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Calakmul
El área geográfica de la civilización maya puede visualizarse como una región bien
definida, la península del Yucatán, imaginariamente extendida por su base hasta la
costa del Pacífico. Sus 320.000 kilómetros cuadrados abarcan territorios que hoy
corresponden a Guatemala, Belice, el sur de México (estados de Yucatán, Campeche,
Quintana Roo, Tabasco y Chiapas) y el oeste de Honduras y El Salvador.
El mundo maya
Pero fue en las calurosas Tierras Bajas donde la civilización maya, de forma
sorprendente, alcanzó su mayor esplendor. Las selváticas Tierras Bajas del Sur
incluyen las cuencas de los ríos Usumacinta y Motagua y el lago Izabal, como líneas
esenciales de comunicación y de relaciones comerciales, y la región de El Petén,
con lagos y pequeños ríos en superficie y una abundante vegetación típica de la
selva tropical lluviosa, con gran riqueza de especies vegetales y animales.
En las Tierras Bajas del Norte, área coincidente con la península de Yucatán, la
escasa pluviosidad y el reducido número de corrientes de agua superficiales,
sumados a suelos mayoritariamente calizos con profusión de cursos de agua
subterráneos, se traducen en una flora donde domina la presencia del bosque bajo y
los matorrales. Tales factores medioambientales condicionaron tanto el desarrollo
como los asentamientos de los mayas, ya que sólo allí donde había cenotes (grandes
pozos naturales de agua) fue posible el establecimiento y la estabilización de las
poblaciones.
Las tumbas presentaban ya ajuares más ricos, el comercio y las relaciones a larga
distancia proliferaron, e incluso los diferentes señoríos que componían el mosaico
maya empezaron a competir entre sí, hecho que dio lugar a la variación de fronteras
y dinastías. No obstante, los mayas fueron capaces de construir un modelo de
civilización que extendieron siguiendo el flujo de sus relaciones comerciales. Y
aquel engranaje consiguió funcionar, al menos, durante siete siglos.
La hegemonía de Tikal
Al igual que el periodo Formativo, el Clásico se divide en subperiodos: Temprano,
Tardío y Terminal. El periodo Clásico Temprano, que se extiende desde el año 250
hasta el 600, coincidió con la merma de población en algunos asentamientos, como El
Mirador o Cerros, que incluso llegaron a desaparecer, mientras que otros iniciaron
un ascenso en todos los aspectos, como es el caso de Tikal, Yaxchilán, Uaxactún,
Becán, Calakmul y Caracol en las Tierras Bajas, de Kaminaljuyú en las Tierras Altas
(cerca de la actual capital de Guatemala) y de otros núcleos de la costa sur.
Uno de los fenómenos que mayor interés reviste en este periodo es la existencia de
ciudades hegemónicas gobernadas por líneas dinásticas plenamente constituidas, que
hoy se conocen en parte a través de textos glíficos y de los enterramientos. En las
Tierras Bajas del Sur, es posible que Tikal aprovechase la debilidad de otros
centros hacia finales del periodo Formativo y se transformara en la principal
ciudad de la región durante más de dos siglos, como reino independiente al menos
desde el siglo III, y que (según muestra la Estela 29 de Tikal, que data del año
292) sus dominios incluyeran otros lugares próximos como Uaxactún y Río Azul. Esta
formación de carácter estatal no fue única, ya que surgieron otras igualmente
importantes: Calakmul, Yaxhá o Nakum.
Tikal
A estos fenómenos culturales internos se debe añadir una compleja red de relaciones
con otros lugares de Mesoamérica, como las que mantuvieron Kaminaljuyú y Tikal con
la lejana Teotihuacán, en el centro de México. Estas relaciones han quedado
atestiguadas en el registro arqueológico por la presencia de rasgos teotihuacanos o
teotihuacanoides en la cultura material de diversos lugares del área.
Algunos investigadores sostienen que, a mediados del siglo VI, diversos centros
importantes entraron en decadencia. En estos lugares se dejaron de erigir
monumentos grabados, la actividad constructiva disminuyó y se empobrecieron los
ajuares funerarios de las tumbas de los jerarcas, pero no fue un fenómeno
generalizable a toda el área maya.
