siempre usaba cada vez
que se lavaba. La caída perfecta de su vestido de seda color melocotón y el
destello de oro en sus orejas y en su garganta.

Ella no llevaba bufanda hoy y él miró su cuello.


Los moretones ya se habían desvanecido, o al menos parecían haberse
desvanecido. Sin embargo, había otros en esa muñeca suya.
¡El sutil clin! eso anunció que habían llegado al último piso y llamó su
atención sobre el panel de botones; cuando las puertas se abrieron, él retiró su
llave de la ranura que le permitía hasta allí.
―No sé cómo lo haces, ―dijo Gin mientras caminaba hacia su gruesa
alfombra.
―¿Hacer qué?

Mientras el ascensor se cerraba y desaparecía, vio cómo su cuerpo se


movía a través de la amplia sala de estar hasta el cristal de la ventana, que iba
desde el suelo hasta el techo, que daba al río Ohio hacia las tierras de cultivo de
Indiana. Era tan asombrosa, esas piernas tan largas y lisas, sus tobillos
diminutos, sus delicados zapatos de tacón alto. Sus caderas también eran un
oleaje erótico, su cintura era el tipo de cosa que sabía condenadamente bien que
podía abarcar con sus manos, sus hombros eran el descanso perfecto para ese
cabello suyo.
En medio de la decoración modernista y monocromática, ella era todo
vibrante y sensual.

Ella le devolvió la mirada. ―Hacer que esa cosa se abra en tu casa.

―¿Qué? Oh, el ascensor. ―Samuel T. se encogió de hombros y se dirigió


al bar―. Pienso en esto como una habitación de hotel que tengo. No es mi casa.

―Alguien podría venir aquí.

―No sin esto, no podían. ―Le mostró la llave y luego la sacó del bolsillo
interior de la chaqueta―. ¿Qué bebes al mediodía?

―¿Lo has olvidado? ―Ella se paseó y se sentó en uno de los sofás de


cuero gris pálido―. Estoy herida.

―No estaba seguro si habias cambiado de preferencias.


―No lo he hecho.

A diferencia de la granja, que estaba llena de efectos personales,


antigüedades familiares y cosas que le importaban, este enclave anónimo de dos
mil pies cuadrados no era más que un lugar de fiesta, un lugar existencialmente
vacío donde chocar después de que él estado fuera toda la noche en el centro. Sin
embargo, lo que sí poseía, sin embargo, era cada licor de primera calidad que
había en el mercado.
Abrió un enfriador de vino del tamaño de un refrigerador Sub-Zero, sacó
una botella de Krug Private Cuvée y luego puso la LB Crème de Cassis del hilo
de música ambiente de los estantes. El cassis entró primero con la flauta,
después de lo cual le quitó la lámina al Krug, retorció el corcho hasta que salió
lanzado, y llenó las copas hasta el filo con la burbujeante bebida.

Él eligió una reserva familiar de Bradford para sí mismo. Él y su gente no


bebían nada más que Bradford.

Cruzando la distancia entre ellos, le entregó su vaso y esperó mientras lo


sostenía hacia la luz, inspeccionando el color.
―Perfecto.

―Eres un niño mimado, lo sabes.

―Dime más. Estoy de humor para las revelaciones, y sé que a los


abogados les encanta oírse hablar.

Samuel T. se sentó en el otro extremo del sofá y cruzó las piernas por la
rodilla. No podía apartar los ojos de ella y lo sabía… sabia… que él era el adicto
que una vez más había resuelto dejar de fumar, pero se debilitaba a la
segunda. Ella, con su ropa de alta costura y sus aires burlones, era su pipa de
crack y su aguja, sus papeles enrollables y su billete de cien dólares enrollado.

¿Ella desnuda y encima de él? Ese era su narcótico puro.

Dios, cuando descubrió que se iba a casar con Richard Pford... ¿y luego,
cuando en realidad se había ido y lo había hecho? Había estado tan enojado,
había jurado follarse a una mujer en todos los lugares donde él y Gin habían
estado juntos alguna vez.
Había sido, y continuaría siendo, un verdadero cuaderno de viaje de
orgasmos, el tipo de cosa que lo mantendría ocupado durante seis meses o un
año.
Y aún tenía la intención de completar ese itinerario con muchas
voluntarias. Pero de alguna manera, verla en ese cementerio había abierto un
agujero en su fachada de fuerza e intención de permanecer a distancia.
Sí, porque los marcadores de tumbas y las estatuas de santos y cruces
eran muy sexy. Por otra parte, Gin podría haber estado en cualquier parte,
usando cualquier cosa, y ella habría sacudido su mundo. ¿Y el problema con su
plan de venganza? ¿Por su idea de resolver su agresión con otras
mujeres? Ninguna mujer se había acercado alguna vez a Gin por él.

Era como tratar de sustituir un filet mignon con Burger King. ―¿Dónde
está tu marido? ―Se escuchó a sí mismo exigir.

―Ya me preguntaste eso. ―Ella tomó otro sorbo, sus labios se


detuvieron en el de la copa―. Y te lo dije, él está trabajando. ¿Vas a ofrecer ser
mi protector contra él otra vez? ¿Eres voluntario para ponerte en peligro y
mantenerme a salvo?
Palabras duras y burlonas. Pero había dolor en sus ojos, incluso mientras
trataba de ocultarlo.

Dios, quería matar a ese hijo de puta. ―¿Estás bien? ―Le preguntó.

Cuando Gin enarcó una ceja como solía hacerlo, y pronunció el tipo de
palabras en el tipo de tono que siempre tenía, sabía muy bien que ambos
recordaban cómo habían sido el uno con el otro. Sin embargo, todo lo que se
había ido ahora: le faltaba la energía y ya no tenía la inclinación de meterse en
uno de sus viejos combates aéreos.

―Siempre estaré si me llamas. ―Echó hacia atrás su bourbon y se puso


en pie. De vuelta en el bar, se sirvió un segundo. Eso fue más como un segundo
y un tercero juntos―. Ya lo sabes.

―Podrías llevarte la botella, ―dijo arrastrando las palabras―. Es más


eficiente.

―Todavía estoy borracho por lo de anoche.


―Con quién estabas.

―Nadie. ―Lo cual no era exactamente una mentira. Prentiss…


Peabody… Quien no le había importado. ―¿Y tú?

―Richard estaba viajando. Regresó esta mañana.


Cuando Samuel T. regresó al sofá, no regresó a donde había estado. En
cambio, se acercó para pararse frente a ella… y luego se arrodilló lentamente.

Gin inclinó su cabeza y lo miró con una mirada de párpados


pesados. ―Te ves bien así, Samuel T. de rodillas frente a mí.

Se tragó casi la mitad del bourbon en su vaso de rocas antes de poner lo


que quedaba a un lado. Luego deslizó sus manos alrededor de la parte posterior
de sus pantorrillas y le acarició bajo el dobladillo de su vestido.

―Pensé que no íbamos a hacer esto más, ―dijo con voz ronca.
―Yo también.

―Le dije a mi esposo que iba a serle fiel.


―Entonces le mentiste.

―Sí, creo que lo hice.

Con un elegante arco, ella aflojó su cuerpo para él, sus piernas se
separaron para poder mover sus caderas entre ellos. Sus ojos eran para morirse,
esa mirada azul tan profunda, que se perdió al instante. Y cuando sus labios se
separaron, él supo lo que iba a pasar después: Iba a besarla, y no iba a tomar aire
hasta que terminado dentro de ella.

―Te estoy dando la oportunidad de detener esto, ―dijo con voz gutural.

―¿Cuándo?

―Ahora mismo. Dime que me aparte de ti.

―¿Es eso lo que quieres que diga?


― No.

―Bien. ―Ella sostuvo su Kir Royale a un lado―. Porque no quiero que


te detengas.
Ella no hizo ningún movimiento para encontrarse con él a mitad de
camino, por lo que tuvo que inclinarse hacia su boca… y ese sutil desafío lo
volvía loco. Ella era tan contraria y siempre fuera de su alcance, el cazador en él
siempre en su búsqueda, incluso cuando la tenía en sus brazos. Y esa era la
diferencia. Todas las demás mujeres le suplicaban que se quedara. ¿Gin? Le
desafiaba a mantenerse al día.
Y, oh, Dios, sus labios eran tal como lo recordaba, y exactamente cómo
nunca los olvidó, suaves y, sin embargo, inflexibles. La besó tan profundo y tan
largo que tuvo que romperlo para tener un soplo de aire.

―¿Por qué siempre sabes a mi bourbon cuando me besas? ―Susurró.

―Porque normalmente estamos borrachos y tengo un gusto impecable.


―Ah. Eso explica todo. ―Cuando fue a besarla nuevamente, ella lo
detuvo tocando su pecho. ―¿Por qué me trajiste aquí?

Él acurrucó sus caderas en ella para que pudiera sentir su


erección. ―Creo que eso es evidente por sí mismo.
―Podríamos haber ido a la granja.

―Estaba más lejos.

―Podríamos haber ido a Easterly.

―No es lo suficientemente privado.

―Los bienes de mi familia tienen más puertas que la mayoría de los


hoteles. ―Ella sonrió―. ¿Por qué no en tu oficina? Nos hemos divertido mucho
allí y sé que siempre guardas alcohol en el cajón inferior de tu escritorio.

―No, el Krug no, y no puedes soportar el champán barato. Además, mi


secretaria se está cansando un poco de tener que encender su radio para ahogar
tus gemidos.
Gin se rio. ―Ella es tan mojigata.

―Algo de lo que nunca has tenido que preocuparte.


―Entonces, ¿por qué este lugar, Samuel T., umm?

En lugar de responder, él se inclinó y rozó un lado de su garganta con los


labios. Moviendo sus manos más arriba debajo de su falda, le rozó la parte
superior de los muslos, y luego continuó hasta que…

―No llevas bragas, ―gruñó.


―Por supuesto no. Hace treinta grados y hace tanta humedad como en el
interior de una ducha.

Samuel T. se volvió desquiciado entonces, su control se rompió, su


avaricia por ella lo aceleró todo. Con dedos seguros, se desabrochó el cinturón y
los pantalones, y Gin estaba tan impaciente como él. Se sentó en el sofá y los
juntó en el mismo momento en que inclinó su erección hacia delante.

Ambos se estremecieron, y luego comenzó a moverse.


Cuando Gin bajó sus párpados, y de alguna manera logró mantener la
flauta firme sobre su alfombra pálida, dijo: ―Creo que sé por qué está aquí…
―jadeó―. En esta habitación.

Con los dientes apretados, preguntó por qué. O tal vez otra cosa. ¿Quién
sabe? Ella siempre fue la mejor, siempre la que más se apretaba a su alrededor,
siempre la más dulce y resbaladiza.
―El edificio de oficinas de mi esposo… está justo allí. Miró hacia la
vista y señaló la ventana, mientras él estaba bombeando en su sexo―.
De hecho… su oficina… está frente a este edificio…
Ella comenzó a jadear, tal como él estaba haciendo y ella tenía razón.

La había traído aquí para follársela en este sofá… y mirar por encima de
su cabeza oscilante mientras lo hacía en las ventanas de la oficina de Pford de
ese hijo de puta que estaba a una cuadra, en la parte superior del Edificio Pford.

―No sé de lo que estás hablando, ―gruñó.


Para evitar que siguiera especulando, Samuel T. se metió entre sus
cuerpos y acarició el botón de su sexo.
Cuando ella llegó al orgasmo, su Kir Royale se derramó por todo el
lugar. Y no fue muy satisfactorio.

ONCE

La máquina de ultrasonidos era portátil, un mini Zamboni con un monitor


manejado y operado por un técnico. Para acomodarlo, Lane tuvo que moverse de
la silla en la que estaba, y mientras se realizaba el examen, se quedó a un lado y
evitó su mirada. ¿Una cosa que pueda decir con certeza? Chantal estaba mal y
sangrando. De vez en cuando, cuando su bata de hospital se entreabría, captó
horrendas imágenes por el rabillo del ojo de lo que sucedía debajo de ella, el
relleno de la cama estaba empapado.

Claramente dolorida, Chantal se estremeció cuando empaparon su vientre


ligeramente redondeado con gel transparente y comenzaron pasarle algún tipo de
transmisor de imágenes. Y el técnico se detenía periódicamente, tocando una
pelota rodando sobre un teclado para tomar fotografías que, al menos a los ojos
de Lane, parecían no ser nada más que manchas grises y negras.
—El médico estará aquí en un momento, —dijo la enfermera que estaba
haciendo la ecografía mientras limpiaba el gel con una toalla de papel.
—¿Dónde está el bebé? —La cabeza de Chantal se agitó de un lado a otro
en la delgada almohada—. ¿Dónde está mi bebé?
—El médico estará con usted en un momento.

Cuando el técnico se iba, le lanzó una rápida mirada y él se sorprendió de


la compasión en su rostro.
Tal vez Chantal no había estado mintiendo. Al menos no sobre el
embarazo.

—Esto duele, —gimió Chantal—. Los calambres…


Lane se sentó en su silla porque quería darle algo de dignidad, y mientras
ella movía las piernas de esa manera, no dejaba de ver la sangre.

—Lane… duele.

Tenía el rostro pálido, los labios blancos y seguía agarrando la parte


media de su cuerpo como si alguien tratara de abrirla por la mitad. Se acabó el
cálculo. La Hostilidad. El drama de la “pobre niña rica”.
—Lane…

—Duró un minuto y medio, y luego se levantó, tiró de la cortina y abrió


la puerta de cristal. Sacando la cabeza al pasillo, llamo a la enfermera.
—Oye, —dijo él—. ¿Pueden darle algún calmante? A ella realmente le
duele.

—Señor. Baldwine, el doctor viene enseguida. Se lo prometo. Ustedes


son los próximos para ser vistos por ella.

—Bien. Gracias.

Retrocediendo, se acercó a la silla y se sentó de nuevo... y cuando


Chantal estiro su mano, la tomó porque no sabía qué más hacer. —El doctor ya
viene. De inmediato.

—Estoy perdiendo al bebé, —dijo con lágrimas en los ojos—. No


escuché el latido del corazón. ¿Lo hiciste? La máquina estaba en silencio.
Cuando fui la semana pasada, se podía escuchar el…
Cuando comenzó a llorar, no sabía qué hacer. Una vez más, en los más de
dos años que se conocían, no estaba seguro de haber compartido un momento
sincero y honesto con ella. Y nada fue más real que esto.
—¿Voy a morir? —Dijo ella.

¿Dónde diablos estaba ese puto doctor? —No, no, no lo harás.


—¿Puedes prometerme? ¿Que no voy a morir y que el bebé está bien?

El miedo en sus ojos y en su voz la desnudaron ante él, revelando que era
más que un adversario, y por alguna razón, pensó en cuándo la había visto por
primera vez en esa fiesta en el jardín. Solo se había ido porque iban a beber y
siempre se sentía menos alcohólico con un bourbon en la mano a las dos de la
tarde si se encontraba con un grupo de personas que hacían lo mismo.

El sol que brillando en su cabello rubio había sido lo que había llamado
su atención.

Y nunca habría adivinado que terminarían aquí, en estas circunstancias.


—No vas a morir.

En el silencio, ella solo siguió mirándolo mientras su cuerpo se


contorsionaba de aquí para allá. Quién sabía si alguna vez lo había amado o
amado a su padre. Tal vez todo fue un esquema mal desarrollado para una
excavación en una mina oro que salió mal, y sí, había hecho algo horrible
terminando su anterior embarazo. Pero a medida que su dolor continuaba
aumentando, el sufrimiento en el que ella estaba tenía prioridad sobre sus
fechorías pasadas.

Lane alargó una mano y le limpió una lágrima de la mejilla manchada.


Ahora su maquillaje se le estaba corriendo y se le formaban manchas negras
debajo de sus ojos.

—Lo siento mucho, —dijo ásperamente.

Chantal apartó la mirada y se estremeció. —Esto es mi culpa.

La puerta de cristal de la habitación de monitorización se abrió y una


mujer joven vestida con pantalones y una bata blanca entró. —Hola, a los dos.
¿Cómo estamos?

¿Cómo crees que estamos? Vaya una pregunta más tonta, pensó.
Lane dejó caer la mano de Chantal y se frotó las palmas de las manos
sobre los muslos. —Ella está sufriendo, ¿puedes ayudarla?

—¿Qué pasa con mi bebé? —Suplicó Chantal—. ¿Cómo está mi bebé?


La Doctora se acercó a la cama y puso su mano en el hombro de Chantal.
—Lo siento mucho, pero...
—Nooooo… —Chantal negó con la cabeza sobre la delgada almohada—.
No no no...

—No encontramos el latido del corazón. Me temo que has perdido al


bebé.

Chantal estalló en un llanto desconsolado, y la doctora dijo más cosas


sobre las citas de seguimiento, y Lane trató de seguir el hilo de todo.
Bueno, bueno, iba a haber papeleo con muchas notas sobre lo que había
que hacer a continuación.

Cuando el médico se fue, Lane sacó su teléfono. Cuando se mudó a


Manhattan, o huyó de Charlemont, lo que fuera más cómodo para él, no había
borrado ninguno de sus contactos de Kentucky.
Cuando encontró lo que estaba buscando, hizo una llamada.

Una mujer respondió escuetamente en el tercer intento. —Bueno, esta es


una sorpresa, Lane.

—Tomó una respiración profunda. La mejor amiga de Chantal lo


odiaba, y a él tampoco le gustaba. Pero eso no era importante. —Escucha,
necesito que vengas a urgencias en el Hospital Universitario...

Después de que Lizzie regresó a Easterly, ella terminó en el baño de


Chantal de nuevo, pero esta vez, tenía la intención de ir allí en lugar de
aprovechar el baño más cercano.
Cuando comenzó a revisar los armarios, los cajones y las estanterías, no
podía creer lo que estaba buscando. Por otra parte, no había estado a punto de
pedirle a un policía estatal en su coche de patrulla que la acercara a una farmacia
y esperara mientras ella se compraba una prueba de embarazo.

Especialmente no con Sutton Smythe en el asiento trasero.


—Maldita sea, hablando de estar bien abastecidos, —murmuró cuando
encontró suficientes bastoncillos para limpiar las orejas de todo un instituto —.
El apocalipsis zombie viene y vamos a estar apestosamente hermosos.

Había pastillas de jabón de lujo y tarros de cremas faciales con etiquetas


francesas y bolsas de bolas de algodón. Debajo de los lavabos, encontró
alineaciones de champús y acondicionadores, y secadores de cabello y varitas y
planchas para alisar o rizar el cabello. En los armarios detrás de los espejos,
había pastillas recetadas y laxantes y antiinflamatorios.

Élla ya había asumido que su mejor oportunidad de encontrar algo así


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como un Clearblue o alguna cosa de Primera Respuesta o lo que sea que se
llamaran las malditas cosas estarían aquí. Ciertamente, la mujer se había
preguntado recientemente si estaba embarazada o no.

Pero no encontró ninguna. Nada

—Mierda.

Cuando Lizzie cerró las puertas dobles debajo del lavabo a la izquierda,
decidió que necesitaba ir a la farmacia, subirse a su camioneta y salir sola.

Girando de un lado a otro, se dirigió a la salida y decidió revisar el


armario alto junto a la ducha siguiendo una intuición.

Santo Dios, pensó mientras agarraba las pilas de toallas. —Por supuesto.
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Más de las que tendrían en un vestuario de la NFL , excepto por tonos rosados,
oh, bingo.
En una canasta de mimbre junto a las toallas dobladas, encontró lo que
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buscaba, junto con varios frascos para análisis de orina y cajas de Monistat .

Sin embargo, ella no se haría la maldita prueba en este baño.


Metiendo la caja de Clearblue entre los pliegues de su vestido negro,
se acercó a la habitación de Lane y ella se encerró. Su primera inclinación fue
decirle a Lane lo que estaba haciendo, pero ¿y si estaba equivocada y esto era
solo la gripe? ¿O estrés? Ella no solo se sentiría como una tonta, lamentaría
haberlo preocupado por nada.

Además, no tenía idea de si se sentiría emocionado o si esto serían


más malas noticias sobre todas las demás: nunca habían hablado de niños, ya sea
sobre no tener o desear tenerlos.

Diablos, ella no estaba incluso segura de cómo se sentía acerca de


estar embarazada... bueno, no es que no tuviera el bebé si fuera...

—Okaaaaay, —dijo en voz alta—. Salgamos de la duda, vamos a hacerlo.


Dirigiéndose a su baño, leyó las instrucciones, se lanzó a una de las dos
pruebas y la abrió para sacarla de su paquete. Después de cumplir con su deber
en el baño y de no orinar en su mano, lo que, en lo que a ella concernía,
significaba que era un genio, sostuvo el extremo del palo y puso la prueba en la
repisa entre los dos muebles.

Su corazón golpeaba sus costillas como si ella tuviera miedo de estar sola
allí en la oscuridad.
Mirando su reloj, intentó no quedarse quieta. Se entretuvo doblando una
toalla húmeda. Roció un poco de aerosol por el baño.

Curiosamente, la vista de su cepillo de dientes que estaba junto al de Lane


en un vaso de plata esterlina atrajo su mirada y la mantuvo allí. El suyo era rojo
el de ella era verde. Ambos Oral B. Un poco más lejos, su cepillo para el pelo
estaba al lado de su máquina de afeitar, y su lata de crema de afeitar estaba junto
a su barra de jabón facial Clinique. Una toalla de mano que ambos habían usado
estaba arrugada y tirada donde había sido arrojada por quienquiera que la
hubiera quitado del estante.

Todo era tan bueno de ver, a pesar de que estaba un poco desordenado: el
caos cotidiano era evidencia de que sus vidas estaban entrelazadas.

Preparándose, Lizzie miró la prueba.


Cuando vio el signo más, comenzó a sonreír. Oh Dios mío. Oh Dios mío.
Madre, penso. Ella iba a ser…

Bruscamente, recordó a Chantal parada frente a la cripta de la familia


Bradford, con la sangre en el interior de las piernas. Parecía un extraño giro del
destino que ella estuviera embarazada, mientras la otra mujer podría estar
perdiendo a su hijo.
¿Qué iba a pensar Lane sobre esto?

Poniéndose las manos en la cara, Lizzie se miró al espejo y esa feliz


sonrisa se desvaneció.

Mierda, ¿qué iba a decirle?



DOCE

Cuando Samuel T. acercó el Jaguar a la entrada principal de Easterly, Gin


miró la gran casa de su familia. Tenía que haber doscientas persianas negras
brillantes en la cosa, ¿y esas tablillas que cubrían los cuatro lados? Si los
pusieras de punta a punta, estaba dispuesta a apostar que les conduciría a través
del Big Five Bridge a Indiana, y posiblemente a todo el norte de Chicago.

—¿Estás bien? —Murmuró Samuel T. mientras frenaba.


—Pero por supuesto. Estoy en casa.

Habló distraídamente porque su mente estaba en otras cosas.


Especialmente mientras dirigía su mirada al segundo piso, a la habitación de
Amelia.

—Voy a estar fuera de la ciudad por unos días, —se oyó decir.

¿Tienes algún pequeño viaje planeado con tu marido?


—No.

—Déjame adivinar, de compras.


Ella abrió la puerta y salió. Un ardiente dolor de cabeza justo entre sus
ojos, hacía difícil concentrarse en él. —Amelia necesita volver a Hotchkiss. Ella
tiene que terminar sus exámenes.
—Ah, sí, tu hija. —Samuel T. frunció el ceño. —Vino para el funeral,
entonces.

—Sí. —De hecho, había sido más complicado que eso. Amelia había
mentido y había dicho que la habían echado, solo para poder regresar a casa—.
Pero ella se mudará pronto conmigo.

—Para el verano.

—Por el resto de la escuela secundaria.


Samuel T. retrocedió y luego fulminó con la mirada el largo capó del
Jaguar. —¿Pford se negó a pagar?

—¿Perdón?

—¿Acaso ese hijo de puta tacaño dijo que no cubriría sus gastos? —
Cuando Gin no respondió, él la miró—. Y antes de intentar negar lo mal que está
tu situación monetaria, te recordaré que he visto la situación financiera de tu
hermano como parte del divorcio que estoy llevando para él. Sé exactamente lo
que está sucediendo.

—Richard no dijo que no. —Por otra parte, ella no se había molestado en
preguntar—. Amelia quiere estar en casa. Ella quiere... Estar con su familia.

—¿Ella irá a Charlemont Country Day en el otoño, entonces?

—Por supuesto.

Él asintió bruscamente como si esa fuera la única opción adecuada. —


Bueno. Amelia es una buena chica. Ella no se parece mucho a ti.

—Espero que no siga mis pasos.

—Yo también. —Samuel T. agitó una mano displicente—. Perdón, me


salió mal.

Y, sin embargo, no estoy en desacuerdo, pensó Gin.


—Ella quiere ir a la ciudad de Nueva York. Para trabajar en el mundo de
la moda.

—Ella primero necesita un título universitario en la mano. Entonces,


puede meterse en esa basura de estar haciendo tonterías artísticas, asumiendo
que tú y tu esposo puedan permitirse el lujo de alimentarla, mantenerla y vestirla
mientras está trabajando como pasante en Vogue. Pero eso no es asunto mío.
Gin apoyó ligeramente la punta de los dedos en la parte superior de la
puerta. Luego los metió en la ranura en la que estaba bajada la ventanilla.

—¿Qué pasa, Gin?

Mirando hacia el asiento que había dejado libre, pensó en las muchas
veces que ella había montado al lado de él en este coche deportivo.
Habitualmente había estado por la noche, no de día, y casi siempre había estado
en el camino hacia, o de regreso, de una de sus citas, o peleas.
Por otra parte, esas dos cosas por lo general habían ido de la mano entre
ellos.

—Lo que te dije, lo dije en serio. —La voz de Samuel T. se volvió remota
y sus ojos se movieron hacia la vista de la colina hacia el río—. Puedes llamarme
a cualquier hora. Siempre vendré a ayudarte.

Le tomó un minuto darse cuenta de que estaba hablando sobre su


situación con Richard Pford. Y ella tuvo la intención de tranquilizarle falsamente
diciendo que todo estaba bien.

Tal vez porque era difícil admitir que, una vez más, había tomado una
mala decisión. Una de tantas.

—Tengo que irme, —dijo bruscamente.

—Entonces vete. Tú eres la que estas agarrada a mi coche.

Gin tuvo que sacar sus dedos de la puerta, tenía las puntas entumecidas
por haber estado dentro del hueco de la ventanilla.

Por un momento, tuvo la sensación de que levantaría la barbilla, le diría


una especie de réplica ingeniosa y se marcharía, confiando en la intuición de que
él la estaría mirando el culo y deseando tener las manos encima mientras se
alejaba.

Sin embargo, no podía mantener la fachada.


Cuando ella dio un paso atrás, Samuel T. puso el descapotable en marcha.
—Cuídate, Gin.
—Siempre.

Murmuró algo que se ahogó por el rugido del motor, y luego se fue cuesta
abajo, el dulce olor a gas y aceite permaneciendo en el aire inmóvil.

De pie bajo los rayos dorados del sol, esperó a que desaparecieran las dos
luces rojas. Luego dándose la vuelta volvió a mirar hacia las ventanas de
Amelia.
Como si la niña hubiera sentido su llegada, se abrió una de las persianas y
su hija asomó la cabeza. —Está todo listo. No es que tuviera que guardar mucho.
¿Podemos irnos ya?

Gin se tomó un segundo para memorizar cómo se veía la chica,


asomándose, ese pelo moreno que brillaba en tonos castaños a la luz del sol, su
blusa roja y negra suelta y fluida.

Se suponía que las madres eran amables y cariñosas. Ya fueran amas de


casa o tuvieran una profesión a tiempo completo... ya fueran madres con un
estilo de vida sano o tentadoras de Oreos y refrescos... estrictas o
condescendientes, ricas o pobres... se suponía que las madres eran con quienes
los niños se sentían más seguros. Eran las que besaban en las mejillas, las que se
alegran y celebraban los logros, las que daban paracetamol para algún dolor y
curaban las heridas.

Sobre todo, detrás de todas las etiquetas que se les aplicaba, se suponía
que las buenas madres eran seres humanos nobles y honestos.

—¿Qué pasa ahora? —Dijo Amelia.

El agotamiento en la voz de la niña estaba más que justificado ante el


fracaso de Gin en casi todas esas áreas: Amelia había sido criada desde que tan
solo era un bebé por una serie de nodrizas y niñeras, y tan pronto como ella
comenzó sus estudios de primer año en la escuela secundaria, había sido enviada
a Hotchkiss como un mueble que tenía que tapizar antes de poder volver a
ponerlo en el salón.
La decisión de la niña de regresar a casa de forma permanente había sido
el primer punto importante en su vida en la que Gin se había involucrado. Gin
había decidido llevarla ella misma de regreso al instituto no solo porque los
aviones privados de la familia estaban parados, sino porque ya era hora de que
ella supiera y conociera quién era su hija.

¿Qué mejor manera de hacerlo que catorce horas en un coche?

—¿Hola? —Dijo Amelia.


—Lo siento. Voy a coger algunas cosas y nos iremos enseguida. —Era
mejor irse antes de que Richard llegara a casa del trabajo—. Lane tiene el Rolls
—Royce, pero hay un Mercedes que nos podemos llevar.

—Bueno. Prefiero no entrar en el campus con el Phanton. Demasiado


llamativo.
—Lo dice la chica que va de Chanel. —Gin sonrió para que no pareciera
una crítica—. Tienes bastante sentido del estilo, ¿lo sabías?

—Lo tengo, por ti y por la abuela. Eso es lo que todos dicen.

Por alguna razón, Gin no pudo procesar eso. Era muy doloroso. —
Probablemente deberías decirle adiós.

—Ella ni siquiera sabe quién soy.

—Está bien.

—Entonces, vamos. Cuanto antes me vaya, antes podré volver a casa.

Amelia se retiró y cerró la ventana.


Y aun así Gin se quedó dónde estaba, el sol de la tarde caía sobre sus
hombros como si Dios mismo le estuviera poniendo las manos encima para
apoyarla.
Sí, decidió ella. Era hora de decirles a los dos la verdad.

Amelia y Samuel T. tenían todo el derecho de conocerse uno al otro, y era


más que apropiado que Gin finalmente se hiciera cargo de su pecado de omisión.
Y algunas partes iban a estar bien. La niña seguramente obtendría un
padre. Samuel T. absolutamente le haría bien a ella, ahora y en el futuro.
Pero Gin perdería al hombre que amaba para siempre.

¿No es eso lo que uno hace por sus hijos? ¿Sacrificar tu felicidad por la
de ellos? Por otra parte, ¿realmente sería un sacrificio cuando creó ella el
problema?

Es más como un castigo bien merecido.


Una cosa era cierta. Samuel T. nunca la iba a perdonar, y por primera vez
en su egoísta vida, ella reconocía tampoco debería perdonarla.

La unidad de cuidados intensivos estaba al otro lado del edificio del


hospital, a varios pabellones de distancia de la sala de emergencias, pero a Lane
no le importaba el paseo por los diversos edificios. Mientras caminaba,
siguiendo las señales y pasando por las diferentes salas de visitas por el camino,
se consoló con la vana esperanza de que la señorita Aurora estuviera consciente
y, por lo tanto, en condiciones de tratar de leer su expresión, su estado de ánimo,
su nivel de estrés.

Mientras cruzaba Broad Street, el camino que conectaba los diferentes


edificios, miró hacia abajo a la abundante afluencia de coches que cada vez
atascaba más el tráfico que se estaba espesando a medida que el día de trabajo
llegaba a su fin. Muy pronto, el cruce de vías circundantes, ese nudo de
autopistas que se cruzaban por el Big Five Bridge, iba a estar congestionado
hasta el punto de detenerse y crear atrasos.

No era algo así como Manhattan. O L.A. Pero lo suficiente para ocasionar
molestias a los transeúntes.

A él también, por así decirlo. Dios, fue increíble lo rápido que los
estándares de Charlemont se habían filtrado en él. Aquí, si estuvieras atascado en
la hora punta durante diez minutos, sería un fastidioso insulto a tus planes para
cenar. ¿En la ciudad de Nueva York? Tenías que guardar en una bolsa de viaje un
sándwich si querías intentar utilizar la autopista Long Island para recorrer poco
más de 800 m a las cuatro y veinte de la tarde.
Una locura.
Cuando entró en lo que esperaba era su último edificio, se detuvo junto al
mostrador de información y esperó a que la mujer de edad media de aspecto
agradable lo mirara.

No lo hizo. Estaba absorta en el crucigrama de la revista People.

—¿Señora? —Dijo—. ¿Me podría decir dónde está la UCI?


—Sin molestarse en apartar la vista de las pequeñas casillas que estaba
llenando, murmuró: —Abajo a la derecha, tome los primeros ascensores hacia el
cuarto piso. Allí la encontrara.

—Gracias.
—Lane siguió las instrucciones, y tan pronto como llegó a los ascensores,
supo dónde estaba por la galería de abajo. El problema había sido por donde
había entrado. Si hubiera aparcado en el garaje de la calle Sanford, podría haber
encontrado el camino hacia la habitación de la señorita Aurora sin problema.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, se encontró con un hombre


en una silla de ruedas, y una mujer con una bata de hospital, que olía como si
hubiera salido a fumar, y una pareja cogida de la mano y parecía muy nerviosa.
La fumadora y la pareja se bajaron antes que él. No sabía a dónde se dirigía el
chico de la silla de ruedas.

Cuando Lane salió a la unidad, su estómago se contrajo como un puño.


Siguiendo el protocolo, se registró con el control de enfermería, y fue un alivio
cuando le llamaron y le enviaron por el pasillo.
Esto significaba que su mamá aún estaba viva.

Al igual que la sala de emergencias de Chantal, las habitaciones de la


UCI tenían paredes de cristal y cortinas interiores que se podían echar para una
mayor privacidad. A diferencia de la UVI, había placas tipo pizarra al lado de las
entradas de las habitaciones, con el nombre del paciente y el turno de la
enfermera y jefe de planta en el turno correspondiente de los cuales eran
responsables.
Lane se detuvo cuando llegó al que dijo Aurora Toms.

En realidad, se leía “rora Toms” por una mancha.


Cogió el bolígrafo negro que estaba encima del tablero, lo destapó y
agregó el Au. Cuando eso solo parecía aún más desordenado, borró todo con las
yemas de los dedos y lo volvió a hacer con cuidado para que estuviera correcto.

Miss Aurora Toms, su apellido se debía porque ella había sido una de los
doce hijos de Tom.

Cuando Lane abrió la puerta de cristal, se soltó el cierre y se escuchó un


pequeño siseo de aire. Dentro, había un montón de pitidos y luces muy brillantes
y mucho equipo médico, era como si estuviera en una sala de operaciones.
Su mamá parecía tan pequeña en la cama, su cuerpo encogido mientras
los tumores en ella se hacían más grandes y más fuertes, y su primer
pensamiento cuando él se acercó, era que ella odiaría la forma en que se veía su
cabello. Su corte estaba sin brillo y desordenado, lo peinó un poco con sus dedos
así e hizo lo que pudo para arreglárselo.

Su siguiente pensamiento fue que nunca volvería a casa.

Ella iba a morir aquí, en esta cama.

¿Cómo podría ella sobrevivir?

Parecía tan enferma: tenía los ojos cerrados, pero se dio cuenta de
que se le habían hundido en el cráneo y tenía las mejillas tan vacías que parecía
que los huesos se iban a salir y romper en la carne. Había innumerables cables
debajo de la parte superior de la bata que ella tenía, y también un tensiómetro
bombeando en su brazo que sabía lo que hacía y otra clase de aparatos
ayudándola a respirar. Había más tubos en su brazo. Y aún otros, debajo de las
sábanas.

Nunca se dio cuenta de lo mucho que el cuerpo humano hacía por sí


mismo hasta que tuvo que ver como intentaba y se volvía a realizar sus
funciones a través de medios externos.

Miró a su alrededor en busca de una silla y encontró una en un rincón,


una idea secundaria no era prioritaria pues era para un paciente cuya existencia
continuada era tan dudosa, las visitas no era lo que preocupaba a la gente.

Acercándola, se sentó y tomó su mano.


—Hola, mamá, —dijo mientras la acariciaba con el pulgar de un lado a
otro.

No podía decidir si la sentía cálida o fría, y por alguna razón, el hecho de


que su mente no pudiera decidir una cosa u otra lo puso tan frustrado que quiso
gritar.

—Mamá, ¿qué puedo hacer por ti? Dime que necesitas…


Lane pensó en el Mercedes que le había regalado el invierno pasado.
Había estado viajando para hacer compras en un viejo vehículo de cuatro ruedas,
el mismo coche que había tenido durante una década, y que se había negado
obstinadamente a reemplazar, y entonces una tormenta de hielo había golpeado,
una que había sido muy mala, había aparecido en las noticias llegando hasta el
norte. Tan pronto como había visto los informes, había llamado a la
concesionaria local, había elegido un E350 4MATIC en U de C rojo y le habían
entregado el sedán.

Oh, cómo se había enfadado con él. Había mantenido que el coche era
demasiado caro y llamativo. Había insistido en que ella iba a devolverlo.

Excepto que ella se había llevado el coche ese domingo a Charlemont


Baptist y la había exhibido con orgullo en el aparcamiento, diciéndole a la gente
que su chico se lo había regalado para que ella estuviera a salvo.

La señorita Aurora nunca le había agradecido el regalo, al menos no


verbalmente, y esa era su manera. Sin embargo, el amor especial que siempre
había tenido por él había sido una constante en sus ojos. Y también, en su
complacencia secreta.

—¿Hay algo que hayas dejado sin hacer? —Susurró mientras miraba a la
cara que conocía tan bien—. ¿Puedes hablarme? ¿Dime qué necesitas que haga
antes de partir?

—En algún nivel, él sabía que probablemente debería enfocarse en todo


tipo de cosas positivas, como en que seguramente iba a salir de esta, y regresar a
Easterly, volver a ordenarle a él y a todos los demás. Pero últimamente se había
convertido en un fanático de la realidad por encima del optimismo, y en su
corazón, era consciente de que este era el final...
Cuando su teléfono comenzó a sonar, metió la mano en el bolsillo interior
de su pecho y lo silenció.

—Solo quiero hacer lo correcto por ti. Asegurarte de que todo será como
tú quieras.

La señorita Aurora nunca se había casado o tenía hijos propios, pero


había tantos familiares suyos en la ciudad, sus hermanos y hermanas se casaron
y todos estaban con niños en su mayor parte, y luego allí estaba su red extendida
de primos, amigos y toda la congregación en Charlemont Baptist. Él quería estar
seguro de que todos tenían la oportunidad de decirle unas palabras de
despedida…

—¿Lane?

Levantándose, se dio la vuelta. —Tanesha. Dime. Hola.

Se puso de pie y abrazó a la mujer con la bata blanca y el estetoscopio.


Tanesha Nyce, hija del reverendo Nyce de Charlemont Baptist, tenía unos treinta
años y acababa de completar sus estudios, y había sido una fuente increíble de
consuelo desde que la señorita Aurora había sido ingresada.
Mientras se retiraban, Tanesha sonrió. —Me alegra que estés aquí. Está
escuchando todo lo que dices, ¿sabes?

—Aclarando su garganta, trató de parecer casual cuando se acercó y se


sentó nuevamente en la silla. La verdad era que sentía como se tambaleaba de
pie y no quería caerse.
Porque no podía preguntar. Y Tanesha no iba a decir nada más que la
verdad.
No era que los médicos de la señorita Aurora le hubieran ocultado algo,
no sería justo... Era hora de averiguar cuánto tiempo le quedaba y, de alguna
manera, el escuchar algo así, sin duda, las sombrías noticias de Tanesha viniendo
de ella no parecían tan desagradables.
—Entonces, ¿cómo estamos? —Dijo.

Débilmente, era consciente de que estaba frotando sus muslos, y


deliberadamente detuvo sus palmas que se movían incesantes.
—Bueno, veamos. —Tanesha se acercó y le sonrió a la señorita Aurora
—. ¿Cómo estamos hoy, señora? Soy la hija del reverendo Nyce, Tanesha. Me
pasé un momento para saludarla antes de terminar mi turno.

Su tono era ligero e informal, pero sus ojos detrás de sus gafas eran
totalmente opuestos mientras revisaban todas las pantallas alrededor de la cama.
Y mientras estudiaba los números, los patrones y los gráficos, Lane se centró en
ella. ¿Era ella la razón por la que Maxwell finalmente había vuelto a la ciudad?

¿O había vuelto Max para ayudar a Edward a matar a su padre?


Tanesha y Maxwell siempre habían iluminado una habitación cada vez
que estaban juntos, pero la hija del pastor y el rebelde de la familia Bradford
nunca habían llevado su atracción más allá de las chispas que saltaban a su
alrededor, o al menos hasta donde Lane sabía.

Una vez más, como hija del reverendo Nyce, ¿realmente querrías llevar a
alguien así a casa?

—¿Cómo está? —Repitió Lane.

Tanesha acarició la mano de la señorita Aurora. —Volveré a primera hora


de mañana. Cuídate, señorita Toms, y descansa un poco.

Cuando Tanesha asintió con la cabeza hacia la puerta, Lane se levantó y


la siguió, y notó que la doctora esperó hasta que las puertas se cerraron por
completo antes de hablar.

En voz baja, Tanesha dijo: —Estoy segura de que sus médicos te han
estado informando sobre su situación.

—No recuerdo mucho de lo que dijeron, para ser honesto. Lo siento,


tengo todo muy borroso... confuso. Además, confío más en ti.
Tanesha lo miró como si evaluara cuánto podía soportar. —¿Puedo ser
honesta?
—Sí, te lo agradecería.

—Es posible que desees mantener la gratitud hasta que termine. —


Tanesha hizo un círculo alrededor con sus brazos, justo debajo de sus costillas—.
Como probablemente sepas, el tumor en el páncreas es bastante grande, muy
anormal y no ha respondido a su tratamiento actual. La metástasis en el hígado
es la misma, y han encontrado más tumores en los vasos mesentéricos
superiores. Pero aún más problemática es esta crisis de células falciformes. La
quimioterapia comenzó, y la golpeó tan fuerte y tan rápido, que sigue causando
problemas con su bazo y otros órganos principales. Ahora mismo hay muchas
cosas malas para ella, y como su tutor legal, creo que vas a tener que tomar
algunas decisiones en los siguientes días.

—¿Decisiones? —Mientras asentía, miró a través de la puerta de cristal a


su mamá—. ¿Qué tipo de decisiones? Probar algún tipo de quimioterapia
diferente ¿o...?
— Como, cuándo es el momento de retirar la respiración asistida.

—Jesús. —Se frotó la cabeza—. Quiero decir, pensé que todos estaban
tratando de sacarla de esto.

—Sus doctores sí. Y he seguido su caso paso a paso en todo el proceso.


—Le colocó una mano amable en su antebrazo—. Pero si quieres que sea
sincera, creo que es hora de reunir a la familia, Lane. Y sé rápido al respecto.

—No estoy listo. No puedo... No estoy listo para esto.


—Lo siento mucho. Realmente lo siento. Ella es una persona muy
especial, que es amada por tantas personas. Mi corazón está rompiéndose.

—El mío también. —Se aclaró la garganta—. No estoy listo para


perderla.

De vuelta a casa, pensó. Necesitaba regresar, coger la antigua libreta de


direcciones y teléfonos escrita a mano de la señorita Aurora y comenzar a llamar
a la gente.

Esto era lo último que podía hacer por su mamá mientras ella estaba viva
y que lo condenaran si él la decepcionaba.

TRECE

Cuando Lane salió del edificio, dejando atrás la Unidad de Cuidados


Intensivos, estaba tan distraído que olvidó que había dejado el Phantom en la
zona de aparcamiento del servicio de emergencias. No fue hasta que caminó y
buscó durante unos buenos diez minutos en el parking de Sanford Street cuando
se dio cuenta, Mierda.

Caminando por la acera bajo el calor, trató de recordar en qué lado había
dejado el Rolls…

Un estridente bocinazo lo hizo girar, y saltó a la acera justo cuando un


Volvo derrapó hasta detenerse.

Oh, cierto, pensó. Verde significa ir en sentido contrario al tráfico.

Podría haber notado algo si hubiera estado prestando atención, pero no lo


estaba en absoluto.
Cuando la costa estaba despejada, volvió a intentarlo y con todo el
asunto, decidió enfocarse mejor. Sí… no. Todo lo que podía pensar era en Lizzie,
y metió la mano en su chaqueta para buscar su móvil. Cuando lo sacó, frunció el
ceño ante la notificación de llamada perdida y correo de voz en la pantalla. Era
de un número que no reconoció, uno con un código de área fuera del estado.

Después de que él intentara hablar con Lizzie y ella no contestara, él le


dejó un mensaje avisando de que estaba volviendo a casa. Y luego devolvió de la
llamada a quien fuera quien le había llamado…

—¿Hola?
La voz que respondió era femenina, y acentuada con acento típico del sur,
y Lane se dio cuenta de que debería haber escuchado primero el maldito
mensaje. Por otra parte, al menos ese sonido estridente en particular no lo
disparó hacia el salpicadero del coche.

—¿Creo que llamaste a mi número y dejaste un mensaje? —No dijiste tu


nombre. Si este era un número equivocado, no había ninguna razón para
identificarse a sí mismo—. ¿Hace aproximadamente media hora?

—Oh, gracias, Sr. Baldwine. Gracias por devolverme la llamada. Y no


quiero molestarlo, pero me dijo que lo llamara si necesitaba ayuda.
—Lo siento, ¿quién es?

—Shelby Landis. Del Red&black, ¿me recuerda?

Lane se detuvo de nuevo, su mano apretando su teléfono. —Si te


recuerdo. Pero por supuesto. ¿Está todo bien por ahí?

Hubo una pausa. —Realmente necesito hablar usted. En algún lugar


privado. Se trata de Edward.

—Está bien, —dijo lentamente—. Estaré feliz de ir a verte, pero ¿puedes


darme una idea de qué se trata esto?

—Tengo que mostrarle algo. Ahora.

— Está bien, iré a buscarte. ¿Estás en la granja?

—Sí señor. Estaré trabajando en los puestos del granero B durante la


próxima hora.

—Estoy en el centro y me llevará algo de tiempo. No te vayas hasta que


llegue allí.
—Vivo sobre el granero. No voy a ir a ninguna parte.

Lane salió corriendo, a pesar de que el sol del final de la tarde estaba
abrasador y la humedad apenas llegaba a la selva de asfalto. Para cuando llegó al
Phanton, había sudado la camisa… aunque se había quitado la chaqueta a unos
cien metros de su carrera… y accionó el aire acondicionado tan pronto como
encendió el motor.
El viaje a Red & Black le llevó casi cuarenta y cinco minutos gracias a
que un camión cisterna se había accidentado en el Patterson Parkway y luego
tres tractores en los caminos rurales estaban obstruyendo el paso. Finalmente,
pudo girar a la derecha entre las dos columnas de piedra y comenzar a subir la
colina hacia los graneros rojos y negros a juego.

A cada lado del sinuoso camino, cercas de cinco rieles pintadas de marrón
se extendían por campos ondulados, cuya hierba, según la creencia popular,
estaba teñida de azul gracias al contenido de piedra caliza en el suelo. Hermosos
purasangres cubiertos de pelaje de color en marrón y negro alzaron sus elegantes
cabezas mientras pasaban junto a ellos, un par de caballos se interesaban tanto
por él que galopaban junto con el Rolls Royce, con las crines flotando y la cola
erizada.

En lo más alto de la cima, el asfalto se convirtió en grava de guijarros y


aminoró la marcha, no queriendo levantar piedras. Había varios graneros y
edificios anexos, así como la cabaña del guarda, y todo tenía un aire elegante y
bien cuidado, un recordatorio de que las carreras de caballos de Kentucky eran
una competencia feroz pero pasada de moda y caballerosidad.

O al menos así había sido en los tiempos del abuelo de Lane. Y la familia
Bradford era conocida por valorar y defender las tradiciones del pasado.

Lane aparcó justo al frente en el centro de los tres graneros, y cuando


salió, olía a hierba recién cortada y pintura húmeda. Efectivamente, mientras se
acercaba a la valla abierta, vio una cortadora de césped trabajando en el pasto
más cercano a él y había una cinta de precaución alrededor de los bordes por los
que caminó, había una nueva capa de brillo rojo en uno de ellos.

Dentro, el aire era frío y tuvo que parpadear mientras sus ojos se
ajustaron. Varias de las yeguas, cuyas cabezas estaban fuera de sus establos,
relincharon ante su llegada, y eso llamó la atención de los demás hasta que una
línea de orejas puntiagudas, hocicos asintiendo y cascos de caballo anunciaron
su presencia.
—¿Shelby? —Gritó, mientras caminaba por el amplio pasillo.
Sabía que no debía tratar de acariciar a ninguno sin una presentación
adecuada, y el conocimiento de esto se hizo evidente cuando se acercó a un
enorme caballo negro que era el único en la colección de unos treinta con la
parte superior de la puerta cerrada. Y lo que sucedió fue que el bastardo pasó los
dientes a través de los barrotes, y no de una manera “hola ya comí”.

Más en una manera de “hola, me quiero comer tu cabeza”.

Y cuando miro el hecho de que la gran bestia tuviera su frente vendada


parecía apropiado. Te hacía pensar cómo quedaría el otro caballo después de una
pelea en un bar.
—Te agradezco que hayas venido.

Lane se dio la vuelta y pensó: Ah, claro. La pequeña rubia y mano estable
con el rostro joven y los ojos viejos, que se había detenido en la esquina de la
casa cuando Edward confesó a la policía. Ella había parecido con la mirada
remota en entonces. Ahora, sus ojos lo veían directos.

El caballo con mala actitud pateó su puesto con tanta fuerza, que Lane
saltó y tuvo que comprobar que no había sido atrapado por un casco que hubiese
salido por la puerta.

—Neb, no seas grosero. —La mujer, que no podía medir más de metro y
medio con las botas de granjero, lanzó una mirada fulminante como una bala de
cañón al semental—. Aléjese de él, Sr. Baldwine. Está de mal humor.

—¿De maniático? Él es como Hannibal Lecter con pezuñas.

—¿Le importaría venir al apartamento?


—De ningún modo. Mientras él no suba las escaleras con nosotros —.

Lane la siguió hasta una habitación con tachuelas y luego subió tras su
estela una serie de escalones hasta el segundo piso, donde la temperatura era de
trescientos grados más.

—Es por aquí. —La mujer abrió una puerta y se puso de lado—. Aquí es
donde me alojo.
Cuando entró, notó que no llamaba al lugar su hogar. Por otra parte, era
poco más que una sala de almacenamiento con una cocina para cocinar, el
espacio abierto frío por una de ventana entreabierta golpeando ligeramente. El
sofá y la silla no coincidían y las dos alfombras no tenían nada en común entre
ellas, ni con los muebles deshilachados. Pero estaba limpio, y esta mujer con sus
jeans azules y su camiseta tenía el mismo tipo de dignidad silenciosa y difícil de
conseguir a lo Gary McAdams.

—¿Y qué hay de mi hermano? —Preguntó Lane.

—¿Puedo traerte un té dulce?


Cuando Lane asintió, se avergonzó de no haber permitido que ella le
hiciera la oferta antes de ponerse a trabajar. Después de todo, la hospitalidad
sureña no era solo propiedad de los ricos.

—Sí por favor. Hace calor.

Las tazas tampoco combinaban, una azul y opaca, y la otra naranja


escarchada con letras escritas. Pero el té estaba en una categoría al lado del cielo,
tan fresco como los cubos de hielo que flotaban en él, tan dulce como una brisa
en la parte posterior de un cuello caliente.

—Esto es maravilloso, —dijo mientras esperaba a que ella se sentara.


Cuando lo hizo, él hizo lo mismo en la silla frente a ella—. Necesitaba
recargarme.

—Fui a ver a su hermano a la cárcel anoche.

Gracias a Dios que finalmente estaba hablando. —¿Lo hiciste, cómo?


Espera, ¿Ramsey?
—Sí señor. Su hermano…

Esperó a que ella continuara. Y esperó.


Qué, Lane quería gritar. Mi hermano... ¡qué!

—No creo que haya matado a su padre, señor.


A Través de un rugido repentino que atravesó por su cráneo, Lane luchó
por mantener la calma. —¿Qué te hace decir eso?

—Mire, Edward mintió a la policía. Se lastimó el tobillo justo en frente


de mí.
—No te estoy siguiendo, ¿Perdón?

—¿Recuerdas cuando le dijo a la policía que se había lastimado el tobillo


al borde del río cuando lo estaba moviendo...ah, los restos? Dijo que tuvo que
llamar al médico porque se había lastimado entonces, pero eso no fue lo que
sucedió. Llamé al Dr. Qalbi porque Edward se cayó aquí abajo en el establo
antes del asesinato. Yo estaba allí, y tuve que ayudarlo a regresar a la cabaña.

Lane tomó un sorbo del vaso solo para darse algo que hacer. —¿Pero no
podría haberse lastimado el tobillo otra vez? ¿Abajo en el río esa noche?
—Pero estaba caminando bien cuando leí sobre la muerte en el periódico.
Y de nuevo, sé de dónde salió ese médico porque fui yo quien lo llamó. Edward
se lastimó antes del asesinato.

Mientras la mente de Lane corría, parpadeó. Un par de veces. —Yo, ah,


entonces, esto es una sorpresa.
¿Edward estaba mintiendo para proteger a alguien? ¿O Shelby estaba
fuera de la línea del tiempo?

—Hay otra cosa que no tiene sentido, —intervino Shelby—. ¿Ese


camión? Edward dijo que lo llevó a Easterly y puso el cuerpo. Pero el
cabrestante estaba roto, el que les dijo que utilizó para llevar a tu padre al
maletero, está roto.

Lane se puso de pie y caminó alrededor, terminando frente a la fría ráfaga


proveniente del aparato del aire acondicionado. Pensó en todo lo que le había
dicho Edward al detective Merrimack y a los otros policías... y también las
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pruebas que el DPMC tenían sobre él, al saber, que había destruido las
imágenes de las cámaras en el garaje de Easterly de esa noche. Si solo hubiera…

Se giró hacia su anfitriona. —Shelby, ¿hay cámaras de seguridad aquí en


la propiedad?

—Sí señor. Y le pregunté a Moe cómo funcionan. Hay un control de


vigilancia en la oficina de la planta baja que lo graba todo, y eso era lo siguiente
que le iba a decir.

—¿La policía pidió ver algo? Cualquier grabación, quiero decir, desde
aquí.

—No que yo sepa.

Qué diablos, pensó Lane. Por otra parte, el CMPD tenía poco personal y
tenían una confesión junto con la evidencia de que Edward había manipulado los
archivos de grabación de seguridad. ¿Por qué tendrían que ir más lejos?
—¿Puedes llevarme a la oficina?.

Diez minutos más tarde, estaba sentado en un escritorio de pino


destartalado en una habitación del tamaño de una caja de zapatos. Sin embargo,
el ordenador portátil era nuevo, y el sistema de vigilancia por cámara era fácil de
manejar, las seis zonas ofrecían imágenes de las puertas de entrada, de cada uno
de los tres graneros, tanto por delante como por detrás, y de las otras dos salidas
en la granja. No había nada en la cabaña del guarda; nuevamente, el valor de la
empresa estaba en la carne de caballo, no en el interior de esa casita.
—No dejó las instalaciones, —dijo Shelby mientras se recostaba contra la
áspera pared—. Revisé las grabaciones. La noche en que los periódicos dicen
que tu padre fue... que él murió. Edward no salió de esta granja. No hay cámara
en la cabaña, pero ¿ese camión que dice que usó? Estaba estacionado detrás de
este establo toda la noche. Y nadie entró ni se fue en ningún otro vehículo.
Lane se sentó en la silla. —Bien... mierda.

Shelby se aclaró la garganta.

—Sin ofender. —Sr. Baldwine, pero no me importa maldecir.

Le tomó casi dos horas revisar todos los archivos, y al final, Lane estuvo
de acuerdo con la evaluación de Shelby. Ese camión con el cabrestante
evidentemente roto se había quedado detrás del granero B toda la noche. Y no
hubo idas ni venidas de otros autos o camiones. Nadie incluso merodeó
alrededor de la propiedad.
Sin embargo, ¿qué se estaba perdiendo? Quería emocionarse, pero la
cabaña no estaba cubierta por una cámara. Edward podría haberlo hecho... oh,
diablos, él no sabía que pensar.

—Gracias, —dijo Lane mientras sacaba la memoria USB en la que había


guardado todos los archivos.

—Tu hermano no es un asesino. —Shelby negó con la cabeza—. No sé


qué sucedió entre él y tu padre, pero él no mató a ese hombre.
—Espero que tengas razón. —Lane se puso de pie y movió su cuello. —
De todos modos, voy a llevar esto al lugar correcto y vamos a llegar al fondo de
todo.

—Su hermano, es un buen hombre.


Lane tuvo el impulso de abrazar a la joven, y se rindió, envolviendo sus
brazos alrededor de ella rápidamente. —Voy a encargarme de esto.

—Su hermano me dio un trabajo cuando no tenía adónde ir. Le debo


mucho, a pesar de que no apreciará cómo le estoy pagando ahora. Pero tengo que
hacer lo correcto.

—Amén a eso. —En el camino de regreso a Easterly, Lane probó a llamar


al teléfono móvil de Lizzie otra vez. Dos veces. Cuando saltó el contestador en
ambas ocasiones, maldijo y le habría mandado un mensaje de texto, pero estaba
conduciendo y decidió que un accidente automovilístico no iba a ayudar en
ninguna de las pesadillas en las que estaba atrapado.

Estaba a un kilómetro y medio de su casa, a lo largo de River Road en


dirección al centro de Charlemont, cuando doblando la orilla pudo mirar la finca
de su familia en la colina. En el crepúsculo, la gran casa blanca estaba bañada
bajo la última luz del día, como si estuviera siendo iluminado para una sesión del
rodaje de película.
Era impresionante, incluso para los hastiados miembros de su familia, y
estaba claro por qué uno de sus antepasados, no estaba seguro de cuál, había
decidido tomar ese famoso dibujo con pluma y tinta de Easterly y ponerlo en el
frente de cada botella de No 15.
Lo mejor de lo mejor. Sin compromisos, sin excepciones.

¿Mantendrían incluso su compañía de bourbon después de todo


esto?

En lugar de pasar por delante de la prensa que estaba en las puertas


principales, Lane tomó el camino de la izquierda por donde pasaba el servicio y
la carretera del personal que se extendía por la parte posterior de la superficie de
la propiedad. Al pasar por los invernaderos donde Lizzie y Greta cultivaban
material vegetal para los jardines y las terrazas, imaginó a su mujer entre los
brotes de hiedra, las flores y los arbustos recientes, felizmente haciendo el
trabajo que amaba. Y luego estaban los campos que serían plantados con maíz y
otros cultivos pronto. Le encantaba estar en un tractor o un cortacésped al aire
libre.

Su chica trabajaba al aire libre. Algo que su madre había aprobado.

Mientras una oleada de dolor sacudió su corazón, se centró en la


formación de casas de la época de 1950 cuyo estilo se conservaba igual que
entonces ahora en la actualidad, tras el despido del personal, estaban todas
abandonadas, excepto la cabaña de Gary McAdams y la que su hermano se
alojaba.

Como la motocicleta de Max se había ido, estaba claro que no estaba


cerca, y con suerte, el bastardo imprudente no sería arrestado.

Un Baldwine entre rejas era más que suficiente.

El área de servicio y transporte de Easterly se concentraba en el amplio


patio de grava en la parte posterior de la casa, una extensa expansión de terreno
que estaba delimitado en un lado, por el garaje para diez automóviles y el otro
por el centro de negocios. Lane estacionó el Phantom en su plaza de
estacionamiento y luego se acercó a la fila de coches que estaban aparcados en
línea al lado de los establos remodelados. El Mercedes rojo de la señorita Aurora
mostraba una fina capa de polvo y polen que se había quedado marcada por las
gotas de lluvia, y la camioneta de Lizzie tenía una capa llena de mantillo. Los
Lexus y los Audis de los altos ejecutivos que habían trabajado en ese sitio con su
padre también se habían ido.
Lane giró y miró hacia la puerta trasera de la cocina. Luego miró hacia la
cámara de seguridad montada debajo del alero.

¿Qué pasaría si Edward no lo hubiera hecho, pero estaba cubriendo a otra


persona?

