Dig-Y El Logos Se Hizo Carne
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SE HIZO CARNE
ISBN: 1546681469
ISBN-13: 978-1546681465
Dedico este libro,
con amor, a mis hijos:
María Inés, Juan Pablo y Santiago José.
ÍNDICE
Prólogo 7
Testamento?
26 De la masonería 177
Bibliografía 193
vi
PRÓLOGO
“Y el Verbo [Logos] se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria,
gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1,14).
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La alegría cristiana
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PARTE 1
ALGUNAS RAZONES
PARA CREER EN CRISTO
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las genealogías de Jesús de Mateo 1 y Lucas 3 (muy distintas entre sí) tienen
un valor principalmente simbólico, aunque conservan una sustancia
histórica. La diferencia entre el género literario de esas genealogías y el de
casi todo el resto de los Evangelios se comprende fácilmente teniendo en
cuenta que los Apóstoles (autores o fuentes principales de los Evangelios)
fueron testigos oculares de los hechos de la vida pública de Jesús y del
período post-pascual, pero no de las “generaciones” enumeradas en las
genealogías.
No es correcto calificar como “fundamentalistas” a quienes sostienen
posturas concordistas, maximalistas o cuasi-maximalistas acerca de la
historicidad de los Evangelios. Para sustentar esta afirmación, indicaré dos
razones: A) Es evidente que la Sagrada Tradición de la Iglesia ha sostenido
siempre posturas de esa clase. B) Generalmente se llama “fundamentalista”
a quien da una interpretación “pie-de-letrista” (atada al sentido aparente) a
textos como Génesis 1, por ejemplo sosteniendo que Dios creó el mundo
en seis días de 24 horas. Pero es evidente la enorme diferencia entre el
género literario de Génesis 1 y el de los Evangelios. Obviamente no hubo
testigos humanos de la creación; mientras que los Evangelios dependen
esencialmente del testimonio de los Apóstoles, testigos directos de muchos
de los acontecimientos narrados en los Evangelios. Lucas advierte que antes
de escribir su Evangelio se informó cuidadosamente sobre los hechos
transmitidos por testigos oculares (Lucas 1,1-4); y Juan expresa que él y los
demás Apóstoles dan testimonio de lo que han visto y oído a propósito de
Jesucristo, la Palabra que estaba junto al Padre y que lo ha manifestado (1
Juan 1,1-4; cf. Juan 1,1-18). Y no olvidemos nunca que este testimonio de
los Apóstoles llegó generalmente hasta el extremo del martirio.
A mi modo de ver, “fundamentalismo” y “concordismo” no son
sinónimos. Todos los fundamentalistas tienden al concordismo, pero no
todos los concordistas son fundamentalistas. Por ejemplo, un
fundamentalista protestante reprochará a los católicos que llamen “Padre” a
un sacerdote, con base en una lectura fundamentalista de Mateo 23,9: “a
nadie en el mundo llamen ‘padre’, porque no tienen sino uno, el Padre celestial”. El
fundamentalismo se basa en el sentido aparente del texto, en una
interpretación superficial. Jesús lo mismo podría haber dicho: “A nadie
llaméis Pastor, porque uno solo es vuestro Pastor”. En cambio un
concordista católico no hará aquel reproche. El espíritu del concordismo es
otro: sostener contra viento y marea la historicidad estricta de cada relato
bíblico, con base en una interpretación exagerada de la inerrancia bíblica.
Considero que la obra de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI Jesús de
Nazaret (en dos volúmenes) –junto con su libro posterior La infancia de
Jesús– es un excelente ejemplo de exégesis católica, que combina
correctamente los datos del estudio histórico-crítico de los Evangelios con
los datos de la fe católica. No se trata de un simple escrito piadoso, sino de
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Se conocen más de 32.000 citas del NT incluidas en las obras de los Padres
de la Iglesia y otros escritores eclesiásticos anteriores al Concilio de Nicea
(del año 325). El NT entero, exceptuando sólo once versículos, podría ser
reconstruido a partir de estas fuentes. Estas 32.000 citas están distribuidas
en centenares de obras de muchos autores de los siglos I, II y III. Esas
obras fueron escritas en varios idiomas diferentes y fueron conservadas en
millares de copias dispersas por todo el territorio del Imperio Romano y
más allá de sus límites.
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esta hipótesis influyó mucho el hecho de que esas tres cartas paulinas
contienen numerosos indicios (referencias a la jerarquía eclesiástica, a los
sacramentos, etc.) de lo que autores protestantes llaman “proto-
catolicismo”.
En resumen, la identificación y la datación de P64, P67, 7Q4 y 7Q5 ha
demostrado que al menos los Evangelios de Mateo y Marcos y la Primera
Carta a Timoteo fueron escritos antes del año 70, año de la destrucción de
Jerusalén por parte del Emperador romano Tito. La identificación de 7Q4 y
7Q5 con textos del NT es un trabajo riguroso reconocido por excelentes
papirólogos y rechazado por exégetas en razón de prejuicios ideológicos. La
identificación de papiros tan o más pequeños que ésos (y con errores
similares) es algo habitual en papirología. Si no se refiriera a textos del NT,
nadie habría cuestionado esta identificación, porque la probabilidad de
encontrar otros textos que concuerden con esos papiros es bajísima. La
datación absoluta de esos papiros es algo muy simple. Las cuevas de
Qumrán fueron cerradas en el año 68 DC. Por lo tanto 7Q4 y 7Q5 son
anteriores al 68. Para profundizar al respecto, recomiendo este
libro: Carsten Peter Thiede-Matthew d’Ancona, The Jesus Papyrus.
The Most Sensational Evidence on the Origin of the Gospels Since
the Discovery of the Dead Sea Scrolls, Galilee Doubleday, New York-
London-Toronto-Sydney-Auckland, 2011.
Las fuentes principales que utilicé en este capítulo son las siguientes:
N.T. Ancient Manuscripts, en:
http://www.biblefacts.org/history/oldtext.html
Pastor V.S. Herrell, Papyrology and the Dating of the New Testament, en:
http://www.christianseparatist.org/briefs/sb4.09.htm
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Año 1961, Cesarea del Mar. Una expedición italiana descubre una lápida
calcárea de 80 cm de altura y 60 cm de anchura, con una inscripción que
confirma que Poncio Pilato fue prefecto de Judea en tiempos de Jesús, bajo
el Emperador Tiberio.
“En el secular debate sobre los orígenes del cristianismo no faltó siquiera quien puso
en duda que Pilato fuera en realidad administrador de Palestina en el momento en que
Jesús fue condenado a muerte. ¿Y los escritores no cristianos que hablan de ese
funcionario? ‘Interpolaciones de copistas cristianos’, respondía despectiva cierta crítica”
(V. Messori, op. cit., p. 169).
Año 1962, Cesarea del Mar. El arqueólogo israelí M. Avi Yonah descubre
una lápida de mármol negro del siglo III AC, con una inscripción que
menciona la localidad de Nazaret.
“También sobre Nazaret y el calificativo de Nazareno aplicado a Jesús se
desencadenó toda una tormenta de interpretaciones. Un mito, con toda seguridad: un
nombre simbólico de una ciudad imaginaria”, hasta que “en la fosa de los excavadores
israelitas quedaban enterradas las innumerables teorías elaboradas para explicar las
razones por las que los evangelistas habían inventado una localidad llamada Nazaret”
(Íbidem, pp. 168-169).
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honor de Pedro. De arriba hacia abajo, remontando el curso del tiempo, los
monumentos encontrados son los siguientes: 1) el altar de Clemente VIII
(1594), que es todavía el altar de la Basílica de San Pedro; 2) el altar de
Calixto II (1123); 3) el altar de Gregorio Magno (590-604); 4) el
monumento sepulcral erigido por Constantino en honor de Pedro
(aproximadamente 321-326); 5) un monumento sepulcral construido
probablemente hacia el año 160, en tiempos del Papa Aniceto. Este
monumento es el “trofeo” recordado hacia el año 200 en un escrito del
cristiano romano Gayo. Dentro de ese monumento estaba la originaria
tumba de Pedro. En 1950 Pío XII anunció oficialmente que había sido
encontrada la tumba de Pedro, confirmándose la tradición antiquísima y
unánime que afirmaba esa realidad.
De 1952 a 1965, la arqueóloga italiana Margherita Guarducci continuó y
profundizó los estudios del equipo mencionado. Guarducci interpretó un
pequeño documento epigráfico encontrado por ese equipo, descubriendo
que llevaba grabada una inscripción en griego: “PETR (OS) ENI”, es decir
“Pedro está adentro”. También descifró los graffiti de los siglos III y IV
descubiertos en uno de los muros (el “muro g”, que contenía un nicho).
Dichos graffiti, grabados por los peregrinos cristianos de toda Europa que
visitaban la tumba de San Pedro, resultaron ser numerosísimas invocaciones
y aclamaciones a Cristo, María y Pedro, superpuestas y combinadas.
Además, Guarducci comprobó que, en la época de Constantino, los restos
mortales del Apóstol fueron trasladados a un nicho realizado a propósito
dentro del “muro g”, en el monumento constantiniano. Por último, en 1964
Guarducci verificó científicamente que el contenido encontrado en el nicho
referido eran las reliquias de Pedro. Eran restos de un solo hombre, de
cuerpo robusto, muerto en edad avanzada. Tenían incrustaciones de tierra y
mostraban señales de haber estado envueltas en un paño de lana de color
púrpura y tejido de oro; representaban fragmentos de todos los huesos del
cuerpo excepto los de los pies. Este detalle recuerda que Pedro fue
crucificado cabeza abajo, según atestigua una muy antigua tradición. Las
reliquias identificadas por Guarducci con las de San Pedro fueron
reconocidas oficialmente como tales por el Papa Pablo VI el 26/06/1968.
La propia Margherita Guarducci sintetizó así los argumentos que
convergen en la demostración de la identificación de las reliquias de Pedro:
“1) El monumento realizado por Constantino en honor de Pedro era considerado en
aquellos tiempos sepulcro del apóstol (como expone Eusebio, obispo de Cesarea, que
conoció personalmente a Constantino).
2) En el interior del monumento existe un solo nicho.
3) Este nicho fue cavado y forrado de mármol en la época de Constantino.
4) El nicho quedó intacto desde la época de Constantino hasta el principio de las
excavaciones, en torno a 1941.
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antigua que se conoce. Y testimonia que, ya antes del año 100..., no sólo prosperaba el
culto de Jesús, sino que llegaba a maduración la ‘canonización’ de sus discípulos,
invocados ya como ‘santos’ protectores” (Íbidem, p. 128).
Conclusión
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cuestión (principios del segundo milenio AC) concuerda bien con la fecha general de los
patriarcas hebreos –Téraj y Abram– que se muestran como yendo hacia el oeste desde
Mesopotamia. Ellos bien podrían haber llevado consigo tales tradiciones en su viaje al
oeste; de ahí su impacto en el posterior libro del Génesis. Ellos no habrían sido precoces al
obrar así. Los hallazgos en Ebla de tres a cinco siglos antes muestran que los saberes
mesopotámicos (incluyendo muchas tradiciones literarias y eruditas) ya habían viajado al
oeste hacía mucho tiempo. Los hallazgos de fragmentos cuneiformes en la Hazor de la
Edad de Bronce Media en el Canaán propiamente dicho (tanto como de un fragmento de
Gilgamesh en la Megiddo de mediados del segundo milenio) ilustran adicionalmente el
movimiento hacia el oeste de tales tradiciones escritas, y su circulación relativamente
temprana entre los semitas en las ‘tierras occidentales’ del Levante en tal fecha” (pp. 35-
36).
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Hacia el año 112, Plinio el Joven, legado imperial romano en las provincias
de Bitinia y del Ponto (situadas en la actual Turquía) escribió una carta al
emperador Trajano para preguntarle qué debía hacer con los cristianos, a
muchos de los cuales había mandado ejecutar. En esa carta menciona tres
veces a Cristo a propósito de los cristianos. En la tercera oportunidad dice
que los cristianos “afirmaban que toda su culpa y error consistía en reunirse en un día
fijo antes del alba y cantar a coros alternativos un himno a Cristo como a un dios”.
Hacia el año 116, el historiador romano Tácito escribió sus Anales. En el
libro XV de los Anales, Tácito narra el pavoroso incendio de Roma del año
64. Se sospechaba que el incendio había sido ordenado por el emperador
Nerón. Tácito escribe que “para acabar con los rumores, Nerón presentó como
culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos,
aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido
ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable
superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen
del mal, sino también por la Ciudad...” A continuación Tácito relata la
persecución de los cristianos.
Hacia el año 120, el historiador romano Suetonio escribió una obra
llamada Sobre la vida de los Césares. En el libro dedicado al emperador Claudio
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(quien reinó del año 41 al 54), Suetonio escribe que Claudio “expulsó de Roma
a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto”. La
expulsión de los judíos de Roma por orden de Claudio se menciona
también en los Hechos de los Apóstoles (18,2).
