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Microtextualidades 2 (2017)

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Reseña.

Minificción y nanofilología Coral CENIZO RUIZ-BRAVO

Minificción y nanofilología. Latitudes de la hiperbrevedad

Nacida a la sombra de formas literarias más extensas y lastrada por debates


definitorios y controvertidos estatutos genéricos, la minificción ha existido en el
espectro narrativo durante siglos, ofreciéndonos una visión más breve y sucinta de la
literatura. En los últimos años, la llegada de las nuevas tecnologías y el auge de las
plataformas sociales han catapultado su popularidad y fomentado su estudio científico, a
pesar de que su actual reconocimiento queda aún lejos de alcanzar los niveles que
merece.
Ana Rueda ha compilado en Minificción y nanofilología. Latitudes de la
hiperbrevedad treinta y siete artículos que abordan el análisis del microrrelato desde
distintas perspectivas –creativa, teórica y crítica–, sintetizando contribuciones y
ponencias especializadas y recogiendo, al mismo tiempo, los últimos hallazgos que se
han realizado en este campo. Nos encontramos ante un diálogo global que se asienta
sobre una base bibliográfica e investigadora muy consistente.
La obra, estructurada en seis partes, se inicia con un análisis del estado de la
cuestión a cargo de Ana Rueda en la que la autora reflexiona sobre la complejidad
definitoria del género breve y su naturaleza cambiante, causa, por otro lado, de
conflictos teóricos y de debates. Especialmente interesante es el acercamiento que hace
Rueda a los términos que se utilizan para designar esta realidad literaria –minificción,
nanofilología y latitudes–, pues nos permite establecer una distinción conceptual nada
desdeñable antes de adentrarnos en el resto del libro.
En la primera sección de Minificción y nanofilología. Latitudes de la
hiperbrevedad –“Creación”– participan cinco autores de microrrelato: tres
estadounidenses (John Patrick Allen, John Proctor y Julia Johnson) y dos
hispanoamericanos (Raúl Brasca y Ana María Shua). Esta interculturalidad hace que los
textos recogidos en este apartado sean heterogéneos y que las consideraciones acerca de
la creatividad y la minificción adquieran un carácter más ecléctico. John Patrick Allen
proporciona al lector una interesante panorámica de la minificción de 140 caracteres
propia de Twitter y reflexiona sobre la esencia de la propia narrativa y sobre el límite
entre lo que puede considerarse texto literario o no dentro de las redes sociales.
En el segundo capítulo de la primera parte, John Proctor especula sobre la
minificción a partir de la obra The Beginning and the End. El autor estadounidense
utiliza esta pieza literaria para presentar de forma transversal un concepto clave de su
concepción literaria: la “creative nonfiction”, una forma de hacer literatura que se
mantiene en constante evolución y que aboga por la adaptación camaleónica al mundo
cambiante.
Julia Jonson reincide sobre la confusión terminológica que gira en torno al
concepto de microficción. Mientras considera que la amplia variedad de conceptos que
se han ido acuñando para definir la literatura breve (nanoficción, flash fiction, etc.) son
solo términos que tratan de situar una pieza narrativa de imposible categorización dentro
de un encuadre específico, se decanta por el término microficción pues, a su juicio, es el
vocablo que mejor recoge la esencia de la literatura breve: su inherente fugacidad.

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Ana María Shua presenta un sintético, aunque completo, compendio de