Entonces solo había otra persona que podría ser. Y desafortunadamente,


ese sospechoso no era mucho más tranquilizador, en la escala familiar que el que
tenía sus pies en la cárcel.

Sacando su teléfono, Lane mordió la bala.


Y llamó al Detective Merrimack. Cuando el teléfono comenzó a sonar a
través de la línea, Lane se preguntó si iba a sacar a uno de sus hermanos de la
cárcel... solo para poner a otro en ella

CATORCE

Lo mejor de ir a ochenta kilómetros por hora en una motocicleta era la


falta de claridad en su visión periférica. Todo adquirió una bruma reconfortante,
el paisaje se convirtió en rayas de color: gris para el pavimento, verde para los
arbustos de la carretera, terciopelo púrpura y azul para el crepúsculo del cielo
sobre su cabeza. Y también estaba su mente ante las exigencias físicas de
controlar la motocicleta. Inclinarse en las curvas de la carretera de la granja,
cruzar la línea amarilla para obtener una mejor tracción alrededor de las curvas
cerradas, recostarse sobre el receptáculo como si fuera una extensión de su
cuerpo... casi podrías creer que dejabas a tus demonios atrás.

Casi podrías creer que habías encontrado la paz.


Maxwell Baldwine sabía por la creciente oscuridad que eran alrededor de
las ocho y media, pero no le importaba la hora. Iba a quedarse fuera toda la
noche. Encontrar un bar, encontrar una mujer o dos, emborracharse y despertarse
en algún lugar desconocido.
En los tres años desde que se había ido de Kentucky, había visto más del
país de lo que había aprendido en esa escuela privada de lujo a la que sus
hermanos y hermana y él mismo habían ido en la ciudad. Más incluso que a
partir de sus cuatro años en Yale. En sus viajes, había atravesado lo alto y lo seco
de Colorado, el bajo y húmedo Luisiana, el llano y monótono Kansas, la
humedad salada de California y el gris del Estado de Washington.
No podía decir que hubiera encontrado un hogar en ninguna parte de sus
exploraciones. Pero eso no significaba que tuviera uno aquí en Charlemont.

Easterly era precisamente lo que él había sido, y todavía era, y seguía


tratando de deshacerse de él. Y como había viajado, sin metas ni itinerario, había
esperado que, con cada kilómetro en el camino, con cada semana sin raíces
gastada en algún lugar nuevo y diferente, a través de todos los trabajos extraños
y personas extrañas que había hecho y conocido, él de alguna manera podría
deshacerse de sus lazos con esa mansión y todas las personas bajo su techo.

Y sí, en su apuesta por la paz personal, había estado dispuesto a dejar que
sus relaciones con sus hermanos se rompieran, dejando a Edward, Lane y Gin
como daño colateral en la guerra por reclamar esa paz.

O tal vez de lo que realmente se trataba era de encontrarse a sí mismo en


primer lugar.

Al final, sin embargo, se vio obligado a reconocer que dondequiera que


iba, allí estaba, y la realidad era que no podía cambiar lo que había aprendido
antes de que él pudiera cambiar su propio interior.

El Destino era una perra con un mal sentido del humor...


El sonido repentino de una sirena detrás de él estaba armonizado por un
par de neumáticos chirriantes que escuchó incluso por encima del ruido de su
motocicleta.
Con una maldición, se enderezó y miró hacia atrás.

El coche patrulla del condado de Ogden saltaba por detrás de un grupo de


árboles, su suspensión de amortiguadores hacía que se tambaleara como un
borracho cuando el oficial al volante pisó el acelerador.

—Hijo de puta.
Max se dobló sobre su cintura y presionó el acelerador, enviando a la
Harley a la velocidad de la luz. El hecho de que el resplandor de la puesta del sol
cayera del cielo ayudaba porque la mayoría de los automóviles y camiones iban
a tener las luces encendidas, por lo que era probable que los viera.

Espero verlos.
Como todos los adictos a la adrenalina, entró en una extraña zona de
calma mientras empujaba la motocicleta hasta el borde de su función e
integridad estructural. El aire que corría hacia él le volvía el pelo plano como el
casco que podría haberse puesto si la ley lo obligaba, y la vibración que se
escurría entre sus apretadas palmas hacia el vello de sus antebrazos era como la
brisa de una droga. Pronto, agacharse no solo sería deseable sino necesario, la
fuerza de la velocidad a la que iba era lo suficiente para despegarlo de la
motocicleta si intentaba sentarse.

Más rápido y más rápido aún, hasta que el mundo se convirtió en un


videojuego sin consecuencias, el policía y la realidad de él siendo atrapado y
perdiendo su carnet, si no más, desapareciendo, dejando su estela.

Él no tenía miedo de ser detenido. No le importaba si se estrellaba.


Nada importaba en absoluto.

El viejo camino rural se torcía y curvaba, esquivando árboles gruesos que


habían sido preservados no por respeto a su esplendor arbóreo, sino porque era
más barato y más fácil correr por el camino a su alrededor. Pastos de la granja
con búfalos en ellos y tierras de cultivo que tendrían soja y maíz pronto
proporcionaban a continuación las vías rectas. Y luego había más curvas. Y otro
camino recto.

Max miró por debajo de su brazo. Bueno, bueno, parecía que tenía al Jeff
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Gordon de la policía local pisándole los talones, el tipo estaba justo detrás de él
y acercándose.

Cuando Max volvió a enfocarse al frente, maldijo, accionó el freno y se


inclinó hacia la izquierda.

O era eso o se empotraba contra la parte trasera de un remolque de


caballos que iba a unos seis kilómetros por hora.
La motocicleta se movió en la dirección en que él la que él la dirigió
yendo casi en paralelo con el pavimento, con los neumáticos apenas pegados al
asfalto.
En ese momento, un automóvil asomó en una curva justo en el carril
contrario.
Metal. Llantas. Una visión borrosa de las dos personas en el asiento
delantero del Honda gritando mientras se preparaban para el impacto.
En ese momento, la vida de Max no pasó frente a sus ojos. Él no pensó en
nadie ni en Dios ni en él mismo, siquiera.

Era solo vacío, como su alma.

Y, sin embargo, su cuerpo reaccionó instintivamente, sus pesados


hombros tiraron de la motocicleta intentando impedir una caída libre, sus
gruesos muslos se agarraron a los costados del motor, cada molécula en él
permaneció en el sillín de la moto. ¿Si él se caía? Iba a terminar como huevos
revueltos cerebrales y tal vez solo la mitad de sus brazos y piernas todavía
unidos.

Excepto que, incluso cuando se enfrentaba a la muerte y el


despedazamiento, incluso cuando la motocicleta se acercaba al parachoques
delantero del sedán y volvía a colocarse frente al camión y el remolque, no
sentía nada dentro de sí mismo. Era un cuerpo vacío tan solo latiendo el corazón,
y ¿no debería encontrarlo tan deprimente?

Max gritó en otra vuelta y miró por encima del hombro. El policía se
había salido de la carretera, el coche patrulla incrustado en las zarzas con el
hombre. Nadie resultó herido, la camioneta se detuvo, el Honda se detuvo, el
policía salió... el casi se hunde y casi había matado a todos menos a él mismo.

Cuando el último rayo de luz desapareció del cielo, Max se adentró en la


noche rugiendo.
Los remordimientos le salpicaron los ojos con lágrimas... pero él culpó al
viento por humedecer sus mejillas.

De vuelta en Easterly, Lane estaba en el salón de enfrente vertiendo algo


de la reserva familiar en un vaso, con hielo. —¿Está seguro de que no puedo
tentarlo?
Cuando su invitado no respondió, miró hacia el salón principal. El
detective de homicidios Merrimack del departamento de policía del centro de
Charlemont estaba en un sofá de seda antiguo, con su cuerpo alto y delgado
inclinado hacia un ordenador portátil que había sido colocado en la mesa de café.
Durante el curso de la investigación del asesinato, Lane había aceptado que le
desagradaba el tipo, no porque el detective fuera mala persona, sino más bien
por su hábito molesto de sonreír como un niño que acaba de poner al gato en un
charco de barro e intentaba tranquilizarlo y mamá y papá que no tuvieran
problemas, ninguno en absoluto, para informar.

—¿Bien? —Dijo Lane mientras se sentaba en un sillón orejero—. Quiero


decir, claramente mi hermano estaba en el Red & Black toda la noche. Entonces
él no pudo haberlo hecho.

—Esperaba con impaciencia mientras el detective movía un dedo sobre el


mouse encima de la alfombrilla como si quisiera invertir la grabación.

Después de que Lane hubiera llamado, el detective había venido


directamente, a pesar de que era la hora de la cena. O pasada, en realidad. Y
Merrimack estaba vestido con lo que era claramente su uniforme de trabajo
habitual de un polo blanco con el logotipo de CMPD en el pecho, pantalones
oscuros y una amplia cazadora. Con su corte de pelo militar, su piel oscura y sus
ojos negros, parecía como el operario del manual bajo el que actuaba, y Lane
decidió que esa cosa de la sonrisa era una técnica que el tipo tal vez había
aprendido para ponerla en práctica en un curso titulado —Cómo poner a los
sospechosos a gusto.

Lane se concentró en esa cara, como si pudiera leer lo que estaba pasando
por la cabeza del hombre cuando esos ojos se movían alrededor de la pantalla.
Cuando eso no funcionó, Lane se distrajo pensando en la dinámica de su familia.
Max era la única persona que odiaba a su padre tanto o más que Edward. Sí, el
motivo de Edward podría haber sido un poco más claro, pero su personalidad
nunca había sido violenta o explosiva: Edward era más un táctico, y luego estaba
la realidad de que carecía de la fuerza física y la coordinación para mover su
propio cuerpo, mucho menos el de alguien más.
Max, ¿por otro lado? Peleas en Charlemont Country Day, en la
universidad, después. Era como si el temperamento de su padre se hubiera
saltado a todos los otros hijos y se centrara exclusivamente en Max. Y a Max
realmente no le importaba ofender a las personas, lo que si extrapolabas, podría
generalizarse en algo sociópata.

Como el tipo de locura o enfermedad que podría hacer que alguien matara
a su propio padre.

—¿Bien? —Volvió a preguntar Lane.

Merrimack se tomó su maldito tiempo antes de sentarse y mirar hacia


arriba, y, sí, ahí estaba, esa sonrisa condescendiente.
—No estoy seguro de lo que cree que estamos viendo aquí, Sr. Baldwine.

Lane resistió la tentación de hablar lentamente, como si el tipo fuera un


imbécil. —Nadie movió el camión—. Dejó la propiedad. Se fue.
—¿Y toma usted esto para decirme qué?

—Está de broma bromeando, pensó Lane. —Que mi hermano Edward no


pudo haber matado a nuestro padre.

Merrimack agitó los dedos y apoyó un codo en un cojín con borlas. —A


la cabaña no la enfoca ninguna cámara.

—Todas cubren las salidas a la propiedad. ¿Y qué hay del camión?

—Hay una serie de camiones.

—Incluyendo el que confiscaron. Como prueba, —dijo Lane.

—Una vez más, no tengo claro lo que piensa que esto prueba, a la luz de
todo lo demás.

—Mi hermano es un lisiado. ¿Cree que se escabulló al amparo de la


oscuridad y corrió todo el camino hasta aquí desde el condado de Ogden?

—Mire… —El detective hizo un gesto hacia el ordenador portátil—. …


estaré encantado de llevar esto al centro, a la comisaria y agregarlo al archivo.
Pero este caso está cerrado por lo que a nosotros respecta. Ya lo hemos enviado a
la A.D. con la confesión de su hermano.

Lane señaló con el dedo al ordenador. —Mi hermano no abandonó la


granja y esas grabaciones lo demuestran.

—No estoy convencido de que la grabación llegue tan lejos. —


Merrimack sacó el disco USB de su ranura—. Pero llevaré esto a la A.D.
—Oh, vamos, ¿no estamos viendo lo mismo?

—Lo que vi fue que nada inusual sucedió a la vista de seis cámaras en
una granja que tiene un tamaño de mil acres. El Red & Black tienen siete
camiones del mismo año, marca y modelo, con los mismos trabajos de pintura,
con cabrestantes en la parte posterior, y desde el ángulo de la cámara que se
muestra aquí, no se puede distinguir las matrículas de esos tres estacionados en
el granero. —El detective levantó su palma cuando Lane trató de cortarlo—. Y
antes de decirme que solo hay tres salidas, le advertiré que recorrí la propiedad e
identifiqué al menos una docena de carreteras secundarias, carriles y senderos
que llevan a las carreteras del condado. ¿Crees que tu hermano no las conoce
todas? ¿No podría haber tomado uno de los camiones de un garaje? Trató de
salirse con la suya con el asesinato borrando las imágenes en Easterly. ¿Me dirá
que no pensó en cómo podría abandonar la granja sin que lo vieran? Edward dijo
que no fue premeditado. Que vino aquí solo para hablar con mi padre. Si eso
fuera cierto, ¿por qué simplemente no dejó la granja a través de una de las
puertas principales? No tenía nada que ocultar.

—¿Y usted cree eso?

—¡Es lo que muestran las imágenes!

—Estoy hablando de la parte premeditada. ¿Quiere decirme que no ha


considerado, incluso por un segundo, que ese argumento premeditado de falta de
malicia podría ser no solo una excusa inteligente tratando de bajar la pena del
delito para que no obtener la pena de muerte? ¿De verdad sabe lo que su
hermano tenía en mente esa noche?
—No vino con un arma.

—Él cortó ese dedo. Con un cuchillo.


—Mi padre no fue apuñalado.

—Mi idea es que quién dice que su hermano no se escabulló de la granja


con un cuchillo, en un camión con un cabrestante, con la intención de matar al
hombre, solo para descubrir que la madre naturaleza ayudó primero con su plan.

—Edward no podría matar a alguien del tamaño de mi padre con solo un


cuchillo.
—La mayoría de los asesinos no tienen buenos planes, Sr. Baldwine. Es
por eso que los atrapamos. Merrimack se puso de pie y sonrió. —Pasaré esto a la
A.D. Pero si fuera usted, no planeaba darle la bienvenida a su hermano en casa
pronto. He trabajado en muchos casos en la última década, y no son mucho más
sólidos que este. Puedo entender su deseo de salvar al hombre, pero ahí es donde
están las cosas. Tengo que irme.

Mientras el detective volvía a salir por la puerta principal de Easterly,


Lane quería gritar.

En cambio, terminó el bourbon en su vaso... y se sirvió un poco más.

QUINCE

Lizzie se despertó en la oscuridad y no estaba sola. Fuertes brazos la


rodeaban y ella reconoció instantáneamente el aroma y la calidez de Lane.

—¿Qué hora es? —Preguntó ella mientras levantaba su cabeza—. Oh,


vaya. Está oscuro, me gusta, es realmente tarde.

—He estado debatiendo si dejar o no que continuaras durmiendo. —Él le


acarició la cintura—. Y decidí que querrías cenar.

Cuando se giró y lo miró, un estremecimiento de inquietud hizo que se le


encogiera el corazón. —Cuándo llegaste a casa…

—Lo siento mucho.

—¿Por llegar tan tarde? Oh, escucha, estaba dormida…

—Sobre lo que les dijo Chantal a los médicos. Les dejé claro a todos en el
hospital que ya estábamos separados, también.

—Está bien.
—No realmente.
Lizzie tenía que estar de acuerdo con eso, pero ¿qué diablos iba a decir o
hacer Lane para cambiar la situación? Chantal estaba alrededor de sus vidas
hasta que el divorcio fuese definitivo, y se sentía como el equivalente a un
martillo sobre un dedo del pie desnudo: sólo se podía esperar que la maldita cosa
no se cayera, y si lo hacía, se perdiera.

No se podía respirar profundamente, eso era seguro.


—¿Estás bien? —Le preguntó Lane mientras le retiraba un poco de
cabello en la cara.

—Oh, absolutamente. Por supuesto. Quiero decir, sólo que están pasando
muchas cosas, y realmente necesitaba dormir. Perdió, ah… ¿Perdió Chantal al
bebé?

—Sí. Ella estaba realmente embarazada.


El estómago de Lizzie se encogió. —¿Se encuentra ella bien? Sé que es
una pregunta estúpida, teniendo en cuenta todo, pero no me importa quién es,
eso es muy duro para soportarlo.

—No estoy seguro. Llamé a su mejor amiga y la hice ir con ella para que
Chantal no estuviera sola. Fue… horrible. No quiero ser demasiado explicito,
pero, Dios, nunca había visto tanta sangre. Y ella estaba sufriendo mucho. Hay
algunas cosas sobre el proceso que tienen que pasar. ¿Supongo que necesitan
asegurarse de que ella lo haya pasado todo?

Cuando la habitación empezó a girar, Lizzie intentó mantener la calma.


—Realmente lo siento por ella. Nadie se merece algo así.
—Sí, no hay amor entre Chantal y yo, como sabes. Pero ella estaba
sufriendo.

Hubo una larga pausa, y Lizzie se dijo a sí misma que no debía romperla.
—¿Tienes, ah... Piensas en niños? ¿Propios?

Mierda, ¿realmente había salido de su boca?


El apretón de manos de Lane fue inmediato. —No. Absolutamente no. —
Entonces pareció sorprenderse—. ¿Pero ya sabes, contigo? Esa es una historia
diferente, por supuesto. Quiero decir, ¿en algún momento en el futuro? Podría
estar abierto si fuera importante para ti, claro.

Vaya, hubo un zumbido de aprobación ante la perspectiva.


—¿Qué hay de ti? —Preguntó.

—No puedo decir que lo he pensado mucho. —Por otra parte, no había
tenido que hacerlo. Hasta ahora—. Siempre he estado demasiado ocupada
trabajando.

—Bueno, ¿después del ejemplo que mi padre nos dio? Decidí no tener
niños, para mí.

—Y sin embargo, te casaste con Chantal por eso.


Él se encogió de hombros. —Tenía que hacerlo. No iba a estar a la altura
de mis responsabilidades, y tú lo sabes, pero sin duda había usado protección
con ella. Sin embargo, juró que era mío, y a veces las cosas fallan. Nunca sabré
la verdad, ¿y en momentos tranquilos? Y odio admitir esto. Estoy, no contento,
no, pero me alivia saber que no tengo un hijo con ella. En fin, suficiente sobre
Chantal y el pasado. Sólo me enfoco en ti, yo y el futuro, y si, algún día, quieres
tener hijos, podemos hablar de eso en ese momento.

—Bien, eso es bueno saberlo. —Lizzie se fijó en sus uñas e inspeccionó


las puntas—. Sí, muy bien.
Dios, su corazón estaba latiendo en su pecho. Y no de una manera feliz.

—Entonces nunca creerás adónde fui después de que salí del hospital, —
dijo.

El cambio de tema fue bueno. Si señor… oh querido Dios, ¿qué iba a


hacer ella? —¿Mmm, Disneyland?

—No. —Él sonrió—. Fui al Red and Black.

Con la eficiencia que siempre había valorado en él, Lane compartió lo


que Shelby Landis, una trabajadora estable de la granja, le contó y le mostró.
Luego habló de su reunión con el Detective Merrimack. Lizzie siguió la mayor
parte de su relato, que era un milagro teniendo en cuenta los golpes y choques en
su cabeza. Parte de ella quería dejar escapar que estaba embarazada, pero ¿no
tenía ya suficiente?

Haré otra prueba, decidió ella. En un día o dos. Me aseguraré antes de


soltar la bomba.
Prestando atención de nuevo, comprendió de lo que se trataba. Espera,
¿qué era lo que le estaba diciendo sobre Edward? —Santa mierda, eso es
grandioso.
—No según la policía. —Lane negó con la cabeza—. En lo que concierne
a Merrimack, tienen el caso solucionado. El autobús ha salido de la estación,
como dice el refrán.

Lizzie abrió la boca para comentar algo, pero luego recordó. Mierda, la
prueba todavía estaba en el mostrador del baño.

Con un rápido movimiento, ella rozó sus labios, rodó sobre él, y se
levantó de la cama. —¿Me disculpas? La naturaleza llama, ya sabes.
Él asintió y se acomodó del otro lado mientras ella corría por la
alfombra. —Quiero decir, ¿y si Edward no lo hizo? Entonces, ¿a quién está
protegiendo?

—¿Verdad? —Ella se giró sobre sus hombros.


Bajo la tenue luz del baño, se aseguró de mantenerse de espaldas a la
puerta abierta mientras recogía la prueba de embarazo, el envoltorio y la caja
abierta.

—¿Viste a la señorita Aurora mientras estabas allí? —Le preguntó para


distraerlo.

—Sí. Nada bueno.

Lizzie se congeló con la prueba positiva en su mano. Después de cerrar


los ojos brevemente, ella volvió a ponerse en acción y dobló la esquina hacia la
papelera. Recogiendo algunos Kleenex y una botella vacía de su acondicionador
Pantene, puso las cosas de Clearblue en el fondo y las cubrió.
—Entonces, ¿qué significa eso exactamente? —Dijo mientras cruzaba y
abría el armario de la ropa blanca.
—Es hora de traer a la familia.

Lizzie escondió la caja de la prueba sin usar bajo de las toallas. ¿La
ventaja de no tener servicio de limpieza y hacer la limpieza ella misma? No tenía
que preocuparse de que alguien más descubriera lo que había tirado.

Cuando cerró la puerta, se puso la mano en el vientre. La realidad de los


abortos se materializaba, esa imagen de Chantal en los escalones de esa cripta,
mirándose horrorizada, es el tipo de cosa que provocaba nauseas.

—¿Estás bien? ¿Aún te sientes mal?

—No, estoy mucho mejor. —Se metió en el baño y tiró de la cadena para
disimular—. Sólo que voy despertando.
De vuelta en el dormitorio, ella se acercó y se acostó a su lado.

—Estoy tan triste por ti acerca de la señorita Aurora. De verdad lo siento


mucho.
La rodeó con el brazo y la acercó aún más. —Me está matando, para ser
honesto. ¿Verla allí tan condenadamente indefensa? Es como si ya hubiera
muerto.

—Me gustaría ir contigo la próxima vez.

—Mañana. Me voy mañana… oh, mierda, tengo que reunirme con la


junta por la mañana. Jeff y yo les vamos a poner al día. La inyección de capital
de John Lenghe de ese juego de póker ha ayudado, pero necesitamos otra forma
de salir de la crisis.
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—¿Qué puedo hacer para ayudar? Excepto ganar Powerball .

—Esto es lo que necesito. —Girándose para mirarla, la besó en la boca


—. Y esto… —Moviéndose más bajo, él rozó sus labios sobre su clavícula—. Y
esto…

Lizzie sintió que su cuerpo se relajaba de la tensión acumulada, pero


sabía que era solo temporal. Mientras aflojaba el lazo lateral de su vestido, ella
lo deseaba, lo necesitaba, estaba hambrienta de por unirse a él. Sin embargo, este
tiempo juntos no iba a cambiar nada.
Afortunadamente, en ese momento, eso no le importaba a ella.

Lane se movió encima de ella, y luego sus ropas se habían desaparecido,


nada más que piel y amor entre ellos.
Justo cuando estaba a punto de entrar en ella, Lane retrocedió. —Mierda,
déjame traer un condón.
—Está bien. —Cuando una mirada de sorpresa apareció en su rostro, ella
negó con la cabeza—. Sólo, ya sabes, sal a tiempo. Confío en ti.

—Tendré cuidado, —susurró contra sus labios.

Lane entró en ella con un movimiento de sus caderas, ella cerró los ojos y
se arqueó de placer. Era todo lo que quería sentir. Nada más era bienvenido.
Lane era lo único que importaba.

DIECISÉIS

El golpe en la puerta del dormitorio despertó a Lane y saltó de la cama,


torciéndose el tobillo cuando aterrizó mal.

—¿Lane? —Preguntó Lizzie en la oscuridad.

—Lo tengo.

Totalmente desnudo y sin importarle nada, fue hacia la puerta y la abrió


un poco. Cuando vio quién era, maldijo. —Richard, ¿qué demonios estás
haciendo?

El marido de su hermana señaló hacia el pasillo, en dirección a la


suite de Gin. —¡Donde esta ella!

Lane miró al tipo. —¿Puedes bajar la voz? Mi madre está dormida al


lado.

—Como si alguna vez estuviera despierta.


—Disculpa…

—¿Dónde está tu hermana? ¿Está recogiendo hombres en el club? O tal


vez ahora lo haga en la calle...
Lane cerró la puerta en la cara del hombre, agarró un par de bóxers de la
cómoda y tiró de ellos con tanta fuerza que casi se lesionó la espalda.
—Trata de no matarlo, —Lizzie murmuró mientras se dirigía hacia el
idiota.

—No te prometo nada.


Al abrir de nuevo la puerta, casi fue golpeado en la frente cuando Richard
inició otra ronda de golpes.

—Mi hermana, —siseó Lane mientras salía y cerraba la puerta detrás de


él, ha llevado a Amelia de vuelta a Hotchkiss para sus exámenes finales.

—Estás mintiendo.
—¿Perdón? —Lane resistió el impulso de agarrar al hombre por el cuello
y estamparlo contra la pared haciendo que perdiera el equilibrio—. Mira, te
puedo asegurar, que cuando se trata de Gin y de ti, prefiero no meterme en esta
guerra. Pero si insistes en menospreciar a mi hermana, eso va a cambiar
rápidamente.

— No me amenaces, Baldwine. Tu familia me necesita.


— ¿Por qué crees eso?

Cuando en el delgado rostro de Richard se dibujó una fea sonrisa, Lane


decidió, basado en el rubor y el hecho de que era después de la medianoche, que
el tipo había estado bebiendo.

—Podría hundir a la Bradford Bourbon Company así. —El hombre


chascó los dedos justo frente a la nariz de Lane—. Soy tu distribuidor. Si lo
deseo, puedo evitar que tu producto llegue a todos los puntos de venta. Si elijo
hacerlo, puedo bloquearte de los estantes, restaurantes, bares. ¿Crees que la BBC
tiene suficiente efectivo disponible para durar un par de meses de malas ventas?
Estoy bastante seguro de que no es así. Por lo que se, ni siquiera puedes
permitirte comprar maíz para hacer puré.

Okaaaaay, idiota, pensó Lane.


—Vamos a dejar las cosas tranquilas, —dijo Lane—. Haz lo que quieras
por la compleja razón que desees. Pero te lo garantizo, lo solucionaremos; ahora
vete a la maldita cama o sal de mi casa. De cualquier manera, cierra tu boca
frente a la puerta de mi madre y deja de menospreciar a tu esposa.
—Esta familia se está hundiendo. —Richard agitó sus brazos, señalando
el largo pasillo—. ¿Todo esto? Se va. No puedes costear nada de esto, Lane. No
eres más que una puta playboy, como tu hermana...
Annnnnnnnnd era tiempo de apagar las luces.

Lane no se dio cuenta de que estaba tronando sus dedos, pero lo siguiente
que supo fue que tenía las manos alrededor del cuello de Richard y que lo
apretaba con tanta fuerza que le temblaban los brazos. Richard trató de luchar
contra el ataque, sus dedos arañando la presión en su garganta, su cuerpo
moviéndose hacia adelante y hacia atrás como un pez fuera del agua, pero no
podía liberarse.

—Detente, —Lane apretó la mandíbula cuando Richard retrocedió—.


¿Quieres hablar de detenerse? ¿Ahora quieres que me detenga?

Cuando el otro hombre tropezó con sus propios pies, y su boca se abrió,
Lane no soltó a Richard mientras caía en cámara lenta hacia la alfombra del
corredor, a pesar de eso Lane aumentó su agarre más y más. Canalizó toda su
energía en ese esfuerzo, hasta el punto en que, en el fondo de su mente, pensó
que iba a asesinar al hombre...

—¡Lane! —Lizzie salió corriendo de su habitación—. ¡Lane! Qué estás


haciendo…

—Vuelve a la habitación, Lizzie, vuelve allí y…

—¡Vas a matarlo!

Era difícil no estar de acuerdo, especialmente porque había llegado a la


misma conclusión. Pero él no se detuvo.

Lizzie se agarró a uno de sus brazos y comenzó a intentar separarlo, y


luego, desde el final del pasillo, Jeff salió de su propia habitación y se acercó.

—¡Qué demonios está pasando! —Gritó el tipo.


Lane quería gritarles que lo dejaran solo con su cuñado un poco más, a
este ritmo, solo necesitaría unos cinco minutos. Solo trescientos segundos,
máximo.
Jeff tenía otras ideas. Se unió a la pelea para intentar separarlos, y Lane
mantuvo sus manos en el cuello para estrangularlo todo el tiempo que pudo. Sin
embargo, su mujer era tan fuerte como su antiguo compañero de habitación, y
los dos lograron alejarlo de Richard, se sentía como un bulldog que ya no podía
mantener sus mandíbulas enganchadas en el bastón que había reclamado como
propio.

Mientras Lane voló y se estrelló contra la pared, Richard rodó y tosió en


la alfombra. La chaqueta de su traje se había abierto por la espalda, increíble,
teniendo en cuenta lo holgada que le quedaba, y una pierna del pantalón estaba a
medio camino de su pantorrilla blanca y pastosa.

Jeff se interpuso entre ellos, extendiendo los brazos como si esperara que
Lane volviera a cargar contra ese tipo. —Vamos, amigo… ¿Qué demonios está
pasando aquí?

Mientras tanto, Lizzie se acercó a Richard. —¿Estás bien?

Pford estaba tosiendo y jadeando intentando coger aire, como un hombre


que llegaba a tierra firme después de casi haberse ahogado. Cuando pudo,
levantó la cabeza. —Voy... a ir... a... arruinar a esta familia. —Su voz era áspera,
su respiración desigual. —Voy a hacer que todos paguen. Cada uno de vosotros.
¡Todos vosotros!

Poniéndose de pie, se alejó tambaleándose por el pasillo, rebotando


contra la pared, chocando contra una de las mesas decorativas, tropezando de
nuevo con sus propias puntas de los pies.
Lane puso su cabeza entre sus manos y deslizó hasta que su trasero
golpeó la alfombra. —Puedes alejarte de mí ahora—.

—¿Estás seguro de eso? —Pero Jeff se alejó—. Puedo decir, con toda
seguridad que, con vosotros, en Kentucky… nunca hay un momento aburrido.

Levantando la mirada hacia su antiguo compañero de cuarto, Lane notó


las ojeras del tipo debajo de sus ojos marrones y su cabello negro revuelto y…
—¿Sigues trabajando? —murmuró Lane mientras señalaba con la cabeza
los zapatos y los pantalones de vestir que llevaba Jeff—. ¿O te quedaste dormido
con tu ropa puesta?
—Creo que es importante seguir siendo profesional en todo momento—.
Jeff se dejó caer en el pasillo. —Y también me quedé dormido leyendo hojas de
cálculo.
—Otra vez, —añadió Lane.

—Otra vez.

Después de un minuto, Lizzie se sentó con ellos, con su holgada camiseta


y uno de sus boxers, eso le encantaba. —Entonces, chicos, ¿qué estamos
esperando?
Como si fuera una señal, Richard salió de su habitación como una
exhalación yendo hacia ellos como un tren de carga.

—Oh, —murmuró—, esto.

El hombre tenía una maleta en una mano y su chaqueta arruinada en la


otra. —Me voy, pero regresaré por mis cosas. Puedes decirle a tu hermana
cuándo, y si llega a casa, que quiero que me devuelva el anillo o no le daré la
anulación. No te preocupes, no quiero dinero, les quitaré la BBC y hasta sus
jodidas pieles.

Jeff habló. —¿De qué diablos estás hablando?

—Espera y verás, CEO. Solo espera y verás, oh, y esto es personal. No es


un negocio.

Richard no se detuvo, sus largas zancadas lo llevaron rápidamente a la


gran escalera. Segundos más tarde, la puerta principal se cerró de golpe tan
fuertemente que lo escucharon en el segundo piso.

—Realmente no puede hacernos ningún daño, —preguntó Lane—. ¿ O si


puede?

Jeff se encogió de hombros. —Si él actúa dentro de la ley, no realmente...


¿Pero si él no lo hace? El análisis de capital en efectivo que acabo de realizar
está tan ajustado que apenas tenemos para contiuar. Él podría ser capaz de
hundirnos.

—¿Incluso con la ayuda de John Lenghe?


Por un golpe de sorprendente suerte, John Lenghe, quien poseía casi la
mitad de todos los cultivos de maíz y trigo en Estados Unidos, había ofrecido
financiamiento a la BBC mientras salían de la crisis financiera.
A pesar del hecho de que había perdido cincuenta millones de dólares
jugando al poker contra Lane la semana pasada.

Lenghe era el padre que Lane deseaba haber tenido.

—Sí, incluso con su ayuda. —Jeff restregó uno de sus ojos y miró hacia
la izquierda como si se le hubiera metido una pestaña—. Iba a decirte esto antes
de la reunión de la junta mañana. Es incluso peor de lo que pensé que era. Las
deudas que tu padre estaba arrastrando nos tienen fuera de balance. La deuda
bancaria se está acumulando a la izquierda y a la derecha y no hay un final a la
vista. Muy pronto, esos acreedores comenzarán a llamar a sus departamentos
legales y cuando eso pase. No poder pagar los productos básicos de producción
como el maíz y el centeno será el menor de nuestros problemas. Vamos a lidiar
con juicios rápidos por millones de dólares y la bancarrota.

Cuando Lane fue consciente de la malversación de fondos, tuvo que


admitir que su padre había sido astuto al transferir activos bajo su control. Si el
hombre hubiera transferido un montón de cheques de las cuentas de la BBC,
habría quedado claro que estaba robando a la compañía. En su lugar, creo otras
empresas empleando todos los recursos que pudo en todo el mundo y se registró
como único propietario de esas entidades, utilizando tanto fondos de la BBC
transferidos a algo llamado WWB Holdings, así como préstamos bancarios que
tenían a la BBC como garantía. ¿En qué momento esas compañías fallaron, o
nunca existieron, como había revelado John Lenghe? Los bancos aún querían
que sus préstamos fueran pagados y tenían el derecho legal de llamar a la puerta
de la BBC para obtener todos los intereses y capital otorgado.

Lane negó con la cabeza. —La capacidad de mi padre para realizar malas
inversiones era incomparable.

—No era inteligente para los negocios, eso es seguro. —Jeff se puso de
pie y se estiró, su espalda crujió—. Si no te importa, me voy a bañar e ir a la
cama para poder levantarme, tomar una ducha y volver a la sede.

—Como presidente de la junta, haré lo mismo.


—Escucha, podría ser peor. No podríamos haber pagado a todos los
accionistas con el dinero que les di para que voten de la manera en que los
necesitamos. Esos han sido los dos millones y medio mejor gastados, al quitarme
de la espalda a esos idiotas del club de campo para poder salvar tu empresa. El
segundo movimiento fue despedir a todos esos vicepresidentes. Si las cosas
buenas vienen de tres en tres, mi próxima decisión será épica.

Lizzie miró al tipo. —Esperemos que no se pierda al elegir entre dos


acondicionadores en la ducha. No quieres disparar ese tipo de poder de fuego en
una batalla Pantene contra L'Oréal.

Jeff la miró por un momento. —Realmente me gustas, lo sabes. —Miró a


Lane—. No la mereces, lo digo solo para quede claro.
—Como si no fuera completamente consciente de esto.

Cuando el nuevo CEO de Bradford Bourbon Company se levantó y se


alejó por el pasillo, Lane tomó la mano de Lizzie y buscó las palabras adecuadas.
—Quiero decir algo.

—Está bien. —Cuando él no fue más allá, ella le dio un apretón—. ¿Y


eso es?

—Quisiera saber que decir. Ese es el problema. Quiero asegurarte que


todo va a salir bien, y es así... sí solo pudiera encontrar la combinación exacta de
palabras, desactivaría la bomba, ¿sabes? Poner el seguro de nuevo en esta
granada. Pero esto es simplemente una mierda, ¿verdad?

—No te voy a dejar.

—¿Estás segura de eso?


—Sí, lo estoy.

—Gracias. —Se dejó caer donde estaba sentado en el pasillo mirando a la


moldura de escayola en los bordes del techo—. Sabes, nunca he hecho esto
antes.

—¿Intentar dar la vuelta a una empresa?


—Ven aquí. —Él levantó la cabeza y le sonrió—. Nunca he salvado a una
compañía. Pero al menos tengo la ayuda de Jeff en eso.

Lizzie se tendió a su lado y los dos permanecieron así por mucho tiempo,
como dos hombres de galletas de jengibre en una bandeja de horno, con los
brazos y las piernas estirados, los pies colgando a los lados, los hombros y las
caderas rectos.

—Creo que deberíamos volver a la cama, —murmuró mientras escuchaba


los crujidos de la casa—. Quiero decir, es bastante estúpido estar tumbado aquí
en el pasillo sobre la alfombra. Especialmente considerando que tenemos esa
cama agradable, mucho más socialmente aceptable, oh, a unos seis metros de
distancia. Aunque suena atractivo, tendríamos que abrir una puerta para llegar a
ella, y eso requerirá mucha energía.
—O podríamos quedarnos aquí y echar un polvo. —¿A quién le va a
importar?

—Te amo. —Dijo mientras soltaba una risita, el sintió como la tensión
disminuía y empezaba a sentirse la necesidad entre ellos debido a la propuesta
anterior—. Me alegra que estés aquí conmigo.

—¿Entonces sabes cómo es esto?

—¿El séptimo anillo del Infierno? —Cuando ella volvió a reír, él se giró
hacia un lado y la besó—. Espera, lo sé. Me vas a decir que esto es como estar
en una playa. Sin la arena, el océano, el sol... está bien, entonces esto no es como
estar en Wianno.

—Esto es como comer pastel de carne para el desayuno.

Lane hizo una mueca. —Guau, y pensé que mi metáfora de Cape Cod era
ridícula.

—Estamos haciendo lo mismo que si estuviéramos en la cama, ¿verdad?


Quiero decir que nuestros estómagos no reconocen la diferencia entre comer
pastel de carne a las siete de la mañana o las siete de la noche.

—Creo que mi hermano Max diría que eso depende de la cantidad de


tequila que hayas probado la noche anterior, parece que estoy desvariando.
—Sin embargo, entiendes mi punto de vista. Estamos fuera de nuestras
reglas establecidas, relajados y bastante cómodos. ¿Realmente importa que
estemos en el pasillo? Quiero decir, ¿viene alguien con un bolígrafo y un block
de notas para dejar constancia que no estamos en nuestra habitación? Ohhhh,
recibes un cero porque…

—¿He mencionado lo mucho que te amo últimamente?

—No estoy segura. ¿Qué tal si me lo dices de nuevo?


Cuando el amortiguado timbre de un teléfono sonando la interrumpió,
Lizzie se calló.

—Mierda, ese es mi teléfono. —Lane se puso de pie—. Señorita Aurora.

Veinte minutos más tarde, Lane entrecerró los ojos y se inclinó hacia el
parabrisas del Rolls Royce cuando se detuvo en el estacionamiento de White
Snake.

La mayoría de los vehículos en el espacio abierto del parking del bar eran
camiones, pero había un par de motocicletas, y cuando estacionó el Phamton
entre dos Ford, vio la Harley de Max justo enfrente. Después de abrir la puerta,
Lane estaba a punto de salir cuando la entrada del bar se abrió de par en par y
tres grandes y robustos tipos sacaron a Richard Pford y lo empujaron a la calle.
Vieron el Rolls inmediatamente y comenzaron a hablar entre ellos, como si
tuvieran medio cerebro y quisieran intentar robarlo.
Lane se acercó a la guantera y sacó la pistola que tenía allí.

Cuando se puso de pie detrás del volante, metió el arma en la parte baja
de su espalda. Luego cerró el Phantom, y el resto de su humor desapareció al
llegar al capó.

—¿Ese es tu coche? —Le preguntó uno de los tres matones.


—Solo un coche.
—¿Qué?

Cuando pasó junto a ellos, estaban sudando tanto alcohol por sus poros,
que estuvo cerca de golpearlo con fuerza. Afortunadamente para ellos, lo dejaron
continuar con sus asuntos.
En el interior, el White Snake tenía el diseño estándar de una cervecería, a
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donde les gusta ir a los rancheros, con letreros de neón de Coors y Bud en sus
toscas paredes de madera, y asientos de coches de los años setenta alrededor de
mesas que parecían haber sido rescatadas del fondo de un pantano. Dado que
eran las dos de la madrugada, solo había quince personas en el lugar, pero
parecían tan duros como cualquiera que hubiera estado bebiendo desde la hora
feliz a las cinco, en otras palabras, parecían estar a solo dos células cerebrales de
un coma.
Por desgracia para los hígados de la clientela, el camarero, que parecía un
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barbudo Jabba el Hutt , desde detrás de una parte desconchada de la encimera
seguía lanzando el aguardiente, con sus manos carnosas tiraba del grifo, llenando
las jarras con espumosa y dorada cerveza.

Sí, este era definitivamente un establecimiento de prostitutas. Y a medida


que escuchaba la música por los altavoces, Lane pensó en la película de The
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Blues Brothers , En donde la mujer del bar Honky Tonk dice sobre la música:
—Tenemos ambos tipos. Country y Western.

Mirando a través del aire tenue y lleno de humo, estaba claro que las
leyes de no fumar estaban siendo ignoradas, eso, o alguien había quemado
espontáneamente todas las alitas picantes.

¿Dónde diablos estaba él?, pensó Lane. Ese HDP…

En la esquina trasera, una discusión estalló entre dos hombres, los dos se
pusieron de pie y tiraron sus sillas, una mujer saltó fuera del camino, y sin
embargo, de alguna manera, se apresuró a llevar el tarro de cerveza con ella.

Pero al menos ninguno de ellos era Max: Ninguno de los dos tenía barba.
Lane caminó por el lugar, tratando de ser discreto. Excepto que nadie le
echó ni siquiera un vistazo, y no encontraba a su hermano.
Volviendo al camarero, tuvo que esperar a que un par de Coors salieran
del grifo y se las entregara a dos mujeres que miraban a Lane como si esperaran
ser elegidas para un equipo de kickball en la escuela.
Él las ignoró y se dirigió a Jabba. —Estoy aquí buscando a mi hermano.
—¿Tendría que conocerte a ti o a tu familia?

—¿Es alto, barbudo, tatuado? —Sí, al igual que todos aquí—. Monta una
Harley.

Yyyyyyy eso no era de mucha utilidad. Aunque en defensa de Lane, eran


las dos en punto de la maldita mañana, y él no estaba pensando mucho más
claramente que cualquier otro de los que estaban allí.
—Compruebe la parte de atrás si no lo ves. —El camarero señaló con la
cabeza hacia un lado—. Pasa por los baños y baja por esa sala.

—Gracias.
Lane caminó hasta la parte trasera y pasó junto al baño de mujeres, que
tenía el rotulo roto, continuo frente al de los hombres, una de las puertas estaba
rota, después un área de almacenamiento apenas iluminada, tan saturada por la
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mierda, que podría ser parte de un episodio de Hoarders .
Estaba a punto de decir el nombre de su hermano y gritarle que se fuera a
la mierda cuando escuchó un gemido.

Detrás de las pilas de sillas y mesas extra.

Siguiendo el sonido, Lane miró alrededor de la barra de madera barata y


barniz descascarillado… Echó un vistazo y vio a su hermano acomodado como
el hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci, con los brazos extendidos y los
pies separados, y una mujer de rodillas frente a él.

—Cristo, Max, ¿qué estás haciendo?


Su hermano levantó su suspendida cabeza. —Oh, hola, Lane.

Como si se hubieran encontrado inesperadamente en medio de un centro


comercial o algo así.

La rubia siguió trabajando en sus cosas, su blusa y sus tejanos apenas


cubrían algo, podría hacer que la arrestaran, aunque haciendo este acto sexual
lascivo en un lugar público podía haber llevado esposas, ropa o nada de ropa.

Por favor, que no haya pagado por esto, pensó Lane.


—Vamos, —murmuró mientras se alejaba—, vámonos.

—No tardaré.

—¡Qué diablos, Max! —Lane volvió al otro lado de las mesas y sillas,
porque no había manera de que estuviera teniendo una conversación con el
hombre mientras miraba todo eso—. Me llamaste para venir a buscarte.
—Estoy borracho.

—No jodas…
Un hombre con un bigote como un mostacho, brazos como un simio y
tatuajes militares descoloridos entró en el almacén como si le hubieran dicho que
alguien había dicho algo malo acerca de su madre en esta tierra de basura
descartada.

—¡Reggie! ¡Dónde estás, Reggie!

Oh, querido Dios, por favor, deja que la rubia se llame Agnes. Collen.
Callahan, cualquier cosa menos Reggie.

—Sé que estas aquí, chica. —El tipo se detuvo en seco cuando notó
a Lane—. Oye, has visto a una rubia...
Reggie salió de detrás de las mesas y sillas, pareciendo como si ella no
hubiera estado haciendo nada ni remotamente parecido a una mamada. —Bebé,
yo estaba sola…

Naturalmente, Max salió subiéndose la cremallera.

Santo. Celoso. Ex. Marine.


El mejor amigo de Reggie, o quien quiera que fuera, se lanzó a por Max
como si el idiota fuera un intruso en una casa privada, pero Max estaba listo para
eso. Mientras los puños volaban, grandes cuerpos se estrellaron contra las cosas,
derribando montones de muebles, volcando barriles vacíos y cajas de vasos,
aplastando escombros en el suelo.
Lane tuvo que admitir que los dos eran mucho mejores peleando de lo
que él y Richard habían sido. Estos tipos eran profesionales, no amateurs, y
Reggie, justo como la mujer que hábilmente había esquivado a los hombres en el
bar, sabía exactamente dónde pararse así que evitó a los hombres enfrentados.
Incluso sacó un móvil de su bolsillo trasero, encendió la cámara y se miró el
lápiz labial.

No tengo tiempo para esto, pensó Lane.

Justo cuando el novio golpeó a Max contra la puerta, Lane sacó la pistola
de su cintura y se acercó al altercado.
Colocando el cañón en la sien del novio, dijo: —Déjalo ir. Ahora mismo.

Y como si no se hubiera congelado el momento.

—Tengo esto controlado, —farfulló Max—. Estoy ganando esto…

—Cállate. —Lane se centró en el ex marine—. Lo sacaré de aquí y no


tendrás que preocuparte porque vuelva. Nunca. A cambio, nos dejas irnos.

—¿Y si no?

—Entonces te volaré la cabeza. —Créeme, después de la semana que he


tenido, será lo menos dramático con lo que he tenido que enfrentarme.

DIECISIETE

—Te lo dije, lo tenía.


Cuando Lane pisó el acelerador del Phantom se obligó a él y a su
estúpido hermano a alejarse de la guarida llamada White Snake, no se molestó
en responder a eso. Por otra parte, no había mucho para discutir junto al asiento
del pasajero. A su lado, Max estaba desplomado contra la puerta, la única cosa
que lo mantenía en su sitio era el cinturón que le cruzaba por el pecho.
—Hablo en serio, Lane…

Las palabras le salieron en un susurro que era en parte maldición, parte


ronca. Y entonces que Dios lo ayudara, Lane estaba listo para abrir esa puerta y
dejar que el bastardo cayera a la cuneta de la maldita carretera. Estaba tan harto
de limpiar los líos de otras personas. Y más que eso, había mucha más mierda
importante sucediendo, todo tipo de cosas que eran muchísimo más críticas que
una pelea de entre un par de borrachos en un bar.
Además, hola, en las últimas dos noches, había sacado una pistola dos
veces y se había metido en un altercado físico. No le gustó la tendencia. Él no
era Maxwell, maldita sea.
—¿Cómo me llevo la moto? —Preguntó Max.

—Volveremos mañana. Esperemos que todavía esté aquí.


— No le digas a Edward nada sobre esto, ¿Está bien?

Como si todavía fueran niños, y esta fuera otra de las travesuras de Max.
—A Edward no le va a importar, —dijo Lane—. Está demasiado ocupado
pudriéndose en la cárcel como para que tu absurdamente te metas en una pelea
en un conocido bar porque una mujer que no conoces y que no te importa te está
chupando la polla.

—Está bien, no saquemos esto fuera de conexto, —Max miró por encima
—. Mamada, ¿entiendes?

—¿Qué diablos estás haciendo, Max? En serio, ¿cuántos años tienes?


—Como si no hubieras estado en situaciones similares…

—Ya no. Crecí maldita sea.

Cuando dejaron de hablar el uno con el otro, Lane se acercó a un cruce de


tres vías con semáforo y puso el intermitente izquierdo. Frente a ellos había una
urbanización de casas de millones de dólares, coloniales nuevas de ladrillo
georgiano agrupadas alrededor de estanques artificiales con fuentes que no
tenían suficiente luz. La propiedad había sido anteriormente una de las grandes
granjas antiguas, cuando Charlemont no tenía suburbios.

Si pisaba a fondo el acelerador y atravesaba la intersección, él, Max y el


Rolls terminarían en un lago.

Quizás eso pondría sobrio a Max. Tentador.

Al final, sin embargo, cuando la luz se puso en verde, dobló por la que
había sido la avenida principal de la ciudad antes de que la red de autopistas
fuera construida. No había otros coches, y pronto llegó al primero de los centros
comerciales compuesto por pequeñas tiendas y restaurantes. Enseguida llegó al
estacionamiento más grande de Kroger, un banco y una biblioteca.

—¿Cuándo te vas de la ciudad?, —Demandó Lane mientras se acercaba a


otro semáforo en rojo.
—¿Tan pronto estás tratando de deshacerte de mí?

—Solo pensé que no tardarías en irte. —Lane miró por encima—. Nunca
te quedas quieto.

—Bueno, no puedo quedarme aquí.


—¿A no? ¿Quieres decirme por qué? Cuando solo hubo silencio, Lane
sonrió sombríamente. —Así que aprendí algo hoy.

—¿Qué habrá sido? —Max se incorporó como si esperara que una mayor
verticalidad ayudaría a aclarar su cerebro cervecero. —Afortunadamente fue
información útil.

—Parece que Edward no pudo haber matado a nuestro padre. —Lane


volvió a mirarle—. Él no lo hizo.
Max aparentaba que todo estaba bien, su cara barbuda no cambiaba de
expresión, sus ojos se mantenían fijos en el camino que tenían por delante. —
¿Cómo llegaste a esa conclusión? Él confesó, ¿verdad?…

Cuando la luz se puso en verde, Lane giró el volante y dirigió el Rolls al


estacionamiento de un restaurante BBQ. Luego pisó los frenos lo
suficientemente fuerte como para sacudir los cinturones de seguridad y arrojarlos
hacia delante.

—¿Qué diablos, Lane! Tratas de matarnos...

Lane se giró. —Sé honesto conmigo.

Estrechó su par de ojos gris claro. Como si estuviera esperando algo. —


¿Sobre que?

—El asesinato padre y Edward. Estabas allí, ¿verdad? Formaste parte de


eso. —Como Max se negaba a responder, Lane quiso agarrar al tipo y sacudirlo
—. Sé que tu y Edward se vieron antes de que mataran a nuestro padre. Un par
de días antes, alguien los vio a los dos al otro lado de Ohio. Debiste haber
planeado las cosas entonces o… ¿Edward intentaba convencerte para que no lo
hicieras?
El gran cuerpo de Max se movió en el asiento y tiró del cinturón de
seguridad. —Tengo que irme…
—No puedes dejar que Edward cargue con la responsabilidad por esto. —
Lane enganchó el brazo del tipo, porque estaba preocupado de que Max echara a
correr—. Edward no debería tener que limpiar este desastre, no es como cuando
éramos niños. Esto no es una paliza que él se ofrece para llevarséla por ti aunque
te la merezcas. Es la vida en prisión, Max. Si lo hiciste, debes ser un hombre.

—¿Podemos regresar? —El chico murmuró mientras buscaba como


ponerse el cinturón.

—¿Por qué... para que puedas echar a correr en medio de la noche otra
vez? Eres un cobarde. No sé cómo puedes vivir contigo mismo...
—Lo dice el hombre que pasó una década distinguiéndose por a cuantas
mujeres se follaba. Puedo leer los titulares, te das cuenta. Yale me enseñó eso.

Lane abrió la boca y estuvo a punto de lanzar un golpe de revés tan fuerte
como pudiera, pero luego se detuvo. —Sabes, por primera vez, puedo ver como
realmente eres. Y no es nada que pueda respetar.

Él abrió las cerraduras de las puertas. —Me voy. Ya terminé contigo, pero
sé esto. Voy a sacar a Edward de la cárcel, tanto si él quiere que lo haga o no, e
incluso si eso significa que estás en esa maldita celda en su lugar.

Max soltó su cinturón de seguridad y agarró la manija de la puerta.

Pero en lugar de abrir la puerta y caer de bruces sobre el pavimento,


simplemente se quedó sentado allí.

Después de una eternidad, susurró: —No puedo seguir así.

—Maldita sea. Claro que no puedes. —Lane golpeó el salpicadero con su


puño—. Vamos, Max. Sólo dime la verdad. Podemos manejar cualquier cosa.
Podemos conseguir un buen abogado, y podemos luchar contra ello...
Max puso su cabeza entre sus manos y comenzó a llorar.

Al principio, Lane estaba tan aturdido que solo miró a su hermano a


través de los asientos de cuero. Nunca había visto a Max descomponerse así, los
sollozos sacudían el cuerpo fuerte del hombre, la miseria tan manifiesta, se
retorcía como si lo estuvieran golpeando.
Lane se acercó y agarró el hombro de Max. —Está bien…
Las palabras llegaron rápidamente, empujadas por una gran emoción: —
Edward no mató a su padre... oh, Dios, él no lo mató...
—Lo sé. —La voz de Lane se puso áspera—. Lo sé, Max. Sé que no lo
hizo.

Max echó la cabeza hacia atrás y se secó la cara con sus anchas palmas.
—Él no mató...

—Está bien, Max. Sólo dime qué sucedió.


El silencio que siguió fue tan largo, si Lane no hubiera visto el pecho de
su hermano subiendo y bajando, podría haber pensado que el tipo se había
desmayado con los ojos abiertos.

Justo cuando Lane no pudo soportarlo más, Max repitió, —Edward no


mató a su padre.

—Sé que no lo hizo. —Por Dios, estaban dando vueltas en círculos aquí
—. Sé que no fue Edward…

Max soltó una risa hueca. —No entiendes. Él no mató a su padre... él


mató al nuestro.

Después de que Max escuchó las palabras salir de su boca, cerró los ojos
y trató de volver a sentirse tranquilo y feliz. Flotando, elevado, sin dar una
mierda, habría sido mucho mejor de lo que estaba sintiendo ahora, y maldita sea,
estaba tan enfermo y jodidamente cansado de nadar en ese sumidero de tristeza y
dolor al que había sido arrojado hace tres años.

—Lo siento, —dijo Lane en un tono falsamente razonable—. ¿Qué


dijiste?

—Edward no mató a su padre.


—No deberías... Max, no deberías dejar caer algo así.
—Es la verdad—. Volvió la cabeza y miró a su guapo hermano. —Tú,
Gin y yo somos hijos de William Baldwine. Edward no lo es.
—¿Cómo lo supiste? No entiendo. —La expresión de Lane vaciló entre el
shock y oh… infierno… no—. No, mamá es… ella solo ha estado con él.
—No, ella no es así.

—Max, necesito que te pongas serio…

—Justo antes de irme de Charlemont, llegué a casa tarde esa noche. Gin
estaba afuera en algún lado. Tú estabas en Virginia. Edward estaba viajando por
negocios. Amelia estaba durmiendo en la casa de una amiga. —Se imaginó la
escena como si fuera ayer—. Me escabullí por la parte trasera porque estaba
drogado y buscando comida, estaba realmente silencioso en la cocina. Quiero
decir, si hubiera despertado a la señorita Aurora. Ella me habría matado.
Cerró los puños y clavó sus nudillos en sus ojos llorosos. —Así que, sí,
me moví suavemente y cuando terminé de comer, salí a la escalera principal
porque mi habitación estaba justo en la parte superior.

Lane asintió. —Y las escaleras del personal van directamente a la


habitación de la señorita Aurora.
—Me habría atrapado. —Max respiró hondo—. Escuché sus voces
cuando subí al segundo piso. Estaban en el pasillo fuera de la habitación de
Madre… ella le gritaba por haber salido con otra mujer. Y entonces Padre...
—¿Qué?

Max maldijo. —Dijo que no tenía derecho a decir nada. Que ambos
sabían que Edward no era suyo, que él lo supo desde el principio, y que, si ella
no se callaba sobre lo que estaba pasando, se lo iba a decir a Edward.

—Oh, Dios mío. —Lane cerró sus ojos—. Oh... mierda.


—Ella se quedó realmente callada. Y luego comenzó a llorar. Él se dio la
vuelta muy rápido y desapareció en su propia suite. No sabía entonces si me
había visto o no, y siempre le tuve miedo. Así que salí corriendo de la casa y
dormí junto a la piscina. Seguí esperando que viniera a buscarme y... No sé, él
era capaz de todo, ¿verdad? Pero a la mañana siguiente, se fue a trabajar como si
nada hubiera pasado. Me senté en la casa de la piscina por un largo tiempo,
pensando en él en su escritorio, ordenando a la gente en el centro de negocios.
No pude quedarme. No sabiendo lo que sabía. Irme era la única manera, así que
metí todo lo que pude meter en una bolsa de lona y tomé uno de los Mercedes.
Conduje por el río hacia Indiana, no sabía a dónde iba; al final, vendí el coche
por unos veinte mil dólares en St. Louis y viví del dinero. Solo quería alejarme
lo más posible de esta familia.

—¿Lo sabe Edward? —Balbuceó Lane como si estuviera hablando solo.

—Es por eso que volví. Decidí que tenía que decírselo. Quiero decir, me
siento culpable. ¿Toda esa mierda que hizo por nosotros cuando éramos niños?
Él nos estaba protegiendo de alguien que era casi un extraño para él. Ya no podía
lidiar con eso, así que lo llamé y nos vimos ese día. Pero cuando estaba sentado
frente a él, perdí el valor. Se veía tan mal, entonces...roto. Cojeaba y las
cicatrices, era mucho peor de lo que había visto en los periódicos.

—Así que sabías sobre el secuestro.

—Quién no, estuvo en todas las noticias.


—Edward piensa que papá lo planeó todo. —Lane se frotó la cara—. Si
lo que escuchaste es verdad... tal vez es por eso que padre lo quería muerto.

—Y es por eso por lo porqué papá fue tan duro con él todos esos años. No
era su hijo, pero tenía que fingir que lo era, mientras tanto, Edward vivía,
jodidamente respiraba por él, todos los días, año tras año.

—¿Edward no lo sabe, entonces?

Max se encogió de hombros. —Si lo sabe, no fue por mí. Y tienes razón,
soy un cobarde. Yo solo... No pude hacerlo. Así que después de que él y yo
hablamos de absolutamente nada, nos fuimos por caminos separados, y seguí
moviéndome por la ciudad. Pero entonces padre murió... así que volví a Easterly.
Por razones que todavía no tengo muy claras.

Los ojos de Lane lo miraban fijamente. —Tienes que ser honesto


conmigo—. ¿Estuviste involucrado en el asesinato?
Max se encontró con esa mirada directamente. —No, no lo estuve. Vi el
informe en las noticias locales cuando encontraron el cuerpo. Eso es lo más
cercano que estoy a eso, y lo juraría por cualquier cosa que quieras que lo haga.
—Tal vez Edward lo hizo después de todo.

—No lo sé.
Lane volvió su vista hacia el parabrisas y se quedó muy quieto en su
asiento. —Lamento haberte acusado.

—No lo hagas. No me importa, y puedo entender por qué pensabas que


había sido yo. —Después de un largo momento, Lane murmuró—: Entonces,
¿quién es el padre de Edward?

—No lo sé. Y no sé cómo preguntarle algo así a madre.


—Edward tiene derecho a saberlo.

—¿Realmente importa? Además, créeme, la reestructuración de toda una


familia no es una fiesta. Es como... todo lo que sabes que es verdad de repente
no lo es. Te hace mal a la cabeza. Quiero decir, ¿alguno de nosotros está
relacionado? Padre solo habló de que Edward no era suyo, pero ¿y el resto de
nosotros?

—No puedo creer esto.

Los dos se quedaron allí sentados, uno al lado del otro en el Rolls,
durante tanto tiempo que Lane apagó el motor y bajó las ventanas... y,
finalmente, el resplandor del amanecer apareció hasta que se juntó con el BBQ.
Y todavía se quedaron quietos. No fue hasta que el primero de los viajeros
comenzó a dirigirse a la carretera hacia la ciudad que su hermano puso en
marcha el motor y se dirigieron a Easterly en silencio.