En la segunda mitad del siglo II, el escritor Luciano de Samosata,
oriundo de Siria, se refirió a Jesús en dos sátiras burlescas (Sobre la muerte de
Peregrino y Proteo). En la primera de ellas habla así de los cristianos: “Después,
por cierto, de aquel hombre a quien siguen adorando, que fue crucificado en Palestina por
haber introducido esta nueva religión en la vida de los hombres... Además su primer
legislador les convenció de que todos eran hermanos y así, tan pronto como incurren en este
delito, reniegan de los dioses griegos y en cambio adoran a aquel sofista crucificado y viven
de acuerdo a sus preceptos.”
A fines del siglo I, el sirio Mara ben Sarapión se refirió así a Jesús en una
carta a su hijo: “¿Qué provecho obtuvieron los atenienses al dar muerte a Sócrates,
delito que hubieron de pagar con carestías y pestes? ¿O los habitantes de Samos al
quemar a Pitágoras, si su país quedó pronto anegado en arena? ¿O los hebreos al
ejecutar a su sabio rey, si al poco se vieron despojados de su reino? Un dios de justicia
vengó a aquellos tres sabios. Los atenienses murieron de hambre; a los de Samos se los
tragó el mar; los hebreos fueron muertos o expulsados de su tierra para vivir dispersos
por doquier. Sócrates no murió, gracias a Platón; tampoco Pitágoras, a causa de la
estatua de Era; ni el rey sabio, gracias a las nuevas leyes por él promulgadas.”
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Introducción
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Tal vez el primer hito de ese proceso fue dado en 1976 con la
publicación del libro Redating the New Testament (Nueva datación del Nuevo
Testamento) del teólogo inglés John Arthur Thomas Robinson (1919-1983),
ex obispo anglicano de Woolwich (Inglaterra). En ese libro Robinson
defendió la tesis de que todo el NT fue escrito antes del 70 DC, año de la
destrucción de Jerusalén por parte de los romanos. Lo que contribuyó a
hacer aún más sorprendente esta tesis de Robinson fue que él era un
teólogo ultra-liberal, que se había hecho famoso en 1963 mediante su libro
Honest to God (Sincero para con Dios), donde expuso una teología afín al
secularismo: el rechazo de la noción de un Dios trascendente, la propuesta
de un cristianismo sin Iglesia, etc. Paradójicamente, después de la publica-
ción de Redating the New Testament muchos pasaron a considerar a Robinson
como un teólogo ultra-conservador. Lo que destaco de esto es que
Robinson tuvo la honestidad y el coraje de superar sus prejuicios acerca del
importante tema de la datación del NT y la lucidez de reutilizar
observaciones hechas por estudiosos anteriores a él para formar un
argumento nuevo y poderoso a favor de la datación temprana.
Me propongo resumir y comentar Redating the New Testament. Cuando cite
textos de ese libro, lo haré según mi traducción del inglés e indicando los
números de página de la edición del año 2000 referida al principio. Para las
citas bíblicas he utilizado la Biblia de Navarra. El libro tiene once capítulos.
Presentaré un capítulo por sección.
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Olivos, enfrente del Templo, le preguntaron a solas Pedro, Santiago, Juan y Andrés: –
Dinos cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que todo esto está a punto de
llegar a su fin” (Marcos 13,1-4). Robinson subraya que la larga respuesta de
Jesús no hace ninguna referencia a la destrucción del Templo. La única
referencia subsiguiente al Templo es la siguiente alusión implícita: “Cuando
veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe –quien lea, entienda–,
entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; quien esté en el terrado, que no
baje ni entre a tomar nada de su casa; y quien esté en el campo, que no vuelva atrás para
tomar su manto” (Marcos 13,14-16). Es claro que “la abominación de la
desolación” no puede referirse a la profanación y destrucción del Templo en
el año 70. En ese momento era demasiado tarde para huir a los montes de
Judea, porque éstos estaban en poder de los romanos desde el año 67. Se
sabe que los cristianos de Jerusalén huyeron hacia Pella, una ciudad griega
de la Decápolis, hacia el año 65, antes del comienzo del sitio de Jerusalén.
Robinson muestra que el discurso de Marcos 13 está influenciado por dos
libros del Antiguo Testamento: 1 Macabeos y Daniel; y también muestra
que en ese discurso, en el que Jesús exhorta a sus discípulos a estar
vigilantes durante los tiempos de persecución que sobrevendrán, no hay
nada que no pueda encontrar un paralelo en el período de la historia de la
Iglesia cubierto por el libro de los Hechos de los Apóstoles.
En segundo término el autor analiza el Evangelio de Mateo. Ante todo
se detiene en el único pasaje evangélico que ha sido considerado casi
unánimemente por los exegetas como una profecía retrospectiva sobre la
destrucción de Jerusalén en el año 70: “Los demás echaron mano a los siervos, los
maltrataron y los mataron. El rey se encolerizó, y envió a sus tropas a acabar con
aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad” (Mateo 22,6-7). Apoyándose en
estudios anteriores de K. H. Rengstorf y S. Pedersen, Robinson sostiene
que Mateo 22,7 representa una descripción fija de las antiguas expediciones
militares de castigo y que es un lugar común en la literatura del Cercano
Oriente, del Antiguo Testamento y rabínica, por lo que no se puede inferir
que refleje un acontecimiento en particular. El autor muestra que las
verdaderas profecías posteriores al evento de la destrucción de Jerusalén,
como las del Apocalipsis judío II Baruc y los Oráculos Sibilinos, describen
varios detalles históricos característicos. Uno buscaría en vano esa clase de
detalles en el NT. Luego Robinson analiza el discurso escatológico de
Mateo (Mateo 24), paralelo al de Marcos, destacando que Mateo 24,20
(“Rogad para que vuestra huida no ocurra en invierno ni en sábado”) denota un
ambiente palestinense primitivo y un apego a la ley del sábado más estricto
que el recomendado a los cristianos en el mismo Evangelio (cf. Mateo 12,1-
14); por ende tiende a apoyar la hipótesis de una redacción temprana de
Mateo. El autor sostiene que, en la hipótesis de una redacción tardía de
Mateo, no ve ninguna razón para que el evangelista conservara (ni mucho
menos inventara) profecías de Jesús aparentemente no cumplidas (como las
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Al comienzo del Capítulo III Robinson afirma lo siguiente: “Si ignoramos las
soluciones excéntricas y la penumbra de las epístolas disputadas, se puede decir que hay
un consenso muy general sobre la datación de la sección central del ministerio y de la
carrera literaria de San Pablo, con un margen de diferencia de poco más de dos años en
ambos sentidos. Esto está lejos de ser el caso en cualquier otra parte del Nuevo
Testamento –los Evangelios, los Hechos, las otras Epístolas y el Apocalipsis. Las
Epístolas paulinas constituyen por lo tanto un importante punto fijo y un criterio, no sólo
de cronología absoluta, sino también de extensión relativa, contra el cual medir otros
desarrollos” (p. 32). No obstante, por varias razones que el autor explica, es
imposible determinar con absoluta certeza las fechas exactas de los hechos
de la vida de San Pablo (cf. pp. 32-34). Robinson sostiene que se debe dar
prioridad a los datos cronológicos aportados por los escritos de Pablo por
sobre los de los Hechos de los Apóstoles; pero a la vez afirma que ambos
testimonios pueden ser reconciliados bastante bien.
Después de estas y otras observaciones preliminares, el autor dedica 20
páginas (pp. 34-53) a un intento de esbozar una cronología de la vida de
Pablo, como marco de trabajo para el estudio de la cronología de sus cartas.
Robinson parte del dato que considera más confiable: una inscripción
descubierta en Delfos y publicada en 1905 permite fechar con bastante
exactitud el proconsulado de Galión en Acaya (cf. Hechos 18,12). “Con
certeza creciente podemos decir que Galión asumió su cargo a comienzos del verano del 51
y que Pablo apareció ante él poco después, probablemente en mayo o junio” (p. 35).
Salteando muchas páginas de argumentación erudita, que sería imposible
resumir brevemente, indicaré el resultado al que llega el autor: “En este punto
podemos resumir nuestras conclusiones acerca del esbozo de la carrera de Pablo,
recordando que las fechas absolutas no pueden ser más que aproximadas: 33 –
Conversión, 35 –Primera visita a Jerusalén, 46 –Segunda visita a Jerusalén (alivio de la
hambruna), 47-48 –Primer viaje misionero, 48 –Concilio de Jerusalén, 49-51 –
Segundo viaje misionero, 52-57 –Tercer viaje misionero, 57 –Llegada a Jerusalén, 57-
59 –Prisión en Cesarea, 60-62 –Prisión en Roma” (pp. 52-53).
En la tercera y última parte del Capítulo, Robinson intenta ubicar cada
una de las cartas de San Pablo dentro del marco general antes delineado.
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hecho de que las dos epístolas fueron dictadas por la misma persona al mismo tiempo y
enviadas a Colosas por Tíquico, en compañía con Onésimo (Colosenses 4,7-9; Filemón
12)” (p. 61).
La autenticidad de Efesios es bastante más discutida que la de
Colosenses. Las dos tesis principales sobre esta cuestión son la tradicional
(que atribuye la autoría a Pablo) y la de que un discípulo de la segunda
generación imitó a Pablo y expuso su teología después de su muerte.
Robinson piensa que es mucho más probable que el propio Pablo haya
escrito una carta como Efesios, que coincide en un 90 o 95 % con su estilo
habitual. La tesis contraria enfrenta graves dificultades. El autor debería
haber combinado una imitación servil del estilo de Pablo con una profunda
originalidad teológica (agrego que su genio teológico se muestra por
ejemplo en la profunda doctrina de Efesios 5,21-33 sobre el matrimonio
cristiano). Los genios de esa magnitud no suelen pasar por la historia sin
dejar más rastros. Además, sería inexplicable por qué el imitador habría
reproducido sólo la nota personal de Efesios 6,21-22 (cf. Colosenses 4,7-9)
para agregar verosimilitud.
Robinson confiesa que durante su estudio del tema cambió de opinión
sobre las Cartas Pastorales (1 Timoteo, 2 Timoteo y Tito). Inicialmente él,
como la mayoría de los críticos protestantes, pensaba que esas tres cartas
habían sido escritas en el siglo II, porque manifiestan señales de lo que esos
críticos suelen denominar “proto-catolicismo” (énfasis en la sana doctrina,
en la jerarquía de la Iglesia, en los sacramentos, etc.). Sin embargo, después
de analizar el asunto detenidamente, se convenció de que en esas tres cartas
no hay nada que no pueda haber sido escrito por el mismo Pablo y de que
las numerosas referencias personales que contienen permiten ubicarlas con
bastante seguridad dentro del marco cronológico de la vida de Pablo.
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–e incluso esta frontera es menos marcada aquí que en cualquier otro género de
literatura” (pp. 118-119).
El autor subraya que la falta de polémica contra el judaísmo es un
indicio importante de una redacción temprana. Los pecados que Santiago
señala son los mismos de los que Jesús y los profetas acusaron a sus
compatriotas. La oposición que enfrentan los cristianos no es una persecu-
ción sistemática y continua desde el gobierno sino más bien la opresión y el
desprecio de los ricos. No hay nada en Santiago que vaya más allá de lo que
está descrito en la primera mitad de los Hechos de los Apóstoles. La carta
de Santiago tampoco contiene signos de grandes desarrollos doctrinales,
litúrgicos o jerárquicos. La doctrina de Santiago sobre la justificación por la
fe y las obras no parece ser una polémica contra la doctrina de Pablo sobre
la justificación por la fe. Más bien parece que Pablo hubiera profundizado la
reflexión planteada por Santiago, sin rechazarla.
Acerca de la autoría de la carta, Robinson piensa que la gran simplicidad
con que se presenta el autor (1,1: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo”)
es un fuerte argumento contra la hipótesis de la pseudonimia, porque en esa
hipótesis difícilmente se habría dejado de aludir a Santiago como “hermano
del Señor”; y si además la redacción de la carta hubiera sido tardía, muy
probablemente se habría añadido una referencia a Santiago como “obispo
de Jerusalén”. Robinson refuta los principales argumentos contra la
autenticidad de la epístola de Santiago. 1) La doctrina de esta epístola sobre
la Ley no concuerda con la de los judaizantes adversarios de Pablo; según
Hechos, Santiago mismo no era un judaizante, y en el Concilio de Jerusalén
su posición se pudo armonizar bastante fácilmente con la de Pablo. 2) La
escasa evidencia externa de la aceptación de la epístola en la Iglesia primitiva
no es muy significativa, ya que las citas y los testimonios escritos (y su
conservación) son fenómenos bastante fortuitos. 3) El hecho de que la
lengua de la epístola sea un griego elegante no prueba que Santiago no pudo
ser el autor. Las investigaciones recientes demuestran que el conocimiento
de la lengua griega entre los judíos de Palestina del siglo I era muy
generalizado.
