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Astelli-Nelly-Salvar-Lo-Que-Estaba-Perdido 1

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SALVAR LO QUE ESTABA PERDIDO

LA SANACIÓN INTERIOR
Nelly Astelli H. - P. Alexis Smets, S.J.

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PRESENTACION
Este libro, “Salvar lo que estaba perdido” ha sido un éxito en la lengua francesa. Nelly Astelli expresa en
sus líneas el resultado de su experiencia en la labor que ha realizado en los ú ltimos añ os dando retiros
espirituales en Bélgica, Francia y otros países. Junto con el Padre Alexis Smets, S.J., planificaron esta obra
en base a preguntas y respuestas, logrando agilidad y claridad notables en la presentació n del ministerio
de sanació n interior.
La síntesis dada por Nelly, es corroborada por las abundantes experiencias tenidas en comú n en los
retiros que hemos dado en Chile. Creo muy vá lida la selecció n de los temas fundamentales en este
ministerio, y veo que estas líneas son una magnífica orientació n para nuestra actuació n en los grupos de
oració n y en el apoyo a nuestros hermanos.
Al mismo tiempo, Nelly hace un llamado a incorporarse en el ministerio de sanació n interior tan
necesario en la Iglesia de Hoy. Hay una labor de intercesió n, fundamental del Evangelio, que debe crecer
en cada parroquia, en cada grupo de oració n. Estas pá ginas son un aliento para participar en esta obra de
Jesú s.
La edició n españ ola ha sido revisada por Nelly, (tarificando algunos términos propios de la lengua
españ ola. Esta obra viene a llenar un vacío para muchas personas que se enfrentan con la falta de
conocimientos sobre sanació n interior. Encontrará n aquí un apoyo brillante para esta labor.
Agustín Sá nchez, S.J.
“… Extendiendo tu mano para que realicen curaciones, señ ales y prodigios por el Nombre de tu santo
siervo Jesú s”. Hech. 4, 30
“Pero para vosotros los que teméis mi Nombre, brillará el sol de Justicia con la sanació n en sus rayos”.
Mal. 3,20
“¿Qué es, pues, la Iglesia? Es un grupo de hombres desamparados ante el mal, que abren la puerta para
que los invada la Misericordia”. Bernardo Bro o.p.
“La misió n de la Iglesia consiste en ir hasta las raíces del desgarramiento primordial del pecado para
obrar allí la sanació n y restablecer, por así decirlo, una reconciliació n primordial”. Juan Pablo II
INTRODUCCION
Jesú s querría tanto “quedarse con nosotros”, tal como se quedó con Zaqueo, pues él vino a “salvar lo que
estaba perdido”.
¡Tenemos tanto miedo al efecto de la luz! ¡Amamos nuestras viejas culpabilidades, preferimos llevar
má scaras y aparentar buenos sentimientos! Disimulamos nuestras viejas heridas. Pero nuestros males
nos obsesionan. ¡Nos sentimos incó modos y llenos de agresividad!
Quisiéramos ser servidores de Dios, pero todos los rechazos que hemos opuesto a él nos impiden llegar a
serlo.
¡Sin embargo todo se hace posible desde el momento en que aceptamos que el Señ or venga a curar
nuestras llagas!
Es lo que tuve ocasió n de vivir al encontrarme con Nelly Astelli. Cuando la vi por primera vez, hacia cerca
de siete añ os que yo era Capellá n de la cá rcel. No pensaba que mi ministerio pudiese ser bendecido por
Dios. Tanto tiempo había deseado servir a los má s necesitados ¡Y lo estaba haciendo! Pero en realidad me
engañ aba a mí mismo; ¡no me habla dado cuenta de que al ocuparme de los presos, lo que buscaba era
huir de un mundo contra el que me rebelaba!
Me había convertido en una especie de sacerdote-asistente social, devorado por un montó n de actividades
socio-caritativas. Este activismo ocultaba en realidad mi impotencia para hacer el bien que deseaba para
los prisioneros. No podía ya aceptar las continuas frustraciones de la vida carcelaria, la pesadez de un
sistema donde la torpeza y la maldad reinaban como señ ores. Por otra parte me habla vuelto irritable y

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agresivo. Era como si hubiese entrado en el á nimo de rebelió n de los detenidos. Y ademá s, como
consecuencia de un motín de una rara violencia, mi equilibrio nervioso se había resentido.
(faltan las páginas 10-11)
gida ú nica; quiere liberarlo de todo sufrimiento malo y traerle la salvació n plena, en su cuerpo, en su alma
y en su espíritu (1 Tes 5, 23). Porque Dios es Padre, y el hombre encuentra su origen y su fin ú ltimo
ú nicamente en su amor misericordioso.
La oració n de sanació n es un tema fá cil. Se pueden escribir pá ginas enteras a propó sito de ella; ¿pero
có mo resistirá n estas pá ginas la confrontació n con la realidad? ¿Có mo las recibirá n los má s probados, los
má s pobres, los má s desesperados, los má s enfermos?
Lo maravilloso -de ello puedo dar testimonio- es que Nelly no teme encontrar a estas personas en su
propio terreno de pobreza: entonces el Señ or obra maravillas por medio de ella. ¡De esto he sido a
menudo testigo!
Por mi parte puedo, en fin, atestiguar que he orado en los hospitales, junto a los enfermos o en la celda de
una prisió n, como Nelly me enseñ ó a hacerlo; y a pesar de mi fe desfalleciente, sé que el Señ or ha
escuchado el grito de mi oració n por los privilegiados de su amor. Allí donde parecía humanamente
imposible que hubiese cambios, el Señ or ha obrado verdaderas liberaciones. Ha devuelto la paz y la
confianza, ha alejado el suicidio. Ha tocado cuerpos, corazones y espíritu. Ha fortificado la fe de los
enfermos que él hacía participar má s de cerca en su pasió n.
Bendigo al Padre, que nos ha hecho descubrir la grandeza y la belleza de su creatura y el amor infinito de
su corazó n de Padre.
¡Quiera él hacernos comprender que no hay sanació n sin conversió n profunda a Jesucristo, sin oració n y
sin vida sacramental! ¡Quiera él hacernos descubrir el poder del perdó n, que es el comienzo de toda
sanació n interior!
“Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia
para una ayuda oportuna” (Heb 4, 16).
Alexis Smets, S.J
DESCUBRIMIENTO DE LA RENOVACION Y LLAMADO A UN MINISTERIO DE SANACION
INTERIOR

Alexis Smets. —Nelly, tú ejerces, desde hace má s de diez añ os, un ministerio de oració n y de animació n de
retiros, en la Renovació n Carismá tica en Chile y en otras partes. ¿Puedes explicarnos có mo conociste la
Renovació n?
Nelly Astelli. —Atravesaba yo un periodo muy difícil de mi vida y me encontraba ya casi exhausta. Un día,
estando en mi habitació n, me puse de rodillas ante el Señ or y le dije: “Señ or, ¡si Tú no cambias mi vida,
voy a la catá strofe!”.
Pocos días después, descubría la Renovació n de una manera inesperada.
Yo tenía una hermana, cuyo marido había muerto de cá ncer. Ella estaba ahora muy enferma. Un día le
pregunté si no conocía un grupo de oració n, porque había leído en el diario que existían estos grupos
entre nosotros. Me había dicho también que uno pequeñ o se reunía en el Hospital. Yo misma invité a mi
hermana a ir allá , y le pedí a una amiga que la acompañ ara.
Mi hermana fue a esta reunió n de oració n, y luego, cuando volvió por segunda vez, la que la acompañ aba
no era su amiga, sino yo. Yo no deseaba entrar ni participar. Mi hermana insistió en que la siguiera. Pero
yo no sentía el menor deseo de hacerlo, porque yo era cató lica y pensaba que se trataba de un grupo
protestante. Me sentí aliviada al ver a dos religiosas, una holandesa y una alemana, que participaban en la
reunió n. Ellas animaban el grupo. Mi primera impresió n no fue buena, sino todo lo contrario…
Al salir hice muchas críticas, diciendo que este grupo se parecía a un grupo protestante, y que en todo
caso yo no entendía nada de lo que allí pasaba. Sin embargo, tomé de la biblioteca todos los libros que en
esa época habla sobre la Renovació n Carismá tica. Era 1976. Había por aquel entonces pocas obras
escritas por carismá ticos cató licos. La mayoría eran obras de autores protestantes, tales como David
Wilkerson, Nicky Cruz. etc. Una de ellas, escrita por Merlin Carothers, El poder de la alabanza, me produjo
una fuerte impresió n. La lectura de este libro fue capital para mí, porque después de esta primera reunió n
de oració n yo no tenía ningú n deseo de regresar. El grupo me parecía un poco original. Y a mi modo de
ver se hacían en él cosas que no eran “muy cató licas”.

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Para mi propia sorpresa, el martes siguiente yo era la primera que quería participar en la oració n, pese a
las críticas que habla hecho. En ese momento hice notar a mi hermana que los carismá ticos imponían las
manos como los pentecostales. Desde mi niñ ez yo conocía bien a los pentecostales, porque habla muchos
de ellos en nuestra ciudad en Chile. Ellos evangelizan allí donde no hay parroquias cató licas. Son
generalmente personas muy sencillas. Muchas veces yo los había visitado.
Conocía muy bien su manera de actuar. A veces incluso yo les habla pedido que oraran por mí. Ellos me
invitaban a menudo a participar en sus reuniones de oració n, pero yo les contestaba siempre lo mismo:
“Yo soy cató lica, no quiero quedarme con ustedes”. En cierto modo, podría decir que me serví de ellos.
Para volver a lo de mi hermana, yo le decía: “Estos carismá ticos imponen las manos igual que los
pentecostales. ¿Por qué no les pides que hagan lo mismo por ti?”. Ese martes, mi hermana, que estaba
cada vez má s y má s enferma, le pidió a la religiosa holandesa que le impusiera las manos. “Y a tu hermana
también”, replicó la religiosa. Y tomá ndome por la mano me hizo sentar al lado de mi hermana.
Era allí donde el Señ or me esperaba. La religiosa impuso las manos y cantó en lenguas. Para mi propia
sorpresa, me di cuenta de que podía interpretar su canto. ¡Era increíble! El canto decía:
“Hijita mía, yo te buscaba por todas partes, ¿dó nde estabas? Estoy contento de que te encuentres aquí”.
Era como una canció n de cuna que me cantaba el Señ or. ¡Yo estaba fascinada!
No he reflexionado en lo que pasó después. Creo que en ese momento recibí una efusió n del Espíritu
Santo. Empecé desde entonces una vida de oració n regular. Yo había rezado desde mi infancia, pero a la
manera como me había enseñ ado mi abuela. Desde ese momento comencé a dialogar de un modo muy
personal con Jesú s. Iba de asombro en asombro, porque al mismo tiempo descubrí el canto en lenguas.
Volví a tomar el libro de M. Carothers pensando que yo estaba loca y que todo lo que sucedía era un puro
invento mío. Al releer él poder de la alabanza, comprendí que el autor contaba allí su experiencia
personal. Y era importante para mí poder decir: “lo que este hombre ha vivido yo también lo estoy
viviendo y lo acepto”.
El descubrimiento del carisma de las lenguas fue “el” descubrimiento de mi vida, pues, a partir de ese
momento, yo me sentí má s y má s cerca de Jesú s: una presencia que se manifestaba en mí a través de ese
canto y me inundaba de una profunda paz y de un gozo intenso. Yo experimentaba una intimidad con el
Señ or que nunca había conocido.
Ese fue el comienzo para mí de una aventura increíble. Yo no entendía lo que sucedía; y tenía miedo.
Desgraciadamente, los responsables de la Renovació n tampoco lo sabían. ¡Querían, incluso, que me
exorcizaran, porque había recibido carismas!
Formé un pequeñ o grupo de oració n que se reunía en la capilla del cerro en que vivíamos. Por la oració n,
el ayuno y los otros medios que nos ofrece la vida cristiana, buscaba yo descubrir b que el Señ or me
quería hacer conocer. En la Biblia él me decía: “Yo mismo seré tu Maestro”. Y yo le contestaba: “Sí, Señ or,
tienes que ser mi Maestro, porque yo no sé có mo progresar”.
(faltan páginas 16-17)
saba? ¿Acaso el Señ or no sanaba de una vez por todas? ¿Habíamos cometido errores? A decir verdad, nos
hacíamos muchísimas preguntas…
Hay algo que yo comprendí en aquel entonces: y es que siempre hay que estar atentos a los signos que nos
da el Señ or. A través de lo que estaba ocurriendo, el Señ or quería darnos a nosotros, sus servidores, los
signos necesarios para perseverar, pero yendo al mismo tiempo má s lejos.
Cuando el Espíritu se manifiesta, es para hacernos progresar. É l no quiere que nos quedemos al borde del
agua, sino que avancemos hacia lo profundo: los misterios del Señ or, su Sabiduría, no tienen límites.
Somos nosotros los que ponemos límites a su acció n.
La experiencia de la sanació n física fue, pues, para nosotros, un estímulo para profundizar nuestro
ministerio.
No cabe duda de que la mayoría de las enfermedades son de origen psicosomá tico, es decir, que a menudo
una enfermedad física es signo y síntoma de una enfermedad psíquica y espiritual má s profunda, cuyo
origen se encuentra en algú n suceso desafortunado vivido en la juventud, en la niñ ez o incluso durante el
tiempo de vida intrauterina.
Yo me asombraba de ver có mo muchas personas volvían a nosotros má s enfermas de lo que estaban antes
de su sanació n. El Señ or me dio la gracia de comprender que habíamos orado por la sanació n de los
síntomas de las enfermedades y no por la sanació n de la raíz de las mismas. Comencé entonces a leer
libros que trataban de la sanació n de los recuerdos. Lo hacían de un modo que en aquel entonces era aú n