De este modo, el control del territorio se repartió entre los diversos centros
regionales: Tikal controlaba sólo una porción de El Petén; Yaxchilán, parte del río
Usumacinta; Calakmul, el norte de El Petén; Copán, el sudeste. En Yucatán, la
región de Chenes-Río Bec alcanzó su apogeo y surgieron, con personalidad propia,
ciudades como Uxmal, Kabáh, Labná y Sayil; lugares como Dzibilchaltún, Cobá y Edzná
acogieron asentamientos que serían importantes en etapas posteriores. La
independencia de estos grandes núcleos se reflejó claramente en los estilos
regionales que surgieron en la arquitectura, la escultura, la pintura y demás
manifestaciones del arte maya.
Debe señalarse que esta repentina crisis pareció cebarse solamente en la parte
central y más desarrollada del mundo maya, es decir, en las Tierras Bajas del Sur.
Numerosos centros mayas de esta área fueron abandonados, y, salvo excepciones como
Ceibal y Caracol, la inmensa mayoría de las ciudades de esta área experimentaron un
drástico descenso demográfico; en Tikal, la población se redujo hasta un diez por
ciento de la que había tenido. Pero las Tierras Bajas del Norte, y especialmente
las ciudades del extremo norte de la península del Yucatán (Uxmal, Sayil, Edzná,
Oxkintok, Labná y Kabáh), mantuvieron su prosperidad y desarrollaron el estilo Puuc
en nuevas e imponentes construcciones arquitectónicas.
Este sistema empezó a decaer a mediados del siglo VIII, ya que, al intensificarse
la competencia interdinástica, la guerra entre las ciudades fue cada vez más
frecuente y menos ritualizada. Los gobernantes de centros mayores (como Tikal y Dos
Pilas en Guatemala, Calakmul en México y Caracol en Belice) iniciaron una serie de
conquistas territoriales a fin de incrementar la recaudación de tributos, obtener
mano de obra y lograr el control de las rutas de intercambio de bienes suntuarios.
Tales conflagraciones alteraron el equilibrio de la sociedad maya, obligando a un
sector considerable de la población a abandonar las labores agrícolas para
involucrarse en la construcción de sistemas defensivos o en el ataque contra
comunidades rivales. Al final, el permanente belicismo habría debilitado los
sistemas socioeconómicos hasta ocasionar la desintegración política de los estados
mayas.
Las ciudades de la península de Yucatán, una región con un régimen de lluvias bajo
y suelos menos fértiles, y por tanto con un potencial agrícola más limitado, habían
cimentado su prosperidad en otros recursos locales, especialmente marinos (pescado
y sal), y también en la confección de fibras (algodón y sisal), junto a otros
productos agrícolas especializados. Habiendo eludido la crisis que derrumbó la
cultura maya clásica, tales ciudades acogieron las sucesivas oleadas migratorias
ocasionadas por la misma.
En general, los diferentes especialistas coinciden en que ésta fue una etapa de
militarismo creciente, similar a la del resto de Mesoamérica. El conocimiento de la
parte final de este periodo (que se suele subdividir en Temprano y Tardío) tiene
como fuente adicional la documentación que ha llegado hasta la actualidad y que fue
escrita tanto en las lenguas nativas (utilizando la grafía castellana) como
directamente en español.
Según la tradición, una rama de los mayas, los itzaes, y un grupo de toltecas
ocuparon Chichén Itzá y formaron un señorío. Los itzaes de Chichén Itzá y otros dos
grupos mayas, los cocomes de Mayapán y los xiues de Uxmal, organizaron hacia el año
1000 una federación, la Liga de Mayapán, así llamada pese a la preponderancia de
Chichén Itzá en el seno de la misma. La paz dio lugar a la prosperidad y se
construyeron grandes palacios, templos y pirámides. Es el auge de la arquitectura
Puuc, caracterizada por el uso de columnas y la elaborada decoración escultórica.
