Un Poco de Historia de La Mamita Meche
Un Poco de Historia de La Mamita Meche
Un Poco de Historia de La Mamita Meche
Disposiciones Generales
Art. 1º.- La Institución cuyas actividades serán reguladas por el presente Estatuto se denominará
“Hermandad de la Virgen de Mercedes y San Francisco de Asís de Paita”.
Art. 2º.- La Hermandad de la Virgen de Mercedes y San Francisco de Asís de Paita es una
agrupación Eclesial autorizada por el Ordinario de la Arquidiócesis de Piura y asesorada
por el Párroco de la Matriz de Paita.
Art. 4º.- El domicilio de la Hermandad estará ubicado en la ciudad de Paita. (Casa Parroquial).
Art. 5º.- La Hermandad se rige por el presente Estatuto, por los sagrados cánones que tienen
relación con las piadosas asociaciones de fieles y por las prescripciones del Ordinario del
lugar.
«Madre de nuestro Ejército: Humilde a tus plantas como acostumbré en mi juventud de soldado: hoy el
anciano Mariscal te repite el ruego de toda su vida: que la fe en las mercedes que otorgas cual guía
luminosa abra al Perú la ruta de la gloria» (Andrés A. Cáceres, 1921)
El culto a la Virgen de Merced o de las Mercedes es una de las devociones más antiguas y arraigadas en
nuestro país. Su gloriosa historia se inicia en la Edad Media, cuando San Pedro Nolasco con el apoyo del
Rey Jaime I de Aragón —por especial revelación de la misma Virgen— funda el 10 de agosto de 1218 en
Barcelona la “Celestial, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced”, para la redención de los
cautivos en poder de los musulmanes.
La trayectoria de esta benemérita Orden es maravillosa y heroica: “Desde su inicio y durante los seis
siglos siguientes pudo redimir a más de ochenta mil cautivos devolviéndoles a su patria y a su hogar con
el precio de mil quinientos mártires que derramaron su sangre por la conquista de la libertad de los
cristianos”.1
Los Padres Mercedarios llegaron al Perú junto con los primeros conquistadores, y con ellos la devoción a
la Virgen de las Mercedes, que rápidamente se extendería por el vasto Virreinato. De ello nos da cuenta
el historiador jesuita, P. Rubén Vargas Ugarte: “Fruto del celo de los mercedarios fue la difusión del culto a
la Virgen titular, algunas de cuyas imágenes, como las de Lima, Quito, Pasto, Piura, Chachapoyas,
Portobelo, Ica, Tucumán y Caracas, vinieron a ser muy populares y veneradas”.2
Fray Miguel de Orenes, quien fundara en 1535 el convento de Lima, trajo la primera imagen de la Virgen
de la Merced que se veneró en esta ciudad. El P. Luis Vera en su Memorial de la fundación y progreso de
la Orden de Nuestra Señora de la Merced de la Provincia de Lima (1637) señala que ya esta imagen obró
estupendos milagros entre los conquistadores y primeros pobladores de la ciudad.
La primitiva ermita mercedaria, un oratorio pequeño y de pobres materiales, fue sustituida por el
magnífico templo levantado durante el gobierno del Marqués de Montesclaros (1608-1615) y que hasta
hoy contemplamos, a pesar de la furia de los temblores y los saqueos de los piratas. En tiempos recientes
la Santa Sede ha elevado la iglesia al rango de Basílica Menor.
En su interior alberga grandes joyas del arte y de la piedad cristiana, entre las que destacan El Cristo de la
Conquista, una conmovedora imagen de la Virgen Dolorosa, los restos mortales del Venerable P. Urraca y
su famosa Cruz que tanto excita la devoción popular, y otras. Lamentablemente, en años recientes ha
desaparecido la preciosísima reliquia de la Sagrada Espina guardada en la Basílica.
La imponente imagen de Nuestra Señora de la Merced, expuesta en su altar mayor, es muy antigua y de
muy bella factura. Data del tiempo de la inauguración de la iglesia a comienzos del siglo XVII. Fue jurada
patrona de los campos de Lima por el Cabildo el 20 de setiembre de 1730, proclamada Patrona de las
Armas de la República por el Congreso Nacional de 1823 y coronada canónicamente en 1921.
Desde antaño se le reconoce su especial protección a la capital, como lo consigna un Acta del Cabildo
limeño: “También recibió esta ciudad el beneficio de esta Divina Señora por el mes de julio del año 1615,
en que intentaron invadir el presidio del Callao once navíos corsarios holandeses, en que hallándose sin
defensa, invocaron su patrocinio y acudió prontamente su clemencia al socorro de este trabajo,
apareciéndose acompañada de numerosos ángeles, vestida con el sagrado hábito de su Orden y mirando
con semblante benigno a la ciudad la protegió extendiendo su piadoso manto y arrojó del puerto a los
enemigos...”.3
El citado P. Luis Vera refiere también un milagro de la Virgen ocurrido en la doctrina de Ichopincos,
corregimiento de Guamalíes: “Cayóle cáncer mortal al P. Fr. Pedro del Campo estando en esta doctrina y
no hallándose remedio en la tierra, acudieron al último cortándole una pierna donde estaba el mal.
Cortada por la rodilla, era tan fuerte la corrupción que fue necesario cortarle por más arriba segunda y
tercera vez; a ésta quedó tan rendido que diciéndole que no se había atajado el daño, y así tratase de las
últimas disposiciones para salir de esta vida, se desmayó y volviendo en sí fue dando voces: tráiganme la
Imagen Sacratísima de la Virgen, tráiganme a mi Madre, que sólo ella puede darme salud. Trajéronle la
imagen de la iglesia, y al punto que entró en su aposento, a la vista de todos, se le cayeron por sí mismos
en el suelo los pedazos de carne podrida en que estaba apoderado el cáncer, quedando la demás
colorada y libre de corrupción. Sanó de la llaga en brevísimo espacio, y aunque con pierna de palo, quedó
tan ágil que por los más peligrosos caminos del Perú iba a mula, con más facilidad que los muy sanos”.4
Pero el gran impulsor de esta devoción en el Perú fue sin duda Fray Antonio de Vidaurre, quien por largos
años dirigió la Tercera Orden de la Merced y escribió en 1716 la célebre Novena deprecatoria a la
Santísima Virgen de la Merced, redentora de cautivos y especialísima abogada del Perú, que tan amplia
difusión tuvo desde entonces.