A continuación Robinson señala varios notables paralelos entre la
Epístola de Santiago y el discurso de Santiago y la carta apostólica de
Hechos 15. Al final del Capítulo el autor vuelve sobre la cuestión de la
datación de la carta. Santiago fue muerto en el año 62, por lo que esa fecha
señala un límite superior. Se debe notar que Santiago no alude en ningún
momento a la misión entre los gentiles, lo cual no implica que ésta no
existiera, pero sugiere fuertemente que aún no se había convertido en causa
de conflicto entre los cristianos. Este factor apunta claramente a una
redacción temprana. Robinson se inclina por la hipótesis de una redacción
algo anterior al Concilio de Jerusalén (hacia 47-48). Esta datación temprana
ha tenido el apoyo, sorprendentemente persistente, de muchos expertos.
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partes” (p. 151). “En resumen, no hay evidencia de una persecución estatal abierta. Sin
embargo hay un sentido de tensión con respecto a las autoridades cívicas que está ausente
incluso en las últimas cartas de Pablo y el final de Hechos” (p. 153). Sobre esta base,
los exégetas han propuesto tres posibles fechas principales de composición,
coincidiendo con las tres primeras grandes persecuciones: las de Nerón
(circa 64), Domiciano (circa 95) y Trajano (circa 107). Robinson no encuentra
evidencias para fechar la carta bajo Trajano o bajo Domiciano y, por
muchas razones, se inclina por fecharla bajo Nerón, en la primavera del 65.
Más aún, las referencias de la carta a la Pascua permitirían fecharla hacia
fines de abril del 65.
Finalmente Robinson analiza y descarta los tres principales argumentos
contra la autoría apostólica de la carta. De esta larga sección citaré sólo el
primero de esos argumentos y el comienzo de la réplica de Robinson. “Si la
epístola fuera de un socio íntimo de Jesús deberíamos esperar más referencias directas a su
vida y palabras. Ésta es una expectativa muy subjetiva, e irónicamente es precisamente
porque 2 Pedro sí contiene tal referencia explícita que es desacreditada” (pp. 164-165).
Aquí encontramos de nuevo el carácter apriorístico de cierta crítica liberal
del Nuevo Testamento. Como dice el refrán: “palos porque bogas, y palos
porque no bogas”.
En la última sección del Capítulo (pp. 169-199), el autor analiza la
Segunda Carta de Pedro (2 Pedro) y la Carta de Judas, dos escritos muy
similares entre sí desde el punto de vista literario. La gran mayoría de los
académicos sostiene que 2 Pedro depende de Judas. Las dos cartas están
dirigidas a comunidades principalmente judeocristianas dentro del mundo
helenístico, probablemente en Asia Menor. Ninguna de las dos contiene
referencias a situaciones de persecución. Ambas denuncian a falsos
maestros que malinterpretan la doctrina cristiana sobre la gracia de Dios,
favoreciendo el libertinaje. No hay evidencia de que los errores propalados
por esos falsos maestros correspondieran a alguno de los sistemas gnósticos
del siglo II.
La datación de 2 Pedro está muy ligada a la cuestión de su autoría. Hay
exégetas críticos que consideran como pseudoepigráficos la mayoría de los
libros del NT. Robinson no sigue esa corriente, porque hay pruebas de que
la Iglesia de los primeros siglos condenaba la pseudoepigrafía incluso de
escritos ortodoxos, y porque si (como él piensa) los libros del NT fueron
compuestos antes del año 70, el fraude cometido por un escritor que se
hiciera pasar por un apóstol habría sido fácilmente descubierto. Aunque
Robinson piensa que 2 Pedro es el caso que más se prestaría a la tesis de la
pseudoepigrafía, se inclina por una tesis intermedia entre la autoría
“normal” por parte de Pedro (con o sin la ayuda de un amanuense) y la
pseudoepigrafía propiamente dicha (otro autor, que finge ser Pedro). Esta
tesis intermedia consiste en proponer que el autor compuso 2 Pedro por
orden de Pedro, en su nombre y con su autoridad. No sería un imitador
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conversión, ya que ellos por su cuenta vuelven a crucificar al Hijo de Dios y lo exponen a
la burla de todos”), al igual que Juan 13,36 y 21,18, podría reflejar la conocida
tradición del Quo Vadis?
Como, según Robinson, Hebreos refleja las muertes de Pedro y Pablo,
pero no el alivio traído por el suicidio de Nerón en junio del 68, él fija
tentativamente la fecha de composición de Hebreos en el año 67.
Con respecto a la cuestión de la autoría, Robinson se inclina por dar
crédito a Tertuliano, quien atribuyó a Bernabé la carta a los Hebreos. Esta
hipótesis tiene muchos puntos a favor: Bernabé era un judío levita nacido
en Chipre (llamado originalmente José); perteneció al círculo paulino; era un
apóstol, suficientemente conocido por los judeocristianos de Roma como
para no necesitar una presentación personal; no era uno de los Doce
Apóstoles pero fue de su generación, convivió con ellos y recibió sus
enseñanzas; y se destacó en el género de la exhortación moral, al que
corresponde la carta a los Hebreos. En 13,22 el autor se refiere a su epístola
como “estas palabras de exhortación”; mientras que en Hechos 4,36 se nos dice
que “Bernabé” (que significa “hijo de exhortación”) fue el sobrenombre
dado por los Apóstoles a José. De todos modos, la fecha y la ocasión de la
carta a los Hebreos son independientes de las hipótesis sobre su autoría.
“El libro del Apocalipsis es el único entre los escritos del Nuevo Testamento que fue
fechado en la tradición temprana” (p. 221). La fecha de composición del
Apocalipsis manejada en forma prevalente por la tradición (en torno al año
95, al final del reinado de Domiciano) tiene su primer apoyo en un escrito
del año 180 (aproximadamente) de Ireneo de Lyon, nativo de Asia Menor,
quien conoció a Policarpo, obispo de Esmirna, quien a su vez conoció al
Apóstol Juan. “Es difícil creer que una obra tan vigorosa como el Apocalipsis pueda
ser verdaderamente el producto de un nonagenario, como Juan el hijo de Zebedeo debe
haber sido para entonces, incluso si él fuera tanto como diez años más joven que Jesús”
(p. 222).
En el siglo XIX en general los exégetas, incluso los racionalistas, tendían
a asignar al Apocalipsis una fecha de redacción temprana (entre los años 68
y 70), contra la fecha tardía tradicional. En el siglo XX esa situación se
revirtió a tal punto que Robinson sólo conoció a dos defensores contempo-
ráneos de la datación temprana.
En cuanto a la evidencia interna del Apocalipsis, Robinson analiza en
primer término los Capítulos 1-3: las cartas a siete iglesias del Asia Menor.
Esta primera parte del Apocalipsis corresponde a una situación muy similar
a la observada en 1 Pedro. “Ambos [escritos] están dominados por una situación
política que requiere el pseudónimo simbólico de ‘Babilonia’ y por una situación
escatológica que obliga a la esperanza de que ahora la consumación no puede demorarse
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mucho. Ambos también presuponen que la persecución ha llegado bastante más lejos en
Roma que en Asia” (p. 226). También hay importantes paralelos entre
Apocalipsis 1-3 y Judas y 2 Pedro en cuanto a la denuncia de los falsos
maestros, que en Apocalipsis 2,6.15 son identificados como nicolaítas. Al
parecer los nicolaítas pretendían combinar la vida cristiana con el culto a los
ídolos. Por otra parte, el Apocalipsis parece presuponer que la separación
final de cristianos y judíos aún no había tenido lugar (cf. Apocalipsis 2,9;
3,9).
Robinson refuta dos objeciones habituales contra la datación temprana.
1) Muchos autores repiten que Policarpo, en su carta a los Filipenses, afirma
que su propia iglesia de Esmirna fue fundada después de la muerte de
Pablo, por lo que Apocalipsis 2,8-11 no pudo ser escrito en 68-70. Sin
embargo, todo lo que Policarpo dice es que los filipenses se convirtieron al
Evangelio antes que los esmirneanos. 2) También se objeta que Laodicea
fue destruida por un terremoto en el año 60 ó 61, por lo que su iglesia no
podía ser rica en 68-70. “Pero la ciudad se enorgullecía de haberse reconstruido a sí
misma sin esperar la ayuda de fondos imperiales, y hacia el final de la década bien puede
haberse jactado, ‘soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’ (Apocalipsis
3,17)” (p. 230).
En cuanto a la segunda parte del Apocalipsis (Capítulos 4-22), Robinson
analiza dos de sus temas principales: la persecución y el culto imperial.
Apocalipsis 4-22 presupone claramente una gran persecución de los
cristianos de parte del Imperio Romano. De la lista tradicional de diez
grandes persecuciones romanas a la Iglesia, sólo las primeras dos (la de
Nerón en torno al año 64 y la de Domiciano en torno al año 95) pueden ser
las aludidas en el Apocalipsis. Robinson se inclina por la persecución de
Nerón, entre otras razones porque fue mucho más grande y sangrienta que
la de Domiciano. Además, por lejos la solución más extendida a la
adivinanza de Apocalipsis 13,18 es la que afirma que 666 (“el número de la
bestia”) representa el nombre “Nerón César”. Nerón, que se suicidó con su
propia espada, bien puede ser la bestia que tenía una herida mortal de
espada y sobrevivió –en sus sucesores tiránicos– (cf. Apocalipsis
13,3.12.14).
En cuanto a la objeción de que el decreto de adorar al emperador o su
estatua no puede haber sido mencionado en 68-70, porque sería muy
posterior, Robinson responde lo siguiente: “Todo lo que uno puede decir es que
aunque la evidencia del culto imperial no excluye una fecha domiciánica, tampoco la
establece. El lenguaje de adoración obligatoria del emperador alrededor del mundo bajo
pena de muerte en todo caso no está destinado a ser tomado literalmente. El rol del
vidente es divisar, no describir. Lo que él ve en la visión no sucedió más en el tiempo de
Domiciano que en el tiempo de Nerón: él está proyectando sobre el fin –la era de Nerón
redivivo– el resultado inevitable de una tiranía totalitaria” (pp. 237-238).
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mundo, si yo leo que el Sr. Churchill, en 1935, dijo que Europa se estaba dirigiendo
hacia una guerra desastrosa, yo aplaudo su previsión. En ese mundo, ninguna profecía,
por más que esté enunciada en forma vaga, es hecha jamás excepto después del evento. En
mi mundo decimos ‘La primera guerra mundial tuvo lugar en 1914-1918’. En ese
mundo ellos dicen ‘La narrativa de la guerra mundial tomó forma en la tercera década
del siglo XX’. En mi mundo los hombres y mujeres viven durante un tiempo considerable
–setenta, ochenta, incluso cien años– y están equipados con una cosa llamada memoria.
En ese mundo (al parecer) ellos vienen a la existencia, escriben un libro y perecen en el
acto, todo en un relámpago, y se nota de ellos con asombro que ‘preservan trazas de
tradición primitiva’ acerca de cosas que ocurrieron bien dentro de su propio tiempo de vida
adulta.”
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6. EL NACIMIENTO DE LOS
EVANGELIOS SINÓPTICOS
Reseña de: Jean Carmignac, La naissance des Évangiles synoptiques,
François-Xavier de Guibert, Quatrième édition, Paris 2007.
Introducción
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correcto por otras personas que querían calcar los términos de las primeras… El griego de
los Evangelios… es el buen griego de un traductor respetuoso de un original semítico, del
que conserva el sabor y el perfume.” (pp. 11-12).
¿Los Evangelios podrían ser la obra de griegos que imitaran el estilo
semítico (concretamente, el de la Biblia de los Setenta, la primera traducción
griega de la Biblia hebrea)? No se conoce ni una sola obra que reproduzca
un estilo tan particular. “Que aquí o allá los autores de los Evangelios hayan
retomado tal fórmula o tal expresión de los Setenta es del todo natural. Pero entre esos
préstamos ocasionales y una mezcla continua, ¡qué diferencia! Incluso nuestros
predicadores más enamorados del ‘estilo bíblico’ están muy lejos de expresarse de continuo
como Isaías, como los Salmos, como Marcos, Juan o Pablo. Y hacer de la lengua tan
límpida de los Evangelios un ejercicio artificial ‘a la manera de…’ es desfigurarla
totalmente.” (p. 12). Por otra parte, la comparación con los Setenta es
pertinente en cuanto que también ésta es una traducción literal del hebreo
(o, en algunos casos, arameo) al griego.
Carmignac afirma que Mateo es tan semítico como Marcos. Y acerca de
Mateo poseemos el testimonio de Papías (hacia el año 130) y de varios
Padres de la Iglesia posteriores que afirman conocer un Mateo hebreo. La
gran mayoría de los exégetas sostiene la tesis de la prioridad de Marcos. Por
lo tanto, en lugar de decir: “puesto que Mateo es posterior a Marcos, debe
estar como él en griego”; ¿por qué no decir: “puesto que Marcos es anterior
a Mateo, debe estar como él en hebreo”? (cf. p. 13).