Tal como demuestra la iconografía de los murales y las esculturas distribuidas por
la ciudad, este control no fue pacífico, y aunque algunas ciudades se resistieron,
al final todas cayeron bajo el dominio de Chichén Itzá. Sin duda, el éxito de esta
ciudad se debió a una combinación de factores: el control del comercio costero a
larga distancia, su poderío militar, un sistema de creencias que le permitió
convertirse en un centro de peregrinaje como mínimo regional, y, en especial, una
innovadora, flexible y a la vez estable forma de gobierno que demostró tener mucho
más éxito a la hora de administrar un reino abocado a las empresas de conquista que
la arcaica organización política de los grandes núcleos urbanos del periodo
Clásico.
El ascenso de Mayapán
El periodo Posclásico Tardío, entre los años 1194 y 1500, se inició con la caída de
Chichén Itzá (hacia 1194) y la ascensión de la cercana ciudad de Mayapán. Según las
crónicas, este cambio en la hegemonía se originó en disensiones e intrigas
políticas. A finales del siglo XII, un líder de los cocomes y gobernante de
Mayapán, Hunac Ceel, rompió con la Liga, saqueó Chichén Itzá y destruyó sus
templos. De este modo, el grupo de los cocomes introdujo un nuevo orden en Yucatán,
además de un poder territorial que, pese a ser más reducido (abarcaba una docena de
ciudades), consiguió mantenerse durante dos siglos y medio.
Mayapán
Las crónicas también refieren que Ah Xupan Xiu, un señor noble de los xiues de
Uxmal, organizó con éxito una revuelta (hacia 1441) contra la dinastía de los
cocomes, masacrando a todos los miembros de la familia real. Mayapán fue saqueada y
abandonada, al tiempo que las ciudades más importantes de la región empezaban a
declinar. La subsiguiente fragmentación política dio lugar a un debilitado mosaico
constituido por unos dieciséis cacicazgos o provincias autónomas, cuyos
gobernantes, herederos de las rivalidades entre los xiues y los cocomes, se
enzarzaron en guerras constantes.
Los primeros contactos entre mayas y españoles se remontan a pocos años después del
descubrimiento de América. En 1502, en el transcurso en su cuarto viaje, las naves
de Cristóbal Colón se encontraron con una embarcación de comerciantes mayas en el
golfo de Honduras. Años más tarde, en 1511, una veintena de náufragos de la nave de
Juan de Valdivia llegó a la costa oriental de Yucatán, donde fueron capturados y
algunos de ellos sacrificados. Uno de los dos supervivientes, Jerónimo de Aguilar,
estableció contacto con Hernán Cortés cuando éste realizó su primera expedición a
la zona en 1519; la costa del Yucatán había sido previamente explorada por
Francisco Hernández de Córdoba (1517) y Juan de Grijalva (1518).
El cacique maya Tabscoob recibe a Juan de Grijalva en Potonchán (1518)
Por aquella época los tempranos contactos con los españoles ya habían afectado a
los mayas yucatecos, que sufrieron la primera gran epidemia, quizá de viruela,
entre 1515 y 1516. Pronto el resto del mundo maya tuvo conocimiento de la
existencia de los españoles y de su afán conquistador. En efecto, una delegación de
sus principales grupos había estado presente en Tenochtitlán, la capital de los
aztecas, antes de su caída en 1521 en manos de los españoles, pero ni siquiera este
conocimiento los movió a establecer alianzas frente al nuevo invasor o a organizar
la defensa; otros grupos quedaron simplemente a la espera de acontecimientos.
Conquista y colonización
Cuando Pedro de Alvarado llegó a Guatemala en 1523, encontró fuerte resistencia en
las poblaciones de indios chiapas y quichés, mientras que zoques, tzotziles y
cakchiqueles se convirtieron en sus aliados. Mucho se ha escrito acerca de cómo un
puñado de españoles logró someter a una población tan numerosa como la americana.
La respuesta hay que buscarla, pues no existe un único factor, en una mezcla de
circunstancias tales como un descenso previo de la población causado por las
epidemias, que en México ya precedieron a los conquistadores y, junto a ellas, las
hambrunas provocadas por las malas cosechas.
