Economía Chile Siglo XIX
Economía Chile Siglo XIX
Economía Chile Siglo XIX
XIX
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LA ECONOMÍA CHILENA EN EL SIGLO XIX.
La historia económica de Chile en el siglo XIX es la historia que llevó a una de las más apartadas
y modestas colonias de la Corona española a convertirse en una de las principales y más
influyentes repúblicas de Latinoamérica. Su despegue ocurre tras el proceso de independencia,
donde se rompe con el antiguo modelo monopólico que había impuesto España a sus colonias y
se desarrollan nuevos sistemas económicos capitalistas, en los que se irán implementando los
principios liberales.
Este tránsito tuvo diversas etapas aunque, el siglo completo, se basó en una economía basada en
las exportaciones de recursos naturales y, por tanto, en una estrategia de desarrollo “hacia
afuera”.
En la siguiente guía se hará una síntesis de la historia económica de Chile durante el siglo XIX.
Las consecuencias económicas producidas por las guerras de independencia fueron desastrosas.
El conflicto produjo el virtual cierre del mercado peruano, sin que éste fuera efectivamente
reemplazado a corto plazo, al amparo de la apertura comercial decretada a partir de 1811.
Además, el Estado había incrementado fuertemente los gastos, demandado no sólo por el
financiamiento de la guerra de la independencia, sino también por la guerra en el sur del país, la
expedición libertadora del Perú, las expediciones a Chiloé y la necesidad de desarrollar el potencial
naval. Lo anterior provocó que se incrementarán los tributos internos a la vez que hizo sentir la
necesidad de fijar aranceles elevados al comercio exterior.
La guerra había provocado la destrucción de gran parte de las ricas tierras agrícolas del
sur, redujo la cantidad de trabajadores disponibles, agotó los stocks de ganados, redujo
las siembras, generó confiscaciones y traspasos de propiedades y, en general, provocó
una inestabilidad económica muy marcada. Además, exigió la contratación de empréstitos
externos, como es el caso del controvertido empréstito Irisarri, los cuales elevaron notablemente
el endeudamiento público.
A lo anterior, hay que agregar los efectos de corto plazo atribuidos al proceso de apertura
al comercio exterior, puesto en marcha desde comienzos de siglo. Esta situación generó un
sobrexcedente muy elevado de productos importados, lo que saturó el mercado y dio un
duro golpe a la incipiente manufactura nacional (Riveros y Ferraro, 2016, pp. 55 y 56).
Durante esta etapa se sentaron las bases del crecimiento acelerado que experimentará
la economía chilena en los decenios siguientes.
Si bien muchos de los problemas descritos anteriormente permanecían, en los sectores del agro y
la minería se iniciaba un lento repunte vinculado a la finalización de la guerra del Perú y la
consecuente reapertura de este importante mercado. Entre 1820 y 1829 el comercio exterior
se presenta con saldos favorables. Empieza también un modesto proceso de crecimiento
de las manufacturas, particularmente en la industria cervecera y de galletas, junto con el inicio
de la afluencia de artesanos y fabricantes extranjeros que harían un aporte significativo a
la economía de la naciente república.
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Dados los altos aranceles y las prohibiciones de exportación de metales preciosos, el problema
del contrabando continuó durante todo el periodo, mientras que la contracción monetaria
siguió siendo un problema serio por la falta de moneda divisionaria, una fuerte baja en la
producción y acuñación de oro y un incremento muy lento en la producción de plata. Hubo intentos
por establecer una acuñación de monedas de cobre, que no prosperaron, como tampoco resultaron
las iniciativas destinadas a fundar un Banco Nacional. Esta situación dejó buena parte de la
economía nacional librada al trueque, el pago de especies, a los precios “de cuenta”, a la emisión
por parte de bodegueros, y comerciantes de “señas” y “mitades” y hasta de monedas “imaginarias”
empleadas en el intercambio (Riveros y Ferraro, 2016, pp. 56 y 57).
El régimen conservador de Portales heredó una deteriorada situación económica producto de las
guerras de Independencia, su recuperación dependió en gran medida de la acción estatal, que se
dirigió en dos direcciones:
Por otro lado, la iniciativa privada se favoreció del azaroso descubrimiento de recursos y
el aprovechamiento de factores externos circunstanciales.
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Recordemos que ni los conservadores ni los liberales negaron al Estado su rol
contralor y orientador de la economía, además de gestor directo en el campo de las
obras públicas, los transportes, las comunicaciones y en general, el fomento y desarrollo
de la agricultura, la minería, el comercio y la industria. En este ámbito, se buscaba la libre
actuación de las personas y empresas sin presiones del Estado. Fue, por tanto, éste un periodo de
expansión económica. La minería aumentó la producción de cobre, carbón, plata y salitre. La
agricultura se vio favorecida. Así, nuestro país se transformó en exportador de importantes
recursos mineros, vendidos principalmente a Europa, que a su vez nos abastecía de maquinarias
e inversión de capitales.
I.- La Minería:
Fue la principal actividad económica durante la segunda mitad del siglo XIX gracias a la
incorporación de nuevos yacimientos y la aplicación de modernas tecnologías a las faenas
extractivas. Aunque la producción minera se centró fundamentalmente en el salitre, los ingresos
provenientes de la explotación de otros minerales también fueron significativos y contribuyeron a
la expansión de la economía nacional. En 1886, el empresario chileno José Santos Ossa junto a
Francisco Puelma obtuvo del gobierno boliviano la concesión y el privilegio para explotar el mineral
del salitre en la región de Antofagasta. La Compañía de Salitre y FF.CC. de Antofagasta fue la
empresa encargada de realizar estos trabajos. Esta compañía estaba formada por capitales y
trabajadores chilenos. Los bancos comerciales de Valparaíso dieron grandes facilidades de crédito
a los salitreros chilenos.
A. La minería de la plata.
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Mina de plata de Chañarcillo (Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Cha%C3%B1arcillo).
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En ese sentido, es fundamental observar la siguiente tabla que refleja la importancia de la
exportación argentífera (plata) en este periodo:
Años En marcos
1853 247.073
1854 301.575
1855 270.984
1856 246.620
1857 150.928
1858 119.810
1859 69.421
B. Cobre y Carbón.
Otro recurso importante fue el carbón. El primer centro de explotación fue Lirquén, dirigido por el
ingeniero estadounidense Guillermo Wheelwright. En 1852, la sociedad compuesta por Matías
Cousiño, Tomás Garland y los hermanos José y Juan Alemparte comenzó la extracción de carbón
en Lota. Aunque en sus inicios este mineral se hallaba destinado casi únicamente a la exportación,
al poco tiempo se hizo necesario para alimentar las numerosas fundiciones de cobre y la
navegación a vapor (Texto de Historia, Geografía y Ciencias Sociales, 2° medio, 2013, pp. 217).
