Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Textos de Descartes

Descargar como odt, pdf o txt
Descargar como odt, pdf o txt
Está en la página 1de 4

Textos fuente (extraídos de “Discurso del Método”, y de “Meditaciones

Metafísicas”):

Inicio y fundamento de la duda:

“Hace ya mucho tiempo que me he dado cuenta de que desde mi niñez he admitido
como verdaderas una porción de opiniones falsas, y que todo lo que después he ido
edificando sobre tan endebles principios no puede ser sino muy dudoso e incierto;
desde entonces he juzgado que era preciso acometer seriamente, una vez en mi vida, la
empresa de deshacerme de todas las opiniones a que había dado crédito, y empezar de
nuevo, desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las
ciencias.”
“Y para esto no será necesario que demuestre que todas son falsas, lo que acaso no
podría conseguir, sino que –por cuanto la razón me convence de que a las cosas, que
no sean enteramente ciertas e indudables, debo negarles crédito con tanto cuidado
como a las que me parecen manifiestamente falsas-, bastará, pues, para rechazarlas
todas, que encuentre, en cada una razones para ponerla en duda.”
“No será necesario tampoco que vaya examinándolas una por una, pues sería un
trabajo infinito; y puesto que la ruina de los cimientos arrastra necesariamente consigo
la del edificio todo, bastará que dirija primero mis ataques contra los principios sobre
que descansaban todas mis opiniones antiguas”.

Duda de los sentidos como vía de acceso a la verdad:


Engaño de lo que percibimos, y argumento de la vigilia-sueño:
“Todo lo que he tenido has ta hoy por más verdadero y seguro, lo he aprendido de los
sentidos o por los sentidos; ahora bien: he experimentado varias veces que los sentidos
son engañosos, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han
engañado una vez”
“Pero aunque los sentidos nos engañen, a las veces, acerca de cosas muy poco
sensibles o muy remotas, acaso haya otras muchas, sin embargo, de las que no pueda
razonablemente dudarse, aunque las conozcamos por medio de ellos; como son, por
ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, vestido con una bata, teniendo este
papel en las manos, y otras por el estilo. Y ¿cómo negar que estas manos y este cuerpo
sean míos, a no ser que me empareje a algún loco?”
“Sin embargo, he de considerar aquí que soy hombre y, por consiguiente, que tengo
costumbre de dormir y de representarme en sueños las mismas cosas y aun a veces
cosas menos verosímiles que los locos cuando duermen. ¡Cuántas veces me ha sucedido
soñar de noche que estaba en este mismo sitio, vestido, sentado junto al fuego, estando
en realidad desnudo y metido en la cama! Bien me parece ahora que, al mirar este
papel, no lo hago con los ojos dormidos; que esta cabeza que muevo, no está
somnolienta; que si alargo la mano y la siento, es de propósito y a sabiendas; lo que en
sueños sucede no parece tan claro y tan distinto como todo esto. Pero si pienso en ello
con atención, me acuerdo de que, muchas veces, ilusiones semejantes me han burlado
mientras dormía; y, al detenerme en este pensamiento, veo tan claramente que no hay
indicios ciertos para distinguir el sueño de la vigilia, que me quedo atónito, y es tal mi
extrañeza, que casi es bastante a persuadirme de que estoy durmiendo”.

La imposibilidad de percibir lo esencial. Ejemplo del trozo de cera:


“Consideremos, pues, ahora las cosas que vulgarmente se tienen por las más fáciles
de conocer y pasan también por ser las más distintamente conocidas, a saber: los
cuerpos que tocamos y vemos; no ciertamente los cuerpos en general, pues las nociones
generales son, por lo común, un poco confusas, sino un cuerpo particular. Tomemos,
por ejemplo, este pedazo de cera; acaba de salir de la colmena; no ha perdido aún la
dulzura de la miel que contenía; conserva algo del olor de las flores, de la que ha sido
hecho; su color, su figura, su tamaño son aparentes; es duro, frío, manejable y, si se le
golpea, producirá un sonido. En fin, en él se encuentra todo lo que puede dar a conocer
distintamente un cuerpo”.
“Mas he aquí que, mientras estoy hablando, lo acercan al fuego; lo que quedaba de
sabor se exhala, el olor se evapora, el color cambia, la figura se pierde, el tamaño
aumenta, se hace líquido, se calienta, apenas si puede ya manejarse y, si lo golpeo, ya
no dará sonido alguno, ahora ya no es manejable, no se puede golpear, las cualidades
físicas cambian. Si nos preguntamos ¿sigue siendo la misma cera? Respondemos que sí,
pues es la misma cera que ha sido sometida a cambios. Queda claro que si sólo nos
dejáramos seguir por los sentidos, sin guía de la razón, deberíamos decir que no es la
cera ya que no son las mismas cualidades físicas. Pero es por la razón que podemos
distinguir algo permanente, que es la misma cera después de tales cambios. Hay que
confesar que sigue siendo la misma; nadie lo duda, nadie juzga de distinto modo.”
“¿Qué es, pues, lo que en este trozo de cera se conocía con tanta distinción?
Ciertamente no puede ser nada de lo que he notado por medio de los sentidos, puesto
que todas las cosas percibidas por el gusto, el olfato, la vista, el tacto y el oído han
cambiado y, sin embargo, la misma cera permanece. Acaso sea lo que ahora pienso, a
saber: que esa cera no era ni la dulzura de la miel, ni el agradable olor de las flores, ni
la blandura, ni la figura, ni el sonido, sino sólo un cuerpo que poco antes me parecía
sensible bajo esas formas y ahora se hace sentir bajo otras.”