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bastante superficial. Yo no estaba satisfecha. Decidí, pues, profundizar este tema en oració n. Era
absolutamente necesario que el Señ or nos mostrara lo que pasa en el origen de las enfermedades. Y en
este momento descubrimos que en la base de todo se halla, para cada uno de nosotros, la necesidad de
perdonar.

A.— Hemos llegado al corazó n del tema, Nelly, y vamos a volver después a él. La experiencia que ustedes
han adquirido en la oració n de sanació n es notable. El modo como ustedes oran ya está bastante
elaborado actualmente. ¿Có mo descubrieron las líneas de fuerza de la oració n de sanació n interior?
N.— Mi hermana Genoveva tenía una depresió n nerviosa desde hacía muchos añ os. Mi madre decía
siempre que ella no haría nunca nada bueno. Cuando no había sol, mi hermana se metía a la cama. Un día
le preguntó al P. Agustín, el jesuita con quien habíamos comenzado a organizar los retiros, si no se podía
hacer algo por ella. É l me contestó : “Nelly, tendrás que hacer tu aprendizaje en tu propia casa”.
Yo me preguntaba có mo podía hacerlo. Me decía también que iniciar una oració n de sanació n por una
persona en plena depresió n implicaba una grave responsabilidad.
Ademá s, mi hermana no tenía una vida regular de oració n, ni tampoco vida sacramental. Creía aú n en
Dios, pero ya no practicaba. Me dije entonces que era yo la que tenía que perseverar fielmente en la
intercesió n por mi hermana. Yo debía hacer por ella lo que ella era incapaz de hacer por sí misma.
Comencé pues a orar por ella, no la oració n por la vida en el seno materno, porque ésta la descubrí
solamente má s tarde, sino por el período que iba desde el día de su nacimiento hasta aquel momento de
su vida. Ella tenía entonces 25 añ os.

A.— ¿Presentabas simplemente al Señ or, en oració n, las diferentes etapas de la vida de Genoveva?
N.— Sí. Yo oraba también por los sucesos dolorosos que ella había vivido. Recordaba, por ejemplo, que
cuando ella tenía dos añ os había sufrido un accidente al caerse en un brasero.
Entonces me dije: “Si el Señ or ha hecho esto por mi hermana, bien puede hacerlo por muchos otros”. Y así
abordamos con el P. Agustín nuevas experiencias. Organizamos “retiros de sanació n”, primero con un
pequeñ o grupo de personas. Está bamos aprendiendo, porque no sabíamos mucho de la oració n de
sanació n interior. Poco a poco el Señ or nos permitió descubrir la complejidad del ser humano.
Yo era profesora de filosofía, sumergida en un mundo heredero del pensamiento grecolatino que divide al
ser humano en alma y cuerpo. Esta divisió n, a decir verdad, jamá s había quedado clara para mí. Sabía que
algunos místicos habían hablado del espíritu como la “fina punta del alma”. Tenía que haber algo má s
profundo. ¡Cuá l no sería mi asombro cuando me di cuenta de que mi filosofía grecolatina era falsa: ¡había
mucho má s en el ser humano! Descubrí en la Biblia que el ser humano está compuesto de cuerpo, alma y
espíritu. Y es allí donde reside la dificultad que encontramos para lograr la armonía que Dios desea para
nosotros.
El P. Carlos Aldunate S.J, explica claramente la estructura cuerpo-alma-espíritu tal como se la encuentra
en San Pablo. El cuerpo es humano porque está animado por un alma humana (cfr. 1Cor 15, 39). Cuerpo y
alma forman un todo. El espíritu es la capacidad de apertura a Dios, la capacidad de recibir su Espíritu
santo.
Mientras permanezca cerrado al Espíritu Santo, el hombre no será má s que “carnal”, es decir, se limitará a
las tendencias naturales. San Pablo habla entonces simplemente de la “carne” o del “hombre viejo”, del
“hombre carnal”, del “hombre psíquico”, del “hombre exterior”.
Cuando el hombre se abre al Espíritu, San Pablo habla de “espíritu” o del “hombre nuevo”, del “hombre
espiritual”, del “hombre interior” (cfr. 1 Cor 2, 14; 3,3; 2 Cor 4,16; Gá l 5, 16; Ef 4,22-24; Col 3. 9 -10).
Compara también la estructura del hombre con la de un vaso de arcilla que contiene la luz del
conocimiento de Cristo (cfr. 2 Cor 4,6- 7). El cuerpo y el alma serían el vaso de arcilla, el espíritu humano
sería la capacidad que tiene el vaso de recibir el Espíritu de Dios. El “hombre exterior” no incluye el
espíritu; el “hombre interior” incluye al hombre entero; cuerpo, alma y espíritu.
El lenguaje de Jesú s va en la misma direcció n que el de San Pablo, No distingue claramente los diferentes
elementos, pero sus palabras corresponden a la misma idea.
En repetidas ocasiones habla de lo que es interior y de lo que es exterior al hombre. Las apariencias no
son suficientes; es necesario que el corazó n se convierta, es decir, que se abra a Dios y a su Espíritu. En
ese momento, el hombre queda unido a Dios por lo interior y recibe de él la vida; es capaz de responder
en espíritu y en verdad. Entonces, “el Reino de Dios está en medio de nosotros”.

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Esta nueva vida de que disponemos proviene de una fuerza divina; ella supera las simples fuerzas
humanas, pero se puede pedir recibirla. Sin esta vida divina, nada podemos hacer.
Este tesoro interior tiene tal importancia que bien vale la pena darlo todo para poseerlo. “Es el Espíritu el
que da la vida, la carne de nada sirve” (Jn 6. 63). cfr. También Mt 23,26; Lc 17, 21; Mc 4; 1-20; 26-29; Jn 15,
4-5; Mt 13. 44).
Se encuentran trazas de esta estructura del hombre en la pará bola de la semilla que puede quedar al
borde del camino, o ser sembrada en buena tierra, en la que hunde sus raíces. Se puede también pensaren
el Hijo pró digo, que parte a un lejano país, dejando a su padre por el mundo exterior; y cuando má s tarde
se convierte, lo hace entrando en sí mismo y retornando a casa.
Encontré también en la Biblia que, para la mirada del inmenso amor e infinita ternura de Dios, nada en el
hombre es menospreciable: ni el cuerpo, ni el alma, ni el espíritu. Está n estas tres cosas tan unidas, que la
enfermedad física resulta ser un signo de alguna herida del psiquismo o del espíritu.
Actualmente, cuando veo a un enfermo, me pregunto dó nde se esconderá la raíz de su enfermedad.
Merced a la experiencia adquirida a lo largo de los añ os, cuando un enfermo viene a que ore por él,
empiezo por pedirle al Señ or que me indique dó nde reside la raíz de su mal. No hay que comenzar orando
por los síntomas de la enfermedad. El Señ or sabe mejor que nosotros dó nde se encuentra la raíz de la
herida.
Por ú ltimo, en lo que respecta a la iniciativa de Dios en los carismas, pienso que debemos ser muy
sencillos. ¡No nos hagamos falsos problemas! ¿Por qué? Cuando alguien viene a mí y me pide que ore por
él, la mayor parte de las veces yo no sé nada de esta persona. Puede tratarse de un africano, de un
israelita, de un alemá n. Ademá s, hay que tener en cuenta la diferencia de culturas. En nuestra cultura
latinoamericana tenemos (acostumbre de juzgar rá pidamente, y a veces con mucha estrechez, en algunos
puntos, especialmente en lo que respecta a la sexualidad.
Pues bien, constato con asombro hasta qué punto Jesú s supera la cultura. É l siempre nos da una “pequeñ a
hebra” por donde será posible agarrar el problema. Yo no me preocupo. Me digo a mí misma que, si no
hay nada que ver, Jesú s no me dirá nada. Y que, si hay algo que ver, nos dará un signo, puesto que él nos
ama.

A.— Tú descubriste la antropología revelada, y gracias a este descubrimiento estabas tocando con el dedo
la unidad del hombre y la importancia de todo lo que hace un ser humano. ¿A qué te llevó esto en la
oració n de sanació n interior?
N.— Este descubrimiento me llevó a no fijarme tan só lo en el aspecto psicoló gico de las heridas y
enfermedades. Aunque todo en el hombre tenga su importancia a los ojos de Dios, he podido constatar
que lo que má s frecuentemente se enferma es el espíritu. Y he comprendido también que el ser humano
fue creado por Dios con todas sus cualidades. Es frá gil, sin duda. Pero, ¡es una maravilla!
Para mí, la peor de las enfermedades (y es lo que me ha llevado a orar por sanació n interior) es que el
hombre no cree que Dios lo ama. Es inconcebible, por ejemplo, que muchos sacerdotes y religiosas
trabajen al servicio de Dios sin haber tomado realmente conciencia de que son amados por El.
La gran enfermedad del mundo actual es la de estar separado de Dios. No es de este modo como
encontraremos la felicidad. Bien puede uno darse todas las satisfacciones artificiales posibles, esas que
hoy se llaman “felicidad”. Pero ellas no son sino apariencias, una má scara de la verdadera felicidad a la
que Dios nos llama.
El gran descubrimiento que tenemos que hacer es, pues, que Dios ama a sus hijos tal como son. Pero,
¡cuidado! Si Dios me ama tal como soy, él no quiere que me quede así. La sanació n interior consiste en
cambiar lo que está herido en nosotros. El Señ or quiere reconciliarnos con lo que somos: con nuestra
historia, nuestro pasado, nuestras heridas, etc.