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II. El Salitre:
La explotación del salitre -nitrato de sodio o caliche- se inició por 1810. Su primer uso fue como
explosivo, y su primer mercado, el Perú. En 1830, y para ser utilizado como abono en la
agricultura, se realizaron los primeros embarques a Europa y a Estados Unidos. A partir de ese
año, su demanda creció de manera explosiva.
Desde 1850, tanto chilenos como ingleses, invirtieron en las salitreras de Tarapacá, aportando
importantes transformaciones técnicas que aumentaron su rentabilidad.
Concluido el conflicto, el gobierno chileno decidió privatizar todas las salitreras. En ese momento
fue que algunos particulares se adueñaron de una parte importante de ellas, como en el caso del
inglés John North.
El Estado impuso un gravamen a la exportación del nitrato, creando así una fuente de recursos
fiscales que permitió, no sólo pagar las deudas contraídas con motivo de la guerra y mantener su
poderío militar, sino que también, contar con importantes recursos para desarrollar planes de
obras públicas y educacionales. Sin embargo, durante el auge de la industria salitrera, el Estado
no intervino activamente en la economía nacional ni en la regulación de las relaciones laborales,
generando graves consecuencias.
El término de la Primera Guerra Mundial y la creación del salitre sintético por los alemanes
significaron una baja sistemática de la demanda de este producto chileno. Se produjo así la
primera desvalorización de la moneda. La demanda por salitre disminuyó. La población que
trabajaba en la pampa salitrera debió afrontar la cesantía de miles de obreros, que igualmente
vivía en pésimas condiciones. El trabajo realizado por los obreros en las oficinas salitreras ubicadas
en Tarapacá y Antofagasta (Desierto de Atacama), no eran cancelados en dinero efectivo, sino
que se usaba en su reemplazo las denominadas «fichas», que eran el circulante obligado. Estas
sólo tenían poder adquisitivo dentro de los límites de la oficina, situación que obligaba al trabajador
a pagar precios abusivos por los artículos de consumo diario y la Compañía, por su parte, se
beneficiaba en todos los frentes a costa de la explotación de los obreros.
III. Agricultura
Durante el decenio del gobierno de José Joaquín Prieto (1831-1841) se reanudaron las
exportaciones de trigo al Perú, suspendidas durante las guerras independentistas. En las décadas
de 1850 y 1860, las exportaciones de trigo y harina a los mercados de Australia y California
alcanzaron su mayor auge, posibilitando el surgimiento de una activa industria molinera. A partir
de 1865, Chile se convirtió en proveedor de trigo para Inglaterra, que demandaba una
gran cantidad de este alimento a causa de la Revolución Industrial, convirtiéndose en el
principal destino de la exportación de trigo y harina chilenos hasta la década de 1880. La provincia
de Santiago era la principal zona productora de trigo: según estadísticas del año 1867, en ella se
generaba alrededor del 25% del total nacional. Le seguían las provincias de Colchagua, Talca y
Ñuble.
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De acuerdo con el investigador Luis Ortega (2005), el cultivo de trigo y la producción de harina se
concentró “en áreas muy reducidas del territorio, en particular en la región del eje Santiago-
Valparaíso, y en la zona aledaña a Concepción, lo cual se explica en parte por el escaso desarrollo
de los medios de transporte”. Para aumentar la capacidad productiva de las haciendas y así
responder a la demanda externa de trigo, los propietarios llevaron a cabo obras de modernización
de infraestructura, como la construcción de caminos, embalses y canales de regadío, además de
ampliar las áreas de cultivo. La masificación del arado de hierro entre los campesinos también fue
un factor importante en este incremento. Hacia 1870 se introdujeron máquinas segadoras y
trilladoras de fabricación inglesa, difundidas por la Sociedad Nacional de Agricultura, fundada en
1838.
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• Reforma del régimen aduanero. Estableció que las mercaderías que aportaban al progreso
del país, tales como libros, maquinaria, etc., no pagaran impuestos.
Política financiera. Introdujo también rigurosas economías con los gastos públicos y una activa
vigilancia en las percepciones de impuestos.
• Organización de las cuentas fiscales. El objetivo era separar la deuda interna de la externa
para cancelar la totalidad de esta última. La nueva política económica permitió que los ingresos
del fisco aumentaran, el Estado cancelara sus deudas y, de esta manera, pudiera acceder
nuevamente al mercado crediticio (de préstamos) internacional.
Los empleos inútiles fueron suprimidos y eliminados de sus cargos los funcionarios
incompetentes e inescrupulosos, esta medida permitió obtener un aumento paulatino en las
rentas públicas.
Medidas proteccionistas. Rengifo junto con Portales acordaron fomentar la marina mercante
nacional y artículos que también se fabricaban en el país, para desarrollar un pueblo de marinos
y mercantes, teniendo presente para el futuro una mejoría económica (Texto de Historia,
Geografía y Ciencias Sociales, 2° medio, 2013, pp. 131).
El Sistema Financiero
En los primeros años de la República, el comercio y los intercambios estaban sujetos aún al sistema
basado en las monedas de oro y plata. No se había desarrollado el papel moneda o billete, ni
existían instituciones bancarias. La falta de un sistema financiero afectaba la capacidad de
inversión, tanto de los particulares como del Estado. Por otro lado, el papel moneda debía inspirar
confianza entre quienes lo aceptaban como medio de pago o intercambio, lo cual estaba
relacionado con la solidez o respaldo de las instituciones que lo emitían.
El esfuerzo más notable de la política comercial fue el establecimiento de los almacenes francos
en Valparaíso, que se habían tratado de organizar desde la Independencia, y que como se dijo
anteriormente, permitirían guardar mercaderías a bajo costo hasta que el mercado fuera favorable
para importarla o exportarla. Con esta medida, se capitalizó la ventaja geográfica de Valparaíso
en el Pacífico vía Cabo de Hornos.
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Nacionalidad de los principales comerciantes mayoristas de Santiago y Valparaíso en 1849
Nacionalidad Cantidad en Santiago Cantidad en Valparaíso Totales %
Chilenos 14 22 36 37%
Ingleses 7 17 24
Alemanes 2 9 11
Franceses 2 8 10
Norteamericanos 7 7 63%
Españoles 3 3
Otros 7 7
Totales 25 73 98 100%
Fuente: Bauer Arnold. La sociedad rural chilena.