Parecer de evidencia en las verdades matemáticas (racionales), y creencia en Dios:


“Pero la aritmética, la geometría y demás ciencias de esta naturaleza, contienen algo
cierto e indudable, pues duerma yo o esté despierto, siempre dos y tres sumarán cinco y
el cuadrado no tendrá más de cuatro lados; y no parece posible que unas verdades tan
claras y tan aparentes puedan ser sospechosas de falsedad o de incertidumbre.
Sin embargo, tiempo ha que tengo en el espíritu cierta opinión de que hay un
Dios que todo lo puede, por quien he sido hecho y creado como soy. Y ¿qué se yo si no
habrá querido que no haya tierra, ni cielo, ni cuerpo extenso, ni figura, ni magnitud, ni
lugar, y que yo, sin embargo, tenga el sentimiento de todas estas cosas, y que todo ello
no me parezca existir de distinta manera de la yo lo veo? Y es más aún: como yo
pienso, a las veces, que los demás se engañan en las cosas que mejor creen saber, ¿qué
sé yo si Dios no ha querido que yo también me engañe cuando sumo dos y tres, o
cuando cuento los lados de un cuadrado, o juzgo de cosas aún más fáciles que ésas, si
es que puede imaginarse algo que sea más fácil? Mas acaso Dios no ha querido que yo
sea de esa suerte burlado, pues dícese de él que es suprema bondad. El haberme hecho
de tal modo que me equivoque siempre, parecería contrario a esa bondad.

Hipótesis del Genio Maligno:


Supondré, pues, no que Dios, que es la bondad suma y fuente suprema de la verdad,
me engaña, sino que cierto genio o espíritu maligno, no menos astuto y burlador que
poderoso, ha puesto su industria toda en engañarme; pensaré que el cielo, el aire, la
tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las demás cosas exteriores no son
sino ilusiones y engaños de que hace uso. Me consideraré a mí mismo como sin manos,
sin ojos, sin carne, sin sangre; creeré que sin tener sentidos, doy falsamente crédito a
todas esas cosas; permaneceré obstinadamente adicto a ese pensamiento, y, si por tales
medios no llego a poder conocer una verdad, por lo menos en mi mano está el
suspender mi juicio.”

Caída en la duda hiperbólica:


“La meditación que hice ayer me ha llenado el espíritu de tantas dudas, que ya no me
es posible olvidarlas. Haré un esfuerzo, sin embargo, y seguiré por el mismo camino
que ayer emprendí, alejándome de todo aquello en que pueda imaginar la menor duda,
como si supiese que es absolutamente falso, y continuaré siempre por ese camino, hasta
que encuentre algo que sea cierto, o por lo menos, si otra cosa no puedo, hasta que
haya averiguado con certeza que nada hay cierto en el mundo.
Supongo, pues, que todas las cosas que veo son falsas; estoy persuadido de que nada
de lo que mi memoria, llena de mentiras, me representa, ha existido jamás; pienso que
no tengo sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar
son ficciones de mi espíritu. ¿Qué, pues, podrá estimarse verdadero? Acaso nada más
sino esto: que nada hay cierto en el mundo.

Evidencia de mi propia existencia como pensamiento (cogito). Primera evidencia:


Pero ¿Qué sé yo si no habrá otra cosa diferente de las que acabo de juzgar inciertas
y de las que no pueda caber duda alguna? Y yo, al menos ¿no soy algo? Pero ya he
negado que tenga yo sentido ni cuerpo alguno; vacilo, sin embargo; pues ¿qué se sigue
de aquí? ¿Soy yo tan dependiente del cuerpo y de los sentidos que, sin ellos, no pueda
ser? Pero ya estoy persuadido de que no hay nada en el mundo: ni cielo, ni tierra, ni
cuerpos; ¿estaré, pues, persuadido también de que yo no soy? Ni mucho menos; si he
llegado a persuadirme de algo o solamente he pensado alguna cosa, es sin duda porque
yo era. No cabe, pues, duda alguna de que yo soy. De suerte que, habiéndolo pensado
bien y habiendo examinado cuidadosamente todo, hay que concluir por último y tener
por constante que la proposición siguiente: <<pienso, luego existo>>(en latín,
“cógito, ergo sum”), es necesariamente verdadera, mientras la estoy pronunciando o
concibiendo en mi espíritu”.