recomendaciones para los escritores de microrrelato –todos ellos fruto de su amplia y
dilatada trayectoria literaria en este campo–, en los que ahonda sobre diferentes aspectos
de la narrativa breve. Su aportación se complementa con las traducciones de Casa de
Geishas a cargo de Rhonda Dahl Buchanan, en que se pone de manifiesto la
importancia del bilingüismo como medio para ampliar el radio de alcance de la
minificción.
La Sección 2 de Minificción y nanofilología. Latitudes de la hiperbrevedad –
“Reflexiones teóricas y tipológicas”– tiene, como su título indica, una orientación más
teórica y aborda el microrrelato desde una perspectiva más propia de la teoría literaria y
la literatura comparada. En ella se analizan conceptos, metodologías y tipologías que
contribuyen a la delimitación especulativa de la microficción. Así, este apartado supone
una importante contribución al sempiterno debate que se ha formado en torno a la
literatura breve y ofrece al lector una aproximación muy enriquecedora a las diferentes
líneas de estudio existentes.
En el primer capítulo de este apartado, Ottmar Ette teoriza acerca de la
vinculación entre literatura breve y movimiento. Sus reflexiones son un intento por
rastrear a fondo el nexo entre moción y emoción a fin de dilucidar la vectoricidad de la
inquietud en el ámbito de la literatura breve; para ejemplificar sus argumentos, recurre a
lo que él denomina “movimiento de la inquietud”, definido por el ensayista a partir de la
mecánica de un reloj. Promulga la conexión interdisciplinaria entre las ciencias
naturales y las literarias y defiende que las narraciones cortas y ultracortas constituyen
un campo de experimentación del pensamiento y de la escritura, debido a sus raíces en
los modelos de condensación que provienen de tradiciones literarias globales. La
propuesta planteada por Ette sobresale por su profundidad intelectual.
Por su parte, David Roas reitera su argumento –expuesto ya en ensayos
anteriores– de que la minificción es una de las muchas variantes que tienen las historias
breves, descartando de esta forma la idea de que es un género narrativo independiente.
Para el autor esto no implica la negación de la narrativa de corta extensión, algo
“absurdo” según él, sobre todo teniendo en cuenta la maquinaria cultural que se ha
creado en torno a ella –escritores, lectores, editoriales, conferencias, publicaciones
académicas, tesis doctorales, etc.– y en la que el propio Roas se incluye debido a su
triple faceta como autor, editor y académico. Ofrece al lector una única forma de
reconocimiento de la minificción: su hiperbrevedad que, unida con la exigencia
narrativa mínima, constituyen la esencia de este tipo de piezas, pues el resto de
características no son exclusivas, ni por tanto definitorias, de la misma.
Raúl Brasca, partiendo de su experiencia como “antólogo recurrente”, ofrece al
lector pequeñas píldoras reflexivas sobre la literatura breve, la forma más efectiva de
definirla y su carácter contradictorio que le llevan a plantearse incluso su hibridismo. El
escritor bonaerense aprovecha este recorrido para deliberar acerca de las antologías y las
razones teórica-prácticas y personales que empujan a los antologistas a unir ciertas
piezas bajo el paraguas de una misma obra y establecer un orden que, lejos de ser
fortuito, sigue una lógica literaria.
Ary Malaver adopta, por su parte, una postura más científico-literaria para
abordar su estudio de la microficción. Siguiendo la línea investigadora planteada por
Ette, vincula la literatura breve con la nanotecnología y propone dos enfoques
nano(tecno)filológicos –uno descendente y otro ascendente– para entender la
configuración de este tipo de piezas. El primer enfoque llega a lo minúsculo mediante la

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reducción o sustracción mientras que el segundo parte de lo mínimo y se concentra en el


