Efesios: La Santa Biblia
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Efesios
Versión de Mons. Juan Straubinger
Libro 56 de la Biblia
Catequesis del Papa sobre el Capítulo 1
Efesios 2
Efesios Capítulo 1 3
Capítulo 1
Salutación apostólica
1
Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles
en Cristo Jesús que están en Éfeso: 2gracia a vosotros y paz, de parte de Dios
nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
1. Toda esta epístola es un insondable abismo de misterios divinos que hemos de conocer
porque nos revelan el plan de Dios sobre nuestro destino, e influyen de un modo decisivo en
nuestra vida espiritual, situándonos en la verdadera posición, infinitamente feliz, que nos
corresponde gracias a la Redención de Cristo. Frente a tales misterios, dice el Cardenal Newman,
“la conducta de la mayoría de los católicos dista muy poco de la que tendrían si creyeran que el
cristianismo era una fábula”. Éfeso, capital de Asia Menor, donde más tarde tuvo su sede el
Apóstol San Juan, es la ciudad en la que San Pablo, en su tercer viaje apostólico, predicó el
Evangelio durante casi tres años. La carta, escrita en Roma en el primer cautiverio (61-63), se
dirige tal vez no sólo a los efesios sino también a las demás Iglesias, lo que se deduce por la
ausencia de noticias personales y por la falta de las palabras “en Éfeso” (versículo 1) en los
manuscritos más antiguos. Algunos han pensado que tal vez podría ser ésta la enviada a Laodicea
según Colosenses 4, 16.
3. Los versículos que siguen, asombrosamente densos y ricos de doctrina, parecen una
catarata incontenible de ideas que desbordan del alma del Apóstol, y deben ser estudiadas,
comprendidas y recordadas de memoria por todo cristiano como una síntesis del misterio de
Cristo, pasado, presente y futuro. Su tema es la nueva vida, nuestra incorporación al Cuerpo
Místico de Cristo. Vuelca su doctrina mística en tres estrofas. El Eterno Padre nos predestinó para
ser hijos suyos (versículos 3-6), el Hijo llevó a cabo la incorporación mediante la Redención
(versículos 7-12), el Espíritu Santo la completa (versículos 13-14).
5. La palabra griega: Huiothesia que la Vulgata traduce adopción de hijo, significa
exactamente filiación, es decir, que somos destinados a ser hijos verdaderos y no sólo adoptivos,
como lo dice San Juan (I Juan 3, 1), tal como lo es Jesús mismo. Pero esto sólo tiene lugar por
Cristo, y en Él (cf. Juan 14, 3 y nota). Es decir que “no hay sino un Hijo de Dios, y nosotros
somos hijos de Dios por una inserción vital en Jesús. De ahí la bendición del Padre (versículo 3),
que ve en nosotros al mismo Jesús, porque no tenemos filiación propia sino que estamos
sumergidos en su plenitud”. Este es el sublime misterio que estaba figurado en la bendición que
Jacob, el menor, recibió de Isaac como si fuera el mayor (Génesis 27, 19 y nota). Pero este nuevo
nacimiento (Juan 1, 12 s.) que Jesús nos obtuvo (Gálatas 4, 4-6), debe ser aceptado mediante una
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por Jesucristo en Él mismo (Cristo),
conforme a la benevolencia de su voluntad,
6para celebrar la gloria de su gracia,
fe viva en tal Redención (Juan 1, 11). Es decir que gustosos hemos de dejar de ser lo que somos
(Mateo 16, 24; Romanos 6, 6) para “nacer de nuevo” en Cristo (Juan 3, 3 ss.) y ser “nueva
creatura” (II Corintios 5, 17; Gálatas 6, 15). Esta divina maravilla se opera desde ahora en
nosotros por la gracia que viene de esa fe (2, 8). Su realidad aparecerá visible el día en que “Él
transformará nuestro vil cuerpo haciéndolo semejante al suyo glorioso” (Filipenses 3, 20 s.).
Véase versículo 14; Romanos 8, 23; I Tesalonicenses 4, 14 ss.; I Juan 3, 2; Lucas 21, 28; I Corintios
15, 5I ss., etc. ¿Qué otra cosa, sino esto, quiso enseñar Jesús, al decir que Él nos ha dado aquella
gloria que para sí mismo recibió del Padre, esto es la gloria de ser Su hijo, para que Él sea en
nosotros, y nosotros seamos consumados en la unidad que Él tiene con el Padre, el cual nos ama
por Él y en Él? (Juan 17, 22-26). ¿Qué otra cosa significa su promesa de que, desde ahora, quien
comulga vivirá de su misma vida, como Él vive la del Padre? (Juan 6, 58). Es la verdadera
divinización del hombre en Cristo, que San Agustín expresa diciendo que el Verbo se humanó
para que el hombre se divinice. Jesús nos lo confirma literalmente, al citar con ilimitada
trascendencia las palabras del Salmo 81: “Sois dioses, hijos todos del Altísimo” (Juan 10, 34). No
hay sueño panteísta que pueda compararse a esta verdadera realidad. Cf. Gálatas 2, 20 y nota.
6. Para celebrar la gloria de su gracia. Es éste un versículo llave de toda la espiritualidad
cristiana. Nosotros podríamos pensar; ¿Qué le importa a Dios que lo alabemos o no? Ciertamente
que Él no puede ganar ni perder nada con ello. Pero ahí está el fondo de la Revelación que Dios
nos hace sobre Él mismo: “Mi gloria no la cederé a otro” (Isaías 42, 8 y 48, 11). No es ya sólo la
alabanza de lo que es Él, maravilla infinita, digna de eterna adoración: es la alabanza de su gracia,
de su bondad, de sus beneficios contenidos todos en el Amado, en Cristo, en el cual Él ha puesto
toda su complacencia (cf. Hebreos 13, 15 y nota). Si un hijo desconoce todo lo que su padre hace
por él, no sólo lo desprecia a él, sino que no se interesará por aprovechar sus favores, y sin ellos
perecerá. He aquí por qué Dios, ese Corazón exquisito, quiere ser alabado en su bondad. No por
Él: por nosotros, por nuestro bien (Juan 17, 2 y nota). Ahora bien, está claro que esa alabanza de
la gracia que recibimos, es incompatible con la orgullosa complacencia del hombre en sí mismo y
con toda suficiencia de su parte. Porque ésta sólo se concibe en un hijo ignorante de que todo lo
debe a su padre. En tal caso, no tenemos derecho de decir que creemos en la Redención. Y
entonces, al despreciar la Hazaña infinita del Amado, hacemos el agravio más sangriento al
Corazón del Padre que, como aquí se dice, nos lo dio según el designio de su eterna misericordia
(Juan 3, 16). dándonos en Él, con Él y por Él, participación de la propia divinidad que nos ofrece
a sus hijos, igualándonos al Unigénito (versículo 5; Juan 1, 12; 17. 22; Romanos 8, 29; Filipenses
3, 20 s.; I Juan 3, 1 s., etc.).
10. ¡Reunirlo todo en Cristo! (Así el Crisóstomo y muchos modernos). Otros vierten:
recapitular o restaurar. Es el mismo verbo que el griego usa en Romanos 13, 9 para decir que
Efesios Capítulo 1 5
reuniría todo en Cristo,
las cosas de los cielos y las de la tierra.
todos los mandamientos se resumen en el amor. Asi Cristo es, tanto en el mundo cósmico cuanto
en el sobrenatural, “centro y lazo de unión viviente del universo, principio de armonía y unidad”
(D'Alés). Todo lo que estaba separado y disperso por el pecado, “en el mundo sensible y en el
mundo de los espíritus”. Dios lo reunirá y lo volverá definitivamente a Sí por Cristo, el cual,
como fue por la creación principio de existencia de todas las cosas, es por la Redención en la
plenitud de sus frutos (versículo 14; Lucas 21, 28; Romanos 8, 23) “principio de reconciliación y
de unión para todas las creaturas”. Así Knabenbauer y muchos otros y así puede entenderse, en su
sentido final, la palabra de Jesús en Juan 12, 32: “lo atraeré todo a Mí”, puesto que en Él han de
unirse a un tiempo el cielo y la tierra como en el “principio orgánico de una nueva creación”.
Pirot nota con Westcott que tal extensión de la Redención a todas las creaturas, materiales y
espirituales, “no es expresada con esta claridad y esta fuerza sino en las Epístolas de la cautividad:
cf. Filipenses 2, 9-10; Colosenses 1, 20; Efesios 1, 10-21”. En la dispensación de la plenitud de los
tiempos (cf. versículos 11 y 14 sobre la herencia y el completo rescate): Es la consumación que nos
muestra San Pedro en Hechos de los Apóstoles 3, 20 ss. Véase Mateo 19, 28; Romanos 8, 19 ss.; II
Pedro 3, 13; Apocalipsis 21, 1; Isaías 65, 17; 66, 22, etc. Como contraste cf. Gálatas 1, 4 y nota
sobre este mundo, y Filipenses 2, 7 sobre la humillación de Aquel que aquí tendrá tal gloria.
Catequesis del Papa San Juan Pablo II. Efesios 1, 3-10
El plan divino de la salvación
Vísperas del lunes de la semana I
1. El espléndido himno de «bendición», con el que comienza la Carta a los Efesios y que es
proclamado cada lunes en la Liturgia de las Vísperas, será objeto de una serie de meditaciones a lo
largo del itinerario que estamos siguiendo. Por el momento, nos contentaremos con echar una
mirada al conjunto de este texto solemne y bien estructurado, como un majestuoso edificio,
destinado a exaltar la maravillosa obra de Dios, actuada en Cristo por nosotros.