Conozco que existo e indago quién soy. ¿Qué soy, pues? Una cosa que piensa. ¿Qué
es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere,
no quiere y, también imagina. Ciertamente no es poco, si todo eso pertenece a mi
naturaleza. Mas ¿por qué no ha de pertenecerle? ¿No soy yo el mismo que ahora duda
de casi todo y, sin embargo, entiende y concibe ciertas cosas, asegura y afirma que sólo
éstas son verdaderas, niega todas las demás, quiere y desea conocer otras, o imagina
muchas cosas? ¿Hay algo de esto que no sea tan verdadero como es cierto que yo soy y
que existo, aun cuando estuviese dormido y aun cuando el que me dio el ser emplease
toda su industria en engañarme? ¿Hay alguno de esos atributos que pueda distinguirse
de mi pensamiento o decirse separado de mi? Pues es tan evidente de suyo que soy yo
quien duda, entiende y desea, que no hace falta añadir nada para explicarlo. Y así
empiezo a conocer quién soy con alguna mayor claridad y distinción que antes”.

Demostración de la existencia de Dios:


Imposibilidad de que lo finito conciba lo infinito. Lo infinito como causa de la
idea de lo infinito, y lo perfecto como causa de la idea de lo perfecto:
“Por Dios entiendo una sustancia infinita, eterna e inmutable, independiente,
omnisciente, omnipotente, que me ha creado a mí mismo y a todas las demás cosas que
existen (si es que existe alguna). Pues bien, eso que entiendo por Dios es tan grande y
eminente, que cuánto más atentamente lo considero menos convencido estoy de que una
idea así pueda proceder sólo de mí. Y, por consiguiente, hay que concluir
necesariamente, según lo antedicho, que Dios existe. Pues, aunque yo tenga la idea de
sustancia en virtud de ser yo una sustancia, no podría tener la idea de una sustancia
infinita, siendo yo finito, si no la hubiera puesto en mí una sustancia que
verdaderamente fuese infinita.”
“Y no debo juzgar que yo concibo el infinito por medio de una verdadera idea, sino
por medio de una mera negación de lo finito (así como concibo el reposo y la oscuridad
por medio de la negación del movimiento y la luz): pues, al contrario, veo
manifiestamente que hay más realidad en la sustancia infinita que en la finita y, por
ende, que, en cierto modo, tengo antes en mí la noción de lo infinito que la de lo finito:
antes la de Dios que la de mí mismo. Pues ¿cómo podría yo saber que dudo y que
deseo, es decir, que algo me falta y que no soy perfecto, si no hubiese en mí la idea de
un ser más perfecto, por comparación con el cual advierto la imperfección de mi
naturaleza?”
“Y no puede decirse que acaso esta idea de Dios es materialmente falsa y puede, por
tanto, proceder de la nada (es decir, que acaso esté en mí por faltarme a mí algo, según
dije antes de las ideas de calor y frío, y de otras semejantes); al contrario, siendo esta
idea muy clara y distinta y conteniendo más realidad objetiva que ninguna otra, no hay
idea alguna que sea por sí misma más verdadera, ni menos sospechosa de error y
falsedad.”

La existencia como predicado necesario de la idea de Dios como ser perfecto:


“Digo que la idea de ese ser sumamente perfecto e infinito es absolutamente
verdadera; pues acaso pudiera fingirse que un ser así no existe, con todo, no puede
fingirse que su idea no me representa nada real, como dije antes la idea de frío”.
“Esa idea es también muy clara y distinta, pues contiene en sí todo lo que mi espíritu
concibe clara y distintamente como real y verdadero, y todo lo que comporta alguna
perfección. Y esto no deja de ser cierto, aunque yo no comprenda lo infinito, o aunque
haya en Dios innumerables cosas que no pueda yo entender, y ni siquiera alcanzar con
mi pensamiento: pues es propio de la naturaleza de lo infinito que yo, siendo finito, no
puedo comprenderlo. Y basta con que entienda esto bien, y juzgue que todas las cosas
que concibo claramente, y en las que sé que hay alguna perfección, así como acaso
también infinidad de otras que ignoro, están en Dios formalmente o eminentemente,
para que la idea que tengo de Dios sea la más verdadera, clara y distinta de todas”.

También podría gustarte