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DE LA NARRATIVA
LATINOAMERICANA
CONTEMPORANEA.
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ESCUELA SECUNDARIA GENERAL
“BENITO JUAREZ” #1.
2-F.
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flamenco, la arcilla del ala de águila y la pluma de
sol que arde en el pecho del tucán.
El murciélago, frondoso de colores y suavidades,
paseaba entre la tierra y las nubes. Por donde
iba, queda alegre el aire y las aves mudas de su
admiración. Dicen los pueblos zapotecas que el
arcoíris nació del eco de su vuelo.
La vanidad le hinchó el pecho. Miraba con
desdén y comentaba ofendiendo.
Se reunieron las aves. Juntas volaron hacia Dios.
-El murciélago se burla de nosotras -se quejaron-
. Y además, sentimos frío por las plumas que nos
faltan.
Al día siguiente, cuando el murciélago agitó las
alas en pleno vuelo, quedó súbitamente desnudo.
Una lluvia de plumas cayó sobre la tierra.
Él anda buscándolas todavía. Ciego y feo,
enemigo de la luz, vive escondido en las cuevas.
Sale a perseguir las plumas perdidas cuando ha
caído la noche; y vuela muy veloz, sin detenerse
nunca, porque le da vergüenza que lo vean.
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NOMBRE DEL PAIS AUTOR
CUENTO
EL MURCIELAGO. 1·LA JIRAFA. MEXICO. JUAN JOSE
ARREOLA.
URUGUAY. EDUARDO GALEANO. 2·HISTORIA DE LA TERESA DE LA
SEÑORITA GRANO MEXICO. PARRA.
Cuando era el tiempo muy niño todavía, no había DE POLVO,
en el mundo bicho más feo que el murciélago. BAILARINA DEL SOL.
3·EL ENTIERRO DE SUIZA. ALEJO
El murciélago subió al cielo en busca de Dios. No HERNI CHRISTOPHE. CARPENTIER.
le dijo:
4·SINFONIA HONDURAS AUGUSTO
-Estoy harto de ser tan horroroso. Dame plumas CONCLUIDA. MONTERROSO.
de colores. 5·EL GENIO DEL MEXICO. TERESA DE LA
No. Le dijo: PESACARTAS. PARRA.
6·EL AMIGO DEL ARGENTINA ADOLFO BIOY
-Dame plumas por favor que me muero de frío. AGUA. CASARES.
A Dios no le había sobrado ninguna pluma. 7·POSTRIMERIAS. MEXICO. ADOLFO BIOY
CASARES.
-Cada ave te dará una pluma -decidió.
8·EL ZAPATERO Y SU MEXICO. VICENTE RIVA
Así obtuvo el murciélago la pluma blanca de la
paloma y la verde del papagayo, la roja del COMPETIDOR. PALACIO.
penacho del cardenal y la pluma azul de la 9·CRONICA DE LA URUGUAY. EDUARDO
espalda del Martin pescador, la pluma de CIUDAD DE QUITO. GALEANO.
tornasolada pluma del colibrí y la rosada del 10·EL MURCIELAGO. URUGUAY. EDUARDO
GALEANO.
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LA JIRAFA.
MEXICO. JUAN JOSE ARREOLA.
Al darse cuenta de que había puesto demasiado
altos los frutos de un árbol predilecto, Dios no
tuvo más remedio que alargar el cuello de la
jirafa.
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entonces odia los sombreros, los
uniformes y las motocicletas.
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HISTORIA DE LA SEÑORITA GRANO DE POLVO,
BAILARINA DEL SOL.
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parece tanto a aquel otro en el cual encontré por primera vez —Ea, pelillos a la mar; es preciso tomar una resolución
a… ¡Ah! siento que necesitarás suplir con tu complacencia la extrema.
pobreza de mis palabras!
