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39 - Son of No One PDF

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Son of No One

Sherrilyn Kenyon

Dark-Hunters
Nota de la editora:

A todas las lectoras latinoamericanas, les agradezco de corazó n que hayan esperado por
este trabajo. Ha sido arduo pero ha valido la pena.

También, he de advertirles que habrá momentos en los que crean que este trabajo de
traducció n no fue revisado. Sin embargo, puedo asegurarles que si lo fue. Notaran esto,
especialmente, a partir del capítulo 3, que es cuando los personajes principales se conocen
y tratan de comunicarse. Y digo “tratan” porque uno de ellos habla inglés antiguo mezclado
con galés y el otro personaje habla inglés americano moderno con influencia sureñ a.

En consecuencia, y para no modificar la intenció n de la autora, hemos decidido traducir


estos “aparentes” errores tal y como fueron escritos, siempre intentando que se entienda lo
que dicen. También, notaran que con el paso de los capítulos, estos errores van
disminuyendo debido al contacto de ambos personajes principales. La mayoría de los
“malos entendidos” está n basados en que usan diferente vocabulario.

Una vez aclarado este tema, deseo que tengan un hermoso momento leyendo el fruto del
esfuerzo del grupo Savin´ me.

Y para el grupo, gracias por responder al llamado de formar este equipo de trabajo, gracias
por soportarme. Los constantes mensajes, las etiquetas de los posts y todo aquello que ha
pasado desde que emprendimos este viaje. Espero podamos seguir con un proyecto nuevo
juntas. Son personas maravillosas y estoy muy contenta de que nuestros caminos se hayan
cruzado.

Las saludo atte, Pao A Dragon


Agradecimientos

Para mi propio Gales especial, quien ha compartido casi toda su vida conmigo. Te amo cada
día má s. Y para los tres chicos que son el mundo entero para ambos, quienes
orgullosamente llevan nombres galeses que nadie puede deletrear o pronunciar. Los amo a
todos. Gracias por ser la mejor parte de mi vida.
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1045
Wessex, Inglaterra.

—¡No!—gritó Cadegan al encontrarse atrapado en un infierno oscuro y gris. Furioso por la


traició n, trató de romper el vidrio transparente que servía como ventana al mundo humano
del cual lo habían arrancado.

Para siempre.

—¡Leucious! ¡No puedes hacerme esto! ¡Soy tu hermano!

Pero las palabras no tuvieron efecto en el corazó n helado del bastardo, mitad demonio, que
lo miraba a través del vidrio sin piedad o misericordia. Y cuando aquellos ojos color
turquesa se clavaron en los suyos, Cadegan supo con certeza que Leucious podía
escucharlo.

Pero no le importaba.

Por siglos, Cadegan lo había dado todo por Leucious. Lo había servido con lealtad y
confianza inquebrantable. Solo para que lo condenara sin darle el beneficio de la duda. Sin
escuchar su lado de la historia.

Solo con aseveraciones falsas en su contra, respecto de algo que había tenido que hacer
para protegerse a sí mismo.

Con sus hermosos rasgos sombríos, Leucious apoyó su mano contra el cristal que los
separaba. —Que Dios tenga piedad de ti, hermanito.

Todavía sangrando por las heridas que Leucious había ignorado, Cadegan se quitó el yelmo
de su cabeza y lo golpeó contra el vidrio. No logró nada.

Una sola lá grima cayó por la mejilla de Leucious. Se la secó con brusquedad antes de cubrir
el vidrio con una tela negra. Y así lo dejó en el infierno. — ¡Leucious! — Cadegan intentó
nuevamente. Luego pateó el vidrio. Su tú nica metá lica y espuelas sonaban pero el vidrio se
sostenía sin dañ arse. — ¡Thorn! — intentó una ú ltima vez de llegar al hermano que lo había
traicionado. — ¡Thorn! ¡Vuelve aquí!

No hubo caso. Como todos los demá s en su vida, y en contra de sus propias promesas de
que esto nunca pasaría, Leucious lo había abandonado.

— Por tus crímenes contra nuestro Señ or, por quebrantar mi confianza, te condeno a las
tierras sombrías de nuestra madre. Jamá s volverá s a caminar esta tierra como un ser vivo.
Pasará s la eternidad recordando lo que has hecho, y arrepintiéndote de tus acciones. Ya no
eres uno de los nuestros. Por ello, esta es tu sentencia, el destierro del mundo de los
hombres. Hasta la eternidad.

Las palabras de Leucious lo perseguían mientras rechinaba los dientes.

—Un día escaparé de este infierno, hermano. Y cuando lo haga, tu corazó n será el primero
que tomaré. Vida por vida. ¡Sangre por sangre! Aunque me lleve mil añ os, obtendré la
libertad y pagará s por esto. ¡Así lo jura Cadwgwn Maboddimun! Tu muerte, Leucious. ¡Lo
juro por mi vida!
Capítulo 1
Nueva Orleans, Lousiana.
18 de septiembre, 2014.

—¿Sabes Selena? Hay una delgada línea entre ser importante para mí y estar muerto para
mí. Y en este momento la está s pisoteando —.

De pie en el pasillo, al lado de una pila de cajas, Selena Laurens se rio del tono hosco de su
prima. —Eso está bien, Jo—Jo. Solo recuerda que con nuestra sangre cajú n—romaní,
incluso si estoy muerta para ti, en este o en el otro reino, todavía será s capaz de
escucharme. Voy a perseguirte para siempre—.

Josette Landry se encogió ante su apodo de la infancia que siempre la había hecho sentir
como un pomerano parlanchín. Normalmente, ella corregía el comportamiento de Selena
pero en este momento estaba demasiado cansada y enferma para molestarla. —Mira, en
este momento lo ú nico que quiero convocar es un viaje a Baskin—Robbins. Así que a
menos que tengas un kilo de esa delicia cremosa en tu bolso, deja de hablar y empieza a
conducir—. Jo tiró suavemente de Selena hacia la puerta e ignoró los cascabeles que
tintineaban en el dobladillo de la falda pú rpura y plateada de gitana que Selena tenía
puesta. Como adivina autoproclamada, su prima creía en toda la rareza de su herencia
gitana.

Jo hizo una pausa mientras recorría a Selena con la mirada, desde su largo cabello castañ o,
rizado, su blusa blanca campesina, y, un enorme collar de luna, hasta sus sandalias
Birkenstock.

Pensá ndolo mejor, Selena no solo lo creía, ella se revolcaba en ese mal estereotipo como un
cerdito feliz en un charco de lodo.

Selena resopló . —Ahogar tus problemas en un sorbete de Rock’n Pop Swirl no va a resolver
nada—.

—Olvídate del sorbete. Este día es para un pastel de queso y fresa con chocolate líquido…
triple ració n. ¡Ya vamos!—

—Y te odiaras a ti misma en la mañ ana—.

—Me odio a mí misma en este momento. Al menos déjame odiar mi vida con un recuerdo
felizmente delicioso, felicidad congelada en mi estó mago abultado—.

—Bien—, Selena se quejó . —Incluso pagaré por ello—.

—Por supuesto que sí—. Jo sacó su bolso colgante hecho jirones, por encima del hombro.—
Estoy en bancarrota—.
Selena volvió a resoplar mientras buscaba el llavero mullido en su bolso hippie de mimbre.
— Está s mal de la cabeza, ¿verdad?—.

—Estoy genéticamente vinculada a tu á rbol familiar. Por supuesto que estoy mal de la
cabeza, nunca estaré bien—.

Sacudiendo la cabeza, Selena esperó mientras Jo cerraba la puerta del apartamento, aunque
no tenía ni idea porque se molestaba. La ú nica cosa de valor eran sus tres perros. Y si los
ladrones estuvieran equipados con tiras Beggin estarían felices de abandonarla sin oponer
resistencia.

Malvados mocosos caninos llenos de baba.

Jo vislumbró por la ventana las cajas que había usado para empacar e hizo una mueca. Si la
mala racha que había sufrido durante toda su vida no cambiaba pronto, ella estaría en la
calle y se vería obligada a enviar a sus queridos perros a un refugio.

O peor aú n, a su hermana mayor.

¿Có mo había llegado a esto? Se suponía que su vida sería diferente. Ella nunca había sido
irresponsable. Mientras que otros chicos se iban a tomar y de fiesta, ella se quedaba en casa
estudiando. Se había graduado con honores. Había escatimado y ahorrado, para perder
todo en honorarios legales cuando se había divorciado de su marido por negarse a trabajar.
La razó n había sido que si Barry Riggio estaba trabajando, no tendría tiempo de meter a
otras mujeres en su cama, ¡mientras que Jo se esclavizaba con dos empleos para
mantenerlos a ambos!

Jamás volveré a confiar en otro hombre.

Y si eso no fuera suficiente malo, la reestructuració n corporativa le había costado su


trabajo matutino, y había perdido su trabajo nocturno seis semanas después de que la
fá brica se hubiera quemado por una extrañ a falla eléctrica.

Abrumada por el fracaso de su vida y ambiciones, Jo se volvió en direcció n a la calle y se


dirigió a la esquina donde estaba estacionado el jeep de Selena. Si solo el esposo de Selena y
su bufete de abogados manejaran los divorcios, podría haberse ahorrado algo. Pero la
especialidad de Bill era el derecho corporativo y criminal, no el derecho familiar. Y
mientras su amigo abogado le había dado un descuento, aun así le había costado hasta el
ú ltimo centavo de sus ahorros deshacerse del flojo infiel.

—¿Qué voy a hacer, Lainie?—

Selena abrió la puerta del coche para ella. —Respira, cariñ o. Esto también pasará . Mientras
tanto puedo…—

—No voy a tomar un préstamo tuyo. ¡Jamá s!


—¿Tomarías un trabajo?—

Jo espero a que Selena subiera del otro lado del jeep antes de responder. —No puedo leer ni
las hojas de té ni las manos. Y te advierto que si me pones en tu tienda no podré contener
mi sarcasmo— .

—Sí, te conozco. La tienda y tú son una mala combinació n. Tu tío Jacob sigue hablando
sobre el ú nico día que trabajaste en su garaje en las reuniones familiares —.

—No seas tan melodramá tica…solo trabajé dos horas antes de que la tía Paulina me echara
a patadas—.

Selena se echó a reír. —Ese es mi punto. De todas formas, como yo valoro y respeto a mi
clientela, no tengo ninguna intenció n de ponerte detrá s del mostrador donde sin ayuda de
nadie conducirá s mi negocio a la quiebra. Lo que tengo para ti, Señ ora Snark’Ems, es hacer
lo mejor que sabes hacer, trabajar de camaró grafa—.

Jo se animó de inmediato. —Ah, ¿sí? ¿En serio?—

Selena asintió mientras maniobraba a través del trá fico. —Solo hay una pequeñ a trampa—.

—Ah, gah, ¡lo sabía! Es para un sitio porno, ¿verdad?—

—¡No!—Selena frunció el rostro, y luego pareció reconsiderarlo. —Aunque, conociéndote,


preferirías el sitio porno sobre esta tarea—.

Una sensació n de malestar se instaló en el estó mago de Jo cuando se dio cuenta que tenía
que ser algo paranormal, y má s tonto que el pomo tonto de la puerta de la viuda de un
tonto. —¿Qué?—

—Tengo algunos amigos…

—¡No! He conocido a tus amigos. Prefiero trabajar en la tienda de productos XXX de


Tabitha, clasificando brillos y tangas comestibles—.

—Puedo arreglar eso, también. Solo recuerda, tienes que aprender la diferencia entre
lubricante y…—

—¡Detente! ¡Justo ahí! No quiero saber acerca de la depravació n de tu hermana. Todavía


tengo las cicatrices de la historia que ella me conto sobre encontrar la dentadura de alguien
en la parte de atrá s del cajó n de las bragas—.

—Eres una santurrona—.

—Yo y Amanda. Los ú nicos eslabones cuerdos en una larga línea de luná ticos certificados—

Selena se detuvo en un semá foro para mirarla. —¿Quieres que te diga sobre el trabajo o no?
—Bien—, Jo admitió a regañ adientes. —Voy a escuchar, y al menos desde aquí podré salir
del coche y caminar de regreso—.

Selena resopló . —Mis amigos está n tratando de obtener su propio programa de cable—.

De repente, Jo lamentó haberse quejado. —Eso en realidad suena prometedor. ¿Qué tipo de
espectá culo?—.

—Llamadas del infierno. Las Mujeres en la Demonología y la Posesió n—.

—Entonces volvemos a de—ninguna—manera—me meteré en esto—.

—Bien—. Selena giro a la izquierda. —Solo por curiosidad, yo sé que han pasado casi cinco
meses, pero ¿le has dicho a tus padres sobre el divorcio y tu aviso de bancarrota?—.

—Te odio, Selena.—

—No, no lo haces. Tú me amas con la pasió n de mil paparazis después de una exclusiva de
Emma Stone—.

Jo le mostró el dedo medio. —Sigue creyendo esas mentiras—.

—No son mentiras. Soy psíquica. Lo sé—.

Entre divertida y disgustada, Jo puso los ojos en blanco. Por mucho que odiara admitirlo,
Selena estaba en lo cierto. Ella amaba y adoraba a su loca prima mayor, má s que nada.
Luná tica y todo. —¿Cuá nto pagará n por el trabajo? ¿Y cuá ndo querrían que empiece?—

—Si pudieran encontrar un camaró grafo imperturbable y fiable, empezarían mañ ana. Pero
todo el mundo que han llevado al sitio ha huido gritando a los quince minutos o menos.—

Wow, eso era impresionante. Incluso para un grupo de bichos raros de Selena. —¿Es tan
difícil de trabajar con ellos?—

—No. En realidad son bastantes encantadores… el lugar que está n investigando está
encantado.

Esta vez, Jo se rindió y se echó a reír. —¿Hablas en serio?—

—Lo juro.—

—¿Y dó nde está n investigando? ¿La mansió n Lalaurie?—

Selena negó con la cabeza. —La casa de Karma—.


Se lo había imaginado. En su á rbol familiar lleno de personajes peculiares y quienes
estaban dispuestos a creer en las hadas, las posesiones demoníacas, y Santa Claus, Karma
Deveraux era la reina luná tica… la mujer había apodado incluso a su propio hijo ET cuando
el verdadero nombre del chico era Ian.

—Lainie, si sigo revoleando los ojos me quedaré bizca.—

Selena se estiró y juguetonamente le dio una palmada al estilo Gibbs.

—¡Hey!—

—Lo necesitabas. Ademá s, que el cinismo nos servirá bien. Necesitamos a alguien que no se
asuste en el lugar y maneje la cá mara—.

—Sí, bueno, después de haber sobrevivido a varias fiestas de pijamas y reuniones


familiares con ustedes, montó n de luná ticos, soy inmune a casi cualquier cosa. Eso no
incluye a la tía Xilla—.

—Bueno. Voy a llamar a todo mundo y les digo que estén en la casa de Karma a las once de
la mañ ana. ¿Está bien para ti?—.

—Tal vez—. Jo estrechó su mirada en Selena mientras sacaba el bote de helado Baskin—
Robbins.

—Aun no me has dicho cuanto voy a ganar por este descabellado viaje a las Axilas de
Hades, mejor conocido como la casa de Karma.—

—Trescientos cincuenta al día, má s viá ticos—.

Jo se quedó boquiabierta. —¿Está s jugando?—.

—Nop, eso es lo que hemos tenido que ofrecer para atraer personas al trabajo. Pero aú n no
le hemos pagado a nadie sus veinte dó lares por quince minutos de aire, ya que la mayoría
nos dijo que no querían el dinero porque tenían miedo de que estuviera maldito al igual
que la casa—.

Jo se burló de su paranoia. —Son un montó n de maricas supersticiosos...—aunque eso


podría ser beneficioso para ella. —¿Crees que podría conseguir cuatrocientos al día?—

—¿A esta altura? Probablemente—. Selena tomó su teléfono. —Le enviaré un mensaje a
Mamá Lisa y te averiguo—.

—Bien. Consíguelo y tendrá s una intrépida fotó grafa, camaró grafa, chica de los mandados,
portera… lo que sea—.

—¿Estarías dispuesta a pasar la noche allí, también? —


—No—, dijo Jo enfá ticamente.

Selena levantó la vista del teléfono con una ceja arqueada. —Pensé que no tenías miedo.—

—No tengo miedo de fantasmas o demonios. Estoy aterrorizada de Karma. Sin á nimo de
ofender, pero tu hermana es una loca—.

—Sí, lo es. Honestamente, me da miedo también—. La sonrisa de Selena se ensanchó . —


Mamá Lisa está de acuerdo con tu precio. Ella dijo que si realmente lo haces durante tres
días de rodaje, hay un bono de mil dó lares para ti—.

Jo estaba casi eufó rica. Hasta que el hada de la realidad llegó y le dio una bofetada. De
repente aterrorizada, miró en direcció n al cielo.

—¿Qué está s mirando?— Preguntó Selena mientras ella también buscaba en el cielo.

—Las cosas van demasiado bien—. Ella volvió a mirar a su prima. —Estoy esperando que
un rayo me golpee—.

—No seas ridícula. Es un día perfectamente soleado—.

—Sí, y el infierno es solo un sauna. Te estoy diciendo, Lainie, algo muy malo va a pasar. Lo
sé—.

Porque había estado maldita desde su nacimiento. Y las cosas nunca habían resultado bien
para ella.

***

—Hola, ¿Mamá ?—

Karma Devereaux suspiró profundamente al escuchar que su hijo la llamaba desde el


pasillo de arriba. Ella salió de la sala de estar para mirar su llegada. —Estoy un poco
ocupada, ¿Qué necesitas?—

Cuando su hijo de doce añ os se inclinó por la baranda para mirarla, notó que los oscuros
rulos en su cabello eran un desastre, como si lo hubiera agarrado una ventisca. Algo
curioso, ya que era un día caluroso con una brisa leve. — ¿Recuerdas ese florero extrañ o y
anormal, aquí arriba, que tiene una runa lunar? ¿El que me dijiste que nunca tocara?—

El color abandonó su rostro. —No lo has tocado, ¿cierto?—

—Nop. Pero Rug hizo otra carrera por la libertad y cuando lo acorralé en la habitació n que
no se supone que entre, lo vi en el suelo, roto. Y juro por todos los santos, que ni yo ni el
há mster lo hicimos. Pareciera que ya había pasado—.
Aterrada por su hijo, Karma subió corriendo las escaleras tan rá pido como pudo. —¿Has
tocado algo?—.

E.T. sostenía el há mster en sus manos. —Solo la alfombra—.

—Ponlo en su jaula—. Esperó que su hijo saliera antes de entrar en la habitació n con
cautela. El temor la consumió , y tan pronto como vio el jarró n roto, ella sabía por qué. Eso
no se había caído al suelo y roto por accidente.

Algo había provocado que se rompiera.

Y eso explicaba por qué había habido tanta actividad en su casa ú ltimamente. Por qué todo
el mundo corría gritando hacia la puerta.

Uno de los seres má s antiguos y peligros en el universo había sido liberado.

Enferma del estó mago, sacó su teléfono del bolsillo y marcó el nú mero de ú ltimo recurso.

Zeke contestó al primer timbrazo. —Control de Plagas de Zeke Jacobson. ¿Qué cosa se está
comiendo tu alma hoy?—.

—Es no es para nada gracioso—.

Hizo caso omiso de su tono extrañ o. — ¿Karma? ¿Eres tú ?—

—Sí. Tenemos un problema, amigo, y necesitamos la caballería—.

—¿Qué hiciste ahora?—

—Te juro que no hice nada. Realmente no estoy segura de có mo pasó esto, pero… Valac
escapó —.

—Por favor, dime que cuando dices eso, te refieres a que está golpeando las puertas para
salir a jugar. No en que está afuera, suelto en las calles—.

—Se fue. Voló . Huyó . Yo ni siquiera sabía que se había roto su sello. No tengo idea de
cuando salió .—

—¿Fue convocado?—

Ella movió el florero con el pie. —Si—, suspiró . —Pero, ¿có mo llegaron a él por encima de
mis protecciones?—

—No tengo idea. Pero tuvieron que ser muy fuertes y feroces. Teniendo eso en cuenta,
tengo que llamar a la artillería pesada—.

—Ustedes son la artillería pesada, Zeke. ¿No es el propó sito de ser un ejecutor de
demonios?
¿Qué eliminan al mal mayor?—

—Sí y no. Hay aproximadamente cien demonios conocidos que está n má s allá de nuestra
capacidad para luchar y matar. Aquellos que tienen orígenes tan poderosos y antiguos que
han sido sellados y se supone que así queden. Para este nivel de demonio, necesitamos
capacidades de destrucció n nuclear. Solo uno de sus secuaces los puede combatir y poner
de nuevo en su botella sin morir en el intento—.

—Espera. No me está s diciendo que tendremos que convocar a uno má s fuerte, ¿un
demonio má s malvado para poder capturar al pró fugo?—

Zeke estaba a punto de traer a Thorn a un desastre espantoso Karma sabía mejor que
nadie, que era una mala idea. Lo ú ltimo que necesitaba Thorn era tentació n. Todos los días,
él se deslizaba hacia el reino de su padre, ella podía sentirlo cada vez que hablaban. Pero
Zeke tenía razó n. ¿Qué otra opció n tenían?

—Sí, no llamamos a los Hellchasers a menudo. Son como perros rabiosos, y por lo general
está n luchando entre sí, así como The Gruesomes. Sin embargo, es la ú nica opció n en este
caso. A menos que quieras a Valac libre por el mundo, y no creo que sea buena idea,
especialmente con Halloween tan cerca. Simplemente resiste un momento, y yo voy a estar
allí tan pronto como pueda—

Karma colgó el teléfono mientras examinaba la habitació n donde se almacenaba y se


limpiaban algunas de las má s aterradoras reliquias y artículos en el á mbito paranormal.
Ella nunca había querido tener a Valac, pero cuando su hermana Tiyana había muerto,
había heredado sus responsabilidades. Tiyana le había hecho prometer que si algo le
pasaba a ella, Karma no confiaría el contenedor a nadie má s, por ninguna razó n.

Ahora…

Por favor, no dejes que esto sea el peor error de mi vida.


Capítulo 2

Jo estaba terminando de empacar su equipo en su oxidado Ford Falcon 1964, el cual solía
ser rojo, pero que ahora era má s gris que otra cosa, cuando su teléfono sonó . Contestando
fue hacia el lado del conductor y arrojó su bolso dentro.

—¡Hey prima! Cambio de planes. No vamos a casa de Karma. En su lugar recibimos una
llamada de emergencia de la mansió n Gardette—LePetre en Dauphine—.

—Estas bromeando. ¿Ese viejo y extrañ o lugar donde el sultá n y su harén fueron
asesinados?—

—Ese mismo. Te veo allí… Oh, y el hombre está pagá ndonos un dineral. ¡Tú bono seria
cuantioso! ¡Mazel tov!.

Esperando que este no fuera signo del apocalipsis, Jo colgó y se metió en el auto. Bueno,
siempre tuvo una malsana fascinació n con el lugar, que estaba a un par de cuadras de la
tienda de Voodoo de su familia, Erzulie’s. Cuando eran niñ as, su tía Kalila les contaba
historias de miedo sobre esa vieja mansió n y los horrores que allí habían tenido lugar, casi
doscientos añ os atrá s.

Sí.

Pero no podía suprimir la tristeza de pensar en conducir por la tienda donde su prima
Tiyana había muerto. Desde esa horrible noche, ella había hecho su mejor intento por
evitar la calle.

Só lo podía imaginar cuanto má s horrible sería para Selena y sus hermanas, especialmente
Tabitha que ahora era la dueñ a.

Porque de todos los locos de la familia Devereaux, Tiyana había sido una de las favoritas de
Jo. Aunque nunca creyera en nada de lo que su padre llamaba basura sobrenatural, Jo solía
ir de visita y llevarse los jabones y aceites que T y su tía Ana hacían para Erzulie’s.

No pienses en ello.

Pero era difícil. La ú nica lecció n que Jo había aprendido era como de rá pido la vida
cambiaba. Un minuto vas caminando a lo largo de un capullo de perfecto entumecimiento. Y
al siguiente… ¡Bam! Tu mundo se sale de los rieles, dejando tu corazó n en pedacitos
sangrantes por el camino y eso te hace preguntarte có mo vas a ser capaz de recuperarte.

Debería ser ilegal que la vida te hiciera eso sin ninguna advertencia.

Asqueada, giró la llave de contacto. Su auto se puso en marcha con un repiqueteo sordo,
expulsando una gran cantidad de humo negro, que se dispersó por la cuadra. Sí, era
vergonzoso, pero tenía que darle al viejo Falcon crédito. Con sus cincuenta añ os, tenía má s
vida que ella en esos momentos.

Sacando todo de su mente, excepto la canció n de Prince en la radio, se dirigió hacia


Dauphine, donde Selena y Karma estaban esperá ndola junto con otras cuatro mujeres que
nunca había visto.

Jo se detuvo detrá s del Jeep de Selena y estacionó en la calle. Después de una muy
humillante y extremadamente larga ronda de: Si—apagué—mi auto—y — aun—sigue
funcionando,—no— sé—si algú n—día—pararé—así que—bésame el trasero—y alégrate
de no ser tú —, salió y sacó sus cosas.

Mientras se acercaba a las otras, no pudo evitar notar las expresiones en sus rostros,
habían hecho una apuesta de cuá nto duraría.

Acercá ndose a Selena, sonrió . —Anó tame con ocho—.

—¿Ocho qué?—

—Cuanto duraré, antes de que salga gritando que quiero irme a mi casa—.

Karma rio.

El resto se veían confundidas.

Con un resoplido despectivo, Selena señ aló a la pequeñ a rubia de su izquierda. —Jo, Conoce
a nuestra intrépida líder y exorcista, Mamá Lisa. Ella es la que hace el programa de radio
por internet, The Voices Carry, los miércoles por la noche.

Jo conocía bien el programa. Era el ú nico que Karma escuchaba y que ella podía soportar.

Estrechá ndole la mano, Jo inclinó la cabeza ante la mujer de ojos simpá ticos con una bonita
sonrisa.—Encantada de conocerte—.

—Igualmente—.

Luego Selena, indicó a las dos mujeres castañ as que eran suficientemente parecidas para
estar emparentadas. —La hermana Jordan y su verdadera hermana, Sarah—.

Intercambiaron cordialidades.

—Y por ú ltimo, pero no por eso menos importante, la señ ora Mercy—.

Regordeta y adorable, sonrió mostrando los hoyuelos. —Hola, Jo. Espero que no te asustes
fá cilmente. Tenemos algo excepcional esta noche—.

Jo le guiñ ó el ojo. — No puedo esperar—.


—¿No está s asustada?—. Lisa preguntó con tono de duda.

—¿Conoces a Karma, verdad? Imagina compartir bañ os y habitaciones con ella en los
veranos. Es una cerda, nada me asusta má s que sus rituales en la bañ era a medianoche—.

Todas ellas rieron, incluso Karma.

—De acuerdo, señ orita imperturbable—Karma agarró la bolsa del hombro de Jo. —
¡Prepá rate para lo terrorífico!—E hizo una malvada risa falsa mientras se iba.

Jo le dirigió a Selena una mirada menos que impresionada.

—Siento como si estuviera atrapada en la casa del lago con ella otra vez… ¡Ayú dame!—.

Sacudiendo su cabeza, Selena agarró el trípode y lo llevó dentro. Jo las siguió , pero dudó en
el recibidor. No porque tuviera miedo, sino debido a lo encantador que era. Mientras que el
exterior de la casa era del Neoclá sico, con balcones ornamentados de hierro—los ocho
metros — el interior era completamente moderno y contemporá neo.

Maderas pulidas, ventiladores y bellos techos pintados. Exquisito.

Jo intentó no quedarse mirando boquiabierta. —Pensé que eran apartamentos—.

Selena bajo el trípode. —Lo eran. En agosto del añ o pasado, fueron comprados y
convertidos en una sola casa. Nueve cuartos, diez bañ os. Alrededor de seiscientos cincuenta
metros cuadrados de pura maldad—.

—No parece malvado, se ve bonito—.

—Gracias—.

Jo se giró , ante el sonido de una profunda voz de hombre. Vestido con una camisa de golf
verde, era un hombre de mediana edad, que tenía un aire de estar a cargo.

—Cal—. Lisa dijo como saludo—Gracias por dejarnos hacer esto—.

—No, gracias a ustedes por venir. Después de la semana pasada, mi esposa se rehú sa a
regresar. Ya está llamando para poner la casa en subasta. Ojalá lo hubiese hecho antes de la
ú ltima factura para remodelarla. Pero, ¿qué se le va a hacer? Es má s barato que los
abogados para el divorcio, supongo—.

Selena saco una libreta encuadernada de vinilo, que tenía lindos monstruitos en la portada
y una lapicera de flamenco con plumas. No parecía nada profesional.—¿Qué ha estado
pasando exactamente?—.

—Honestamente, nada al principio. Estuvimos en este lugar por un añ o sin que nada
pasara.
Como todos los demá s creíamos que las historias sobre que este lugar estaba embrujado
eran fraudulentas. Y entonces…—.

Selena alzo la cabeza. —¿Qué?—.

—Llegamos una noche de cenar fuera y había un extrañ o olor. No puedo describir cuá n
desagradable era. Pensamos que el alcantarillado se había roto, o algo así—.

Lisa se paró al lado de la mesita del recibidor. —Algo estaba fuera de lugar aquí— pasó la
mano por un tazó n de esferas de má rmol.

Cal asintió . —Alguien puso una rosa allí.—

—Hubo un grito arriba—. Jordan susurró mientras repetía lo que pensaba que había
pasado —Tu esposa volvió al auto para llamar a la policía, mientras tú fuiste al cuarto piso
a investigar. — Ella lo miró —. Pero no encontraste nada. El cuarto estaba completamente
vacío.

Frunciendo el ceñ o, él volvió a asentir. —¿Có mo lo sabes?—

—Son muy sensibles —Karma se volvió para mirar a Jo—. ¿No deberías estar grabando
esto?—

—Lo siento— Jo puso la bolsa de la cá mara en el suelo y sacó su cá mara de video digital.

Apoyá ndola en su hombro, la encendió y luego frunció el ceñ o al interruptor. —Qué raro.—

—¿Qué? —preguntó Selena.

—Quité la batería del cargador justo antes de venir y ahora está vacía—.

Jo la cambió , solo para encontrarse que ambos repuestos también estaban vacíos. Selena
tomó nota.

—Todo el mundo rá pido. Revisen sus teléfonos—.

Uno por uno, todos informaron lo mismo. —Completamente vacías—.

—Oooo—Karma suspiró —ya tenemos actividad—.

Con el entusiasmo de un niñ o en Navidad, miró a Cal. —¿Has visto alguna aparició n? —

—Un hombre de cabello claro, joven—.

—¿Dó nde? —.

—Arriba. En un antiguo espejo del pasillo, que ahora está en un closet. Venía con la casa.
Lo quite de la pared después que mi esposa comenzó a tener pesadillas con él, un mes atrá s
—.

—Vamos a verlo y…—La voz de Lisa fue desvaneciéndose mientras abría la puerta a su
derecha y se adentraba en la habitació n. Jo se aproximó .

Las demá s también se acercaron.

Una a una se giraron para ver al dueñ o.

—De verdad te gustan las antigü edades. ¿Huh?—preguntó Selena.

É l se encogió de hombros — Soy historiador. Son artefactos que colecciono. La mayoría son
de eBay y de amigos que son arqueó logos—.

Karma se volvió hacia Selena. —¿Cuá l es el periodo de tiempo?—

—Babilonio. Mucho de Babilonia—.

Cal asintió . —Acadia y Sumeria son mi principal interés. ¿Es un problema?—

Karma sacudió su cabeza. —¿Conoce a la Doctora Parthenopaeus?—

—¿Tory? Sí. La conozco desde hace añ os—.

—¿Y el Doctor Juliá n Alexander? — preguntó Selena.

—A él también.

—¿Deberíamos llamarlos? — susurró Karma a su hermana.

—No estoy segura aú n. Vamos a mirar un poco má s. —Selena guardó el lá piz en la libreta.
— Muéstranos el espejo—.

Jo siguió a los demá s, mientras iban escaleras arriba. Trataba de no ponerse nerviosa, pero
la cosa con las baterías era de verdad extrañ a. Una y otra vez trató de darle un sentido a lo
que había pasado.

No pudo. Nada debería causar una total descarga de las baterías. De todas las cosas.

Era peculiar.

Cal las llevó a otra habitació n y abrió la puerta de un armario.

—¿Sienten eso? — Jordan, temblaba.

Su hermana asintió . — Hay algo aquí con nosotros—


—Sá banas —dijo Jo — cerá micas. Muchas alfombras y arte—.

Ellas le dieron una mirada irritada, que decía que su bono podía reducirse.

Cal y Lisa sacaron el espejo. Alrededor de dos metros de largo, era una antigü edad
impresionante que le recordaba a los que había visto en las tiendas de antigü edades de la
calle Royal. Por la razó n que fuera, a Jo siempre le habían fascinado los espejos,
especialmente los antiguos. Tanto, que había decorado su habitació n entera con ellos de
niñ a. Algo que al parecer era hereditario, pues su madre le había confesado que ella era
igual de niñ a.

—¿Así que, cuá ntos añ os de mala suerte si lo rompemos?— Jo dijo tratando de aligerar el
ambiente.

Aunque todo lo que consiguió fue irritarlas.

—Finge que eres seria— dijo Mercy con una mirada irritada. —Somos profesionales—.

Recordá ndose que su bono podría ser cuantioso, Jo retrocedió . —Perdó n—.

Aburrida mientras estudiaban el espejo y evitaban que ella lo viera, miró la habitació n, el
que tenía una maravillosa vista de la catedral de St. Louis.

Sin ser consciente, fue a la ventana que reflejaba la habitació n y vio pasar una sombra.

¿Eres la elegida?.. .

Se giró ante el susurro. No había nadie. Las demá s estaban aú n reunidas ante el espejo,
comparando notas y especulando rarezas.

Hmmm…

Sí, me estoy volviendo loca.

Solían hacer eso cuando era niñ a. Actuaban todo “oooh” y” ahhh”, en especial alrededor de
los espejos y veían cosas, hasta que la convencían de que los veía también.

Pero ella era má s lista.

Las Devereauxes eran lo extrañ o de lo extrañ o. Empezando con su tía Rocky y terminando
con sus nueve locas y raras hijas.

Y para el caso, la madre de Jo no era exactamente normal. Los Floras tienen una larga línea
de excéntricos, aunque adorables charlatanes. Incluso su abuela Romaní, tenía una vena en
el pie que ella juraba predecía inundaciones. Podías apostar tu dinero en eso.
Pero una cosa buena sobre ellos era que los picnics y las reuniones familiares nunca eran
aburridas.

—¿Vienes, Jo?—

Se giró ante la pregunta de Selena y se dio cuenta que todos habían salido de la habitació n,
mientras ella soñ aba despierta. —Voy detrá s de tuyo—.

Y mientras las seguía, tuvo que admitir que había algo lú gubre sobre el lugar.

Deslumbrante y patoló gicamente limpio, era perturbador, nadie debería tener su casa tan
limpia si vivían en ella.

Si, la casa rezumaba rareza.

Su mirada fue a Karma.

Y allí estaba. La fuente de toda rareza. Jo reprimió una risa ante ese pensamiento.

Ignorá ndolas mientras parloteaban sobre cosas de las que no sabía o quería saber, fue
hasta la puerta trasera que daba a un pequeñ o patio. Y se congeló cuando vio el má s
hermosos mural que nunca hubiese visto.

Hecho con lo que parecían paneles de espejos antiguos, que reflejaban hacia la casa. Estaba
cubierto con trozos de metal, decorados para que parecieran á rboles en 3D, con una puerta
cortada en el centro. Dejando la ilusió n de estar caminando en un huerto místico.

Necesito esto en mi departamento…

— Hermoso, ¿no es cierto?—

Se giró ante la voz de Cal.—Si, lo es. ¿Estaba aquí cuando compraron la casa?—

—No. Un amigo de mi esposa es artista. Y hace mucho de estos murales que se ven en las
casas antiguas.—

—Puedo ver por qué —Jo le sonrió —Tienen una casa maravillosa. Sé que tú y tu esposa
deben estar orgullosos—.

Al mismo tiempo en que él abría la boca para responder, Lisa lo llamó . Y la dejó para
atenderlas.

Sola, Jo se acercó a los á rboles de metal para estudiarlos. Su construcció n debió llevar má s
paciencia de la que ella jamá s había tenido. Pero la artista en ella estaba muy intrigada.

Mientras rozaba con el dedo los esmaltados bordes, su mirada se fijó en los viejos espejos
manchados que había unido y dispuestos meticulosamente para alcanzar ese efecto. Sí,
definitivamente quería hacer eso con algunos de los que ella había coleccionado durante
añ os.

Una sombra se movió detrá s de un panel.

Frunciendo el ceñ o, se volvió para ver si había alguien detrá s de ella.

La habitació n estaba vacía.

No seas tonta. Y no les dejes entrar en tu mente. A no ser que pienses cobrarles la renta.

Podrías usar el dinero.

Riéndose de sí misma, fue hacia la puerta, pretendiendo investigar el patio, donde el


arrendatario de la propiedad se supone fue enterrado vivo durante la masacre que ocurrió
allí.

Pero mientras entraba, tropezó con la alfombra. Jo se aferró a la pared, só lo que en lugar de
tocar los paneles de espejo, los atravesó .

Completamente.
Capítulo 3

Jo se congeló cuando se encontró en el lugar má s extrañ o que había visto alguna vez. Un
escalofriante bosque de hadas completo, con á rboles retorcidos que lucían como si
pudieran cobrar vida y tratar de comer su cabeza.

¿No es una porquería? ... He caído en tevelandia y no puedo levantarme.

Y por lo que parecía, era de un episodio inédito de The Addams Family.

Tal vez The Munsters.

Sin duda, uno de los dos. Girá ndose lentamente, no vio má s que una oscuridad sin fin. Sin
color alguno. Incluso su piel era de un pá lido y repulsivo gris. Había perdido para su tono
de piel de Europa del Este.

Extrañ o.

Esta era la razó n por la cual Technicolor se había hecho cargo de las películas...

Un frío viento aullaba a su alrededor, agitando su cabello y provocando escalofríos sobre su


piel. Envolviendo sus brazos alrededor de su cuerpo, se tambaleó hacia delante, a través de
la noche, en busca de un camino a casa.

—¡Selena! ¡Karma!. Hizo una pausa para escucharlas, y no oyó nada má s que el viento. —
¡Esto no es gracioso! ¡Te lo juro, Karma, aquí la perra es Jo! ¡No tú ! ¡Me voy a vengar por
esto! ¡Tienen que dormir alguna vez!—.

Vamos, Jo. Despierta.

Sólo fue un sueño estúpido.

Sin embargo, mientras los segundos se convirtieron en minutos y nada cambió , empezó a
preocuparse.

Asustarse, incluso. De repente, oyó el sonido de pies corriendo, no muy lejos. —¿Lainie?
¡Por aquí! ¡Y trae una linterna!

El sonido se ralentizó y luego se volvió en su direcció n.

Aliviada, ella dejó escapar un suspiro alargado. Hasta que vio la fuente del sonido.

Oh diablos no…

Eran los refugiados en descomposició n de una de esas películas de miedo de zombies que
su prima Tabitha miraba cada noche en su cama.
Aterrorizada, Jo se volvió y corrió tan rá pido como pudo.

Pero para su mala suerte, estos no eran los zombis lentos de The Walking Dead. Oh, por
supuesto que no.

Ella se había conseguido el boleto ganador, estos eran sú per zombis Resident Evil, con
esteroides y entrenamiento olímpico. Uno se lanzó hacia ella y trató de morderla. Jo se
agachó y giró antes de correr en la direcció n opuesta. Frenética, buscó un arma, pero lo
ú nico que podía ver era la niebla y la oscuridad, y el primo hermano de la oscuridad.

¡Inservible!

La próxima vez que tenga este sueño, ¡quiero gafas de visión nocturna y un machete! Por no
hablar de un par de guardaespaldas calientes.

Y en todas esas horribles, horribles películas que Tabby la había forzado a ver, la ú nica cosa
que Jo había odiado siempre era la chica idiota que corría a los gritos, por lo general en
tacones, y ni siquiera intentaba salvarse a sí misma.

Pero, ¿qué demonios? No podía hacer otra cosa.

Dejando escapar un grito espeluznante, corrió , y se estrelló directamente contra un á rbol


duro e implacable que apareció de la nada.

O eso creía ella. El á rbol negro envolvió dos brazos alrededor de ella y la arrastró detrá s de
él antes de girarse y sacar una espada tan rá pido, que le tomó un minuto para procesar lo
que él estaba haciendo. El sonido de metal raspando envió un escalofrió aú n má s grande
por ella.

Apenas podía seguir con su mirada al hombre extremadamente alto que cortaba a través de
esas cosas mientras buscaban matarlo y atraparla. Realmente estaban entrenados. Pero
nada en comparació n con el tipo. É l giraba y esquivaba y empujaba como una bailarina
macabra.

Era obvio que se había enfrentado a ellos en má s de una ocasió n.

A pesar de que le tomó varios minutos, él luchó contra ellos con absurda habilidad y
precisió n.

Después de que finalmente yacían esparcidos en la niebla a su alrededor, se volvió


lentamente para estudiarla. En la asquerosa penumbra, ella no pudo distinguir ningú n
detalle de su cuerpo.

Ninguno. Envuelto en negro sobre negro de pies a cabeza, le recordaba a un monje asesino.
Envainando su espada, le habló en un idioma que nunca había oído antes.

Cuando ella no respondió , él la agarró del brazo y gruñ ó má s incoherencias.

Ella lo empujó . —Amigo, ¿no tienen Babelfish aquí? ¿O Rosetta Stone? Ni siquiera sé de qué
continente proviene eso. —

—¿Humana?—Su profunda voz de barítono la congeló . Ohh, una sexy voz que sonaba
doblemente envuelta en un acento precioso. Agradable y relajante, a diferencia de las
garras feroces que tenía en su brazo.

—Después de mi primera taza de café. La mayoría de los días. Sí, soy humana. — Ella trató
quitarse su mano de encima. — ¿Has tomado tu cafeína? ¿Tu dosis diaria? —

Su agarre se tensó sobre sus bíceps mientras él la alejaba de los cuerpos.

—Hey! Alto, irritante, y aterrador, no soy tu rubia tonta. — Ella golpeó su mano cubierta
por la tela metá lica. —¿Quieres tomarlo con calma sobre la mercancía? Si lo rompes, lo
compras, y no es barato. Tengo tres perros para mantener, ¿sabes? Las Tiras Beggin son
costosas. Y Maisey es adicta a las costosas palomitas de microondas con mantequilla. Y la
marca comú n simplemente no servirá —.

Cadegan no tenía idea de lo que la mujer estaba diciendo. Si bien comprendía la mayor
parte de las palabras que usaba, otras lo dejaban tan desconcertado como su repentina
aparició n en su reino. Y sus frases eran una absoluta tontería.

Por la ropa, él sabía que ella era del mundo humano actual. Pero ¿por qué estaba aquí?

¿Có mo había llegado aquí? Mientras que algunos de los que llamaban hogar a este infierno
podían ir y venir, como los hechiceros, Adoni, u otros habitantes inferiores, los humanos no
tenían la libertad de aventurarse por aquí sin ayuda.

Y cada vez que un ser humano era enviado aquí por él, podía oler sobre ellos el toque de un
demonio desde leguas de distancia.

Ella era diferente. Aunque había algo familiar en ella, no llevaba perfume de nada, salvo
humanidad.

Amabilidad.

Había sido lo que atrajera a los graylings retorcidos a ella y causara que la atacaran. La
inocencia era el bien má s precioso y preciado en este reino infernal. Y fue uno que nunca
duraba mucho antes de que se convirtiera al inocente.

O lo asesinaran.
Cadegan se congeló cuando oyó má s graylings y sidhes corriendo hacia ellos. Peor que eso,
sonaba como que tenían MODs con ellos. Los secuaces de la muerte darían cualquier cosa
por un bocado de su carne humana prístina. Y ellos la devorarían só lo para oír sus gritos
pidiendo misericordia.

—Quédate—. É l la dejó para dedicarse a los seres oscuros y retorcidos que se


aprovechaban de cualquiera lo suficientemente estú pido como para estar afuera en el
bosque Nachtmore a esta hora.

¡Duw! Había un montó n de ellos que la habían detectado, y parecían estar multiplicá ndose
má s por segundo. É l esquivó una espada grayling antes que un MOD le atacara.

La mujer se movió hacia delante, hacia la lucha.

Distraído, sintió la picadura de la criatura con la que estaba luchando. Maldiciendo, lo


venció de nuevo y lo mató un instante antes de que ella comenzara a correr de nuevo.

—¡Alto!

Ella se congeló y extendió los brazos hacia arriba, lejos de sus lados. —¡No dispares!

¿Por qué ella pensaría eso? —No tengo ningú n arco o ballesta, muchacha. Estos serían
inú tiles contra ellos, de todos modos.

—De acuerdo, entonces—. Ella se volvió hacia él.

Cadegan sostuvo su aliento cuando finalmente se fijó en sus rasgos descarados. Alta y
delgada, ella carecía de las curvas que una vez había preferido en el cuerpo de una mujer.
Pero su cara era la de un inocente á ngel oscuro. Su sedoso cabello negro y ojos oscuros le
recordaban a casa. Peor aú n, él sintió un repentino deseo de tocar sus largas trenzas para
ver si eran tan sedosas como lucían. Para inhalar de ellas su dulce aroma.

¡Canolbwyntio! Esto tenía que ser una trampa de algú n tipo. Eso era todo lo que les
esperaba a los condenados a éste eterno reino de la locura. Ni el mundo de los humanos ni
Camelot ni Avalon, esto era Terre Derrière le Voile —el oscuro agujero entre esos mundos
donde su hermano le había enviado para pasar la eternidad. Siempre podía ver los reinos
llenos de colores que ya no podía alcanzar o visitar, no importa cuá nto poder poseía.

Déjala a ellos, entonces, y vete.

Era lo má s sensato. Pero él había perdido la cordura siglos atrá s.

Ahora…

Como los que habían salido a reclamarla, la quería para él. Un rato. Si no por otra cosa, só lo
para aliviar la soledad que era su ú nica compañ ía.
¿Eran unos minutos de conversació n realmente demasiado pedir?

Maldito sea el infierno sangriento de Lucifer.

Y maldito sea él también.

Antes de que pudiera detenerse, Cadegan ofreció su mano a ella. —Sígueme, muchacha,
para que yo vele por tu seguridad.—

Jo vaciló mientras trataba de dar sentido a sus cantarinas palabras. — ¿Quién eres tú ? —

—Cadegan. —

Hombre, era un acento muy espeso el que poseía. Y muy extrañ o, para empezar. Una
peculiar cruza entre un acento irlandés o escocés y espeso inglés. Sin embargo, no era algo
que ella hubiese oído antes. — Cah ¿quién?—

Disminuyó la velocidad para ella. —CUH—doo—gun.—

—Cadegan—. Ella se encogió , esperando que no le insultara con su mala pronunciació n. Si


lo hizo, él no la corrigió por ello. —El mío es fá cil. Soy Jo.—

—Jo. Debemos hacerlo ahora. Los he dejado heridos, pero no podemos quedarnos. Habrá
má s. Siempre los hay.—

Esto era peor que tratar de entender su abuela romaní cuando llegó a uno de sus graves
retrocesos anglo—romaní. —¿Está s tratando de ayudarme?—

—Aye.—

—Está bien, pero tengo un zapato, amigo, y no tengo miedo de utilizarlo—.

Cadegan tenía ni idea de lo que eso significaba, pero sonaba vagamente como una amenaza.

Si tuvieran má s tiempo, se reiría ante la idea de una mujer tan flaca pensando que podía
hacerle dañ o. O cualquier mujer u hombre, para el caso. Pero este no era el momento.
Tenían que huir antes de que algo la alejara de él.

Ella finalmente puso su delicada mano en la suya, y maldijo el hecho de que vestía guantes
que le impedían sentir su piel sobre la suya. Había estado sin contacto humano durante
tanto tiempo que no podía recordar la sensació n en absoluto. No es que él hubiese conocido
tanto.

Aun así... todo el mundo anhelaba algú n grado de contacto físico.

Incluso los malditos y los condenados.


É l tiró de ella hacia el cobertizo que había servido como su hogar desde que Leucious lo
había encarcelado aquí. No era mucho. Una conejera, en realidad. Sin embargo, era limpia y
ordenada. Lo mejor de todo era que podía ser bloqueada y sellada para mantener a los
demá s fuera, el tiempo suficiente para que durmiera o comiera, de todos modos.

Con sus poderes, él abrió la puerta de piedra y le permitió entrar en su casa primero. —Lo
siento, es como un daever.—

—¿Pañ al?—

—¿Pañ al?—, repitió , sin comprender el término má s de lo que ella entendía el suyo. —
Choza—, lo intentó de nuevo.

Jo sonrió cuando finalmente obtuvo su significado. —Es lo mismo—.

—Ah.—

Con el ceñ o fruncido, observó como él extendió la mano y una enorme y masiva roca rodó
sobre la abertura que habían atravesado. En el momento en que estaba en su lugar, diez
candelabros se encendieron alrededor de ella, mostrando el agujero de hobbit en el que él
vivía. El suelo bajo sus pies estaba hecho de planchas de alto pulido de madera, mientras
que á rboles jó venes retorcidos parecían sostener un techo curvado enyesado a mano sobre
sus cabezas. También apoyaban un pequeñ o, alzado, segundo piso tipo loft, donde una
cama modesta estaba fijada en una pequeñ a plataforma que parecía tener cajones en la
misma, y un lavabo. Con todo, el lugar le recordaba a un apartamento—estudio de la tierra.
Probablemente alrededor de unos pocos cientos de pies cuadrados en total.

Había una chimenea a su izquierda con un pequeñ o caldero negro y un colador en ella. Dos
ollas má s y un horno holandés colgaban de ganchos de la chimenea. Las paredes estaban
desnudas, a excepció n de una impresionante colecció n de espadas, lanzas y hachas. Y má s
escudos de los que jamá s había visto en su vida. Fue só lo entonces cuando se dio cuenta de
que podía ver el color en el interior. A diferencia de afuera donde había estado en puro
blanco y negro.

—¿Estarías con ansia de un dibble, muchacha?—

Ella volvió su mirada hacia él, luego se quedó sin aliento al darse cuenta de que él era má s
grande de lo que había supuesto. ¡Madre Santa! Tenía que tener má s de seis pies, con los
hombros enormemente amplios. Vestido con una tú nica negra al estilo monje y capa, con
un cinturó n de cuerda. É l era una montañ a. Se quitó un par de guantes de tela metá lica y los
metió en su cinturó n.

Cuando ella no respondió , él bajó la capucha de la tú nica para finalmente mostrarle su


rostro.
Se quedó sin aliento cuando vio unos ojos tan azules como el mar claro del Caribe. Eran
electrizantes. Antinaturales. Su cabello rubio oscuro estaba cortado demasiado corto. Estilo
fiero militar. Y mientras que los bigotes rubios estaban un poco largos, como si no se
hubiese afeitado durante semanas, no era una barba completa, ni estaba descuidado. Era un
desastre sexy que añ adía un matiz extremadamente robusto para una cara masculina que
de otra manera sería hermosamente perfecta.

—¿Me has oído, muchacha? ¿Te mueres por un dibble?—

Si un dibble era un cá lido Cadegan en su cama, diablos, sí. ¡Inscríbanme y envíenme spam!

Ella tomaría eso y algo má s.

—No estoy muy segura de lo que me está s preguntando—.

Una lenta sonrisa burlona se extendió por su hermoso rostro, haciéndolo má s atractivo y
delicioso.

—Comida. Bebida. Está s deseando un... ¿bocado?—

Hizo un puchero por la decepció n. No es la oferta que estaba buscando. Ella negó con la
cabeza. —Estoy bien. Gracias, sin embargo—.

É l inclinó la cabeza antes de quitarse la capa con broche de oro y colgarla de un gancho en
la pared. Volviéndose hacia ella, vaciló . Su timidez inesperada era encantadoramente dulce
y lo hacía parecer casi auténtico.

—Así que Cade... eres alto, atractivo, elegante, vives en un agujero hobbit. ¿Alguna otra cosa
que deba saber acerca de ti? ¿Có mo si hay una señ ora Hobbit—gigante con quien
compartes tu morada?—

É l no contestó , y parecía que estaba luchando por comprender. En cambio, él bajó la mirada
a su mano. Un hambre que ella no podía sondear oscureció sus ojos. —¿Puedo?—preguntó
vacilante.

—¿Qué?—

Acercá ndose a ella lentamente, tomó su brazo como si esperara que ella se evaporara. Con
una ternura inimaginable, le tomó la mano en la suya y cerró los ojos como si saboreara la
sensació n de ella. Se mordió el labio inferior en la expresió n má s caliente que jamá s había
visto en el rostro de un hombre, y ahuecó su mano entre las suyas. Con su respiració n
entrecortada, llevó su mano a la mejilla y sostuvo sus nudillos contra su piel como si fuera
una reliquia sagrada. De hecho tembló mientras murmuraba en ese idioma meló dico que ni
siquiera podía comenzar a descifrar.
Una parte de ella estaba aterrorizada por sus acciones. ¿Estaba completamente loco? Pero
él no la estaba amenazando. Má s bien, él actuaba como si no hubiera estado alrededor de
otra persona en mucho tiempo.

—¿Está s bien?—

É l inhaló su piel un instante antes de soltarla y dio un paso atrá s. —Lo siento, muchacha.
No era mi intenció n asustarla.

—No hay problema. He estado con citas mucho má s espeluznantes que esto. Embarazosas,
también, y eso mientras yo estaba despierta en ellas... con testigos que conocía—.

É l sonrió ante eso, luego fue a un armario hecho a mano, donde se sirvió una copa de vino.

Justo cuando empezó a tomar una copa, algo se estrelló contra la piedra que había rodado
en su lugar como una puerta.

Boqueando con miedo, Jo se acercó a él.

Cadegan le entregó el cá liz. —Para calmar tus nervios, muchacha. Ten una pizca. Te lo
prometo, no llegará n aquí. Y nunca a través de mí—.

Ella le dio las gracias y tomó el vino, mientras que lo que estaba afuera hizo su mejor
esfuerzo para hacer de él un mentiroso. —¿Puedo preguntarte algo?—

Se sirvió otra copa. —Aye.—

—¿En qué idioma está s hablando?—

—Inglés, creería —La forma en que dijo sonaba má s como Ang—lish.—

—¿No eres inglés?—

La rabia brilló tan acaloradamente en sus ojos que ella retrocedió de inmediato.

—Lo siento, Cade. No era mi intenció n insultarte—.

Un tic latió en su mandíbula antes de beberse el contenido de su copa de un trago y servirse


otra.

—Soy Brythoniaid.

—Eso es absolutamente hermoso. No tengo idea de dó nde está o porque mi cerebro está
lanzando esto, pero está bien. Debo haber estado viendo entradas de Wikipedia de nuevo
—. Ella resonó su copa de metal contra la suya. "Brindo por Bri ... lo que sea que acabas de
decir—.
Cadegan rió de sus palabras, luego se congeló cuando el sonido le sorprendió .
Honestamente, no podía recordar la ú ltima vez que se había reído. Por nada. Sonaba tan
extrañ o a sus oídos.

Ella lo estaba encantando a un nivel espantoso.

Y ella lo hacía ansiar cosas que sabía que nunca podrían ser suyas. —Tú puedes conocerme
como un Cymry o... galés.—

—¡Ah! Ahora sí. Explica mucho, en realidad. ... Eso es impresionante. —Ella terminó su vino
y dejó la copa en su pequeñ a mesa. —Siempre quise visitar el Reino Unido. Debe ser por
eso que mi cerebro está conjurando esto durante mi estado de coma. Ahora que lo pienso,
me recuerdas el tipo que interpreta el personaje de Arrow. ... Sí, estoy viendo la conexió n
finalmente—.

Cadegan resopló ante sus habladurías. —Si sueno tan obsoleto para usted, muchacha, como
tú a mí, pido disculpas a la profundidad de la caverna por ello.—

—Creo que "sí" es la respuesta correcta a eso. Pero está bien. Pero se supone que los
estados de coma no tienen sentido. Está bien.—

—É l sonrió ante su pregunta. —No me gusta ser el portador de malas noticias para ti, pero
tú no está s dormida—.

Jo se tensó ante eso. No podría estar en lo cierto. Por favor, que esté mintiendo. —¿Perdó n?
— Hizo un gesto alrededor de su cueva. —Esto es tan real como cuernos espinosos de Bran.

—No. No lo es. —Esta realidad no podía tener má s sentido que cualquier cosa que él le
hubiera dicho. Asintiendo, él puso su cá liz a un lado.

—No te creo. Demuéstralo.—

Cadegan no tenía ni idea de có mo hacerlo sin dañ arla, y por alguna razó n, esa era la ú ltima
cosa que quería hacer. É l má s bien disfrutaba de su sentido burló n, y le gustaba el hecho de
que no le temiera.

—¿Y bien?—Se burló .

Una sonrisa diabó lica curvó sus labios al pensar en una manera de demostrarlo y no
hacerle dañ o. Antes de que pudiera reconsiderar o detenerse, bajó sus labios a los de ella y
la besó profundamente. Pero no estaba preparado en lo absoluto para la sensació n de
degustarla tan íntimamente. Para las sensaciones que el beso encendería dentro de él.

Aspirando su aliento bruscamente, él empuñ ó su mano en su cabello sedoso y exploró su


boca con un hambre olvidada y un anhelo que resurgió con garras vengativas. Su cuerpo
cobró vida con una necesidad tan feroz, que desafió cada pedacito de su voluntad a
contenerse.