Comienza con un «antes» precedente al tiempo y a la creación: es la eternidad divina en la
que ya toma vida un proyecto que nos sobrepasa, una «predestinación», es decir, el designio
amoroso y gratuito de un destino de salvación y de gloria.
2. En este proyecto trascendente, que engloba la creación y la redención, el cosmos y la
historia humana, Dios había establecido, «en su benevolencia», «recapitular todas las cosas en
Cristo», es decir, restablecer el orden y el sentido profundo de todas las realidades, las del cielo y
las de la tierra (Cf. 1,10). Ciertamente Él es «cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo», pero
también el principio vital de referencia del universo.
El señorío de Cristo se extiende, por ello, tanto al cosmos como al horizonte más específico
que es la Iglesia. Cristo desempeña una función de «plenitud» para que en él se revele el «misterio»
(1, 9) escondido en los siglos y toda la realidad realice --en su orden específico y en su grado-- el
designio concebido por el Padre desde la eternidad.
3. Como tendremos oportunidad de ver a continuación, esta especie de Salmo del Nuevo
Testamento se concentra sobre todo en la historia de la salvación, que es expresión y signo vivo
de la «benevolencia» (1,9), del «amor» (1,6) divino.
A continuación presenta la exaltación de «la redención» alcanzada «por medio de su sangre»,
«el perdón de los delitos», la abundante efusión de «la riqueza de su gracia» (1,7), la adopción
divina del cristiano (Cf. 1, 5), al que le ha dado a conocer «el misterio de la voluntad» de Dios
(1,9), por el que se entra en la intimidad de la misma vida trinitaria.
4. Tras haber repasado en su conjunto el himno con el que comienza la Carta a los Efesios,
escuchamos ahora a san Juan Crisóstomo, maestro extraordinario y orador, agudo intérprete de
la Sagrada Escritura, quien vivió en el siglo IV y llegó a ser obispo de Constantinopla, en medio
de dificultades de todo tipo, sometido incluso a la experiencia del exilio.
En su Primera Homilía sobre la Carta a los Efesios, al comentar este Cántico, reflexiona con
reconocimiento sobre la «bendición» que hemos recibido «en Cristo»: “¿Qué te falta? Te has
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convertido en inmortal, te ha hecho libre, hijo, justo, hermano, coheredero, reinas con él, con él
eres glorificado. Se te ha dado todo y --como está escrito-- «¿cómo no nos dará con él todas las
cosas?» (Romanos 8, 32). Tus primicias (Cf. 1 Corintios 15, 20.23) son adoradas por los ángeles,
por los querubines, por los serafines: ¿qué te puede faltar ahora?” (PG 62, 11).
Dios ha hecho todo esto por nosotros, sigue diciendo san Juan Crisóstomo, «según el
beneplácito de su voluntad». ¿Qué significa esto? Significa que Dios desea apasionadamente y
anhela ardientemente nuestra salvación. «Y, ¿por qué nos ama hasta llegar a este punto? ¿Por qué
nos quiere tanto? Sólo por su bondad: la "gracia", de hecho, es propia de la bondad» (ibídem, 13).
Precisamente por este motivo, concluye el Padre de la Iglesia, san Pablo afirma que todo se
cumplió «para alabanza de la gracia que se nos ha dado en su Hijo amado». Dios, de hecho, «no
sólo nos ha liberado de los pecados, sino que nos ha hecho también dignos de ser amados...: ha
embellecido nuestra alma, la ha hecho deseable y amable». Y cuando Pablo declara que Dios lo
ha hecho mediante la sangre de su Hijo, san Juan Crisóstomo exclama: «No hay nada más grande
que esto: la sangre de Dios ha sido derramada por nosotros. El que ni siquiera haya perdonado la
vida de su Hijo (Cf. Romanos 8, 32) es algo más grande que la adopción divina como hijos y que
los demás dones; el perdón de los pecados es algo grande, pero más grande es todavía el que
esto haya tenido lugar mediante la sangre del Señor» (ibídem, 14).
Efesios y a los Colosenses: «kefale», «cabeza», indicando la función cumplida por Cristo en el
cuerpo de la Iglesia.
Ahora el panorama se hace más amplio y cósmico, abarcando al mismo tiempo la dimensión
eclesial más específica de la obra de Cristo. Él ha reconciliado consigo «todas las cosas,
pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos» (Colosenses 1,
20).
5. Concluyamos nuestra reflexión con una oración de alabanza y de gratitud por la redención
operada por Cristo en nosotros. Lo hacemos con las palabras de un texto conservado en un
antiguo papiro del siglo IV.
«Te invocamos, Señor Dios. Tú lo sabes todo, nada se te escapa, Maestro de verdad. Has
creado el universo y velas por todos los seres. Tú guías por el camino de la verdad a los que
caminaban en tinieblas y sombras de muerte. Tú quieres salvar a todos los hombres y hacerles
conocer la verdad. Todos juntos te ofrecemos alabanzas e himnos de acción de gracias».
La oración sigue diciendo: «Nos ha redimido con la sangre preciosa e inmaculada de tu único
Hijo, de toda desviación y de la esclavitud. Nos has liberado del demonio y nos has concedido
gloria y libertad. Estábamos muertos y nos has hecho renacer, alma y cuerpo, en el Espíritu.
Estábamos sucios y nos has purificado. Te pedimos, por tanto, Padre de las misericordias y Dios
de todo consuelo que nos confirmes en nuestra vocación, en la adoración y en la fidelidad».
La oración concluye con esta invocación: «Fortalécenos, Señor benigno, con tu fuerza.
Ilumina nuestra alma con tu consuelo... Concédenos la gracia de ver, buscar y contemplar los
bienes del cielo y no los de la tierra. De este modo, con la fuerza de tu gracia, será glorificada la
potestad omnipotente, santísima y digna de toda alabanza, en Cristo Jesús, Hijo predilecto, con
el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén» (A. Hamman, «Oraciones de los primeros
cristianos» - «Preghiere dei primi cristiani», Milán 1955, pp. 92-94).
El primer gesto divino, revelado y actuado en Cristo, es la elección de los creyentes, fruto de
una iniciativa libre y gratuita de Dios. En el principio, por tanto, «antes de crear el mundo»
(versículo 4), en la eternidad de Dios, la gracia divina está dispuesta a entrar en acción. Me
conmuevo meditando esta verdad: desde la eternidad estamos ante los ojos de Dios y Él ha
decidido salvarnos. Esta llamada tiene como contenido nuestra «santidad», una gran palabra.
Santidad es participación en la pureza del Ser divino. Y sabemos que Dios es caridad. Por tanto,
participar en la pureza divina quiere decir participar en la «caridad» de Dios, confórmanos con
Dios que es «caridad». «Dios es amor» (1 Juan 4, 8.16), esta es la verdad consolante que nos
permite también comprender que «santidad» no es una realidad alejada de nuestra vida, sino que,
en la medida en que podemos convertirnos en personas que aman con Dios, entramos en el
misterio de la «santidad». El «ágape» se convierte de este modo en nuestra realidad cotidiana.
Somos llevados por tanto al horizonte sacro y vital del mismo Dios.
3. En esta línea se avanza hacia la otra etapa, que también es contemplada por el plan divino
desde la eternidad: nuestra «predestinación» a hijos de Dios. No sólo criaturas humanas, sino
realmente pertenecientes a Dios como hijos suyos.
Pablo exalta en otros pasajes (Cf. Gálatas 4, 5; Romanos 8, 15.23) esta sublime condición de
hijos que implica y se deriva de la fraternidad con Cristo, el hijo por excelencia, «primogénito
entre muchos hermanos» (Romanos 8, 29) y de la intimidad con el Padre celestial que ya puede
ser invocado como «abbá», al que podemos llamarle «padre querido», con un sentido de auténtica
familiaridad con Dios, con una relación de espontaneidad y de amor. Estamos, por tanto, en
presencia de un don inmenso, hecho posible por «pura iniciativa» divina y de la «gracia», luminosa
expresión del amor que salva.
4. Al concluir, nos encomendamos al gran obispo de Milán, san Ambrosio, quien en una de
las cartas comenta las palabras del apóstol Pablo a los Efesios, deteniéndose precisamente en el
rico contenido de nuestro himno cristológico. Subraya ante todo la gracia sobreabundante con la
que Dios nos ha hecho hijos adoptivos suyos en Jesucristo. «No hay que dudar de que los
miembros estén unidos a su cabeza, en particular porque desde el principio hemos sido
predestinados a la adopción de hijos de Dios, por medio de Jesucristo» («Carta XVI a Ireneo»,
«Lettera XVI ad Ireneo», 4: SAEMO, XIX, Milano-Roma 1988, p. 161).
El santo obispo de Milán continúa su reflexión observando: « ¿Quién es rico si no Dios,
creador de todas las cosas?». Y concluye: «Pero es mucho más rico en misericordia, pues nos ha
redimido y trasformado, a quienes según la naturaleza de la carne éramos hijos de la ira y sujetos
al castigo, para que fuésemos hijos de la paz y de la caridad» (n. 7: ibídem, p. 163).
esperanza en Cristo.
El segundo verbo, después de elegir («nos eligió»), designa el don de la gracia «que tan
generosamente nos ha concedido en su querido Hijo» (ibídem). En griego, nos encontramos dos
veces con la misma raíz, «charis» y «echaritosen», para subrayar el carácter gratuito de la iniciativa
divina que es anterior a toda respuesta humana. La gracia, que el Padre nos concede en el Hijo
unigénito, es, por tanto, manifestación de su amor que nos envuelve y transforma.