Y tomó su sombrero (que sin duda llamaría al sombrero
—Imagínate la criatura más rubia, más argentinada, más resolución extrema) y se dirigió a la casa de su
locamente etérea que haya nunca danzado por sobre las
miserias de la vida. Apareció y, mi ensueño se armonizó al
adversario.
instante con su presencia milagrosa. ¡Qué encanto! Bajaba —Buenas noches, vecino —dijo.
por el rayo del sol, hollando con su presencia deslumbrante
aquel camino de claridad que acababa de recordármela. —Dios se las dé mejores —contestó el otro—. ¿Qué
Suspiros imperceptibles a nuestro burdo tacto animaban a su milagro es verle por esta suya?
alrededor un pueblo de seres semejantes a ella, pero sin su
gracia soberana ni su atractivo fulminante. Retozaba ella con —Extrañará usted mi visita; pero vengo a que nos
todos un instante, se enlazaba en sus corros, se escapaba arreglemos.
hábil por un intersticio, evitaba de un brinco el torpe abrzo del
montruo—mosquito ebrio y pesado como una fiera… mientras —Como usted quiera, en una calle un zapatero que
que un balanceo insensible y dulce la iba atrayendo hacia mí. vendía en su tienda tanto, que era gusto ver cómo la
—Dios mío ¡qué linda era! —Como rostro no tenía ninguno gente hasta se tropezaba para ir a comprarle. Aquel
propiamente hablando. Te diré que en realidad no poseía una zapatero vivía allí muy contento y feliz, cuando de la
forma precisa. Pero tomaba del sol con vertiginosa rapidez
todos los rostros que yo hubiese podido soñar y que eran
noche a la mañana, ¡zas! otra zapatería en frente.
precisamente los mismos con que soñaba cuando pensaba ¡Aquí fue Troya! El zapatero primitivo daba las botas, a
en el amor. Su sonrisa en vez de limitarse a los pliegues de la
cinco pesos, el advenedizo a cuatro y medio.
boca se extendía por sobre todos sus movimientos. Así,
aparecía, tan pronto rubia como el reflejo de un cobre, tan —No, pues no —dijo el antiguo—; ese
pronto pálida y gris como la luz del crepúsculo, ya oscura y
misteriosa como la noche. vecinito; tome asiento.
—Gracias; pues es el caso que vengo a hablarle con
toda claridad. ¿Vamos a formar compañía para no
perjudicamos?
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EL ZAPATERO Y SU COMPETIDOR.
MEXICO. VICENTE RIVA PALACIO.
Había recién venido no me desbanca; yo lo arruinaré.
Y al otro día puso: «Botas a cuatro pesos».
El otro quién sabe qué diría, pero fijó en su rótulo:
«Botas a tres pesos y medio».
—A tres pesos —anunció el antiguo.
—A dos con cuatro —el antagonista.
—A dos —el uno.
—A doce reales —el otro.
—A peso —el primero.
—A cuatro reales —el segundo.
Aquello era para volverse loco; el primer zapatero
estaba por darse un tiro, se arruinaba, y sin embargo,
el otro tenía en su casa a todos los marchantes.
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El gobernador entreabrió la hamaca para contemplar el rostro de
Su Majestad. De una cuchillada cercenó uno de sus dedos
meñiques, entregándolo a la reina, que lo guardó en el escote,
sintiendo cómo descendía hasta su vientre, con fría retorcedura
de gusano. Después, obedeciendo a una orden, los pajes
colocaron el cadáver sobre el montón de argamasa, en el que
empezó a hundirse lentamente, de espaldas, como halado por
manos viscosas. El cadáver se había arqueado un poco en la
subida, al haber sido recogido, tibio aún, por los servidores. Por
ello desaparecieron primero su vientre y sus muslos. Los brazos y
las botas siguieron flotando, como indecisos, en la grisura
movediza de la mezcla. Luego solo quedó el rostro, soportado por
el dosel del bicornio, atravesado de oreja a oreja. Temiendo que
el mortero se endureciera sin haber sorbido totalmente la cabeza,
el gobernador apoyó su mano en la frente del rey, para hundirla
más pronto, con gesto de quien toma la temperatura a un
enfermo. Por fin, se cerró la argamasa sobre los ojos de Henri
Christophe, que proseguía, ahora, su lento viaje en descenso, en
la entraña misma de una humedad que se iba haciendo menos
envolvente. Al fin, el cadáver se detuvo, hecho uno con la piedra
que lo apresaba.