Sin duda, la tan invocada superioridad técnica de los españoles, con sus caballos,
perros y armas de fuego, ayudó enormemente, pero también hay que reconocer a los
recién llegados el oportunismo de haber aprovechado a la perfección las constantes
luchas internas entre los diferentes grupos indígenas. Con la excepción de Tayasal
(la capital de los itzaes, último e inexpugnable reducto de resistencia maya
durante más de siglo y medio, hasta su caída hasta 1697), la conquista de los Altos
de Chiapas y Guatemala se dio por finalizada en torno a 1528, y la de Yucatán, en
1546.
A partir de los primeros años del siglo XIX comenzaron los movimientos de
independencia dirigidos por los criollos (descendientes de españoles nacidos en
América) con el apoyo de los mestizos, pero sin apenas intervención de los
indígenas. La llegada de las nuevas repúblicas no supuso cambios en la estructura
colonial de explotación del indígena. Abolidas las "paternalistas" leyes españolas,
lo que el indígena ganó en igualdad de ciudadanía lo perdió al caer en una
explotación aún mayor, dado que las leyes liberales expoliaron gran parte de las
tierras que las comunidades habían logrado mantener como suyas durante la época
colonial, con lo que condenaron a miles de mayas a ser meros peones en las inmensas
haciendas alzadas sobre las tierras que antaño fueron suyas y de sus antepasados.
Al igual que en la etapa colonial, la explotación continuó generando graves
tensiones, a las que los mayas, eternos vencidos, buscaron diversas respuestas,
desde la inútil resistencia abierta a la más sutil y velada, con la que mantuvieron
las bases de su identidad.
Ello no supone que los mayas no deseen asumir las supuestas vías de progreso y
futuro que se les ofrecen, sino que no quieren hacerlo a cualquier precio, pues
muchos de ellos ven en su indumentaria, su lengua, su vivienda, sus costumbres o su
estructura comunal los símbolos de una identidad que han sido capaces de mantener a
lo largo de siglos de dominación por una cultura extraña, ajena a su manera de ver
la vida y a su forma de sentir. Entre los numerosos problemas que hoy aquejan a los
mayas, el de la falta de tierra no sólo sigue presente, sino que es el principal,
ya que el incremento de la población y el progresivo agotamiento de los suelos
condena a las poblaciones a tener que emigrar de sus comunidades, de forma temporal
o definitiva, para entrar como peones en las grandes fincas o para engrosar la
población de los cinturones de miseria que rodean a las ciudades, con el desarraigo
cultural que ello supone.
En la época del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores
rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista,
pero también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el
nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo desenfreno y
locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo
Vila Fuenmayor y que se convirtió en el sitio mitológico en el que se reunían los
miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era posible allí, hasta
las trompadas entre ellos mismos.
También fue la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos,
un edificio de cuatro pisos ubicado en la calle del Crimen que alojaba también un
prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche;
entonces le daba al encargado sus mamotretos (los borradores de La hojarasca) y le
decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana
te traigo plata y me los devuelves".
Los miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz,
Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes
intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel
García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre
otros, Julio Mario Santo Domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández
y Gonzalo González.
Periodismo y literatura
La publicación duró sólo siete años, pero fueron suficientes, por la profunda
influencia que ejerció en la vida cultural colombiana, para considerar que Mito
señala el momento de la aparición de la modernidad en la historia intelectual del
país, pues jugó un papel definitivo en la sociedad y en la cultura colombianas:
desde un principio se ubicó en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel
García Márquez publicaría tres trabajos en la revista: un capítulo de La hojarasca,
el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955) y la novela breve El coronel
no tiene quien le escriba (1958). En realidad, el escritor siempre ha considerado
que Mito fue trascendental; en alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En
Mito comenzaron las cosas".
Tres años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y
recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la
Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias
condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le
escriba y La mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El
Espectador debía enviarle pero que se demoraba debido a las dificultades del diario
con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde se
relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días aguardando
la carta que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Cuando
El Espectador fue clausurado por la dictadura, fue corresponsal de El
Independiente, y colaboró también con la revista venezolana Élite y la
colombianísima Cromos.
