Sir Basil Henry Liddell Hart
Sir Basil Henry Liddell Hart
Sir Basil Henry Liddell Hart
70Este brillante escritor, historiador, crítico y estratega militar, hijo del reverendo Henry Hart
y de su esposa Clara Liddell, nace en Inglaterra, el 31 de octubre de 1895. Se educa en la
Escuela de San Pablo y en el Colegio de Corpus Christi. El inicio de la Primera Guerra Mundial
le hace interrumpir sus estudios en Cambridge. Entra al Ejército Británico y se recibe como
Oficial del Regimiento de Infantería ligera del Rey, de Yorkshire. Toma parte activa en las
batallas de Iprés y del Somme y es herido dos veces. Al final de la guerra, en el grado de
capitán, su experiencia personal lo lleva al convencimiento de que la guerra es horrible y que
escenas como las del Somme y Passchendale no debieran repetirse jamás. Esta convicción es
la que en algunas ocasiones le hará asumir posiciones un tanto confusas cuando no
contradictorias, al surgir como escritor y crítico militar que alimenta controversias dentro del
debate que se abre sobre la conveniencia para su patria de optar por el ataque o por la
defensa en la conducción de la guerra.
71En 1920, antes de su salida del Ejército escribe el Manual de Entrenamiento de Infantería.
Una vez retirado del servicio en 1927, se ocupa como corresponsal militar en el Daily
Telgraph de 1925 a 1935, luego pasa al London Times hasta 1939 y de este año a 1945
escribe para el Daily Mail. Pero además de su condición de periodista con su inmenso
volumen de escritos y artículos sobre temas militares, se muestra al mundo con sus muy
numerosos e interesantes libros, como uno de los más prolíficos escritores sobre la guerra y
como versado historiador que con profundo criterio analítico estudia a los grandes
conductores militares de diversas épocas, para desentrañar el secreto de sus éxitos y
sustentar sus propias doctrinas. Al término de la Primera Guerra Mundial, el Ejército Británico
se desmoviliza demasiado rápido y es reducido en todas sus estructuras orgánicas con el
pretexto de la difícil situación fiscal. Además, al igual que en Francia, se piensa
equivocadamente: primero que la estrategia defensiva fue la que dio la victoria a los aliados,
y que con los organismos internacionales (La Liga de las Naciones) la tragedia de la guerra
pronto habría de desaparecer; de ahí surge un ambiente propicio al pacifismo que causa en
estos países una actitud antimilitarista, fundamentada en el error filosófico que destacaba
Ortega y Gasset de cometer la inmoralidad “de creer y hacer creer, que las cosas ocurren por
el solo hecho de desearlas”, lo cual pesa gravemente sobre la responsabilidad histórica de los
estadistas respecto al destino de sus pueblos.
72Sin embargo, para bien de Gran Bretaña en aquellos años aparece en el primera plana de
los analistas de la posguerra el Mayor General J. F. C. Fuller, quien en 1918 fuera el Jefe de
Estado Mayor del Real Cuerpo de Tanques y que con sus escritos, como brillante experto de
estas materias, inicia una cruzada en defensa de la guerra mecanizada y blindada, teorías
que poco interés despiertan en las esferas gubernamentales de su país y en el pueblo
británico que después de sufrir más de 600.000 bajas en Francia, no quería saber nada más
de guerras.
73Pero el General Fuller insiste, y el Capitán Liddell Hart se hace solidario con sus tesis y se
une a sus esfuerzos, y con sus escritos y libros desde finales de la década del 20, empieza a
proyectarse como el más convencido y prominente defensor de la guerra mecanizada
mediante el empleo intensivo de unidades blindadas para que estas sean empleadas como
fuerzas de choque independientes a fin de que penetren profundamente en el territorio
enemigo, le corten sus abastecimientos y lo aíslen de sus mandos.
74Curiosamente sus ideas y propuestas reciben mayor acogida fuera de su patria y son sus
adversarios potenciales quienes mejor sabrán aprovecharlas. Líderes alemanes como Erwin
Rommel y Heinz Guderian leen sus libros y se convierten en alumnos aventajados de sus
enseñanzas. Igual ocurre con los trabajos del General Fuller, de cuya conferencia sobre
“Operaciones con Fuerzas Mecanizadas”, solo se editan 500 ejemplares en Gran Bretaña,
mientras que en Alemania se reproducen 30.000 copias y otros cuantos millares en Rusia. De
ahí saldrán los fundamentos de empleo de la Blitzkreig que serán motivo de admiración de
las famosas Divisiones Panzer durante la Segunda Guerra Mundial.
75Pero lo paradójico fue que Liddell Hart se desempeñó durante 3 años, de 1937 a 1940,
como Consejero personal del Ministro de Guerra inglés Leslie Hore Belisha, quien aunque
parcialmente acogió algunas de sus sugerencias, no prestó la debida atención a sus
recomendaciones, especialmente en lo relacionado con la necesidad apremiante de
incrementar y modernizar las fuerzas mecanizadas y blindadas del Ejército Británico. Entre
sus obras más conocidas de esa primera época deben citarse Una historia de la Guerra
Mundial 1914-1918, (1934); Foch, el hombre de Orleáns; Sherman soldado realista
americano; y El futuro de la infantería.