De vez en cuando, durante los tres años transcurridos desde que Max
había escuchado lo que escuchó, se había preguntado cómo se sentiría si se
aclaraba. Si él dijera... a alguien... en su familia lo que él sabía. Había imaginado
que sentiría alivio, pero también más culpa, porque al desahogarse, estaría
infectando a los demás con la desagradable verdad.
Para su sorpresa, no sintió nada.

Tal vez era el alcohol.


Mientras él y su hermano viajaban por River Road, siguiendo las curvas
de la costa de Ohio, se preguntó exactamente hasta dónde había llevado Edward
a su padre para arrojarlo al agua, todavía vivo pero incapacitado. ¿Dónde lo
había hecho? ¿Cómo eligió Edward el lugar? ¿Le había preocupado que lo
atraparan?

—¿Vas a decírselo a Edward? —Dijo Max cuando apareció la colina de


Easterly.

Detrás de la casa, el sol estaba saliendo, los rayos rosas y el melocotón


fluían alrededor de los contornos de la mansión como si la gran casa de la
familia Bradford tuviera que ser enmarcada.
—Creo que deberías. —Lane miró por encima—. Iré contigo cuando lo
hagas.

—No, —dijo Max—. Me voy. Y antes de que me digas que no puedo...


—No voy a detenerte. —Lane negó con la cabeza—. Te recordaré, sin
embargo, que Edward sigue siendo nuestro hermano. Él sigue siendo nuestra
familia. Nuestra madre es la conexión, en realidad, madre siempre ha sido el
vínculo ¿verdad? Ella es la Bradford.

—No me importa ninguno de ellos. —Max cruzó los brazos sobre el


pecho—. Te deseo lo mejor, pero Charlemont y Easterly, y toda esta familia, son
una pérdida de tiempo. Y son tu pérdida. Necesitas tomar a esa buena mujer que
tienes y poner toda esta mierda en el espejo retrovisor. Miró hacia Indiana, a la
carretera abierta, hay un futuro mucho mejor muy, muy lejos del nombre
Bradford—. Créeme, existe una vida mejor lejos de aquí. Mucho mejor.

DIOCIOCHO

Más tarde aquella mañana, Lizzie arrancó las llaves para utilizar el
cortacésped de las manos extremadamente desaprobadoras y reacias de Gary
McAdams y fue por el centro al césped de enfrente.

De hecho, la perspectiva de hacer sendas ordenadas y recortadas por toda


la extensión del césped, que se extendía desde la imponente entrada de Easterly
hasta la montaña a las puertas del River Road, la hacían parecer como si tuviera
25
TOC sentir un hormigueo de felicidad, y no, a ella no le importaba que, hiciera
tanto calor, como dijo al encargado de la casa.

Desafortunadamente, su entusiasmo resultó ser menos duradero que el


calor que hacía.

Algo de limonada, pensó mientras Easterly apareció una vez más en la


subida. Ella conseguiría algo maravilloso y después un poco de hidratación.
Estaría lista para volver a empezar.

Estacionando el cortacésped bajo un magnolio de hojas oscuras. Tuvo que


sonreír mientras bajaba y se dirigía a la puerta de la derecha con pegotes de
césped pegados por todas partes y el sudor en sus piernas desnudas.
Anteriormente, había un número limitado del personal de servicio que se les
permitía entrar en la mansión. Dos puertas. Eso era todo… y ambas hubieran
estado en la parte trasera de la casa. ¿Si eso hubiera significado para ella misma
o Greta que tendrían que recorrer todo el camino, bajo el calor, porque habían
estado tirando la maleza en el lecho de hiedras o afuera en los cubos de en
frente? Demasiado mal.

Al menos ella ya no tenía por qué preocuparse por ese inconveniente.


Aunque, dicho esto, se quitó los zapatos de trabajo y los dejó justo por
dentro sobre la alfombra… Y no porque un mayordomo inglés se había dado por
vencido y le había dado a ella un arduo trabajo. No, eso fue porque ella estaba
para el cuidado de la casa.

Mientras se movía por el frío interior, se le puso toda la piel de gallina. La


casa tenía aire acondicionado desde hacía unos diez años y la calefacción era
ciertamente apreciada en un día como hoy. Aunque sabía que llegaría a
arrepentirse de darse este respiro. Tan aliviada como estaba por conseguir un
respiro del agobiante calor, volver a salir será una putada.

Pero ella se había preocupado porque estuvo a punto de desmayarse.

Pasando por los formales salones, con toda su grandeza, abrió la amplia
puerta del comedor y entro en la zona del personal y fue como si ella estuviera
en una casa diferente. Desaparecieron las pinturas al óleo y el tapiz pintado de
seda, las cortinas y las alfombras orientales. Ahora las paredes estaban pintadas
de un claro color blanco aséptico y el único adorno en el suelo era una capa de
barniz rayada por las continuas pisadas.

La oficina del controlador estaba a la izquierda y ella asomó la cabeza


dentro. —Hola.

Greta Von Shileber levantó la vista del escritorio. Frente a ella, el


ordenador portátil abierto y montones de papeles eran todo lo que Lizzie hubiera
odiado tratar. La alemana, sin embargo, encontraba una gran paz ordenando el
caos de la contabilidad. Y después del inoportuno suicidio de Rosalinda Freeland
´s y los posteriores despidos de casi todo el personal, había mucho que hacer en
la tierra de los sujetapapeles y grapas, documentos y formularios.
—Guten Morge, —dijo la mujer mientras se quitaba las gafas rosas de
lectura y las reemplazo por un un par de gafas graduadas de Carey—. ¿Cómo
vamos?
Con el acento "nosotros" salió con una "v" y hubo un "..erg" al final de
"hacer", y los familiares sonidos unidos hicieron que Lizzie quisiera contarle a
su amiga de una década lo que estaba pasando sobre su posible embarazo. Pero
no. Si Lane no lo sabía, nadie más iba a hacerlo.

—Hace calor ahí fuera.


—Ja. Termino de procesar estos despidos, voy y recorto los setos
alrededor de la piscina de la casa. Después dejo las macetas limpias.

—Después de que Lane termine la reunión de la junta, me reuniré con él


en el hospital para ver a la señorita Aurora.

—Escuché las llamadas que le han estado haciendo a la familia. He


estado hablando con los ex empleados para asegurarles que recibirán la ayuda de
desempleo y una de sus sobrinas me lo dijo. Voy después de terminar con el
trabajo.
—Es muy triste.

No había visto a Lane más de dos segundos seguidos antes de que él se


fuera a la reunión sindical, porque aparentemente tuvo que recoger a Max en
medio de la noche eso había sido una de las cosas. Pero Lane le había dicho que
había algo de lo que quería hablar con ella y se preguntaba que era. Él
ciertamente había parecido distraído e infeliz, aunque eso por desgracia, no era
nuevo.

Un ding dong sonó alto en el techo, y Lizzie miró por encima de su


hombro. —Alguien está llamando en la puerta de atrás. Yo iré.

Mientras se apresuraba hacia la cocina, desvió la mirada a la puerta de la


habitación de la señorita Aurora. Dios, la perspectiva de sacar las cosas de la
mamá de Lane de ese espacio, o teniendo a la familia de la mujer viniendo para
hacer eso, parecía surrealista e inevitable.

Cuando abrió la reja de la puerta trasera, había un chico joven con un


uniforme azul y un sombrero. Detrás de él, en el patio, una camioneta con el
nombre de una compañía de mensajería estaba estacionada y en marcha.
—Tengo algo para el Señor Richard Pford, —dijo el chico—. ¿Puede
firmar para recogerlo?

—Sí, gracias. —Lizzie cogió el sobre grande y luego garabateo su


nombre en un portapapeles—. Gracias.
—Gracias, Señora.

Estaba cerrando las puertas cuando recordó que técnicamente el esposo


de Gin se había mudado, y ella trato de hacerle señas a la camioneta mientras se
alejaba, pero el vehículo no se detuvo.

Bien, ella lo dejaría sobre su cama para cualquier momento que él viniera
a recoger sus cosas.

Además, conociendo la vida amorosa de Gin, era probable que los dos se
reconciliaran después de que la hermana de Lane regresara de dejar a Amelia en
el norte. Gin tenía una forma peculiar de conseguir lo que ella quería. Y ella
había querido casarse con Pford.
Aunque como ella podía permanecer cerca de aquella desagradable pieza
de despojo era un misterio.

Entonces, de nuevo... Dinero.


La limonada fue tan refrescante como Lizzie había pensado que sería, y la
idea de volver a la podadora era tan desagradable como al principio le había
parecido una gran idea. No importa, sin embargo. Era hora de ducharse,
cambiarse y ver a Lane en el hospital. Además, ella había conseguido podar la
mitad, la parte izquierda. Podría ser que al final del día, ella pudiera terminar la
otra mitad.
26
Como Lizzie no tenía tiempo de llevar la John Deere de vuelta al cuarto
de mantenimiento, ella decidió dejarlo en el patio trasero a la sombra del garaje.
Después se obligó a sí misma a tomar un puñado de pretzels llevarlo con ella y
subir al segundo piso. Dejó caer el sobre en la habitación de Pford, después se
duchó y se vistió con unos pantalones color caqui y un polo de tela suave.
Una vez más estaba abajo en la cocina y le envió un mensaje de texto a
Lane con el móvil al hospital cuando sintió un repentino impulso. Se dirigió a la
puerta de la Señorita Aurora, ella vaciló.
Su primer instinto fue llamar, desde luego sonaba demencial. No era
como si alguien estuviera dentro.

Abriendo la puerta, le dolió el corazón por el recuerdo de cuando ella


había entrado y encontró a la mujer en el suelo cerca de su cama, sin
conocimiento.
Al igual que los lugares de trabajo de la señorita Aurora, todo estaba en
su lugar, no simplemente ordenado, si no aspirado también, y aunque los
muebles eran modestos, no podías evitar querer que todo estuviera colocado y en
su sitio manteniendo las manos quietas mientas permanecías dentro de su
27
espacio. Había dos BarcaLoungers contra el hueco entre las ventanas, un
televisor al otro lado, una cocina con fregadero, una pequeña estufa y una
nevera. Naturalmente no había cacharros dejados en el escurridor y una toalla de
mano había sido cuidadosamente doblada y colgada en la puerta del horno.
¡Dios!, se sentía mal al estar ahí sin ninguna invitación.

Moviéndose rápidamente, ella paso al lado de la silla de la Señorita


Aurora, hasta los estantes que iban desde el suelo hasta el techo. Había más de
cien fotos en viejos y nuevos marcos sobre ellos, las fotografías iban desde la
escuela elemental hasta la graduación de la universidad, desde sonrientes en
Campamentos de Verano hasta caras serías alienadas alrededor de los árboles de
Navidad y en altares de la iglesia. Muchos de ellos mostraban jugadores de
baloncesto y futbol en medio de saltos o en la mitad de una entrada y una pareja
incluso tenía de jugadores con los uniformes de la NFL y la NBA. Los temas
iban desde las hermanas y hermanos de la señorita Aurora, los hijos de ellos, a
Lane, Gin, Max y Edward.
Lizzie había entrado con el pensamiento de coger un par de fotografías y
llevarlas al hospital, entonces si la señorita Aurora tenía un momento de
conciencia, podría ver las caras de algunas de sus personas más queridas. Pero
ahora viendo todas esas imágenes, Lizzie empezó a sentirse abrumada.

Extendiendo la mano, tomo una foto de Lane del tercer estante. Él tendría
en esa foto unos doce o trece años y sonreía descaradamente hacia la cámara.
Los indicios de su buena apariencia adulta estaban por todo su rostro, sus rasgos
ya mostraban inclinación a esa fuerte mandíbula, sus ojos brillaban con su
natural coquetería.
Si Lizzie tuviera un hijo, él luciría justo así a la misma edad.

De repente obsesionada, comenzó a buscar más fotos de Lane, ella


encontró al menos una docena o algo así. Las siguió cronológicamente,
observándolo crecer... Hasta que llego a la última, cuando se graduó en la
Universidad Va. Ahora él estaba con una toga, birrete y su banda de fieltro con el
escudo, fecha y nombre de la universidad encima, su apuesta seguridad lo hacían
lucir como alguien salido de "St. Elmo's Fire", aunque eso había estado bien en
su tiempo. Y él tenía su brazo alrededor… oh, ese era Jeff Stern.

Grandioso, donde la vida une a la gente.

Alargando la mano, cogió el marco de su cuidadosa colocación y lo atrajo


para observarlo mejor.
Mientras permanecía ahí, mirando la imagen de los dos amigos en el sol,
el cielo sobre sus cabezas extremadamente azul, la hierba tan verde bajo sus
pies, se dio cuenta de que estaba observando el rostro de Lane y tratando de leer
cuál sería su reacción cuando le contara lo de su embarazo. Lo cuál era una
locura.

Inclinándose para dejar el marco en su sitio, ella...

Frunció el ceño y se detuvo.

Había algo escondido detrás de la fotografía. ¿Una bolsa de plástico?

Ella llevo su mano ahí antes de pensar acerca de la invasión a la


privacidad... Y lo que sacó no tenía mucho sentido.

Era una gran bolsa de congelador, del tamaño de una garrafa, dentro de
ella había un cuchillo de chef.
Dejando a un lado la imagen de Lane y Jeff, examinó el contenido. No
había nada notable en la hoja o en el mango negro, sin manchas, virutas o
abrasiones. No había ninguna identificación, como una placa especial
personalizada o lo que fuera.

Lizzie observó el resto de las fotografías. Después de un momento, puso


el cuchillo de regreso y recolocó la imagen exactamente donde había estado.
Después ella se fue para ir al centro de la ciudad.

Y decidió encargarse de sus propios asuntos.

—¿Qué quiere decir con que él no me verá?


Mientras Lane hablaba, se inclinó hacia la mesa de registro de la cárcel
del condado. Venía para hacer algo bueno. Y que es lo que te encuentras, la
mujer oficial quién había apuntado su nombre y tecleado un montón de cosas en
su ordenador solo negó con su cabeza.

—Lo siento, —señaló la pantalla frente a ella—. La solicitud fue


denegada por el detenido.

—¿Está el agente Ramsey por aquí? —Odiaba molestar al tipo a menos


que tuviera que hacerlo. Pero ésto era serio—. ¿Puedo hablar con él?
—El agente Ramsey ha llevado a su unidad a un simulacro de secuestro
con rehenes. —¿Quiere dejarle el mensaje?

—No, gracias. —Golpeó el mostrador con sus nudillos—. Lo llamaré yo


mismo luego.

Mientras se dirigía a las puertas dobles, estaba irritado, pero hasta que
Ramsey estuviera libre, él no iba a hacer ningún progreso para ver a Edward.

Maldición.

Por otra parte, él había tenido más emoción que agenda ya que había
pasado por aquí en su camino hacia el hospital. Probablemente no habría ido
bien. Por los Dioses, ¿Que podría decir?

¿Cómo podría decirlo?

Pasando entre la gente quiénes estaban sentados en sillas de plástico


refrescándose bajo los chorros del aire acondicionado. Salió del área de
recepción y se unió a la gente que iba andando a lo largo de los corredores en el
palacio de justicia. En lugar de esperar el ascensor, bajó por las pulidas escaleras
de granito por centro del atrio de siete plantas del edificio hasta el nivel de la
calle y salió a la acera.

Termino yendo al hospital a pie. No estaba lejos y él tenía tiempo porque


la reunión había acabo temprano.
Pero él no fue a ver a la señorita Aurora primero. En admisión, preguntó,
y obtuvo, otro número de habitación.
Aunque resultó estar en el mismo edificio.

Subiendo al tercer piso, salió a la unidad general de hospitalización y


preguntó en el control de enfermería. Luego continúo por un largo pasillo,
pasando por los limpios carros de comida, bolsas de lavandería y carros de
equipos médicos.

Cuando llego a la habitación 328, él llamó.


—¿Hola? —llegó una voz femenina.

—Soy Lane. ¿Puedo entrar?

—Espere.

Hubo un crujido y después Chantal dijo en un tono de voz más fuerte. —


Por favor. Gracias.

Tan cortés. Y cuando él entró, mantuvo los ojos apartados porque él sabía
que ella no iba a querer que se fijara demasiado. Chantal siempre había preferido
solo ser vista cuando su maquillaje y su cabello estaban perfectos y su ropa
propiamente adecuada a la situación.

Una rápida mirada y confirmó que ella estaba en un hospital con la cara
lavada y natural.

O más bien, sin maquillaje, colorete, lápiz labial, delineador de ojos y


máscara de pestañas.

De hecho, ella no estaba nada "lozana". Su piel era cetrina, su boca una
línea plana, sus ojos inyectados de sangre y sus ojos desenfocados.

—Eres muy amable por venir, —dijo mientras desplegaba y volvía a


doblar el borde superior de sus mantas.

—Quise ver si estabas bien.


—Tengo una buena vista, ¿No creés?
Mientras ella indicaba la fila de ventanas, él cortésmente se acercó y miró
hacia los rascacielos, el río y las verdes tierras de cultivo de Indiana
—Ellos van a tener que operarme, —murmuró.

Él cambio su postura así podía verla a través del reflejo en el cristal. Ella
estaba repasando su manicura.

—¿Que tienen que hacer?


—Una dilatación y un legrado. Aparentemente. No lo hice... Pasó todo.

Él cerró los ojos brevemente. —¿Viene tu madre?

—Ella está en un avión ahora. Llega en aproximadamente una hora.

—Bueno. Ella te cuidara muy bien.

—Ella siempre lo hace.


Dándose la vuelta, él metió las manos en los bolsillos de sus pantalones.
—¿Necesitas cualquier cosa?

—¿Has visto el periódico de hoy?

—No, —él pensó en aquellas fotografías de ellos que se habían tomado


en el cementerio. —Pero puedo adivinar lo que cuentan.

—Me han pedido que haga unas declaraciones.

—Mi teléfono ha estado sonando. Pero no he contestado. —Tenía otras


cosas de qué preocuparse—. No tengo nada que decir.

—Yo tampoco.

Sus cejas se levantaron por cuenta propia. —De verdad.


Chantal asintió mientras inspeccionaba su manicura. —Voy a regresar a
Virginia. Después de todo ésto. Me quedaré en Briarwood durante un tiempo.

La propiedad de sus padres, pensó.


Ella aclaro su garganta. —Entonces, si, Samuel T. pudiera enviar
cualquier cosa que necesite allí. ya sabes, en relación con lo del divorcio.

—¿Qué hay de tu abogado aquí en la ciudad?


—Solo envía los papeles a mi casa. Firmaré lo que sea. Yo no...
Realmente no me importa nada más.

Ahora él la miro fijamente. Era difícil saber si ésta sometida versión de


mujer podría ser creída. O si duraría. Él había venido por su sentido de la
obligación y tal vez un poco porque quería saber cómo estaba su estado de
ánimo.

Ciertamente, él no había esperado esto.


—No voy a pelear contigo, —añadió.

—Bien.
—Ya terminé con eso.

—De acuerdo.

Después de un momento, carraspeó. —Bueno, voy a ir a ver a la Señorita


Aurora. Hazme saber si necesitas cualquier cosa.

—¿Cómo está ella?


—Ella está bien.

—Oh, me alegro mucho. Sé que ella significa mucho para ti.

—Bien, entonces. Cuídate.

—Tú también.
El asintió con la cabeza una vez y se dirigió a la salida, pasando cerca de
los pies de la cama. Estaba cerca de la puerta cuando la voz de Chantal lo
detuvo.
—Lo siento.

Lane miro por encima de su hombro. Ella estaba mirando hacia él por el
pequeño espacio que los separaba, su cara seria.
En el silencio que siguió, él supuso que podría preguntarle de que
exactamente se estaba disculpando ella y tal vez él obtendría algunos detalles.
Pero ambos sabían lo que habían dicho y hecho cada una de ellos.
Particularmente ella.

Volvió a pensar en la fiesta en la que ellos se habían conocido. El pudo


haber tomado cualquiera de los números de teléfono de las mujeres que allí
había aquella noche. Y pudo haber elegido no seguir con Chantal después.
Mirando hacia atrás, no podía recordar porque la había llamado, porque la había
visto para cenar un par de días después, porqué, después de eso, él había
accedido a acompañarla a una gala de un ballet u opera, o lo que fuera que haya
sido.
¿Era el destino solo un accidente? se preguntó, los caminos que se cruzan
en la vida de las personas nada más que canicas derramadas por el suelo. ¿Los
contactos al azar y sin objetivo? ¿O había un plan más elevado?

Él sabía lo que su madre le habría contestado a eso. Sabía también lo que


la Señorita Aurora hubiera querido que dijera en ese momento.

—Lo siento, también, —susurró.

Y fue una sorpresa para él reconocer... que realmente lo sentía.


Después que Chantal asintiera una vez, Lane levantó su mano como un
adiós, después se volvió y no miró hacia atrás otra vez. Mientras caminaba por el
pasillo a los ascensores, tuvo la extraña sensación de que nunca la volvería a ver.

Y eso, como tantos otros resultados que actualmente se estaban


revelando, tenía la absoluta seguridad de que así sería.

DIECINUEVE

Cuando Lane llegó a la sala de UCI de la señorita Aurora, había una


multitud de personas dando vueltas afuera en el pasillo, y se acercó a dos
sobrinos de la señorita Aurora mientras saludaba a todos los demás. Los
hombres tenían veintitantos años, uno era un receptor abierto para los Indiana
28
Colts y el otro ocupaba un puesto de central en el Miami Hot. Ambas caras
mostraban el de corazón roto.

—D'Shawne. —Lane choco las manos con uno y luego el otro—.


Qwentin. ¿Cómo estáis?

—Gracias por llamarnos a nosotros, hombre. —D'Shawne miró a su


hermano—. Nosotros no sabríamos cómo manejar esto.
—¿Habéis venido a verla?

—Sí, señor, —respondió Qwentin—. Solo nosotros. Nuestras hermanas


llegaran por la noche.
—¿Mamá dice que tenemos que estar hablando del funeral? —D'Shawne
se pasó la mano por la cara. —Quiero decir... ¿realmente ha llegado el
momento?
—Sí, creo que sí. —Lane echó un vistazo a la puerta cerrada con sus
cortinas echadas para una mayor privacidad—. He hablado con el reverendo
Nyce. Dijo que la iglesia es nuestra y que obtener el consentimiento de la
congregación.
—Ella ya está en la lista de oraciones. Qwentin negó con la cabeza. —No
puedo creerlo. Ella me llamó el fin de semana pasado. Diciéndome en qué
necesitaba trabajar fuera de temporada.

Lane le puso una mano en el hombro. —Ella siempre estuvo muy


orgullosa de ti. De vosotros dos. Solía alardear de vosotros tan fuerte. Y ella
siempre decía que eráis sus sobrinos favoritos.

Lo siguiente que Lane supo fue que estaba encerrado en un abrazo de oso
y luego en otro. Y luego los dos hombres se marcharon.
—¿Le estás diciendo a todos que son sus favoritos?

Al sonido de la voz de Lizzie, se dio la vuelta y sonrió. —¿Cuándo has


llegado?
—¿Aquí?

Mientras extendía sus brazos, Lizzie se adelantó y lo abrazó. —Justo


ahora. No quería interrumpir ¿Cómo fue la reunión de la junta?

—Lo suficiente. —Él apartó su pelo de la cara—. Me alegro de verte, y


sí, les digo a todos que son sus favoritos.

—¿Como este ella? ¿No la has visto todavía?

—No, todavía no. —Lane miró su reloj—. Veamos si podemos ir a la


cabeza.

Una enfermera salió corriendo y buscó entre la multitud. —¡Señor.


Baldwine! Le llaman de ahí, ¿está pidiendo ver a alguien? ¡Creo que eres usted!
Lane solo pudo parpadear. —Disculpe que…

—¡La Srta. Toms está recuperando el conocimiento! Estoy llamando al


médico para que venga a verla ahora.
Lane miró a Lizzie cuando la gente comenzó a hablar en voz alta, y luego
después de una rápida conversación con la familia, se decidió que deberían ir
ellos porque tenía ambos poderes, el poder de decidir la atención médica
necesaria y era el albacea de la herencia de la señorita Aurora.

Y no podía manejarlo sin Lizzie así que la llevó con él a través de la


puerta de cristal.
En un lado de la cama, Lane se detuvo.

—¿Señorita Aurora? —Tomó la fría y tranquila mano—. ¿Señorita


Aurora?

Por un momento, pensó que era una broma cruel. Pero luego él vio su
boca moverse. Inclinándose, sus murmullos eran bajos pero insistentes, una
corriente de palabras saliendo de los labios de su madre.
Lane intentó interpretar las sílabas. —¿Qué estás diciendo? ¿Qué es lo
que necesitas? —Miró a Lizzie—. ¿Puedes escuchar esto?

Lizzie se puso al otro lado de la cama. —¿Señorita Aurora?


Más murmullos, y Lane no podía decidir si quería que llegará el personal
médico para poder atenderla, o darle un poco más de tiempo. Si esto era lo
último que su madre pudiera decir, no quería una interrupción antes de que él
pudiera entender lo que era.

De repente, Lizzie se enderezó. —¿Edward? Quiere saber dónde está


Edward ¿Es eso?

—En ese momento, los ojos de la señorita Aurora se abrieron. —¿Dónde


está Edward? Necesito a Edward...

Ella no parecía enfocarse en nada, sus pupilas estaban dilatadas y sin


fijarse en ningún punto.

—¡Edward! ¡Necesito a Edward!


El inicio de la agitación fue como la velocidad de un tren, sus brazos
comenzaron a moverse y luego sus piernas, un motor interno de pánico que
reanimaba su cuerpo.
—¡Edward!

Cuando el médico llegó con otros miembros del personal, Lane hizo
acopio de seguridad para que dejar que los batas blancas y enfermeras pudieran
reunirse alrededor de la cama.

No quería admitirlo, pero eso lo mató, de todas las personas su mamá


quería ver... a su hermano mayor, no a él. Y qué mezquino era eso.

Lo importante era que ella estaba consciente.

—¿Qué está pasando? —Requirió al personal cuando Lizzie se acercó a


él—. Ella... ¿va a estar bien?
Vamos, sin embargo. ¿Pensaba que ella acababa de dejar atrás el maldito
cáncer?

La misma enfermera que salió a llamarles se acercó. —Voy a tener que


pedirles que salgan. Lo siento mucho, pero necesitamos espacio para trabajar.

—¿Qué está pasando? No me iré hasta que me lo digan.

—Probablemente sea la morfina. En estos niveles, puede causar


alucinaciones. Uno de los médicos responsables le dará una explicación dentro
de poco, ¿de acuerdo?

—Vamos, —dijo Lizzie—. Nos quedaremos afuera.

Lane se dejó llevar hacia el pasillo. Y entonces él comenzó a caminar de


un lado a otro. A medida que pasaba el tiempo, y la familia estaba dispersa en
las sillas de la sala de espera, mantuvo su cabeza baja y sus ojos fijos en el
dibujo del suelo. No confiaba en sí mismo para encontrarse incluso con la atenta
y preocupada mirada de Lizzie.
¿Por qué diablos quería hablar con Edward?

—Lane.

—¿Umm? —Se detuvo frente a Lizzie y se estremeció—. ¿Disculpa qué?


—Hay algo que necesito decirte, —susurró Lizzie mientras miraba hacia
la puerta de cristal.

Hablaba rápido, pero en voz muy baja, y cuando terminó, todo lo que
pudo hacer fue mirarla.
Luego, con una mano temblorosa, Lane sacó su teléfono móvil e hizo una
llamada que era, por lo que él podía ver, su única opción.
El momento de las comidas en la cárcel se basaba en una rotación de
turnos de quienes preparaban esas comidas, y una de las cosas a las que Edward
tuvo que acostumbrarse era tener que desayunar a las seis de la mañana,
almuerzo a las once y cena a las cuatro de la tarde.
Así que cuando la puerta de su celda se abrió en lo que sin duda parecía
ser por la tarde, él se levantó de su litera preparándose para su turno en el
comedor con los demás. Pero no era por la hora de la comida, como pudo
comprobar después.

El guardia que abrió fue el mismo que había venido justo antes del
almuerzo para decirle que su hermano quería verlo.
—Tienes otro visitante.

—Te lo dije, si se trata de Lane Baldwine, voy a declinar


lamentablemente.

—No es él.

Edward esperó a que le dijera el nombre. —¿Y es...?


—Es una mujer.

—Está bien, ese es un no, también. —Se sentó en su litera—. No quiero


ver Shelby Landis, tampoco.

—Bueno, así están las cosas. ¿Recibí una llamada de mi supervisor? Y él


dice que tengo que llevarte. O voy a tener que explicarle el motivo por lo que no
lo hice. Y si estropeo esto y no lo hago, mi supervisor me va a dar los peores
turnos por el resto de este mes…
—Eso no es legal, ya sabes. Un entorno de trabajo hostil no se trata solo
de acoso…

—…y tengo una chica nueva, y necesito mis fines de semana. Así que lo
siento, pero vas tener que venir conmigo.
—¿Quién es tu supervisor? —Aunque Edward lo sabía.
—Detective Ramsey.

—Por supuesto. —Edward cerró los ojos—. Mira, esto es realmente


innecesario…

—Vamos, tengo que sacarte de aquí y hacerte entrar en la sala de


reuniones en cinco minutos. Él llamará para asegurarse de que estás allí.
—Y déjame adivinar, estás preparado para arrojarme sobre tu hombro y
llevarme fuera de aquí si es necesario.

—Sip. —Al menos el tipo tuvo la gracia de parecer honestamente


disgustado—. Lo siento, pero tengo que hacer lo que mi supervisor me dice.
Cuando Edward se levantó, estaba pensando en dos cosas: una, todo eso
de cuándo que los padres le decían a sus hijos, la vieja frase —Si te dicen
arrójate por un puente y ¿Tú lo harías? ¿Saltarías de un puente?, ¿Lo harías?— y
dos, que podría deberle al detective Ramsey su vida, pero incluso esa deuda se
estaba estirando con toda esta mierda de las visitas.

¿Por qué no podían simplemente sentenciarlo ahora y sacarlo del estado?

Excepto que no había forma de detener este tren, evidentemente. Así que
él y el jodido subordinado de Ramsey con su nueva chica y el problema necesito
mis fines de semana, iban a la izquierda del bloque y siguió el mismo camino
por el que había llevado a Edward la otra noche.

Cuando lo dejaron entrar a la sala de interrogatorios, se sentó en el mismo


asiento que lo había hecho antes.
Tenía que ser Shelby buscando otra oportunidad. Ella y Ramsey eran
buenos amigos, ¿no? ¿Quién más, aparte de ella, llevaría las cosas tan lejos?
¿Para qué?
Pero nunca más, pensó Edward.

Esta vez, jugaría duro con la joven. Le debía una llamada o dos por
semana, y si ella insistía en eludir sus deberes en la granja, solo para poder
conducir todo el camino hasta la ciudad y molestarlo sobre absolutamente
¿nada? Eso era motivo de despido…
Él lo supo por el olor del perfume.

Cuando la puerta de la sala de interrogatorios se abrió, él cerró los ojos y


tomó aire profundamente. Must de Cartier.

Y luego vino el delicado sonido de los costosos zapatos de tacón alto.


Lo cual fue armonizado por una voz femenina baja y muy modulada: —
Gracias a ti.

El guardia tartamudeó algo, una respuesta no poco inusual del sexo


masculino cuando eran abordados por Sutton Smythe. Y luego se volvió para
cerrar y bloquear la puerta.
Por el sonido de esos tacones de aguja y el roce de la ropa, Edward supo
que ella se había sentado frente a él.

—No me vas a mirar—, dijo Sutton en voz baja.

Su corazón bombeó y pudo sentir el calor en su rostro. Y la única razón


por la que él abrió los ojos fue porque se negó a parecer tan débil como se
sentía.

A veces el orgullo era la única espada y escudo de un pobre hombre.


Oh... querido Dios.

Traje rojo de Armani. Blusa color crema. Pelo negro en un moño. Uñas
pintadas del mismo rojo que el traje. Perlas en la garganta, la cara cubierta con
el maquillaje suficiente para darle un poco de color. Y, sin embargo, ninguno de
esos detalles los registró realmente.

Estaba demasiado ocupado siendo golpeado en su culo incluso


permaneciendo firmemente sentado en la silla sujeta al suelo.

Oh, Dios, todavía llevaba sus pendientes, los rubíes que le había
comprado de Van Cleef & Arpels. Y mientras se concentraba en ellos, las puntas
de sus dedos se dirigieron a uno de sus lóbulos.
—Acabo de salir del trabajo, —dijo. Como si eso explicara algo—. Yo
solo decidí pasar por aquí.
Todo en lo que podía pensar era en el hecho de que ella usaba lo que él le
había regalado incluso cuando ella no sabía que iba a verlo.

Edward se aclaró la garganta. —¿Cómo estás? ¿Creciendo en tu nuevo


papel como CEO?

—De verdad. —Sus ojos se estrecharon—. ¿Vamos a hacer una charla


social?
—Acabas de comenzar a dirigir una corporación multimillonaria. Eso es
difícilmente una charla social.

—Y tú has sido arrestado por asesinato.


—Supongo que los dos estamos en busca de algunos cambios de vida.
Estoy seguro de que el tuyo viene con un mejor salario y comida.

—Maldito seas, Edward.

Mientras él guardaba silencio, él trató de ignorar el brillo en sus ojos.

Después de un momento, dijo: —Lo siento.


—¿Por qué? ¿Por dejarme justo antes de venir aquí? O por matar a tu
padre.

—Sutton, no necesitas esto, —señaló la sala de interrogatorios—, en tu


vida. Sabía que iba a terminar aquí. ¿Qué me esperabas que hiciera?

Ella se inclinó. —Esperaba que no me quitases mi derecho a decidir. Lo


cual es lo que hacen los adultos con otros adultos.

—Tú eres la nueva directora de Sutton Distillery Corporation, una


compañía en la que tu amado padre pasó toda su vida a la cabeza. Qué haces y
quién eres no debe relacionarse con estos asuntos, ahora más que nunca, y eso lo
sabes...
—Basta, —gruñó ella—. Deja de tratar de ocultar que eres un cobarde.
—¿Viniste aquí solo para discutir ese punto conmigo? Porque no creo que
esa nota nos lleve a cualquiera de nosotros a ninguna parte.
—No, estoy aquí porque tu hermano me pidió que te viera, y porque Lane
es lo suficientemente inteligente como para saber que a menos que Ramsey no
estuviera involucrado, me dejarías fuera, también.

Edward cruzó sus brazos sobre el pecho. —Lane no me necesita, le


va lo suficientemente bien solo.

—La señorita Aurora está preguntando por ti. En el hospital.


Ahora Edward fue el que entrecerró los ojos. —¿Está despierta? Lo
último que supe era que no estaba nada bien.

—Ella está diciendo tu nombre, indiscutiblemente, una y otra vez.


—Me sorprende que no sea el de Lane.

—Creo que también a él—. Hubo una pausa. —¿Puedes pensar en


alguna razón por la que ella siente la necesidad de hablar contigo justo antes de
morir?

Abruptamente, Edward encontró difícil respirar. Sin embargo, se guardó


eso para sí mismo.

Asegurándose de que su rostro no mostrara nada, negó lentamente con la


cabeza. —No. No lo sé.

VEINTE

Cuando Sutton se sentó frente a Edward, estaba desgarrada. Ella quería


poder enfrentarse a él y hablar directamente sobre su relación, o, demonios, lo
que sea que tenían entre ellos, pero había un imperativo más grande e
importante. Cuando Lane la había llamado desde el hospital, era obvio que
estaba conmocionado, y como lo había hecho y había hablado con ella con total
sinceridad, lo impactante, se había hecho evidente el por qué estaba enojado.

Y por supuesto, ella se había ofrecido para tratar de hablar y enfrentarse a


Edward.
Ella no pensó que iba a tener un efecto mágico sobre ese hombre. Sin
embargo, el hermano parecía pensar que ella si podría. Edward Baldwine
siempre había seguido su propio camino, y ella sería una tonta al pensar que era
la única persona que podía llegar a él.

Pero ella tenía que intentarlo.


—¿Ninguna en absoluto? —Le preguntó—. No se te ocurre ninguna
razón por la que tu nombre pueda estar en los labios de la señorita Aurora.
—Tal vez ella está preocupada por Lane y quiere que le ayude. No lo sé.
Pedirme algo.

—¿Sabías que hay cámaras de seguridad en el Black&Red?


—¿Por qué estamos hablando de mi granja? Pensé que esto era sobre la
señorita Aurora.

—Cámaras. —Señaló en el aire—. ¿Debajo de los techos de los graneros?


—Sabes, creo que es hora de que me vaya...

—Siéntate, —ella espetó mientras comenzaba a ponerse de pie.

Edward levantó las cejas. Y algo en su resolución debía haberse mostrado


en su rostro porque lentamente se hundió en la silla de metal.
Buen movimiento de su parte, ella estaba preparada para atacarlo si tenía
que hacerlo.

—No saliste de la granja la noche del asesinato, —anunció—. Y no lo


niegues, no hay nada en las cámaras que puedan demostrar que tu o alguien más
lo hiciera… y si hubieras usado el camión que dijiste que habías cogido, habría
habido imágenes de ti conduciendo en ellas.

—Hazle un favor a mi hermano, ¿quieres? Y dile que pare con las teorías.

—Lizzie encontró un cuchillo en los aposentos de la señorita Aurora esta


mañana.

—Ella es una chef. —Se sabe que usan...

—En una bolsa de plástico. Detrás de una imagen de Lane.

Edward plantó sus manos sobre la mesa y se levantó. —Estoy dejando.


Que tengas una vida agradable, Sutton, y lo digo en serio.

Sutton lo dejó dirigirse hacia la puerta y comenzó a llamar. Cuando nadie


vino, él gritó: —Guardia.
—No van a responder, —dijo sin darse la vuelta.

—Por qué.
—Porque les dije que no lo hicieran.

Tocó más fuerte. —¡Guardia!


—Háblame del cuchillo, Edward. Sabes algo. Estás protegiendo a
alguien. Y creo todo eso, porque está en tu naturaleza. Pero aquí está la cosa.
Lane no va a dejar de luchar hasta que salgas de aquí como un hombre libre, y
yo tampoco.
—¿Qué demonios os pasa a vosotros? —Él giró y regresó echándose
encima—. ¡Tienen vidas para vivir! Empresas que dirigir, por qué diablos le
importaría a cualquiera…

Ella saltó y lo hizo frente cara a cara. —¡Porque te amamos! Y cuando


alguien que amas está haciendo algo mal, ¡quiere detenerlo!

La furia de Edward oscureció sus ojos casi negros y las venas se


destacaron en su cuello. —Ni siquiera eres un miembro de mi familia, no
cuentas. ¡Metete en tus asuntos!
Oh, no, no lo harás, pensó Sutton. No voy a desviarme hacia ningún tipo
de argumento de ojo por ojo.

—¿La señorita Aurora mato a William Baldwine?


Mientras formulaba la pregunta firme y contundente, mantuvo su voz
tranquila y nivelada. Al final del día, esta era la información que había venido a
buscar, y ella estaría condenada si no era capaz de sacársela. Era una de sus
mejores habilidades.

—Por supuesto que no, —dijo Edward mientras comenzaba a caminar de


un lado a otro, arrastrando la pierna mala—. ¿Cómo diablos puedes siquiera
sugerir algo así?

—¿Qué pasa con el cuchillo, entonces?

—No lo sé. ¿Por qué me preguntas acerca de eso?


—¿No crees que, si ese cuchillo se entrega a la policía, no tendrá la
sangre de tu padre en él?

Eso hizo que se detuviera. Y pasó mucho tiempo antes de que Edward
volviera a hablar.

—Me estoy poniendo realmente enfermo y jodidamente cansado de


decirle a la gente que deje esto en paz.
—Entonces deja de intentarlo.

—La señorita Aurora se está muriendo. Déjala ir en paz, Sutton.


—¿No crees que ella también quiere eso? ¿Por qué si no una mujer que
está en una ICU entra en pánico y grita tu nombre? ¿No crees que tal vez una
conciencia culpable es lo único que la mantiene viva?

Vamos, pensó Sutton. Habla conmigo…

Pero ella sabía que era mejor no dar voz a eso. Edward estaba
obligándose a callar y nunca hablaría.
—La señorita Aurora te ama como un hijo, —insistió—. Eres tan valioso
para ella. Ella no va a poder irse en paz sabiendo que mientes para protegerla.

Edward dijo algo por lo bajo.


—¿Qué has dicho? —preguntó Sutton.

—No es de ella por quien estoy preocupado.

Cuando Edward escuchó las palabras salir de su boca, quiso arrancarlas


del delgado aire y empujarlas hacia abajo por su propia garganta.

—¿Qué dijiste? —Repitió Sutton.

Él había tenido todo tan perfectamente planificado. Todos los jugadores


separados en sus canales de acción y comunicación imposible de cruzar. Sin
finalmente amarrar. No habría preguntas para hacerse.

Pero como los verdaderos asesinos, se había perdido en un pequeño


detalle. A pesar de que había sido cuidadoso al asegurarse de que la policía
encontrara su rastro cuando borró las imágenes de los vídeos de seguridad en
las cámaras de Easterly, había olvidado que en los establos Red & Black's la
vigilancia iba a ser un problema.
Mierda.

¿Qué más había pasado por alto? ¿Y qué pasa si la señorita Aurora
sobrevivía?
Cojeando hacia la silla, se sentó y juntó los dedos. —Sutton…
Ella sacudió su cabeza. —No. No vas a ser capaz de embaucarme con
ninguna de tus salidas. Estoy realmente enojada contigo, independientemente de
todo esto. De manera que el tono de voz no te llevará a ninguna parte.

Él casi sonrió. Ella lo conocía demasiado bien: si la ira no funcionaba,


intentaría ser encantador, Si tampoco funcionaba, necesitaba una distracción.

Naturalmente, le vino a la mente besarla, pero sabía que no debía intentar


eso cuando ella estaba de este tipo de humor. Ella era muy capaz de noquearlo
como un maldito bloque.
—¿Bien? —Le preguntó—. ¿Qué tienes que decir al respecto?

—No mucho. Considerando que me has cortado.

—Porque ibas a tratar de distraerme un poco. —Sutton negó con la


cabeza hacia él—. Para que lo sepas, Lane irá a la policía. Mientras hablamos.
Él está yendo a casa a Easterly para conseguir el cuchillo y él lo estará
entregando. ¿Y sabes qué va a hacer ahora?

—No me importa.

—Va a ir a la prensa. —Él les va a decir todo...

—Él estará mintiendo, entonces. —¿Por qué diablos su voz no sonaba


más fuerte en ese momento? Quedará como un maldito idiota.
—…presionar al fiscal de distrito. Ah, ¿y antes de que se fuera del
hospital? —Cuando Edward miró hacia otro lado, ella se cruzó y se puso frente a
él. —Le dijo a la señorita Aurora que estabas en la cárcel—.

Edward cerró los ojos.


Y aun así Sutton continuó. —¿Y quieres saber cuál fue su respuesta?

—No.
—Ella empezó a llorar… y dijo que lo había hecho y que la estabas
protegiendo. Así que sí, eso nos pone al día. —Sutton se dirigió a la puerta y
golpeo una vez. —¿Guardia?

La puerta se abrió de inmediato, y Sutton se detuvo entre las jambas. —


Me supongo que estarás fuera de aquí en dos días. Tres días como mucho. Y si
quieres una oportunidad de demostrarme que no eres el cobarde que creo que
eres, lo que harás es venir a buscarme, y te disculparás por haberme dejado
fuera.

—¿Qué? —Dijo amargamente—. ¿Felices para siempre? No me gustas


como una romántica.

—Oh, no, estaba pensando en sexo puro y duro. Hasta que tampoco
pueda caminar bien. Adiós, Edward.
Cuando el guardia que lo trajo aquí tosió, Edward casi se desmayó a
causa de una combinación de excitación sexual y por ella también justo decirlo,
“es lo que es”. Mientras tanto, Sutton se fue con la cabeza erguida, los hombros
hacia atrás, y dejando la estela de ese perfume francés tras ella.

Hombre, esa mujer sabía cómo hacer una salida.


Cuestión de suerte.

¿Y en cuanto a las cosas de la señorita Aurora? Todo lo que podía hacer


era rezar para que todos dejaran de decir tonterías y que la policía se quedara con
el caso resuelto en su actual conclusión.

Porque Lane no iba a ser capaz de lidiar con la idea de que su madre fuera
una asesina

Eso iba a matarlo.



VEINTIUNO

Samuel T. no esperaba salir de su oficina tan temprano. Había planeado


trabajar hasta las diez u once de la noche y luego devorarse los doscientos
metros aproximadamente hasta su ático y derrumbarse allí. Después de una
semana de estar en el tribunal durante la jornada laboral, tenía un retraso en la
facturación para poner al día, y luego estaba la otra realidad más apremiante,
pero menos reconocida, de que estaba pensando en Gin. Sin parar.

Y eso significaba que necesitaba distracciones.

Como de costumbre, sin embargo, la mujer lo sorprendió y cambio su


dirección: llámalo, ella lo hizo. Necesítalo, ella lo sostuvo.
29
Genial, ahora ella estaba hablando como Yoda .

Eran poco más de las seis cuando entró en el camino de su granja y siguió
por la fila de árboles plantados por su bisabuelo. Con la parte superior del Jaguar
bajada, podía dejar caer la cabeza hacia atrás y mirar el cielo a través de las hojas
de color verde brillante, ondeando las banderas arbóreas en celebración de la
llegada permanente del clima cálido.
¿Qué demonios había hecho Pford ahora?, se preguntó. E iba a necesitar
un arma.

Cuando se detuvo frente a su casa de campo, lo primero que pensó fue


que el Mercedes en el que Gin solía llevar a su hija de regreso al instituto, estaba
en unas condiciones pésimas para darle un buen lavado. Los insectos muertos
estaban incrustados en su capó, parachoques y en el parabrisas, y el polvo del
camino había manchado la capota y los paneles laterales detrás de sus ruedas en
patrones aerodinámicos.
¿Había conducido todo el camino? No estaba exactamente seguro de
dónde se encontraba Hotchkiss; como chico del sur, todas las escuelas de
preparación de Nueva Inglaterra le parecían iguales, pero estaba bastante seguro
de que Hotchkiss Connecticut estaba a más de ciento sesenta mil kilómetros de
distancia.

Podrías hacer ese viaje de ida y vuelta en un día y medio. Si no te


detenías.

Quitándose sus Ray Bans, las dejó sobre el salpicadero y salió con el
viejo maletín de su tío abuelo en una mano y la taza de café de acero inoxidable
que había traído con él del trabajo.

Insomnio. ¿Qué otra cosa podría hacer aparte de tomar dosis altas de
cafeína y que sus efectos duraran todas las horas del día?

Caminando sobre la grava, pasó bajo un gran arce y luego subió los cinco
escalones del porche que daba a la parte trasera.
Se detuvo cuando vio a Gin acurrucada en el sofá acolchado que daba al
estanque. Querido Señor, ella llevaba la misma ropa que tenía puestas cuando la
dejó en Easterly, después de que lo habían... hecho, lo que tuvieron en su ático.
¿Qué demonios había pasado?

Como si sintiera su presencia, se movió, excepto que su cansancio era


claramente excesivo para luchar: con un suspiro que parecía de todo menos
relajado, ella cayó de nuevo en su sueño.

Samuel T. guardó silencio mientras se acercaba a ella, dejó su maletín y


su taza junto a las puertas correderas y continuó hacia la granja. Tuvo el tonta
impulso de ponerle una manta, pero había ochenta grados ahí fuera y, en unos
pocos minutos, el sol del poniente iba a descender hasta el techo del porche y
bañarla con aún más calor.
En la cocina, encontró una serie de apuntes de su administrador de bienes
que abarcaban todo, desde lo que tenía para cenar hasta las llamadas telefónicas
que habían sido atendidas para él y la confirmación de que los tipos del techo
llegarían el martes siguiente. La pila de correo había terminado en la esquina, y
él la miró. También vio un gran sobre escrito a mano que no se molestó en abrir.

Él quería una ducha. Quería ofrecerle a Gin una cama.


Quería saber por qué lo había llamado para encontrarse con ella aquí
después de haber conducido durante tantas horas seguidas. Especialmente dado
que su voz no sonaba bien cuando habían hablado.

Aflojando el nudo de su corbata, Samuel T. deslizó la tira de seda roja y


dorada por debajo de su cuello y luego se quitó la chaqueta del traje. También se
quitó los zapatos y los calcetines. Luego agarró dos vasos, los llenó con hielo y
se metió una botella de su Reserva Familiar bajo el brazo.

Dirigiéndose al porche, se sentó en la silla de mimbre junto a ella y


comenzó a llenar los vasos.

Como si captara la esencia del producto de su familia, abrió los ojos y se


enderezó. —Oh... estás aquí.

Y tú estás de vuelta en Charlemont. —Le tendió una bebida e


intentó actuar como si no estuviera inquieto—. ¿Dónde está esa escuela, de todos
modos? ¿Connecticut? No pensé que pudieras recorrerlo en un día y medio.

—Son mil doscientos ochenta y siete kilómetros sin parar. Puedes hacerlo
si no duermes y no comes.
—No es el más seguro de los paradigmas de conducción.

—Estuve bien.

—¿Por qué la prisa?

Gin miró hacia abajo en su bourbon y movió los cubitos de hielo en su


baño de licor con la yema del dedo. —Quería ir a verte.

—Tu devoción es una sorpresa.


—Necesitaba hablarte, Samuel.

Samuel T. frunció el ceño y se reclinó en la silla, el tejido crujió cuando


aceptó el cambio en su peso corporal. —¿Sobre qué?
Como abogado trabajando en juicios duros, estaba acostumbrado a leer el
significado de una expresión y a interpretar lo que significaba un movimiento de
cejas, o cómo la comisura de la boca podía revelar una mentira... o una verdad.
Cuando se trataba de Gin, sin embargo, sus habilidades se venían abajo debido a
sus propias emociones.

Y él estaba seriamente preocupado. Si ella se quedaba con Pford, tenía la


sensación de que ella no solo se arrepentiría, sino que estaría en peligro. Y
aunque iba a matarlo y sentarse a un lado mientras sufría, Gin Baldwine era
conocida por tomar decisiones que la llevaban al caos, en lugar de alejarla de él.

Ella se sentó y arregló el vestido de un tono melocotón. El color por lo


general se veía fantástico en ella, siempre, ¿qué no? Pero estaba tan agotada
como el Mercedes aparcado enfrente, su piel demasiado pálida, la línea apretada
de sus labios sugiriendo que estaba molesta y tratando de ocultarlo.

—Esto es difícil para mí. —Ella cerró los ojos—.Oh, Dios, Samuel, por
favor no me odies.

—Bueno, lo he intentado en el pasado y nunca lo he logrado.


—Esto es diferente.

—Mira, si quieres una anulación, puedo ayudarte y no voy a juzgar… Ya


te dije eso antes. —Pensó en ella acercándose y diciéndole que lo amaba con una
desesperación que no había respetado porque había supuesto que era solo un
juego más—. Y no me ofrezco como voluntario para reemplazarlo si solo buscas
una cuenta bancaria. ¿Pero si quieres más que eso? Veremos…

—Esto no se trata de Richard.

Él frunció el ceño. —Bien.


Gin se quedó inmóvil. Hasta el punto en que apenas parecía respirar. Y
luego notó las lágrimas que caían silenciosamente de sus ojos.
Samuel T. se adelantó. —Gin, ¿qué está pasando?

Mientras ella sollozaba y se frotaba la nariz, él se hizo a un lado y sacó el


pañuelo que siempre tenía en el bolsillo trasero. —Aquí.
—Gracias. Dejó el bourbon a un lado y se limpió. —No sé cómo
empezar.
—Una noche oscura y tormentosa, siempre funcionó para Snoopy.

—Esto no es divertido.

—Claramente.
Ella tomó temblorosamente aliento. —Te acuerdas... Hace mucho tiempo
cuando estaba en la escuela y ¿me tomé un tiempo libre? Estaba embarazada
entonces, como sabes.

—Sí.
—Y tuve a Amelia.

—Sí.

—¿Recuerdas donde estaba unos meses antes de tenerla?

—Con tu profesor, —dijo secamente—. Estabas muy segura cuando me


lo dijiste. Con un poco de orgullo, podría agregar.

—Amelia nació en mayo ¿Recuerdas?

—Gin simplemente suéltalo y dime lo que sea…

—Ella nació en mayo. —Sus ojos se alzaron hacia los de él—. Y nueve
meses antes, ¿recuerdas dónde estaba? Era septiembre.
Él levantó su mano libre. —¿Por qué estas yendo en círculos? Yo no
tengo ninguna pista de lo que estabas haciendo en ese entonces…
—Bien, —dijo bruscamente—. ¿Recuerdas dónde estabas ese
septiembre?
—Oh, por supuesto, que yo puedo recordar hace quince años…

—Dieciséis. Hace dieciséis años.


Cuando una alarma comenzó a dispararse en la base de su cráneo, el
sonido sonó ahogando sus pensamientos… pero no sus recuerdos. Dieciséis años
atrás. Septiembre. Había sido justo antes de que volvieran a la escuela...

... y se habían encontrado en Bora Bora.


Ellos habían peleado. Y tenido sexo. Y se habían emborrachado. Y tenido
sexo. Y se habían quemado al sol. Y tenido sexo.

Samuel T. tragó saliva a pesar de que se le secó la boca. —¿Que


estás diciendo?

A pesar de que él lo sospechaba. De repente lo supo.


—Por favor, no me odies —dijo bruscamente—. Yo era joven y estaba
asustada. No sabía qué hacer...

Samuel T. se puso de pie sumamente rápido, el bourbon se derramó sobre


su mano. —Dilo. —Él levantó la voz—. ¡Dilo!
—Amelia es tuya. Ella es tu hija.

Agarró el cuello de su camisa, a pesar de que ya estaba abierta. Y


entonces la ira vino, fuerte y rápido.

—Maldita perra.

Tan pronto como Lane recibió noticias de Sutton, regresó a Easterly,


dejando a Lizzie con la señorita Aurora y los médicos. Aparcó el Rolls en la
parte trasera del garaje, y luego entró en la mansión por la cocina, o eso trató.

Cuando fue a abrir la puerta de atrás de la reja, estaba cerrada.

Tan extraño. Durante toda su vida, Easterly siempre había sido accesible.
Por otra parte, había mucha gente dentro de la casa, sin importar la hora.
¿Ahora? ¿Con Jeff en el trabajo, y su madre arriba con una enfermera en un
turno de doce horas? Las puertas tenían que estar cerradas.
Afortunadamente había una llave de la casa en la guantera del Phantom´s.
Las bisagras de la reja chirriaron cuando él la abrió con su cadera y luego
abría la sólida puerta y respiraba profundamente el aroma específico de la cocina
de la señorita Aurora: limón, dulces y desinfectante.
Su momma había cocinado y limpiado en ese espacio por mucho tiempo,
quería pensar que siempre iba a oler así. O al menos esperaba que lo hiciera.

Se dirigió directamente a su habitación y tuvo que detenerse al entrar. La


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visión de ese par de BarcaLoungers era como un golpe en el pecho. Parecía que
hace dos segundos que había llegado desde Manhattan y ella le había cocinado
su comida favorita del alma. Y por todo lo que era sagrado, él hubiera matado
para sentarse una vez más al lado de ella, con los pies en alto, sus platos en la
mesa con sus correspondientes bandejas que se recogían cuando terminaban, el
sonido de la televisión en la esquina.

Pero eso ya no ocurriría más, pensó tristemente.


Entrando en acción, fue bastante fácil encontrar la imagen de él y Jeff de
su graduación, en la universidad de Virginia y el cuchillo era exactamente como
lo había descrito Lizzie: limpio y en una bolsa de plástico.

Débilmente, fue consciente de que su corazón comenzaba a latir con


fuerza.

Señorita Aurora, ¿qué hiciste? Se preguntó él.


Cerrando la puerta detrás de sí mismo, fue hacia el soporte de cuchicllos
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del bloque de carnicería Wüsthof junto a la estufa.
Si, era el único que faltaba.

Girando la hoja en su bolsa una y otra vez entre sus manos, miró hacia las
ventanas que daban al garaje y al patio.

El Mercedes rojo de la señorita Aurora estaba estacionado detrás de la


verja en el centro de negocios, exactamente donde había estado desde que había
llegado a casa. Y en un impulso que le hizo sentir nausas que bajó el cuchillo,
volvió a la habitación de la señorita Aurora y cogió las llaves de su coche. Antes
de salir una vez más, encontró un par de guantes de nitrilo debajo del fregadero y
se los puso.

Parecía apropiado que un trueno en la distancia retumbara mientras


caminaba hacia el coche de la señorita Aurora, y él levantó la vista. Las nubes de
tormenta se juntaban en Indiana y estaban a punto de seguir la pista normal del
clima que las llevaría a Charlemont.
Quitando el seguro de las puertas del sedán, abrió todo el vehículo, sacó
su teléfono y enfocó la luz del móvil en el coche, alrededor de los asientos, sobre
el reposabrazos. Nada parecía fuera de lugar, pero esta era solo una táctica de
demora para no ir directamente al grano. Cuando había revisado todo en el
coche, se retractó y abrió el maletero.

Antes de mirar allí, dio la vuelta alrededor del automóvil, buscando


abolladuras y arañazos. Luego miró las ruedas. Sin barro ni nada en la banda de
rodadura o las llantas.

Era como si el coche hubiera sido minuciosamente limpiado.

Preparándose, fue a la parte de atrás y lentamente abrió el maletero. No


estaba seguro de lo que esperaba encontrar... tal vez una maraña de hojas o palos,
manchas de sangre, cuerdas con nudos apretados. Fragmentos de la ropa de su
padre.

No había nada.

El sonido de los neumáticos que llegaban pasando por encima de la grava


de piedras le hizo volver la cabeza. El coche de policía sin distintivos gris con
las ventanas oscurecidas y consultó su reloj. No está mal.

El detective Merrimack salió, y por una vez, no se molestó en mostrar esa


sonrisa suya. —¿Qué está haciendo?

—Mirando el coche.

—Esa es una posible prueba en la investigación de un asesinato.


—Tengo guantes puestos.

Merrimack se acercó y comenzó a cerrar las puertas, con la mano cubierta


por un pañuelo que se había sacado del bolsillo de su cazadora.

—¿Cuánto tardarán en realizar aquí un análisis forense? —Dijo Lane.


—Están en camino. —Merrimack miró las cámaras de seguridad
acopladas en el centro de negocios—. ¿Dónde está el cuchillo?

—En la cocina. —Lane se sacó los guantes—. Venga.


—Deme las llaves del coche… las cuales debe haber tocado.

—Lo siento. —Pese a que sabía que no lo había hecho—. Aquí están.

Mientras entraban, Merrimack envolvió las llaves en el pañuelo y las


guardó en su cazadora.
—¿Manipuló el cuchillo? —Preguntó el detective.

—No lo saqué de la bolsa, no.

En el mostrador, Merrimack inspeccionó la hoja sin levantarla. —¿Puede


mostrarme dónde fue encontrado?

—En sus habitaciones privadas, por aquí.

Cuando Lane se acercó a la puerta, miró por encima del hombro. —Ya he
abierto y cerrado esto.
Por supuesto que sí.

Una vez dentro, señaló la foto que anteriormente había cogido y el hueco
por detrás donde estaba. —Allí. Lizzie lo encontró allí.

—Hoy temprano, ¿verdad? —Merrimack se acercó y se inclinó—. ¿Fue


entonces cuando lo encontró?

—Sí.

—¿Y por qué estaba ella aquí? ¿Qué estaba haciendo su prometida en las
habitaciones de la señorita Aurora?

Merrimack comenzó a caminar alrededor de la habitación, con las manos


entrelazadas detrás de su espalda mientras inspeccionaba todo. Y sí, Lane quería
sacar al tipo del espacio privado de la señorita Aurora. Ella hubiera odiado a este
extraño de ojos inquisitivos y su tono de crítica aquí.

—Se lo dije. Ella quería llevar algunas fotografías al hospital.


—¿Para una mujer que está en coma?

Lane entrecerró los ojos. —Ella despertó lo suficiente como para hablar
hoy. Lizzie pensó que sería bueno para ella ver a algunas de las personas que la
aman.