Duw le diera fuerzas.

Jo no habría podido estar má s sorprendida si el hombre le hubiera dado una bofetada. Pero
mientras la sostenía tan cerca de su exuberante cuerpo duro mientras audazmente
exploraba su boca, se dio cuenta de lo musculoso que era. Increíblemente masculino y
caliente. Perversamente caliente, ella envolvió sus brazos alrededor de él y lo abrazó ,
sufriendo por un cuerpo que estaba segura, se sentiría fantá stico sobre ella.

Si esto era un sueñ o, no quería despertar. No si él no estaría allí con ella.

Cuando por fin se retiró , él la miró con un amargo dolor que le provocó un nudo en el
pecho.

—¿Me crees ahora, muchacha?—

Elevando su mano, ella tocó sus labios mientras su sabor se quedó con ella. Le encantaba la
sensació n de sus bigotes contra su piel. —Si no estoy inconsciente, ¿dó nde estoy?—

É l se estremeció antes de soltarla y dio un paso atrá s. —En el infierno.—

—No—. Ella miró alrededor de la cruda y lamentable cueva donde esas criaturas todavía
intentaban entrar. —No—, repitió un poco menos segura esta vez. —No. No es posible—.

—¿Por qué no?—

—Porque... No me gané el infierno.—De repente enojada, ella miró hacia el techo. —¿Qué?

Haces un poco de trampa en estú pido examen de la vista una vez en el décimo grado,
porque no quieres usar gafas y verte como un nerd, y te destierran al infierno por ello? ¿En
serio? —

Ella miró a Cadegan. —Sí, tienes razó n. Esa es mi suerte de mierda. Yo sabía que debería
haber hecho trampa en mis impuestos. ¡Al menos una vez! Pero no. Yo sigo las reglas e igual
me joden.

Siempre. Configuren su reloj a esto, amigos. —Ella asintió con la cabeza mientras se
paseaba por la pequeñ a habitació n. —¡Yo te creo! Estoy en el infierno. ¿Cuá n perfecto es
esto?—

É l resopló ante su arrebato. —Tú no perteneces aquí. Tienes razó n en eso. ¿Có mo has
entrado, de todas formas?—
—Me tropecé con una alfombra y debo haber agrietado mi cabeza en el aparador y morí.
¿Qué tan espectacular es eso? —Ella levantó la vista hacia el techo de nuevo. —¡Gracias
Selena! ¡Perra!

Querría haber muerto al atragantarme con un banana split. Pero no, yo me muero de la
manera má s estú pida, y encima cuando estaba haciendo dieta, no menos. ¡No es justo! Yo
debería haber tenido tostadas, pastel y helado francés, y no el normal yogurt de dieta
repulsivo para el desayuno. ¿Dó nde puedo presentar una queja? —

É l se echó a reír.

Hasta que ella lo golpeo ligeramente en el vientre. —¡No es gracioso! Toda mi vida no ha
sido má s que servir como una advertencia para los demá s. Increíble.—

Frotando su estó mago, él la miró con incredulidad. Nunca nadie lo había tratado tan a la
ligera antes. —Tú no está s muerta, Jo. Está s en Glastonbury Tor.—

—¿Al igual que la abadía?—

En pocas palabras, sí. Se trata de Terre Derrière le Voile, un reino donde se envían cosas
para ser olvidadas—.

—Sí, pero nadie me ha enviado aquí. Caí en ello—.

Se rascó la mejilla mientras consideraba sus palabras. —Entonces debes haber tropezado a
través de un acceso oculto. Normalmente no sucede de esa manera, pero he visto cosas
mucho má s extrañ as que ocurren aquí.—

—¿Eso significa que puedo volver a casa?—preguntó esperanzada.

Por razones que no quería entender, el pensamiento de ella partiendo lo hería en lo má s


profundo dentro de él. —Aye, muchacha. Con tal que encontremos el punto de entrada—.

—Oh, eso es fá cil. Ve a la izquierda en la oscuridad y sigue caminando hasta que te quedes
ciego con ella. —Ella levantó la mano cuando él empezó a hablar. —Estaba siendo
sarcá stica.—Ella frunció el ceñ o. —¿Te has caído aquí, también?—

Cadegan quisiera. —No, muchacha. Me pusieron aquí, con toda intenció n—.

Jo hizo una pausa mientras pensaba en lo que le decía. Eso no tenía ningú n sentido para
ella.

¿Có mo estaba él aquí a propó sito? —¿Por qué?—

—No importa. Fue hace mucho tiempo—.


Ella pasó la mirada por encima de su tú nica moná stica que podría ser antigua o moderna.
Era muy similar a las que el Hermano Anthony llevaba los domingos a misa. —¿Cuá nto
tiempo exactamente?—

É l vaciló antes de responder. —Desde que Eduardo el Confesor era el rey de Inglaterra.—
Selena gemiría ante su estupidez si estuviera aquí. Pero la historia nunca había sido del
interés de Jo. —¿Así que eso era qué? ¿Siglo XV má s o menos? —

—No sé nada de eso, muchacha. Pero era el añ o de Nuestro Señ or, 1045, cuando fui lanzado
en este infierno—.

La cabeza de Jo se tambaleó en lo que estaba diciendo. ¿Hablaba en serio? —¿De verdad?—

—Aye.—

—Guau ... eso es antiguo.—

É l arqueó una ceja ante su tono susurrante. —¿Có mo de antiguo?—

—Mil añ os de antigü edad—.

Cadegan no podía respirar mientras comprendía la realidad y la sangre abandonaba su


rostro.

Había sabido por los destellos a través del cristal que los añ os habían pasado, y que las
cosas habían cambiado muy drá sticamente. Pero esto…

Mil añ os.

Un milenio completo.

Un amargo dolor devoró su corazó n y le ahogó al darse cuenta de que Leucious


verdaderamente lo había abandonado. Lo estú pido que parecía ahora, una parte de él había
sostenido la esperanza de que su hermano le perdonara y volvería a liberarlo.

No lo había hecho.

Como todos los demá s, Leucious le había dado la espalda y lo desterró de sus pensamientos
como a algú n asqueroso cythral enviado para atormentarlo.

¡Haces que se me crispe la piel! Dor, ¿cómo puede alguien amar a un monstruo como tú?

Cadegan apretó los dientes mientras trataba de silenciar el odio ciego que lo había
perseguido a través de los siglos. El odio que le había llevado a destruir todo lo que él
siempre había querido.
Todo lo que había conocido.

—¿Está s bien?—

Nay. Pero no dispuesto a dejar que Jo supiera la verdad. É l asintió con la cabeza antes de
dar media vuelta y luchar contra la desesperació n absoluta que trituraba lo que quedaba de
su alma perturbada.

¿Có mo podía Leucious ser tan frío y sin sentimientos, después de todas las heridas que
Cadegan había soportado por él?

Después de todo lo bueno que Cadegan había hecho, había sido un solo acto de rabia lo que
lo había condenado por siempre.

Por la mano de su propio hermano.

Có mo deseaba que Leucious estuviera aquí. Só lo por un latido final mientras él le quitaba la
vida.

Jo observó en silencio mientras la tristeza má s oscura que jamá s hubiera contemplado se


apoderó de sus rasgos. No podía imaginar que había pasado.

No es real, Jo. No es real. Esto es só lo un sueñ o.

¿Y si no lo es?

Sí, claro, sonaba tan loca como el resto de su idiota familia. Sin embargo... esto se sentía
real.

Sonaba real y no había manera de negar como sabia ese beso.

Ningú n sueñ o nunca se había sentido así. Só lido y complejo. Incluso podía oler las cenizas
en la chimenea.

Extendiendo la mano, ella pasó la mano contra la gruesa lana de su tú nica. Las fibras
á speras rasparon su piel y ella sintió la textura de la tela metá lica que llevaba debajo.

Esto era la realidad.

De alguna manera.

Pero una sola cosa la hacía recelosa de aceptar plenamente. —Si has estado aquí durante
miles de añ os, ¿có mo me entiendes?—

É l bufó cuando un rayo de diversió n volvió a sus ojos. —Yo no lo hago, la mayor parte del
tiempo. Gran parte de lo que dices suena medio tonto. Pero en cuanto a por qué sé esta
versió n de inglés, puedo oír tu mundo mientras las personas se mueven ligeramente cerca
de las fronteras. Y debería mencionar que nací con una habilidad innata para recoger
idiomas y absorberlos rá pido.—

—¿En serio?—

É l asintió con la cabeza cuando la tristeza y desesperanza plagaron su ser. —Tenemos que
conseguir que tú vayas con los tuyos, muchacha. Ahora, cuanto antes. Pero las cosas no
está n calmas todavía. Mejor esperar hasta la mañ ana para ello.—

—Guau. Es como tratar de descifrar Shakespeare o Chaucer.—

Inclinando la cabeza, frunció el ceñ o. —¿Perdó name?—

—Ya sabes. ¿Los escritores famosos? —

—¿Te refieres a un escriba?—É l sostuvo su mano izquierda como si estuviera escribiendo


algo.

—Sí. Mi error. Eres totalmente anterior, ¿no? Y no tienes idea de lo que estoy hablando. Por
Dios, ¿a qué má s eres anterior?— Entonces ella tuvo otro pensamiento. A diferencia de sus
primas, no era una historiadora de ningú n tipo. Realmente apenas manejar cualquier tipo
de línea de tiempo histó rico. —¿Así que eras un caballero cruzado o algo así?—

—No estoy muy seguro de que me está s preguntando, muchacha.—

—Tus ropas y la armadura. ¿Eras un monje? ¿Caballero? ¿Chico de la espada? —

—Yo era un caballero.—

—Para el Rey Edward... no, espera, odias los ingleses. ¿El rey de Gales? No es que yo sepa
los nombres de cualquiera de ellos, ¿pero para el rey de Gales? —

É l negó con la cabeza mientras se dirigía a sacar una silla y cojín para ella. Ahora que ella
miró a su alrededor, se dio cuenta de que era la ú nica silla que tenía. —¿Te gustaría tomar
asiento?

—¿Dó nde te sentará s tú ?—

—El suelo será lo suficientemente bueno para mis pobres partes—.

—Es tu... agujero de hobbit. Me siento mal tomando tu ú nica silla—.

Se quitó la espada y colgá ndola al lado de su capa, Cadegan se encogió de hombros. —Haz
lo que quieras, entonces. —É l fue a sentarse en el suelo con la espalda contra la pared.
Estiró una increíblemente larga pierna y dobló la otra.
Puesto que él no la estaba usando, Jo tomó la silla después de todo. —Entonces, ¿qué haces
para divertirte aquí?—

—No entiendo tu pregunta—.

—Diversió n. Ya sabes, ¿esa cosa que te gusta hacer? —

É l frunció el ceñ o. —No hay diversió n aquí. Só lo sobrevivencia—.

—Sí, pero cuando está s encerrado, como ahora. ¿Qué hacer para pasar el tiempo? —

—Ah. Juego tafl, cruz, y disiau.—

Le encantaba escuchar su discurso y su marcado acento, pero demonios, se le estaba dando


una migrañ a, mientras trataba de darle sentido. —Realmente siento que necesitamos un
traductor.

É l se echó a reír antes de incorporarse y se trasladarse a la pequeñ a mesa donde puso una
vieja caja. Sacó una caja má s pequeñ a y una bolsa de cuero desgastado. Jo se asomó por
encima de su hombro para ver qué má s contenía la caja má s grande. Tenía piezas talladas a
mano similares a piezas de ajedrez. Y ahora que ella estaba prestando atenció n, se dio
cuenta que toda la mesa estaba estriada y serializada como un tablero de ajedrez o damas,
con un diseñ o céltico hermoso sobre él.

Sin comentarios, Cadegan abrió la pequeñ a caja que tenía pedazos de madera marcados con
nú meros romanos. La bolsa contenía un conjunto de dados de madera que él la entregó .

Ella los acarició , sorprendida por su calidad y su antiguedad. —¿Por cuá nto tiempo has
tenido estos?—

—El Hermano Eurig los hizo para mí cuando yo era un nibbler ... un muchacho.—

—¿Hermano Eurig? ¿Era un sacerdote?—

—Un monje.—

Con la boca abierta, ella acunó los dados gastados en la mano mientras luchaba por
adaptarse a la realidad de esto. —¿Estos tienen casi mil añ os?—

—Mil trescientos, má s bien. Nací en el añ o de Nuestro Señ or veinte y setecientos.—

—¿720?—

É l asintió con la cabeza.

—¿Cuá ntos añ os tenías cuando te dio estos?—

—Ocho o menos.—
De ninguna jodida manera. Se quedó mirando los dados con asombro, hasta que cayó en
cuenta de su edad. —Espera... ¿eso significa que te pusieron aquí cuando tenías qué?
¿Trescientos añ os de edad? —

—Aye. Má s o menos.—

La inquietud se apoderó de ella ante esta nueva informació n. Esto no puede ser bueno. Las
personas no viven tanto tiempo.

No, naturalmente.

Ella frunció el ceñ o. —¿Eres un vampiro?—

—Me tienes confundido de nuevo, muchacha—.

—¿Qué eres?

Cadegan dio un paso atrá s por el miedo repentino que vio en sus ojos de color marró n
oscuro.

Una expresió n de pá nico que lo golpeó como un puñ etazo en el estó mago. Era siempre lo
mismo.

Todo el mundo le temía. Siempre lo habían hecho. Incluso cuando era un simple muchacho,
los monjes y los sacerdotes habían sabido que no era del todo humano y le habían tratado
como tal, como excremento que era mejor enterrar antes de que contaminara a los que le
rodeaban. Pero había pasado tanto tiempo desde que tenía alrededor a otro que había
olvidado lo mucho que le dolía ser rechazado.

¡Tú eres una abominación para Dios! ¡Un maldito bastardo! Impropio para estar con tus
superiores

Hizo una mueca mental al recordar a su comandante. É l se había jurado a sí mismo que
nunca volvería a ser tan estú pido. Tan desesperado. Que por ningú n motivo dejaría entrar
alguien má s en su mundo o en su corazó n.

Simplemente no valía la pena el dolor que le seguía.

Y aunque no solía hacerlo en una pelea o batalla, sabía que sería mejor retirarse de este
conflicto antes de que ella lo atacara. Nada bueno saldría de esto. Ademá s, él estaba
acostumbrado a la soledad. No había necesidad de acostumbrarse a la compañ ía ahora.

—Quédate aquí que es seguro. Volveré en la mañ ana y te mostraré el camino a casa.— É l
usó sus poderes para traer su capa y espada hacia él, y rá pidamente se fue del ú nico cwtch
que tenía, pausando brevemente para asegurarse de que estaba segura en el interior para
que nada pudiera llegar a ella.
En la sombría oscuridad de afuera, permaneció de pie, apoyá ndose en la piedra que usaba
como puerta, y suspiró mientras los viejos recuerdos lo recorrían. Só lo que en ese entonces,
había sido una pequeñ a rubia quien lo había mirado con terror, mientras los enemigos
saqueaban su casa y conquistaban su pueblo.

La habrían matado a ella y a su familia, también. Pero como un tonto, él había arriesgado su
propia vida para salvar la suya.

Se frotó la cicatriz en su pecho y se forzó a olvidar ese recuerdo. Tanto como Æthla, el
pasado se había ido.

No había nada que pudiera hacer al respecto. É l había preparado su lecho espinoso. Y ahora
sabía que nunca habría un alivio para gente inú til como él. Esta era su eterna realidad.

Amargo aislamiento y la má s dura supervivencia.

Que así sea.

Pero cuando se volvió para caminar por el torcido y retorcido bosque, donde sus enemigos
esperaban para luchar con él, recordó el sabor de un beso cá lido de Jo, y la sensació n de
una mano suave en la suya.

Podrías mantenerla aquí.

No había manera de que ella cruzara sin su ayuda. Ella nunca encontraría de nuevo al
portal por su cuenta.

Pero al oír los gritos estridentes de un alma en pena y el sonido de los depredadores
nocturnos en busca de sangre, él sabía que no podía hacerle eso a otra persona.

É l no era su hermano.

Y a diferencia de él, ella no había hecho nada malo. Lo había dicho ella misma. Ella no se
merecía ser condenada a este infierno.

Deseando la muerte para sí mismo por enésima vez solo este día, Cadegan se transformó en
un pequeñ o mirlo y voló al nido en un á rbol para pasar la noche.

***

Con un profundo suspiro, Jo metió los dados en la bolsa de cuero y luego en la pequeñ a caja
metida de nuevo en la má s grande donde Cadegan los mantenía almacenado. El corazó n le
dio un vuelco por su insignificante entretenimiento.

Tanto por una Xbox. É l probablemente mataría por tener algo así aquí.
Al cerrar la tapa, ella frunció el ceñ o ante la visió n de una mancha de color rojo brillante en
la parte superior de la madera. Era sangre fresca. Mirando a su alrededor, vio má s gotas
salpicadas y algunas manchas, y se dio cuenta de que Cadegan debió haber sido herido en
su lucha mientras la protegía.

¿Por qué no había dicho nada al respecto?

Y mientras estaba allí, vio las imá genes en su mente de Cadegan solo en la mesa, jugando en
contra de su propia sombra, durante horas y horas, mientras se enfrentaba a la pared de
tierra escasa.

Noche tras noche.

¿Có mo había hecho para soportarlo? La soledad tenía que ser insoportable. Sin mú sica. Sin
televisió n.

Sin conversació n.

De hecho, ella fue capaz de revisar todo el sitio por completo en menos de media hora. Era
el má s pequeñ o de los hogares.

Su armario guardaba un poco de carne seca y fruta. Unas cebollas, puerros pequeñ os,
tazones de puerros deshidratados y cebada. Una jarra de vino y aguamiel. Sus ollas de estilo
antiguo eran tan escasas y desnudas como el mobiliario. Unas pieles en el suelo.

Maldita sea.

Después de subir la estrecha escalera de madera, se puso de pie en el pequeñ o desvá n y se


quedó mirando el palé de tamañ o individual que dijo que no entretenía a otros en su lecho.
Nunca.

Ella estaba sorprendida de que realmente el entrara en esa cosa minú scula.

El delgado colchó n era de paja y cubierto con un pañ o limpio, sá banas, pieles y ropa
desgastada. Había un tronco antiguo má s grande, establecido al lado que contenía otro traje
negro como el que él había llevado, junto con un kit forrado en piel para reparar la tela
metá lica. Una aguja e hilo. Dos tú nicas de lino blanco y tres pantalones de lana. Tres pares
de calcetines de lana á spera.

Demonios, su vida era malísima. Nunca se quejaría de nuevo de la suya. Puede ser que haya
momentos de miseria suprema, pero ella siempre tenía su familia a su alrededor para
hacerla reír sin importar lo mal que se sentía.

Sentada en la cama, oyó un ligero cascabel. Ella miró el poste y encontró un viejo rosario de
madera, de todas las cosas, colgado allí.

—Supongo que no puedes ser un vampiro y dormir con eso—.


Mientras ella se recostaba contra el cabecero, se dio cuenta de que era un antiguo escudo
de algú n tipo. Celta en el diseñ o. Sin embargo, ella siempre había asumido que utilizaban
pequeñ os escudos redondos, como los que cuelgan entre sus paredes. É ste le recordó má s a
un estilo romano antiguo. Y parecía estar hecho de oro macizo.

—Brillante, —suspiró ella, pasando la mano por el adornado grabado en la superficie.


Ademá s de las volutas tradicionales celtas, eran arpas y calderos. En el círculo central
estaba la imagen de un á rbol de roble con lo que parecía ser manzanas de color rubí que
colgaban de sus ramas.

Era lo ú nico de verdadero valor que poseía, y parecía extrañ amente fuera de lugar. Y a
diferencia de las otras armas, éste no contaba con un golpe o rasguñ o en él. Era tan prístino
como el día que había sido creado.

Sí, de acuerdo, en un agujero hobbit de rarezas, este era el má s extrañ o de todos.

Y nada de esto le dio la má s mínima pista sobre qué tipo de criatura podía ser Cadegan.

Asumiendo que esto era real y no un coma o un sueñ o. ¿Qué clase de criatura vivía cientos
de añ os y no envejecía? Llevaba un rosario, se alimentaba de comida, carecía de colmillos…

Nada de esto tenía sentido.

Por primera vez en su vida, deseó haber prestado má s atenció n a la locura y los intereses
de su familia. Esos bribones podrían no só lo leer la escritura rú nica en sus cosas, sino saber
exactamente quién y qué era. Alguien en su familia podría, incluso, haber escrito un libro
sobre su raza.

Ella sacó el rosario de la pata de la cama y lo enredó alrededor de sus dedos. En la parte
posterior de la cruz, había un grabado con palabras en latín, que estaban desgastadas. Pax
Vobiscum... La paz sea contigo.

Sí, eso era extrañ amente apropiado para el hombre tranquilo que había luchado contra sus
atacantes con una habilidad y facilidad aterradora. Había una paz en él que iba en contra de
la violencia que ella lo sabía capaz.

En ese momento, ella lamentó ahuyentarlo. Pero entonces eso era lo que hacía. Todo
hombre al que había conocido había salido por la puerta corriendo. Algunos incluso
gritando a su paso.

Especialmente Barry.

En su defensa, ella había lanzado objetos en llamas hacia él mientras ella lo perseguía fuera
de su casa. Pero eso era otra historia.
Sin embargo, ¿la parte má s triste? En realidad no extrañ aba a su ex marido. ¿Có mo puede
alguien estar casada durante cinco añ os, tras salir juntos durante dos, y no llorar por el
divorcio?

Ella había gritado mucho. Incluso había permitido que Selena y Tabitha hicieran muñ ecos
vudú de él. Y que Karma maldijera su pene.

Pero no hubo lá grimas. Ni una sola.

Lo que má s la entristecía era su casa vacía. Las á reas sin nada que alguna vez habían
almacenado las cosas de su ex. Echaba de menos tener un cuerpo alrededor, especialmente
por la noche.

Estoy rota.

Por eso amaba tanto a sus perros. Ellos no la juzgaban ni la encontraban deficiente. Nunca
criticaban. Má s bien, la amaban, incluso cuando ella no era digna de ello.

Pero claro, ellos amarían a cualquier persona con los pulgares necesarios para abrir y
darles Alpo y Kibbles.

Sí. Como no quería pensar en la verdad, se trasladó de nuevo al pequeñ o lavabo que estaba
junto a su baú l y se lavó el maquillaje. Con nada má s que hacer, se fue a la cama a esperar
que en la mañ ana se despertara en su propio mundo.

Pero el sueñ o no vino a ella. Yacía acurrucada en pieles que mantenían la rica fragancia
masculina del ser má s enigmá tico que jamá s había conocido. Le hizo preguntarse dó nde
estaba durmiendo esta noche. Seguramente él no estaba por ahí con esas criaturas.

¿O sí?

¿Por qué te importa?

Jo miró alrededor de la cruda habitació n iluminada por antorchas y se preguntó cuá ntas
incontables noches Cadegan había estado aquí. En solitaria agonía. Y en ese momento, se
dio cuenta de por qué le importaba.

Nadie se merecía esto.

—¿Cadegan?—, susurró . —Si puedes oírme, lo siento si te hice dañ o. Y si puedes oírme,
¿puedes volver? No me gusta estar sola. Por favor, no me dejes así—.

Una lá grima se deslizó por el rabillo del ojo cuando comprendió la dura realidad. Como ella
tenía una familia tan descomunal, nunca había pasado má s de cinco minutos a solas. Fue la
razó n por la que tuvo tres perros.
Su infierno era el aislamiento. Ella no podía soportar este sentimiento de estar sola, sin
nadie alrededor.

Mientras lloraba en silencio, el escudo comenzó a brillar y zumbar. Jo levantó la cabeza


para fruncir el ceñ o ante él.

¿Pero qué...?

Muy profundo en el oro, un rostro borroso masculino resplandecía.


Capítulo 4

Aterrorizada, Jo se alejó del escudo mientras que la cara se volvía má s clara y definida.

—¿Jo?

Ella se congeló al ver la imagen de Cadegan, observá ndola—. ¿Qué diablos? Cade, realmente
necesitamos hablar acerca del tamañ o de tu iPhone, amigo. ¿Está s compensando algo?
¿Hmmm?

La desconcertada expresió n en su cara le dijo que él estaba completamente perdido.

Ella le sonrió —. Perdó n. Usamos iPhones para conversar así con imá genes. Pero son solo
así de grandes —Levantó su mano para mostrarle el tamañ o.

—Oh. He escuchado esa palabra antes —Hizo una pausa—. ¿Requieres de algo, muchacha?

Asintió antes de poder detenerse—. ¿Puedes volver aquí?

Adorablemente avergonzado, se materializó al lado de la cama. Con el ceñ o fruncido, pasó


un nudillo por su mejilla mojada—. ¿Está s lastimada?

Jo su tomó la mano entre las suyas y la sujetó fuerte mientras presionaba contra ella su
mejilla—. No me gusta estar sola, sé que es extrañ o a mi edad, pero así es—.

É l le ofreció una sonrisa amable—. No lo es. Entiendo perfectamente tu tristeza—.

Por supuesto que lo sabía. É l conocía la miseria mucho mejor que ella. Soltando el agarre de
su mano, Jo finalmente vio la sangre goteando—. ¿Está s herido?

Indiferente, se encogió de hombros—. Un grayling me rasguñ ó antes.

—¿Grayling?

—Las criaturas nudosas que te atacaron a tu llegada. Ellos son muy rá pidos, a veces incluso
má s que yo.

Jo se levantó y fue al lavamanos a mojar otro pañ o. —Déjame ver esa herida.

É l no se movió . —Sin preocupaciones. Sanará , ahora, en un minuto.

Ella arrugó la nariz—. Sigues diciendo eso, pero no tiene sentido ló gico. Ahora y en un
minuto sería un oxímoron.

É l resopló —. Pues suponlo, ¿puedes? Mis oraciones al hablar está n siendo criticadas por
una mujer a la que solo le entiendo una de cada tres palabras.
Riendo, ella tiró de su toga. —Afuera, Bunky. Quiero revisar esa herida. —

Cadegan dudó antes de obedecer. Sacó su tú nica por la cabeza y la dobló , acomodá ndola
sobre su cofre de pertenencias.

Ella le dio una mirada irritada mientras tironeaba de la tú nica de malla. — Eso fue bastante
inú til, ¿no?—

Con una media risa, él desató y removió su malla metá lica y el gambesó n relleno antes de
desenlazar y enrollar la manga de la tú nica inferior.

—Oh por Dios, eres como una muñ eca rusa. ¿Cuá ntas capas estas usando?

Se encogió los hombros ante su burló n y sorprendido tono. — Solo las que siempre he
usado.

Rodando sus ojos, ella empujó la manga hasta que la tosca e irregular herida quedó
expuesta.

Se encogió ante la vista. Debía doler como el demonio. Aun así él no reaccionó para nada.
Eso, má s que nada, le dijo cuá n miserable era su existencia.

Jo dudó al ver la profundidad de la herida, así como un gran nú mero de otras cicatrices en
su antebrazo. Marcas de garras, mordidas y otras cosas que ni siquiera pudo comenzar a
adivinar. Su carne estaba acribillada por ellas. Lo má s extrañ o, sin embargo, eran las que
envolvían su antebrazo derecho y sus dedos, que parecían fila tras fila de cicatrices con
forma de diamante. Le recordó a algú n tipo de prensa, como si hubiera estrujado su brazo.
— ¿Fuiste atrapado en un exprimidor o algo parecido?

Ella pasó sus dedos sobre el extrañ o diseñ o de cicatrices. — ¿De qué es esta cicatriz?—

Sus mejillas se colorearon antes voltear su rostro. —No es nada.—

—Es algo. ¿Por qué te avergü enzan?—

Un tic comenzó en su mandíbula—. No importa. —É l comenzó a alejarse.

Jo lo sostuvo a su lado—. ¿Entonces por qué no me cuentas?—

Hizo un puñ o con la mano derecha y suspiró antes de rendirse—. Cuando era un muchacho,
el Hermano Owain solía saquear los cofres para sus apuestas. Cuando el Padre Bryce notó
la moneda faltante, él me culpó por eso, ya que fue a mí a quién el Hermano Owain señ aló
como el ú ltimo en el cuarto con todo dentro. Las cicatrices son a causa del castigo por ello.

Jo se esforzó por seguir sus palabras y entender la historia—. ¿Tu hermano te hizo esto?—
—Nay, yo era un oblato.—

Ella sostuvo su brazo mientras limpiaba la sangre coagulada—. No conozco esa palabra.—

—Mi madre me arrojó a los monjes tan pronto como fui parido. Fui criado en el monasterio,
destinado a tomar los votos—.

Bueno, eso explicaba la toga benedictina que usaba—. ¿Lo hiciste?

É l sacudió su cabeza—. Justo antes de hacerlas, el rey vino y me llevó a la batalla.— Esa fue
una forma extrañ a de decirlo. ¿Lo decía en serio? —¿Te secuestró ? —

Resopló con resentimiento—. É l era el rey, muchacha. Era ir de buena gana o morir
voluntariamente—.

Ella contempló la espantosa elecció n que le fue dada. Debió ser duro ir de la vida de un
monje a la guerra con tan poca anticipació n. Lo que la llevaba a otra cuestió n, en especial si
fue llevado al monasterio como un niñ o…— ¿Al menos sabías pelear?—

—Nay, pero la batalla me enseñ o rá pido—.

Solo podía imaginarlo. Era un milagro que no hubiera terminado descuartizado al primer
día, y explicaba un montó n acerca de sus habilidades con la espada que presenció cuando
llegó —. ¿Qué edad tenías?—

—Diez y cuatro.—

Ella boqueó al imaginarse a un pequeñ o niñ o delgado siendo arrastrado de su hogar por
guerreros armados a pelear una batalla medieval. Debió estar aterrorizado—. ¿Fuiste a la
guerra a los catorce? —preguntó incrédula.

—Aye —. Fue la simple constatació n de un hecho, sin emoció n. Pero ella lo sabía mejor. No
había forma en la que un niñ o atravesará esos horrores y no tuviera cicatrices por dentro.
Era insondable.

Y lo que le habían hecho a él era inconcebible.

Mientras limpiaba su herida y observaba las profundas cicatrices que esas batallas dejaron
en él, sintió que su corazó n se rompía. Ella rozó las que tenían forma de diamante, y la
llevaron a través de este brutal patró n. — Entonces lo que dices es que fuiste torturado
porque uno de los monjes robaba del monasterio para apostar, ¿y te culpó a ti por el robo?

Suspiro con cansancio. —Todos éramos llevados bajo una bañ era de vez en cuando.

—¿Significado?
—Tarde o temprano, todos tomá bamos la culpa por los pecados del otro.

Palabras tan verdaderas…

Pero eso no borraba la agonía que esta clase de cosas dejaban en el interior. El sentimiento
de una traició n brutal. Nadie quiere ser señ alado por cosas que otros hicieron, y tomar la
culpa por algo que uno no había hecho era lo peor. Por no mencionar, Cadegan era tenía
menos que catorce cuando le habían hecho eso. ¿Có mo era posible que un adulto dejara que
un niñ o sufriera por sus crímenes?

Ella nunca entendería tal crueldad.

—Lo siento, Cadegan.

É l se encogió de hombros—. No te preocupes. Pudo haber sido peor. Pude haber perdido mi
mano por completo. Malditamente cerca. Por suerte, solo me dejó coggy—handed.

Ella frunció el ceñ o de nuevo por el término que nunca había escuchado—. ¿coggy—
handed?

—En estos días, principalmente uso mi mano izquierda —Hechó una mirada sobre el
hombro de ella al ver su rosario en la cama, donde ella lo había dejado. Sin una palabra, lo
regresó a la columna de la cama.

—¿Era tuyo del monasterio?

Asintiendo, bajó la manga de su tú nica y la cerró . — Debería dejarte dormir.

Cuando se dirigía hacia las escaleras, ella lo agarró del brazo—. Realmente no me gusta
estar sola. ¿Puedes quedarte conmigo?

Cadegan echo un vistazo hacia la angosta cama antes que otra avalancha de color tiñ era sus
mejillas.

Ella misma no era inmune a tal pensamiento, pero su sangre no fue hacia su cara. Má s bien
fue a una parte de su cuerpo que le hizo una demanda que no estaba segura fuera la cosa
má s inteligente de hacer. En contra de la razó n, le rogaba que le sacara las ropas y
explorara cada basto centímetro de su duro cuerpo.

—¿Está s segura de que deseas que quede aquí contigo, muchacha?—

—Por favor—.

Evitando la vista de la cama y ella, él se movió hasta sentarse en el suelo, al lado de su


escudo. Con sus piernas estiradas frente a él, cruzó los brazos sobre su pecho, bajó la
cabeza y cerró los ojos como si pretendiera dormir de esa forma.
Fue una acció n tan dulce, inocente y sin pretensiones que la hizo sonreír.

—Cade — dijo en un tono de reprimenda—. Cuando dije quédate conmigo, me refería a


compartir la cama—.

Sus cejas dispararon hacia el norte mientras abría los ojos y la miraba asombrado. —
¿Disculpa?

—Ambos somos adultos, ¿cierto? Podemos compartir una cama y nada má s. Tú te quedas
en tu lado del catre. Yo en el mío—.

É l incluso hizo un mohín mientras consideraba la propuesta. Después de unos segundos,


asintió . —Muy bien, muchacha. Si eso es lo que deseas—.

Ella desató sus zapatos antes de regresar a la cama y rodar hacia su costado para hacerle
lugar.

Cadegan dudó ante la vista de ella en su cama, él en realidad nunca había compartido una
cama con nadie, al menos no para nada má s que unas horas de placer carnal, y nunca en su
cama, má s bien en la de las mujeres. Una sonrisa asomó por la comisura de sus labios al
verla tratar de estar có moda sin una almohada. Ya que el austero abad consideraba
cualquier tipo de confort pecaminoso,

Cadegan había crecido sin una. Después él había sido reclutado en la guerra, y tendría aú n
menos confort corporal mientras luchaba contra los ingleses.

Nunca le dio un segundo pensamiento a esto. Ahora… él manifestó una almohada para ella.

Cuando se la alcanzó , su cara entera se iluminó .

—¡Gracias!—.

Le dio un pequeñ o asentimiento y miró rá pidamente como la acomodaba entre su cabeza y


brazo. Ella lucía adorable así. Preciosamente dulce, y mucho má s tentadora de lo que
debería.

Tratando de no enfocarse en esa inconveniente línea de pensamiento, se deslizó dentro de


la cama y le dio la espalda. Dobló su brazo bajo la cabeza y cerró sus ojos para dormir, y no
pensar en la cá lida presencia contra su columna, o el dulce aroma de vainilla y almendras
que hacía agua su boca y endurecía su ingle.

Apretó los dientes en un intento por aplastar sus inú tiles fantasías.

—¿Cade? —ella murmuró después de unos minutos—. ¿Aú n está s usando tus zapatos? —

—Aye. —
—¿No está s incó modo? —

—No comprendo tu pregunta. —

Jo giró , chocando con él, moviéndose hasta que fue capaz de ver su rígida espalda. De la
cintura para abajo, aú n usaba la tú nica metá lica. Incluso sus espuelas—. ¿Siempre duermes
con la armadura?—

—Aye. —

—¿En serio? —

É l no se movió o reaccionó a su sorpresa ni un poco. —Aye.

—¿Siempre? —repitió .

—Aye —dijo aú n en ese siempre paciente tono.

Ella se inclinó hacia arriba para verlo hacia abajo. É l tenía sus ojos cerrados, y de no ser por
el suave subir y bajar de su pecho, ella pensaría que estaba dormido—. ¿No te irrita?—

—Supongo… ¿Importa? —

Bueno, seh.

Probablemente no debería, sin embargo no le gustaba el pensamiento de él en constante


sufrimiento—. ¿Alguna vez te la sacas?—

—Aye, para bañ arme. —

—¿Pero no para dormir? —

—Nay, muchacha —Suspiró antes de explicar má s—. Costumbre del ejército. La maniobra
de los mercianos era venir por nosotros en medio de la hora principal de la corte Sidhe.

Ella frunció el ceñ o por su excusa. De cualquier forma, ¿qué diablos fue lo que dijo? —
Inglés, amigo, ¡Habla inglés! —

É l rio por su fingido arrebato de enojo—. É ramos atacados en medio de la noche, por
nuestros enemigos. Por lo tanto, dormíamos armados para no ser atrapados con el culo al
aire en una pelea.

Oh…

La severidad de su vida explotó sobre ella. Y antes incluso de pensar lo que estaba
haciendo, ella llegó a pasar su mano por el corto y puntiagudo pelo de él. Apenas era de un
centímetro de largo. Su prima Molly tenía pelos en la pierna má s largos que los de él en su
cabeza. Pero de nuevo, él no tenía nadie por quién dejarlo crecer o arreglarlo.
Ella tenía un mal presentimiento sobre la tranquila aceptació n de él acerca de su vida de
que no iba a conocer nada má s. Y eso le hizo preguntarse una cosa—. ¿Alguien alguna vez te
han amado?

Cadegan tragó fuerte mientras que la pregunta revivía amargas memorias. Memorias que lo
llevaron a una sola verdad—. Nay, muchacha. No tengo comprensió n de esa palabra—.

Cerrando sus ojos de nuevo, saboreó la sensació n de sus dedos gentiles cepillando su cuero
cabelludo. Nunca nadie lo había tocado así.

Como si él importara.

Mucho de eso lo atribuía a él siendo reservado. É l era un poco demasiado para la mayoría.

Demasiado alto. Demasiado intenso. Demasiado espantoso. Demasiado demoníaco.

Con demasiadas cicatrices.

En su juventud moná stica, no había conocido nada acerca de los placeres que las mujeres
podían proveer al hombre. É l solo las veía a una gran distancia en sus deberes de
jardinería, siempre que ellas se atrevían a aventurarse a la puerta para pedir por caridad.
Era lo má s lejos que estaban permitidas en el monasterio. Y desde esa distancia, habían
sido indistinguibles de los hombres.

Una vez que su madre dio a luz a Cadegan en una celda del monasterio y lo abandonó allí, el
Padre Bryce impidió estrictamente el ingreso de cualquier mujer dentro de las puertas, por
cualquier razó n. Y a Cadegan le fue prohibido de aventurarse cerca de cualquier puerta o
ventana que llevará al exterior de las paredes de piedra del monasterio.

Cadegan ni siquiera había sabido como sonaba la voz de una mujer. No hasta que se alistó .

Solo entonces escuchó sus agudos llantos de placer, y vio como los soldados jugueteaban
con las putas que seguían sus tropas, intercambiá ndose por monedas y restos.

Asustado de avergonzarse a sí mismo y ser molestado por ello, se reprimió hasta que
estuvo cerca de los veinte añ os. É l probablemente hubiese esperado má s si uno de sus
compañ eros no lo hubiese acosado con bebida una noche, luego de una brutal batalla que le
hizo buscar cualquier distracció n de las memorias de eso.

Al final, ella no solo había tomado su virginidad y robado su moneda, lo dejó con una
espalda ardiendo por los rasguñ os, una despiadada resaca, y cuatro días de amargo hambre
porque había carecido del dinero para comprar algo de comer. Eso le había enseñ ado, así
como su primera vez en batalla, de guardar su ingenio para él mismo cuando una mujer
estuviera cerca. Eran tan peligrosas como los caballeros mercianos y sajones a la hora de
derramar buena sangre galesa… y mucho má s traicioneras.
Pero con el aliento de Jo cayendo sobre su piel mientras jugaba con su cabello, él se sintió
embrujado por su tierno hechizo. Sus sentidos le dijeron que se mantuviera listo en lo que a
ella concerniera.

No era así de fá cil. No cuando su pene estaba tan duro y doloroso, cuando su corazó n estaba
debilitá ndolo con anhelos de cosas que nunca conocería.

En ese momento, gustoso daría su vida por la muchacha si ella moviera sus dedos a una
parte má s baja de su cuerpo. Jo frunció el ceñ o mientras dejaba caer su mirada hacía el
cuello de él y veía otra terrible cicatriz asomá ndose por debajo de la línea de su cuello. Ella
recorrió la carne levantada y fruncida con la punta del dedo—. ¿Có mo conseguiste esta?

—No tengo recuerdos de ella, en particular—.

¿Có mo podría no saber? Tenía que haber sido terrible…

Se quedó sin aliento al bajar el cuello para ver un poco má s de su espalda.

No…

Mordiéndose el labio, tiró del dobladillo de su remera para exponer la espalda de él, que
estaba completamente desfigurada por las cicatrices. — Santo Dios, Cade. ¿Qué fue lo que te
hicieron?

É l tiró de su remera hacia abajo y regresó a su pose rígida. —No es nada. —

No era de extrañ ar que no reaccionara a la mordida de su brazo. Comparada con el lío en su


espalda, en efecto, no era nada.

É l suspiró de nuevo. —Deberías de dormir mientras seas capaz. El cantar del gallo no
debería estar lejos ahora. Entonces, te veré partir hacia los tuyos.

Tan gentilmente como pudo, Jo lo volteó e hizo que se pusiera sobre su espalda, así podría
verle la cara. Su expresió n en blanco, sin pretensiones, la miraba fijamente. Pero sus ojos
contenían tanta agonía y deseo que hacía que su corazó n se rompiese por él.

Mil añ os de preocupació n.

—¿Los graylings lastimaron tu espalda también? —

É l sacudió su cabeza. —¿Qué importa? —

Ella miró hacia abajo, donde su camisa se dividía sobre su pecho y revelaba incluso má s
dañ o.
No era de extrañ ar que se mantuviera envuelto como un monje de clausura. Incluso tenía
una cicatriz profunda sobre su corazó n como si alguien le hubiese asestado un golpe mortal
—. ¿Qué eres tú Cadegan? ¿En serio? ¿Por qué te hicieron esto?

Tragando duro, él apartó la mirada.

Al principio, ella pensó que el evadiría la pregunta.

No lo hizo. Acomodando la ropa para evitar que ella viera sus cicatrices, él se lamió los
labios antes de hablar en un tono bajo. —Mi padre es un príncipe demonio que sedujo a mi
madre así para robar de ella. Una vez que ella descubrió la verdad acerca de él, ya no me
quiso—.Se frotó la cicatriz sobre su pecho—. Cuando me rehú se a robar a algo de mi madre
para mi padre, él envió a sus legiones contra mí. Ellos me cazan, incluso aquí. —Tragó
visiblemente mientras una sola lá grima caía por la esquina de su ojo. — Incluso aunque sea
un engendro de demonio, no albergo ningú n dañ o hacía ti, muchacha. —É l comenzó a
levantarse.

Jo lo detuvo en su lugar. —¿Qué está s haciendo? —

—Alejá ndome antes de que tú me eches de la cama— su tono vacío le dijo que eso era lo
que las mujeres siempre habían hecho con él. —

Ella ahuecó su mejilla en las manos y lo obligó a mirarla. —Aú n no estoy segura de que esto
no sea un sueñ o o alucinació n. Y nunca he hecho nada apresurado en mi vida. Incluso
después de atrapar a mi esposo en la cama con otra mujer, me tomó tres días reaccionar a
eso—.

É l arqueó una ceja ante eso. —¿Tres días? —

Ella asintió . —Vivo en un espléndido lugar que me gusta llamar negació n. Y no me gusta el
cambio—.

—¿Entonces qué hiciste? —él preguntó .

—Primero, hice que mi prima Karma le pusiera una enfermedad a su equipo y luego me
divorcié de él —.

—¿Su equipo? —

Ella dejó caer su mirada hasta la ingle de Cadegan.

Riendo, él se estiró hacia arriba para tocar un mechó n de cabello de ella. —Debió ser un
gran idiota para elegir a otra por sobre ti—.

—Lo dice el hombre que aú n tiene que conocer mi aterradora familia. Por otro lado, siendo
un engendro de demonio, encajarías perfecto con ellos. Karma probablemente trataría de
agregarte a su colecció n. Selena querría entrevistarte, y mi prima Molly intentaría que
busques algo que perdió . —

É l frunció el ceñ o ante su tono jocoso—. ¿No te asusto? —

—Nah. La ú nica cosa que realmente me asusta es el sonido de una persona desconocida
tosiendo bajo mi cama. —

—¿Perdó n? —

Ella le arrugo la nariz. —Mi mamá y su hermana nos llevaban todos los veranos a mí, a mi
hermana, hermano y primas a la casa del lago de mi tía. Mis primas son un poco bulliciosas
y ya sea Karma o Essie se escondían debajo de la cama y se metían conmigo cada vez que
dormía. Toser debajo de la cama era una de sus má s amigables y gentiles bromas. Después
de tres minutos, me acostumbré. Quitaron todo lo miedosa que era. Me endurecieron, como
cuero golpeado a mano—.

Asombrado, Cadegan enterró su mano en su cabello. —Eres distinta a cualquier mujer que
jamá s haya conocido.

—Seh, esa soy yo. ‘Nunca olvidará s a Josette’. Y nunca fue dicho como un cumplido—.

É l inclinó su cabeza curioso.—¿Josette?—

—Mi nombre completo. Jo es el apodo que uso porque Josette, o peor, Josie la gatimeló dica
fueron ridiculizados abismalmente en mi niñ ez—.

É l enrolló un mechó n de cabello en su dedo índice así pudo frotarlo con su pulgar—. Es un
hermoso nombre. Como la mujer que lo posee—.

Esas palabras la derritieron.

No te atrevas…

Ni siquiera lo pienses…

Pero era muy tarde. Ello lo deseaba con un hambre voraz que no iba a ser negada. ¿Qué si esto
no es un sueño y él es en serio un demonio? ¿Te escuchas a ti misma? Eres una idiota, él no
puede ser un demonio. Tú no crees en esas cosas, tú estás en un coma, acéptalo y hazlo con
este caliente pedazo de queso antes que se transforme en algo feo.

Cadegan sostuvo su aliento mientras sentía el cambio en ella. Mientras veía sus ojos
oscurecerse con el mismo anhelo necesitado que lo poseía a él. Ella bajó su cabeza hacía él.
En contra de todo sentido comú n, él tomó ese beso y lo regresó con todo lo que tenía. A
diferencia del ú ltimo, este era fiero y demandante. Un beso nacido de pura lujuria, e
incendió un hambre voraz dentro de él.
Ella se echó hacia atrá s, mordisqueando los labios de él mientras levantaba su tú nica y
pasaba las manos por su pecho. É l gimió en voz alta por la sensació n de ser tocado por otro.
Y cuando ella se inclinó para lamer su pezó n, él gritó y tembló por el placer.

Riendo, ella intentó desatar sus calzas. Hasta que se retiró con una maldició n. —¿Qué, en el
nombre del chocolate, es esto? ¿Está s herméticamente sellado en esta cosa? Amigo, esto es
tan cruel—.

Su risa se unió a la de ella mientras las alcanzaba para sacarlas, entonces se dio cuenta que
se le complicó y entrecruzó los lazos al punto en que estaban imposiblemente enredados.
Gruñ endo, les dio un tiró n. —Es como un maldito sangriento cinturó n de castidad—.

—Dame un cuchillo y las cortaré—.

Se congeló para mirarla boquiabierto. —Está s loca, mujer, si crees que voy a dejarte cerca
de mis bienes con un cuchillo. ¿Has perdido cada parte buena de tu cabeza?—.

—Escuché un definitivo “si, Jo”. En efecto puedes liberarme de este lío ilegible que
erró neamente piensas es inglés—.

Ella realmente fue por uno.

Horrorizado, y de alguna forma temeroso, él rá pidamente usó sus poderes para deshacerse
de todas las costuras de su cuerpo.—¡No te atrevas, muchacha!—

Ella le lanzó una sonrisa seductora de diablura. — ¡Ja! Sabía que podías hacer eso. Todo lo
que necesitabas era un poco de motivació n—.

Ach , ella era preciosa para él. Sonriendo por sus maneras provocadoras, él la besó
suavemente mientras emociones indefinidas y desconocidas se arremolinaban dentro de él.
É l nunca había reído o jugado así en la cama. Para el caso, tampoco fuera. Era un
sentimiento maravilloso.

Jo no podía respirar al probar el sabor de él mientras su lengua danzaba con la de ella. La


imagen de su cuerpo desnudo quedó marcada en su mente. Incluso cubierto de cicatrices, él
era exquisito mientras desabotonaba lentamente su camisa.

Hasta que llegó al corpiñ o y se retiró con una maldició n en galés—. ¿Qué diablos? ¿Có mo
funciona esta monstruosidad?—

Ella frotó su nariz contra la de él. —No es divertido, ¿no es así? Trata de desenvolver un
regalo que ha sido sú per pegado—.

É l estrechó la mirada juguetonamente antes que sus ropas desaparecieran tan rá pido como
las de él.
Jadeando, ella tiró de la colcha para taparse. —Sí, okay. Tienes algunos poderes malvados
ahí, amigo. Cuidado con esos—.

Con ojos oscuros, no respondió mientras que despacio bajaba la mano de ella para poder
alcanzar su pecho. El calor de sus dedos callosos envió escalofríos a través de ella. É l
regreso a sus labios antes de acostarla sobre su espalda en la cama y separarle las piernas
con las rodillas.

Mordiéndose el labio, ella alcanzó el medalló n que él usaba, acuná ndolo en su mano para
así poder verlo. Un poco má s grande que un cuarto de dó lar, tenía la imagen de un dragó n
de tres cabezas abrazando un escudo con sus garras. Algo estaba escrito con runas sobre el
escudo—. ¿Qué es lo que dice?—

El miró abajo y murmuró contra su piel mientras hociqueaba su cuello—. A ddioddefws a


orfu.—

—Fá cil para ti decirlo, galés. ¿Qué significa en verdad?—

—Aquel que sufre, triunfa—.

Ella acunó la cara de él entre sus manos mientras las lá grimas la sofocaban. No era de
extrañ ar que lo usara. Deseando apaciguar el dolor que vio en sus ojos, le envolvió la
cintura con las piernas y apretó su cuerpo entero contra el suyo.

Cadegan sostuvo fuerte el aliento al sentir su piel desnuda contra la de él. Había olvidado
cuá n suave la carne femenina podía ser, y la de ella era la má s suave que jamá s conoció .
Olía a almendras y vainilla, lo mareaba, en especial con ella respirando contra su oreja y
mordisqueá ndole el ló bulo. Era todo lo que podía hacer para no venirse solo por el placer
de ello.

Mordiéndose el labio hasta que sangro, supo que estaba peleando contra Goliat con una
lanza rota.

Su respiració n se aceleró y se encontró con la oscura mirada de ella mientras le pasaba los
dedos por la curva de su suave mejilla. — Lo juro, Josette, pasaré el resto de la noche
compensá ndote —. Pero no puedo soportarlo por má s tiempo —Incapaz de detenerse, se
deslizó profundamente en ella.

Jo gimió por lo bien que se sentía mientras él se empujaba contra sus caderas. Grueso y
duro, la llenaba por completo. Ella solo había olvidado cuá n bueno podía ser el sexo. Por
otra parte, nadie nunca le había hecho el amor así, como si ella fuera el mismo aire que él
necesitaba respirar. É l mantuvo su mirada fija en la de ella mientras apuraba el ritmo con
un feroz rugido.

Ella pasó los dedos por su espalda cicatrizada hasta que acunó su duro y glorioso trasero.
De repente, él tembló contra ella y gritó mientras se venía, jadeando entre sus brazos. É l
enterró la cara en el hueco de su cuello y la sostuvo como si fuera la má s preciosa gema
existente.

Jo empezó a poner mala cara, pero se contuvo. Si, había pasado un añ o para ella, pero no
era nada comparado con el record de él. Por eso, ella podía dejarlo pasar. De una manera
extrañ a, incluso estaba un poco halagada.

Ella frotó su mejilla contra la de él y movió la planta de los pies contra el puntiagudo pelo
de sus piernas. Cerrando los ojos, saboreo el calor del cuerpo de él contra el suyo. Era
bueno simplemente estar de nuevo así de cerca con alguien.

Tímidamente, Cadegan levantó la cabeza para encontrarse con su mirada. É l le cepillo el


cabello fuera de la cara—. Disculpa, muchacha, sé que te mereces mejor que eso de mí. Lo
juro, intenté detenerlo. Pero tu dulce belleza me sobrecargo má s rá pido de lo que podía
combatirlo—.

Ella empezó a decirle que estaba bien cuando de repente sintió algo duro y profundo
dentro de ella, ¿qué diablos…?

Eso comenzó a vibrar e irradiar en la sensació n má s eró tica imaginable. Sinceramente, se


sentía como si él aun siguiera en su interior mientras que él bajaba la cabeza para succionar
suavemente su pecho. Frunciendo el ceñ o, miro alrededor del cuarto, preguntá ndose qué
rayos estaba pasando.

Una lenta, maliciosa sonrisa apareció en la cara de Cadegan. — ¿Te gusta eso, no es así?—

Su respiració n aumentó , ella lo miró fijo. —¿Ese eres tú ?—

É l asintió mientras se movía hacía el otro pecho para así poder lamerla y excitarla aú n má s.

—Mis poderes son infinitos y ahora mismo no puedo pensar en un mejor uso de ellos que
para poner una sonrisa en tu preciosa cara—.

Esa era una seria subestimació n de sus habilidades. Con sus dedos atormentá ndola, besó
todo el camino hasta su estó mago, sus poderes aun vibrando dentro de ella.

Con el cuerpo en llamas, Jo gritó mientras un placer inimaginable atravesaba su cuerpo


entero. —¡Santo cielo!

Despacio, metó dicamente, Cadegan probó y acarició cada centímetro de ella mientras
seguía usando sus poderes para llenarla. Cuando finalmente se vino, fue el má s caliente,
má s asombroso orgasmo que jamá s experimentó . Gritó tan alto, que la dejó ronca. Sip,
definitivamente lo compensó por su inició rá pido y mucho má s.

Mareada y sin aliento, ella lo cubrió con su cuerpo. —Eso fue increíble—.
—Mmm— él suspiró contra su cabello mientras separaba cuidadosamente los pliegues de
su cuerpo con los dedos a medida que iba endureciéndose de nuevo. — ¿Seguro no piensas
que terminé contigo tan pronto?—

Jo no pudo responder mientras montaba lentamente sus dedos.

La sonrisa de él se agrandó . — ¿Te gusta esto, también?

Ella asintió .

—Bien, porque pretendo cumplir mi promesa acerca de esta noche——.

Y eso hizo. Una y otra vez, hasta que ella estuvo débil y agotada, durmiendo como un bebé
en el círculo de sus musculosos brazos.

Completamente satisfecho por primera vez en su vida, Cadegan jugó ociosamente con el
oscuro cabello de Jo mientras escuchaba su suave, gentil ronquido, dormitando sobre él.
Aú n no podía creer que fuera real. Que ella hubiese compartido su cuerpo tan
completamente, y ahora se estirara sobre él como la má s cá lida manta que hubiese
conocido. Por ninguna otra razó n, má s que ella deseá ndolo.

É l no podía comprenderlo.

Y en ese momento, él quería mantenerla allí, en sus brazos, nada le daría má s placer. No
puedes hacerle eso a ella, y lo sabes.

Apretó los dientes mientras la ira lo inundaba. ¿Por qué no podía?

Tú sabes el porqué.

Estaría mal. Ella no pertenece a este frío, monó tono mundo. No cuando ella tenía un
luminoso, brillante reino al que llamaba hogar, esperando por ella.

Amigos y familia que lamentasen su ausencia.

Sin embargo, en este momento de calma, él no quería hacer lo correcto. Estaba tan cansado
de estar solo. De ser castigado por un nacimiento que él nunca había querido. Rogando por
una muerte que le fue negada.

¿Era mucho pedir que le concedieran una persona, solo una, que apreciara su presencia?
¿Qué lo buscara por calor y compañ ía?

¿Una persona que pudiese amarlo?

Por tus crímenes, ¡te condeno a una eternidad en soledad!


Acunando su cabeza contra la de ella, se estremeció ante la enojada voz que nunca estaba
lejos de sus pensamientos.

Tal vez este era un nuevo infierno. Después de todos estos siglos, finalmente había borrado
los recuerdos acerca del cuerpo de una mujer y su corazó n había aprendido a vivir sin
anhelarlo.

Ahora, los recuerdos estaban frescos, y mucho má s dulces de lo que solían ser. Josette no lo
había usado para protecció n. No le mintió para darle falsas esperanzas, incluso parecía que
le gustaba.

Con su corazó n rompiéndose, miró las lú gubres paredes que habían sido su hogar por
incontables siglos. Esta noche con ella había sido un error, debió dejar que los graylings la
tomaran.

Pero desde el momento que escuchó su grito y vio hacía la cara de un á ngel, estuvo perdido.

Malditos todos por esto.

No había nada que hacer, al menos tuvo una noche con ella.

Como con todo, encontraría un camino a través del dolor, aprendería a sobrellevarlo.

Levantá ndole la mano, la colocó contra su mejilla y deseó cosas que él no podía tener.
Deseó sueñ os imposibles.

Má s que nada, pidió un deseo por la vida que ella se merecía. Un hombre que la apreciara.

Niñ os que la adoraran. Paz y una eterna felicidad.

Aye, un alma tan amable y generosa se ganaría eso y mucho má s. Tan pronto como
despertara, la llevaría a casa y la liberaría para que viviese por ambos. En el reino de la luz.

Pero él conocía la amarga verdad de eso. É l gastaría el resto de su vida viéndola desde el
reino de las sombras, deseando poder estar con ella en el suyo.

Ese sería su verdadero infierno. El verla, y nunca má s poder tocarla tan íntimamente.

Se contrajo de dolor ante un futuro al que no quería hacer frente.

Tú ganas, Padre… Leucious. Les cedo la victoria a ambos. Han logrado lo que se proponían.

Finalmente lo habían destruido por completo.