77Esta circunstancia produce una actitud esencialmente pasiva que es la que va a llevar a la
construcción de las fortificaciones de la Línea Maginot, dentro de la idea de la cobertura
estratégica y a muchas otras medidas que como ocurre en Inglaterra, inciden
perjudicialmente en la capacidad y preparación de las Fuerzas Armadas de estos dos países,
como fue la reducción en el tiempo y en el número de los efectivos del Servicio Militar y la no
modernización y mejoramiento de sus armamentos y equipos.
79En los apasionados debates de 1936 en torno al rearme del Ejército Británico, la Medalla
de Oro para premiar el mejor de los trabajos presentados fue otorgada al Capitán
80J. C. Slesor, al sugerir una pequeña pero muy bien adiestrada Fuerza Mecanizada,
correspondiendo estos planteamiento al sentir del pueblo británico que no quería
81que un nuevo ejército de masa se comprometiera otra vez en Francia, lo que fue un signo
característico del pensamiento estratégico que se hizo predominante.
82En octubre de 1937, Liddell Hart, como corresponsal del Times, publicó varios artículos en
los cuales recomendaba que Inglaterra debía optar por la teoría de “la obligación,
responsabilidad y riesgo limitados” y volver a su tradicional política de bloqueo y de guerra
económica, de acuerdo con su muy buena capacidad marítima, y en cuanto al continente, se
mostró partidario de una estrategia estrictamente defensiva, y en desarrollo de este criterio
expresaba que a Francia se debería enviar únicamente una fuerza expedicionaria reducida, la
cual se mantendría en retaguardia como una reserva estratégica de alta movilidad, teniendo
en cuenta que (él también equivocadamente lo creyó) los franceses en la línea Maginot
lograrían detener la irrupción alemana.
83Estas publicaciones motivaron una gran polémica. El generral francés Baratier envió al
Times una protesta digna y firme en la cual criticaba la tendencia de Inglaterra a tratar de
arrojar el peso de la guerra sobre sus aliados. Fue entonces cuando más se habló de que los
ingleses siempre estaban dispuestos a combatir en el territorio europeo, hasta el último
soldado francés.
84Otros escritores militares británicos, entre ellos el general Rowan Robinson, de la Escuela
de Fuller, arremetieron contra Liddell Hart, rechazando con indignación sus sugerencias
sobre una guerra pasiva y la proscripción del ataque. También el hábil crítico inglés, V. W.
German, entró en la discusión y tuvo una visión profética cuando llegó a expresar que “los
ingleses durante más de una década se habían adiestrado para tener fe en todo método
concebible para ganar guerras, salvo el de combatir en las batallas y batir al enemigo”.
85Sin embargo, el verdadero portavoz del pensamiento británico siguió siendo Liddell Hart,
quien identificado con las teorías de Fuller continuó defendiendo el tanque como el arma
decisiva de la guerra, pero de ningún modo fue partidario de emplear en Francia las nuevas
divisiones blindadas del Ejército Británico, sino de mantenerlas en el territorio metropolitano,
como una reserva estratégica principal, con miras a ser empleadas en Holanda o en el
Cercano Oriente. Más tarde cuando ya la guerra se hacía inminente, expresó que salvo unas
tropas técnicas, no debía enviarse a Francia ninguna fuerza expedicionaria, porque una vez
se destacaran las primeras tropas, se seguirían incrementado los requerimientos de estas y,
por consiguiente, sus respectivas bajas. Posteriormente se aceptó que como máximo y solo
para reforzar la moral de
86los franceses, debían enviarse hasta tres divisiones blindadas, pero a condición de que
éstas no fueran empleadas en una campaña ofensiva, sino como reservas móviles de los
contraataques y en estrecha cooperación con la Fuerza Aérea.
87Bajo el efecto de la Blitzkrieg en Polonia que demostró la eficiencia del ataque, Liddell Hart
se mostró confundido, pero en un memorando escrito el 9 de septiembre de 1939, siguió
insistiendo “en que la defensa era superior al ataque allí donde no se disponía de espacio
suficiente para la movilidad”. Fue tan persistente en esta lamentable convicción de su
doctrina que llegó incluso a sugerir que el gobierno hiciera una declaración en la cual
renunciaba al ataque para combatir la agresión y de este modo evitar el ridículo en que se
podía caer dada la compleja inactividad de los ejércitos aliados.
88No obstante las muy variadas posiciones disímiles, la política de Liddell Hart, no fue
seguida y a principios de la guerra se envió una pequeña fuerza expedicionaria británica que
como reserva estratégica permaneció muy detrás de la línea “Maginot”. Al iniciarse, en
marzo de 1940, el avance alemán, el Ejército Británico fue destinado a cerrar la brecha de
Lieja sin prestar atención a la selva de las Ardenas por cuanto Liddell Hart había considerado
que por lo abrupto del terreno y la frondosidad de los bosques, el enemigo no operaría en
esta zona a gran escala, pero fue donde los alemanes prepararon la ruptura frente a Sedan.
Esta opinión fue compartida por los franceses y los belgas y resultó ser una tremenda
equivocación.
89La marcha de Dunquerque vino a ser así una funesta consecuencia de la doctrina de la
obligación, responsabilidad y riesgos limitados, basada en un tipo de guerra puramente
defensivo, pero de la cual no se puede culpar solamente a Liddell Hart, puesto que él no fue
el autor de esta doctrina, sino que como el publicista militar más destacado de Gran Bretaña
injustamente se le identificó con ella. Esta doctrina fue producto de una gran complejidad de
causas tanto en Inglaterra como en Francia que erróneamente la acogieron.