A fines del decenio del gobierno de Manuel Montt, se empezó a evidenciar el impacto de una
recesión económica que se prolongó por varios años y que puso fin al ciclo expansivo que databa
de la década del 30, junto con la contracción experimentada por la demanda externa y los
precios de las exportaciones, particularmente el cobre y el trigo. Este último experimentaba el
fin de la bonanza de California y Australia, con desastrosos resultados en la producción
interna. Había también bajado la producción de plata debido al progresivo agotamiento
de Chañarcillo, así induciendo un problema adicional en términos de cuentas externas.
Aparte de los factores externos comentados, se agregan y son parte de esta crisis la escasez
interna de capitales y el aumento excesivo de los gastos fiscales, particularmente debido
al gran aumento del gasto en obras públicas, el aumento en los sueldos estatales y el
creciente gasto militar en el país. Es importante, además, destacar que el déficit en la
balanza comercial había agregado la escasez de circulante: la moneda “emigró”, el crédito
se hizo caro y escaso, muchos particulares y empresas cayeron en la insolvencia y se produjeron
ruidosas bancarrotas. El valor de la tierra descendió en un 40%, así sugiriendo el dramático
ajuste que hubo de experimentar la relación de precios de no transables a transables.
La crisis se enfrentó dentro de la lógica del sistema de patrón oro imperante, permitiéndose que
ocurriera el ajuste de precios, por lo cual se asumieron las consecuencias económicas que
implicaba en términos de actividad interna. La recesión se superó los primeros años del
decenio del presidente Pérez, pero dentro del rígido marco impuesto por el patrón oro.
En estas condiciones, la única forma de incrementar la liquidez interna, en un cuadro recesivo,
residía en el crédito externo. Así los gobiernos de Montt y Pérez hicieron efectivo uso de esta
alternativa, financiando a través de este mecanismo ambiciosos programas de obras públicas y
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transporte, esperando pagar los empréstitos con una fuerte recuperación posterior a la crisis que,
de ese modo, ya demandaba una mayor participación estatal en la economía chilena (Riveros y
Ferraro, 2016, pp. 61).
Este periodo ha sido objeto de bastante controversia en la historiografía del periodo. El ritmo de
crecimiento durante este periodo disminuyó de manera significativa, según Pinto este bajo
ritmo de recuperación significó incrementar notablemente la dependencia de los empréstitos
externos, conformándose así en uno de los factores que incidirían con más fuerza a desenlazar la
crisis de 1878, al aumentar fuertemente el peso del servicio de la deuda pública (citado en Riveros
y Ferraro, 2016, pp. 62)
Sin embargo, de acuerdo con indicadores sectoriales, es posible establecer que la producción de
salitre continuó a un ritmo ascendente, aumentando cerca de cinco veces entre 1860 y 1878. De
la misma manera se vio un repunte en la minería de la plata con el descubrimiento de Caracoles
a comienzo de los 70, lo cual dio un significativo empuje a la actividad exportadora. Al mismo
tiempo, la producción de cobre también continuó creciendo a tasas elevadas, Así como las
exportaciones de trigo y harina. A nivel industrial, continuó experimentándose un crecimiento
relativamente dinámico al establecerse nuevas fábricas de chocolate, galletas, calzados, paños,
ladrillos refractarios, porcelana y vidrios, botellas y cristalería, papel; además de fábricas de gas
en La Serena y Santiago y fundiciones.
A lo anterior se suma la tendencia ascendente de los precios entre 1860 y 1878, en cierta forma
incompatible con un marco demasiado restringido de crecimiento. En términos generales, durante
todo el periodo influyó favorablemente una tendencia mundial al alza de los precios, generada en
parte por la minería del oro en California y Australia y el crecimiento de la población mundial, que
se intensificó notablemente entre 1850 y 1873.
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Crecimiento industrial.
La producción de harina, también para enviar al exterior, que estimuló a los empresarios
a edificar molinos.
El temprano ordenamiento jurídico a través del Código Civil de 1855, que, entre otras
normativas, aseguró el cumplimiento de los contratos y la protección de la propiedad
privada.
El desarrollo de la banca y del crédito, que fueron un incentivo para el progreso del libre
mercado. El saneamiento de las cuentas fiscales, obra del ministro de Hacienda Manuel
Rengifo, que le dio confiabilidad a la economía chilena, asegurándole disposición de crédito
en el exterior y atrayendo inversiones extranjeras.
La precoz estabilidad política lograda por Chile, en comparación a la mayoría de las demás
repúblicas americanas, que influyó en la confianza que demostraron los inversionistas y
casas comerciales extranjeros.
Modernización y urbanización.
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mineros del norte, la población urbana representaba porcentajes más altos y la mayoría de las
ciudades más importantes del país registraban tasas de crecimiento que superaban a la media
nacional (Texto de Historia, Geografía y Ciencias Sociales, 2° medio, 2013, pp. 223).
El fin del primer ciclo expansivo de la economía chilena coincide con la crisis mundial de
los años 1870. Sin embargo, ya desde la década de 1860, a pesar del repunte en las
exportaciones, se apreciaban algunas señales que anunciaban el agotamiento de esta primera fase
de crecimiento de la economía chilena. Los mercados internacionales para los productos
agrícolas chilenos se habían vuelto más competitivos en términos de precios y volumen,
al mismo tiempo que la demanda de trigo en los mercados de California y Australia había
caído drásticamente a fines de la década de 1850. A esto se sumaba la falta de renovación
tecnológica en la producción de plata y cobre, lo cual redundaba en una menor producción
debido al agotamiento de los yacimientos de más alta ley. Sin embargo, ninguna de estas causas
tuvo el peso de la caída en los precios de los principales productos chilenos de
exportación. Por primera vez, quedaba expuesta la enorme fragilidad de la economía chilena de
exportación respecto del contexto internacional.
la década de 1870 había comenzado con gran prosperidad para Europa. Alemania era la principal
beneficiada de las reparaciones de guerra producto del conflicto con Francia, además de haber
obtenido las ricas regiones mineras de Alsacia y Lorena. La inversión industrial y comercial de las
principales potencias europeas se había doblado, aunque mayormente correspondía a inversiones
de carácter especulativo. La crisis económica terminó por desatarse en Austria en 1873, generando
inmediatamente corridas bancarias y enormes pérdidas tanto en los bancos alemanes, franceses
e ingleses, quienes vieron aumentar de manera violenta sus tasas de interés.
Argentina y Chile fueron los primeros países del Cono Sur en sentir los embates de la
recesión mundial, especialmente debido a su carácter de economías orientadas a la
exportación de materias primas. En un comienzo, la reacción de las autoridades chilenas fue
recurrir a las recetas clásicas de la teoría liberal. En otras palabras, ajustar la economía a las
nuevas condiciones del mercado externo y promover una disminución de los costos de producción
de los principales productos exportables. Tras el predominio del librecambismo en los años 1860,
por primera vez se volvían a escuchar opiniones que llamaban a asumir medidas proteccionistas
a favor de la industria chilena.