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integrada con su cuerpo haldado de contrafuerte. La Montaña del los horribles pisos inferiores debería descender. En
Gorro del Obispo, toda entera, se había transformado en el todos él se había sentido fuera de lugar.
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HONDURAS. AUGUSTO MONTERROSO.
-Yo podría contar -terció el gordo atropelladamente- que hace tres años en
Guatemala un viejito organista de una iglesia de barrio me refirió que por
1929 cuando le encargaron clasificar los papeles de música de La Merced se
encontró de pronto unas hojas raras que intrigado se puso a estudiar con el
cariño de siempre y que como las acotaciones estuvieran escritas en alemán
le costó bastante darse cuenta de que se trataba de los dos movimientos
finales de la Sinfonía inconclusa así que ya podía yo imaginar su emoción al
ver bien clara la firma de Schubert y que cuando muy agitado salió corriendo
a la calle a comunicar a los demás su descubrimiento todos dijeron riéndose
que se había vuelto loco y que si quería tomarles el pelo pero que como él
dominaba su arte y sabía con certeza que los dos movimientos eran tan
excelentes como los primeros no se arredró y antes bien juró consagrar el
resto de su vida a obligarlos a confesar la validez del hallazgo por lo que de
ahí en adelante se dedicó a ver metódicamente a cuanto músico existía en
Guatemala con tan mal resultado que después de pelearse con la mayoría de
ellos sin decir nada a nadie y mucho menos a su mujer vendió su casa para
trasladarse a Europa y que una vez en Viena pues peor porque no iba a ir
decían un Leiermann* guatemalteco a enseñarles a localizar obras perdidas y
mucho menos de Schubert cuyos especialistas llenaban la ciudad y que qué
tenían que haber ido a hacer esos papeles tan lejos hasta que estando ya casi
desesperado y sólo con el dinero del pasaje de regreso conoció a una familia
de viejitos judíos que habían vivido en Buenos Aires y hablaban español los
que lo atendieron muy bien y se pusieron nerviosísimos cuando tocaron como
Dios les dio a entender en su piano en su viola y en su violín los dos
movimientos y quienes finalmente cansados de examinar los papeles por
todos lados y de olerlos y de mirarlos al trasluz por una ventana se vieron
obligados a admitir primero en voz baja y después a gritos ¡son de Schubert
son de Schubert! y se echaron a llorar con desconsuelo cada uno sobre el
hombro del otro como si en lugar de haberlos recuperado los papeles se
hubieran perdido en ese momento y que yo me asombrara de que todavía
SINFONIA CONCLUIDA. llorando si bien ya más calmados y luego de hablar aparte entre sí y en su
idioma trataron de convencerlo frotándose las manos de que los movimientos
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a pesar de ser tan buenos no añadían nada al mérito de la sinfonía tal como apoyado en el lavatorio, abría la canilla.
ésta se hallaba y por el contrario podía decirse que se lo quitaban pues la
gente se había acostumbrado a la leyenda de que Schubert los rompió o no Aconsejado por el agua llevó, como por un sueño,
los intentó siquiera seguro de que jamás lograría superar o igualar la calidad una vida triunfal. Se cumplían sus deseos más
de los dos primeros y que la gracia consistía en pensar si así son el allegro descabellados, ganó dinero en cantidades
y el andantecómo serán el scherzo y el allegro ma non troppo y que si él
respetaba y amaba de veras la memoria de Schubert lo más inteligente era enormes, fue un hombre mimado por la suerte.
que les permitiera guardar aquella música porque además de que se iba a Una noche, en una fiesta, una muchacha
entablar una polémica interminable el único que saldría perdiendo sería
Schubert y que entonces convencido de que nunca conseguiría nada entre los
locamente enamorada lo abrazó y cubrió de besos.