Capítulo 5

Jo suspiró satisfecha mientras despertaba a la má s increíble sensació n de calidez y


seguridad. Nunca había conocido nada igual. Se sentía invencible. ¿Qué tan estú pido era
eso? Ella estaba desnuda y en un hoyo, pero tenía la sensació n de que nada malo podría
tocarla. Nunca.

Parpadeando para abrir sus ojos, se encontró a si misma sobre el pecho de Cadegan, quien
estaba profundamente dormido. É l se aferraba a ella con un brazo, mientras se cubría los
ojos con el otro.

Por supuesto, el camastro no era tan có modo, pero su cuerpo era una historia diferente.
Ella encajaba perfectamente contra él. Como si el contorno de su cuerpo hubiera sido hecho
ú nicamente para el de él. Sonriendo ante la idea, pasó la punta del dedo sobre su pezó n,
rozando los pequeñ os vellos rubios oscuros que lo rodeaban, admirando la forma en que la
luz de las antorchas jugaba a través de su piel leonada y mú sculos. Solo la visió n de sus
miles de cicatrices enfriaba su estado de á nimo.

Tanto dolor innecesario.

Ella tocó el medalló n que estaba caliente por el calor de su cuerpo, y se preguntó có mo
había llegado a él. ¿Había sido regalo de alguien? No parecía el tipo de hombre que podría
comprar algo como esto para sí mismo.

El que sufre, triunfa.

Sí, sonaba como algo que uno de los monjes de su infancia le darían para animarlo, y
recordarle que las cosas podrían mejorar. Sin embargo, para él, nunca había sido así. Y ello
hizo que le doliera el mantenerlo aquí encadenado, como un animal en el zooló gico.

¿Có mo encontraba la fuerza para levantarse cada día y no darse por vencido al no esperar
nada que le causara asombro? ¿Có mo pudo a hacer eso por mil añ os? Había días en que ella
no quería salir de la cama.

Hoy era un día de esos, pero este era por completo, por otra razó n feliz.

Mientras se colocaba el medalló n en el pecho, se dio cuenta de que él estaba despierto,


mirá ndola desde debajo de su brazo.

—Buenos días, rayo de sol — bromeó .

É l le ofreció una media sonrisa sexi. — Buenos días, caru.—

La rabia la llenó . ¡Y ella que se había compadecido por este estú pido! ¡Idiota! — ¡Es Jo! No
Karen. ¡Oh Dios mío, no puedo creer que no te acuerdes de mi nombre!—
Cuando ella comenzó a alejarse, él la sostuvo inmó vil con tal fuerza que ahora la
aterrorizaba, al darse cuenta de la facilidad con que podría hacerle dañ o si así lo decidía.

—Me acuerdo de tu nombre, Josette. ¿Có mo iba a olvidarlo? Caru no es el nombre de otra
mujer. Quiere decir amor… una manera de decir cariñ o. Nunca como un insulto.—

De repente se sintió como una idiota por reaccionar exageradamente. Maldito seas, Barry,
por eso. —Oh. Lo siento—.

É l pasó la mano a través de su cabello enredado. —Soy yo el que lo lamenta, por el hombre
que te lastimo tanto que creas que no recordaría el toque, la cara y el nombre de la diosa
Afrodita después de la noche que pasó en estos brazos. ¿Có mo podría confundirte con otra
persona cuando eres la mujer má s hermosa que he visto en mi vida?—

Las lá grimas nublaron su visió n ante sus palabras sinceras. Nadie le había hablado tan
poéticamente a ella. —Solo tú me has hecho sentir alguna vez hermosa —. Confesó . Por lo
demá s, él era el ú nico que alguna vez la había hecho sentir segura y atesorada. ¿Qué tan
estú pido era eso? No tenía ni un solo día entero de haberlo conocido y sin embargo, no
podía negar lo que sentía muy dentro sí.

Maldita sea, se estaba enamorando de un completo extrañ o.

É l pasó la mano por el borde de su mandíbula, provocando escalofríos sus brazos.—


Entonces nunca has conocido a un hombre de verdad, Josette. Solo grandes tontos.—

Sonriendo, ella tocó sus labios. Mientras trataba de levantarse para besarlo, él la atrapó
contra su cuerpo.

—Cuidado con mi mercancía, amor. Hay algunas cosas que me gustaría mantener unidas a
mi por un largo rato.—

Riendo, ella lo besó en la mejilla. —No me gustaría privarte de ellos—. Jo miraba a su


alrededor cuando se dio cuenta de que algo muy importante faltaba. —Um… por
curiosidad, ¿dó nde podría uno ir hacer sus negocios?—

El ceñ o fruncido en su rostro le dijo que no tenía ni idea de a qué se refería.

—Bañ o, Cade. Necesito uno. Y no ahora, en un minuto. Ahora como ya.—

—Ah.—

Ropas aparecieron al instante en sus cuerpos. Un momento se encontraban acurrucados en


la cama, y al siguiente, se encontraban fuera, cerca de un pequeñ o arroyo en el bosque.

Cuando Cadegan comenzó a alejarse, ella lo agarró del brazo. — ¿Adó nde vas?—
É l arqueó una ceja ante su pregunta. —Supuse que querrías algo de privacidad para tu
negocio—.

—Sí, pero ¿dó nde está el bañ o?—

Hizo un gesto hacia un grupo de á rboles.

—¿En serio?—

—Aye. Es todo lo que tenemos.—

¡Ew! Era tan malo como ir de camping con el tío Tom, Essie y Tiyana. La naturaleza no era
de gran ayuda a la hora de ir al bañ o. — ¿No tienen ningú n PH?—

—¿PH?

—Papel higiénico, por el amor de Dios y de sus santos, hombre. ¿Cottonelle? ¿Scott?

¿Qhilted Northern? ¿Angel Soft? ¿Alguno de ellos te suena?—

Se atrevió a reírse de su indignació n. Algo por lo que le daban ganas de estrangularlo. Con
una sonrisa diabó lica, él extendió la mano y un rollo convenientemente moderno apareció
al instante. —¿Será esto, muchacha?—

—¡Sí! ¡Gracias! —. Agarrando el rollo, se dirigió hacia los arbustos. Y si un caballero


aparecía, ella planeaba gritar.

En voz alta. Y con gran pasió n, y sin miedo a la vergü enza.

Una vez que terminó , hizo su camino de regreso a dó nde Cadegan esperaba con un pequeñ o
tazó n con una serie pequeñ as de bayas grises con semillas. Estaba masticando lo que
parecía un palo de algo.

—¿Qué es eso? —preguntó , señ alando a lo que tenía que ser un desayuno de lo menos
apetecible ya que él lo roía, literalmente, como un perro con cuero crudo.

Trago saliva antes de responder. —Raíz de Merlín.—

—¿Esta bueno?—

É l arrugó su rostro. —Ni siquiera un poco —. Sostuvo la taza hacia ella. —Estos son mucho
mejor para la lengua, pero no había muchos, ya que florecen sobre todo en la noche, así que
guardé estos para ti—.

Vacilando, cogió una de las bayas redondas y grises de la taza. —¿Por qué no hay color
aquí?—
—Se dice que cuando el gran Penmerlin Aquila apartó Avalon y Camelot fuera del reino
humano para proteger la raza de los hombres, de los ejércitos de la reina fey, parte de la
corte de Morgana corrió hacia la abadía, pensando que estarían a salvo de sus poderes.
Mientras lo hacían, la magia de Merlin fue quitada de aquí y condenó a los desafortunados
ocupantes a vivir en las sombras por todos los tiempos.—

¿Se refería a Morgana y Merlín el Mago? —¿Camelot? Como el Rey Arturo y Lancelot?—

É l asintió con la cabeza mientras ella tomaba un bocado y encontró la baya muy sabrosa, a
pesar de su color poco apetitoso.

Jo se dio la vuelta para ver la zona con nuevos ojos, mientras digería su golosina. Así que
este había sido el Glastonbury Tor del que había oído hablar y discutir a sus primos. Guau.
No era lo que esperaba, para nada. —¿Tú fuiste uno de los caballeros de Arturo?—

Ofendido, Cadegan resopló . —No soy tan viejo, muchacha. Arturo murió mucho antes de
que yo diera mi primer aliento.—

—Oh, lo siento —. Cogió otra baya. —Pero tienes que admitir, tú eres má s viejo que el má s
viejo de mis parientes.—

Cadegan no quería ceder ante dicha verdad. Haciendo caso omiso de su sarcasmo, él aspiró
al ver el jugo de las bayas en sus labios. Antes de que pudiera detenerse, levantó su barbilla
y besó sus labios. Su corazó n latía fuertemente, con anhelante necesidad, absorbió el aroma
de ella, deseando poder quedarse aquí en sus brazos, por toda la eternidad.

Pero, por desgracia, él tenía que enviarla por su camino de vuelta. Y má s temprano que
tarde. Cada segundo que estaba aquí, especialmente al aire libre, era una amenaza para su
vida.

Ella levantó una mano para ofrecerle una baya. —¿Puedo preguntar algo?—

Casi declinó tomar de su comida, pero antes de que pudiera detenerse, se la comió de su
mano, y le permitió domarlo como nadie lo había hecho antes. Normalmente, cortaría fuera
el apéndice del tonto que intentara hacer eso con él. Sin embargo, no le importaban esas
intimidades con ella. Má s bien, las anhelaba. —Por supuesto, muchacha—.

Con el ceñ o fruncido, ello lo miró . —¿Có mo es que está s aquí? ¿En serio? ¿Có mo puedes
tolerar el silencio interminable y no volverte un loco de mierda?— —¿Loco de mierda? —él
resopló ante el término hilarante. —Eso nunca ha sido lo que me ha molestado.—

Ella estaba horrorizada. —¿Có mo puede no ser?—

Se encogió de hombros. —Calculo que tiene que ver con crecer en Cymara Clas.—

—¿Crecer dó nde?—
—Cymara Clas… —hizo una pausa mientras buscaba una traducció n a su idioma—. Umm…

tipo… ¿claustro? —. Ante su asentimiento, continuó . —Los monjes habían tomado votos de
silencio, por lo que nunca había escuchado la voz humana hasta que vino el rey, y nos
obligó a abrir nuestras puertas a sus hombres, y me llevaron—.

Jo tragó su baya. Fue un só lido minuto antes de que el peso de su simple declaració n la
golpeara con su dura realidad. —¿Me está s diciendo que te llevaron a la guerra, y ni
siquiera podías entenderlos o comunicarte con ellos?—

—Aye.—

Su mente estaba aturdida mientras trataba de darle sentido a todo lo que él le había dicho.
— ¿Pero sabías los nombres de los monjes? ¿Có mo?—

Movió las manos con gestos graciosos para explicarle a ella.

—¿Lenguaje de señ as? ¿Los monjes hablaban contigo con lenguaje de señ as?—

—Aye. Del mismo modo, yo pensaba en imá genes, no en palabras, ni siquiera ahora.—

Ella tomó su mano derecha con cicatrices en su mano, cuando otro pensamiento terrible se
le vino a la mente. —Y cuando ellos te castigaron no pudiste hacer nada, no pudiste hacer
señ as, ¿podías?—

Arrojó una piedra al azar a través del pequeñ o arroyo mientras caminaban por el bosque.

—No por casi un añ o.—

Silencio total. No había manera de hablar y decirle nada nadie. No había forma de pedir
ayuda…

Lá grimas no derramadas por él apretaron su pecho. —Cadegan, ¿có mo lo soportaste?—

É l frunció el ceñ o, como si no comprendiera por qué estaba indignada en su nombre. —Es
todo lo que sabía, muchacha. No extrañ as lo que no conoces. Es lo mismo que preguntarle a
un pescado si se lamenta por no volar —. Se rascó la mejilla. —De una manera peculiar,
creo que el silencio y la soledad aquí es reconfortante. Cuando me los permiten—.

—Entonces, ¿qué es lo que tiene este lugar que te molesta? Si esa no es la parte irritante—.

É l recogió má s piedras. —Ser acosado y perseguido. Mi peor miedo es ser atrapado y


torturado, y nunca encontrar una manera de escapar—.
Una vez má s, su quijada cayó . ¿Estaba insinuando có mo sonaba? —¿Con qué frecuencia
ocurre eso?—

—Hasta ahora, nunca. Siempre he encontrado una salida cada vez que me llevan—.

É l perdió totalmente la cuestió n de su punto. —¿Con qué frecuencia te capturan?—

Arrugando el rostro, Cadegan se tomó una pausa como si tuviera que considerar
seriamente el nú mero. —Ahora no ocurre tan seguido como antes.—

—¿Qué significa eso?

—En estos días yo soy mejor en la lucha contra ellos, muchacha.

¡Buen Dios! Era exactamente como había sonado. Era tan habitual que ni siquiera se inmutó
o dudó en hablar de ello. —Cadegan… tenemos que sacarte de aquí. ¿Có mo rompemos el
hechizo?

Se rio con amargura. —No hay hechizo que me mantenga atrapado aquí para romper. Mi
hermano me envío a un reino a sabiendas de que nunca podría dejarlo.

—¿Tu hermano? ¿Te refieres a otro monje?

Con ojos tristes, él negó con la cabeza mientras lanzaba las piedras en el agua. —Mi
hermanastro, Leucious. Una vez, después de haber sido herido en la guerra, él vino y me
ofreció unirme a su ejército, para luchar contra otros de nuestra especie. Estuve de
acuerdo, con la reserva de que debería haber prestado atenció n.

—Entonces, ¿por qué te puso aquí?

Cadegan suspiró . —Es una larga historia que nada importa.

Ella odiaba la forma en que él no prestara importancia a la cosa que era la má s importante
de todas. Era como si él pensara que si le restaba importancia suficiente, no habría dolido
tanto. Pero eso no era como funcionaba. La ú nica manera de aliviar el dolor era trabajando
a través de ello con alguien que se preocupara. Alguien que te levantara cuando cayeras, sin
dudarlo, y no te juzgara por tu pasado.

Jo siempre había tenido una familia para eso. Cadegan nunca había tenido un nadie.

—¿Ese hermano es tu ú nica familia? —, preguntó .

—Nay, mis padres siguen vivos, y tienen otros hijos en abundancia.

—¿No pueden sacarte de aquí?


Se rio con amargura. —Muchacha, tan pronto mi madre me sacó de su cuerpo, ella me lanzó
a los monjes y nunca miró hacia atrá s. Mi padre me engendró solo para utilizarme en su
contra, por lo que ella no quiere tener nada que ver conmigo. No puedo quejarme de ella
allí. Mis hermanos tienen sus propias vidas que nunca han sido parte de la mía. Y después
de lo que Leucious hizo, me di cuenta de que estoy mejor sin ninguno de ellos. A decir
verdad, prefiero estar yo solo, que estar con otros en los que no se puede confiar.

¿Có mo puede alguien tener una familia tan numerosa y ni un solo miembro de ella para
defenderlo? ¿Se amaban? Ella no podía entender má s de lo que podía imaginar de su propia
circunstancia.

—Me niego a creer que estas atascado aquí.

Sonrió con tristeza. —Ya nada importa.

—¡Cade! ¡Deja de decir eso! Por supuesto que importa. ¿Có mo puedo no hacerlo?

É l hizo una pausa para darle una sincera e intensa mirada. —He estado aquí durante mil
añ os, muchacha. ¿Qué propones que haga en tu mundo? ¿Dó nde viviría? ¿Có mo podría
funcionar?

Apenas entiendo la mitad de lo que dices. Hablas de cosas que está n má s allá de mi
conocimiento.

Indignada y furiosa, ella lo barrio con una mirada mordaz. —Oh bien, atá came con ló gica y
sentido comú n ¿por qué no? ¿Qué clase de idiota eres para utilizar la ló gica contra mí, eh?

—Y el sabor del pudín es el… ¿qué está s diciendo, muchacha? No tiene ningú n sentido para
mí.

Honestamente, ella no sabía cuá l era su punto, tampoco. Apenas podía cuidar de sí misma.

Había sido un fracaso en todo lo que siempre había tratado de hacer.

Pero había una verdad que no podía negar. Le hizo detenerse y puso la mano en su mejilla.

—Me rompes el corazó n, cariñ o. Me duele tanto verte desterrado aquí, en este triste y
abandonado infierno.

É l sostuvo su mano contra su rostro, como si tratara de sellar a fuego la sensació n de ser
tocado en su memoria. —Estoy desterrado.

—¡No deberías estar desterrado a esto! Nadie debería.

É l tomó su mano entre las suyas antes de besar el dorso de sus nudillos. —Nada cambia,
amor. Nunca. La esperanza es una zorra voluble enviada para atormentarnos con
insatisfacció n. Y
he terminado con ella, con sus promesas vacías, y deseos sin cumplir.

Su mirada angustiada la desgarró . —Mil añ os —. É l pronunció cada palabra con á spera


amargura. —Prefiero que me desoyen la piel de mis huesos, a que azoten mi corazó n con
cosas que no pueden ser. Toma de tu esperanza inú til contigo de regreso a tu mundo. Solo
ruego que ella sea mucho má s amable contigo de lo que ha sido para mí.

De repente, un fuerte grito sonó .

Encogiéndose ante el ensordecedor sonido, Jo se tapó los oídos.

Cadegan escudriñ o el monó tono cielo gris sobre su cabeza. —El tiempo ha pasado, amor.

Tienes que irte —. Había un tono de pá nico en su voz.

—¿Qué es eso?

Presionó su frente contra la de ella. —Los enemigos que quieren lo que nunca les voy a dar.

Hice un juramento al Hermano Eurig, y no voy a romperlo —. Frunciendo el ceñ o, puso el


dorso de sus dedos contra su mejilla. —Se han llevado todo de mí, muchacha. No voy a
dejar que te lleven, también.

Los transportó desde el arroyo a algú n lugar en lo profundo de nudoso bosque. Si bien
estaba má s claro ahora de lo que había estado la noche anterior, todavía era una noche gris
y sin color. Pero había algo extrañ amente brillante entre dos pequeñ os arboles a su
derecha. Le recordaban el lado de un estanque que refleja la luz de nuevo hacia ellos.

Cadegan la empujó hacia él. —Necesitas atravesarlo. Entonces, estará s con los tuyos.

Un intenso dolor la atormentaba por la idea de abandonarlo aquí. A pesar de lo que dijo,
ella sabía que él estaba solo en su aislamiento. Había estado demasiado agradecido por su
contacto para que fuera de otra manera.

—¡Ven conmigo! Lo resolveremos todo, juntos.

Agonía ensombreció su mirada cuando ahuecó su mejilla en su mano enguantada. —No


puedo, muchacha. No importa lo mucho que lo deseo.

El chillido se acercaba.

—Tienes que irte, Josette.

Las lá grimas llenaron sus ojos. Ella no podía obligarse a pasar por la puerta. No sin él. —
Cade—. El silenció su protesta con un beso. —Sigue, ahora. Vive por los dos.
Jo escuchó a Selena y Karma llamando frenéticamente por ella desde el otro lado de la
imagen resplandeciente. Volvió la mirada hacia Cadegan. —¿Está s seguro de que no puedes
seguirme?

Puso su mano en el resplandeciente portal para demostrarle que para él, era un só lido he
impenetrable muro. —Nay, muchacha. Estoy condenado aquí. Ahora ve, mientras eres
capaz. Rompe el vidrio una vez que estés de aquel lado.

El chillido estaba casi encima de ellos ahora. Desenvainó su espada y se movió para
protegerla.

—¿Puedo volver a verte?

Cadegan apretó los dientes ante la pregunta que lo rompió en pedazos. No había nada que
le diera mayor placer. Pero, por desgracia, no se podría. —Es demasiado peligroso. Para
nosotros dos.

—¡Jo! ¡¿Dó nde está s?! ¡No me hagas llamar a tu mamá ! ¡Lo digo en serio, chica! ¡Lo haré!

Ella ignoró el tono enfadado de Karma al otro lado del espejo. —Cadegan…

É l dijo algo en galés antes de empujarla hacia adelante.

Al igual que había hecho hace un momento, se estrelló contra una pared. —¡Alto! —gruñ ó
ella mientras continuaba empujá ndola. —¡No puedo ir a través de ella, tampoco!

Cadegan se congeló cuando se dio cuenta de que estaba atrapada, también. Nay. ¡No era
posible!

Con la rabia apoderá ndose de él, atacó el portal con cada onza de furia que había
mantenido embotellada dentro de sí mismo.

Jo se quedó sin aliento cuando vio un lado de Cadegan que la aterrorizaba. É l estaba fuera
de control golpeando una y otra vez el portal, gritando en galés. Al menos, eso es lo que ella
supuso que era.

De repente, el chillido estaba sobre ellos. Y cuando vio que había hecho el sonido, su
estó mago se deslizó hasta sus pies. Oscuro y retorcido, ellos definitivamente no eran
humanos.

—¿Cadegan? —ella extendió su mano para palmear su hombre. —¿Qué es eso?

Se dio la vuelta y soltó un montó n de maldiciones. —Quédate detrá s de mí —. Con la misma


habilidad que había usado la noche anterior, él lucho contra ellos hasta que estuvieron
muertos o huyendo.
En el momento en que todo había terminado, él estaba cubierto de brillante sangre, el ú nico
color que era evidente, poseía esta tierra.

Se limpió la cara. —Ven, muchacha —. Extendió la mano hacia ella.

No estando segura de si ella debería estar con él, puso la mano en la suya y le permitió
devolverlos a su agujero de hobbit.

Arrojó su espada antes de teletransportarse hacia el lavabo para limpiarse. Apenas se había
apartado de ella antes de que los golpes regresaran a su puerta.

Aterrorizada de que aú n pudieran entrar, subió las escaleras tan rá pido como pudo. —
Estoy tan confundida. ¿Por qué luchar con ellos, cuando podrías habernos traído hasta aquí
con tus poderes?

Dejó escapar una risa amarga que nunca había oído. —Imaginar eso es lo mismo que
ordeñ ar un toro, amor. No te trae nada bueno, salvo dolor —. Se secó el mismo con la toalla,
antes de mirarla.

—Si abro el éter para viajar, pueden seguirme. La puerta sería entonces inú til. Tengo que
tener cierto rango antes de que sea seguro usar esos poderes.

Oh… eso tenía sentido.

—¿Qué eran esas cosas, de todos modos?—

—Graylings —. Se pasó la toalla por su pelo corto. —Fueron criaturas fey que se
enfrentaron a Morgana, y ella les maldijo a esas formas retorcidas.—

É l frunció el ceñ o ferozmente hacia ella. —No entiendo por qué no pudiste pasar. No
debería haber sido problema el que te fueras —. Tirando de ella contra su pecho, la sostuvo
allí. —Prometo que te enviaré a casa, Josette.—

—Sé que lo hará s.—

Se apartó de ella. —Ya vuelvo. En un minuto.—

—¿A dó nde vas?—

—A averiguar la manera de liberarte.—

A pesar de que ella sabía que sería inú til si él decidía usar sus poderes, le cerró el paso. —
No voy a dejarte ir solo.—

—Josette —, dijo con un tono de reproche. —No tienes idea de los peligros que esperan
para devorar tu alma. Tú , en el lugar al que me dirijo, serías un sangriento ciervo de tres
patas, en una perrera de perros voraces.—
—Muy descriptivo y probablemente a propó sito. Pero…—

—No hay peros, por favor. Déjame hacer esto—.

Una horrible sensació n se instaló en sus entrañ as. Sin embargo, ella sabía que no tenía otra
opció n.

Dando un paso atrá s, asintió con la cabeza. —Buena suerte—.

***

Karma se detuvo al oír la voz de Jo en la distancia. — ¡Josie, Jo!—

Seguía sin haber respuesta.

—¡Hey, Karma! —Selena llamó desde abajo. —Te necesito.—

Bajó corriendo las escaleras tan rá pido como pudo, para encontrar a su hermana en el
comedor. Sola. —¿Qué sucede?—

Selena le dio el teléfono de Jo. —Estaba cerca de la puerta.—

¿Qué extrañ o era eso? Jo nunca dejaba su teléfono voluntariamente. —¿Fue a la parte de
atrá s?—

Selena negó con la cabeza lentamente antes de que le indicara a Karma para que la siguiera
afuera, a un pequeñ o patio. —Tenemos un problema—.

—Sí, mierda. Hemos perdido a Jo, y nuestras madres nos mataran si no la encontramos en
una pieza y feliz—.

—Bueno, eso también. Pero no. Escú chame… yo la vi.—

—¿Dó nde?—

Selena miró hacia la casa antes de hablar en un susurro. —En los espejos. Ella estaba con
un hombre vestido como un cruzado medieval—.

La sangre abandonó su cara. —¿Qué?—

—Ella está en otra dimensió n, K.—

Karma maldijo. —¿Qué hacemos?—

Selena no estaba realmente segura. Pero no podían dejar a su prima atrapada en algú n
reino en el espejo. —No lo sé. Tú llama a Zeke y dile que se reú na con nosotras aquí, y yo
llamaré a Ash.
Tal vez uno de ellos sabrá dó nde está y có mo sacarla.—

—Estoy en ello —. Entró en la casa, y se dirigió a las escaleras hasta que se dio cuenta de
que Selena no la seguía. Má s bien, ella estaba parada justo por dentro a la entrada de los
espejos. —¿Qué está s haciendo?—

—Me quedaré aquí en el comedor, en caso de que ella encuentre su camino a casa —.
Selena miró a su alrededor cuando un escalofrío horrible recorrió su espalda. —Tengo un
mal presentimiento sobre esto.—

Karma asintió . —Yo también. Hay algo realmente malvado aquí. Y honestamente, no estoy
segura de que volvamos a ver a nuestra Jo—Jo de nuevo.—
Capítulo 6

—Bueno, bueno. ¿Alguien ha despertado al dragó n? ¿Atravesaste la cavidad ennegrecida


del pecho de Morgana le Fey con una daga? De seguro alguna forma de evento innatural
debe de haber ocurrido para que el hijo de Paimon, un príncipe infernal, esté parado
tontamente ante mí—.

Tenía sus brazos alrededor del pecho mientras se plantaba desafiante en frente del trono
del rey sombra, Cadegan arqueó una ceja al reconocer el sarcasmo de Brenin sobre Gwyn
ap Nudd.

—No sé de qué me habla, mi señ or. No hay ningú n príncipe del infierno aquí. Simplemente
soy Cadegan Maboddimun—.

Un nombre que le fue dado en su nacimiento por el Padre Bryce y registrado en la lista del
monasterio. Un nombre que proclamaba al mundo que él era Cadegan Hijo de Nadie; un
hijo bastardo, que no tenía ni madre ni padre.

Pero el Rey Fey de las sombras no le dio respiro. —Así lo dices. Tu padre, sin embargo, ha
puesto tal precio sobre tu cabeza que no puedo imaginar qué locura te ha traído a ti, a mi
puerta—.

—Tengo necesidad de tus servicios—.

El nebuloso rey de los sharoc, le dio una mirada incrédula a uno de sus sycophant que
estaba parado a su derecha. Oscuro y frío, la luz pasaba fá cilmente a través de los cuerpos
de los sharoc.

La mayoría eran tan transparentes, que eran virtualmente invisibles y fá cilmente pasados
por alto por los incautos o aquellos ignorantes de su existencia.

Ellos eran lo má s bajo en el folclore fey. Malhechores, con una tendencia sucia y cruel, la
mayoría servía a directamente a Morgana como espías esperando ganarse su favor. Pero en
verdad, él prefería lidiar con los adoni o los graylings en vez de con la gente de Gwyn.

Pero la desesperació n monta a su víctima con espuelas. Y la bastarda las tenía bien
enterradas en las ancas de Cadegan ese día.

—El infierno en verdad se ha congelado—. Gwyn se levantó de su trono y flotó abajo a su


estrado hasta revolotear en frente de Cadegan. —Nombra el servicio que buscas, príncipe
de la perdició n—

Cadegan se obligó a no reaccionar ante el insulto, o a mostrar cualquier emoció n al


respecto. —Una llave de dragó n para entrar al mundo de los hombres—.

—¿Deseas dejar nuestra placentera compañ ía tan pronto?—


Difícilmente llamaría mil añ os pronto. Pero para qué discutir por sobre unos cuantos siglos
de una manera u otra. —¿Qué puedo decir, mi señ or? El constante brillo de sol aquí es
cegador. De seguro mucho má s de lo que mis ojos pueden soportar—.

Gwyn rio. —Eres un descarado. Especialmente ya que estas aquí para rogar por un favor…
—El chasqueó la lengua. —Una llave de dragó n. Ahora eso de seguro, requiere un pago
especial.— Todas las cosas queridas lo requerían. —¿Tu precio?—

Acariciando su barbudo mentó n, el rey chasqueó la lengua al pensar. —Antes de


nombrarlo, necesito saber por qué ahora—.

Cadegan permaneció completamente estoico ante él. —¿Por qué ahora qué?—

—¿Por qué tú , hijo de Paimon, buscas libertad de nuestro sagrado reino después de todo
este tiempo?—

—¿Importa?—

—Si quieres la llave, entonces la tienes. Especialmente desde que sé que tú no la puedes
usar.— Maldito por saberlo. Cadegan tenía la esperanza de guardar ese pequeñ o detalle
fuera de la negociació n.

Su sycophant se deslizó al lado del rey para susurrarle algo al oído. Gwyn escuchó
tranquilamente. Riendo, estrechó su mirada en Cadegan mientras el otro sharoc se
escabulló volviendo a las sombras. —Así que es una mujer, ¿no es cierto?—

—No sé de lo que me está s hablando.—

Gwyn se rió incluso má s fuerte. —Por supuesto que no. Por lo tanto, se te antoja una llave
para abrir una puerta que no puedes traspasar. ¿Te das cuenta porqué tu ló gica me
desconcierta?—

Cadegan suspiro en fingida resignació n. —Esperaba poder evitar visitar a mi tío y


congraciarme con él.—Por multitudinarias razones. —Pero ya que no me dejas opció n…—
Se empezó a ir.

—¡Espera!—

Se giró hacia Gwyn. —¿Sí, mi señ or?—

—Nosotros no tenemos una llave. Al nacer de las sombras, no las necesitamos para
traspasar los reinos. Y como sabrá s, aquellos que son dueñ os de ellas tienen la
desagradable tendencia de mantenerlas bien custodiadas, y de rasgar las alas y la piel de
cualquiera lo suficientemente estú pido como para intentar tomarlas—.

—¿Entones porque está s haciéndome perder mi tiempo aquí?—


—Porque puedo hacerte una, pero requerirá que reú nas ciertas cosas que nos beneficiará n
a ambos.—

—¿Como cuá les?—

—Es una lista corta, en realidad. Una garra de dragó n. Una piedra de Emrys Merlin. El
corazó n de un leó n. Un poquito de cabello de Ciervo Blanco. Un poco de la sangre de
Arturo… y por ú ltimo, vamos a necesitar de la sangre y sudor de un waremerlin. —

Esa era un infierno de lista. La ú nica cosa que le faltaba era alguna parte anató mica, rodar
desnudo sobre carbó n ardiendo, y tener un atizador caliente metido en un incó modo
orificio de donde todo se supone que sale.

—¿Algo má s?—Cadegan preguntó .

—¿Para armar el medalló n? No. Pero aú n hay que discutir el pago.—

—Estoy escuchando.—

—Tú y tu mujer tienen que quedarse aquí en el castillo de Galar, mientras reú nes las cosas
y me las traes. Si fallas al regresar para las vísperas del Fey, con al menos un artículo para
el día, tu mujer pasa la noche conmigo… en mi cama.—

Sintió su temperamento desmoronarse ante el mero pensamiento. —¡Ella no es un trofeo


para ser regateado!—

—Así que, ¿admites el tener a una mujer, eh? Fascinante.—

Cadegan se maldijo por el desliz. Alertó al bastardo a mucho má s que solo confirmar la
presencia de Jo en su reino. Su enemigo ahora sabía de su debilidad.

Mierda, no era uno de sus movimientos má s inteligentes.

Tristemente, no era uno de sus menos inteligentes tampoco.

Y ahora que Gwyn lo sabía, Cadegan tenía una mayor preocupació n. —¿Có mo sé que ella no
será molestada mientras esté aquí?—

—Lo juro sobre mi corona. Si alguien la toca durante las horas de la luz, te cederé mi trono
y las mierdas del delincuente.—

Cadegan resopló . —Ellos la tocan y tomaré mucho má s que sus mierdas. Tomaré su granja.
— Aun sin estar seguro de si acaso debería de hacer esto, trato de pensar en una mejor
salida.
Honestamente, no había ninguna. Gwyn era el menor de los demonios en este lugar, y el
ú nico que le podría dar una llave a Josette, sin la necesidad de un derramamiento de
sangre.

—Así que ¿qué será engendro del demonio?—Gwyn preguntó .

—¿Eso es todo lo que tomará s de mí?—

—Sí y no. Cuando esto termine y se demuestre que la llave funcione, te ofreceré a tu padre
como pago. Y tú no peleará s ni conmigo ni con los míos por eso. Te entregará s
pacíficamente a sus amorosos brazos.—

Por un minuto entero, Cadegan no podía respirar por la severidad del precio. ¿Acaso Gwyn
tenía alguna idea de lo que estaba pidiendo?

—La pró xima vez que vea tu cara, perro, ¡aprenderá s bien porqué todo demonio nacido del
infierno me teme! Y pagará s por cada gota de sangre de demonio que has derramado en
servicio a ese bastardo que debería de haber ahogado cuando nació . ¡Cenaré en tus
despreciables entrañ as!—

Era una promesa que él sabía que su padre bien recibiría. La muerte de Cadegan no sería
fá cil y tampoco sería pronto. Su padre se tomaría su tiempo, asegurá ndose de que Cadegan
se arrepintiera de cada aliento que lo mantuvo vivo.

¿Qué diferencia habría? ¿De verdad? Comparado con có mo vivía, era solo un cambio de
escenario y guardarropa.

Sigue mintiéndote, muchacho.

Había una gran diferencia. Pero mientras vio una imagen en su mente de Josette dormida
en sus brazos, y escuchaba la memoria de su risa, él sabía que estaba má s que dispuesto a
hacer esto.

Por ella.

Ella bien valía dar su miserable vida.

Cadegan deslizó su mirada a la sombra que lo estaba mirando en silencio. —De acuerdo.—

Y mientras se estaba empezando a ir, Gwyn le llamó . —Hay una cosa má s que deberías
saber.—

Cadegan maldijo silenciosamente. Debería de haber sabido que no sería tan fá cil como
sonaba. —¿Y eso es?—

—El equinoccio otoñ al ocurrirá en tres días. Después de eso, la llave será inú til para ella,
Estará atrapada aquí, para siempre.—
Una humana en una tierra que hacía presa de ellos, con depredadores que podrían
desgarrarse entre sí para llegar a ella. Sin importar lo que le harían.

Cerrando sus ojos, se estremeció . No había forma de echarse atrá s ahora.

Sabía por experiencia que nadie en Avalon le permitiría la entrada para siquiera hablar con
él.

Ni siquiera Varian du Fey.

Debido a la corrupció n y el hedor de la sangre de su padre, ellos se rehusaban a confiar en


él.

É l era la ú nica oportunidad que Josette tenía. Y Gwyn era la ú nica salida posible para ellos.

Si él fallaba en esto, se haría cargo de matarla él mismo. Sería lo má s amable que podría
hacer.
Capítulo 7

—Así que este es el Castillo Galar.— Jo repitió el nombre que Cadegan le había dicho má s
temprano, deseando poder rodar sus “r” de la misma manera sin esfuerzo en que él lo
hacía. Su acento galés medieval era la cosa má s sexy que había escuchado. Y tenía la
sospecha de que podría darle un orgasmo solo susurrando tonterías en su oído. Ella
mataría por escucharlo en una verdadera conversació n.

Tenía que ser increíble.

Cuando se acercaban al castillo desaceleró en parte por admiració n… en parte por un


marcado terror frío. Aunque era hermoso, el castillo entero flotaba en el aire. Eso sería
suficientemente aterrador pero ademá s tenía un puente de piedra para llegar a él, uno con
piedras en cada extremo y un puente colgante de madera desvencijada para atravesar. ¿Lo
decía en serio? Nadie en su sano juicio caminaría por un puente que se balanceaba tan alto
por encima de un suelo que ni siquiera podía verse.

Con ojos bien abiertos, ella se quedó mirando la ú nica torre que se alzaba en lo alto a los
cielos, y la escalera de caracol que envolvía alrededor de la parte exterior de la misma, lo
que llevaba a una torre má s pequeñ a que vagamente le recordaba a la antorcha que
sobresalía a un lado de la Estatua de la Libertad. Que sin duda era donde el dueñ o del
castillo hizo su recamara.

Si, era muy acorde con esta tierra fey terrorífica sin gracia.

—Galar, suena hermoso—.

Cadegan resopló ante sus palabras.

—Galar significa “tristeza”, amor. Y el lugar es bien llamado—.

Oh…

—Cuan jodido es tu idioma que algo tan bonito es una cosa de mierda ¿eh? Es lo mismo que
ser francés. No importa lo que digas, siempre suena como un cumplido.—

É l frunció el ceñ o.

—¿Francés? ¿Qué es francés?—

—Ya sabes... te metes en tu barco y viajas a través de esa gran cosa acuosa llamada Canal
Inglés, y llegas a la gran mancha de tierra en el continente al sur de Inglaterra… Esa gente
que vive allí son los franceses.—

—Ah, normandos, francos y galos.— arrugó la nariz hacia ella— Si cuenta en algo, amor, no
soy aficionado a ellos tampoco.—
—¿Existe alguien que te guste?—

El humor desapareció de sus ojos, ya que comenzó a cruzar el puente levadizo. É l se inclinó
para susurrarle al oído. —Tú .—

Esa simple declaració n provocó un escalofrío caliente sobre ella y la hizo querer tomar un
bocado de él. Pero él le había advertido a fondo sobre mantener sus emociones ocultas.

Aun así, no pudo evitar burlarse de él.

—¿Para qué lo sepas, Cade? Soy parte francesa.—

É l carraspeo ante eso.

—Entonces supongo que me gustan los francos má s de lo que pensaba.—

—Eso espero.—

Una vez má s, todo el humor huyó de su rostro cuando señ aló con la cabeza hacia una
sombra.

Antes de que pudiera preguntarle al respecto, manifestó una bola de fuego y la arrojó
contra la pared de piedra antigua.

La sombra gritó y se escabulló .

Cadegan continuó echando fuego en él hasta que estuvo fuera de su vista.

Cuando se acercaron a la reja, Jo se horrorizó por lo que había hecho sin ninguna razó n
evidente.

—¿Qué fue eso? ¿Algú n tipo raro de Síndrome de Tourette lanza llamas?—

É l le dio una dolida expresió n de confusió n total antes de hablar.

—Fue un sharoc, espiá ndonos. Son fey sombra. Tienes que mantener la guardia. Son bestias
muy traicioneras.—

—Ah. Por eso el enema de fuego. Lo tengo.—

—¿Enema de fuego?—

Ella golpeó gentilmente su mejilla cuando él tocó el portó n.

—Llamas explotando en la parte trasera de tus pantalones.—


Antes de que pudiera responder, las puertas se desintegraron para mostrar a un enorme
hombre gris con ojos negros y carne gris. Pasó una mirada poco halagadora arriba y abajo
en Cadegan antes de usar una má s curiosa con ella. —Bueno, ¿no eres má s puntual?—

Jo se detuvo en seco cuando el hombre se levantó a sí mismo de la pared en frente de ellos.

Por la sú bita rigidez del cuerpo de Cadegan, ella supo que él era má s enemigo que amigo.

—No hay tiempo que perder.— Cadegan se interpuso entre ellos.— Josette, conoce a
Brenin Gwyn ap Nudd.

Era su turno para estar desconcertada.

—¿Cuá l nombre usa?—

Su mirada inquebrantable en el recién llegado, Cadegan mantuvo la mano en su brazo.

—Perdó name. Brenin significa rey. Su nombre es Gwyn, hijo de Nudd. Pero por razones de
seguridad, só lo se refieren a él como Su Majestad. Y lo evitan siempre que pueden.—

El rey chasqueó la lengua.

—Todavía descarado.—

—Y tú todavía me haces enojar, mi señ or.—

Dando un paso atrá s, el rey hizo sitio para que otro macho sombra se uniera a ellos. —Gage
te mostrará sus nuevas habitaciones. É l estrechó su mirada en Cadegan. —Y la arena está
cayendo rá pido para ti, muchacho. Comenzamos hoy. Tienes poco tiempo para la víspera.
¿No deberías estar en ello?—

—Te odio— Cadegan gruñ ó .

El rey se volvió con una sonrisa siniestra a Jo.

—Tú me odiaras aú n má s si se te pasa la fecha límite. Ah, y yo debería haberte dicho esto
antes. Pero hay un orden específico de có mo los artículos deben ser adquiridos. Tú debes
robar la garra del dragó n primero.—

La expresió n del rostro de Cadegan dijo el rey que tenía suerte de estar en una sola pieza.
Con sus ojos telegrafiando odio y furia, se volvió hacia ella.

—Voy a tener que dejarte ahora, Josette. Pero voy a volver tan pronto como sea capaz.—

Cuando él se alejó , ella agarró sus bíceps. —Whoa, espera un segundo. ¿Por qué no puedo
ir?—
—¿Con qué?—

—Contigo, tonto.—

El miró de nuevo al rey. —Creo que sería una acció n má s prudente, en realidad.—

Gwyn entrecerró los ojos antes de que su sonrisa se volviera cruel.

—Está bien. Voy a permitirlo—É l se movió má s rá pido de lo que ella podía parpadear y le
coloco una banda pequeñ a en el brazo.

Cadegan maldijo.

—¡Hijo de puta!—

Sin inmutarse, el rey le dio una sonrisa cruel. —Para asegurar tú regreso. —

—¿Qué?—Preguntó Jo, tirando de la banda—¿Qué es esto? —

Gwyn respondió por Cadegan. —Si él no regresa a través de la reja en el tiempo designado,
sin necesidad de utilizar su magia, tú te quedaras sin una mano, muchacha. Tal vez má s,
dependiendo de mi estado de á nimo.—

Sus ojos se desorbitaron. —Sabes Cade, creo que puedo enfriar mis talones aquí.—

—Es demasiado tarde.—

El rey asintió . — Ustedes establecieron los términos.— Una campana sonó .— Mira, tienes
una hora para volver aquí con la garra de un dragó n. Buena suerte con eso.—Gwyn
desapareció .

Maldiciendo furiosamente en gales, Cadegan la tomó de la mano y salió corriendo de


espaldas al puente. Una vez fuera del castillo, usó sus poderes para devolverlos al bosque.

—Tengo una pregunta.

—Aye, muchacha.

—No tienes permitido usar de tus poderes dentro de los terrenos del castillo, ¿verdad?

—Nay. Está prohibido, y cualquier violació n se castiga severamente. Es la razó n de que


Gwyn nunca se aventure fuera de su casa. Es cobarde de esa manera. —

Ella sostuvo su brazo hasta que le mostrara la banda. —¿Es por eso que quería asegurarse
de que regresamos? ¿Así no tiene que salir de su casa para venir a buscarnos?—
É l asintió con la cabeza mientras caminaba con cautela por el bosque. —Probablemente.—

Jo odiaba ser comandado por algo. Especialmente magia. Esto en cuanto a no creer en ella.
— Entonces, ¿qué es este recado en el que estamos de todos modos?—

—Debo tener la garra de un dragó n.—

No era lo que esperaba oír. Y, honestamente, la ponía un poco nerviosa. —¿Así que hay
dragones en este bosque?—

—Só lo uno. Bueno... hay muchas mandrá goras, pero só lo un verdadero dragó n, que yo sepa.
Y Gwyn dijo garra de dragó n, no garra de mandrá gora. Así que estoy asumiendo que quiere
una garra del ú nico y verdadero dragó n.— Una revelació n fascinante que la dejó
preguntá ndose una cosa. —¿Cuá l es la diferencia entre un dragó n y una mandrá gora?—

—Las mandrá goras son criaturas nacidas fey. Ellos son bastardos cambia forma, pueden
tomar forma de hombre o draig.—

—¿Draig?

—Dragó n. Y todos han sido esclavizados por Morgana y viven en y alrededor de Camelot.

Pero uno... él es el ú ltimo de su raza aquí. Y él dormita en las cuevas distantes. —É l hizo un
gesto con la barbilla hacia la montañ a que se avecinaba ante ellos.

—Genial. Yo lo distraigo. Tú lo golpeas en la cabeza y estaremos bien. ¿Has traído un par de


tijeras de uñ as de tamañ o gigante?—

É l le dio una mueca de adorable confusió n. Maldita sea, él era la cosa má s sexy que había
conocido nunca. —¿Sarcasmo?—

Ella se rió de su pregunta. —¿Cuá l fue tu primera pista? ¿Las palabras o el tono de mi voz?

É l le sonrió mientras inspeccionaba la zona, y los condujo cuidadosamente hacia adelante


sin hacer ningú n comentario sobre sus dichos juguetones.

Al acercarse a la montañ a, ella comenzó a ver muchos huesos humanos esparcidos en el


suelo.

Y eso trajo el reconocimiento del peligro con una realidad aterradora.

Ellos podrían morir haciendo esto.

—Um, ¿Cade?—

—Aye, muchacha.—
—¿Qué tan grande es este dragó n, de todos modos?—

Hizo una pausa para reflexionar. —Yo só lo lo he visto desde la distancia. Cuando él está
volando en el cielo, en busca de presas. Pero de nip a cola, yo diría que alrededor de
veinticinco a treinta pies.—

—¿Nip?—

—Boca.—

—Eso es un gran dragó n. ¿Respira fuego?—

—No lo sé, pero lo asumiría.—

Genial. Un dragó n gigante que escupe fuego. Justo lo que había puesto en su lista de
Navidad.

Nunca…

De repente, Jo se dio cuenta de que no estaban completamente solos en el bosque. Tratando


de no entrar en pá nico o ser alarmista, extendió la mano en silencio y la colocó sobre el
brazo de Cadegan. —¿Cuá l sería el rango de alcance de ese fuego?—

—Ni idea, muchacha, ¿por qué?—

Ella lo retuvo a su lado. —Porque estoy mirá ndolo y no parece feliz de tener invitados.—

Cadegan se congeló cuando sus palabras lo golpearon. La sangre abandonó su rostro al


volverse para ver el dragó n agachado, observá ndolos.

—Bonito, dragoncito, dragoncito.— Josette respiró en un tono cantarín.— Tú no quieres


comer gente agradable ¿quieres?— Ella negó con la cabeza. —No, no lo haces. Ni siquiera
tenemos el tamañ o de un bocadillo.—

Cadegan se quedó boqui abierto. ¿Estaba loca? —¿Qué está s haciendo, muchacha?—

—Shh —le espetó . —Me estoy convirtiendo en una encantadora de dragones.—

É l quedó aú n má s horrorizado ante sus palabras. —¿Una qué?—

—Encantadora de dragones—Ella deslizó su mirada hacia Cadegan—Asumo que si luchas


con él, va a ser un caos sangriento. ¿Cierto?—

—Probablemente.—

—¿Podría resultar en nuestras entrañ as y vísceras volando? —

—Probablemente.—
Ella le palmeó el brazo amablemente.—

—Entonces vamos a probar esto a mi manera primero. ¿Te parece?—

É l resopló ante su oferta. —No estoy seguro de que me guste tu manera, Josette. Parece aú n
má s peligrosa que la mía.—

Ella le guiñ ó un ojo. —No estoy segura de que me guste mi manera tampoco. Só lo
prométeme que si él me empieza a comer, tú nos destellaras fuera de aquí.—

—Voy a hacer mi mejor esfuerzo.—

—Genial, ahora calla y déjame hacer algo galá cticamente estú pido.—

Divertido y horrorizado, Cadegan contuvo el aliento mientras la miraba valiente y


lentamente hacer su camino hacia el dragó n. Quería detenerla, pero ella tenía razó n. Una
batalla no llegaría a ninguna parte excepto él herido y ella probablemente muerta.

Mientras que había luchado y ganado contra muchas mandrá goras, nunca había tenido que
enfrentarse a esta bestia. No tenía idea cuales serían sus puntos débiles. Y era una enorme
bestia de color amarillo—naranja con alas teñ idas de negro y una cabeza espinosa.

É l ni siquiera sabía lo rá pido que se movía. Como le había dicho, él só lo la había visto en la
distancia, y siempre en vuelo. Nunca en el suelo.

Jo se detuvo antes de llegar a la nariz de la criatura. Tragando su miedo, ella sabía que tenía
que hacerlo, a pesar de que lo que realmente quería hacer era salir corriendo en la otra
direcció n.

—Hola, señ or Dragó n. ¿Có mo está hoy? Se siente en un buen estado de á nimo, ¿no es así? Sí.

Sí, lo está . Usted no quiere comer gente, ¿verdad? No. No, el sabor de la gente es repulsivo.
Son fibrosos y asquerosos. No come gente.— Ella sacudió la cabeza para enfatizar sus
palabras. —Vas a ser un encanto, ¿no es así?— Esta vez, ella asintió con la cabeza.

Tal vez era una ilusió n por parte de ella, pero el dragó n parecía estar frunciendo el ceñ o
hacia ella como si entendiera sus palabras aunque estaba desconcertado por su contexto.
Era una expresió n que veía a menudo en la cara de Cadegan.

Ella dio un paso hacia adelante.

El dragó n en realidad dio un paso hacia atrá s. Hizo un extrañ o, ruido sordo. No alcanzaba a
ser un gruñ ido.

—Shh, está bien, señ or dragó n. No vamos a hacerte dañ o. No. Nos gustan los dragones. Solía
dibujarte todo el tiempo cuando yo era una niñ a. Si, lo hacía. Tuve toda una colecció n de
juguetes de dragó n. Porque eres una preciosidad, eso eres.—
El dragó n ladeó la cabeza.

Jo se detuvo en seco al darse cuenta de que una de sus alas estaba en el suelo en un á ngulo
extrañ o.

—¿Tienes una nana, señ or dragó n?—

Cadegan se acercó má s a ella.

—Su ala está rota—É l empezó a desenvainar su espada.

El dragó n se volvió hacia él con un siseo.

—¡No!—le dijo a los dos. —Cade, guarda tu espada.

—¿Por qué? Ahora es el momento de atacar.—

Ella negó con la cabeza.

—Creo que me entiende.—

El dragó n volvió la cabeza hacia ella.

—Lo haces ¿verdad?—

É l parecía asentir.

Ella se acercó má s y má s, hasta que fue capaz de alcanzar y tocar las escalas grises
alrededor de su nariz. Tratá ndolo como a un perro, le permitió oler su piel.

—Mira, no quiero hacerte dañ o, pequeñ o gran dragó n.—

No se movió cuando él la miró con recelo. Como si él sospechara de ella como ella de él.

Ella movió la mano para acariciar lentamente la cabeza, cerca de su oído. —Está bien.—
Ella acunó su enorme cabeza contra su pecho y le acarició la piel seca y parecida al cuero.
Entonces ella miró a Cadegan. —¿Ves? Es inofensivo.—

—Yo no lo creo. Pero puedo entender su motivació n. Yo también estaría tranquilo con la
oportunidad para descansar mi cabeza sobre tus pechos.—

Ella se sonrojó .

El dragó n le gruñ ó .

—Ahora, chicos,— bromeó — compó rtense.—

El dragó n se acomodó y cerró sus ojos mientras ella continuaba calmá ndolo.
Ella le dio un beso en el oído.

—Só lo necesitamos una garra del dragó n, ¿verdad? Nosotros no tenemos que hacerle dañ o
para eso, ¿verdad?—

—Depende de que tan ferozmente lucha por ella.—

El dragó n rugió de nuevo, como si supiera exactamente lo que estaba diciendo Cadegan.

Jo le acarició la oreja. —¿Puedes curarlo?—

Cadegan vaciló . —Yo puedo, pero estoy pensando que un dragó n sano podría comernos.

Si me curas, yo no te haré daño.

Jo quedó completamente inmó vil con la voz masculina desconocida en su cabeza.

—¿Fuiste tú ?—preguntó a Cadegan.

É l negó con la cabeza lentamente. —¿Tu?—Preguntó al dragó n.

Illarion, y sí.

Aun así, Cadegan no le creyó . —¿Podemos confiar en ti?—

El dragón lo miró. Si quisiera hacerte daño, demonio, estarías en llamas en estos momentos.

—Muy bien, entonces.— Cadegan se trasladó al ala rota. —Hazte a un lado, muchacha. Esto
podría hacerle dañ o y no quiero que te perjudique a su vez.

Será mejor que hagas lo que dice. Párate cerca de la cueva.

Jo golpeó ligeramente al dragó n en su nariz. —No le hagas dañ o a Cadegan, tampoco. O voy
a estar muy enojada contigo.—

—Y tú no me caerá s muy bien tampoco— Cadegan se quejó .

Illarion resopló cuando Cadegan se trasladó a su ala herida y Jo buscó refugio.

Cuando ella comenzó a alejarse, Cadegan la detuvo. Sacó su medalló n de la buena suerte
por la cabeza y lo besó como un monje haría con una reliquia sagrada, antes de que él lo
colocara alrededor de su cuello. —Nunca te lo quites y te protegerá siempre.—

—Gracias, cariñ o.—

Ella lo besó en la mejilla y le deseó suerte.—

Una vez que ella estuvo fuera de la línea de fuego, literalmente, Cadegan tocó el ala.
El dragó n hizo una mueca de dolor.

—¿Qué hiciste?— Cadegan le preguntó .

Caí. ¿Ahora lo arreglarás, o tendré carne galesa para la cena?

Su cará cter era tan impresionante que era una estupidez.

—Oooh, eres un poco atrevido, ¿no es así?— Cadegan convocó a sus poderes —Prepá rate.
Esto va a quemar.—

Hazlo.

Usando sus poderes, Cadegan puso los huesos y los tendones en su lugar. Para crédito del
dragó n, él no hizo sonido o movimiento alguno. No hasta que estuvo hecho.

Luego levantó su ala para probar el movimiento.

Cadegan tuvo que prepararse a sí mismo para la brisa de la misma.

—¿Puedo salir?— Josette llamó .

—Aye, amor. Está mejor ahora.—

Jo miró como Illarion se levantó a sí mismo en toda su impresionante altura y se sentó


sobre sus patas traseras para verlos con sus misteriosos ojos amarillos.

Gracias.

Cadegan inclinó la cabeza hacia él. —Sin problemas.—

Jo les sonrió hasta que su dragó n se convirtió en un hombre increíblemente alto. Con ojos
muy abiertos, ella saltó detrá s de Cadegan, que no reacciona a él en absoluto, excepto para
poner la mano sobre la empuñ adura de su espada.

No má s un reptil escamoso con alas, Illarion medía setenta y ocho pulgadas de sexo.

Incluso má s musculoso que Cadegan, tenía el pelo largo y marró n, oscuro con reflejos
castañ os y ojos azules plateados.

—¿Por qué está a color?—susurró a Cadegan.

—No estoy muy seguro—respondió por encima del hombro mientras mantenía sus ojos
fijos en Illarion.

Ni la magia de Morgana ni la de Merlin me afectan.

Cadegan arqueó una ceja. —¿En serio?—


Illarion asintió mientras probaba su brazo para asegurarse de que se había recuperado por
completo.

—Estoy confundida.— Jo se mantenía detrá s Cadegan. Por si acaso. —¿Pensé que las
mandrá goras eran los cambia formas y no los dragones reales?

Cadegan se encogió de hombros.

Illarion le ofreció una sonrisa paciente. En mi forma verdadera y natural, soy un dragón
nacido de un huevo, como toda mi gente. Pero, debido a la magia de un rey griego hace siglos,
mi clan tiene la capacidad de transformarse en seres humanos, bajo ciertas circunstancias.

—¿Sabías eso?— Jo preguntó a Cadegan.

Él negó con la cabeza antes de que Illarion continuara. En un momento, había muchas razas y
especies de dragones. Caminamos por el reino de los humanos, y peleamos muchas batallas
uno contra el otro. Pero entre nuestras guerras y el odio de ambas especies, todos los
dracokyn han sido empujados a la extinción o al borde de ella.

Los pocos de nosotros que quedan están esclavizados, como las mandrágoras, o, como yo,
están en la clandestinidad.

Cadegan estrechó su mirada en Illarion. —¿Cuá l es tu especie?—

Soy un Katagari Drakos. Por lo que yo sé, soy el último de mi raza.

—¿Y no puedes hablar, incluso en forma humana?—preguntó Jo.

Señ aló a un lugar en el cuello donde parecía que alguien lo había apuñ alado en la garganta.

Mientras estaba esclavizado como una cría, los seres humanos trataron de quitar mi
capacidad de hacer fuego. Pero las llamas no vienen de mi garganta, sólo a través de ella.

Ella se encogió ante la cicatriz horrible. —Lo siento mucho, Illarion.—

Colocando su mano sobre su corazó n, él se inclinó amablemente frente a ella.

Ahora, ¿qué es eso de la garra de un dragón que están buscando?

—Es necesario para una poció n sharoc.—

Illarion frunció el ceñ o a Cadegan. ¿Desde cuándo hacen pociones?

— Espero que ahora.—

—Espera,— Jo les interrumpió . —Si la magia de aquí no funciona en ti, Illarion, ¿puedes
dejar este reino?—
Sus ojos oscuros con tristeza, él negó con la cabeza. Como dragón, soy demasiado grande
para el portal, y siempre que trato de ir a través como hombre, me transformo de nuevo en
dragón y me quedo atascado. Es humillante. En una ocasión pasé dos días con mi culo
colgando mientras yo trataba de mover mi cabeza hacia atrás a través del portal.

Jo apretó los labios para no reírse de la imagen en su cabeza.

—Entonces, ¿có mo llegaste aquí?—preguntó Cadegan.

Fui traído aquí en contra de mi voluntad por una hechicera griega, sobornada por Morgana,
para luchar contra las mandrágoras. É l hizo un gesto con la cabeza hacia una pila de huesos
que habían sido clavados en el costado de su cueva en una formació n particularmente
dolorosa.