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especulativas. El caso de la quiebra del banco Thomas en 1877 (siendo técnicamente una casa
comercial de Valparaíso), es un buen ejemplo del colapso de una institución cuyo portafolio tenía
un valor de un millón de pesos, mientras que sus pasivos ascendían al doble de esa cantidad. El
Banco del Pobre colapsó en 1878, obligando a muchas personas de bajos ingresos a recurrir a las
criticadas casas de empeño.
Tras el descalabro del Banco del Pobre, el pánico se extendió por todo el sector financiero. Las
reservas de metálico se hicieron insuficientes y teniendo una corrida bancaria, el presidente de la
República, Aníbal Pinto, declaró la inconvertibilidad de los billetes en 1878. La medida generó un
enorme rechazo en el exterior, pues alejaba el país de la ortodoxia monetaria, desfavoreciendo de
paso los términos de intercambio para los países exportadores de manufacturas. Ello repercutió
inmediatamente en la caída de los bonos del Gobierno chileno en Inglaterra.
De acuerdo con el estudio de Sater, la inconvertibilidad fue una medida urgente, pragmática e
inevitable para las autoridades chilenas, pues ya no quedaban suficientes existencias de metálico
en los bancos para cubrir los depósitos. La circulación forzosa del papel moneda se había vuelto
inevitable en el contexto de la crisis.
Como se ve, la crisis de 1870 devastó la economía chilena, debido principalmente a causas
externas (baja demanda de materias primas, especialmente el cobre, y aunque los productos
agrícolas no habían corrido peligro, el clima y las malas cosechas terminaron por arrastrarlos
también a ellos en la crisis). La caída del comercio internacional no sólo afectó al Gobierno en su
principal entrada, sino que redujo dramáticamente los ingresos de la mayor parte de los habitantes
del país.
En términos generales, la crisis de la década de 1870 generó un amplio debate en cuanto a hacer
de Chile un país menos dependiente del sector exportador. Fue así como surgió una corriente que
planteaba la necesidad de industrializar el país por medio de una reforma tributaria. No obstante
lo anterior, la victoria en la Guerra del Pacífico hizo resurgir la mentalidad económica tradicional
de la elite chilena, abandonando la política reformista y dejando a la economía embarcada en los
bruscos ciclos de alza y baja propio de un país exportador de materias primas (Gárate, 2012, pp.
61 a 63).
La etapa de la Guerra del Pacífico y los años que siguieron tuvo una gran importancia para el
desenvolvimiento futuro de la economía chilena. En primer lugar, debido a la gran expansión
territorial provocada por la ampliación de la frontera del norte y la adquisición de los ricos
territorios salitreros de Tarapacá y Antofagasta; en segundo término, por la ocupación definitiva
de la Araucanía, el acuerdo final con Argentina sobre los límites en la Patagonia y el comienzo de
la colonización de Magallanes.
Particularmente importante fue el control ganado sobre las salitreras del norte, que
convirtieron a Chile en el principal (casi monopólico) productor del principal abono
nitrogenado entonces disponible. Se abrió así una etapa de desarrollo hacia afuera, basada
casi exclusivamente en este producto. Con ello crecieron notablemente las exportaciones chilenas,
pero se redujo al mismo tiempo la base exportadora debido al estancamiento relativo del nivel de
exportaciones de trigo y harina, por un lado, como también de cobre, cuyo volumen de producción
baja significativamente en los últimos 20 años del siglo. Por lo tanto, la economía chilena se
comenzó a orientar cada vez más hacia la monoexportación.
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Particular significancia adquirió la modificación en la estructura de las rentas fiscales
que tuvo lugar en este periodo. Las rentas provenientes del comercio exterior (exportaciones
e importaciones) llegaron a cubrir más de un 80% del total de las entradas fiscales,
correspondiendo una parte primordial a las exportaciones de salitre cuyos impuestos llegaron a
cubrir más de la mitad de las rentas nacionales totales. Se explica esta tendencia también,
por el fuerte incremento en las importaciones y los ingresos por derechos de
internación. La tributación interna se redujo, en cambio, hasta niveles relativamente
insignificantes. Claramente, esta estructura impositiva, unida al fuerte incremento en la
participación estatal en el ingreso nacional, incrementó la vulnerabilidad de la economía frente a
las oscilaciones de la demanda externa. La economía creció, pero se hizo menos diversificada y
más inestable, dando lugar, de paso a una potencial mayor injerencia del Estado en el
desenvolvimiento de la actividad económica (Riveros y Ferraro, 2016, pp. 66 a 68).
A partir de 1880 el salitre ejerció un gran poder en la economía, desplazando a un segundo plano
a las demás exportaciones del país. Tan pronto aparecía alguna nueva compañía de nitrato, las
acciones se disparaban. La economía, el comercio y la política giraban en torno a la fiebre
del oro blanco.
Con todo, el significativo aumento del presupuesto estatal permitió ampliar la estructura
administrativa y con ello incrementar el número de empleados públicos. Se hicieron importantes
inversiones en obras públicas y educación, así como mejoras en los sistemas de
comunicación y transporte. Algunas de estas obras fueron la inauguración de los hospitales de
San Vicente y del Salvador en Santiago, la casa de huérfanos en Providencia y la construcción de
nuevas cárceles como la correccional de mujeres de Talca. Numerosos edificios públicos fueron
refaccionados, se levantó la Escuela Naval y se instalaron 9 aduanas en 7 puertos. También se
inició la construcción de Ferrocarriles de Talca a Constitución, de Angol a Traiguén y de Renaico a
Victoria, estas dos últimas como complemento de la incorporación de la Araucanía al Estado
chileno.
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agudizando de esta manera la grave crisis social que por entonces ya golpeaba al país.
La gran mayoría de la población, que en su momento fue llamada a combatir en la Guerra del
Pacífico, no fue beneficiada con las enormes ganancias provenientes del salitre (Texto de Historia,
Geografía y Ciencias Sociales, 2° medio, 2013, pp. 263).
Inversión extranjera.
La expansión salitrera se intensificó a partir de la década de 1850, favorecida por los cambios en
la forma de procesar el nitrato y la instalación de líneas de ferrocarril para transportar la
producción hacia los puertos de embarque. Cada vez se hizo más atractivo invertir en la zona,
pero durante este periodo los capitales siguieron siendo fundamentalmente chilenos y, en menor
medida, ingleses.