3. Llegamos así al tercer verbo fundamental del cántico paulino: vuelve a tener por objeto la
gracia divina que sido «derrochada» sobre nosotros (versículo 8). Nos encontramos, por tanto,
ante un verbo de plenitud, podríamos decir --según su sentido original-- de exceso, de entrega sin
límites ni reservas.
Llegamos así a la profundidad infinita y gloriosa del misterio de Dios, abierto y revelado por
la gracia a quien ha sido llamado por gracia y por amor, siendo esta revelación imposible de
alcanzarse únicamente con la inteligencia y las capacidades humanas. «Ni el ojo vio, ni el oído
oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a
nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las
profundidades de Dios» (1 Corintios 2, 9-10).
4. El «misterio de su voluntad» divina tiene un eje que está destinado a coordinar todo el ser
y toda la historia, llevándoles a la plenitud querida por Dios: «es el plan» de «recapitular en Cristo
todas las cosas» (Efesios 1, 10). En ese «plan», en griego «oikonomia», es decir, en este proyecto
armónico de la arquitectura del ser y del existir, destaca Cristo, jefe del cuerpo de la Iglesia, pero
también eje que recapitula en sí «todas las cosas del cielo y de la tierra». Se superan la dispersión y
los límites y se configura ese «momento culminante», que es la verdadera meta del proyecto que
la voluntad divina había preestablecido desde el principio.
Nos encontramos, por tanto, ante una gran representación de la historia de la creación y de
la salvación que meditamos y profundizamos ahora con las palabras de san Irineo, gran doctor de
la Iglesia del siglo II, quien, en algunas páginas magistrales de su tratado «Contra los herejes»,
había desarrollado una articulada reflexión precisamente sobre la recapitulación realizada por
Cristo.
5. La fe cristiana, afirma, reconoce que «hay un solo Dios Padre y un solo Jesucristo, nuestro
Señor, que vino con su plan y recapituló en sí todas las cosas. Entre todas ellas está también el
hombre, plasmado por Dios. Por tanto, recapituló también al hombre en sí mismo, haciéndose
visible, Él que es invisible, comprensible, Él que es incomprensible y hombre Él que es el Verbo»
(3,16,6: «Già e non ancora», CCCXX, Milano 1979, p. 268).
Por este motivo, «el Verbo de Dios se hizo hombre» realmente, no en apariencia, pues
entonces «su obra no hubiera sido auténtica». Sin embargo, «Él era lo que parecía: Dios que
recapitula en sí su antigua criatura, que es el hombre, para acabar con el pecado, destruir la
muerte y dar vida al hombre. Y por este motivo sus obras son verdaderas» (3,18,7: ibídem, pp.
277-278). Se constituyó en jefe de la Iglesia para atraer a todos hacia sí en el momento
adecuado. Según el espíritu de estas palabras, recemos: sí, Señor, atráenos hacia ti, atrae al mundo
hacia ti y danos la paz, tu paz.
11. Nosotros: los judíos, por oposición a vosotros (versículo 13) los gentiles. Herederos:
versión preferible a herencia, según el contexto (versículo 14). Cf. Romanos 8, 17; Gálatas 3, 29;
Tito 3, 7. Conforme al consejo de su voluntad: es decir, procediendo con absoluta libertad según
la benevolencia propia de su amor (cf. 2, 4) que se extiende aún “a los desagradecidos y malos”
(Lucas 6, 35).
12. Los que primero: esto es, el núcleo de Israel que fue el origen de la Iglesia en Pentecostés
(Gálatas 6, 16 y nota). A continuación (versículo 13) habla de los gentiles.
Efesios Capítulo 1 10
13
En Él también vosotros, después de oír la palabra de la verdad, el
Evangelio de vuestra salvación, habéis creído, y en Él fuisteis sellados con el
Espíritu de la promesa; 14el cual es arras de nuestra herencia a la espera del
completo rescate de los que Él se adquirió para alabanza de su gloria.
Alabanzas y acción de gracias
15
Por esto, también yo, habiendo oído de la fe que tenéis en el Señor
Jesús, de vuestra caridad para con todos los santos, 16no ceso de dar gracias
por vosotros recordándoos en mis oraciones, 17para que el Dios de nuestro
Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de
revelación, en el conocimiento de Él; 18a fin de que, iluminados los ojos de
vuestro corazón, conozcáis cuál es la esperanza a que Él os ha llamado, cuál la
riqueza de la gloria de su herencia en los santos, 19y cuál la soberana grandeza
de su poder para con nosotros los que creemos; conforme a la eficacia de su
poderosa virtud, 20que obró en Cristo resucitándolo de entre los muertos, y
sentándolo a su diestra en los cielos 21por encima de todo principado y
potestad y poder y dominación, y sobre todo nombre que se nombre, no
sólo en este siglo, sino también en el venidero. 22Y todo lo sometió bajo sus
pies, y lo dio por cabeza suprema de todo a la Iglesia, 23la cuál es su cuerpo,
la plenitud de Aquel que lo llena todo en todos.
13 s. Sellados con el Espíritu de la promesa: el valor y el mérito de nuestras acciones se mide,
según dice Santo Tomás, “no de acuerdo con nuestras fuerzas y nuestra dignidad naturales, sino
teniendo en cuenta la fuerza infinita y la dignidad del Espíritu Santo que está en nosotros. He
aquí una de las razones por las que el Apóstol llama tan frecuentemente al Espíritu Santo el
Espíritu de la promesa, las arras de nuestra herencia y la garantía de nuestra recompensa”. Dios es
en hebreo El (el Padre). Jesús es Emmanuel —Dios con nosotros (Isaías 7, 14) — es decir, el Hijo
humanado “que conversó con los hombres” (Baruc 3, 38), porque es la Sabiduría hecha hombre
(Eclesiástico 1, 1 y nota). El Espíritu Santo puede llamarse Lanuel (L'anu El), o sea, Dios para
nosotros y en nosotros: las arras, es decir, más que una prenda, el principio de cumplimiento de
esa divinización que desde ahora se opera invisiblemente por la gracia (Romanos 5, 5) y que se
hará visible “el día de la manifestación de la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8, 23; I
Corintios 13, 12). Entre estas arras presentes y aquella realidad futura (versículo 10 y nota) está
todo el programa de nuestra vida. Para alabanza de su gloria (versículo 14), es decir,
eternamente, a los que hayan aceptado y celebrado aquí la alabanza de su gracia (versículo 6).
15. Los santos, es decir, los cristianos. Cf. II Corintios 1, 1.
17 s. San Pablo nos señala y nos desea los bienes que necesitamos para entender y disfrutar
de tan grandes misterios. Cf. 3, 7.
22 s. El Apóstol presenta a nuestra admiración el misterio sumo: el del Cuerpo Místico.
Aquel que todo lo llena (versículo 23) se ha dignado incorporarnos a Sí mismo como el Cuerpo a
la Cabeza. Toda nuestra vida adquiere así, en Cristo, un valor de eternidad. Pero Él sigue siendo
la Cabeza, el tronco de la vida (Juan 15, 1 ss.), de manera que nada vale el cuerpo separado de la
Cabeza, así como el sarmiento separado de la vid se muere. Cf. Romanos 12, 5; I Corintios 12,
27; Colosenses 1, 19. Bover propone otra traducción del versículo 23, a saber: la cual es el cuerpo
suyo, la plenitud del que recibe de ella su complemento total y universal; y le da esta explicación:
“Cristo recibe su último complemento o consumada plenitud de la Iglesia. Desde el momento que
Cristo quiso ser Cabeza de la Iglesia, la Cabeza necesitaba ser completada por los demás
miembros para formar el cuerpo íntegro, el organismo completo, el Cristo integral,”
Efesios Capítulo 2 11
Capítulo 2
La misericordia de Dios para con nosotros
1También vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, 2en los
cuales en otro tiempo anduvisteis conforme al curso de este mundo,
conforme al príncipe de la autoridad del aire, el espíritu que ahora obra en los
hijos de la incredulidad. 3Entre ellos vivíamos también nosotros todos en un
tiempo según las concupiscencias de nuestra carne, siguiendo los apetitos de la
carne y de nuestros pensamientos; de modo que éramos por naturaleza hijos
de ira, lo mismo que los demás. 4Pero Dios, que es rico en misericordia por
causa del grande amor suyo con que nos amó, 5cuando estábamos aún
muertos en los pecados, nos vivificó juntamente con Cristo —de gracia habéis
sido salvados— 6y juntamente con Él nos resucitó y nos hizo sentar en los
cielos en Cristo Jesús, 7para que en las edades venideras se manifieste la
sobreabundante riqueza de su gracia mediante la bondad que tuvo para
nosotros en Cristo Jesús.
8Porque habéis sido salvados gratuitamente por medio de la fe; y esto no
viene de vosotros: es el don de Dios; 9tampoco viene de las obras, para que
2. s. Príncipe: Así lo llama también Jesús (Juan 14, 30 y nota) y en toda la Escritura abundan
los pasajes como éste, que muestra la importancia y extrema gravedad de la doctrina revelada
sobre el misterioso poder diabólico. “No se conoce el mal en su naturaleza profunda y en todas
sus consecuencias más que cuando se le considera no como aislado en el mundo moral, como un
vacío, una falta en relación al bien, ni siquiera únicamente como el efecto de la corrupción de la
naturaleza humana, sino en su inevitable conexión con esta potencia de las tinieblas, de que la
revelación nos habla sin cesar, desde el principio del Génesis hasta el fin de Apocalipsis.” Véase 6,
12; Juan 12, 31; 14, 30; Colosenses 1, 13.
