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GRUPOS ÉTNICOS (J. Donadín Álvarez)

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GRUPOS ÉTNICOS, TURISMO Y POBREZA

POR J. DONADÍN ÁLVAREZ1

El 12.8% de la población nacional está conformado por los


grupos étnicos que en su conjunto son alrededor de 896,000
personas. De este respetable porcentaje casi el 100% sobrelleva
una vida miserable que contrasta ostensiblemente con su
ancestral riqueza cultural.

La pobreza de estas etnias es el resultado de un proyecto de exclusión social que se


oficializó desde la Reforma Liberal en el año 1876. A partir de ese momento nuestros
conciudadanos Lencas, Chortís, Pech, Tolupanes, Misquitos, Tawakas y Garífunas, se
vieron más abandonados de lo que ya estaban puesto que el Estado mismo los desechaba
de manera explícita.

En la actualidad la tendencia excluyente continúa. Y aunque desde el Estado se presuma


de ser un país multiétnico, multicultural y multilingüe, no existe ninguna vinculación
directa desde el gobierno hacia las etnias en donde se busque la participación equitativa
de éstas en los planes de desarrollo nacional.

Pero la culpa no es sólo del gobierno de remarcado carácter elitista y excluyente. Los
ladinos tenemos también nuestra cuota de responsabilidad por nuestra indiferencia ante
las condiciones infrahumanas en las que sobreviven estos paisanos.

De una manera hipócrita y seudo académica algunos hondureños que nos preciamos de
eruditos nos dedicamos a venerar el potosí natural y cultural de las etnias nacionales pero
sin enfatizar nunca en su miseria y en el saqueo cultural del que son objeto a través de
eso que llamamos turismo. El turismo en Honduras es un mecanismo para eternizar la
pobreza de esas personas que son objeto de nuestra curiosidad histórica. Es un proyecto
perverso que maltrata la dignidad de quienes sufren. El gobierno, saqueador de la riqueza
cultural de estos pueblos, lo sabe y en consecuencia trabaja para obtener ganancias
visualizando la presunta gloria cultural mientras omite los retratos de la miseria cotidiana
en que se vive.

Nuestra concepción histórica sobre los grupos étnicos es mediocre. Veneramos al cacique
Lempira pero desestimamos sus más de 100,000 descendientes lencas contemporáneos
que permanecen en el abandono y el olvido gubernamental. Alardeamos ser la cuna de
la gloriosa cultura Maya mientras ignoramos quiénes son sus descendientes tan
terriblemente pobres en la actualidad. Al respecto, el Estado hondureño ha explotado por
muchos años el tesoro histórico de esta civilización agenciándose cuantiosos fondos de
los cuales no participa ningún maya actual. De todas las etnias nacionales posiblemente
la garífuna es la que mayor violencia cultural ha sufrido. Dada la naturaleza fiestera de
este grupo étnico los mestizos lo hemos hecho a un lado y en nombre de una supuesta
pluralidad cultural a la cual hay que abrazar algunos malos hondureños se han dedicado
a minimizarlos. El ritmo punta, verbigracia, que tan bien representa a los garífunas ha
sido profanado por artistas de baja estatura moral y artística. Curiosamente no han sido
los 300, 000 garífunas nacionales los que mayor provecho le han sacado al ritmo fuera de

1
Este artículo forma parte del libro “Radiografía de un moribundo”.
Contacto: jdonadinalvarez@gmail.com
las fronteras nacionales sino ladinos usurpadores. Hoy la punta se produce
electrónicamente sin ningún atisbo de respeto a sus verdaderos artífices. Entre tanto los
verdaderos creadores y por consiguiente los mejores bailarines de la punta permanecen
rezagados económicamente buscando sobrevivir de mil maneras en las costa norte
mientras el turista nacional y extranjero pareciera verlos con más compasión que
admiración y respeto. ¿Cómo es posible que sus territorios estén siendo explotados sin
que ellos obtengan algún incentivo económico? En las orillas de las playas del caribe los
mestizos obtienen importantes ganancias con sus restaurantes de comida costera cuyos
precios exorbitantes contrastan con los bajos precios que el turista quiere pagarle a un
garífuna por el agua de un coco, un trenzado de cabello, una bolsa de pan de coco o por
presenciar el auténtico baile caribeño que en las esquinas de los restaurantes desarrollan
estos expertos artistas.

El gobierno derrocha importantes ingresos en campañas de supuesta visibilización de


estos grupos étnicos sin resultados trascendentales. Se pavonea con notas turísticas
fraudulentas e improductivas en medios de comunicación y en complicidad con la Cámara
Nacional de Turismo de Honduras (CANATURH) vende una imagen falsa. Presenta a
los pueblos ancestrales como parte de una historia que supuestamente llena de orgullo a
los verdaderos catrachos. Sin embargo, esto no es más que retórica romántica de los
fanáticos a la historia y de los vividores del turismo.

Miseria es, pues, lo que les ha dado el gobierno a las etnias en retribución al caudal
cultural que la presencia de estos grupos personifica. Cuando se socializa algún detalle
étnico se obedece más a asuntos de publicidad o mercadeo gubernamental que a un
verdadero interés por mejorar sus condiciones de vida.

¡Ah!, hay que recordarle a su Señoría, –y no es que se dude de su genialidad como


estadista– que no se puede vender turismo con las actuales condiciones del país. La
inseguridad campea como resultado de sus efectivas estrategias en seguridad, y por otro
lado, la red vial está colapsada. Las carreteras nacionales están en pésimas condiciones.
Se gasta más en señalizar los peligros en las carreteras que en repararlas. ¿Qué se hace el
dinero destinado a INSEP?

El turismo hondureño se nutre de la miseria de nuestros grupos étnicos. Por desgracia los
promotores del turismo nacional se excluyeron de ser pobres... ¡Qué tristeza! Entre las
faldas del turismo hondureño se ocultan las vergüenzas de nuestras etnias.

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