“El caso de Lucas es diferente. Él ha compuesto manifiestamente su Evangelio en
griego, como lo prueba el bello período griego que constituye su prólogo (1,1-4). Y sin
embargo se observan en él los semitismos más inesperados, diseminados en medio de
expresiones de un griego más elegante. Para explicar todo esto, la hipótesis más normal es
suponer que él trabajó sobre documentos semíticos, traducidos muy literalmente, que
insertó en su propia redacción, a veces retocándolos y a veces conservando su rugosidad.”
(p. 14).
Dice Carmignac que, sin haber buscado resolver el famoso “problema
sinóptico”, a medida que prosiguió su estudio se le impuso una hipótesis de
conjunto al respecto. Él reconoce de buen grado que su hipótesis no tiene
nada muy personal, porque todos sus detalles han sido ya propuestos por
diversos sabios anteriores. “Yo no la considero como definitiva, porque todavía no he
retraducido en hebreo la totalidad de Mateo y de Lucas. Pero… pienso que puedo
considerar esta visión de conjunto como una hipótesis de trabajo, provisoriamente válida.”
(p. 14).
Carmignac se propuso exponer los resultados de sus veinte años de
estudio de los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) en gruesos
volúmenes técnicos y después presentarlos al gran público en un pequeño
volumen. “Pero varios amigos se coaligaron para persuadirme de comenzar por este
pequeño volumen: ellos han hecho valer que yo me arriesgaba fuertemente a estar en el
cementerio antes de haber terminado las grandes obras; y que después de ya varios años
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Traducciones anteriores
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“Hacia el fin del siglo XIX, quizás bajo la influencia de Franz Delitzch, el viento
cambia y se vuelve a estudiar seriamente los semitismos” (Ídem). Pero entonces
sobrevino el tercer ataque, esta vez de parte de la filología. El descubri-
miento en Egipto de una gran cantidad de papiros contemporáneos de los
comienzos de la era cristiana permitió a los filólogos estudiar más a fondo el
griego bíblico y explicar algunos de los supuestos semitismos sin recurrir a
las lenguas semíticas. Aunque este estudio tenía sólidas bases científicas,
muchos filólogos hicieron una generalización indebida y así concluyeron
que los semitismos no existían, o eran demasiado pocos y sin mucha
importancia.
“Para salir finalmente de este diálogo de sordos (entre los adversarios y los partidarios
de los semitismos) se debería retomar el problema desde la base y permanecer sobre el
plano estrictamente científico” (p. 29). Es lo que Carmignac intenta hacer en el
resto del Capítulo 3.
Para demostrar que Mateo, Marcos y las fuentes de Lucas fueron redactados
originalmente en una lengua semítica (hebreo o, con menor probabilidad,
arameo), el autor estudia los “semitismos”, es decir las influencias semíticas
que a veces afectan y deforman el griego del Nuevo Testamento. Carmignac
clasifica a los semitismos en las siguientes nueve categorías.
Semitismos de préstamo: consisten en el uso de términos prestados de
lenguas semíticas (como “alleluia”) o de transcripciones de vocablos
semíticos (como “Mesías”).
Semitismos de imitación: consisten en la reproducción de una
expresión de los Setenta (una traducción del Antiguo Testamento al griego
utilizada por los judíos helenizados y por los primeros cristianos).
Semitismos de pensamiento: consisten en la ausencia de asociación y
de subordinación y en la amplitud de las exposiciones propias de las lenguas
semíticas. Por ejemplo, en lugar de escribir simplemente “él vino”, los
semitas preferían escribir “él se levantó y vino”.
Semitismos de vocabulario: consisten en usar una palabra en alguno
de los sentidos que esa palabra tiene en una lengua semítica. Por ejemplo,
entre los semitas la palabra “hijos”, además de indicar una estricta relación
de parentesco, puede indicar una relación bastante más extendida. Así, en
lugar de decir “ciudadanos del reino”, en los Evangelios se dice a veces
“hijos del reino”.
En principio estas primeras cuatro clases de semitismos (de préstamo,
de imitación, de pensamiento y de vocabulario) no sirven como pruebas de
que la lengua original de los Evangelios Sinópticos fue el hebreo o el
arameo, porque siempre se puede suponer que esos semitismos provienen
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este texto de Ireneo: “Mateo publicó entre los Hebreos en su propia lengua una
escritura del Evangelio” (pp. 63-64).
“Se dice que él (Panteno) fue a la India; también se dice que él encontró que su
venida fue anticipada por el Evangelio de Mateo, entre ciertos indígenas del país que
conocían a Cristo. Bartolomé, uno de los apóstoles, había predicado a estas personas y les
había dejado, en caracteres hebreos, la obra de Mateo, que ellos habían conservado hasta
el momento del que estamos hablando” (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica,
V, 10, 3, según la versión de Carmignac, p. 65; véase una versión en inglés
en: http://www.newadvent.org/fathers/250105.htm).
Carmignac menciona una supuesta carta de Clemente de Alejandría
“recientemente descubierta y que es probablemente auténtica” (p. 65) y que contiene
dos breves textos de un supuesto Evangelio secreto de Marcos. Podemos
desestimar ese testimonio porque la gran mayoría de los estudiosos piensa
que esa carta es una falsificación o bien que el Evangelio secreto de Marcos
fue una obra apócrifa compuesta por un grupo gnóstico o esotérico en el
siglo II.
“Como yo aprendí en la tradición acerca de los cuatro Evangelios, que son también
los únicos incontestados en la Iglesia de Dios que está bajo el cielo, primero fue escrito
aquel que es según Mateo, primeramente publicano, luego apóstol de Jesucristo. Él lo
editó para los creyentes venidos del judaísmo y lo compuso en lengua hebrea. El segundo
(Evangelio) es aquel según Marcos, quien lo hizo como Pedro se lo había indicado… Y
el tercero por Lucas, el Evangelio elogiado por Pablo y compuesto para gentiles conversos.
El último de todos el de Juan” (Orígenes, Comentario sobre el Evangelio de Mateo,
citado en: Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, VI, 25, 4-6). Cito los
numerales 4-5 según la versión de Carmignac, p. 65; agregué el numeral 6
tomándolo de esta versión en inglés:
http://www.newadvent.org/fathers/250106.htm. La referencia de Orígenes
a un elogio de San Pablo al Evangelio de Lucas podría ser una alusión a 2
Corintios 8,18.
“Por su parte, Mateo, que en primer lugar predicó a los hebreos cuando ya estaba por
dedicarse también a otros, expuso por escrito su Evangelio en su lengua materna,
sustituyendo de este modo por escrito la falta de su presencia en medio de aquellos de los
que se alejaba.” (Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, III, 24, 6; véase:
http://escrituras.tripod.com/Textos/HistEcl03.htm#XXIV).
Carmignac concluye lo siguiente: “Una veintena de otros testimonios patrísticos
más tardíos, incluyendo los de San Epifanio y San Jerónimo, quienes conocían el hebreo y
el arameo, afirman asimismo que Mateo escribió su Evangelio en hebreo. No podemos en
absoluto rechazar una tradición tan antigua (desde los oyentes de los Apóstoles), tan
estable (ninguna voz discordante) y tan universal (desde la India hasta la Galia). Los
exégetas, demasiado numerosos, lamentablemente, que rehúsan tenerla en cuenta no hacen
una obra científica.” (pp. 67-68). El autor añade en nota un dato decisivo: “San
Jerónimo precisa incluso, en su De Viris Illustribus, cap. 3 (Migne, vol. XXIII, col.
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613), que un ejemplar del Evangelio hebreo de Mateo se encontraba todavía en su tiempo
(en 392) en la biblioteca de Cesarea” (p. 67, n. 22).
Una verificación
Al final del Capítulo 5, Carmignac prueba que las hipótesis sugeridas por su
estudio de los Evangelios sinópticos (basado principalmente en sus semitis-
mos) son compatibles con los datos suministrados por San Pablo y por los
primeros Padres de la Iglesia y escritores eclesiásticos. El autor subraya un
dato fundamental: los Hechos de los Apóstoles, después de relatar con gran
cantidad de detalles de menor importancia el viaje de Pablo entre Cesarea y
Roma, terminan bruscamente, sin decir nada sobre el resultado final del
proceso judicial por el cual Pablo había sido llevado a Roma (cf. Hechos 27-
28). Hay una sola explicación convincente de este extraño final del libro:
que Lucas haya compuesto los Hechos durante el cautiverio romano de
Pablo, entre los años 61 y 63. Este fuerte argumento llevó al mismísimo
Harnack, el principal exégeta del protestantismo liberal, a retractarse de su
opinión sobre la fecha de redacción de Hechos, que él había supuesto no
anterior al año 78. Además, de los prólogos de Lucas y Hechos se deduce
que Lucas es anterior a Hechos, por lo que la composición de Lucas debe
situarse a más tardar en los años 58-60. Carmignac agrega que la
composición del Mateo hebreo no puede ser fijada ni mucho antes ni
mucho después que la de Lucas, “porque sus Evangelios de la Infancia son tan
diferentes que cada uno ignoraba manifiestamente la obra del otro” (pp. 69-70). Este
argumento no me parece concluyente.
En resumen, según Carmignac las fechas más tardías que se pueden
admitir son: hacia 50 para Marcos y la Colección de Discursos, hacia 55
para el Marcos Completado y hacia 55-60 para el Mateo hebreo; empero, en
función de los tres textos de 2 Corintios antes comentados, unas fechas más
antiguas son netamente más probables. Dado que el Evangelio de Mateo no
sería más que un desarrollo del Marcos Completado, es probable que el
propio apóstol Mateo haya sido el redactor de la Colección de Discursos e
incluso del Marcos Completado. Esta tesis es coherente con el testimonio
de los Padres de la Iglesia sobre la autoría del primer Evangelio.
Carmignac piensa que es probable que Pedro sea el autor del Evangelio
de Marcos en lengua semita (hebreo o arameo). Se basa principalmente en
el siguiente argumento: Marcos 1,1-15 resume en forma muy breve y
esquemática varios hechos importantes del comienzo de la vida pública de
Jesús; pero el estilo de Marcos cambia súbitamente en 1,16, en el relato del
primer encuentro de Jesús con Pedro. Desde ese punto en adelante se
desarrollan los recuerdos de un testigo ocular. El “estilo visual” se conserva
durante todo el resto del Evangelio.
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Opiniones modernas
Conclusiones
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Respuestas a objeciones
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del inglés por mí. El artículo referido es un resumen del libro: Mark
Goodacre, The Case Against Q, Trinity Press International, Harrisburg-
Pennsylvania, 2001. Goodacre presenta los siguientes diez cuestionamientos
críticos de la hipótesis Q.
Nadie ha visto jamás a Q. “La literatura actual sobre Q abunda en ediciones
de Q, investigaciones de sus estratos, estudios de las comunidades que estaban detrás de él
y análisis de su teología.” Sin embargo, “no existe ningún manuscrito de Q. Nadie ha
encontrado aún siquiera un fragmento de Q.”
Nadie había oído jamás de Q. “Ningún autor antiguo parece haber sido
consciente de la existencia de Q. Uno buscará en vano una sola referencia a él en la
literatura antigua. Durante un tiempo se pensó que ‘los logia’ a los que se refirió Papías
podrían ser Q. En verdad, éste fue uno de los puntos de apoyo sobre los cuales descansó la
hipótesis Q en el siglo XIX. Pero ningún académico prestigioso cree esto ahora.” Papías
(siglo II) sostuvo que el Apóstol Mateo escribió en hebreo los logia (dichos)
de Jesús. Si damos crédito a esta noticia y la combinamos con la hipótesis
de que Mateo redactó dos versiones sucesivas de su Evangelio,
identificando a la primera de ellas con Q, la teoría de las dos fuentes se
transforma radicalmente, dando lugar a algo muy parecido a la hipótesis de
Farrer, defendida por Goodacre. Farrer postuló la prioridad de Marcos y a
Mateo como fuente de Lucas. Es decir que Mateo dependería de una sola
fuente escrita (Marcos), mientras que Lucas dependería de dos fuentes
(Marcos y Mateo).
Secuencia narrativa en Q. “Aparentemente Q tiene una secuencia narrativa en
la cual el progreso del ministerio de Jesús está trazado de modo cuidadoso. En esquema
ésta es: la aparición de Juan el Bautista en el Jordán, su predicación, el bautismo de
Jesús, las tentaciones en el desierto, Nazara, un gran sermón, Cafarnaúm –donde el hijo
del centurión es curado–, mensajeros de Juan el Bautista. Esta narrativa es problemática
para Q de dos maneras. Primero, contradice la afirmación de que Q es un ‘Evangelio de
Dichos’ paralelo a Tomás. Segundo, esta secuencia tiene sentido cuando uno nota que
corresponde precisamente a los lugares en los cuales Mateo se separa del orden básico de
Marcos (en Mateo 3-11) y donde Lucas, en paralelo, se aparta de ese orden. En otras
palabras, tiene mucho sentido en la hipótesis de que Lucas está siguiendo a Mateo tanto
como a Marcos.” El Evangelio de Tomás es una obra gnóstica del siglo II que
reúne 114 dichos de Jesús. Es el más famoso de los Evangelios apócrifos.