4. Este versículo contiene la revelación más intima que poseemos sobre Dios nuestro Padre,
al mostrarnos, no sólo el carácter misericordioso del amor que Él nos tiene, sino también que,
como hace notar Santo Tomás, “Dios no hace misericordia sino por amor”. En vano buscaríamos
una noción más precisa para base de nuestra vida espiritual, pues, como expresa San Agustín
según revelación del mismo San Pablo (Romanos 5, 5), nada nos mueve tan eficazmente a
devolver a Dios amor, como el conocimiento que tenemos del amor con que Él nos ama. Véase I
Juan 4, 16.
5. Cf. 1, 22 y nota. Como un muerto no puede por si mismo volver a la vida, así tampoco
el pecador es capaz de darse la nueva vida espiritual. Solamente la Redención gratuita de Cristo
es causa y garantía de esa vida, que comienza en la justificación y termina en la resurrección y en
la felicidad del cielo. El Apóstol rechaza así una vez más la teoría de que el hombre pueda
redimirse a sí mismo, tan divulgada no solamente entre los judaizantes de entonces, sino también
entre los filósofos modernos.
6. Nos hizo sentar en los cielos: Los miembros comparten la condición de la cabeza. Es lo
que Jesús pidió para nosotros en Juan 17, 24. Ese triunfo suyo es nuestra esperanza, dice San
Agustín, pero una esperanza anticipada: “El empleo del pretérito es muy significativo; la
redención es ya como un hecho cumplido, y sólo de cada uno depende el apropiársela,
respondiendo al divino gaje” (Fillion).
8. Gratuitamente salvados: Véase Tito 2, 14; 3, 5 ss.; Romanos 3, 24; Hechos de los
Apóstoles 15, 11; Juan 1, 17, etc.
Efesios Capítulo 2 12
ninguno pueda gloriarse. 10Pues de Él somos hechura, creados (de nuevo) en
Cristo Jesús para obras buenas que Dios preparó de antemano para que las
hagamos.
Unión e igualdad de judíos y gentiles en Cristo
11
Por tanto, acordaos vosotros, los que en otro tiempo erais gentiles en la
carne, llamados “incircuncisión” por aquellos que se llaman circuncisión —la
cual se hace en la carne por mano del hombre— 12(acordaos digo) de que
entonces estabais separados de Cristo, extraños a la comunidad de Israel, y
ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. 13Mas
ahora, en Cristo Jesús, vosotros los que en un tiempo estabais lejos, habéis
sido acercados por la sangre de Cristo. 14Porque Él es nuestra paz: El que de
ambos hizo uno, derribando de en medio el muro de separación, la
enemistad; anulando por medio de su carne 15la Ley con sus mandamientos y
preceptos, para crear en Sí mismo de los dos un solo hombre nuevo, haciendo
paz, 16y para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la
Cruz, matando en ella la enemistad. 17Y viniendo, evangelizó paz a vosotros
9. Para que ninguno pueda gloriarse: Si el hombre no es el forjador de su salvación eterna,
claro está que todo el que se gloría de haberse justificado por sus propios méritos, y no mediante
la gracia, usurpa la gloria que sólo corresponde a Dios. Cf. I Corintios 1, 29; Salmo 148, 13;
Ezequiel 18, 21 y notas.
10 s. De Él somos hechura: esto es, una nueva creación (Gálatas 6, 15 y nota). “Cristo se ha
formado en nosotros de una manera inefable y no como una creatura en otra, sino como Dios en
la naturaleza creada, transformando por el Espíritu Santo la creación, o sea a nosotros mismos, en
su imagen, elevándola a una dignidad sobrenatural” (San Cirilo de Alejandría). Que Dios preparó:
Nótese la suavidad de esta doctrina para las almas rectas que en todo momento desean hacer sin
equivocarse la voluntad de Dios, y no buscar su propia gloria saliendo a la ventura, como
campeones que se sintieran capaces de salvar a toda la humanidad, y suprimir de la tierra el
sufrimiento que Dios permite. Véase la aplicación de esta doctrina en II Corintios 8, 10 y nota. De
ahí que “aún el gran mandamiento de la caridad fraternal nos hable ante todo de amar al
prójimo, es decir, al que tenemos más cerca, a aquel que en cada momento ha colocado Dios a
nuestro alcance como objeto de nuestra caridad. Si siempre velamos por cumplir ese deber
máximo, viviremos en estado de caridad y unión con Dios (I Juan 4, 16), sin pretender juzgar a
Dios por el espectáculo de los males del mundo, ni poner con ello a prueba nuestra fe, ya que no
es éste sino un mundo malo y pasajero en el cual la cizaña estará siempre mezclada con el trigo”
(Mateo 13, 39 ss.).
11 s. Por su muerte Cristo unió a judíos y gentiles, derribando el muro de la Ley que los
separaba (versículo 14). En la carne: lo dice para distinguirla de la circuncisión del corazón, propia
del Evangelio. Véase Colosenses 2, 11. En este pasaje insiste San Pablo sobre la tristísima condición
en que estaríamos los que no descendemos del pueblo elegido, sin el favor que nos hizo hijos de
Abrahán por la fe. Cf. Romanos 11, 17 ss.
14. El muro que representaba materialmente esta separación era la balaustrada de mármol
que en el Templo separaba el atrio de los gentiles, manteniéndoles a gran distancia del altar de
los holocaustos.
17 s. Los de lejos, son los paganos; los de cerca, los judíos. Por Jesucristo fueron todos
llamados hacia el Padre por medio de la Iglesia, en la cual “no hay ya griego y judío” (Colosenses
3, 11), sino “la nueva creatura” (Gálatas 6, 15).
Efesios Capítulo 3 13
los que estabais lejos, y paz a los de cerca. 18Y así por Él unos y otros tenemos
el acceso al Padre, en un mismo Espíritu.
19De modo que ya no sois extranjeros ni advenedizos sino que sois
Capítulo 3
Pablo anuncia el “misterio escondido”
Por esto (os escribo) yo Pablo, el prisionero de Cristo Jesús por amor de
1
19. Los extranjeros y los advenedizos (forasteros de paso) no gozaban de los derechos de
ciudadanos.
20. Pocas veces meditamos en esta raíz que nuestra religión tiene en los Profetas del Antiguo
Testamento, y aún hay quien lo mira como un libro judío, ajeno al cristianismo, y prefiere
inspirarse en las fuentes del paganismo greco-romano, que dieron lugar a un humanismo
anticristiano. Pío XI condena rigurosamente esa ideología en la Encíclica “Mit brennender Sorge”.
“¿Se atrevería alguien a negar que el cristianismo tiene mucho más que ver con el Antiguo
Testamento que con la filosofía griega y el derecho romano? Nadie, sin duda. Pero ¿somos
consecuentes con esta verdad?”. “Muchos son, decía un célebre predicador, los que se indignarían
si les dijesen que la Biblia no es verdaderamente un Libro divino y defenderían apasionadamente
su autenticidad. Y entonces, ¿por qué no la estudian?”. Entre los apóstoles y profetas se
comprende tanto los del Antiguo Testamento (Lucas 24, 25; Hechos de los Apóstoles 3, 18 y ss.;
10, 43; Romanos 16, 26. etc.: y especialmente, II Pedro 1, 19, y 3, 1) como los del Nuevo (3, 5; 4,
11; Hechos de los Apóstoles 13, 1; 15, 22 y 32; I Corintios 12, 10 y 29; 13, 2, etc.). Debe, sin
embargo, considerarse la opinión del P. Joüon y otros, según los cuales el Apóstol se refiere aquí
a estos últimos como en 3, 5 y 4, 11, pues envuelve en el mismo artículo a apóstoles y profetas y
cita después a éstos como para evitar que sean confundidos con los profetas antiguos. Cf. I
Corintios 14, 39; Didajé XI. Piedra angular (Mateo 21, 42; Hechos de los Apóstoles 4, 11; I
Corintios 10, 4 y nota). Se trata aquí de Jesús como coronamiento de la Revelación (Hebreos 1, 1
s.) y cabeza de la Iglesia que es el cuerpo Suyo (1, 22; 4. 16). Véase I Pedro 2, 4 ss. San Jerónimo,
recordando sin duda ese pasaje de San Pedro, dice: “Para ser parte de este edificio has de ser
piedra viva, cortada por mano de Cristo.”
21. Todo el edificio... trabado: parece indicar, según observa el Cardenal Faulhaber, que,
como la Piedra angular (versículo 20) o “llave de bóveda” sustenta la unión de ambos muros en
el vértice superior, así en Cristo se juntan los judíos y los gentiles (versículo 14 ss.).
22. Es decir, que también con respecto a cada uno, individualmente, es Jesús a un tiempo el
coronamiento y el “fundamento único” sobre el cual podemos edificar y arraigar (I Corintios 10,
4 y nota; Colosenses 2, 7).
1. El prisionero: En su primera cautividad de Roma. Véase Hechos de los Apóstoles 28, 31 y
nota. Por amor de los gentiles: Por sostener su parte en la Redención (versículo 6) había incurrido
en el odio de sus compatriotas judíos que lo hicieron encarcelar. Cf. versículo 13; Hechos de los
Apóstoles 22, 22; 25, 24 y notas.