La industria del salitre impulsó los otros sectores de la economía nacional. La agricultura,
por ejemplo, debió responder a la demanda de abastecimiento de comida en la zona norte y a la
creciente urbanización de algunas áreas del país. Esto significó incorporar mejoras
tecnológicas para optimizar el rendimiento (fertilizantes, rotación de cultivos y algunas
máquinas), pero se optó principalmente por incorporar más suelos cultivables a la
explotación agrícola, lo que se materializó con la ocupación de los territorios ubicados
al sur de Concepción, especialmente de la Araucanía, y la entrega de tierras indígenas a
colonos extranjeros. Por otra parte, la construcción del ferrocarril longitudinal facilitó la
movilización de los productos agrícolas hacia el norte lo que, unido a la mantención del sistema
de inquilinaje, permitió la expansión del sector, pero no lo hizo inmune a los ciclos de auge y caída
de la demanda internacional que fueron frecuentes en ese periodo.
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El crecimiento de la agricultura y la minería permitió el aumento de las fortunas de
algunos empresarios chilenos, pero en su mayoría el capital nacional dependía del acceso a
créditos provenientes de los bancos para mantener el ritmo de sus actividades. Esto explica que
el sector financiero, liderado por bancos y compañías de seguros, fuera uno de los que presentara
grandes niveles de ganancias, lo que reducía los márgenes de intervención estatal o del sector
privado nacional (Texto de Historia, Geografía y Ciencias Sociales, 2° medio, 2013, pp. 265).
“Entre las décadas de 1830 y 1870 la economía chilena vivió, en alas del “crecimiento hacia afuera”, uno de los períodos
más prósperos de su historia. La creciente exportación de recursos agrícolas y mineros (cobre, plata, trigo y harina),
y la importación de manufacturas y capitales, generaron una prolongada bonanza que, junto con estabilizar la situación
interna del país, lo insertó definitivamente en el camino de la modernización capitalista. Por sí mismo, el comercio
exterior generó una serie de fortunas que, aun cuando parte de sus frutos fluyó hacia el extranjero, sirvió para generar
un fondo de capitales internos que irrigó otros sectores productivos, como la agricultura y la minería, y formó la base
de un sector bancario y financiero que ayudó a profundizar aún más la modernización de la economía. También podría
hablarse de modernización, aunque con ciertas restricciones, en algunos rubros específicos (la minería, la naciente
industria manufacturera), que gracias al auge comercial pudieron renovar sus estructuras e introducir formas
plenamente capitalistas de producción. Por otra parte, un erario público engrosado por las abundantes recaudaciones
aduaneras (que a partir de la década de 1839 aportaron sistemáticamente más del 60% de las entradas ordinarias del
fisco), pudo no sólo estabilizar la situación financiera interna, aportando la normalidad institucional, sino también
contribuyó directamente al desarrollo material y económico del país a través de la construcción de líneas férreas y
telegráficas, instalaciones viales y portuarias, establecimientos educacionales y servicios urbanos.
No obstante lo anterior, el papel determinante ejercido por el comercio exterior implicaba que el crecimiento nacional
quedaba sujeto a factores y decisiones sobre los cuales no se ejercía control. Si la demanda externa se contraía, o si
los capitales y tecnologías foráneos dejaban de afluir, el efecto sobre la producción y el ingreso nacional podía ser
devastador. El peligro se veía magnificado por la concentración de la estructura exportadora en torno a unos pocos
productos de relativamente fácil elaboración (en el período considerado eran básicamente tres: cobre, plata y trigo),
y por tanto no muy difíciles de sustituir. Una vulnerabilidad análoga se expresaba en el plano de los mercados hacia
los cuales se dirigía el grueso del comercio exterior: hasta la Guerra del Pacífico, Gran Bretaña absorbía por sí sola
entre el 50% y el 75% de todas las exportaciones chilenas, a la vez que aportaba entre el 30% y el 45% de nuestras
importaciones. Si a esas cifras se le agrega el comercio con Francia, Estados Unidos y Alemania, los porcentajes
sobrepasan el 80% en uno y otro caso, lo que demuestra que el estado de la economía nacional dependía básicamente
de sus lazos con las cuatro potencias capitalistas del momento. Por último, si bien la bonanza exportadora demostró
cierta capacidad de irradiación hacia otros sectores de la economía, esta no fue suficiente como para modernizar
cabalmente las formas y relaciones de producción. Así, aunque algo se avanzó en comparación con la era colonial,
muchos autores han reparado en la lentitud con la que se incorporó la tecnología y la organización moderna en los
principales sectores productivos, revelando quizá alguna reticencia a comprometer grandes inversiones en negocios de
futuro incierto. En ese aspecto, los beneficios del boom comercial, lejos de sentar las bases para un desarrollo
sostenido, tendían más bien limitados y efímeros.
La amenaza potencial se manifestó por primera vez concretamente entre 1857 y 1861, cuando Chile se estrenó en la
novedosa experiencia de las crisis capitalistas. El cierre de los mercados de California y Australia para los trigos
nacionales, y el impacto de una recesión internacional sobre los precios de las exportaciones mineras, dejaron entrever
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lo que una coyuntura de ese tipo podía significar para el modelo de desarrollo en vías de consolidación: contracción
monetaria y crediticia, crisis productiva, apremios para el erario. En esa oportunidad la situación pudo superarse en
forma relativamente rápida, gracias a una pronta reactivación del comercio mundial y a la sustitución del mercado
australiano y californiano por el inglés. Interesante resulta sin embargo la tesis formulada por Jorge Pinto Rodríguez,
en el sentido que la crisis había vuelto a poner sobre el tapete, como mecanismo más expedito de solución, el antiguo
propósito de completar la ocupación de la Araucanía para incorporar sus fértiles tierras a la base de producción agraria
ya disponible. Como volvería a suceder en otras coyunturas análogas, la élite dirigente había considerado más
pertinente capear el temporal mediante una expansión hacia territorios inexplotados que mediante el aprovechamiento
más intensivo, por la vía de una modernización en profundidad, de los recursos existentes. De ser ello efectivo,
quedarían así tempranamente en evidencia las limitaciones inherentes a una modernización basada exclusivamente en
las exportaciones primarias, y la fragilidad de un modelo de desarrollo dependiente.