La doctrina de defensa de las dos grandes democracias occidentales de Europa no era producto de
unos pocos hombres, políticos tímidos o expertos de estrecho criterio, sino el resultado de la
orientación en el pensamiento nacional a la vez producto de una civilización superior que ha
apartado a los timoratos del sacrifico de la guerra.
91Fueron las instituciones democráticas las que crearon las influencias pacifistas y la
aversión general de los británicos y de los franceses de recurrir al arbitrio de la guerra en los
casos de disputas internacionales.13 13
92Además, la matanza que representó la Primera Guerra Mundial hizo que a priori se
rechazara cualquier tipo de ideas ofensivas, como también las dificultades financieras, el
desequilibrio social y las actitudes pacifistas propiciaron un medio en donde solo fue posible
la discusión teórica, pero sin que surgiera la voluntad política para disponer los cambios
urgentes que se apreciaban necesarios.
14 Ibid.
Las instituciones democráticas están basadas en la voluntad de las masas. La masa resulta
extremadamente lenta para cambiar de orientación cuando adquiere impulso; lentitud esta que
algunas veces resulta fatal. Ahí reside la debilidad de la democracia, cuando se ve enfrentada por
un enemigo resuelto y astuto. Sin embargo, si el cambio se produce a su debido tiempo, el
impulso que la masa crea por la voluntad de vencer, tiene en una nación democrática recursos
más profundos, debido a que las energías morales surgen de la convicción y no del apremio.14 14
94Y para sustentar estas apreciaciones, transcribe algunos apartes del discurso de Winston
Churchill del 12 de octubre de 1942, al apreciar la situación de la guerra, de los cuales
reproducimos los siguientes fragmentos:
Pero después de todo, la explicación no es tan difícil. Cuando pueblos pacíficos como el británico y
el norteamericano que en tiempos de paz son muy descuidados con su defensa: naciones y
pueblos sin zozobras ni sospechas que nunca han conocido la derrota, naciones desprevenidas,
diré naciones descuidadas que despreciaron el arte militar y pensaron que la guerra era tan dañina
que nunca más volvería a tener lugar. Cuando naciones como estas son atacadas por
conspiradores bien organizados y poderosamente armados que durante años han estado
planeando en secreto y exaltando la guerra como la mayor manifestación del esfuerzo humano,
glorificando la masacre y la agresión y han estado preparados y adiestrados, hasta lo último que la
ciencia y la disciplinas permiten, es natural que los pacíficos y desprevenidos deban sufrir
15 Ibid.
Este no es el final del cuento. Es solo el primer capítulo. Si las grandes democracias pacíficas
pueden llegar a sobrevivir, los primeros y pocos años del ataque del agresor, otro capítulo tendría
que ser escrito. Es a este capítulo al que nos referiremos a su debido tiempo. Será siempre una
gloria para esta isla y este Imperio que mientras estuvimos luchando solos durante todo un año,
ganamos tiempo para que la buena causa se armara, se organizara pausadamente y lanzara sobre
los criminales las fuerzas asociadas unidas e irresistibles de la civilización ultrajada. En esto reside
la fuerza inherente de una Democracia que puede perder muchas batallas pero que al fin gana la
última.1515
98Pero volvamos a nuestro personaje: después de la Segunda Guerra Mundial, Liddell Hart
escribe muchos otros libros, entre otros Los Generales alemanes hablan; Al otro lado de la
colina, para lo cual entrevista a destacados jefes enemigos, entre ellos a los generales
Guenther Bluementritt, Hasso Manteuffel, Whilheim Von Thoma, Kart Von Tippeelskirch y
Gottharr Heirici. También edita los Papeles de Rommel, publica Los tanques (1959),
Disuasión o Defensa, Una historia de la Segunda Guerra (1970).
99Además, escribe sobre la Guerra Fría analizando la importancia de las armas nucleares
tanto por su posible empleo como por su enorme poder disuasivo en las confrontaciones
futuras.
101Corona Británica lo enaltece con el título de Caballero. Como anteriormente se dijera, fue
su dura experiencia personal vivida en Francia, durante la Primera Guerra Mundial, la que le
impulsó a buscar nuevos métodos que sirvieran para disminuir los altos costos de los
sufrimientos de los cuales había sido testigo. En sus numerosos escritos enfatizó siempre el
uso de la movilidad y la sorpresa, así como la importancia de la aproximación indirecta
orientada a dislocar al enemigo a fin de reducirle sus medios de resistencia con menor
atrición. De su muy fecunda producción histórica y literaria, la más destacada de sus obras
fue la llamada Strategy: The Indirect Approach, (Estrategia: la aproximación indirecta), tema
que empezó a desarrollar desde sus más tempranos artículos de prensa y en sus primeros
libros, como se puede apreciar en el titulado París, o el futuro de la guerra y Las guerras
decisivas de la historia; prácticamente fue de este último libro ampliado y corregido de
donde salió su obra máxima que resultaría muy polémica por las controversias suscitadas.
