Las Siete Palabras de María
Las Siete Palabras de María
Las Siete Palabras de María
La Sagrada Escritura nos transmite pocas palabras de María y acerca de María. Pero son suficientes para comprender
la grandeza y la santidad de la que fue: “bendita entre todas las mujeres” (Lc. 1, 42) y “la Madre del Señor” (Lc 1,43) …
El Evangelio recoge siete palabras de María: cada una de ellas refleja una actitud o virtud de Ella entre todas se nos
ofrece un perfecto retrato espiritual de la Virgen María.
A. Primera Palabra (Lc 1,34): “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”
En esta primera palabra, María pregunta y responde a la vez. Con esta pregunta, María pide una explicación, no
propiamente para comprender los planes de Dios, sino para cumplirlos. Ella no sabe cómo conciliar dos realidades
incompatibles, la de no “conocer varón” y la llamada a ser madre. La pregunta de María describe su deseo íntimo, su
inclinación a la virginidad. Según la cultura de su tiempo, donde la virginidad no estaba bien vista, ella estaba desposada de
José, pero su corazón se orienta en otra dirección. Este deseo era la mejor preparación, la disposición más preciosa para
cumplir la misión a la que Dios la destinaba: ser la madre del Mesías de modo virginal.
A la madre de Dios, a la mujer que el Altísimo prepara para ser su madre, no se la puede colocar en el plano de una
mujer corriente, desde el punto de vista psicológico, ni desde el punto de vista religioso. María, vaciándose, llega a la
plenitud. La sola virginidad corporal sería una pobreza. Su virginidad espiritual consiste en la actitud de su alma que se
siente pobre y sierva del Señor y se abre a los designio de Dios. Abandonada ciegamente a él. Tiene sentido por el Reino de
los cielos (Mt 19,12) para facilitar una disponibilidad plena, permitiendo al corazón no dividido, la entrega total, con todas
sus fuerzas a Jesucristo y a su Iglesia, a Dios y a los seres humanos.
La virginidad, tan infravalorada en el judaísmo, fue elegida por María como una forma de pobreza; es una
manifestación de que la salvación viene de Dios, de ese Dios que, como manifiesta su modo de obrar en la historia de su
pueblo, ha elegido los medios más pobres para llevar a cabo la salvación. Para la tradición de la Iglesia, la concepción
virginal de Jesús, no es, pues, un dogma periférico, sino un camino fundamental que nos conduce al dogma de la
encarnación; es un signo de la divinidad de Jesucristo.
B. Segunda Palabra (Lc 1,38): “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
En esta segunda palabra se trata de una completa disponibilidad para todo lo que a Dios le plazca, actualizando la
actitud del salmista (Sal 40,9), o mejor la actitud del Mesías (Heb 10,7). Estas son las palabras de sumisión total a la
voluntad de Dios.
La clave de la santidad de la Virgen, el secreto de su vida lo proclamó en esta palabra. María al llamarse esclava de
Yahvé declara que es propiedad suya, abierta por completo al misterio divino. Al autodefinirse esclava descubre la hondura
de su alma religiosa, como uno de los pobres de Yahvé que, en su humillación, colocan toda su confianza en el Señor.
El hágase nos muestra a María plenamente entregada al plan del Padre. Se trata de su entera disponibilidad. Sin
entender todo, ni preguntar demasiado, confiando desde su pobreza en el amor del Padre, dijo hágase al plan de Dios sobre
ella y a todo el designio de salvación para el mundo.
La grandeza de María está en su hágase, en acoger incondicionalmente los designios de Dios. En esta palabra es
donde mejor se transparenta el modelo del creyente: el que se abre para decir sí a Dios. El hágase de la Virgen, más que de
una virtud, nos habla de la santidad plena. María porque creyó se entregó y caminó incesantemente tras el rostro del Señor.
María comprendió que todo lo que iba a suceder sería obre de la gracia, por eso dijo: “Hágase en mí”. San Agustín
afirma que María “concibió a Dios en su corazón antes que en su cuerpo”.
E. Quinta Palabra (Lc 2,48): “Hijo, ¿por qué lo has hecho así con nosotros?”
Palabra de equilibrio. Nuestra Señor, apenada habiendo perdido al niño y gozosa al hallarlo, expresa a la vez dolor y
alegría.
La pregunta de María doliéndose de la pérdida del Hijo (Lc 2,50) se hace lenguaje de amor, de docilidad plena, a la
vez que manifiesta su pobreza, su íntima humillación, su entrega fiel y ardiente a los planes divinos. Aquí sí que se podría
subrayar la fecundidad que encierra el silencio de María ante la misteriosa respuesta de su Hijo.
Conclusión:
Si “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34), como dijo el Señor, nosotros al meditar en las siete
palabras de María, nos damos cuenta que su corazón está lleno de pureza virginal (1ª), de obediencia rendida (2ª), de
cortesía cariñosa (3ª), de humildad reconocida (4ª), de dolor resignado (5ª), de misericordia compasiva (6ª), y de confianza
ilimitada (7ª); y todo fruto de más ardoroso amor.