Sin embargo, en el siglo XIX, como bien lo señala Mons. Severo Aparicio Quispe,“la piedad decayó
bastante” en medio de la zozobra política y social del país. Y añade: “Al mismo tiempo, la desorganización
de la Iglesia a raíz de la independencia y la falta de comunicación con la Santa Sede, agravada por la
intromisión del gobierno civil en los asuntos de la Iglesia (Decreto Supremo del 28 de setiembre de 1826
que dicta el Reglamento de Regulares), fueron factores determinantes en el decaimiento interno de
la Iglesia y en el enfriamiento de la devoción del pueblo creyente”.5
A pesar de todo, durante el Pontificado de San Pío X, a inicios del siglo XX, se opera un nuevo ardor del
antiguo fervor. Así, por decreto del Papa Benedicto XV, firmado por el ilustre y recordado Cardenal Rafael
Merry del Val, el 24 de setiembre de 1921, el Arzobispo de Lima, Mons. Emilio Lisson y Chávez, realiza en
el atrio de la Catedral la emotiva ceremonia de coronación canónica de la imagen de Nuestra Señora de la
Merced.
Este mismo espíritu se expande a otras ciudades. Así, como parte del VI Congreso Eucarístico Nacional
celebrado en Piura en 1960, es coronada canónicamente la antigua e histórica imagen de la Merced del
puerto de Paita. Y al año siguiente el Nuncio Apostólico, Mons. Romolo Carboni, corona en el atrio de la
catedral del Cusco, ante una impresionante multitud, la tradicional imagen de la Virgen de la Merced
venerada en la Ciudad Imperial.
Cabe resaltar la solemnidad con que en todo el país las Fuerzas Armadas celebran anualmente la
festividad de su santa patrona, el día 24 de setiembre, en que se conmemora la descensión de María
Santísima a revelar y fundar la Orden mercedaria.
Sin embargo, tal celebración, cuyo brillo debería ir en aumento año a año, se ha visto menguada desde
que en 1964 el gobierno redujo el feriado religioso a una anodina “fiesta cívica laborable”.
Nuestra Señora de la Merced es, sin duda, la invocación más apropiada para suplicarle a la Virgen que, así
como Ella se dignó en el pasado rescatar a miles de almas del cautiverio a manos de paganos, así también
rescate hoy al pueblo peruano y al mundo entero de la esclavitud al neopaganismo que nos tiraniza por
todos los medios —en la publicidad, las modas, las costumbres inducidas, en la propagación de vicios y
aberraciones morales— para que el Perú pueda cuanto antes retomar la senda de su anhelado progreso
espiritual y material como gran nación católica.
San Francisco de la Buena Esperanza es el antiguo y encantador nombre que recibió la población
asentada en la bahía de Paita, a 57 km. al oeste de la actual ciudad de San Miguel de Piura. El lugar es
mencionado tempranamente por los cronistas que narran el segundo viaje de Francisco Pizarro al Perú.
El puerto de Paita fue durante siglos escala obligada en la importante ruta marítima entre Panamá y el
Callao. Por su importancia y sus riquezas fue codiciado por cuanto pirata asomó en el Pacífico. No
obstante su frenado desarrollo, un prodigioso acontecimiento le ha unido para siempre a la Madre de
Dios, quien desde el Cielo vela por el puerto máximo del norte peruano.
Religiosos dominicos, franciscanos y mercedarios arribaron al Perú en 1532 junto con los conquistadores.
En la fundación de San Miguel de Tangarará —la primera ciudad española en el Pacífico sur— el 15 de
agosto de aquel año, estuvo presente entre otros el mercedario fray Miguel de Orenes. Antes de su
ubicación definitiva en Piura, la población es trasladada primero a Monte de los Padres (1534-1570) y
seguidamente, por lo insano del paraje, a Paita (1570-1588). En este lugar los hijos de San Pedro Nolasco
entronizaron, en la pequeña capilla que allí habían erigido, una imagen de Nuestra Señora de la Merced,
confeccionada en Quito. Con la llegada de la Patrona, ésta se convierte en una valiosa auxiliar para la
evangelización de los indios y el crecimiento de la devoción mariana de la población en general.
Con todo lo cual el demonio no podía quedarse tranquilo. En 1597 el pirata inglés Thomas Cavendish
atacó por sorpresa y quemó el puerto de San Francisco de la Buena Esperanza. En la ocasión, la sagrada
imagen se libró de las llamas gracias a la oportuna acción de un devoto suyo que arriesgando la vida
ingresó a la capilla mercedaria y rescató a su Reina.
Siglo y medio después, la noche del 13 de noviembre de 1741 una escuadra inglesa al mando de Sir
George Anson se presentó sorpresivamente frente a Paita. Aprovechándose de la oscuridad y de la
niebla, desembarcó y tomó por asalto el pequeño fuerte que defendía la ciudad. La población presa del
miedo huyó a los alrededores y los bandidos protestantes se dedicaron al saqueo y al pillaje. El inglés le
propuso un arreglo indecente al gobernador de Paita: el intercambio de prisioneros por cuantiosas
mercancías; a lo que el hidalgo español ni se dignó responder a pesar de haberle amenazado. Furioso, el
“humano y bondadoso” Anson decidió entonces incendiar la ciudad. Para ello acumuló gran cantidad de
combustible que distribuyó por las calles, de manera que el fuego prendiera en múltiples focos al mismo
tiempo y no diera ocasión de ser controlado. Apenas perdonó a las iglesias de La Merced y San Francisco,
donde había encerrado a los prisioneros. ¿Una benevolencia más del marino anglicano? ¿Qué había
sucedido en realidad?