La navaja de Occam. “El filósofo medieval británico Occam sugirió un hermoso
principio de trabajo: que los entes no deberían ser multiplicados más allá de lo necesario.
Entonces, ¿cómo Q ha escapado a la navaja de Occam? La independencia de Lucas con
respecto a Mateo, la tesis que Q necesita, se considera confirmada por la aparente
ignorancia de Lucas sobre Mateo en los pasajes que ambos comparten con Marcos
(pasajes de tradición triple). Pero la existencia de acuerdos entre Mateo y Lucas contra
Marcos en esos mismos pasajes sugiere otra cosa.”
Acuerdos mayores entre Mateo y Lucas contra Marcos. “Un ejemplo
claro y famoso de acuerdo mayor entre Mateo y Lucas contra Marcos es provisto por la
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piensa que Q tiene una narración de la Pasión. La buena noticia es que hay varios
acuerdos menores en este material, el más notable de los cuales es éste”: Mateo 26,67-68
//Marcos 14,65 //Lucas 22,63-64. “Aquí… tenemos un acuerdo literal de cinco
palabras entre Mateo y Lucas contra Marcos –tis estin ho paisas se? [¿quién es el que
te golpeó?]– un acuerdo que es tanto más notable por su uso del verbo paiõ (golpear),
que ocurre sólo aquí en Mateo y sólo aquí en Lucas… La principal defensa de los
teóricos de Q… propone que cada manuscrito individual de Mateo ha sido corrompido en
este punto para incluir cinco palabras… que originalmente no estaban allí.” En mi
opinión, en este punto la teoría de las dos fuentes se vuelve tan enrevesada
y artificiosa que parece mejor simplemente descartarla.
El fenómeno de la fatiga. “Cuando un escritor está copiando el trabajo de
otro, a veces se hacen cambios al principio de un reporte que luego no son sostenidos en
todas partes –el escritor cae en la dócil reproducción de su fuente. Este fenómeno de
‘fatiga’ es un signo revelador de la dependencia de un escritor con respecto a una fuente.
Mateo, por ejemplo, llama correctamente a Herodes ‘tetrarca’ en 14,1, sólo para caer en
llamarlo con el menos correcto ‘rey’ en 14,9, aparentemente reproduciendo a Marcos
(6,26), quien lo ha llamado ‘rey’ en todas partes. Similarmente, Lucas reubica la escena
de la alimentación de los cinco mil en ‘una ciudad llamada Bethsaida’ (Lucas 9,10) sólo
para caer en la fraseología marcana más tarde: ‘Estamos aquí en un lugar desierto’
(Lucas 9,12; cf. Marcos 6,35). Es revelador que este fenómeno también ocurra en el
material de tradición doble (Q), y siempre en la misma dirección, a favor del uso de
Mateo por parte de Lucas. Tomemos la parábola de los talentos o minas (Mateo 25,14-
30 //Lucas 19,11-27). Mateo tiene tres siervos todo el tiempo. Lucas, por otra parte,
tiene diez. Pero a medida que la historia progresa, oímos acerca de ‘el primero’ (19,16),
‘el segundo’ (19,18) y asombrosamente ‘el otro’ (Lucas 19,20). Por inadvertencia, Lucas
ha delatado su conocimiento de Mateo mediante la deriva hacia la línea narrativa de su
fuente.”
El legado del estudio académico de cortar-y-pegar. “Q pertenece a otra
era, una era en la cual los académicos resolvían cada problema postulando otra fuente
escrita. Se consideraba a los evangelistas como hombres de ‘cortar-y-pegar’, compiladores y
no compositores, que editaban juntos pedazos de varios documentos. Clásicamente, el
libresco B. H. Streeter resolvió el problema sinóptico asignando una fuente escrita a cada
tipo de material –la tradición triple era de Marcos; la tradición doble era de ‘Q’; lo
especial de Mateo era de ‘M’ y lo especial de Lucas era de ‘L’. Desde entonces la mayoría
de los estudiosos ha prescindido de las fuentes escritas ‘M’ y ‘L’. Ahora ha llegado el
momento de ponerse al día y de prescindir también de Q.” B. H. Streeter propuso en
1924 la “hipótesis de las cuatro fuentes” (o cuatro documentos): Marcos, Q,
M y L. Mateo dependería de tres fuentes escritas previas: Marcos, Q y M;
mientras que Lucas dependería de otras tres: Marcos, Q y L. La navaja de
Streeter no estaba tan afilada como la de Occam… La expresión “tradición
doble” se refiere aquí a los pasajes compartidos por Mateo y Lucas y
faltantes en Marcos. Por supuesto, además de la tradición doble Mateo-
Lucas, existen también las tradiciones dobles Mateo-Marcos y Marcos-
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Lucas; pero estas últimas dos tradiciones dobles se explican fácilmente por
la prioridad de Marcos.
El reconocimiento de la habilidad literaria de Lucas. “La creencia en
Q ha sido un impedimento para la debida apreciación de la habilidad literaria de Lucas,
porque el orden de Lucas ha sido explicado tradicionalmente con base en la suposición de
que él estaba siguiendo conservadoramente un texto de Q. Pero no es en absoluto
inconcebible que Lucas haya reordenado material de Mateo de forma imaginativa y
creativa. Tomemos, por ejemplo, la ubicación ideal de la Oración del Señor (Lucas 11,1-
4), introduciendo una sección de enseñanzas de Jesús sobre la oración; o el pasaje ‘Mirad
los lirios’ (Lucas 12,22-34), tan apropiadamente puesto como continuación del rico
insensato lucano (Lucas 12,13-21). Lejos de ‘revolver el huevo con alevosía’ (R. H.
Fuller), la tesis del uso de Mateo por parte de Lucas nos ayuda a ver cómo Lucas evitó el
enfoque más rígido y temático de su predecesor a fin de desarrollar una narración
plausible y secuencial, precisamente como él nos dijo que haría (Lucas 1,3).” En
general, los defensores de la teoría de las dos fuentes piensan que el
contraste entre el magnífico orden del Evangelio de Mateo y el orden
supuestamente inferior del Evangelio de Lucas es un signo de la
independencia entre Mateo y Lucas; porque Lucas es un muy buen escritor,
pero si hubiera conocido el Evangelio de Mateo, sería culpable de
desordenar con torpeza el material de Mateo. De ahí la expresión de Fuller:
“revolver el huevo con alevosía”. Esa visión me parece incorrecta. Aun negando
la independencia entre Mateo y Lucas, se puede y se debe reconocer la
calidad de la obra literaria de Lucas.
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Espíritu de la gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros. Que ninguno de
vosotros tenga que sufrir por ser homicida, ladrón, malhechor o entrometido en lo ajeno;
pero si es por ser cristiano, que no se avergüence, sino que glorifique a Dios por llevar este
nombre” (1 Pedro 4,14-16). Es decir que el “delito” de ser “cristiano”, a
diferencia de los otros delitos mencionados, no es algo deshonroso, sino
glorioso.
En resumen, el término “cristiano” es muy raro en el NT. En los 27
libros del NT la palabra “cristiano” aparece sólo tres veces, dos de ellas en
Hechos, un libro escrito después del año 60. En cambio para designar a los
miembros de la Iglesia de Cristo el NT usa muchos otros términos
(discípulos, hermanos, fieles, santos, creyentes, etc.), incluso algunos (como
“santos”) que luego dejaron de usarse con ese significado. La palabra
“cristiano” no aparece ni una sola vez en ninguno de los cuatro Evangelios,
en ninguna de las epístolas de Pablo, ni en las de Juan, ni en el Apocalipsis,
etc.
Ahora dividamos el primer siglo de la historia de la Iglesia (30-130) en
dos períodos separados por la destrucción de Jerusalén: el “primer período”
(30-70) y el “segundo período” (70-130). Recordemos que la mayoría de los
exégetas actuales sostiene que la mayoría de los libros del NT (todos menos
algunas Epístolas de Pablo: al menos 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Corintios,
Gálatas y Romanos) fueron escritos en el segundo período. A su vez
nuestro “primer período” se puede subdividir en dos sub-períodos: un
primer sub-período durante el cual el término “cristiano” no existía; y un
segundo sub-período durante el cual ese término se difundió gradualmente
en un área geográfica cada vez más amplia, pero era aún poco frecuente, al
menos entre los propios cristianos.
Mi tesis, que yo casi me limitaré a enunciar, pero que debería ser
evaluada detenidamente y (eventualmente) ser demostrada en forma
exhaustiva, es la siguiente: en la literatura extra-bíblica (cristiana y no
cristiana) del “segundo período” el término “cristiano” es muy utilizado,
hasta llegar a ser el principal para designar a los miembros de la Iglesia de
Cristo. Se plantea entonces un grave problema, que se puede exponer así: si
(como dice la mayoría de los exégetas actuales), el NT –en su mayor parte–
fue compuesto en el “segundo período”, ¿cómo se explica que apenas
aparezca en él el término “cristiano”? Es muy improbable que esto se
explique por la mera casualidad. Tampoco convence la explicación de que
los hagiógrafos, escribiendo en el “segundo período”, usaron a propósito
un lenguaje arcaico, o evitaron deliberadamente el uso del término
“cristiano” por considerarlo poco adecuado. Esto último no encaja con lo
que sabemos por otras fuentes sobre la terminología de la época. Opino que
la explicación más probable es que todos o casi todos los libros del NT
fueron escritos en el “primer período”.
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Antioquía).
Los Anales del historiador romano Tácito, publicados en el año 116 DC,
se refieren a los cristianos en el Libro 15, pasaje 44, diciendo (en el contexto
de la persecución de Nerón a los cristianos): “vulgus Christianos appellabat” (“a
los que el vulgo llamaba cristianos”). Este uso del término “cristianos” por parte
de Tácito es muy consistente con mi tesis, porque seguramente refleja el
uso de ese término por el “vulgo” de Roma hacia el año 64.
Hacia el año 120, el historiador romano Suetonio escribió una obra
llamada Sobre la vida de los Césares. En el libro dedicado al emperador Claudio
(41-54), Suetonio escribe que Claudio “expulsó de Roma a los judíos, que
provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto”. La expulsión de los
judíos de Roma por orden de Claudio se menciona también en Hechos de
los Apóstoles 18,2. Cristo era un nombre nuevo para los romanos y Cresto
era un nombre más o menos común. De ahí la confusión entre Cristo y
Cresto y entre “cristianos” y “crestianos”.
El tema tratado en este capítulo es complejo, y yo no soy experto en las
obras de los Padres Apostólicos, mucho menos en sus lenguas originales.
Pero sentí el deber de lanzar al ruedo la idea para que personas expertas la
analicen a fondo. Para demostrar plenamente la tesis aquí esbozada queda
bastante trabajo por hacer. Un problema es que algunas obras de la
literatura patrística post-apostólica no están datadas con suficiente
precisión. Otro problema es que se debería consultar siempre los textos
originales, no sólo las traducciones al castellano, que en un asunto como
éste son sólo indicativas.
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Introducción
Los milagros y las profecías de Cristo, los profetas y los apóstoles son
pruebas externas aptas para establecer sólidamente el origen divino de la
religión cristiana. En este capítulo, apoyándome en el valor histórico del
conjunto de la tradición evangélica, procuraré poner de relieve cómo los
milagros de Jesús en general permiten afirmar la credibilidad de la fe cristiana.
El milagro evangélico tiene un aspecto apologético que precede a la fe y
un aspecto teológico que sigue a la fe. Los dos aspectos son mostrados
claramente por los siete “signos” narrados en el evangelio de Juan: si Jesús
resucita a un muerto es porque Él es la Resurrección y la Vida; si da de comer
a la muchedumbre es porque Él es el verdadero alimento; si da la vista a un
ciego es porque Él es la luz del mundo; etc.
Los milagros evangélicos tienen una doble función: testimoniar y revelar.
Por una parte, los milagros manifiestan la verdad de la revelación de Cristo.
Por otra parte, son una expresión de la revelación, igual que las palabras de
Cristo; no es menos importante conocer los milagros de Jesús que sus
palabras. “Los milagros disciernen la doctrina, y la doctrina discierne los milagros”
(Blaise Pascal, Pensamientos, n. 749).
Los milagros de Jesús son el lugar privilegiado de toda teología del
milagro, ya que son los arquetipos de todo milagro verdadero: los del Antiguo
Testamento, los de la vida de los santos y los de la Iglesia universal.
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densidad histórica.
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En los capítulos previos hemos visto que existen fuertes razones favorables al
valor histórico del Nuevo Testamento en general y de los Evangelios en
particular. A continuación veremos que también hay un conjunto de indicios
muy favorables a la historicidad global de los milagros evangélicos. Tomados
en conjunto, esos indicios constituyen una prueba de la historicidad de los
milagros de Jesús.