Ni que decir, que no estaba muy feliz por eso. Tampoco lo estaba ella, al final.

—Me sorprende que no te hicieras amigo de las mandrá goras.—

Él bufó ante el comentario de Jo. Los Dracokyn son muy territoriales, mi señora. Nosotros no
trabajamos bien en grupo. Es por eso que quedan tan pocos de nosotros. Prefiero morir solo
que refugiarme con mis enemigos.

—Me recuerdas a alguien que conozco—miró fijamente a Cadegan, luego, impulsivamente,


abrazó a Illarion.—Una vez má s, estoy muy apenada por lo que te hicieron.—

La expresió n de su rostro le recordaba a Cadegan. Como si él no pudiera comprender la


compasió n de otra persona. Pasó una mirada incó moda hacia Cadegan, que no parecía
contento de que abrazara a otro hombre.

Como no quería que estuviera celoso, ella se movió de Illarion a Cadegan y lo besó en la
mejilla. —No te pongas así, cariñ o. No necesitamos saber si la carne de dragó n sabe a pollo.

¿Qué?

Cadegan resopló . —Ella hace eso mucho. Yo só lo entiendo la mitad de lo que dice. Es parte
de su encanto.— Levantó la vista hacia el cielo. —Y nosotros necesitaremos una garra
rá pido. Estamos casi fuera de tiempo.—

¿Confías en el sharoc?

—En realidad no.—

Hombre inteligente. Y cuando dijeron garra, ¿qué palabras exactas usaron?


Cadegan hizo una pausa para pensar. —Una garra de dragó n. Una piedra de Emrys Merlín.
El corazó n de un leó n. Un poco de pelo del Ciervo Blanco. La sangre de Arturo, y la sangre y
el sudor de un waremerlin.—

Illarion dejó escapar un silencioso silbido. Toda una lista la que tienes ahí.

—Aye, créeme, lo sé.—

Y no es tanto una lista, sino má s bien un acertijo.

Cadegan arqueó la ceja. —¿Có mo es eso?—

Una piedra de Emrys Merlín sería un goylestone, no una roca. La sangre de Arturo es una flor
que florece en el otro lado de la Tor, y la garra de un dragón no es una uña.

Cadegan gruñ ó bajo en su garganta. —Ese hijo de puta poco fiable. Debería haber sabido
que era un truco.—

Aye. Estoy seguro de que los otros son acertijos también. Pero yo no los conozco. Yo sólo
conozco esos tres porque los goylestones son el alimento de las mandrágoras. Es fácil armar
una trampa para ellos cuando van a comer. Los Adoni utilizan la sangre de Arturo para la
curación, y sé exactamente lo que mi garra es.

—¿Y qué es eso?

Uno de los más sagrados objetos de un dragón. Es casi lo mismo que pedirte un testículo.

Cadegan se sonrojó . —¡Cuida tu lenguaje delante de mí señ ora!—

Imperturbable, Illarion le sonrió . Perdóname, mi señora. Se volvió hacia Cadegan. ¿ Por qué
necesitas esta poción?

—Mi dama no puede pasar a través del portal sin una llave. Gwyn ap Nudd dice que puede
hacer una para ella.—

¿A qué costo?

—El que yo pague. Má s tarde.—

Illarion hizo una mueca como si entendiera cuan duro sería el pago. Por lo que has hecho por
mí el día de hoy, te prestare mi garra, pero tienes que llevarme contigo y devolverla una vez
este hecho. ¿Entendido?

—Tienes mi palabra.—
La palabra de un demonio. Illarion sacudió la cabeza como si no pudiera creer lo estú pido
que estaba siendo.

—É l es bueno,— dijo Jo sin dudarlo —tú no te arrepentirá s de confiar en él.

Cadegan se congeló cuando ella le dio el regalo má s preciado de su vida y ella ni siquiera se
dio cuenta de que lo había hecho.

Ella confiaba en él. Tenía fe en que él no era el hijo de puta del demonio que todo el mundo
pensaba que era. Solamente por eso, él podía amar a esta mujer. Pero ella le dio mucho
má s.

Y eso era por lo que estaba dispuesto a cambiar su vida y comodidad por su libertad.

Illarion vaciló antes de desatar el brazalete de cuero de su brazo. Parecía tener un bebé
dragó n de metal encima de él. Se lo entregó con reverencia a Cadegan.

—¿Có mo es eso una garra?— preguntó Jo.

Illarion tiró hacia abajo la barra donde el dragó n se aferraba, hasta que hizo un sonido
como que se estaba cerrando en su lugar. Cuando lo hizo, dos puntas afiladas salieron
disparadas y una tercera salió desde la cabeza del dragó n.

—¡Santo cielo! ¿Qué es eso?—

Illarion sonrió ante su tono sorprendido. Una garra de un dragón. Se le da a cada Katagari
Drakos una vez que él o ella alcanza la mayoría de edad, para protegernos siempre de
estemos encerrados por la magia en forma humana.

—Tu estado má s débil.—

Inclinó la cabeza hacia Cadegan. Como ya he dicho, mi pueblo fue cazado al borde de la
extinción.

Respetando su cará cter sagrado, Cadegan lo sostuvo con la misma reverencia. —La
protegeré con mi vida, y te aseguro que será devuelta a usted tan prístina como ha sido
recibida.—

Jo frunció el ceñ o mientras Cadegan lo envolvía en un pañ o para protegerlo.

—Tengo una pregunta extrañ a. ¿Por qué el sharoc necesita eso? ¿Qué propó sito podría
tener en una poció n?—

Ella tiene razón. No tenían forma de saber que yo simplemente te lo daría cuando
normalmente, me mataría antes de permitir que otro lo tomara.

Cadegan suspiró mientras guardaba la garra.


—Créeme, ya he pensado en eso. El objetivo, obviamente, era que uno de nosotros muriera.
Tal vez ambos.—

Y que falles en tu búsqueda.

—Sí, una manera de asegurarse. No hay otra razó n para esta tarea.— Cadegan les guiñ ó un
ojo.

—Ahora, ¿qué dicen de ir y arruinar el día de Gwyn?—

***

Gwyn ap Nudd golpeó la pared detrá s de él con tanta fuerza, que le sorprendió que su
espalda no se rompiera.

—¡Necio! ¿Qué estabas pensando?

Gwyn limpió la sangre en sus labios cuando se enfrentó al gigante, demonio supremo frente
a él. Fuego ondulaba sobre su piel mientras sus alas se extendían hacia fuera, haciéndolo
aú n má s aterrador de lo normal. Y eso era mucho decir, ya que su comportamiento normal
sería hacer que el corazó n má s valiente meara sus pantalones.

Durante siglos, Paimon había ofrecido riquezas inimaginables, e incluso magia, a cambio de
la captura de su hijo. Parecía razonable teniendo en cuenta que el bastardo no tenía ningú n
amor por el niñ o.

Era tan doloroso estar equivocado.

La mano de Gwyn se sacudió cuando la bajó de su rostro. —Pensé que estarías feliz. Ahora
lo tendrá s.—

Paimon soltó maldiciones demoníacas ininteligibles.

—Su alma no vendrá a mí. No es que me importa un comino ella.— Pero por suerte,
Cadegan no lo sabía. —¡Es su cuerpo vivo lo que necesito!— Agarró Gwyn por la garganta.
—Si está muerto, no puede usar su escudo. ¡Es inú til entonces! ¡Só lo uno de su sangre
puede comandarlo!—

Oh, eso apestaba.

—Perdonadme, mi señ or. Yo no sabía eso.

Paimon lo lanzó a través del cuarto. —¡Por supuesto que no lo sabías idiota! Y reza con todo
lo que tienes que sobreviva a esta aventura suicida en que le has puesto. Ademá s de tu
preciosa Morgana, Valac está detrá s de él ahora. Si ese hijo de puta lo atrapa…—

Gwyn arqueó la ceja. —¿Por qué tantas fuerzas oscuras lo buscan?—


—¡Eso no te incumbe! Tu trabajo consiste en devolverlo a mí, vivo y respirando. O deseará s
que te hubiera matado el día de hoy.— Paimon se desvaneció al instante.

Gwyn lamió la sangre en sus labios mientras su mente giraba con tal revelació n. Mientras
Cadegan siempre había sido acaloradamente buscado por su señ ora oscura y otros
demonios, nunca había sido tan intensa. Algo extrañ o había sucedido, y recientemente. Y
que tenía que averiguar qué.

Una cosa era segura, hasta que supiera lo que estaba pasando, tenía previsto mantener su
ojo en Cadegan. Tal vez la bestia podía ayudarle, también.

Sin importar qué, él tendría que moverse con mucha cautela. Cadegan era un há bil
guerrero, astuto, que había destripado a cualquiera tan tonto como para atacarlo.

Esto requeriría habilidad y má s magia, y una afrenta audaz que Cadegan no vería venir.

Y el uso de la ú nica debilidad que ese sangre fría de engendro del demonio poseía.
Capítulo 8

No era que Cadegan tuviese alguna duda de que Gwyn quería verlo muerto, pero la mirada
de asombro en su rostro mientras atravesaba el portó n en ese momento lo confirmó .

El rey fey lo miró con incredulidad. —Apenas lo hiciste a tiempo. —

—Diría que lo siento por decepcionarlo. Pero no lo estoy. —

Ignorando el sarcasmo, el rey entorno sus ojos en Cadegan. —Entonces, ¿Dó nde está la
garra?—

Cadegan la sacó y la desenvolvió cuidadosamente. Cuando Gwyn se acercó , él retrocedió y


sacudió su cabeza. —Esto es solo un préstamo—. Indicó a Illarion con un movimiento de
cabeza. —El dragó n lo quiere de regreso cuando haya terminado, y le prometí que así sería.

Gwyn palideció al darse cuenta de quién y qué era Illarion. —¿Có mo es esto posible?—

Cadegan aprobó con una sonrisa a Josette. —Es increíble lo que un encantador de dragones
puede hacer—. Le entrego la garra de nuevo a Illarion. —Ahora si no te importa, estamos
todos un poco cansados por nuestra aventura, y no nos molestaría ver esas habitaciones
que nos prometiste—.

—Muy bien.—Gwyn chasqueo los dedos.

Un sirviente sombra salió de la pared. Sin decir una palabra, les mostró las habitaciones.
Pero Cadegan rechazó la suya.

—Dormiré en el piso fuera de su cuarto, mi señ ora. Solo para asegurarme de que nadie la
molestará .—

Jo se mordió el labio viendo a su precioso protector. Ella adoraba cuan honorable y noble
era.

—Podrías dormir en la habitació n conmigo. Sería má s fá cil protegerme de esa manera.—

Sus mejillas se sonrojaron adorablemente como sucedía cada vez que algo lo avergonzaba.
— ¿Está s segura de eso?—

Asintiendo con la cabeza, ella lo hizo entrar en la habitació n.

Cadegan hizo una pausa para mirar hacia atrá s a Illarion con una ceja arqueada.

Volveré por la mañana. No estoy seguro de que quiero dormir en este lugar.

—Te entiendo hermano. Si yo pudiera elegir, iría contigo.—


Los veré en la mañana.

Cadegan extendió su mano a Illarion. —Gracias. —

Illarion tenía la misma reserva en sus ojos que los que tenía Cadegan cada vez que alguien
le mostraba alguna muestra de compasió n o bondad. Como si estuviera esperando que
fuera una broma cruel.

Finalmente, tomó la mano de Cadegan, luego se dio la vuelta para dejarlos.

Cadegan estrechó su mirada en la sombra que los había llevado allí. —Eso es todo por
ahora.— Esta se desvaneció al instante.

Cerró la puerta con llave. No es que realmente importara. No había manera de mantener a
la sombra fey fuera, sobre todo cuando se está en su territorio.

Jo no dejo de notar la inquietud de Cadegan mientras cerraba las ventanas. —¿Qué sucede?

—Tengo muchos enemigos, Josette. No confió en que no puedan encontrarme aquí.—

—¿Por qué te necesitan tanto?—

—Mi madre es la guardiana de un objeto de inmenso poder. Uno que mi padre haría
cualquier cosa para poseer. Pero incluso si lo tuviera, no podría usarlo. Se tiene que nacer
de la sangre de mi madre para manejarlo.—

—Entonces ¿por qué no conseguir a uno de tus hermanos para eso? Dijiste que tienes
muchos, ¿verdad?—

Se rió con amargura. —Mi madre es una diosa, mi señ ora. Ergo, los hermanos que tengo por
ella son dioses de pura sangre también. Yo solo só lo soy una parte, y eso me hace el ú nico
que mi padre puede controlar. Es por eso que la sedujo.—

—¿No puedes dominar a tu padre?—

—No es tan simple. Mi padre no es el típico demonio. Es uno de los má s antiguos y má s


fuerte.

Con trescientas legiones bajo su mando. Yo no soy má s que uno. No hay forma de luchar a
través de ese nú mero para llegar a él y estar vivo para cuando llegue allí. Ellos me habrá n
superado y agarrado antes de llegar cerca de él. Y si muero, él es mi dueñ o. Para siempre.—

Y ese era el peor temor de Cadegan. Ser atrapado para torturas, sin forma de salir. Ahora
realmente tenía sentido. —Lo siento, Cade. —
—No tienes que disculparte. Es lo que es. Nadie puede ayudar con los padres.— Volvió a
comprobar por segunda vez las puertas y ventanas. —No sería tan malo si mi padre no
hubiese puesto un precio a mi cabeza. Cualquiera que me entregue a él, tendrá riquezas
inimaginables y un demonio menor para controlar.—

—Ouch.—

El asintió con la cabeza. —En efecto, ouch.—Tomando su mano, se sentó en la cama y tiró
de ella para sentarla a su lado. —Pero no quiero hablar de eso. Cuéntame de tus padres,
Josette.

Embrú jame con tus historias felices.—

Su humilde petició n la dejo sin aliento. Mordiéndose el labio, no podía dejar de admirar la
belleza de su demonio protector. —No sé qué decir. Mi madre es poco normal. Ella tiene
una parte romaní.—

—¿Y eso es?—

—Gitana.—

Frunciendo el ceñ o de una forma adorable, se rascó la oreja. —Todavía no tengo ni idea.—

Ella se echó a reír. —No sé có mo describirlos. Son de Europa del este, por Grecia y
emigraron a Francia e Inglaterra, antes de dirigirse a Estados Unidos. Es una cultura muy
especial, y estoy orgullosa de ser parte de ella, pero es distintiva y diferente a todo lo que
alguna vez has encontrado.

Mi padre es un típico cajú n—criollo con raíces que corren profundamente por los pantanos
de Luisiana.—

Sonriendo, se tendió en la cama para escuchar.

—No tienes ni idea de que es todo eso ¿verdad?—

É l le dedico una encantadora sonrisa cá lida. —Ni un poco. Pero oigo amor en tu voz cuando
hablas de ellos, y eso es lo que anhelo. Cuéntame má s sobre la herencia mixta de tu familia.

Ella se acurrucó junto a él, deseando que él se sacara la armadura para que pudiera sentirse
má s cerca de él. —Mi tía Marie, que vive para la genealogía, jura que la familia de mi padre
en realidad es de origen galés y que tenemos sangre de druidas en nosotros. Pero eso
habría sido hace siglos... Tal vez incluso antes de que tú nacieras—.

Cadegan se rió de como ella se burlaba de su edad mientras escuchaba sus historia sobre
sus primos y su locura, de có mo buscaban fantasmas y duendes, y como ellos habrían
vendido sus almas para pasar una noche en un castillo maldito.
Ella era tan normal, y eso le hacía preguntarse qué habría sido de tener una familia como la
suya.

Cuando era niñ o, solía soñ ar como sería el mundo fuera de los muros del monasterio. El
hermano Eurig a menudo lo sacaba de su ensoñ ació n.

Reza para nunca tener que conocer la miseria y los horrores del mundo laico, muchacho. Se
agradecido de que estas aquí con nosotros, trabajando para Nuestro Señor.

Sin embargo, su curiosidad nunca se iba. Era por eso que se ofrecía como voluntario para
hacer sonar la campana del monasterio para llamar a los demá s a la oració n.

En la torre del campanario, Cadegan podía ver al exuberante y rico mundo que parecía
extenderse sin límites en todas las direcciones. Allí soñ aba con la normalidad. De vivir una
aventura, donde todos los días le trajera nuevas, excitantes cosas que ver y hacer, en lugar
de las mismas paredes grises, y la aburrida rutina de la oració n, tareas, y má s oraciones.

Todo eso había cambiado en un instante cuando el rey de Powys, Elisedd ap Gwylog, había
llevado a su ejército a través de sus puertas para refugiarse de los Mercians que los estaban
persiguiendo. El rey de Mercia, Æthelbald, había sido nuevo en su trono y con ganas de
probarse a sí mismo en contra tanto de los cymry, sajones y su propio pueblo de Mercia.

Aunque tenía los ojos puestos en ser nombrado el bretwalda —rey de toda Britania—el
mejor Æthelbald lo había logrado, antes de que sus propios guardaespaldas lo mataran,
gobernar el suelo ingles al sur de Humber.

Bastardo insensato.

La campañ a de Æthelbald y la de Elisedd había causado que Cadegan fuese arrancado de su


casa, y metido en una guerra sangrienta en una edad donde los chicos deben estar en los
brazos de sus madres, no empapados hasta las rodillas con entrañ as. Había aprendido
rá pido cuá nta razó n tenía el hermano Eurig al regañ arlo por desear abandonar la vida
moná stica.

Todo lo que Cadegan quería entonces era volver a lo que él había conocido, lo que había
despreciado tan tontamente. Le había tomado tres añ os antes de que su ejército pasara por
la tranquila colina donde este había sido construido.

La alegría había corrido por sus venas cuando cabalgaba con determinació n para ver a los
hermanos y abrazarlos.

En el momento en que llego a la cima de la colina y vio lo que quedo, su corazó n se rompió .

Pocos días después de su servicio militar obligatorio, Æthelbald había llevado a sus
soldados al monasterio y arraso con este, como represalia por la ayuda que habían sido
obligados a dar a Elisedd y sus tropas. Los monjes habían sido brutalmente asesinados y el
monasterio salvajemente quemado hasta los cimientos.
Solo cenizas quedaron, junto con la cá scara de la torre del campanario, donde Cadegan
alguna vez había subido a convocar a los monjes durante las horas de oració n.

La rabia furiosa por esa injusticia fue lo que desato al demonio en él. Un demonio que se
había soltado sobre los mercianos y sajones y sobre cualquiera que se interpusiera en su
camino.

Ciego de odio, se perdió a sí mismo en la guerra.

Hasta el día que conoció a Æthla.

Ella le había devuelto su alma. O al menos eso había pensado estú pidamente. Mentiras,
engañ os, crueldad.

Odio.

Era todo lo que un demonio como él merecía.

—¿Está s escuchá ndome?—

É l paso su mano sobre el suave y oscuro pelo de Josette. —Sí, amor. He oído cada palabra. Y
lamento que estés ofendida porque tu prima Amanda te abandonara para seas la ú nica
normal en tu clan. Nunca debería haberse puesto del lado de su hermana gemela, para lo
paranormal, en tu contra.—

Ella le sonrió dulcemente. —Estabas escuchando.— Se inclinó para besarlo en los labios.

Cadegan quería huir de los sentimientos de ternura que se agitaban en su corazó n. Lo


aterrorizaba.

¿Sería todo un engañ o de nuevo? ¿Podría, como Æthla, solo aprovecharse de su soledad?

Æthla lo había engañ ado por completo. É l había jurado que nunca permitiría que nadie le
vuelva a hacer lo mismo.

En todo el dolor de su vida, nada había cortado tanto como la confesió n de que Æthla lo
odiaba... Que ella siempre lo había odiado.

¡Eres un monstruo! ¡Solo vivo para que el día en que me entere que te han destripado en la
batalla!

—¿Cade? ¿Qué pasa?—

Su respiració n era entrecortada, e intento sofocar el pasado. Pero no se iba. Y la ú ltima cosa
que quería era que lo dejaran destrozado de nuevo. —Estas mintiéndome, ¿verdad?—

La indignació n oscureció sus ojos mientras se apartó de él. —¿Perdó n?—


Siseando, rodó por la cama y caminó por la habitació n. —¡Dwr! Sé muy bien de esto. No soy
un tonto, Josette. No te dejare jugar así conmigo.—

Jo trato de calmarse, a pesar de que quería insultarlo también. Mucho. Después de haberle
entregado su corazó n en una bandeja, tras la traició n de Barry, comprendió su miedo. Su
incapacidad para confiar.

Pero ella no había hecho nada para hacerlo desconfiar.

—¿Por qué crees que estoy mintiendo?—

—Porque no soy humano. Sabes que no lo soy. Has estado despotricando contra tu loca
familia y sus creencias. Sin embargo, aquí estoy. El epítome de todo lo que odias de ellos—.

Las lá grimas la ahogaron al darse cuenta de lo que había hecho sin querer al quejarse sobre
las obsesiones paranormales. —Nada de esto tiene que ver contigo, cariñ o—.

—¿Como que no?—

—Porque... Me estoy desahogando. Es mi vá lvula de presió n. Pero no es a lo que me refiero.


No odio a mi familia. Y definitivamente no te odio a ti—. Ella salió de la cama para tomar su
cara entre las manos. —No eres un monstruo—.

Por primera vez, vio lá grimas formá ndose en sus ojos.

—No quiero estos sentimientos que me diste, Josette. Tó malos y vete—.

—¿Que sentimientos?—

El tomo su mano, la acerco a su corazó n y la mantuvo allí mientras la buscaba con la


mirada.

—Me haces soñ ar de nuevo. Esperanzas. Y no me lo puedo permitir tampoco. Cada vez que
tengo...— Apretando los dientes, miro hacia otro lado.

Jo hizo lo imposible para entender el miedo y la ira que vio en sus ojos. Su propia furia se
encendió por có mo había sido tan malherido por otros, que ahora era incapaz de aceptar su
corazó n.

—¿Qué?—

—No importa.— El trató de apartarse.

Jo lo sostuvo frente a ella. —Todo importa. Tú me importas.—

El negó con la cabeza. —No te creo. No puedo.—

—¿Por qué?—
Cuando él la miro con esa celestial mirada angustiada, vio cada pedacito de su alma llena de
cicatrices. —Porque tendrá s que abandonarme, también. Y eso sería todo. Estoy cansado de
que me abandonen.—

Jo tiro de él a sus brazos y lo abrazo. —Entonces me quedaré contigo—.

—No puedes hacer eso. Tienes que volver con tu familia y a tu vida—.

Ella soltó un bufido. —Mi vida es un desastre, Cadegan. El divorcio me llevo a la bancarrota.

Estoy perdiendo mi casa. Tuve que pedir un trabajo a mis primos. Ahora mismo, la ú nica
cosa en mi vida, aparte de mis perros, que me dan ganas de levantarme de la cama en la
mañ ana eres tú . Bueno, no del todo. En realidad preferiría quedarme desnuda en la cama
contigo por siempre pero sabes a lo que voy—.

—No, Josette, no lo sé. La ú ltima vez que una mujer me condujo con tal sentimiento,
esculpió mi corazó n, me alimento con él hasta que me atragantó .—

—Y mi marido me dijo que yo era la ú nica mujer en el mundo que alguna vez había amado
o querido. Luego lo encontré en la cama con, no una, sino dos cabezas huecas. Aviso, no
estoy poniendo su estupidez en contra tuyo—.

—No podemos estar juntos, mi señ ora. Lo sabes—.

—Me niego a creerlo. Me pusieron aquí por alguna razó n. ¿Cierto?—

—Sí. Para atormentarme má s—.

Ella lo golpeo suavemente en el estó mago. —¡Deja de hacer eso! No voy a renunciar a ti,
Cadegan. No sin luchar.—

Sus ojos se oscurecieron por la agonía, él negó con la cabeza. —Soy Cadegan Maboddimun...
hijo de nadie. Querido por nadie. Concebido para malas intenciones. Entre en este mundo
solo y así es como estoy destinado a pertenecer en él. No te voy a pedir que te sacrifiques
por mí.—

Le rompió el corazó n en muchas maneras. No tenía sentido. Ella no lo conocía en absoluto,


y sin embargo, él era dueñ o de una parte de ella que nadie había reclamado.

Todo lo que ella quería era salvarlo. Protegerlo y mantenerlo alejado de todos los que
querían causarle dañ o. Era tan injusto que un hombre tan decente se encerrara aquí,
mientras que el mundo que ella conocía estaba absolutamente repleto de idiotas.

—Eso es lo que pasa con el amor, Cade. No tienes que pedir nada—.

É l se rió con amargura de sus palabras. —Tú no me quieres, muchacha. No puedes—.


Como deseaba poder controlar tan fá cilmente los sentimientos. Que ella má gicamente
pudiese sacar el dolor y la pena, y así decirle a su corazó n por quien debía latir. Y tendría
que escucharla.

Por desgracia, el pequeñ o bastardo no funciona de esa manera. Hace lo quiere, sin tener en
cuenta los sentimientos y las intenciones. Independientemente del sentido comú n y deseos.

Ella acarició su hombro. —Entonces me estoy enamorando perdidamente de alguien que se


parece mucho a ti, amigo. Los mismos ojos. Los mismos labios. Esa misma tendencia
irritante de mirarme como si estuviera loca. Incluso tiene un apellido que suena como si
estuviera ceceando cuando lo dice.—

Cadegan rio. —Las cosas que inventas, señ orita. Eres una verdadera estrella, ¿no?—

—Como un wombat en un campo de maíz.—

El frunció el ceñ o. —¿Perdó name?—

—No eres el ú nico que puede tirar palabras juntas al azar que no tienen sentido y
utilizarlos en una oració n como ustedes hacen.—

Cadegan rió a carcajadas con las tonterías sin sentido. ¿Có mo podía hacerlo reír cuando se
sentía como una mierda absoluta, hacer que quiera estar dentro de ella cuando debería
estar huyendo tan rá pido como sus pies lo llevaran?

Incapaz de ordenar el remolino de emociones contradictorias que se agitaban dentro de él,


hundió su mano en sus oscuros cabellos y agarró un puñ ado. Luego hizo la ú nica cosa que
quería hacer.

La besó hasta que su cabeza empezó a darle vueltas con su dulce aroma.

Jo no estaba preparada para la intensidad de su beso. Para el anhelo que la hacía sentir.

Queriendo demostrar lo mucho que significaba para ella, ella tiro de su tú nica. —Quítate la
ropa, Cadegan. Quiero sentir tu piel contra la mía.—

Apenas había terminado la frase antes de que ambos estuviesen desnudos y él ya estaba
dentro de ella.

Inhalando fuertemente, ella gimió en voz alta cuando la sostenía mientras empujaba contra
sus caderas. —Realmente necesitamos hablar de los juegos previos, cariñ o—.

Hizo una pausa para mirarla. —¿Quieres má s personas para esto?—

—No— Ella se rió de su suposició n. —Juego previo son las caricias que lleva a esto. No es
que esto no es increíble pero un poco de pre—calentamiento lo hace má s duradero—.
—Lo siento. Siempre he pensado que las mujeres querían terminar con esto lo má s rá pido
posible.—

—¿Por qué piensas eso?—

—Es lo que siempre me han dicho. "Apú rate y acaba con esto" Una vez que cumplieron sus
caprichos, estaban listas para irse.—

Ella ahuecó su mano en su mejilla y lo miró a sus hermosos ojos que delataban todo el dañ o
que se le había dado tan desviadamente. —No hay nada que atesore má s que tenerte
dentro de mí, Cadegan. Tó mate tu tiempo y déjame amarte hasta que estés ciego de placer.

É l empujó profundamente, enterrá ndose hasta su empuñ adura, y se mantuvo allí, sin
moverse.

Besando su mejilla, ella acunó su cabeza en sus brazos. Su respiració n era entrecortada, la
miraba fijamente con esos ojos entrecerrados que la quemaban. É l susurro algo en galés
medieval antes de capturar sus labios y comenzó lenta y metó dicamente a hacerle el amor.
Durante todo ese tiempo, él la miro como si ella fuese la ú nica luz en su oscuridad.

Nunca nadie la había mirado así antes.

Jo luchaba por respirar mientras él la embestía una y otra vez ferozmente. La sostuvo sin
esfuerzo mientras saboreaba su cuerpo. Ella paso la mano sobre los mú sculos de su espalda
y de los abultados hombros. Nunca hubo nada que se sintiera mejor que su cuerpo duro
sobre y dentro de ella.

En ese momento, ella nunca quería volver a casa. No quería estar sin él.

Cadegan presionó su mejilla a la de ella y aspiró el olor de su cabello. Si pudiera, moriría


aquí y ahora, en este instante de perfecta felicidad. En ese momento donde se sentía cá lido
y feliz.

Cuando se sintió amado y deseado.

Es mentira.

Tenía que serlo. Sin embargo, se sentía real. Si ella le estaba mintiendo, esperaba nunca
descubrirlo. El preferiría vivir en esta mentira que tratar con la realidad que fue su vida.

Gritando, ella le clavo las uñ as en la espalda mientras se acercaba a él. Aceleró sus golpes
hasta que la hizo cantar por el placer de su liberació n.

Y esperó hasta que ella alcanzó el clímax antes de que él se uniera a ella.
Completamente saciado, y sintiéndose má s tranquilo de lo que él podía recordar, la llevo a
la cama y la colocó en ella. Se deslizó junto a ella y la tomó en sus brazos mientras que una
tormenta comenzó a golpear contra las ventanas del castillo.

Ella levantó la cabeza. —Esa es la lluvia normal, ¿no? No es como un enjambre de pirañ as
enojadas, langostas o algo así, ¿verdad?—

Se rió de su pá nico. —Así hacen las tormentas aquí. Y tenemos ocasionalmente el enjambre
de langostas furiosas que devoran las cosechas. Pero eso suena como una pequeñ a lluvia de
otoñ o.—

Ella dejó escapar un suspiro de alivio. —Bien. No estoy segura de que pueda soportar má s
emociones hoy.— Ella se inclinó sobre él y empezó a mordisquear la barba de su mentó n.

El arqueo una ceja ante sus acciones. —¿Que está s haciendo?— Arrugando la nariz, ella le
dedicó una sonrisa malévola. —No habrá s pensado que terminé contigo, ¿verdad?—

—Ciertamente, si.—

Ella negó con la cabeza. —Oh cariñ o, solo he comenzado. Antes de que esta noche termine,
vas a estar pidiéndome misericordia.—

É l tomó su mano en la suya y se la llevó a su pene que ya había comenzado a hincharse de


nuevo. —Me parece que estoy listo para ese desafío, mi señ ora. Veamos que tan bien
mantiene su palabra.—

Llegado el amanecer, Cadegan tuvo que ceder la victoria a su zorra dama. Ella,
efectivamente, lo desgastó y lo dejó rogando por unas pocas horas de sueñ o.

Pero estuvo lejos de ser pacífico. Sus sueñ os lo torturaron con pesadillas de que las
legiones de su padre venían por ella y la arrancaban de sus brazos. De tener que verla
morir antes que él.

Cuando despertó , se sentía como si no hubiera dormido en absoluto.

—¿Cadegan?

El frunció el ceñ o ante la profunda voz masculina en su oído. Al abrir los ojos, se encontró
sobre el cuerpo de un hombre.

¿Qué demonios?

Furioso y aturdido, se echó hacia atrá s, listo para la batalla. Luego se congelo por el shock.

Era su propio cuerpo en donde había estado acostado.

Y él estaba en el de Josette.
Capítulo 9

Jo estaba aterrada de estar mirando su propio cuerpo, desde el exterior del mismo. —
¿Cade?

¿Eres tú ? Por favor, dime que eres tú al que estoy mirando.—

—Aye, muchacha. ¿Eres tú en mi cuerpo?—

Ella asintió con la cabeza. —¿Que nos ha pasado?—

Cadegan levantó las manos para inspeccionarse. Entonces en el momento en que se dio
cuenta que tenía los pechos femeninos y que estaban expuestos, le arrebato la sabana para
cubrirse.

Ella se rió de sus acciones. —Incó modo es poco decir, ¿verdad? —

É l negó con la cabeza.

—¡Oh, hola!— ella saltó cuando una parte de su anatomía se endurecía de forma
inesperada.

Encogiéndose, se mordió el labio. —Así que eso es lo que se siente. No es precisamente


có modo, ¿verdad?—

—No, amor, y sobre todo cuando esto es obvio para los demá s—.

Del mismo modo, él hizo una mueca y comenzó a cruzar y descruzar sus brazos.

—¿Qué?—

Haciendo una mueca muy poco atractiva, él apretó los bíceps sobre "sus" pechos. —¿Có mo
pueden estar en el camino y sin embargo ser tan pequeñ os y blandos?—

—¡Oye! ¡Yo también podría decir que...! Bueno, está bien, tú no eres pequeñ o, pero ¡aun así!

¡Eso es grosero! Y para que conste, soy una só lida copa B.—

—¿Copa B?—

—Significa eso— señ aló a sus pechos. —Son de tamañ o normal. Promedio. No son tan
pequeñ as—

É l sonrió , solo que no era tan encantadora en su cara ya que estaba en la suya. De hecho,
era muy espeluznante mirarse a sí mismo desde otro cuerpo.

¿Có mo podrían Tabitha y Amanda hacer frente a esto siendo gemelas? Siempre había
pensado que sería genial tener un gemelo idéntico.
No lo era. Odiaba mirarse a sí misma. Era como un perverso y cruel espejo que señ alaba
cada error, desde cada á ngulo. —Voy a ponerme a hacer dieta cuando vuelva a mi cuerpo. Y
será mejor que veas lo que comes, bucko mientras estas allí. Si gano tanto como una libra,
voy a... buscar la manera de castigarte por ello.—

Ella comenzó a rascarse una picazó n en el muslo y se encogió cuando ella pasó la mano por
el vello de esa zona, y sobre todo el pelo debajo de los brazos. —Oh, ¡Dios mío! Necesito una
Bush hog ¡urgente! Algunas importantes depilaciones hay que hacerle a este cuerpo. ¿Có mo
soportas estar tan peludo? Está en todas partes, excepto en la cabeza donde se supone que
debería estar.— Ella comenzó a rascarse por todas partes, y en particular, en la cara y el
pecho. —Es como tener pulgas.—

—Ni siquiera se te ocurra usar ese tono conmigo. Te prometo que eso no tiene
comparació n con la picazó n que hay en mis partes bajas. ¿Qué es eso y por qué?—

Ella hizo una pausa en su rascado. —Oh sí, no he tenido el dinero suficiente para hacerlo
con cera ú ltimamente. Tienes razó n. Hay picazó n allí también. Estamos a mano. Má s o
menos.—Ella dejo caer la mano a su regazo y aspiró bruscamente su aliento mientras ella
accidentalmente se golpeó a sí misma. ¡Oh Dios y sus santos!

En la miseria absoluta, ella cayó de lado en la cama y gimió en agonía.

—Respira, muchacha. Parará en un momento.—

Ella no podía hablar mientras se retorcía en la cama, acuná ndose a sí misma. Cuando
finalmente se recuperó lo suficiente como para respirar de nuevo, ella lo miro con lá grimas
en los ojos. —Nunca me voy a reír de nuevo cuando un hombre sea golpeado en una
película. ¡Santo cielo!

¡Apenas lo toque! ¿Qué pasa cuando en realidad los patean allí?

—Es una lecció n que no querrá s aprender. Nunca.—

—No lo dudo. ¡Proteger las joyas! Creo que mi primera llamada a la acció n es una taza
sú per— industrial. Ahora veo por qué a los hombres les gustaban los taparrabos.—

De repente, el color abandonó la cara de Cadegan. —No tengo poderes. ¿Está n en mi


cuerpo?—

Eso no podía ser bueno. Su corazó n latía con fuerza, se encontró con su mirada llena de
pá nico. —No lo sé ¿có mo se utilizan?—

É l se encogió de hombros. —Es lo mismo que mover una extremidad. Lo pienso y se hace.—
Cerró los ojos. —¿Y ahora qué?—

—Imagínanos vestidos.—

Ella lo hizo, y cuando abrió los ojos, se echó a reír.

Cadegan no tanto, mientras la miraba en su cuerpo vistiendo una camiseta de encaje de


color rosa con cuello en V y pantalones vaqueros. —Eso es una abominació n en mi cuerpo.
¿Podrías por favor tenerme un poco de respeto y a mi dignidad? Me queda muy poca y no
puedo perder má s.—

—Lo siento.— Ella se cambió de ropa a una camisa blanca de hombre, y luego sonrió . —
Tengo que decir, sin embargo, que me veo má s bien caliente con la tú nica. Me gusta ese tipo
de vestir.—

É l soltó un bufido. —Dices eso, pero tus mú sculos son tan débiles que no puedo levantar los
brazos. ¿Có mo te manejas con tan poca fuerza, muchacha? ¡Uh, esto es el infierno!—

Ella delicadamente tiro de la manga de la tú nica metá lica en "su" brazo. —Bueno, por una
cosa yo no camino rodeada de un centenar de libras de la armadura cada día. Es una buena
razó n por la cual mi novio es tan sexy.—

Se detuvo ante sus palabras. —¿Novio?—

Jo se encogió ante lo que había dicho de forma inadvertida. —Lo siento, no fue mi intenció n
asumir nada.—

É l le sonrió . —Me gusta có mo suena eso. Excepto, que creo que soy má s tu novia, ahora
mismo. ¡Duw! Esto es tan perturbador, y de muchas maneras. —Silbando, puso su mano en
su estó mago. Hizo una mueca y gimió .

—Oh sí. SPM. Apesta, ¿no?—

—Son como horribles puntadas en marcha.—

—Sí, unas con esteroides. Solo respira mientras tanto. Pasará en un segundo.— Mientras
que él siguió su consejo, ella lo puso en una camisa y pantalones vaqueros que se
adaptaban má s a sus gustos.

Ella extendió la mano y le tocó la cara que era su propio rostro. —Tienes razó n. Esto es tan
inquietante y sin embargo...—ella se inclinó para darle un beso. —¿Quieres probar algo
pervertido?—

—No entiendo.—

—Siempre he querido saber lo que era hacer el amor como hombre. ¿Nunca te has
preguntado alguna vez como se siente el sexo como mujer?—
—No, en realidad no. No tuve mucho de eso como hombre. Y por lo que tuve, ellas no
parecían disfrutar lo que yo hacía.—

Había una nota extrañ a en su tono. —¿Qué? ¿Pagabas por eso, o algo así?—

É l se sonrojo.

—Oh Dios mío ¡lo hiciste!— Ella negó con la cabeza. —Cade, hay una gran diferencia entre
dormir con una prostituta y con una mujer que se siente atraída por ti.—

—Eso no lo sabría, muchacha. Tu eres la ú nica mujer que he tocado que me quería por
algú n motivo que no sea por dinero o refugio.—

Sus palabras la ahogaron. ¿Có mo podía una mujer no querer a este hombre? Diablos, para
el caso, si ella fuese una prostituta, le pagaría a él. No podía imaginar un hombre así de
caliente y hermoso, sin luchar contra cada mujer que haya posado sus ojos en él.

—Siempre voy a quererte, Cadegan, y nunca por otro motivo que no sea el amor. No me
importa có mo te veas o donde estamos.— Ella lo besó de nuevo y lo acostó en la cama.

Ella trató de quitarse la ropa con sus poderes, pero ella todavía no lo entendía. Má s bien,
ella recurrió a retirarle sus vaqueros y la camiseta a la antigua.

Cadegan se estremeció ante la sensació n rasposa de sus bigotes sobre su cuerpo. —


Recuérdame, tengo que afeitarme con má s cuidado para ti.—

Ella levantó la vista con una ceja arqueada. —¿Qué?—

Le tocó los labios. —Nunca me di cuenta de lo dura que era mi barba sobre tu piel,
muchacha. Es como el papel de lija.—

—Sí, pero me gusta la sensació n.— Arrastró su barbilla sobre el pecho y alrededor del
pezó n.

Cadegan aspiró bruscamente mientras escalofríos estallaron sobre su cuerpo. —Sí, puedo
ver el atractivo ahora.—

Ella se echó a reír. Hasta que él se agacho para acariciarla.

Jo no podía respirar ante la sensació n de placer exquisito que fue a través de ella cuando él
apretó suavemente su cuerpo y tamborileo sus dedos a lo largo de ella. —Ahora sé que
hacerte allí abajo. ¡Guau! No tenía ni idea de lo bien que se siente esto para un hombre.—

É l asintió con la cabeza. —Lamentablemente, he tenido mucha prá ctica trabajando por mi
cuenta.—
Ella se quedó boquiabierta al darse cuenta de lo que le estaba diciendo. —¿Entonces
deberías de estar ciego ahora, eh?—

Riendo, él la beso. —Bueno, no hay mucho má s que hacer. La verdad sea dicha. ¿Cuá ntas
veces puedes tirar los dados sin perder toda la cordura, eh?—

Ella chasqueó la lengua. —No me contaste de este pequeñ o tesoro cuando te pregunté qué
hacías por diversió n.—

—No es exactamente algo que se admite la primera vez que uno se encuentra con un
desconocido. “Oye hombre, ¿cuá l es tu pasatiempo favorito, cuando está s solo?
Desparramar avena en mis sabanas, por supuesto...” Sí, no, esas confesiones no me
apetecen.—

—Desparramar avena en mis sabanas.— Repitió , y luego se echó a reír. —Me encanta la
forma en que explicas las cosas.—

—Como un wombat en un campo de maíz.—

Los dos estaban riendo ahora.

Hasta que ella lo besó de nuevo.

Cadegan la aspiró y se estremeció ante las emociones que le despertó . Felicidad. Alegría.

Calidez. Proteccionismo. Durante siglos, había vivido en un capullo entumecido. Sintiendo


nada.

Sin risas. Solo supervivencia.

Pero ella era como el sol en su oscuridad. Aliento en sus pulmones.

Y cuando ella se deslizó dentro de él, gimió .

—Lindo, ¿no?—Ella respiró en su oído.

Sí y no. Honestamente, no estaba muy seguro de que hacer. —Esto es tan peculiar,
muchacha.—

—Sí, es muy raro, pero no. Lo mismo, pero diferente.—

Sin embargo, no era solo el placer en su cuerpo lo que hizo de ese momento ú nico. Era el
calor en su corazó n que tenía por estar con alguien que se preocupaba por él. Alguien que
no lo veía con desdén o miedo.

O peor aú n, con aburrida indiferencia.


Eso era por lo que había evitado mayormente las relaciones sexuales con mujeres. A
excepció n de Æthla, se había dado cuenta que estaban viendo la mitad del reloj de arena
mientras él estaba allí, simplemente esperando el momento oportuno hasta que se agotaba
o él terminaba.

Y mientras Æthla había compartido su cuerpo con él, había sentido su reserva cada vez que
estaban juntos. Su miedo. Ya que él nunca había dormido con nadie má s que prostitutas, le
atribuía un estatus de noble inocencia.

Nunca se lo atribuyo a un odio ciego y frío. O a su ambició n despiadada que la llevo a usar
su desesperado y sangrante corazó n para mantenerse a ella y a su familia a salvo, mientras
deseaba verlo muerto y enterrado.

Pero esto era tan diferente. Josette se entregó a él abiertamente. Sin reservas.

Con humor y amor.

Y lo mejor de todo, Josette no solo lo amaba.

A ella realmente le gustaba — era incomprensible.

Por encima de todo, era en extremo peligroso para toda su clase. A lo largo de la historia,
los de su especie habían sido derribados por la suave mano de una dama. É l ya había estado
a punto de perder la vida má s de una vez.

Ahora…

É l no podía dejar de desearla. Desde necesitar sentir su toque en su carne.

Ella va a será mi muerte.

¿Pero podría haber alguna vez una mejor manera de irse?

Jo cerró los ojos mientras hundía su rostro en el cuello de Cadegan. Este fue el momento
má s extrañ o en toda su vida. No es de extrañ ar que los hombres lo ansiaran. Ella se
encontraba en la má s absoluta calidez. En una tierna suavidad. Una manta de extremidades.
Pero había algo má s que eso. Se sentía tan segura con él. Aceptada. En todo el mundo, aun
cuando su vida se sumergía rá pidamente en el infierno, sintió como él la sacaba de allí.

Sí, no tenía ningú n sentido. Ella todavía estaba perdiendo su casa. Aú n sin un trabajo de
verdad.

Sin embargo, ella sabía que en todo el tiempo que él estuvo con ella haría cualquier cosa
para darle refugio. É l la protegería con el ú ltimo aliento de su vida.

—Te amo, Cadegan.—


—Y yo te amo, muchacha. Má s de lo que nunca vas a entender.—Apenas pronunció las
palabras antes de que alcanzara el orgasmo.

Jo se rió al oír como ella misma se entregaba a sí misma. Pero no estaba segura de có mo se
sentía sobre eso. Si, fue increíble.

Aun así, era tan extrañ o.

Jadeante y satisfecha, rodó de él y comenzó a reírse. —¿Así que esto me hace una lesbiana,
o simplemente muy narcisista?—

—¿Una lesbiana?—

—La mujer que anhela a una mujer.—

—Ah... No tengo ni idea. Pero si yo fuera una mujer, sin duda sería una.—

Ella arqueo una ceja. —¿En serio?—

Se pasó la mano sobre el arco de la ceja. —Aye. Tú eres el ú nico hombre con el que haría
esto.—

Ella se rió de có mo le tomaba el pelo. —Eres tan malo.—

—Es verdad sin embargo.—

Ella froto su nariz juguetonamente contra la suya. —Tengo que recuperar mi cuerpo.

Aunque me gusta usarte, yo preferiría tenerte como una manta encima mío y no como la
piel con la que estoy caminando. Tiene todo este aspecto Hannibal Lecter, eso realmente
me está asustando.—

—¿Hannibal Lecter?—

—Es un programa de televisió n y el personaje de un libro. No es realmente importante.


Como un wombat en una licuadora.—

É l soltó un bufido. —No estoy seguro de lo que esta licuadora es, pero creo que debería
sentirme mal por ese pobre wombat.—

Ella se echó a reír. —Adoro la forma retorcida que tienes de ver las cosas.— —Y yo te
adoro.—Tomo su mano y cuando empezó a besarla, él frunció el ceñ o con fiereza.

—Nunca me di cuenta de lo repugnante que era.—

—¿De qué está s hablando?—


É l le dio la vuelta para tocar las cicatrices en su espalda. Algo que le hizo darse cuenta cuan
profundamente lleno de cicatrices estaba realmente. Se había producido tanto dañ o a su
cuerpo que apenas podía sentir sus manos sobre su piel. Era una extrañ a y entumecida
sensació n.

¿Qué tanto tendría que haber sido golpeado y torturado para destruir las terminaciones
nerviosas de su cuerpo de esta manera?

—Soy repugnante.—susurró . —No es de extrañ ar que todos corrieran. Que ninguna mujer
me quisiera.—

Ella se volvió hacia él. —No eres repugnante, Cade. Eres uno de los hombres má s guapos
que he visto alguna vez.—

É l se tocó la cicatriz en su cuello, y mientras lo hacía, algo extrañ o sucedió .

Ella vio en su mente la lesió n que la había causado.

De repente, ella no estaba en la habitació n con él. Estaba acostada tranquilamente en una
cama anglosajona en una alcoba de piedra con techo de nervadura sobre ella. Había dos
deerhounds durmiendo en el suelo delante de una gran chimenea.

Desnudo y exhausto, ella, o má s bien, Cadegan, yacía en la cama, escuchando el crepitar del
fuego. Había estado luchando durante casi un añ o entero con el ejército de su hermano. No
contra los sajones o mercianos.

Demonios.

Alguien había desatado un gran nido de ellos y había estado en guerra contra los humanos.

Debido al juramento que había tomado cuando se unió a Leucious, no se le permitió decir ni
una palabra de sus funciones a nadie.

Estaba harto de la sangre y la batalla. Harto de llegar demasiado tarde para ayudar a los
inocentes. De enterrar sus restos, mientras que la culpa lo ahogaba ya que su padre había
causado gran parte de esto.

Pero Leucious finalmente le había dado un respiro con una semana completa de descanso.

Había venido de inmediato para estar con Æthla. Su intenció n era casarse con ella para que
pudiera mantenerla a salvo y lejos de los horrores y peligros de su mundo.

É l ya se lo había pedido al padre de ella y él le había dado su permiso para pedir su mano.

A primera hora de la mañ ana, tenía la intenció n de otorgarle los regalos que había
comprado para ella. Brocados de seda, joyas, y los peines de marfil que había visto
temprano ese mismo día y que le había comentado.
A punto de dormir, apenas había oído la puerta abrirse. Con los nervios asolados por la
guerra, él rodo, listo para la batalla. Solo para relajarse al ver la imagen de un á ngel.

Vestida solo con una tú nica de color verde pá lido, Æthla había dejado su largo cabello rubio
suelto fluyendo alrededor de su cuerpo curvilíneo. Con una expresió n serena, ella se acercó
a él lentamente.

Al instante caliente y adolorido, regresó su daga al estrado junto a la cama y levantó las
pieles en invitació n hacia ella. —¿Tu dolor de cabeza mejoró , amor?—

—No, es mucho peor ahora.—

—Entonces deberías estar descansando.—É l ahueco su almohada para ella. —Ven, y te


protegeré mientras duermes.—

Ella vaciló . La luz del fuego jugaba en su rostro, dá ndole un aspecto aú n má s angelical y
dulce. Preciosa. En todo el mundo, era el ú nico consuelo que jamá s había conocido. —Acabo
de hablar con mi padre.—

Su estó mago se tensó con el temor de que su padre le había echado a perder su planeada
sorpresa. —¿De verdad?—

—Sí. É l me dijo que voy a ser tu novia.—

Cadegan maldijo en ese momento al bastardo. Pero má s que eso, había esperado su alegría,
no esa triste reserva. —No tengo intenció n de forzarte, amor. Pensé que me querías como
marido.—

—¿Por qué pensaste eso?

La angustia en su voz lo cortó peor que las garras de un demonio. Confundido, trataba de
entender lo que su cuerpo le estaba diciendo. —Me permitiste tu virginidad. Siempre me
has recibido con bromas y calor cada vez que te he visitado. Supuse que lo hacías porque
me amabas.—

—¿Amarte?— Ella se burló . —¿Có mo puede alguien amar a un monstruo como tú ?—

Esas palabras le habían abofeteado con dureza. —¿Monstruo? Me arriesgué para salvarte a
ti y a los tuyos. No he sido má s que tierno contigo. —

Una vez que se había unido al ejército de su hermano, Leucious le había prohibido tomar
parte en ninguna batalla humana. Ellos luchaban por una vocació n mucho má s alta y no
iban a arriesgarse por la política mezquina humana.

Cualquier violació n de juramento se castigaba rigurosamente. Leucious no admitía la


insubordinació n de nadie. Como su hermano, Cadegan había tenido un alto cargo, y había
sido castigado mucho má s enérgicamente cada vez que violó las leyes de Leucious.
Sin embargo, cuando se tropezó con ella y su familia escondiéndose en una zanja, mientras
que su propio pueblo había incendiado su residencia de Mercia, había violado todos los
juramentos que había hecho.

Por ella.

El miedo de Æthla había tocado un corazó n que ni siquiera sabía que poseía. Allí, en ese
campo, la había calmado y le había prometido que se aseguraría de que nadie los
encontrara. Que él la mantendría a salvo de cualquier dañ o.

É l había luchado contra su propio pueblo por la hija de uno de sus enemigos humanos. Por
la hija de una raza que había hecho todo lo posible para destruirlo. Una raza que había
quemado sin piedad su monasterio y sacrificado monjes encerrados que no tenían manera
de defenderse.

Una vez que había hecho que sea seguro para ella, había escoltado a su familia a un refugio.
Había pagado por su alojamiento y comida con escaso dinero y se aseguró que regresaran a
salvo con sus nobles parientes en el norte.

—Mi padre me hizo entregarme a ti, para que así sigas ayudá ndonos. Pero yo nunca he sido
capaz de soportar tu tacto. Haces que me den escalofríos.—

Esas palabras lo perforado como las lanzas de la batalla.

—Ahora me han dicho que voy a ser vendida a ti como si fuese ganado o mi padre me
echará para que me prostituya para vivir. Le dije que prefiero ser una puta para una colonia
de leprosos que sufrir una noche má s teniéndote dentro de mí. Me dijo que si no hago esto,
me matará por ello.— Sus ojos quemaban de odio puro sin adulterar cuando lo miro. —¡Te
odio!— Ella se lanzó contra él.

Solo cuando sintió la daga cortando en el cuello fue que se dio cuenta de que había ocultado
el arma en los pliegues de su tú nica.

Gritando, ella lo había apuñ alado una y otra vez mientras sus perros se agitaron con furia.

Incluso entonces, Cadegan solo había tratado de librarse de sus cuchilladas y las
mordeduras de sus perros. É l la empujo al mismo tiempo que la puerta se abrió de golpe
para mostrar a sus tres hermanos.

—¡É l me violó !— Sollozó contra ellos, mostrando a sus hermanos la sangre en ella que era
la de él. —¡Ayú denme! ¡Dijo que me mataría esta noche!—

Tendría que haber utilizado sus poderes para destellarse fuera de allí. Pero Leucious lo
había hecho jurar que nunca revelaría sus habilidades a los mediocres que temían su
magia. Má s que eso, él no era un cobarde y no podía soportar ser acusado de algo que no
había hecho.
Especialmente de algo tan asqueroso.

—No lo hice.—

—¡Mentiroso!— Su hermano mayor se fue contra él primero.

A medida que golpeaban y cortaban su cuerpo desnudo, cometió el error de mirar a Æthla,

que lo observaba con un destello enfermo de satisfacció n.

—¡Quiero su corazó n por lo que ha hecho!—gritó . —¡No me casaré con un demoníaco


bastardo!—

En su dura condena y reproche por su corazó n, algo dentro de él se partió en dos. Una furia,
como la que no había probado desde el día que había visto los restos del monasterio, lo
atravesó y despertaron al demonio que trataba lo má s que podía de mantener tranquilo.

De acuerdo con el juramento a su hermano, él no uso sus poderes. No tenía por qué. Con las
habilidades perfeccionadas en cientos campos de batalla, lucho contra los hermanos de ella
hasta que estuvo sobre sus cadá veres.

Æthla había gritado como una banshee cuando lo vio. —¡Monstruo! ¡Hijo de la perdició n!

¡Eres inhumano! ¡Repugnante! ¡Me das asco!—

Sus insultos se fusionaron cuando él entro en razó n y vio lo que había hecho. Mientras el
horror de sus acciones se apoderaba de él y lo dejaban con el corazó n roto.

Soy un monstruo.

Nacido por ninguna otra razó n que la de poner fin a la vida.

Hecho pedazos y entumecido, Cadegan se había vestido cuando el padre de ella finalmente
llego y llamó a sus soldados para arrestarlo. Pero sabía que aunque lo colgaran, no moriría,
y él expondría a los mortales a una verdad que no estaban preparados para manejar.

Había huido de la sala y regreso al campamento de su hermano.

En el momento que Cadegan entró en su tienda de campañ a para decirle de los eventos y
Leucious lo vio, su hermano se puso pá lido. Sus ojos brillantes se habían ido de azul a verde
a un demoníaco color rojo profundo. —¿Que has hecho?—

—El mató seres humanos.—Misery, una de las entrenadoras de Leucious, había susurrado
mientras se materializaba a su lado. —Los mortales estaban tratando de proteger a su
hermana que él codiciaba para sí mismo.—

Sus ojos se llenaron de condena, Leucious lo miro. —¿Es eso cierto?—


—Sí, pero...—

Leucious le dio una bofetada de revés. —¡No hay peros! Juraste nunca derramar sangre de
mortales otra vez. ¿Es así como mantienes tus juramentos sagrados?—

Cadegan contuvo su furia. —Me atacaron primero.—

—¡Tú eres el hijo de Paimon! Ningú n midling realmente te puede hacer dañ o. ¡Lo sabes!

Una nariz sangrando o un ojo negro, pero sobrevivirías.—

Quería discutir, pero Leucious tenía razó n. Tendría que haber usado sus poderes e irse.

Nunca tendría que haber luchado. —Perdó name, hermano. Fue un error.—

Leucious negó con la cabeza. —No, el error fue mío por pensar por un minuto que eras algo
má s que la bestia sin sentido que naciste para ser. ¡Me das asco! No puedo creer que haya
puesto mi confianza y fe en ti.—

Esas palabras hicieron añ icos su corazó n. —Por favor, Leucious...—Su hermano frenó sus
palabras cuando lo agarró de la garganta y le cortó la respiració n.

Cadegan se atragantó cuando el dolor lo atormentó . La mano de Leucious se fue enterrando


en la misma herida que Æthla le había dado.

—Por los delitos contra Nuestro Señ or, por incumplimiento de mi confianza, yo te condeno
a las tierras de sombras de tu madre. No se te permite caminar esta tierra como un ser vivo.
Pasará s la eternidad para recordar lo que has hecho y lamentando tus acciones. Ya no eres
uno de nosotros.

Por eso, se te condena y destierra del mundo de los hombres. Para siempre.—

Cadegan intentó soltarse del agarre de Thorn. Rogarle que no lo enviara a las tierras de las
sombras. Para decirle a Leucious porque él no podía ser condenado allí. Sería el peor error.
Peor incluso que caer en manos de su padre. Si alguna vez Morgana se enterara de su
secreto, el mundo del hombre sería destruido.

Pero fue inú til.

Leucious lo arrojó contra un pequeñ o espejo que mantenía cerca de su cama.

En lugar de caer sobre él, cayó a través de él... En el reino de los infiernos de Terre Derrière
le Voile.

Cadegan golpeo contra el espejo, rogando por la liberació n.


Leucious lo rechazo fríamente y cubrió el portal de modo que nunca volviese a ver la cara
de Cadegan.