El día anterior, llevado del odio iconoclasta, el hereje se abalanzó sable en mano con la intención de
decapitar a la Virgen de las Mercedes, pero su arma se embotó, dejando estampada para todo y siempre
una marca de sangre en el cuello de la imagen. Sorprendido, en un primer momento retrocedió, pero
luego ordenó que la llevaran al barco con ánimo de destrozarla. Mientras tanto estalló una terrible
tempestad. En ese trance, los marineros supersticiosos, arrojaron al mar a la Reina de los Profetas, así
como en el Antiguo Testamento lo hicieron con Jonás (cf. Jo. 1, 15).
Al día siguiente, los paiteños encontraron en la playa a su Patrona y la llevaron en triunfo hasta su trono.
¡Una vez más María venció, una vez más los herejes fracasaron; pues no pudieron llevarse el más
precioso tesoro de Paita! Desde entonces todos los piuranos le tomaron a la Santísima Virgen mayor
cariño y una devoción más intensa, cuyo recuerdo perdura hasta hoy.
En su libro “Viaje alrededor del mundo hecho en los años 1740-44 por George Anson”, compilado de sus
propios apuntes por Richard Walter, capellán protestante del Centurión —la nave capitana—, hay un
capítulo entero y rico en pormenores dedicado a la toma de Paita. Como el pirata trata pertinazmente de
ganarse al lector, nada dice acerca de su sacrílega obsesión hacia la imagen de Nuestra Señora de la
Merced. Sin embargo, reconoce el feroz incendio que desató: “La ciudad ardía enteramente, y el humo
cubría toda la playa de modo que no se le veía, aunque se oían perfectamente sus gritos”; y se alegra con
su destrucción: “las llamas hacían un estrago terrible y espantoso en toda la ciudad; de modo que el
enemigo por más esfuerzos que hizo no pudo salvar ni las casas ni las mercancías que habían quedado”.
Pero de lo que más se ufana, es del botín: “yo creo que aun fue su pérdida mucho más considerable, pues
si entran en cuenta las casas que destruyeron las llamas, los efectos que quedaron reducidos a cenizas y
los bajeles que echamos a pique, creo que estos solos artículos valgan la cantidad citada sin contar las
inmensas riquezas, las alhajas y las preciosas joyas y cuantiosa plata labrada que trasladamos a nuestro
bordo”, justificando así el robo y saqueo como un simple traslado
Otra prueba de la predilección de la Divina Providencia por esta localidad, puede ser la bella y
embelesadora luna que adorna su cielo en las tardes plácidas o en sus noches cálidas. Las Sagradas
Escrituras, en el libro del Cantar de los Cantares (6, 9), evoca a la Virgen Inmaculada con estas palabras:
Quae est ista quae progreditur quasi aurora consurgens, pulchra ut luna, electa ut sol, terribilis ut
castrorum acies ordinata — “¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, hermosa como la
luna, resplandeciente como el sol, terrible como un ejército formado en orden de batalla?”
La Luna simboliza a la Santísima Virgen. Ella es la Mujer vestida de sol del Apocalipsis. Y por añadidura, la
Virgen de las Mercedes es Patrona de las Armas del Perú.
Tiempos modernos
“Hacia el último tercio de la centuria dieciochesca —señala Laurence Chunga Hidalgo— la imagen se
hallaba expuesta al público en una bella hornacina, decorada con finísimos espejos, y los religiosos eran
los celosos guardianes de los preciosos vestidos y alhajas que los dueños de naves, tripulantes y
navegantes le dejaban en agradecimiento por la protección alcanzada en alta mar. Cada tarde, mientras
tanto, los paiteños se congregaban en su iglesia para recitar a dos coros el Santísimo Rosario y cantar las
letanías”.2
Durante el gobierno eclesiástico de Mons. Alberto Arce Masías, se reunió en Piura del 25 al 28 de agosto
de 1960 el VI Congreso Eucarístico Nacional, presidido por el cardenal legado Mons. Richard Cushing,
Arzobispo de Boston. En aquella magnífica ocasión, fue coronada canónicamente la antigua e histórica
imagen de la Virgen de las Mercedes del puerto de Paita.
Esta simpática urbe, como muchas otras ciudades del Perú, tiene un enorme potencial de crecimiento.
Contra él atentan hoy viejos estatismos, eternas indolencias, teólogos del miserabilismo y modernos
ambientalistas radicales. Pero no olvidemos que el auténtico progreso material sólo vendrá si es
acompañado de un simétrico progreso espiritual, y de las bendiciones inestimables de la Virgen de las
Mercedes.
PONTELO..sonia vasquez http://www.adelantelafe.com/
Hace unas semanas, al salir de una Iglesia en la que me encontraba haciendo oración, percibí como un
señor le decía a su esposa, “mira, así deberíais de ir todas las mujeres”, lo escuché perfectamente… ¿A
qué se refería? Ni más ni menos que al velo que cubría mi cabeza. No sé que pensaría ella, ni lo que llegó
a contestar, si es que dijo algo, ya que no me quedé más tiempo allí. Lo qué si sé, es la respuesta a una
pregunta que me han hecho en repetidas ocasiones, ¿Por qué debemos utilizar el velo, las mujeres del
Siglo XXI? ¿Tiene sentido hoy en día, el uso de una prenda que muchas personas consideran desfasada,
anticuada y sin sen sentido?… Cuando en nuestras Iglesias vemos a diario a la gente más desnuda que
vestida, ¿Podemos plantearle a una mujer que se cubra la cabeza para entrar en el Templo? ¿Qué
objetivo tiene esto? ¿Molestar al Párroco? A raíz del Concilio Vaticano II, fueron muchos los Presbíteros
que aprovechando el desconocimiento de los fieles, indujeron a la mujer a quitárselo, aduciendo un
cambio en los nuevos tiempos de la Iglesia y tratando de “beatas” y “ñoñas” a las que continuaron
utilizándolo, que fueron marginadas hasta el final. Todo falso y perfectamente orquestado, para
paulatinamente, seguir con todos los demás destrozos: el Latín, la música, la liturgia, el traslado del
Sagrarios. Sin duda, una gran obra del maligno para cepillarse, literalmente a nuestra Santa Madre
Iglesia.