La estancia en Europa permitió a García Márquez ver América Latina desde otra
perspectiva. Le señaló las diferencias entre los distintos países latinoamericanos,
y tomó además mucho material para escribir cuentos acerca de los latinos que vivían
en la Ciudad de la Luz. Aprendió a desconfiar de los intelectuales franceses, de
sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y se dio cuenta de que Europa era
un continente viejo, en decadencia, mientras que América, y en especial
Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.
Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue
premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias
cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue
trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los exiliados cubanos y
finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a
México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno
norteamericano le denegó el visado de entrada porque, según las autoridades, García
Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universidad
de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, recibiría el autor un
visado, aunque condicionado.
Recién llegado a México, donde García Márquez residiría muchos años de su vida, se
dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) trabajó en las
revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos
cinematográficos el más exitoso fue El gallo de oro (1963), basado en el cuento
homónimo escrito por Juan Rulfo, que García Márquez adaptó con el también escritor
Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso de Novela Colombiana
con La mala hora (1962).
La consagración
En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es una sucesión de
historias fantásticas perfectamente hilvanadas en un tiempo cíclico y mítico:
pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es una gran
metáfora en la que, a la vez que se narra la historia de las generaciones de los
Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la
completa extinción de la estirpe, se refleja de manera hiperbólica e insuperable la
historia colombiana desde los tiempos de la independencia hasta los años treinta
del siglo XX.
Cien años de soledad mereció este juicio del gran poeta chileno Pablo Neruda: "Es
la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote". Con tan
calificado concepto se ha dicho todo: la novela no sólo permitía equiparar a su
autor con Miguel de Cervantes, sino que constituyó un hito en la historia literaria
de Latinoamérica al ser señalada como una de las mejores realizaciones narrativas
desde los tiempos de Don Quijote de la Mancha. El éxito entre el público acompañó
esta valoración: figura entre los libros que más traducciones tiene (cuarenta
idiomas por lo menos) y que mayores ventas ha logrado, alcanzando las cifras de un
verdadero best seller mundial.
El éxito de Cien años de soledad situó a García Márquez en la primera línea del
Boom de la literatura hispanoamericana y supuso el espaldarazo definitivo para
aquel fenómeno editorial que, desde principios de los 60, estaba dando a conocer al
mundo la obra de los nuevos y no tan nuevos narradores del continente: los
argentinos Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Julio Cortázar, el peruano Mario
Vargas Llosa, los uruguayos Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti, el chileno José
Donoso, el paraguayo Augusto Roa Bastos, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, los
cubanos Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Guillermo Cabrera Infante y los
mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre otras figuras. Tras el aplauso unánime
del público y de la crítica, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó
temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana.
Durante las siguientes décadas escribiría cinco novelas más y se publicarían tres
volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su
producción periodística y narrativa. De los quince años que mediaron hasta la
concesión del Nobel cabe destacar la colección de cuentos La increíble y triste
historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1973), la novela "de
dictador" El otoño del patriarca (1975), tema recurrente en la tradición
hispanoamericana, y un nuevo prodigio de perfección constructiva y narrativa basado
en un suceso real y alejado del realismo mágico: la Crónica de una muerte anunciada
(1981), considerada por muchos su segunda obra maestra.
En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió una noticia que
hacía ya tiempo que esperaba por esas fechas: la Academia Sueca acababa de
otorgarle el ansiado premio Nobel de Literatura. Se hallaba entonces exiliado en
México, pues el 26 de marzo de 1981 se había visto obligado a salir de Colombia
para eludir su captura; el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta
vinculación con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido la
revista Alternativa, de corte socialista.
El flamante Nobel dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición
frente a las Américas, quedándose tan sólo con la carga de maravilla y magia que se
ha asociado siempre a esta parte del mundo, y sugirió cambiar ese punto de vista
mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su vez la
respuesta de Latinoamérica a su propia trayectoria de muerte. El discurso es una
pieza literaria de elevado estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa
manifestación de su personalidad nacionalista, de su fe en los destinos del
continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica,
convencido desde siempre de que el subdesarrollo afecta a todos los elementos de la
vida latinoamericana; los escritores de esta parte del mundo deben, por
consiguiente, estar comprometidos con la realidad social total.
Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario
Betancur, programó una vistosa presentación folclórica en Estocolmo. Presentó
además una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor
Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a
propósito de la cual el escritor colombiano expresó: "El sueño de mi vida es que
esta estampilla sólo lleve cartas de amor".
Últimos años
Después del Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura
nacional, latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas
ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria (1990-1994),
junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiador
Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una estrategia
nacional para la ciencia, la investigación y la cultura. Pero acaso una de sus más
valientes actitudes fue el apoyo permanente a la revolución cubana y a Fidel
Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y su rechazo al
bloqueo norteamericano, que sirvió para que otros países apoyasen de alguna manera
a Cuba y evitó mayores intervenciones de los estadounidenses.
En el terreno literario, apenas tres años después del Nobel publicó otra de sus
mejores novelas, El amor en los tiempos del cólera (1985), extraordinaria y
dilatadísima historia de amor que tuvo una tirada inicial de 750.000 ejemplares.
Deben destacarse asimismo la novela histórica El general en su laberinto (1989),
sobre el libertador Simón Bolívar, los relatos breves reunidos en Doce cuentos
peregrinos (1992) y la novela-reportaje Noticia de un secuestro (1996), que examina
una serie de secuestros ordenados por el narcotraficante colombiano Pablo Escobar.
Tras algunos años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de
sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su
vida. La publicación de esta obra supuso un magno acontecimiento editorial, con el
lanzamiento simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los
países hispanohablantes. En 2004 vio la luz la que iba a ser su última novela,
Memorias de mis putas tristes; en 2007 recibió sentidos y multitudinarios homenajes
por triple motivo: sus 80 años, el cuadragésimo aniversario de la publicación de
Cien años de soledad y el vigésimo quinto de la concesión del Nobel. Falleció el 17
de abril de 2014 en Ciudad de México, tras de una recaída en el cáncer linfático
por el que ya había sido tratado en 1999.
Entre 1470 y 1476 recorrió todas las rutas comerciales importantes del
Mediterráneo, desde Quíos, en el Egeo, hasta la península Ibérica, al servicio de
las más importantes firmas genovesas.
Vida privada
Probablemente contrajo matrimonio en 1479 con Felipa Perestrello e Monis, hija de
una rica familia portuguesa. De este matrimonio, nació hacia 1482 en la isla de
Porto Santo, del archipiélago de Madeira, su sucesor Diego Colón. Su esposa murió
de tuberculosis solo seis años después de casarse. En 1487 tomó como amante en
España a Beatriz Enríquez de Arana, de veinte años de edad y con la que tuvo a su
hijo Hernando Colón, el 15 de agosto 1488.
El proyecto
Hacia 1483 o 1484 defendió su proyecto de circunnavegación ante los portugueses,
que lo rechazaron.
El 20 de enero de 1486, los Reyes Católicos recibieron por primera vez a Colón en
Alcalá de Henares (Madrid) y a continuación nombraron una junta de expertos para
valorar el proyecto colombino. A pesar de que muchos no daban crédito a lo que
prometía, nunca le faltaron protectores. Algunos de los más constantes fueron
frailes con influencia ante los Reyes, como el incondicional, buen astrólogo y
entendido en navegación, fray Antonio de Marchena. Otro religioso influyente,
maestro del príncipe don Juan, y siempre favorable a Colón fue fray Diego de Deza.
Un tercer religioso, decisivo en 1491 y 1492, fue el fraile de La Rábida, Juan
Pérez. Además, contó con el apoyo de algunos cortesanos distinguidos, como fue el
caso de Luis de Santángel, Juan Cabrero o Gabriel Sánchez.
Para hacer frente a sus necesidades, trabajó con sus manos pintando mapas de marear
o portulanos y comerció con libros de estampa.
4º) Que todos los pleitos relacionados con las nuevas tierras los pueda resolver él
o sus justicias. Este punto nunca se cumplió porque estaba condicionado a los
precedentes castellanos.