Como el modelo no se modificó, si no que por el contrario echó raíces y generó intereses más profundos, el impacto
de la próxima recesión mundial, desarrollada entre 1873 y 1878, resultó todavía más traumático. Tras un período de
fuerte crecimiento, la década de 1870 sumió a las economías europeas y norteamericana en un ciclo depresivo que se
expresó prioritariamente en una contracción de la demanda y una baja sostenida de los precisos, no revertida del todo
hasta la segunda mitad de la década del noventa. Como era de suponerse, la recesión afectó inmediatamente a los
principales productos chilenos de exportación, ninguno de los cuales fue capaz, incluso después de superada la crisis,
de recuperar sus niveles anteriores. La situación se reveló particularmente devastadora para el cobre, cuya exportación
promedio se desplomó desde un máximo de 45677 toneladas métricas anuales en el decenio 1871-1880, a sólo 23552
para el de 1891-1900, despojando a Chile por largo tiempo de su condición de primer productor mundial de ese metal.
Así, de haber abastecido entre el 40% y 50% del consumo mundial durante las décadas de 1860 y 1870, el aporte
chileno bajó al 5%-10% para la última década del siglo. Una disminución análoga se vivió en el caso de la plata, que
si bien no se reflejó en el volumen físico de su producción, si vio caer su recaudación desde 27 millones de pesos para
el conjunto del quinquenio 1870-74, a 18 millones para el de 1895-99. Por último, la harina y el trigo disminuyeron
sus ventas al exterior desde un promedio de poco más de 13 millones de pesos anuales para el quinquenio 1871 -75,
a menos de 5 millones de pesos (del mismo valor) en 1886-90. Como se dijo, y contrariamente a las esperanzas de
los atribulados contemporáneos, estas caídas no se revirtieron con la vuelta de los mercados mundiales a la normalidad.
En casi todos los casos, la producción chilena fue sustituida por competidores (Estados Unidos y España para el cobre;
Argentina, Canadá y Rusia para el trigo y la harina) que podían explotar esos mismos recursos de manera más eficiente
y barata. Los pilares de la primera gran bonanza decimonónica quedaban así comprometidos a perpetuidad.
Los efectos de esta coyuntura sobre la situación interna pueden imaginarse con facilidad. La contracción
en la entrada de divisas produjo un éxodo inmediato de moneda metálica para cubrir el valor de las importaciones,
con lo que se redujo la disponibilidad de capitales operativos y de inversión, subieron las tasas de interés, y el sistema
financiero nacional se vio sometido a una presión insostenible. Por su parte, el fisco se vio aquejado por una fuerte
merma en sus ingresos (que, como se recordará, dependían en gran medida del estado del comercio exterior), al
mismo tiempo enfrentaba una deuda que, estimulada por la euforia de los años prósperos, se había acumulado
peligrosamente. Situadas al unísono frente a la amenaza de una banca rota, la clase empresarial y la clase política
optaron por refugiarse en una fórmula de manipulación monetaria, decretando en julio de 1878 la inconvertibilidad de
los billetes bancarios. El alivio que ello brindaba, sin embargo, resultaba bastante efímero: podían cumplirse (en
apariencia) las obligaciones, y pagarse (fiduciariamente) las deudas más urgentes, pero no se reestablecía el sustento
productivo de la economía. Alarmado adicionalmente por un visible aumento en la criminalidad y el desorden social el
presidente Aníbal Pinto anotaba hacia fines de ese mismo año:
La situación económica del país es muy mala y la perspectiva es de empeoramiento y no de mejoría. La cosecha ha
sido pésima y el precio del cobre en Europa baja como nunca. Un año malo sobre una situación muy delicada ya no
puede dejar de producir fuertes influencias. Si algún descubrimiento minero o alguna otra novedad por el estilo no
vienen a mejorar la situación, la crisis que de años se está sintiendo se agravará’.
Los acontecimientos que se precipitaron sobre el país a partir de febrero de 1879, y que derivaron en el estallido de la
Guerra del Pacífico, sugieren que las plegarias del presidente Pinto no quedaron sin responder. La anexión de los
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terrenos salitrales pertenecientes a Bolivia y el Perú vino a significar, en definitiva, que el “descubrimiento minero”
mencionado en la cita se materializara no por la vía de las prospecciones, sino de la guerra. Se ha debatido
calurosamente, casi desde el momento mismo de los hechos, si ese no fue el verdadero incentivo que impulsó al Estado
y a la élite chilena a embarcarse en una estrategia belicista, como recurso desesperado para romper el ciclo recesivo.
Independientemente del juicio que esta interpretación pueda merecer, y que en todo caso siempre se verá obnubilado
por la dificultad de determinar intenciones que suelen no manifestarse explícitamente, lo concreto es que el desenlace
si produjo dicho efecto: sin alterar significativamente la lógica del crecimiento hacia afuera, el comercio salitrero trajo
de vuelta, e incluso magnificó, la antigua bonanza, prorrogando la vigencia del modelo exportador por medio siglo
más.
De esa forma, el período que, desde un ángulo de historia económica, Luis Ortega ha sugerido denominar la “República
Salitrera” reprodujo, en un plano mucho más nítido, las principales características del ciclo que se había cerrado con
la crisis de 1873-78. El comercio exterior volvió a ser el principal motor de la economía, promediando, para el caso de
las exportaciones, una tasa anual de crecimiento del 4,6% para el período 1880-1913. Hacia el comienzo de la Primera
Guerra Mundial, las exportaciones chilenas alcanzaban los 335 dólares per cápita, cifra no superada hasta 1979. Como
también había sucedido antes, este desempeño permitió un aumento de las importaciones del orden del 5,8% anual
para el mismo período, en tanto que el sector público veía crecer sus ingresos a un ritmo del 4,3% anual. Aunque en
la época se acusó al gobierno de despilfarrar buena parte de esos recursos en gastos superfluos, de todas maneras
hubo una expansión importante en las inversiones reproductivas vinculadas al transporte (sobre todo ferrocarriles e
instalaciones portuarias), otras obras públicas y educación. Sólo para el período 1905-1920, Mamalakis calcula el
incremento de dicha inversión pública “reproductiva” en un significativo 10,5% anual. Diversas actividades productivas
y de servicios pertenecientes al ámbito privado se vieron igualmente favorecidas por la expansión salitrera, aunque se
ha debatido mucho sobre la verdadera capacidad de irradiación de un crecimiento basado en ese tipo de exportaciones.
Como sea, lo importante -al menos para los efectos de este análisis- es que la opción por la apertura comercial y las
ventajas comparativas, transitoriamente conmocionada por la crisis, recuperaba su vigencia por un buen tiempo más.
Había, sin embargo, varios aspectos en lo que este nuevo ciclo exportador sí difería significativamente
del anterior. En primer lugar, la reducción de la producción exportable básicamente a un solo artículo creaba una base
mucho más precaria para el edificio económico que comenzaba a construirse a su alrededor. Si ya antes de la estrechez
de la oferta había vulnerabilizado peligrosamente al país frente a los avatares de la demanda externa y la aparición de
competidores o sustitutos más baratos, la amenaza se hacía aún más extrema cuando todo pasaba a depender de la
suerte de un solo producto, especialmente si éste era de naturaleza no renovable.