A.— ¿Puede Dios realmente cambiar algo en nosotros cuando nuestra historia ha sido herida?
N.— ¡Sí! ¡É l es un Dios vivo! Todos estamos llamados a descubrir esto. É l no está lejos de nosotros. É l se
expresa a través de todos los acontecimientos de una vida. No nos atrevemos a creer que él sufrió con
nosotros cuando fuimos heridos por sucesos desdichados. É l puede cambiarlo todo. ¡É l puede sanarnos!
Y la maravilla de las maravillas es que nosotros podemos vivir este dinamismo del evangelio, todas estas
promesas de Jesucristo, que son verdaderas. É l es un Dios fiel y su palabra hace lo que dice.
Personalmente, de descubrimiento en descubrimiento, he llegado a tomar conciencia de que Dios es capaz
de renovarlo todo. Y cuando dice que él puede restaurarnos, lo hace de verdad: es capaz de hacerlo. Pero

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es igualmente verdadero que él no renueva a sus hijos con un golpe de varita má gica. Muchas personas
desean recibir la sanació n interior de este modo, como si fuera una nueva terapia psicoló gica.
Pero es enteramente diferente, porque abordar la sanació n interior es entrar realmente en un camino de
sanació n, ir de conversió n en conversió n, tornarse “cristocéntrico”, sabiendo muy bien que, aunque
pongamos a Cristo en el centro de nuestra vida, muchas puertas quedará n aú n cerradas en nosotros. Ellas
se abrirá n cuando Dios lo quiera.
Porque la sanació n al estilo del Señ or es enteramente diferente de la de los médicos. É l médico cuida del
cuerpo, el psiquiatra cuida del psiquismo, el sacerdote cuida de los espíritus. El ú nico que cuida de mi ser
entero es Jesucristo. He ahí la maravilla de la sanació n interior.
EL PERDON, COLUMNA VERTEBRAL DE LA SANACION INTERIOR

A.— Cuando dices que oras por la sanació n interior, ¿qué entiendes por eso?
N.— Orar por sanació n interior es ante todo permitir a Jesú s que visite todos aquellos lugares de nuestra
vida en que hemos sido heridos. Ya hemos hablado de ello: muy a menudo, a la base de toda herida hay un
problema de perdó n. Es, pues, un problema espiritual. A la raíz de un cá ncer, por ejemplo, hay a menudo
un asunto de perdó n o de culpabilidad. Conviene buscar el origen de esta culpabilidad, buscar el momento
en que ella nació y por qué. Generalmente nos encontramos frente a una herida remachada.
¿Qué entendemos por herida remachada? Supongamos, por ejemplo, que yo no fui una hija deseada. En mi
nacimiento, mis padres, faltos de espacio y de medios materiales, no pudieron tenerme en casa. Me
confiaron a mis abuelos. En ese momento sufrí una herida muy fuerte de abandono. A la edad de tres añ os
me trajeron de vuelta a casa. Mis padres, al igual que mis hermanos, me eran extrañ os. Esto fue una nueva
herida de abandono. Pero tuve también el sentimiento de haber sido abandonada por mis abuelos: otra
herida de abandono. En seguida, me envían a un pensionado: también herida de abandono. De este modo,
acumulá ndose, las heridas me van agravando.
Un enfermo de este tipo puede tomar muchos caminos psicoló gicos que no lo conducirá n a ninguna
sanació n, porque en el fondo de él mismo hay un gran perdó n que tendría que dar. Y si este perdó n no se
da, es imposible volver a encontrar la paz consigo mismo, con el pró jimo y con Dios. Orar por sanació n
interiores volver sobre todos estos sucesos que han herido al ser humano, que lo han movido a ponerse
una má scara tras otra, para responder a una sociedad que exige reaccionar de una determinada manera
frente a una situació n dada y responder a determinadas exigencias.
El ser humano es incapaz de esto. Tiene que jugar su papel en la casa, en el trabajo, en la sociedad. Hay
diversas funciones sociales, como la de profesor, la de padre, de sacerdote, de policía, etc. Cada uno de
nosotros se cree obligado a adoptar una cierta manera de obrar, ciertas actitudes, ciertas maneras de
vestirse, en funció n del rol que está llamado a desempeñ ar. Somos grandes actores. No nos resulta fá cil
ejercer nuestra libertad frente a nosotros mismos, frente a los otros y frente a Dios.
Para mí, el fruto de la sanació n interior es hacemos hijos de Dios. El hijo de Dios es un ser libre. Porque la
libertad es uno de los grandes atributos de Dios. Si yo no soy libre como hijo de Dios, hago mentir mi
condició n de tal. Si Dios es libre, sus hijos está n llamados a llegar también a serlo.
Gracias a la sanació n interior llegaremos a no tener miedo de nada, a sentirnos confortables, a ser
nosotros mismos. No porque hayamos emprendido una terapia psicoló gica, sino porque habremos
descubierto un Cristo siempre viviente que no cesa de amarnos.
Y si caemos, será un accidente. Después de una caída, siempre es posible levantarnos y volver a comenzar,
porque se ha sido perdonado. A menos que se caiga por caer, por mezquindad.

A.— Ya has hablado muchas veces de perdó n. ¿Qué quiere decir propiamente esta palabra? Porque
muchas personas dicen que no tienen nada que perdonar o que ya han perdonado. Pero, de hecho, cuando
se ora por ellas, uno constata que está n bloqueadas frente al perdó n.
N.— Mi madre decía: “Yo he perdonado, pero no olvido”. ¡Curiosa manera de perdonar! ¡Es có mico! Mucha
gente dice que está en paz, que no tiene rencor contra nadie, y no es cierto.
El perdó n es lo má s asombroso en el ministerio de sanació n interior. A la base de cada herida hay un
perdó n que dar o recibir.
¿Me atrevería a decir que hasta ahora el problema del perdó n ha sido mal comprendido?
Es verdadero incluso dentro de la Iglesia. Y esto no es una crítica, sino una constatació n. A través de mi
ministerio he tenido ocasió n suficiente de darme cuenta de que no se sabe có mo perdonar. La gente se

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imagina haber perdonado cuando está , en cambio, impregnada de falta de perdó n. Basta con mirar a
todos esos enfermos: ellos está n enfermos por el hecho de que su organismo ya no puede soportar todo el
odio y el rencor acumulados durante añ os.
El perdó n no se sitú a en el nivel de los sentimientos. Es esencial comprender esto. Cuando le digo a
alguien que es importante para él perdonar, me responde que es incapaz de hacerlo. Yo le respondo que
eso es verdad, que dejado a si mismo él no puede perdonar a nadie. ¿Có mo llegar a perdonar tan só lo con
nuestras fuerzas? ¡Só lo lograremos enfermarnos má s! Es con Cristo como debemos entrar en actitud de
perdó n. Esa es la ú nica manera de perdonar.
Ciertas personas dicen que quisieran perdonar, pero que ello sería una actitud hipó crita de su parte. ¿Por
qué? Una vez má s, el perdó n no se sitú a en el nivel de los sentimientos. Estos constituyen un estrato
inferior del ser humano. Yo no los desprecio, porque ellos tienen su importancia y su valor. ¡Pero el
perdó n depende de la voluntad! Yo debo tomar la decisió n de perdonar y pedir a Jesú s que venga a
penetrar y a fortalecer con su presencia las decisiones que acabo de tomar. Y hay que hacerlo todos los
días y no tan só lo una vez de pasada. Porque somos sumamente complicados y lentos para comprender…
En definitiva, ¿qué es el perdó n?
El perdó n es el fruto de una gracia. Tan só lo la gracia de Dios puede hacernos capaces de entrar en una
actitud de perdó n.
Fue al profundizar en mi propio caso como pude hacer muchos descubrimientos a propó sito de la
sanació n interior. Si hablo profusamente de mi historia personal, es porque este ministerio exige mucha
discreció n cuando se trata de otros. Cuando alguien me entrega su testimonio por escrito, puedo hablar. Si
no, me callo. Esta es la ú nica razó n por la que es preferible que hable de lo que yo misma he vivido.
En lo que respecta al perdó n, he descubierto que se sitú a a tres niveles:
 El perdó n a los demá s.
 El perdó n a sí mismo.
 El perdó n a Dios.
Cuando descubrí por primera vez que debía perdonar a los otros, este descubrimiento fue dramá tico para
mí, porque yo pensaba antes que no tenía nada que perdonar a nadie. Pensaba que estaba en paz. Sin
duda, yo tenía pequeñ os problemas, pero no dificultades grandes respecto de mi pró jimo.
Recuerdo bien el tiempo en que mi noviazgo fue roto. Me decía a mí misma que debía perdonar a mi
novio. Me ponía de rodillas exclamando que lo perdonaba por esto y aquello… Aú n no había descubierto
la gracia del perdó n.
Me mantuve en esta actitud hasta el día en que el Señ or, quizá s ya cansado de escucharme, a mí que me
encontraba tan dispuesta para perdonar a los demá s, me hizo la siguiente pregunta: “Y tú , ¿qué mal le has
hecho a él?”
Entonces vi el otro lado del problema. Mi propia actitud frente a mi novio. Y tomé conciencia del
sufrimiento que le había inferido.
Me decía a mí misma: “De seguro que el pobre se salvó …” Pero el perdó n no había sido comprendido aú n:
yo oraba, claro pero me escapaba lejos de Dios.
Lo maravilloso que ocurre con el Señ or es que cuando uno se da cuenta de que él sana sus hijos, él ya está
actuando desde mucho tiempo. Y es por esta razó n por lo que debemos estar siempre atentos a los signos
que nos da cuando viene a emprender nuestra sanació n. Es lo que pasó conmigo.
Yo quería participar en un retiro de sanació n. Me preparaba para él pidiéndole al Señ or que me mostrara
lo que él quería sanar en mi corazó n. É l conocía muy bien lo que estaba herido en mí. Yo, por mi parte, no
veía lo que tenía que cambiar. Yo era profesora de filosofía, había estudiado psicología y otras disciplinas.
Pero nunca me había interesado por un proceso terapéutico, porque eso no me atraía. Quince días antes
del retiro, el Señ or comenzó a tocar mi corazó n. Alguien me preguntó por qué no me había casado.
Contesté que me encontraba bien así: era libre, tenía una profesió n, hacía lo que quería con mi dinero,
tenía la posibilidad de viajar. Por otra parte, mis padres encontraban muy inteligente que yo me hubiera
quedado soltera. ¡Tenía buena suerte! No estaba obligada a cocinar para mi marido, ni a lavarle las
camisas…
Má s de quince personas me hicieron la misma pregunta y a todas les di la misma respuesta. Por esos días
tenía que entregarle un trabajo al Padre Carlos Aldunate, que era mi director espiritual. El, de un modo
muy abrupto, me preguntó de pronto: “Nelly, quizá s soy curioso, pero me gustaría saber la razó n por la
que no te has casado. Eres una mujer alegre, tienes una cantidad de cualidades… Siempre me pregunto
por qué una mujer como tú no se casa”.