ensamblaje de estructuras breves. A partir de esta distinción, establece una clasificación
diferenciada de la minificción y considera que los dos enfoques puede avanzar la
discusión sobre la autonomía genérica del microrrelato.
Lauro Zavala analiza la presencia de lo fantástico en la minificción. Partiendo de
una interesante reflexión sobre los orígenes de la literatura fantástica, en la que el autor
toma a modo de referencia a teóricos, como Roger Caillois, Louis Vax y, especialmente,
Tzvetan Todorov, defiende que la literatura fantástica se bifurca en tres tendencias
(posmoderno clásico, posmoderno escéptico y posmoderno lúdico), cuya simbiosis ha
marcado tanto el cuento como la minificción fantástica latinoamericana. El investigador
mexicano recorre algunas antologías destacadas para demostrar de forma documental el
lugar estratégico que ocupa la fantasía dentro del campo de las nanoficciones y su
presencia mayoritaria en los compendios publicados en los últimos años.
El artículo de Zavala encuentra su extensión en el de Adriana Azucena
Rodríguez, en el que la autora establece lo sobrenatural como origen último del
microrrelato hispanoamericano. Defiende así mismo que lo sobrenatural mantiene su
vigencia como elemento estructural de la literatura breve, reflexiona sobre el carácter
metafórico de la nanonarrativa y sobre su capacidad para trasgredir los límites de lo
real, a pesar de su escasa extensión.
El apartado se cierra con la contribución de Juan Armando Epple, que cambia
por completo de registro al analizar la literatura breve hispana a partir del relato policial.
Epple utiliza las modalidades narrativas que estableció en su día Todorov sobre los
“géneros” del relato policial para ofrecernos un repaso histórico y literario de esta
modalidad microficcional. Aprovecha además este recorrido para perfilar la evolución
temática y estructural de los micropoliciales en las últimas décadas: la inclusión de una
visión escéptica del papel de la polícia oficial; la preferencia mayoritaria hacia las
historias de las series negras y de suspense a partir de los años 90; o el uso paródico de
los modelos ya establecidos en los micropoliciales de factura más reciente.
La tercera sección de la obra –“Plataformas de producción y difusión”– se centra
en los medios que utiliza la minificción para llegar a los lectores así como las
plataformas que intervienen en su difusión. Se considera de igual forma la vinculación
que existe entre estos soportes, la mayoría de ellos propios de Internet y las nuevas
tecnologías, con el crecimiento exponencial que ha vivido la microficción en los últimos
años.
Stella Maris Poggian y Ricardo Haye profundizan en las conexiones intrínsecas
que existen entre las minificciones y los mass media a través de su ensayo “Mini
ficciones en los medios: una sociedad con ventajas compartidas”. Consideran que el
ecosistema mediático no solo contribuye a la fragmentación cultural –de la que ya habló
en su día Nietzsche– sino que también tienden a reproducirla, favoreciendo así la
explosión de las ficciones de carácter breve. Destacan también la presencia de la
literatura de corta extensión en los medios audiovisuales, especialmente en el cine, en
cuyo origen ya estuvieron presentes las estructuras narrativas breves.
Javier Oswaldo Moreno Caro amplía el estudio de Poggian y Haye al analizar la
minificción audiovisual, utilizando como hilo conductor de su investigación la serie
animada MAD. En su estudio, Moreno Caro analiza la nanonarrativa audiovisual a partir
de tres rasgos distintivos: lo fragmentario y lo fractual, la intertextualidad y los
mecanismos de producción genérica y basándose en los estudios realizados por Lauro
Zavala y Claudia Arroyo Quiroz, en los que abordan la relación de las secuencias
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iniciales de las películas con la minificción y el concepto y pertinencia del recut trailer
dentro de la literatura breve.
Basilio Pujante centra su artículo en el microrrelato digital, más concretamente
en la conexión entre blogging y literatura breve. Para el autor el aspecto principal que
une ambas realidades es la sencillez, aunque reconoce que mientras que para las
bitácoras este aspecto ha supuesto un motivo de éxito, para la minificción ha sido el
núcleo principal de debates y polémicas. Pujante se muestra partidario de quienes
defienden el valor de la literatura breve y reconoce que la sencillez no es motivo de
desprecio sino más bien un factor que permite destacar la calidad de los microrrelatos.
Raúl Miranda ofrece una orientación diferente al proporcionar la visión de un
cineasta al compendio. A través de la agrupación Minimale que dirige, investiga la
minificción documental, poco analizada hasta la fecha, que resulta interesante por sus
implicaciones literarias y visuales. A diferencia de los artículos de Moreno Caro y
Poggian y Haye, la intervención de Miranda resulta más técnica y orientada claramente
hacia el ámbito audiovisual, dejando los argumentos sobre la minificción en un plano
secundario.
La Sección 4 –“Marcos para la minificción”– reúne estudios que analizan, desde
múltiples puntos de vista, las imbricaciones históricas de la literatura breve. La
heterogeneidad de las investigaciones no menoscaba su valor, pues si algo destaca en
este apartado es la rigurosidad de fuentes, hechos, datos y bibliografías pertinentes. A
fin de aplicar una estructura menos densa, la sección está fraccionada en dos apartados,
vinculados a su vez a sectores geográficos muy concretos: Hispanoamérica (México,
Perú y Argentina) y Europa (Italia, Rumanía, Portugal, Alemania y Polonia).
Gonzalo Baptista, Natalia Cadillo Alonso, Óscar Gallegos y Karina Elizabeth
Vázquez estudian distintos aspectos de la textualidad breve (narrador, aconteceres,
poética visual, etc.) a través de la obra minificcional de escritores hispanoamericanos,
entre los que destacan José de la Colina, Luisa Josefina Hernández o Luis Loayza, entre
otros. Gloria Ramírez Fermín completa este recorrido con el análisis del narrador y de la
construcción narrativa en Crímenes ejemplares de Max Aub, obra cumbre de la
microficción española, en la que se reflexiona sobre lo absurdo de matar y el valor de lo
metafísico. En todos estos análisis sobresale el rigor documental y literario, la
meticulosidad de las fuentes históricas y el análisis de las trayectorias poéticas de tan
diversos y destacados autores de la literatura.
También destacada es la amplísima panorámica de la minificción europea
contemporánea que ofrece Barbara Fraticelli, en la que la autora realiza un recorrido por
los autores, obras y periodos de esplendor y decadencia de la minificción de las últimas
décadas. Aunque breve, proporciona una base contextualizadora de enorme utilidad para
que el lector termine la lectura con un cuadro histórico amplio.
Más específicos en cuanto a periodo y circunscripción geográfica son los
estudios de Bruno Silva Rodríguez y Margaret Stefanski. El primero estudia la
microficción del Modernismo portugués y los rasgos distintivos de la literatura breve
lusa durante esta época tan sobresaliente. Mientras que la segunda nos acerca la
minificción polaca, muy poco estudiada hasta el momento a pesar de su riqueza
narrativa, y analiza la obra de dos autores polacos: Stanisław Stachura y Sławomir
Mrożek, adentrándose de forma exhaustiva en su poética y su visión ficcional de la
literatura breve.
La Sección 5 –“Breve atlas de la minificción”– es el apartado más parcializado