Testimonio múltiple: Los relatos de milagros ocupan un lugar muy
considerable en los cuatro Evangelios. Xavier Léon-Dufour distingue en los
cuatro Evangelios 67 relatos de milagros (correspondientes a 34 milagros
diferentes), 28 sumarios de milagros y 51 discusiones y alusiones referentes
a los milagros (cf. Xavier Léon-Dufour, Los milagros de Jesús según el Nuevo
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Justino (100-165) atestigua que los judíos del siglo II atribuían a Jesús un
poder extraordinario, pero de carácter mágico (cf. San Justino, Diálogo con
Trifón, 69, 6). Juan 11,45-54 indica como causa directa de la decisión de las
autoridades judías de dar muerte a Jesús sus muchos milagros, y
especialmente la resurrección de Lázaro.
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Conclusiones
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restos en abundancia.
Inteligibilidad interna. Los relatos de la multiplicación de los panes
tienen una estructura interna coherente, se insertan adecuadamente en el
contexto de la crisis de la misión pública de Jesús y se relacionan
perfectamente con otros misterios de la vida de Jesús.
Explicación necesaria. Sólo la realidad histórica del milagro es capaz
de explicar y armonizar los siguientes elementos: A) Como consecuencia de
aquel suceso, Jesús fue considerado como el profeta esperado y se lo quiso
proclamar rey (cf. Juan 6,14-15). Jesús se rehusó a ser rey, lo cual
decepcionó a muchos de sus discípulos, que dejaron de seguirlo (cf. Juan
6,66). B) Después de la multiplicación de los panes recrudecieron las
discusiones de Jesús con los fariseos y saduceos, quienes le pedían que
hiciera una señal (cf. Mateo 16,1-4; Marcos 8,11-13; Lucas 11,29-32; Juan
6,30-31). C) Este episodio, al principio incomprendido por los apóstoles (cf.
Mateo 16,5-12; Marcos 8,14-21; Lucas 12,1), resultó sin embargo
fundamental en su camino hacia la fe en la mesianidad de Jesús (cf. Mateo
16,13-20; Marcos 8,27-30; Lucas 9,18-21; Juan 6,69). D) Este milagro tuvo
gran importancia en la tradición litúrgica, en la redacción de los cuatro
evangelios, en la iconografía de los primeros siglos y en la tradición
patrística.
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Conclusiones
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Jesús mismo indica el sentido de sus milagros en tres textos evangélicos que,
incluso según exégetas racionalistas muy críticos, conservan tradiciones muy
arcaicas sobre los dichos de Jesús. El estudio de estos tres textos permite
concluir que los milagros de Jesús están sólidamente atestiguados por una
tradición muy antigua, que nos da acceso a la palabra del mismo Jesús. En
estos textos, Jesús relaciona íntimamente sus milagros con la llegada del Reino
de Dios en su propia persona.
“Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a
decirle: ‘¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’ Jesús les respondió: ‘Id y
contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y
los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso
aquel que no halle escándalo en mí!’” (Mateo 11,2-6; cf. Lucas 7,18-23).
Es verosímil que Juan Bautista se haya informado de la actividad de Jesús
desde la cárcel, puesto que su decapitación no tuvo lugar inmediatamente. El
ascendiente de que gozaba Juan sobre Herodes Antipas y varias personas de
su entorno (cf. Marcos 6,20; Lucas 8,2-3; 24,10; Hechos 13,1) permite pensar
que el tetrarca autorizó a sus discípulos a visitarlo en prisión. El envío de dos
discípulos (en Lucas) corresponde a la práctica de los maestros del judaísmo.
La comunidad primitiva no habría creado este episodio, poniendo en
labios de Juan una pregunta formulada en tono aparentemente vacilante y
preocupado. Debe tenerse en cuenta que la Iglesia primitiva presenta al
Bautista como aquel que atestigua abiertamente a Cristo (cf. Juan 1,7.15). Si la
comunidad hubiese creado el episodio, tampoco habría utilizado un título
cristológico tan impreciso (“el que ha de venir”), inusitado en el judaísmo y en el
cristianismo (doble discontinuidad). Finalmente, no habría omitido los
exorcismos ni pasado por alto la respuesta del Bautista.
La referencia a los milagros se comprende mejor en tiempos de Jesús,
mientras es posible constatarlos, que en tiempos de la Iglesia. Después de
Pascua, la apologética se apoya ante todo en la resurrección de Jesús.
En la respuesta de Jesús se manifiesta su estilo propio: Él se oculta detrás
de sus obras, enfatiza el anuncio de la buena nueva a los pobres y establece un
vínculo entre sus actos y los signos de la llegada del Reino. Jesús recurre con
preferencia a Isaías, pero usa los textos proféticos con libertad. No hay
alusión a la venganza que acompaña a los oráculos de Isaías.
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“Entonces se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de
sus milagros, porque no se habían convertido: ‘¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!
Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras,
tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio
habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo
te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma y Gomorra se
hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistirían el día de hoy. Por eso os
digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti’.”
(Mateo 11,20-24; cf. Lucas 10,12-16).
Según el teólogo luterano alemán Joachim Jeremias (1900-1979), el pasaje
presenta varios rasgos típicos del arameo.
El término dynameis, empleado para designar los milagros de Jesús, es
característico de la tradición más antigua.
El nombre de Corazín no se menciona nunca en el resto de los
Evangelios.
El tono de estos reproches contra tres ciudades determinadas induce a
pensar que Jesús hizo en ellas grandes signos públicos. El juicio sobre Tiro y
Sidón, ciudades paganas, sólo se comprende en labios del mismo Jesús. Su
severidad con las ciudades del Lago se basa en su actitud frente a su persona,
signo de la llegada del Reino.
El texto reconoce en cierto modo un fracaso de los milagros de Jesús,
actitud que contrasta con la de la Iglesia primitiva (cf. Hechos 2,22; 10,38).
Además, manifiesta varias características del mensaje prepascual de Jesús:
llamada a la conversión, recurso a los milagros más que a la resurrección.
“Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: ‘Todo reino dividido contra sí mismo queda
asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá subsistir. Si Satanás
expulsa a Satanás, contra sí mismo está dividido: ¿cómo, pues, va a subsistir su reino? Y
si yo expulso a los demonios por Beelzebul, ¿por quién lo expulsan vuestros hijos? Por
eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es
que ha llegado a vosotros el Reino de Dios’.” (Mateo 12,25-28; cf. Lucas 11,17-20;
Marcos 3,23-26 es un texto parcialmente paralelo a éste, pero Mateo 12,28 y
Lucas 11,20 no tienen paralelo en Marcos).
Los enemigos de Jesús reconocen sus exorcismos pero los interpretan
como una acción diabólica. Semejante acusación en contra de Jesús no pudo
ser inventada por la comunidad cristiana.
Jesús tiene conciencia de ser el vencedor de Satanás (cf. Marcos 3,22-27;
Lucas 10,18). La presencia del “Yo” es típica de Jesús, lo mismo que el
vínculo que establece entre el Reino de Dios y su acción liberadora. La
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Los Testigos de Jehová aducen que la traducción correcta de Juan 1,1 es:
“En el principio era la Palabra y la Palabra era hacia el Dios y la Palabra era un ser
divino”. El Dios con quien está la Palabra es “ton Theon” (“el Dios”, con
artículo). El dios que es la Palabra es “theos” (“dios”, sin artículo). Como
este theos no tiene artículo determinado, entonces resulta que el Logos (la
Palabra) no es Theos, sino que tiene cualidades de theos. Es un ser divino,
pero no es Dios.
Mi respuesta tendrá tres momentos. En primer lugar, destaco que la
inmensa mayoría de los eruditos, a lo largo de dos milenios, a pesar de sus
diversas tendencias religiosas y filosóficas, ha apoyado la traducción
tradicional, que es una clara afirmación de la divinidad de Jesucristo, Hijo de
Dios Padre. Los Testigos de Jehová se apoyan en la pequeña minoría de
eruditos de tendencia unitaria.
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divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios”. Es decir que, a pesar de ser
Dios, el Hijo renunció a manifestar visiblemente su igualdad con Dios al
asumir la naturaleza humana en la Encarnación.
A la tercera afirmación, los Testigos de Jehová replican argumentando lo
siguiente: Filipenses 2,9 dice “Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que
está sobre todo nombre”. Si Jesús es Dios, entonces ¿por qué necesita que lo
exalten? Dios lo exaltó, pero por debajo de Sí mismo. Aunque Dios dio a
Jesús un nombre que está sobre todo otro nombre, no se dice que este
nombre esté sobre el nombre de Dios. Respondo diciendo que obviamente
Filipenses 2,9 no dice que el Nombre de Jesús está sobre el Nombre de
Dios. Eso sería totalmente absurdo. Lo que dice es que Dios “le otorgó el
Nombre que está sobre todo nombre”. Este Nombre es el Nombre de Dios, no
un nombre por encima del Nombre de Dios. Decir que “el Nombre que está
sobre todo nombre” está debajo del nombre de Dios es exactamente lo
contrario de lo que dice el texto bíblico.
A la cuarta afirmación, los Testigos de Jehová replican argumentando lo
siguiente: todos los títulos aplicados por la Biblia a Jesucristo también se
aplican a otras personas que no son Dios. Por ejemplo, a Nabucodonosor
se le llamó “rey de reyes” (Daniel 2,37). Aunque este título es muy importante,
Nabucodonosor no es Dios. Lo mismo vale para el título “Señor”.
Respondo diciendo que esta argumentación ni siquiera toma en cuenta la
obvia referencia a Isaías 45,23.
Pasando ahora al tema del Espíritu Santo, digo que su divinidad se manifiesta
por ejemplo en 1 Corintios 2,10: “el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades
de Dios”. Esto es algo que sólo Dios puede hacer. Por lo tanto, el Espíritu
Santo es Dios.
Por otra parte, el carácter personal del Espíritu Santo se manifiesta por
ejemplo en Hechos 15,28: “Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no
imponeros más cargas que éstas indispensables”. Los entes impersonales no pueden
tomar decisiones. Por lo tanto, el Espíritu Santo es una persona divina.
Además, el Espíritu Santo es el “otro Paráclito” enviado por el Padre (cf.
Juan 14,16). Si el primer Paráclito (el Hijo) es una persona divina, como he
demostrado, el segundo también lo es.
Conclusión
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PARTE 2
REFUTACIÓN DE OBJECIONES
CONTRA EL CRISTIANISMO
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La veracidad de la Biblia
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La santidad de la Biblia
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El Concilio de Nicea
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El culto de Mitra
¿Qué se sabe con respecto al mitraísmo? Fue un culto al dios solar Mitra
que floreció en Roma y en otras partes del Imperio Romano en los siglos II
y III DC (¡después de Cristo!). No se conoce ningún texto sagrado de esta
religión, por lo cual lo poco que se sabe de ella proviene de hallazgos
arqueológicos o de indicios aislados. El origen de este culto es muy
discutido entre los estudiosos. Dado que en las antiguas religiones de Persia
y de la India existieron dioses de nombres parecidos (Mithra, Mithras, etc.)
algunos han postulado una relación genética entre una de estas religiones y
el mitraísmo. En particular el belga Cumont propuso la hipótesis de un
origen persa. Su obra tiene algunas debilidades y continúa siendo debatida.
De todos modos no es posible probar que las características propias del
culto romano de Mitra provengan de la antigüedad persa. Mitra (o un dios
de nombre semejante) era una deidad inferior en el panteón persa (y en el
hindú) y al parecer no recibió ningún culto litúrgico especial en Persia.
El mitraísmo fue una de las muchas “religiones de misterios” que
proliferaron en el Imperio Romano en los siglos referidos. No fue sino uno
de los muchos cultos que compitieron con el cristianismo. Además de la
religión pagana oficial de Roma, existían los cultos mistéricos de Osiris, Isis,
Adonis, Cibeles, Mitra, etc. Estos cultos mistéricos eran “religiones esotéri-
cas”, es decir sectas cerradas, reservadas a relativamente pocos iniciados en
los misterios respectivos.
El culto de Mitra excluía a las mujeres, pero no prohibía la pertenencia
simultánea del iniciado a otra religión. Era practicado en pequeños templos
con forma de cueva, presididos por una estatua que representaba a Mitra
sacrificando un toro. El sentido de este sacrificio es discutido; probable-
mente tiene relación con la astrología. En esos templos los fieles de Mitra
realizaban sus ritos, entre los cuales se destacaban los ritos de iniciación y
los banquetes sagrados.
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seguido con Jesús, demostrarán que la epopeya napoleónica no es más que un mito. Una
leyenda en la que los hombres del lejano siglo XIX han encarnado la idea preexistente del
‘Genial Caudillo’. Las expediciones en el desierto y entre las nieves, su nacimiento y
muerte en una isla, su mismo nombre, su caída, su resurgimiento, su recaída bajo los
golpes de la envidia y de la reacción, el exilio en medio del océano. ‘De todo esto resulta
evidente que Napoleón nunca existió. Se trata del eterno mito del Emperador; acaso es la
misma idea de Francia a la que un desconocido grupo de fanáticos patriotas ha dado un
nombre, una existencia y una empresa fantásticas a comienzos del siglo XIX’, dirán
infinitos expertos. Es decir, los sucesores de esos especialistas que aplican ese método al
problema de Jesús de Nazaret” (Vittorio Messori, op. cit., p. 157).