Si la respuesta del por qué utilizar el velo en la Iglesia, fuese una obligación o una imposición a la que las
mujeres debemos someternos, estoy segura que no secundaría absolutamente ninguna dama, esta
hermosa tradición milenaria, que oculta un dulce secreto de Amor con mayúsculas, que les voy a
desvelar. Antes de nada, les diré que este artículo, no es solo para las mujeres, es para los hombres
también, ¿Por qué? En breve lo descubrirán…Mi recomendación es que sigan leyendo hasta el final.
Me estremece imaginarme a la Virgen María en oración, la supongo recogida bajo su velo, ocupando
ese discreto lugar al que las mujeres estamos llamadas: brillar en la oscuridad, ahí, donde
verdaderamente hace falta la luz. El otro día en una Iglesia veía a una señora de unos treinta años en el
altar, disfrazada de monaguilla. Esto mismo, lo hemos visto hace poco en una Misa con el Santo Padre,
pero esto no quiere decir que sea un referente que debamos imitar, por desgracia, las ceremonias que
deberían ser un ejemplo, a veces, son justo lo contrario, un contra ejemplo, que lo único que promueve
es un deseo absurdo en nosotras, de realizar funciones propiamente masculinas y que,
desgraciadamente, sólo provocan la risa del que nos observa, ya que estamos esperpénticas. Después
nos hablarán del importante papel de la mujer en la Iglesia y creeremos que consiste en tocar las
campanillas o preparar las vinajeras, ¡Tremendo cometido! No sé Vds. pero yo, no me imagino
caricaturizada con esa pinta en un Presbiterio, ocupando un lugar al que no he sido llamada. Pienso que,
efectivamente, tal y como se nos dice, estamos designadas para grandes cometidos dentro de la Iglesia,
pero desde luego, el gran reto, no es ponernos una casulla y oficiar. No seamos ridículas, porque esa es
la palabra, hay prendas que por excelencia son femeninas y otras prendas que son masculinas, así como
las funciones que asumimos, a las que nos convoca la Iglesia y que, al tiempo, van implícitas en nuestra
naturaleza. Precisamente, el Señor nos hizo hombre y mujer, con nuestras diferencias y nuestras
sensibilidades.
“Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla
y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le habla sacado al hombre, haciendo una
mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo: -«¡Ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi
carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del, hombre” (Génesis 2)
¿Por qué llevas el velo?, me preguntaba una amiga. ¿Qué responderían Vds. si alguien les preguntara,
por ejemplo, por qué amas, por qué sientes, por qué respiras? Porque es una necesidad vital, ¿Verdad?
Seguramente se habrán fijado alguna vez, en las perfumerías, cuantas colonias hay en los expositores. Las
mujeres nos pasamos bastante tiempo buscando esa fragancia exclusiva y personal, que al cerrar los ojos
nos haga sentir especiales. Cuando encontramos ese perfume, ya no queremos volver a probar ninguna
otro. Con el velo, sucede algo similar, se siente el bonus odor christi y una vez que rompes esa primera
barrera del miedo al que dirán, se produce una concesión total al Amado de nuestra alma, ya solo nos
importa agradarle a Él, después de eso, ya no hay retroceso, es una rendición total al Señor, sin reservas,
como la enamorada que se viste de blanco y se entrega con su pureza, en el día de su boda. Solo las
mujeres podemos entender estas delicadezas tan propiamente femeninas. No es algo estético, pero sí
es cierto que el Templo, se embellece y se llena de majestuosidad al estar la mujer recogida en oración,
ahí debajo, sin distracciones, entregada en cuerpo y alma a nuestro Señor. Hermosa como una novia para
nuestro Dios, “bella por dentro y por fuera” ese debería ser nuestro lema.
El uso del velo, implica, sin necesidad de conocer ninguna norma de protocolo o de vestimenta,
que nuestras prendas exteriores deben ir en armonía con algo tan puro y virginal. Sólo con su uso,
entenderíamos que hay ropa que no procede ponerse para estar en un lugar Sagrado. El uso del velo, nos
abriría definitivamente los ojos, hoy que los tenemos tan cerrados a la pureza y a su oposición, al pecado.