102La teoría de la aproximación indirecta apareció inicialmente como una gran estrategia
con la cual se pretendía persuadir al gobierno británico para que no volviera a participar en
ninguna otra guerra continental en Europa, después de la Primera Guerra Mundial. La idea
básica de la aproximación indirecta es la de detectar las debilidades del adversario, a fin de
golpear su talón de Aquiles en forma muy rápida para asegurar una pronta y decisiva victoria
que evite la confrontación directa que a lo largo de los siglos ha sido siempre muy cruenta y
ha causado incalculables pérdidas de vidas humanas y de recursos materiales. Esta teoría
recomienda como objetivo esencial golpear la moral del enemigo para obtener el derrumbe
de su voluntad antes que confrontar sus Fuerzas Armadas. Su convicción en la superioridad
de esta estrategia se evidencia desde el prefacio de su libro cuando expresa:
16 B. H. Liddell Hart, Strategy: The Indirect Approach, London, New American Library, 1967.
Esta ha sido una ley de la vida en todas las esferas; una verdad de filosofía. Su cumplimiento se
ha visto como una realización práctica en el manejo de cualquier problema donde el factor
humano predomine y un conflicto de voluntades tienda a surgir de un fundamental asunto de
intereses.1616
17 Ibid.
104Su enfoque despertó cierta controversia al criticar a Clausewitz por sus engañosas teorías
que fueron las que condujeron a las aterradoras pérdidas de vidas durante la Primera Guerra
Mundial, especialmente por el error de prescribir que la destrucción del poder enemigo debía
ser uno de los principales fines de la guerra. Al respecto escribió: “Clausewitz no contribuyó
con nuevas o progresivas ideas a la táctica o la estrategia. Él fue un codificador o compilador
de pensamientos pero no creativo ni dinámico”.1717
105Consecuente con su criterio, en el libro llega a expresar una súplica dirigida a los
gobiernos de Occidente, para que abandonen las teorías del mencionado pensador alemán y
se cambien a la estrategia de la aproximación indirecta.
106Desde su punto de vista consideró que su estrategia era la ideal para manejar más
apropiadamente amenazas como la de la guerrilla que pretendía poner en aprietos la moral
del adversario como uno de los propósitos esenciales de la guerra. Sobre este particular
Brian Bond, otro conocido crítico militar británico, repudió a Liddell Hart y sostuvo que éste
había malinterpretado y distorsionado el pensamiento de Clausewitz.
107En la guerra, como en otras ciencias y artes, “nada hay nuevo bajo el sol”; para ello
basta con observar que el libro de Liddell Hart refleja aspectos de los escritos de Sun Tzu.
Así por ejemplo, mientras el primero aconseja: “Seleccionar la línea de acción menos
esperada por el enemigo”, Sun Tzu había escrito: “Aparezca en los sitios donde el enemigo
debe defender de prisa, y marche rápidamente para ubicarse en sitios donde no sea
esperado”.1818
108Esta, su obra más conocida, fue publicada después de la década del 50, cuando ya se
consideraba factible el uso de armas nucleares y de ahí su interés en influir en los gobiernos
occidentales para que se decidieran por la aproximación indirecta en lugar de la directa que
más se identificaba con el pensamiento de Clausewitz.
109De todos los escritores y críticos militares contemporáneos fue Liddell Hart (fallecido
apenas en 1970) quien ejerció y aún sigue teniendo una gran influencia en el pensamiento
estratégico actual con sus doctrinas y teorías. Estas son dos de sus conceptos que más
merecen ser tenidos en cuenta:
“El propósito del estudio militar el de mantener una estrecha observación y vigilancia sobre
los últimos desarrollos técnicos, científicos y políticos fortalecidos por una segura
comprensión de los principios eternos sobre los cuales los grandes capitanes han basado sus
métodos contemporáneos, e inspirarse en el deseo de ir delante de cualquier Ejército rival,
para asegurar las opciones futuras.”19
Conclusiones
Moltke en principio se identificó con la estrategia directa, pero su brillante liderazgo, como su
extraordinaria inteligencia, manifestada en su flexibilidad para comprender y adaptarse a las
circunstancias esencialmente cambiantes de la guerra, le permitieron adecuar sus
concepciones y criterios a las complejas como diferentes situaciones que le correspondió
afrontar y supo combinar todas la estrategias y tácticas que le sirvieron para obtener la
victoria.
Von de Goltz, otro influyente pensador alemán en cierta forma alumno de Moltke, expresaría
este axioma indiscutible: “Un país no se prepara para la guerra, sino para su propia guerra
en particular”.
La premisa anterior debe fundamentar todo lo relacionado con los preparativos y con la
conducción de una campaña militar, así como con la organización, el entrenamiento y las
peculiaridades del estamento militar de un determinado país y, por tanto, para la
formulación y cumplimiento de su estrategia adecuada a sus necesidades, sus medios
disponibles y sus posibilidades.
Liddell Hart, por su parte, fue el más entusiasta promotor de la estrategia indirecta y su tesis
basada en la investigación histórica le permitió demostrar que las guerras exitosas de los
grandes capitanes fueron, casi siempre las que se condujeron bajo la modalidad de la
estrategia de la aproximación indirecta.
Debido a su dolorosa experiencia de la Primera Guerra Mundial, quiso evitarle a su patria los
altos costos de una guerra ofensiva y por ello se acogió a la política británica de la
obligación, el compromiso y el riesgo limitado, la cual fue causa de los graves descalabros de
los aliados en el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Paradójicamente, al mismo tiempo que propiciaba una estrategia defensiva para actuar en
apoyo de Francia, fue el más convencido exponente de la importancia del tanque de guerra y
del empleo masivo de las grandes unidades blindadas, dentro de un carácter esencialmente
ofensivo; curiosamente, sus enseñanzas fueron desatendidas por su compatriotas y
aprovechadas exitosamente por sus adversarios alemanes.