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misericordia por los seres humanos sería algo más extraño o absurdo que
un hombre locamente apasionado por las hormigas. Por eso el deísmo
teórico es compatible con un ateísmo práctico. El deísta puede vivir como
si Dios no existiera, ya que al fin de cuentas el Dios del deísmo tiene escasa
importancia existencial.
En cambio, la fe cristiana en Dios es muchísimo más comprometedora.
El cristiano cree en un Dios personal (o hiperpersonal, si se quiere, pero no
impersonal), que nos ama como Padre y se ha revelado y comunicado a Sí
mismo, entrando en nuestra historia por medio de la Encarnación de Su
Hijo, Jesucristo, quien vivió y murió por nuestra salvación, amando y
perdonando hasta el extremo.
La objeción presentada se basa en definitiva en el rechazo del carácter
sobrenatural de la Iglesia. Negar a los cristianos su derecho de creer que el
cristianismo es la religión verdadera equivale a negar a Dios (la Verdad
infinita) el derecho a auto-revelarse cuando y como Él quiera; pero también
implica considerar a la Iglesia sólo como una sociedad humana más, en el
fondo igual a otra cualquiera. Sin embargo, el Nuevo Testamento muestra
de mil maneras que Cristo y la Iglesia son inseparables, como la Cabeza y el
Cuerpo, como el Esposo y la Esposa. No puede haber Cristo sin Iglesia, ni
Iglesia sin Cristo. En el Evangelio, Jesucristo dice: “Yo estaré con ustedes [sus
discípulos] todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20). “Las puertas [los
poderes] del Infierno no prevalecerán contra ella [la Iglesia]” (Mateo 16,18). “El
que a ustedes [sus discípulos] recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al
que me ha enviado” (Mateo 10,40). “El que da un vaso de agua a uno de estos
pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa en el Reino de los Cielos”
(Mateo 10,42), etc.
Es evidente que entre las distintas religiones hay diferencias esenciales.
Por el principio de no contradicción, es imposible que todas las religiones
sean verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido.
La doctrina católica sostiene la posibilidad de salvación de las personas
no católicas o no cristianas de buena voluntad y a la vez afirma que la
Iglesia Católica es el medio ordinario de salvación querido por Dios,
provisto de la plenitud de los medios de salvación. En la parábola de los
talentos, Jesús enseña que a cada uno se le pedirá en función de lo que se le
ha dado. Al que se le dio más, se le pedirá más; y al que se le dio menos, se
le pedirá menos. Pero sería muy mezquino –y denotaría no haber captado el
espíritu del Evangelio– querer recibir menos para que las exigencias sean
menores.
La Iglesia terrestre es la prolongación de la presencia y de la acción
visibles de Cristo en la historia. Ella es el Cuerpo de Cristo, el signo e
instrumento de la unión de los hombres con Dios y de la unión de los
hombres entre sí en Jesucristo, el único Salvador del mundo, el único
Mediador entre Dios y los hombres.
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Objeciones filosóficas
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Objeciones teológicas
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Para concluir este capítulo, trataré de aclarar otra posible duda sobre la
doctrina cristiana de la Encarnación: ¿Acaso hay dos Jesús, uno de
naturaleza humana y otro de naturaleza divina? No. La división de Jesús en
dos sujetos o personas, una de naturaleza humana y otra de naturaleza
divina, es la herejía llamada “nestorianismo”, enseñada por Nestorio en el
siglo V. El dogma cristiano de la Encarnación establece que Jesucristo es
una sola persona (divina) con dos naturalezas, humana y divina. Además,
los cristianos creemos que la encarnación del Hijo de Dios no fue
provisional. Él asumió la naturaleza humana para siempre. Jesucristo no
sólo fue verdadero Dios y verdadero hombre durante su vida terrena, sino
que lo es también hoy. En su resurrección, Cristo no dejó de ser hombre y
se convirtió en ángel; sigue siendo un hombre (con cuerpo y alma), pero
ahora es un hombre exaltado, que vive unido al Padre en el seno de la
Trinidad. Ahora mismo Jesús, un hombre verdadero, reina glorificado en el
abrazo del Padre, en la perfecta felicidad del cielo.
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“Si, como hemos dicho, la naturaleza era para el griego lo permanente, el gran todo al
cual cada ser individual vuelve en cumplimiento de la universal justicia de la restitución,
para el cristiano es el mal, pero el mal necesario e indispensable, porque tiene su sentido
en la realización del drama de la historia” (J. Ferrater Mora, op. cit., p. 34).
Para el cristiano la naturaleza no es el mal ni un mal, sino un bien,
aunque un bien finito. El primer capítulo de la Biblia (Génesis 1) repite con
mucha insistencia la valoración positiva de Dios acerca de la naturaleza
creada: “Y vio Dios que era bueno” (Génesis 1,10.12.18.21.25; cf. 1,4.31).
Según la doctrina cristiana, el mal no es la naturaleza, el universo material o
el ser finito (esta identificación es propia del maniqueísmo, no del cristianis-
mo), sino un desorden introducido en el orden natural. Particularmente, el
mal moral o pecado es el acto humano contrario a la naturaleza humana, es
decir contrario a la razón y a la ley moral.
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“La personalidad del hombre consiste en este su estar enmascarado, en este su desempeñar
el papel que le corresponde, que le ha sido asignado de antemano desde aquellos tiempos
en que no había nada, ni siquiera tiempo, porque todo estaba en el seno de Dios como
modelo y paradigma” (J. Ferrater Mora, op. cit., p. 35).
Según la antropología cristiana, la persona humana es un ser inteligente y
libre, un espíritu encarnado que se desarrolla históricamente en relación con
Dios y las demás personas. Ciertamente Dios, en su omnisciencia, conoce
eternamente la historia completa de cada persona humana, pero esto no
implica que la predetermine anulando su libertad. El hombre desempeña en
la historia, no un rol que le fue asignado arbitrariamente por Dios antes de
crearlo, sino el rol que el mismo hombre ha elegido para sí, dando una
respuesta libre al libre amor de Dios, aunque siempre bajo el influjo
misterioso de la Gracia.
“El hombre ha sido hecho, como diría Unamuno, para acompañar la soledad de Dios”
(J. Ferrater Mora, op. cit., p. 36).
Según la doctrina cristiana, el hombre ha sido hecho para compartir la
gloria de Dios. Dios es el Ser absoluto y perfectísimo, infinitamente feliz
por Sí mismo. No sufre de soledad ni de ningún otro mal, ni antes ni
después de crear al hombre. Su plenitud divina es inmutable. Dios crea al
hombre sin necesidad alguna, por un acto libérrimo de su amor infinito.
“Dios es amor” (1 Juan 4,8), y la esencia del amor consiste en hacer el bien al
ser amado desinteresadamente.
“Sin la libertad, el hombre habría sido bestia o ángel. Con la libertad sola, sin auxilio
divino, habría sido ángel rebelde, demonio” (J. Ferrater Mora, op. cit., p. 36).
Sin la libertad, el hombre habría sido bestia, no ángel. Según la teología
cristiana, el ángel es un espíritu puro, inteligente y libre. Con la libertad sola,
pero sin la Gracia sobrenatural, tendríamos a un hombre en “estado de
naturaleza pura”, no un demonio. Un hombre así (que Dios podría haber
creado si lo hubiera querido) carecería de un fin último sobrenatural (la
participación en la naturaleza divina), pero podría ser feliz alcanzando su fin
puramente natural.
“Si nos atenemos a la moderna imagen evolutiva de la historia, resulta sorprendente que
el hombre comience por ser, no un bruto que se desliga de la naturaleza, sino un ser que,
después de haberle sido dada la imagen y figura de Dios, vuelve a revolcarse en el barro
que constituye lo más alejado de Dios que pueda concebirse, lo que los neoplatónicos y,
junto con ellos, los primeros padres de la Iglesia, llamaron indistintamente el no ser, el
mal y la materia” (J. Ferrater Mora, op. cit., pp. 36-37).
Quizás el contraste entre la moderna imagen evolutiva y la visión
cristiana de la historia resulte sorprendente para quienes tienden a olvidar la
esencia espiritual de la historia humana, que no es nunca un desarrollo
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“Mas esta libertad, que tan graciosamente le es dada al hombre, es sólo, por lo pronto, la
libertad para el pecado, la libertad para la historia” (J. Ferrater Mora, op. cit., p. 43).
Según la doctrina cristiana, Dios da gratuitamente al hombre el don de la
libertad, no para el pecado, sino para que, auto-poseyéndose, sea capaz de
auto-donarse libremente a Dios y a los demás hombres, alcanzando así su
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“Pero si la Iglesia es condición no es causa suficiente, y por eso aun en ella son pocos los
elegidos y son muchos los condenados” (J. Ferrater Mora, op. cit., p. 45).
Sobre la cuestión de la posibilidad de salvación de los no cristianos de
buena voluntad ha habido sin duda en los últimos siglos un importante
desarrollo doctrinal en la Iglesia Católica. Ahora bien, Ferrater Mora
extiende aquí hacia adentro de la Iglesia lo que se podría ver tal vez como
cierto “pesimismo” en algunos textos de San Agustín con respecto a esa
cuestión. Es cierto que no basta pertenecer exteriormente a la Iglesia para
alcanzar la salvación, sino que para esto se debe pertenecer a ella “en
espíritu y en verdad”. Pero la Iglesia Católica en cuanto tal nunca ha
enseñado oficialmente que sean muchos más los condenados que los
salvados, ni en el mundo en general, ni mucho menos dentro de la Iglesia
en particular.
“En la visión agustiniana no acaba todo bien, como en la comedia, ni todo mal, como en
la tragedia; en ella mueren, con una eterna muerte sin reposo, los réprobos o los
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condenados, pero viven con una vida sin más inquietud y desasosiego los que, debiendo ser
también condenados, han resultado, por una elección que escapa a la razón humana y
acaso a toda razón, inscritos en el registro de una ciudad que está constituida desde
siempre, pero que sólo quedará colmada cuando la historia, ese sueño que es una
pesadilla, haya terminado de ser soñada. Puede que no haya que acusar demasiado a
Dios de su aterrador dictado, porque acaso la pesadilla también a Él alcanza y somos
nosotros la visión que aparece constantemente en sus sueños. En los sueños de Dios, que
si tal fuera cierto, serían para el hombre más reales que la realidad” (J. Ferrater Mora,
op. cit., p. 47).
En la visión agustiniana y cristiana de la historia los bienaventurados no
son los que debían haber sido también condenados pero han sido elegidos
arbitrariamente por Dios para la salvación. Quizás Ferrater Mora confunde
a San Agustín con Calvino. Dios es justo y la justicia consiste en dar a cada
uno lo que le corresponde. El juicio de Dios concuerda con la opción que
cada hombre ha hecho a lo largo de su vida, opción por el amor o por el
egoísmo, por Dios o contra Dios, opción a la que la muerte da un carácter
definitivo. El motivo por el cual unos se salvan y otros se condenan no
escapa totalmente a la razón humana, ni menos aún a toda razón: “Venid,
benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer… Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y
no me disteis de comer…” (Mateo 25,34-42). Quizás el sistema teológico con el
que San Agustín (yendo más allá de la doctrina común del Magisterio de la
Iglesia) intentó analizar el profundísimo misterio de la relación entre la
Gracia de Dios y la libertad del hombre se presta en parte al malentendido
en el que incurrió Ferrater Mora. Pero ese sistema agustiniano no pretende
borrar ni borra las líneas maestras del Evangelio de Cristo que hemos
enunciado sintéticamente. El primado absoluto de la gracia de Dios, aun
respecto de la respuesta libre del hombre, es un dato del Evangelio (Juan
15,5: “separados de Mí, nada pueden hacer”), subrayado por San Agustín y
reafirmado por el Magisterio de la Iglesia en la condena del pelagianismo y
el semipelagianismo. Esta doctrina católica no llama a la desesperación, sino
a la confianza en Dios y al reconocimiento del Misterio insondable del Dios
que es al mismo tiempo Amor, Justicia y Misericordia para con los
pecadores. La historia no es una pesadilla ni tiene sentido alguno acusar de
nada a Dios, el Ser perfectísimo, infinitamente Bueno. También es absurdo
suponer que Dios mismo puede sufrir pesadillas.
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llenar la tierra y someterla y dominar a los animales (cf. Génesis 1,28), sino
también que Dios “tomó… al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo
labrase y cuidase.” (Génesis 2,15). De esto se deduce que, según la fe cristiana,
el ser humano, administrador (y no dueño) del mundo visible creado por
Dios, tiene el doble deber de trabajar y cuidar el mundo, mediante su
mismo trabajo.
Además, esta crítica ignora que, según se desprende de toda la
Revelación cristiana, el dominio sobre el universo material otorgado por
Dios al hombre no puede interpretarse legítimamente como un dominio
despótico y arbitrario, sino que debe ser interpretado como un servicio
amoroso y providente. El hombre debe imitar el modo de ser del mismo
Dios, quien no domina aplastando y oprimiendo, sino amando y sirviendo.