Sólo utilizándolo, entenderíamos qué es lo que debe albergar dentro del alma. “Que vuestro adorno no
sea el de fuera, peinados, joyas de oro, vestidos llamativos, sino lo más íntimo vuestro, lo oculto en el
corazón, ataviado con la incorruptibilidad de un alma apacible y serena. Esto es de inmenso valor a los
ojos de Dios” (1 Pe.3, 3-4)
Aunque son muchos los Presbíteros que se manifiestan en contra de que las mujeres lo utilicemos, mi
primer acercamiento al velo, fue por los Sacerdotes, alguien me puso sobre la pista de una prenda
prácticamente imposible de adquirir en mi ciudad ya que apenas los hay a la venta y posteriormente,
sumergiéndome en la lectura de los artículos del Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa, me convencí
y acabé no sólo por utilizarlo, sino por desear transmitir a otras mujeres, los beneficios de utilizar una
prenda tan piadosa
¡Ve, oh mujer, tu grandeza y acepta tu dignidad con humildad! No te de vergüenza del velo, pues se te
llama “sagrada” y “divina”, pues en esta tierra no se vela (cubre con un velo) más que a Dios. (Padre Juan
Manuel Rodríguez de la Rosa)
Aunque la sociedad actual, nos empuja a lo contrario, a llenarnos de podredumbre interior, lo que sí es
cierto, es que si Vds. son capaces de oponerse al mundo y cubrir la cabeza una sola vez,
inexplicablemente su vida espiritual, nuestro interior, se desborda como un río cuando llega al mar y les
aseguro, que no volverán a prescindir de él, el que lo prueba, repite. Esa corriente que desborda el alma,
no sólo queda dentro de nosotras, sino que se derrama a todos los que están a nuestro alrededor y aquí
es donde entra el hombre… les dije que siguieran leyendo.¿No somos las mujeres, por norma general,
las que enseñamos a los niños sus primeras oraciones? Pues esto continúa en todas las etapas de
nuestra vida…somos maestras, ejemplo con nuestros actos y con nuestra vida y recogidas en oración,
tenemos una gran misión que es llevar las almas a Dios. ¡El prototipo de la mujer del Siglo XXI! Qué
ejemplo para los hombres vernos fieles para el Señor, sin más distracción ante nuestros ojos que el
Sagrario! Si utilizáramos el velo, no desearíamos más, que recibir a Dios, como verdaderamente debe
hacerse, de rodillas y en la boca, seríamos incapaces de tocarlo con nuestras manos o de quedarnos de
pie impasibles ante Él, caeríamos rendidas ante nuestro Amado.
Supongo que como a todas las mujeres, mi referente es María, Ella es la mano que nos conduce a Dios.
Prácticamente es representada en todas las imágenes, cubierta, sin destacar, pero, fíjense que
curioso, en ese plano discreto y alejada de toda mirada, fue la mujer que tuvo el papel más relevante
en la historia. Ella no estaba sentada a la mesa con Jesús en la última cena, pero estaba a los pies de la
Cruz, donde prácticamente todos, le habían abandonado. Y si todo esto se repitiera en el año actual, en el
2015, no me la imagino con cualquier prenda, desgarbada y en una Iglesia subida al ambón, no, es seguro
que Ella, estaría exactamente igual, oculta a las miradas, pero con ese papel tan importante y
determinante como es dar ejemplo con la propia vida de uno. La imagino con Jesús, en el Sagrario, con
sus manos juntas y su cabeza bajo el velo que cubre y oculta nuestros sentimientos más íntimos, por eso,
cuando me preguntan por qué, sólo puedo responder… por Amor
En la Misa que clausuró la Jornada Mundial de las Cofradías y la Piedad Popular, hoy en la Plaza de
San Pedro, el Papa Francisco exhortó a las Hermandades del mundo a vivir con “autenticidad
evangélica, eclesialidad, ardor misionero”.
“En el camino del Año de la Fe, me alegra celebrar esta Eucaristía dedicada de manera especial a
las Hermandades, una realidad tradicional en la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos una
renovación y un redescubrimiento. Saludo a todos con afecto, en especial a las Hermandades que
han venido de diversas partes del mundo. Gracias por su presencia y su testimonio”.
El Santo Padre señaló que en el Evangelio de hoy escuchamos “un pasaje de los sermones de
despedida de Jesús, que el evangelista Juan nos ha dejado en el contexto de la Última Cena. Jesús
confía a los Apóstoles sus últimas recomendaciones antes de dejarlos, como un testamento
espiritual”.
“El texto de hoy insiste en que la fe cristiana está toda ella centrada en la relación con el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu
Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio”.
El Papa indicó que “aquí se indica el centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir:
amar a Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio”.
Francisco recordó que su predecesor, Benedicto XVI, al dirigirse a las Hermandades usó la palabra
“evangelicidad”, por lo que les recordó que “la piedad popular, de la que son una manifestación
importante, es un tesoro que tiene la Iglesia”.
Los obispos latinoamericanos definieron la piedad popular, dijo el Papa, “como una espiritualidad,
una mística, que es un ‘espacio de encuentro con Jesucristo’”.
El Santo Padre exhortó a las Cofradías a acudir “siempre a Cristo, fuente inagotable, refuercen su
fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia”.
“A lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido
con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminen con decisión hacia la santidad; no se
conformen con una vida cristiana mediocre, sino que su pertenencia sea un estímulo, ante todo
para ustedes, para amar más a Jesucristo”.
Francisco señaló que en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles leído hoy “hemos escuchado nos
habla de lo que es esencial”.
“En la Iglesia naciente fue necesario inmediatamente discernir lo que es esencial para ser
cristianos, para seguir a Cristo, y lo que no lo es. Los Apóstoles y los ancianos tuvieron una reunión
importante en Jerusalén, un primer ‘concilio’ sobre este tema, a causa de los problemas que
habían surgido después de que el Evangelio hubiera sido predicado a los gentiles, a los no judíos”.
“Fue una ocasión providencial”, indicó el Papa, “para comprender mejor qué es lo esencial, es
decir, creer en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como
Él nos ha amado”.
“Pero noten cómo las dificultades no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. Y aquí entra un
segundo elemento que quisiera recordarles, como hizo Benedicto XVI: la ‘eclesialidad’”.
El Papa subrayó que “la piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia,
en comunión profunda con sus Pastores”.
“Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia los quiere. Sean una presencia activa en la comunidad,
como células vivas, piedras vivas”, exhortó el Papa, pidiendo que “amen a la Iglesia. Déjense guiar
por ella. En las parroquias, en las diócesis, sean un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana”.
“Veo en esta plaza una gran variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran riqueza y
variedad de expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, al encuentro con Cristo”.
El Santo Padre señaló que la “misionariedad” también debe caracterizar a las Cofradías, pues
“tienen una misión específica e importante, que es mantener viva la relación entre la fe y las
culturas de los pueblos a los que pertenecen, y lo hacen a través de la piedad popular”.
“Cuando, por ejemplo, llevan en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor,
no hacen únicamente un gesto externo; indican la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de
su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indican, primero a ustedes mismos y
también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para
que nos transforme”.