7
¡Fue el golpe de gracia! En ese momento, en oració n, comprendí el sentido de la pregunta que me había
sido hecha por tantas personas. Tenía que haber algo torcido en mí. Frente al matrimonio había una
insensibilidad total de mí parte. Me reía mucho de esas mujeres que andan a la caza de marido. Hacían el
ridículo al perder de este modo su libertad. Sí, había en mí algo que estaba herido.
Partí al retiro en este estado de espíritu. Al segundo día, durante la oració n de sanació n, comprendí que
yo me negaba a casarme a causa de la infidelidad que habla visto en mi padre para con mi madre. Yo había
sufrido por esta infidelidad desde mi niñ ez. Mi papá era un hombre muy bueno, pero había hecho sufrir a
mi mamá por sus muchas aventuras amorosas. Y en mi corazó n, inconscientemente, yo me decía: “Jamá s
me casaré, porque no quiero ser engañ ada y traicionada como la mamá ”. Alguien dijo en la asamblea:
“Vean qué fá cil es perdonar. Pídanle a Jesú s que venga a ustedes para que perdonen a los que tienen que
perdonar”.
Yo estaba feliz. Había perdonado a mi padre.
¡Cuá l no sería mi asombro cuando, al volver a casa, y encontrarme con mi padre, sentí que tenía ganas de
cortarlo en pedacitos! Me pregunté qué es lo que pasaba conmigo. Entonces comprendí la palabra de
Jesú s en el evangelio de San Mateo. Pedro le pregunta a Jesú s cuá ntas veces debe perdonar, y Jesú s le
responde: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22). Fue para mí un gran
signo del Señ or. Si “setenta veces siete” significa que hay que perdonar siempre, tendré que ponerme a
orar y a perdonar hasta que reciba la gracia del perdó n. Debo hacer lodos los días una oració n de perdó n
por mi padre hasta que esta gracia me sea otorgada.
Entonces, día tras día pedí: “Señ or Jesú s, dame la gracia de perdonar a mi padre todas sus aventuras,
todas sus infidelidades, todo lo que hemos sufrido a causa de él”.
En esta época, mi padre se casó por tercera vez. A medida que yo oraba por el perdó n, mis sentimientos
cambiaban frente a él. La oració n modificaba mis emociones. Yo me tornaba má s apacible y la relació n con
mi padre se iba mejorando. Finalmente fue algo maravilloso.
Hay que hacer notar también que cuando rehusamos el perdó n a alguien, lo atamos; guardamos sobre él
algo así como un poder. Una vez que aceptamos perder este poder sobre la otra persona, si continuamos
orando por el perdó n, el Señ or viene a cortar las ataduras y a restaurar el amor. Yo estaba maravillada al
constatar el trabajo hecho por el Señ or no solamente en mi propio corazó n, sino también en el de mi
padre.
Insisto en la necesidad de una oració n fiel para pedir esa gracia del perdó n. Cometemos un gran error en
la Renovació n cuando creemos que basta perdonar de una vez por todas y que entonces todo queda
arreglado como por encanto. Recordemos que somos cuerpo, alma y espíritu, y que la herida inscrita en
nuestro ser por tal o cual acontecimiento hace má s difícil el perdó n. Só lo la oració n cotidiana, hecha
durante meses e incluso añ os, nos podrá obtener la gracia del perdó n.
Una vez que hube comprendido que estaba muy lejos de haber perdonado a mi padre, y que las heridas se
manifestaban con má s fuerza, oré todos los días durante diez minutos pidiendo a Dios la gracia de
perdonarle todo lo que me había hecho padecer. A medida que oraba así, el Señ or me mostraba
igualmente los buenos recuerdos que guardaba de él. Y después de unos ocho meses recibí la gracia en mi
corazó n.
El Señ or obra a través de su Palabra. Jamá s olvidaré el siguiente texto del Eclesiá stico (3,16), en que él
habla del deber de los hijos para con sus padres: “Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito
del Señ or quien irrita a su madre”.
En ese momento el Señ or me dijo que quería darme la gracia de perdonar a mi padre. Y durante ese añ o
en que oré por el perdó n, el Señ or trabajaba igualmente en el corazó n de mi padre. Yo me di cuenta de
que había rehusado toda la ternura que mi padre me había querido manifestar, a causa del resentimiento
que yo experimentaba hacia él, que había hecho sufrir tanto a su familia.
Pues bien, el Señ or permitió que descubriera esa ternura.
A veces sucede que sorprendemos a los otros cuando queremos perdonarlos y restablecer lazos que
habían sido cortados. Comprendiendo que tenemos que perdonar, a veces, con impaciencia, queremos dar
un paso hacia el otro. Me acuerdo de aquel muchacho que le dijo a su madre: “Mamá, yo quiero
perdonarte por tal o cual cosa”. La madre, que no estaba preparada para recibir esto, sufrió un verdadero
shock. Hay que pedirle al Señ or que llene nuestros corazones con su gracia, e incluso que nos sugiera los
gestos y las palabras que habrá que decir cuando venga el momento de la reconciliació n. Todo esto, a fin
de evitar una nueva herida. Así, mi padre ignoraba totalmente que nos había herido. No sabía que por su
causa yo me había quedado soltera… ¿Qué habría ocurrido si yo le hubiera dicho: “Papá, te perdono tus
infidelidades?”.

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El Señ or nos dio su gracia. Mi padre vivía a dos horas de nuestra casa. En cierta ocasió n se sintió movido a
venir a vernos. Mientras yo escuchaba la palabra que acabo de mencionar, él llegaba a nuestra casa. Me
abrazó y me dijo que me quería mucho y que deseaba verme… Yo sabía que era el perdó n pedido el que
estaba actuando en él.
Es importante, por ú ltimo, hacer notar que la oració n de perdó n por un padre y una madre, es igualmente
necesaria para que seamos sanados de las falsas imá genes paterna y materna: la primera nos permitirá
descubrir a Dios, nuestro Padre. La segunda nos hará descubrir a María, nuestra Madre. Son muchos los
cristianos para quienes María no cuenta. ¿Cuá ntos son los que se atreven a creer que María intercede por
cada uno de nosotros? No nos atrevemos a pedirle nada, porque nuestra imagen materna está falseada.
Por medio de estos perdones que damos, el Señ or viene, pues, a restaurar esas imá genes. Porque Dios
restaura, Dios no destruye nada. Y permite que veamos lo que está bien en nuestro padre y también lo
que está mal. É l quiere que la imagen paterna sea plenamente rehabilitada en nuestra historia personal.
¡Esa es la maravilla de la sanació n interior!

A.— ¿Podrías explicarnos en qué consiste el perdó n a sí mismo?


N.— El perdó n a nosotros mismos es una realidad muy compleja, porque nosotros somos seres repletos
de culpabilidad, culpabilidad que puede comenzar ya en el período en que el niñ o está en el seno
materno: el hecho, por ejemplo, de no ser acogido, de no ser deseado, de no ser aquel o aquella que se
esperaba, todo eso hace que nos sintamos culpables de vivir.
Puede pasar también que uno haya sido marcado por innumerables reproches humillantes, que a veces
son dirigidos a los hijos por los padres y educadores: “¡Eres un bruto! ¡No sirves para nada! ¡Eres un
inú til!” O a lo mejor emplearon la estrategia del silencio, porque los hijos obraban de una manera que
ellos no aprobaban. O puede que nos hayan hecho pasar vergü enza ante los demá s por habernos
comportado de una manera que parecía reprensible a los ojos de los mayores. La culpabilidad tiene los
má s diversos orígenes.
En el ministerio de sanació n me ha llamado la atenció n encontrarme con personas que, habiendo recibido
el perdó n sacramental mucho tiempo atrá s, persisten, sin embargo, en acusarse de la misma falta. Y no
só lo eso, sino que siguen también sufriendo las consecuencias de sus pecados. Y ello, porque no han
descubierto la realidad profunda del perdó n.
¿De qué se trata, pues? Lo que sucede es que esa persona no se ha perdonado aú n a sí misma. Recuerdo el
caso de una señ ora que sufría insomnios desde hacía veinte añ os. Se había casado muy joven, alrededor
de los “dieciséis añ os, con un hombre de unos treinta. La diferencia de edad entre ambos era muy grande.
Cuando esta mujer llegó a la edad de veinte añ os, se enamoró de otro hombre y engañ ó a su marido. De
este modo tuvo una relació n que duró una decena de añ os y que se habría prolongado aú n má s si su
amante no hubiera muerto. Después de esta aventura, ella volvió a recibir los sacramentos. Tomó
conciencia de su pecado y se confesó . Durante añ os siguió confesando la misma falta sin poder encontrar
la paz ni conciliar el sueñ o.
Con ocasió n de un retiro de sanació n, ella me relató su historia y me pidió que orara por ella. Mientras
oraba, recibí una visió n en que esta mujer aparecía llevando una pequeñ a tumba sobre su cabeza. Le pedí
al Señ or que me diera sabiduría para decirle lo que ella necesitaba. Descubrí entonces lo que había pasado
y le aconsejé que se perdonara a sí misma. Me respondió que era incapaz de hacerlo. Cuando me confió
que ya había confesado su pecado y que en cada confesió n volvía a confesarlo nuevamente, yo le pregunté
si acaso sabía lo que estaba viviendo: “Eso es una tentació n. Usted está siendo tentada de no creer que
Dios ya ha perdonado su traició n…”
Me preguntó si no sería bueno para ello poner a su marido al corriente de su infidelidad. Le contesté que
aquí precisamente se hallaba su cruz. Si quería que su marido se mantuviera firme, era preferible que
callara. Debía perdonarse a sí misma, pedir a Jesucristo la gracia de entrar en una actitud de perdó n y de
reconciliació n consigo misma.
Ella pidió esta gracia. Poco tiempo después, vino a encontrarme, radiante de alegría, y me dijo: “Nelly, ¡por
primera vez he dormido toda la noche!”.
Usualmente só lo creemos lo que experimentamos. Cuando hayamos tenido ocasió n de perdonarnos a
nosotros mismos algú n hecho doloroso que nos ha marcado en lo profundo, cuando hayamos tenido
ocasió n de constatar los efectos del perdó n, solamente entonces llegaremos, tal vez, a creer en la fuerza
sanadora de la actitud perdonante frente a Dios, a los demá s y a nosotros mismos.
Recuerdo todavía otro caso. Una señ ora estaba oprimida desde hacía muchos añ os. Su madre había sido
muy autoritaria con ella en sus añ os juveniles. Cuando esta señ ora comenzó a trabajar, se llevó consigo a

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su madre, pues su padre ya había muerto. Desde ese momento jamá s quiso comprarle algo a su madre.
Cuando ésta le pedía zapatos o cualquiera otra cosa que necesitaba, ella le contestaba que no tenía dinero.
La madre murió de pena. Ella se puso entonces a comprar toda suerte de cosas, que amontonaba en
armarios sin usarlas jamá s. Es que tenía que castigarse por lo que había omitido hacer por su madre.
Entonces descubrió su culpabilidad, que se originaba en el deseo de vengarse de su madre, alimentado
secretamente por mucho tiempo. Se confesó , y todos los días pedía, por el poder de Jesú s, la gracia de
perdonarse a sí misma. Y de este modo sanó .
La culpabilidad nos destruye y corroe, porque ordinariamente somos para con nosotros mismos los
peores jueces. Nosotros nos juzgamos má s duramente que lo que lo hace Dios, que es por excelencia amor
y ternura.