filisteos ni menos aún con los admiradores de Schubert que eran peores se El agua le previno: “Soy celosa. Tendrás que elegir
embarcó de vuelta a Guatemala y que durante la travesía una noche en tanto entre esa mujer y yo”. Se casó con la muchacha. El
la luz de la luna daba de lleno sobre el espumoso costado del barco con la
más profunda melancolía y harto de luchar con los malos y con los buenos
agua no volvió a hablarle.
tomó los manuscritos y los desgarró uno a uno y tiró los pedazos por la borda Por una serie de equivocadas decisiones, perdió
hasta no estar bien cierto de que ya nunca nadie los encontraría de nuevo al todo lo que había ganado, se hundió en la miseria,
mismo tiempo -finalizó el gordo con cierto tono de afectada tristeza- que
gruesas lágrimas quemaban sus mejillas y mientras pensaba con amargura la mujer lo abandonó. Aunque por aquel tiempo ya
que ni él ni su patria podrían reclamar la gloria de haber devuelto al mundo se había cansado de ella, el señor Algaroti estuvo
unas páginas que el mundo hubiera recibido con tanta alegría pero que el muy abatido. Se acordó entonces de su amiga y
mundo con tanto sentido común rechazaba.
protectora, el agua, y repetidas veces la escuchó en
vano mientras caía de la canilla al lavatorio. Por fin
llegó un día en que, esperanzado, creyó que el agua
le hablaba. No se equivoco
le decía: “Gracias por escucharme”. Sin poder creer EL AMIGO DEL AGUA.
lo que estaba oyendo, aún oyó estas palabras: ARGENTINA. ADOLFO BIOY CASARES.
“Quiero decirle algo que le será útil”. A cada rato,
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El señor Algaroti vivía solo. Pasaba sus días entre
pianos en venta, que por lo visto nadie compraba,
en un local de la calle Bartolomé Mitre. A la una de
la tarde y a las nueve de la noche, en una cocinita
empotrada en la pared, preparaba el almuerzo y la
cena que a su debido tiempo comía con desgano. A
las once de la noche, en un cuarto sin ventanas, en
el fondo del local, se acostaba en un catre en el que
dormía, o no, hasta las siete. A esa hora
desayunaba con mate amargo y poco después
limpiaba el local, se bañaba, se rasuraba, levantaba
la cortina metálica de la vidriera y sentado en un
sillón, cuyo filoso respaldo dolorosamente se
hendía en su columna vertebral, pasaba otro día a
la espera de improbables clientes.
Acaso hubiera una ventaja en esa vida desocupada;
acaso le diera tiempo al señor Algaroti para fijar la
atención en cosas que para otros pasan
inadvertidas. Por ejemplo, en los murmullos del
agua que cae de la canilla al lavatorio. La idea de
que el agua estuviera formulando palabras le
parecía, desde luego, absurda. No por ello dejó de
prestar atención y descubrió entonces que el agua
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MEXICO. TERESA DE LA PARRA.
Esta era una vez un gnomo sumamente listo e ingenioso: todo
él de alambre, paño y piel de guante. Su cuerpo recordaba
una papa, su cabeza una trufa blanca y sus pies a dos
cucharitas. Con un pedazo de alambre de sombrero se hizo
un par de brazos y un par de piernas. Las manos enguantadas
con gamuza color crema no dejaban de prestarle cierta
elegancia británica, desmentida, quizás, por el sombrero que
era de pimiento rojo. En cuanto a los ojos, particularidad
hmisteriosa, miraban obstinadamente hacia la derecha, cosa
que le prestaba un aire bizco sumamente extravagante.
Lo envanecía mucho su origen irlandés, tierra clásica de
hadas, sílfides y pigmeos, pero por nada en el mundo hubiera
confesado que allá en su país había modestamente formado
parte de una compañía de menestriles o cantores
ambulantes: semejante detalle no tenía por qué interesar a
nadie.
Después de sabe Dios qué viajes y aventuras extraordinarias,
había llegado a obtener uno de los más altos puestos a que
pueda aspirar un gnomo de cuero.
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