Aparte de los efectos previsibles que esto supuso para el resto de la actividad económica nacional, semejante
inestabilidad dio lugar al surgimiento de prácticas defensivas de carácter monopólico entre los empresarios salitreros.
Una de ellas, la más socorrida, fue la de concertarse planificadamente para fijar el monto de la producción y de los
precios de venta, con lo cual el estado general de la economía quedaba sujeto a decisiones fundadas en intereses
estrictamente particulares. A la postre, como se sabe, esta manipulación del mercado creó un incentivo adicional para
el desarrollo de productos alternativos al salitre, lo que culminó, después de la Primera Guerra Mundial, con su
desplazamiento por parte de abonos de origen sintético”.
El descubrimiento de las minas de Chañarcillo solo data de 1831. Un pobre montañés llamado Godoy habiendo salido
a cazar guanacos, se sentó a descansar a la sombra de un gran peñasco que surgía del afloramiento de la veta de la
´Descubridora´. Intrigado por el color y un cierto aspecto metálico de la parte saliente de la roca, comenzó a rasparla
con su navaja, y viendo que se dejaba cortar como si fuera queso (según su modo de expresarse), se llevó un trozo
de esa roca a Copiapó, en donde fue reconocida por plata plomo, es decir, por plata córnea. Ofreció la mitad de su
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mina a don Miguel Gallo, uno de los mineros más viejos de la provincia y para cuya juventud jamás había sido próspera
la suerte. Según el arreglo que tuvo lugar, Gallo debía proporcionar el dinero necesario para la explotación y el producto
debía distribuirse entre él y Godoy. Quiso la casualidad que se diera con la parte más rica de la veta, y desde los
primeros días de la explotación se comenzó a extraer cantidades considerables. Pero Godoy, como todos los
descubridores de minas, no tuvo paciencia para esperar; seducido por la esperanza de descubrir otras mejores, vendió
la mitad de la mina que le pertenecía en 14.000 pesos, disipó su dinero y murió en la miseria.
La noticia de este descubrimiento atrajo pronto a Chañarcillo a una cantidad de mineros que acudían de todas partes.
Los primeros para quienes fue la suerte tan favorable como con Godoy fueron dos hermanos llamados Peralta Bolados,
propietarios de un pequeño rancho en el valle de Copiapó y de una recua de asnos que les servían para acarrear leña
a la ciudad o a las fábricas, con cuyo producto atendían a sus más urgentes necesidades. Los dos hermanos encontraron
ese famoso bolón de 70 a 80 quintales de mineral excesivamente rico, mencionado al hablar del manto de los Bolados.
La extracción, el trasporte y el tratamiento de esa masa de mineral eran de tal manera sencillos y fáciles, que esas
pobres gentes, aunque completamente desprovistas de los conocimientos necesarios y de capitales lograron, en menos
de dos años, extraer más de 700.000 pesos de plata. Inflados con su prosperidad, solo pensaron en gozar, y mientras
disipaban su riqueza en Copiapó, que en aquella época era solo una aldea pobre y mal poblada, su mina resultó
repentinamente agotada, y algunos meses después se vio a esos mismos Peralta Bolados más pobres que antes de su
descubrimiento, habiendo perdido aun a sus asnos a los que creían ya no volver a necesitar.
Tal fue la suerte de los que descubrieron las minas más ricas de Chañarcillo. Pero habiendo pasado luego la propiedad
de estas minas y su explotación a manos de hombres ilustrados e industriosos, la producción de la plata aumentó de
tal manera que en 1833, se sacó de las fundiciones de Copiapó cerca de 100.000 marcos de plata, de los cuales nueve
décimos pertenecían a las minas de Chañarcillo. Desde entonces esas minas fueron declinando hasta en 1838, en cuyo
año se dio con la gran riqueza de la ´Colorada´. Esto logró reanimar los esfuerzos de los emprendedores, y desde
aquella época, 700 mineros trabajan incesantemente en Chañarcillo y en las minas más próximas a ése cerro.
Documento N°3. Un Minero Inglés describe la vida en la Mina de Tres Puntas (1852)
“Querido padre, madre, hermanos y hermanas, tengo el honor de escribir estas pocas líneas, esperando que ustedes
están de buena salud, como dejé a ustedes. Recibí su carta al 13 de junio y me alegró la noticia que todos están bien.
Estamos viviendo bien aquí y estamos sanos y trabajando con toda la fuerza; me gusta el país, aun cuando es muy
seco (pobre). Nuestra mina se ubica arriba en el desierto Atacama. Aquí no hay nada, todo que necesitamos traen
muías arriba de su espalda [...] una gran cantidad de los animales se muere durante ese camino. No hay casa [...] en
el camino. La primera vez donde yo subí, vi un hombre botado en el suelo -él estaba muerto [...]. Domingo es el día
de las peleas de gallos y de corrida de toros [...]
En los domingos se pagan a todos los sueldos, padre, nuestra mina es bien rica, pero bajo 20 fathrooms se
empobrece, yo saqué alrededor de 20.000 dólares de un socavón. La mina tiene una profundidad de 30 fathrooms y
tiene un piso (roca) muy duro. Yo pregunté por mechas de seguridad -tenemos algunos de Tuckingmill en la mina- -
pero yo vi mechas normales en otras minas, cuales se llaman de seguridad, pero el minero tiene bastante temor para
usarlas. Estas mechas no sirven para nada, y yo mostré a algunos superiores la diferencia entre nuestras mechas y
las tradicionales. Dijeron que las mechas de seguridad son los mejores. Yo salvé en esta manera muchas vidas,
especialmente de mineros chilenos. Muchas veces los superiores de otras minas compraron mechas de seguridad
aunque tenían cientos de paquetes de mechas tradicionales guardados en su mina [...].
El día 6 de abril ocurrió aquí un terremoto, con un sonido de trueno y empezó a las 11 de noche. [...] casi todos los
ingleses y chilenos arrancaron desde sus casas hacia afuera. Todos los chilenos se bajaron a las rodillas para rezar. En
la mina de nosotros se cayó un edificio firme. Yo creo, sí este terremoto ocurría en Tuckingsmill, todos los e dificios se
caerían. Yo sentí dos desde llegué aquí.
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Yo tengo mucha más fuerza ahora, este es un país muy sano. El sueldo es entre 8 y 9 pounds por mes. Yo
recomiendo que nadie venga hacia aquí sin pedir a lo menos 8 pounds, porque en este país no hay alegría y música
para nosotros los ingleses...