La posible utilidad que estas ideas puedan tener para el análisis y comprensión de nuestro
conflicto interno es muy relativa dado que las teorías y doctrinas de estos dos pensadores se
refieren preferentemente a la guerra convencional y aunque muchos opinan que las leyes y
principios de la guerra son de aplicación universal para cualquier tipo de conflicto, esto no
siempre resulta cierto. En nuestro concepto, las guerras revolucionarias generalmente de
tipo irregular, exigen unas leyes y principios específicos por la naturaleza sui géneris de esta
clase de confrontación.
20 David Galula, Counter-insurgency Warfare, Pall Mall Press, London, UK, 1964.
A este respecto, David Galula, en su obra La lucha contra la insurrección20 20, afirma que
además de representar las guerras revolucionarias casos excepcionales, la mayor parte de
las reglas y normas aplicables a un bando no pueden serlo al otro. Y
textualmente expresa: “En la lucha entre una mosca y un león, la mosca no puede asestar
una golpe definitivo a su contendor, ni el león puede volar.”
Aunque se trata de una misma guerra, surge la asimetría entre los dos oponentes y eso hace
que las teorías que se aplican en uno, no puedan aplicarse en el otro. Intentar hacerlo –nos
dice Galula– sería, como pretender “que una persona de estatura normal se pudiera meter
dentro del vestido de un enano.”
De ahí que las estrategias, las tácticas y los procedimientos propios de la guerra
convencional, así como las doctrinas y principios de su conducción, tienen que ser distintos
y, por consiguiente, la guerra irregular debe tener sus propias leyes y principios acordes con
su naturaleza sui géneris, que la hacen distinta de las demás.
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BIBLIOGRAFÍA
Liddell Hart, B. H., Strategy: The Indirect Approach, London, New American Library, 1967.
Pijoán, José (dir.), “Bismark”, en Historia del Mundo, Tomo II- La Unificación de Alemania,
Barcelona, Salvat Editores, 1978.
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NOTAS
4 Ibid.
5 Ibid.
6 André Beaufre, Introducción a la estrategia, Lima, Ed. Biblioteca militar del Oficial, No. 43, 1977.
7 Citado en Juan Domingo Perón, Apuntes de historia militar, Buenos Aires, 1932.
8 Goerlitz, El Estado Mayor alemán, Barcelona, Editorial AHR, 1954
9 Edward Mead Earle, Creadores de la estrategia moderna, Tomos I y II, Buenos Aires, Escuela de
guerra naval.
10 Ibid.
11 Ibid.
12 Ibid.
14 Ibid.
15 Ibid.
16 B. H. Liddell Hart, Strategy: The Indirect Approach, London, New American Library, 1967.
17 Ibid.
20 David Galula, Counter-insurgency Warfare, Pall Mall Press, London, UK, 1964.
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Referencia en papel
Gabriel Puyana García, « Teorías de la guerra en Moltke y Liddell Hart »,Revista de Estudios
Sociales, 15 | 2003, 109-121.
Referencia electrónica
Gabriel Puyana García, « Teorías de la guerra en Moltke y Liddell Hart », Revista de Estudios
Sociales [En línea], 15 | Junio 2003, Publicado el 01 junio 2003, consultado el 24 enero 2021.
URL : http://journals.openedition.org/revestudsoc/26136
Genial pensador y estratega, fue reconocido como maestro por Rommel, Von Manstein y
Guderian. En la Segunda Guerra Mundial fue asesor personal de Churchill para estos temas.
Formaba parte del grupo de los consejeros transgeneracionales británicos: T.E. Lawrence,
Robert Graves y B.H. Liddell Hart, que eran colegas y sin embargo amigos.
Aunque la guerra es contraria a la razón, pues es un medio de llegar a una solución por la fuerza cuando el debate no consigue
producir una solución acordada, el desarrollo de la guerra debe ser controlado por la razón si se quieren alcanzar sus objetivos,
ya que:
1/ Aunque luchar es un acto físico, su dirección es un proceso mental. Cuanto mejor sea la estrategia, más fácil y menos
costoso será conseguir el objetivo.
2/ Por el contrario, cuanta más fuerza se invierte, más aumenta el riesgo de que el equilibrio de la guerra se vuelva en contra;
e incluso si se consigue la victoria, menos fuerzas quedarán disponibles para aprovechar la paz.
3/ Cuanto más brutales sean los métodos, más resentidos estarán los enemigos, con lo que, naturalmente, endurecerán la
resistencia que se trata de vencer; por lo tanto, cuanto más emparejados en fuerza estén ambos bandos, más inteligente será
evitar extremos de violencia que tiendan a consolidar las tropas y el pueblo enemigo tras sus líderes.
4/ Estas consideraciones se amplían aún más. Cuanto más se intenta aparentar imponer una paz totalmente propia, mediante la
conquista, mayores son los obstáculos que surgirán por el camino.
5/ Además, cuando se consigue el objetivo militar, cuanto más se exija del bando vencido, más problemas se producirán y más
motivos se brindarán para tratar de invertir la situación a la que se ha llegado mediante la guerra.
La fuerza es un círculo vicioso -o mejor, una espiral- salvo que su aplicación esté controlada por el cálculo más razonado. Así,
la guerra, que comienza por negar la razón, viene a reivindicarla a lo largo de todas las fases de la lucha.
El instinto de lucha es necesario para conseguir el triunfo en el campo de batalla -aunque incluso aquí el combatiente que puede
mantener la sangre fría tiene ventaja sobre el hombre que "lo ve todo rojo"-, pero siempre debe llevarse con las riendas bien
tirantes. El hombre de estado que se deja vencer por ese instinto, pierde la cabeza y deja de estar capacitado para regir los
destinos de una nación.