—Hasta donde tengo entendido, está muy enferma.

—¿Quiere decirme que está haciendo aquí?


Merrimack movió la cabeza mirando por la habitación de la señorita
Aurora. —Solo creo que esto un poco extraño, eso todo.

—¿Qué lo es? —Que Dios le ayudara, pero Lane quería coger una de los
sartenes de señorita Aurora y golpear al tipo en la cabeza con ella—. ¿Qué es
curioso?
Merrimack tardó su maldito tiempo en responder. Y luego esquivó la
pregunta por completo. —Escuché en la cárcel que tu hermano Edward no quiso
verte esta mañana.

—Así que…

El detective se acercó a los BarcaLoungers y pareció mirar por el mirador


hacia el patio. —¿Sabe usted que recientemente tuvo la visita de uno de los
psiquiatras del personal penitenciario?

—No. —Cuando hubo otra pausa, Lane se puso en el camino del


detective mientras se enderezaba—. Estoy realmente cansado de todo esto.
—Su hermano intentó cortarse la muñeca con un cuchillo en la cárcel
hace unas pocas noches. —Mientras Lane se sentía entumecido, se dio cuenta de
que Merrimack se concentraba en él con la intensidad de un reflector—. ¿No
sabía esto?

—No
—¿Está seguro sobre eso?

¿Edward había intentado suicidarse? Pensó Lane.


—Entiendo que su familia está muy cerca del agente Ramsey, —continuó
Merrimack—. En el pasado, lo habéis llamado para que os ayude a todos. Por
ejemplo, sé que usted preguntó si estaba disponible esta mañana cuando
intentaba ver a Edward. Es bueno que haya encontrado un apoyo importante en
él.

—Ramsey nunca me habló de Edward.

—Por supuesto que no lo hizo.


—¡Él no me lo dijo! ¿Quiere llamar a Ramsey para preguntárselo?
Porque le garantizaré que él dirá lo mismo. Él no me llamó.

—Ya he hablado con él.


—¿Entonces por qué demonios estamos hablando de esto?

Merrimack bajó la voz. —¿No cree que sea siquiera un poco sospechoso
que su hermano intente suicidarse, tiene lazos en el mismo departamento que
supervisa la cárcel, y en poco más de uno o dos días, empiece a contarme teorías
de que no cometió el asesinato, y luego intenta proporcionarme alguna prueba?
Como cámaras que no muestran nada, un cuchillo en una bolsa, un coche que
acaba de revisar.

—No estoy fingiendo nada aquí. Mi hermano no mató a su... a mi padre.

—Pero, espere, se pone mejor, para colmo, la persona que quiere que crea
que lo hizo es una mujer que está a punto de morir. Una manera bastante efectiva
de sacar a su hermano de la cárcel. Y no se puede poner a alguien que está
muerto en un juicio o en la cárcel, ¿O si se puede?

Lane consideró contestarle a todo eso, pero luego decidió que era mejor
callarse, no decir nada, ¿no?

—Su equipo forense va encontrará la verdad en las pruebas presentadas.


—Lo harán. Y debe saber que la alteración de la las pruebas es un muy
delito muy serio, Señor Baldwine.

—No toqué una maldita cosa.


—Estaba usted mirando en un coche en el que me dijo que debería
encontrar pruebas, ¿recuerda?

—¿Por qué está tan decidido en culpar a Edward? Déjeme adivinar, no le


gustan las personas ricas, y nos has puesto a mí y a toda mi familia en esa
categoría.

El detective miró deliberadamente a su alrededor. —No estamos


exactamente en una caravana aquí, ¿verdad?

—Su trabajo es encontrar la verdad.


Merrimack salió por la puerta abierta de las habitaciones de la señorita
Aurora. —No necesita recordarme mis deberes.

—No estoy seguro de eso.

Cuando Lane también salió, el detective sacó un carrete de cinta policial


de su cazadora. —No entre aquí por ningún motivo. O al coche. Y si descubro
que no puede cumplir con esas reglas, lo haré realmente fácil para usted y
convertiré toda esta casa y todo su terreno en la escena del crimen. Ahora, ¿por
qué no vuelve a ese hospital mientras trabajamos? Si la señorita Aurora vuelve a
despertar, voy a querer hablar con ella.

Por un momento, Lane quiso protestar por haber sido expulsado de su


maldita propiedad. Pero luego solo asintió y se alejó.

Discutir con Merrimack no lo llevaría a ninguna parte.

Aparte de cabrearse más de lo que ya estaba.


VEINTIDOS

Mil trescientos kilómetros.


Bueno, mil trescientos cincuenta, según ponía en el cuenta kilómetros del
Mercedes.

Cuando Gin sintió el ardor de la ira de Samuel T., decidió que había sido
estúpido pensar que ella podría prepararse para su reacción. Incluso conducir
toda la noche, con nada más que hipotéticos e interminables juegos de rol i
diferentes hipótesis para mantenerla despierta, no la había preparado para la
realidad de su furia.

—¿Estas bromeando? —Exigió.

Ella no trató de responder. Ahora caminaba de un lado a otro, sus pies


descalzos golpeaban contra las tablas del suelo del porche, sus manos en sus
caderas, su cabeza hacia abajo como si estuviera tratando de controlarse y
perdiera la batalla.

Finalmente se detuvo frente a ella. —¿Cómo sabes que es mía?


—Amelia, —corrigió bruscamente—, es definitivamente tuya. No hay
ninguna duda.

—Me dijiste que estabas tomando la píldora.


—Lo estaba. Pero tuve esa infección nasal. Estuve con penicilina durante
las vacaciones. Eso provocó que la píldora fallara. No lo sabía, Samuel T. No lo
sabía.
Él dio un paso atrás volvió a coger el ritmo, y la distancia entre ellos se
hizo más larga y más larga, hasta que cubrió toda la longitud del porche.

—Era una niña, Samuel.

—Entonces estás diciendo que esto es por mi culpa. ¿Porque era dos años
mayor que tú? —Él negó con la cabeza—. ¿Por qué diablos inventaste la historia
sobre tu profesor? ¿Por qué mentiste?
—Porque el fin de semana llegamos a casa, te acostaste con esa chica,
Cynthia.

—¿Qué?

—No te hagas el tonto. —Ella sintió que su ira aumentaba. —Sabes


exactamente de lo que estoy hablando. Tuvimos esa pelea en el avión de camino
a casa. Y para desquitarte, llevaste a Cynthia a Aspen la semana siguiente. La
elegiste porque sabías que ella me lo diría.

Él movió su mano en el aire como si estuviera borrándolo todo. —Yo no


recuerdo nada de eso…

—Mierda! ¡Tú sabes lo que hiciste! Así que sí. —se sentó y luego se puso
de pie—. Inventé esa historia sobre mi profesor.

—¡Aquello hizo que lo despidieran!

—Fue despedido porque se acostaba con tres de sus alumnas.

—¡Pero mentiste sobre él y no te importó! ¡Nunca te importa! Usas a la


gente, te importa un comino cómo sus vidas se ven afectadas por tu...

—¡De Verdad! ¿Qué hay de ti? Eres igual de cruel. Tuve que consolar a
Cynthia después de que ella regresó y te negaste a responder sus llamadas. Haces
eso, te acuestas con mujeres que saben muy bien que a ti no les importas una
mierda, y luego después de usarlas las dejas para porque Dios no lo quiera si a
alguien no le gustas. Y mientras tanto, pasas a la siguiente. No pretendas que no
es así como funcionas.
Ella debió haber tocado alguna fibra sensible de verdad porque Samuel T.
no le respondió inmediatamente con nada.
Sin embargo, su silencio no duró: Eres la persona más egocéntrica que he
conocido. Estás echada a perder y tenías la obligación y deberías haber abortado
ese niño cuando tuviste la oportunidad...

Su palma salió volando antes de que ella se diera cuenta de que iba a
golpearlo, y el impacto fue tan fuerte que le resonaron los oídos.

Luego ella le clavó el dedo en la cara. —Amelia no es un error. Ella es


una joven inteligente que ha tenido una madre muy mala y sin padre de quien de
quien poder guiarse. Ódiame todo lo que quieras, pero nunca sugieras que es un
desperdicio.

—Sin padre, eh. ¿Y de quién es la culpa? Quieres victimizar ante mí a la


chica basándote en que no conoció a su padre, pero es tu responsabilidad, Gin.
¡Es todo por tu culpa!

—¿Y cómo hubiera funcionado eso para ti? ¿Crees que hubieras sido un
chico responsable y estado allí cuando ella se despertaba en medio de la noche?
¿Crees que hubieras dejado de obtener tu título y mudarte a Easterly para
cambiar pañales? ¿Qué habrías tenido el valor en ese entonces y le hubieras dado
lo que ella necesitaba? Destacaste en dos cosas en la universidad, beber y follar.
El hecho de que ingresaras en la facultad de derecho fue solo porque tu padre les
rogó que te aceptaran…

—Espera, espera, espera, ¿estás diciendo que eres la madre del año? Por
lo que yo sé, tuviste una niñera durante los primeros seis meses y luego niñera
tras niñera tras niñera. Exactamente, ¿qué hiciste por ella? ¿Incluso tú cambiaste
algún pañal? Venga, respóndeme a esto. Cuando te quedabas sin toallitas
húmedas, ¿te metiste en la parte posterior del Rolls—Royce de tu padre y
condujiste a través de los arbustos hacia Target? ¿Lo hiciste, Gin? Y cuando
llegaste allí, ¿la pusiste en un carro y lo empujabas con tu vestido de Chanel y
tus tacones de Prada? ¿No? No lo creo.

En el fondo de su mente, Gin era muy consciente de que podían seguir


yendo y viniendo toda la noche con este “no tú eres más mierda de lo que yo
soy… no tú lo eres más… no tú”. Pero al final del día, esto era sobre Amelia.
—Tú ganas, —se escuchó decir a sí misma. —Fui una madre
terriblemente negligente que se preocupaba más por su vida que por la de su
hija. Ignoré a Amelia y me sentí aliviada cuando se fue a la escuela secundaria
porque todo lo que hacíamos era pelear. He sido... imperdonablemente egoísta.
No hay manera de que pueda recuperar esos años, y tendré que vivir con esa
realidad el resto de mi vida. Amelia es quien es a pesar de mí, no porque le haya
dado buen ejemplo.

Samuel T. se sorprendió con su franqueza y ella aprovechó esa sorpresa.


—Decidí después de morir mi padre que ya era suficiente. Ella vino a casa y me
dijo que eso es lo que quería hacer, así que voy a ayudar a que eso sea posible…
No tengo ni idea de cómo ser una buena madre, pero maldita sea, voy a
intentarlo y parte de ese cambio pasa por ser sincera y honesta con los dos. Me
gustaría que ella sepa quién eres y que pasara tiempo contigo, y espero que estés
de acuerdo, por sería lo mejor para ella.

Envolviendo sus brazos alrededor de sí misma, miró hacia las nubes de


tormenta que se habían formado en el horizonte.

Mientras reinaba el silencio entre ellos, supo que tenía razón sobre una
cosa: Samuel T. nunca iba a perdonarla. Ella lo sabía por la forma en la que la
estaba mirando, como si fuera una extraña, no quería estar a su lado. Sin
embargo, se había ganado su desprecio y tendría que vivir con las consecuencias
de sus actos y fracasos.

¿De qué estaba realmente aterrorizada? De cómo iba a reaccionar Amelia.


Habían hablado todo el camino a Nueva Inglaterra sobre nada, y todo, y Gin
había llegado a apreciar realmente a la chica. ¿Si Amelia se cerraba ahora? Sería
como perderla justo cuando Gin la estaba conociendo.
Pero ella se había ganado eso, también.

—Ella está en el norte terminando sus exámenes —dijo Gin—. Después


volverá a casa. Enviará sus cosas y tomará un vuelo de regreso.

Mientras hablaba en oraciones cortas, Gin rezó para que Samuel T.


aceptara reunirse con la chica. Conocerla. Tal vez... después de un tiempo...
aprender a amarla.

Después de tantos años de exigirle cosas a ese hombre, era lo único por lo
que ella suplicaría. Y su respuesta era de vida o muerte para ella.
Samuel T. estaba listo para seguir discutiendo. Estaba tan jodidamente
listo para seguir tirándole mierda a Gin, para continuar marchando por el camino
de las mutuas indiscreciones anteriores, para entrar en espiral directamente en
toda la fuerza de sus conflictos.
Era mucho más fácil que lidiar con la realidad de que tuvo un hijo.

Gin... y él... habían tenido un bebé Juntos


Y ella lo había engañado durante dieciséis años de poder conocer su
propia carne y sangre.

Cuando una renovada ráfaga de ira al rojo vivo lo golpeó, Samuel T. abrió
la boca para señalar otra falta o indiscreción suya, pero algo en la forma en que
ella lo miraba fijamente lo hizo detenerse: de pie frente a él, se había convertido
en un ser perfectamente átomo, con los brazos alrededor de sí misma, su cuerpo
inmóvil, su expresión remota y tranquila. Era como si hubiera desconectado el
interruptor de su electricidad, y de alguna manera, esto también lo drenó.

Débilmente, pensó en lo que sabía de Amelia

No mucho. La chica no había sido un gran tema de conversación para


Gin, y ciertamente nunca se había sentido obligado a preguntarle cómo estaba o
lo que hacía el hijo que había tenido con otro hombre. Sin embargo, Amelia
había sido lo suficientemente inteligente como para entrar en Hotchkiss. Esa era
una cosa importante.
De la nada, apareció vino a su mente una imagen de la chica en esa cripta
en el cementerio. Ella había estado observando la alineación de placas, leyendo
los nombres de sus antepasados, con la cabeza inclinada hacia un lado, su largo y
grueso cabello castaño más allá de los omóplatos.
Cuando una vaga sensación de pánico amenazó con abrumarlo, Samuel T.
fue directo hacia la botella de bourbon, terminando lo que había en su vaso por
el camino. Él se sirvió un segundo vaso solo porque su buena educación le
impidió beber directamente de la botella.
Si hubiera tenido algún entrenamiento médico, se habría administrado
directamente un cuarto de la Reserva Familiar.

Con la bebida quemándole el camino hacía su estómago, abrió la


boca de nuevo. Lo que lo detuvo de lanzar más insultos esta vez fue lo que Gin
le había dicho fuera. Preston o Peabody o Prentiss lo había estado llamando por
teléfono y le había enviado mensajes de texto, utilizando excusas tan originales
como invitarlo a encontrarse con ella y sus amigos, pidiéndole ir a una fiesta de
cumpleaños, preguntándole si había perdido su número.

Bueno, en realidad, esos fueron solo los textos. No se molestó en


escuchar los mensajes de voz.

Aunque finalmente podría aprender su nombre si quisiera.

A lo lejos, un trueno cruzó el cielo, y él pensó distraídamente que estaba


equivocado. No habría luz del sol poniente en el porche esta noche. Las nubes de
tormenta se habían agitado en Indiana, las nubes grandes moradas y gris oscuro
prometían un par de horas difíciles.

—Quiero que te vayas, —se escuchó decir a sí mismo.

—Muy bien.

—Nunca te perdonaré por esto.

—Lo sé. Y no te culpo.


Pensó en los últimos dieciséis años de su vida. Sí, se había licenciado en
leyes elegantemente y comenzó una práctica aquí en Charlemont que estaba
prosperando. También se había acostado con ¿cuántas mujeres? Ni idea. ¿Más de
cien? Más de... Dios, no quería pensar en eso. ¿Y cuántas noches había tenido,
tropezando, riendo, borracho y estúpido con otros muchachos adultos de la
fraternidad como él?
¿Dónde habría cabido exactamente un niño en todo eso?

Ese no era el punto, se recordó así mismo.


Cuando Gin lo miró, él supo que ella estaba esperando escuchar si él
vería o no a Amelia, y su primer instinto fue volver a su casa y cerrar la puerta
sin darle una respuesta, solo para lastimarla.
—Quiero una prueba de paternidad, —dijo mientras comenzaban a caer
las primeras gotas de lluvia.

—¿No puedes creer mi palabra? Preferiría evitarle lo más desagradable.


Y puede sentir que te sientes obligado a partir de entonces.

—Estoy obligado, o lo estaré si soy su padre. Voy a tener que pagar por
cosas.
—No estoy buscando dinero, —dijo Gin—. ¿Crees que esto es una
recaudación de fondos para su universidad o algo así?

Él le lanzó una mirada fulminante. —No puedes sacar ningún tipo de


32
tarjeta de “soy el más santo ” con esto. Y debería haber una prueba para que ella
se sienta segura iniciando cualquier tipo de relación conmigo. Piénsalo. ¿Cómo
te sentirías si esta noticia apareciera repentinamente en tu vida? ¿No le gustaría
saberlo con certeza?

Cuando Gin se calló, él negó con la cabeza. —¿Nunca ha preguntado


sobre mí…? —Se contuvo a sí mismo—. ¿Su padre, antes?
—Realmente no ha surgido, no.

Por alguna razón, pensó en las danzas de padre e hija que hacían en el
club y en el Día de campo de Charlemont. ¿Alguien había llevado a Amelia? ¿O
había tenido que sentarse en esos eventos mientras el resto de sus amigos iban
con sus padres?

¿Había estado enferma cuando niña? ¿Arrinconada? Cuando se


despertaba en esa enorme casa blanca durante las tormentas eléctricas, ¿había
imaginado a su padre viniendo por ella y salvándola, como un caballero
blanco…?
—¿Con quién está saliendo?
—¿Perdón? —Dijo Gin.

—Con. Quién. Está. Saliendo. —Él enfatizó eso con un movimiento


brusco del borde de su vaso. ¿Ella tiene novio?

—No. —Gin aclaró su garganta—. Hubo un chico que le gustaba al


comienzo del año, pero supongo que no funcionó. Me dijo mientras estábamos
en el Turnpike de Pennsylvania.

Bien, estaba tan aliviado de que un adolescente tonto con todas esas
hormonas e ideas brillantes no estuviera pegado a su pequeña…

—Quiero la prueba. —Volvió a mirarla—. La quiero para saber que estoy


seguro de lo que pueda sentir por la chica. No confío en ti, y después de esto,
nunca lo haré. Me reuniré con ella tan pronto como regrese.
Pensó en decirle a Gin que tenía que ser sin su presencia, pero eso
no iba a ayudar a la situación.

—Bien. —Gin bajó la voz—. Eso es bueno. Gracias…

—No estoy haciendo esto por ti. —Él le dio la espalda y se dirigió hacia
la puerta de su cocina—. No volveré a hacer nada por ti, nunca más.

A pesar de que Merrimack prácticamente había ordenado a Lane que


abandonara las instalaciones, no estaba preparado para abandonar su propiedad
familiar mientras los vehículos de CSI aparecían en los garajes. Sin embargo,
tampoco podía simplemente estar al margen, un simple espectador peatonal en
su maldita propiedad.
Terminó en el centro de negocios, en la oficina de su padre, desde donde,
cada media hora más o menos, se dirigía al otro extremo de la instalación para
poder mirar por la ventana poco profunda en la sala de suministros lo que
estaban haciendo con el auto de la señorita Aurora.
Desafortunadamente, no pudo ver mucho. El CMPD había levantado un
toldo azul brillante para que la lluvia que había empezado a caer no entorpeciera
su investigación, y la cosa tenía una aleta lateral que el viento hacía retroceder
para que pudiera obtener cualquier imagen.

Sin embargo, Merrimack estaba en todas partes, yendo y viniendo entre la


puerta de la cocina, el automóvil y los camiones. No parecía darse cuenta de que
había una tormenta que levantaba las cosas, y en otras circunstancias, Lane
habría respetado el tenaz enfoque del chico en el trabajo que tenía entre manos.
Pero él como que odiaba al hombre

Con una maldición, Lane se dio vuelta y caminó hacia atrás por el oscuro
pasillo. El centro de negocios había sido diseñado y decorado ostensiblemente
como testimonio del poder y el prestigio de Bradford Bourbon Company, pero
en realidad se parecía más al tributo de William Baldwine a sí mismo, las
alfombras de color granate y dorado, las pesadas cortinas de terciopelo y los
sellos de la empresa creando un ambiente sembrado de poder

Especialmente el área de recepción.


Detrás del escritorio vacío, que no había sido ocupado desde que Lane y
Jeff habían echado a todos los altos directivos, había banderas de ambos
Comunidades, de Kentucky y Estados Unidos, como si estuvieras entrando a la
maldita Casa Blanca. Y hasta ese punto, el espacio en sí era incluso circular
como el despacho Oval, la alfombra con el emblema de la familia Bradford en el
centro.

La oficina del CEO tenía una antesala donde el pastor alemán de William,
un asistente ejecutivo, había tenido control sobre el acceso a él. Y más allá... era
un espacio que Lane todavía tenía dificultades para recorrer.

Por un lado, seguía oliendo a cigarrillos y puros de su padre, el


persistente aroma a tabaco que lo hace parecer una gran caja de puros con un
trono y un escritorio dentro. Luego estaban las imágenes en los estantes detrás
del centro de mando. Mientras que las fotografías de la señorita Aurora eran de
otras personas, las de William eran siempre de sí mismo con gente importante
como presidentes, estrellas de cine, celebridades, y políticos.
Mirando las imágenes, Lane se fijó en su padre en cada una de ellas. La
expresión en ese rostro distinguido siempre era la misma, sin importar la edad o
el contexto, ya fuera de corbata negra o en un campo de golf, en la ópera o el
teatro, en la Casa Blanca o en una de las terrazas de Easterly: ojos fríos y
entrecerrados, y una sonrisa que, en realidad, no era diferente a la de Merrimack.
Una máscara profesional.
Por otra parte, William tuvo que ocultar quién era realmente. Venía de
una familia sureña venida a menos y había puesto la mira en la madre de Lane
como la primera de muchas conquistas. ¿En cuánto a por qué ella se había
casado con él? Se suponía que a la Pequeña V.E. la había cautivado porque era
muy guapo, pero estaba claro que pronto había aprendido a arrepentirse de sus
ideas románticas.

Lane se parecía un poco al hombre.

En realidad…Bastante.
Al volver a concentrarse en el escritorio, regresó a las pilas de carpetas
que había sacado de los archivadores en la sala de almacenamiento del centro de
negocios. Había revisado la mayoría de los acuerdos alcanzados por la BBC bajo
el reinado de William, y no encontró nada fuera de lo común para una compañía
de bourbon.

Nada perteneciente a WWB Holdings, tampoco.


Y ninguno de los negocios que John Lenghe había detallado de memoria.

Lane se sentó en la silla de cuero de su padre y giró las cosas. Debajo de


los estantes, que se extendían hasta la mitad de la pared, había una serie de
armarios cerrados, y no fue un genio al suponer que un hombre que estaba
operando fuera del alcance de la ley y que no era experto en informática
probablemente mantener los detalles de sus negocios justo detrás de donde se
sentaba todos los días... en una oficina que, cuando él estaba lejos tanto como un
viaje al lavabo, estaba custodiada por ese asistente ejecutivo suyo... en una
instalación que, cuando se iba por la noche, no estaba sólo cerrada, sino
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asegurada por un sistema de seguridad que podía competir con el Smithsonia .

Lane ya había probado las perillas de bronce antes y encontró las puertas
hechas a mano cerradas con llave.

Estaba harto de eso.


Al llegar al otro lado del escritorio, recogió un cenicero que era tan
grande como un plato de comida y tan pesado como un ancla náutica.

Con esto iba a sentirse genial.


Se puso de pie, apartó la silla del camino y levantó el peso sobre su
hombro. Luego movió la cosa como si fuera un bate de béisbol, estrellándola en
uno de los compartimentos inferiores la puerta doble.

Era un testimonio inapropiado para los fabricantes ya que tuvo que


golpear varias veces antes de que la caoba de alta resistencia se astillara y se
agrietara. La segunda fase fue sobre todo con las manos desnudas, sus dedos
arañaban los paneles y los arrancaban de sus bisagras.

Cuando terminó con el primero de los cuatro armarios, había madera por
todas partes y estaba jadeando, pero, Dios, era satisfactorio.
Y oye sabes qué.

Archivos.
Sus rodillas crujieron cuando se puso de cuclillas y trasladó paquetes de
papeles al amplio estante más bajo. Había tantos que, para acomodar la carga,
apartó las imágenes de su padre, y sí, con eso también se sintió bien.

Y luego, en un momento “oye espera esto no es una confusión”,


tuvo la idea de tomar todos los documentos que había sacado de los registros
oficiales de almacenamiento y moverlos del escritorio a la mesa de conferencias
al otro lado de la sala. De esa forma, sabría lo que salió de allí.

Antes de sentarse y comenzar a trabajar con el nuevo paquete de


archivos, corrió a echar un vistazo a Merrimack nuevamente. Le había dicho al
detective que se iba, pero luego había desaparecido en la casa, solo para entrar al
centro de negocios a través de una de las puertas francesas al otro lado del jardín.

No quería que Merrimack viniera a buscarlo aquí y encontrara todo esto.


Por los dioses, Jeff ya estaba preocupado de que los federales no iban a
creerse la historia de la diversificación que se había filtrado a la prensa. Y con la
suerte de Lane, ese detective de homicidios seguro que tenía un lucrativo trabajo
secundario manejando cargos por malversación de fondos para el gobierno de los
EE. UU.
Oye cosas extrañas estaban pasando.
Como cada jodido día desde que había regresado a Charlemont.

Mirando por la ventana polarizada a los chicos de CSI, vio un montón de


nada, solo personas con uniformes y guantes de látex caminando bajo la lluvia,
yendo y viniendo…

Oh, tendría que comprobarlo. Estaban sacando cosas de la casa en bolsas


de plástico con sellos en ellas.

Pensó en ese cuchillo.


Mierda. Si la señorita Aurora había sacrificado uno de sus queridos
cuchillos, solo habría sido por una razón muy específica. Esas hojas eran su
orgullo y alegría, las herramientas de su oficio, el tipo de cosa que nadie usaba
excepto ella.

Los cuchillos de un chef eran privados. Demonios, incluso los sub chefs
que vinieron para diferentes eventos trajeron sus propios juegos de cuchillos.
No, ella había usado ese Wüsthof para algo importante.

Ella lo había guardado por una buena causa.

Y ella lo había colocado detrás de su foto para enviar un mensaje.

Nunca la habría considerado capaz de algo tan violento. Pero una cosa
siempre había sido verdad en ella.
Ella lo amaba más que a nadie. La suya había sido una conexión especial.

Y temía que el amor de una madre pudiera tornarse asesino, bajo ciertas
circunstancias.
—Señorita Aurora –susurró— ¿Qué hizo?

VEINTITRÉS

Cuando Gin regresó a Easterly, estaba tan necesitada de sueño y


emocionalmente agotada que se perdió por el camino del personal debido a su
aturdimiento…, y luego le faltó la energía para dar la vuelta al Mercedes y
regresar. En la entrada principal de la finca, los flashes se dispararon cuando
tuvo que parar para que se abrieran las puertas de hierro forjado, pero al menos
las tormentas habían provocado que la mitad de las furgonetas de noticias se
fueran.

Mientras subía la colina, la fachada imponente de la mansión se iluminó


con un rayo, el destello brillante e irregular le hizo pensar en el comienzo de una
película de terror.
Ella aparcó el sedán justo enfrente y dejó las llaves dentro.

Entonces ella esperó.

A que el mayordomo saliese y la viniera a buscar con un paraguas y una


mano libre para llevar sus cosas.

Pasó bastante tiempo hasta que recordó que no había más personal. Nadie
estaba preparado a que ella diera la orden para prepararla un baño caliente.
Nadie para deshacer las maletas por ella y pedirle una ensalada ligera y una
botella de Chardonnay.
Al salir, recogió su maleta de Louis Vuitton y su bolsa Chanel acolchada
y las arrastró por los escalones bajo la lluvia…, y luego se dio cuenta de que no
había nadie para llevar el coche al garaje. Ningún hombre con uniforme de
chófer que lo lavara y dejara listo después de su largo viaje, o revisara la presión
de los neumáticos y rellenara el depósito.
Lo que sea, pensó mientras abría la pesada puerta principal de la mansión.
Ya había llovido antes. Sobreviviría.

Cuando entró, refugiándose de la tormenta, el aire en la casa era fresco y


silencioso, y todo estaba tranquilo. Lo que era espeluznante. Easterly nunca
había sido una casa silenciosa, con la multitud de personas que habían vivido y
trabajado bajo su techo….

—Estás de vuelta.
Ella giró la cabeza lentamente. Richard Pford estaba sentado en el sofá de
seda del salón de recepción, a la izquierda, con las piernas cruzadas en las
rodillas, los dedos entrelazados y los codos metidos en los costados.

—Ahora no, Richard. —Ella dejó caer su bolsa y no podía creer que
tuviera que cerrar la puerta detrás de ella. —Estoy cansada.

—No es más, ¿tengo dolor de cabeza?

—Como si eso fuera importante para ti.

Otro destello de luz penetró por las ventanas, convirtiendo la cara de


Richard en algo siniestro.

—Dónde estabas.

—Llevando a Amelia de vuelta al instituto.

—Pensé que ella generalmente volaba.


—No esta vez.

—¿No? —Se sentó hacia adelante—. ¿Muy caro? Entonces decidiste que
la llevarías en coche. Qué buena madre eres.
Gin movió sus ojos hacia las escaleras sin apartar su rostro de él. ¿Habría
alguien más en la casa? ¿Dónde estaban Lane y Lizzie?
—No has respondido a mis llamadas, Virginia.

—Estaba conduciendo.
—¿Durante toda la noche? ¿No descansaste ni una vez?

—No, quería llegar a casa.

—De vuelta a mí, por supuesto. —Puso su delgada mano sobre su


corazón—. Estoy conmovido.
Richard se puso de pie y recogió algo de la mesa pequeña frente a él. Una
envoltura. Un sobre grande de manila, del tipo que enviarías por correo.

Gin dio un paso atrás. —Voy a subir y tomar una ducha.


—Oh, puedo imaginar que estás lista para una. —Sonrió al acercarse—.
Pero quiero que me hagas un favor primero.

Ella echó un vistazo por el pasillo, esperando ver a alguien que saliese
por la puerta hacia la parte del personal de la casa.

Si ella gritara, ¿la oiría la enfermera de su madre? Tal vez.

Pero probablemente no, decidió cuando el trueno respondió a la llamada


del rayo.
Richard no se detuvo hasta que estuvo a un pie de distancia de ella, e hizo
el gesto de abrir la solapa en el sobre. —Realmente necesito que veas esto.
Dime, ¿tu hermano Lane mencionó que me mudé?

Gin entrecerró los ojos. —No. ¿Lo hiciste?

—Sí, no creo que este matrimonio funcione para mí. Me fui anoche y
volví hoy después del trabajo para recoger mis pertenencias.

—¿Dónde está tu coche, entonces?


—Justo debajo del magnolio. Iba a bajar mis cosas, pero luego decidí
esperarte.

Con un tirón uniforme, sacó un taco de hojas de ocho por diez de…
fotografías; eran fotografías brillantes.

De ella y Samuel T. en el Jaguar en el cementerio: Él le sostenía la mano


y se miraban fijamente a los ojos…, justo antes de que él cambiase la situación
para mostrarle a ella su propio anillo de compromiso. Y luego se alejaron. Había
otras, también, de cuando ellos salieron del edificio de su ático después de haber
hecho el amor.

Pero la más importante, por supuesto, era la de cuando Samuel T. la había


ayudado a regresar al Jaguar. Ella había agarrado la corbata negra del hombre y
lo había tirado hacia su boca.

—¿Sabes con qué más vinieron?, —dijo Richard con una voz que vibraba
con creciente amenaza—. Una invitación de un periodista para comentar sobre
ellas. Van a ser publicadas en el Charlemont Courier Journal de mañana…, ¡qué
clase de tonto piensas que soy!

Ella se agachó justo antes de que él la golpeara, y luego se dio la vuelta y


se lanzó hacia la puerta de entrada. Mientras el trueno rugía en el cielo, ella trató
de abrir de un tirón el gran peso, pero Richard la agarró del pelo y tiró de ella
hacia atrás.

—¡Eres una puta! Te lo follaste, ¿verdad? ¡Y luego te escapaste con él!


No llevaste a tu maldita hija al instituto…, fuiste...

Gin se giró, su pelo era lo suficientemente largo como para dejarla


girarse. La cara de Richard estaba retorcida de rabia, y pensó que eso era todo.
Iba a matarla allí mismo, su sangre se derramaría sobre el suelo de mármol
blanco y negro, su hermano o tal vez la prometida de Lane serían los que
encontraran su cuerpo.

Gracias a Dios que había cambiado el diamante de ese anillo de


compromiso y metido esos lingotes de oro en una caja de seguridad para Amelia.

Y gracias a Dios le había dicho al joyero y al gerente del banco que si ella
moría, era culpa de Richard.
Y, por último, gracias a Dios que ella había hablado claro con Samuel T.
Al menos Amelia todavía tendría un padre.
Ah, ¿y mientras ella estaba haciendo su lista final? Que te jodan, Richard.
Sin ser consciente de moverse, ella se agarró a sus antebrazos… y subió
su rodilla justo entre las piernas de Pford, clavándosela con tanta fuerza, que
sintió el impacto a través de su propia pelvis.

Cuando él se dobló por la mitad y la soltó en favor de su hombría, ella se


arrancó los tacones para poder correr correctamente y salir pitando hacia la
puerta otra vez. Esta vez, mientras giraba el mango, una ráfaga de la tormenta
golpeó el frente de la casa y abrió las puertas de par en par.

Con la lluvia y el viento salpicando en su cara, corrió hacia el Mercedes,


deslizándose alrededor de su maletero, destrozando sus pies descalzos por las
piedras sueltas del camino. Y luego ella estaba detrás del volante, cerrando de
golpe la puerta del conductor, bloqueando todo. Sus manos saltaron y
revolotearon alrededor del botón de arranque…

¡Boom, boom, boom!

Richard estaba aporreando la ventana del lado del conductor, golpeando


el cristal con su puño…
—¡Déjame en paz!, gritó ella.

El Mercedes cobró vida con un sutil temblor y ella metió la marcha


atrás y apretó el acelerador, el peso del coche dando tumbos en dirección a
Richard, derribándolo. Ella ni siquiera miró para ver si iba a golpearlo: tan
pronto como el camino de descenso a la montaña estuvo frente a ella, tiró de la
palanca de cambios y aceleró.

A través del retrovisor, tuvo una breve impresión de él poniéndose en pie


de un salto, con los brazos golpeando el maletero antes de que fuese lanzado de
nuevo hacia un lado.

Gin mantuvo el coche en el camino, incluso cuando la gravedad


aumentaba su velocidad y chorros de agua azotaban el parabrisas. Agarrándose
con ambas manos, no se atrevió a poner en marcha los limpiaparabrisas porque
temía aflojar cualquier agarre por un momento.

En la base de la colina, ella pisó los frenos, el coche patinó sobre el


resbaladizo pavimento cuando ella llegó a las puertas. Ella estaba casi decidida a
embestirlas para abrirlas, pero estaba preocupada de que el Mercedes no
funcionase después...
Con una mirada por el retrovisor, rezó para que no viera ningún faro.

Sin embargo, temía que Richard fuera a...

Justo cuando las puertas estaban casi lo suficientemente abiertas, un


conjunto doble de luces hizo el giro en la parte superior y comenzaron a
descender hacia ella en una carrera mortal.

La casa de campo de Samuel T. tenía una cocina que daba a la misma


pradera que el porche trasero, y vio entrar la tormenta a través de la ventana del
fregadero. O, mejor dicho, él y su botella de Reserva familiar. Y cuando los
cubitos de hielo se derritieron en su vaso, no se molestó en reemplazarlos;
simplemente continuó con el cálido calor del bourbon, genial.

Mientras permanecía allí, observando las nubes onduladas y los patrones


de caída, su mente era una superautopista de pensamientos, miedos y
remordimientos al azar. Él no dejó entrar ninguna esperanza. Demasiado
peligroso…

Cuando su teléfono móvil sonó en el bolsillo de su abandonada chaqueta,


no respondió. Él no quería hablar con nadie sobre nada.

Dios, el rayo era tan hermoso, se bifurcaba a través del enojado cielo,
color berenjena, las láminas de lluvia cayendo como cortinas desde las nubes
hacia la tierra, el trueno retumbando en el aire, un gigante invisible.

Sacudiendo su cerebro, trató de recordar cada vez que había visto a


Amelia: tenía un recuerdo vago inmediatamente después de que ella naciera.
Había vuelto a casa en Charlemont y había habido un evento donde los
Bradford…, algo a lo que sólo había asistido porque había querido echar un
vistazo al Escándalo de Easterly.
Gin Baldwine, a casa desde la facultad, con el bebé de su profesor.

Tuvo que inventar una excusa para ir a la habitación de Lane y luego se


había perdido.
Gin no había estado en casa. La niñera estuvo uniformada, agradable y
muy protectora.

Amelia parecía… como un bebe. Había sido envuelta en una manta rosa y
había un móvil de peluches sobre su cabeza. Sí, pensó… un carrusel con una
luna blanca, tres estrellas amarillas y una vaca azul cielo con el vestido rosa y de
encaje de una lechera.

Parecía totalmente inapropiado que recordara más sobre ese maldito


carrusel que sobre su propia hija.
O… tal vez su hija, era más como eso.

Y mientras trataba en vano de recordar el rostro infantil de Amelia, o si


tenía pelo, o de qué color habían sido sus ojos, la enormidad de lo que Gin le
había robado se hizo evidente: el primer momento de un padre con su hijo le
había sido robado. Ella le había negado esa reunión deslumbrante,
sobrecogedora y desgarradora en la que sostenía a un bebé en su pecho y
prometía cuidarla toda su vida.

Samuel sintió un cosquilleo en la cara, y cuando fue a quitárselo, se


sorprendió al encontrar una lágrima en la yema del dedo.
Por supuesto, Gin también había robado a sus padres sus primeros
vínculos con su nieta. Desde que el hermano de Samuel T. murió, él había sido el
único hijo que quedaba en la familia. Y sabía que su madre y su padre
aguardaban en silencio y esperaban que él se calmara y les diera otra generación
para continuar con el nombre de los Lodge.

Había habido tanto dolor para ambos, una prueba positiva de que la
riqueza podría aislarte de preocuparte por si tu casa estaba pagada, pero no hacía
una mierda contra el destino: sabían demasiado bien que nada era permanente,
no había vida garantizada Así que los herederos importaban, no solo para la
difusión de las cosas materiales, sino como recipientes de amor y tradición.

Sin embargo, nunca habían hablado en voz alta de nada de esto.


A veces, sin embargo, las esperanzas no expresadas eran las más difíciles
de soportar.

Y entonces Gin les negó su propia primera reunión con su nieta.


Suponiendo que Amelia realmente fuera suya.

Cuando una ráfaga de viento golpeó contra la granja, el columpio


oscilante del porche fue empujado hacia atrás sobre sus sujeciones, y algunos de
los muebles de mimbre se movieron sobre las tablas del suelo como si estuvieran
considerando refugiarse dentro de la casa.

Con una maldición, se apartó de la vista… solo para estancarse.


Ni siquiera había nada que limpiar en la cocina, todo lo del desayuno
guardado, el lavavajillas vacío, las encimeras limpias de los restos de la vida.

Considerando el caos en su cerebro, sintió la necesidad desesperada de


algo que requiriera su atención, una tarea en la que podría ejercer su inteligencia
y mejorar, en sus términos, en su forma, en su elección y su acción.
Su correo y su teléfono parecían las dos vías más lógicas para este
objetivo, y se dirigió hacia donde había arrojado su chaqueta de traje azul
marino. Sacando su teléfono móvil, accedió a su buzón de voz. Había tres
mensajes, dos de números desconocidos y el otro de un abogado de la ciudad
que estaba demandando a uno de los clientes de Samuel T.
Empezó con ese, que acababa de llegar, porque por qué no. Y mientras
escuchaba al tipo hacer peticiones, sostuvo el teléfono en su lugar con su hombro
y comenzó a hojear las facturas del hogar que habían llegado.

Borrando el mensaje, pensó, biieeennn, tal vez primero abordaría otra


situación.
Activó el siguiente mensaje porque le gustaba hacer las cosas en orden, y
cuando colocó el teléfono en su lugar, levantó el gran sobre plano.
Pero el sonido de la voz de una mujer en la grabación lo detuvo.
—Hola Sam. Soy Prescott. Yo, ah, te dejé algunos mensajes. No he tenido
noticias de este fin de semana. ¿Vas a unirte a mí o… o el hecho de que no he
tenido ninguna noticia tuya es la respuesta? De todas formas… acabo de llegar a
Nueva York para un rodaje hoy y mañana. Después regresaré a Charlemont. No
es gran cosa, en cualquier caso. Pero, sí, me encantaría saber cuáles son tus
planes. Gracias, adiós.
Tomando el teléfono de su oreja, se movió sobre el botón de borrar.

Terminó omitiendo eso y dio paso al mensaje final. Había llegado


aproximadamente una hora antes, cuando se dirigía a su casa con la capota
bajada y no había escuchado el sonido.

Como el mensaje comenzó con nada más que estática, tiró del sobre
abriéndolo… y lo que había dentro lo confundió.
¿Qué… diablos? ¿Fotografías?

—… Hola, Lodge, —llegó una voz masculina amortiguada—. Solo


quiero decir que te jodan. Voy a matarla a ella primero y luego iré a por ti.
Jodido…

El mensaje continuó mientras Samuel T. hojeaba lo que resultaron ser


primeros planos de Gin y él desde el cementerio y luego, cuando salieron juntos
de su edificio, después de haber tenido relaciones sexuales en su sofá en el ático.

Mientras tanto, en el mensaje, la cadencia de Richard Pford se hizo más


fuerte en volumen y urgencia, y el hombre tenía tal estado de agitación que iba a
lastimar a alguien. Malo.

Lo último que había en el sobre era una sola hoja de papel con el nombre
y el número de un periodista, y una declaración de que se apreciaría una cita
antes de que todo saliera a la mañana siguiente.

Samuel T. cortó el mensaje y no lo eliminó. Llamando al número de


teléfono de Gin, esperó a través de los tonos de llamada hasta que el buzón de
voz se activó. Luego la llamó de nuevo. Y una tercera vez.

Duró una fracción de segundo después de eso.


Con maldiciones saliendo de su boca, corrió por la casa para sacar una de
sus pistolas del estudio.

Mientras la tormenta azotaba la tierra, corrió de regreso a la cocina,


agarró las llaves de su Range Rover y abrió la puerta del garaje, activando el
mando a distancia…

Solo para parar.


Con el corazón palpitando y el cuerpo inundado de adrenalina, quedó
atrapado en un precipicio en el que no estaba seguro de querer seguir: el drama
de Gin era un socavón para él. Siempre lo había sido. Ella era la sirena que lo
llamaba a los mares tumultuosos, el faro que seguía hacia el caos, el fuego
apagado en la distancia que no podía resistir, incluso cuando amenazaba con
incendiar su casa.

Pensó en Amelia.

La mentira.
Las pérdidas que había sufrido con su hija.

Cuando la puerta del garaje terminó su ascenso, el aliento cálido y


húmedo de la tormenta irrumpió en el lugar.
Se imaginó a sí mismo agachado sobre el volante, el motor del Range
Rover encendido, poca visibilidad, su destino poco claro. Ella había regresado a
Easterly…, o al menos él suponía que ella lo había hecho. Él no estaba seguro de
dónde estaba.

Quizás Richard estaba esperándola allí.

Y en Easterly siempre había gente alrededor. Entonces ella no estaría


sola.

Samuel T. observó la tormenta desde este diferente punto de vista un poco


más. Luego se alejó de la lluvia torrencial y los vientos dañinos… y regresó a su
casa.
La puerta se cerró sola detrás de él.

VEINTICUATRO

Gin apenas podía ver River Road frente a ella cuando bajó por la costa de
Ohio, la furia de la tormenta sacudía el automóvil, por lo que constantemente
tenía que alinearse de izquierda a derecha para permanecer en el pavimento.
Mientras se precipitaba, pasó junto a una serie de coches que se habían detenido
a un lado, sus intermitentes parpadeando como si esperasen lo peor.

Richard estaba justo detrás de ella.


No importaba cuán rápido entrara en las curvas o cuánto intentara alejarse
en las zonas rectas, él se estaba pegando a ella. Acercándose.

Mientras seguía atravesando los galones de agua que caían del cielo y los
relámpagos y truenos, parte de ella estaba en el coche, con las manos apoyadas
en el volante, el cuerpo asegurado, el pie apretado con fuerza sobre el acelerador.
Sin embargo, aún más de ella flotaba sobre el veloz Mercedes, observando todo
desde una posición en algún lugar por encima de su hombro derecho.
Era, supuso, como sería si muriera en un choque, su espíritu persistiendo
sobre el caos del mundo corporal mientras el coche en una bola de fuego iba
hacia el olvido.
Curioso, ella estaba familiarizada con esta terrible experiencia. La tenía
siempre que Richard estaba sobre ella sexualmente, y había habido momentos
antes de que él apareciera en los que ella había hecho esto: cada vez que se
volvía loca, demasiado borracha, demasiado fuera de control, la disociación
podía hacerse cargo.

También podría suceder si tenía miedo.


El primer caso ocurrió cuando era niña. Su padre había ido detrás de ella
y de su hermano Lane, por alguna razón. Podía recordar al hombre que se
apresuraba por el pasillo fuera de las habitaciones, con el rostro enfurecido, una
correa en la mano, su voz como el trueno de la tormenta.

Ella había corrido tan rápido como sus pies podían llevarla. Correr,
correr, correr, y luego se había escondido…, sabía que era lo único que podía
hacer para salvarse.

Ella lo sabía porque así se lo había dicho Lane: Corre, Gin, corre y
escóndete.
Corre, Gin, para que no pueda encontrarte…, métete en un armario o
debajo de la cama…

¿Tenía tres años y medio? ¿Tal vez cuatro?


Ella había elegido la cama en su habitación para protegerse debajo, y
todavía podía recordar exactamente cómo olía allí debajo, la alfombra
polvorienta y el dulce pulimento para el piso. Ella había estado temblando y
respirando con dificultad, y las lágrimas habían salido de sus ojos, pero no había
gritado en voz alta.
Lane había sido golpeado, pero bueno. Ella había escuchado todo desde
su habitación de al lado.

Ella ni siquiera estaba segura de lo que él había hecho. Y ella no creía que
Lane lo hubiera sabido, tampoco… no, espera, él se había negado a contarle a su
padre dónde estaba Maxwell. Y se había visto atrapada en todo cuando vio a
Lane correr y lo había perseguido, pensando que al principio era una
oportunidad para jugar.

Sí, así fue como pasó.


Y todavía podía recordar ese sonido del cinturón en su hermano. Él había
gritado una y otra vez… y la paliza no se detuvo hasta que le dijo a William que
Max estaba en el sótano, en la bodega.
Esas pesadas pisadas vinieron por el pasillo y se detuvieron frente a la
puerta abierta de la habitación de Gin. Cómo había latido su corazón. Podría
haber jurado que lo oiría. Y, sin embargo, su padre había continuado… y ella se
había quedado quieta.

Finalmente, ella tenía que ir al baño.

Sin embargo, se había quedado allí hasta que se había orinado. Unas
cinco horas después.
Ella no le había contado a nadie esa parte; estaba demasiado avergonzada
como para admitir que había manchado la alfombra debajo de la cama.

Cuando terminaron de arreglar y decorar sus habitaciones cuando ella


cumplió trece años, todavía podía recordar al decorador frunciendo el ceño ante
la mancha cuando le quitaron la cama vieja.
Por eso le gustaba que sus habitaciones fuesen blancas: de una forma
enrevesada, quería demostrar a todos y cada uno que ella no había sido débil y
había perdido el control de su vejiga.

Locura.

Y así era esto, pensó mientras trataba de recuperar el control de sí misma.

Revisando el retrovisor de nuevo, Richard estaba tan cerca del


parachoques del Mercedes que ella podía visualizarlo claramente sobre su propio
volante, su cara llena de ira, su boca abierta como si estuviera gritándola.

Cuando el miedo se disparó y ella decidió que estaba realmente furioso,


tuvo una extraña comprensión. Richard, y su particular imagen de desagradable
belleza, con su amenaza de violencia nunca lejos de la superficie, era con lo que
ella había crecido alrededor. De esta manera, él era como su padre, una
explosión hirviendo a punto de encontrar un objetivo.

Sí, pensó ella. Ella lo había elegido por una serie de razones.
No todas eran dinero.

¿Su padre había sabido esto? ¿William estaba al tanto de las inclinaciones
de Richard? Probablemente no. E incluso si lo hubiera estado, era dudoso que a
su padre le hubiera importado si la tortura continuaba o no. Después de todo,
cuando William había intentado obligarla a casarse con Richard justo antes de su
muerte, todo se trataba del imperativo del negocio: William había asumido que,
con Richard en la familia, los Distribuidores de Pford ofrecerían mejores
condiciones a la BBC.

Así que no se la tomó en cuenta, excepto como una palanca para tirar de
ella.

De hecho, William sabía lo que vendría con todos esos malos tratos y
préstamos malos, y claramente había planeado reducir algunos de los déficits
financieros en el pase vendiéndola a Richard. Y por supuesto, ella se había
negado. Solo para luego ofrecerse voluntariamente para hacer exactamente lo
que él le había pedido cuando había quedado claro que iba a perder su estilo de
vida.

La hija de su padre, de hecho…

Richard embistió la parte trasera del Mercedes, el golpe lo


suficientemente fuerte como para empujar la cabeza de Gin contra el respaldo.
Mientras gritaba, luchó por mantener el control y mantenerse en la carretera…

Lo hizo de nuevo. Justo antes de un giro cerrado que los llevaría a través
de un delgado puente que abarcaba una de las corrientes de alimentación más
grandes de Ohio.

—¡Detente!, —le gritó ella—. ¡Déjame en paz!

Pero él era una pesadilla de su propia creación, una Parca que había
dejado entrar en su vida porque había estado demasiado asustada, demasiado
perezosa y demasiado mimada para seguir adelante sin el dinero y la importancia
con la que había crecido.

Era su propia culpa, la culminación de sus pecados y sus debilidades, las


cuentas que ella nunca pensó que vendrían por cada estupidez que alguna vez
había hecho.

Él iba a sacarla de la carretera, y tenía un arma en su coche… le había


dicho hacía una semana que la mantenía debajo del asiento delantero porque
tenía que conducir de noche ese Bentley de su propiedad...
Richard iba a disparar contra ella y tal vez a sí mismo y así era como todo
esto iba a terminar.
Como ella iba a terminar…

¡Triunfo!

Mientras él embestía su coche una última vez, el Mercedes comenzó a


perder tracción, y fue entonces cuando todo se ralentizó. Se alejó con fuerza del
río para contrarrestar el movimiento, y el coche se corrigió por un momento.
Pero luego el capó o embellecimiento se volcó hacia las marismas y los árboles a
la derecha.
El guardarraíl hizo saltar las dos ruedas delanteras del suelo y ella tuvo un
breve momento de ingravidez… y luego el golpe hizo que sus dientes chocaran y
que su cabeza zumbara…, oh, no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Ella
golpeó contra el techo.

No hubo tiempo para pensar. Los airbags explotaron en su cara, el polvo


iba a todas partes mientras se golpeaba en el pecho.
Y el viaje no terminó allí.

Su pie golpeó el acelerador otra vez después de que frenar, dando a ese
poderoso motor un impulso enorme que la propulsó más lejos de la carretera,
hacia las marismas. Los árboles golpearon la parte delantera del coche, arañaron
el costado y desgarraron todo el bajo del coche.

Cuando los airbags ya habían empezado a desinflarse, divisó el enorme


arce del pantano directamente en su camino…, y no había forma de detenerlo, ni
cambiar su curso, ni alterar el inevitable choque.
Más bien como el destino

El impacto fue como una explosión, y su frente golpeó el parabrisas.


Luego, el rebote la devolvió a su asiento, y ella rebotó de un lado a otro entre el
volante y el reposacabezas.

Hasta que finalmente cayó hacia atrás contra el asiento.


Mareada, confundida y con dolorida, escuchó un siseo sutil frente a ella
desde el motor y trató de concentrarse, pero su visión no funcionaba bien…

Luz brillante. Luz muy brillante.


¿Había muerto y esta era esa luz de la que la gente hablaba?

Excepto que no, ella se había quedado en su cuerpo. ¿No lo había hecho?
Ella pensó que tenía…

Clic. Clic. Clickclickclick.


Ella bajó la cabeza hacia el sonido. Y luego saltó hacia atrás desde su
puerta.

Richard estaba tratando de abrir cosas, tratando de alcanzarla, tirando y


tirando de la manilla, sin llegar a ninguna parte debido al mecanismo de
bloqueo.
Cuando algo emborronó sus ojos, se llevó las manos a la cara y rezó para
que el techo solar no se hubiera roto…, lo que le proporcionaría a él otra forma
de llegar a ella. Pero no era lluvia. Era sangre.

—¡Déjame entrar!, —gritó Richard mientras golpeaba el cristal con los


puños—. ¡Déjame entrar, Virginia!

Los relámpagos relumbraron y la lluvia cayó, pegándole el pelo oscuro a


la cabeza, su cara como una máscara de Halloween, resbaladiza, pálida y
horrible.

—¡Déjame entrar, Virginia!


Bam! Bam! Bam…

Trepando por el asiento, ella se puso de nuevo en la otra puerta y colocó


las rodillas contra su pecho. Mientras se abrazaba y se estremecía, la sangre
goteando sobre su vestido, pensó que era como estar debajo de esa cama.
Esperando para ver si su padre la perseguía o se metía a golpear a sus hermanos.
Bang Bang Bang…

Cuando el sonido cambió, fue porque Richard estaba golpeando la


ventana con algo más. Algo de metal… la culata de una pistola…
El cristal de seguridad se quebró primero… y luego se soltó en un trozo
que cayó donde ella había estado sentada detrás del volante.
Richard asomó la cabeza por el agujero, sus ojos y su sonrisa como la de
Jack Nicholson en El Resplandor. —No más carreras, Virginia… ahora sé una
buena chica y abre esta puerta.

VEINTICINCO

Cuando Richard le ordenó que lo dejara entrar, algo se encendió en el


cerebro de Gin. Alargó su brazo derecho y palmeó en la guantera sin apartar los
ojos de Richard. El pestillo evadió sus dedos, y cuando lo encontró, tuvo
problemas para cogerlo.

—No quieres volverme loco, Virginia.

La lluvia corría por la cara de Richard, pero él no pareció darse cuenta, y


cuando los relámpagos volvieron a brillar, levantó la mirada a través del techo
solar cerrado.

—¿Buscando a Dios? —dijo—. Voy a ayudarte a conocerlo, Virginia.

—Ese no es mi nombre, —se atragantó.


—¿Qué es esto? ¿No es tu nombre? ¿Debería llamarte 'puta'? ¿Así es
como Lodge te llama cuando te está follando?
Finalmente, la guantera se abrió, metió la mano, el dolor extendiéndose
en sus nudillos mientras arañaba su contenido, rezando para que...
Cuando su mano se cerró sobre la culata de un milímetro, cerró los ojos e
intentó recordar lo que su hermano Edward le había enseñado sobre cómo
disparar. ¿Dónde estaba el seguro? ¿Cómo quitarlo?
Oh, Dios, y si no tenía balas, sería una mujer muerta.
Probablemente estaba muerta, de todos modos.

—Lo siento mucho, Richard, —dijo ella rápidamente para distraerlo—.


No lo dije en serio, estaba equivocada. Lo siento, estaba equivocada.
Cuando Richard frunció el ceño, ella se inclinó hacia adelante y se acercó
a él con su mano libre. —Por favor perdóname, por favor no me dejes.

Un relámpago brilló, iluminando el interior del Mercedes, y supo al


instante en que él vio lo que estaba haciendo con la otra mano. Justo cuando
quitaba el seguro de la pistola y comenzaba a mover el cañón hacia arriba y
hacia atrás, retrocedió y agarró su propia arma, apuntando a través del agujero de
la ventanilla.

—¡No me hables Virginia! —Gritó a pleno pulmón y ambos empezaron a


disparar.

Fuertes estallidos, disparos múltiples, el sonido de al menos una bala que


golpea el metal. Y mientras Gin seguía disparando, cerró los ojos y giró hacia el
salpicadero, tratando de quitar sus principales órganos del camino. Con los oídos
lastimados, los ojos atormentados, y algo mal con su pierna, simplemente
mantuvo el dedo índice sobre ese jodido gatillo, el cargador hizo lo que se
suponía que debía hacer hasta que no quedó nada.

Y aun así mantuvo su brazo levantado y el agarre fuerte, a pesar de que


estaba temblando tanto que la parte posterior de su cráneo se golpeaba
repetidamente contra algo.

¿Qué era ese sonido?

Algún tipo de ritmo…

Era ella. Estaba jadeando. Había un silbido, saliendo del frente del coche.
Y la lluvia, la lluvia más suave ahora, golpeando la capucha, el techo, el
parabrisas, como gatos con patas silenciosas.

Con la mirada fija hacia adelante sin realmente ver, cada vez que
parpadeaba, veía la cara de Richard. Y luego la de su padre. Y de nuevo la de
Richard… hasta que los dos hombres se convirtieron en uno, una combinación el
uno del otro.
—Gin.
Ante el sonido de la voz incorpórea, se volvió bruscamente y una vez más
miró hacia arriba a través de la cubierta transparente del techo solar.
—Baja el arma, Gin, —decía.

Al abrir la boca, ella expresó su confusión: —¿Dios?

Mientras Samuel T. yacía sobre Pford en el barro a unos seis pies de


distancia de la puerta del lado del conductor del Mercedes, pensó: —Bueno, me
han llamado muchas cosas en mi vida—. Nunca Dios, sin embargo.

Tampoco había salvado a alguien de ser acribillado a balazos con una


rápida entrada.

Así que fue una noche para primicias.

—Quédate abajo, hijo de puta, —masculló.

Mientras hablaba al oído de Richard Pford, mantuvo la voz baja, pero


solo para asegurarse de que entendía bien, agarró la cabera del hombre por la
parte de atrás y metió la cara del bastardo en el barro.

Aunque tal vez eso fue más por ganas que para garantizar la
comprensión.

—Tengo tu arma, —le dijo bruscamente al hombre—. Si te mueves, te


dispararé… Y he matado ciervos más grandes que tú. Los destripó también, y no
tengo problemas para hacerlo de nuevo. No sé si me entiendes.

Cuando llegó el asentimiento, Samuel T. habló más fuerte. —Gin,


necesito que bajes el arma, ¿de acuerdo? Estás a salvo. ¿Me escuchas? Gin. Di
algo.

Hubo un largo, largo período de silencio. Y rezó para que no fuera porque
estaba recargando y a punto de sacar la pistola por la ventana rota y llenarlo a él
de plomo.
O porque estaba muerta con una bala con tan mala suerte en la cabeza.

—¿Samuel T...?
Él cerró los ojos. Su nombre sonaba como si hubiera hablado un
octogenario, las sílabas eran débiles y balbuceantes. Pero a él no le importaba.
Ella todavía estaba viva.

—Sí, soy yo. Y tengo a Richard.

Mierda, deseó que todavía tuviera una corbata. Se sentiría mejor si


pudiera asegurar las manos del otro hombre con algo.
—¿Por qué... estás aquí? —Dijo desde el interior del coche.

Samuel T. maldijo, habiéndose preguntado eso mismo, todo el camino por


River Road hasta que vio los dos faros de los frenos apagarse en el pantano.

—Porque no puedo no estar, —murmuró—. Contigo, no puedo no estar


aquí, maldita sea.

Le dio a Richard un empujón más fuerte y luego se levantó lentamente.


Antes de levantarse completamente, le dijo a Gin, —Me voy a acercar al coche,
está bien. Iré por la ventana. Si alguna vez quisiste poner una bala en mí, ahora
es tu oportunidad.

Samuel T. estaba manteniendo las cosas claras porque tenía miedo de que,
si no lo hacía, se iba a desmoronar. Todavía no podía creer lo que había visto
después de aparcar en el camino y correr hacia los árboles: Richard
retrocediendo y apuntando con un arma hacia el coche, la promesa de muerte en
sus ojos, la postura... su arma.

Sin pensarlo, Samuel T. se lanzó hacia adelante y saltó sobre el tipo,


llevándolo fuera de su alcance justo cuando las balas volaban por dentro y por
fuera. Los dos habían aterrizado con fuerza, y todavía podía sentir el batir
húmedo de sus ropas en su rostro mientras luchaban por el control del arma.
Samuel T. había ganado esta.
Y ahora necesitaba controlar la otra arma.