Traicionado y sangrando, Cadegan había recogido el yelmo del suelo y valientemente ido a
enfrentar este nuevo agujero al que había sido echado.

É l no había ido muy lejos antes de que el ejército de Morgana le fey lo dominara y
arrastrara encadenado hacia su corte en Camelot.

La exuberante bruja rubia había tratado de seducirlo con sus encantos y su cuerpo. Pero él
sabía que no debía creer una sola palabra de la lengua de la bruja. —Hijo de Brigid.
Cuéntanos donde tu madre ha ocultado el escudo de tu abuelo.—

Cuando se había negado a darle lo que ella quería, decidió directamente torturarlo.

Cadegan había pedido la muerte. Lo había deseado un milló n de veces. Pero no había alivio.
Tampoco piedad. No era para gente como él.

No hasta que un ataque había distraído a sus guardias mientras que lo habían estado
transportando de vuelta a su celda. Había huido de Camelot hacia el ú nico refugio que se le
ocurrió .

A través de la tierra traicionera y evitando los perros de Morgana, espías y soldados, se


dirigió a la isla de Avalon.

Por un latido de corazó n, respiro aliviado al ver el brillante castillo donde vivían Merlín y
los caballeros supervivientes de Arturo, sin dejar de luchar contra el mal de Morgana.

Hasta que el caballero Ademar y otros tres habían aparecido y le cerraron el paso. Espadas
desenvainadas, lo habían obligado a retroceder.

—¿Qué quieres aquí, demonkyn?—

—Necesito ver al penmerlin.—

Ademar metió la punta de su espada tan profunda en la garganta de Cadegan que le hizo
manar sangre. —No permitimos perros de Morgana aquí.—

Exhausto y todavía sangrando por la tortura, Cadegan se lanzó hacia su misericordia. —Soy
un waremerlin. Cargado con el Escudo de Dagda. Necesito ver al Penmerlin antes de
sucumbir a la tortura de Morgana.— Entonces él hizo la ú nica cosa que nunca había hecho
en su vida.

É l suplicó .

—Por favor, ten misericordia de mí. Necesito refugio. Al menos para una sola noche,
déjame recostar la cabeza en paz para que pueda sanar un poco.—
Ademar le dio una patada en respuesta. —¡Mentiroso! ¡Ningú n guardiá n confiaría un objeto
de Arturo en manos de un demonio! ¿Por qué clase de tonto me tomas?—

Cadegan había tratado de argumentar, pero habían convocado a má s caballeros y lo


golpearon hasta devolverlo a la tierra de las sombras grises. Y allí había pasado mil añ os,
intentando evitar los demonios enviados que lo reclamaban para su padre y a las bestias de
Morgana. La mayor parte del tiempo, él tuvo éxito.

Cuando no tenía éxito, soportó la tortura hasta que encontró una manera de escapar de ella.

Y mientras tanto, en silencio había mantenido un juramento que había sido forzado sobre él
sin su consentimiento. Un juramento a una madre que lo había arrojado a la hora de
haberlo dado a luz.

Y todo por el Hermano Eurig, que le había dado el Escudo de Dagda cuando el rey lo había
mandado a la guerra.

—Esto perteneció a tu madre. Ella me dijo que te lo diera si es que alguna vez te vieses
obligado a salir de aquí. Hagas lo que hagas, muchacho, nunca dejes que el mal lo tenga.
¡Jú ramelo!—

Jo no podía respirar mientras todos los recuerdo de Cadegan se reproducían a través de su


cabeza. A medida que el peso de su verdadero horror la aplastó .

—¿Josette?—

Ella tiro de él en sus brazos. —Lo siento mucho.—

—¿Qué hiciste?—

Las lá grimas llenaron sus ojos. —No por lo que he hecho. Por lo que te han hecho.— Ella
enterró sus manos en su cabello y lo abrazó contra ella. —Voy a sacarte de este infierno,
Cadegan.

No sé có mo, pero te juro que lo haré.—

—Te deseo suerte con eso, muchachita. En verdad, estoy un poco cansado de todo esto.—

Por una vez, ella no tuvo que imaginar. Ella sabía exactamente lo cansado que estaba.

Abatido y derrotado en espíritu. Sin embargo, él no permitía que nadie lo supiera. Nunca. É l
había llevado sus cicatrices internas con la misma dignidad y gracia que las que empañ aban
su cuerpo.

Cicatrices externas que, en efecto, le recordaban a las internas cada vez que las veía.

No importa, mi trasero…
Ahora, ella sabía la verdad con una claridad tan cristalina que era aterradora. —Mi fuerte,
feroz guerrero, por siempre.—susurró contra sus labios.

Antes de que pudiera responder, los muros alrededor de ellos brillaron con una luz tenue.

Cadegan se alejó para luchar, entonces maldijo al recordar que no estaba en su cuerpo y
que no tenía poderes.

¡Mierda!

Gwyn apareció en la habitació n con uno de los demonios que Cadegan sabía que había
servido a su padre.

—¿Qué es esto?—

Gwyn no le hizo caso. — Ella tendrá sus recuerdos y sangre, ahora. Pero no será capaz de
luchar o usar sus poderes contra ti.— É l le dio una palmada en la espalda al demonio. —
¡Aliméntate bien!—

—¡Maldito bastardo! —Cadegan gruñ ó . Se lanzó contra el rey fey, pero antes de que
pudiera llegar a él, la sala se movió y fue aspirado violentamente hacia fuera.
Capítulo 10

—Gracias a Dios, ¡está s bien!—

Cadegan frunció el entrecejo a la mujer que se había lanzado sobre él y lo abrazaba


estrechamente. Estaba junto a una legió n entera de otras mujeres, que lo asaltaron con
preguntas y comentarios en la má s extrañ a gama de acentos que jamá s había escuchado.
Algunos tan espesos, que las palabras le parecían puros sin sentidos.

Completamente desorientado y confundido, no sabía qué hacer.

Hasta que se fijó en un alto hombre rubio, parado cerca de un espejo grande.

La furia oscureció su vista mientras la sangre hervía en sus venas.

—¡Tú maldito bastardo! —Olvidando que seguía en el cuerpo de Josette, se impulsó hacia
Leucious.

Leucious lo agarró en un apriete de acero y lo sostuvo con una facilidad que fue tan
exasperante como frustrante. ¡Maldita su fuerza!

—¡Hey, hey, hey! —dijo Leucious. —¿Te salvé y me atacas por eso? ¿Qué es lo que te
hicieron, mujer?—

—¡No es Josette a quién salvaste, Leucious! ¡Estú pido hijo de puta!—Rompió en una
seguidilla de maldiciones.

Leucious lo agarró por la garganta y lo sostuvo inmó vil contra el vidrio. —¿Cadegan?—

—¿Alguien sabe en qué está n hablando?—preguntó una mujer de cabello oscuro.

—Seh, es galés antiguo. Pero sus acentos son tan espesos, que no puedo seguirlos. Ademá s,
tengo la sensació n, dado el estridente tono de Jo, que no está usando palabras halladas
comú nmente en los diccionarios.—

Cadegan las ignoró mientras le gruñ ía enojado al hermano que no había visto en mil añ os.
Un hermano que quería destripar. —Tienes que regresarme. ¡Ahora!—

Con una expresió n de ira infernal, Leucious apretó su agarre hasta el punto de casi matarlo
antes de lanzar a Cadegan lejos. —¿Qué le hiciste a Jo? ¡Si la dañ aste, juro que te veré
muerto por ello!—

Cadegan lo enfrentó con furia, deseando tener sus poderes para desgarrarle la garganta. —
Oh, aye, tuve que hacerle algo. Dios sabe, un demonio como yo nunca podría haber
intentado protegerla, es eso, ¡¿no es así?! Eso es todo lo que soy para ti, hermano. ¡Algo para
ser odiado y despreciado porque te ves en mí y no puedes soportarlo!—
Leucious lo golpeó con una descarga astral tan fuerte que lo levantó de sus pies y lo envió
patinando por el piso.

Cuando Leucious tomó un paso adelante, otro hombre se paró entre ellos e hizo retroceder
a Leucious.

—¡Suficiente!—rugió . Con pelo negro corto y los ojos ocultos detrá s de algú n tipo de
má scara, se giró hacia Cadegan. Sacudió su mano, y congeló a todas las mujeres excepto
tres de ellas, que se hicieron a un lado y no interfirieron mientras intentaban comprender
que sucedía y por qué. —Yo soy Acheron.—le dijo el hombre a Cadegan.

Cadegan lo observo con cautela. Como un demonio, él sabía que Acheron tenía sangre
parcialmente demoníaca. Pero era de una raza diferente a la suya. Y había mucho má s
poder en esta criatura de la que un demonio solía tener. El poder de congelar humanos
estaba en el nivel de los Dioses. Así que se contuvo a sí mismo para ver, para aprender con
que estaba lidiando. —¿Qué eres tú ?—

—Soy uno de los que está preocupado por Jo ¿Dó nde está ella?—Al menos Acheron no lo
juzgaba. Es má s, solo estaba intentando llegar a la verdad del asunto.

—Mis enemigos cambiaron nuestros cuerpos así podrían torturarla para llegar al escudo de
mi abuelo. Estaba tratando de detenerlos cuando me arrastraron aquí. Tengo que volver
antes de que la lastimen. Envíenme de vuelta, ¡ahora!—

Leucious señ aló los espejos, donde Cadegan vio la hermosa cara de Josette viéndolo. —
¡Mírate a ti mismo, hombre! ¿Có mo planeas combatirlos luciendo así? Ellos tienen tus
poderes y tú te encuentras en su cuerpo. ¿Realmente crees que puedes hacerlo solo? ¿Qué
vas a hacer?

¿Estornudarles encima y rogar que mueran de una infecció n sinusal en un mes?—

—¡Te odio!— pero Leucious estaba en lo cierto. En este cuerpo, era inú til. Lá grimas se
acumularon en sus ojos. —Todas las veces que recé por la libertad… nunca la quise a este
costo.—

Acheron colocó una confortante mano sobre su hombro. —Respira, hermanito. La


recuperaremos. Te lo juro.—

Aye, ¿pero có mo?

¿Y en qué condició n?

Aterrorizado por ella, Cadegan se clavó los talones de las manos en los ojos en un intento
por desvanecer las memorias que lo despedazaban. —¿Qué si ya comenzaron a torturarla?
Solo envíenme ahora. Talvez pueda ofrecer algo, cualquier cosa para protegerla.—

—Yo iré.— Acheron se dirigió al espejo, pero Leucious lo detuvo.


—No puedes, Ash. Si entras a ese reino, drenará tus poderes. De inmediato. Nunca los
recuperará s.—

—¿Qué?—

Leucious asintió . —Conoces las leyes de tu tipo. Un…—él miró a las mujeres y pareció darse
cuenta del desliz que estuvo por cometer. —Un ser como tú no puede solo ingresar a las
tierras inferiores de otro panteó n sin lidiar con las consecuencias… Por no mencionar, el
lugar entero fue diseñ ado para contener y restringir los poderes y la magia de fuertes
criaturas.— Miró a Cadegan.

—Yo iré. Tú convoca un ejército, y yo haré lo posible para detenerlos hasta que lleguen allí.
— Cadegan estaba horrorizado de la estupidez de Leucious. —¿Has perdido la cabeza?—

Leucious se encontró con la mirada de Cadegan. —Siempre. —Se giró hacia Acheron. —
Llama a Fang y que reú na a Cael, Amaranda, Zeke, Ravenna y Tristan de nuestro lado.
Necesitará s luchadores há biles con la espada, y tá cticas de la Edad Oscura. Demonios,
daimons, y poderes fey está n bien. No puede ir nadie con siquiera una gota de sangre de
dios en él.—

Acheron asintió . —Danos una hora para llegar allí.—

Leucious extendió la mano hacia Cadegan. —¿Confías en mí, hermano?—

—Solo para apuñ alarme en la espada. —Miró a las tres mujeres, que observaban con
preocupació n. É l no sabía quién era quién, pero sin duda eran parte de la familia de la cual
Josette hablaba con tanto amor y cariñ o. —Jura por ellas que verá s a Josette en casa.—

—No te preocupes. Ellas saben que lo haré. Karma tendría mis bolas para la cena.—

—¿Karma?— preguntó Cadegan.

—La perra que da miedo justo aquí, —dijo la mujer má s bajita. —Jo es como una hermana
para mí. Mataría a cualquiera que la dañ ase.—

—La enviaré de vuelta a ti, ahora, en un minuto. Así lo prometo.—

Cuando comenzaron a atravesar el portal, Acheron los detuvo. —¿Sim? Forma humana.—

El tatuaje de dragó n que se asomaba por la remera manga corta se elevó de su piel. La
sombra se transformó en una delgada demonio con alas negras y cabello negro azabache.
Bostezando, ella se frotó los ojos como un niñ o pequeñ o.
—¡Akri!—gimoteó a través de su bostezo, —la Simi justo estaba llegando a la parte buena
del sueñ o. Estaba siendo perseguida por Nutter Butters bañ ados con salsa picante. ¡Yum!
¡Yum!

Ahora lo has hecho ir y me despertaste.— Ella bostezó de nuevo. —¡La Simi espera que sea
importante! ¡De otra forma tu bebé estará muy enojada con su Akri!—

—Necesito que vayas con Thorn y lo protejas,— Acheron le hizo una mueca a Cadegan
antes de hablar, —y… a la mujer con él.—

Ella pestañ eó hacia Cadegan, entonces frunció el ceñ o. —Pero ella no ser mujer, Akri. É l
consiguió ser congelado allí y no está muy feliz sobre eso tampoco.—

—Lo sabemos, Simi. Protégelos.—

—Okie, Akri.— Pasó por delante de ellos. —¿Dó nde vamos, hombre Thorny?—

—Donde hay muchos demonios para que te los almuerces.—

Saltando arriba abajo, aplaudió con alegría. —¡Genial!— Sacó un babero de su bolso con
forma de ataú d y sonrió . —Bueno, ¡vamos! ¡La Simi está hambrienta! No quiere esperar.—

Sin otra palabra, Thorn abrió el portal y camino a través de él.

Aú n inseguro si podía o no confiar en su hermano, Cadegan lo siguió , y la demonio cerró la


retaguardia.

En el minuto que estuvieron en Glastonbury, la demonio hizo una cara de disgusto total.

—¡Ew! La Simi se fue y se desvaneció . Bueno, ¡buu! Que poco atractivo color de piel. ¿Quién
se pensó que era una buena idea? ¡Luzco como un refugiado de una película!— Frunciendo
los labios, miró hacia Cadegan.—Pero en ti luce realmente bien.—Rompió en risas. —No, no
lo hace. La Simi estar mintiendo, tratando de hacer que dos demonios hombres se sientan
mejor acerca de ser de repente feos.—

Cadegan le frunció el entrecejo. —¿Está un poco tocada?—le preguntó a Leucious.

Resoplando, Leucious sacudió la cabeza. —No. Simi es un demonio caronte. Son una
antigua, feroz raza que tuvimos la suerte de nunca enfrentar, y ella me hace lucir como un
infante en comparació n con lo realmente vieja que ella es. Pero dicho eso, y gracias a los
excesos de Acheron en lo que a ella respecta, es el equivalente humano a un
extremadamente malcriado y mimado adulto joven.—

—Psst,— le chistó Simi a Leucious. —El término ahora es “nuevo adulto”. La Simi sabe que
eres viejo y todo, Akri—Thorny, pero tienes que mantenerte con los tiempos cambiantes.—
Sonriendo, ella envolvió sus brazos alrededor de los bíceps de Cadegan. —Y hombre—
demonio Thorny estar en lo cierto. El Akri lo hizo e hizo a Simi mimada hasta la punta de
sus botas Demonia. Pero, en una pelea, la Simi limpia la casa y la quema con sus eructos de
fuego.—Ella le dio una sonrisa con colmillos.

Inseguro de qué hacer con ella, Cadegan miró hacia Leucious. —Necesitamos llegar al
castillo de Gwyn ap Nudd. É l es quién nos hizo esto.—

Leucious frunció el ceñ o. —¿El rey sharoc?

Cadegan estrechó los ojos al bastardo. —Pareces saber un montó n sobre este reino.—

Leucious alejó la vista.

—¿Qué significa esa mirada?—

Simi se inclinó para murmurarle alto. —Se llama culpa. La Simi lo ha visto un montó n en
muchas caras de gente humana. Algunas otras especies, también, pero no tanto. —Ella
retrocedió . — Ustedes dos necesitan besarse y besuquearse ahora.—

Cadegan gruñ o ante su sugerencia. —¡No voy a besarlo y malditamente seguro que
tampoco voy a hacer lo otro con él! É l puede pudrirse en el infierno por lo que me importa.

—¡No! No hacerlo. ¡Eso es repugnante! La Simi dice que debes perdonarlo. Después de
todo, él es tu familia. Si akri—Styxx puede perdonar y amar a akri, tú puedes perdonar a tu
familia también. É l solo te encerró por mil añ os. ¡Akri—Styxx estuvo en su repulsivo lugar
por má s de once mil! Once mil… eso es como para siempre, y la Simi sabe porque he vivido
incluso má s. Así que ya sabes, no tienes razones para el odio. Alguien má s siempre lo tiene
peor. Ahora admite a la Simi que él es tu familia.—

—Familia que desearía nunca haber conocido.—

Leucious lo empujó . —No uses ese tono conmigo, como si fuera el que se equivocó . ¡Tú
mataste humanos! Tú violaste nuestro juramento.—

—Entonces estamos parejos.—

—¿Có mo así?—

Cadegan agarró la remera de Leucious y lo sacudió hasta detenerlo. —Tú me tendiste la


mano y prometiste ser la familia por la que siempre recé. Que nunca me harías de lado y te
alejarías. Por nada. La familia se cubre las espaldas, esa es la mentira que me vendiste, y
como un idiota, la compré.—

—No me dejaste opció n.—


Cadegan rió amargamente.—Tenías opciones, Leucious. Hubiese preferido que me mataras
a encerrarme aquí, sin nada.—Cadegan lo empujó aparte y se dirigió al castillo.

—¡Tampoco fue fá cil para mí, sabes!—

Cadegan rió amargamente.—Vete al diablo, Leucious. Y con tu santa indignació n.—

Thorn percibió el odio en la voz de Cadegan. Tenía razó n. É l ni siquiera le dejó explicarse.

Actuó apresuradamente, y condenó al chico sin siquiera escucharlo.

Demasiado acostumbrado a ser traicionado por todos y todo, Thorn arremetió con miedo.
Tan poderoso como él era, sabía que Cadegan era una de las pocas criaturas que podía
matarlo y reemplazarlo en su jerarquía inmortal. Era por eso que nunca permitió a Cadegan
ingresar a los Reinos Inferiores mientras él y su abuelo vivían.

A diferencia de Thorn, que tenía una madre humana, Cadegan era el hijo de una diosa.

Espera un segundo… Thorn se congeló mientras esas palabras resonaban en su cabeza. El


chico era un semidió s. —¡Cadegan!—llamó , corriendo para alcanzarlo.

Cadegan no paró ni un poco.

—¡Espera!—Tiró de Cadegan hasta detenerse. —Eres un semidió s, ¿cierto?—

Liberando su brazo del agarre de Thorn, se mofó de él. —Aye.—

—¿Sin embargo tus poderes funcionan aquí? ¿Có mo?—

Cadegan curvó su labio. —¿Está s diciéndome que me enviaste aquí pensando que sería
incapaz de pelear contra los otros?—

—No incapaz. Solo sin la parte de dios de tus habilidades.— É l maldijo en voz baja. —Eres
una astuta pila de excrementos, ¿no es así?—Comenzó a caminar de nuevo.

Thorn gruñ o de la garganta. —No respondiste mi pregunta.— —No te debo respuestas. Una
dura patada en el trasero y algunos dientes caídos, tal vez.—

Thorn nunca quiso lastimar tanto a alguien. Pero él había lastimado mucho a Cadegan y lo
sabía. Deseando poder cambiar las cosas, agarró al chico de nuevo e intentó que el pasado
no lo carcomiera demasiado.

Cadegan se burló de él. —No es como si te debiera una explicació n o algo así, pero… mi
madre nació del Tuatha Dé Danann, los dioses a quienes los habitantes de este lugar le
rinden homenaje por sus poderes. Por lo tanto, ellos no pueden quitarme poder de dios sin
quitá rselo a ellos mismos. Este es el reino de mi familia.—
Una familia que no quería nada con él.

Sufriendo por el chico, Thorn entrecerró los ojos cuando una nueva idea le llegó con esta
nueva informació n.—¿Simi? ¿Puedes decirle eso a Acheron? ¿Decirle que traiga a Talon?—

—Okies, seguro, akri—Thorn.—

É l le entregó la llave que usó para traerlos aquí. —Necesitará s esto.—

Ella la tomó y voló al portal.

Thorn se giró hacia Cadegan. —No entiendo. Si no pueden drenar tus poderes, ¿qué le pasó
a tu madre cuando vino aquí? Siempre asumí que se convirtió en una midling.—

Cadegan giró sus ojos. —Morgana la convirtió en piedra. Ella aú n vive… como una residente
permanente en el jardín de Morgana de gente que la enojó .—

—¿Qué?—

É l le lanzó una mirada agitada a Thorn.—Ella vino a reclamarme el escudo, y dejarme aquí
indefenso contra todos ellos. Solo que ella no podía sacá rmelo, ya que se lo había dado al
Hermano Eurig en mi nacimiento, y él me lo dio a mí cuando fui forzado a la guerra. Solo el
verdadero dueñ o puede pasarlo. Debe ser dado, nunca robado o reclamado.—

—Ella vino a liberarte. Ella me lo dijo.—

—Nay. Solo como una negociació n. Vino por el escudo primero, y ella me lo dijo. No
confiaba en mí para mantener mi palabra de que no se lo daría a ellos.— Soltó una corta,
amarga risa. — Aprendí bien de ella, ¿no es así? Ella no fue la primera en hacerme esa
oferta. Y no fue la ú ltima. Y

aú n tengo mi escudo. Esta es la ú nica cosa jamá s dada a mí por la cual no tuve que sangrar.

—No entiendo. ¿Por qué no se lo diste a ella cuando vino a buscarlo? Podrías haber sido
libre.—

—¿Libre?— hizo una mueca y sacudió su cabeza.—Es todo lo que siempre me ha protegido
sin falta. ¿Por qué debería dejarlo ir, y quedarme con nada?—

Thorn no quería pensar sobre eso.—¿Dó nde está el escudo ahora?—

—Como si alguna vez te lo fuera a decir. Iré a la tumba con él. Entonces el resto de ustedes
puede pelear por él, por lo que me importa.— Thorn suspiró mientras Cadegan se movía
casi corriendo para llegar a Jo. É l usaría sus poderes para transportarse, pero ya que no
conocía el castillo, podría hacer má s dañ o que bien. No valía la pena el riesgo.
Y mientras se apresuraban, en el fondo de su mente, él vio el chico que Cadegan había sido
el día que se conocieron.

Apenas un hombre, Cadegan había sido capturado por un grupo de demonios que Thorn
estaba persiguiendo. Finalmente los alcanzó y pensó que era un simple mortal al que
sujetaban.

Mientras entraba al campamento, encontró a Cadegan encadenado y sangrando por donde


los demonios lo habían torturado en busca de informació n sobre el escudo de su abuelo.
Como en esos días él era ignorante acerca de su nacimiento, Cadegan no tenía idea de los
poderes que poseía. Sin saber có mo pelear con los demonios que habían sido enviados tras
él y el Escudo de Dagda.

Con un coraje que asombraba a Thorn hasta estos días, Cadegan fue desafiante intentando
liberarse. Y cuando esos ojos llenos de odio, de un azul furioso lo miraron, él vio al padre de
Cadegan en el chico.

Sintió los poderes inexplorados que Cadegan tendría algú n día.

Para bien o para mal. Solo era decisió n de Cadegan.

Thorn mató a los demonios con facilidad y liberó al muchacho, aunque su sentido comú n le
decía que le cortara la garganta antes de que supiera la verdad de su nacimiento y la usase
en contra de la humanidad. Eso era lo que le había prometido a la madre de Cadegan que
haría si el muchacho alguna vez dejaba el monasterio.

Era algo que se necesitaba hacer ahora que Cadegan había tomado vidas humanas.

Pero sin importar cuanto lo había intentado, aun sabiendo que era mejor matar al
muchacho allí y entonces, él en cambio decidió reclutar a Cadegan.

Frotando sus muñ ecas, Cadegan lo miró con suspicacia.

—¿Quién eres tú ?

—Me llaman Leucious de los Brakadians.—

—No conozco a tú gente.—

—Deberías conocerlos.—

—¿Por qué?—
—Porque soy tu hermano mayor.—

Cadegan se congeló y luego se alejó . —Mientes. No tengo familia.—

—Aye, la tienes. Nuestras madres son diferentes, pero compartimos el mismo padre.—

Burlá ndose, Cadegan recogió su espada y su daga de entre los restos de los demonios. —No
tengo padre. Soy un bastardo.—

—Todos tienen un padre. De otra forma no existirías.— Cadegan se movió a preparar su


caballo. —Aprecio tu ayuda, pero necesito encontrar a mi señ or y reportarme antes de que
me señ alen de desertor.—

—¿Qué si te doy otro ejército para combatir? ¿Por una causa mucho má s noble?

Cadegan descartó por completo su oferta. —No puedo pensar en nada má s noble que alejar
al cythral merciano de las buenas tierras galesas.—

—Hay una amenaza má s oscura para tu gente que solo los mercianos y sajones. Una que no
se detendrá hasta que devasten esta tierra y esclavicen a la humanidad.—

Cadegan sacudió la cabeza antes de montarse en la silla.—Estoy seguro de que puedes


hallar a otros para pelear tus batallas.—

Thorn sujetó la brida del caballo para evitar que Cadegan se fuera.—Nay, muchacho. Este
enemigo requiere de guerreros con habilidades y ascendencia muy especiales. Somos pocos
y ellos legiones. Siempre estoy buscando por buenos, dignos hombres para unirse a mi
ejército.—

—¿Y a quién combates?—

—A nuestro padre y aquellos que él, y otros como él, envían para realizar sus ofertas.—

Cadegan frunció el ceñ o.—No entiendo.—

Thorn permitió que sus ojos cambiaran a su natural rojo demoníaco.

Maldiciendo, Cadegan se santiguó e intentó espolear su caballo.

Pero Thorn lo tenía sujeto. —No soy tu enemigo, hermano. Como tú , fui concebido por
nuestro padre para esparcir la guerra por el mundo de los hombres. Para conquistar a
cualquiera que se cruzara en mí camino. Es por eso qué eres invencible en batalla. ¿Alguna
vez te has preguntado por qué posees esa extraordinaria habilidad para la guerra?—

El estrechamiento en los ojos de Cadegan le dijo que estaba en lo cierto.


—Por un tiempo, sin pensar serví a nuestro padre. Hasta que no pude continuar má s. Los
humanos necesitan nuestra protecció n, no que los esclavicemos. Peleamos por todos los
niñ os como nosotros. Aquellos que solo quieren vivir en paz y tener una familia.—

Cadegan se burló de él.—No sé nada de familia.—

—Ú nete a mí y cambiaré eso. Seré la familia por la que has rezado. Y me pararé a tu
espalda, y nunca fallaré en protegerte. —É l extendió su mano hacia Cadegan.—La familia se
defiende entre sí.

Para todo.—

La indecisió n oscureció sus rasgos. —Todos me han abandonado. ¿Por qué debería poner
mí fe en ti?—

—Porque no te defraudaré, hermanito. Por nada. Siempre estaré ahí para ti. Ven conmigo,
Cadegan. Te enseñ aré como controlar tus poderes y usarlos para el bien. Como enfrentar la
oscuridad que pide por tu alma con cada aliento que tomas. No tenemos que ser los
monstruos que fuimos creados para ser. Nadie determina nuestro futuro, excepto nosotros.

Aun así, Cadegan dudó . Finalmente, habló . —Conste que no confió a la ligera o con facilidad.

Pero pondré mi fe en ti, Leucious. No la traiciones, no te perdonaré si lo haces.—

—Y yo estoy poniendo la mía en ti, también. Conste que si me traicionas, haré llover la ira
del infierno sobre ti tan furiosamente, que rogará s por la muerte.—

Thorn se contrajo de dolor al darse cuenta de cuan justificado estaba Cadegan para odiarlo.

Había cumplido la promesa incorrecta. En lugar de ver el verdadero corazó n de Cadegan,


dejó que el miedo y el prejuicio lo cegará n.

En el amargo final, él no era mejor que el resto. Cadegan estaba en lo cierto. Debió haberlo
matado, en vez de aprisionarlo en este sombrío y desesperanzado agujero. Pero había
esperado que un día pudiese perdonar a Cadegan.

Y así los añ os pasaron, con él anhelando a Cadegan a su lado. Esperando encontrar la fuerza
para poner el pasado a un costado y continuar hacia delante.

Sin embargo, cada vez que comenzaba a liberar a Cadegan, se recordaba que el chico había
matado a tres humanos a sangre fría. Cadegan tenía que ser castigado por eso. No solo por
el bien de su propia alma, sino también para asegurarse que ningú n otro de los
comandantes de Thorn se atreviera a romper su juramento. Cadegan sirvió como un
necesario ejemplo de que nadie sería inmune del castigo. Sin importar su excusa.
Ahora que estaba con el muchacho de nuevo, recordó porque él siempre buscaba la
compañ ía de Cadegan para pelear juntos. Lo que má s extrañ ó una vez que se fue.

Había un confort tranquilo que Cadegan poseía que era contagioso. Una serenidad interior
que lo alejaba de quejarse o acusar a otros. Má s bien, él enfocaba su atenció n en lo que se
necesitaba hacer y en lo que estaba haciendo.

Solo se aferraba a las traiciones. Y solo para evitar confiar de nuevo en su traidor.

Engá ñ ame una vez, la culpa es tuya..

Engá ñ ame otra vez, la culpa es mía.

Cadegan rompió a correr al ingresar a los terrenos del castillo, dejando a Thorn atrá s.

Cuando se acercaron a la puerta, cuatro sharoc los enfrentaron.

—¡Fuera de mi camino!—gruñ o Cadegan.

Se negaron a moverse.

—¡Gwyn!—gritó al edificio. —Má s vale que abras estas puertas, o que Dios me ayude…—

El rey apareció justo en frente de él. Pasó una presumida mirada de Thorn a Cadegan. —
Llegas tarde, demonio.—

—¿Eso qué significa?—

—Ella se fue.—

Thorn vio el horror pasar por la cara de Cadegan mientras digería esas palabras.—
Explícate.—

Gwyn le dio una maliciosa mirada. —Morgana nunca pudo domarte. Pero una vez que supe
que tenías una mujer a la que estabas unido, fue simple intercambiarlos mientras estaban
aquí. Sin embargo, pensé que sería má s difícil llevarla ante Morgana, pero una vez que te
desvaneciste… bastante fá cil.—

—¿Ella está con Morgana?—

—Allí está .—
Capítulo 11

Cadegan se volvió hacia Leucious con un gruñ ido furioso. — Será mejor que aprecies,
idiota, que soy demasiada dama para darte una cachetada. —

El bastardo tuvo la osadía de reírse.

Empujá ndolo fuera de su camino, Cadegan comenzó a irse, pero se volvió . — Quiero dos de
tus Adar Liwch Gwins, —demandó del rey.

Gwyn también se rió de él. —No está s en posició n de hacerme ninguna demanda. No tienes
nada con que intercambiar o amenazar ahora. —

Antes de que Cadegan pudiera darle un puñ etazo a ese canalla insolente, Leucious dio un
paso al frente. — Eso no es del todo cierto. —

—¿Có mo? —

Leucious alzó su brazo y usó sus poderes para traer a Gwyn a su mano grande como una
pata.

— É l tiene un hermano mayor perpetuamente enojado que no tiene ningú n remordimiento


en cuanto a desgarrar partes del cuerpo que no extrañ aras… muy seguido. Ahora, dale lo
que sea que él quiere o voy a arruinar el resto de tu vida. Podría llegar a acortarla a tres
minutos. Tal vez menos. —

Cadegan resopló . —Confía en mí, él es bueno arruinando vidas y sin derramar lá grimas por
ello. Ni una. —

Leucious le frunció el ceñ o por sobre el hombro.

—Bueno, lo eres. Solo estaba dá ndote la razó n. —

Leucious arrojo al sharoc — Ve a buscar el bla bla bla lo que sea para él. —

—Adar Llwch Gwin, —Cadegan repitió .

Thorn puso sus ojos en blanco. —Es fá cil para ti decirlo. —

—Nunca entendí por qué eres tan reacio a aprender Cymraeg dada esa mierda que hablas,
y que nadie má s sabe. —

—No es cierto. Acheron, Simi, y Savitar todos ellos lo hablan. Y también nuestro abuelo. —

—Y hablas mucho con él ¿no? —

—Lo evito como a una entrepierna con viruela. —


Leucious frunció el ceñ o aú n má s mientras observaba a Gwyn estampar su mano contra la
pared de piedra de su castillo. Instantá neamente, dos de sus gryphons se desprendieron de
sus pedestales sobre los parapetos y tomaron forma corpó rea.

—¿Feliz? —Gwyn le preguntó a Leucious.

—Loco de alegría. Una emoció n que por lo general celebro salteando las entrañ as de
cualquier molestia paranormal a mí alrededor.

Leucious posó una mirada importante en Gwyn, pero le habló a Cadegan. —Contempla,
pequeñ o hermano, los dioses me han obsequiado la cena. —

Cadegan nunca había visto al rey hacer una retirada tan rá pida. Tratando de no parecer
sorprendido o impresionado, Cadegan se acercó al Adar Llwch Gwin má s cercano a él, y
sostuvo su mano para que la bestia pudiera percibir su aroma.

—Necesitaremos sillas de montar para andar. —

El Adar Llwch Gwin que eligió le dio una sonrisa lasciva mientras una silla de montar
aparecía instantá neamente sobre él.

—Hola hermosura. Simplemente envuelve esas sexis y largas piernas alrededor de mí y te


llevaré a cualquier lado que quieras. —

Cadegan hizo una mueca debido al doble sentido que le producía repugnancia. —Usaré el
otro— Le dio una palmada a Leucious en el brazo. —Este es todo tuyo. Adelante hermano,
envuelve su cintura con esas sexis y largas piernas y mó ntalo toda la noche. —

Leucious puso cara de repugnancia.

El Adar Llwch Gwin que Cadegan había rechazado lo siguió . —Espera. Trae ese trasero de
nuevo aquí. Soy el má s fuerte de todos. Yo te puedo proteger mejor cariñ o. Vamos, no seas
así. Yo te puedo llevar en mis brazos o en mi espalda. Llévame de cualquier manera que
quieras cariñ o. Soy todo tuyo. —

—Oh cá llate Talfryn.— El otro Adar Llwch Gwin rezongó . —¿Acaso no ves que no le eres
ú til?

—É l hizo una reverencia. —Soy Ioan, mi señ ora. —

Leucious soltó una carcajada.

Cadegan nunca había querido cometer asesinato con tantas ganas en toda su larga
existencia.

—Lo juro Leucious, cuando tenga mi cuerpo de vuelta, te voy a patear el trasero hasta que
mis botas estén aceitadas con tu sangre. —
Y aun así, el bastardo se rió .

Ioan puso mala cara. —¿Qué es esto? —

Cadegan tomó las riendas antes de montar a la bestia alada. —No soy realmente mujer.
Este es el cuerpo de mi señ ora. Nosotros partiremos para salvarla. —Fulminó con la mirada
a Talfryn. —Y tú deberías estar rezando para agradecer que es a mí a quien está s hablando.
Si te dirigieras a ella en ese tono, yo estaría estrangulando al rey sharoc sobre tu cuerpo
sangrante por un nuevo Adar Llwch Gwin.—

Talfryn se calmó instantá neamente.

Hasta que Leucious tomó la silla de montar, actuó como si se estuviera muriendo. —Auch.
¿De qué estas hecho, piedra? Una palabra para ti humano... dieta. Deja la carne y la cerveza.
¿No recibiste el mail? Los esteroides son malos para tu equipo.

Ioan suspiró . —Perdó nalo. El pasa demasiadas noches mirando la cadena de tele Lifetime y
WWE. Combinació n extrañ a, lo sé, pero lo mantiene ocupado y semi quieto. —

Leucious sonrió irritadamente a Cadegan. —alabo tu elecció n de transporte. Deberías


trabajar como agente de viajes. —

Cadegan gruñ o por lo bajo en su garganta.

—Es peor que tratar de tener una conversació n con Josette. Solo entiendo alguna que otra
palabra con ella. Entre Uds. tres, una de cada nueve, má s o menos.—

—El no sale mucho. —Leucious le dijo a sus monturas. Luego cambió el tema. —Bien
hermano, ¿a dó nde vamos? —

—Camelot. —

—No.—Talfryn se congeló . —Oh diablos no. Uh uh. Eso nunca va a suceder.

Cadegan frunció el ceñ o hacia sus protestas. —Pensé que los Adar Llwch Gwin debían
obedecer a sus jinetes. —

Talfryn resopló fuertemente en negació n. —Déjame decirlo de manera que entiendas... Son
idiotas aquellos que dijeron esas payasadas sobre nosotros, mi señ or. Idiotas a quienes
Morgana no ha dudado con despedazar los testículos de quienes, tal vez, oscurezcan su
presencia. —

Ioan resopló . —Obviamente, Talfryn la conquistó en su ú ltimo encuentro, y la impresionó


bastante con su personalidad má s encantadora. Estoy seguro puedes entender su temple
feroz para con él. —

—Ciertamente. —
Leucious se estiró y palmeó de manera exagerada a Talfryn. —Ahora, permíteme explicarte
en palabras que tú entiendas. Obedecerá s a mi hermano o deseará s que Morgana te haya
arrancado las pelotas, las fritara y te las diera de comer. Créeme. Mucho má s amable que lo
que te haré si continuas parloteando. —

—Hacia el norte entonces. —Talfryn tomó vuelo inmediatamente.

Mientras Ioan lo seguía, Cadegan contuvo el aliento y rezó para que Josette aú n estuviera
sana y salva. Una y otra vez en su mente, él revivió todo lo que Morgana había hecho para
tratar de obtener informació n de él a lo largo de los siglos. Su corazó n sangraba de solo
pensar en Josette pasando por tales peligros.

Y mientras su mente lo repetía, algo se le ocurrió . —¿Ioan? ¿Hace cuá nto que sirves al
sharoc?—

—Má s de lo que quiero recordar. Siglos, mi señ or. ¿Por qué? —

—Estoy pensando que ellos usaron el mismo hechizo para intercambiarnos a Jossete y a mí
como usan para los intercambios. ¿Qué piensas tú ?

—Probablemente. Sería lo má s fá cil y rá pido de lograr para el rey.

Y aunque ellos no usaban esa magia en adultos seguido, era sabido que lo hicieron en el
pasado para intercambiar un hada mayor cuya familia ya no la quería cuidar.

—¿Sabes có mo lo hacen? ¿Có mo realizan el hechizo?—

—Por lo general, le entregan un regalo al niñ o que quieren cambiar, y luego lo usan para
aplicar el hechizo. —

Cadegan pensó en ello. —¿Un regalo? ¿Có mo una pulsera?—

—Podría ser. —

Cadegan se maldijo a sí mismo por su estupidez. Nunca debería haber permitido que Gwyn
le diera algo a Josette. ¿Por qué no se había dado cuenta del significado de eso antes? Por
qué has estado un poco distraído.

Aun así...

—Llévame a tierra. —

Ioan descendió .

Leucious los siguió .


—¿Qué sucede? —

—Creo que sé có mo salvar a Josette. Necesito un racimo de dedaleras violetas y tres


cá scaras de huevo de cuervo. Tan pronto como puedas juntarlas. —

—¿Pueden ser conjuradas?—

—Mientras sean reales y no estén hechas de algo má s. Creo que sí. —

Leucious rá pidamente las convocó y se las dio a Cadegan. —¿Qué hacemos con ellas? —

—Necesito una vasija con agua hirviendo, puesta sobre fuego. —

Estos aparecieron instantá neamente. —¿Tienes planeado explicar esto? — Cadegan ignoró
a su hermano mientras, rá pidamente, rompía los huevos y quitaba la clara y la yema, de
manera que solo le quedaran las cascaras. Después de aplastarlas en sus manos, las tiro al
agua, y luego agrego las dedaleras e hirvió todo hasta que se transformó en un suero
espeso. —Enfría la mezcla, por favor. —

Leucious obedeció . —Cadegan... —

—Estoy deshaciendo lo que le hicieron a ella. Una vez que complete esto, y si funciona,
debes sacarla de aquí inmediatamente. Si ella aú n está en Terre Derriere le Voile para el
equinoccio, estará atrapada aquí para siempre. ¿Entiendes? —

—Sí, lo entiendo. —

—Jú ramelo Leucious. La sacará s de aquí, sin dudarlo. —

—De acuerdo, cá lmate. Lo juro. —

—No te detendrá s. No le permitirá s buscarme. Ella debe ser llevada de aquí tan rá pido
como puedas. ¿Entendido? —

—Sí. Por la millonésima vez, sí. —

Inclinando su cabeza, Cadegan comenzó a frotar la solució n sobre su cuerpo. Una vez que
estuvo completamente cubierto, se recostó en el suelo y cerró los ojos antes de beberse lo
que quedaba. Inspiró y exhaló , forzá ndose a sí mismo en un estado meditativo.

Y mientras sus pensamientos divagaban, conjuró una imagen de Josette en su mente. Vio
sus ojos burlones mientras ella le hacía el amor, e imaginó el sonido de su dulce voz en su
oído. No había nada en su vida que deseara má s que verla feliz y cá lida. Para siempre.

Justo cuando comenzó a relajarse por completo, escuchó un gruñ ido enojado y
amenazador.
Desafortunadamente, no era Josette.

Eran Ioan y Talfryn peleando por alguna tontería, de nuevo. Y lo trajo de nuevo a donde
había comenzado.

Abriendo sus ojos, los miró desafiantemente.

—¿Eres Jo o Cadegan?,—Leucious preguntó .

—Soy el que má s te odia. —

Leucious suspiró . —Bienvenido hermanito. —

Pero el problema era que él no quería estar de vuelta con Leucious. É l quería estar donde
era deseado. Con Josette.

Má s que nada, él debería estar donde se lo necesitaba.

Protegiendo a la ú nica mujer que él alguna vez amaría.

Se ahogó en lá grimas mientras imaginaba todo lo malo que le estaba sucediendo. Mientras
que la lengua de Morgana era filosa, no era nada comparada con su crueldad física. Algo a lo
que Cadegan estaba acostumbrado.

Y mientras Josette, con su coraje y gracia, podía ser fuerte frente a Morgana y sus bestias, él
no quería que ella sufriera. Por ninguna razó n.

Y menos, por causa de él.

Sin mencionar el pequeñ o hecho de que ella ahora lleva sus memorias. Lo que significaba
que ella sabía exactamente donde se encontraba escondido el escudo. Algo que, en las
manos equivocadas, podría terminar con el mundo como se conocía.
Capítulo 12

Mordiéndose la uñ a del pulgar, Jo se paseó por la cueva gigante que Illarion llamaba hogar.

En forma de dragó n, se puso en cuclillas a unos pocos metros de distancia, mirá ndola con
los ojos entornados. — Todo estará bien, Jo. —

Como deseaba poder creer eso. Pero con cada segundo que pasaba sin palabra alguna, su
preocupació n alimentaba a su locura. Ella no podía soportar este muro de no saber nada. —
No sabemos dó nde está Cadegan o lo que le pasó … ¿Quién lo tiene?—

¿O qué lo tiene?

— Lo sé, pequeña. ¿Te gustaría ir y buscarlo de nuevo?—

—Por favor— ella sonrió al dragó n.—Y gracias, Illarion. Por todo.—

Aun en su gran y enorme forma de dragó n, le dio una inclinació n de cabeza antes de que se
bajara a si mismo lo suficiente para que pudiera subir a su espalda. Ella le sintió
estremecerse mientras tomaba la pequeñ a silla que había conjurado para ella.

—¿Está s bien? ¿Soy muy pesada para ti?—

Él se rió con amargura en su cabeza. — No, muchacha. Aunque sé que estás atrapada en el
cuerpo de Cadegan, soy dolorosamente consciente del hecho de que tú no eres realmente un
hombre. Y estaba recordando a mi preciosa Edilyn que una vez montó en batalla la montura
en la que estas sentada ahora. Ella fue la última y única mujer que alguna vez he permitido
montarme.—

—¿Qué?—, preguntó . Dada la nota de dolorosa ternura en su voz, tuvo un mal


presentimiento de que él, no solo se refirió a que Edilyn lo montó para transportarse
solamente.

Illarion asintió tristemente. — Es de donde viene la leyenda de los sacrificios vírgenes a los
dragones. Ellas no eran realmente nuestros sacrificios. Ellas se ofrecían a nosotros como
honorables esposas.—

— Siglos atrás, mi gente era utilizada como armas de guerra. Para atraernos a pelear por
ellos, los humanos nos ofrecían a sus hijos e hijas, para asegurarse de que teníamos un interés
personal en batallar con los ejércitos humanos y para sus causas. Muchos de los míos se
emparejaron con los más fuertes de tu gente y peleábamos juntos en batalla como una sola
unidad.—

—¿Edilyn fue tu esposa?—


— En una simple palabra, sí, pero ella era mucho más para mí que eso. Ella fue mi mejor
amiga y el mismo aire que respiraba.—

—¿Qué paso?—

— Fallé en protegerla. —

Su corazón se encogió ante la agonía que lo delató. —Lo siento, Illarion.— — Gracias,
muchacha… esa es la única razón por la que estoy dispuesto ayudarlos a ustedes dos, cuando
normalmente dejaría que se pudran. Sé lo que es vivir sin mi mejor mitad. Es algo tan
doloroso que no se lo deseo a nadie. Tu coraje y resistencia me recuerdan mucho a mi Edilyn.
Y quiero verte de nuevo con tu Cadegan.—

Ella se inclinó hacia adelante y lo abrazó . Como desearía tener palabras para calmarlo. Pero
su dolor era tan profundo, que era tangible. —¿Estabas ahí cuando ella murió ?—

El asintió con la cabeza. — Fue tanto una bendición como una maldición. Le prometí que
nunca la dejaría en esta vida o en la próxima. Que siempre estaríamos juntos, y que nadie
nunca reclamaría mi corazón de la manera en que ella lo hizo.—

— Cuando mi especie se une, se supone que morimos con nuestros amados. Pero su gente
tenía a un brujo que encontró la magia para deshacer la nuestra, para que así no perdieran al
equipo de batalla completo. Así que al final, mi cuerpo siguió viviendo, pero mi corazón y alma
se fueron con Edilyn a la eternidad. Odié a su gente después de eso. La única parte de mi
juramento hacia ella que pude mantener es que estuve allí, sujetando su mano, cuando la
muerte la reclamo.

Nunca he amado a nadie salvo ella. Y nunca lo haré.—

Con la cabeza en su cuello, ella acarició sus escamas. —Lo lamento tanto.—

— Gracias. —

Jo tomó las riendas, deseando que hubiera algo, cualquier cosa, que pudiera hacer para
mejorar las cosas para él. Desafortunadamente, no era tan fá cil volver de un dolor como el
suyo.

Este podía destruir a la persona que lo sentía. Ella había visto de primera mano lo que le
había hecho a su familia cuando Tiyana murió . Incluso ahora, su corazó n estaba roto por la
perdida. No pasaba un día en donde ella no pensara en Tiyana al menos una docena de
veces.

Casi una década después, siguen de duelo.

Siempre lo harían
Tal y como Illarion lloraba a su preciosa Edilyn. Pobre dragó n. La vida no era justa y ella lo
sabía tan bien como cualquiera. Pero ahora estaba claro por qué Illarion luchó tan duro por
ella cuando no había ninguna razó n para hacerlo. Porqué él estaba determinado a liberarla,
primero de los demonios que vinieron a reclamarla, y luego de las viciosas mandrá goras y
gá rgolas de Morgana. Todos ellos estaban determinados a capturarla y llevá rsela a sus
amos. Y mientras tanto, Gwyn se había mantenido atrá s, permitiendo que los dos grupos se
fueran contra otro y a Ilarion.

Ella esperaba que el Señ or Suiza tuviera su merecido algú n día.

Una vez que ella le dio a Illarion la señ al de que estaba segura, salió de la cueva y tomó
vuelo.

Jo seguía preocupada mientras escaneaba el desagradable escenario gris por alguna señ al
de su Cadegan, y a donde podría haber sido llevado. Bajando la mano, acarició las escamas
de Illarion.

Le recordaba mucho a Cadegan. Era una pena que ellos dos no se hubieran encontrado el
uno al otro antes de ahora. Podrían haber sido grandes amigos, cuidá ndose el uno al otro.

O cometiendo homicidio.

A lo mejor ellos eran demasiado parecidos. Ellos dos probablemente se podrían de los
nervios, como Amanda y Tabitha lo hacían. Las hermanas gemelas eran de lo má s
absolutamente distintas, sin embargo eran tan similares, era má s que obvio que provenían
del mismo huevo.

Riendo ante la idea mientras volaban, Jo aú n no podía creer que Illarion volviera justo unos
minutos después de que Cadegan fuera succionado fuera del castillo. Sus poderes psíquicos
le habían advertido de que algo estaba mal y había estado desesperado en ver có mo
estaban.

Pero gracias al regreso del dragó n, era imposible saber qué habría sido de ella.

Illarion redujo la velocidad y se alzó como un halcó n que se cierne sobre el terreno tan por
debajo. — Algo anda mal. —

Sujetá ndose a él con todas sus fuerzas, Jo escaneó el campo. —Yo no veo nada—.

— No son mis ojos lo que lo identifican. Lo siento. Un cambio en el aire. Morgana está
lanzando su ejército de nuevo. Las gárgolas y mandrágoras están tomando vuelo. Se dirigen
hacia acá.—

—¿Qué crees que sea?—

— Peligroso. En una palabra. No tengo idea de porque ella haría tal cosa. Pero no augura
nada bueno para ninguno de nosotros.—
Jo frunció el ceñ o cuando vio algo en la distancia. —¿Eso es parte de su ejército?—

Illarion se volvió para mirar. — No estoy seguro. Esas criaturas fueron una vez siervos del Rey
Arturo, pero han sido esclavizados por otros desde su muerte.—

—¿Otros, como….?—

— Nuestro amigo Gwyn.—

—¿Deberíamos atacarlos y ver si pueden ayudar a conseguir mi cuerpo?—

—¿ Estas preparada para una batalla?—

—Soy Cadegan ¿cierto? Tengo sus poderes. Ni idea realmente de có mo usarlos, pero estoy
dispuesta a intentarlo, si tú lo estas—

El soltó un bufido. — Aférrate fuerte y reza.—

Illarion se dirigió directamente a ellos.

Jo se aferró bien y se mantuvo agachada contra su cuello mientras volaban. Entonces ella
sintió ruido de tripas. —¿Hambriento, cariñ o?—

— Preparándome para respirar fuego por si lo necesito.—

—Así que ¿viene desde tu estó mago?—

— No. Tengo una anatomía diferente de la tuya. Vamos a dejarlo así.—

Okay, entonces. Ella no estaba segura de querer una lecció n de biología de dragó n.

A medida que se acercaban a las gigantes, musculosas aves aleonadas, Jo vio a los dos
jinetes en sus espaldas. Esto no podía ser bueno.

Prepará ndose para atacar. Illarion se zambulló hacia ellos.

Pero a medida que se acercaban, ella se dio cuenta de que uno de los jinetes le era
extremadamente familiar.

—¡Espera!, ¡es Cadegan!—

Illarion se paró en seco. —¿Estás segura?—

—Bastante. Creo que reconocería mi cuerpo en cualquier parte—

Riéndose en su cabeza, el proyectó sus pensamientos a los jinetes.

En el momento que lo hizo, el que tenía su cuerpo se dirigió a ellos.


—¿Josette?— Cadegan llamó .

—¡Somos nosotros, Cade!—

Illarion los guió hacia una pradera. Las enormes aves aleonadas aterrizaron no muy lejos,
mientras que Jo saltó de Ilarion, y luego corrió a su encuentro.

Una parte de ella en realidad no creía que era Cadegan hasta que estuvo en sus brazos.

Hundió la cara en su cuello y lo abrazó fuertemente. —Pensé que te habías ido para
siempre.—

De hecho estaba temblando de alivio. —Pensé que Morgana te tenía. Está bamos de camino
para atacar Camelot—

Jo se rió al ver el masivo ejercito de dos. —¿Atacar có mo, cariñ o? No habrías tenido una
oportunidad sin tu cuerpo y tus poderes—

É l le guiñ ó un ojo. —No había dominado bien el plan en mi mente. Estaba deseando por un
poco de inspiració n una vez que llegara—

—Está s tan loco.— Ella le dio un beso.

Hasta que su mirada cayó sobre el hombre que estaba con él y lo reconoció por los
recuerdos de Cadegan.

Todo el humor huyó de ella y se reemplazó por una amarga furia que se apoderó de su
mejor sentido.

—Hola.— É l extendió su mano hacia ella. —Soy…—

Antes de que pudiera decir otra palabra, ella le golpeó su mandíbula tan fuerte como pudo.

Entonces maldijo cuando el dolor atravesó su mano con una feroz palpitació n. Wow,
parecía mucho má s fá cil y menos doloroso en las películas.

—Oh Dios mío, creo que me rompí la mano.—Ella acunó su mano en su pecho.

Con una ceja arqueada, Cadegan se movió para inspeccionarla. —No está rota, amor, pero
recuérdame, necesito enseñ arte como pegarle a alguien.—

Thorn la fulminó con la mirada mientras se frotaba la mandíbula magullada. —¿Por qué
demonios fue eso?—

—¡Tú bastardo!— Ella le gruñ ó , deseando tener el poder para vencerlo hasta dejarlo azul.
—Es por lo que le hiciste a Cadegan. ¡Có mo pudiste!—.
—Tú no sabes lo que pasó —

—No, Leucious. ¡Tú eres el que no sabes qué pasó ! Tengo las memorias de Cade. ¡Tú , hijo de
puta sin valor!—

El no habló mientras su mirada cayó a las cicatrices en sus brazos. Con el ceñ o fruncido, se
movió a su espalda.

Jo se sacó la camiseta para que pudiera ver el completo rango de los dañ os causados al
cuerpo de Cadegan. Y la mayoría de ellos o se hicieron o fueron causados por culpa de él.

—¿Orgulloso de ti mismo?—

Con su rostro pá lido, se encontró con la mirada de Cadegan. —¿Qué fue lo que ellos te
hicieron?—

Cadegan le puso la camisa de nuevo a ella. —No importa.—

Jo fue a abofetear a Leucious, pero Cadegan la detuvo.

—Déjalo ir, muchacha.—

Dejarlo ir, ¡y un cuerno! ¿Có mo podía ser tan indulgente con tal idiota? —¿Por qué está s
con él?—

—É l es un amigo de tus primas. É l está aquí para llevarte a casa—

Ella dio un paso por delante de Cadegan para empujar a Leucious en el pecho con su dedo
índice. —No. Tú nos llevará s a casa. No me iré de aquí sin Cadegan.—

—Muchacha…—

—Lo digo en serio, Cade. A diferencia de tu familia sin valor, yo nunca te abandonaré. En
especial, no só lo en este infierno.—

Cadegan la tomó en sus brazos y la abrazó . Como deseaba que le pudiera creer. Pero él
sabía que la vida tenía una desagradable tendencia a hacer de mentirosos a todos ellos, y
sentar la ruina a todos y cada una de sus intenciones. Le besó su mejilla. —Nos
preocuparemos de eso má s tarde. Primero, tenemos que cambiarnos a nosotros mismos de
nuevo—.

Leucious los taladró con su rostro. —Esto es perturbador ¿no es así? ¿Oír tus palabras
saliendo del cuerpo de ella? Sí. Creo que estoy teniendo una migrañ a.— —Podría ser un
tumor.— uno de sus pá jaros le dijo. —O un aneurisma. Justo estaba mirando un programa
en donde…—
—¡Cierra tu pico, Talfryn!— El otro pá jaro le espetó . —¿Podrías alguna vez aprender a leer
la habitació n?—

—No hay una habitació n aquí. —Talfryn miró a su alrededor. — ¿Eres estú pido? —

Jo les frunció el ceñ o antes de volverse a Cadegan. —¿Debería preguntar?—

—No, muchacha.— Cadegan la presentó rá pidamente a todos.

Una vez que terminaron, Jo tocó el brazalete en su brazo —¿Crees que esto tiene algo que
ver con el episodio de la Invasió n de los Ladrones de Cuerpo que estamos viviendo?—

—Sí, y yo digo que volvamos al castillo y le saquemos la mierda a Gwyn hasta que arregle
esto—

Leucious resopló . —Ahí está el Cadegan que recuerdo. Cuando todo lo demá s falla, los
golpeamos con un palo—.

— Funciona para mí.—

Cadegan inclinó su cabeza hacia Illarion. —Tengo la sospecha de que tú y yo seremos


buenos amigos—.

Leucious resopló ante su hermano. —¿Por qué no simplemente le sacamos el brazalete y


vemos que pasa? ¿Sí? —

Ioan se paró para detenerlo. —Eso probablemente no sea sabio. ¿Quién se lo puso y
porque?—

—Gwyn, para asegurarse de que volviéramos a Galar para las vísperas de fey.— Cadegan
suspiró . —Estoy de acuerdo con Ioan. Es posible que eso la pueda dañ ar. Confío en Gwyn
incluso menos de lo que confío en ti.—

Leucious lo fulminó con la mirada. —Como si tú no pudieras cortarme la garganta.—

—Sí, podría. Si alguna vez se diera la correcta y apropiada oportunidad— Cadegan le tomó
la mano a Jo.