5º) El derecho a participar con la octava parte de los gastos de cualquier armada,
recibiendo a cambio la octava parte de los beneficios.
Primer viaje
El 2 de agosto de 1492, Cristóbal Colón mandó embarcar a toda su gente, y al día
siguiente, antes de salir el sol, dejaba el puerto de Palos.
La primera escala fueron las Canarias, donde tuvieron que arreglar el timón de la
Pinta. Llevó dos cuentas sobre las distancias recorridas: una secreta o verdadera
(solo para él), y otra pública o falsa, en la que contaría de menos. El día 13 de
septiembre, descubrió la declinación magnética de la tierra; y el 16 llegaron al
mar de los Sargazos. A partir del 1 de octubre se da cuenta de que algo falla. El
6, ya han sobrepasado las 800 leguas y no hay indicios de tierra.
El viaje fue tranquilo hasta llegar a las Azores, donde sobrevino una fuerte
tormenta (12-15 de febrero) que forzó a la Pinta a separarse del almirante y
arribar a Bayona (Pontevedra). Otra tempestad, cerca de Lisboa (4 de marzo) obligó
al descubridor a desembarcar en Portugal.
Tras el éxito descubridor, Cristóbal informó a los Reyes, que estaban en Barcelona,
se dirigió a su encuentro y fue recibido por ellos con todos los honores.
Segundo viaje
El 25 de septiembre de 1493, el almirante zarpó de Cádiz al mando de 17 navíos y
unos 1.200 hombres, portando las primeras simientes y ganados.
Al salir de las Canarias, Colón puso rumbo más al sur que en el primer viaje para
llegar al paraje que denominó la entrada de las Indias, en las pequeñas Antillas.
Después de descubrir la isla de Puerto Rico, llegó hasta el fuerte de la Navidad y
comprobó que había sido destruido y los españoles estaban muertos.
Tercer viaje
Costó mucho organizar la tercera flota colombina. Las Indias ya no atraían tanto y
faltaban tripulantes. Ocho navíos y 226 tripulantes componían la flota, que dejó
Sanlúcar de Barrameda entre febrero y el 30 de mayo de 1498. Desde Canarias, siguió
a Cabo Verde y una latitud más al sur que las anteriores navegaciones, lo que le
hizo sufrir una zona de calmas.
Primer desembarco de Cristóbal Colón en América
Primer desembarco de Cristóbal Colón en América, por Dióscoro Puebla
Cuarto viaje
Con cuatro navíos y 150 hombres partió de Cádiz el 11 de mayo de 1502. El objetivo
era encontrar un paso que permitiera llegar a la Especiería ya que Colón seguía
creyendo que la zona antillana era la antesala de Asia. Para atravesar el Océano,
siguió una ruta parecida al segundo viaje. Llevaba orden de no detenerse en Santo
Domingo. Atravesó el Caribe hasta el cabo de Honduras; siguió hasta el de Gracias a
Dios y recorrió la costa de Panamá. No encontró ni paso, ni oro, ni especias,
sufrió la pérdida de dos barcos.
Muerte
Cristóbal Colón murió a causa del síndrome de Reiter (también conocido como
artritis reactiva) el 20 de mayo de 1506 en Valladolid. Sus últimas palabras
fueron: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu".
Epitafio
¡O restos e imagen del gran Colón
Mil siglos durad guardados en la urna
Y en la remembranza de nuestra Nación!
Sabías que...
Sus restos viajaron tanto como lo hizo en vida
Tras su muerte fue enterrado en Valladolid, España. Tres años después sus restos
fueron trasladados al mausoleo familiar en Sevilla. En 1542, de acuerdo con la
voluntad de su hijo Diego, fueron transferidos a Santo Domingo, La Española
(República Dominicana). La Española fue cedida a Francia por España, y en 1795 los
huesos de Colón fueron trasladados a La Habana, Cuba. Tuvieron que pasar más de
cien años hasta su regreso a Sevilla en 1898.