Lentamente, se enderezó. Había llevado a Richard al suelo en una


trayectoria hacia delante, por lo que estaba al frente y justo al costado, y eso
significaba que, a través del parabrisas arañado, podía ver a Gin dentro del auto.

Ella permaneció en posición de disparo en el lado del pasajero, el cañón


apuntando en dirección a la ventana del conductor, pero el arma no se mantenía
estable debido a que estaba temblando mucho. Tenía la sensación de que su dedo
aún estaba en el gatillo y el hecho de que no salieran balas sugirió que el
cartucho estaba vacío. Sólo que él no estaba preparado para apostar su vida por
eso.

—Gin. —Habló bruscamente ahora—. Pon el arma en el salpicadero para


poder verla. No puedo ayudarte hasta que esté seguro de que estoy a salvo.

No tenía ni idea de cómo podía hablar tan lenta y razonablemente, pero


alguna fuerza externa lo gobernaba, controlando sus movimientos, su voz.

Gracias a Dios.

—Gin. Pon el arma en el...


De la nada, un automóvil frenó en seco frente al pantano, y cuando los
faros delanteros traspasaron la ventanilla trasera del Mercedes, arrojaron una
dura iluminación sobre la cara ensangrentada de Gin, sobresaltándola de modo
que giró el arma en esa dirección.

Samuel T. se agachó, y cuando reconoció el auto, gritó: —¡Quédate en el


coche, Lane! ¡Quédate en el coche!

Gin estaba apretando el gatillo de nuevo, con los ojos abiertos de terror, la
boca abierta en un grito silencioso, y todavía nada salía del cañón. ¿Pero era
suerte o correr en vacío?

—¡Apaga el motor! —Le gritó a su hermano—. ¡Apaga las luces!


Samuel T. rezó, rezó, para que su viejo amigo lo escuchara, y Lane debía
haberlo hecho, porque todo volvió a oscurecerse.
Por supuesto, ahora Samuel T. estaba cegado, y con las nubes de tormenta
aún tan espesas, bien podría haber estado negro como el carbón.

Para resolver su preocupación sobre qué mierda estaba haciendo Richard


movió un pie hasta que pisoteó los hombros del tipo, y luego puso su peso sobre
ellos.

Cuando su visión regresó gradualmente, y Lane no se bajó de su vehículo,


Samuel T. volvió a concentrarse en Gin.

—Cariño—, dijo, —pon el arma en el salpicadero—. Soy Lane. Lo llamé


cuando no pude conectar contigo.

—¿Qué? —dijo. O al menos, pensó que eso había dicho.


—Llamé a Lane cuando no pude ponerme en contacto contigo. Por favor,
pon el arma donde pueda verla.

Por el amor de Dios, había querido mantenerse al margen de esto. Y esa


resolución había durado... dos minutos. Después de llamar a Gin una vez más y
saltar el contestador, marcó el número de Lane, que había ido a buscarla a la casa
mientras hablaban por teléfono, y se encontró con que la puerta principal de
Easterly aparentemente había sido abierta por la tormenta y las fotografías de
Samuel T. y Gin estaban esparcidas por todo el mármol mojado.

Samuel T. no había esperado nada más.

—Me estoy acercando, cariño.

Realmente quería que ella guardara esa arma, pero tenía la sensación de
que iban a estar en este punto muerto por un buen tiempo, y ahora había tres
coches fuera de la carretera, balas de plomo que extendían por ese terreno
pantanoso de árboles y bosque, y a al menos una, muy probablemente dos,
personas heridas.

Lo último que quería era que apareciera la policía.


Se puso en posición junto al vidrio roto de la ventana y apoyó la cara en
el agujero que Richard había roto y atravesado. En respuesta, Gin movió el arma
y la apuntó hacia él. Sus ojos estaban ciertamente locos, la sangre goteaba por su
frente y su rostro, su cuerpo temblaba con tanta fuerza que sus dientes no
dejaban de castañear.

Todo se detuvo. El tiempo, el pensamiento... el universo mismo.


A esta distancia, si ella le disparaba, le volaría la parte posterior de su
cabeza.

—¿Samuel T.? —Ella gimió—. ¿Eres tú realmente?


Tuvo cuidado de no asentir demasiado rápido, y mantuvo la pistola que le
había quitado a Richard en el muslo. —Sí, cariño. Soy yo.

Ella parpadeó.

Luego comenzó a respirar más y más fuerte. Hasta que comenzó a


sollozar.
—Lo siento mucho por Amelia. Lo siento mucho por Amelia. Lo siento
mucho…

Cuando bajó el arma, Samuel T. se arriesgó y se zambulló a través de los


cristales rotos, forzando sus manos hasta que agarró el arma y se la quitó.
Y luego ella estaba en sus brazos, aunque torpemente mientras colgaba
dentro y fuera de la ventana del coche.

—Está bien, —dijo mientras sentía como se adormecía su cuerpo—. Todo


está bien...

VEINTISEIS

Tan pronto como Lane vio a Samuel T. inclinarse por la ventanilla del
lado del conductor, saltó de su propio automóvil y corrió hacia el Mercedes.
Querido Señor, Gin se había estrellado contra un árbol, y Richard estaba boca
abajo en el suelo y...

Realmente no podía oír lo que Samuel T. y Gin se decían el uno al otro,


pero tenía que estar viva o no estaría oyendo su voz.

Entonces se enfocó en Richard.

El hombre no se movía mucho en el suelo, pero respiraba.

Hubo un clic, y luego Samuel T. se retiró de la ventana y abrió la puerta


de Gin. Espera... ¿había un arma en cada una de sus manos?

Lane se puso en acción. —¿Qué diablos pasó? ¡Gin! ¡Estás seriamente


herida!
Cuando Samuel T. la ayudó a cruzar el asiento y salir del coche, estaba
claro que estaba en problemas. Su hermana estaba cubierta de sangre, y no podía
sostenerse por sí misma.
—¿Dónde te han disparado? —Preguntó Lane bruscamente—. ¿Qué
diablos pasó?

Gin tartamudeó un montón de palabras que Lane no podía entender. Pero


entonces Samuel T. rellenó las cosas.

El hombre no tuvo la oportunidad de contar la historia completa.


Lane lo interrumpió arrojando a Pford como basura al lodo, arrastrándolo.
Golpeándolo contra el auto, Lane se enfrentó cara a cara con el otro hombre.

—¿Le disparaste a mi hermana? ¡Le has disparado a mi hermana!

—Está bien, está bien. —Samuel T. agarró a Lane por el hombro y lo


empujó hacia atrás—. Suficiente. Tenemos un problema de limpieza con el que
lidiar en este momento, porque sé que queremos manejar esto en privado. ¿No
estás de acuerdo, Richard?
Pford no parecía herido. No había sangre en él, excepto en una de sus
manos, y aparte de él temblando como si estuviera en medio un fuerte viento,
claramente iba a estar bien.

Pero Lane podría arreglar eso.


—¿Me prestas tu arma? —le exigió a su abogado—. ¿La que tiene una
bala dentro?

—Retrocede, Lane, —soltó Samuel T.—, y déjame encargarme de esto.

Lane negó con la cabeza. Sin embargo, tenía que seguir los sabios
consejos de su abogado. Después de todo, había otras formas mucho más
sensatas de garantizar la seguridad y la libertad de su hermana.

—Trabaja tu magia, consejero, —dijo bruscamente. Samuel T. se puso


entre Gin y Richard.

—Vosotros dos estáis tramitando una anulación. —Samuel T. la miró—.


Mañana voy a presentar los documentos en tu nombre. —Miró a Pford—. Lo
concederás sin apelar. No habrá obligaciones financieras para ti. Eres libre, y ella
también, siempre que no tomes represalias de ninguna manera, y eso incluye la
BBC. ¿Estás de acuerdo?
Hubo una pausa cuando Pford no respondió.

Lane estaba a punto de comenzar a gritar, cuando Samuel T. tomó una


pistola y la puso debajo de la barbilla de Pford. —Tú. Estás. De acuerdo.

Cuando los ojos del hombre se abrieron, Richard asintió como si su vida
dependiera de ello.
—No puedo oírte.

—Sí, —tartamudeó Pford.

—Bien. —Samuel T. no bajó el arma—. Voy a preparar una orden de


alejamiento lanzando que será presentada mañana por si acaso. Si te acercas a
más de un metro a ella, su hermano y yo te seguiremos. No sabrás cuándo, dónde
o cómo, pero él y yo haremos las cosas extremadamente mortales para ti. ¿Lo
entiendes? No es algo que quieras comprobar, créeme.
Cuando Pford asintió de nuevo, Samuel T. retrocedió y él bajó el arma.

—Vete, —le dijo Lane al hijo de puta. No quiero verte en la propiedad de


nuevo. Te devolveré tus cosas...

—Mantendré el anillo— intervino Gin—. Tengo que mantener el anillo.

Cuando Samuel T. pareció estremecerse, Lane volvió a ponerse en el


espacio de Pford. —El anillo es de ella. Sin discusión. ¿Lo tienes?

—Sí, —dijo Richard.

—Te quedas con esto y te mantienes alejado de ella, y no habrá


problemas para nadie. Será como si nunca hubiera pasado nada.
—Sí.

—Ahora lárgate de aquí.

Mientras Richard se dirigía hacia el Bentley, Lane lo observó hasta que


Pford entró de nuevo en su coche y a la carretera, alejándose. Luego se dio la
vuelta. Samuel T. tenía un brazo alrededor de Gin, y ella estaba contra él, pero a
los dos se les había acabado la energía, sus expresiones de conmoción cerebral
eran el tipo de cosa de las iban a tardar en olvidarse.

Mierda, las heridas de su hermana debían ser atendidas.


Lane sacó su teléfono. —No podemos llevarla a un hospital. Y no puede
ir a la casa, la policía está allí.

Samuel T. parpadeó. —¿Por qué?


—Larga historia. —Entró en sus contactos y presionó llamar en un
número local—. Quiero que la pongas en tu camioneta y la lleves a donde te
digo, hola, hola, ¿cómo estás? ¿Qué? Sueno raro, ¿eh? Bueno, hay una razón
para eso. Escucha, necesito que me hagas un favor...

Max esperó en la cabaña en la zona del personal a que pasara la peor


parte de la tormenta y luego llevó sus mochilas a su Harley. La lluvia seguía
cayendo, pero no tanto, ¿y qué diablos le importaba? Había conducido lloviendo
millones de veces, y nunca lo había matado: tenía sus chalecos impermeables
para ponerse, y su chaqueta de cuero era impenetrable para todo tipo de clima.

Amarrando las bolsas a cada lado del asiento, se alegró de que nadie
hubiera jugado con su moto cuando tuvo que dejarla fuera del bar. Estuvo
bebiendo una jarra de cerveza desde las cuatro de la tarde, así que no tenía ni
idea de qué iba a hacer si la cosa estaba desvalijada o simplemente se la habían
llevado.

Sin embargo, tuvo suerte. Regresó a su casa en la Harley sin problemas y


empaquetó sus cosas, solo para que la tormenta lo detuviera.

Obligado a relajarse, había pasado parte del tiempo en la ducha porque no


sabía cuándo tendría la oportunidad de conseguir la siguiente, y luego se había
comido todo lo que había en la nevera y en los armarios, tenía la teoría de que
tampoco sabía cuándo y de dónde vendría su próxima comida.

Ahora, mientras observaba el cielo, pensó en dirigirse hacia al oeste,


porque según el parte meteorológico, las tormentas se estaban moviendo hacia el
este y no había nada detrás de ellas. Si pudiera llegar a St. Louis, sería genial.
Podía meterse en algún lugar barato y decidir qué hacer desde allí...

Enderezándose, frunció el ceño y miró hacia la carretera. Un SUV


totalmente blindado subía por la pendiente a bastante velocidad, y el Range
Rover disminuía la velocidad a medida que se acercaba a él.

Cuando la cosa se giró y se detuvo detrás de su moto, levantó las manos y


dijo. —¡Oye! Me voy…
Samuel Theodore Lodge salió, y el tipo no se veía bien. Espera, ¿era
sangre lo que cubría su ropa? —No, no vas a ir a ningún lado.

—Mira, tío, no tengo tiempo para lo que sea que esté pasando…

El lado del pasajero se abrió, y cuando Max vio lo que salió, se olvidó por
un momento de su moto, su mierda y sus planes de viaje. —¿Qué diablos, Gin?
Su hermana estaba cubierta de sangre, cojeando y con un vestido de seda
manchado y arruinado que probablemente había sido color melocotón en algún
momento. Ahora era una pintura de Pollock.

—Tenemos que entrar, —dijo Samuel T. mientras abrazaba a la mujer y la


ayudaba a abrir la puerta—. Ella necesita un médico.

—Entonces, ¿por qué no va a un maldito hospital?

Ellos no le respondieron. Simplemente entraron en la cabaña, y al lado,


Gary McAdams salió de una cabaña idéntica, subió a su camioneta de cuatro por
cuatro y se alejó rugiendo por la carretera.

—¿Qué demonios está pasando aquí? Dijo Max sin preguntar a nadie en
concreto.

Echó un vistazo a la puerta abierta de su cabaña, y pensó... lo que sea, no


tenía que quedarse. Todo lo que necesitaba era su cartera y sus llaves, y ambos
estaban sobre la barra de la cocina. No había nada debajo de ese techo que fuera
suyo, y no había razón para que se quedara un momento más, incluso si su
hermana se veía como si hubiera tenido un accidente de coche.
Nunca había querido ir volver Charlemont, y ahora que Lane conocía el
secreto, Max básicamente había hecho su trabajo: alguien más en la familia
estaba al tanto de la verdad, y demonios, Lane se estaba haciendo una reputación
de ser bastante jodidamente razonable. Entonces, sin duda, el chico encontraría
el momento adecuado y las palabras correctas… para sacar a Max del medio.
Estaba bien irse.
De Verdad. Estaba absolutamente bien.

Con una maldición, Max entró a la pequeña casa y se dirigió directamente


al lado de su hermana quien se derrumbó en el sofá con Samuel T. inclinado y
presionando un paño de cocina en su cabeza.

Él consiguió sus llaves y su cartera. Ah, claro, su chaqueta y su cazadora.


¿Dónde estaban?

—Te vas, —espetó Samuel T.—. En serio. ¿Vas a irte ahora?


—Parece que te estás ocupando de todo. Además, tengo que irme a algún
otro lugar.

—Tu hermana casi muere.

—Bueno, todavía respira, ¿no es así?

Antes de que Samuel T. realmente se metiera en ello, Max se alejó hacia


la pequeña cocina y recogió su chaqueta y cazadora del respaldo de una silla.

—Podría perder mi licencia médica por esto.

Al sonido de una voz femenina que conocía demasiado bien, Max tuvo
que cerrar los ojos. Tal vez lo había imaginado. Sí, tenía que ser eso. Sin duda, la
única mujer que no había querido ver...

Él giró en redondo.

Bueno, demonios. Tanesha Nyce, la hija del predicador, estaba de pie en


la puerta abierta, con su bata blanca y su uniforme médico haciendo
absolutamente nada para disfrazar su cuerpo perfecto, su cara sin maquillaje y su
sencillo corte de pelo tal como él los recordaba, su belleza era tan deslumbrante
como siempre lo había sido.

—Oh... hola, Maxwell, —dijo ella al verlo también.


Pero luego ella era toda profesional, enfocándose en Gin. —¿Qué diablos
te ha pasado?
Sigue adelante, se dijo Max. Simplemente sigue trabajando en tu plan,
que es alejarte lo más posible de Easterly y de estas personas.

Nada bueno iba a suceder si se quedaba.


Nada.

VEINTISIETE

Gin miró hacia la puerta de la cabaña cuando Tanesha Nyce llegó, incluso
a través de la bruma que la nublaba, podía asegurar que la doctora no estaba muy
contenta. Y eso era malo pues empeoró su humor cuando la otra mujer miró a
Gin.

—Aquí, —dijo Samuel T.—. Sostén esto.

Por un segundo, Gin no tenía claro con quién estaba hablando. Pero
luego levantó su brazo y puso su mano sobre la toalla que estaba presionando
contra su frente.

—Gracias, —susurró.

Mientras retrocedía para que la doctora pudiera venir e reconocerla, Gin


lo siguió con sus ojos. Después de caminar un poco, se quedó muy cerca,
apoyado contra la pared y cruzando sus brazos, y luego estaba diciéndole algo a
su hermano Max.

La camisa de Samuel T. estaba arruinada, la sangre y el barro manchando


lo que había sido brillante y blanco algodón egipcio.
A pesar de que tenía muchas otras camisas de botones con sus iniciales en
su armario, sintió una necesidad absurda de pagar por la limpieza en seco de la
prenda, aunque a medida que miraba el desastre, sabía que eso no iba a ayudar
mucho. Tal vez ella solo pediría una nueva. ¿Todavía las conseguiría de Turnbull
& Asser? No había razón para pensar que él hubiera cambiado de proveedor.

Tanesha se arrodilló frente a ella, puso una caja con una cruz roja y
blanca en el suelo, y puso sus manos suavemente sobre las rodillas de Gin. —
¿Puedo echar un vistazo a tu cabeza?
— Si, Gracias.

Gin bajó lentamente el paño de cocina. Ella tenía la sensación de que iba
a estar moviéndose de esa manera por un tiempo. —No duele.

—Me alegra. —La doctora se inclinó y movió el mentón de Gin de


izquierda a derecha—. Bueno, vamos a ver a tus ojos primero.
Tanesha sacó una linterna de su bolsillo y la encendió pasándola primero
por un ojo y luego sobre el otro. —Bueno. ¿Cuántos dedos ves aquí?

Pidiendo concentrarse, Gin murmuró: —Dos.

—Sigue mi dedo, pero mantén la cabeza en su lugar, ¿Vale? Bien. —


Tanesha se sentó sobre sus talones, abrió la caja y sacó los suministros—. Tienes
una buena pero pequeña brecha en la frente, pero creo que puedo cerrarla con
puntos de aproximación. ¿Te ha puesto una vacuna contra el tétano
últimamente?

—Sí, hace seis meses. Tropecé afuera y necesitaba algunos puntos en el


la parte inferior de mi pie.

Y pensar que ella había sentido que eso era un gran problema.

—Bueno. Me alegra que estés al día. —Tanesha se puso guantes unos


azules y sonrió de una manera que sugería que todo iba a estar bien—. Después
de esto, voy a revisar tu pierna, ¿está bien?

—¿Está lastimada?
Tanesha respondió con calma. —Sí, Gin. Así es.

—Oh, no siento nada.


Había una tristeza en el rostro de la doctora mientras se ponía a trabajar
limpiando la herida con gasas y algodones, y para ayudar a ignorar eso, Gin pasó
el tiempo mirando a los dos hombres en la pequeña habitación estéril: Samuel T.
todavía estaba contra la pared, aunque estaba mirando a Tanesha
cuidadosamente, como si estuviera preparado para ayudar incluso aunque era un
abogado, no un médico; y Max terminó en la superficial área de cocina, con
una chaqueta de cuero colgando de su brazo como si se fuera a ir en cualquier
momento.

Él también estaba mirando a la buena doctora. Sin duda por una razón
diferente.

¿Qué pasaba con las relaciones de los chicos de esta familia? ¿No
llegaban a ninguna parte? Ella y Samuel T., Edward y Sutton Smythe... Max y
Tanesha. Lizzie y Lane parecían estar juntos, pero eso era porque ellos fueron la
excepción a esa regla...
O también estaba destinada a fallar terriblemente.

—Está bien, ¿qué hay de tu pierna?


—¿Crees que me dispararon? —Gin extendió un pie, y cuando Tanesha
negó con la cabeza, ella le ofreció el otro—. No lo sé yo…

Bueno, esto era interesante. Parecía haber una profunda herida corriendo
por delante de su espinilla como si hubiera sido marcada.

—Oh, Dios, —dijo Tanesha con fuerza. Después de un momento, ella


retrocedió y solo miró la herida—. si fuera periodista esto sería obligatorio y
estoy en una situación difícil ahora mismo.

—Lo siento, —se disculpó Gin—. Estoy segura de que todo estará bien.

Tanesha se frotó los ojos con la parte posterior de su antebrazo,


manteniendo la enguantada mano fuera del camino. —Está bien, veamos qué
tenemos aquí.
La mujer volvió a concentrarse y movió suavemente la pierna de Gin
hacia la izquierda y hacia la derecha, y luego ella estaba moviéndose con
delicadeza por los dedos. A Gin realmente no le importaba lo que estaba
sucediendo allí abajo, pero parecía grosero no colaborar de alguna manera.
Entonces se incorporó hacia delante.

—Eso probablemente debería doler, ¿no es así? —Dijo.


—Creo que tienes que estar pasando por un estado de shock. —Tanesha
tomó más suministros de su caja—. La buena noticia es que no veo ninguna
evidencia de que haya una bala incrustada en cualquier lugar, parece que una se
acercó mucho a ti, sin embargo. Eres muy afortunada.

¿Cuál sería la respuesta cortés a algo así? Se preguntó Gin. Ella estaba
bastante seguro de que Emily Post nunca había cubierto nada bajo el título de —
Heridas de bala: cuidado posterior.

Ella se fue con el modelo de pantano: —Gracias. —dijo amablemente.


Después de vendarle la pierna, Tanesha miró a Samuel T. —¿Dónde está?
¿La otra parte? —Cuando el hombre negó con la cabeza, ella frunció el ceño—.
¿Esta él o ella muerto? Porque podría estar dispuesta a disimular esta herida
aquí, pero si hay un homicidio involucrado en todo esto, no seré parte en nada de
eso.

—El otro individuo está muy vivo y bien, —dijo Samuel T.—. Y ellos
están divorciándose.

Tanesha respiró profundamente. —Déjame preguntarte algo. El Dr. Qalbi


y su padre son todos sus médicos personales, ¿por qué no...?

Samuel T. intervino. —Te llamamos porque el padre se está jubilando, y


el hijo está en Escocia visitando a otra parte de su familia. Está fuera del país
por dos semanas.

—Bastante justo. —Tanesha miró a Max—. ¿Podrías traerme una bolsa


de basura?

Mientras se agachaba amablemente bajo el fregadero de la cocina, la


doctora regresó con Gin. —Voy a necesitar revisarlo en un día. Y te quiero
tomando antibióticos, te escribiré una receta para un amplio espectro: ¿eres
alérgica a algo?
—No, a nada, gracias.
—Bueno.

Max trajo la bolsa de basura y la abrió, sosteniéndola abierta para


Tanesha cuando puso todas las gasas y toallitas usadas allí. Cuando la doctora
terminó de recoger, cerró la bolsa y la ató; luego llevo los restos del material de
curas a la parte posterior de la cabaña.
—Quiero que te tomes esto esta noche. —Tanesha escribió rápidamente
en un bloc—. Y toma una antes de ir a la cama. No creo que necesites nada más
que Motrin o Tylenol para el dolor Si tiene visión borrosa, náuseas o vómitos,
avísenme. Puede tener una conmoción cerebral, pero no lo que puedo decir sin
una radiografía o un escáner. ¿Quién encargara de esto por ella?

Samuel T. se aclaró la garganta. —Yo lo hare... ¿Debería estar ella en la


cama?

—Sí, quiero que te lo tomes con calma, —le dijo Tanesha a Gin.
—Seguro, gracias.

Tanesha la abrazó. —De nada, y te veré mañana por la tarde. Me detendré


en el camino a casa cuando salga del hospital.
Cuando Max regresó, Tanesha se puso de pie. —Sal conmigo, Samuel T.,
si no te importa.

—Sí, señora.

Tanesha dudó. Y luego miró a Max. —Fue, ah, un placer verte, Maxwell.
Aunque lo siento por las circunstancias.

—Sí. —Él hizo una pequeña reverencia—. Para mí también.

Samuel T. y la doctora se fueron, y Gin se recostó en los rígidos cojines.


Cuando un incómodo silencio surgió entre ella y Max, se recordó que ella y su
hermano nunca habían tenido mucho en común, y claramente, todo el drama de
lo que ella había pasado no había cambiado eso: cambió su peso de un lado a
otro. Se ponía la chaqueta. Jugaba con sus llaves.

Miró a cualquier parte menos a ella.


Por lo general, ella lo habría golpeado solo para pasar el tiempo: se
burlaría de esa barba espesa que le había crecido. Cuestionaría el porqué de
todos esos tatuajes. Exigía saber, no es que le importara, cuándo exactamente se
iba: ahora... o ¿qué tal ahora?

Ella cerró los ojos.


Después de un momento, lo escuchó moverse. Y luego dijo: —Toma.

Abriendo los párpados, frunció el ceño al ver el pañuelo de papel que le


tendía. —¿Lo siento?

—Estás llorando.
—¿Lo estoy? —Ella tomó lo que él ofreció solo para que no tuviera que
mantener su brazo extendido con eso—. Gracias.

Excepto que ella acaba de cerrar los ojos otra vez. Y poco a poco lo
cogió en su mano.

Era extraño llorar y no sentir nada. Pero eso fue mucho mejor que la
alternativa.

¿No es así?

Mientras Lizzie sacaba su camión de River Road y se dirigía hacia un par


de vehículos que estaban en el pantano y entre los árboles, su primer
pensamiento fue: ¿El Rolls-Royce, de verdad? Lane había metido en serio a esa
bestia de cuatro ruedas en el pantano?

Por otra parte, cuando recibías una llamada diciendo que tu hermana
estaba en problemas, no te detenías a ser quisquilloso con las llaves del coche
que vas a llevar, y ¿cuándo la encontraron fuera de la carretera? Derecho que
vas con el coche en el que te encuentres.
Afortunadamente, el camión de Lizzie era de tracción total. Así que
gracias a eso y a los neumáticos recién puestos, ella no tuvo problemas para
detenerse y, está bien, guau. Sólo... Guau.
Uno de los Mercedes de la familia Bradford estaba incrustado en un
árbol, con una ventana rota en el lado del conductor y el parabrisas medio roto al
frente. ¿Las buenas noticias? Gary McAdams estaba en ello. Con su mucho más
grande e incluso mejor equipado Ford, él estaba retrocediendo hasta ese
parachoques trasero, Lane lo estaba guiando mientras avanzaba pulgada a
pulgada.
Cuando Lizzie salió, se aseguró de apagar las luces, aunque ella no estaba
segura de lo que pensar acerca de que nadie fuera a la policía con todo esto.
Lane la había llamado un par de veces, poniéndola al corriente, y finalmente
había tenido que irse del hospital. Además, la señorita Aurora ya no estaba ni
remotamente consciente, y entonces no había nada realmente que hacer hasta…,
o si, eso cambió.

Y esta situación en el pantano era del tipo donde otro par de manos eran
muy útiles para ayudar. Otro conjunto de cadenas, probablemente también.

Lane habló por encima del sonido ensordecedor del motor del camión. —
Estas ahí.

Gary puso las cosas en la parte de atrás, y cuando salió, Lizzie se acercó a
Lane y compartió un beso con él. —¿Qué demonios pasó aquí?

—Un montón de nueces chaladas.


—Claramente. —Miró al jardinero—. Oye, tengo cadenas adicionales, si
las necesitas.

El hombre colocó su gorra John Deere en su cabeza. —Podría


necesitarlas. Voy a tener que obtener un gran remolque también. —Mientras
asentía con la cabeza en el Rolls, comenzó a arrastrar libras y libras de eslabones
de acero fuera de su cabestro—. Eso es por lo que estoy más preocupado.
Porque tendremos que mantenerlo en condiciones.

Cuando Gary se giró, tenía que tener casi 18 kilos en una mano, y manejó
la carga como si no pesara nada. Lane y Lizzie lo ayudaron a encontrar los
ganchos debajo del paragolpes trasero del Benz y luego estaban todos trabajando
juntos para enganchar los ganchos. Después de eso, fue cosa de que Gary
meterse en su camioneta y lentamente... cuidadosa… suavemente… iba
sacando el Mercedes fuera del árbol a través de la tierra fangosa y descuidada.

Cuando el S550 estaba libre y despejado, Gary se asomó por la ventana.


—Voy a tomar el camino de regreso hacia el desguace. Luego vamos a cortar y
vender las partes, enterrar lo que queda en la montaña no podemos estar
reparando agujeros de bala, están por todos los lados.

—Buen plan. —Lane puso su mano en el antebrazo del hombre—.


Gracias.

—Solo hago mi trabajo. —Gary miró a Lizzie—. ¿Te encargas del Rolls,
entonces?

—Sí, lo tengo.
—Esa es mi chica.

Es curioso cómo la aprobación de él sobre sacar un coche de medio


millón de dólares de un pantano significaba tanto para ella.
Mientras Gary borraba las huellas que se habían hecho y luego avanzaba
lentamente hacia por la carretera, Lane la rodeó con un brazo y la besó en la
frente. —Sólo vámonos a casa en tu camioneta por el momento, ¿ok?
Necesitamos ver qué pasó con Gin, y…

—No, no dejaremos a ningún hombre ni automóvil atrás. —Ella asintió


con la cabeza hacia el Rolls—. Primero, déjame intentar sacar eso, sin embargo.
Podríamos tener suerte.

—Oh eso, está bien. Vamos allá.

Cuando él se separó, ella tiró de él hacia atrás. —Lane prefiero no tener


que encadenar esa cosa. Tenemos una oportunidad para salir de este lío…—ella
indicó el suelo sucio...—y solo una ocasión. Ese coche tiene que pesar al menos
seis, tal vez siete mil libras. Ha estado ahí incrustado ¿cuánto tiempo? ¿Una
hora? ¿Si lo pones la marcha atrás y pisas el acelerador? Vas a cavar un hoyo
hasta China y luego vas a tener que destrozar la mitad trasera para sacarla—.
Lane abrió la boca. Luego la cerró. Frunció el ceño.

—Lo sé, —señaló razonablemente—, que el hombre en ti no quiere ser


eclipsado por una mujer, pero ¿en quién vas a confiar? Un chico de ciudad como
tú o una campesina que ha estado sacando maquinaria pesada del barro desde
cuándo ¿desde los doce? Y recuerda, cuanto más tiempo pasemos aquí, mayor
es la posibilidad de que nos pillen.
Lane se subió los pantalones. —Soy un verdadero hombre, —dijo con un
profundo acento—. Lo suficiente hombre como para apartarse cuando la
situación lo requiere.
Ella le dio un gran abrazo. —Estoy tan orgullosa de ti.

Dirigiéndose al Rolls, ella trató de apartar al menos la mitad del barro de


sus zapatos, y luego se puso detrás del volante. El automóvil arrancó
suavemente, y ella puso la palanca de cambios marcha atrás. Probando el
acelerador, ella pisó un poco fuerte. Un poco más.

Era como un tren de cien millas de largo, un enorme monolito que apenas
se movía. Pero eso fue porque ella se estaba tomando las cosas con calma: en
tirones de milímetros, como el más suave de los entrenadores, obtuvo algo de
tracción y algo de trayectoria. Y un poco más. Y un poco más...

Todo iba bien, hasta que topó con un obstáculo y no pudo progresar más.
Pudo haber sido una raíz. Un tronco.

Por Dios, por la forma en que iban las cosas esta noche, un cadáver.

Ella agregó un poco más de velocidad. Y más.

Nada. Ya estaban al borde las ruedas de empezar a cavar.

Fácil con la velocidad, se dijo a sí misma. Y luego redoblarla. Y fácil de


quitar. Y acelerar más…

Con un control cuidadoso, ella comenzó a balancear el Rolls.

Bien, eso fue grandioso.

Rock, Rolls, rock, the Rolls…


Y entonces, justo cuando sintió que estaba encima de lo que fuera, lo
rebaso…y más y más.
—¡Lo tienes! —Gritó Lane.
—Todavía no, —murmuró.

Por favor, pensó ella. Hagamos que el frente vaya igual de bien.
Mientras ella repetía el cuidadoso proceso, Lane la miraba, el resplandor
de luces encendidas que iluminaban la sonrisa en su rostro: a diferencia de la
mayoría de los hombres, quienes no podrían, él se puso cómodo y estaba
claramente impresionado, y cuando finalmente consiguió sacar el frente del
Phanton, y persuadió al enorme convertible de ir hasta el pavimento, él estaba
aplaudiendo cuando llegó.

Yyyyyyyy fue cuando aparecieron los policías.


VEINTIOCHO

Cuando Samuel T. subió por la colina de Easterly por segunda vez, estaba
montando otra intervención consigo mismo. Lo cual, supuso, era un poco como
un abogado representándose a sí mismo en la corte, ya sabes, todo eso de un
tonto por cliente. Pero él no iría a nadie más con esto, y además, seguro como el
infierno que sabía ambos lados de la discusión de memoria.

Estando en el frente de la mansión, agarró la pequeña bolsa blanca Rite


Aid y entró por la puerta principal. Al otro lado del piso de mármol blanco y
negro. Subiendo las escaleras al segundo piso.

No llamó a la puerta de Gin. Acabó de entrar, y cuando la vio


dormitando abajo en la cama, frunció el ceño.
—¿No hay ducha? —Dijo mientras sacaba las cosas.

Cuando ella no respondió, él se asustó. De nuevo. Pero no, ella todavía


estaba viva. Ella todavía estaba respirando.

Pero no podía creer que esta agradable mujer estaba durmiendo sobre su
blanco edredón en ese vestido sucio. Claramente, todas las reglas estaban siendo
ignoradas, sin embargo.

Dejando la bolsa con la receta en su mesita de noche, entró en el baño y


llenó un vaso con sus iniciales de agua. De vuelta a donde ella estaba
acurrucada, sacó una botella, abrió la tapa y se aseguró de que la descripción de
las píldoras coincidía con lo que había dentro.

Luego se sentó en el mismo borde del colchón.

Ella no se movió.
Y a saber, parecía especialmente listo para concluir su intervención de
forma correcta aquí, en la base de su adicción. De alguna manera, a pesar de sus
mejores intenciones, él había logrado enamorarse de ella una vez más: cuando
ella lo había mirado, a través de las lágrimas y su propia sangre, ¿y dijo que lo
sentía por lo de Amelia? Él había estado estúpidamente, listo para perdonarla
incluso por la peor traición que alguien pudiera hacerle a él. En ese momento,
cuando sus ojos se encontraron y ella se disculpó... era como si hubiera limpiado
la pizarra entre ellos.

Tomarla en sus brazos en ese momento había sido una necesidad, a


pesar de que solo treinta minutos antes la había visto.

¿Pero entonces?
Oh, Gin, pensó. Luego apareció de nuevo, ¿verdad?

Me quedó el anillo…

Incluso después de que casi la mataron, y casi mata a alguien más, y a


pesar de lo mal herida que pudo haber resultado... Gin Baldwine todavía mostró
una finura y un enfoque para el resultado final. El final económico.
Como si necesitara un recordatorio de su capacidad de cálculo.

Y la cosa era, que después de todos estos años, y todas las estocadas por
la espalda, si él no podía romper con ella ahora, después de la revelación de
Amelia, ¿cuándo pasaría? ¿Qué más podría hacerle ella?

Él no quería saberlo.
Poniéndose de pie, la miró un rato más y luego silenciosamente cerró la
puerta detrás de él. Antes de partir de la casa, trató de encontrar a alguien, y
cuando fracasó, consideró tocar a la puerta de la madre de ella y pedir a la
enfermera que trabajara el doble. Pero ahí se sintió como si estuviera invadiendo
la privacidad de la familia.

Al final, se fue a su Range Rover y envió un mensaje de texto a Lizzie y


Lane para que alguien se asegurase de que Gin tomara esa pastilla. Con comida,
como ponía en la etiqueta del frasco.

Sin embargo, ese no era su trabajo.


Mientras conducía de vuelta a las puertas principales, llamó a un número
de los recientes que se habían registrado y esperó, cuando lo recibió el correo de
voz, se aclaró la garganta.

—Oye, —dijo mientras frenaba—. Lo siento por mi retraso en la


respuesta.
Las puertas se abrieron lentamente, y cuando pasó, los flashes
centellearon pero no penetraron por las ventanas oscurecidas del SUV.

—Entonces, sí, Prescott. Iré a esa fiesta contigo este fin de semana.
Estaré allí, y estoy deseando que llegue.

—¿Qué pasó aquí, amigos?

Cuando el oficial bajó del coche de patrulla junto al Rolls-Royce, Lane


levantó su antebrazo para proteger sus ojos de las luces intermitentes.

—Me salí de la carretera, —señaló a donde estaban en el camino. Fue


culpa mía.

Con una rápida mirada hacia atrás, rezó para que toda esa iluminación no
estuviera iluminando encima de las balas, cubiertas de conchas y la mierda del
árbol en ruinas.
—¿Durante la tormenta, entonces? —Dijo el oficial mientras Lizzie salía
del Phantom por la puerta del lado del conductor.
—Hola, oficial—. Ella dio un paso y le estrechó la mano. —Mi novio.
—Prometido, —corrigió Lane desde el pantano.

Mientras el oficial se reía, Lizzie continuó de forma calmada: —Mi


prometido se quedó atascado mientras iba cundiendo bajo la tormenta…

—…y luego salí volando de la carretera, —terminó Lane.


—Así que tuve que venir con mi camión para ayudarlo.

—Pero ella logró liberar mi automóvil por sí misma.

—Sin usar mis cadenas.

—No se usaron cadenas, —se hizo eco.

Mierda, él debería ir allí, pero estaba congelado, como los ciervos frente a
los faros.

Mirando por encima del hombro de nuevo, trató de ver lo que el oficial
podía ver: Montones de huellas de neumáticos, barro, un par de troncos
doblados, Lizzie se puso a un lado del camión. ¿El hombre iba a mirar los
rayones frescos en ese coche?
—¿Qué pasa con el camión? —Preguntó el oficial—. ¿Necesitas un
remolque para eso?

—No, —dijo Lizzie—. Es un cuatro por cuatro, con buenos agarres.


Estaré bien.

—Bien—. El oficial miró a su alrededor. —Mala tormenta, eh.


Lane esperó… ¿Qué demonios iban a hacer si…?

—¿Quieren que espere mientras liberas el camión? —Preguntó el oficial.


—Claro, —respondió Lizzie—. ¿Pero le importaría mover su coche? Está
en la mejor parte del camino para poder salir.
Mientras hablaba, ella movió sus brazos de una manera que… sí, si el del
uniforme seguía su dirección, sacaría esos faros del pantano.

Lane podría haberla besado. E hizo una nota mental para hacerlo tan
pronto como pudiera.

—No hay problema.

Cuando Lizzie regresó a la hierba, ella susurró: —Sube allí y monta en el


coche.
—Te amo.

—No estoy feliz con esto.

Lane intercambió lugares con ella y conversó con el oficial mientras ella
giraba lentamente su viejo Toyota a través de los árboles y maniobró hasta la
carretera.

Cuando se detuvo al lado del policía, sonrió. —No está mal para una
campesina, ¿eh?

—Solo una chica del campo podría hacer eso, —dijo el policía con
respeto—. Pero, escucha, ¿Te importa que eche un vistazo a tu permiso de
circulación, el seguro y el resto de la documentación? ¿La de ambos?

—Justo aquí, Oficial. —Se inclinó sobre el asiento y abrió el


compartimento de la guantera—. Aquí están los dos últimos. El carnet de
conducir está en mi cartera, que está aquí en mis jeans.

—Gracias, señora. —El hombre sacó una linterna del bolsillo delantero
de su camisa y la paso sobre los documentos. Y cuando Lizzie le pasó su carnet,
él hizo lo mismo—. Todo se ve genial. Pero las luces están apagadas.
—¡Oh! —Ella tomó los documentos y cogió el carnet de vuelta—. Lo
siento. ¿Vas a ponerme una multa por violar la ley?
Él sonrió. —Si te atrapo sin las luces encendidas otra vez de noche,
seguro que sí.

—Gracias, Oficial, —dijo. Cuando hubo una pausa, ella miró hacia los
dos—. Ah, entonces, Lane, ¿creo que te veré en la casa?
—Seguro que sí, —murmuró Lane.

Cuando Lizzie se dirigió hacia River Road, el oficial se volvió hacia


Lane. —Antes de nada, tu documentación.

—Sí, tengo mi carnet de conducir y documentación del coche, también.


—Sacó su billetera de su bolsillo trasero—. Aquí está esto. El resto está en mi
coche, espere.

Mientras el hombre revisaba esa parte, Lane se acercó al lado del pasajero
del Rolls y obtuvo el resto. Después de que el policía lo miró todo, se lo
devolvió.
Y de inmediato abandonó la sutileza.

—Entonces, ¿quiere decirme qué pasó realmente aquí? —El joven oficial
asintió mirando hacia el pantano—. Ese árbol parece que fue golpeado bastante
fuerte. Por un coche.
—No hemos estado bebiendo, si es lo que piensas. La tormenta fue
bastante mala.

—Te creo acerca de la bebida... No estás arrastrando tus palabras, y en


cuanto a ella la capacidad de sacar ese camión de aquí es una prueba de
sobriedad si alguna vez he visto una. Pero tu coche está en perfecto estado.
Como también la parte delantera de su camión. Que le pasó a ese árbol, Sr.
Baldwine.

Lane tomó una respiración profunda. Lo que quería decirle era que esto
no era asunto de la policía. Él quería manejar las cosas en privado, y eso era todo
lo que alguien necesitaba saber. El problema era que en la década de 1950 se
podía hacer, en la época en la que el privilegio de la riqueza y el estatus ponían a
su familia por encima de la ley.

—Señor. Baldwine, —dijo el policía—. Creo que conociste a mi padre,


Ed Heinz. Él trabajó en Easterly de jardinero, hasta que murió hace cuatro años.
Y mi hermano, Rob, es uno de los pintores que a los llaman regularmente.

—Oh, por supuesto. Conocí al Sr. Heinz. Si. Él solía plantar y cuidar la
extensión de los jardines.
—Fue usted a su funeral.

—Ciertamente lo hice. ¿Quiere saber por qué?


—Nos sorprendió, para ser honesto.

—Ayudó a mi hermano a... bueno, en realidad también era un Rolls-


Royce, de hecho, lo saco fuera del campo de maíz una vez. Max conducía el
coche nuevo de mi padre allí. Esto fue, como, a mediados de los noventa.
Nunca olvidé lo bueno que había sido. Arruinamos su maíz. Bueno, parte de
eso. Y aun así todavía nos ayudó.

El oficial comenzó a reír. —Recuerdo que él nos contó todo lo que pasó.
Oh, él solía contar esa historia muy a menudo.
—Y había otras, estoy seguro. Nunca hubo un momento aburrido en
Easterly. No tanto cuando Max estaba cerca, seguro.

Hubo una larga pausa. Y luego Lane miró al oficial.


—Mi hermana se casó con Richard Pford el otro día.

—Oh, sí, claro. Lo leí en el periódico, mi esposa y yo estábamos


diciendo que debería haber una gran boda en la colina. ¿Eso va a pasar?

—No. —Lane negó con la cabeza—. Richard la golpeó esta noche. La


persiguió en la tormenta. Ella se fue en uno de los coches familiares y él la
siguió en el suyo. Él sacó a mi hermana de la carretera y su Mercedes es lo que
golpeó el árbol. Si quiere, yo puedo llevarle al coche.

—¿Quiere presentar cargos? ¿Dónde está el Sr. Pford? Lo arrestaré ahora


mismo.
Lane negó con la cabeza. —Ella solo quiere terminar con esto. El
matrimonio fue un error. De todos modos, seré honesto con usted. Cuando
llegué aquí, no fui amable con el tipo, si sabe a lo que me refiero, y él ha
aceptado una anulación. Mire, mi hermana está bien o ella lo estará. Pero si ella
va al hospital o hacemos que lo arresten, la prensa va a tener un día de fiesta, y
francamente, mi familia tuvo más que su justa porción de atención últimamente.
Ella ya está avergonzada y él está fuera de su vida ahora. Preferimos dejar esto
así.
El oficial asintió y buscó en el bolsillo de su pecho. —Es un asunto
privado.
Lane exhaló. —Es privado. Sí.

—Aquí está mi tarjeta. Llámeme si ella o usted cambian de opinión.

—Gracias, —echó un vistazo a la tarjeta—. Charles.


—Charlie. Charlie Heinz.

—¿Si es necesario? Estaré encantado de pagar para reemplazar el árbol.

—Esto no es propiedad privada. Forma parte de los parques públicos de


la ciudad. Se encargarán ellos mismos.

—Realmente aprecio su comprensión a pesar de dónde vengo.

—Señor Baldwine, por aquí, nos ocupamos de nosotros mismos. No se


preocupe, no sabrán nada sobre esto, no a menos que usted lo desee.

Se dieron la mano, y luego el oficial volvió a su automóvil y se alejó.


Cuando se quedó solo, Lane miró al pantano.

Y estaba muy contento por la naturaleza de las relaciones y como se


interconectaban en Charlemont.

VEINTINUEVE

Cuando Lizzie llevó su camioneta al estacionamiento en el centro de


negocios de Easterly, miró fijamente en la carpa azul que se habían levantado
sobre el coche de la señorita Aurora. Ese detective y la gente del CSI parecía
haberse trasladado a la propiedad por un tiempo, y se preguntó qué habían
encontrado, y si alguna radio policial transmitiría lo que ese policía hubiera
podido encontrar en el pantano en este momento.

Balazos. Coche golpeado. Remolque. No es que el oficial pareciera


haberse dado cuenta de cualquier cosa.
Querido Señor, ¿cómo fue que llego todo esto a su vida?

Cuando salió, ese detective, Merrimack, le sonrió. —Bastante fea la


tormenta, eh.

—Sí, lo fue.
—Y parece que atravesó un poco de barro. —Señaló sus neumáticos—.
¿Tuvo algún problema en el camino?
—Volvía del hospital durante la peor parte. Hubo un desprendimiento por
la tormenta.

—Eso puede suceder. —Ensanchó la sonrisa—. Apuesto a que estará


contenta de estar segura en casa.
Echó un vistazo a las camionetas de la escena del crimen. —¿Cuánto
tiempo más estarán aquí?
—¿Tratando de deshacerse de nosotros?
Si pensó, —De ningún modo. ¿Quieren algo para comer o beber?

—Bueno, que amable es usted. —Merrimack miró por encima del


hombro a los dos hombres que se arrastraban por todo el coche de la señorita
Aurora—. Creo que mis muchachos están bien y estamos terminando. Oh, por
cierto, hay dos agentes más trabajando en los aposentos privados de la señorita
Toms. No quisiera que se asustara.

—Gracias. —Se aclaró la garganta—. Bueno, voy a entrar. Ha sido un día


muy largo.
—Parece usted muy cansada, si no le importa que lo diga. Y quiero
agradecerle su declaración anterior. Muy útil.

Cuando ella lo saludó con la mano y se dirigió a la puerta de atrás hacia la


cocina, él dijo: —¿Señorita King?

—¿Sí?

—Mucho barro también en sus zapatos. —Sonrió—. Es posible que desee


limpiarlos muy bien en el felpudo antes de entrar. O tal vez quitárselos por
completo.

—Oh sí. Tiene razón. Gracias.

Con el corazón palpitando, pasó por la puerta mosquitera y se metió en la


mansión, sin seguir su consejo. Y tan pronto como ella estuvo fuera de su vista,
se sintió agotada…
—Disculpe, señora.

Volviendo a poner atención, puso la mano sobre su corazón. —¡Oh!


—Lo siento. No fue mi intención asustarla. —El hombre estaba vestido
con un uniforme informal y tenía bolsas de papel llenas de cosas en sus manos
—. Hemos terminado allí. Sin embargo, le vamos a pedir que nadie entre en ese
espacio.
Inclinándose ligeramente hacia un lado, Lizzie miró a su alrededor y vio a
una mujer vestida de la misma manera, sellando la puerta de la señorita Aurora.
—Por supuesto. Nadie irá por allí.
Después de irse, ella se acercó a la cocina y se sentó en un taburete al
lado de la isla frente a la estufa. Aproximadamente diez minutos después, unas
luces se encendieron y brillaron en las ventanas cuando los vehículos
comenzaron a salir, y luego hubo otra ronda de iluminación como si alguien
estuviera llegando.

Lane entró a la cocina. Y cerró la puerta lentamente detrás de él. —Oye.

—Hola.
—¿Quieres algo de cena…

—Iré a Indiana esta noche, —dijo rápidamente.


—Oh, está bien, claro. Voy a coger algunas cosas y…

—Sola.

Mientras fruncía el ceño, ella dijo, —Alguien tiene que quedarse con Gin.
Ella no puede estar sola en este momento.

—Lizzie. —Él negó con la cabeza—. Por favor, no te vayas.


—Es solo por una noche.

—¿En serio?

Ella asintió. —Necesitas descansar. Y tengo que echar un vistazo a mi


casa, especialmente después de la tormenta. Tienes que quedarte aquí.
—Pero la enfermera de mi madre…

—Necesita estar con tu madre.


—Lizzie.

Ella cerró los ojos y se estremeció. —Tienes que dejarme ir ahora mismo.
Esto ha sido mucho, esta noche. No soy... Solo necesito dormir en mi propia
cama y despertarme en mi pequeña casa en mi granja. Tomar una taza de café
solo. Coger el tractor e ir alrededor de los campos y buscar ramas caídas.
Necesito... ser normal, por un minuto.
O, en otras palabras: no estar involucrada en ninguna investigación de
asesinato o tiroteo abajo por el río o mintiendo a los policías. Ah, y también, si
ella no tuviese a nadie sangrando o herido o muerto, eso sería genial, gracias.

Lane abrió la boca para hablar, pero no tuvo oportunidad de hacerlo

Jeff llegó caminando desde la parte delantera de la casa, con el traje


puesto y un maletín metálico en su mano. —Bueno, buenas noticias—.
—¿Qué noticias? —Preguntó Lane con voz muerta.

—Somos demandados por dos bancos.

Cuando Lane se dejó caer contra la pared, Lizzie tuvo que preguntar: —
¿Eso son buenas noticias?

—Si fueran tres, —dijo el hombre—, podrían llevarnos a la bancarrota.


Así que, ¡hurra por nosotros! ¿Qué hay para cenar, chicos? No puedo recordar la
última vez que comí.

TREINTA

Horas después, Lane se despertó en una habitación oscura en un extraño...


no, espera. Él no estaba en una cama. Estaba tumbado en el sofá, en el salón
principal de Easterly.
Girando la cabeza, se encontró con que estaba frente a frente con una
botella de la reserva Familiar eso, oh, sí, claro, había bajado al nivel de un
cuarto. A su izquierda estaba su vaso, vacío pero con restos de hielo. Sus zapatos
estaban fuera, su cabeza estaba sobre un cojín con borlas alrededor que le caían
sobre una de las orejas, y su cuerpo estaba en un ángulo extraño.
Mientras trataba de descubrir qué había perturbado su sueño, tenía
algunos vagos recuerdos pensó que había tenido un mal sueño.

Lástima que el regreso a la conciencia fuera un caso de saltar del fuego a


la sartén.

Espera, no era así... ¿sartén primero, luego fuego?

A quién demonios le importa.


Sentado, giró su cabeza y miró a su alrededor…
Al otro lado del salón, al final de la elegante habitación, una de las
puertas francesas estaba abierta de par en par, y la brisa nocturna, encantadora y
suave, había entrado, ¿así que tal vez había sido el fresco olor lo que le había
despertado?

Poniéndose de pie, se acercó y se asomó. No había suficiente viento para


haberla abierto, y bajó la vista a las tablas brillantes. Esas cosas estaban todavía
húmedas y los escombros de los árboles cubrían la terraza, así que, si alguien
hubiera entrado, seguramente habría dejado huellas, ¿no?

Él encendió una lámpara. Nada estropeaba el suelo.

Al pisar las losas, echó un vistazo alrededor...


Alguien estaba caminando justo al lado de la casa.

Por ahí. Una figura de blanco... una mujer... estaba a la deriva por la
piedra dando pasos en el jardín propiamente dicho.

Lane corrió. —¿Disculpe? ¿Hola?

Ella se paró. Y luego se volvió hacia él.

—¿Madre? —Dijo con sorpresa—. Madre, ¿qué estás haciendo aquí?


Cuando se detuvo frente a ella, su ritmo cardíaco se reguló cercano a un
ritmo normal, pero él permaneció preocupado. Después de todo, ¿las personas
con demencia salían a vagar? ¿Era esto por las drogas o un empeoramiento de
su estado mental? ¿Disminución?

¿O ambos?

—Oh, hola, Edward. —Ella le sonrió gratamente—. Esto es tan


encantador por la noche, ¿no? Pensé que me gustaría tomar el aire.

El acento de su madre era más de la Casa de Windsor que del sur de the
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Mason Dixon , sus consonantes se arqueaban como si fueran una ceja levantada,
el sonido de las vocales se alzaban con la expectativa de que lo que tenía que
decir, y quién era ella, garantizaba que la gente esperaría a que terminara sus
oraciones.

—Madre, creo que deberíamos entrar.


Sus ojos se movieron alrededor de las flores y los árboles en flor, y en las
sombras, su rostro estaba más cerca de lo que había lucido cuando ella era joven,
era de huesos finos y características perfectamente equilibradas resultado de lo
que en los viejos tiempos la gente habría llamado “buena crianza”.
—¿Madre?
—No, creo que debemos caminar. Edward, cariño, dame tu brazo.

Lane pensó en las visitas en el funeral de su padre. Entonces ella lo había


confundido con su hermano, también.

Miró hacia la casa. ¿Dónde estaba la enfermera?


—¿Edward?

—Pero, por supuesto, mi querida madre. —Él le ofreció la curva su brazo


—. Lo haremos, daremos un paseo, y luego me temo que debo insistir en que
regresemos adentro.

—Eso es muy bueno por tu parte. Preocuparte por mí.

—Te quiero.

—Yo también te quiero, Edward, cariño.


Juntos, atravesaron la pasarela de ladrillo, pasando a la parte de las
estatuas del jardín, su madre se detuvo en cada figura de piedra, como si
estuviera recordando viejos conocidos de los que estaba enamorada, y luego se
detuvo en el estanque para mirar el koi plata, naranja y el pez manchado. Arriba,
la luna se veía saliendo y entrando lentamente bajo una cubierta de nubes, la
iluminación lechosa y amable que había encontrado tan a menudo durante los
meses cálidos.
—Mi esposo está muerto.

Lane la miró. —Sí, madre, él lo está.

—Murió recientemente.
—Sí, así es. —Lane frunció el ceño—. ¿Lo extrañas?
—No, me temo que no.

Hubo un largo período de silencio. En el cual Lane tenía que preguntar.


—Madre, necesito saber algo.

—¿Qué sería eso, cariño?


—Tu esposo está muerto. ¿Es... era mi padre quién murió?

Ella se quedó completamente inmóvil.

Y luego se giró hacia Easterly y contempló su majestuosa extensión, una


extraña luz entrando en sus ojos.
—No hablamos de estas cosas, Edward.

—Está mi padre muerto, madre. Por favor dime, necesito saberlo por mi
propia paz mental.
Le tomó más tiempo responder, e incluso entonces, sus palabras fueron
un leve susurro. —No cariño. Tu padre no ha muerto.

—Madre, necesito saber quién es él. ¿Podrías decírmelo por favor? Con
tu marido muerto, nadie saldrá lastimado.

Él calló para permitirle hablar. Y cuando ella solo miraba hacia la casa, le
preocupaba que su mente se hubiera quedado en un estado inactivo del cual no
volvería.

—¿Madre? Me lo puedes decir.

Una sombra de sonrisa tiñó sus los labios. —Estuve enamorada. Cuando
era más jove... yo estaba enamorada de tu padre lo vi con bastante frecuencia,
aunque nunca fuimos presentados. Había otras expectativas adecuadas para mí, y
no iba a ir en contra de ellas.

Lane solo podía imaginar lo estrictas que habían sido las cosas en aquel
entonces. La manera en que debutantes y jóvenes solteros elegibles debían
reunirse e interactuar había sido muy determinado, y ¿si cometías un error? Tu
reputación estaba arruinada.
Los años cincuenta no sobreviven en los años ochenta.

—Lo miraba desde lejos, sin embargo. Oh, cómo lo miraba. yo era
bastante tímida, y una vez más, uno no quería ser un problema para la familia.
Pero había algo en él, era diferente. Y él nunca, nunca paso los límites. De
hecho, a menudo me preguntaba por qué nunca me había notado. —Hubo un
momento de silencio—. Y luego vino William. Él no era exactamente lo que se
podía esperar para que mi padre lo aprobara, pero William podía ser tan
encantador, y él hombre se esforzó para persuadir a papá de que era un buen
hombre de negocios, y nosotros necesitábamos uno. Después de todo, no tenía
sucesor para la compañía ya que yo era hija única, y mi padre no quería que la
BBC cayera en manos del otro lado de la familia después de que él se fuera.
Entonces William vino a trabajar para Bradford Bourbon, y me estaban
esperando para casarme con él.

La tristeza en su voz era algo que nunca había escuchado antes y, de


hecho, no lo asociaba con ella. Todos sus recuerdos de su madre eran de un
pájaro hermoso, impecable, brillando con gemas en sus coloridos vestidos, a la
deriva en Easterly, sonriendo y cantando. Siempre feliz. Siempre serena.
Se preguntó exactamente cuándo había comenzado a auto medicarse.

—Mi esposo y yo estuvimos comprometidos por seis meses. Tomó tanto


tiempo para Dior ya que hizo a mano mi vestido de novia, y también un montón
de diamantes y perlas habían sido ordenadas pedidas a Van Cleef, y eso también
llevó su tiempo. Había que usar la foto de disparo, también, y se estaba
planeando la boda. Madre hizo todo eso por mí. Solo se esperaba que yo
apareciera y luciera radiante en el vestido, y sonriera para las cámaras. William
me ignoró en su mayor parte, y eso estuvo bien. Él era... inquietante para mí, y
ese instinto inicial se hizo una realidad…

Correcto, Lane agregó sombríamente en su cabeza.

—Puedo recordar la noche en que finalmente sucedió. Cuando en


realidad estaba de pie, cara a cara con tu padre, tuve que acercarme a él y
presentarme. Él se sorprendió, pero podía decir que me había visto todo el
tiempo, y que estaba lejos de ser indiferente para mí, a pesar de las próximas
celebraciones matrimoniales, continué persiguiéndolo porque sabía que me
estaba quedando sin tiempo. Una vez que estuviera casada, William nunca me
dejaría fuera de su vista, y nunca tendría la oportunidad de…

—Te quedaste embarazada, —susurró Lane.


—Fue algo que sucedió. —Respiró hondo—. No me arrepiento de eso. Y
no me arrepiento porque el tiempo que tuve con tu padre fue el más feliz de mi
vida, y me ha sostenido a través de muchos momentos oscuros.
—William se enteró, ¿verdad?

—Sí, lo hizo. Ya estaba de dos meses cuando nos casamos, y él estaba


furioso. Sintió como si le hubieran puesto un cebo con una trampa, una esposa
virtuosa que se le prometió y una puta que le fue entregada. Me lo dijo con
frecuencia durante todos estos años. Sin embargo, él nunca te negó, porque le
preocupaba que si lo hacía sus siguientes niños, que insistió en tener, no serían
vistos como suyos. Tuvimos sexo cuatro veces. Una vez en nuestra noche de
bodas. Y luego para cada uno de tus hermanos. Yo estaba, como dicen,
trágicamente fértil, pero también insistió en seguir a nuestro lado y no mentir al
respecto. Él no quería estar conmigo más de lo que yo quería estar con él, pero
la sucesión de la compañía dependía de tener muchos herederos y nosotros nos
habíamos entregado a eso.

—¿Seguiste viendo a mi padre?

—Lo vi, sí. Pero después de la boda, ya no... Lo volví a ver.

—¿Sabía que estabas embarazada?

—Sí. Él entendió la situación, sin embargo. Siempre fue más que


respetuoso. Y siguió su camino.

—Todavía lo amas, ¿verdad?

—Siempre lo amaré. —Ella lo miró—. Y debes saber, mi querido hijo,


que no tienes que estar con alguien para amarlo. El amor sobrevive a todas las
cosas, tiempo, matrimonios, muertes. Eso nos hace más inmortales que incluso
los niños que dejamos desde nuestra estela a nuestras tumbas. Es la forma en
que Dios nos toca, como nuestro amor por los demás es un reflejo de su amor
por nosotros. Él nos otorga esta reflexión en Su gloria a pesar de que somos
pecadores, y así es.
—¿Dónde está mi padre ahora?