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de toda la obra. Las seis autoras que intervienen en esta sección –Ana Sofía Marques
Viana Ferreira, M.J. Fievre, Barbara Fraticelli, Dóra Bakucz, Dimitra J. Christodoulou,
Kristín Guðrún Jónsdóttir– pretenden realizar un recorrido por la minificción
internacional en áreas geográficas poco estudiadas hasta el momento –como son Haití,
Antillas o Islandia–, presentando características definitorias, autores y evoluciones
literarias por países o regiones geográficas. Sin embargo, su acercamiento resulta muy
ambicioso debido a la vasta extensión de contenido que se pretende sintetizar en menos
de un centenar de páginas. Es por eso que los artículos apenas cubren un número
reducido de países –como Portugal, Brasil, Italia, Rumanía o Hungría– y ofrecen una
visión limitada de los mismos.
Otro aspecto que debe ser mencionado de esta sección son las traducciones de
los microrrelatos de sus idiomas originales al español –o en su defecto al inglés– para
que el lector pueda adentrarse en los textos de primera mano. Lo novedoso de este
detalle es que muchas de estas piezas minificcionales carecían de traducción o bien eran
de difícil adquisición lo que supone un avance considerable en la aproximación de la
literatura breve internacional.
En la sexta y última sección de Minificción y nanofilología. Latitudes de la
hiperbrevedad –“El futuro de la minificción”– participan escritores, cineastas, críticos,
docentes e investigadores. Cada uno de ellos ofrece temas de investigación inéditos,
planteamientos que hasta la fecha no habían sido desarrollados como debieran y que
requerían un acercamiento más hermenéutico. Son, en definitiva, breves intervenciones
–algunas de apenas una página– que encauzan o simplemente sugieren nuevas líneas
investigadoras dentro del campo de la microficción.
Lo valioso, por tanto, de este bloque no es tanto su contenido sino el potencial
contenido que puede generar. En este sentido, cabe señalar que ninguno de los autores
cae en tópicos y temas manidos sino que ofrecen rumbos inexplorados, bien sea a través
de perspectivas novedosas de realidades presentes o posibilidades futuras que apenas
despuntan hoy.
Dada su extensión y profundidad, Minificción y nanofilología. Latitudes de la
hiperbrevedad es uno de los compendios más completo sobre literatura breve de los
editados en los últimos años. La multidisciplinariedad de los autores que intervienen, la
diversidad temática y la rigurosidad documental hacen que sea una obra referencia y
punto de partida de artículos y/o libros más especializados. Constituye de igual forma
un homenaje a autores y obras de microficción, que han pasado en muchos casos
desapercibidos, y un tributo a investigadores y expertos que se han dedicado durante
años al estudio sistemático de la narrativa efímera. Es también un recordatorio de la
riqueza y el valor de la literatura breve y una reivindicación de su existencia y de su
influencia creciente en la sociedad contemporánea.

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