Efesios Capítulo 3 14
que me fue otorgada en beneficio vuestro: 3cómo por revelación se me ha
dado a conocer el misterio, tal como acabo de escribíroslo en pocas palabras
—4si lo leéis podéis entender el conocimiento que tengo en este misterio de
Cristo— 5el cual (misterio) en otras generaciones no fue dado a conocer a los
hijos de los hombres como ahora ha sido revelado por el Espíritu a sus santos
apóstoles y profetas; (esto es) 6que los gentiles sois coherederos, y miembros
del mismo, cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio
del Evangelio, 7del cual yo he sido constituido ministro, conforme al don de
la gracia de Dios a mí otorgada según la eficacia de su poder. 8A mí, el ínfimo
de todos los santos, ha sido dada esta gracia: evangelizar a los gentiles la
insondable riqueza de Cristo, 9e iluminar a todos acerca de la dispensación del
misterio, escondido desde los siglos en Dios creador de todas las cosas, 10a fin
de que sea dada a conocer ahora a los principados y a las potestades en lo
celestial, a través de la Iglesia, la multiforme sabiduría de Dios, 11que se
muestra en el plan de las edades que Él realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro,
12en quien, por la fe en Él, tenemos libertad y confiado acceso (al Padre).
13Por tanto ruego que no os desaniméis en mis tribulaciones por vosotros,
2. El Apóstol se ve obligado a decir algunas palabras sobre su ministerio de predicar el
Evangelio a los gentiles, especialmente sobre la revelación del misterio de que los gentiles serán
herederos del reino de Dios.
4. Si lo leéis podéis entender: Notemos la elocuencia de este insinuante paréntesis. Si no lo
leemos ¿cómo podríamos entender? San Crisóstomo releía íntegramente a San Pablo cada
semana. Y los hombres del mundo, decía, con mayor razón han de hacerlo, pues se confiesan
ignorantes.
8. San Pablo, antes fariseo y defensor de los privilegios de Israel, sin haber pertenecido a los
Doce ni haber siquiera conocido a Jesús personalmente, es el elegido por la libérrima voluntad de
Dios para cambiar el panorama espiritual del mundo y comunicar a todos los pueblos no sólo el
carácter universal de la Redención, que en adelante se extendería a todos los pueblos, sino
también los inefables misterios del amor de Cristo y sus riquezas, que nos deparan un destino
superior aun a lo previsto en el Antiguo Testamento, puesto que estaba escondido de toda
eternidad, como lo dice en los versículos 9 y 10. Véase Mateo 13, 35; Romanos 16, 25:
Colosenses 1, 26; I Pedro 1, 20; Juan 12, 32 y nota. De ahí las grandes luchas que tuvo que sufrir
el Apóstol de parte de los que desconocían la legitimidad de su misión. Cf. Gálatas 2, 2 y nota.
10. Cf. 6, 12 y nota.
12. Acceso: Cf. Juan 14, 6 y 23. “El que se hace amigo del Príncipe será admitido a la mesa
del Rey”. Aquí hay más aún: véase 1, 5; Gálatas 2, 20 y notas.
14 ss. San Pablo ruega a Dios se digne fortalecer a los fieles en la fe, que es la nueva vida con
Cristo, y arraigarlos definitivamente en el amor. La súplica, que constituye la cumbre de esta
carta, es a la vez un modelo de oración.
15. Toda paternidad procede del Gran Padre (6, 2 y nota), así como toda la familia y todas
las cosas le deben el ser (4, 6). El Nombre de Dios es “Padre”, dice Joüon (Juan 17, 6 y nota).
Efesios Capítulo 3 15
riqueza de su gloria, que seáis poderosamente fortalecidos por su Espíritu en
el hombre interior; 17y Cristo por la fe habite en vuestros corazones, a fin de
que, arraigados y cimentados en el amor, 18seáis hechos capaces de
comprender con todos los santos qué cosa sea la anchura y largura y alteza y
profundidad, 19y de conocer el amor de Cristo (por nosotros) que sobrepuja
a todo conocimiento, para que seáis colmados de toda la plenitud de Dios.
20A Él, que es poderoso para hacer en todo, mediante su fuerza que obra
Santo Tomás piensa que así se llamaría aun cuando no tuviera un Hijo. Sobre el conocimiento y
la devoción al divino Padre —que es la cumbre de todas porque era la de Jesús (Juan capítulo 17
y notas) — recomendamos el precioso libro de Mons. Guérry “Hacia el Padre”, todo hecho con
textos bíblicos. Sobre algunas de las maravillas del Padre —(cuya Persona, la Primera de las Tres,
no ha de confundirse con la Esencia divina o con una vaga Deidad impersonal (Denz. 431) puede
verse 1, 3-5; Mateo 5, 45; 6, 18, 26 y 32; 10, 29; 11, 25; Juan 4, 23; 5, 26; 6, 32 y 40; II
Corintios 1, 3; Gálatas 4, 6; Colosenses 1, 12 s.; II Tesalonicenses 2, 16; Santiago 1, 17; I Pedro 1, 3;
I Juan 3, 1; 4, 9; 5, 22; Apocalipsis 5, 13, etc.
16. Cf. Romanos 8, 26 y nota.
17. Y Cristo por la fe habite, etc.: “Creer es recibir a Cristo, porque Él habita en nuestros
corazones por la fe” (Santo Tomás). Véase II Corintios 13, 5 y nota. Para disfrutarlo, para vivir esa
inefable realidad, sólo requiere acordarse de que existe. Tal es exactamente la vida de oración, y
así nos la desea aquí San Pablo, de modo que estemos fijos, arraigados en el amor. La ventaja es
que Jesús, nuestro amante, nunca está ausente, sino al contrario, está llamando a nuestra puerta
para ofrecernos su intimidad (Apocalipsis 3, 20), y habitar en nuestros corazones, si así lo
creemos, junto con el Padre y el Espíritu Santo (Juan 14, 16 s. y 21-23; I Corintios 3, 16 s.; 6, 19; II
Corintios 6, 16).
18. Estas cuatro dimensiones las refieren San Jerónimo y San Agustín, en sentido alegórico, a
la Cruz que también las tiene. San Crisóstomo lo interpreta del misterio de la vocación 'y de la
predestinación de los gentiles. En el versículo 19 muestra el Apóstol que se refiere a la grandeza
inconmensurable del amor que Cristo nos tiene (Romanos 8, 35 ss.; 11, 13), lo mismo que antes
vimos del Padre. Cf. 2, 4 y nota.
19. Conocer el amor... para que seáis colmados de toda la plenitud de Dios: He aquí el más
sólido fundamento de la espiritualidad (Juan 17, 3 y 17; I Juan 4. 16 y nota; 5, 20, etc.) que se
alimenta con los misterios que el Espíritu Santo nos revela en la Sagrada Escritura. Porque Dios, a
diferencia de nuestro miserable corazón, siempre está dispuesto a hablar de amor, ya que su vida
entera es, como su esencia, puro amor, y no tiene nada que lo distraiga de él, como tenemos
nosotros en esta vida transitoria. Por eso, cuando estemos con Cristo, el éxtasis será sin fin porque
también nosotros seremos capaces de permanecer sin distracciones, en el puro goce del amor (I
Juan 3, 2; I Corintios 13, 12). Tal es lo que Él quiere anticiparnos desde ahora cuando nos dice
que permanezcamos en su amor (Juan 15, 9 y nota), es decir, arraigados en Él (versículo 17).
Todo este admirable pasaje (versículos 8-19) forma la Epístola de la Misa del Sagrado Corazón.
20. Cf. Romanos 16, 25; Judas 24; II Corintios 9, 8. Más de lo que pedimos, etc.: ¡Qué luz
para la confianza en la oración! Es lo que la Iglesia ha recogido en la oración (colecta) del
Domingo XI después de Pentecostés.
21. Es decir, como explica Fillion, que la Iglesia ha de glorificar al Padre, y debe hacerlo “en
Jesucristo”, es decir, unida a Él y con Él. Así se expresa en el Canon de la Misa: “Per Ipsum, etc.”
El Concilio III de Cartago dispuso al efecto que “nadie en las oraciones nombre al Padre en lugar
del Hijo o al Hijo en lugar del Padre. Y en el altar diríjase la oración siempre al Padre”. Véase 5,
20 y nota. La edad de las edades: la eternidad, que se nos presenta como una sucesión de edades,
que a su vez se componen de generaciones (Fillion).
Efesios Capítulo 4 16
la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones de la edad
de las edades. Amén.
Capítulo 4
La unidad del espíritu y diversidad de dones
1Os ruego, yo, el prisionero en el Señor, que caminéis de una manera digna
del llamamiento que se os ha hecho, 2con toda humildad de espíritu y
mansedumbre, con longanimidad, sufriéndoos unos a otros con caridad,
3esforzándoos por guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.
vocación a que habéis sido llamados; 5uno el Señor, una la fe, uno el
bautismo, 6uno el Dios y Padre de todos, el cual es sobre todo, en todo y en
todos.
7Pero a cada uno de nosotros le ha sido dada la gracia en la medida del
tierra? 10El que bajó es el mismo que también subió por encima de todos los
cielos, para complementarlo todo.
11Y Él a unos constituyó apóstoles, y a otros profetas, y a otros
3. La unidad del Espíritu: Es el misterio que nos explica San Cirilo Alejandrino diciendo: “Al
hablar de la unión espiritual seguiremos el mismo camino y diremos que cuando recibimos al
Espíritu Santo, nos unimos entre nosotros y con Dios en una sola unidad. Tomados
individualmente, somos numerosos, y Cristo derrama en el corazón de cada cual su Espíritu y el
del Padre; pero este Espíritu es indiviso, reúne en una sola unidad a los espíritus separados de los
hombres, de modo que todos aparezcan formando como un solo espíritu. De la misma manera
que la virtud del Sagrado Cuerpo de Cristo forma un cuerpo de todos aquellos en que ha
penetrado, así también el Espíritu de Dios reúne en una sola unión espiritual a todos aquellos en
quienes habita”.