—Justo aquí. —Tocó su esternón—. Él está vivo en mi corazón y así será


parar siempre.
—Espera, ¿pensé que dijiste que no había muerto?

En ese momento, alguien salió corriendo de la casa. La enfermera, toda


frenética. —¡Señora Bradford! Señora Bradford...

Maldita sea, necesitaba más tiempo. Pero cuando la mujer con el


uniforme blanco dobló la esquina y los vio, la expresión de su madre se
confundió y esa preciosa ventana de lucidez comenzó a cerrarse.

—Madre, —dijo con urgencia—, ¿quién era él? ¿Quién era mi padre?
La pequeña figura se alejó de la casa y volvió su atención en el estanque
koi, su anterior claridad desapareció, y le preocupaba que nunca volvería.

—Lo siento mucho, Sr. Baldwine, —dijo la enfermera mientras subía y


tomaba el brazo delgado de la señora—. Me quedé dormida. Es imperdonable.
Por favor, no me despida...

—Está bien, —dijo—. Ella está bien. Pero seamos más cuidadosos en el
futuro.

—Lo seré. Lo juro.

Cuando la enfermera se llevó a su madre, Lane se quedó junto al


estanque. Fue difícil no hacerlo, ver en la pequeña mujer una vida
desperdiciada, toda oportunidad desperdiciada en pie de un legado familiar en el
que nació, pero nunca se ofreció como voluntaria.

Una jaula dorada, de hecho.


Dios, deseaba que su Lizzie estuviera en casa. Aunque Gin, su madre y
Jeff estaban bajo el gran techo de Easterly, el lugar se sentía totalmente vacío sin
ella.

TREINTA Y UNO

La mañana siguiente, Lane se subió a su coche y encabezó hacia


el Viejo Sitio. La sede de la Bradford Bourbon Company podría estar en
el centro de la ciudad, pero su corazón y alma estaban cerca de treinta
millas hacia el sur y el este, en un vasto tramo de superficie de acres en
el cual su familia había estado fabricando, almacenando y vendiendo su
producto por más de un siglo. Le tomó unos buenos cuarenta y cinco
minutos alcanzar el destino turístico: Las primeras diez millas fueron lo
suficientemente rápidas en la autopista, pero de ahí en adelante, era una
serie de pequeños y más pequeños caminos para llegar al campus.

Gracioso, él siempre supo que se estaba acercando cuando


empezaba a ver los estantes de seis y siete escalones de alto, donde
barriles y barriles de bourbon envejeciendo resistían cambios climáticos
indefensos contra los caprichos de la Madre Naturaleza. Pero ese era el
proceso. En esos espacios llenos como de granero, las temporadas
cálidas, calientes, frescas y frías, repetidas una y otra vez, causaban que
el alcohol naciente penetrara y fuera expulsado del roble blanco
chamuscado, el sabor del bourbon llegando a la vida al pasar de los
días, meses, años.

Después de todo, el bourbon era un producto, pero también esa


labor de amor. Como dijo una vez uno de los asistentes de producción
de alcohol, no me preocupo de mi suministro de vodka. Puedo tomar una
espiga y llenar el mercado de vodka. Bourbon, por el otro lado, toma
tiempo. Tanto maldito tiempo…
Dando vuelto en lo que era un poco más que un camino de pollos,
Lane fue tres millas más lejos y ahí tomó la izquierda en un camino más
propiamente terminado, al lado del cual había una señal con una flecha
indicando que el Viejo Sitio estaba hacia adelante, como siempre, la
señalización de la Bradford Bourbon Company era discreta, nada más
que un dibujo de tinta de Easterly y el nombre de la BBC—y de la misma
manera, el paisaje estaba bien atendido, pero no demasiado hecho.
Después de otra milla y media, un lote de estacionamientos masivo se
desplegó a sí mismo, junto a lo que era un centro de visitantes moderno
que albergaba un salón de conferencias para eventos y un pequeño
museo.

Incluso aunque era temprano en el día, ya había gente


holgazaneando alrededor, grupos de retirados, en su mayoría. Pero en
los fines de semana feriados, especialmente en el otoño, había
autobuses turísticos aparcados en las esquinas lejanas y los espacios de
autos enteramente llenos. El Viejo Sitio también había alojado muchas
bodas, reuniones, grupos de bourbon, turistas de Kentucky y todo tipo de
extranjeros buscando experimentar una vieja tradición americana.
De hecho, el Viejo Sitio de la Bradford Bourbon Company era el
edificio más viejo que continuaba operando localizado no sólo en la
Mancomunidad, si no que de esta parte de la nación.

Pasando por alto el centro de visitantes, continuó hasta un camino


Sólo parea Personal Autorizado que lo llevó a la oficina principal donde
el maestro destilador, Edwin MacAllan, trabajaba. Aparcando el Porsche
debajo de un árbol, Lane salió y trató de concentrarse.

Había llamado a Lizzie. Dos veces.

Y había tenido un texto de regreso que decía que ella estaba


llendo a checar la propiedad y que lo llamaría después.

Lane le dio espacio, pero, hombre, lo mataba—y le recordaba que,


entre todas las cosas compitiendo por su atención, ella era el ancla de la
vida que él quería vivir. ¿Si la perdía? Nada más importaría.

Caminando por un sendero pequeño, trató de distraerse a sí


mismo de la angustia mirando alrededor el entorno familiar. Todos los
edificios, desde donde estaban los silos, a las instalaciones de
almacenamiento, a las unidades de embalaje y distribución y la media
docena de cabinas originales, tenían ventanas y puertas pintadas en rojo
y un letrero de madera en negro. Aceras pavimentadas unían todo junto,
y hacían tours cada hora, los visitantes guiados por expertos a través de
cada paso del proceso de elaboración, envejecimiento y embotellamiento
del bourbon, culminando en una oportunidad para patrones de
embotellar un poco para ellos.

Con la cuidadosamente cultivada experiencia e impregnante vibra


de la Americana temprana, había un sentimiento de Disneyland en todo,
pero de buena manera: todo estaba limpio, orientado a las familias, y
mágico, que con las maceteras que pronto serían plantadas con petunias
y geranios, y el césped rodante conectando los cincuenta o casi,
edificios, y los animados guías uniformados, trabajadores y personal
administrativo que caminaba alrededor y siempre tomaba como posesión
personal ambos el producto y la propiedad.

La oficina del maestro destilador estaba en una cabina


modernizada, y al caminar Lane dentro de un área de recepción rústica,
una mujer de buen ver lo miró desde el escritorio.

―Hey, Lane.

―Beth, ¿cómo está nuestro chico?

―Mack está tan bien como podría dada la situación, Está ahí con
Jeff. Yo sólo estoy imprimiendo más hojas de cálculo de Excel y me les
estaré uniendo, chicos.
―Bien, gracias.

Mack y Lane se habían conocido uno al otro por casi toda la vida,
con Mack como el hijo del previo maestro destilador de la BBC.
Sucesivamente, Beth Lewis era alguien a quien el hombre había
contratado para llenar una vacante de ayudante de oficina… pero
evidentemente, había resultado una solución tanto como de eHarmony
como de Monster.com.
El amor tenía su manera de llegar a la vida de las personas en el
momento preciso.
Okay, su corazón dolía sólo de pensar eso.
Al entrar a la oficina, fue momentáneamente golpeado por todas
las etiquetas en las paredes. En vez de papel tapiz, era tradición de los
maestros destiladores de la compañía empastar etiquetas de los
productos de su era alrededor de años—y algunos databan de unos cien
años atrás o más. Lane había oído que cuando llegó el tiempo de
bombear algo de dinero y atención a modernizar este edificio, la
preservación de esta tradición casi le había dado un infarto a arquitectos,
constructores y diseñadores.

A través del camino, Mack y Jeff lo miraron desde la mesa de


conferencias. Y ambos se veían como si quisieran estar en una playa en
Cabo.
Con una cerveza.

O un ponche de frutas hecho con ron.

Básicamente, cualquier otra cosa que no fuera bourbon, en


cualquier otro lugar que no fuera Kentucky.
―Qué tal lo llevamos?

Jeff se recostó en la silla. ―Mal. Sólo mal. ¿Si viene un banco


más? Estamos en el capítulo once. No tenemos el flujo de fondos para
cubrir esas deudas, no importa como lo intentemos. Quiero decir, sigo
buscando una solución, pero no hay ninguna. Necesitamos una
inyección de efectivo masiva de algún lado.

Lane dio una palmada con Mack y se sentó al tiempo que Beth
llegó y pasó columnas tras columnas de números.
Al estar los cuatro enfocados en las finanzas, y Jeff empezando a
hablar en términos técnicos acerca de dinero, Lane trató de llevar una
pista sobre las cosas… y simplemente falló. Estaba esperando que
Merrimack lo llamara, rezando que Lizzie le hablara pronto, y se
preguntaba qué en el infierno hacer con Edward…

―Así que… ¿qué dices, Lane?


―¿Eh? ―Alzando la mirada, se encontró a los tres mirándolo
fijamente―. ¿Perdon?

Mack se recostó y cruzó los brazos sobre su grueso pecho.


―Tengo a alguien que podría salvarnos. Si quieres conocerla.

―¿Ella?

Mack miró a Beth. Lo miró de nuevo. ―Si, vamos.


Los cuatro se levantaron juntos y procedieron a través del área de
recepción. Fuera en la cálida luz del sol, Mack los lideró hacia un edificio
moderno que no tenía ventanas y una puerta selladora de aire. Sacando
su tarjeta de pase, pasó la cosa y esperó a que se abriera el sello.

Antes de entrar, el tipo miró fijamente a los ojos a Lane. ―Sólo


para que lo sepas, esto me va a matar.
Oh, Dios, pensó Lane. Nunca había visto a Mack mirarse tan
siniestro.

Y el cielo sabía que habían pasado por toda clase de cosas juntos,
desde que compartieran sus días de preparatoria en la Charlemont
Country Day, a sus siguientes años en la Universidad a todo el camino
cuando Mack se había ganado sus líneas aquí en el Viejo Sitio bajo su
padre y Lane sólo hacía el tonto alrededor, haciendo nada con su título.

Ambos habían amado el básquetbol de la U de C, el buen


bourbon, malas bromas, y la mancomunidad de Kentucky… y ambos
eran esencialmente chicos positivos.

Al menos hasta recientemente.


Mack miró a Beth otra vez, quien se veía igualmente sometida, y
entonces sostuvo la puerta ampliamente para que, uno por uno, pudieran
entrar a la antesala del laboratorio. Todo alrededor, trajes blancos
colgando de clavijas, y ahí había bolsas de botas azules para usar sobre
el calzado. Googles, máscaras, y redes para el cabello estaban
organizadas en estantes y ganchos.
El maestro destilador de la BBC ignoró todo eso y caminó justo
por la puerta de cristal hacia el espacio de laboratorio más allá. Ahí,
mostradores de acero inoxidable, luches brillantes y microscopios hacían
del lugar parecido a un laboratorio IVF o tal vez parte del Centro de
Control de Enfermedades.

―Ella está por aquí.

Mack se detuvo por un relativamente inocuo contenedor de vidrio


con una cubierta de aluminio sobre el borde y una barriga gorda llena de
líquido oscuro y espeso que tenía una cabeza espumosa de color crema.
―Conozcan mi nueva cepa. O, debería decir, vuestra nueva cepa.

A Lane se le saltaron los ojos. ―Estás bromeando conmigo. Ni


siquiera sabía que estabas trabajando en una nueva levadura.

―No estaba seguro de que encontraría algo de lo que valiera la


pena hablar. Pero resulta que, sí lo hice.

La reglas y método que gobernaban la fabricación de bourbon


eran muy claras: el whiskey tenía que ser hecho en los Estados Unidos y
la mezcla debía tener un mínimo de cincuenta por ciento, maíz, con un
balance de centeno, trigo y/o cebada malteada. Después de que la
mezcla estuviera lista y con el pH adecuado, la levadura era agregada y
la fermentación ocurría, y la mezcla fermentada tenía que ser entonces
destilada a un porcentaje alcohólico dado en los silos. El resultante
“perro blanco” era puesto en nuevos, chamuscados, barriles de roble
americano para el envejecimiento, un proceso por el cual los azúcares
caramelizados en la madera chamuscada coloreaban y daban sabor al
alcohol. Después de la maduración, el bourbon era filtrado y balanceado
con agua y finalmente embotellado después de al menos ochenta
pruebas.

Lo que afectaba el sabor era, esencialmente, tres cosas: la


composición de la mezcla, la duración del envejecimiento… y la
levadura.

Las cepas de levadura eran “alto secreto” entre los fabricantes de


bourbon, y para una compañía como la BBC, no estaban solamente
patentadas, eran guardadas bajo llave y candado, la cepa madre
cuidadosamente atendida, con pruebas de ADN y checada cada año
para asegurarse que no hubiera contaminaciones.
Si la levadura era cambiada, el sabor cambiaba y tu producto
podía estar perdido para siempre.

La cepa usada para la Reserva Familiar, por ejemplo, había sido


traída desde Escocia hasta Pennsylvania durante los días tempranos de
la familia Bradford. Y de ahí no hubo nada nuevo hasta cincuenta años
más tarde.

―Justo después de que papá muriera, ―dijo Mack―, Empecé a


trabajar en esto. Tú sabes, viajando a través del Sur, obteniendo
muestras de tierra, nuez y fruta. Y ésta de aquí… ella simplemente
empezó a hablarme, La he analizado a fondo y he comparado su ADN
con todo lo demás. Es del propietario, y más que eso, va a hacer un
infierno de bourbon.

Al acercarse Beth al hombre, el puso su brazo alrededor de ella y


la besó.

Lane sacudió la cabeza. ―Esto es completamente histórico…

―Sí, como en, diez años, ―Jeff lo cortó―. No quiero ser el


aguafiestas aquí, pero necesitamos generar efectivo ahora. Incluso si
esto resulta en el mejor bourbon del planeta, aún tiene que ser
envejecido antes de que podamos distribuirlo.

―Ese es mi punto. ―Mack se enfocó en el cubilete―. Podemos


vender esta cepa de levadura hoy. Y cualquier otro fabricante de
bourbon… o fabricante de whiskey, fuera de los Estados Unidos—
mataría por esto, y no sólo porque haría un gran licor, Pagarían un
Premium por esto sólo para poder sacarlo de nuestras manos.

La actitud de Jeff cambió en un instante. ―No estés jodidamente


bromeando.

―Tiene que ser el valor neto… ―Mack se encogió de hombros―.


Bueno, dijiste que necesitábamos cerca de cien millones para pagarles a
esos bancos, ¿No? Algo como esto… es prácticamente invaluable.
Infiernos, ni siquiera estoy seguro de cómo poner su precio en dólares.
Pero al menos es ese tanto. O más. Piensa acerca de esto, una mezcla
de propietario, que nunca ha estado en el mercado, y el competidor que
será disminuido por su venta.

―Sin precio, ―murmuró Jeff.

Lane se enfocó en Mack. Los maestros destiladores eran


usualmente mucho más mayores que los treinta y algo años de Mack,
para él no sólo ser el hijo de su padre, ¿pero descubrir algo como esto?
Haría su carrera, lo pondría en las grandes ligas—y rompería su corazón
si alguien más reclamara el bourbon decantado por su descubrimiento.
―No puedo dejarte hacer eso, ―dijo Lane―. No.

―Te volviste completamente loco? ―Ladró Jeff―. En serio, Lane.


Estamos en tierra de mendigos sin elección aquí. Tú has visto el hoyo en
el que estamos. Tú sabes que estamos al borde. Una infusión de dinero
de ese nivel podría salvarnos… asumiendo que podramos tener el dinero
a tiempo.
El silencio que siguió, Lane pensó en Sutton Smythe.

La Destilería Sutton Corporation estaba asentada en un montón


de dinero, porque, hola, ellos no tenían a un imbécil en la oficina
principal robándose todo.

Ella era el CEO. Ella podía tomar decisiones como esa, y rápido.

¿Y era el más grande competidor de la BBC?

Mack extendió un dedo y golpeó ligeramente el cubilete con


aluminio, ―Si esto salva a la compañía, seré una especie de héroe,
¿no? Y estaré salvando mi trabajo cuando aún estoy en ello.

Cuando los tres observaron a Lane, él odió la posición en la que


estaba.

En la que lo puso su padre, se corrigió.


―Tal vez hay otra manera, ―se escuchó decir.
A pesar de que ello era cierto, ¿por qué estaba escuchando grillos
en la cabeza?
Después de un momento, maldijo y encabezó hacia la puerta.
―Bien. Sé a quién llamar.

Considerando todas las cosas, pensó Max al desmontar su Harley,


era una sorpresa que no tuviera más experiencia con las cárceles.

Mirando hacia arriba a la Corte del Condado de Washington, se


maravilló de los varios pisos y se preguntó dónde estaría exactamente
ubicada la cárcel en el complejo. El edificio tenía que ser del largo de un
bloque. Y el ancho.
Al caminar por la serie de escaleras y niveles, aseguró de tener el
perfil de un criminal. Barba, cuero negro, tatuajes. Él era el chico del
póster de cierta clase de gente que se enmarañaba con el sistema legal,
y seguramente, los ayudantes del sheriff alrededor del detector de metal
por el que tenías que pasar le dieron una peluda mirada.
Él puso su cartera y cadena en la cesta negra junto con su
teléfono y pasó por el enrejado con un censor. En el lado lejano, le
pasaron la vara. Dos veces.

Se vieron muy decepcionados de no haber encontrado nada.

―Estoy buscando la entrada de la cárcel? ―dijo él.


―¿Para prisioneros? ―preguntó la mujer.

―Quiero ver uno, sí.


Por supuesto que quieres, dijeron sus ojos. ―Sube al tercer piso.
Sigue los signos. Te llevarán al siguiente edificio.
―Gracias.
Ahora se vio sorprendida. ―De nada.

Siguiendo sus direcciones, se encontró a sí mismo esperando en


la mesa de registro, frente a cuatro personas en uniformes de sheriff
tecleando peticiones en computadoras.
Él pudo haber mirado su reloj. Si tuviera uno. En vez de eso,
confió en el reloj de la pared detrás de él para tomar el tiempo. A este
ritmo, no podría irse de la ciudad hasta el mediodía.

―¿Max?

Volteó a la voz familiar y sacudió la cabeza. ―Hey hombre.


¿Cómo estás?
Mientras él y el Comisario Ramsey chocaron palmas, el cómo que
quiso explicar la barba y los tatuajes. Pero lo que sea, era un adulto. No
necesitaba rendirle cuentas a nadie.

―Estás aquí para ver a Edward? ―preguntó el comisario.

―Yo, ah, sí, supongo. Sí.

―No tiene muchos visitantes.

―Me estoy largando. De la ciudad. Quería verlo antes de irme, ya


sabes.

―Espera aquí. Déjame ver qué puedo hacer.

―Gracias, hombre.

Max fue a través del suelo de linóleo y aparcó en una hilera de


sillas de plástico. Pero no se recostó y se relajó. Nada de eso, nop. Él
sólo puso sus manos en sus rodillas y pasó el tiempo checando a la otra
gente pasando por ahí. No habia muchos tipo de collar blanco.

Seh, su papá, con toda su mierda de ser de raza fina, no le habría


gustado aquí. Pero de nuevo, William hubiera estado en el sistema
federal, no en éste local. Eso hubiera tenido más clase, sin embargo. No.

Mala suerte que el bastardo fuera asesinado antes de que


golpearan el martillo…
Por una vez, Max no peleó el embate de malos recuerdos, las
instantáneas de argumentos, golpizas, desaprobación… franco odio…
filtrándose por su cerebro como la peor parte de una presentación de
diapositivas. De la manera en la que lo miraba, sin embargo, él nunca
iba a volver a Charlemont después de esto, así que fue la última vez, en
su vida entera, que su padre iba a tener tiempo bajo de su cráneo.

En otras ciudades, en otros climas, en otros usos horarios, sería


mucho más fácil dejar todo lo que lo había lastimado atrás.

Mucho más fácil pretender que cosas malas no le habían pasado.


Desde la esquina de su ojo, vio un dúo de madre e hijo llegar y
ponerse en la línea. El chico era flaco y largirucho, con el cuerpo de puro
cartílago y nada de hueso de un típico chico de dieciséis años. Mamá
tenía la piel gris de un fumador y más tatuajes de los que tenía Max.

Era difícil saber quién estaba replicando más al otro.


Claramente, una pelea.

Cuando el chico finalmente se calló en el infierno, se giró, como si


estuviera contemplando un intento de escape—y ahí fue cuando vio a
Max.

Dios, Max conocía esa rebelión tan bien, esos ojos locos, esa
rutina de arriesgarse por una magulladura. Él había hecho eso. Pero
cuando tu papá te golpeaba con una correa al menos una vez a la
semana, algunas veces porque habías hecho algo, y otras veces porque
él sintió que quería intentar romperte de nuevo, tú hacías una de dos
cosas. Te callabas o enloquecías.
Él eligió ésta última.

Edward escogió la primera.


Ramsey salió del fondo. ―Él te verá. Ven.

Mientras Max se paraba sobre sus pies, ese chico lo miró como si
él fuera alguna clase de estatus al que aspirar, y Max entendió. Si
embarnecías y conseguías tinta, si fruncías el ceño y tenías una luz
malvada en tus ojos, te estabas defendiendo a ti mismo contra no mucha
gente parándose frente a ti…
….como las que habías dejado atrás.

Ese con la correa y la risa, que había disfrutado tu dolor porque lo


hacía sentirse más fuerte.

―Max?
―Lo siento, ―le dijo a Ramsey―. Estoy aquí.

Tuvo la vaga impresión de un número de corredores, y un control


con rejas, y de ahí fue abajo a un vestíbulo con múltiples puertas que
tenían bulbos de luz en jaulas sobre ellas. Dos estaban encendidas. Tres
no lo estaban. Él fue conducido a la última que estaba encendida.
Ramsey abrió la puerta y Max dudó. Había algo en Edward que
siempre lo hizo sentir como un idiota… y no era porque cuando
estuvieron creciendo juntos, él fue frecuentemente, de hecho, un idiota.

La cosa era que, Edward había sido su líder, su jefe, su rey. Y Max
sólo fue el bufón con tendencias psicóticas.

Con todo eso en mente, se forzó a sí mismo a entrar con su


cabeza en alto… pero no se debió de haber molestado. Edward no
estaba mirando la puerta. Estaba sentado con sus manos dobladas en la
mesa y sus ojos en sus dedos.

Ramsey dijo algo y cerró la puerta.

―Así que entiendo que te estás yendo. ―Edward subió la


mirada―. ¿A dónde te diriges?

Pasó un rato antes de que Max pudiera contestar. ―No lo sé. No


aquí. Eso es todo lo que importa.
―Puedo totalmente entender eso.

Max exhaló su tensión y fue a sentarse en el asiento opuesto a su


hermano. Cuando trató de jalar la silla de acero inoxidable, no pudo
moverla.

―Están atornilladas al piso. ―Edward sonrió un poco―. Deduzco


que algunos de mis compañeros reclusos tuvieron problemas
expresando sus emociones. Sin tirar cosas, eso es.

―Yo podré acomodarme aquí.

―Tú lo harás.
Max se exprimió a sí mismo en el asiento, sus rodillas y muslos
chocando en el bajo de la mesa. ―Ésta cosa está atornillada, también.

―No confíes en nadie.


―No es eso de los Expedientes Secretos X.

―¿Lo es?

Hubo un periodo de silencio. ―Edward, necesito decirte algo


antes de irme.

TREINTA Y DOS

Yyyyyyyy es por eso que lo llaman náuseas matutinas, pensó Lizzie


mientras aminoraba la velocidad del vehículo de cuatro ruedas y se inclinaba
hacia un lado para tomar aire. Por, como, la cuarta vez.
Pero estaba decidida a rodear completamente su propiedad.

¿La buena noticia? Que al menos el aire fresco, el sol en su rostro y el


aroma a hierba y a tierra, eran un bálsamo para su alma. Y, además, el cielo
abierto y la soledad ayudaban a transformar la noche anterior, haciendo que lo
que le había parecido una manipulación grotesca del sistema legal cuando
sucedió pareciera más un hermano que quería proteger a su hermana
manteniéndola fuera de los periódicos.

Además, había que pensar en Amelia.

Cuando Lizzie se enderezó y tomó un sorbo de agua de su botella, bajó la


mirada hacia la parte inferior de su vientre. ¿Si ella trajera un niño al mundo
adjunto al nombre de Bradford? Lo último que ella querría era a la familia en las
noticias y en todas las redes sociales, especialmente después de lo que había
sucedido en ese pantano.
Por amor de Dios, Amelia podría regresar a casa para siempre en unos
pocos días, pero incluso si no se quedara en Charlemont, donde quiera que fuera,
sería conocida como la hija de su madre... yupi yupi yupi.
Horrible para un niño.

Lizzie presionó el acelerador y continuó en una curva cerrada pegándose


a la línea del carril. Y mientras avanzaba, buscando árboles caídos, ramas y
postes de cercas, pensó en Amelia a través de los años.
La pobre chica ni siquiera sabía quién era su padre.

Nunca se habló de eso.

Tras superar la cuesta que se encontraba en el extremo norte de su granja,


Lizzie se detuvo y se giró en su asiento. Mientras observaba la tierra que poseía
libre y clara, que había comprado y pagado sola, se dio cuenta… Santa mierda,
ella podría tener a alguien a quien dejarle todo esto.
¿Su hija conocería y amaría la tierra como ella lo hacía? ¿Querría hundir
las manos en la tierra y cultivar las semillas de cosas que alimentarían a los
demás, haciendo que la casa tuviera buen olor y se viera hermosa? ¿Sería él o
ella un artista? Quizás un pintor que encontraría inspiración aquí… o un escritor
que ocuparía muchas horas solitarias ocupadas con un teclado en la sala de estar
delantera.

¿Su hijo se casaría aquí en esta colina? ¿Su hija tendría caballos en el
establo?

Muchas preguntas. Y tantas proyecciones.

Ninguno de los cuales incluía Easterly o a cualquiera del linaje Bradford.

¿Tal vez su hijo llevaría el negocio? Aprendería sobre el bourbon y su


historia, y sentiría pasión por su cuidado y por honrar la tradición de tantos años.

O… querido Dios, ¿y si terminaba como Gin? Ella no creía poder superar


eso.
Las imágenes de la noche anterior volvieron a ella, y luego aparecieron
otras de Lane y Richard Pford en el vestíbulo de Easterly. Lane estaba tan
preocupado por su hermana, tan protector. Y luego estaba su preocupación por
Edward. Su preocupación por Max. Su amor por la señorita Aurora e incluso su
confundida madre.

Y encima de eso estaba ese joven, Damion, el hijo ilegítimo de su padre


con el antiguo administrador de la familia. Lane incluso lo estaba cuidando,
aunque no tenía que hacerlo, asegurándose de que el chico recibiera un trato
justo.

Lane tenía miedo de ser padre. Pero por todo lo que Lizzie sabía sobre él,
iba a ser un buen hombre con su familia, porque ya lo era.

Poniendo la mano sobre su estómago, decidió que iba a contarle lo del


embarazo. Una, porque, Dios no lo permitiera, si perdía el bebé, como sucedía
algunas veces antes del segundo trimestre, quería que al menos supiera lo que
había dentro de ella mientras estaba allí y vivo. Y dos, porque no se merecía ser
engañado como el padre de Amelia, quienquiera que fuera o haya sido.

La familia Bradford tenía un largo historial de problemas con padres e


hijos.
Y estaba segura de que no iba a ser parte de eso.

Edward nunca se había llevado bien con su hermano Max. Sin embargo,
había aprendido a no tomarse esto como algo personal. Max tampoco parecía
llevarse bien con nadie. Entonces, ¿cuándo Ramsey había venido a anunciar que
la oveja negra de la familia se iba de Charlemont y quería verlo justo antes de
marcharse?

Algo le dijo a Edward que esta era la última vez que iba a ver al tipo.

—¿Qué pasa, Max? ¿Qué crees que tengo que escuchar?

Max se frotó la cara. Se acarició la barba. Parecía que iba a vomitar.


Incluso parecía haber un brillo de lágrimas en esos ojos gris pálido, algo
que era completamente inesperado.
Impactado por un impulso que no podía negar, Edward extendió la mano
y apretó su enorme antebrazo. —Está bien. Sea lo que sea, está bien.

—Edward… —la voz de Max se quebró—. Edward, lo siento mucho.


¿Se había enterado del intento de suicidio?

Edward se echó hacia atrás y lamentó profundamente ese tonto intento de


autolesionarse. Lo había querido decir solo en abstracto. Tan pronto como había
visto su sangre fluir de su muñeca, había sabido que no tomaría esa salida tan
cobarde.
Un error, que no se repetiría. Pero seguramente, Max no había escuchado
eso.

Oh, espera, pensó Edward.

En una fracción de segundo el sumó la única suma total que tenía algún
sentido a la luz de este desbordamiento emocional: Era un hombre que luchó con
uñas y dientes para permanecer intacto.
—Ya lo sé, —murmuró Edward.

Max curioseó y frunció el ceño. —¿Qué sabes qué?

—Que William no era mi padre. Eso es lo que has venido a decirme, ¿no
es así? —Como su hermano parecía sorprendido y luego asintió, Edward respiró
hondo—. Bueno, debo decir que tenía mis sospechas. ¿Supongo que estás
diciendo que es verdad?

—Maldita sea, ¿cómo lo supiste?

—Trató de matarme en la selva, —dijo Edward secamente—. Eso es


difícilmente un acto parental incluso para sus muy bajos estándares. Hay más
cosas, sin embargo… él siempre me miraba de manera diferente. No fue amable
con vosotros tres, pero había una luz especial, desagradable en sus ojos que él
reservaba para mí y solo para mí. Literalmente odiaba la respiración de mis
pulmones y que el latido de mi corazón fuera tan profundo, y era así desde el
principio. Mi primer recuerdo fue de él mirándome así.

—Me alegra que esté muerto.


—Yo también.

—Los escuché hablar una noche. Así fue como me enteré, y también fue
por lo que dejé Charlemont cuando lo hice. Debería habértelo dicho, pero no
sabía qué hacer.

—Está bien. No es tu culpa o tu problema. —Edward se inclinó—. ¿Y si


me aceptas un consejo? todavía estás huyendo de él y lo entiendo, pero es
posible que desees reconsiderar el esfuerzo. Escaparte de una trampa que en
realidad no te tiene prisionero no tiene lógica.
Los ojos sombríos de Max se desviaron. —Está metido en mi cabeza. No
puedo… Tengo pesadillas, ¿sabes? Corriendo por esa casa. Él está detrás de mí y
sé lo que hará cuando me atrape, y siempre me atrapa. Él siempre… me atrapa.

—Ya no está pisándote los talones, Max. Simplemente no está. Y con


suerte lo creerás algún día.

Pasó un largo tiempo antes de que Max volviera a levantar la vista. —


Eras un hermano realmente bueno, Edward. Me cuidaste cuando no me lo
merecía. Incluso cuando estaba... ya sabes, lanzando mierda y todo fuera de
control, siempre me defendías. Siempre me hiciste bien. Gracias.

Edward cerró los ojos. —Te merecías algo mejor de lo que recibiste.
Todos lo merecemos. Y todos estamos lisiados. La mía simplemente se muestra
por fuera.

Eso era mentira, en realidad. Él también tenía daños en su cabeza. Pero su


hermano ya tenía suficiente en su conciencia.

Y, sí, tal vez Edward debería seguir su propio consejo sobre dejar ir el
pasado.
Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo.

—Nunca pensé que podría despedirme de ti, —murmuró Max—. O de


cualquiera de vosotros tres. Pero por alguna razón… tenía que verte antes de
irme para siempre.

—No soy de los que critican por cortar los lazos.


—Tú eres la única persona, entonces.

—Los demás simplemente no lo entienden. —Edward se encogió de


hombros—. Sin embargo, no importa que solo estés tú, Max. Encuentra tu
libertad como puedas y vive tu vida lo mejor que puedas. Nos ganamos ese
derecho. Lo ganamos de la manera más difícil en esa casa con él.
Aclarándose la garganta, Edward gruñó y se levantó. Cuando su cuerpo se
tambaleó, tuvo que agarrarse a la mesa.

—¿Vas a estar bien?, —Dijo Max, con los ojos preocupados—. En la casa
grande, las cosas son difíciles.

—Estaré bien.

Mientras mantenía sus brazos abiertos, Max se puso de pie y se acercó.


Cuando se abrazaron, Edward le sostuvo solo por un breve momento, y luego
tuvo que retroceder.
—¿Realmente lo mataste?, —Preguntó Max.

—Por supuesto que sí. ¿Puedes culparme?


Edward cojeó hacia la puerta, pero se detuvo antes de golpearse con ella.
Sin mirar atrás, dijo: —Una cosa, Max. Antes de que te vayas, quiero que hagas
algo por mí, y me temo que no es negociable.

TREINTA Y TRES

Cuando Lane finalmente recibió un mensaje de texto de Lizzie,


diciéndole que venía a Easterly, corrió de vuelta a la mansión desde el Viejo
Sitio y se fue directo hacia su cuarto de baño. Quería verla completamente
afeitado y oliendo a limpio, con un polo sin arrugas y pantalones cortos
planchados, una sonrisa clavada en su rostro.

En otras palabras, lo opuesto a cómo había estado la noche anterior.


Cuando la acorraló para que mintiera por omisión a la policía para
encubrir un tiroteo.

Demonios, tal vez debería decirle que le había revelado todo al policía
después de que ella se hubiera marchado en su camioneta…, y señalar que no era
su culpa que el apellido de su familia lo hubiera librado del lío.

Sí, porque eso iba a ayudar a su caso.


En el baño, tiró su ropa al cesto. Estaban limpias cuando se las puso, pero
su cuerpo no lo había estado así que no se las iba a volver a poner después de la
ducha.

Después de apagar el aire acondicionado central, para no tener escalofríos


al salir, comenzó a dejar correr el agua.
Toalla. Él necesitaba una toalla.

Dirigiéndose al armario alto y delgado, abrió las puertas y buscó…

Una caja cayó al suelo, algo cayendo libre sobre su pie descalzo.
Inclinándose, recogió…

Una prueba de embarazo


—En realidad vine a decírtelo. Es por eso que estoy aquí.

Él se enderezó y miró hacia la puerta. Lizzie estaba de pie entre las


jambas, su cara besada por el sol como si hubiera estado fuera al aire libre, su
cabello rubio suelto sobre sus hombros, su cuerpo resplandeciendo… fuerte.
Saludable. Poderoso.

Parpadeó y miró de vuelta a la caja.


Y luego enganchó una toalla de baño y la envolvió alrededor de sus
caderas.
–Estás…, cuándo lo hiciste… estás… ¿bien?
Mientras miles de cosas pasaban por su mente y su corazón, era un
milagro que pudiera hablar.
—Es por eso que he estado vomitando, —explicó—. Ya sabes, por las
mañanas.

Él podía decir que ella se estaba conteniendo e intentando leer lo que él


estaba pensando. Y él quería responderle, quería dejar a un lado su sorpresa e
incredulidad e ir a abrazarla.

Cuando eso falló, intentó volver a encontrar el valor.


Cualquier cosa.

Dios… ¿embarazada? Ella llevaba un bebé, ¿su bebé?

Lizzie se aclaró la garganta. —Yo, eh, me hice la prueba antes de ayer.


Era una necesidad. Realmente no pensé que fuera así. Cuando, eh, salió positivo,
me sorprendió, y pensé, ya sabes, pensé que podría esperar y lo probaría de
nuevo y vería. Pero…

—Es por eso que me preguntaste si alguna vez había pensado en ser
padre.

—Sí, quiero decir, no lo hemos discutido antes. Y ahora, ya sabes,


realmente tenemos que hacerlo.

—Sí, —dijo—. Deberíamos… hablar al respecto.

Lane se acercó y se sentó en el borde de la bañera. Di algo. Idiota, di


algo, ella está esperando que tú…

—Lo voy a tener, —dijo Lizzie bruscamente—. No importa lo que nos


pase a ti y a mí, voy a tener este bebé.

Él se echó hacia atrás. —¿Qué? Por supuesto que lo harás. Y, nos vamos a
casar…

—¿Vamos? ¿Todavía?
Lane miró fijamente su cara distante. —Sí, por supuesto.
Lizzie frunció el ceño. —No soy Chantal. No hice esto para llevarte al
altar, y lo último que quiero es un marido que esté conmigo por responsabilidad,
no por amor.
Con una repentina prisa, Lane estalló, cruzó la distancia entre ellos, y la
atrajo hacia sí. Cerrando los ojos, se dio cuenta de por qué no había sido capaz
de decir nada, pensar en nada, sentir cualquier tipo de emoción.

Estaba paralizado por un miedo tan profundo que descendió a su alma.

Cuando Max llegó a su destino, dejó la Harley en la calle de nuevo, y


cuando entró en un atrio abierto que ascendía varias plantas, miró a su alrededor
en busca de algún tipo de orientación o…

Recepción. Perfecto.

Él quería ser recibido, muchas gracias. Así él podría terminar con esto.

Cuando se acercó al escritorio, la viejecita de pelo blanco que estaba de


servicio le sonrió. —Bienvenido al Hospital Universitario. ¿Cómo puedo
ayudarte?

Estaba ligeramente sorprendido de que ella fuera tan abierta con él. Por
otra parte, tenía cataratas nublando sus ojos, por lo que probablemente no podía
verlo muy bien.
—Estoy buscando la UCI. Una amiga…, una persona que es…, ella es
familia, realmente. ¿Aurora Toms? Estoy aquí para visitarla.
Porque eso era lo que Edward le había pedido que hiciera.

—Déjame ver si puedo encontrarla para ti. —Hubo algunos lentos,


uniformes toques en un teclado—. Por qué, sí, ella está arriba en la cuarta planta.
Sin embargo, solo permitimos que sean familiares los vean a los pacientes en esa
unidad.
—Soy familia. Soy… uno de sus hijos, en realidad.
Se sintió tan extraño diciendo eso. Y, sin embargo, estaba bien.

—Oh lo siento. Entonces, ha sido un malentendido por mi parte. Usa esos


ascensores, ahí mismo. Verifícalo con el puesto de enfermeras y te acompañarán
a su habitación.
—Gracias.

—De nada.

Arriba en la cuarta planta, hizo lo que le dijeron y fue dirigido hacia abajo
y hacia una habitación que era como un ataúd: Todo era árido, estéril, sin vida…,
inmóvil y silencioso excepto por las señales en los monitores. Y cuando se
acercó a la cabecera de la cama, la señorita Aurora parecía tan pequeña… un
encogido remanente de la mujer poderosa que él recordaba, envuelta como un
bebé en suaves mantas blancas y azules. Tenía los ojos cerrados, y su respiración
no estaba bien, las inhalaciones eran rápidas sacudidas, las exhalaciones largas y
reducidas.

Mirándola fijamente, se tomó un momento para reflexionar sobre su


propio fin, cualquiera que este fuese…, probablemente violento, decidió, y
también pensó en cosas como Dios y el Cielo y el Infierno.

Cuando finalmente habló, lo hizo rápidamente. —Lamento esa vez que


cambié todo tu azúcar en el recipiente con sal. Y cuando traté de hornear ese
pastel hecho de caca de vaca. También, toda esa pintura de látex en el cartón de
leche. Y para cuando estropeé los huevos en el sol y los volví a poner. Y para el
incidente de la lechuga. Ah, y los gusanos.

No había ninguna razón para entrar en los detalles de ninguno de los dos
últimos.
—Desearía que no te estuvieras yendo.

Se sorprendió cuando salió de su boca…, porque era la verdad, y también


porque, ¿qué diablos le importaba? Él también se estaba despidiendo.

—Me preocupo por Lane, ya sabes. —Se sentó al pie de la cama—. Está
muy delgado y siempre ha ido a ti para sentirse mejor. Él realmente te necesita
ahora.

Max miró sus botas y supo que ella no habría aprobado los arañazos. En
realidad, ahora ella habría desaprobado mucho sobre él, pero aún lo habría
amado. No tanto como amaba a Lane, era cierto… aun así, la señorita Aurora
podría haber abrazado a Max y lo habría alimentado y le habría sonreído y
estaba siendo un estúpido, pero no pudo evitarlo.
—¿Recuerdas cuando decidí subir la escalera de la parte trasera de la casa
hasta el techo? Realmente pensé que atar esas dos barras deslizantes, una a la
otra, iba a funcionar. No puedo creer que solo rompiese dos de esas farolas.
Hombre, mi padre estaba enojado. O qué tal cuando puse el aguardiente casero
en el tazón de ponche en la fiesta de Navidad, y esa mujer vomitó sobre el
Secretario de Estado…, ya sabes, habría sido genial en Internet si lo hubieran
tenido en ese entonces. O qué hay de cuando…

Mientras dejaba que su voz fuese a la deriva, él negó con la cabeza. ¿Qué
diablos estoy haciendo aquí, hablando? Esto es una locura…
—Ella puede oírte.

Max se puso rígido y se retorció. Tanesha estaba de pie justo al lado de la


puerta, parecía todo un médico de verdad con esa ropa quirúrgica, y esa bata
blanca, y el estetoscopio alrededor de su cuello. Por otra parte… ¿cuándo
obtienes excelentes calificaciones en la escuela secundaria y la universidad, eras
aceptado en la facultad de medicina de la Universidad de Chicago y te rompías
el culo en tu residencia? Sí, parecías un maldito médico.

—Sabía que entrarías en oncología, dijo él bruscamente.

Tanesha levantó las cejas. —¿Por qué?


—¿Tengo razón?

—Bueno, sí. —Ella se acercó más. —He perdido a mucha gente debido al
cáncer. Supongo que es por eso que me incliné por ello.
—Ambos abuelos, tu tío, el primito que tenía tres años y tu primo
segundo en la universidad.
Tanesha parpadeó. —Eso es. Tienes una memoria tremenda.
Solo por cosas sobre ti, pensó mientras la estudiaba.

—Me sorprende que sigas aquí, —dijo ella—. Pensé que te ibas ayer.
—Me largo justo después de esto. —Echó un vistazo a la señorita Aurora
—. Tenía que decirla adiós.
—Ella lo aprecia, estoy segura. —Tanesha fue al otro lado y verificó los
monitores—. Pero apuesto a que preferiría que te quedaras, ¿no es así, señorita
Toms?

—¿Cómo está tu padre?, —Soltó Max.

Tanesha sonrió y desvió la mirada. —Él es el mismo.


—¿Todavía me odia?

—Él nunca te odió. Simplemente pensó que no eras la pareja adecuada


para mí.

—Porque soy blanco, ¿verdad?

—No, porque eres un gilipollas. No es que mi padre lo expresara con esas


palabras.

Max tuvo que reírse. —Siempre fuiste tan directa.

Con un encogimiento de hombros, ella se sentó al otro lado de la cama.


—Es solo como soy. Tómalo o déjalo.
—¿Estás viendo a alguien?, —preguntó, a pesar de que no tenía derecho a
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hacerlo—. Ya sabes, después de que rompiste con ese modelo de J. Crew …

—No era modelo, era estudiante de ingeniería...

—Quien parecía sacado de un catálogo de venta de pantalones plisados y


mocasines.
—Chad era un tipo muy agradable.

—“Era”, eh. No “es”


—No estoy con nadie, no es que sea de tu incumbencia. La facultad de
medicina y luego la residencia es mucho para compaginar. Además, mi atención
se centra en mis pacientes...
—¿Me extrañas a veces?

Movió sus ojos a otro lado. —No.


—Mentirosa.

—Max, detente. Te vas de todos modos, ¿por qué te importa?

—Es solo de esta manera entre tú y yo…


—Está bien, puedes dejar eso. No hay un “tú y yo” y nunca lo ha habido.
Nunca hemos estado juntos.

—Eso no es verdad, —dijo Max en voz baja—. Y tú lo sabes.

El sonrojo que le teñía las mejillas le indicó que sí, que estaba recordando
exactamente lo mismo que él: todas las veces que los dos se habían escabullido y
habían caído el uno en el otro. Siempre había sido cuando volvían a la ciudad en
el descanso de la universidad, o después, cuando él había estado perdiendo el
tiempo y ella había regresado de la facultad de medicina. Por lo general, había
sucedido después de haber jugado partidos de básquet con sus hermanos…, una
proposición peligrosa porque ¿si esos dos tipos alguna vez hubieran descubierto
lo que sucedía después de que Max y Tanesha se fueran por separado? Habrían
sacado a Max a un callejón y lo habían dejado por muerto.

Aunque eso no era por racismo. Habrían hecho lo mismo con cualquier
pretendiente afroamericano que fuera demasiado estúpido para no sentar la
cabeza y ser un buen novio.

No te metías con su hermanita.

—Quise decir en una relación, —murmuró ella—. Nunca tuvimos una…


—¿Te vas a establecido en Charlemont? —Señaló la habitación del
hospital—. —¿Venir a trabajar aquí? Comprar una casa. Ya sabes, ¿ser un
adulto?
—Mi padre quiere que me quede, pero… no. En realidad, no me
importaría siquiera salir del país. Siempre volveré para ver a mi familia, pero
hay lugares más grandes para estar y ver que Charlemont. —Con una sonrisa
rápida, le hizo un gesto con la cabeza—. ¿Cuándo te creció esa barba?
—¿Te gusta?

—Es… interesante. Pero creo que estás más guapo cuando se puede ver
tu cara... —Ella se detuvo—. No es que note estas cosas.

Él sonrió. —Por supuesto que no.

—¿Qué has estado haciendo estos últimos tres años?


—¿Así que has estado contando cuánto tiempo ha pasado desde que me
viste la última vez?

—En lo más mínimo.

Max sintió que su cuerpo se iluminaba por dentro. —¿Estás segura de


eso? Seguro que ni siquiera me extrañaste un poco.

—Maxwell Baldwine, no eres un gran problema en mi vida.

—No hagas que te llame mentirosa dos veces hoy, vamos. —Mientras la
miraba a través de los párpados, parecía como si quisiera envolver el
estetoscopio alrededor de su cuello y cortar el suministro de aire…, y ¿cuán
caliente era eso? —¿Y en cuanto a lo que estaba haciendo? Solo conduciendo.
Haciendo algún que otro trabajo insignificante. Viendo el país.

—Me sorprendió que te fueras sin decir adiós.

—Tenía que hacerlo. —Se encogió de hombros—. Si te hubiera mirado a


los ojos por última vez, podría haber tenido que quedarme.

Ella parpadeó. —Ahora, ¿por qué tienes que ser así?

—Es la verdad.
Se miraron el uno al otro durante más tiempo. Y luego él susurró: —Por
si sirve de algo, que no es mucho, sé… la única constante en el camino para mí
era acostarme, todas las noches, e imaginarte mientras me dormía. Eres como mi
estrella del norte, ¿sabes? Me seguiste a donde quiera que fuera…, y vas a
continuar haciéndolo.
Hubo un silencio apretado. Y luego ella dijo: —¿Sabes qué es lo que más
odio de ti?

—La barba, lo sé.


—Bueno, ese es mi número dos, en realidad. —Se acercó a él y le puso la
mano en el hombro. Luego ella se echó el pelo hacia atrás—. Realmente odio
más cómo siempre dices exactamente lo correcto… en el momento
equivocado…

—¿Lane?

Al sonido del nombre dicho con voz ronca, ambos miraron a la señorita
Aurora. Sus ojos estaban abiertos y concentrados, y sorprendentemente claros.

TREINTA Y CUATRO

Cuando Lane se puso de pie frente a ella, Lizzie estaba tiesa como una
tabla. De todas las formas, aunque ella había esperado que esto pasara, no
esperaba una ruptura.
Dirigiéndose al Puente Big Five desde Indiana, ella había estado soñando
despierta alternando: primero que, Lane había sentido una alegría instantánea
que, borrando todas sus dudas y recelos, y en el otro, no experimentó nada más
que un alegre vértigo al compartir algo tan íntimo y especial entre ellos.

Ah, todo de color rosa.

Sí, había una razón por la cual las personas disfrutaban de las fantasías.
Convertían el buffet de la vida en un plato a la carta sin nada que se echase a
perder, viscoso ni demasiado cocido en él. Era unos macarrones con queso, la
perfecta costilla al horno y el maíz fresco en la mazorca, todo el tiempo. Con
pastel de chocolate para el postre. Y un vaso de leche helada.
Dios… ella nunca pensó que sentiría la necesidad de tener que apostar
por el territorio del “yo voy a tener a este bebé”.
Cuando Lane retrocedió, ella se preparó para que él empezara con todo
tipo de Esto va a estar bien, lo superaremos juntos, bla, bla, bla…, en otras
palabras, la posición declarada de un buen tipo, en un mal lugar, que estaba
preparado para hacer lo mejor posible.
Porque amaba a la mujer a la que había dejado embarazada por error.

Pero eso no iba a ser suficiente para ella. No con algo como esto.
—Mira, Lane…
—¿Qué pasa si le hago daño?

Las sombrías palabras fueron una sorpresa, ella retrocedió. Y luego se


sorprendió mientras él extendía sus manos, con los ojos clavados en ellas como
si estuviera tratando de leer sus futuras acciones ahí.

En ese momento, el verdadero alcance de lo que había pasado cuando era


niño cristalizó en la mente de Lizzie. Siempre había sabido que William
Baldwine era un hombre malo que había sido cruel con sus hijos…, y que, si
Lane hubiese venido de un ambiente pobre, su simpatía y comprensión, su
anticipación de lo que podría ser un detonante para él, se habría sintonizado
mucho más delicadamente.

De alguna manera, en su mente, el lujo de Easterly y el privilegio que se


les había otorgado a él y a sus hermanos habían amortiguado los contornos del
abuso continuado.

Este momento lo despojó de todo.

Cuando sus ojos aterrorizados se elevaron hacia los de ella, prácticamente


estaba rogando por un bote salvavidas para salir de su pasado. —¿Qué pasa si
soy mi padre?

Lizzie se agarró a sus manos. —Tú no lo eres. Dios mío, Lane, no eres
para nada como él. En absoluto. Serás un maravilloso...

—¿Qué pasa si hundo a nuestro hijo?

Ahora Lizzie lo atrajo hacia ella y lo abrazó fuertemente. Cuando cerró


los ojos, estaba tan enojada con William Baldwine, que podría haber pateado su
tumba.
—No lo harás, Lane. Sé que no lo harás.
—¿Cómo puedes saberlo, sin embargo? ¿Cómo sabes eso?

—Porque te amo, y nunca amaría a un hombre que lastimase a un niño.


Tú no eres así, Lane. Y si no me crees, está bien. Porque el tiempo me va a
demostrar que estoy en lo cierto.

Los brazos de él volvieron a rodearla, y se abrazaron durante tanto


tiempo, sus pies comenzaron a dolerle…, no es que a ella le importara. Estaba
preparada para quedarse aquí por el tiempo que fuera necesario.

—Estoy tan asustado, —dijo en su cabello.

—Y el hecho de que lo estés es simplemente una señal más de que no


eres como tu padre. —Ella le frotó la espalda en círculos lentos—. Va a estar
bien. Solo lo sé. Vamos a tener este bebé, y le vamos a amar y a amarnos el uno
al otro. Y todo va a salir bien, lo prometo.
—Te amo.

Ella cerró los ojos y sintió un gran alivio…, aunque no porque él


estuviera tan afectado. No, ella odiaba eso. Pero este era un paradigma muy
diferente a que él no quisiera tener hijos. Lane iba a luchar por ella y el bebé
porque ese era el hombre que estaba en su interior. Lo había demostrado una y
otra vez, con cada pelota arrojada contra él.
—Yo también te amo, —dijo—. Siempre.

De vuelta en el dormitorio, un teléfono móvil comenzó a sonar, pero


ambos ignoraron el sonido mientras él se enderezaba y se pasaba una mano por
la cara.

—Bien, entonces dime. —Respiró hondo—. ¿Cómo te sientes?

—Mareada. —Ella sonrió—. Pero eso es normal. Se supone que debo


sentirme así.
—¿Y cómo te enteraste? Quiero decir…

—Como dije, hice pis en un palito. —Levantó su dedo índice para


enfatizar ese punto—. Pero no en mi mano. Motivo de orgullo allí. Y esperé
hasta que vi el signo más.

—¿Todo sola?
—Bueno, era privado.
—Desearía haber estado allí para verlo contigo. —Lane tomó su mano—.
Muéstramelo. Quiero hacerlo de nuevo.
—¿Qué?

Él tiró de ella hacia la bañera, donde había dejado la caja. —Hagámoslo


todo de nuevo. Venga. Tengamos ese momento. Hagámoslo.

Lizzie tuvo que reírse. —¿Lo dices en serio?


—Sí, quiero estar ahí cuando lo descubras. Para apoyarte…, y ahora que
he superado la parte del shock y el terror, para, como, animarse. Ya sabes, cosas
de marido.

—Bueno, iba a retomar el tema hoy.

—Así que hagámoslo ahora. −Extrajo la prueba y la abrió−. Hagamos


esto juntos.

Mientras sostenía el palo hacia ella, respiró hondo y se dio cuenta de que
estaba nerviosa. Muchos embarazos se perdían antes de que las mujeres siquiera
supieran que habían concebido. ¿Y si hubiera abortado el bebé?

Ella había estado menos mareada hoy. ¿O era porque ella solo había
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comido pretzels ?

Con su cabeza entrando en espiral, ella asintió. —En realidad, sería genial
tenerte aquí.

—Y quiero estar contigo para todo. Ecografías, citas, compras de ropa de


premamá, para el bebé, dolores en los pies, antojos. Quiero decir, quiero hacer
todo eso.
Estaba claro lo que Lane estaba haciendo, pensó. Sospechaba que la
probabilidad de que él no arruinara la paternidad comenzaría con él siendo un
compañero su apoyo durante el embarazo…, y Lizzie lo tomó como una señal
más de que tenía razón y no tenían nada de qué preocuparse.
—Hagámoslo.

En un rápido giro, ella hizo su trabajo en el palito… limpio y pulcro. Ella


se estaba convirtiendo en una profesional con esto, decidió.

Y luego dejaron el palo en el mostrador y se acercaron al borde de la


bañera.
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Se sentaron allí, rastrearon el tiempo en su Audemars Piguet y se
cogieron de la mano.

—Me encantaría criar a nuestro hijo, al menos parcialmente, en la granja,


—dijo ella.

—Podemos mudarnos allí.


Ella lo miró. —¿Cómo puedes dejar todo esto?

—¿Por qué me quedaría? —Él le apretó la mano y la besó en la boca—.


Mi familia estará en Indiana.
Lizzie comenzó a sonreír. Y luego ella se echó a llorar.

Como si él entendiera por lo que ella estaba pasando, la atrajo hacia su


pecho. —Vas a ser una madre maravillosa. No puedo esperar a que lo veas
también.

Y luego él miró su reloj. —Está bien, es la hora. Vamos, mamá.

Ambos respiraron profundamente, se pusieron de pie y se acercaron al


palo como si fuera una bomba o un regalo de Navidad.

Inclinándose juntos, Lizzie comenzó a sonreír…, solo por mirar a Lane:


tenía los ojos tan abiertos que era probable que se salieran de sus órbitas, y
pareció palidecer un poco.
Pero luego se giró, la levantó y comenzó a girar. —Estamos embarazados.
Vamos a tener un bebé. ¡Vamos, dilo conmigo! ¡Estamos embarazados!

Ella podía decir que él estaba todavía inquieto, pero en el fondo de su


corazón, sabía que todo iba a estar bien. Iba a ser un padre excelente, y le
encantaría ser madre, y estarían juntos en su tierra.

Como una familia.


—¡Vamos a tener un bebé!, —dijo ella en voz alta.

Lane la besó una vez. Y luego otra vez. Y entonces… algo más.
Mientras el teléfono móvil seguía sonando en la otra habitación, Lane la
tendió sobre la gruesa alfombra de piel frente a la bañera. Con manos seguras, se
desnudaron y luego hicieron el amor con una especie de asombro en ambos
lados, una especie de… oh, Dios mío, funcionó, todo el sexo funcionó.

Ellos iban a ser padres.

Y gracioso, pero el prospecto ofrecía una conclusión que Lizzie no había


sido consciente de necesitar.
No importaba lo que sucediera con Easterly, la BBC y el resto de la
familia de Lane, la vida era muy, muy buena para los dos, y con su mutuo amor
y su hijo, se asegurarían de que siguiera así.

TRENTA Y CINCO

Cuando Lane pisó el acelerador del Porsche, tuvo un serio latigazo de


conciencia. No hace más de veinte minutos, había estado haciendo el amor con
Lizzie y aún estaba tratando de acostumbrarse a la increíble idea de que habían
creado un ser humano, una nueva vida, juntos... y ahora él estaba de camino al
hospital, esperando contra todo pronóstico no perder la esperanza de que el
tiempo que había pasado para compartir la alegría con Lizzie no lo hubiera
perdido y llegara a tiempo para dar un adiós que no quería dar.

Deteniéndose frente al hospital, colocó coche en punto muerto y echó el


freno de mano. Lizzie y él salieron y se besaron rápido mientras intercambiaban
lugares.

—Subiré tan pronto como aparque, —dijo mientras se sentaba detrás del
volante.

—Te amo.

—Yo también te amo.

Lane corrió a través de las puertas giratorias y saludó a la recepcionista


mientras ella lo miraba fijamente. —Ya sé a dónde voy. Gracias.

No se molestó en esperar un ascensor. Empujó la puerta para tomar la


escalera y subió de dos en dos las escaleras. Cuando llegó irrumpió en el cuarto
piso, corrió por el pasillo, pasando entre un par de grupos de personas y casi
atropella a un par de niños que estaban jugando en un lado del pasillo, donde no
deberían haber estado.
En la UCI, no perdió el tiempo en el control de enfermería, y nadie lo
detuvo. Todos sabían por qué estaba allí.

¿Qué lo paró? El hecho de que había dos policías afuera de la habitación


de la señorita Aurora. Junto con Max y Tanesha.
—¿Está consciente? —Dijo Lane mientras se acercaba a los dos y su
hermano asentía con la cabeza.

—Sí, —respondió Tanesha mientras se abrazaban rápidamente—, y muy


lúcida. El equipo bajó la dosis de morfina de su tratamiento esta mañana para
tratar de reducir los lapsus de sueño. Y sospecho cual puede ser el motivo.
—¿Qué demonios estás diciendo?

Lane se acercó a la puerta cerrada y alcanzó a abrirla, pero uno de los


oficiales lo detuvo. —Señor, voy a tener que pedirle que se mantenga alejado de
allí…

—Esta podría ser la última vez que mi mamá está consciente, entonces
no, no me quedaré de pie en el pasillo esperando.

Empujando al hombre fuera del camino, tiró de la puerta de cristal


cuando Merrimack levantó la vista del bloc donde estaba escribiendo.

—Bien, —dijo el detective—. Me alegra que estés aquí. Ella ha estado


preguntando por ti.

Lane se acercó a la cama. —¿Mamá?

La señorita Aurora volvió la cabeza lentamente hacia él. Y la sonrisa que


ella le brindó estaba impregnada de alivio, como si acabara de tomar un avión o
un tren a tiempo.
—Hijo mío.

Ella levantó su mano y le indicó que se sentara junto a ella. Y cuando él


cubrió su palma con la suya, sonrió aún más, aunque no pudo aferrarse a la
expresión. Estaba claro que ella estaba sufriendo demasiado.

—Gracias, señora, —dijo suavemente Merrimack—. realmente lo


aprecio.
—Haz lo correcto, joven. —Miró al detective de homicidios—. Sé cómo
tus padres.
—Sí, señora. Yo me ocuparé de todo.

—No lo estropees.

Por un lado, fue una sorpresa encontrar a Merrimack intimidado. ¿por el


otro? Esa era la manera de ser de la señorita Aurora.
—No lo haré, señora. Gracias señora.

Y luego el detective estaba fuera de allí. Por el rabillo del ojo, Lane captó
una impresión rápida de Merrimack hablando con los otros oficiales afuera, pero
rápidamente se olvidó de todo eso.

—Hola, —dijo mientras la señorita Aurora se concentraba en él.

—Llegaste a tiempo. —Su voz ya se estaba desvaneciendo, cerró los ojos


y respiró profundamente—. Justo a tiempo. ¿Tienes mi última voluntad?

—Sí, señora.

—Te asegurarás de que todos…

—Obtienen lo que quieres que tengan.