La victoria, en el verdadero sentido de la palabra, supone que el estado de paz, y del propio pueblo, es mejor tras la guerra que
antes de ella. La victoria en este sentido sólo es posible si puede conseguirse un resultado rápido, o si un gran esfuerzo puede
estar económicamente proporcionado a los recursos nacionales. El fin debe ajustarse a los medios. Si no existen buenas
perspectivas para una victoria de este tipo, el hombre de estado inteligente no debe perder la oportunidad de negociar la paz. La
paz conseguida por tablas, basada en el reconocimiento de cada bando de la fuerza del bando contrario, es, como mínimo,
preferible a la paz conseguida por el agotamiento mutuo, y a menudo ha ofrecido mejores bases para una paz duradera.
Es más sensato correr el riesgo de la guerra con tal de preservar la paz que correr el riesgo de agotamiento en la guerra con
tal de terminar con la victoria, una conclusión contraria a lo que suele ser habitual, pero avalada por la experiencia. La
perseverancia en la guerra sólo está justificada si hay buenas oportunidades de llegar a buen fin, es decir, posibilidades de
conseguir una paz que equilibre la suma de desgracias humanas producidas durante la lucha. Profundizando en el estudio de
anteriores experiencias, se llega a la conclusión de que las naciones podrían haberse acercado más a su objetivo político si
hubieran aprovechado una interrupción de la lucha para discutir un acuerdo que al haber continuado la guerra con el objetivo
militar de la "victoria".
La historia también revela que en muchos casos podría haberse conseguido una paz beneficiosa si los hombres de estado de las
naciones contendientes hubieran mostrado mayor comprensión de los elementos de psicología de sus "sensores" de paz. Con
frecuencia su actitud ha sido muy similar a la observada en las típicas peleas domésticas: cada una de las partes teme aparentar
darse por vencida, por lo que, cuando una de ellas muestra alguna inclinación hacia la conciliación, suele expresarla en un
lenguaje demasiado duro, y es probable que la otra tarde en responder, en parte por orgullo u obstinación y en parte por una
tendencia a interpretar el gesto como signo de debilidad, cuando es posible que sea signo de una vuelta al sentido común. Así, el
momento crucial pasa, y el conflicto continúa con daño para ambos. En raros casos la continuación sirve para nada bueno cuando
ambas partes están condenadas a vivir bajo el mismo techo. Esto es aún más aplicable a la guerra moderna que a un conflicto
doméstico, pues la industrialización de las naciones han hecho sus destinos inseparables. Es responsabilidad de los hombres de
estado no perder nunca de vista las perspectivas de posguerra cuando persiguen el "espejismo de la victoria".
En los casos en que ambas partes están demasiado equilibradas para ofrecer una oportunidad razonable de triunfo rápido a
cualquiera de ellas, el hombre de estado inteligente aprenderá algo de la psicología de la estrategia. Un principio elemental
de estrategia es aquél según el cual si hallas a tu oponente en una posición fuerte, difícil de forzar, debes dejarle una línea de
retirada como la forma más rápida de debilitar su resistencia. También debe ser un principio de política, especialmente en
la guerra, ofrecer al enemigo una escalera por donde pueda bajar.
Puede caber la duda sobre si estas conclusiones, basadas en la historia de las guerras entre los llamados estados civilizados,
pueden aplicarse a las condiciones inherentes a la renovación del tipo de guerra puramente predatoria librada por los asaltantes
bárbaros del Imperio romano, o por la mezcla de guerra religiosa y predatoria desarrollada por los fanáticos seguidores de
Mahoma. En tales guerras toda paz negociada suele tener en sí un valor aún menor del normal (la historia demuestra claramente
que los estados raras veces se mantienen fieles mutuamente, salvo en la medida en que sus promesas les parezcan compatibles
con sus intereses). Pero cuanto menos se ha preocupado una nación de sus obligaciones morales, más tiende a respetar la fuerza
física (el poder disuasorio de una fuerza demasiado grande para ser desafiada con impunidad). De la misma forma, en el plano
individual todo el mundo sabe que el fanfarrón y el camorrista dudan en atacar a alguien cuya fuerza es parecida a la suya (más
que un tipo pacífico en enzarzarse con un atacante más fuerte que él).
Es una tontería imaginar que podamos comprar a los tipos agresivos (o en lenguaje moderno, "apaciguarlos"), sean individuos o
naciones, ya que el pago de un rescate estimula la exigencia de otro. Pero pueden ser sometidos. Su propia creencia en la fuerza
los hace más vulnerables al efecto disuasorio de una fuerza opositora de grandes proporciones. Esto constituye un control
adecuado, excepto contra el puro fanatismo, aquél que no está mezclado de "codicia".
Aunque es difícil llegar a una verdadera paz con los tipos predatorios, es más fácil inducirles a aceptar un estado de alto el fuego,
y mucho menos agotador que intentar aplastarlos, ya que están, como todos los tipos de seres humanos, imbuidos del coraje de
la desesperación.