4 ss. “Este texto recuerda a I Corintios 12, 4-6, en que el orden de las Divinas Personas es el
mismo: el Espíritu, el Señor, Dios” (Prat).
7. Las gracias o carismas son particulares del que los recibe, y enriquecen al Cuerpo místico
sin afectar su unidad, porque todos son dones del mismo Espíritu. Véase Romanos 12, 3 y 6; I
Corintios 12, 11; II Corintios 10, 13.
8. Es una cita tomada del Salmo 67, para aplicarla a la Ascensión del Señor. Antes había
bajado a los lugares más bajos de la tierra (versículo 9), es decir, a los infiernos, al Limbo de los
Padres, donde libró a los “cautivos”. Cf. Salmo 67, 19 y nota.
11. Jesucristo es la fuente de todas las energías vitales del Cuerpo Místico. De Él se derivan y
dependen todas las capacidades, vocaciones o ministerios que contribuyen a su desenvolvimiento.
Cf. versículo 16 y nota.
Efesios Capítulo 4 17
para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13hasta
que todos lleguemos a la unidad de la fe y del (pleno) conocimiento del Hijo
de Dios, al estado de varón perfecto, alcanzando la estatura propia del Cristo
total, 14para que ya no seamos niños fluctuantes y llevados a la deriva por
todo viento de doctrina, al antojo de la humana malicia, de la astucia que
conduce engañosamente al error, 15sino que, andando en la verdad por el
amor, en todo crezcamos hacia adentro de Aquel que es la cabeza, Cristo.
16De Él todo el cuerpo, bien trabado y ligado entre sí por todas las coyunturas
13. Quiere decir: no debe haber estancamiento en la vida espiritual. Todos deben alcanzar
la plena madurez “que llegue aún a la ciencia profundizada (epignosis) de la revelación de Cristo”
(Pirot). Y el crecimiento de cada uno debe ser en ese conocimiento de Cristo (3, 19) hasta llegar a
la edad perfecta de Cristo, o sea a la plenitud de sus dones. San Pablo nos muestra así el carácter
creciente (versículo 15) y orgánico de nuestra fe. Una piedra puede permanecer inmutable, pero
un ser vivo no puede estancarse sin morir (Colosenses 1, 28). Cuán lejos estamos de vivir tal
realidad, nos lo recuerda Mons. Landrieux al decir que la formación religiosa de la gran mayoría
de los adultos, “tiene siempre la edad de su primera comunión”, por no haber conocido el
Evangelio desde niños.
14. San Pablo da extraordinaria importancia a la ilustración de nuestra fe por el
conocimiento (versículo 22 ss.) para que pueda ser firme contra los embates del engaño,
principalmente cuando éste reviste las apariencias de la virtud, según suele hacerlo Satanás
(Mateo 7, 15; II Corintios 11, 14; II Timoteo 3, 5, etc.). En II Tesalonicenses 2, 9-12 nos confirma
que será precisamente la falta de amor a esa verdad libertadora, lo que hará que tantos sigan al
Anticristo, creyendo en él para propia perdición. Cf. 5, 12; I Corintios 12, 2 y notas.
15 s. Claro está que quien vive en el amor de Dios, anda en la verdad, como que aquél
procede de ésta (Gálatas 5, 6), y no se podría tener el coronamiento del edificio, que es el amor,
sin tener antes el cimiento, que es la verdad revelada, en la cual San Pablo quiere que estemos
firmes contra las seducciones intelectuales o sentimentales de los falsos doctores (versículo 14).
Pero, como muy bien lo observa el P. Bover en “Estudios Bíblicos” (julio de 1944), aquí se trata
de mostrar que el crecimiento es por el amor, según se confirma al fin del versículo 16. Hemos,
pues, preferido traducir en tal sentido, como lo hace análogamente Buzy. Esto se corrobora en II
Tesalonicenses 2, 10, donde el Apóstol, hablando del Anticristo, nos enseña que los que serán
seducidos por error, como aquí se dice en el versículo 14, se perderán “porque no recibieron el
amor de la verdad”. Tal es el sentido en que hemos tomado el participio aletheuóntes, que suele
traducirse de muy diversas maneras. Véase 3, 17 y nota sobre el arraigo en el amor. Aplicando
este pasaje al mundo económico social, dice Pío XI en la Encíclica “Quadragesimo Anno”: “Hay
que echar mano de algo superior y más noble para poder regir con severa integridad ese poder
económico de la justicia social y de la caridad social. Por tanto... la caridad social debe ser como
el alma de ese orden; la autoridad pública no debe desmayar en la tutela y defensa eficaz del
mismo, y no le será difícil lograrlo si arroja de sí las cargas que no le competen”. Cf. Colosenses 2,
19.
Efesios Capítulo 4 18
habiéndose hecho insensibles (espiritualmente) se entregaron a la lascivia, para
obrar con avidez toda suerte de impurezas.
20Pero no es así como vosotros habéis aprendido a Cristo, 21si es que habéis
22 ss. Cf. Romanos 8, 13; 12, 2; Colosenses 3, 9; Gálatas 6, 8. Los deseos del error,
expresión de enorme elocuencia para mostrarnos la parte principal que en nuestras malas
pasiones corresponde a la deformación de nuestra inteligencia. Cf. versículo 24; 5, 9 y 14; I
Tesalonicenses 4, 5; II Timoteo 1, 10, etc.
24. Véase Romanos 8, 13; Colosenses 3, 9; Gálatas 6, 8. Quiere decir. Renovaos
interiormente en vuestro espíritu, conformándoos a la imagen de Jesucristo. Así os desnudaréis
del hombre viejo (versículo 22), que es corrompido y sometido al pecado (Gálatas 5, 16). Creado
según Dios, “lo cual no es otra cosa sino alumbrarle el entendimiento con lumbre sobrenatural,
de manera que de entendimiento humano se haga divino, unido con el divino, y, ni más ni
menos, informarle la voluntad con amor divino” (San Juan de la Cruz) Esto nos coloca en la
justicia y santidad de la verdad, que es, como dice Huby, “el ambiente vital y el clima espiritual”
propio del hombre nuevo. Vemos así una vez más la importancia básica insustituible que, para la
vía unitiva del amor, tiene la vía iluminativa del conocimiento espiritual de Dios. Cf. Juan 17, 3 y
17.
26. Cf. Salmo 4, 5. No se ponga el sol sobre vuestra ira. Aquí vemos que el acto primero de
la cólera es una flaqueza inevitable de nuestra carne “y aun puede haber ocasiones en que una
santa ira sea un deber” (Fillion) Véase Marcos 3, 5; Juan 2, 15. Lo que San Pablo quiere es que no
consintamos en esa mala tendencia de nuestra naturaleza caída. Cf. versículo 31; Mateo 5, 22;
Gálatas 5, 20; I Timoteo 2, 8; Tito 1, 7; Santiago 1, 19, etc.
27. “En donde hay ira, no está el Señor, sino esta pasión amiga de Satanás” (San Clemente).
Cf. Santiago 1, 20. San Crisóstomo llama por eso a la ira “demonio de la voluntad”; y San Basilio
dice también que el que se deja dominar de la ira aloja en su interior a un demonio. Sobre esta
expresión “dar lugar”, véase Romanos 12, 19 y nota.
30. No contristéis al Espíritu Santo: Él es, dicen San Agustín y San Gregorio, el que nos hace
desear las cosas celestiales y nos llena con los consuelos de su gracia. ¿Puede haber mayor motivo
para mirarlo en nuestra devoción como al Santo por antonomasia? En efecto, la misión que
atribuimos más comúnmente a los santos es la de intercesores delante de Dios para que rueguen
por nosotros. Y San Pablo nos enseña que el Espíritu Santo ruega por nosotros, y precisamente
cuando no sabemos y para suplicar lo que no sabemos (Romanos 8, 26 s.). Y también cuando
sabemos, pues en tal caso es Él mismo quien nos lo está enseñando todo, como luz de los
corazones (“Lumen cordium”) (Juan 14, 26), y nos está animando a orar como a Dios agrada
(versículo 28; Lucas 11, 3; Romanos 5, 5 y nota), es decir, con la confianza de niños pequeños
Efesios Capítulo 5 19
Toda amargura, enojo, ira, gritería y blasfemia destiérrese de vosotros, y
31
también toda malicia. 32Sed benignos unos para con otros, compasivos,
perdonándoos mutuamente de la misma manera que Dios os ha perdonado a
vosotros en Cristo.
Capítulo 5
Imitar el amor de Cristo
1
Imitad entonces a Dios, pues que sois sus hijos amados; 2y vivid en amor
así como Cristo os amó, y se entregó por nosotros como oblación y víctima a
Dios cual (incienso de) olor suavísimo.
