La Divina Comedia
La Divina Comedia
La Divina Comedia
Divina comedia
El más grande poeta de la edad media, nació en Florencia, Italia (1265). Perteneció a una
familia ilustre. Recibió una instrucción sólida y universal, como lo prueban sus obras,
propias de un extraordinario talento, y profunda versación en las ciencias como en las
letras. En 1321 murió en Ravena, en el palacio de un noble, su amigo y protector.
Fue escrita entre 1304 y 1321 aproximadamente, es una poesía épica, género literario que consiste en
la narración en verso de las hazañas de los héroes. Tales hazañas constituyen un modelo de virtud,
sean verdaderas o ficticias. La Divina comedia representa un compendio de la cultura y el
conocimiento medieval, tanto en lo religioso como en lo filosófico, lo científico y lo moral.
Originalmente, el poema se llamó Comedia, nombre que designaba las obras con finales felices, por
oposición al concepto clásico de la tragedia. Cuando a Giovanni Boccaccio recibió el encargo de
escribir sobre la obra, la llamó Divina comedia para evidenciar la centralidad de los valores
cristianos.
Un canto introductorio.
El purgatorio está formado por nueve estancias divididas en: la antesala, los siete gradas y el
paraíso terrenal.
El Paraíso y el Infierno constan de 33 cantos cada uno y por su lado el Purgatorio consta de 34, lo
que hace un total de 100 cantos. Definiendo ya el contenido de la obra, hallamos que tanto el infierno
como el paraíso como se mencionó anteriormente, se dividen en nueve círculos o cielos, es decir, tres
veces tres. Es decir que dentro del infierno se castigan los tres vicios más graves que son
(incontinencia, violencia y malicia), y por otra parte en el paraíso se premian las tres virtudes
teologales (fe, esperanza y caridad).
Tres son las bestias que acechan a Dante, cuando se desvía en la selva, antes de principiar el viaje. Y
tres son los personajes centrales de la narración, Dante, el poeta Virgilio y Beatriz, el perfil de la
mujer ideal. Y esta es solo una de las representaciones simbólicas que surgen a lo largo de la
Comedia.
Todos los cantos están escritos en terza rima —verso creado por Dante—, cuyas estrofas están
compuestas por tercetos endecasílabos de rima entrelazada.
El número tres, símbolo de la perfección divina y de la Santísima Trinidad.
El número cuatro, referido a los cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego.
El número siete, símbolo de lo cabal, completo. Referido también a los pecados capitales.
El número nueve, símbolo de la sabiduría y la búsqueda del sumo bien.
El número cien, símbolo de la perfección.
Infierno:
La historia comienza con un Dante (alter ego del poeta) que, a la mitad del camino de la vida, se ve
disoluto. Al amanecer, llega a una montaña iluminada, donde es asediado por tres animales
simbólicos: un leopardo, un león y una loba.
Florece entonces la razón y, más que la sola razón, el conocimiento del arte, representada por
Virgilio. Quien acompaña al peregrino a través de nueve círculos infernales. El poeta latino se
encargará de salvar a Dante del rodeo de las bestias, una pantera, un león y una loba, en las que
algunos expertos ven la representación de los pecados de intemperancia, violencia y malicia.
Además, le hace saber que su amada Beatriz le ha encomendado llevarlo hasta las puertas del
paraíso. Para eso, deberán pasar primero por el infierno y el purgatorio.Después le conversará de un
viaje que se ha proyectado desde el cielo y que le valdrá para reencontrarse con el fin genuino, el
único al cual debe consagrar la existencia.
La etapa no será sencilla. Habrá que proceder hasta lo más profundo del infierno, para ver cómo los
vicios devastan a las almas. Luego, será participe de la reparación de los pecados en el purgatorio y,
finalmente, deberá vislumbrar la luz de Dios, visión que tampoco es fácil de sostener (Canto I).
Dante, como es de esperar, se siente despavorido. Pero Virgilio le muestra rebelandole quién
intervino por él para que tal ocasión le fuese concedida. Se trata de su amada Beatriz; en adelante, el
solo nombre de la dama le dará la seguridad bienestar y el aliento necesario para continuar con su
ardua etapa, incluyendo la caída a los nueve círculos infernales (Canto II).
Adelantan, hasta las puertas del infierno, traspasadas por el río Arqueronte. Hay, sin embargo, un
pasillo que antecede al río y en el que un grupo de almas expresan graves lamentos. Aquí relata
Virgilio, están encerradas las almas de quienes no apresaron ningún tipo de gloria, pero tampoco
lograron algún reproche; no fueron fieles a Dios ni se fomentaron contra Él; no hicieron ni amigos ni
enemigos; vivieron sólo para sí mismos, sin dejar huella en el mundo. Fue tal su apatía que no se
encuentra sitio para ellas ni en el cielo ni en el infierno y deben conformarse y aceptar con
perpetuarse a las puertas de este último lugar (Canto III).
Dante y Virgilio no se estancarán aquí. Ambos se suben a la barca del demonio Caronte, quien los
trasladará del otro lado del río, hasta el Limbo, primer recinto infernal. En este lugar se hallan las
almas que no tomaron el bautismo y que no hicieron ninguna falta grave, salvo el haber vivido en
una época pagana. Aquí se encuentran Homero y Horacio; Héctor y Eneas; Sócrates, Platón y
Aristóteles; y el propio Virgilio, junto con otros cultos, poetas y héroes a quienes no les fue expuesto
el verdadero Dios. Durarán ahí mientras el mundo guarde su memoria. Sin embargo, están castigados
a vivir sin la esperanza de conseguir alguna vez la gloria divina (Canto IV).
Luego ya de cruzar el Limbo, los dos poetas proceden al siguiente círculo, no sin tropezar primero
con el juez Minos. Con su larga cola, este demonio castiga el suelo, sellando el número de círculos
que corresponderá bajar el alma (Canto V).
Es hasta entonces que el segundo círculo donde se origina el castigo de los pecados de lujuria,
violencia y malicia. Queda aclarar que esta simbolización de los vicios proviene de Aristóteles; sin
embargo, no todos los pecados que Dante sitúa en el infierno se acuerdan a ella; el sacrilegio no
cabía en el catálogo del filósofo griego, pero sí halla un lugar dentro de las faltas castigadas por el
cristianismo.
Octavo círculo. Aquí pueden recibir su castigo los fraudulentos, quienes en vida mintieron al
prójimo mediante la persuasión, la simonía (el soborno para adquirir oficios o cargos dentro
de la jerarquía de la Iglesia), la brujería, el timo, la hipocresía, el hurto, los malos consejos, la
discordia y la suplantación de personas (Cantos XVIII a XXXI).
Noveno círculo. Inversamente a lo que imaginamos, la región más espantosa del infierno es
helada. Tal es la censura para los traidores. En lo más hondo del infierno e inmerso en el
hielo hasta la cintura, está Lucifer. El demonio tiene tres rostros y en cada una de sus bocas
mastica a un traidor: Judas, traidor de Cristo, y Bruto y Casio, traidores de César (Cantos
XXXII a XXXIV).
Comprendiendo hasta el fondo del último círculo y luego de subir por las espaldas de Lucifer, Dante
y Virgilio salen del infierno y vuelven a mirar la luz de las estrellas. No hay mucho tiempo para
recuperar el aliento. Cerca de ahí se alza el monte del purgatorio, que también le corresponderán
escalar.