Francisco remarcó que cuando las Hermandades “manifiestan la profunda devoción a la Virgen
María, señalan al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a
la voluntad de Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta
discípula del Señor”.
“Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, ustedes la manifiestan en formas que
incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas... Y, haciéndolo así,
ayudan a transmitirla a la gente, especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el
Evangelio ‘los pequeños’”.
El Papa les pidió ser “también ustedes auténticos evangelizadores. Que sus iniciativas sean
‘puentes’, senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. Y, con este espíritu, estén siempre
atentos a la caridad”.
“Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da
testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. Sean
misioneros del amor y de la ternura de Dios”.
“Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras
vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un
testimonio luminoso de su misericordia y de su amor”.
Francisco indicó que “así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la
Jerusalén del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz
del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea”, concluyó.
Apenas se produjo el descubrimiento de América por Colón, el papa Alejandro VI emitió la bula “Inter
Coetera” el 4 de mayo de 1493, encargando a España la tarea de la conversión a la fe católica, de los
habitantes del Nuevo Mundo.
No cabe la menor duda que los años finales del Siglo XV fueron de gran suerte para España. Unidos los
reinos de Castilla y Aragón por el matrimonio de la reina Isabel con el rey Fernando, tuvieron estos luego
la suerte de ver casada a su única hija Juana (La Loca) con el archiduque Felipe el Hermoso, nieto y
heredero del emperador de Alemania.
Los reyes católicos Fernando e Isabel, al vencer al último rey moro de Granada lograron la unificación de
España en lo político y en lo religioso.
Luego vino el descubrimiento de América y en el mismo año de 1492 un ambicioso prelado español, el
famoso Alejandro Borgia, llegó a ser papa con el nombre de Alejandro VI. Como era lógico, se apresuró a
confiar a España la alta misión de ganar al nuevo mundo, al cristianismo.
De esa manera, Cortés, Pizarro y otros capitanes españoles, no sólo ganaban territorios para la corona de
España, sino también fieles para la religión de Cristo, aparecían como los instrumentos de una misión
espiritual muy superior. Los reyes de España pudieron así confirmar su renombre de católicos ganado con
motivo de la guerra contra los moros. De esa forma el papa bendecía por anticipado, las empresas
guerreras de los conquistadores.
Refiriéndose a las Capitulaciones de Toledo, la reina Juana, escribía el 21 de abril de 1529 al provincial de
la orden de Santo Domingo en España disponiendo el envío al Perú de frailes de esa orden. Cuando
Pizarro partió el 19 de enero de 1530 de San Lucas de Barrameda, traía a los dominicos Reginaldo
Pedraza, Vicente Valverde, Tomás Toro, Alonso Burgalés, Pedro Yépez y Pablo de la Cruz.
De todos ellos sólo Pedraza y Valverde vinieron al Perú con Pizarro, mientras que Tomás Toro fue
nombrado obispo de Cartagena, otro dominico regresó a España y de los otros dos no se sabe si murieron
o se quedaron en Panamá. Pero en el istmo había una gran cantidad de religiosos y muchos de ellos se
unieron a Pizarro, mientras otros se fueron sumando más tarde con las expediciones de Benalcázar y de
Soto.
El historiador P. Armando Nieto Vélez en su obra “La Iglesia Católica” editada en la colección “Historia del
Perú”, de Mejía Baca, considera que sólo Valverde fue el dominico que estuvo con Pizarro en San Miguel
y que luego lo acompañó a Cajamarca y al Cuzco asegurando que tras de eso regresó a España y en 1538
retornó con los dominicos Gaspar de Carbajal, Pedro de Ulloa, Tomás de San Martín, Martín de Esquivel,
Agustín de Zúñiga y Francisco Martín Toscano.
A esto cabe observar, que Tomás de San Martín estuvo en la fundación de San Miguel, lo cual no sólo lo
asevera don Manuel de Mendiburu en su Diccionario Histórico Biográfico del Perú, sino que lo confirman
una serie de indicios. Lo mismo dice el P. Rubén Vargas Ugarte.
Don Manuel Gómez Lainez que en 1877 fuera amanuense del concejo provincial de Paita, hizo años más
tarde una monografía de ese puerto, en base según aseguraba a documentos que había visto en el
archivo municipal y que se quemaron en un incendio.
Según ese relato, después de la fundación de San Miguel llegaron de Nicaragua los dominicos Indalecio
Astorga y Bonifacio Escoquis, los que en 1536 empezaron la construcción del templo y convento de
Colán. En esa época el pueblo tenía cierta importancia y constituía una reducción de indios. El edificio fue
construido -siempre según Gómez Lainez- con “cantera de piedra caliza, sacada del cerro cercano a la
espalda del templo, con frente a la plaza”. Luego expresa: “este templo fue ornamentado suntuosamente
con altares y retablos dorados, por obreros españoles, en fina madera de cedro y roble, que abunda en
las florestas de Centro América”.
Cuando Gómez escribía su monografía, decía refiriéndose al templo que “la misma existe hasta el
presente en estado ruinoso”, y que en 1888 un incendio destruyó el convento.
Fray Domingo de Santo Tomás, también dominicano era según don Manuel de Mendiburu, el más joven
de los religiosos que estuvieron en la fundación de San Miguel, llegando aprender el quechua y varias
lenguas yungas, poniendo mucho empeño en evangelizar a los tallanes y demás indios de la costa.
Con relación a la llegada de los padres franciscanos, el historiador P. Armando Nieto asegura que el
primer religioso de esta orden que llegó al Perú, fue fray Marcos de Niza, llamado así por haber nacido en
ese puerto francés, pero que tal arribo ocurrió recién después de la muerte de Atahualpa. También da el
dato, que el primer convento franciscano en América del Sur, se fundó en Quito en 1574.