—El servicio…

—En Charlemont Baptist. Todo está arreglado con el reverendo Nyce.


—Buen chico. —La señorita Aurora se estremeció—. Estoy tan cansada.
Me duele, chico. Estoy cansada de que duela.
Él aclaró su voz. —Tu Señor te está esperando.

—Nuestro Señor. Él es nuestro Señor.


Estuvieron así sentados en silencio juntos por un momento. Lane no
tenía idea de si había pasado un minuto o una hora. Entonces se preocupó.
—Señorita Aurora? ¿Todavía estás conmigo?
—Si niño.

—Voy a tener un bebé.


Eso hizo que esos ojos volvieran a abrirse. —¿Con Lizzie?

—Sí, señora.

—Será mejor que te cases con ella, o te perseguiré.


—Nos vamos a casar.

—En Charlemont Baptist. Así podré vigilar las nupcias.

Estaba en la punta de su lengua decirle que se quedara y los viera por ella
misma, pero eso sería cruel. —En ningún otro lugar que no sea allí, señorita
Aurora.

Ella respiró hondo y se estremeció de nuevo. —Me estaba yendo tan bien.
Y entonces... simplemente me golpeó.
38
—Has pasado por otras crisis de drepanocitosis . Puedes…

—Esta vez no.—

Hubo un período de silencio. —¿Mamá? —Preguntó.

—Todavía estoy aquí, muchacho.

—Nunca me contaste la receta de tu pollo jamaicano—. De repente había


entrado en pánico por todas las cosas que él había dado por sentado que él podría
aprender de ella. Era como si una parte de él se estuviera yendo con ella. —¿Y
qué hay de la receta de galletas batidas- —

—Hay una caja de recetas en el estante, al lado de mi silla. Llama a


Patience si necesitas ayuda. Mi madre nos enseñó a las dos juntas —.

—Desearía que no te fueras—.


—Yo también. Pero mi tiempo se terminó, este es mi momento para
partir. —Sus ojos se abrieron de nuevo—. Cuando te sientas triste, quiero que
recuerdes lo que siempre te dije. El Señor da, el Señor quita. Y te tenía a ti y a
mi fe, así que era rica... más allá de lo posible.
Se encontró parpadeando con fuerza. Y tuvo que aclararse la garganta
antes de poder hablar. —Más allá que significa.
—Será lo mismo para ti. —Tus hijos son la alegría que hace que todo lo
demás sea soportable, y tú eras la mía. Siempre has sido mío, a pesar de que
nacieras de otra.

—Tú eres mi mamá. La única que he tenido.

Mientras las lágrimas rodaban por su rostro, sintió que ella le apretaba la
mano una vez más. Y luego soltó su mano para que él fuera el único que la
agarrara.
Lane se quedó allí por un tiempo más, mirándola respirar. Cuando las
alarmas comenzaron a sonar, él alcanzó un interruptor y apagó el ruido.

Fuera de la puerta de cristal, vio reunirse al personal médico, pero


Tanesha Nyce estaba parada frente al camino y luego estaba sacudiendo su
cabeza, protegiéndolo a él y a su mamá.

—¿Mamá? ¿Todavía estás conmigo?

Esta vez, la señorita Aurora no le respondió.

Por respeto a la familia, Lizzie se mantuvo fuera del camino, dando a las
sobrinas, sobrinos y hermanas y hermanos la oportunidad de estar más cerca de
la puerta. Ahí también había personal médico dando vueltas, pero cuando
Tanesha les explicó que era Lane quien estaba con la señorita Aurora, se habían
retirado después de que las alarmas habían sido silenciadas.

A través del cristal, Lizzie supo el momento en que desapareció la


señorita Aurora. Incluso aunque Lane estaba de espaldas al pasillo, la muerte
estaba en la forma en que sus hombros se desplomaron y bajó la cabeza.

Se quedó allí un poco más, sosteniendo la mano de la mujer.


Luego se levantó y abrió la puerta. Tan pronto como vio a la multitud,
dijo más o menos fuerte, —Se ha ido a casa.
La gente comenzó a llorar y abrazarse, buscando consuelo y dándolo. Y
todos se acercaron a Lane, abrazándolo.
Mientras Lane compartía el dolor, sus ojos demasiado brillantes y de
bordes rojos buscaban y sostenían la mirada de Lizzie sobre las cabezas de los
demás. Parecía haber envejecido un centenar de años.

Cuando finalmente se acercó, se aferraron el uno al otro. Y entonces él se


enderezo.

—Si se trata de una niña, la llamaremos Aurora, —dijo.


La gente se calmó instantáneamente y se calló. Especialmente cuando
Lizzie asintió. —Y si es un niño, será Thomas.

Se hicieron planes, se establecieron arreglos, se manejaron asuntos


prácticos. Y todos trabajaron juntos: no hubo discordias ni sobresaltos, nada
más que una familia y una comunidad que había perdido a uno de sus miembros
más importantes ayudando a honrar la memoria de la mujer.

Lizzie tuvo que excusarse un par de veces, sus molestias de la mañana se


extendieron a la tarde. Y cada vez que volvía, podía sentir que Lane estaba
mirando hacia ella, comprobándola para asegurarse de que ella estaba bien.

Entonces finalmente llegó la hora de partir. Todos se fueron excepto


Max.

Lizzie se sintió incómoda con el hombre. Él era tan distante y hostil,


incluso en medio de la pérdida. Quizás especialmente por eso.

—Entonces, —dijo Lane mientras miraba el vaso.


El personal médico les había dado a todos, un montón de espacio y Lizzie
ciertamente lo agradecía. Por otra parte, sin duda tenían demasiada experiencia
con todo esto, estaban en esta primera etapa del duelo. La pena, se imaginó, era
algo semanal, si no diaria, en la unidad.
—No quiero dejarla, —murmuró Lane—. Solo quiero asegurarme de que
ella sea tratada de acuerdo a lo que hubiese querido, ¿sabes?
—Aquí hay buenas personas. —Lizzie le apretó la mano—. Se
asegurarán de que ella sea tratada con dignidad.

Como si fuera una señal, un afro estadounidense con traje y sombrero en


la mano se acercó rodeando el control de enfermería. —Señor. ¿Baldwine?

—Ah, ¿sí?

—Soy de Browne and Harris Funeral Home. —Ofreció una tarjeta de


negocios hacia él—. Soy el hijo de Bill Browne, Denny. Estoy aquí para
cuidarla, ella lo ha arreglado todo de antemano. Me quedaré con ella todo el
tiempo desde que deje esta habitación hasta cuando ella sea transferida a mi
vehículo. No estará sola, y ella estará recibiendo el mismo respeto que tenía en
vida.
—Oh, gracias a Dios.

Tomando la tarjeta, Lane agarró al tipo y lo arrastró hacia adentro para


darle un fuerte abrazo, y el hombre parecía que estaba acostumbrado a eso,
aceptando el abrazo y devolviéndolo.

—¿Creo que conozco a su hermano, Mike? —Dijo Lane mientras se


separaban—. ¿No fue él a enseñar en Charlemont Country Day?

—Oh sí. Mike todavía está allí. Él es el director ahora.

—Mi sobrina comenzará en otoño como junior.

—¿Quién es ella? ¿Cuál es su nombre?

—Amelia. Amelia Baldwine.

—Le diré a Mike que cuide de ella. —Denny sonrió—. Es una buena
escuela. yo era de la clase de…

—Mi clase, —habló Max—. Estabas en mi clase.


Denny frunció el ceño. Y luego pareció sorprendido. —¿Max?
—Sí, soy yo aquí debajo. —Max dio un paso adelante—. Ha pasado un
tiempo.
—Sí, sí, así es. —Se dieron la mano—. Bien, voy a comenzar el proceso
en el control de enfermería, ¿está bien? Y me llamas en cualquier momento. Si
me envías un mensaje de texto, te daré actualizaciones a medida que avanzan las
cosas para que estés seguro de que todo está bien. La fecha del funeral está ya
lista, ¿estoy en lo cierto?

—Sí, y será enterrada en Kinderhook con su mamá y su papá. —Lane


respiro hondo—. Envíame las facturas. Quiero su propiedad intacta para las
sobrinas y sobrinos de ella, ¿está bien?

—Su hermana fue con ella hace unos tres meses y eligió un ataúd...
Cuando hubo una mirada de duda, Lane frunció el ceño. —Es el más
barato que tienes, ¿no es así? Ella siempre fue tan malditamente sobria —.

—Bueno, estoy seguro de que…

—¿Tienes algo en rojo? ¿U de C roja?

—De hecho, lo hacemos. —Hay muchos fanáticos del baloncesto en esta


ciudad, como ya sabes.

—La quiero en el ataúd más caro y más rojo que tengas—. No me


importa lo que cueste, y si está molesta por eso, puede venir a perseguirme por el
resto de mi vida. De esa forma, no tendré que extrañarla tanto —.

—Sí señor. —Denny hizo una reverencia—. Lo tendrá.

—Gracias. Muchas gracias.

Cuando Denny regresó al control de enfermería, Lane se volvió hacia su


hermano. —Así que...

Justo cuando Lizzie se preguntaba si no debería darles un tiempo a solas,


Max asintió. —Sí, así que voy a marcharme.

—Hay mucho que hacer aquí en Charlemont en este momento. Es posible


que desees permanecer alrededor por un poco más de tiempo. La señorita Aurora
hubiera querido que cantaras para ella, en su servicio. Tienes esa voz que tanto
amaba.
Max se encogió de hombros. —Tienen un coro—. Todo estará bien sin
mí.

Lane negó con la cabeza, pero era obvio que no tenía la energía para
discutir con el chico. —Mantente en contacto. Si puedes.
—Sí. Por supuesto.

Los dos compartieron un abrazo incómodo, y luego Max levantó su


mochila vaquera y se marchó.

—Vamos, —dijo Lane tristemente mientras echaba una última mirada a


través de la puerta de cristal. —Y no puedo conducir a casa. Planeo llorar como
una niña en el asiento del acompañante. Puedo sacarlo todo por un momento o
de lo contrario ese discurso que voy a tener que dar va a matarme.
Lizzie se puso a caminar al mismo paso que él. Y luego tuvo que
mencionarlo.

—¿Esto significa que Edward es libre de volver a casa?

TREINTA Y SEIS

¿El primer pensamiento de Edward? Mientras estaba sentado en la sala


de interrogatorios, él estaba comenzando a pensar en la cárcel como su segundo
hogar.
Maldita sea, ¿por qué demonios tenía que hablar?

Cuando el detective Merrimack se inclinó hacia delante y apoyó los


codos en la mesa, Edward tenía que admitir que la actitud del hombre había sido
de un ochenta. Esperaba verlo con una sonrisa condescendiente por la
investigación. En su lugar, su comportamiento tranquilo y relajado, respaldado
por un sorprendente respeto.

—No quería que hiciera esto, —dijo Edward en el silencio.

Desde más allá en la esquina, Samuel T. estaba mirando todo de cerca. El


abogado había insistido en venir aquí a pesar de que Edward antes lo había
rechazado, no solo la ayuda del hombre, sino la del abogado de la defensa de
oficio del condado, así como varios abogados de gran poder y conocidos a nivel
nacional.
—Sé que no lo hiciste. —Los ojos negros de Merrimack eran decididos,
ya no suspicaces—. Borraste esa grabación de seguridad para protegerla.

—No iba a permitir que ella fuera a la cárcel. No me importaba, todavía


no lo hace, pero debes entender. Mis hermanos y hermanas, pasaron por mucho
en esa casa. Y la señorita Aurora, ella fue la que nos mantuvo a todos en pie.
Lane estaba especialmente unido de ella, y él nunca lo hubiera superado si
hubiera sido enviada a prisión.
—¿Debo concluir que su motivo fue la aventura de tu padre con la esposa
de su hermano?

—La esposa separada. Y sí, eso es lo que ella me dijo.

—Entonces ustedes dos hablaron sobre el asesinato.


—Si lo hicimos. Después de que ese dedo fue encontrado en la tierra,
solo tuve una idea. yo no puedo decirte exactamente por qué. La llamé desde la
granja y le pedí que se reuniera conmigo. Nadie nos vio. Ella me dijo lo que
había pasado, y yo decidí lo que haríamos al respecto. Ella insistió en que no
mentiría, pero yo sabía que no todos quedarían satisfechos sin un acusado. Se lo
expuse así, ella podría dejarme enfrentarme a la situación por ella, o podría ver a
Lane autodestruirse sabiendo que estaba muriendo de cáncer tras las rejas. Le
dije... bueno, digamos que ambos sabemos que Lane no iba a llevar demasiado
bien con eso. Ella vio la lógica. Y así que me encargué.

—Te olvidaste de las cámaras de seguridad en Red&Black.


—¡Claro! —Edward golpeó su sien—. Olvide ese detalle.

—Es realmente difícil librarse de un asesinato.

—Se suponía que debía haber tirado el cuchillo. —Edward cruzó los
brazos sobre su pecho—. Estoy realmente enojado con ella porque no lo hizo.
Pero es lo que es. Así que ¿qué pasa ahora? ¿Me degradan a un accesorio
después del hecho y me quedo en la cárcel por un tiempo? Quiero decir,
obviamente hay muchas pruebas ahora, ¿verdad? ¿Qué obtuvieron del automóvil
y las habitaciones de la señorita Aurora?
—Eso es correcto, sí. —Encontramos sangre y fibras en su maletero,
ambos de su padre y la suya. Fue una lucha para ella forzar el cuerpo dentro y
fuera de allí, y ella se cortó en el proceso. También encontramos unos zapatos
con barro que coincide con muestras del borde del río en su armario. También
había todo tipo de residuos pegados a los bajos de ese coche. Lo que no
encontramos fue cualquier prueba de un tercer implicado en cualquier lugar.
Entonces pensamos que ella actuó sola, aunque me sorprende que tuviera la
fuerza para manipular ese cuerpo.

—Oh, yo no lo estoy. —He visto sus músculos al estar alrededor de


enormes ollas de agua hirviendo y salsa toda mi vida. El cáncer ciertamente la
debilitó, pero ella era tan fuerte, también me dijo que se había puesto rígido
después de morir. Entonces no fue como si estuviera completamente flácido.

—De vuelta a su pregunta sobre lo que sucederá después con usted. —


Merrimack se encogió de hombros—. Depende del fiscal del distrito decidir qué
quiere hacer. Podría ser comprobante, o pueden querer ponerlo como ejemplo.

—Ah, sí, la gente rica se sale con la suya.


—Es un hecho.

—¿Por eso no nos aprecia usted mucho, detective?

Merrimack sonrió por primera vez con naturalidad. —No me gustan los
asesinos. Eso es lo que no me gusta. Pero diré que usted cooperó con la
investigación todo el tiempo, aunque eso fue porque quería que lo arrestaran.

—Tenía mis razones, es verdad.

—Estoy dispuesto a sugerir que obtenga libertad condicional sin fianza.


Estará en mi informe. Usted definitivamente violó la ley, por lo que hay que
investigar y cerrar esa parte del caso, pero si ¿Alguna vez hubo una razón
correcta? La tenía. Ah, y si le dice a alguien que dije eso, lo negaré.

El detective se puso de pie y extendió su mano. —Trataré de hacerle salir


tan pronto como pueda.
—No se preocupe. Más tarde o más temprano. Realmente no importa.

Cuando Edward se inclinó hacia adelante, los puños de su uniforme de


prisión se retiraron y los ojos de Merrimack fueron a la herida que había allí.

—Creo que sí importa, —dijo el detective—. En realidad, importa


mucho. Deberá esperar aquí, ¿está bien?

—¿No voy a volver a la celda?


—No. Cuando le dije que iba a tratar de hacer que saliera rápidamente, lo
dije en serio.
Tres horas más tarde, Edward se estaba vistiendo con la ropa de calle que
había llevaba puesta cuando lo arrestaron después de su confesión. Y, sin
embargo, cuando firmó para coger su cartera y sus llaves, se dijo a sí mismo que
en realidad no iban a dejarlo salir.

Todo esto de la fianza, pendiente de un juicio rápido por cargos como


ocultar pruebas después del hecho, de manipular pruebas y obstrucción de la
justicia, no era lo que tenía en mente. Por otra parte, él realmente no había
querido ser secuestrado en América del sur, convertirse en un lisiado, caer en el
alcoholismo o convertirse en un asesino, tampoco.
Sin embargo, la vida tenía formas de sorprender a la gente.

—Gracias, —dijo mientras cogía sus cosas por debajo de la ventanilla.

Como muchos de los complejos carcelarios, La sala en la que se


encontraba no tenía ninguna decoración, nada más que un largo corredor
inclinado de color crema que dirigía a una persona desde el centro a la salida, en
la que suponía que era su hermano Lane estaba esperándolo detrás de esa puerta
de acero en el otro extremo.

Cómo el tipo había logrado juntar un cuarto de millón de dólares en un


tiempo tan corto, no tenía ni idea. Por otra parte, la colección de joyas de su
madre era algo que valía la pena. Tal vez un prestamista había aceptado un
collar o un anillo como garantía.
—Estás listo, entonces.

Cuando Ramsey habló detrás de él, Edward se giró con sorpresa hacia el
hombre. —Dios mío, Ramsey, para ser un hombre grande, te mueves muy
silenciosamente.
—Años de entrenamiento me han hecho cuidadoso. —El hombre saludo a
la mujer detrás del cristal con un hola—. Y tal vez ya tenía esa habilidad desde el
principio.
Los dos se miraron el uno al otro.
Edward intentó decir algo jocoso. En cambio, su voz se volvió áspera.
—Yo te debo mi vida. No creo que te haya dicho eso antes.
—Lo hiciste, en realidad. En ese momento apenas estabas consciente,
pero lo dijiste.

—Oh. Bueno, te lo diré de nuevo, entonces. Te debo la vida.

—Me alegra que estés fuera de aquí.


—Puede que regrese. Esto podría ser solo momentáneo.

—No lo será. Conozco a tu juez. Ella te tratará bien, justo como lo hizo el
fiscal. Nosotros cuidamos de los nuestros.
—Veremos. Sin embargo, no más cadáveres. Te puedo prometer eso. Lo
del cáncer está fuera de la familia, y el resto de nosotros puede comenzar a sanar
ahora. Cualquiera que sea lo que demonios aparezca.

—Bueno. Y siempre puedes llamarme. La familia de la señorita Aurora es


mi familia.

Cuando los dos se abrazaron, Edward tuvo que sonreír un poco. Fue
como estar envolviendo sus brazos alrededor de un roble.

—Me voy de vuelta al trabajo, entonces, —dijo Ramsey, su amplia y


hermosa cara sonriendo.
—Sé bueno allí fuera.

—Claro.

Edward vio al hombre desaparecer a través de la otra puerta de acero. Y


luego fue como la cosa se cerró y encajó en su sitio, era difícil pensar qué hacer
a continuación. Por otra parte, todo lo que tenía que hacer era subir a un coche.
Ese era un propósito, ¿verdad? Y algo que probablemente podría
manejar. Dando media vuelta, cojeó por el corredor, su pierna mala incluso
estaba peor que de costumbre, todas esas noches sin sueño atrapándolo, su
estómago gruñendo por comida.
Edward tuvo que poner su hombro en la puerta y empujar tan fuerte como
pudo para conseguir abrirla.

Había un largo Mercedes negro esperando en la acera en la oscuridad.


Con una hermosa mujer morena apoyada contra la puerta del lado del conductor
como un jefe.

Llevaba jeans azules y una sudadera azul de la Universidad de Kentucky.

Edward salió y dejó que la puerta de la cárcel se cerrara por sí sola. —


Esa sudadera es una abominación.
—Lo sé. Me la he puesto solo para ti.

Él comenzó a impulsarse hacia adelante. —Sangre roja, ya sabes.


Universidad de Charlemont todo el camino. No puedo soportar a tu equipo.

—Como dije, lo sé. Y todavía estoy enojada contigo, así que este es mi
pasiva-agresiva forma de hacértelo saber.

Dios, odiaba su cojera, especialmente frente a ella. Pero, oh, él podía oler
su perfume, y amaba la forma en que las luces de seguridad en la esquina
posterior de la construcción hacían que su cabello brillara.

Edward se detuvo cuando se acercó a Sutton. —Me rescataste. Aunque


no eres la única.

—Lane llamó, y no puedo decirle que no a tu hermano. Él también me


habló de todo, incluida la muerte de la señorita Aurora, y lo que hiciste por ella.
Quiero decir, es bastante sorprendente lo que estabas dispuesto a pasar por tu
familia...

—Estoy tan enamorado de ti, —dijo con voz gutural—. Sutton, te amo
tanto, muchísimo.

Mientras parpadeaba rápido, como si fuera lo último que esperaba decir,


pero exactamente con lo que había soñado, avanzó cojeando un poco más y puso
sus brazos escuálidos a su alrededor.

—No puedo fingir más, —dijo en su cabello—. No quiero. Hay un


millón de razones para que te subas a tu coche y me dejes ahora mismo, y nunca,
mirar hacia atrás. Hay muchos lugares mejores para ti y mejores personas para ti
que estar con... pero soy egoísta y estoy cansado. Y al diablo con mi orgullo te
amo, y tu si me quieres, soy tuyo, y si no me quieres...
Sutton retrocedió. —Cállate, Baldwine, y bésame.

Edward tomó su cara perfecta entre sus manos e inclinó su cabeza a un


lado. Presionando su boca contra la de ella, la besó por tanto tiempo y tan
profundamente que comenzó a sentir la sensación de ahogo en sus pulmones.
Sin embargo, no le importaba. Él esperó toda una vida para admitir lo que había
sentido todo el tiempo, algo así como que era irrelevante ya que el oxígeno
simplemente no estaba en su radar.

El alivio fue enorme. Y también lo fue la calidez que floreció entre ellos.
Después de mucho, mucho tiempo, él separó sus bocas. —¿Cenamos?

—Sí, en mi sitio favorito en la ciudad.

—¿Intimidad?

—La vamos a necesitar.

Mientras su cuerpo se endurecía aún más para ella, sonrió. —Me gusta la
forma en que piensas. —Pero luego frunció el ceño—. Solo hay una cosa.

—¿Qué es?

—Esa sudadera tiene que irse. —Sacudió la cabeza e hizo un gesto hacia
el logotipo—. Quiero decir, no puedo ver eso. Me está poniendo enfermo.

—¿Bien, adivina qué?

—¿Qué?
Ella se inclinó hacia él. —No llevo nada debajo. Así que si eso estuviera
sucediendo ahora...
Cuando Edward gimió, ella lo golpeó en el trasero. —Sube a mi coche,
Baldwine. Y prepárate. Voy a saltarme cualquier luz roja que aparezca.

Cojeó y abrió su puerta. —Solo un favor, como alguien que acaba


recientemente de salir de la cárcel, puedo decirte que los arreglos para dormir y
comer que hay allí no es a lo que una mujer de tu altura está acostumbrada. Por
lo que es posible que desees cumplir con las leyes de tráfico.
Entraron juntos y ella miró al otro lado del asiento. —Excelente
aclaración.

Poniéndose serio, se llevó el dorso de la mano a los labios y la besó. —


Gracias.

—¿Por rescatarte? Sabes, no estoy segura de que estés al tanto de esto,


pero es algo que está en mi lista de deseos. Entonces podremos verificarlo de
inmediato.
—No, por esperarme.

Sutton también se puso seria. —Estaba tratando de no hacerlo.


—¿Tengo que asestar un golpe a nuestro gobernador? Porque lo haré.
Soy una especie de tipo celoso.

—Dagney es un hombre muy agradable. Pero él siempre supo dónde


estaba mi corazón, y yo también.

Edward sonrió. —Bien, eso significa que puedo ser cortés con él la
próxima vez que lo vea. A diferencia de patearlo en la cabeza.

Sus ojos buscaron en su rostro. —Siempre he sido tuya, Edward. Esa es la


forma en que siempre ha sido.

Mientras la miraba, pensó en todas las cosas por las que había pasado. Y
todos los años que tenía por delante en un cuerpo que no iba a funcionar del todo
bien. Entonces imaginaba despertarse con ella todas las mañanas.
—Soy el hombre más afortunado, lo sé, —susurró.

Después de todo, el dinero podría ir y venir, al igual que la salud y el


bienestar, y el destino era un maestro voluble, seguro.

¿Pero ser amado por el ser que amabas?


Ese era el optimismo en medio de la crisis; era la comida cuando estabas
muriendo de hambre; era el aire cuando no podías respirar, y la luz que te
conducía fuera de la oscuridad.

Todo lo que importaba estaba en los ojos de su mujer, y aunque estaba


roto, ella siempre lo podría tener porque Sutton Smythe lo hacía sentir completo.

TRENTA Y SIETE

Tres días después, Gin recogió a Amelia en el aeropuerto. Y ahora que lo


pienso, era la primera vez que alguna vez había recogido a alguien allí, teniendo
siempre a su disposición a los chóferes con autorización de hacer la firma plus,
ella no estaba familiarizada con las áreas de llegadas comerciales, previas a la
realización de la rutina para uso de jet privado. Ella siguió las señales, sin
embargo, y mantuvo el Phanton a baja velocidad, cuidándose de las personas que
daban algún paseo.

Amelia no estaba en la acera en el primer paseo, por lo que Gin dio la


vuelta nuevamente, y mientras lo hacía, pensó en los últimos días. Richard
Pford cumplió su promesa y firmó los documentos de anulación que Samuel T.
había elaborado, y el hombre le había permitido mantener el anillo, gracias a
Dios.

¿No habría sido ese motivo de una conversación incómoda si no lo


hubiera hecho?

Y Samuel T. aceptó ver a Amelia inmediatamente, suponiendo que eso


fuera lo que su hija quería.
Gin miró el reloj en el salpicadero. Tres de la tarde. Samuel T. había
dicho que ya estaría en su granja, acababa de regresar de un viaje a algún lugar
fuera del pueblo. No había ofrecido voluntariamente la información del lugar en
donde había estado y Gin no había preguntado, pero ella tenía la sensación de
que había estado con una mujer: lo había llamado antes del fin de semana y le
dejó un mensaje cuando no había cogido el teléfono. Le llevó dos días llamar
desde que regresó.
Cuando finalmente hablaron, parecía un poco extraño que ninguno de
ellos hablará sobre lo que había pasado en el pantano con Richard Pford;
específicamente cómo, porque si Samuel T. no hubiera aparecido cuando lo
hizo... las cosas habrían terminado de manera muy diferente.

Aun así, él había sido perfectamente agradable con ella, casi profesional,
y ella se había esforzado por asumir el mismo efecto.

Cuando Gin volvió a pasar por la cubierta de la terminal, Amelia se


acercó a la acera y la saludó, aunque la niña no sonrió.
En realidad, Amelia no sonreía mucho, ¿verdad? Y eso era algo por lo
que llorar, y además sumar como otro problema que había creado y del que Gin
era responsable.

Había tantos de ellos.

En las últimas dos noches, cuando Gin no había estado durmiendo, se


había estado vagando a través de sus fracasos como madre, uno por uno.
Literalmente, cada oportunidad que había perdido había sido revisada, y había
habido una cantidad impresionante de ellos: instancias cuando ella había elegido
salir y divertirse mientras Amelia había estado enferma, o tenía tareas, o había
estado sola en casa. Juegos perdidos y actuaciones. Ocasiones en las que Amelia
había necesitado consejo, guía, una sonrisa o un abrazo, y Gin no tenía tiempo o
no había existido la más mínima atención o había estado completamente
desconectada.

Y cuanto más tiempo Gin rumiaba en los recuerdos, más reconocía que
estos eran remordimientos que ella iba a llevar por el resto de su vida.

Y de esa manera, supuso ella, iba a ser un poco como Edward que cambió
para siempre, aunque sus cicatrices fueron creadas por ella misma y ella las
llevaba de ahora en adelante en el interior.
Al detenerse, dejó el Phanton en el parking y comenzó a salir.

—Lo tengo, —Amelia llamó por encima del ruido de otros coches y
personas—. Solo abre el maletero.
—¿Creo la manilla está en la parte de atrás?

—Correcto.
Gin salió de todos modos y ayudó a Amelia a poner sus dos maletas con
ruedas en el maletero. Luego subieron y Gin las alejó de la acera y pasó sobre el
primero de tres badenes de disminución de velocidad.

—Entonces, ¿cómo estuvo tu vuelo? —Preguntó Gin mientras miraba a


su alrededor para asegurarse de que podría incorporarse de nuevo en el tráfico.

—Bien. —Amelia sacó su teléfono y comenzó a enviar mensajes de texto


—. Me alegra que los finales se hayan terminado. Y envié el resto de mis cosas
a casa. Que le pasó a tu ¿cabeza? ¿Por qué está vendada?
—No es nada. —Gin aclaró su garganta—. Escucha... ¿podrías dejar eso
por un segundo?

Amelia bajó el iPhone y la miró por encima. —¿Qué pasa? Y yo ya sé


sobre el tío Edward ¿Es verdad que está fuera de la cárcel? Quiero decir, y la
señorita Aurora, ¿Me estás tomando el pelo? Es como algo sacado de CSI.
—En realidad, esto se trata de otra cosa. Pero tú y yo hablaremos de todo
eso. Han pasado muchas cosas.

—Demasiadas de hecho.

Cuando llegaron a la autopista, Amelia frunció el ceño. —¿Así que, de


qué quieres hablar?

—Me he divorciado de Richard Pford.

—Gracias Dios. Fue una tormenta total.


—Sí, me temo que mi toma de decisiones no ha sido la mejor a veces. Lo
estoy intentando, compensarlo, sin embargo.
—Bueno, nunca me has recogido antes. Por nada. Así que ahí ya es algo.

—Ah, sí, es verdad. Y, ah, realmente voy a tratar de hacer un montón de


cosas por y para ti. —Gin echó un vistazo y luego se centró en el tráfico—. Entre
ellas... Tú y yo nunca hemos hablado realmente sobre tu padre.
Incluso cuando Gin se dirigió al carril central, estaba muy consciente de
que la chica estaba completamente inmóvil y mirando al otro lado del asiento.
—Quiero ser muy clara aquí, —dijo Gin con el aire repentinamente
espeso—. Fue mala elección no decirle nada a él sobre ti y muy mala decisión no
decirte nada a ti sobre él. Yo…

Mientras las lágrimas amenazaban con salir se aclaró la garganta. —


Nunca me lo perdonaré a mí misma.

—¿Él tampoco sabía de mí?


—No.

—Entonces no era así... que no me quería, —dijo Amelia en voz baja.

Gin extendió la mano y le apretó la mano. —No, en absoluto. Soy la mala


persona aquí, estaba equivocada. No fue tu culpa y no fue su culpa. Y tienes todo
el derecho del mundo para estar realmente enojada por eso nadie lo puede negar.

Amelia tomó su mano y la puso en su regazo. Luego ella se encogió de


hombros. —Es solo que era como era, ¿sabes?

Gin agarró el volante con fuerza. —Creo que mi pregunta para ti sería,
¿Te gustaría conocerlo?

Amelia se echó para atrás. —Me gustaría... ¿cuándo? ¿Dónde?


—Podemos hacerlo ahora, si quieres…

—Sí. Ahora sí. Quiero saberlo ahora.

Gin cerró brevemente los ojos. —Tenía la sensación de que era la forma
en que iba a ser.

—¿Lo conozco?
—Actualmente... —Gin tomó una respiración profunda. —Si lo
conoces…

—¿Preparándote para alguien especial?


Mientras Samuel T. miraba su corbata en la puerta de cristal del
microondas, intentó sonreír en dirección a su administradora. Pero su garganta
estaba seca, sus ojos estaban húmedos, y su aparato digestivo parecía estar a
punto de dejar salir el almuerzo prematuramente.

Era solo una cuestión de cuál sería el momento.

—Ella debe ser alguien realmente especial. —La mujer asintió con la
cabeza hacia la fruta y plato de queso que había hecho—. Quiero decir, ¿para
qué cocines para ella? Guau.
De acuerdo, entonces… lo de cocinar… tal vez estaba llevando las cosas
un poco lejos. Pero solamente tenía desenvolver el queso, lavó las uvas verdes y
39
púrpuras, y tomó la bolsa de las galletas Carr que salieron de la caja. ¿Qué
demonios comían las adolescentes de todas formas?

—Veremos cómo va, —dijo.

—Bueno, agradezco la tarde libre. Tengo algunas compras que hacer.


Adiós por ahora… oh, y los de la tintorería llamaron para decir que habían
sacado la mancha de esos pantalones blancos tuyos. Debes de haber pasado un
buen fin de semana.

—Fue interesante.

—Apuesto a que sí. Que te diviertas. Te veré mañana.

Cuando la mujer salió por la puerta del garaje, Samuel T. volvió a leer el
mensaje que Gin había enviado y volvió a comprobar cuanto tiempo había
pasado.
En cualquier momento, estarían aquí.

Volvió a examinar su corbata en el micro-espejo y luego se dirigió al


porche. Continuando hasta el final por las escaleras, se sentó en los escalones y
se quedó mirando a través de su tierra a la carretera del condado por la que
entrarían.

Su fin de semana había sido interesante. Eso no era mentira, simplemente


no por la razón que su administradora pensaba que había sido. De hecho, fue la
primera vez que no había tomado una copa durante una fiesta, y sabes qué, ese
tipo de experiencia lo cambió todo. Resultó que sus amigos no eran tan
divertidos cuando eras el único sobrio. Y Prescott lo había sorprendido aún más
demostrando ser una persona mucho más completa de lo que había esperado.
Ella era una corredora de maratón, clásica, y la razón por la que ella se había
fijado en sus colinas como lo había hecho después de esa primera noche era
porque realmente era una cazadora de zorros y había estado preguntándole si él
podría estar dispuesto a que su club utilizara sus tierras en otoño pagando un
alquiler.

¿Esa mancha de vino?


Un camarero había tropezado en la esquina de una alfombra y había
tirado un vaso de Pinot Noir en el muslo de Samuel T.

Prescott quería que durmieran juntos, pero estuvieron en habitaciones


separadas, y no solo porque no tenía ganas de tener relaciones sexuales con
nadie. Él se quedó despierto toda la noche, ambas noches, tratando de recordar
lo que sus padres habían hecho bien con él durante todos esos años. Y luego
había revisado cómo otras personas que se había planteado eran seres humanos
decentes habían podido acercarse a ciertas cosas.

Él había leído artículos en Internet.

Vio episodios de Full House y Home Improvement, porque él no había


sido un aficionado a la televisión y por lo tanto no tenía idea de qué espectáculos
familiares contemporáneos eran buenos de ver, y esos dos habían sido lo que
estaba cuando era un adolescente.
Sin Facebook en ese momento. O teléfonos móviles. O Twitter, insta…

Sí, esos shows tal vez no fueron muy relevantes como resultado. Pero
entonces una vez más, lo habían salvado durante el lapsus de insomnio de cuatro
a seis de la mañana cuando había estado como con muerte cerebral de todos
modos.

Esta reunión de hoy, con Amelia estaba sucediendo antes de lo que él


pensaba que lo haría, y deseó haber tenido más tiempo para prepararse. Por otra
parte, con la forma en que se estaba sintiendo en este momento, podría haber
tenido otros veinte años y seguiría sintiéndose así y sentía que tenía la cabeza
bien cargada…
En la carretera del condado, un gran descapotable con una gran cilindrada
ralentizaba la velocidad y luego se volvió hacia el camino de árboles.

Cuando el Phanton venía cruzando lentamente el camino de grava, con


una nube de polvo fino dejada en su estela, Samuel T. buscó a tientas en el
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bolsillo de su traje y sacó otro Tums y lo puso en su boca.

Mala idea. ¿Tiza y boca seca?

Como sea, demasiado tarde para arreglarlo, pensó mientras se ponía de


pie y bajaba sobre la hierba. En lo alto, el sol brillaba magníficamente, el cielo
era de un azul brillante, y bajo sus pies, el césped era verde lleno de tréboles.
Una brisa ligera soplaba sobre el pasto azul, y los pájaros cantaban en los
árboles.

El Phanton se detuvo a la mitad del círculo frente a la granja y ambas


puertas se abrieron al mismo tiempo.

Cuando Amelia bajó, ella lo miró fijamente, con expresión cautelosa y los
ojos entrecerrados.
El corazón de Samuel T. latía tan fuerte que estaba mareado mientras
caminaba hacia ella. Y aparte de una rápida mirada a Gin, no quitó su visión de
la chica.

Con pasos largos, Amelia también avanzó, encontrándose con él a medio


camino sola, Gin parecía saber, por una vez, que las cosas no eran sobre ella.

Se detuvieron a unos cinco pies entre ellos.


—Hola, —dijo—. Yo, ah, soy Samuel Theodore Lodge…

—Lo sé. —Amelia asintió por encima de su hombro—. Ella me lo dijo,


quiero decir, sé de usted algunas cosas.
Se miraron el uno al otro.

—Eres alto, —dijo la niña—. ¿De ahí es de donde saco esto?


Él miró sus largas piernas. —¿Si probablemente? Y nuestro pelo es...
—Del mismo color.

—¿Te gusta la mayonesa? —Espetó.

—Oh, Dios, no. No no no.


Él se rio un poco. —¿Mi padre? Él tampoco puede soportarlo. Su
hermano era igual. Él me dio eso.

—Todo el mundo pone eso en todo.

—Increíblemente repugnante.

—¿Estás bien? Sé que esto es extraño, pero ¿tienes problemas con los
tres?

—¿Se te tiran encima también?

—¡Todo el tiempo! Soy, ¿quién más se ocupa de esto?

—Números de teléfono, ¿verdad? ¿Ingresos? Espera hasta que comience


a pagar los almuerzos y cenas. Es un dolor de cabeza.

Cayeron en silencio. Después de un minuto, hizo un gesto sobre su


hombro. —Quieres hacer, ah… ¿vienes? Quiero decir, sé que has estado
viajando y todo. Pero tal vez podría mostrarte algunas fotografías de tu... mi
familia. ¿Mi lado? Y, ah, la casa tiene algunas habitaciones escondidas que
están... Estoy balbuceando. Digo hacer algo con lo que te sientas cómoda.
Probablemente tengas un montón de amigos con los que reunirte. Sé que eso es
lo que hice cuando llegué a casa de la escuela.

Se preparó para que volviera al coche y lo dejara atrás, y se recordó a sí


mismo que no debía tomar las cosas de forma personal. Ella era casi una
desconocida.

—¿Este lugar está embrujado?


—Umm, en realidad, sí. He visto dos fantasmas algunas personas dicen
que hay más, pero solo he visto dos.

—Es hermoso. —Sus ojos se aferraron a la línea del techo que sobresalía
sobre el frente de la granja. El decorado en el porche—. Quiero decir, es tan
perfecto.

Samuel T. tuvo que parpadear con fuerza. Una pequeña parte de él habría
muerto en ese momento si ella hubiera encontrado su legado como un patético
segundo violín comparado con la grandeza de Easterly.

Amelia se giró hacia Gin. —Me quedaré. Te llamaré más tarde, a menos
que... ¿Puedes llevarme a casa cuando hayamos terminado?
Samuel T. respiro rápido e intentó hacer que pareciera que sus alergias
estaban afectándolo. —Absolutamente.

—¿En tu descapotable? Creo que es el auto más genial que he visto en mi


vida. Es totalmente James Bond.

Y luego ella entró a su casa, su cabello largo y ondulado rebotando sobre


su espalda, brillando bajo sol.

Samuel T. miró a Gin. Ella lo miró... arruinada, su cara abatida, sus ojos
fosas de dolor. Él no sabía si estaba de luto por sus pecados, o era miedo de
perder a la chica, o... aterrada de que ella iba a estar en la temporada tan pasada
de moda como cuando la fortuna de su familia se redujo.

Pero nada de eso era su preocupación.

—La llevaré de vuelta, —dijo—. Y te enviaré un mensaje de texto si se


quiere quedar para la cena.

Esperaba que Gin tratara de atraerlo por su estado emocional. Esa


siempre había sido su especialidad antes.

En cambio, ella asintió. —Gracias. Muchas gracias.


Volvió a los Rolls como una anciana.

Él no la vio irse. En cambio, subió al porche y sonrió mientras se


encontró a Amelia en la plataforma llena de hamacas.
—¡Esto es increíble! —Dijo la chica mientras se balanceaba de un lado a
otro.

Samuel T. asintió. —Sabes, ese es mi lugar favorito también. —Tuvo que


sonreír—. Solía dormir aquí cuando tenía tu edad. Ahora que heredé esta casa de
mis padres, debería hacer eso de nuevo, eh.

—¿Una persona puede dormir aquí?

—La mosquitera mantiene a los insectos bajo control. Y es realmente


tranquilo. Pacífico.
Amelia miró por encima a la tierra. Después de un momento, ella
preguntó: —¿Puedo pintar esto alguna vez?

Samuel T. respiró profundo y entrecortado. Había esperado sentir


curiosidad y nerviosismo.
Pero nunca se había dado cuenta de que él querría mantenerla tanto como
lo hizo: su hija, su propia carne y sangre, estaba sentada en su porche, haciendo
lo que él había hecho cuando la casa había sido la de su padre y la de su madre.

—Cada vez que quieras, —dijo en una voz que se rompió—. Puedes
venir aquí y pintar esa vista... cuando quieras.

TRENTA Y OCHO

—Está bien, así que aquí están nuestros tres montones.


Al otro lado de la oficina del CEO en el centro de negocios, Lizzie
comenzó a lanzar como Vanna White, los montones de documentos en la mesa
de conferencias, y Lane se recostó en el sillón de su padre y puso los pies sobre
el escritorio de William.

Era el final de otro día largo. Después de una serie de días incluso más
largos. Pero ¿una cosa que él había aprendido? Con Lizzie a su lado, podría
superar cualquier cosa.

—Golpéame, —dijo mientras sonreía.

Con un giro de las caderas y un pase de su elegante brazo, ella hizo un


gesto sobre la colección de la izquierda —Estos son los perdedores que están
causando problemas actualmente, o que pronto los estarán causando.
Era deprimente reconocer que esa categoría tenía el mayor número de
carpetas, y se frotó los ojos cansados. Jeff estaba ahora en un avión de regreso a
Charlemont, volviendo a casa después de haber intentado negociar acuerdos con
siete bancos. Había tenido éxito con dos, seguía persuadiendo a cuatro, y había
fallado con uno. Y oh, había otros diez por ahí que iba a tener que visitar en los
siguientes, cuatro o cinco días.
Sin presión.
—Nuestro próximo grupo es el grupo aún menos merecido. —Mientras
Lizzie hacía un movimiento circular alrededor de esos documentos, sus ojos
siguieron el movimiento de su cuerpo. Para el guion ella movía su cintura y puso
la curva de su pecho debajo de ese grupo.
Lizzie puso su rostro en su línea de visión. Y la sonrisa que lucía era la
cosa más bonita y más sexy que había visto.

—Vamos a concentrarnos, ¿de acuerdo?

—¿Cuándo puedo tenerte?


—Sé un buen chico, supera esto, y puedes tenerme en esta oficina… hasta
la cena.

—¿Podemos saltarnos la cena?


—No.— Ella le dio un ligero golpe en su cadera. —Pero tienes toda la
noche después de eso también.

Las cosas habían sido increíbles, una nueva profundidad y compromiso


brotando, entre ellos, sin palabras y poderoso: habían estado pasando las horas
de la madrugada envueltos en los brazos del otro, hablando del futuro, del
pasado, llevando todo a un nuevo nivel, incluso habían elegido una fecha para la
boda.

21 de junio. El día más largo del año. El que tiene más sol y menos
oscuridad, una buena manera, pensaron, de comenzar el futuro juntos.

Iba a ser una ceremonia muy discreta e informal en Charlemont Baptist,


solo con la familia más cercana. Sus padres venían a pasar una semana, y Lane
realmente estaba deseando pasar tiempo con ellos. Y luego se iban de luna de
miel al estado de Nueva York para poder conocer su escuela secundaria y visitar
sus viejos amigos del lugar en Cornell. Ella pensó que le contaría a su familia lo
del bebé entonces, después de que pasara la boda, un poco más adelante.

Su gente más lo sabían por lo que había dicho fuera de la habitación de la


señorita Aurora en la UCI.
También habían hablado de cosas mucho más difíciles, como la muerte de
su madre, y la revelación de Max sobre Edward y la preocupación de Lane por el
negocio. Y también por sus temores sobre dar a luz y criar a un niño que nunca
podría escapar del nombre de Bradford.

Pero si el tema era ligero o pesado, triste o alegre, él sabía que ninguno de
ellos volvería a estar solo de nuevo.
—Y esta es nuestra última pila. —Señaló al montón más pequeño—.
Estos son los que no se sabe de qué van.

—Greta odia esos.

Lizzie asintió. —Ella los odia completamente.


Luego, una a una, ella recogió vainas con grapas de papel que habían
puesto frente a las pilas. —Aquí están las tablas de Greta. A cada uno de los
grupos de papeles se le ha asignado un número y se ha organizado por fecha,
nombre de la empresa, participación, valoración, si pudiera encontrar una sola
deuda y prestamista.

—Ella es asombrosa.

—Su esposo la está haciendo tomarse un tiempo libre para su aniversario


y él casi tuvo que arrastrarla al avión. Creo que durará cuarenta y ocho horas y
luego ella va a hacer que vuelva volando de Captiva. No quiere que nadie más
toque sus papeles o toqueteé con su ordenador.

Lane echó un vistazo a los armarios detrás del escritorio. Después de


romperlos y abrirlos, había encontrado un montón de documentos que habían
sido arrojados sin ningún control allí, olvidados y desorganizados.

Greta había ayudado más que ninguna otra persona en esta ocasión.

Gracias a Dios. Poniéndose de pie, Lane cruzó la gruesa alfombra hacia


no sabía dónde. —Entonces, en el improbable caso de que haya activos para dar
un golpe de Estado, están aquí. Porque todos los demás negocios se habían
arruinado o no existían.

—Sí, ahí es donde estamos.


Tomó la hoja de cálculo que detallaba las incógnitas. Echando un vistazo
a la lista, sacudió la cabeza. —Nunca antes había oído hablar sobre estas
entidades bancarias.
—Puedo ayudar a tratar de investigarlos más a fondo. Greta se centró en
los bancos y empresas más emergentes. Pero estoy segura, bueno, me temo, de
que hay más malas noticias detrás de todo esto.
—Sí, quiero decir, ¿Tricksey, Inc.? ¿Fuera de California? ¿Qué demonios
es eso?

—¿Realmente queremos saberlo?

—Mierda. —Puso las páginas de los papeles boca abajo—. Y mientras


tanto, necesitamos a Jeff en la sede, pero está atrapado en el vuelo. No sé cómo
podemos tenerlo a él dirigiendo la compañía mientras persigue va arreglando
estos pleitos.
—Al menos él disfruta con esto.

—Está muy feliz, de una manera enfermiza. —Es un agente de bolsa


increíble. Él ama las negociaciones, desentrañando números y estadísticas.
Prefiere preferiría estar haciendo eso... que dirigir la compañía de bourbon.
Lane pensó en la nueva cepa de levadura que Mack había desarrollado.
Él había estado muy seguro sobre ese tema, no trabajar en ello, seguramente
fuera un error. Pero el instinto, una fuerte convicción en el centro de su pecho,
seguía apareciendo con un gran “No” en la venta de la patente. Era como regalar
el futuro de la empresa por unos centavos de dólar, porque si Mack tenía razón…
Tenían una mina de oro en sus manos.

En su interior, era lo opuesto a Jeff, un fabricante de bourbon, no un


empresario.

—Sabes, —apostó Lizzie—, hay una solución potencial al problema de


Jeff.
—¿De Verdad? Dime.

Fuera del Red & Black, Edward se inclinó sobre la escoba, mientras la
empujaba él barría por el pasillo principal del granero B. A medida que
avanzaba, atrapando heno, hojas y montones de tierra pisoteada por las pezuñas,
se balanceaba al compás de la música que había conectado y sonaba por los
altavoces situados por encima de la cabeza.
Frank Sinatra estaba cantando sobre volar a la luna, y Edward estaba
cantando siguiendo la música.

De vez en cuando, un hocico salía y resoplaba sobre su camisa de trabajo


y sus hombros doloridos. Él se detenía, cantaba un par de compases y luego
continuaba.

Y sabía que a continuación venía la caballeriza de Neb porque su grande,


negro, y temperamental semental pateó su puerta lo suficientemente fuerte como
para sacudir todo el granero. Entonces el Pura sangre parecía sonreír astutamente
mientras extendía su cuello, no por un bocado, sino para usar la camisa de
Edward como pañuelo.

Una explosión caliente salió de esas fosas nasales cuando el bastardo


estornudó deliberadamente sobre Edward. Después de lo cual Neb echó su
cabeza hacia arriba y hacia abajo, la crin negra ondulando mientras parecía como
si se estuviera riendo.

—Eres un dolor en el culo.

El semental relinchó.

—Sí, volverán en cualquier momento de su viaje, y podrías ir con ellos en


el camino, pero no tienes modales porque te criaron en un granero.

Se enfrentaron, mirándose el uno al otro, y luego el semental bajó la


cabeza. Que era la señal para que Edward le acariciara debajo de esa barbilla.

Cuando esos grandes ojos se le miraron felices, el sonido de unos cascos


que se acercaban atrajo la atención de los dos hacia la puerta abierta al final del
granero.

Edward sintió una sonrisa extenderse por su rostro, y no se molestó en


ocultarlo. A través del campo abierto, en un buen momento, Sutton y Shelby
llegaron a galope hacia la casa en un par de yeguas con zancadas tan largas como
campos de fútbol y la cabeza revelando la característica estructura de la línea
venerable de Neb.
Ambas mujeres tiraron de las riendas al mismo tiempo, sus caballos
redujeron al trote y luego al paso.

Poniendo la escoba contra el puesto de Neb, Edward salió cojeando hacia


la escena al sol, su pie malo obstaculizaba su progreso, pero no su estado de
ánimo.

—Se ven bien, señoras, —dijo mientras salía a la luz dorada—.


¿Tuvisteis un buen paseo?

—El mejor. —Sutton sonrió a Shelby—. Me encanta esa explanada en el


valle.
—También es mi favorita. —Shelby sacó fácilmente los pies de su
montura—. Pero yo creo que aquí Miss Red tiene todavía más gasolina en el
tanque. ¿Podría llevarla al norte pastar?

—Suena adorable. —Sutton dio unas palmaditas en el grácil cuello de su


caballo—. Voy a caminar fuera con Stacy y luego la llevaré arriba.
—Sí, señora. ¿Mañana?

—¿Después del trabajo estaría bien? Tengo una reunión importante a las
seis. ¿Puedo estar aquí a las ¿siete menos cuarto?

—Los tendré ensillados y listos para el paseo.

Mientras Shelby acariciaba suavemente la cabeza de la señorita Red y


galopaban por la tierra, Sutton desmontó y comenzó a caminar junto Stacy en
círculos. —Estar aquí es maravilloso. Y Shelby es una verdadera experta en esto.
—Es hija del mejor entrenador de caballos que he conocido.

—¿Es verdad que está saliendo con el hijo de Moe, Joey? Ella me ha
estado hablando de él.

—Seguro que es amor de cachorros. —Edward se movió hacia un fardo


de heno y lentamente lo bajó—. Creo que es un buen partido.

—Ella parece realmente feliz.


—Ella se lo merece. Ha sido un camino difícil. Ya es hora de que algo
sea suyo.

Mientras Sutton le sonreía, los rubíes que brillaban en sus orejas lo


hicieron amarla incluso más de lo que ya lo hacía. Aquí estaba en jeans de un
dólar y la camiseta de Hanes de tres dólares, su cara libre de maquillaje, su
cabello suelto alrededor de sus hombros... y todavía tenía sus pendientes puestos.

Habían pasado las últimas noches en la pequeña cabaña del guarda,


haciendo el amor en la cama doble, despertando envueltos el uno en brazos del
otro. Por las mañanas, ella se había ido a la ciudad a las seis de la mañana, así
que ella tuvo tiempo para vestirse y desayunar con su padre. Y luego regresó a
la granja alrededor de las seis y él hacia la cena, y se sentaron en su silla y vieron
la mala programación de la TV.

Sin duda, podría verse alegremente pasando el resto de su vida viviendo


como en estos últimos días una y otra y otra vez, como Bill Murray en El día de
la Marmota.

—Te ves hermosa con ese caballo.

Sutton le sonrió. —Creo que eres parcialmente objetivo.


—Precisamente es más como... —Cuando escuchó que algunos de los
caballos relinchaban, se giró y vio a los visitantes—. ¿Lane?

Edward luchó para ponerse de pie cuando llegaron su hermano y Lizzie


King por el pasillo. —Vaya, cómo estáis chicos, en realidad, el semental no está
muy acuerdo para quedarse bien al otro lado. Está bien.

Edward tuvo que dejar que los dos se acercaran a él, pero cuando lo
hicieron, se abrazó a los dos. —Perdón por haceros caminar, pero no puedo
moverme demasiado bien.
—Te ves bien, viejo, —dijo Lane—. ¡Oye, Sutton!

Sutton saludó mientras ella continuaba caminando junto a Stacy. —¡Hola


chicos! ¡Estoy tan contenta de veros! Me estoy enfriando aquí. Dadme otros
cinco minutos.

Lizzie saludó también y luego negó con la cabeza mirando a Stacy. —


Santo Dios, eso sí que es un hermoso caballo.
—¿No es hermosa? Y una dama, también.

—Entonces, —dijo Edward mientras volvía a sentarse sobre el fardo de


heno—. ¿Qué os trae por estas tierras? Si estáis buscando un buen vaso de
limonada, podemos ir a la cabaña.

Cuando Lane se acomodó contra el costado del establo, fue imposible no


darse cuenta que ahora era un hombre, mientras estaba parado allí, mirando
hacia el prado. Se fue el efecto playboy. En su lugar, era un adulto más
tranquilo, más castigado, y luego estaba Lizzie, la verdadera compañera del
hombre, la responsable, más que cualquier otra cosa, de su transformación.

El amor de una buena mujer era la salvación de un hombre cuando estaba


sin rumbo.

Edward lo sabía muy bien.

El silencio continuó por tanto tiempo que Sutton terminó de apaciguar a


Stacy y trajo a la yegua para arreglarla.

El ruido de esas pezuñas herradas se detuvo mientras atravesaba hacia la


zona de limpieza, y Sutton cambió hábilmente la brida por un cabestro y aseguró
la cabeza de la pura sangre. Luego utilizó la manguera de agua caliente, y la
yegua acepto el aseo porque sintió que ella era una de las personas que la amaba.
Y Lane continuaba sin decir nada.

Cuando Lizzie se acercó para ayudar con el caballo, Edward miró a su


hermano. —Sácalo afuera. Qué pasa.

Lane se inclinó y recogió un pedazo de heno del fardo que estaba a su


lado. Poniéndolo entre sus dientes, masticó la base para que la punta que
sobresalía delante de él bailara.

Cuando el tipo finalmente lo miró, sus ojos estaban muy serios. —Te
necesito, vuelve.
Edward enderezó su torso. Y luego, con voz lenta, dijo: —No estás
hablando de Easterly, ¿verdad?
—No, no allí. Quiero que vuelvas y seas CEO. Lane levantó la palma de
la mano. Y antes de que te cierres, esta es la situación, soy presidente del
consejo, y puedo hacer ese trabajo, Jeff es un hombre increíble, pero tenemos
una deuda seria que debemos negociar, y eso está consumiendo todo su tiempo.
No soy ningún profesional de CEO. Yo no sé cómo dirigir una empresa como la
BBC. Tú si sabes. Has invertido toda tu vida preparándote para hacerlo.
Demonios, conoces todos los rincones de los negocios, no solo los nuestros, sino
de nuestros competidores. Eres la persona adecuada para el trabajo y, además,
creo que debes hacerlo por ti mismo.

—Oh, lo hago, eh, —murmuró Edward.

—Significa que ganaste. Tienes lo que no quería que tuvieras. Lo que


intentó te mintió y confundió.
No hay razón para definir el “él” en eso verdad.

Edward movió rígidamente su cuerpo para poder ver a Sutton sin


estirarse. Se había detenido con la manguera y lo miraba fijamente, sus ojos de
par en par como si hubiera escuchado la pregunta.

—Necesito algo de tiempo. No puedo darte una respuesta en este


momento, —dijo Edward—. Tengo que meditarlo interiormente primero.

—Te necesitamos. —Lane arrojó el tallo de heno—. Es hora de hacer


algo o romper con todo, y tú eres la clave de la estrategia.

Después de que Lizzie y Lane se marcharan, Edward y Sutton volvieron a


la cabaña del guarda. Mientras ella les servía limonada en la estrecha cocina, él
se acomodó en su sillón, sintiendo más y más dolor aún más de lo que había
sentido desde que salió de la cárcel.
Cuando ella le tendió su vaso, se sentó con las piernas cruzadas en el
suelo frente a él.

—¿Qué piensas? —Dijo.


Ella no dudó, pero ese era su camino. —Lane tiene razón. Has gastado
toda la vida preparándote para ese trabajo.
—No me importa la compañía ahora mismo. Me refiero a ti y a mí.
Sutton miró su limonada y pensó en la última vez que compartieron un
vaso. Había sido cuando él la había obligado a irse, justo antes de que él se
pusiera a si mismo entre rejas.

Y ahora estaban aquí.

—Bueno, siempre hemos sido competidores, —dijo—. Antes, ya sabes,


de ahora.
—Si me cuesta lo nuestro, no voy a hacerlo.

Ella lo miró, aturdida. —Es la compañía de tu familia, Edward.


—Y tú eres mi vida. No hay comparación para mí. Estoy feliz de vivir
aquí en la granja, siendo nada más que tu esposo en casa. O quedarme en tu casa
contigo y tu padre. No estoy... buscando llenar cualquier agujero. Lane estará
bien, asumo el trabajo y en algunos niveles, creo que he “ganado”. Pero William
Baldwine ni siquiera era pariente mío. Era solo una pieza malvada que atornilló
a todos los que se cruzaron en su camino. No tengo ningún asunto pendiente que
resolver con él, porque estoy en paz ahora.

Sutton se sentó sobre sus rodillas y lo besó. —Nunca te he amado más de


lo que lo hago en este momento.

Deslizando una mano por la parte posterior de su cuello, sonrió. —Y tú


me amaste mucho anoche.

El leve sonrojo que golpeó sus mejillas era encantador. Pero luego ella se
puso seria y se recostó en el suelo.
Su voz se volvió fuerte y directa. —Hay problemas de propiedad que
tendremos que nunca serás capaz de discutir, y hay estrategias que
desarrollaremos en respuesta directa a las condiciones competitivas del mercado
que podrían poner en peligro la salud de la posición de la otra persona. Somos
dos generales, en diferentes lados del campo de batalla. ¿Podremos vivir con
eso?
—No lo sé. La cuestión es, ¿vale la pena averiguarlo?
Ambos estuvieron en silencio por un tiempo.

—¿Sabes qué, Edward?


—Dime mi amor.

—Creo que necesitas hacer bourbon. —Sonrió lentamente—. Creo que


necesitas verte y ponerte nuevamente tu traje de negocios, y venir a tratar
conmigo en el mercado. Hagámoslo. Es la forma en que comenzamos, y si hay
dos personas en el planeta que puede hacer que esto funcione…

Él comenzó a asentir. —Somos tú y yo.


—No va a ser fácil.

—No, no lo será. —Miró hacia abajo a su cuerpo—. Por un lado, todavía


no puedo moverme con facilidad ni ágilmente, y esos días son largos.
—Puedes hacer mucho desde casa.

—Principalmente... sí estoy en el centro de negocios de mi padre en lugar


de en el centro de la ciudad, siempre podría quedarme en Easterly si fuera
necesario. Y podría pasar las noches contigo en tu casa, después de todo, la
granja se funciona bien, con Moe, Shelby y Joey. No los dejaría en la estacada.

—Vienes de una larga lista de fabricantes de bourbon, —dijo Sutton—. Y


yo también. Está en nuestra sangre. Es lo que hacemos y quienes somos. ¿Por
qué discutir por eso?

Edward se sentó hacia adelante. Él no iba a ser ingenuo acerca de esto.


Tener a ambos a la par y estar en trabajos de alta potencia era bastante difícil;
tener dos personas cuyos negocios eran competidores cabeza a cabeza era un
nivel completamente diferente.
Sería extraño, sin embargo.

Tenía la extraña sensación de que este era el camino correcto para ellos.
No tendría mucho sentido, para la mayoría de las personas. ¿Pero para un par de
fabricantes de bourbon?