La experiencia de la historia brinda muchas pruebas de que la caída de los Estados civilizados se produjo, no por los ataques
directos de enemigos, sino por su decadencia interna, combinada con las consecuencias del agotamiento bélico. Un estado de
incertidumbre es difícil de soportar, y a menudo ha llevado al suicidio a las naciones y a los individuos por su incapacidad para
soportarlo. Pero la incertidumbre es mejor que llegar al agotamiento tratando de conseguir el espejismo de la victoria. Además,
un alto en las hostilidades permite una recuperación y un desarrollo de las fuerzas, mientras que la necesidad de vigilancia ayuda
a mantener una nación "en guardia".
Las naciones pacíficas son propensas, sin embargo, a correr peligros innecesarios, ya que cuando surge uno de ellos se sienten
más inclinadas que las naciones predatorias a llegar a situaciones extremas. Éstas, sin embargo, al hacer la guerra como medio
de ganar, suelen estar más dispuestas a abandonarla cuando encuentran a un oponente demasiado fuerte para ser vencido
fácilmente. Es el luchador poco dispuesto, impulsado por la emoción y no por el cálculo, el que suele continuar la lucha hasta el
límite más duro y, por ello, no suele conseguir su fin, aunque no llegue a perder directamente. El espíritu de barbarie sólo puede
debilitarse durante el alto en las hostilidades; la guerra lo fortalece añadiendo leña al fuego.”
(1) Liddell Hart, Basil H. “Strategy” second revised edition; Meridian Book; 1967
(2) Idem, página 325
(3) Idem, página 327
(4) Idem, página 329
(5) Manstein, Mariscal de campo Erich von “lost Victories” paperback edition published 1994 by
Presidio Press, CA USA; 94-126
(6) Montgomery, Mariscal de campo “Historia del arte de la guerra” traducción de Juan García-
Puente Aguilar, Madrid, 1969; página 502
(7) Luttwak, Edward N. “Strategy, the logic of war and peace”; The Belknap Press of Harvard
University Press; Massachusetts; 1987; página 8
(8) Luttwak, Edward N. “Strategy, the logic of war and peace”; The Belknap Press of Harvard
University Press; Massachusetts; 1987; página 16
(9) Idem, página 17
(10) Idem, página 255 “el camino Chouf, desde Jazzin a la autopista Beirut-Damasco, que a su
vez conduce hacia el este hasta Shtawra, objetivo israelí del momento donde estaba ubicado el
asiento del comando militar sirio en El Líbano. El avance israelí fue bloqueado en Ayn Salta, a
pocos kilómetros de la carretera”. Ver Zeev Schiff y Ehud Yaari, Israel´s Lebanon War (1984)
páginas 160-161.
(11) Idem, página 255 La ofensiva del Cuerpo Ben-Gal 446, que comenzó al amanecer del 10
de junio de 1982. Ver Zeev Schiff y Ehud Yaari, Israel´s Lebanon War (1984) páginas 117,171-
173.
Máximas de la Estrategia
1. Ajustar sus fines a sus medios.
En la elección de los fines debe prevalecer una mirada clara y un cálculo
frío. Quien mucho abarca poco aprieta, y el comienzo de la sabiduría en
estrategia es el sentido de “que es posible”. Entonces, enfrente los
hechos en lugar de que prevalezca la confianza, la confianza que se
puede conseguir lo que aparentemente es imposible. La confianza es
como la corriente de una batería: evite gastarla en un esfuerzo en vano.
La esencia de estas ocho máximas es, que para lograr el éxito deben ser
resueltos dos grandes problemas: dislocación y explotación. Uno va primero y
el otro lo sigue. Usted no puede golpear en forma efectiva a su enemigo a
menos que haya creado la oportunidad; y no será decisivo a menos que
explote la segunda oportunidad que viene antes de que él se recupere.
Genial pensador y estratega, fue reconocido como maestro por Rommel, Von Manstein y
Guderian. En la Segunda Guerra Mundial fue asesor personal de Churchill para estos temas.
Formaba parte del grupo de los consejeros transgeneracionales británicos: T.E. Lawrence,
Robert Graves y B.H. Liddell Hart, que eran colegas y sin embargo amigos.
Aunque la guerra es contraria a la razón, pues es un medio de llegar a una solución por la fuerza cuando el debate no consigue
producir una solución acordada, el desarrollo de la guerra debe ser controlado por la razón si se quieren alcanzar sus objetivos,
ya que:
1/ Aunque luchar es un acto físico, su dirección es un proceso mental. Cuanto mejor sea la estrategia, más fácil y menos
costoso será conseguir el objetivo.
2/ Por el contrario, cuanta más fuerza se invierte, más aumenta el riesgo de que el equilibrio de la guerra se vuelva en contra;
e incluso si se consigue la victoria, menos fuerzas quedarán disponibles para aprovechar la paz.
3/ Cuanto más brutales sean los métodos, más resentidos estarán los enemigos, con lo que, naturalmente, endurecerán la
resistencia que se trata de vencer; por lo tanto, cuanto más emparejados en fuerza estén ambos bandos, más inteligente será
evitar extremos de violencia que tiendan a consolidar las tropas y el pueblo enemigo tras sus líderes.
4/ Estas consideraciones se amplían aún más. Cuanto más se intenta aparentar imponer una paz totalmente propia, mediante la
conquista, mayores son los obstáculos que surgirán por el camino.
5/ Además, cuando se consigue el objetivo militar, cuanto más se exija del bando vencido, más problemas se producirán y más
motivos se brindarán para tratar de invertir la situación a la que se ha llegado mediante la guerra.
La fuerza es un círculo vicioso -o mejor, una espiral- salvo que su aplicación esté controlada por el cálculo más razonado. Así,
la guerra, que comienza por negar la razón, viene a reivindicarla a lo largo de todas las fases de la lucha.