Contradiciendo lo anterior, don Manuel de Mendiburu, asegura que fray Marcos de Niza llegó con
Benalcázar, estuvo en Puná, en Tumbes y en la fundación de San Miguel marchando con Pizarro a
Cajamarca. Trajo a varios frailes de su orden y fue el primer Comisario General Franciscano, aún cuando
ese cargo no le fue oficialmente reconocido. Se constituyó en un ardiente defensor de los indios y escribió
al rey manifestándole que jamás había visto gente más benévola, denunciando la ejecución de Atahualpa
y de Chalcuchimac, como crueles e injustas. El historiador piurano Juan Paz Velásquez afirma que llegó en
1532 después de la Fundación.
El historiador P. Nieto asegura que al llegar en 1548 el padre Francisco de Victoria como primer comisario
general ya debidamente nombrado, habían tres fundaciones de la orden en el Perú, que estaban en Lima,
Trujillo y Cuzco.
El paiteño Manuel Gómez, aseguraba el siglo pasado, que al poco tiempo de la fundación de San Miguel,
llegaron a Paita los franciscanos Tomás Villanueva, y Críspulo Marulanda, empezando la construcción del
templo de San Francisco, que al principio era de pequeñas dimensiones, pero que en 1,700 se reedificó y
recién en 1802 se le construyeron las torres con sus campanarios. No hay información alguna que avale lo
dicho por Gómez, ni tampoco historiador alguno menciona a los citados religiosos.
En 1589 había en el Perú 201 franciscanos y existían 23 conventos, pero en la relación que da el
historiador padre Nieto, no figuraba todavía el de Piura.
Para Piura, son los mercedarios los que revisten mayor importancia. La orden de Nuestra Señora de la
Merced, Redentora de los Cautivos, se fundó el 10 de Agosto del año 1218, por Pedro Nolasco en
Barcelona. Tenía por objeto, rescatar y dar consuelo a los cristianos capturados por los mahometanos, los
moros y además desarrollar labor de evangelización y misional. Se trataba en sus comienzos de una
orden de tipo religioso-militar, como muchas de las que existían por aquella época, pero con el tiempo
sólo quedó como orden religiosa. Su espíritu de sacrificio y de caridad eran tales, que muchas veces se
ofrecían para reemplazar a los cautivos.
Llegaron a América con Colón, y también fueron los primeros que en numeroso grupo arribaron al Perú.
Ellos propagaron entre los indios el culto a la Virgen de Mercedes. El padre Armando Nieto asegura que
no existen datos sobre la fecha del arribo de los mercedarios al Perú, pero todos los piuranos conocemos
que nada menos que fray Miguel de Orenes, tuvo a su cargo 1a ceremonia religiosa de la fundación de
San Miguel y este religioso era de es orden.
El padre Vargas Ugarte, expresa que con Hernando de Soto llegaron fray Vicente Martí, Juan de Vargas,
Martín de Victoria y Sebastián Castañeda Algunos historiadores llaman al último, Sebastián Trujillo y
Castañeda, el que llegó a convertirse en el confesor de Francisco Pizarro.
Con Benalcázar llegaron los mercedarios fray Fernando de Granado y fray Francisco de Bobadilla que
también estuvieron en la fundación de San Miguel El último trató de ser arbitro entre Pizarro y Almagro
cuando éstos se distanciaron.
El cronista Padre Ruiz Naharro, asegura que en San Miguel sólo quedaron los mercedarios Orenes y
Vicente Martí, cuando Pizarro partió Cajamarca. Pero, lo cierto es que también fray Sebastián Trujillo y
Castañeda quedó en la ciudad recién fundada y ayudó al padre Orenes, a construir el templo de la Virgen
de Mercedes en Pirhúa, así como la de Paita.
El paiteño Ricardo Pastor, en “Historia y Leyenda de la Virgen d Mercedes de Paita”, asegura que el padre
Orenes fundó en Paita el templo y el convento de la Merced, los que fueron destruidos e incendiados por
el corsario Tomás Cavendish en 1587. El mismo autor manifiesta que también robaron y quemaron casas
de los vecinos en una buena cantidad; y lo religiosos entonces emigraron al cercano valle de Catacaos, en
donde posteriormente se fundó la ciudad de San Miguel del Villar. Pero también Ricardo Pastor en “Paita,
su historia y su leyenda” asegura que Drake en 1579 destruyó el templo y el convento. Esto significaría
que el templo y el convento destruidos por Cavendish después, habían sido recientemente reedificados.
Por su parte, el paiteño Manuel Gómez manifiesta que Drake saqueó al puerto y Cavendish no sólo lo
saqueó sino que también lo incendió, y con respecto al convento asegura que existió hasta principios del
Siglo XIX, en que los mercedarios lo abandonaron y el local fue convertido en depósito de aduana, hasta
hacen pocas décadas, en que se busca sea Museo religioso.
Del convento construido en Piura (Monte de los Padres) salieron los frailes que con el padre Martín de
Victoria, fundaron el convento de la Merced de Quito. En 1576 habían ya en el Perú, 13 conventos de
Nuestra Señora de la Merced en el extenso territorio comprendido entre Quito y Potosí. En el informe
que por entonces presentó al rey de España el general de la orden, fray Francisco Maldonado figura el de
Piura con sólo 4 frailes. Como se sabe, Piura llevaba una vida muy poco próspera.
Recién en una relación de 1597, aparece el nombre de Paita junto con Portobelo e Ica, con fundaciones
mercedarias.
Con relación a otras órdenes, debemos expresar que los Agustinos llegaron al Perú en 1550 y los primeros
doce frailes no desembarcaron en Paita, como era costumbre de esa época, sino que directamente se
dirigieron al Callao. Igual ocurrió con los Jesuitas que vinieron al Perú y a Sudamérica, recién en 1568. Los
Carmelitas lo hicieron en 1592 con fray Juan de Valenzuela.