Ver cronología de Cristóbal Colón
Enlaces de interés:
bbc.com
*buscabiografias.com
Hijo del teniente coronel Juan Manuel Grau Berrío, de ascendencia catalana, y de
Luisa Seminario del Castillo, descendiente de antiguas familias de la región, la
infancia de Miguel Grau transcurrió en Piura y más tarde en el puerto de Paita,
cuando su progenitor fue nombrado vista de aduana.
Contaba once años cuando doña Luisa, su madre, aceptó que volviera a cruzar los
océanos. Recorrió entonces todos los mares y durante nueve años (según el
historiador Alberto Tauro del Pino) el joven Grau "surca mares de Asia, Europa y
América en diversos transportes y aun en buques balleneros". Al regresar al Perú
(1853) se radicó en Lima, donde fue alumno del poeta español Velarde y estudió para
ingresar en la Marina.
El 14 de marzo de 1854, con diecinueve años, se convirtió en guardiamarina y vistió
por primera vez el uniforme que cubriría de gloria. Navegó en los vapores Rímac,
Vigilante y Ucayali antes de ser trasladado a la fragata Apurímac, donde sirvió con
Lizardo Montero, otro ilustre marino piurano. Cuando prestaba servicio en la
Apurímac, el comandante de esta nave apoyó la revolución del general Manuel Ignacio
de Vivanco. Tras el fracaso del movimiento, y junto con otros jóvenes oficiales que
formaban parte de la tripulación, Miguel Grau fue separado del servicio (1858) y
volvió a la marina mercante.
De guardiamarina a diputado
En 1879 estalló la Guerra del Pacífico, también llamada Guerra del Salitre. En
aquella contienda Perú y Bolivia se enfrentaron contra Chile por el control de la
región situada al norte del desierto de Atacama, muy rica en salitre. El primer
gran escenario del conflicto fue el mar, el único medio a través del cual podían
desplazarse los ejércitos. Chile contaba con una escuadra superior a la del Perú, y
la flota de Bolivia era inexistente. Cuando Chile declaró la guerra al Perú, Grau
aceptó dirigir la primera división naval aun a sabiendas de la superioridad que
tenía la escuadra chilena en tonelaje, número de barcos, cañones y espesor de
blindaje, frente a la debilidad y mal estado de las unidades peruanas.
Durante seis meses Miguel Grau, al mando del monitor Huáscar, lograría impedir el
desembarco de las tropas chilenas en el territorio peruano. Inició su campaña en
mayo del mismo año y en su primera acción, el combate naval de Iquique, hundió la
corbeta chilena Esmeralda, capitaneada por Arturo Prat, que resistió heroicamente.
Miguel Grau salvó a los náufragos, lo que hizo que uno de ellos, al llegar a la
cubierta del Huáscar, gritara agradecido: "Viva el Perú generoso".
La batalla de Angamos
La flota chilena, compuesta por seis barcos todos ellos superiores al Huáscar en
blindaje y potencia de fuego, formaron un círculo para batirse con el buque
insignia de la marina peruana. Grau ordenó a la Unión retirarse para distraer la
flota enemiga, lo que se logró en parte porque dos corbetas chilenas salieron en su
persecución. La Unión fue más rápida y consiguió escapar; el Huáscar, en cambio,
fue encarado por el Cochrane, que con sus poderosos cañones logró perforar el
blindaje del casco y la torre de mando.
El comandante Grau murió despedazado. El mando pasó a Elías Aguirre, que también
murió. Correspondió el turno al teniente primero Melitón Rodríguez. Caído también
él, tocó el mando al teniente Pedro Garezón, quien conversó brevemente con tres
oficiales que quedaban vivos y ordenó hundir la nave porque ya se encontraba
inmovilizada. Los maquinistas abrieron las válvulas, pero los desperfectos de la
maquinaria paralizaron la inmersión, dando tiempo a que llegaran los buques
enemigos, abordaran el monitor y detuvieran su hundimiento. Miguel Grau pasó a la
inmortalidad como un marino estratega y valiente pero generoso, que cumplió con sus
proféticas palabras: "si el Huáscar no regresa triunfante al Callao, tampoco yo
regresaré".