Justo cuando se encaminaban hacia Ioan, el cielo sobre ellos se oscureció .

Jo miró hacia arriba y se ahogó . Los dragones y las gá rgolas de Morgana llenaban el cielo.

Y se dirigían directamente hacia ellos.


Capítulo 13

Sin pensarlo dos veces, Cadegan agarró su cuchillo de la cadera de Josette y se preparó para
luchar contra ellos hasta el amargo fin de sus fuerzas. A pesar de que ella estaba en su
cuerpo, él tiró de ella cuando los dragones y gá rgolas descendieron para atacarlos.

En el momento en que lo hizo, una extrañ a neblina roja se levantó del suelo y formó una
cú pula sobre su pequeñ o grupo. Una cú pula donde los soldados de Morgana se estrellaban
contra esta, y retrocedían. Si no fuera por el hecho de que esto podría ser una amenaza aú n
mayor para ellos, sería có mico.

Con el ceñ o fruncido, Cadegan miró a su hermano. —Qué, ¿un escudo?—

Leucious negó con la cabeza. "Definitivamente no fui yo." Miró al Adar Llwch Gwin. ——
¿Frick? ¿Frack? ¿Pueden explicarlo? —

Con la boca abierta, ellos sacudieron la cabeza al unísono.

Illarion se apartó para ayudar a proteger Josette y Cadegan. — Se siente como magia fey,
pero no tan oscura como la magia de Morgana. —

Apenas había empujado ese pensamiento a sus cabezas que la tierra debajo de sus pies se
abrió y se los tragó .

Maldiciendo, Cadegan se envolvió alrededor de Josette para amortiguar su caída, mientras


caían en una profunda y oscura caverna. Por un momento, temió que fuera sin fondo.

Hasta que tocó un piso duro, negro. Aunque estaba oscuro, las paredes a su alrededor
brillaban con parras brillantes.

Josette cayó encima de él.

Dejó escapar un gemido á spero. —Yo soy el que necesita perder peso, mí dama. ¡Uf! Yo
peso una tonelada fuerte. ¿Có mo es que soportas mi peso encima de ti? —

Su rostro se puso rojo antes de que ella se moviera para hablarle al oído. —Me encanta tu
peso sobre mí. Pero no de esta forma. —

É l la besó suavemente antes de dejarla ir para ver qué nuevos peligros los acechaban.
Josette se deslizó de su cuerpo. Se puso en pie mientras los demá s siguieron su ejemplo.

—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí?— Preguntó una mujer desde el interior de la
oscuridad.

Recuperando su espada, tomó la mano de Josette para sostenerla cerca de él.


—¿Por qué has traspasado mis tierras?—Había una nota estridente en el tono irritado de la
mujer.

—No quisimos faltarle el respeto.— Leucious habló primero.

—Las acciones son mucho má s importantes para mí que las palabras que profesan la
intenció n, porque esas acciones, a menudo, traicionan su verdadero corazó n. El caso en
cuestió n...— Una niebla roja apareció ante Cadegan y Josette. —Ustedes dos se protegen
mutuamente, sin una sola palabra.

¿Significa esto que no se preocupan por los demá s? —

Cuando Josette empezó a hablar, Cadegan le apretó la mano para advertirle de no hacerlo.
Al menos no hasta saber má s acerca de lo que se enfrentaban.

La niebla se dirigió a Leucious. —¿A quién proteges?—

—No es asunto tuyo.—

La niebla se solidificó en el cuerpo de una mujer hermosa. Con el pelo largo y negro, tenía
un rostro ovalado y ojos grandes y oscuros. —Te gustan tus palabras, ¿no?—

—Es sabido que me han servido bien.—

Ella se burló de Leucious antes de que acercarse a Cadegan y Jo. Una lenta sonrisa curvó sus
labios mientras bailaba con la mirada sobre el guapo cuerpo de Cadegan. Hasta que ladeó la
cabeza y estudió sus manos entrelazadas. —Y tú , tú debes tener un valor significativo para
su señ ora codiciar y proteger así.—

Antes de que ninguno de ellos pudiera hablar, Jo fue arrancada de Cadegan. Cadegan,
todavía en su cuerpo, corrió hacia ella.

Cuando Jo trató de llegar a él, una jaula de oro trenzado salió de la tierra para rodear y
mantenerla en una pequeñ a habitació n. Jaulas similares surgieron para encarcelar Illarion,
Ioan, Talfryn y Leucious.

La mujer se trasladó para enfrentar a Cadegan, que estaba en el cuerpo de Jo. —¿Sabes
quién soy?—

—Reina Cordelia.—

Ella inclinó la cabeza en señ al de aprobació n. —¿Así que ya sabes de mí?—

—Todo el mundo en Glastonbury conoce el cuento de Gwyn y su esposa, Creiddylad.—


Ella movió su dedo delante de su rostro. —No, no hasta la víspera de Todos los Santos. Por
ahora, yo pertenezco a Gwythyr ap Greidawl, que me volvió a ganar el pasado dia de mayo.

Suspirando pesadamente, ella echó la mirada atrá s hacia el cuerpo enjaulado de Cadegan.
—Y me canso de estar en casa como un trofeo. Hubo un tiempo en que yo habría dado mi
alma por Gwythyr. Pero esos días han pasado, y ahora anhelo a otro para abrazar. Un
hombre digno del título, que siempre ganará mi mano sobre los demá s.—

La mirada especulativa de la reina regresó al cuerpo de Cadegan antes de volver al


enfrentar el cuerpo de Josette. —¿Qué opinas si luchamos por tu hombre y la mejor dama lo
conserva?

Cadegan vaciló . ¿No sabía que estaban uno en el cuerpo del otro?

¿Era esto un truco de algú n tipo?

Indeciso, él frunció el ceñ o. —¿Luchar có mo?—

—Una justa. Usted contra mi campeó n. Si su amor y su corazó n son verdaderos, ganará s de
vuelta a tu hombre. Pero ten cuidado... si usted ha hablado falsamente de sus sentimientos,
todos sabrá n que usted ha mentido, y seguramente perderá .

En su propio cuerpo, con su fuerza y habilidad, Cadegan habría estado má s que preparado
para derribar a cualquier oponente. Pero mentir a la reina fey parecía una estú pida
perspectiva. Y él valoraba la vida de Josette demasiado para jugar con ella.

—Majestad, ¿sabes quién soy?—

Ella le dio una sonrisa insidiosa. —¿Usted si?—

Era justo. Sinceramente, que apenas se conocía a sí mismo casi todos los días. Y estaba
especialmente confuso hoy. Pero la ú nica cosa que no dudaba era lo que sentía por Josette.
—Yo conozco mí corazó n.—

—Entonces una justa será .—

—¡No!—Josette gritó en negació n mientras luchaba contra las barras de oro que la
sujetaban. — ¡No voy a permitirlo! ¿Qué pasa si eres herido? —

Cadegan tomó su mano en la suya y la puso en su mejilla. —Yo sanaré.— Se volvió hacia la
reina.

—Pero hay una cosa que quiero por esto.—

Cordelia arqueó una ceja. —¿Y que sería eso?—

—Gane, pierda o empate, Josette regresa a su verdadera casa, intacta. En cuerpo y alma.—
Se tomó un momento para pensar sobre la oferta. —Só lo si usted acepta que en caso de
perder, voy a poseer a Cadegan por siempre. Cuerpo y alma.—

Era un precio muy alto, pero él estaba dispuesto. —Hecho.

—¡No!— gritó Josette. —¡No! ¡No estoy de acuerdo! ¡Me rehú so!—

Cordelia resopló . —No es tu trato para hacer. El acuerdo está hecho. —Ella dio un paso
atrá s y juntó sus manos.

Un torbellino barrió a través de la caverna, soplando todos ellos alrededor. Haciendo


pegarse la ropa a sus cuerpos y enfriando la habitació n. De repente, un semental de oro
apareció . Tenía los ojos rojos y una melena brillante que impactaba en el suelo y miraba a
Cadegan con malicia.

En un abrir y cerrar de ojos, una armadura de oro envolvió su cuerpo, con un bacinete,
plumaje rojo, y lanza de guerra.

El caballo fulminó con la mirada a Cadegan mientras él se ponía a sí mismo en la silla de


montar para luchar contra cualquier oponente que Cordelia exigiera.

Cargada con magia fey, la lanza flotó hasta que él la tomó en su mano. Tan pronto como él
se apoderó de ella, su oponente se presentó en el lado opuesto del caluroso lugar de
combate. Envuelto en una armadura de plata con plumaje azul y montado en un caballo de
plata, el caballero miró hostilmente a Cadegan a través de su casco con ojos de un rojo
demoníaco.

Cordelia manifestó un enorme trono de espinas, a la vez una duende con alas apareció
cerca del campo, con una bandera.

Cadegan esperó a que la duendecilla dejara caer la bandera. En el momento en que lo hizo,
le dio una patada a su caballo. Sostuvo la lanza, listo para dar un golpe justo y se preparó
para el choque.

Así como él debería haber golpeado, su oponente se desvaneció en el aire. Su caballo galopó
de largo, y mientras lo hacía, Cadegan ya no se encontraba en el campo.

Tampoco estaba en el cuerpo de Josette.

É l estaba en el pasado distante. Un muchacho asustado entre los soldados del rey.

Cadegan se congeló cuando les oía hablar esas palabras que no tenían ningú n significado
para él. Como echaban miradas de desprecio hacia él como si fuera un perro mestizo a
punto de ensuciar sus zapatos.

Uno de los caballeros arrojó una canasta de malla oxidada a él, y una espada que parecía
haber sido raspada por el fondo del Tá mesis…
Y fue fundido todo junto como el proyecto escolar de un niñ o.

Confundido, él levantó la mirada hacia el hombre que se había burlado con palabras que no
podía entender, pero el tono decía que era todo lo que gente como Cadegan merecía.

Los demá s se habían reído de la nueva armadura que el rey les había mandado a buscar
para él, ya que no tenía ninguna propia.

Sin embargo, ellos se reían de él.

Solo y nostá lgico, Cadegan había cavado a través de la cesta, só lo para darse cuenta de los
otros caballeros habían empapado todo el contenido con su orina. Y se rieron aú n má s duro
mientras lo veían rizar el labio en repugnancia.

Peor aú n, todavía llevaba la sangre del ú ltimo caballero que la había usado, o má s bien,
dado el tamañ o del agujero en el lado, había muerto en ella.

No dispuesto a dejar que los demá s supieran lo mucho que sus palabras y acciones lo
hirieron, Cadegan había lavado la armadura lo mejor que pudo, y remendado con tiras de
cuero que había cortado de la parte superior de sus zapatos.

En su primer día de batalla, se puso la armadura y no hizo caso de sus burlas y desprecios, y
agradeció que só lo pudiera conocer sus tonos mordaces y no sus palabras reales. Uno de
ellos era bastante malo. É l definitivamente no necesitaba lo otro.

Como no tenía caballo, ellos lo dejaron para combatir a pie, con só lo la espada dañ ada y sin
escudo.

Ninguno de ellos le había permitido ser parte del grupo de ejército. Uno por uno, lo habían
apartado y lo empujaron hasta que había sido relegado a un lado de sus fuerzas, para
combatir solo.

Nadie junto a él.

Nadie a su espalda.

Fue el peor momento de su vida. Debido a que todos los soldados se habían negado a
entrenarlo, no había sabido nada de la guerra. Apenas sabía có mo sostener correctamente
su espada.

Pero en cuanto los mercianos habían atacado y la sangre había fluido espesa en el campo
bajo sus pies, Cadegan se había sostenido por su cuenta con todo lo que tenía. Estaba
decidido a no morir ese día.

Sin embargo, sus adversarios habían tratado sin piedad de cortarle la cabeza y derribarle al
suelo.
Se había negado a cumplirles sus deseos. No tenía ninguna intenció n de caer. No este día o
cualquier otro.

Mientras luchaba, había visto a uno de los caballeros montados Powys caer de su montura.

Los mercianos se habían fijado en él como una manada de lobos hambrientos. Feroces. Sin
piedad.

Lo golpearon y cortaron hasta que su bacinete rodó .

Era el mismo hombre que había arrojado la armadura sucia a Cadegan y se reía mientras lo
hacía.

Por un mero latido de corazó n, Cadegan se había regodeado al ver el destino del hombre.

Hasta que su mente recordó al Hermano Eurig, que había utilizado sus manos para
instruirlo con amor y paciencia sobre la decencia y la misericordia. —El honor es lo que
separa al hombre de la bestia. La mejor manera de vivir con honor en este mundo es ser en
realidad lo que pretendemos ser.

Deja que los demá s se rían y se burlen de aquellos de nosotros que ellos perciben por
debajo de ellos, pero recuerda, buen Cadegan, el honor se encuentra dentro de nuestros
corazones y es lo que nos hace actuar con misericordia y compasió n en contra de aquellos
que má s han hecho mal con nosotros. Incluso si el chacal hiere tu orgullo, no premies tal
maldad entregando tu honor. Só lo entonces habrá s perdido todo. Nunca dejes que nadie
tome tu alma, porque no valen la pena, por tu eternidad o tu corazó n.—

En lugar de alejarse y dejar el caballero a morir tan cruelmente como había vivido, Cadegan
había cargado hacia adelante y valientemente trató de protegerlo de sus enemigos.

Aunque el caballero había sobrevivido a ese encuentro y Cadegan, también herido, le había
llevado a los médicos para ser atendido, las lesiones del caballero habían sido tales que él
murió al día siguiente. Pero una hora antes de su muerte, él había convocado a Cadegan a
su lecho.

Con una mirada cá lida, había ofrecido la mano a Cadegan y le había dado su propia espada,
armadura y yelmo, y dijo a los soldados consigo que quería que su caballo fuera de Cadegan
también.

Era la espada de aquel caballero que Cadegan llevaba este día. Un recordatorio a sí mismo
que incluso aquel que parecía el mal má s cruel en el mundo nunca estaba por encima de la
salvació n. Que, por las acciones correctas, el corazó n de cualquier persona se podría
cambiar. Y un recordatorio para Cadegan que todas las personas merecen el má ximo
respeto. Para recordarse a sí mismo que él nunca quiso ser el que trajo tanto dolor y
miseria a otro ser vivo.
Como tantas otras veces, el Hermano Eurig dijo... —Nadie supera un gran dolor.
Simplemente ayuda al alma a convertirnos en mejores personas y má s fuertes.—

É l nunca deshonraría al Hermano Eurig o sus enseñ anzas.

—¿Darías tu honor por tu amor?—

Cadegan se congeló al oír la incorpó rea voz de la reina. —¿Perdó n?—

—¿Qué es lo que má s valoras?—, le preguntó .

—Mi dama. Siempre.—

—Entonces demuéstrelo. Quítese la ropa.—

Cadegan negó con la cabeza. —Yo estoy en su cuerpo, y no voy a deshonrarla. Usted me
preguntó si quería sacrificar mí honor y así lo haría. Pero lo que me pides ahora es
sacrificar el suyo, y eso no lo voy a hacer.—

—¿Ni siquiera para salvar tu vida?—

—Nay. Mi vida no tiene valor para mí. Nunca voy a deshonrar a mi señ ora.—

Cordelia lo agarró por el cuello y lo golpeó contra la pared. —¡Voy a arrancarte el corazó n!

—Me prometiste que no harías dañ o a Josette. Gane, pierda o empate, mi señ ora va a casa
con vida e intacta. Fue su palabra para mí. —Una extrañ a corriente pasó por su cuerpo.

La reina estrechó su mirada en él con rencor. —¿Y ahora?—

—Usted tiene de vuelta su cuerpo, Lord Cadegan. ¿Me has de dar tu honor por tu señ ora?—

Cadegan miró hacia abajo para ver que ella estaba en lo cierto. Era él mismo otra vez. —
Daré cualquier cosa por su libertad.—

Ella inclinó la cabeza hacia él. —Usted hará tres pasadas a mi campeó n. Si usted es
desmontado, se entregará a Morgana. Sin hacer preguntas. Sin escape. Si pierde, usted me
pertenecerá como mi esclavo. Por siempre.—

Cadegan preferiría que lo maten. Pero él no tenía ninguna duda de que iba a ganar. No
había perdido ni una sola vez en una justa. —Hecho. ¿Pero vamos a completar realmente la
partida esta vez?— Ella dio unas palmadas.
Cadegan volvió a su caballo. Era el momento justo antes de que hubieran cruzado las
lanzas, cuando su oponente se había desvanecido. Esta vez, la lanza de su oponente se
estrelló contra su hombro, enviando un dolor penetrante a través de todo su cuerpo.

Se dejó caer sobre el caballo, y casi se soltó de la silla de montar. Era pura fuerza de
voluntad lo que lo mantuvo en su lugar.

Pero awww... le dolía. El dolor de ese golpe era abrasador, y mientras la lanza de su
campeó n se había roto en dos, la de Cadegan permaneció intacta.

Las ganas de gritar injusticia lo abrumaron. Sin embargo, él sabía que no debía pronunciar
esas palabras.

A Cordelia no le importaría. No se trataba de la equidad. Se trataba de ganar.

A diferencia de ella y las fuerzas oscuras que ella servía, no había victoria que el deseara
tanto como para hacer trampa. Rodó su hombro, tratando de ignorar el dolor, mientras le
daba la vuelta el corcel en el campo de batalla.

La duendecilla apareció de nuevo con su bandera.

Ella miró al gigante que había inclinado en contra, luego a él. Con un rá pido movimiento de
cabeza a la reina, ella bajó su bandera.

Cadegan espoleó su montura hacia adelante. Esta vez, apuntó por el corazó n del gigante, y
otra vez se apoyó en el golpe. Hirió a su oponente fuerte y certeramente. El gigante se
tambaleó hacia atrá s, pero se contuvo antes de caer del caballo.

Leucious y Josette gritaron de alegría por el evidente triunfo de Cadegan.

Los ojos de Cordelia se oscurecieron advirtiendo que ella no había terminado con ellos, ni
que se tomaría a la ligera la derrota.

Cadegan arrojó los restos de su lanza rota en el suelo.

Jo se mordió el labio mientras observaba a Cadegan tomar otra lanza má gica desde el aire y
se preparaba para su pasada final. É l era increíble. Ella só lo podía imaginar lo terrible que
sería enfrentarlo en la batalla con esas habilidades.

É l levantó la visera de su yelmo para sonreír y guiñ arle a ella.

Envolviendo sus manos alrededor de las barras de oro, rezó que ganara esta ú ltima ronda
para que pudieran salir de aquí. Pero mientras él se dirigía al pró ximo encuentro, un mal
presentimiento la recorrió .

Esto era demasiado fá cil.


Algo que resultó ser muy cierto cuando el gigante se elevó en el ú ltimo pase para matar a
Cadegan. Cuando lo hizo, ella vio algo aú n má s aterrador.

La armadura de Cadegan salió volando en todas las direcciones. El emergió de ella como
una mariposa demoníaca de un capullo. Sus ojos de un amarillo brillante, ahora tenía el
pelo largo y rubio, y garras. Grandes colmillos. Su piel se volvió una profana mezcla de
amarillo y naranja.

Grandes alas negras salieron de su espalda.

Leucious maldijo al ver la repentina y extrema transformació n de Cadegan.

—¿Qué pasa?—, ella preguntó sin aliento.

—Estamos en muy serios problemas. Acaban despertar el addanc.—

—¿El qué?

É l encontró su mirada a través de las barras, y por la palidez de su rostro, vio su verdadero
pá nico. —Es por eso que atrapé a Cadegan aquí.— Señ aló con la barbilla hacia el monstruo.
—Fue para evitar que eso se desatara. Cada demonkyn tiene encerrado en su corazó n su
verdadera forma. La bestia sanguinaria sin alma que es prá cticamente invencible. Una que
no puede ser detenida.— Haciendo una mueca, maldijo de nuevo mientras una tristeza
profunda empañ ó sus hermosos rasgos. —El addanc le ha tragado por completo y nosotros
somos los siguientes en el menú .—
Capítulo 14

Maldiciendo de manera que dejó a Jo sonrojada, Leucious retrocedió de las barras de su


celda.

—¿Jo? Mírame. Estoy por hacer algo realmente estú pido. Cuando lo haga, Necesito que
recuerdes tres palabras por mí. Omni rosae spina. —

Ella frunció el ceñ o. —¿Cada rosa tiene sus espinas?—

—Bien, entiendes latín. Sí. Memoriza esas palabras en caso de que pierda el control. ¿De
acuerdo?—

A ella no le gustó como sonó eso. Para nada. —¿Perder el control de qué? —Esperaba que
solo fuera el control de su vejiga.

Entonces sus ojos se volvieron de un verde vibrante, delineados de rojo. Después, ella casi
perdió el control de los suyos cuando vio su verdadera forma demoníaca.

—Esto.—En un momento Leucious era humano, al siguiente, el también era un demonio.

Completo con alas y una armadura de oro que le recordó a un general romano.

Talfryn enloqueció en su jaula. —¡Ayú dennos! ¡Alguien! ¡Rambo! ¡Tenemos que salir de
aquí!

—¿Por qué?—preguntó Jo.

Antes de que él pudiera contestar, Leucious canalizó sus poderes y los sacó de la jaula.

Illarion corrió hacia Jo para protegerla mientras Leucious y Cadegan intentaban matarse
mutuamente.

Riendo, Cordelia se dirigió al grupo con una sonrisa burlona. —Gracias por permitirme
adueñ arme de la ú nica arma que ni Morgana ni Merlín pueden detener. ¡É l es mío ahora!—

En un momento todos estaban en la caverna y al siguiente, todos ellos, incluido Leucious,


que aú n era un demonio, estaban de vuelta en la casa, del otro lado de la puerta reflejada en
el espejo.

Para su sorpresa, cuatro de sus primas estaban ahí también, con un pequeñ o grupo de
personas los cuales ella nunca había conocido.

Aú n en su cuerpo de demonio, Leucious los enfrentó a todos y soltó un aullido feroz.

Entonces so movió para atacarlos.


—¡ Di las palabras! —le advirtió Illarion.

—¡Omni rosae spina!—

En el momento en que las dijo, Leucious inclinó su cabeza hacia atrá s y gritó como si
sintiera dolor. Se quedó quieto como si estuviera luchando consigo mismo aú n má s fuerte
de lo que había luchado con Cadegan.

Su cuerpo demoníaco lentamente volvió a su forma humana. Lá grimas recorrieron su


rostro mientras él visiblemente temblaba y jadeaba por aire.

Sin dirigir una palabra a nadie, se pasó el dorso de la mano por la cara y se fue por una
puerta del costado.

Karma lo siguió .

Selena abrazó a Jo con mucha fuerza. —¿Eres tú , verdad? —

—Sí, ¿por qué?—

—Después de ese tipo loco que estaba en tu cuerpo, solo quería asegurarme. —

—Cadegan, —dijo Jo molesta por la forma en que Selena hablaba de él. Ella miró a Illarion y
se calmó ante la vista del poderoso weredragon, ahí delante. É l estuvo aquí, en este reino.
En forma humana. De alguna manera, la reina fey finalmente lo había liberado de
Glastonbury. Pero habiendo dicho eso, él no se veía tan feliz como ella hubiera pensado. En
cambio, parecía confuso y desorientado.

É l se quedó mirando a uno de los extrañ os rubios como si estuviera viendo un fantasma.
Así mismo, el rubio se quedó mirá ndolo boca abierta.

—¿Illarion? ¿Realmente eres tú , pequeñ o hermano? —

Lá grimas se formaron en los ojos de Illarion antes de asentir y abrazar al otro hombre
fuertemente.

Mientras ellos se miraban, ella supo que estaban hablando con sus mentes y que el resto de
ellos no estaban invitados en la conversació n.

No hasta que Illarion miró má s allá de su hermano y vio la expresió n curiosa de Jo.

— Josette, este es mi hermano, Maxis. —

Ella inclinó su cabeza hacia él. —Encantada de conocerte. —

—Igualmente. Y gracias por ayudar a mi hermano. —Volvió a mirar a Illarion. —Aú n no


puedo creer que estés aquí. Creí que habías muerto con los otros. —
Mientras ellos se apartaron para hablar, Jo volvió con Selena. —Tengo que volver por
Cadegan.

Cuando ella se dirigía hacia el espejo, tres Leucious le bloquearon el camino. —No lo
puedes liberar ahora. —

Jo miró desafiantemente al ser, quien estaba a punto de conocer su lado cajú n malo. Una
cosa sobre las mujeres sureñ as, es que eran fuertes. Nadie les decía que no y se salía con la
suya.

Especialmente cuando se trataba de un ser amado. —No lo dejaré ahí. Solo. Si tengo que
volver sola, lo haré. —

—Leucious volvió a la habitació n con Karma, mientras las tres imá genes que la bloqueaban
se desvanecieron. É l le lanzó una mirada hacia la gente reunida allí. —Por el amor de Dios,
¿alguien podría hacer entrar en razó n a la Reina Cabeza Dura? —El miró a Jo.

—No puedes ir a Terre Derriere le Voile y liberar a un demonio desterrado al mundo del
hombre. —

La ira la desgarró . Antes de que pudiera pensarlo mejor, Jo se acercó a Thorn y lo empujó .

—¡Tú nunca lo deberías haber desterrado! ¡Todo esto es tú culpa! —

—No tuve elecció n. —le gruñ ó a Jo. —Lo está bamos perdiendo día a día, volviéndose mas
amargado y enojado lentamente. Lo vi en sus ojos. Hice todo lo que pude para mantenerlo
anclado, y cuando vino esa noche a decirme lo que había hecho, vi que estaba a punto de
florecer en el addanc que viste anteriormente. —

Jo no podía creer lo que él le estaba diciendo. ¿Có mo pudo hacer tal cosa? —¿Así que lo
abandonaste? —

É l se estremeció antes de volver a encontrar su mirada otra vez. —¿Realmente quieres la


verdad Jo?—

Si, ella la quería.

Leucious extendió su mano hacia ella. —Tó mala y te mostraré exactamente con lo que estas
tratando.—

En ese momento, ella dudó mientras un mal presentimiento la dominaba. Realmente no


confiaba en Leucious, y de verdad había algo muy raro en todo esto. Algo que no estaba
segura querer saber. Alzando su mano, ella tocó el medalló n que Cadegan le había dado.

Por protecció n.
Cadegan no era una bestia demoniaca. Ella lo sabía. Nadie que amara tan profundamente
como él podía ser lo que Leucious alegaba. Leucious era el malo aquí, no Cadegan.

No queriendo ser intimidada por él, ella tomó su mano.

En el momento en que lo hizo, su cabeza dio vueltas. Ya no estaba en la casa, estaba en un


viejo monasterio medieval de piedra.

Un monje que ella reconoció como el Hermano Eurig y un abad estaban parados al lado de
una modesta cama donde una mujer que ella conocía por las memorias de Cadegan como su
madre, estaba dando a luz. Con cabello oscuro y tonsuras, los clérigos estaban ambos
vestidos con simples tú nicas negras.

La madre de Cadegan era etérea y hermosa. Su largo cabello oscuro estaba empapado por
el esfuerzo del parto, pero eso no le restaba su belleza de ninguna manera. Con un grito y
un empujó n final, su hijo entró al mundo y se deslizó a las manos expectantes de la
comadrona.

—¡Santa Madre de Dios!— El Hermano Eurig se persignó .

La comadrona se asustó y se alejó del recién nacido. Por poco y casi no lo deja caer en la
cama entre las piernas de su madre. —¿Qué es esa cosa?—

—¡Má tenlo! —gruñ ó el abad.

—¡Nay!— apurá ndose como pudo para llegar hacia el niñ o, Brigid tomó al infante y lo
acunó contra su pecho. Ella lo envolvió con su chal de lana, tratando de protegerlo.

Esta no era la misma madre cruel que había ido a quitarle su escudo a Cadegan. La que
había intentado hacer un trueque con su libertad por lo que ella quería.

El bebé gritó por aire.

Acercá ndose, Jo dio un grito ahogado al ver los rasgos no humanos de Cadegan. Aunque
tenía alas, parecía humanoide, con pial escamosa naranja y ojos amarillo brillante.
Extrañ amente lindo, la criatura parecida a una lagartija pequeñ a lloró por comodidad.
Brigid lo acercó a su pecho y lo amamantó . É l se calmó instantá neamente.

El abad dijo con desprecio —¡Es el hijo del diablo! Debemos matarlo ahora, antes de que
crezca.—

Ella negó con la cabeza. —É l es el hijo de Tuah Dé. Nieto de Dagda. Un dios por derecho
propio. Matarlo podría destruir el mundo como lo conocemos y desatar una horda de
demonios sobre este mundo que nadie puede combatir. ¿Quiere comenzar el Armagedó n?

El abad negó con la cabeza. —No podemos tenerlo aquí.—


Ella agarró al abad por la tú nica hasta que estuvieron casi nariz a nariz. —No tiene elecció n.

¿Entiende? Si él es resguardado del mal, el no conocerá el mal. El será una fuerza para el
bien.

Mientras su corazó n sea puro y sin corromper, su padre nunca será capaz de transformarlo
y usarlo en contra nuestro.—

—¿Y si él se vuelve malo? —

Sus cejas se unieron, mostrando preocupació n. Miro hacia abajo y acarició la mejilla del
bebé mientras este amamantaba. Y mientras este bebía de su madre, su apariencia se volvió
humana.

—El destruirá esta tierra y todo el que la habite. El ú nico capaz de matarlo sería el demonio
Malachai.—

El Hermano Eurig jadeó mientras se persignaba debido al terror. Después de un momento,


lanzó una mirada especulativa al bebé. —¿Puede el destruir al Malachai, mi señ ora?

Ella lo consideró por unos minutos. —Como adulto, él tendría ese poder, sí.

El monje y el abad se miraron. —¿No tendría má s sentido cuidar de tal arma de manera de
poder usarla en caso de que el Malachai nos amenace?

—Es demasiado peligroso.

Pero Eurig insistió . —Todas las armas son mortales en las manos equivocadas, Padre. Pero
si son usadas por alguien bueno...

El abad se burló . —¡Está n locos! Ambos.

—Nay, estos son tiempos peligrosos. —El Hermano Eurig jugueteó con el mismo rosario
que Cadegan mantenía cerca de su cama. — Ya hemos perdido al Sephiroth. Pero si
pudiéramos tener otro para ayudar a nuestro lado en esta batalla, podríamos cambiar su
rumbo. Podríamos ganar esta guerra. De una vez y para siempre.

Aun así, el abad rehusó su pedido. —Un perro siempre regresa a su vomito.

—Y el Señ or trabaja de maneras misteriosas. —Eurig dirigió su mirada hacia Brigid. —Su
madre es santa. No hay razó n para asumir que la sangre de su padre sea má s fuerte que la
de ella o la del padre de ella, aun sin importar que estén combinadas.

—¿Está s dispuesto a apostar nuestras vidas en ello?

Eurig asintió . —Yo tomaré al niñ o de la mano y lo guiaré. Yo no permitiré que eso decaiga.
—É L, —Corrigió Brigid. É l es mi hijo, no eso.

Eurig vió el ceñ o fruncido del abad. —Podemos mantenerlo alejado del mal. Lo creo.

—Yo consiento, aunque tengo el mal presentimiento de que las generaciones futuras nos
maldecirá n por nuestra parte en este día. —El abad entrecerró sus ojos al mirar a Eurig. —
É l será tu responsabilidad y habrá un duro castigo para ti cuando sea que él se incline hacia
los poderes oscuros.

—Le daré la fuerza para permanecer puro. Le enseñ aré a evitar la tentació n. Realmente
creo que estamos destinados para hacer esto.

Leucious apareció al lado de Jo en el monasterio y llamó su atenció n fuera de la escena.

—Cadegan fue la ú nica razó n por la que ellos tomaron un voto de silencio y se
enclaustraron.

Querían mantener todo el mal alejado de él lo mejor que podían. Antes de ser enviado a
Terre Derriere le Voile, el monasterio fue el refugio de las tentaciones de su padre. —

Aunque ella podía apreciar lo que habían tratado de hacer, ellos tendrían que haberlo
sabido mejor. —No se puede hacer eso Leucious. El mal siempre encuentra la manera. —

—Lo sé. —É l tomó su mano y la llevó a la noche funesta cuando Æthla se volvió en contra
de Cadegan y buscó terminar con su vida. —Esto es lo que vi cuando el vino a mí.

Leucious, que era má s comú nmente llamado Thorn para recordarse a sí mismo de por qué
debía evitar desatar su demonio interior, estaba sentado en su escritorio portá til, revisando
informes sobre el Malachai y su ejército. Un ejército que Thorn había estado luchando por
miles de añ os. La oscuridad que amenazaba al mundo entero estaba creciendo má s
rá pidamente de lo que podía vencerlos. En la ú ltima semana solamente, había perdido
quince de sus Hellchasers contra las fuerzas del Malachai. Dos habían sido masacrados
cuando ellos tontamente habían ido a suplicar por la liberació n del Sephiroth para que
Jared pudiera luchar con ellos.

—¿Qué es lo que voy a hacer?

Thorn miró al espejo donde la noche anterior, su propio padre había escrito una amenaza
con la sangre de un Hellchaser contra él y Cadegan.

Cada día los acercaba má s a la derrota. Y cada día, ellos perdían má s terreno.

Incluso Malphas ya no estaba de su lado. Estaba en las manos del má s frío enemigo. Si
Thorn tenía suerte, ese era el destino má s misericordioso que lo esperaba.

El otro...
Ni siquiera podía contemplar lo que sucedería si le permitía la entrada a su corazó n a su
padre.

Thorn tiró el pergamino al suelo con un zarpazo de su brazo. —¡No ganará s Padre! No te
cederé este mundo a ti y a aquellos a quienes tú sirves. —

Tomando su cá liz, se bebió los ú ltimos contenidos cuando Cadegan entró en la carpa. A
Thorn le dolió el estó mago al ver el lamentable estado de Cadegan. Sus ojos eran de su
color demoníaco natural. Estos brillaban en una amarillo rojizo a la luz de la vela. Algo que
Thorn nunca había visto que hicieran antes.

Sangre humana manchaba su armadura. Las manos de Cadegan temblaban como si él


estuviera tratando de aferrarse a esa parte de él que no estaba contaminada por la crueldad
de Paimon.

Su piel se tensaba debido a los mú sculos demoníacos.

Thorn sintió a sus propios poderes emerger para pelear mientras veía la maldad interior de
Cadegan. Esta crecía delante de sus ojos. Trató de detenerse, pero sus propios ojos
comenzaron a cambiar. —¿Qué has hecho? —

Avergonzado, Cadegan miró hacia otro lado, al mismo tiempo que la sirvienta de Thorn,
Misery, apareció a su lado. Mientras que el no confiaba en la demonio sensual para nada, él
sabía que ella nunca le mentiría.

Ella solo ocultaba la verdad.

—El mató humanos. —susurró al oído de Thorn. —Midlings que estaban tratando de
proteger a su hermana que él deseaba para sí mismo. —

(¡Nay! ) Thorn se estremeció por el miedo de que Paimon, después de todos sus intentos, le
hubiera quitado a Cadegan también. La traició n y el dolor eran profundos. En todo el
mundo, Cadegan era todo lo que le quedaba.

Todo lo que amaba, y que aú n vivía.

Teniendo esperanza, rezando por que fuera mentira, que Cadegan no se estaba
convirtiendo, Thorn lanzo una mirada de odio a su preciosa familia. —¿Es esto verdad? —

—Sí, pero...

Enfurecido, su propia sangre demoníaca se encendió y le dio una bofetada a Cadegan.


¿Có mo pudo hacer esto? Cadegan conocía sus leyes y por qué las tenían. Lo suyo era una
tregua débil con el Arelim y el Seraphim. Un mal paso y todos ellos serían desterrados al
reino del infierno que ellos habían llenado con enemigos que harían cualquier cosa por
ponerles las manos encima. Enemigos que los destrozarían y que se volverían má s fuertes.
Tan fuertes, que otros nunca serían capaces de detenerlos.
A Thorn, personalmente, no le importaba lo que le hicieran a él. É l se merecía toda su
maldició n y él ya había aceptado eso hace mucho tiempo, pero para el resto que le servían
lealmente...

Ellos merecían la salvació n que se habían ganado.

—¡No hay peros! Juraste nunca má s tomar sangre de midlings. ¿Es así como mantienes tu
juramento sagrado?

Los ojos de Cadegan se habían convertido completamente, de humanos a demoníacos. —


Ellos me atacaron primero.

Thorn se estremeció mientras sentía a su hermano volverse aú n má s hacia la oscuridad. La


justificació n de la crueldad era la má s resbaladiza de las pendientes. Una vez que
comenzaba, no había vuelta atrá s. La maldad se alimentaba de tal comportamiento sin
culpa y prosperaba en el corazó n de su instrumento.

—¡Tienes la sangre de Paimon! Ningú n midling puede realmente lastimarte. ¡Lo sabes! Una
nariz sangrante o un ojo negro, pero sobrevivirías.

Cadegan agachó la cabeza. —Perdó name hermano. Fue un error.

Thorn quería creerle. En serio. Pero había sido decepcionado demasiadas veces. Se ahogó
en sus lá grimas mientras miraba a ese par de ojos idénticos a los de su padre, y se dio
cuenta de que Cadegan sería su ruina. Había permitido que esta criatura se acercara
demasiado a su corazó n. Así era como lo hacía el mal. Nunca de enemigos que vieras venir.
Solo los má s cercanos a ti podían destruirte. Aquellos en quienes no deberías haber
confiado. Aquellos a quienes les permitiste engañ arte porque el dolor de vivir sin ellos era
peor que el dolor de tolerar la mentira.

Al renunciar a su juramento de sangre, Cadegan había dado ese primer paso mortal hacia
las fuerzas oscuras. Si daba uno má s, sería tan poderoso que ninguno de ellos sería capaz
de enfrentarse a él.

Ninguno de ellos.

Thorn miro hacia su escritorio, donde el nombre del Malachai estaba tallado en la madera
como recordatorio de lo poderosa que era la bestia.

Si el addanc emergía con el Malachai...

Todo estaría perdido para siempre. Este mundo sería suyo y lo ú nico que Thorn podría
hacer seria dar un paso hacia atrá s y ver como ardía a la orden de ellos.

Sin importar cuá nto amaba a Cadegan, Thorn no podía permitir que eso sucediera. No
después de todos los horrores que había presenciado.
Y no especialmente después de la promesa que hizo.

Thorn negó con la cabeza. —¡Nay!, el error fue mío por pensar, por un minuto, que eras
algo má s que la bestia sin sentido que naciste para ser. —

El rostro de Cadegan cambió completamente mientras su demonio interior se encendía


cada vez má s. Cualquier rastro de compasió n en sus ojos, ya no estaba.

Thorn le gruñ ó . —¡Me das asco! No puedo creer que puse toda mi confianza y fe en ti.—

El rostro de Cadegan volvió a su apariencia humana, como otras anteriores. Un truco


buscando compasió n que casi siempre funcionó , y que debilitaba a los tontos que los
amaban. —Por favor Leucious. —

Thorn lo tomó de la garganta para impedir que esas palabras tuvieran éxito en hacerle
cambiar de opinió n y permitirle olvidar que tan peligroso Cadegan era.

No el inocente niñ o que él amaba.

El monstruo que ese inocente niñ o había soltado esta noche. Un monstruo que no había
sido capaz de alejarse de aquellos demasiado débiles para luchar contra él.

Cadegan se había bañ ado en su sangre. Había soltado a su demonio interior


completamente.

De todas las criaturas, Thorn conocía esa euforia mejor que nadie. El no podía permitir que
se convirtiera en lo que Thorn había sido.

Si lo hacía, nadie sería capaz de llegar a él.

Un hombre, incluso este amado niñ o, nunca podía ser má s importante que el bienestar del
mundo entero.

Thorn apretó su agarre y rezó porque esa fuera la decisió n correcta. Que Brigid finalmente
hiciera lo que ella debería haber hecho siglos atrá s.

Recibir a su hijo en su reino, donde ella pudiera vigilarlo y alejarlo del alcance de su padre.

—Por crímenes cometidos contra Nuestro Señ or, por violar mi confianza, te condeno a las
tierras sombra de tu madre. No caminaras má s en esta tierra como ser vivo. Por esto, estas
sentenciado y desterrado del mundo del hombre. Para siempre.

Cadegan trató de soltarse del agarre de Thorn. Por un instante, Thorn casi cedió .

Hasta que la mano de Cadegan se convirtió en una garra. Aterrorizado de soltar al addac al
mundo, Thorn lo lanzó contra el pequeñ o espejo donde Paimon había prometido, la noche
anterior, devorar el mundo a través de la sangre de Cadegan.
Cadegan se fue instantá neamente al reino de su madre. El golpeó el vidrio, implorando por
su liberació n.

Thorn se obligó a sí mismo a no mostrar ninguna emoció n. A mantenerse fuerte contra el


amor que lo odiaba por lo que estaba haciendo.

Debía ser hecho. No había má s opció n en este asunto.

Incapaz de soportar sus propias acciones, Thorn dio la vuelta y cubrió el portal para que el
rostro de Cadegan no debilitara su decisió n.

Te amo niñ o.

Sin poder soportar el dolor, Thorn rugió en agonía...

Por un minuto, Jo no pudo respirar mientras ella se retiraba y miraba a Thorn a los ojos. Un
demonio que realmente amaba a Cadegan.

Los eventos se veían tan diferentes desde su perspectiva. Sus miedos, pasado y
responsabilidades habían influido su visió n y nublado su juicio.

Tal y como Cadegan había hecho.

—É l nunca se hubiera vuelto en tu contra Thorn.

—¿Hubieras corrido ese riesgo si fueras yo?

¿Honestamente? Ella no lo sabía. Todos cometían errores. Todos ponían su fe en la persona


equivocada alguna vez.

Æthla había sido el punto ciego de Cadegan. Y Cadegan era definitivamente el suyo.

—Lamento haberte juzgado tan mal.

—Todos somos culpables de ello Jo. Pero ahora sabes por qué debemos dejarlo donde está .

Ella sacudió su cabeza, negá ndolo su solució n. No era tan simple y ella lo sabía. —No
podemos. Hemos despertado al addanc en su interior. É l es el arma que alguna vez temiste
liberar.

¿Y si tus enemigos lo encuentran? ¿Eres má s capaz de matarlo ahora de lo que eras


entonces?

Thorn miro hacia otro lado.


—Eso es lo que creí. Antes de que todo esto empezara, Cadegan estaba durmiendo en su
cueva.

Solo y seguro. Tú y yo hemos despertado su lado demoníaco, y depende de nosotros hacer


lo que se debió hacer mil añ os atrá s.

—¿Matarlo?

—No Thorn. Salvarlo.


Capítulo 15

—Dado lo que hemos estado viviendo con el actual Malachai, estoy de acuerdo con Jo. Creo
que lo má s irresponsable que podemos hacer es dejar a Cadegan en Terre Derrière le Voile
sin supervisió n o protecció n. Hemos despertado al demonio dentro de él. Es nuestro deber
vigilarlo y custodiarlo.

Cada cabeza en la sala miró a Acheron cuando esas palabras salieron de sus magníficos
labios. Algunos estaban contentos.

Algunos, no tanto.

Jo quería besarlo por respaldar sus deseos. La expresió n en el rostro de Thorn decía que
quería estrangularlo. Karma, que había estado presionando para desterrar a Cadegan a un
á mbito aú n má s sombrío, se puso furiosa.

Fang, un apuesto lobowere de pelo oscuro que trabajaba como Hellchaser de Thorn,
intercambió una mirada abierta de incredulidad con su rubia esposa wereosa, Aimeé. El
grupo estaba reunido en la sala de atrá s del bar y parrilla en Ursulinas, el Santuario, donde
ambos cambia— formas poseían en conjunto con la familia Were—Hunter de osos
cambiantes de Aimeé.

La habitació n en la que se encontraban estaba un poco sobre poblada con Karma, Selena,
Tabitha y su hermana gemela Amanda, junto con el marido de Tabitha Valerius, que una
vez había sido un general romano, y el marido de Amanda, Kyrian, un antiguo general
griego que había sido asesinado por el abuelo de Valerius. Luego estaba Talon, un antiguo
celta que una vez había trabajado con Valerius y Kyrian, sentado entre ellos.

Por si acaso.

Mientras Kyrian y Valerius habían aprendido por el bien de sus esposas gemelas y sus cinco
niñ os a olvidar el pasado, todavía tenían una frá gil relació n a veces. Una que Jo nunca había
entendido, hasta hoy.

Qué iró nico, en realidad. Ella negaba rotundamente la existencia de un mundo paranormal
que existía en paralelo con el que ella transitaba todos los días. Le sorprendió saber que
ella había comido muchas veces en este establecimiento que era propiedad y estaba
dirigido por un clan entero de cambia—formas. Que ella, sin saberlo, había pasado horas y
horas con hombres que tenían miles de añ os de antigü edad. Era impresionante que sus
primas hubieran guardado sus secretos tan bien, y eso la hacía en serio preguntarse quién
en realidad era el padre del hijo de Karma.

Algunas de las miradas clandestinas que había notado entre Karma y Thorn
definitivamente le decían que había mucho má s entre ellos que una simple amistad.

¿Podría Thorn ser el padre de E.T.? ¿Era eso posible?


Mientras ellos discutían el futuro de Cadegan, Simi se sentó junto a Acheron a comer un
plato cargado de pollo a la barbacoa, mientras que el hermano gemelo de Acheron, Styxx,
seguía agregando papas fritas y ensalada de col a su comida cada vez que ella la agotaba.

Styxx y Acheron eran una extrañ a pareja, de hecho. Ellos eran idénticos en absolutamente
todos los sentidos, excepto el color del pelo y el estilo. El pelo negro rizado de Acheron
estaba cortado justo por debajo de las orejas y caía alrededor de su rostro. Styxx era rubio y
peinaba sus cortos rizos hacia atrá s, fuera de sus ojos. La ropa de Acheron era negro sobre
negro y tan gó tico como una audiencia de 45 Grave... incluyendo su anillo de bodas de
titanio negro que tenía crá neos y huesos cruzados. Por otro lado, Styxx tenía un estilo
refinado y vestía una camisa azul oscuro y jeans. Su anillo de bodas de oro amarillo parecía
tener jeroglíficos egipcios.

También en negro, Thorn se sentó junto a Jo mientras Illarion y Max se apoyaban en una
pared junto a Ioan y Talfryn. Zeke había salido hace só lo unos minutos para atender una
llamada, mientras discutían qué hacer con Cadegan.

Thorn suspiró pesadamente. —Tú no lo viste, Ash. É l es el addanc. Totalmente


transformado.

¿Está s realmente dispuesto a liberarlo en este mundo, donde puede ser que no sea posible
detenerlo?

Ash sostuvo la mirada de su hermano. —Aprendí a reservarme la opinió n sobre las


personas por sus acciones, sobre todo cuando han sido tratados injustamente por su
familia.— Se volvió hacia Jo. —¿Qué piensas honestamente? Tú has pasado má s tiempo con
él que nosotros. Y recuerda, si eliges mal, probablemente terminará el mundo tal como lo
conocemos.

Ella resopló ante las palabras de Acheron. —No hay presió n, ¿verdad, amigo? Wow, Ash. No
sé por qué no tienes tu propio show de auto—ayuda... Estilo de Vida de lo Mó rbido y
Aterrador.

Estén atentos, amigos. Esta semana vamos a aprender có mo poner fin al mundo con un
floreo y deshacerse de esos molestos problemas de pulgas del perro, todo en diez minutos.

Talon y Styxx estallaron en carcajadas.

—¡Hey!—, dijo Simi. —¡No molesten a akri! É l no es el que nos metió en esto... esta vez.

Ofendido, Acheron resopló . —Gracias, Sim.

—No hay problema, akri. Eso es para lo que la Simi está aquí. Para asegurarse de que no te
enojes con estos cabezotas.

Haciendo caso omiso de su intercambio, Illarion dio un paso adelante. — No lo he conocido


por mucho tiempo, pero parecía bastante decente para ser un demonio. Y he conocido a
muchos de ellos a través de los siglos. Creo que podemos confiar en Jo. Ella es su ancla, por lo
que he visto.

No hay nada que él no haría por ella. Él incluso me perdonó la vida a sus órdenes. Mientras
ella viva, creo que él estará bien.

Ash puso su mano sobre el hombro de Simi. —Esa es la ú nica verdad de los demonios.
Todos ellos se esclavizan a sus corazones. Siempre y siga siendo de carne y no de piedra o
hielo, podemos controlarlos.

Karma sacudió la cabeza en negació n. —Pero estamos hablando de alguien que ha estado
encerrado por mil añ os. ¿Có mo va a aclimatarse al mundo moderno? No se puede dejar que
salga por ahí y decir, oye amigo, bienvenido a la Era Electró nica. Asegú rese de no poner el
dedo en un enchufe.

Styxx movió su mano hacia ella en un gesto que dice que baje una categoría. —Baja un poco
el disgusto en tu tono. Como alguien que fue encerrado en confinamiento solitario durante
once mil añ os, puedo decir que no, no va a ser fá cil. Ustedes está n todos locos en estos
tiempos que corren.

Tienen tanto sentido como una rata ciega en un laberinto cambiante. Pero con una mano
que nos guía, no somos psicó ticos. Creo que Julian, Seth, y yo lo hemos demostrado.
Todavía no hemos salido corriendo y gritando desnudos por las calles... aunque es tentador
a veces.

Selena sonrió . —Tus sesiones con Grace deben estar yendo bien.

Styxx asintió . —Ella ha ayudado mucho y podemos conseguir Cadegan la misma


orientació n.

Ademá s... —Miró a su hermano. —Podríamos establecerlo en uno de nuestros templos para
vivir.

Todavía hay muchos templos vacíos en la colina.

Ash arqueó una ceja ante la sugerencia de Styxx. —¿Lo quieres que cerca de tu esposa y
niñ o pequeñ o?

Una lenta sonrisa apareció en la cara de Styxx. —Estoy bastante seguro de que Bethany
puede manejarlo. No tengo miedo por ellos. De esto, de todos modos. —É l miró a Jo. —Si lo
podemos salvar, creo que deberíamos intentarlo. Me quedo con Acheron y Jo en este
asunto. Nosotros lo liberamos. Nosotros lo vigilamos.

Talon asintió con la cabeza. —Si él realmente es el nieto de Morrígan y el Dagda, eso lo hace
primo hermano de mi esposa. La familia es la familia. Protegemos eso siempre.
Karma suspiró . —Normalmente, estaría de acuerdo con todos vosotros. Pero, ¿le
protegemos a expensas del resto del mundo? ¿No hay ninguna forma de atar sus poderes?

—¿Cinta adhesiva?

Todos echaron una mirada burlona a Fang.

—Oh, no me miren así. Como si ninguno de ustedes nunca se ha preguntado por qué una
bruja no usa eso en un hechizo vinculante. Nada se aleja de la cinta adhesiva sin perder la
mitad de su piel y todo su pelo.

Thorn resopló . —Realmente no quiero saber sobre tu peculiar vida sexual, lobo. Tu esposa
se encarga de mi comida, y ahora estoy asqueado.

Se rieron.

Acheron se volvió hacia Talon. —Así que, celta, ¿alguien en tu campamento conocía a
Cordelia personalmente?

—Mi suegra, probablemente. Ella es miembro de la Tuath Dé. Técnicamente lo soy yo, y mi
esposa. Pero Starla vivió entre ellos en su juventud. Ella conoce todo el mundo que todavía
está viviendo en su panteó n.

—Tuath Dé...—Acheron repitió eso en voz baja mientras estrechó su mirada sobre Jo.

—¿Eso te suena?— Preguntó Kyrian.

Acheron sacó su teléfono mó vil y marcó un nú mero. —Sí, y no por las razones obvias.— É l
levantó la mano para hacerles saber que la persona que llamaba había contestado. —Hey
bebé, ¿có mo está mi chica?— Hizo una pausa para escuchar antes de echarse a reír. —Dale
a los dos un beso grande del abuelo y diles que estaré má s tarde para arroparlos.— Con su
inhumana, remolinante mirada de plata, miraba a Jo de una manera que realmente estaba
haciéndola sentir incó moda. —Sí, en realidad te necesitaría un ratito. ¿Puedes venir por
unos minutos?— É l asintió con la cabeza. — Estoy en el Santuario. Sala de atrá s. Le puedes
preguntar a Dev cuando llegues y él te mostrará .

Gracias, preciosa. Te quiero.— Colgó .

—¿Kat?—preguntó Styxx.

Acheron asintió de nuevo. —Ella estará ...—La puerta se abrió para mostrar una hermosa
mujer increíblemente alta y rubia que parecía aú n má s antigua que Acheron. —Caminando
en la puerta, ahora mismo.

Con los ojos abiertos por el nú mero de personas en el interior, Kat lanzó su mirada
alrededor de la habitació n. —Hola, papá .— Ella se movió para besar a Acheron en la mejilla
antes de abrazar a Simi y Styxx. Cuando fue a robar una de las patatas fritas de Simi, el
demonio jadeó con horror.

—¿No vas a compartir las papas fritas con tu hermanita? — Kat preguntó al demonio.

Simi miró con ira fingida. —Menos mal que me encanta mi hermanita bebé. Pero... ¡akri
papá , Akra—Kat robar papas fritas de su Simi! ¡Haga que se detenga!

Riendo, Acheron negó con la cabeza. —No hagan que las ponga en dos esquinas separadas.
Jueguen limpio.

—Sí, señ or.— Kat se hizo a un lado.

Simi entregó a Kat otra papa antes de echarse a reír y volvió a su barbacoa.

Acheron hizo un gesto con la barbilla hacia Jo. —¿Ella te recuerda a alguien?

Fijando su cara hacia arriba, Kat lamió la salsa de tomate de sus dedos. De repente, el
reconocimiento iluminó sus ojos verdes y se quedó sin aliento. —¿Está s pensando en Brit?

—Si.

Kat asintió . —Es la viva imagen. Pero yo no la he visto en siglos. Es por eso que me tomó un
tiempo para darme cuenta.

Jo frunció el ceñ o ante su discusió n. —¿Quién es Brit?

—Britomartis, —respondió Acheron. —Ella era prima de la diosa Artemisa. Ellas jugaban
juntas cuando eran niñ as en el Olimpo.

Kat asintió . —Ella fue la que le dio a mi madre sus famosas redes de las que nadie puede
escapar. Como un agradecimiento por eso, mi madre le dio un espejo encantado que una
vez había pertenecido a Apolo. El espejo puede mostrar los eventos del pasado, presente y
futuro. Pero sobre todo, le mostraba a Britomartis el verdadero corazó n de los que la
rodeaban.

Acheron asintió . —Estaba mirando en ese mismo espejo un día, cuando ella se enamoró de
un príncipe y semidió s galés llamado Arthegall ap Tyr, cuyo rostro vio mientras él estaba
en una justa contra otro caballero.

Un escalofrío le recorrió la espalda. —Vi a Cadegan en el espejo antes de conocernos. Fue


así como terminé cayendo a través de él y dentro de Glastonbury Tor.

Thorn se puso lentamente de pie. —Eso es una tremenda coincidencia, ¿no es así?—

Acheron asintió . —Y yo no creo en ellas.


Kat se acercó a Jo. —Brit tuvo un hijo y una hija, y tanto ella como Arthegall renunciaron a
su divinidad para que pudieran vivir sus vidas en paz con sus hijos.—

Karma cruzó los brazos sobre su pecho mientras sacudió la barbilla hacia su prima. —Jo
siempre podía ver las cosas en los espejos. Ella solía acusarnos de implantarlo en su mente,
pero ella es una adivina de nacimiento.

—No tengo poderes.

—¿Dejarías que probá ramos tu sangre?—preguntó Kat.

Jo vaciló . —¿Probarla có mo Draculina?

—¿Un pequeñ o pinchazo?

Talfryn resopló . —Un pequeñ o pinchazo es lo que la metió en problemas.

Ioan empujó hacia él. —Cá llate.

—Es cierto. Só lo digo.

Kat no les hizo caso. —¿Podemos?

Jo extendió la mano hacia la mujer. —Claro.

Kat sacó un cuchillo pequeñ o y ligeramente pinchó el borde del dedo de Jo. Ella agrupó la
sangre en la hoja del cuchillo antes de llevá rselo a su padre y entregá rselo.

Acheron mojó su dedo en la sangre, y luego la probó .

Jo miro hacia arriba en repugnancia absoluta. ¡Asqueroso!

Después de un segundo, él asintió con la cabeza. —Es el mismo linaje de Artemisa.

—¿Está s seguro?— preguntó Thorn.

Dio a Thorn una mirada burlona. —Sí. Bastante seguro. Lo he probado antes. Jo es del linaje
de Zeus.

Jo frunció el ceñ o a todos ellos. —¿Qué significa eso?

Kat le guiñ ó un ojo. —Somos primas muy lejanas.

—Por otra parte,— Acheron continuó , —hay algo mucho má s grande en juego aquí. Tu
antepasada fue atrapada en Terre Derrière le Voile por un espejo para encontrarse con su
futuro marido, que era un príncipe de Gales y semidió s.

Al igual que ella. Un escalofrío recorrió la columna de Jo. ¿Era algo de esto posible?
¿Debería tener esperanza?

—¿Creen que ambos han reencarnado? —preguntó Selena.

Talon pasó una mirada có mplice a Acheron. —Sucede, y tú no quieres ponerte en el camino
cuando lo hace. Dos enamorados no será n negados.

—Entonces, ¿có mo lo sacamos?—preguntó Jo.

Talon se paró . —Formo parte del Tuath Dé, así que voy a guiarlos.

Styxx asintió con la cabeza. —Ya que estamos pasando al reino de otro panteó n, creo que
debemos mantener el grupo pequeñ o. Jo tiene que ir, porque la necesitamos para hacer
frente a Cadegan. Los Frick y Frack de Thorn, ya que nos van a seguir de todos modos. —
Sonrió al gruñ ido de desaprobació n de Talfryn sobre su apodo. —Thorn y yo.