A.— Ya es hora de que nos hables del perdó n a Dios. Dos palabras que no parecen ir juntas. Y sin embargo,
también morimos a causa de nuestros resentimientos frente al Señ or.
N.— A menudo alimentamos un gran resentimiento frente a Dios, y nos forjamos falsas ideas acerca de É l.
Mi ministerio de sanació n está verdaderamente centrado en el amor de Dios. Cuando un hombre o una
mujer descubren que son amados por Dios, por un Dios que está en todas las cosas y que nos acepta tales
como somos, entonces muchísimos problemas desaparecen.
Con gran asombro he podido constatar que aunque, por supuesto, yo oraba mucho y hacía retiros…, en mi
corazó n me preguntaba constantemente si acaso Dios me amaba, si me amaba tal como yo era. En el
fondo yo abrigaba una gran desconfianza frente a É l.
¿Có mo descubrí la necesidad del perdó n a Dios? Porque puede ocurrir que hablemos hermosamente de su
amor y que incluso lo sintamos muy cerca intelectualmente. Pero no somos solamente inteligencia. Somos
cuerpo, alma y espíritu; y es en estos tres niveles como debemos experimentar el amor de Dios. No se
trata tan só lo de un asunto de sentimientos, porque los sentimientos se desgastan con facilidad y
prontamente.
Cuando mi comunidad me animó a ejercer el ministerio de sanació n, me dije a mí misma: “Si el secreto de
los cristianos ha de ser el amor, algo pasa conmigo, puesto que yo no acepto a todo el mundo”. Me gustaba
encontrarme con gente inteligente, con gente con estudios, porque podía hablar con ellos de cosas que yo
juzgaba interesantes. Pero ahora estaba embarcada en un ministerio de sanació n, y quien dice ministerio
de sanació n, dice ministerio de amor. Ahora bien, entre las personas que venían a verme, había algunas
que me fastidiaban porque decían siempre las mismas cosas. Me pregunté, pues, a mí misma por qué yo
no podía amar a estas personas. La primera respuesta fue que yo no me sentía amada por Dios y que
tampoco me amaba a mí misma. Entonces clamó a Jesú s y le dije: “Señ or ¿por qué yo no amo como Tú
amas? ¿Por qué no acepto a todo el mundo? ¿Por qué esa falta de confianza frente al amor?”.
Un día, yo me encontraba muy triste por no saber có mo amar. Con ocasió n de una reunió n, una mujer
pobre se había arrojado a mis brazos diciendo: “Lo que má s me gusta en ti, Nelly, es que está s llena de
amor y que aceptas a todo el mundo. Vengo a abrazarte porque te quiero y tú me quieres”. Me sentí
entonces tan hipó crita que quise escaparme. Luego le hice a Jesú s la misma pregunta que le había hecho
antes: “Señ or, te ruego que me respondas: ¿Por qué no amo yo como Tú amas? Jesú s, ¿me amas Tú ? ¿Me
amas verdaderamente?”.
En la oració n por sanació n interior he podido descubrir lo que podríamos llamar la “herida tapó n”. Es una
herida que de alguna manera impide que el Señ or entre libremente en nuestra vida.
Durante un retiro ignaciano yo hacía una y otra vez la misma pregunta: “Señ or, ¿me quieres?” No pasó
nada durante los dos primeros días. Pero al tercero recibí una visió n en que aparecía un canasto lleno de
arvejas, secas y grises. Por encima de este canasto habla una vaina henchida de frutos espléndidos. Era
maravillosamente verde, tal como podía vérsela sobre una tierra fecunda. Esta vaina se entreabría de tal
modo que podían verse sus frutos.
Durante esta visió n pude comprender que esa vaina era yo misma. Se había apoderado de mí una enorme
gula espiritual. Yo estaba llena, pero era incapaz de dar. Este diagnó stico del Señ or me entristeció (para
mí, una visió n es un diagnó stico del Señ or). Pero ese diagnó stico era justo: yo era una mujer golosa de las
realidades espirituales. Pero era incapaz de dar, en particular de dar amor…
Tenía, pues, que preguntarle al Señ or por qué yo actuaba de esta manera. Yo tenía miedo; no tenía la
menor confianza en mí misma. Podía sin duda hablar en pú blico, hacer una conferencia sobre literatura...,
pero, cuando hablaba de Jesú s, se apoderaba de mí el temor y me sentía angustiada. Nadie creía en mi
angustia, porque me veían hablar ante mucha gente. Pero mi corazó n estaba muerto de miedo.

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Era como medianoche cuando la respuesta me fue dada. Volví a verme a la edad de once añ os en la
biblioteca del liceo en que había comenzado mis humanidades. Pude ver a una niñ ita muy menuda que
venía a buscar libros para el añ o escolar.
Mi madre siempre tenía problemas econó micos, porque mi padre era muy gastador. Yo trataba de evitarle
preocupaciones y no obligarla a comprarme los libros que necesitaba al comienzo del añ o escolar.
Procuraba obtenerlos por medio del servicio de préstamo. Pero lo que yo no esperaba era que esos libros
estuvieran marcados con el sello de la “Asociació n de Estudiantes Pobres”. Este sello en la primera pá gina
de los libros me traumatizó para siempre, porque todo el mundo se podía dar cuenta de que yo había
obtenido los libros prestados. La caridad no se ejercía con discreció n. Esa era la herida que me impedía
recibir el amor de Dios y sanar.
Por otra parte, como en casa éramos muchos, yo estaba haciendo mis estudios en el internado gracias a
una beca que mi padre había obtenido para mí. Cada vez que yo reclamaba por algo, me decían: “Señ orita,
usted no tiene derecho a reclamar; ya sabe por qué…”
Había por ú ltimo, otra cosa que también me molestaba mucho, y es que no se nos llamaba nunca por el
nombre propio. Decían: “Señ orita Astelli”. Desde muy pequeñ a siempre había oído en el colegio: “Señ orita
Astelli, al pizarró n. Señ orita Astelli, haga tal o cual cosa”. Esta manera de nombrá rsenos creaba una
distancia entre el profesor y la niñ a que era yo, una distancia que, a su vez, se manifestaba en mi vida
espiritual, en mi relació n para con Dios.
Yo tenía una falsa idea de Dios. ¿Quién era él para mí? Un Dios muy atento a que yo cumpliera todo lo que
se me pedía. De otro modo, É l me quitaría la beca de estudios. Un Dios juez, que me seguía paso a paso,
con una lupa en la mano, al igual que un científico que observa una hormiga. Un Dios listo para
aplastarme tan pronto como yo diera un paso en falso. Por suerte, yo estaba en una escuela laica, y no
conocí todo ese género de culpabilidades insufladas en las escuelas cristianas a propó sito del pecado y de
la moral.
Cuando me di cuenta de la falsa idea que tenía de Dios, le pedí perdó n y lo perdoné. ¡Pareciera una herejía
decir que se perdona a Dios! Sin embargo, yo perdonó lo que había imaginado a propó sito de É l, y le pedí
que me perdonara esas falsas ideas que yo me había forjado de É l.
Viví entonces una gran reconciliació n. Desde ese momento mi vida fue una vida nueva. En efecto, muchas
de mis heridas se habían originado en esta falsa idea que yo tenía de Dios. Era ella la que me impedía -y
les impide a muchos- introducirme en la gratuidad del Reino.
¿Por qué no lograba yo creer que Dios me amaba? Porque alimentaba mucho resentimiento para con É l.
Mi casa se había desplomado a raíz de un terremoto. Mi madre había muerto. Yo había perdido
injustamente mi trabajo… Me rebelaba pues contra ese Dios que no me hacía justicia.
Podría pensarse que hablar de perdonar a Dios es una blasfemia. Pero, de hecho, en el momento en que yo
acepté perdonarlo, en ese mismo momento comencé a sanar. Y también mi idea de Dios se fue
modificando.
Yo oraba de esta manera: “Señ or, yo te perdono porque mi casa se destruyó . Señ or, yo te perdono por
haberte llevado a mi madre. Oh Dios, yo te perdono por todas las cosas trá gicas que han ocurrido en mi
vida”. Entonces pude descubrir mi pecado, mi mala manera de ver las cosas. Dejé de culpar a Dios por
todo lo que me ocurría. É l no era el responsable del derrumbe de mi casa, pues yo le había preguntado a
mi padre, tiempo antes, si no sería bueno hacer un peritaje por parte de un arquitecto, y él se había
opuesto a ello, so pretexto de que la casa estaba en buen estado. Dios no era tampoco responsable de la
muerte de mi madre, pues ella se encontraba en edad ya avanzada, y la hora de su muerte había llegado.
Só lo cuando me puse a perdonar a Dios, descubrí un sentido para mi vida. Todo quedó puesto en su lugar
propio. Abrigamos muchas veces resentimientos hacia Dios y lo responsabilizamos de muchas cosas que,
de hecho, son causadas por el pecado original y por nuestros propios pecados personales y colectivos.
LA SANACION DE LA MEMORIA Y DE LOS RECUERDOS

A.— Tú nos has hecho descubrir la importancia del perdó n en todas sus formas, ¿No sería bueno subrayar
también que el perdó n llega hasta las ú ltimas fibras de nuestro ser, especialmente hasta la memoria y los
recuerdos?
N.— ¿Por qué tenemos tanta dificultad para sanar? “¿Llegaremos alguna vez a sanar?”, se preguntan
muchas personas. Es importante saber que el camino de la sanació n interior es muy largo. No se sana de
una sola vez. Yo suelo decir en mis retiros que ninguno de nosotros puede recibir en sí todo el poder de

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sanació n del Señ or. Si él viniera y me dijera: “Nelly, yo te voy a sanar de todas tus mentiras, de todo tu
pecado, de todas tus heridas”, yo sería sin duda como un á ngel del cielo.
Bastaría con que Dios nos tocara con el dedo para que nos desplomá ramos… É l quiere sanar en nosotros
lo que está preparado para sanar. É l nos sana teniendo en cuenta nuestra personalidad, nuestra historia,
nuestra cultura. É l sabe perfectamente có mo tocar nuestras heridas.
Por consiguiente, nada de practicar la introspecció n… Es Dios quien tomará la iniciativa. Lo que a
nosotros nos corresponde es tener una vida de oració n personal, en lo posible prolongada. Me permito
insistir en este punto: cuando hablo de oració n personal, no me estoy refiriendo a una breve detenció n de
cinco minutos, o a decir, como lo hacen muchos carismá ticos mientras viajan en tren, en bus, o en auto:
“¡Te alabo, Señ or! ¡Gloria a Ti! ¡Aleluya!”. Es bueno orar así, y yo también lo hago. Pero, cuando hablo de
orar, lo que quiero decir es que nos detengamos frente a nuestro Señ or, frente a nuestro Dios. Un largo
tiempo de detenció n. Media hora o una hora, segú n el crecimiento de cada cual. Mientras má s sanada esté,
má s cerca estaré de mi Dios.
Esta oració n personal y la vida sacramental, son indispensables para nuestra sanació n interior. No
descuidemos, sobre todo, la vida sacramental: la Eucaristía, la Reconciliació n, la Unció n de los enfermos.
Su poder de sanació n es inmenso. No olvidemos tampoco la Palabra de Dios, y el acompañ amiento
espiritual.
La sanació n interior ha de ser sostenida por todos estos medios que la Iglesia pone a nuestra disposició n.
“Que no esperen recibir la gracia los que no oran”, decía una persona mística. Es una gran verdad. Porque,
una vez má s, la sanació n no se recibe como por encanto. Muchos cristianos quieren ser sanados sin
comprometerse con Jesú s. Pero es imposible sanar si no nos pegamos, literalmente, a Jesú s: só lo él podrá
sanarnos.
A medida en que uno va siguiendo a Jesú s, va entrando también en el camino de la conversió n, en una
sanació n continua. No sabemos adó nde llegaremos. Pero no tengamos miedo: estamos en manos de Dios.
Es maravilloso descubrir hoy que a través de la pedagogía del Espíritu Santo, vivimos una espiritualidad
encarnada, “con los pies en la tierra”. Somos seres humanos que vivimos en medio del mundo, con una
historia a nuestra espalda, en un país determinado y en circunstancias concretas. Tenemos que vivir en
este mundo. Y la ú nica manera como podemos hacerlo es vivir en él con Jesú s y con la libertad de los hijos
de Dios. Aunque estuviésemos en la prisió n. No es posible que un hijo de Dios pierda su libertad interior
por el hecho de que está encarcelado o porque haya sufrido las consecuencias de un terremoto o de
cualquier otro evento. Hay cristianos que nos han mostrado có mo es posible vivir una espiritualidad
encarnada, llegar a ser testigos y enseñ ar por la vía del testimonio personal. ¡Nunca se ha de aparentar lo
que se dice, sino que hay que vivirlo!
Cuando oigo las críticas que se hacen contra la sanació n interior, vuelvo a pensar en el camino recorrido
por tantas personas que a través de ella han descubierto lo que es la pobreza espiritual, la castidad y otras
virtudes que vemos en la vida de los santos. Yo sé que estamos en el buen camino. Gracias al capital
universal de alabanza, gracias al sufrimiento de todos los santos, esta nueva pedagogía se está
desarrollando hoy en la Iglesia.
Sin embargo, el Señ or nos invita a seguirlo de una manera má s y má s profunda. É l nos ha hecho descubrir
cosas increíbles dentro de esta misma perspectiva; como, por ejemplo, el poder del perdó n en la sanació n
de la memoria.
Conviene establecer una distinció n entre memoria y recuerdo. No voy a hacer aquí eruditas distinciones.
Me atendré a lo esencial. Dejemos a los especialistas el cuidado de las sutilezas. Por mi parte, tengo a Jesú s
y él me basta.
La memoria es el almacén de los recuerdos, es decir, la permanencia de mi historia. El recuerdo es como la
fotografía de un acontecimiento registrado en mi memoria. Puede tratarse de un acontecimiento feliz o de
uno desdichado. É l acontecimiento feliz queda registrado sin problemas y se convierte en parte
integrante de mi vida. Notemos que el Señ or aprovecha los buenos acontecimientos de la vida para sanar
en nosotros lo que ha sido herido.
El acontecimiento desdichado plantea problemas, porque, cuando fue registrado en mi memoria, hirió mi
afectividad. El recuerdo de esta herida, que siempre es signo de una falta de amor o de una frustració n, se
convierte en un veneno que se infiltra en nuestro ser, enfermá ndolo.
Cuando hablamos de memoria decimos, generalmente, que el cerebro es el lugar privilegiado. Pero en la
oració n de sanació n interior hemos descubierto que la memoria se inscribe en nuestro ser entero. Por eso
es tan difícil sanar ciertas heridas. Sabemos también que las ideas se forjan por la vía de los sentidos. Por
la misma razó n podemos hablar, a propó sito de la memoria, de un nivel visual, de uno auditivo, olfativo,