3Fornicación y cualquier impureza o avaricia, ni siquiera se nombre entre
que le dicen “Padre” (Gálatas 4, 6). Jesús nos señala especialmente este papel de intercesor que
tiene el Santo espíritu, cuando lo llama el Paráclito, que quiere decir el intercesor y también el
que consuela (Juan 14, 16), y nos dice que para ello estará siempre con nosotros (ibíd.), y aun
dentro de nosotros (Juan 14, 17), es decir, a nuestra disposición en todo momento para invocarlo
como al Santo por excelencia de nuestra devoción, porque Él es, como aquí se dice, el sello de
nuestra redención, y la prenda de la misma (II Corintios 1, 22), por ser Él quien, aplicándonos los
méritos del Hijo Jesús, nos hace hijos del Padre como es Jesús (1, 5), y por tanto sumamente
agradables al Padre, para poder rogarle con confianza. Todo lo cual se comprende muy bien si
pensamos que ese Santo Espíritu es precisamente aquel por quien el Padre y el Hijo nos aman a
nosotros, el mismo Amor con que se aman entrambas Personas. La maravilla es que este Amor no
sea aquí un simple sentimiento, sino también una tercera Persona divina, el Amor Personal,
propiamente dicho. De ahí que, siendo una Persona, podamos dirigirnos a Él como a los santos,
recordando que, aun aparte de ser infinitamente poderoso como Intercesor, tiene hacia nosotros
una benevolencia que ninguno podría igualar, una benevolencia infinita, como que Él es el Amor
con que se aman el Padre y el Hijo.
32. Aquí está sintetizado el Evangelio, desde el Sermón de la Montaña (Mateo 5 ss.) hasta el
Mandamiento Nuevo de Jesús (Juan 13, 34).
1. Sobre la imitación de Dios. Cf. Mateo 5, 44-48; Lucas 6, 35 s. y notas.
2. Vivid en amor: Cf. I Corintios 14, 1 y nota.
4. Ni bufonerías: Gran enseñanza: las bromas no agradan a Dios (I Timoteo 1, 4; 4, 7; II
Timoteo 2, 23; Mateo 12, 36 s.) y menos sí son contra la caridad (IV Reyes 2, 24 y nota).
5. Llama la atención que el Apóstol equipare la avaricia a la idolatría. Es que el avaro mira
las riquezas como a su Dios; primero, porque en ellas fija toda su esperanza, y luego, porque en
vez de servirse de ellas, es él quien las sirve (Mateo 6, 24 y nota). “Aquel que no sabe servirse de
oro, es tiranizado por él. Sed dueños del oro, y no sus esclavos; porque Dios, que ha hecho el
oro, os ha creado superiores a este metal; ha hecho el oro para uso vuestro, más a vosotros os ha
hecho a imagen Suya y sólo para Él” (San Agustín). Cf. I Timoteo 6, 10.
Efesios Capítulo 5 20
Como hijos de la luz
8 Porque antes erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Andad como hijos
de la luz —9el fruto de la luz consiste en toda bondad y justicia y verdad—
10aprendiendo por experiencia que es lo que agrada al Señor; 11y no toméis
parte con ellos en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien manifestad
abiertamente vuestra reprobación; 12porque si bien da vergüenza hasta el
nombrar las cosas que ellos hacen en secreto, 13sin embargo todas las cosas,
una vez condenadas, son descubiertas por la luz, y todo lo que es manifiesto
es luz. 14Por eso dice: “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los
muertos, y Cristo te iluminará.”
15
Mirad con gran cautela cómo andáis; no como necios, sino como sabios,
16aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. 17Por lo tanto, no
os hagáis los desentendidos, sino entended cuál sea la voluntad del Señor. 18Y
no os embriaguéis con vino, en el cual hay lujuria, sino llenaos en el Espíritu,
19entreteniéndoos entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales,
8. Tinieblas, por vosotros mismos. Luz, en Cristo y gracias a Cristo. “La verdadera ciencia del
hombre consiste en saber bien que él es la nada y que Dios es el todo” (San Buenaventura).
9. Admirable revelación que nos muestra cómo la buena conducta procede del
conocimiento sobrenatural de la luz de Cristo. Cf. versículo 14; 4, 22 y nota; 11 Timoteo 3, 16;
Hebreos 4, 12.
10. He aquí la “experiencia religiosa” que cada uno debe realizar en su propia vida.
Investigar lo que agrada a Dios es, según los Libros Sapienciales, el sumo objeto de la Sabiduría.
(Eclesiástico 1, 34; 2, 16; 4, 15 y notas). Examinadlo, dice San Jerónimo, “a la manera de un
prudente cambista, que no sólo echa una mirada a una moneda, sino que la pesa y la hace
sonar”.
11. No toméis parte: San Cipriano observa que Jesucristo es nuestra luz, no sólo porque nos
revela los secretos de la salvación, y la eficacia de una vida nueva, sino también porque nos
descubre todos los proyectos, la malicia y los fraudes del diablo para preservarnos de ellos.
12. Denunciado el mal hábito públicamente (versículo 11), lo que era un peligro, mientras
estaba oculto, se convierte en saludable advertencia y luminosa lección para evitarlo (I Timoteo
5, 20). San Pablo destruye así un concepto equivocado que suele tenerse del escándalo,
mostrando que la pública reprobación de los males —como lo hacía Jesús tantas veces— puede
ser muy conveniente, porque Satanás es “el padre de la mentira” (Juan 8, 44), y sus grandes
engaños son tanto más peligrosos y difíciles de evitar cuanto más se disimulan por las tinieblas y
la ignorancia (4, 14 y nota), en tanto que la verdad liberta a las almas (Juan 8, 32; 12, 46 y
notas). Tal es el sentido del versículo 14, y lo confirman las recomendaciones de los versículos 15
y 17.
14. Esta cita parece ser un fragmento de un himno cristiano primitivo. Cf. Isaías 26, 19; 60,
1; Romanos 13, 11.
18. Es decir, que en el Espíritu hay también una hartura, y más exquisita que la de cualquier
vino (cf. Hechos de los Apóstoles 2, 4 y 13 ss.; II Corintios 5, 13 y nota). Pero en vez de llevarnos
a la lujuria, nos lleva al amor y sus frutos (Gálatas 5, 22). El versículo 19 nos muestra cómo se
obtiene esta divina embriaguez mediante la palabra de Dios, que ha de habitar en nosotros “con
opulencia” (Colosenses 3, 16 y nota).
20. En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo: Cf. Hebreos 13, 15 y el Canon de la Misa,
donde en el momento final y culminante, llamado “pequeña elevación”, de la Hostia y el Cáliz
Efesios Capítulo 5 21
por todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo,
21sujetándoos los unos a los otros en el santo temor de Cristo.
El matrimonio cristiano
22Las mujeres sujétense a sus maridos como al Señor, 23porque el varón es
cabeza de la mujer, como Cristo cabeza de la Iglesia, salvador de su cuerpo.
24Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres lo han de
juntamente, se dice al Padre que todo honor y gloria le es tributado por Cristo y en Él y con Él
(cf. la forma paulina de acción de gracias en Hechos de los Apóstoles 2, 46 y nota). Mucho
importa no pronunciar esas palabras sin sentir la riqueza infinita de su contenido. Gracias y honor
al Padre por Cristo, es agradecerle el infinito don que el Padre nos hizo de su Hijo (Juan 3, 16).
Gracias y honor al Padre en Cristo, es identificarnos con Jesús, cuyo Cuerpo Místico formamos, y
tomándolo como el único instrumento infinitamente digno, ofrecérselo al Padre como retribución
por todo el bien que recibimos. Y también con Cristo le agradecemos y lo glorificamos
solidarizándonos así con Jesús en la gratitud y alabanza que Él mismo —el Hijo agradecido por
excelencia— tributa eternamente al Padre (Juan 14, 28 y nota). Tan agradecido, que por ello se
ofreció a encarnarse e inmolarse (Salmo 39, 8 y nota) para dar a su Padre muchas otros hijos que
compartiesen la misma gloria que Él recibió. Cf. 1, 5; 3, 21 y notas.
21. Según los mejores autores este versículo pertenece al pasaje siguiente, del cual es como
un resumen. En efecto, en el versículo 22 la palabra sujétense falta en algunos códices griegos.
22. Empiezan aquí las instrucciones para cada estado (cf. 6, 1 y 5): primero para los esposos
cristianos, cuya unión es una figura de la de Cristo, como Cabeza, con la Iglesia. Este gran misterio
(versículo 32) del cual fluye la santificación más alta del matrimonio, muestra su carácter sagrado,
y prohíbe considerarlo como un contrato puramente civil, sujeto a la fluctuación de las
voluntades. Jesús dice terminantemente: “lo que Dios ha unido” (Mateo 19, 6; Marcos 10, 9). Por
eso la Iglesia no reconoce el enlace civil como matrimonio legítimo. Sobre la sumisión de la
mujer, véase I Corintios 11, 7 y nota.
24. Esta sumisión no implica que la mujer haya de cumplir todos los deseos del marido, aun
con detrimento de su conciencia. Léase al respecto la Encíclica “Casti Connubii” de Pio XI.
25 ss. El amor de Cristo a su Iglesia es desinteresado y santo. El divino Esposo se entrega a Sí
mismo para lavar a su Esposa con su Sangre y hacerla digna de Él. De la misma manera el marido
ha de amar a su mujer, con el fin de protegerla, dignificarla y favorecer su santificación. Tal es el
altísimo sentido del matrimonio cristiano. Cf. I Corintios capítulo 7.