Simi levantó la vista de su comida. —¿Sin Simi?

Styxx le dio un beso en la frente. —No esta vez. Yo no quiero arriesgarte, y yo sé que tu
padre está de acuerdo conmigo. Te necesitamos aquí para proteger a nuestros pequeñ os
hijos y el hijo y la hija de Kat.

Eso la aplacó . —Okies. Pero tienes que dejar que yo ponga cuernitos sobre el bebé Ari.—

—Claro, siempre y cuando sean desmontables.

Ella le lanzó una frambuesa.

— Yo iré también.

Max se tensó ante el ofrecimiento de su hermano. —Entonces yo iré.

Illarion lo fulminó con la mirada.

—Has estado demasiado tiempo solo. No voy a dejar que hagas esto sin un copiloto.

Styxx asintió . —Eso realmente funciona. Eso deja un compañ ero para cada uno de nosotros.
— Ansiosa y sin aliento, Jo se adelantó . —Entonces, ¿vamos por él?

Thorn inclinó la cabeza hacia ella. —Que los dioses tengan misericordia de todos nosotros.
La ú ltima cosa que necesitamos es hacer frente a una criatura aú n má s fuerte.
Capítulo 16

Cadegan se sumergió bajo las ennegrecidas olas mientras buscaba alguna clase de refugio
del infierno en que se había convertido su mundo. El odio y la sed de sangre golpearon en él
sin descanso. Quería saborear las entrañ ar de cualquier criatura lo suficientemente tonta
para acercarse a él. Aunque nunca había sido amistoso, esto era completamente diferente.

Había perdido toda capacidad de sentir por alguien o algo.

Abriendo sus ojos, respiró en el agua y en la esencia de su sangre que aú n se aferraba a él.
El gigante había sido su primera víctima.

Que mal que Cordelia hubiera huido gritando antes de que él tuviera oportunidad de acabar
con el gigante y añ adirla a ella a su menú . Desde entonces, había volado sobre el campo,
buscando má s comida. Có mo le gustaba la candencia musical de los gritos resonando en sus
oídos.

Verdaderamente, no existía mejor sonido.

Ebrio por el pá nico que había causado, se sumergió má s profundo en el agua. Esto era lo
que había necesitado. La caricia del agua. El sonido de los latidos de su corazó n haciendo
eco en sus oídos.

Congeló sus mú sculos cuando sus instintos sintieron el sonido de criaturas acercá ndose.

Curioso, juntó sus piernas y flotó a la superficie. Con solo sus ojos fuera del agua, escaneó
los bancos hasta que vio a los hombres de Morgana. La armadura de Fey Adoni brillaba en
la grisá cea sombría luz. Armados con ballestas y armas, enviaron señ uelos para llevarlo a la
superficie.

¿Pensaban que era tan imbécil porque no tenía alma?

¡Ha! Ellos estaban a punto de descubrir la verdad sobre los de su tipo.

—¿Cadegan? — lo llamó Morgana. —Estamos aquí para liberarte.

Su vestido era el ú nico color en el lú gubre paisaje. De rojo sangre brillante, el vestido se
aferraba a las voluptuosas curvas de su cuerpo. Algo que trajo una nueva hambre dentro de
él mientras ella agitaba su lujuria.

—Ven a nosotros, amor. Cuidaremos de ti en formas que no puedes imaginar.

Tentado, movió su mirada hacia el MOD en la mano izquierda de Morgana. Bracken. Su tío
quien una vez lo torturó por petició n de Morgana. Quería tirarle una lanza al bastardo a
través de su inexistente corazó n. Pero se negó a darles su ubicació n. Sobre todo porque la
mitad de su ejército llevaba redes que él sabía eran para capturarlo.
¿Cadegan? Ven, niñ o. Déjame cuidar de ti.

Se quedó perfectamente quieto ante el sonido de la voz que era idéntica a la de su madre.
En ese preciso instante, él era un niñ o otra vez, sentado en el borde de la ventana de la
torre mientras contaba las campanadas. Mientras miraba fuera hacia las interminables
tierras y se preguntaba si su madre estaba ahí, en algú n lugar.

Si ella alguna vez pensaba en el niñ o que había dejado atrá s.

Furioso, comenzó a avanzar, queriendo má s sangre.

Pero al moverse, el agua acarició su demoníaca piel como la mano de una amante.

Lo acarició como…

Se esforzó por recordar. Era importante que recordara la sensació n.

No es nada. ¡Devó ralos!

Se echó hacia atrá s. Colocando su mano sobre su mejilla, escuchó el vago recuerdo de una
risa. Bromas amables.

Como un wombat en un campo de maíz.

—Josette.— susurró mientras recordaba sentir algo que no fuera odio ardiente y la
punzante ansiedad de muerte y sangre.

Nunca te dejaré.

Pero ella lo había dejado. Justo como todos los demá s.

Su furia aumentó aú n má s. Era verdad. Ella lo había traicionado. Lo había abandonado a la


primera oportunidad que tuvo de irse a casa.

Y aquí quedó él. Con nadie y nada.

Morgana te quiere.

No, no lo hacía. No era tan estú pido como para ser engañ ado así de fá cil. Ella quería usarlo.
Como todos los demá s.

Nunca nadie quería quedarse con él. No en la realidad.

—¿Cade?

Al principio, pensó que estaba soñ ando. Imaginá ndose el sonido de una voz que para él
estaba perdida para siempre.
—¿Cielo? ¿Dó nde está s?

Era Josette. Su corazó n latió mientras una esperanza que él despreciaba llenaba todo su ser.

Esto es una maniobra de la Reina Perra. Otra artimañ a….

Un ligero movimiento a su derecha llamó su atenció n.

Agachada en los arbustos y mirá ndolo estaba la ú ltima persona que había esperado ver.

Josette.

Estiró su mano hacia él.

—Estoy aquí para llevarte a casa conmigo. Ven, mi señ or. No dejaré que nadie te haga dañ o.

Cadegan comenzó a avanzar por instinto. Hasta que vio que no estaba sola. Tres hombres
estaban con ella. Su hermano bastardo y uno que estaba relacionado con él, y otro que lucía
como Acheron, pero este no era demonkyn.

Frunció el ceñ o ante su pequeñ o grupo. No estaba seguro de có mo sabía que uno estaba
relacionado con él, pero siempre había sido capaz de sentir a cualquier miembro de Tuath
Dé que se acercara a él.

El ejército de Morgana los vio y se movieron para atacarlos.

De repente, dos dragones y dos Adar Llwch Gwin se abalanzaron desde el cielo para unirse
a Morgana y su ejército.

La acció n comenzó , el ejército se lanzó sobre los recién llegados. Se escucharon gritos y
maldiciones cuando los dos grupos se enfrentaron. El olor de la sangre llenó sus orificios
nasales y el llamado a guerra fue má s de lo que pudo soportar.

Sin pensarlo, se fue contra ellos.

Jo tragó saliva cuando vio a Cadegan desgarrar a las mandrá goras y gá rgolas de Morgana
sin vacilació n ni misericordia.

No había dudas de que le temían. En su forma demoníaca, era una má quina de matar.

En ese momento, ella dudó de la sensatez de llevarlo a su mundo. Todo lo que Thorn había
dicho de sus habilidades, sonó en sus oídos. ¿Quién o qué podía detenerlo?

Aun así observá ndolo, recordó el hombre tranquilo que la había protegido del mal. El
hombre amable que había bromeado con ella y le había hecho el amor. Ella había visto su
corazó n desde el exterior, dentro de él.
La violencia reside dentro de todos nosotros. Ella sabía eso. También sabía lo que el
moderado Cadegan era capaz de hacer.

Pero solo había una forma de saberlo con certeza.

¿Has perdido la bendita razó n? ¡No te atrevas!

É l lo vale, se dijo a sí misma. É l no le haría dañ o. Incluso en esta forma. Ella lo sabía.

Era momento de probá rselo a todos.

Incluso a ella misma.

Respirando regularmente y convocando a cada pieza de coraje que pudo, corrió hacia
Cadegan mientras Morgana y su ejército huían de su ira, y él dirigía su ferocidad hacia el
Adar Llwch Gwin.

—¡Cadegan! — gritó antes de que pudiera herir a Ioan o a Talfryn. —¡Detente! No son tus
enemigos.

Con un feroz y demoníaco siseo, se volvió hacia ella y realmente se alegró en ese momento
que él no tuviera el poder de lanzar fuego. O ella sería una Jo tostada.

La mirada en sus ojos le dijo que estaba a punto de ponerla en su menú , y no en la forma
que ella quería.

Styxx, Thorn, Max, Illarion y Talon se movieron para protegerla.

Ella se movió entre ellos para alejarse.

—¿Les importaría? El no confía en ninguno de ustedes.—

Aú n en su aterradora forma addanc, Cadegan aterrizó ante ella y la rodeó como un leó n
agazapado sobre una Jo tá rtara.

—¿Por qué debería confiar en ti, pequeñ o bocado? —gruñ ó bajo con su voz demoníaca. Jo
se encontró con su mirada sin acobardarse.

—Porque te amo y tú lo sabes má s allá de las dudas. Prometí no dejar que ellos te llevaran y
lo dije en serio. Ven a casa conmigo, Cade. Déjame darte el amor que mereces.—

Cadegan se detuvo en seco ante esas palabras y su extrañ o acorde golpeó dentro de él.

Parpadeó dos veces mientras recordaba su calidez.

La amabilidad en su toque.

¡No! Ella te está mintiendo. Este es la peor clase de truco que alguna vez te mandaron.
Muchacho. No seas un imbécil.

Pero no vio el engañ o en sus ojos. No oyó ningú n temblor en su voz.

¿Se atrevería a creerle?

Antes de que pudiera detenerse, se acercó a ella. Esperaba que gritara cuando ella viera
có mo lucía. Con cuernos, alas y manchas. Incluso él se había vislumbrado y pensó que eso
no podía estar bien.

Si lo estaba. Su exterior ahora traicionó la verdad de su sangre. Le telegrafío al mundo


exactamente el monstruo que era.

Como la guerrera que era, Josette no se acobardó ante su acercamiento. É l no vio


condenació n en sus oscuros ojos. Solo una amable aceptació n que él no había conocido en
ningú n lado má s que en sus brazos.

Ella se acercó a él.

—Estoy aquí por ti, bebé. No tengo miedo de amarte.

É l retrocedió .

—No me veas. Soy repulsivo.

—No hay nada en ti que me resulte repulsivo.

En el momento que él sintió su mano en su piel, se calmó con una serenidad que alivió lo
má s profundo de su alma. Se había ido la violencia que quería sangre. Con su coraje y con
su amor, ella lo había domado por completo.

Ya no quería matar. Solo quería a Josette.

Ella envolvió su pequeñ a mano alrededor de la suya, decolorada y arañ ada.

—Por siempre mi héroe. Gracias por protegerme del ejército de Morgana.—

Cadegan observó sus dedos entrelazados. Como siempre, su piel era una perfecta mezcla de
porcelana. Suave má s allá de lo imaginable.

—¿No tienes miedo de mí?—

Ella sacudió su cabeza.

—Nunca te temeré. Te veo, Cadegan, por lo que realmente eres, y no por esta piel exterior
que no puedes evitar. Tu interior es lo importante para mí. Es tu corazó n y tu alma lo que
amo. Tu yo verdadero, que solo yo conozco.
Antes de que se diera cuenta de lo que ella intentaba, besó sus labios llenos de cicatrices.

Jo trató de no pensar en el hecho de que él podría apartarla cuando él levantó la mano para
acunar su rostro mientras la besaba. Su cuerpo pasó de frío a caliente má s rá pido de lo que
ella estaba preparada. Má s que eso, la beso con una increíble pasió n.

Cuando él se apartó , ella esperaba encontrarse con los reptiles ojos de nuevo.

Estos eran nuevamente de un vibrante azul. Ella le sonrió mientras paseaba sus ojos sobre
su perfecto cuerpo masculino. É l lucía como lo había hecho antes. Humano en cada forma
posible.

Lentamente su mirada se posó en ella. Con un gato cansado, apoyó su cabeza sobre el
hombro de Josette, y llevó su mano a su mejilla.

—Mi preciosa Josette.

Ella pasó su mano sobre su cabello.

—Mi hermoso Cadegan.

Cadegan luchó por respirar mientras ella lo abrazaba y él se daba cuenta que lo que él
quería nunca podría ser. Ellos habían nacido en dos mundos incompatibles. Ella era luz y
color, y él estaba desterrado a un oscuro infierno gris.

—Aú n no puedo dejar este lugar, mi señ ora. Estoy condenado por siempre aquí.

—No, dulzura. Vine a buscarte. Puedo llevarte a través del portal, de la misma forma que
llevamos a Illarion antes.

Levantando su cabeza, su mirada se encontró con la de ella. —¿Me lo juras?

—Cada maldito día —sonriendo, ella estiró su mano hacia él—. Ven a casa conmigo,
Cadegan. De vuelta a la luz donde perteneces.

É l se volvió a su hermano, quien los miraba con una expresió n preocupada.

—¿Está s aquí para detenernos?

Leucious sacudió su cabeza.

—Estoy aquí para ayudar.

Cadegan deseó poder creer eso por completo. Pero su experiencia con Leucious era tal que
él sabía que lo mejor era no poner fe en cualquier cosa que su hermano dijera.

—¿Y tú eres? —Cadegan preguntó al hombre rubio al lado de su hermano quien lucía como
Acheron.
—Soy Styxx. Ellos me trajeron porque también tengo el complejo del Hermano Idiota. Y
puedo entender el tuyo por completo. El punto es que, el mío, al igual que su novia diosa,
me encerró en un hoyo por once mil añ os. Sé exactamente cuan duro es volver a confiar de
nuevo. Y sé el ansia que tienes de ser libre de este lugar. Para siempre. Ven con nosotros, y
te llevaremos a un lugar donde nunca estará s solo otra vez.

—¿Estará s ahí? —Cadegan le preguntó a Josette.

Ella asintió .

—Prometo que nunca te dejaré y yo nunca rompo mi juramento.

Aun así, parecía demasiado sencillo. Y nada en su vida alguna vez había sido así.

Cadegan observó al otro rubio que estaba con ellos. El que estaba relacionado con él de
alguna forma. Esta criatura masculina llevaba las marcas de Morrígan sobre su cuerpo.

—Soy Talon de los Morrigantes. Mi esposa es la nieta de Morrígan y Dagda. Somos primos,
y juro por cada parte de mi buena sangre Celta que esto no es un truco, hermano. Puedes
confiar en nosotros.

Con su mano temblando, Cadegan tomó la palma de Josette sobre su mejilla, mientras se
debatía si debía o no creerle a ella y a los otros. Quería hacerlo, desesperadamente. Pero un
juramente roto de ella lo destruiría.

Al final, él volvió a una verdad.

Sin Josette, él no estaba completo. Ella se había llevado el dolor dentro de él y lo había
llenado con inimaginable calidez y felicidad. Contra toda cordura y razó n, él la necesitaba.

—Llévame a casa contigo, Josette. Ese es el ú nico lugar donde deseo estar.

Thorn retrocedió mientras miraba a Cadegan, ahora en forma humana, besar la palma de
Jo.

Era la cosa má s maldita que alguna vez había visto.

Un minuto, Cadegan había sido un demonio hecho y derecho enloquecido por sangre.

Al siguiente, estaba perfectamente calmo otra vez. Sereno incluso. Acheron tenía razó n.
Mientras tuvieran a Jo, tenían una correa para Cadegan. Ella era su ancla a la humanidad.
Tal vez funcionaría, después de todo.

Pero mientras Thorn abría el portal y les permitía irse a través de él, sabía que esto no sería
así de fá cil.

Algo malo iba a suceder. Siempre era así.


Capítulo 17

Cadegan dudó mientras el portal se abría, y los otros lo traspasaban primero. Styxx se
quedó detrá s de él junto con Josette.

En el otro lado, Leucious se volteó para enfrentarlos. Su expresió n parecía lo


suficientemente sincera, pero Cadegan no estaba acostumbrado a confiar en él.

Por nada del mundo.

—Estoy aquí para ti, hermanito. —

Eso solo hizo a Cadegan má s aprehensivo. Leucious mataba o desterraba criaturas como él.
El no toleraba que estas vivieran en el mundo del hombre y estaba jodídamente seguro de
que no les ayudaba a estar al alcance.

Inseguro, Cadegan se encontró con la mirada oscura de Josette, y apretó el agarre de su


delicada mano.

—Confío en él Cade, no te va a traicionar. Y si lo hace, prometo servir en bandeja una parte


de su anatomía que muy seguramente va a extrañ ar.

Le sonrió por eso.

—Estoy aquí para ti cariñ o. Siempre.

Esas palabras tocaron una parte de él que no conocía y lo ahogaron. En ese momento la
deseó con una locura que hizo que el demonio dentro de él temblara de miedo. Ahuecando
su mejilla, la besó y deseó que estuvieran solos para que pudiera aliviar el dolor interior
que rogaba por su toque.

Con un aire de valor, y su mano en la de ella, atravesó y esperó que la pared se cerrara en
su cara. Para que pudiese caminar dentro de una masa só lida que lo mantendría desterrado
en donde pertenecía.

En el infierno.

Pero no lo hizo.

Aguantando la respiració n, abrió los ojos y se encontró a sí mismo, en un cuarto


espantosamente brillante. Al no estar acostumbrado a la luz del día, se encogió y cubrió sus
ojos entrecerrados con la mano para protegerse. Aun así, se deleitó por el dolor que le
provocaba.

Luz del sol. Real y verdadera. Hasta podía sentir la calidez en su piel.
Asombrado, él sostuvo su mano y dejo que los rayos bailaran sobre su carne.

—¡Maldita sea, Karma! Cierra tus cortinas. ¡Rá pido!

Una mujer muy parecida a Josette, corrió a obedecer.

Jo se mordió el labio mientras veía el asombro y maravilla jugar por el guapo rostro de
Cadegan. Era como un niñ o descubriendo sus pies por primera vez.

Y se veía tan fuera de lugar aquí con su tú nica negra de monje, armadura de malla y
espuelas.

Karma hizo una mueca de desprecio hacia él, pero él ni siquiera le puso la má s mínima
atenció n. No mientras la increíble alegría se esparcía por su rostro, volteá ndose para echar
un vistazo a la habitació n de brillantes colores y con estanterías decoradas.

É l se encontró con la mirada de Jo. — ¿Dó nde estoy?

—La casa de Karma.

Cadegan comenzó a digerir lentamente esa noticia mientras continuaba observando. Con el
ceñ o fruncido, pausó , y giró la cabeza para ver a un extrañ o que le pareció muy familiar.

En la esquina má s lejana, estaba Acheron, quién era de hecho, idéntico a Styxx. Excepto que
su cabello era negro y sus ojos de un remolineante color plateado, en lugar de los ojos azul
profundo de Styxx. Esta vez, Acheron no llevaba la extrañ a má scara con la que había
cubierto sus ojos má s temprano.

—Complejo del Hermano Idiota— repitió Styxx en su oreja. Su voz estaba llena de humor y
soltó una gran carcajada. —Cuando creas que te va mal, recuerda, tú no ves a Thorn cada
vez que te cruzas con un espejo.

Cadegan resopló ante algo que no era muy divertido. —Reconozco ese problema ante
usted, mi señ or. Hasta ahora, el suyo es la má s grande humillació n.

—Si tan solo supieras, mi hermano, si tan solo supieras.— Frotando su brazo
afectivamente, Styxx fue al lado de Acheron. A pesar de todas las protestas de Styxx,
Acheron y él parecían llevarse bien.

De hecho, Acheron lo abrazó . —Me alegra que estés de vuelta, ya me estaba empezando a
preocupar.

Dá ndole palmaditas en el hombro, Styxx les indicó con la barbilla. —Acheron, te presento a
Cadegan. En su forma real y verdadera.

Acheron inclinó su cabeza respetuosamente. —Bienvenido de vuelta, mi señ or.


Se veía bastante sincero y decente. Pero Cadegan tenía sospechas de la sangre de demonio
que sintió dentro de Acheron. Sangre que Styxx no compartía.

¿Qué era él? ¿Por qué uno de los gemelos sería demoníaco y mientras que el otro no lo era?

—Tenemos ropas para ti. — dijo Acheron gentilmente. —Cuando estés listo, Styxx o yo
podemos mostrarte tu nuevo hogar.

Cadegan levantó una ceja. —¿Mi nuevo hogar?

—En un reino llamado Katoteros.

Su estó mago se torció fuertemente mientras la furia crecía. Así que no era libre después de
todo. Se había ido de una prisió n a otra. Eso era lo que ganaba por confiar en ellos. Debería
haberlo sabido mejor. —Entonces, ¿no me quedaré en este reino?

Los hombres dieron un paso atrá s por temor.

Jo puso una mano en la de él y lo calmó mientras veía al demonio en él resurgir. Puso una
mano en su cara y lo forzó a encontrarse con su mirada amorosa.

Sus ojos amarillos cambiaron a azul tan rá pido como se habían transformado
anteriormente.

—Shh, Cade. Eso no es lo que querían decir. Vas a tener la libertad de ir y venir cuando lo
desees. Y voy a estar contigo todo el tiempo. Si eso es lo que quieres.

—¿Lo estará s?

Ella asintió con la cabeza. —Yo estaré contigo hasta que tú quieras. Solo prométeme que si
te deshaces de mí, me lo dirá s y no me cortará s la cabeza o algo igual de malvado.

—Nunca haría tal cosa, muchacha — Presionó su mejilla con la de ella antes de mirar a
Thorn, pero al menos está vez era completamente humano.

Jo frunció la nariz juguetonamente mientras él le tomó la mano. —Tus ojos son como uno
de esos antiguos anillos de estado de á nimo. En el momento en que te enojas, ¡bang! ... el
demonio asoma su fea cabeza y me mira fijamente. Da un poco de miedo.

—Nunca te haría dañ o, Josette.

—Quieres decir que esperas nunca dañ arla.

Todos se le quedaron viendo a Thorn, quién había hablado. Sin ningú n remordimiento,
explicó su punto. —El demonio en nuestra sangre no siempre está bajo nuestro control. Por
eso Jo, necesitas aprender cuando huir de él. Para que no salgas lastimada, y él no quede
destruido por su propia incapacidad de controlarse a sí mismo.
—¿En serio? — preguntó , repentinamente preocupada por Cadegan.

Acheron asintió . —Casi maté a mi esposa una vez por el dolor de ello. Y cortaría mi propio
corazó n antes que hacer dañ o a mi Tory.

Cadegan vaciló ante esas palabras. Desde que rara vez se encontraba rodeado de otras
personas, y nunca alguien a quien hubiera amado, no había considerado esa opció n. —¿Es
verdad? — preguntó a Leucious.

—Tristemente, sí, hermano. Pero tú sabes eso, es lo que me llevó a desterrarte. Desataste el
demonio que llevas dentro y mataste sin razó n.

Sí lo había hecho. Pero, a diferencia de Josette, esos humanos no habían significado nada
para él. De repente, el miedo creció dentro de él. Apretó el agarre de su mano.

—Entonces debería alejarme de ti.

—Ni lo pienses bucko. Llá mame Velcro. Tú vas, yo voy. Te lo prometí, y nunca rompo mis
promesas. Sus ojos se oscurecieron mientras le daba una sonrisa conocida a Styxx. — ¿Te
importaría mostrarnos nuestro nuevo hogar? Me gustaría presentarle mis tres niñ os a
Cadegan.

É l se ahogó y tosió con eso. ¿Estaba bromeando? — ¿Perdó n muchacha?

Jo parpadeó inocentemente mientras escuchaba el pá nico en su voz. —¿Qué no lo sabías


cariñ o? Eres papá .

La expresió n en su cara no tenía precio.

—Solo tú te ves sexy con esa pose de rígido y aterrorizado. — Besó su mejilla. —Relá jate
cariñ o, solo son mis tres perros, los vas a amar.

Finalmente relajá ndose, sacudió la cabeza.

Riendo, Styxx volvió a su lado. —¿Está n listos?

Cadegan asintió con la cabeza.

Un segundo estaban en casa de Karma con todo el grupo que había rescatado a Cadegan y a
continuació n estaban dentro de un templo antiguo que había sido construido sobre una
empinada colina, situado entre otros de un estilo muy similar. La luz del sol atravesaba el
vestíbulo de má rmol donde se encontraban.

Confundido, Cadegan miró a Styxx para que le diera una explicació n

—Aquí es donde vivo con mi familia. — Styxx hizo un gesto con la barbilla hacia la ventana
que mostraba el templo má s cercano a éste, má s arriba de la colina. —Mi esposa, Bethany,
es la diosa Atlante del dolor. Ella, yo y nuestro hijo má s pequeñ o vivimos en su templo todo
el añ o.

Nuestro hijo má s grande, Uriá n, vive en el templo pequeñ o justo pasando esos á rboles cada
vez que viene aquí, si es que no se va a Minnesota con la familia de su esposa. El edificio en
la cima de la montañ a, es la casa de Acheron. Ahí es donde Simi, su hermana y sus amigos
viven. Como la esposa de Acheron era humana, tienden a pasar la mayor parte del tiempo,
junto con sus hijos, en Nueva Orleans…en una casa que no está muy lejos de la de Karma.
Cuando se hayan instalado y estén listos, les presentaré a todos.

Styxx le ofreció una paciente y amable sonrisa. —Sé lo abrumador que es todo esto… por
ahora mi Beth les ha arreglado este templo para que los dos puedan vivir aquí. Deberían
tener todo lo que necesiten… si no, solo estamos a una llamada o una visita de distancia. —
Cruzó los brazos sobre su pecho. —Todos pensamos que esté sería un mejor ajuste para ti
que mudarte directamente al reino humano. Aunque eres bienvenido a vivir ahí, si lo
deseas, pero debo advertirte, los humanos modernos está n jodídamente locos.

Jo se rió de eso que desconcertó a Cadegan. Pero entonces, si esa gente era en algo parecido
a los que había conocido hasta el momento, podía deducir lo que Styxx quería decir.

—¿Les faltan algunos fardos?

Styxx lo palmeó en la espalda. —Ah las historias que te contaré cuando te sientas con ganas
de aguamiel y cerveza, mi amigo. — Se dirigió hacia la puerta.

Cadegan frunció el ceñ o. —¿Styxx?

Detuvo su andar para mirar a Cadegan. —¿Sí?

—Gracias. Por todo.

Styxx inclinó la cabeza hacia ellos. —Si alguno de ustedes necesita algo, há ganmelo saber.
— Se desvaneció al instante.

Finalmente solos, Josette se volteó a ver a Cadegan. —¿Có mo te sientes con todo esto?
¿Honestamente?

No estaba en él confiar en nadie. Sin embargo cuando vio los ojos oscuros de Jo, no se pudo
contener y dijo la verdad. —Muy confundido, muchacha.

Ella asintió comprensivamente. —¿Demasiado agarrado de manos?

Le tomó un segundo comprender lo que dijo. —Dije confundido no mimado.

Ella pronunció las dos palabras como si estuviera batallando para comprenderlas. —Si lo
dices como que no hay mucha diferencia entre ellas. Es “dip” no “dip”. — Alargando la
ú ltima palabra de forma muy graciosa. Lo ves sexy wombat, no tiene nada de ló gica.
Suspirando, negó con la cabeza. —Confundido, muchacha — É l se puso serio al instante y
giró el brazo para indicar todo alrededor del templo. —Por todo esto.

—No está s obligado a quedarte Cade, les hice jurar eso. Siempre puedes salir de aquí. Pero
todos pensamos que preferirías ir poco a poco de vuelta al mundo real para que no te
sientas fuera de lugar ahí.

Su compasió n punzó su corazó n. Esa era la razó n por la que ella significaba tanto para él.

Nadie antes había tomado en consideració n sus sentimientos. En cualquier cosa,


simplemente se le ordenaba todo sin importar su opinió n. Pero nunca su Josette.

Para ella sola, él importaba.

—Eso me gustaría, amor. Gracias.

—¡Sí, teníamos razó n!— Riendo alegremente, ella tiró de su mano y lo condujo a través de
una puerta que daba a un pequeñ o solario. En el momento en que la cruzaron, tres enormes
perros blancos con vibrantes ojos azules llegaron corriendo hasta ellos con ladridos felices
y lametazos.

Arrodillá ndose. Ella los tomó en brazos. Su brillante sonrisa era aú n má s cegadora que el
sol.

—¡Mis pequeñ os bebés peludos! — Dijo en el mismo tono agudo que las personas se
reservaban para hablar con los niñ os pequeñ os. —¿Có mo han estado, eh? ¿Extrañ aron a su
mami? ¡Su mami extrañ ó a sus bebés! ¡Sí, mami los extrañ ó ! ¡Mis pequeñ as calabacitas! ¡Los
quiero tanto! ¡Sí, lo hago!

¡Vengan aquí mis bebés! Denme besos, muchos, muchos besos. —

Ella abrazó y le dio amor a cada uno de ellos antes de presentá rselos a Cadegan. —Henry es
el má s tranquilo, es nuestro ú nico hijo.— Frotó su nariz con el má s grande. —Luego
tenemos a Belle. — Ella chasqueó su lengua al má s pequeñ o, quién tenía manchas grises
alrededor de sus ojos. Luego envolvió su brazo alrededor de la tercera. —Y la ú ltima pero
no menos importante en mi corazó n es mi preciosa Maisel o Maisy Waisy, como la suelo
llamar.— Volvió a su lenguaje para bebés. —¿Eres una belleza o no? Sí, sí lo eres mi dulce
Maisy Waisy. —Los abrazó de nuevo, luego hizo un gesto hacia Cadegan. —¡Vayan a recibir
a papi! ¡Vayan! ¡Digan hola! ¡Díganle a papi que también lo aman! —

Ellos se le abalanzaron al instante.

Cadegan se tambaleó hacia atrá s, desacostumbrado a tan peluda atenció n. —Son un poco…

—Mimados es la palabra que está s buscando, y sí, lo son bastante. He trabajado muy duro
para volverlos de esa manera.
Riendo por la manera en que sus perros lo aceptaban abiertamente sin pregunta alguna, él
se volteó a ver, y en el minuto que sus miradas se encontraron, vio la misma hambre en sus
ojos que lo estaba carcomiendo desde el momento que ella le tendió su mano. Su humor
murió al instante mientras era tragado por una arrolladora necesidad de estar solo con ella.

Ella pasó una mirada caliente sobre su cuerpo. —¿Por qué no nos deshacemos de esas
ropas, eh?

É l levantó la ceja ante sus pícaras palabras. —¿Eso qué significa?

Riendo, la observó explorar y volverse má s y má s frustrada con sus planes de molestarlo.

—Tú sabes lo que significa, hombre sexy. —Mordiéndose las uñ as de la forma má s linda,
ella frunció el ceñ o ante las mú ltiples puertas. —Me pregunto cuá l lleva a la habitació n. —
Se acercó a una, que resultó ser un armario. —Oops, demasiado pequeñ o.

Cuando finalmente encontró la puerta que daba un pasillo, tomó su mano, y juntos, fueron
en busca de una cama. De una manera extrañ a, la bú squeda resultó divertida. Cada vez que
adivinaba mal lo despojaba de una parte de su ropa.

Vio como ella sacó el guante de su mano izquierda. —Nunca he jugado a este juego antes.

—¿Desnudar a Cristó bal Coló n?— Hizo una pausa para barrer otra mirada sobre él. —Sí,
supongo que no lo conoces. ¿Lo precedes también o no?

—Me haces sentir viejo, muchacha.

—Eres viejo.

—Pero, ¿me lo tienes que estar recordando? ¿Tan seguido?

Ella sonrió maliciosamente mientras encontraba finalmente la habitació n correcta y lo


empujaba hacia ella, cerca de la cama gigante. —Sí, lo hago.— Ella le sacó la tú nica por la
cabeza.

Cuando ella tuvo problemas con su malla, él uso sus poderes para desnudarlos a ambos.

Asintiendo con aprobació n, le mordisqueó la barbilla. —Ese sigue siendo el poder favorito
que má s me gusta de ti. Ese y el que me pone caliente cada vez que te veo.

É l se rió hasta que ella se puso de rodillas ante él. Justo cuando estaba por preguntar qué
estaba haciendo, ella tomó su miembro en su mano cá lida.

Todos sus pensamientos se dispersaron cuando el placer lo hizo tambalearse. Por un


momento, temió que sus piernas le fallaran y lo mandaran al suelo. Por suerte, la pared
estaba detrá s de él, por lo que pudo detenerse. De otra manera se hubiera caído.
La respiració n se le entrecortó mientras ella le daba placer exhaustivamente. Cadegan
hundió su mano en su cabello mientras ella lentamente, metó dicamente, exploraba cada
centímetro de su endurecido miembro con la boca. —Muchacha, no tienes idea de lo que
me está s haciendo.

Ella se echó a reír profundamente en su garganta cuando lanzó una mirada pícara hacía él
que le decía exactamente lo que estaba haciendo. Y que iba muy en serio.

En ese instante, él sabía lo mucho que amaba a esta mujer. Qué tan rá pido moriría si ella se
lo pidiera. No había nada má s en este mundo que le importaba.

Y él nunca sería capaz de tener un día má s sin ella.

A pesar de que era la ú ltima cosa que quería, él se retiró de ella y la alzó en sus brazos para
llevarla a la cama.

Jo contuvo el aliento al ver la expresió n feroz en su rostro. Si bien no había ninguna señ al
del demonio, tenía una cualidad casi de posesió n en él. —¿Está s bien?

Le respondió con un beso tan caliente, que la dejó débil y sin respiració n. É l literalmente
saqueó su boca mientras presionaba su cuerpo contra ella y separaba sus muslos con las
rodillas.

Sus manos y labios tomaron turnos para explorarla y provocarla con tanto placer hasta que
se corrió por ello.

Estaba en medio de su orgasmo cuando la penetró y lo aumentó aú n má s. Gritando su


nombre, ella se aferró a él, mientras él se empujaba a si mismo contra sus caderas.

É l se echó a reír cuando ahuecó su mejilla en la mano y la miró a los ojos. Ella vio el hambre
dentro de él. Pero má s que eso, vio el amor y la adoració n. Ningú n hombre la había mirado
de esa manera.

—Te amo. — Ella respiró .

—Y yo a ti.— É l tomó su mano en la suya y la besó . Sujetá ndola contra su mejilla, se enterró
profundamente en su interior y llegó al clímax.

Observó el éxtasis reflejá ndose en su cara antes de que él se colapsara contra ella y la
abrazara con fuerza.

—Gracias, muchacha.

—¿Por qué?

Levantó la cabeza para mirarla con una sinceridad abrasadora. —Por mantener su palabra.
Nunca nadie ha hecho eso antes.
Su corazó n se rompió por él mientras tocaba le tocaba la barbilla y los labios. —Eran
grandes tontos, mi señ or.— dijo ella, tratando de imitar su acento.

É l la recompensó con una sonrisa pícara y brillante. — Tu acento falso es terrible.

—Y el suyo no lo es. Podría escucharte hablar todo el día.

Con ojos gentiles, besó el camino de sus labios hasta su estó mago, donde colocó la mejilla y
suspiró . Jo jugó con su cabello, mientras que su aliento le hizo cosquillas en la piel. En
cuestió n de segundos, sintió que se relajaba y se dio cuenta que se había quedado dormido
con su cuerpo entre sus piernas.

Sonriendo, ella se echó a reír. Su pobre Cadegan. Así, parecía tan inofensivo y dulce. Pero
ella sabía la violencia de la que era capaz. La rabia.

Esto no era solamente un hombre al que había dejado entrar en su corazó n. É l era uno de
los demonios má s feroces jamá s nacidos.

Má s que eso, era un semidió s.

¿Qué he hecho?

Jo contuvo el aliento cuando la realidad se estrelló contra ella y miró a su alrededor una
habitació n que era el templo de un dios en una tierra mística que existe fuera del tiempo
humano y el espacio.

Tú no crees en esta basura.

Sin embargo, ella ya no podía negarlo. Esto era tan real como el dios demonio dormido en el
regazo.

Santa vaca. No solo había sumergido el dedo gordo del pie en la piscina de lo paranormal,
ella se había zambullido en ella. Y Cadegan tendría enemigos tras él por el resto de su vida.

Thorn le había advertido sobre ello. Era parte de la razó n por la que habían decidido
ponerlo aquí, donde nada ni nadie podía llegar hasta él. Só lo Acheron y aquellos invitados
directamente podrían acceder al reino del cielo Atlante. Aquí, siempre estarían a salvo.

Al menos ese era su pensamiento hasta que una luz brillante apareció junto a ellos.

Un momento, Jo yacía pacíficamente con Cadegan. En el siguiente, fue arrancada de sus


brazos y sacada de la cama.
Capítulo 18

—¿Brit? ¿Realmente eres tú ?

Jo parpadeó ante la increíblemente hermosa pelirroja delante de ella. —¿Perdó n?

La mujer la agarró por su barbilla inclinando su cabeza de modo que pudiera verla detenida
y profundamente a los ojos. —¡Eres tú !—respiró con una sonrisa brillante. Las lá grimas
corrieron por sus mejillas cuando tomo a Jo en un abrazo emotivo y la mantuvo allí.

Con los ojos abiertos, Jo miró sobre su hombro hacia donde estaba Cadegan levantá ndose
de la cama para enfrentar a la mujer que la sostenía.

—¡Libérala!

La mujer giró y resopló con desdén. —¡Y tú !— ella lo jaló en un apretado abrazo. —¡Los he
echado terriblemente de menos!— les gruñ ó sacudiendo la cabeza. —¿Por qué quisiste ser
mortal?

Nunca entendí tu razonamiento. Y tienes que estar reconsiderá ndolo, de otra manera no
serías tú , ¿verdad?

Cadegan intercambió una mueca desconcertada con Jo. —Y creo que tú eres la ú nica quien
me confunde, muchacha.

La tristeza oscureció los vibrantes ojos verdes de la mujer. Y ahora que Jo pensaba en ello,
ella se parecía mucho a la hija de Acheron, Kat. —No me recuerdas en absoluto, ¿verdad?—

—¿Artemisa?

Jo vio que la alegría regresó a su hermoso rostro. —¡Me conoces! Lo sabía, no puedes
olvidarme. ¡No después de todo lo que hicimos la una por la otra!— Ella tiró de Jo para otro
apretado abrazo. —Nunca debí dejar que fueras a Gran Bretañ a. Asqueroso ese lugar. ¿Por
qué no regresaste a casa?— Hizo un puchero hacia Jo, entonces alisó su cabello. —Pero
está n de regreso ahora, ¿no es así? ¡Ambos!

Jo mordió su labio, insegura de có mo contestar.

Artemisa acarició su hombro. —Está bien. Me recordará s. A su tiempo. Sé que me


recordará s—. Ella dejó caer su mirada y enrojeció cuando se dio cuenta que Jo estaba allí
de pie desnuda y ella los había interrumpido en la cama. —¡Ah… ah! Lo siento tanto. No lo
pensé. Cuando Katra me dijo que estabas de regreso… Quería verte inmediatamente.
¡Perdonen mi intrusió n!—

Ella tomó la mano de Cadegan y Jo y las presionó juntas. —Ustedes fueron siempre mis
favoritos. Y esta vez, no habrá má s de esta charla de mortalidad. No má s charla sobre
dejarme o separarse ustedes, nunca má s. Ustedes son dos mitades de un todo y los amo
demasiado para alguna vez quedarme de brazos cruzados y ver como se separan otra vez.
Condeno la maldició n de la bruja. Esto será deshecho. Les doy mi palabra—. Ella
desapareció al instante.

Completamente sorprendida, Jo miró a Cadegan. —¿Soy solamente yo, o atraigo a cada ser
extrañ o del universo?

É l rió de eso. —Tú me atrajiste, así que no creo que deba comentarlo.

Ella lo besó , luego se retiró hacia atrá s con el ceñ o fruncido. —¿Te sientes reencarnado?

—No realmente. ¿Tú ?

Ella sacudió su cabeza. —¿Extrañ o, huh?

—¿Alguna idea de lo que quiso decir sobre la gwiddonod?

—Ingles amigo, habla inglés.

Riendo, él la besó . —Brujas, amor. Ella habló de la maldició n de una bruja.

—Ninguna idea—. Ella arrastró su mirada sobre su largo y musculoso cuerpo y sintió el
calor acumulá ndose dentro de ella otra vez. Dando un paso má s cerca, alzó su mentó n de
modo que ella pudiera pellizcar la mandíbula má s sexi que había visto alguna vez.

Cadegan cerró sus ojos saboreando la sensació n de sus labios y lengua sobre su piel. El
placer lo desgarró . —Si sigues haciendo esto, muchacha, nunca dejaremos este lugar.

Ella deslizó su mano hacia abajo, para ahuecar y acariciar la parte de él que ya se endurecía
para ella otra vez. —Estoy bien con eso.

É l cubrió su mano con la suya y se meció contra su palma, disfrutando de la caliente presió n
de su toque.

Jo frunció el ceñ o cuando él le habló en un grueso galés. —¿Qué?

—Eres la luz en mi oscuridad, muchacha. Sin ti, no tengo esperanza. Ni fe. Apenas existo. Y
todo lo que quisiera saber es que si alguna vez te marcharas, te apiadará s de mí
arrancá ndome el corazó n, antes que dejarme perdido dentro de la eterna noche sin ti.

Las lá grimas la ahogaron, no solo por sus palabras, pero la honestidad, la cruda emoció n
con que las dijo. —Desearía poder decir algo tan poético, Cadegan. Soy mala con el romance
y las relaciones. Siempre lo he sido. Nunca he sido capaz de encontrar las palabras exactas
en el momento adecuado. Pero realmente te amo. Ahora y siempre. Y nunca quiero vivir sin
ti.

Entonces él la besó , y se condujo profundamente dentro de su cuerpo. Esta vez, cuando él le


hizo el amor, no fue suave y apacible, pero sí demandante y feroz. Como si tuviera miedo de
nunca poder verla otra vez.

Jo se perdió en la sensació n de él, duro y grueso dentro de ella. Ella seguía su ritmo, golpe
por golpe, intentando aliviar el dolor que nunca dejó sus ojos. Al menos no completamente.

Pero cada vez que él la miraba, este disminuía. Y eso la hacía sentir espacial y apreciada.

Era todo lo que alguna vez había querido. Importarle a alguien. Tener a alguien de quien
poder depender cuando ella lo necesitara. Alguien en quien confiar. La vida no era fá cil. No
se supone que sea así. Aú n con la persona correcta, el peor viaje es tolerable. Má s que eso,
podría ser divertido. No era sobre aprender a padecer por la continua tormenta para que se
haga la luz del día.

La vida se trataba de correr bajo la lluvia y reír mientras te está s empapando hasta los
huesos.

Esquivar los rayos y desafiarlos a que vengan por ti.

Eso era lo que Cadegan la hacía sentir. En sus brazos, ella era invencible. No porque ella no
podría ser dañ ada, sino porque ella sabía que él no la dejaría en el frío ni sola. É l la
recogería y lucharía a su lado hasta que pase la tormenta.

Se envolvió alrededor de él y su clímax llegó en una ola cargada de cegador placer.

Gruñ endo profundo en su garganta, Cadegan se le unió . E incluso entonces no la liberó .

Todavía en pie, mantuvo la totalidad de su peso sin queja.

Y cuando encontró su mirada, ella vio los amarillos ojos del demonio dentro de él.

Sin miedo, ella presionó su mano a su mejilla y besó sus labios.

Cadegan se deleitó en el sabor de ella que lo sacudió hasta el centro de su ser. —Cá sate
conmigo, muchacha.— Respiró . —Quédate conmigo, siempre.

Ella levantó su cabeza y le hizo un ceñ o juguetó n. —¿Qué es esa mirada?—

—¿Qué es qué mirada?

Ella estrechó su mirada. —Realmente no dudas de mi respuesta ¿verdad?

—Dudo que cualquier momento de mi vida sea tan bueno.


Pellizcando su barbilla, ella lo presionó con fuerza. —Nunca deberías dudar de mí, Cade.

Claro que me casaré contigo. Dime donde está el altar y ahí estaré, con las campanas de
Selena.

—¿Las campanas de Selena?

—Mi loca prima las cose en el dobladillo de sus faldas. Ella piensa que eso mantiene lejos el
mal.

—Tú usa eso y me mantendrá s alejado.

Ella lo regañ ó . —Tú no eres malo. Perverso, definitivamente. Pero no malo.

Cadegan cerró sus ojos como saboreando su aceptació n. Esta era la primera vez en su
existencia que él no se sentía como la escoria que nunca debería haber nacido. É l se sintió
entero.

Sobre todo, se sintió feliz.

Y esto lo aterraba.

La felicidad era algo que otros hombres tenían. Nunca él. La felicidad había corrido de él
como si fuera un leproso que llevaba viruela y vendiendo pan infectado con la plaga.

Dejó caer su mirada hacia el medalló n que le había puesto alrededor de su cuello.

Tomá ndolo, lo colocó en su mano y lo cubrió con la suya. —Si alguna vez estas sin mí y me
necesitas para protegerte, toma esto en tu mano y di estas palabras… —Ysym arglwydd
gwrdd gorddifwng ei far, gorddwy neb nyw ystwng —.

Le tomó varias veces antes que ella pudiera decirlas correctamente.

—¿Puedes recordar todo esto, muchacha?

—Puedo. ¿Pero qué significa?

—Para mí existe un poderoso señ or de ira abrumadora, la opresió n de cualquiera, él no


tolerará .

Jo le sonrió . —Es hermoso, y muy propio de ti.

—Tú sacas lo mejor de mí—. É l besó el medalló n y lo descansó entre sus pechos. —Solo
puedes usarlo cuando estés bajo ataque, nunca contra alguien má s. Por ninguna razó n.
¿Entendido?

—Entendido.
Con un rá pido asentimiento, él dio la vuelta y frunció el ceñ o como buscando algo.

—¿Qué sucede?

—Tu habitació n má s importante está perdida. Buscaba un lugar para lavarme.

Jo se rio. —Sé que esto es un lugar antiguo, pero… debe haber un cuarto de bañ o aquí,
¿verdad? Yo asumo que tal habitació n debe existir, podría.

—Es la puerta de la izquierda.

Sus ojos se abrieron sobresaltados ante la desconocida voz, Jo soltó un chillido y se colocó
detrá s de Cadegan para cubrir su desnudo cuerpo. —¿Quién dijo eso?

—Yo lo hice—. Era la cosa que parecía una lá mpara de piedra, en la esquina del cuarto.

—¿Quién es usted?—¿Qué era?

—Soy Electra. Pero no tengas miedo. Realmente no siento nada, soy má s bien un
dispositivo inteligente, o conducto si lo prefieres, puesto aquí para tu comodidad. Solo me
activo ante ciertas preguntas. Como por ejemplo donde está n las habitaciones, si
necesitaras luces, o si desearas ponerte en contacto con cualquier otra persona que piense
en Katoteros como su hogar.

Cadegan se acercó a eso despacio. É l extendió la mano y tocó el frío má rmol —¿Tú
realmente no puedes sentir?— —O ver. Yo solamente escucho y hablo.

Jo se puso la tú nica de Cadegan antes de unírseles para inspeccionarlo. —Creo que es


genial, ¿no te parece?

—Sí, pero el má rmol es frio por lo general.

—No frio, Cade… genial.

—Ah… el wombat está sobre un caballo, muchacha.

Ella se rio de él. —El pobre wombat se está ejercitando mucho hoy—. Después ella le besó
ligeramente y dio un paso atrá s. —¿Dó nde está ese cuarto de bañ o otra vez?

El dispositivo, de hecho, señ aló la direcció n.

Todavía no muy segura sobre eso, Jo fue y encontró un enorme y dorado cuarto de bañ o
con una piscina, evocando un antiguo bañ o romano en vez de una tina. —¿Eh, Cade?—le
llamó . —Creo que realmente te gustará esto.

É l metió su cabeza por la puerta, luego sonrío abiertamente como un adorable niñ o. —Sí,
me gusta.
Antes de que ella comprendiera lo que haría, él quitó sus ropas con sus pensamientos, la
echó sobre su hombro, y se zambulló en el fondo de la piscina. Ella rio y chisporroteó
mientras él continuaba nadando bajo la superficie.

Jo se congeló cuando comprendió algo. Cadegan era un anfibio. O tenía los pulmones má s
fuertes alguna vez creados.

Cuando él finalmente salió a la superficie, todavía no era su cabeza completa. Solo sus ojos.

É l mantuvo su nariz y su boca debajo de la línea de agua.

—¿Estas respirando?

É l asintió .

—¿Bajo el agua?

De nuevo, él asintió . Se zambulló , nadó hacia ella y rozó sus piernas antes de finalmente
salió de la superficie y tiró de ella contra su pecho. —Soy un demonio addanc. Es uno de
nuestros poderes. La mayor parte de mi especie son habitantes de lagos.

—¿Qué má s puedes hacer?

—En el agua, puedo cambiar de forma.

—¿Pero no sobre tierra?

É l torció su rostro. —Solamente en mi forma demonio alado y un pá jaro de tierra. Tengo


muchas má s opciones en el agua.

—Entonces, ¿tendríamos un bebe o un renacuajo?

Cadegan se congeló ante su juguetona pregunta que fue como una dura cachetada.

Niñ os. No era algo en lo que haya pensado en má s de mil trescientos añ os. Antes de
Leucious, no había poseído conocimiento de sus orígenes demoniacos. No tenía idea de los
poderes que tenía intactos dentro de él. Entonces, él se había creído un hombre, como
cualquier otro, y había esperado casarse con una mujer y tener que criar niñ os con ella.

Después de eso, él había sido má s cauteloso. Hasta Æthla. Con ella, él había planeado tener
uno para ver qué clase de niñ o podría ser. Fey o humano.

Y después de que Leucious lo había desterrado. No había esperanza en absoluto.

Ahora…

Vio una realidad que en verdad lo aterró . Nada asombroso, él le había dado las palabras de
convocació n cuando, en teoría, ella no debería ser capaz de usarlas.
Sí, tenía mucho sentido, y esa gran conexió n con ella lo asustó incluso má s.

—¿Está s bien, cariñ o? Só lo bromeaba.

Extendió su mano temblorosa, y le tocó el estó mago plano. Mordiendo su labio él sonrió . —
No puedo pensar en un honor má s grande que el de tener un hijo contigo, mi señ ora. O un
renacuajo,—dijo en broma —Tal vez, incluso un wombat.

Ella rio y le entregó el jabó n que había encontrado. —Eres tan tonto. Te amo.

—Y yo a ti.

Jo miró como él retornó a disfrutar en el agua. Se preguntó si Styxx y los otros sabrían que
él querría una piscina. Probablemente. Ellos parecían saber mucho acerca de él. Mucho má s
que ella.

Pero ella aprendería. Y mientras él no era perfecto — algunas veces, él era completamente
asustadizo — él era absolutamente suyo.

Ella no cambiaría nada de él…

Pasaron el resto del día fuera y explorando el cuerpo del otro. Sus gustos y aquello que les
desagradaba.

Fue el mejor día de su vida. Ella no quería que termine nunca. Cuando se puso el sol,
caminaron fuera y se sentaron en la playa y observaron. Katoteros era un lugar extrañ o. En
algunas cosas le recordaba a Hawai.

En otras, como algunas de las extrañ as criaturas que la habitaban, sentía como si hubiera
caído en el agujero del conejo.

Cadegan movió sus dedos por el cabello de Josette mientras ella yacía acostada en la playa
con su cabeza en su regazo. Por primera vez en siglos, se sentía verdaderamente humano.

Verdaderamente vivo.

Por primera vez, se sintió amado y querido.

—Bien, ¿qué hacemos ahora, Josette?

—¿Tienes hambre?

—Famélico, pero no era a lo que me refería. Después de hoy, ¿Qué pasará con nosotros?

Ella tomó su mano en las suyas. —No lo sé.

—Tú puedes hacer lo que Styxx hace, trabajar para Acheron.


Jo se levantó con un jadeo mientras Cadegan se tensaba. A unos pies de ellos estaba una
hermosa dama egipcia vestida en shorts y una remera. Su largo cabello negro estaba sujeto
en una cola de caballo y sostenía a un niñ o rubio durmiendo en sus brazos.

Con una sonrisa amistosa, se les acercó despacio. —Soy Bethany. La esposa de Styxx—. Ella
tiró del niñ o de su hombro para acunarlo en sus brazos. —Y este precioso es Ari.

Jo presionó su mano en su pecho cuando miró la cara de un querubín de pelo rizado. —¡Es
absolutamente adorable! ¿Cuá ntos añ os tiene?

—Cumplió un añ o ayer—.

—¿En serio?

Ella asintió . —¿Te gustaría sostenerlo?

—Oh, me encantaría.

Bethany le pasó a su hijo.

Jo se derritió con el calor del niñ o en sus brazos. —¡É l duerme tan profundamente!

—Siempre. Su padre siempre está intentando despertarlo de sus siestas. Lo má s que


puedes conseguir de él es que corra tu mano. Pero él nunca despierta cuando lo hace.
Solamente da la vuelta y se vuelve a dormir.

Sus pequeñ os labios se movieron como si hablara con los á ngeles. —A mí siempre me
gustaron los niñ os.

Cadegan miró silenciosamente mientras Josette abrazaba al niñ o. Si eran animales o niñ os,
ella tenía un instinto muy maternal. Ella merecía su propio hijo. Pero sus palabras de antes
lo molestaron ahora.

¿Qué tipo de niñ o tendrían ellos?

¿Demonio, semidió s, o humano?

—¿Está s bien?

É l parpadeó ante la pregunta de Bethany. — Sí.

Ella cubrió su mano con las suyas. —Yo sé. Solo he sido yo misma por un corto tiempo en el
mundo humano y en éste. Aú n no han pasado dos añ os para mí. Es mucho para
acostumbrarse.
Ella tironeó de su remera. —La ropa definitivamente toma algú n tiempo. Pero tienes a
Josette y a nosotros. Amigos o familia… o conocidos irritantes, independientemente de lo
que escojas llamarnos. Estamos aquí para ayudarte de cualquier modo que podamos.

—No estoy acostumbrado a tales amabilidades.

—Como mi Styxx. Nunca confiado. Incluso ahora. Pero cada día, su sonrisa brilla má s
cuando él acepta el hecho de que esta es su vida ahora, y que nadie se la quitará .

Bethany tocó la cicatriz en el brazo de Cadegan. —Todas las heridas toman tiempo para
curarse. Pero un día, tú despertará s y el dolor ya no te molestará . Pueden pasar días, tal vez
algunos meses antes de que pienses en ello. Y un día, si tienes suerte, nunca volverá s a
pensarlo en absoluto.

Jo alzó la vista a ella. —Usted es muy sabia, Bethany.

Ella sonrió con cierta vergü enza. —A veces. Pero soy la diosa de la ira, y como tal tiendo a
dejar mi cará cter tomar lo mejor de mi sentido de vez en cuando. Nunca quieras estar cerca
de mí cuando eso pasa. Es realmente espantoso.

Ari parpadeó abriendo sus ojos, luego los ensanchó al comprender que Jo no era su mamá .

—Estoy aquí mismo, cariñ o.

—¡Mamá !—É l rá pidamente volvió a los brazos de Bethany, donde él frotó sus ojos y puso
mala cara. —¿Papá ?

—Estará en casa pronto—. Ella besó su mejilla rechoncha. Entonces hiso una mueca. —
Alguien necesita un cambio de pañ al. Si me disculpan…— Bethany se levantó en sus pies. —
Fue agradable encontrarme con ambos—. Frotando la espalda de Ari, encontró la mirada
fija de Cadegan. —No te preocupes por el mañ ana. Ya vendrá . Y tú siempre tendrá s un lugar
aquí como un miembro de nuestra variada familia.

—Gracias, mi señ ora.

Inclinando su cabeza hacia él, ella los dejó .

Jo se volvió a ver a Cadegan. —Aú n te ves... inseguro.

É l soltó un suspiro pesado. —No por ti, muchacha. Nunca dudaré de ti, pero… tengo un
presentimiento en lo profundo de mi estó mago. Algo viene por mí. Y esto no va a descansar
hasta que yo sea destruido.

Sacudiendo su cabeza, ella intentó calmarlo. —No creas en eso.

Cadegan trató de reír para ella, pero el problema era, que él no lo creía.
É l sabía que era verdad.
Capítulo 19

Cadegan no estaba seguro sobre este nuevo infierno. Terapia. Só lo la palabra en sí sonaba
horrible. Como alguna clase de pequeñ o animal orinando sobre él.

Se quedó inmó vil fuera de la puerta de la oficina y giró el rostro hacia Josette. —No se
acerca de esto, muchacha. No estoy seguro de que algo me pueda ayudar. Seguramente,
estoy má s allá de toda ayuda, de cualquier tipo.— É l bajó la mirada hacia la profunda V de
su camisa. —Prefiero ir a casa... contigo y poner una sonrisa en tu hermoso rostro.

Chasqueando la lengua, ella esquivó el beso y, a su pesar, lo mantuvo a distancia. —Eres un


astuto, Señ or Wombat Demonio, pero no. Necesitas hablar con Grace. No te hará dañ o. Lo
prometo.

Ella va a ser muy suave e incluso tiene juguetes para jugar, si eres bueno. El tiempo pasará
rá pidamente y volveré tan pronto como termine la sesió n.

Un tic empezó en su mandíbula mientras remontó su ira. —No quiero hacer esto.