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gustativo y tá ctil. Debemos tener en cuenta también el nivel cenestésico, es decir, toda esa memoria que
está inscrita en la piel misma.
Este descubrimiento va má s allá de lo que podemos imaginar. Un ejemplo es el caso de los mecanismos de
defensa que se pueden constituir en cualquier edad. He aquí un testimonio personal:
«Cada vez que iba yo a una tienda, rápidamente me dirigía a la sección de las blusas para damas. Tenía la
manía de comprar blusas. Buscaba las más bellas y de todos los colores.
Yo acababa de llegar de un viaje y estaba buscando mis vestidos. Como sólo encontré seis blusas, me
encolericé con mi madre, porque había regalado todas las demás. Ella me decía que yo tenía suficientes.
Como yo no estaba aún en el camino del Señor, sufrí un espantoso acceso de ira.
Un día, estando en Europa, unos amigos me invitaron a cenar. Una amiga mía acababa de llegar de Chile.
Antes de partir, yo le dije que me esperara mientras me cambiaba la blusa. Ella, muy sorprendida, me
replicó: “Pero Nelly, ¡es la tercera vez, en pocas horas, que te cambias de blusa!” Yo le contesté que no me
parecía estar presentable. Mi amiga insistió: “Pero, si es la tercera vez que te cambias…Tu blusa está limpia”.
Esta observación me hizo pensar. Yo misma no me sentía bien.
Pese a todo, fui a cambiarme, mientras me decía para mi interior que algo en mí no andaba bien. Conté todas
las blusas y pude constatar que habla cincuenta… Salimos para la cena, pero la tarde se habla estropeado.
Me alegré de volver a mi casa para pedirle a Jesús que me mostrara lo que no andaba bien en mí. Mientras
oraba, recibí una palabra de conocimiento: “Cuello sucio”. ¿De qué se trataba?
Siempre tuve una piel grasosa. Cada vez que me ponía una blusa limpia, ésta se ensuciaba a la media hora. A
veces mi madre entregaba el lavado a una mujer. Le decía: “¡Cuidado con las blusas de Nelly, porque las
ensucia mucho!” Cuando yo pasaba junto a esta mujer en el patio donde ella estaba lavando, solía decirme
que yo era una “bola de sebo”. Esto me enojaba. Y como yo siempre tenía la última palabra en las discusiones
con mis hermanos y hermanas, Alicia, mi hermana mayor, se vengaba de mí diciéndole a mamá: “Mamá,
Nelly se duchó, pero no se lavó el cuello…”. Mi madre me regañaba: “Ven acá, vas a ir a lavarte”. Aunque yo
repitiera que me había lavado bien, ella encontraba siempre que mi cuello no estaba suficientemente limpio.
Cuando llegué a la escuela secundaria, lo primero que mi mamá le dijo a la inspectora fue que cuidara que yo
me lavara bien el cuello. A decir verdad, durante todos los años viví aterrorizada, porque constantemente me
hablaban de eso. Llegué hasta la obsesión. Más tarde, como profesora, me daba cuenta de que los estudiantes
me querían, puesto que mis cursos eran vivos y llenos de humor. Al término de las clases, ellos asaltaban mi
pupitre. Entonces yo me decía a mí misma: “Vienen a ver mi cuello…”.Y los rechazaba con un gesto de la
mano, impidiendo que se acercaran a mí.
En la oración me di cuenta de que mi memoria visual y auditiva estaba herida. Comprendí, al mismo tiempo,
que tenía que perdonar a las personas del internado, y a la mujer que lavaba la ropa en mi casa, lo mismo
que a mis hermanos y a todos los que me habían fustigado a propósito del cuello.
¿Qué fue lo que pasó entonces? Bueno, seguí comprando blusas, pero esto ya no era para mí enfermedad.
Empleé algodón y agua de colonia para desengrasar mi piel. Ahora estoy reconciliada con mi piel, con mis
hermanos, mi madre y el internado; en pocas palabras, con todo lo que me había herido a este nivel. Oré
durante tres meses acordándome de que en el internado me levantaba por la noche para lavar mi blusa, que
luego ponía bajo et colchón para plancharla…»

A.— Esta sanació n de la memoria es realmente un descubrimiento extraordinario. Atañ e a muchos


dominios de la vida y a muchos sufrimientos. Quizá s sería bueno decir, en relació n con la sanació n de los
drogadictos, que es importante orar por la sanació n de la memoria gustativa.
N.— He podido constatar por mí misma la sanació n de algunos drogadictos. Una vez que Jesú s ha cortado
las ataduras con la droga, la persona queda instantáneamente sanada. Pero es importante seguir orando
por la sanació n de la memoria gustativa y olfativa, porque es posible que haya recaídas a causa de las
heridas acumuladas al nivel del olfato y del gusto. Otro tanto sucede con los alcohó licos.
Tenemos otro ejemplo también en la violació n. Algunas mujeres no se reconciliará n jamá s con este
accidente tan destructivo de todo su ser. Pero es posible pedirle a Jesú s que venga a sanar toda la
memoria en relació n con este acontecimiento. Só lo Jesú s es capaz de reconciliar a una persona consigo
misma después de un acontecimiento semejante.
Entre todos los aspectos de la memoria sensorial, es la memoria auditiva la que con má s frecuencia suele
ser herida. ¿Quién de entre nosotros no ha escuchado reproches tales como “eres feo”, “eres falso”, “eres
mentiroso”, “eres demasiado chico”? Conocí a un sacerdote que había sufrido mucho por el sobrenombre
que le habían puesto cuando era niñ o. Un sobrenombre puede matar. Con razó n Jesú s nos dice: “No
tratará s a tu hermano de Racca”. (Cfr. Mt. 5,22). Un sobrenombre puede socavar la personalidad. Lo peor

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de todo es que la palabra hace lo que dice. Es verdad. En todo caso, estoy persuadida de que es así en lo
que respecta a los sobrenombres.
Si una madre le dice a su hijo: “¡Tú no eres má s mi hijo!”, el niñ o queda tocado en su corazó n y todo su ser
queda herido. La Biblia habla de la bendició n y maldició n del padre o de la madre (Eclo. 3).
Seamos, pues, cuidadosos de lo que decimos, porque todo queda registrado por la memoria auditiva, y
penetra en el corazó n.
Conocí el caso de una persona a quien habían maldecido antes de casarse. Todos sus hijos nacieron con
defectos. ¿Qué había ocurrido?, ¿La maldició n o la mujer? ¡Misterio).
Consideremos todo desde el á ngulo del amor, porque él es la clave del ser humano. Desear el mal es
introducirse en el reino de tas tinieblas. Nosotros, en cambio, estamos hechos para el Reino de la Luz.

A.— Nelly, tú hablas a veces de una convalecencia de la memoria. ¿Qué es lo que entiendes por eso?
N.— Es un momento muy importante de la sanació n. Ya he subrayado el hecho de que nuestro pasado se
encuentra inscrito en todo nuestro ser. Si se ha recibido, por ejemplo, una herida de orden auditivo y
visual, esa herida afecta también el psiquismo y lo espiritual. Se convierte entonces en fuente de
enfermedad, y la sanació n será larga.
Si en el curso de la oració n, el Señ or muestra una herida, su recuerdo será sanado de inmediato. Pero este
recuerdo se encuentra inscrito en la memoria y es portador de un sufrimiento má s o menos fuerte. Es esta
carga afectiva la que hace sufrir, provoca una reacció n.
Cuando uno ha tenido una enfermedad física, por ejemplo, tifus, no se puede comer inmediatamente todo
lo que uno quisiera, sino que habrá que seguir un régimen, es decir, pasar por un período de
convalecencia.
De la misma manera, cuando el Señ or opera una sanació n, cuando sana el recuerdo de un acontecimiento
que ha herido toda nuestra historia, se requiere tiempo para que logremos reconciliarnos en todos los
niveles de nuestra personalidad.
La duració n de esta convalecencia dependerá de nuestra fidelidad a la oració n personal y a la vida
sacramental. Porque cuando uno ha sido herido, lo má s grave es que la herida ha engendrado un mal
comportamiento para con nosotros mismos, para con los demá s y para con Dios.
Por eso es importante que los comportamientos desviados también sean sanados. Esto no se hace de un
día para otro. Supongamos, por ejemplo, que he sido herida por una escena de violencia verbal entre mis
padres. He sido traumatizada a nivel de la vista y del oído. Muchos de nuestros comportamientos, como la
envidia, la có lera, el odio o los resentimientos, provienen de hechos vividos durante nuestra infancia.
Estoy pensando en una mujer por la que yo oraba. Ella había perdido a su madre siendo niñ a pequeñ a. Su
padre se había vuelto a casar, y su madrastra la hacía sufrir mucho, infligiéndole verdaderas torturas y
diciéndole, por ejemplo: “Si le dices a tu padre que te he pegado, pondré pedacitos de vidrio en su sopa y
él morirá ”. Esta mujer se había tornado ansiosa hasta el ú ltimo grado, pero ignoraba la fuente de su
ansiedad. En el fondo de su ser esperaba de continuo la muerte de su padre como con secuencia de las
amenazas de su madrastra. Un niñ o cree todo lo que se le dice. No era cierto, por supuesto, que la
madrastra tuviera la intenció n de matar a su marido, pero la niñ a pequeñ a lo creía.
Cuando este recuerdo apareció en la oració n, todo lo que ella había sufrido en su memoria visual se hizo
presente. Volvió a ver los platos que le servían a su padre mientras ella creía que había vidrio molido en
esos alimentos. Le aconsejé que orara fielmente, por meses, si fuera necesario. Ella seguía desconfiando
de todo el mundo, y en especial de la comida que le servían. A medida que iba entrando en la oració n, fue
siendo sanada, porque el Señ or puso en su corazó n el perdó n hacia su madrastra, y vino a tocar todos
aquellos momentos en que ella había imaginado a su padre en peligro. De esta manera vivió una auténtica
convalecencia de la memoria.
Muchas personas creen que el Señ or borra simplemente los malos recuerdos acumulados en la memoria.
No es así. É l viene a reconciliarnos con algú n acontecimiento. Y es como si permitiera un nuevo registro
de ese recuerdo, a fin de reconciliarnos con nuestra propia historia. É l no puede cambiarla, ni borrar un
suceso desgraciado. Si lo hiciera, ya no tendríamos historia personal.