27. A fin de presentarla delante de Si: en las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6-9). Este es
el misterio que San Pablo llama “grande” (versículo 32) por el cual Dios resuelve formarse de los
gentiles un pueblo (Hechos de los Apóstoles 15, 14), antes separados de Israel (2, 14), a fin de
reunir en la Iglesia a todos los hijos de Dios (Juan 11, 52), incluso los de Israel, bajo un solo
Pastor: Jesucristo (Juan 10, 6), en el cual Dios se propuso recapitular todas las cosas (1, 10). Se
llama misterio porque en vano se habría pretendido descubrirlo en el Antiguo Testamento, ya
que sólo a Pablo le fue dado revelar el designio eterno y oculto (3, 9 s.: Colosenses 1, 26;
Romanos 16, 25), por el cual la benevolencia de Dios nos destinaba a ser sus hijos por obra de
Jesucristo (1, 4 s.) e iguales a Él (Romanos 8, 29), un día en nuestro cuerpo glorificado (Filipenses
3, 20 s.), Sobre otros “misterios” enseñados por San Pablo puede verse el misterio de la Sabiduría
de Dios (I Corintios 2, 7 ss.); el misterio de iniquidad (II Tesalonicenses 2, 7 ss.); el misterio de la
transformación (I Corintios 15, 51 ss.); el misterio de la salvación de Israel (Romanos 11, 25 ss.).
Efesios Capítulo 6 22
gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada.
28Así también los varones deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo.
El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. 29Porque nadie jamás tuvo odio a
su propia carne, sino que la sustenta y regala, como también Cristo a la
Iglesia, 30puesto que somos miembros de su cuerpo. 31“A causa de esto dejará
el hombre a su padre y a su madre, y se adherirá a su mujer, y los dos serán
una carne.” 32Este misterio es grande; mas yo lo digo en orden a Cristo y a la
Iglesia. 33Con todo, también cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí
mismo; y la mujer a su vez reverencie al marido.
Capítulo 6
Hijos y padres
1 Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es lo justo.
“Honra a tu padre y a tu madre” —es el primer mandamiento con
2
promesa—, 3“para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra”. 4Y
vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino educadlos en la disciplina
y amonestación del Señor.
29. Nadie jamás tuvo odio a su propia carne: Y la mujer es la propia carne (versículo 31), es
decir, que la misma naturaleza coadyuva a esa solidaridad, en tanto que otros amores, como el
de los hijos a los padres, requieren ser más espirituales para poder sobreponerse a los impulsos
del egoísmo natural. En cuanto a su sentido literal, esta sentencia de San Pablo nos previene
contra el suicidio, el deseo de la muerte ajena a la voluntad de Dios, y el faquirismo o la falsa
ascética que perjudica a la salud fallando a la caridad consigo mismo. Cf. II Corintios capítulo 5;
Apocalipsis 6, 10; Colosenses 2, 16-23 y notas.
30 ss. El misterio del Cuerpo Místico (versículo 30) se aplica a la unión matrimonial
(versículo 31; cf. Génesis 2, 24 y nota). y de ahí lo que expresa el versículo 32.
32, El misterio aludido, dice el Apóstol, es la unión de Cristo con la Iglesia, de la cual el
matrimonio cristiano es figura. “¿Cómo podría ser y decirse símbolo de tal unión el amor
conyugal, cuando fuera deliberadamente limitado, condicionado, desatable, cuando fuese una
llama solamente de amor temporal?”. “En este bien del sacramento, además de la indisoluble
firmeza están contenidas otras utilidades mucho más excelsas y aptísimamente designadas por la
misma palabra «sacramento»; pues tal nombre no es para los cristianos vano y vacío, ya que
Cristo Nuestro Señor, fundador y perfeccionador de los venerandos sacramentos, elevando el
matrimonio de sus fieles a verdadero y propio sacramento de la Nueva Ley, lo hizo signo y
fuente de una peculiar gracia interior, por la cual aquel su natural amor se perfeccionase,
confirmase su indisoluble unidad y los cónyuges fueran santificados” (Pío XI en la Encíclica “Casti
Connubii”.
2. Es notable el paréntesis que San Pablo introduce aquí en la cita del cuarto Mandamiento
(Éxodo 20, 12; Deuteronomio 5, 16) para destacar que es el primero (y único) a cuyo amor nos
estimula Dios por una promesa de felicidad aun temporal (5, 29 y nota). Sin duda interesa
especialmente al divino Padre ver honrada la paternidad que es una imagen de la Suya (3, 15).
Efesios Capítulo 6 23
Siervos y amos
5Siervos, obedeced a los amos según la carne en simplicidad de corazón,
con respetuoso temor, como a Cristo. 6No (sólo) sirviéndoles cuando os ven,
como los que buscan agradar a hombres, sino como siervos de Cristo que
cumplen de corazón la voluntad de Dios, 7haciendo de buena gana vuestro
servicio, como al Señor, y no a hombres, 8pues sabéis que cada uno, si hace
algo bueno, eso mismo recibirá de parte del Señor, sea esclavo o sea libre. 9Y
vosotros, amos, haced lo mismo con ellos, y dejad las amenazas,
considerando que en los cielos está el Amo de ellos y de vosotros, y que para
Él no hay acepción de personas.
Epílogo
Las armas del cristiano
10Por lo demás, hermanos, confortaos en el Señor y en la fuerza de su
poder. 11Vestíos la armadura de Dios, para poder sosteneros contra los ataques
engañosos del diablo. 12Porque para nosotros la lucha no es contra sangre y
carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes
mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial.
13Tomad, por eso, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día
malo y, habiendo cumplido todo, estar en pie. 14Teneos, pues, firmes, ceñidos
los lomos con la verdad y vestidos con la coraza de la justicia, 15y calzados los
5 ss. “Que los amos no se ensoberbezcan por su autoridad en el mando; de lo alto viene
toda autoridad. Y por eso la mirada del cristiano se levanta para contemplar en toda autoridad,
en todo superior, aun en el amo, un reflejo de la autoridad divina, la imagen de Cristo, que se
humilló desde su forma de Dios (Filipenses 2, 7 s.). adoptando la forma de siervo nuestro.
hermano según la naturaleza humana” (Pío XII. Alocución del 5 de agosto de 1943 a los recién
casados). Para el problema social, que no se resolverá levantando a unos contra otros, sino
haciendo que cada uno conozca la voluntad de Dios a su respecto para sembrar la paz (Mateo 5,
9), podría hacerse un juicioso e instructivo estudio consultando textos como los siguientes: sobre
el plan de Dios: Eclesiástico 11, 14 y 23; Salmo 36, 25; Apocalipsis 3, 19; Juan 12, 5 y 8; sobre los
amos: I Timoteo 6, 9 s. y 17ss.; Santiago 5, 1-6; Levítico 19, 13; Mal. 3, 5: I Corintios 13, 1 ss.;
sobre los servidores: Deuteronomio 32, 35; Romanos 12, 19; Santiago 5, 7-11; Eclesiástico 28. 114;
Tito 2, 9s.; Colosenses 3, 22-25; I Pedro 2, 18-24; I Juan 4, 11; Mateo 6, 33: Lucas 3, 14, etc.
9. Cf. Colosenses 4, 1. El Apóstol deja el aspecto temporal de la esclavitud como institución
existente entonces según el derecho civil romano (Lucas 12, 13 s.; 20, 25; Mateo 22, 21; Marcos
12, 17; Juan 18, 36), y proporciona, como predicador del Evangelio (Marcos 16, 15) los motivos
sobrenaturales para que también los esclavos amen su estado, que los asemeja al Hijo de Dios
(Lucas 22, 27; I Pedro 2, 18-24). Cf. Filipenses 2, 7 s. y nota.
12. Poderes mundanos: “San Pablo toma este mundo en el sentido moral. Son los hombres
hundidos en las tinieblas de la ignorancia religiosa y del pecado. Tal es la tiniebla, sobre la cual
reinan los demonios” (Pirot). En lo celestial: Fillion hace notar que, según traducen los antiguos
comentadores griegos, esto significa que nuestra lucha es en lo relativo al Reino de los cielos. Cf.
3, 10; Mateo 11, 12; Lucas 16, 16; Romanos 8, 38; Colosenses 1, 16; II Tesalonicenses 2, 10.
13. Estar en pie: sobre esta expresión, véase Salmo 1, 5 y nota.
Efesios Capítulo 6 24
pies con la prontitud del Evangelio de la paz. 16Embrazad en todas las
ocasiones el escudo de la fe, con el cual podréis apagar todos los dardos
encendidos del Maligno. 17Recibid asimismo el yelmo de la salud, y la espada
del Espíritu, que es la Palabra de Dios; 18orando siempre en el Espíritu con
toda suerte de oración y plegaria, y velando para ello con toda perseverancia
y súplica por todos los santos, 19y por mí, a fin de que al abrir mi boca se me
den palabras para manifestar con denuedo el misterio del Evangelio, 20del cual
soy mensajero entre cadenas, y sea yo capaz de anunciarlo con toda libertad,
según debo hablar.
Noticias personales
21Para que también vosotros sepáis el estado de mis cosas, y lo que hago,
todo os lo hará saber Tíquico, el amado hermano y fiel ministro en el Señor,
22a quien he enviado a vosotros para esto mismo, para que tengáis noticias de
Jesucristo. 24La gracia sea con todos los que aman con incorruptible amor a
nuestro Señor Jesucristo. Amén.
16. El Apóstol tiene presentes las armas de los soldados romanos y las toma como un
símbolo de las espirituales que el cristiano ha de usar en su lucha contra el diablo y el pecado.
Entre esas armas había también dardos encendidos que recuerdan al Apóstol los malos apetitos y
concupiscencias. Sobre todo este pasaje (versículos 13-17) dice San Crisóstomo: “No hemos de
estar preparados para una sola clase de lucha... por lo cual es necesario que quien ha de entrar en
la lucha con todos (los enemigos), conozca las maquinaciones y tácticas de todos; que sea a la vez
sagitario y hondero y conductor, jefe y soldado de infantería y caballería, marino y agresor de
muros.”