Tiró de la cosa llamada chaqueta que ella había puesto en él. —Só lo por esta vez. Si
realmente no puedes soportarlo, nunca voy a hacer vuelvas. Te lo prometo. Pero el marido
de Grace es un semidió s, hijo de Afrodita, que pasó dos mil añ os maldecido en las pá ginas
de un pergamino antes de que ella lo liberara. Tienen seis hijos, y viven en la má s completa
felicidad conyugal. Eso es lo que quiero para nosotros, y tú también.— Su mirada se
agudizó . —Ahora ten agallas, hombre, y haz esto. Dos horas. Puedes manejar la situació n.—
Ella miró a su alrededor antes de dejar caer la mano para tocarlo íntimamente.

Los ojos de él se ampliaron por su gesto.

Ella se inclinó para susurrarle al oído. —Y si te portas bien y cooperas con la buena doctora,
te prometo que voy a hacer que valga la pena má s tarde, y pondré una gran sonrisa en tu
cara. Incluso me pondré el conjunto de encaje que má s te guste.

Su respiració n se volvió entrecortada mientras ella le tocó a través de sus jeans. Era todo lo
que podía hacer para no encontrar un rincó n y tomarla, aquí y ahora. —Tan pronto como
esto termine, te espero desnuda en la cama.

—Y con muchas ganas.— Jo acababa de retirar su mano antes de que la puerta se abriera
para mostrar a la Dra. Grace Alexander.

Una de las amigas de toda la vida de Selena, Grace había prá cticamente crecido con Jo y las
hermanas Devereaux. Y se había metido en má s problemas con ellas de los que Jo quería
pensar.

Era un milagro que no fueran todas compañ eras de celda.


Sonriendo a la morena adorable, Jo empujó a Cadegan suavemente hacia ella. —Grace
conoce a Cadegan. Cade, pó rtate bien.

Grace se rió . —Todo está bien. Después de tratar a los lobos, panteras y osos todos estos
añ os, nada puede sorprenderme. Lo prometo Cadegan, no voy a obligarte a hacer algo que
no deseas. Ni siquiera tenemos que hablar. Ven y ponte có modo.

Con una ú ltima mirada miserable a Jo, él entró en la oficina.

Grace dio unas palmaditas en el brazo de Jo. —Voy a cuidar muy bien de él. ¿Hay algo que te
preocupa?

Jo miró sobre el hombro de Grace antes de bajar la voz. —É l ha estado teniendo problemas
para dormir. Cuando lo hace, se despierta sudando y se aferra a mí, y no se acerca a ningú n
espejo.

Tengo que mantener cubierto el que yo uso en todo momento. Y es muy, muy
sobreprotector. É l no puede soportar que yo esté fuera de su vista. Si estoy lejos mucho
tiempo, él entra en pá nico.

—Todo muy normal por lo que ha pasado.— Ella palmeó la mano de Jo. —¿Te has sentido
amenazada por su comportamiento, en absoluto?

—¿Mi temor? Que vaya a envolverme en plá stico de burbujas y obligarme a usar su
armadura donde quiera que vaya.

Grace se rio. —Tengo el mismo problema con Juliá n. Y no quieres saber lo malo que Val es
con Tabby. —Ofreció a Jo una sonrisa amable. —Muy bien, déjame ir hacer mi trabajo. Le
devolveremos la calma, te lo prometo.

—Gracias, Gracie.

—De nada, cariñ o.

Jo se detuvo y asomó la cabeza por la puerta. —Tienes mi nú mero, Cade. Estoy justo
bajando la calle con mis primas. Prometo no caer en ningú n espejo sin ti.

—No eres graciosa, amor.— Pero él sonrió a pesar de sus palabras.

Tratando de no preocuparse por él, Jo se dirigió a la mansió n donde todo había comenzado.

Ellos nunca habían tenido la oportunidad de terminar la "limpieza" del lugar, y Selena y sus
amigos todavía necesitaban una operadora de cá mara para grabarlo.

Jo les había dado dos horas. Después de eso, era toda de Cadegan. Tenían una boda que
planear. Y a diferencia de su ex, Cadegan acordó la boda en junio como Jo siempre había
querido.
Por supuesto, mucho de eso tenía que ver con el hecho de que el pobre hombre no tenía
idea de lo que implicaba una boda cajú n en junio. O el hecho de que su promedio de
temperatura en junio fuera de noventa grados, en contraposició n a los sesenta grados que
solían hacer en el País de Gales y las temperaturas gélidas de Terre Derrière le Voile. Sin
tener en cuenta el hecho de que podría llegar fá cilmente hasta bien entrados los noventa o
superiores a mediados de junio, pero…

É l había dicho que haría lo que ella quisiera para la boda. Y ella mentalmente prometió a sí
misma que no iba a abusar de su dulzura. Mucho, pensó con picardía.

Cuando se acercó a su coche, vio a Thorn de pie en la calle, junto a este, con una mirada de
horror en su rostro, como si ella lo hubiera invitado a dar una vuelta en él.

É l le dirigió una mirada de admiració n suprema. —Realmente eres la mujer má s valiente


que he conocido.

Ella frunció el ceñ o. —¿Por qué creo que hay un insulto encubierto en esa declaració n?

Su mirada se deslizó hacia el coche. —¿Cuá nto tiempo has manejado a este refugiado del
infierno?

—¿Hablando desde la experiencia?

—Digo lo que pienso.

Ella se burló ante su tono seco. — ¡Hey! No lo critiques. Todavía funciona. La mayor parte
del tiempo, incluso después de apagarlo.

Thorn se rio y negó con la cabeza hacia ella. —Sabes, yo he tenido mis problemas con
Cadegan en el pasado. Pero amo a ese pedazo de mierda, y su dignidad ha sido duramente
cuestionada lo suficiente durante su vida. Yo realmente no quiero seguir recordá ndoselo.
—Le lanzó algo a ella.

Jo lo atrapó para darse cuenta de que era un juego de llaves. —¿Qué es esto?

Señ aló con la barbilla a la brillante nueva camioneta Mercedes negra detrá s del Falcon. —
Algo que creo que ambos disfrutará n mucho má s cada vez que se aventuren en este reino.
También compré tu condominio de una ejecució n hipotecaria, e hice al arrendador una
oferta que no pudo rechazar.

—¿Muerte y destrucció n?—

Un brillo maligno oscureció sus ojos. —Digamos, vio las ventajas de patear a todos del
lugar.

Todo el edificio es ahora tuyo, y está siendo renovado para servir como una sola casa y no
departamentos.
—¡Leucious!

—Relajá te. Todos fueron bien compensados por sus problemas. Ademá s, yo les hice un
favor.

Ese lugar era un riesgo de incendio, y só lo a una tostadora quemada de distancia de la


tragedia. El contratista trabaja para los Dark—Hunters, por lo que estamos poniendo...
protecció n, por así decirlo, para ti y Cadegan. Considéralo un regalo de bodas.

Su corazó n se ablandó por su bondad. —Gracias.

Inclinó la cabeza hacia ella. —Só lo cuida de él por mí. Asegú rate de que se quede en la luz.

—Eso definitivamente lo haré.

Abrió la puerta del coche para ella. —Ya he puesto todo tu equipo en la parte trasera para
ti.

Jo se detuvo a su lado. ¿Puedo preguntarte algo?

—Tal vez.

Ella ignoró su sarcasmo. —¿Qué hay entre tú y Karma?

—Justo ahora... unas tres millas.

Ella resopló y le pasó una mueca irritada. —Tú sabes lo que quiero decir.

—Yo sé lo que quieres decir, y eso es entre Karma y yo.

—Sabes que al no responder la pregunta, está s respondiéndola.

Cerró la puerta. —Tal vez só lo hace la lavandería para mí. ¿Alguna vez pensaste en eso?

—Y el infierno es só lo una bañ era caliente... ok. Quédate con tus secretos. He estado en tu
cabeza y sé que es un hecho que no eres tan rudo como pretendes ser.

—Pero sigo siendo el asesino era.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Eso era cierto. —Supongo que un bá rbaro señ or de la
guerra realmente nunca cambia.

—Só lo los campos de batalla y las causas.— É l le acarició la mano. —Si me necesitas, yo
estoy a una simple llamada perdida de distancia.

Ella se echó a reír, sabiendo que él no lo decía en serio. —Oye, ¿Thorn?

É l arqueó una ceja.


—Te quiero. Eres un hermano mayor increíble.

Apretando su mano, él no dijo nada má s mientras se alejó hacia un elegante Bentley en la


esquina.

Jo pasó la mano por el interior de cuero elegante. ¡Guau! —Nunca voy a decir otra palabra
mala sobre ti otra vez, Thorn. Buen jefe supremo de demonios.

***

Thorn se congeló en el momento en que se cerró la puerta del coche. Algo estaba mal.
Mortalmente mal. —¿Josíah?

Su conductor no volteó . Estaba completamente en su lugar, con la sangre corriendo de su


oreja izquierda.

Mierda.

En cuanto Thorn agarró el pomo de la puerta, este se fundió y las puertas se bloquearon.

Estaba bloqueada su teletransportació n. Furioso, él sabía de un solo demonio que se


atrevería a tanto. —¿Qué quieres?—preguntó entre dientes.

Una sombra oscura apareció en el asiento de al lado. —No llamas. No envías un correo
electró nico. Estoy empezando a sentir como que no me quieres. Y eso realmente me duele
en mi sitio tierno interior.

Thorn miró al demonio. —¿No has recibido el regalo del día del Padre que te envié?

Ojos rojos se manifestaron para mirarlo. —Sí, las manos de mi mejor demonio en una
sangrienta caja de color rosa, el dedo medio extendido. Muy amable de tu parte.

—Sabía que te gustaría. Tan pronto como lo vi acercá ndose, yo supe que iba a ser el regalo
perfecto para ti.

Su padre le atacó contra la puerta. —¿Dó nde está ?

—Dó nde no puedes alcanzarlo.

—Sé que tienes a ese pequeñ o bastardo protegido de mí. Es só lo una cuestió n de tiempo
antes de que lo encuentre de nuevo y tome lo que quiero.

Thorn se burló de su nebuloso progenitor. —É l morirá antes de permitir que lo tengas.

—Y voy a matarlo por ello. Mira, todos podemos conseguir lo que queremos y ser felices.
¿Por qué prolongar lo inevitable?
—¿Y perder todas estas divertidas charlas padre—hijo que tenemos? ¿Por qué iba yo a
hacer eso, viejo?

Paimon suspiró con cansancio. —¿Tengo que matarte?

Thorn se echó a reír. —Inténtalo.

La sombra creó una boca gigante con dientes de sierra. Abierta, se movió para tragarse
entero a Thorn.

—Eso só lo era aterrador cuando yo era un niñ o. He crecido, papá . Lidia con eso.

É l gritó en la cara de Thorn. —¡Lloro por la semilla que derramé para engendrarte!

Thorn dio unas palmaditas en su corazó n. —Tal amor y compasió n paternal. Eso trae
lá grimas a mis ojos.— Suspirando, él extendió la mano y examinó sus uñ as cuidadas como
si se aburriera con su intercambio. —¿Por qué lo quieres tan desesperadamente de todos
modos? No es como que puedas usar sus poderes dó nde está s. —É l miró hacia arriba. —¿A
menos que tengas un cuerpo…?

—¿Por qué te lo diría si lo tuviera?

—Bueno. No lo tienes. Eso me ahorra el trabajo de tener que localizarte y desterrarte.

Paimon lo inmovilizó contra el asiento. —Crees que eres tan listo e inteligente. Pero hay
algo mucho peor que yo tras tu hijo, Leucious. Lo encontraremos.

—No. No lo hará s. Ahora vete. Está s apestando el lugar. Y hay una lista de espera de seis
meses para conseguir otro de estos.

Paimon se abalanzó sobre él, a continuació n, pasó a través de su cuerpo para volver al reino
donde Thorn le había desterrado hace siglos.

Con un suspiro de alivio, se inclinó hacia delante para cerrar los ojos de Josíah y susurrar
una oració n por el pobre hombre. Y mientras lo hacía, el rosario de Cadegan cayó de su
bolsillo. Lo había traído hoy para devolverlo, pero se había abstenido. Tenía tan pocas cosas
de su hijo que él no había sido capaz de desprenderse de eso. É l lo recogió y se lo llevó a los
labios. Ni Cadegan ni Jo nunca podrían saber la verdad de quién realmente había seducido a
Brigid.

O porque.

Cadegan era mucho má s de lo que Thorn jamá s espero en un hijo. Y gracias a Josette, ahora
estaban reunidos.

Como hermanos.
Eso era todo lo que necesitaban saber.

Por ahora.

***

Jo se quejó mientras luchaba contra su bolso y trípode. Justo cuando estaba por maldecir su
día como si fuera un perro lento, Selena apareció para trabajar.

—Lindo auto.

—Lo sé, ¿verdad? Aparentemente, mi futuro cuñ ado tiene un montó n de culpa e incluso
má s dinero.

Selena resopló . — Estoy feliz de que estés aquí. Todo el mundo está al borde de los nervios.

—Por supuesto que lo está n. Después de todo, es martes.

Ella frunció el ceñ o. —¿A qué te refieres?

—Ya sabes… martes —el nuevo lunes. Porque mi vida tiene tanta mierda, que un solo día
no puede contener todo el rango de horrores y degradaciones que buscan robarme la
cordura…

—Y está discusió n en particular está desafiando seriamente mi desesperada necesidad de


no ir a la cá rcel por homicidio… De nuevo, ¿qué estabas diciendo?—Selena completó la cita
que había sido una de las diatribas favoritas de Tiyana cada martes cuando la nueva
mercadería ingresaba a su local. —Dios, como la extrañ o.

—Sí. Yo también. Perdó n por traerlo a discusió n. Es solo que cada martes, la oigo en mi
cabeza y sonrío.

Selena asintió . —Solo estoy feliz de que no te perdimos también. Nunca má s me asustes así.

—Sí, la muerte sin duda estropearía mis planes futuros.

Ellas llevaron el equipo dentro.

Jo lo arrojó cerca de la puerta y soltó un gruñ ido. —Entonces, ¿dó nde necesito prepararme?

—Déjame verificarlo. Ya vuelvo.—Selena corrió por las escaleras.

Mientras esperaba, Jo vagó por la habitació n que la había hecho boquear la ú ltima vez que
estuvo aquí.
Ahora entendía por qué. Parecía salido de un museo. Había todo tipo de artefactos antiguos
esparcidos. Lucía como la casa de Karma con esteroides.

—¿Josette?

Ella giró ante el mismo susurro que escuchó la ú ltima vez que estuvo aquí. Rayos, sonaba
tanto como Tiyana, era perturbador.

Algo destelló a su derecha.

Jadeando, se giró . No había nada allí. Al menos no hasta que vio la imagen de una mujer en
un antiguo espejo.

—¿Tia?

No, ella estaba perdiendo su cordura. Sin embargo, se parecía tanto a Tiyana que era
aterrador.

—¡Corre, Josie, corre!

En ese momento, ella supo que era Tia. Nadie má s la llamaba Josie. Corrió hacia la puerta
sin vacilar.

Se cerró de golpe en el momento en que la alcanzó .

Aterrorizada, Jo se dio vuelta. Las persianas de todas las ventanas se cerraron y se trabaron
con un resonante chasquido. —¿Quién está aquí?

—Ella no está con el waremerlin.

El dueñ o, Cal, se movió de las sombras para acercarse a ella. Mientras se acercaba, se
transformó en un hermoso hombre con piel pá lida y ojos sin forma. —Ella liberó al
waremerlin de su prisió n. É l la protege. Tú querías tu escudo, Kessar. Yo te he dado la
manera de obtenerlo.

Jo oyó má s susurros en su cabeza. Era como escuchar al mundo entero por un canal abierto.

Ella nunca había imaginado algo así.

Kessar era un demonio gallu sumerio. Ella no tenía idea de có mo lo sabía, pero las voces en
su cabeza le dijeron. Lá stima que ninguna de ellas le cantase los nú meros ganadores de la
lotería.

¡Bastardos!

Ella giró hacia Cal, y supo que estaba poseído por un demonio extremadamente letal y
poderoso.
Uno que estaba desesperado por poner sus manos en Cadegan y dá rselo a Paimon. —Valac.

É l se detuvo en seco.—¿Có mo sabes mi nombre?

—¿Una conjetura salvaje? Ya sabes… Bob, Michael… Valac.—Jo continuó escuchando


mientras algo dentro de ella despertó .

Kessar se movió para someterla.

Ella sacudió su mano y con un poder del que no tenía comprensió n, lo detuvo en seco. Se
sentía como si algo o alguien tuviese control sobre ella. Como si estuviera en trance y
alguna fuerza antigua residiera profundo dentro de ella. —¿Por qué buscas el Escudo?
¿Para qué propó sito lo usarías?

Descubriendo sus colmillos serrados, Kessar trató de liberarse. El gorgoteo por su garganta
antes que sus ojos rojos se tornaran vidriosos y habló como si estuviera bajo el mismo
trance que la mantenía inmó vil a ella. —El Escudo me permitirá descender a Kalosis y
protegerme de mis enemigos así podré matarlos a todos, y reclamar el honor de mi raza de
aquellos que ahora nos cazan como animales rabiosos por nuestra sangre.

—¡Tú posees el Escudo!—Jadeó Valac. —La Dagda ha regresado…—É l invocó un agujero en


el piso del cual surgieron retorcidas criaturas aladas que volaron hacia ella como
rechazados del Mago de Oz, Edició n Zombi.

Instintivamente, Jo sujetó el collar que Cadegan le había entregado y murmuró las palabras
que le enseñ ó . —Ysym arglwydd gwrdd gorddifwng ei far, gorddwy neb nyw ystwng.

Al momento en que las palabras fueron pronunciadas, una armadura se envolvió alrededor
de ella, y el collar se expandió en un escudo gigante.

Jo jadeó al darse cuenta que el Escudo de Dagda no era el del cuarto de Cadegan, después
de todo… ese era el escudo que el caballero le dio cuando murió .

Esta era la reliquia del Rey Arturo que todos buscaban. Esta era la razó n por la que Cadegan
había sido torturado y que nunca jamá s reveló . Mientras tanto, estuvo frente a las narices
de sus agresores todo el tiempo. Inofensiva en apariencia, era uno de los objetos sagrados
má s poderosos que Emrys Penmerlin le había dado al Rey Arturo para ayudarlo a gobernar
su reino.

Y Cadegan se lo confió a ella. Para mantenerla a salvo en su ausencia. El ú nico objeto que
juró jamá s lo dejaría.

Ahora entendía porque Cadegan nunca lo usó en batalla.

El esfuerzo que tomaba por parte de ella era agotador. Sentía como si se fuese a caer solo
por el simple peso de él. Pero entonces, no estaba hecho para ella. Ella carecía de la sangre
necesaria para blandirla…
De repente, el Escudo resplandeció cuando los demonios la atacaron en grupo. Una espada
se manifestó en su mano.

En ese momento, sintió el poder de los antiguos celtas dentro de ella. Este recorrió su
cuerpo, hasta que fue má s fuerte de lo que nunca había sido. Con la habilidad de Cadegan,
comenzó a rechazar a los demonios y a combatirlos.

Kessar agarró algo de la colecció n de Cal antes de correr fuera de su vista y desaparecer.

Jo sabía que debería ir tras él, pero tenía que lidiar con los soldados de Valac primero ya
que era obvio que no tenían la intenció n de dejarla ir.

Valac gritaba instrucciones para sus demonios.—¡Quiero ese Escudo! ¡Libertad para el que
pueda conseguirlo!

Karma golpeó la puerta, gritando para entrar.

Rechinando los dientes por la embestida, Jo esquivó un demonio agachá ndose y a otro
corriéndose mientras los combatía. —Gracias por unirte a la fiesta, primita. Pero estoy un
poco ocupada como para abrir la puerta.—Esquivó al demonio que arremetió contra ella.
Entonces giró y blandió la espada.

La cabeza salió volando.

¡Ew! ¡Asqueroso!

Valac intentó alcanzarla, solo para retroceder cuando se acercó demasiado al Escudo, que
emitió una carga eléctrica que lo empujó hacia atrá s. Siseando de furia, se volvió a su
cuerpo demoníaco. —¡Quiero ese Escudo! ¡Lo tendré!

—Y yo quiero la paz mundial y M&M tostados. Supongo que estamos todos decepcionados,
¿uh?

La casa entera se sacudió como si estuviera en el centro de un terremoto. De repente, los


demonios salieron del agujero con una velocidad e intensidad tal que ella ni siquiera podía
contarlos.

Estoy en una mala pesadilla…

Sosteniendo el Escudo, Jo ya no podía pelear contra su nú mero en aumento. Mientras que


ella tenía su armadura y Escudo, carecía de las habilidades y experiencia de pelear contra
los condenados de Cadegan. Todo lo que podía hacer era arrodillarse en el piso y poner el
Escudo entre ella y ellos.

Una y otra vez, golpearon contra ella y la empujaron contra su espalda. Sus extremidades
estaban entumecidas por el dolor.
Voy a morir aquí. Como una horrible croqueta para demonios.

Justo cuando estaba segura de que iba a soltar el Escudo, las puertas detrá s de ella se
abrieron.

Vestido con su tú nica metá lica y capa, Cadegan estaba allí, gritando en un lenguaje que no
era ni galés, o latín, o algo que ella hubiese escuchado antes.

É l y Thorn, con la ayuda de Illarion y Max, y los Adar Llwch Gwin, se abrieron camino a
través de los demonios hasta que Cadegan estuvo a su lado. Su habilidad la asombró aú n
má s, ahora que comprendía totalmente el desgaste que este tipo de pelea cobraba en un
cuerpo.

Con su espada en una mano, hacia retroceder a los demonios mientras la ayudaba a
pararse.

—Pá rate detrá s de mí espalda, mi amor. Juntos vamos a desterrarlos.— Thorn dio un
contragolpe hacia Valac. —Estoy de acuerdo.

Cadegan levantó su espada, con un feroz grito de batalla. Thorn hizo lo mismo. Ambos la
miraron. Siguiendo su ejemplo, ella levantó la suya y tocó la hoja de la de ellos.

Los hombres comenzaron a cantar. —¡Crux sacra sit mihi lux! ¡Non draco sit mihi dux! Sunt
mala quae libas. ¡Ipse venena bibas! Pax nobiscum!

Ella no fue capaz de unirse hasta la tercera repetició n. Y mientras decía las palabras,
comenzó a entenderlas. Santa cruz sé mi luz. El dragó n no debe gobernarme. Lo que me
ofreces es maligno.

Bebe tu veneno. La paz esté con nosotros.

Mientras hablaban, un vó rtice oscuro y giratorio se abrió , similar al cual de donde los
demonios surgieron. Peleando contra él, los demonios comenzaron a chillar y correr. Con
esqueléticos dedos de luz, el vó rtice los alcanzó y recogió , uno por uno.

Excepto por Valac. Cuando las manos lo alcanzaron, las combatió y rio.

É l, solo, resistió las palabras de destierro mientras se cernía contra el piso, con las alas
agitá ndose. Sus ojos de un vibrante y terrorífico naranja, miraron hacia Cadegan. —¡No
hemos terminado, Forneus! ¡Te conozco y te inclinará s ante mí!

Thorn rió mientras rompía filas y atacó al demonio. —¡Cuando el infierno se congele!—
Lanzó una rá faga de color hacía él.

Esquivando la rá faga, Valac intentó desaparecer. Pero Cadegan sabía que si lo hacía, él
volvería por el Escudo que había sido enviado a buscar.
Má s que nada, el volvería por Josette.

Y eso era algo que jamá s permitiría.

Cuando Valac iba a atravesar el portal, Cadegan hizo lo que jamá s había hecho. Lo que
Thorn le había prohibido hacer.

Convocó al addanc dentro de él y corrió hacia Valac. Thorn gritó , pero lo ignoró mientras
envolvía su cuerpo alrededor del demonio má s viejo y lo sostenía.

Valac peleó por su libertad. Sus garras despedazaban la carne de Cadegan.

No importaba.

Sus colmillos se alargaron, miró hacia Josette y sintió surgir sus poderes aú n má s. —No
dejará s este lugar, —gruñ o en su idioma demonio nativo. —No amenazará s lo que amo.
Nunca má s.

Valac siseó y gritó mientras Cadegan sentía sus poderes mezclarse por primera vez en su
vida.

Un demonio cruza Tuath Dé. Y entonces usó sus poderes para destrozar a Valac en pedazos.

Con un ú ltimo grito desgarrador, el demonio se desintegro.

Cadegan tiró su cabeza hacia atrá s y rugió al absorber los poderes de Valac y volverse aú n
má s poderoso.

Jo retrocedió al ver que la forma de Cadegan cambiaba en algo realmente aterrador. Su


forma emergió con la desastrosa mezcla que había sido Valac.

Thorn puso a Jo detrá s de él. Con sus rasgos pá lidos, apunto su espada hacia Cadegan.

—¡No! — ella puso su mano sonbre el brazo de Thorn y le hizo bajar la espada hasta el
suelo.

Tragandose su miedo, se forzó a si misma a salir de atrá s de Thorn y acercarse al dios


demonio.

—Cadegan, sé que oírme. Y tú no quieres lastimarme ¿cierto? — Ella usó el mismo tono que
usaba con sus cachorros. — No, tú eres un buen chico demonio. ¿Sí? Tú no quieres hacernos
barbacoa. No puedo mantener mi promesa si lo haces.

El ladeó la cabeza y frunció el ceñ o. Por un minuto, ella pensó que sería Jo Tostada En El
Piso.

Ella estiró su mano y le toco la pierna mientras el flotaba en el aire.


Al principio, el retrocedió . Luego hizo una pausa para encontrarse con la mirada de Jo. —
¿Josette?

—Así es. ¿Quieres volver de esa fiesta de Halloween? Te daré el primer premio por tu
disfraz cariñ o.

El lentamente volvió a transformarse.

Thorn dio un paso hacia él, pero inmediatamente retrocedió .

—¡Déjenlo! — le gritó . — Todos, quédense en el fondo del saló n o salgan de aquí.

Cadegan se acercó al piso. Luego, voló hacia ella y con sus brazos y alas la abrazó . Puso su
cabeza en el hombro de ella e inmediatamente regresó a su forma humana. Con su cuerpo
temblando, Jo le devolvió el Escudo, y mientras lo hacía, este volvió a ser un collar, que
regresó a Cadegan.

El rozo con su pulgar el dragó n de tres cabezas antes de colocarlo de nuevo alrededor del
cuello de Josette. — Necesitas esto muchacha.

Ella le sonrió . —¿Ha terminado?

La mirada de Cadegan se encontró con la sorprendida pero amarga mirada de su hermano.


— No amor. La guerra nunca termina para aquellos que luchan en ella. Pero hoy ganamos.
No regresaran hasta que hayan reunidos fuerzas y soldados.

Jo le frunció el entrecejo y después le dio una mirada al Escudo que tenía puesto. — No lo
entiendo. ¿Có mo puedo usarlo? Creí que se debía tener sangre Dagda para que funcione.

—La tienes.

Ella puso cara de disgusto. — Por favor no me digas que estamos emparentados. No soy tan
sureñ a.

Cadegan se rio de ella. — No mi amor. No estamos emparentados. Pero una parte nuestra
si, y en este momento reside dentro de ti.

—Acabo de ver a un wombat. ¿Qué?

É l tomó su mano en la suya y le beso los nudillos. — El hijo que llevas une tu sangre con la
mía. Mientras lo lleves, tú podrá s manejar mi escudo. Por eso te lo di. Para que nadie
pudiera causarles dañ o.

Tomando aire, Jo se llevó su mano a su estó mago. —¿Estoy embarazada?


El asintió . — La primera vez que te toqué.

Una gran felicidad la consumió . Ella se abalanzo sobre el pecho de Cadegan y lo abrazó con
fuerza. — Rayos, nunca me voy a poder casar en junio.

—Me casaré contigo en cualquier mes que quieras. Donde quieras.

Ella negó con la cabeza. — No, si estoy embarazada, el nacerá en algú n momento de junio.
No quiero que él tenga que competir con nuestro aniversario. Junio será su mes especial.
Solo para él.

Karma se aclaró la garganta para obtener su atenció n a donde ella estaba, de cuclillas al
lado del cuerpo de Cal. É l se debió desmayar cuando Valac lo dejo para asumir su forma
demoníaca para pelear con ellos. — Oye Jo. Una pregunta. ¿Algo de toda esta porquería que
sucedió fue filmada?

Jo se quedó sin aire. — No. Lo siento. No tuve tiempo de preparar las cá maras.

Karma suspiro pesadamente mientras se ponía de pie. — Bueno, eso es todo Jo. ¡Estas
despedida! Te quiero, pero eres mala para este trabajo.

Thorn se burló de Karma. — En realidad, ella es mejor que tú . Yo no la provocaría. Ella dio
una buena pelea sin ayuda. Muy impresionante de una mujer que tiene poderes sin explotar
o la habilidad para manejarlos o controlarlos. — É l le dio una palmada en el hombro a
Karma. — Ahora me voy para advertirle a Acheron y Stryker que Kessar ha regresado y
ellos son su blanco. Tal vez lo hemos detenido hoy, pero regresará . —

Karma asintió . — Yo le diré a Xedrix que custodie a su esposa también. Kessar podría ir por
ellos. Lo ú ltimo que necesitamos es que los demonios gallu se reú nan con los Dimme y los
Charonte. Eso sería el apocalipsis de los demonios.

Thorn se encontró con la mirada de Cadegan. — La guerra continú a y va a empeorar.


Genial.

Aú n tenemos empleos.

Jo se rió de su crudo sarcasmo.

—Hablando de ese tema, —dijo Ioan mientras se sentaba. — No nos vas a desterrar de
vuelta a Glastonbury ¿no? — Thorn dudó . — Ustedes dos han sido de gran ayuda. Pero
presentan un problema. No es que Uds. pasen desapercibidos precisamente.

—¡Espera!— Talfryn inmediatamente se transformó de su forma de gryphon a la de un


extremadamente atractivo humano. — Si nos vemos así ¿nos podemos quedar?

Thorn arqueó una ceja.


Ioan también se transformó .

Esta vez, Thorn se quedó con la boca abierta. Después miro a Cadegan. —¿Sabías que ellos
podían hacer eso?

—Por supuesto. ¿Tú no?

Thorn pareció avergonzarse un poco. — Necesito renovar mi suscripció n de Mitología Hoy.

Talfryn ignoró eso. — Entonces ¿nos podemos quedar?

Thorn asintió . — Siempre y cuando pasen desapercibidos.

—¡Fabuloso! — Talfryn e Ioan chocaron las manos. — Ahora solo necesitamos sexo, y será
un día perfecto.

Ioan hizo rodar sus ojos. —¿Có mo es que he terminado siendo tu niñ era?

—Deja de quejarte. Quiero aprender a conducir. ¿Crees que… —sus voces se escuchaban
lejanas mientras ellos deambulaban por la casa y se dirigían hacia la calle, con Max e
Illarion siguiéndolos a una distancia discreta que decía que no querían que los confundan
como amigos.

Mama Lisa y Karma le dieron un vistazo al desastre que habían hecho en la habitació n.

Artefactos y muebles destrozados y desparramados por todos lados. Hasta había una
ventana rota.

Ella miro el cuerpo inconsciente de Cal. —¿Creen que nos pagará ?

Karma bufó . — Honestamente, creo que nos demandaran. De nuevo.

Selena le dio una palmada en la espalda a Karma. — Menos mal que estoy casada con un
abogado, ¿no?

Mientras ellas se preocupaban por la futura demanda, Jo se llevó a Cadegan fuera de la


habitació n para hablar en privado con él en el vestíbulo. — Así que, ¿có mo te fue con Grace?

—Fuimos interrumpidos cuando convocaste el poder del Escudo y me alertaste de que


estabas en peligro, pero… ella dijo que tengo potencial. Ella no ve razó n por la cual yo no
aprenda a encajar aquí, en este extrañ o mundo que llamas hogar.

—Bien. ¿Es todo lo que dijo?

—Ella también me pregunto que necesitaría para que este lugar me agrade y me haga feliz.

—¿Y qué le respondiste?


—Tú sabes lo que le dije.

—Pero quiero escucharte decirlo.

—No quiero decirlo. — É l puso su mano sobre el escudo alrededor del cuello de ella. —
Preferiría mostrá rtelo… y hablando de ello… —el tomo su mano entre la suya y la condujo
hacia la puerta.

—¿Qué está s haciendo?

—Tienes una promesa que mantener, mi señ ora. Una que planeo que cumplas, ya que fui
un buen chico con la Dra Alexander.

Thorn vio como ellos se desvanecían en el aire, sin duda regresando a Katoteros.

Pero mientras se iban, las noticias lo golpearon fuerte.

Cadegan había engendrado un niñ o con una mujer cuya genealogía era trazada hasta el
mismo Zeus.

Ninguno de ellos comprendía la importancia o fuerza de ese niñ o. Olvídense de la


descendencia de Acheron.

Este niñ o sería mucho má s devastador en las manos equivocadas.

¡Mierda! La guerra que el má s temía, se acercaba rá pidamente y no habría manera de


detenerla.
Capítulo 20

Thorn se congeló en cuanto volvió a su hogar, un desolado y oscuro castillo en el reino


inferior de maldad absoluta. En un tiempo, había sigo la casa de su padre.

Hasta que desterró al bastardo y tomó su lugar.

Al entrar en su estudio para poder beber lo que necesitaba como sustento, sintió una
poderosa presencia en la habitació n.

Thorn miró con rabia al ú ltimo bastardo con el que tenía ganas de lidiar en ese momento.
— ¿Qué está s haciendo aquí?

Con un largo cabello y ojos de diferente color, Jaden salió de entre las sombras. —Sentí algo
que no debería haber pasado. ¿Valac está muerto?

Thorn suspiró con cansancio. — Sí.

Los ojos de Jaden se oscurecieron por el terror absoluto. — Solo un Sephiroth tiene esa
clase de poder.

—Aparentemente, Jared tiene un amigo.— Thorn caminó hasta su decantador de cristal y


se sirvió su néctar. —Así como los Chthonians se crearon de la fuente para ser el balance
contra los dioses que estaban abusando de su poderes para perseguir a la humanidad,
parece ser que tenemos una nueva especie que sirve de balance contra las razas
demoníacas.

Jaden puteó por lo bajo. — Forneus…

—¿Qué querías que hiciera? ¿Qué poder iba a utilizar para destruir a este?

—El Malachai.

—¿Quieres enfrentar al Malachai con él y hacerlo aú n má s poderoso? ¿Ese es tu verdadero


plan? — se rió — Muy buen plan. De paso lancemos bombas ató micas. Al menos así el
planeta volvería a ser habitable… en algú n momento.

Jaden se refregó los ojos con las manos. — Está s demente. Deberías haberlo matado cuando
nació .

—¿Al igual que tú debiste asesinar tu descendencia?

Los ojos de Jaden brillaron por la rabia. —No hablaremos de eso. Jamá s.
Entrecerrando sus ojos en la bestia que má s odiaba, el hijo de puta responsable por el
desgraciado nacimiento de Thorn, tragó su bebida. — Lo mismo digo. ¿Qué piensas que
pasaría si tu jefe, mi abuelo, alguna vez se enterara de que su bisnieto aú n vive?

Completamente al tanto de esa pesadilla en particular, Jaden desvió la mirada. —¿A qué
juego está s jugando?

—Al mismo que tú .

—No — gruñ ó Jaden — Sé exactamente qué soy y quién soy. También sé en qué lado estoy.
En cambio, tú bailas con la oscuridad que un día te tragará por completo.

— Por tu propio bien, y por el bien del mundo humano al que amas tanto, má s te vale rezar
porque eso nunca pase.

Jaden hizo una mueca de dolor al sentir que sus amos lo convocaban. Con su mirada oscura
y llena de malos augurios, Jaden se frenó para tirarle una ú ltima bomba. — Tuve esta
misma conversació n con tu padre, alguna vez. Recemos, para que cuando la historia vuelva
a repetirse, quien termine siendo tu dueñ o, te trate mejor.

Thorn apoyó la bebida, mientras esas palabras hacían un eco en sus oídos. Siglos atrá s, el
chthonian Savitar le había dado la misma advertencia. Savitar condenaba la unió n que lo
había traído al mundo.

Ambos caminaban una delgada línea entre fuerzas opuestas que constantemente buscaban
obtener sus almas. Al igual que él, Savitar había elegido abandonar el reino humano para
estar en reclusió n. Era má s fá cil evitar la tentació n cuando se alejaban de ella.

Todos somos los arquitectos de nuestra propia caída. Las palabras de Acheron lo
atormentaban ahora.

Sin embargo, todos somos también los arquitectos de nuestra propia salvació n y redenció n.

Lamentablemente, existía solo una criatura que podría revelar cuá l sería el final de todo. Y
gracias a los dioses, permanecía en letargo.

Durmiendo.

Por el bien de todos, nadie debía ir a molestar a esa bestia.

Suspirando, Thorn fue a sentarse junto al fuego, para ver las llamas que le hablaban desde
el silencio en la soledad de su hogar. Utilizó sus poderes para traer su bebida para brindar
por el ruido.

— Brindo por el futuro. Que traiga para mí lo que me merezco.

***
Kessar asió con fuerza el antiguo disco mientras entraba en la cueva donde él y los que
quedaban de su clase permanecían escondidos de los Daimons griegos quienes buscaban su
sangre para poder caminar bajo el sol y frustrar la maldició n del antiguo dios Apolo contra
los de su clase.

Los Daimons casi los habían llevado al borde de la extinció n. Pero con esto…

Era mucho mejor que el escudo de Dagda.

— ¿Qué es eso, mi señ or?— Preguntó Namtar al ver pasar a Kessar a su lado.

É l le sonrió a su segundo al mando. — Nuestra salvació n.

— ¿Tiene el escudo?

Kessar negó con la cabeza. — Tengo algo mejor.

— ¿Qué podría ser mejor que…? — Su voz se fue apagando al leer la inscripció n en el disco.

— ¿Esto es real?

— Realmente lo es. ¿Acaso no puedes sentirlo?

Namtar sonrió . — La tableta Smaragdine — susurró con reverencia.

Tomando al demonio de la mejilla, Kessar asintió . — Con ella no solo nos alzaremos.

Dominaremos al resto. Comienza una nueva era. Y seremos la raza dominante. Incluso los
dioses, besará n nuestros pies.

La felicidad se desvaneció del rostro de Namtar, al pasar la yema de sus dedos por una
parte del disco. — Está desgastado. ¿Acaso no lo necesitamos intacto para encontrar ese
ítem?

— Solo nos llevará unos meses repararlo. Eso es todo. Y luego nos iremos de este agujero y
les arrebataremos el lugar a Stryker y sus Spathi. Lamentará n el día en que se volvieron
contra nosotros. Y no tendremos piedad.
Epílogo

23 de junio de 2015
Nueva Orleans

Cadegan bajó la vista para observar el rostro má s hermoso que jamá s hubiera visto.

El de su hijo.

Y no era un renacuajo. Ni un demonio. Era un bebé perfecto. Completamente humano, en


apariencia.

Josette lo cargaba contra su pecho, mientras él dormía seguro y en paz. Su prima Essie, la
partera, había salido de la habitació n hacía unos minutos junto con todo el clan Flora—
Landry— Deveraux, quienes habían sido convocados cuando Josette entró en labor de
parto.

Descendieron en su condominio de Nueva Orleans, como plaga de langostas para ser


testigos del acontecimiento, razó n por la que Cadegan había puesto a Simi como encargada
de que nadie entrara en la habitació n hasta que tuvieran la certeza de que el bebé no sería
un renacuajo. O algo que aterrorizara a su familia.

Incluso le había prohibido la entrada a La Morrigan, Leucious, Talon y Sunshine hasta que
el bebé estuviera con ellos. Había querido que fuera algo privado entre él y su mujer.
Después de todo, el pequeñ o había sido concebido sin una audiencia. Era lo justo que se
acostumbrara a sus padres antes de ser forzado a tolerar má s extrañ os.

Josette tenía razó n. Cadegan aú n era solitario en extremo, pero había aprendido a
compartir su soledad con ella y sus bebés peludos. Y esperaba con ansias su nueva adició n
a la familia.

Besando su mejilla, él se sentó a su lado en la cama.

Ella se apoyó en su pecho. —¿Qué nombre le pondremos? Hace meses que venimos
hablando de esto, pero tenemos que decidirnos, porque “bebé” hará que se burlen de él en
la escuela.

É l rio al escuchar sus palabras. — Aun me gusta el nombre Guorthigirn.

—Mejor intentemos con algo que el pobrecito pueda escribir y pronunciar antes de llegar a
la universidad.

—Coincido — dijo Acheron cuando se sumó a ellos junto con Styxx. —Tó menlo de alguien
que tiene experiencia en el tema. Creo haber encontrado a la ú nica mujer en el mundo a la
cual no le molesta deletrear y repetir Parthenopaeus una y mil veces a cada persona con la
cual entra en contacto.
Styxx se rio.

Cadegan revoleó los ojos. — Feliz cumpleañ os, por cierto.

— Felicidades a ti y al bebé… que aú n no tiene nombre. Styxx y yo consideramos un honor


compartir nuestro cumpleañ os con él.

— En efecto.

Acheron y Styxx se acercaron lentamente para ver al bebé.

— Es hermoso — dijo Styxx.

—Como un angelito — agregó Acheron.

Josette les sonrió . — Gracias.

Simi llegó saltando detrá s de ellos. — ¿Puede hacer una sugerencia la Simi respecto del
nombre del pequeñ o akri—bebé?

Jo le sonrió a la demonio, que había estado caminando de aquí para allá , esperando ser
hermana mayor otra vez. — Claro, Simi. ¿Có mo te gustaría nombrarlo?

— ¡Drystan Eurig Maboddimun!

Jo sonrió . — Me gusta ese nombre — luego miró a Cadegan. — ¿A ti te gusta?

— Drystan Eurig podría ser, seguro. Pero Maboddimun, jamá s. É l será Drystan Eurig ap
Cadegan a Josette. Nadie jamá s dudará quiénes son sus padres. É l es nuestro hijo. Nuestro
orgullo.

Jo acarició la nariz de su hijo con la propia. — Nunca podrá s poner todo eso en tu licencia
de conducir, pequeñ o.

Acheron se cruzó de brazos. —¿Qué tal Drystan Eurig Cadox? Es una abreviatura de “hijo de
Cadegan” en Galés.

Ella asintió . — Me encanta. Digo que lo dejemos así — sonrió a Cadegan. — ¿Qué te parece?

— Por mí no hay problemas, pequeñ a. Pero no me parece justo para ti, qué hiciste la mayor
parte del trabajo durante el parto. Hasta los santos saben que prá cticamente me
desterraste a mí y a mi dudosa procedencia mientras luchabas por traerlo al mundo.

Riéndose, ella besó su mejilla. — Todo queda perdonado ahora que el pequeñ o Drystan
está con nosotros.

—¡Hurra! —Simi saltaba mientras aplaudía con las manos. — Finalmente la Simi pudo
nombrar a un bebé demonio. ¿Me dejan darle cuernitos ahora?
— Por favor no — dijo Jo entre risas mientras sostenía con su mano la cabeza del bebé para
protegerla. — Si lo haces, los sombreros que mi mamá le tejió al crochet no le entrará n.

— ¡Buu! Eso no es divertido.

Se escuchó un golpe en la puerta.

Styxx abrió la puerta, Thorn y Karma estaban del otro lado. — ¿Les molestaría recibir má s
visitas?

— Para nada — dijo Jo. — Una terminal de trenes no se compara con esto. Pasen chicos,
bienvenidos a la fiesta.

Por la forma vacilante en la que caminaron, supo que no auguraba nada bueno.

Cadegan se levantó de la cama. — ¿Qué pasó ?

Thorn lo ignoró mientras se acercaba a tocar la mejilla del bebé. — ¿Ya tiene nombre?

— Drystan Eurig.

Ni bien Thorn tocó su piel, el bebé abrió sus ojos azules para mirarlo como si lo reconociera
como parte de su familia.

Thorn sonrió . —Es hermoso e inteligente. Hola pequeñ o Drystan, es un placer poder
conocerte. É l se alejó de la cama para que Karma pudiera sentarse al lado de Jo y sostener
al bebé por un minuto.

Dirigiéndose a los hombres, Thorn se alejó . —¿Soy el ú nico al que le parece extrañ o que el
bebé haya nacido en el día atlante del fuego y comparta la misma fecha con ustedes dos?

Acheron se miró con Styxx. —En realidad, eso cruzó nuestras mentes.

—¿Y saben lo que ocurrirá este añ o?

— La luna de sangre — susurró Styxx — 28 de septiembre. Estamos conscientes de los


signos y la profecía.

Thorn bajó su tono de voz — ¿Hablaron con Savitar estos dos ú ltimos días?

Ambos negaron con la cabeza.

Acheron frunció el ceñ o. — ¿Por qué preguntas?

— Porque su amigo Kessar acaba de liberar a la guardia scythian de su sueñ o.

Styxx y Acheron se quedaron pasmados.


Cadegan frunció el ceñ o. — ¿Qué es la guardia scythian?

Fue Acheron quién contestó — Es una raza de Drakaina, dragonas de una tribu hermana a
las amazonas. Eran tan fieras que casi destruyeron al panteó n griego y al sumerio. Cuando
finalmente las derrotaron, Zeus convirtió en piedra a las sobrevivientes.

Thorn tragó con fuerza. —Cuando se eleve la luna de sangre, podrá n liberar a su reina,
Equidna.

Cadegan, infirió por sus caras que ella no sería un adversario fá cil, pero nunca había oído
hablar de ella. — ¿Equidna?

— La madre de todos los monstruos — susurró Styxx — Y uno de los Titanes má s feroces
— se rió con amargura. — Si no los detenemos, estaremos perdidos.

Acheron suspiró cansado. — Es el amanecer de los Dragones, sabíamos que este día
llegaría.

Los Scythians fueron derrotados con anterioridad. Es simple. Volveremos a hacerlo.—


Styxx se burló . — Hermano, esto no es simple. Quizá s, simplemente nos masacren. Pero no
las derrotaremos con facilidad.

— La Simi ya tiene su salsa barbacoa y un grupo entero de Charontes, cortesía de su


hermanito Xeddy. ¿Eso ayuda?

Styxx frunció el ceñ o y se dio vuelta para dirigirse a Acheron. — ¿Los Charontes alguna vez
pelearon contra los dragones?

Acheron asintió . —Y les devolvieron sus alas en un paquete — aferró a Simi en un abrazo
— Este es un enemigo contra el que no puedes ganar, bebé. Tienen los mismos poderes que
tú y algunos que no tienes.

Ella formó una pequeñ a “o” con su boca. — ¿Entonces qué haremos, akri?

— Lo que siempre hacemos. Luchar por nuestras familias.

Cadegan desvió su mirada, hacia donde Jo y Cadegan estaban junto a su hijo.

Una familia. La ú nica cosa que pensó que jamá s tendría. Pero ahora que la había
encontrado, no la dejaría ir jamá s. No sin una contienda brutal. Y la lucha sin cuartel era lo
que mejor conocía.

Que los demonios liberaran a cuantos dragones quisieran. Lo ú nico que ganarían es una
terrible batalla.

— Chicos. No se pongan tan serios — dijo Jo desde la cama. — ¿Recuerdan que todos
morimos en el apocalipsis del 2012? ¿Y en el fin del mundo en 1999?
Cadegan frunció el ceñ o. — ¿Me perdí el fin del mundo?

— Y todo el caos que provocó — arrugó su nariz de manera juguetona. — Saldremos de


esta.

Un brillante y terrible apocalipsis por vez. Después de todo, así es la vida. Muy pocas veces
las cosas son color de rosa. Generalmente, nos suben al lomo del toro en el momento justo
en el que se abren las puertas, y lo ú nico que podemos hacer es respirar, cerrar los ojos y
aferrarnos con ambas manos. O domamos al toro, o nos tiran de espaldas. Pero depende de
nosotros si nos quedamos en el piso o volvemos a levantarnos.

Cadegan volvió a su lado, mientras Karma se deslizaba de la cama para hacerle lugar. —
Ella tiene razó n. Ademá s, ya logró lo imposible. Si pudo devolverme mi alma. Enfrentarse a
unas Drakaina será pan comido.

— Unas cuantas docenas — dijo Thorn por lo bajo, mientras Karma se dirigía a su lado. —
¿Pero quién lleva la cuenta? — aun así, por primera vez desde que había entrado en la
habitació n, le sonrió a Karma. — Saldremos de esta. Después de todo tenemos lo ú nico por
lo que vale la pena luchar.

— ¿Salsa de barbacoa? — preguntó Simi.

Cadegan negó con la cabeza. — Una familia, Simi. Es por lo que arriesgaríamos nuestras
vidas. Y por mis preciados Josette y Drystan, enfrentaré cualquier reto — miró a todos —
tampoco me olvido del resto de nuestra familia. Sobreviviremos.

—No — dijo Styxx fervientemente. — Saldremos victoriosos y, a pesar de nuestros


enemigos, atesoraremos lo que amamos y seremos felices con aquellos que está n en
nuestras vidas, durante el tiempo que los tengamos.

Jo tomó la mano de Cadegan en la suya y le sonrió . — Coincido. Y como Tabby siempre dice:
salgan de mi camino, perras, o patearé sus traseros al estilo cajú n. Y si piensan que lo
medieval es duro… solo esperen. No han visto nada aú n.
ESCENA EXTRA

—¡Eres un bastardo!

Entrando en su tienda de guerra, Thorn se congeló cuando oyó el tono furioso de Brigid. No
era nada en comparació n con la bofetada que ella le dió tan pronto como cerró la distancia
entre ellos.

El demonio en él se alzó , exigiendo su sangre por el asalto. Pero él lo sofocó , por una sola
razó n.

Se lo merecía.

Sus ojos oscuros brillaron cuando ella lo miró con la furia de todo su panteó n. Su
respiració n entrecortada, ella luchaba por controlarse.

É l lamió la sangre en los labios debido a su golpe. —¿Supongo que está s molesta conmigo,
amor?

—Ni lo digas…—gruñ ó en advertencia mientras caminaba alrededor de él, arrastrando las


pesadas faldas de brocado en sus puñ os fuertemente apretados.

Thorn arqueó una ceja, todavía sorprendido de que ella estuviera en su tienda en medio de
la guerra que asolaba en el exterior. Má s aú n... —Pensé que juraste que nunca respirarías el
mismo aire que me rodeara.— Esa fue la versió n educada de sus palabras, en todo caso.

Hace dos meses, después de haberse enterado de quién y qué era en realidad, ella le había
roto su corazó n, pateado de su cama, y desterrado de la ú nica felicidad que realmente había
conocido.

—¡Estoy embarazada!

Thorn sintió que el color se drenaba de su rostro cuando esas palabras le golpearon incluso
má s fuerte que su mano. —¿Qué?

—¡Me escuchaste lo suficientemente bien!

Por un latido increíblemente estú pido, casi le preguntó quién era el padre, pero su furia le
respondió eso lo suficientemente bien. Era su descendencia lo que ella llevaba. La alegría le
atravesó ante la perspectiva. Ni una sola vez había considerado la posibilidad de la
paternidad.

Pero esa felicidad se vio truncada el momento que ella habló de nuevo. —¡Lo has hecho a
propó sito! ¿Qué? ¿Tienes planes para ofrecerlo a tu padre como un regalo?

É l la miró boquiabierto ante su insinuació n. —Tú no crees eso sinceramente, ¿verdad?


—¡Eres un demonio! ¿Qué má s debo creer? La razó n por la que te acostaste conmigo era
llegar al escudo de mi padre.

Totalmente falso, pero ellos ya habían tenido esta discusió n. Ella se negaba a verlo como
algo má s que una herramienta de su abuelo. Y no era por eso que la había seducido.

Durante un tiempo, entre sus preciosos brazos, casi había sido normal.

Se limpió sus labios inflamados. —No fue la ú nica razó n. Eres bastante impresionante
cuando no me está s golpeando.

Ella lo miró .

Thorn se preparó mientras consideraba las implicaciones de lo que habían hecho. —


Entonces, ¿qué está s planeando hacer con el bebé?

—Quería arrancarlo de mi vientre en el momento en que supe de él, pero me han dicho que
el proceso podría matarme. Por ser de sangre demonkyn, tengo que tenerlo.

Esas palabras le dolieron hasta la esencia de su alma. Só lo una vez, daría cualquier cosa por
ser algo má s que la despreciada descendencia de su padre. —É l só lo va a ser un cuarto
demonio.

—Una sola gota es suficiente.

É l hizo una mueca. Por supuesto que lo era. É l debería saber eso a estas alturas. —
Entonces entrégamelo. Yo lo criaré.

Sus ojos brillaron con furiosa pasió n. —Preferiría cortarle el cuello al momento de nacer. —

—¿Entonces está s planeando mantenerlo?

Ella negó con la cabeza. —Tengo la intenció n de ponerlo en donde nunca lo encontrará s.
Con suerte, será mortal y morirá rá pidamente después de su nacimiento. Si no... ya me
ocuparé de ello.— É l la miró . —¡Ese es tu hijo del que está s hablando!

—¿Qué quieres que haga? ¿Amamantarlo con la leche de una diosa? ¿Para qué? ¿Para
fortalecerlo?

—Brigid... —se movió para tocarla.

Ella rá pidamente se apartó y le barrió con un odio amargo que le quemó la lengua. —Nunca
me toques de nuevo. Ve con tu abuelo y dile que has fallado. Ninguno de ustedes alguna vez
tomará posesió n de este niñ o.

Y con eso, ella se fue.


***

Brigid regresó a sus aposentos mientras su miedo y odio guerrearon con el amor que sentía
por ambos: el demonio que la había seducido y el niñ o él le había dado.

¿Có mo podía haber sido tan tonta? Pero entonces ese era el mayor poder de Thorn. La
habilidad para engañ ar y hacer que los enemigos confíen cuando no deberían.

Sí, él era un bastardo poco fiable. Y ella había estado tan sola estos añ os desde que su
esposo había sido asesinado, y Tuireann se había suicidado por la pérdida de sus hijos. Su
propio dolor la había hecho débil. Y ella había anhelado consuelo y compañ ía.

Durante un tiempo, había pensado que Thorn era el hombre má s perfecto que había nacido,
y él alivió la agonía constante en su corazó n. Había llenado sus días y noches con tanta
felicidad.

Hasta que Gwyn ap Nudd le había dicho lo que Thorn era en realidad.

A quién servía él.

Nieto de Noir. El poder má s antiguo, má s oscuro y primordial. La esencia de lo peor de todo


tipo. Cerrando sus ojos, ella puso su mano sobre su estó mago, donde su hijo era apenas del
tamañ o de un frijol.

—En tu corazó n, tendrá s la habilidad de hacer lo mejor del bien.

O lo peor de todo mal.

—¿Qué tienes, hija?

Se volvió al oír el sonido meló dico de la voz de su madre. En la forma de una doncella, la
Morrígan era tan hermosa como siempre. Su pelo oscuro como un cuervo estaba trenzado
alrededor de su cabeza en un intrincado patró n.

Antes de que pudiera detenerse, corrió hacia su madre y la abrazó . —¿Qué he hecho? —

—Lo que todos hemos hecho en ocasiones. Seguiste tu corazó n y eso te llevó hacia algú n
lugar que no querías ir. —Su madre colocó su mano en el estó mago de Brigid. —Respira,
hija. Todo estará bien.

—¿Sabes eso o crees eso?

—¿Hay alguna diferencia? Hacemos nuestra propia verdad con lo que creemos.

Brigid le frunció el ceñ o. —¿Aunque lo diga la diosa del destino?

—¿Quién mejor para saberlo de verdad?


Ella estaba en lo cierto, y Brigid la detestaba por eso. —Nadie puede saber quién es su
padre.

—Entonces no les diga.

Brigid asintió . Aye, ella guardaría el secreto. Y ella se aseguraría de que su hijo estuviera a
salvo para siempre. Siempre má s allá del alcance del mal. É l sería un hijo de la Tuath Dé, y
aunque probablemente debería, ella no le negaría su derecho de nacimiento. É l sería el
ú ltimo de sus hijos.

Ella sentía eso con cada parte de su divino ser.

Había enterrado a un hijo ya, ella no iba a perder otro.

—Yo le nombraré Cadegan. El hijo de la batalla y de la gloria.—Y ademá s de la vida, ella le


daría la ú nica cosa que no se atrevería a confiar a cualquier otro. Lo ú nico que lo protegería
de cualquier dañ o y lo mantendría a salvo de todo.

El escudo de su padre.

Mientras Cadegan no derramara sangre humana, estaría a salvo del alcance de su padre.

Su madre pasó la mano sobre la surcada frente de Brigid, alisá ndola con los dedos. —El
Bien y el Mal viven en el corazó n de todos nosotros. Son las decisiones que tomamos,
grandes y pequeñ as, todos los días, las que determinan nuestro futuro. Ten fe en tu hijo,
Brigid. Porque aunque él tiene la sangre de su padre, también tiene la tuya. Una vez que él
se vaya, su vida será suya. Y como con todas las criaturas vivientes, él tendrá que encontrar
el valor para enfrentar y luchar todo aquello que sus enemigos le arrojen. Si tropieza, cae o
en ú ltima instancia triunfa es una decisió n que só lo él puede tomar. Porque no hay
verdadero fracaso en la vida, niñ a. Hay só lo el rendirse hasta un día antes de que
hubiéramos logrado el éxito.

—¿Pero si se une con su padre?

—Su padre nació de la sangre de Paimon. Sin embargo, él lo rechazó y ahora está de
nuestro lado.

—Por hoy. ¿Qué hay de mañ ana?

—Va a venir y no podemos detenerlo. Pero no tenemos que temerle. Só lo hemos de


enfrentarlo. —Besando su mejilla, su madre la dejó .

Ella estaba en lo cierto y Brigid lo sabía. Pasara lo que pasara, ella haría todo lo posible en
nombre de su hijo y de la esperanza. Después de todo, la esperanza era el regalo má s
preciado, y la ú nica gran maldició n de todo ser viviente.

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