A.— ¿Qué entiendes tú exactamente con eso de un “nuevo registro”?


N.— Cuando hablo de nuevo registro, lo que quiero decir es que yo vuelvo a registrar un recuerdo del
pasado en el momento presente, es decir, a la edad que tengo actualmente, y ya no a la edad que tenía
cuando hice aquel primer registro del acontecimiento doloroso.

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Como en el caso de la niñ ita de que hemos hablado, la cual tenía siete añ os cuando su madrastra la
amenazaba. Cuando se hizo oració n por ella, ya había llegado a la edad adulta y era capaz de comprender
las amenazas de antañ o y echar sobre ellas una mirada nueva: la mirada del amor y del perdó n. Podía
asimismo comprender que si ella era amada por Dios, Dios también amaba a la persona que le hizo dañ o y
la amaba tal como era.
De este modo, el recuerdo no es ya fuente de sufrimiento. Un acontecimiento toma su lugar en el conjunto
de nuestra historia. É l Señ or viene siempre a tocar la herida que puede ser sanada y el sufrimiento
desaparece.
A.— Et Señ or viene a tocar tas heridas que pueden ser sanadas, dices tú . No es necesario pasarse el
tiempo buscando las heridas recibidas en el pasado. La sanacló n Interiores todo to contrario de una
Introspecció n.
N.- Exactamente. Y es importante decirlo. É l camino del Señ or es enteramente diferente de lo que puede
ser un procedimiento psicoló gico. No se trata de hacer introspecció n, sino de vivir en la unidad de todo el
ser: cuerpo, alma y espíritu.
Repito una vez má s que Dios nos sana por medio de signos. La sanació n interior no tiene nada que ver con
psicoterapia. A medida que alguien ora y permanece fiel a la vida sacramental y al acompañ amiento
espiritual, se va dando cuenta muy prontode que está bloqueado frente a una situació n. Basta entonces
con orar, todo lo que sea necesario, para que el Señ or nos muestre la fuente y el origen de este bloqueo.
Dejados a nosotros mismos, nada podemos hacer. En cada una de nuestras historias personales
encontraremos heridas. Nadie puede decir que no ha sido herido.
Pero estas heridas no deben inquietarnos, porque la luz de Jesú s viene a revelar las heridas que está n
preparadas para ser sanadas. Jesú s nos conoce bien. Conoce nuestra personalidad, la manera como se ha
desarrollado nuestra historia. É l estaba junto a nosotros. É l vivía en nosotros. É l conoce todo. Sabeque
desde nuestra niñ ez hemos escondido muchas cosas “bajo la alfombra”. Las hemos reprimido y hemos
desarrollado ciertos mecanis mos de defensa. Nos hemos puesto má scaras, y hemos tenidc que llevarlas
por añ os para satisfacer las exigencias de la sociedad, de nuestra familia, de la escuela o del trabajo.
Yo no he hecho nunca un tratamiento de tipo psicoló gico;y esto mismo m e ha ayudado a comprender qué
es lo que el Señ or quiere. É l no quiere que yo h aga introspecció n, que me ponga en busca de los
traumatismos que haya podido sufrir, Todo eso no servirla sino para mirarme a mí misma. En cambio, lo
que el Señ or me pide es que lo mire a El. Y que, mirá ndolo, vea a los otros.
SÍ me vuelvo sobre mí misma con exceso, me hago egocéntrica y egoísta. É l caminodel Señ or es claro: Eí
desea para mí la libertad de los hijos de Dios. Y para liberarme viene a sanar mis heridas a su manera, por
medio de signos, segú n mi propia personalidad. É l se las arregla siempre para hacerme comprender que
viene a sanar talo cual cosa ocurrida en un momento determinado de mi historia Estos signos del Señ or
son mú ltiples. Hay, por ejemplo, los carismas, como el carísma de la palabra de conocimiento. Esta
palabra puede ser escuchada por uno mismo o ser dicha por otra persona.
Me viene a la mente la palabra “conejo”. ¿Qué puede significar eso? él conejo es un animal tímido y
miedoso. ¿Tengo yo una naturaleza medrosa? ¿Cuá ndo se desarrolló esa naturaleza? Puede que la
autoridad paterna tenga algo que ver con ello. Por medio de una palabra tan trivial como ésta, el Señ or
puede desarrollar toda una sanació n. Puede usarla como anzuelo para unareconciliació n afondo con mi
padre.
El signo de Dios puede ser también un sueñ o profético. A mi suele venirme hacia las tres de la mañ ana.
Cuando despierto, este sueñ o es tan claro en mi espíritu que me resulta imposible olvidarlo. E incluso si
llegara a olvidarlo, el Señ or puede repetírmelo hasta que yo me preocupe de su significació n.
Recuerdo aquel sueno que tuve durante seis meses, hasta que me di cuenta de que Dios quería decirme
algo a través de él. Soñ a- baque venían hacia mí, sobre una especie de correas mecá nicas, gran cantidad
de zapatos negros. Yo los veía claramente, pero no me hacía ninguna pregunta acerca de ellos. Después de
seis meses de soñ ar lo mismo empecé a preguntarme por su significado, y le pedí a Dios que me revelara
lo que quería decir este sueñ o prof ó tico.
Entonces percibí en mi espíritu la palabra “chancletas”. Cuando mi abuela se refería a las niñ as, le
preguntaba a mi madre: “¿Dó nde está n tus chancletas?” En Chile, una familia numerosa con muchos hijos
hombres es algo maravilloso. Pero, cuando son puramente hijas.. .A un papá joven se le pregunta: “¿Qué
tuvo tu mujer, un niñ oo una chancleta?” Mi abuela le decía a mi madre: “Si tienes un niñ o hombre,
llá mame porteléfono para ir a verlo; pero si es una chancleta, no pierdas el tiempo…” Esta palabra
“chancleta” me había herido, y había herido también a mis hermanas. Nuestra familia estaba compuesta

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por dos “reyes” y siete hermanas. A través de este sueñ o profético, todas fuimos sanadas en nuestra
memoria auditiva.
Una pregunta indiscreta puede también ser un signo del Señ or.
Recuerdo muy bien el caso de una mujer que tenía cinco hijas, pero ningú n hijo varó n. A todo el mundo
ella le decía que era muy feliz. La cosa cambió cuando llegó a la Renovació n. En cierta ocasió n yo le dije
que perdonara a Dios por no haberle dado ningú n hijo hombre. “Oh, Nelly, no hay problema”, me
respondió . “¿Tú crees?”, le dije”. Es bueno estar en la luz delante del Señ or”.
Un día ella participaba en un té canasta cuando una persona, de pronto, le lanza a quemarropa: “¡Qué
lá stima que no tengas má s que hijas!” Ella sintió entonces rugir la rebeldía en su interior, y confesó que
estaba apenada de no tener un hijo varó n.
También una broma pesada puede ser un signo de Dios.
Pero el medio má s poderosoque el Señ or emplea es, sin duda, su Palabra. ¡Si los cristianos pudiesen
conocer el poder de sana- ció n de la Palabra! La Palabra de Dios es fecunda y viva. La gran debilidad de bs
cató licos consiste en creer que la Palabra sana el espíritu y la inteligencia, pero no el ser entero del
hombre. Cuando empezamos a usar la Palabra de Dios como instrumento de sana- ció n, presenciamos
maravillas. Es lo que dice la Epístola a los Hebreos: “Ciertamente es viva la Palabra de Oios y eficaz, y má s
cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las
Junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazó n. No hay para ella criatura
invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta” (Heb 4.12-13)
Yo constato el poder de la Palabra en los retiros ignacianos, donde los ejercitantes só lo reciben cada día
algunos textos de la Escritura. É l Señ or viene, a través de un texto aparentemente conocido, a tocar algú n
recuerdo que ha sido causa de enfermedad, de rebeldía o de alguna gran herida que ha malogrado quizá s
una buena parte de nuestra vida.
¿Có mo puede sanar la Palabra de Dios?
Tomemos como ejemplo los capítulos 1 y 2 del Evangelio de san Lucas, llamados también los Evangelios
de la Infancia. Esta Palabra de la Escritura puede muy bien sanar a una persona que “todavía no ha
nacido”, es decir, que de cierta manera no ha roto aú n el cordó n umbilical que la ataba a su madre, o que
está demasiado ligada a su padre.
El Señ or utiliza los medios má s increíbles para venir a nosotros y sanar lo que ya está preparado para ser
sanado.
Tenemos que estar, pues, muy atentos al modo como él nos habla en la oració n de sanació n interior. En
efecto, si no respetamos cuidadosamente la personalidad de los otros y la voluntad de Dios, podemos
causar mucho dañ o. Esto tiene especial importancia cuando la persona está muy herida, porque ella no
aceptará fá cilmente empezar un camino de sanació n. Tomemos el caso de dos gemelos o mellizos. Ellos
está n siempre a la bú squeda de su identidad. Podría citar el caso de tres o cuatro de estas personas que
fueron radicalmente sanadas de este problema durante una oració n de sanació n.
La gente suele buscar en la oració n de sanació n interior una especie de terapia psicoló gica. Ycuando se
dan cuenta de que se trata de un camino de conversió n espiritual y de responsabilidad personal ante el
Dios vivo, tienden a echarse para atrá s.
A.— De lo que se trata en definitiva, es de llegara ser adultos.
N.— Por supuesto. Adultos y responsables. En efecto, cuando alguien se convierte en cristiano
responsable, por el hecho mismo se compromete con la Iglesia y con su pró jimo. Descubre su misió n en el
interior del Cuerpo de Cristo; la misió n que tienen los ojos, las manos, las piernas, como dice san Pablo. Si
nos hacemos cristianos adultos, podremos cumplir nuestra misió n en el Cuerpo de Cristo y participar en
la sanació n de este Cuerpo entero.
Lasanació n interior interesa a toda la Iglesia. Desde el momento en que uno se vuelve cristiano
responsable, se hace también capaz de “re-sponder”, es decir, de aportar su propia respuesta al Cuerpo de
Cristo y de recibirla de los demá s. Se convierte en una piedra viva en la construcció n de este Reino de
gratuidad del cual nad ie está excluido. Todos estamos comprometidos en esta tarea.
A.— ¿Quieres decirnos ahora una palabra acerca de los mecanismos de defensa?
N.— Desde nuestra estada en el seno materno, ya comenzamos a crear mecanismos de defensa.
Somos verdaderamente muy astutos. Una criaturrtade cuatro o cinco añ os, que es golpeada en la escuela
por un compañ ero va a elaborar un sistema de defensa. ¿Có mo hemos aprendido a conocer el mundo? A
través de las ventanas abiertas sobre el mundo que son nuestro padre y nuestra madre. Está también la
educació n, la cultura, la escuela. Mi madre me puso en el mundo en un cierto medio. Todo exige que yo