Por otra parte, esta crítica ignora que el pecado original y sus
consecuencias afectaron a toda la humanidad (exceptuando, claro está, los
casos especialísimos de Nuestro Señor Jesucristo y la Virgen María), no sólo
a los cristianos; y también ignora que los cristianos, cuando pecan, no lo
hacen en virtud de su fe cristiana, sino contrariando la esencia del
cristianismo.
Por último, esta crítica ignora que la actual tendencia a una explotación
inmoderada de los recursos naturales no proviene principalmente de la
civilización cristiana, sino de las antropologías individualistas y colectivistas
(anticristianas) que florecieron en Occidente sobre todo desde el siglo
XVIII. La autonomía moral absoluta que el liberalismo pretende encontrar
en el ser humano condujo fácilmente a afanes desordenados de riqueza,
placer y poder, que son la perfecta antítesis de los consejos evangélicos:
pobreza, castidad y obediencia. A partir de la Ilustración, la mentalidad
liberal se impuso en nuestra cultura y produjo graves trastornos en la
“ecología humana”. La ciencia sin conciencia da cada vez más poder técnico
a un hombre que, sin embargo, parece moralmente subdesarrollado. Lisa y
llanamente, esto no es culpa de la Iglesia Católica, la gran enemiga de este
giro que ha tomado la historia de Occidente (primero) y del mundo
(después). Además, conviene notar que los problemas ecológicos más
graves se dieron en la antigua Unión Soviética y en otros países sometidos a
regímenes comunistas.
En sexto y último lugar, cabría plantear otra cuestión de facto: si o hasta
qué punto los actuales problemas ecológicos constituyen una situación
gravísima y casi desesperante y conducen a la humanidad a una pronta auto-
destrucción. No analizaré aquí esta cuestión, pero dejo constancia de que
estimo que, a raíz de diversos intereses (ideológicos, políticos o económi-
cos) los ecologistas radicales tienden a exagerar mucho la gravedad de los
problemas ecológicos (muchos de ellos reales) que sufre o causa nuestra
generación.
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PARTE 3
CRÍTICA A RELIGIONES
Y SECTAS NO CRISTIANAS
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Reencarnacionismo y cristianismo
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26. DE LA MASONERÍA
Las críticas masónicas al catolicismo
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externos, pero sólo por una libre e íntima decisión personal se puede
cumplir el doble mandamiento que sintetiza toda la moral cristiana: amar a
Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo.
Probablemente en el fondo de la oscura filosofía masónica yazca la
errónea concepción de que Dios –si existe– es enemigo del hombre. El
cristiano, en cambio, sabe que Dios y el hombre no se oponen, y que la
sabiduría y la libertad infinitas de Dios no anulan, sino que hacen posibles,
la sabiduría y la libertad finitas del hombre. El ser humano ha sido creado a
imagen de Dios y está llamado a ser hijo de Dios y a realizarse plenamente
en una comunión eterna de amor con Dios y con sus hermanos. Éste es el
sublime destino del hombre, que el cristiano conoce por la fe, y que la
filosofía masónica desconoce.
Además, según la doctrina católica ortodoxa, el acto de fe no es
irracional, sino suprarracional. Es un acto de la inteligencia, movida por la
voluntad de adherirse a la verdad revelada por Dios, el Ser sapientísimo y
perfectísimo, que no puede ni engañarse ni engañarnos. La fe cristiana está
basada en motivos racionales de credibilidad (los “preámbulos de la fe”),
que están al alcance de la sola razón natural. Así, la razón humana es capaz
de demostrar la existencia de Dios, de probar que los Evangelios cumplen
los criterios de historicidad generalmente aceptados, de constatar que en la
historia de la Iglesia Católica se da una continuidad sustancial, desde su
fundación por Jesucristo hasta hoy, etc. En suma, según la doctrina católica,
el camino que conduce al hombre hacia el acto de fe cristiana es un camino
plenamente racional.
Pasemos ahora al asunto de los dogmas. Si alguien, impulsado por
razones de peso suficiente, ha llegado a creer en Dios, en que Dios ha
hablado a los hombres en Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne, y en
que el Espíritu de Dios y de Cristo es el alma de la Iglesia Católica fundada
por el mismo Cristo, ¿qué otra actitud le cabe –racionalmente– sino la de
confiar enteramente en la Palabra de Dios transmitida en la Sagrada
Escritura y en la vida de la Iglesia, e interpretada con la autoridad de Cristo
por el Magisterio de la Iglesia? Un “dogma” no es otra cosa que una verdad
propuesta por la Iglesia –con la asistencia del Espíritu Santo, prometida por
Cristo– a sus fieles para ser creída firmemente por estar contenida en la
Divina Revelación. ¿Qué puede ser más razonable que aceptar la verdad de
la Palabra del mismo Dios? ¿Cómo no creer en una verdad revelada por
Dios? Entonces, ser “dogmático”, en el verdadero sentido de la palabra,
más allá de las distorsiones del lenguaje masónico, es aceptar a Dios como
Dios, como lo que Él verdaderamente es, infinitamente sabio y bueno; es
aceptar sus designios sin reservas, con la plena confianza que Él nos
merece, como Padre nuestro amantísimo. Rechazar los dogmas como
atentados contra la libertad humana es atentar absurdamente contra la
libertad divina. Dios, si quiere, puede revelarse a los hombres; y su Palabra
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de los Obispos de todo el mundo. Todo ello está indicando que nos
encontramos ante una cuestión importante.
Casi desde su aparición, la masonería generó preocupaciones en la
Iglesia. Clemente XII condenó a la masonería en su encíclica In eminenti, de
1738. León XIII, en su encíclica Humanum genus (de 1884), la calificó de
organización secreta, enemigo astuto y calculador, negadora de los
principios fundamentales de la doctrina de la Iglesia.
El canon 2335 del Código de Derecho Canónico de 1917 establecía que “los
que dan su nombre a la secta masónica, o a otras asociaciones del mismo género, que
maquinan contra la Iglesia o contra las potestades civiles legítimas, incurren ipso facto
en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica”. Este delito consistía en
primer lugar en dar el nombre (inscribirse) en determinadas asociaciones.
En segundo lugar, la inscripción se debía realizar en alguna asociación que
maquinase contra la Iglesia o los poderes civiles legítimos: se entendía que
maquinaba aquella sociedad que, por su propio fin, ejerce una actividad
rebelde y subversiva o la favorece, ya por la propia acción de los miembros,
ya por la propagación de la doctrina subversiva; que, de forma oral o por
escrito, actúa para destruir la Iglesia –esto es, su doctrina, sus autoridades en
cuanto tales o sus derechos– o la legítima potestad civil. En tercer lugar, las
sociedades penalizadas eran la masonería y otras del mismo género, con lo
cual el Código establecía una clara distinción: mientras que el ingreso en la
masonería era castigado automáticamente con la pena de excomunión, la
pertenencia a otras asociaciones tenía que ser explícitamente declarada
como delictiva por la autoridad eclesiástica en cada caso.
Algunos de los motivos que fundamentaron la condena de la masonería
por parte de la Iglesia católica fueron el carácter secreto de la organización,
el juramento que garantizaba ese carácter oculto de sus actividades y los
complots perturbadores que la masonería llevaba a cabo contra la Iglesia y
los legítimos poderes civiles. La pena establecía directamente la excomu-
nión, estableciéndose además una pena especial para los clérigos y los
religiosos en el canon 2336.
A partir del Concilio Vaticano II se dio un cierto diálogo entre masones
y católicos. En algunos países se empezó a cuestionar la actitud católica ante
la masonería, revisando desde la historia los motivos que llevaron a la
Iglesia a adoptar su actitud condenatoria y pretendiendo que se hiciera una
mayor distinción entre la masonería regular (ortodoxa, tradicional,
“religiosa” y aparentemente apolítica) y la masonería irregular (irreligiosa,
política y heterodoxa). Estos diálogos y debates, y las peticiones llegadas de
varias partes del mundo a Roma, hicieron que, entre 1974 y 1983, la
Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) retomase los estudios sobre
la masonería y publicase tres documentos que supusieron una nueva
interpretación del canon 2335. En este ambiente de cambios, no extraña
que el cardenal Krol, arzobispo de Filadelfia, preguntase a la CDF si la
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La doctrina masónica
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que en otras (por ejemplo, en el Uruguay, más a fines del siglo XIX y
principios del siglo XX que a principios del siglo XXI), ese carácter es
esencial, y por ende permanente. La razón principal de las condenas del
Magisterio de la Iglesia Católica a la masonería es esa oposición esencial de
la masonería a la Iglesia, no tanto los conflictos históricos contingentes
entre ambas instituciones.
A modo de conclusión, reproduciré íntegramente un artículo publicado
el 23/02/1985 en la p. 1 de la edición italiana de L’Osservatore Romano, en el
cual se reflexiona sobre la imposibilidad de conciliar la fe cristiana con la
masonería.
“El 26 de noviembre de 1983 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicaba
una declaración sobre las asociaciones masónicas. A poco más de un año de su
publicación puede ser útil ilustrar brevemente el significado de este documento.
Desde que la Iglesia comenzó a pronunciarse acerca de la Masonería, su juicio
negativo sobre ésta ha estado inspirado en múltiples razones, prácticas y doctrinales. La
Iglesia no ha juzgado a la Masonería solamente por ser responsable de actividad
subversiva en contra suya, sino que desde los primeros documentos pontificios sobre la
materia, en particular en la Encíclica Humanum genus de León XIII (20-4-1884),
el Magisterio de la Iglesia ha denunciado en la Masonería ideas filosóficas y concepciones
morales opuestas a la doctrina católica. Para León XIII se trataba esencialmente de un
naturalismo racionalista, inspirador de sus planes y de sus actividades en contra de la
Iglesia. En su carta al pueblo italiano Custodi (8-12-1892) escribía: «Recordemos que
el cristianismo y la Masonería son esencialmente inconciliables, al punto de que inscribirse
en una significa separarse del otro».
No se podía, por tanto, dejar de tomar en consideración las posiciones de la
Masonería desde el punto de vista doctrinal, cuando en los años 1970-1980 la S.
Congregación mantenía correspondencia con algunas conferencias episcopales particular-
mente interesadas en este problema, con motivo del diálogo sostenido entre personalidades
católicas y representantes de algunas logias que se declaraban no hostiles o incluso
favorables a la Iglesia.
Un estudio más a fondo ha llevado a la S. Congregación para la Doctrina de la Fe a
reafirmarse en la convicción de la imposibilidad de fondo para conciliar los principios de
la Masonería y los de la fe cristiana.
Prescindiendo, por lo tanto, de la consideración del comportamiento práctico de las
diversas logias, de la hostilidad al menos en la confrontación con la Iglesia, la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, con su declaración del 26-11-83, ha intentado
colocarse en el nivel más profundo y, por otra parte, esencial del problema: esto es, en el
plano de la imposibilidad de conciliar los principios, y lo que ello significa en el plano de
la fe y de sus exigencias morales.
Partiendo de este punto de vista doctrinal, en continuidad con la posición tradicional
de la Iglesia –como lo testimonian los documentos de León XIII arriba citados–, se
derivan seguidamente las necesarias consecuencias prácticas, que valen para todos aquellos
fieles que eventualmente estuvieren inscritos en la Masonería.
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sobre este asunto y ponerlos en guardia ante una pertenencia incompatible con la fe
católica.
En efecto, sólo Jesucristo es el Maestro de la Verdad y sólo en Él pueden los
cristianos encontrar la luz y la fuerza para vivir según el designio de Dios, trabajando
por el verdadero bien de sus hermanos.”
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que necesita ser iluminado y salvado por Dios. Por eso es razonable que los
hombres esperen una revelación divina. Ahora bien, Jesús no sólo colmó
esa expectativa, pues Él es la cumbre de la historia de la revelación, sino que
la superó, porque es más que un profeta del Altísimo. La Iglesia nos enseña
que Él es una persona divina (el Hijo de Dios Padre), con dos naturalezas
(divina y humana) reales y completas. Él es perfecto Dios y perfecto
hombre, “en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebreos 4,15). Al
encarnarse, el Hijo de Dios no perdió su condición divina (aunque ésta
quedó velada, perceptible sólo a la luz de la fe) y asumió la condición
humana, uniendo así íntimamente a los hombres con Dios. Al morir en la
cruz destruyó el poder del pecado, y al resucitar nos dio la vida divina. Su
Pascua es la Alianza nueva y eterna de Dios con todos los hombres,
realizada en la Iglesia, a la cual todos somos llamados.
Cristo y el cristianismo no tienen parangón. Por eso los cristianos
reconocemos a Jesucristo como único Salvador del mundo y proponemos
el encuentro con Él –que está vivo– como el camino de conversión,
comunión y solidaridad. Sólo Él tiene palabras de vida eterna.
Conozcámoslo, amémoslo y sigámoslo.
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