—Está bien, lo haré, —dijo mientras la besaba—. Así que prepárate para
jugar, niña.

Ese fuego en sus ojos se ilumino, el que lo encendía y lo hizo sentirse


como que él siempre iba a tener que perseguirla un poco.
—Nunca lo dejé. —Ella se mordió el labio inferior—. Eres tú quien tiene
que conseguir mantenerte a mi nivel e igualarme en rapidez, Eddie, mi niño.

Edward se echó a reír, y luego fue tirando de ella hasta sentarla en su


regazo.

Con lo cual, muchos juegos procedieron a establecerse y empezarían a


consumarse para disfrute de las partes implicadas.

TREINTA Y NUEVE

Antes la hora de la comida iba y venía en la granja de Samuel T., y no


podía decir haciendo memoria de haber disfrutado tanto de una comida
recientemente.
—… y luego el profesor me preguntó qué pensaba, —decía Amelia.

—¿Y qué era? —Preguntó Samuel T. mientras se recostaba con su vaso


de bourbon.

Los dos estaban en el porche, sentados en el mismo lado de la mesa


donde podían ver la puesta de sol a la derecha. Tenían filetes en la parrilla y una
jugosa ensalada que ella había hecho y patatas al horno. Y como lo había
cocinados juntos, estaba tan contento de que ella no fuera muy quisquillosa a la
hora de comer y quisiera tofu o comida orgánica o lo que sea, aunque él le habría
dado todo eso si ella lo hubiese querido.

—Bueno, solo creí que era un argumento defectuoso, y francamente, me


aburría. Quiero decir, si Fitzgerald era simplemente un comentarista social, una
especie de Andy Cohen de su tiempo, ¿Por qué seguimos hablando de sus libros?
¿Por qué he hecho un curso completo de él y Hemingway? si quieres descartarlo
como si fuera de la época del Jazz, entonces suenas como el Hemingway de
alrededor de mil novecientos cuarenta. Hablar acerca de sus obras, y no de su
relación con el alcohol o Zelda. Simplemente no estoy interesada en conjeturas
sobre una personalidad que ha estado muerta durante casi ochenta años. El
trabajo, háblame sobre el trabajo.

—¿Tienes treinta y cinco años o soy yo?


Ella rio y apartó su plato. —La gente me dice eso todo el tiempo.
En los últimos días, Amelia había venido a la casa durante varias horas en
el día, ellos habían estado compartiendo historias, intercambiando “me gusta” y
“no me gusta”, conociéndose entre ellos. Bueno, en realidad... esa no era la
descripción correcta. Había sido más como reconectándose con un viejo amigo,
lo cual era extraño.

Y positivo.

Dios, los dos eran tan parecidos. Samuel T. había escuchado a los padres
referirse a los niños como su Mini-yo, y él siempre lo había descartado como
una cosa de personas que no tenían límites emocionales adecuados con la
generación más joven.

Pero esto era de lo que estaban hablando.

Esta forma idéntica de acercarse al mundo.

—Lamento que hayas tenido que ser tan adulta, —dijo.

Era la primera vez que entraba de puntillas en un territorio controvertido.


Él no lo hizo para fastidiar a Gin. Nada bueno vendría de eso, y no era
necesario. Amelia había pasado por lo que tenía que pasar; y ella era muy
consciente de los fallos de su madre.

Ella tuvo que vivir con ellos.

—Está bien. —Amelia se encogió de hombros—. Veo a algunos de mis


amigos, y son tan frívolos y descentrados. Me vuelven loca.
—Sin embargo, a los de dieciséis años deberían ser así. —O al menos
está permitido serlo. No lo sé. No tengo ninguna experiencia con ellos.

—¿Puedo preguntarte algo sobre mi madre?


Samuel T. se aclaró la garganta. —Si cualquier cosa. Y haré todo lo
posible para responderte sinceramente.
—¿Estabas enamorado de ella? ¿Estaba ella enamorada de ti? Tú sabes
cuándo…

Samuel T. respiró profundamente. —Sí, lo estaba. Tu madre ha sido la


única mujer que he conocido de la que puedo decir que estaba legítimamente
enamorado. Pero eso no significa que seamos buenos el uno para el otro.

—¿Por qué no?

Tomó un sorbo de su bourbon. —A veces, la persona con la que se tiene


la mejor la química no es algo que quieres probar a largo plazo.
Amelia jugueteó con su tenedor, el que ella había puesto en la posición
adecuada para alguien que ya haya terminado con su plato.

—Ella es muy diferente en este momento.

—¿De qué manera? —Preguntó.

—Ella no sale de la casa. —Amelia se rio—. Y ella está aspirando. Yo …


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Es decir, mi madre está trabajando con un Dyson en los salones. Es tan
extraño. Ella también tomó clases de yoga ayer por la noche y lo hizo conmigo.
Y me está ayudando a conseguir un trabajo de verano. Vamos a comprar bikinis
más adelante esta semana. —La niña miró hacia al otro lado del horizonte—.
Ella nunca ha querido pasar el tiempo conmigo.

—Estoy muy contento de que ella haga el esfuerzo.

Y rezó para que la tendencia continuara. ¿Con Gin? Era poco probable.
Dentro de algunos días, es probable que supere su patada materna y regrese a su
estilo de vida habitual. Pero en al menos él estaría aquí para recoger las piezas.

Por otra parte, Amelia había sido dura para cuidar de sí misma, por lo que
la niña se dejaría llevar con la corriente sin duda.
Que era tan triste, si, no podía soportarlo.

—Entonces, ella me dio esta llave de seguridad, ¿verdad? —Amelia miró


por encima—. No le digas que te dije esto, ¿ok?

Él levantó la palma de su mano. —Lo juro.


—Antes de irme para volver a Hotchkiss... ella me dio esta clave de
seguridad y me dijo que no debía usarlo a menos que ella muriera. Ella no me
dijo lo que había en la caja. —Amelia volvió a mirar el redondo sol bajo en el
horizonte, que estaba brillando como un fuego apagándose en el borde del
paisaje—. Conseguí que Lizzie me llevara al banco hoy. Me esperó en el coche,
y tomé la llave. Me lleve mi pasaporte conmigo porque no tengo un carnet de
conducir, ya sabes. La Gerente salió de su oficina. Ella fue muy amable y me
ayudó a iniciar sesión y sacar la caja, pero apenas podíamos levantarla. Tenía
miedo e hice a la señora quedarse en el pequeño cuarto privado conmigo.

—¿Qué había dentro? —Dijo Samuel T. con fuerza.

—Barras de oro. —Amelia miró por encima—. Como, toneladas de


barras de oro.

¿Qué diablos liquidó Gin?, se preguntó Samuel T.

—Había una carta también. La abrí.


Cuando Amelia se calló, fue como si lamentara llevar la historia a ese
particular detalle.

—¿Y? —Samuel T. se acercó y puso lo que esperaba fuera una mano


tranquilizadora en el antebrazo de la niña—. No voy a decirle nada. Lo prometo.

—En ella, dice que, si moría, Richard Pford la asesinó. Y que esto venía a
ser mi herencia, libre y clara. —Amelia negó con la cabeza otra vez—. La
gerente del banco parecía realmente preocupada y me preguntó si mamá estaba
bien. Dije, sí. Esa anulación que hiciste para ellos no ha salido en el periódico ni
nada por el estilo y la señora no sabía que habían roto.

—¿Te dijo el gerente del banco cuándo Gin llevó todo eso?
—Había sido recién llevada, la caja. Lo único que la señora dijo fue que
mamá había ido con un tipo llamado Ryan Berkley.
El joyero, pensó Samuel T. Por supuesto. Gin había vendido una de las
piezas de joyería de su madre y había puesto todo el valor allí para Amelia en
caso de que la familia se fuera totalmente a la ruina.
No es la cosa más estúpida en el mundo para hacer.

—Creo que tu madre realmente está tratando de cuidarte, —sugirió


Samuel T.—. Y si puedes, déjala. Sé que hay mucha historia entre ustedes, pero
a veces las personas cambian.

Amelia asintió, pero no estaba claro de qué manera se estaba apoyando en


ese tema.

—Así que hoy obtuve los resultados de las pruebas, —dijo.


La chica lo miró. —¿De verdad? Eso fue rápido.

—Tengo amigos en el laboratorio.

—¿Qué dijeron? —Entonces Amelia fue todo Povich Maury: —


¿Entonces eres mi padre?

Él deslizó el sobre del bolsillo de su pecho. —No lo he abierto. Yo estaba


esperando por ti.

Samuel T. puso la cosa entre ellos, el pliegue en el medio se enderezó


como si buscara una mano para cumplir con su deber.

Solo miraron el sobre sellado.

—No quiero que diga que no estamos relacionados, —murmuró Amelia.

Es curioso, así de simple, ella era una niña, su coraza de adulto se


vaporizaba y revelar a alguien que estaba asustada y solo quizás cansada de ser
siempre valiente se perdió.

¿Y qué fue realmente increíble en ese momento?


Cuando Samuel T. notó esos ojos abatidos y pensó en el futuro, ¿en la
probabilidad de que Gin fuera una influencia confiable y constante en la vida de
la niña.
Él se convirtió en padre.

En ese mismo momento.


Si había una definición de un padre como adulto que asumía la
responsabilidad de un menor, que busca proporcionarles refugio, orientación y
¿amor? Bueno, qué demonios importaba la sangre, de todos modos. Hubo un
montón de ejemplos, muchos en la propia familia de Amelia, de personas que ni
siquiera se respetaban, aunque el ADN estaba allí. Y luego estaban aquellos que
proporcionaron lo que era necesario, siempre, aunque no haya habido un árbol
genealógico que los vincule.

Como la señorita Aurora con Lane y sus hermanos y hermana.

El amor fue lo que marcó la diferencia. No la sangre.


Samuel T. se aclaró la garganta y puso su mano sobre el sobre. —Si tú
quieres que yo abra esto, lo haré.

—¿Quieres abrirlo?

—Los resultados no me importan.

Amelia levantó la mirada bruscamente. —¿Cómo puedes decir eso?

—Tú necesitas un padre. Yo quiero una hija… Dios, es tan extraño decir
eso y lo digo en serio. —Al final del día, ¿es realmente más complicado que
eso?

Una mirada vieja y gastada apareció en los ojos de la niña. —No quieres
obtener un lazo con la hija de otro chico por el resto de tu vida.

—Esta es una oportunidad, no una obligación. —Tocó el sobre—. Y si no


abrimos esto, si no lo sabemos con certeza... entonces nunca harás la pregunta de
si o no quiero estar en su vida. Siempre sabrás que soy yo escogiéndote. Nunca
por un solo momento tendrás que preocuparte de que fuiste un error del que me
siento culpable, o una carga que llevo solo porque una noche, hace dieciséis
años, tu madre y yo tuvimos relaciones sexuales y el control de la natalidad falló.
Yo soy el que te escoge, Amelia Baldwine, en este momento, y si tú me escoges
a cambio, quema esto en la parrilla y ninguno de nosotros mirará hacia atrás.
¿De acuerdo?
Mientras la niña sollozaba, se hizo a un lado y sacó su pañuelo de su
bolsillo trasero. Ella lo aceptó y se secó los ojos.
—¿Por qué harías eso por mí? —Preguntó sombríamente.

Él puso su mano sobre su hombro. —Por qué no lo haría, es la pregunta.


Hubo un largo silencio, y Samuel T. le dio todo el espacio que necesitaba.

—Está bien, —dijo finalmente—. Vamos a hacerlo. Vamos a quemarlo.

Salieron de sus asientos y rodearon la mesa por extremos opuestos,


reunidos en el otro lado y yendo a la parrilla juntos. Recogiendo un par de
pinzas de barbacoa, quitó una sección de la parrilla y lo puso a un lado. Luego
él abrió el gas y presiono el encendedor.
Las llamas se juntaron y sisearon a lo largo de los quemadores, y él
extendió el sobre.

Amelia también lo agarró... y pusieron la esquina en el fuego.


El documento fue atrapado rápido y quemado rápidamente, y tenían que
dejarlo caer o arriesgarse a lastimarse.

Mientras veía desaparecer los resultados de la prueba de ADN, nunca


había estado más en paz con cualquier cosa en su vida.

Cuando terminó, Amelia se volvió hacia él. —¿Cómo te llamo?

—¿Cómo quieres llamarme?

—Papá.

—Estoy bien con eso, —dijo mientras la acercaba y la abrazaba—. Estoy


muy bien con eso...

Mientras Gin conducía entre la fila de árboles a la granja de Samuel T.,


sus palmas estaban sudando sobre el volante del phanton y le dolía la cabeza.

El último par de veces que había dejado a Amelia aquí, o había llegado a
dejar a la chica arriba, y ella siempre había sentido lo mismo. Era difícil, muy
difícil, mirar a Samuel T. como si fuera un simple extraño.

Oh, ¿a quién estaba engañando?


Era difícil que él la mirara de esa manera. Pero ella no podía culparlo. Y
también era imposible no ver y apreciar el efecto que tenía en Amelia. La chica
siempre estaba feliz cuando estaba afuera, sus ojos brillaban, su sonrisa era
rápida en aparecer, sus manos animadas.

Gin pisó los frenos y puso el Rolls en el parque. Cuando nadie vino del
porche, ella apagó el motor y salió.

A lo lejos, oyó la risa y se debatió si era o no apropiado ir y encontrarlos.


No era como si tuviera otro lugar en el que necesitara estar, pero sentarse al
margen y escucharlos la hizo sentir como si estuviera escuchando a escondidas.
Ella esperó por un tiempo. Le envió un mensaje de texto, pero no obtuvo
una respuesta.

Reforzando su valor, caminó por el césped, mirando hacia la mansión a


medida que avanzaba. Había pasado tantos años entrando y saliendo de la
graciosa casa antigua, libre de ir y venir a su antojo. Ahora esas libertades
habrían sido inapropiadas.

Cuando dobló la esquina, se detuvo.

Samuel T. y Amelia estaban jugando bádminton en el césped, los dos


empuñando las raquetas de cabeza pequeña y mango largo con competencia.

Amelia la vio y saludó. —¡Hola madre!

Samuel T. dio media vuelta y falló un regreso, el pajarito aterrizando a


sus pies. —Oh hola.
—Lo siento. —Señaló sobre su hombro—. Estaba afuera. No estaba
segura de que cualquiera de vosotros lo supiera. No os preocupéis, sin embargo.
Puedo seguir esperando.
—Está bien. —Samuel T. asintió con la cabeza a Amelia—. Ella estaba
golpeando la mierda mejor que yo.

—¡Estabas ganando!
—Ella miente. ¿Qué puedo decir? —Samuel T. indicó la casa—. En
realidad, Gin, tengo algunos documentos para ti sobre la anulación. Todo está
archivado y configurado.
—Oh, gracias a Dios.

—Vamos, las cosas están en mi estudio. Amelia, ¿ya vuelvo?

—De acuerdo, papá, de todas formas, quería ir a ver los peces en el


estanque. Seguimos ¿Pasado mañana?
—Lo tienes. No veré Deadpool II con cualquier otra persona.

Papá. Vaya, pensó Gin.

Mientras se dirigían al porche, ella dijo a su espalda: —Así que supongo


que obtuviste los resultados del ADN.

—Si lo hicimos.

Gin respiró profundamente. —Bien, me alegro de que esté arreglado.

—Yo también.

Samuel T. se adelantó y mantuvo la puerta abierta para ella, y cuando


pasó por allí, ella podía oler su colonia, y le dolía el corazón.

Su estudio era el mismo que siempre había sido, forrado por volúmenes
de cuero que había heredado, el hogar estaba preparado para el frío lejano del
otoño con troncos de madera dura, el sofá y sillas suaves de cuero color sangre
que hacían que la habitación parezca como si estuvieran en Inglaterra en lugar de
Kentucky. Por otra parte, los Lodges siempre habían hecho cosas con la clase de
la vieja escuela, que era lo que sucedía cuando tenías generaciones y
generaciones de personas que guardan y coleccionan activos cuidadosamente
para sus hijos.

Samuel T. abrió el maletín de cuero de su tío abuelo, y mientras revisaba


lo que sea que estuviera allí, ella estudió las líneas de su rostro, la fuerza de sus
hombros, la elegancia que llevaba con gracia inconsciente.

—Bien, entonces aquí hay una copia de los documentos sellados por el
tribunal. Me apresuré a ir por ellos. El juez quiere ir a cazar codornices conmigo
en mi reserva en Carolina del Sur, por lo que estaba feliz de hacerlo.

—¿Así es como obtuviste los resultados de ADN tan rápido también?


—No, pero el técnico de laboratorio quiere que lo establezca con mi
pasante. Así que hice que sucediera y se quedó un poco tarde para mí una noche
a cambio.

—Eres bueno en hacer las cosas.

—Me va bien. —Le dio otro juego de papeles—. Además, debido al alto
valor del anillo de compromiso, Pford tenía que ejecutar un título para él, la
concesión de la cosa para ti libre y clara. Probablemente exagerado, pero de esa
manera, no tienes que preocuparte sobre qué te moleste por eso más tarde.
—Oh, gracias. —Ella miró los documentos—. Esto es genial.

—Sé que realmente querías ese diamante, —dijo secamente.

—Bueno, sí, saqué la piedra y la reemplacé con una falsa. Habría sido
incomodo devolverle una zirconia cúbica.

Gin era vagamente consciente de que Samuel T. se quedó quieto mientras


la miraba, pero ella no insistió en eso.

Hora de irse.

—Gracias de nuevo, —dijo—, y supongo que recogerás a Amelia para la


película. Sin embargo, si quieres que la traiga aquí, estoy feliz de hacerlo. Solo
envíame un mensaje de texto.
Gin comenzó a caminar, pero Samuel T. la tomó del brazo. —¿Qué
dijiste?
—Traeré a Amelia aquí…

—No, sobre el anillo.


—Oh. Vendí la piedra. Para Amelia. No le digas a nadie esto, por favor,
aunque como mi abogado, no creo que puedas, ¿verdad? De todos modos, si
tuviera que dar el anillo de regreso, Richard lo habría descubierto y exigido el
dinero. El cual yo no tengo. —Ella se encogió de hombros—. Simplemente
decidí que ya era hora de que comenzara a asumir el cuidado de mi hija, nuestra
hija.
Ella esperó un momento para que él respondiera. Cuando él solo la miró,
ella se despidió y se fue.

En el porche, llamó a Amelia y, cuando la chica apareció por el césped


del estanque, Gin se alegró por la forma en que las cosas habían terminado.

No entre ella y Samuel T., por supuesto. Pero realmente, ¿de qué otra
manera podrían ir las cosas entre ellos?
No, Gin estaba contenta de que la niña conociera a su padre y que a partir
de ahora Amelia iba a tener una madre que haría todo lo posible para estar
presente. Al final del día, esa no era una mala decisión, en absoluto.

Y ciertamente podría aprender a existir sin el amor de su vida. La gente


lo hacía todo el tiempo, de una forma u otra.
Además, ella tenía que pagar una penitencia, y perder a Samuel T. era
probablemente lo único que podría estar cerca de ser lo suficientemente
doloroso.

CUARENTA

Algo despertó a Lane de un sueño profundo, sus párpados se abrieron de


golpe, su cuerpo en alerta instantánea. Sin moverse, echó un vistazo al reloj en
la mesita de noche. Sólo eran pasadas las dos de la mañana.

¿Qué lo había perturbado?

Escuchó por un minuto y no escuchó nada más que la respiración regular


de Lizzie: no los sonidos de cualquiera moviéndose alrededor del segundo piso
de Easterly, sin crujidos de puertas, abriéndose o cerrándose, nada fuera de lo
normal.

Tuvo una tentación de darse la vuelta y reanudar el trabajo de estar


dormido, pero no. Tenía que levantarse e ir a la ventana.
Hijo de puta, pensó mientras miraba hacia abajo.

Había alguien en el jardín de nuevo: en la oscuridad, en medio de los


árboles frutales, una persona estaba agachada y venía hacía la casa. A las dos de
la maldita mañana.
Por el amor de Dios, pensó Lane mientras se ponía los calzoncillos y
sacaba su arma del cajón. Alguien estaba definitivamente dentro de la propiedad
y estaba moviéndose, y él sabía que no era Gary McAdams esta vez.
Ninguna de las farolas estaba apagada en la parte trasera de la casa, y
Lane y Lizzie habían estado en la piscina antes de acostarse. Esas funcionaban
perfectamente bien ahora.
—¿Lane? ¿A dónde vas?
Él escondió el arma en su muslo. —Alguien está en el jardín. Es
probable, no sé nada, no lo sé, tal vez sea Jeff.
Lizzie comenzó a levantarse de la cama.

—No, te quedas aquí.

—¿Debo llamar al agente Ramsey?


—No quiero molestarlo a él ni a su esposa. —Tal vez es... No lo sé. Pero
voy a averiguarlo.

Lizzie se levantó y se dirigió a la ventana mientras él salía al pasillo. Y


en una repetición de algunas noches atrás, no escuchó ninguna alarma, porque no
había vuelto a poner la maldita cosa, y mientras descendía por la gran escalera,
la mansión también parecía silenciosa.
Cuando llegó al vestíbulo, se detuvo. Frunció el ceño. Y entró en el
salón, siguiendo el aroma del aire fresco.

Las puertas francesas en la parte trasera de la habitación de la planta baja


estaban abiertas de par en par, una encantadora brisa nocturna se encrespaba en
la casa, llevando los aromas del jardín a través de ellas.

¿Revisar la casa? O mirar el exterior, se preguntó.

¿Un ladrón realmente dejaría sus huellas tan claras?


Mierda, debería haberle dicho a Lizzie que se encerrase.

Lane se movió rápidamente a través de las habitaciones de abajo,


buscando a alguien tratando de robar ordenadores o televisiones...
Cuando llegó a la parte trasera del comedor, fue más despacio... y parado
a través de las puertas de cristal, miró fijamente, paralizado, una escena que no
podía comprender.
Pero entendió al instante.

Era su madre, con uno de sus camisones blancos transparentes, una vez
más fuera en la terraza por la noche, las farolas en la parte posterior de la
mansión iluminando su belleza etérea y convirtiéndola en una aparición de
auténtica belleza.

Ella no estaba sola.


Un hombre subía los escalones de piedra, un hombre con hombros anchos
y ropa de trabajo común, un hombre que se quitó una gorra de la cabeza en
deferencia a la presencia de ella.

Gary McAdams.

Los dos se encontraron en la parte superior de las escaleras que conducían


a las flores y a las estatuas, y, oh, cómo el hombre, miraba Little VE: El amor y
la adoración en sus ojos resplandecía en su rostro curtido, la emoción
transformándolo en un príncipe, a pesar de su traje de plebeyo.
De detrás de su espalda, Gary sacó una rosa y se la ofreció a Little VE, e
hizo que una maravillosa sonrisa resplandeciera en su rostro. Cuando ella la
aceptó y dijo algo que parecía hacer que el hombre se sonrojara, Lane recordó
todas las costosas joyas que William le había dado a ella durante los cumpleaños
y aniversarios. Ella había las aceptado todas, y usado todas ellas, pero nunca se
la había visto tan feliz.

Prueba de que el verdadero amor podía elevar el valor intrínseco de lo


que era recibido, y su ausencia también podía hacer que cualquier regalo sea
inútil.

Los pies descalzos que corrían hacia el comedor hicieron que Lane mirara
por encima del hombro.

Lizzie estaba animada. —¿Estás viendo esto? Es tú…

—Shh. Ven aquí.


Mientras Lizzie se apresuraba y se acurrucaba contra él, los dos
observaron como Gary le ofreció a Little VE su brazo, y luego ellos bajaron las
escaleras y dirigieron sus pasos hacia el camino de piedra, caminando uno al
lado del otro.

—Esta no es la primera vez que hacen esto, —susurró Lizzie.


—No, —dijo Lane—. No lo es.
Después de un momento, Lane llevó a Lizzie junto a él. Besándola en la
parte de arriba de la cabeza, murmuró, —Démosles su privacidad—. Se la han
ganado.

CUARENTA Y UNO

La mañana siguiente amaneció hermosa y clara, y cuando Lane entró en


su vestidor abrió su armario, escogió el negro: negro para el traje, negro para los
calcetines, negro para el cinturón y la corbata y negro para los zapatos. Las
únicas cosas que llevaba blancas eran su camisa abotonada y sus calzoncillos.

Pero se aseguró de incluir un pañuelo rojo en el bolsillo.

Cuando salió, Lizzie venía del baño y parecía contrariada... y hermosa


con su vestido negro.

―¿Qué tan malo es hoy? ―Preguntó.

―Malo. Pero eso está bien, ¿recuerdas?

―Te traje un poco de Giner ale y galletas saladas. Me aseguré de poner


algo en el coche también. Además de tres bolsas de Kroger, un rollo de toallas de
papel, un cepillo de dientes de repuesto y pasta de dientes, un poco de agua
embotellada y goma de mascar, Wrigley's, tu favorita.

―Te amo mucho, ―dijo mientras cerraba los ojos―. ¿Cómo hiciste todo
eso mientras estaba en la ducha?
―Me moví rápido. De lo contrario, ibas a intentar hacerlo tú misma.

Se encontraron junto a la cama y se abrazaron por un momento.


―¿Estás listo para esto? ―Le preguntó.

―Tanto como puedo estarlo.


―Estaré contigo en todo momento. A menos que tenga que vomitar. En
cuyo caso, volveré tan pronto como pueda.

―Te amo.

―Yo también.
Se besaron y luego bajó a la primera planta, donde Jeff estaba vestido de
negro, Amelia estaba con su teléfono en el primer peldaño de la escalera, y Gin
aún no estaba cerca.

―¿Dónde está tu madre? ―Preguntó Lane con apatía mientras se sentaba


al lado de la chica.

―Tomándose un batido, creo.

Lane se inclinó y miró lo que estaba en la pantalla del teléfono. ―Vas a


tener que mostrarme cómo jugar ese juego. ¿Cómo se llama?

―Dymonds. Con “y”. Ven, dame tu móvil.

Lane se acercó y lo sacó del bolsillo de su camisa. ―La contraseña es


uno, uno, uno, uno.
La niña puso los ojos en blanco. ―Tío Lane, eso no es seguro.

―No hay nada ahí que esconder.

Amelia comenzó a cambiar a programas o… él no sabía qué, y no le


importaba...
―Espera, ―dijo bruscamente―. ¿Qué es eso?

―Estoy descargando la aplicación para ti.


―Déjame verlo.

Allí, en la pantalla de la aplicación, o como quieras llamarlo, estaba el


título del juego y luego la compañía que lo creó. Tricksey, Inc.
―¿Jeff? Jeff… ¿Vienes a ver esto? ―Lane miró al tipo que tenía su
cabeza enterrada en su propio teléfono, sin duda analizando documentos sobre
esa maldita cosa. ―Jeff. Ven aquí.
El tipo se levantó y cruzó, inclinándose cuando Lane levantó la pantalla.
―¿Qué... qué estoy mirando? ―Preguntó.

―Tricksey, Incorporated.

Amelia habló. ―Oh sí. Ese es el desarrollador de Dymonds. Han hecho


muchos otros juegos. Una chica de mi dormitorio es la sobrina del dueño o algo
así, y dijo que simplemente fueron comprados por...
Lane se levantó al mismo tiempo que Jeff, evidentemente, hizo los
mismos cálculos: sin una palabra, los dos corrieron por el pasillo, abrieron la
puerta del ala del personal, y casi arrastraron a Gin mientras se acercaban a la
oficina de Greta.

―¿Dónde está el tercer montón? ¿Dónde está el…


La mujer alemana levantó la vista desde detrás de su escritorio. Había
durado menos de cuarenta y ocho horas en sus vacaciones y había regresado a
Easterly a las siete de la mañana. Y para asegurarse de que no se perdiera
ninguna información, había llevado todos los archivos comerciales de William
desde su oficina y estaba escaneando sistemáticamente cada uno. y cada página
en su ordenador.

―¿Qué hay que buscar? ―Inquirió.

―¡La tercera pila! ―Lane se dejó caer a la alfombra y comenzó a sacar


archivos.

―¡Yo no sé!
―Aquí ahora, ―dijo ella―. ¡No desordenes nada!

Una cadena de frases altamente alentadoras salió de sus labios, sin


embargo, ella consiguió el montón y se lo dio a Jeff en la caja.

Lane encontró el acuerdo en la segunda casilla que buscaba. ―Lo tengo,


lo tengo...
Jeff se dejó caer en el suelo junto a él cuando Amelia, Gin y Lizzie
entraron, y al principio, las palabras bailaron frente a los ojos de Lane. Pero
entonces…
―El cuarenta y nueve por ciento. ―Lane miró a Lizzie que estaba
estupefacta―. El cuarenta y nueve por ciento de la compañía. William pagó un
cuarto de millón de dólares por ella hace tres años.

Jeff agarró el documento y miró el asunto. ―Está en vigor. Es un acuerdo


en vigor.

Amelia comenzó a escribir en su teléfono. Y luego dijo: ―Sí, está justo


aquí en la sección de negocios del New York Times, debajo de 'tecnología'.
Fueron comprados por…
―¿Qué? ―Lane le dijo a la niña―. ¿Por cuánto fueron comprados?

La niña lentamente levantó su cabeza y giró su teléfono. ―Un billón,


doscientos mil millones de dólares.
Nadie se movió ni respiró.

―Lo siento, ―interrumpió Lane―. ¿Dijiste Billones con una “b”?

―Sí, está todo puesto aquí.

Cuando Lane cayó de espaldas, Jeff comenzó a reírse. ―Parece que


Mack tiene que mantener su nueva cepa de levadura.
Oh, alivio espumoso. Oh, maravilloso, mágico, momento ganador de
lotería.

Alguien comenzó a animarse, y luego Lizzie estaba en sus brazos, y él se


estaba riendo a carcajadas. Con un interés como ese, en una compañía valorada
en ese nivel, sería muy fácil financiar la deuda bancaria. Y luego la BBC podría
sobrevivir y prosperar.
El día que tuvo que enterrar a su madre, la inesperada ganancia
inesperada fue lo único que pudo haber levantado el espíritu de Lane.

Y lo único que su padre había hecho para ayudar a la familia.

La Iglesia Bautista Charlemont estaba ubicada en el West End, y cuando


Lane llevó el Phantom al aparcamiento, bajó las ventanillas para que todos en el
coche pudieran saludar a las personas que conocían. El lugar ya estaba lleno, los
miembros de la comunidad reunidos con su atuendo fúnebre para presentar sus
respetos. Y mientras saludaba a la gente y era recibido a cambio, reflexionó
sobre cuán bellamente todos estaban vestidos, los caballeros de traje, las damas
con sombreros y redecillas, todas de negro.

Excepto por el logo rojo de la Universidad de Charlemont.

Dando la vuelta a la parte de atrás, dejó el Rolls junto con un par de


Mercedes y un Lexus y le dijo a Lizzie y a los demás dónde ir a sentarse. Luego
se unió a los otros cinco portadores del féretro, todos sobrinos de la señorita
Aurora, en el coche fúnebre. Denny Browne, el buen hombre que había visto a la
señorita Aurora en el hospital y bajo su cuidado, había llevado el ataúd encima.

―¿Te gustaría ver cómo está ella? ―Preguntó después de estrecharle la


mano.

―Sí por favor.

Denny abrió la parte trasera del coche fúnebre, y los seis portadores del
féretro miraron con asombro.

El ataúd era un rojo perfecto de la Universidad de Charlemont con


relucientes bisagras y tiradores de bronce.

―Eso servirá, ―dijo Lane―. Está más que bien.

Estuvieron charlando durante unos buenos veinte minutos, y aunque Lane


se calentó al sol, no iba a quitarse el abrigo. No, él podría prenderse fuego y
todavía se mantendría con el abrigo puesto, y, por cierto, los sobrinos se
limpiaban las cejas con sus pañuelos, pero ninguno se quitaba las capas.
Claramente, todos estaban en el mismo barco.

Después de todo, cuando Lane obtuvo su recompensa real, lo último que


necesitaba era que la señorita Aurora lo regañara en las puertas del Edén por no
haberla vestido bien en su funeral.
Aproximadamente diez minutos antes de que fuera a comenzar, el
reverendo Nyce salió por una puerta lateral.
― ¿Estamos listos? ―Dijo el buen hombre, con la Biblia en la mano y
túnica roja que lo hacían parecer un santo.

―Lo estamos. ―Lane aceptó el abrazo del hombre―. Sé que ella nos
está mirando.

―Apuesto a que sí. ―El reverendo sonrió y saludó a cada uno de los
sobrinos por su nombre. ―Ahora, voy a pedirle que la traiga aquí frente a esta
puerta. Luego sube la rampa y quédate a un lado. Mientras preparo la
congregación, quiero que la lleven a las puertas cerradas que conducen a la
iglesia propiamente dicha. Daré la señal, esas puertas se abrirán, y quiero que la
acompañe hasta el altar. Estarás sentado a la izquierda en la primera fila.

―Sí señor, ―dijo Lane.

―¿Despejamos?

Cuando hubo un acuerdo colectivo, el reverendo se despidió, y Lane se


alineó con los otros en la parte trasera del coche fúnebre, tres a cada lado.

Denny dijo: ―Ella va a salir de cabeza, entonces, Lane, estás aquí. De


acuerdo, vamos a sacarla. Ella va a ser pesada, así que prepárate.

Como su hijo, Lane asumió la esquina delantera derecha, y Denny estaba


en lo cierto, estaba sorprendido de cuánto pesaba el ataúd. Con movimientos
lentos y coordinados, los seis tomaron sus agarres secuencialmente cuando
sacaron el ataúd, y luego se movieron juntos, dirigiéndose a una puerta abierta
por una de las esposas de los hombres.
Lane solo asintió con la cabeza a la mujer cuando entró. Quería decir algo
agradable, pero su corazón latía con fuerza y le picaban los ojos.
No esperaba emocionarse ahora.
Dentro de la iglesia, el aire fresco se sentía bien, y le aclaró un poco la
mente, pero luego tuvo que concentrarse para colocar el ataúd en la camilla. Uno
de los pastores asistentes agregó una hermosa banda de raso, y luego otra de las
esposas puso un arreglo de rosas rojas y blancas en la parte superior también. Y
luego estaban haciendo rodar a la señorita Aurora por la rampa.

Era imposible no contrastar todo lo que lo rodeaba y dentro de él con lo


que había sido interponerse entre su padre. Entonces había sido una tarea difícil
de ejecutar, algo para marcar una lista, por la única razón de que no quería las
cenizas de un muerto en la casa.

Y todo había tenido toda la resonancia interna de un viaje a la tienda de


comestibles.

Ahora, sin embargo, mientras caminaba con los otros hombres, con la
cabeza gacha, la mano enganchada en la barra de bronce como si pudiera doblar
el metal, no estaba seguro de cómo iba a mantenerlo unido.
Las cosas se pusieron aún más difíciles ya que la colocaron en las puertas
dobles cerradas que se abrirían al santuario. A través de las vidrieras, podía ver a
mil personas sentadas en los bancos, y había aún más gente parada contra las
paredes, cada centímetro cuadrado del enorme espacio lleno.

Y qué hermoso era todo: velas encendidas, flores abundantes, el altar


brillando con el resplandor del cielo arriba.

No estoy listo, oh, mierda, tengo que prepararme.

Lane intentó respirar un poco.

Excepto que ya era hora de ir, las puertas se abrieron de par en par, la
música comenzó a sonar, el coro de doscientas personas con sus túnicas rojas
comenzando a balancearse de un lado a otro detrás del altar.

La música fue lo que lo salvó.


A medida que las primeras notas de “Dios me está manteniendo”
comenzaran a sonar, tuvo que sonreír. Habían descartado el libro de jugadas para
la señorita Aurora, y estaba tan contento. Ella había sido miembro del coro aquí
durante años; la música siempre había sido su parte favorita del servicio y esta
era una de sus canciones de góspel más queridas.

De repente, algo se registró. La voz masculina... la voz masculina que


dirigía el coro...
Lane casi tropieza a mitad de camino por el pasillo.

De pie frente a los cantantes, con una túnica de coro, con la cara bien
afeitada y el pelo recortado, estaba Max. Y tenía los ojos cerrados, la cabeza
inclinada hacia atrás, la boca abierta, el micrófono en su lugar, su increíble voz
dominaba incluso a los otros grandes a su alrededor.

Lane se limpió discretamente los ojos con su pañuelo, y luego él y su


hermano se miraron a través de la congregación.

El pulgar arriba fue dado y recibido con un movimiento de cabeza antes


de que Max pasara al siguiente verso.
Tantas caras en la multitud, la tristeza en cada uno de ellos palpable,
hombres y mujeres por igual secándose las lágrimas. Había gente a la que la
señorita Aurora había entrenado en su cocina, una nueva generación de
cocineros, y cantantes, primos y primos lejanos, y amigos y conocidos de la
iglesia y de los partidos de baloncesto de la Universidad de Charlemont. Había
personas que Lane no reconocía, y otras que consideraba familiares, y viejas
amigas que no había visto en años.

Cuando se detuvieron frente al altar, Lane se tomó un momento para


mirar a todos los que se habían reunido en un día de trabajo, se habían tomado la
molestia de vestirse y traer incluso a sus hijos pequeños, solo para presentar sus
respetos.

Le costaba pensar que cualquiera de ellos la juzgara con dureza por lo


que le había hecho a su padre. Ella era una buena fuerza en el mundo que se
había llevado una parte del mal, demonios, tal vez su padre no hubiera
sobrevivido a ese ataque, de todos modos. Pero, de cualquier forma, la señorita
Aurora había observado el abuso, había presenciado el reino del terror, había
vivido con la tristeza y el miedo en esa casa y en la familia todo el tiempo que
podía soportarla.
Y luego, como era su camino, ella había hecho algo al respecto.
Lane pensó en su madre y Gary McAdams. De Edward y Sutton, ahora
feliz. De él y Lizzie, y Gin haciendo las paces con Amelia y, finalmente, con la
noticia del parentesco de Samuel T.
De hecho, la señorita Aurora había restablecido a la familia… después de
que William lo pasó por alto durante una generación en el tiempo.
Así que no, Lane decidió que estaba abrumado por el tamaño de la
multitud, la profundidad del amor, la amplitud del luto. Ni él ni nadie más culpó
a su madre por cuidar de su familia, más de lo que lloraron a un hombre que
había obtenido exactamente lo que se merecía.

Dime quién fue el pecador y quién fue el santo, pensó Lane mientras se
sentaba junto a Lizzie. Quién era pobre…

…y quien murió más rico sin medida.


CUARENTA Y DOS

Después de que el servicio terminase, Lane y los portadores del féretro


escoltaron a la señorita Aurora afuera y la devolvieron al coche fúnebre. Luego
Lane dirigió una procesión de coches de una milla de largo, todos con las luces
encendidas, en un sinuoso camino de calles hacia Kinderhook, un cementerio
ubicado en el extremo más lejano del oeste.

La familia Toms era tan grande que tenían su propia sección marcada y
Lane aparcó y salió al lado, buscando a Edward y Sutton mientras Lizzie,
Amelia y Gin bajaban. Cuando vio a su hermano, lo saludó con la mano.

—Hermoso servicio, —dijo Edward mientras se abrazaban.

Sutton asintió. —Simplemente encantador. Tan conmovedor. Hola Lizzie,


Gin… hola, Amelia.

El sonido de una poderosa moto entrando atrajo la atención de todos, y


Lane negó con la cabeza cuando Max aparcó la moto y desmontó. Los vaqueros
negros estaban bien. Y para Max, la camisa con botones era un milagro: no tenía
agujeros y estaba muy limpia.
—No pensé que vendrías, —dijo Lane mientras el hombre se acercaba al
grupo—. Y bonito corte de pelo.

Los ojos de Max pasaron alrededor de algunos. Y luego pareció obligarse


a concentrarse. —No sé, supongo que quería venir y decir adiós correctamente.

—Me alegra que estés aquí. —Lane le palmeó el hombro—. Es lo


correcto.
Max saludó a todos, y luego llegó la hora de que se unieran a los otros
junto al toldo que había sido colocado sobre la tumba abierta.
Mientras cruzaban sobre la hierba, Lane se inclinó hacia el hombre. —
Así que te quedas, eh.

—¿Qué? —Max miró por encima—. ¿De qué estás hablando?

—Nunca hubieras regresado si no te fueras a quedar. Nunca. Así que


supongo que te llevó un par de días conducir por ahí para darte cuenta de que lo
que encontraste en el camino no era tan satisfactorio como solía serlo…, porque
había mucho menos de lo que huir aquí en Charlemont. —Lane señaló su propio
rostro—. Además, la limpieza hace que me pregunte si estás tratando de llamar
la atención de un cierto médico oncólogo que es… bueno, ella está por allí.

Cuando Lane levantó una mano para saludar a Tanesha, tuvo que sonreír.
Los ojos de la mujer estaban pegados a Max como si no pudiera creer su
transformación.

—Venga, salúdala. —Lane le dio un codazo a su hermano en el costado


—. Antes de que levante tu brazo y lo haga por ti.

Eso hizo que Max prestara atención, y bendito sea, se puso del color de
una remolacha cuando levantó la mano hacia la mujer.
—Buen chico. Y esa casita adosada es tuya por el tiempo que la necesites.

—No lo sé. Lo que sea. Sí, supongo que me quedaré un tiempo.

Lane miró al tipo directamente a los ojos. —Es bueno echar raíces, Max.
Y es seguro estar aquí ahora. ¿De acuerdo? Estás a salvo.
Max negó con la cabeza. —Como supiste…

—¿Sobre el cambio en tu corazón? —Lane dio una palmada en la parte


posterior del cuello del hombre y lo sacudió—. Porque yo también tuve uno por
la misma razón, así que sé cómo es. Y, escucha, no puedes vencer al amor de una
buena mujer, créeme. Si Tanesha Nyce te quiere, llévatela y agárrate a ella todo
el tiempo que puedas. Va a cambiar tu vida.
—No sé qué voy a hacer para poder encontrar un trabajo.

—Bueno, tenemos este pequeño negocio familiar… No sé si estás


¿familiarizado con él? —Lane pasó su brazo alrededor de su hermano y
comenzaron a caminar juntos—. Nosotros hacemos bourbon, realmente,
realmente, buen bourbon…

Mientras todos se alineaban junto con el resto de la familia de la señorita


Aurora, todos tomaron una rosa roja de un jarrón en un soporte. El reverendo
Nyce dijo algunas cosas verdaderamente bellas, el ataúd fue bajado, y luego
todos presentaron sus respetos y dejaron caer sus rosas.

Edward y Sutton pasaron por delante de Lane, y Lane frunció el ceño.


Iba a tener que coger al tipo y hablar con él antes de que la gente volviera
a Easterly para tomar un refrigerio.

Había una pieza más que necesitaba encajar.

Gin dejó que Amelia fuera la primera en dejar caer su rosa, y luego la
madre siguió a su hija e hizo lo mismo. Después de eso, las dos caminaron hacia
donde la larga fila de coches se extendía lejos, muy abajo en el camino.

—Estoy triste de que ella se haya ido, —dijo Amelia.

—Yo también. Ella era una persona increíblemente especial.

—Ella solía hacerme esas galletas de limón para que estuvieran tibias, ya
sabes, para cuando volviera a casa del colegio.

—¿En serio? —Gin se rio un poco—. Tenemos eso en común. Ella hacía
eso por mí también...
—¿Papá?

Gin miró al otro lado del cortado césped. Efectivamente, Samuel T.


estaba abajo en el angosto camino, apoyado contra la puerta de su Jaguar,
luciendo perfectamente apuesto en su traje negro.

Mientras Amelia corría hacia delante a través de las lápidas y las estatuas,
Gin soltó a la chica y se resignó a regresar a Easterly sola, con Lizzie y Lane.
Pero estaba bien, se dijo a sí misma. Era… la forma en que las cosas iban a ser.
—No sabía que estabas allí, —le decía Amelia a su padre cuando Gin se
acercó—. Hubiera querido que estuvieras junto a nosotros.

Samuel T. se quitó sus Ray Ban. —Pensé que la primera fila en la


iglesia…, y para esta parte…, era realmente más para la familia. Hermoso
servicio, ¿verdad? Ese coro es increíble… ¿y ese era Max? Qué demonios… oh,
oye, Gin.

Gin forzó una sonrisa agradable en su rostro. —Hola. Bueno, os dejo a


los dos… ¿a menos que prefieras que yo la lleve a casa?
Samuel T. miró hacia la hierba. —En realidad, ah, Amelia, ¿te importaría
darnos un momento a tu madre y a mí?

—Ya lo creo. Quería saludar al tío Max de todos modos.


Después de que la niña se fuera, Gin se devanó el cerebro tratando de
pensar qué cabos sueltos tenían entre ellos. La anulación estaba hecha. El
papeleo relacionado con el anillo, comprobado. Los arreglos para la película…

—Amelia preguntó sobre ti y sobre mí anoche, —murmuró Samuel T.

Gin levantó la cabeza. —¿Oh? ¿Qué le dijiste a ella? Y no me enojaré si


es la verdad. He renunciado a mi orgullo y no lo echo de menos. También me
estoy acostumbrando a disculparse por las cosas.

—Le dije que eras la única mujer de la que he estado enamorado.

El corazón de Gin comenzó a latir con fuerza. —Tú… ¿hiciste?


—Sí. —Sus ojos se fijaron en los de Gin—. Creo que es importante ser
sincero con ella. Y esa es la verdad.
—Pero… No entiendo.

Samuel T. cruzó sus brazos sobre su pecho. Luego negó con la cabeza
lentamente.
—Sin peros. Es así. Eres la única mujer de la que he estado enamorado, y
reconozcámoslo…, y dado que dejaste de lado tu orgullo, voy a admitir que no
estoy orgulloso de esto…, he estado con suficientes mujeres como para saber
que nunca va a haber nadie más para mí.

Seguramente Gin no podría estar oyendo esto bien. —Lo siento…. Yo…
pero ¿Amelia?

—Qué pasa con ella. Ella tiene una madre… y un padre. Y sé que este es
un concepto sorprendente en estos días modernos, pero en algunas familias,
madres, padres e hijos viven juntos. Por largos periodos de tiempo. Como,
meses. Años. Décadas… —Hubo una pausa—. Hasta que la muerte los separe.
Gin comenzó a temblar tanto que tuvo que ponerse las manos en la cara
para evitar que le castañetearan los dientes. —¿Qué estás diciendo, Samuel T.? Y
por favor, sé que no me merezco esto, pero por favor no seas cruel. No lo
soporto más.

Samuel T. se enderezó en su Jaguar. —Creo que tú y yo tenemos que


dejar el pasado de lado. Necesitamos dejarlo atrás en los días de nuestra
juventud, relegarlo a la memoria, cerrar esa puerta. Y a partir de hoy, estamos
frescos. Somos nuevos. Estamos limpios y estamos enamorados y vamos a estar
juntos, sin juegos, sin mentiras, sin amargura. Comenzamos frescos, aquí mismo,
ahora mismo.

Mientras él señalaba hacia el suelo, Gin podía sentir las lágrimas en sus
mejillas.

—Entonces, ¿qué dices, Gin? ¿Estás lista para ser una adulta conmigo?
Porque yo estoy listo para serlo contigo.

Ante eso, él tendió su mano hacia ella.

Y sabes, ella no necesitaba tiempo para pensarlo.


Dado que se había quedado sin voz, lo único que pudo hacer fue
asentir…, así que asintió tan fuerte y rápido como pudo. —Te amo, —graznó
mientras ponía la palma de su mano en la suya— Te amo tanto…
Repentinamente, se abrazaron el uno al otro.
Poniendo su cabeza en el hombro de Samuel T., sintiendo que él le
acariciaba la espalda y le susurraba al oído, ella miró a través de la hierba.
Amelia había acabado sobre esa Harley.

Y sonreía mientras miraba a sus padres.

CUARENTA Y TRES

Cuando Edward bajó del Mercedes de Sutton, levantó la vista hacia el


edificio de mantenimiento de terrenos. La estructura tenía al menos dos pisos de
altura, pero por lo poco que recordaba, era un gran espacio abierto, no una cosa
de varios pisos.

—Esperaré aquí, —dijo Sutton tensa—. ¿A menos que quieras que te deje
allí?
—No, está demasiado lejos para mí caminar hacia Easterly desde aquí.

—De acuerdo, te amo.

—Yo también te amo.

Y la verdad era que él necesitaba sacar algo de fuerza de ella.

Cerrando la puerta, arregló su traje negro y el nudo de su corbata. Y


cuando caminó hacia adelante, odiaba lo notable que era su cojera…, pero eso
no cambiaba nada.

Al entrar en el espacio cavernoso, olió el gas y el aceite dulce y sintió un


calor denso, como resultado de que las paredes metálicas y el techo no
estuvieran aislados bajo los rayos del sol. Sin embargo, había un acondicionador
de aire zumbando en la oficina administrativa.
A medida que avanzaba, pasó por alineaciones precisas de segadoras,
retroexcavadoras, linces, arados. Y todo lo demás en el lugar también estaba
donde tenía que estar: si se trataba de latas de gas o bolsas de semillas de césped,
sopladores o rastrillos, carretillas o vehículos de cuatro ruedas, alguien se había
asegurado de que todo estuviera accesible, en buenas condiciones de trabajo y
adecuadamente organizado.

La oficina para el jardinero principal estaba acristalada, pero los paneles


eran tan viejos y polvorientos que, en el mejor de los casos, eran meramente
translúcidos. Alguien estaba allí, sin embargo, el contorno de un hombre
moviéndose.

Edward se detuvo en la puerta cerrada. Aclarándose la garganta, levantó


una serie de nudillos y golpeó.
—Sí, —fue la respuesta cortante.

Y luego se abrió la astillada puerta.


Cuando Gary McAdams miró hacia afuera, el hombre se congeló…, un
miedo repentino ensanchando sus ojos.

En ese momento, todas las preguntas que Edward vino a saber fueron
respondidas. Y, sin embargo, se sintió obligado a decir: —¿Sabes quién soy?

El hombre mayor se tambaleó hacia atrás y pareció encontrar el asiento


de su silla más por suerte que por intención. Pasó un largo tiempo antes de que
respondiera, y cuando lo hizo, fue solo una sílaba.

La única que importaba, sin embargo.

—Sí señor, —dijo Gary en su grueso acento sureño.

Edward se dobló y cerró los ojos.


—Sé que esto tiene que ser una decepción para usted, —dijo Gary en voz
baja.
—No, —respondió Edward mientras obligaba a sus párpados a abrirse—.
Es un alivio. Siempre he deseado un padre del que pueda estar orgulloso.

Echándose hacia atrás, Gary pareció confundido. —De qué está hablando
usted, yo solo soy jardinero.
Edward negó con la cabeza. —Eres un buen hombre, de eso es de lo que
estoy hablando.
El jardinero se quitó la gorra, y mientras Edward estudiaba la cara del
hombre, pudo ver ecos de sus propias facciones y esos ojos… sí, era en los ojos.
Tenían exactamente los mismos ojos azules.

—Me mantuve a distancia, ya sabe, —dijo Gary—. Porque su mamá, ella


es una verdadera dama. Ella no tendría nada que ver con personas como yo. Pero
ya sabes, la amo. Siempre lo hice, y siempre lo haré. Y para que lo sepas, nunca
le pedí nada. Ella me da todo el amor que puede cuando puede, y eso es más
para que suficiente para mí.

—¿Te importa si me siento? Mis piernas ya no funcionan muy bien.

Mientras Gary hacía como si fuera a levantarse, Edward le indicó al


hombre que se quedara quieto mientras él mismo se dejaba caer en un tronco. Y
luego solo se miraron el uno al otro.

—¿Vas a despedirme?
Ahora Edward fue el que se echó hacia atrás. —Dios no. ¿Por qué habría
de hacerlo?

—Bueno. Me encanta mi trabajo y no quiero dejarla. Quiero decir, aquí.

Pensando en lo que Lane le había dicho, Edward sonrió un poco. —Me


alegro de que ames a mi madre. Ella se lo merece. Ella ha tenido una vida muy
difícil dentro de esa gran casa hermosa.

—Lo sé. Estuve allí para todo.


Edward buscó a tientas su teléfono y envió un mensaje de texto rápido. —
Me gustaría que conocieras a alguien que es muy especial para mí.

—¿Tu chica? ¿Te echaste novia, entonces?


—Sí, la tengo.

El sonido de los tacones altos de Sutton hizo eco en el garaje, incluso por
encima del ruido del aire acondicionado, y luego se inclinó hacia la puerta
abierta.

Tanto él como Gary se pusieron de pie, como era apropiado cuando una
dama estaba presente.

—Sutton, este es mi padre, Gary McAdams.

Gary se quitó la gorra y miró de uno a otro.


—Disculpe, señora, tengo las manos sucias.

Sutton sonrió y fue directa a abrazarlo. —Está bien, te saludaré de esta


manera.

El pobre hombre casi cayó desmayado. Y luego, Sutton acercó una silla al
abarrotado escritorio de los años cincuenta y sonrió como si no llevase un
Armani y perlas, llegando justo de un funeral.

—Estoy tan feliz de conocerte, —dijo cálidamente—. Sé que Edward


estaba nervioso viniendo aquí, pero realmente creo que todo va a salir bien.
Vosotros dos solo necesitáis un momento para acostumbraros a la idea.

Cuando Edward la miró, nunca la había amado más. Y luego, mientras


miraba la expresión tímida de su padre, supo que la verdad que finalmente había
salido era mucho mejor que la mentira lujosa y fea con la que todos habían
vivido durante tanto tiempo.

—Sí, —se hizo eco Edward—. Sé que todo esto va a estar bien.

CUARENTA Y CUATRO

Como la recepción de la señorita Aurora continuó hasta la hora de la


cena, Lane se tomó un momento para salir a la terraza, utilizando las puertas
francesas del salón delantero que su madre prefería para una salida nocturna.

Los sonidos de las conversaciones y las risas, y los aromas a comida y


vino, lo siguieron, haciéndole compañía mientras se dirigía hacia la montaña.
Extendiéndose ante él, la vista de los rascacielos del centro de Charlemont y del
Big Five Bridge se centraba perfectamente en el marco de los verdes bosques de
Pascua y en el vago camino ineficaz de Ohio hacia sus cataratas.

Al contemplarlo todo, Lane trató de imaginarse al primer antepasado que


se había quedado allí de pie en este ascenso majestuoso y pensó: Aquí,
construiré aquí. Viviré aquí con mi familia y espero prosperar.

Al considerar la historia de su familia, supo que había recibido tantas


bendiciones como la suya. Muchas maldiciones, también. Hubo alegría y
tristeza, cambios y trastornos, nacimientos y muertes. Y nunca había pensado en
esto antes, pero siempre había tenido la creencia errónea de que el pasado había
evolucionado a este presente prediseñado con un plan conocido por aquellos que
lo habían vivido.

Había supuesto que todas las personas que habían venido antes que él
sabían de alguna manera que sus elecciones y decisiones, sus injerencias y su
enfoque, inevitablemente conducirían a esta gran casa y a su gran vida propia.
Una mierda, pensó ahora mientras daba la espalda a las vistas y miraba a
Easterly.
No había forma de que los otros de su línea de sangre no se enfrentaran a
desafíos similares a los que él mismo acababa de superar. La historia solo se
establecía porque se reflexionaba sobre ella. ¿Mientras la estabas haciendo? No
tenías ni idea de qué demonios estabas haciendo o dónde ibas a terminar.

Estabas construyendo un legado con la frente presionada contra su cara,


martillando y clavando sin ninguna perspectiva, preguntándote qué es
exactamente lo que estabas construyendo. ¿Sería lo suficientemente fuerte?
¿Capearía las tormentas y los terremotos? ¿Era lo suficientemente grande para la
gente que viniera después? ¿Lo pastorearían... o lo incendiarían?

Mirando a través de las ventanas al salón, sonrió.


Max y Tanesha estaban sentados juntos en el sofá, sus cuerpos girados el
uno hacia el otro, sus rostros alegres, curiosos y emocionados. Edward y Sutton
estaban en el ponche, hablando con Jeff, parecía como si todos estuvieran de
acuerdo en algún tipo de tema profundamente discutido. Amelia estaba con Gin
y Samuel T., los tres estaban agrupados alrededor del teléfono de la niña, que
señalaba algo.

Y alrededor de su familia había una multitud de personas, compartiendo


historias sobre la señorita Aurora, riendo, llorando, hablando.

Lizzie rodeó la terraza. —¡Oye, ahí estás!


—Solo aquí disfrutando de la vista. ¿Cómo va la comida?

—Salimos corriendo. Luego, tres de las sobrinas de la señorita Aurora


atacaron las cosas juntas. Deberíamos haber sabido que esta gente iba a aparecer.

Pensó en las horas de visita de su padre. Cuando ninguna de las personas


de la alta sociedad se había molestado en venir.
—¿Te gustaría que hiciéramos un pase de comida?, —Preguntó.

—No, estamos bien.


—Entonces ven aquí, porque quiero besarte un rato.

—Un rato, ¿eh?


Cuando ella pasó, se sentó en la pared del porche y la colocó en su
regazo. Ella se ajustaba perfectamente y él le puso la mano en el estómago.

—No cambiaría nada, —murmuró Lane mientras miraba a la gente de


dentro.

—¿Sabes qué? yo tampoco.

—Aparte de que la señorita Aurora estuviera aquí.


Lizzie le acarició el pelo hacia atrás. —Me gustaría pensar que todavía
está.

—Yo también.

Ante eso, Lane levantó sus ojos al cielo y comenzó a sonreír cuando
alguien en la propiedad comenzó a tocar el banjo. Las tensiones de la música
42
antigua de bluegrass hicieron que su pie se moviera. Se aferró a su amor y
sintió el sol sobre sus hombros.

Con un gran rubor de gratitud, pensó en su hijo que aun estaba por
nacer… y esperaba que creciera y amara a Kentucky y que hiciera bourbon
como él.

—Sabes algo, —murmuró.

—¿Que?
—Dios es bueno. —Lane le dio un apretón a su mujer—. Y si esto no es
el cielo... no sé qué puede serlo.

Notas
[←1]
Director ejecutivo.
[←2]
Parca oriental de colores.
[←3]
Trastorno de estrés postraumático.
[←4]
Cuchillos
[←5]
Cereales integrales con pasas.
[←6]
Personaje de la historia The Legend of Sleepy Hollow.
[←7]
Marca de Ropa.
[←8]
Juego de palabras con reaper que es la personificación de la muerte y para el protagonista eso
representa su amada.
[←9]
Moto de cuatro ruedas, para ir por el campo o montaña.
[←10]
Acebo o muérdago.
[←11]
Rotten Tomatoes es un sitio web dedicado a la revisión, información y noticias de películas.
[←12]
Marca de bate de beisbol.
[←13]
Prueba de embarazo.
[←14]
Liga de Futbol americana.
[←15]
Cremas o óvulos para infecciones vaginales.
[←16]
Departamento de Policia Metropolitana De Charlotte.
[←17]
Piloto de carreras.
[←18]
Juego de lotería Estadounidense.
[←19]
Marca de cerveza.
[←20]
Porros.
[←21]
Referencia a La Guerra de las Galaxias.
[←22]
Es una película cómica y musical estadounidense de 1980 dirigida por John Landis y con John
Belushi y Dan Aykroyd como Jake Blues y Elwood Blues.
[←23]
Lugar barato y de mala reputación donde sólo tocan música country.
[←24]
Acumuladores programa de TV.
[←25]
Trastorno obsesivo compulsivo.
[←26]
Marca de Cortacésped.
[←27]
Sillones de descanso reclinables.
[←28]
Equipo profesional de fútbol americano.
[←29]
Personaje de Star Wars.
[←30]
Marca de sillón reclinable.
[←31]
Empresa especializada en la producción de artículos de cuchillería.
[←32]
NT: En el original Holier thanthou. Expresión usada cuando alguien se siente con la autoridad moral
para juzgar a otros. Significa Más Santo Que Tú.
[←33]
Centro de educación e investigación.
[←34]
Parte de cuatro estados del sur de Estados Unidos.
[←35]
Empresa de venta de ropa, zapatos y complementos.
[←36]
Dulces en forma de lazos originarios de Alemania pero nacionalizados americanos.
[←37]
Marca de reloj.
[←38]
Anemia de células falciformes.
[←39]
Galletas saladas.
[←40]
Antiácido.
[←41]
Aspirador.
[←42]
El bluegrass es un estilo musical, incluido en el country que, en la primera mitad del siglo XX, se
conoció como hillbilly.

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