El instinto de lucha es necesario para conseguir el triunfo en el campo de batalla -aunque incluso aquí el combatiente que puede
mantener la sangre fría tiene ventaja sobre el hombre que "lo ve todo rojo"-, pero siempre debe llevarse con las riendas bien
tirantes. El hombre de estado que se deja vencer por ese instinto, pierde la cabeza y deja de estar capacitado para regir los
destinos de una nación.
La victoria, en el verdadero sentido de la palabra, supone que el estado de paz, y del propio pueblo, es mejor tras la guerra que
antes de ella. La victoria en este sentido sólo es posible si puede conseguirse un resultado rápido, o si un gran esfuerzo puede
estar económicamente proporcionado a los recursos nacionales. El fin debe ajustarse a los medios. Si no existen buenas
perspectivas para una victoria de este tipo, el hombre de estado inteligente no debe perder la oportunidad de negociar la paz. La
paz conseguida por tablas, basada en el reconocimiento de cada bando de la fuerza del bando contrario, es, como mínimo,
preferible a la paz conseguida por el agotamiento mutuo, y a menudo ha ofrecido mejores bases para una paz duradera.
Es más sensato correr el riesgo de la guerra con tal de preservar la paz que correr el riesgo de agotamiento en la guerra con
tal de terminar con la victoria, una conclusión contraria a lo que suele ser habitual, pero avalada por la experiencia. La
perseverancia en la guerra sólo está justificada si hay buenas oportunidades de llegar a buen fin, es decir, posibilidades de
conseguir una paz que equilibre la suma de desgracias humanas producidas durante la lucha. Profundizando en el estudio de
anteriores experiencias, se llega a la conclusión de que las naciones podrían haberse acercado más a su objetivo político si
hubieran aprovechado una interrupción de la lucha para discutir un acuerdo que al haber continuado la guerra con el objetivo
militar de la "victoria".
La historia también revela que en muchos casos podría haberse conseguido una paz beneficiosa si los hombres de estado de las
naciones contendientes hubieran mostrado mayor comprensión de los elementos de psicología de sus "sensores" de paz. Con
frecuencia su actitud ha sido muy similar a la observada en las típicas peleas domésticas: cada una de las partes teme aparentar
darse por vencida, por lo que, cuando una de ellas muestra alguna inclinación hacia la conciliación, suele expresarla en un
lenguaje demasiado duro, y es probable que la otra tarde en responder, en parte por orgullo u obstinación y en parte por una
tendencia a interpretar el gesto como signo de debilidad, cuando es posible que sea signo de una vuelta al sentido común. Así,
el momento crucial pasa, y el conflicto continúa con daño para ambos. En raros casos la continuación sirve para nada bueno
cuando ambas partes están condenadas a vivir bajo el mismo techo. Esto es aún más aplicable a la guerra moderna que a un
conflicto doméstico, pues la industrialización de las naciones han hecho sus destinos inseparables. Es responsabilidad de los
hombres de estado no perder nunca de vista las perspectivas de posguerra cuando persiguen el "espejismo de la victoria".
En los casos en que ambas partes están demasiado equilibradas para ofrecer una oportunidad razonable de triunfo rápido a
cualquiera de ellas, el hombre de estado inteligente aprenderá algo de la psicología de la estrategia. Un principio elemental
de estrategia es aquél según el cual si hallas a tu oponente en una posición fuerte, difícil de forzar, debes dejarle una línea de
retirada como la forma más rápida de debilitar su resistencia. También debe ser un principio de política, especialmente en
la guerra, ofrecer al enemigo una escalera por donde pueda bajar.
Puede caber la duda sobre si estas conclusiones, basadas en la historia de las guerras entre los llamados estados civilizados,
pueden aplicarse a las condiciones inherentes a la renovación del tipo de guerra puramente predatoria librada por los asaltantes
bárbaros del Imperio romano, o por la mezcla de guerra religiosa y predatoria desarrollada por los fanáticos seguidores de
Mahoma. En tales guerras toda paz negociada suele tener en sí un valor aún menor del normal (la historia demuestra claramente
que los estados raras veces se mantienen fieles mutuamente, salvo en la medida en que sus promesas les parezcan compatibles
con sus intereses). Pero cuanto menos se ha preocupado una nación de sus obligaciones morales, más tiende a respetar la fuerza
física (el poder disuasorio de una fuerza demasiado grande para ser desafiada con impunidad). De la misma forma, en el plano
individual todo el mundo sabe que el fanfarrón y el camorrista dudan en atacar a alguien cuya fuerza es parecida a la suya (más
que un tipo pacífico en enzarzarse con un atacante más fuerte que él).
Es una tontería imaginar que podamos comprar a los tipos agresivos (o en lenguaje moderno, "apaciguarlos"), sean individuos o
naciones, ya que el pago de un rescate estimula la exigencia de otro. Pero pueden ser sometidos. Su propia creencia en la fuerza
los hace más vulnerables al efecto disuasorio de una fuerza opositora de grandes proporciones. Esto constituye un control
adecuado, excepto contra el puro fanatismo, aquél que no está mezclado de "codicia".
Aunque es difícil llegar a una verdadera paz con los tipos predatorios, es más fácil inducirles a aceptar un estado de alto el fuego,
y mucho menos agotador que intentar aplastarlos, ya que están, como todos los tipos de seres humanos, imbuidos del coraje de