Sí me mandas la próxima vez una carta agrega ´Tres puntas´ [...]. Tu hijo”
“Explicarte la ruina de mi padre sería referirte una historia que se repite todos los días
en el comercio: buques perdidos con grandes cargamentos, trigo malbaratado en
California, ¡esa mina de pocos y ruina de tantos! En fin, los percances de las
especulaciones mercantiles. Aquella noticia me entristeció por mi padre. Para mí fue
como hablar al emperador de la China de la muerte de uno de sus súbditos. ¡Yo poseía
sesenta millones de felicidad, porque Matilde me amaba! ¿Qué podía importarme la
pérdida de quinientos o seiscientos mil pesos?” (Martín Rivas, Alberto Blest Gana)
Este texto da cuenta de la economía nacional a mediados del siglo XIX. A partir de su
lectura, podemos señalar como verdadero:
A. Solo I
B. Solo II
C. Solo III
D. Solo I y II
E. I y III
A. Solo II
B. Solo III
C. Solo I y II
D. Solo I y III
E. Solo II y III
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3. Lee el siguiente texto, y luego contesta:
A. Sólo I
B. Sólo III
C. Solo I y II
D. Solo II y III
E. I, II y III
4. Hacia fines del siglo XIX, la economía chilena presentaba algunas características
novedosas, pero mantenía otros rasgos heredados de la época colonial. En
relación con aquellos rasgos de la economía chilena que aún perduraban como
legado del pasado colonial, destaca:
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5. Observa la siguiente tabla y luego desarrolla la pregunta que se plantea
Alimentos 35 1153
Bebidas 9 229
Tabacos 1 26
Textiles 8 448
Fuente: Luis Ortega, Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión, 1850-
1880.
A. Solo I
B. Solo I y II
C. Solo II y III
D. Solo I y III
E. I, II y III
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6. En relación con el Cuadro N°2, sobre las Exportaciones de trigo y harina a
California (en miles de qm.), se puede inferir que:
A. Sólo I
B. Sólo II
C. Solo I y II
D. Solo II y III
E. I, II y III
I. Entre los años 1853 y 1855 se observa un claro periodo de recesión del trigo.
II. Hacia el último año se observa una recuperación, considerando el año anterior
III. La cima de la producción triguera se halla en el año 1855
A. Sólo I
B. Sólo II
C. Solo I y II
D. Solo II y III
E. I, II y III
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8. Comparando las cifras y dinámicas del cuadro 2 y 3 se puede establecer que:
A. Sólo I
B. Sólo II
C. Solo I y II
D. Solo II y III
E. I, II y III
Según los autores, la expansión económica liberal de Chile se debe principalmente por:
I. La ayuda e inversión de grupos empresariales nacionales
II. Incorporarse a un sistema económico mundial de intercambio de mercancías en auge
III. Desarrollar una importante industria nacional que permita la existencia de servicios
públicos y privados
A. Solo II
B. Solo III
C. I y II
D. II y III
E. I, II y III
10. La minería chilena del período liberal (1861-1891) mostró un importante desarrollo
en la explotación y producción de dos minerales principales, llegando nuestro país a
transformarse en el primer productor mundial de ambos. Estos fueron:
A. Cobre y Plata
B. Carbón y Plata
C. Plata y Salitre
D. Salitre y Cobre
E. Salitre y Carbón
26
11.
(fuente: http://www.salitredechile.cl/home/afiches-del-salitre/)
A. Solo I
B. Solo II
C. Solo I y II
D. Solo I y III
E. I, II y III
27
12.
I. Se evidencia que a medida que avanza el siglo XIX aumentan los ingresos fiscales
producto del comercio exterior
II. Al entrar al siglo XX se aprecia una baja en los ingresos fiscales por impuestos
aduaneros
III. Los ingresos aduaneros son la única fuente de recursos para las arcas fiscales hacia
fines de siglo XIX
A. Solo I
B. Solo III
C. Solo I y III
D. Solo II y III
E. I, II y III
28
13.
En relación con el gráfico adjunto, más sus conocimientos ¿por qué el puerto de Iquique
fue uno de los más importantes a principios del siglo XX?
29
14. Lee el siguiente texto.
“El férreo control que ejercieron las empresas mineras sobre las oficinas y los recintos,
devino en una situación de enorme vulnerabilidad para los trabajadores y sus familias,
toda vez que dicho control desbordaba el ámbito meramente laboral interviniendo, ya
directa o indirectamente, incluso en el desenvolvimiento de la vida privada de las
familias de los obreros. Al fin y al cabo, fuera de conservar la propiedad de las
viviendas de sus trabajadores, las compañías contaron con un sistema policial propio,
controlaron las pulperías y quincenas que abastecían de productos a la población;
establecieron un sistema de pago de salarios a través de fichas sólo canjeables en las
oficinas o recintos de su propiedad; y en no pocas ocasiones, demoraron la cancelación
de los pagos por un lapso de hasta dos o tres meses” (Fuente: Correa, Sofía; Figueroa,
Consuelo; Jocelyn – Holt, Alfredo; Rolle, Claudio; Vicuña, Manuel (2001). Historia del
siglo XX chileno. Editorial Sudamericana, Santiago. Página. 53).
En relación con el texto ¿cuál de las siguientes afirmaciones evidencia el conflicto que
estaban viviendo los obreros salitreros durante principio del siglo XX?
A. Estaban viviendo los efectos de la Guerra Civil de 1891, de la cual los empresarios
salitreros nunca se pudieron recuperar.
B. Estaban viviendo las secuelas de la Cuestión Social, la que se evidenció en precarias
situaciones laborales y de vivencia.
C. Estaban viviendo los efectos del parlamentarismo chileno, pues las salitreras
estatales, no pudieron seguir siendo financiadas por el Estado.
D. Estaban viviendo las secuelas de la crisis económica de 1912, pues la precariedad
monetaria había influido en los pagos de sus sueldos y en sus condiciones de
vivienda.
E. Estaban viviendo los efectos de la Guerra del Pacifico, pues las salitreras no pudieron
recuperar las pérdidas económicas que les genero el conflicto, reflejándose en sus
sueldos.
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BIBLIOGRAFÍA
Riveros, Luis y Ferraro, Rodrigo, “La historia económica del siglo XIX a la luz de la
evolución de los precios”, 2016. Estudios de Economía, 12(1), pp. 49-78.
Solucionario Preguntas:
1. A 8. C
2. E 9. E
3. C 10. A
4. B 11. D
5. D 12. C
6. A 13. E
7. D
14. B
31