En la expedición de Pizarro, llegó también el clérigo Juan de Sosa, que fue nombrado por el conquistador
como la primera autoridad eclesiástica de San Miguel y se quedó en este lugar cuando el resto de
expedicionarios partieron a Cajamarca. Pero el Padre Sosa, a los pocos días abandonó San Miguel y
alcanzó a los expedicionarios en el Alto Piura incorporándose a las huestes pizarristas de las que fue
nombrado vicario, por lo cual le correspondió una participación en el tesoro del rescate de Atahualpa.
Con esa gran fortuna se trasladó a España antes del ajusticiamiento del Inca y en su patria se convirtió en
ardiente defensor de Almagro contra los Pizarro.
Pero no hay duda alguna que el primer templo católico, aunque de pequeñas dimensiones y muy
modesto, fue el de San Miguel de Tangarará, no sólo durante el tiempo que funcionó como sede de la
sub-gobernación, sino muchos años más tarde, cuando el pueblo de San Miguel siguió subsistiendo como
tal. Ese pequeño templo, fue construido por el padre Orenes y lo ayudaron los dominicanos Reginaldo
Pedraza y Tomás de San Martín, antes de que estos últimos partieran a Cajamarca, hecho que ocurrió
después de la muerte de Atahualpa.
En el templo de San Miguel se realizaban los oficios religiosos y misa diaria, se administraba el
sacramento de¡ bautizo y se realizaban matrimonios.
Con relación a Huancabamba, el padre Justino Ramírez, encontró una referencia al año 1583, antes de la
fundación de San Miguel del Villar, y por lo tanto es un documento dado en Paita, cuando la sede política
estaba en ese puerto, en él se designaban clérigos para varias parroquias, entre las que están las
siguientes:
Es decir, que en Piura la Vieja, aún quedaba una buena cantidad de habitantes. Hay que suponer que los
templos católicos existentes por aquel entonces fueron muy humildes, pues como decía en 1767 el
coronel Santiago de la Sota, autoridad política de Huancabamba, como templo había una “muy indecente
ramada”. Este militar y el párroco niciaron en ese año la construcción de un moderno templo en
Huancabamba.
Fray Luis de Vera escribió en 1637 su “Memorial de la fundación y progreso de la Orden de Nuestra
Señora de la Merced de la Provincia de Lima” en el que relata la llegada y primeros años en el Perú de la
“Celestial, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced”, nombre con que, en 1218 se funda la
orden mercedaria a solicitud de santo español Pedro Nolasco. El Papa Gregorio Nono otorgó la bula de
creación de la dicha orden religiosa, reconociendo como obligaciones propias, además de las comunes a
las órdenes religiosas, el deber de “dedicar su vida a liberar esclavos”. La tradición recoge que en agosto
de 1218, la Virgen María se les apareció a Pedro Nolasco y a Jaime I de Aragón, por separado, para
comunicarles su deseo de fundar una orden dedicada a redimir a los prisioneros cristianos que padecían
esclavitud a manos de los musulmanes. En consecuencia, sus primeras tareas eran las de atender a
aquellos que escapaban o que eran abandonados por la precariedad de su salud, a la par que motivaban
a la feligresía a participar con donativos y dinero, necesarios para el pago de los correspondientes
rescates que permitieran la liberación de más cautivos. La entronización de la Orden en el virreinato
peruano data de los primeros años de la conquista tal como aparece en el documento suscrito por Fray
Luis de Vera. Afirma que sus hermanos llegaron al Perú en los primeros años de la conquista; al punto
que hacía 1535, Fray Miguel de Orenes erige una pequeña ermita mercedaria en la que se veneraba a la
primera imagen de la Virgen de la Merced y, que hacia los primeros años del siglo siguiente, durante el
gobierno del Virrey Marqués de Montesclaros (1608-1615), ya había sido sustituida por un templo de
hermosa factura.
En la tradición se recoge el portentoso milagro ocurrido el 24 de noviembre de 1741, en que el
Almirante Anson asaltó la ciudad, saqueó el templo en que se veneraba la imagen e intentó robarla.
Cicala señala que la golpeó fuertemente con su sable intentando su decapitación y, sin lograr su
cometido, dejó una leve huella que parecía una cicatriz y de la que el escritor deja constancia de ser
testigo. Muy en cambio, el sable del facineroso, en cuanto fue tirada al suelo, se hizo añicos como si fuera
“un frágil vidrio”. Francisco Helguero Seminario en su “De la Patria Vieja. Antología de Cuentos y
Leyendas Piuranas” (1974), recogiendo la tradición oral señala que, luego del intento de decapitación y
no contento con su maldad, ordenó sea trasladada a uno de sus buques. El mar embraveció gravemente,
por lo que los tripulantes sobrecogidos de pánico, arrojaron la sacra efigie al mar; calmándose al instante
el furor de las aguas.Al día siguiente, fue hallada en las orillas del mar, a cientos de metros de la ciudad. La
multitud se congregó y, en medio de plegarias, cantos y alabanzas la condujeron en solemne procesión
hacía lo que aún quedaba de su templo.Hacia el último tercio de la centuria dieciochesca, el convento
mercedario de Paita contaba con dos –a veces, tres- religiosos, la imagen se hallaba expuesta al público
en una bella hornacina, decorada con finísimos espejos y, los religiosos eran los celosos guardianes de los
preciosos vestidos y alhajas que los dueños de naves, tripulantes y navegantes le dejaban
enagradecimiento por la protección alcanzada en alta mar. Cada tarde, mientras tanto, los paiteños se
congregaban en su iglesia para recitar a dos coros el Santísimo Rosario y cantar las letanías. No podemos
precisar, todavía, cuando los mencionados conventos mercedarios fueron abandonados; sin embargo, la
religiosidad popular no olvidó a la Madre del Cielo, y en nuestros días, al tiempo en que se inicia la
primavera, sus hijos se congregan, en su moderna basílica de Paita, desde distintas partes de la tierra,
para agradecer filialmente la gentileza de su maternidad, bajo la esperanzadora nominación de Virgen de
la Merced.