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reaccione de una determinada manera, que me conforme a las normas y exigencias del medio. Y yo ignoro
ademá s el modo de armonizar entre sf estas diversas exigencias. En mi casa se quiere de mi tal cosa; en la
escuela, tal otra. La sociedad impone exigencias que me obligan a desplegar un modo de defenderme.
Los mecanismos de defensa son numerosos. Recuerdo con buen humor que yo tenía siempre un pañ uelo
en la cintura y otro en la manga. Cuando me invitaban a la mesa, y tenía necesidad de sonarme, echaba
mano de todos mis pañ uelos. Tenía una impresionante provisió n: pañ uelos con flores, pañ uelos bien
bordados, pañ uelos con una “N” en la esquina. Un día el P. Carlos Aldu- nate me pidió que lo acompañ ara a
una reunió n. En el momento de dar la enseñ anza, abro la cartera para sacar un lá piz y ¿qué es loque
encuentro? ¡Una enorme cantidad de pañ uelos! Comprendí que no era normal que una mujer llevara tal
reserva de pañ uelos. Después de la enseñ anza, volví a mi habitació n y me puse a orar, diciéndole a Jesú s
que no era posible que yo tuvieradiez pañ uelos en mi cartera. Y tenía ademá s otros treinta y cinco en mi
male- ta… Era verano. Bien podía lavar mis pañ uelos. ¿Porqué había llevado tantos?
La sanació n interior interesa a toda ta Iglesia. Desde el momento en que uno se vuelve cristiano
responsable, se hace también capaz de “re-sponder”, es decir, de aportar su propia respuesta al Cuerpo de
Cristo y de recibirla de los demá s. Se oonvíerte en una piedra viva en la oonstruoció n de este Reino de
gratuidad del cual nadie está excluido. Todos estamos comprometidos en estatarea.
A.— ¿Quieres decirnos ahora una palabra acerca de los mecanismos de defensa?
N.— Desde nuestra estada en el seno materno, ya comenzamos a crear mecanismos de defensa.
Somos verdaderamente muy astutos. Una criaturita de cuatro o cinco añ os, que es golpeada en la escuela
por un compañ ero va a elaborar un sistema de defensa. ¿Có mo hemos aprendido a conocer el mundo?
Através de las ventanas abiertas sobre el mundo que son nuestro padre y nuestra madre. Está también la
educació n, ta cultura, la escuela. Mi madre me puso en el mundo en un cierto medio. Todo exige que yo
reaccione de una determinada manera, que me conforme a las normas y exigencias del medio. Y yo ignoro
ademá s el modo de armonizar entre sf estas diversas exigencias. Eri mí casa se quiere de mí tal cosa; en la
escuela, tal otra. La sociedad impone exigencias que me obligan a desplegar un modo de defenderme.
Los mecanismos de defensa son numerosos. Recuerdo con buen humor que yo tenía siempre un pañ uelo
en la cintura y otro en la manga. Cuando me invitaban a la mesa, y tenía necesidad de sonarme, echaba
mano de todos mis pañ uelos. Tenía una impresionante provisió n: pañ uelos con flores, pañ uelos bien
bordados, pañ uelos con una “N” en la esquina. Un día el P. Carlos Aldu- nate me pidió que lo acompañ ara a
una reunió n. En el momento de dar la enseñ anza, abro la cartera para sacar un lá piz y ¿qué es lo que
encuentro? ¡Una enorme cantidad de pañ uelos! Comprend í que no era normal que una mujer llevara tal
reserva de pañ uelos. Después de la enseñ anza, volví a mi habitació n y me puse a orar, diciéndole a Jesú s
que no era posible que yo tuvieradiez pañ uelos en mi cartera. Y tenía ademá s otros treinta y cinco en mi
maleta…Era verano. Bien podía lavar mis pañ uelos. ¿Porqué había llevado tantos?
Después de una larga oració n, Jesú s me mostró la raíz de esta obsesió n, dá ndome una palabra de
conocimiento: “Cordero mo- quillento”. Yo estaba muda de asombro. ¿Qué podría significar esta palabra?
En mi casa se criaban corderos. En unafamilia numerosacomo la mía, los hermanos se hieren
recíprocamente. Supongo que yo no me sonaba cuando era necesario y que, cuando estábamos peleando,
mis hermanos me lanzaban por la cara la expresió n “Cordero moquillento” Otras veces me decían: “Anda
a ver los corderos… And a a sonar a tus amigos ios corderos”.
Oré durante seis meses por esta herida. Hoy estoy sanada de ella. Y hasta suele ocurrirme que me olvido
de llevar pañ uelos. Y ni falta que me hacen…
Ese es uno de los mecanismos de defensa: la obsesió n.
Pienso en otro mecanismo de defensa: la insensibilidad. Suele presentarse con frecuencia. Por ejemplo, en
los países pobres hay a veces niñ os que viven en el frío sin sentirlo. ¿Có mo llegan ellos a adquirir esta
insensibilidad?
Cuando un niñ o llora porque tiene hambre, si sus padres, tal vez egoístas o nerviosos, le pegan porque el
niñ o llora, este niñ o se formará una especie de insensibilidad frente al hambre. Porque tener hambre
significa para él que le peguen.
Otro mecanismo de defensa consiste en rehuir una situació n dada. Cuando se huye así. se ignora, sin duda,
la razó n por la que se lo hace.
Pienso en aquella mujer de cuarenta y cinco añ os que era institutriz en una guardería infantil. La elecció n
de esta profesió n había sido para ella una manera inconsciente de huir. Ella formaba siempre un bando
aparte, y asi había creado su propio grupo de oració n y había rechazado en conjunto la Renovació n, so
pretexto de que allí no se escuchaba su testimonio. Siempre hacía lo con

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trario de lo que hacían los demá s. Y por otra parte, su fuerte personalidad imponía respeto a los demá s.
Un d ía, d u rante el curso de un retiro hubo una palabra de conocimiento, en la que ei Señ or decía que
acababa de sanar a una persona gravemente herida a la edad de cuatro añ os, cuando se la había obligado
a inclinarse sobre un ataú d abierto en el queya- cia un muerto. Al escuchar esta pal abra, lapersonade
laque estoy hablando se puso a llorar de un modo terrible. Me acerqué a ella y comencé a orar por ella. Al
mismo tiempo, le aconsejaba que le pidiese a Jesú s que fuese a ese preciso momento en que ella había
vivido esta situació n dramá tica.
¿Qué es lo que había pasado?. A la muerte de su madre, cuando ella tenía cuatro añ os, su tío materno la
había tomado en los brazos y la había llevado ante los despojos de su mamá, que yacía en el ataú d,
pidiéndole que la abrazara. Desde ese mismo momento ella cortó toda relació n con su tío. Había ademá s
un problema de perdó n a Dios, que la habíaprivado de su madre a una edad tan tierna. Tenía también que
perdonara su tío, aquien no le había dirigido má s fa palabra desde hacía 25 añ os. É l Señ or le reveló que
ella había desarrollado un mecanismo de fuga. Hoy día, ella está sana.
Hay otro mecanismo todavía: la sublimació n. Un ejemplo podrá aclararlo: el caso de una persona que no
quiere reconocer que sus padres tienen defectos. ¿Cuá ntas personas se han refugiado en la vida religiosa
para escapar a la autoridad paterna o materna? Un a vez que estas personas se encuentran viviendo en el
convento, piensan que sus padres tenían todas las cualidades…Esa es una situació n de falsedad, que lleva
consigo, a veces, consecuencias muy desagradables.
>1.— Nelly, tú hablas a menudo, a propó sito de la sanacló n Interior, de una “desestabilizacíó n¿Podrías
precisar lo que quieres decir?
N.- Es difícil aceptar, vivir esta desestabilizació n, es decir, el paso del “hombre viejo” al “hombre nuevo”.
Conozco muy bien al “hombre viejo” en mi; pero no puedo aceptar al ser nuevo que Jesú s quiere crear.
Para nacer del Espíritu, hay que abandonar todas las antiguas má scaras, todas las caparazones, y revestir
al hombre nuevo. Esto es difícil. Las antiguas costumbres le calan bien al hombre viejo. Conocía bien sus
refugios. Por eso, busca aú n ocultarse y rehuir. Quiere quedarse como estaba. Ahora bien, la vida
espiritual es un combate. Uno no puede quedarse como estaba, con las mismas faltas y pecados.
Frente a ciertas personas que piden que se ore por su sanació n interior, nos damos cuenta de que ellas a
veces carecen del sentido del pecado. Su manera de obrar es mezquina. Saben que pecan, pero creen que
les bastará confesarse y todo quedará en orden.
En realidad, es necesario poner término atodas nuestras malas conductas. No es posible recibir la vida de
Dios, todo su amor y toda su ternura si no abandonamos ciertas actitudes y maneras de actuar a las que
estamos m uy apegados. Por ejemplo, si tenemos la costumbre de juzgar a todo el mundo, no podremos
recibir el amor crlstico que Jesú s nos quiere dar.
Abandonar todas estas actitudes malas del hombre viejo supone una desestabilizació n, ya que uno no
conoce la nueva personalidad que va a recibir. Hay también las tentaciones y las caídas. Pero si
caminamos de la mano de Jesú s, una calda no será má s que un accidente en nuestra vida espiritual.
Nuestras debilidades irá n disminuyendo.
— Hasta ahora no nos has hablado del pecado…
N.— Se lo toca con el dedo en la oració n de sanació n interior. Descubrir la propia naturaleza pecadora,
descubrirse incapaz de todo bien, comprenderse nada ante Dios. Pecamos con nuestros ojos, con nuestros
oídos, con nuestro ser entero. Jesú s debe to
mar nos de la mano para sanarnos y restaurarnos. Si llegamos a ser algo, es ú nicamente por la gracia de
Jesú s.
Pero el pecado no es lo que la gente piensa habitualmente. Nuestro gran pecado consiste en rehusar el
amor de Dios. Apenas uno se da cuenta de que es amado por Dios, empieza también a tomar poco a poco
conciencia de que hay cosas que no se han de hacer ya má s.
A veces, en el curso de la oració n de sanació n interior, uno descubre una falta precisa, cometida en el
pasado.
Lo que se había considerado como normal, es visto de pronto como un pecado que fue cometido en ese
momento. En este caso, es importante co nfesar esa falta, a fin de reconciliarse con el Señ or en este punto
preciso.
LA ORACION DE PAZ, LA ORACION PUNTUAL Y LA ORACION CRONOLOGICA
A — ¿Podrías explicarnos la diferencia que hay entre una oració n de paz, una oració n puntual y una
oració n cronoló gica en la sanacló n Interior?

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N.— Cuando alguien llega a un grupo de oració n y pide que se ore por él, yo discierno rá pidamente entre
tres maneras de orar por esa persona.
La má s simple y la má s fá cil es la oració n de paz. Esta todos la podemos hacer. ¿En qué consiste?
Un día vino una mujer a nuestro grupo de oració n. La capilla estaba abierta y todos nos encontrá bamos
juntos orando. La mujer se quedó al fondo de la capilla. Yo había comenzado a hacer una enseñ anza sobre
el amor de Dios. De repente, esta persona me enrostró que hablara del amor de Dios cuando había tantas
desgracias sobre la tierra: tortura, prisió n, trá fico de armas…¿Có - mo nos atrevíamos a hablar del amor de
Dios sabiendo que hay tanto sufrimiento en el mundo?
Me dije a mí misma que de nada serviría dirigirle la palabra. Simplemente le propuse orar por ella, si
quería venir adelante y
sentarse.
Hice entonces una oració n de paz, má s o menos en los siguientes términos: “Señ or, pongo ante ti a esta
hermana. Tú la conoces bien, Tú conoces su historia. Te ruego que colmes su corazó n, su espíritu y todo
su sercon tu amor y tu ternura”. Oramos en lenguas durante un cuarto de hora. La mujer lloraba.
Una gracia de conversió n le fue dada a través de esta oració n de paz, y ella ha seguido participando en la
oració n del grupo.
La oració n de paz es suma mente simple. Basta con que le pidamos a Jesú sque le dé su paz a la persona
por la que estamos orando. Habría muchas má s conversiones si tuviéramos la audacia de dar lo que en
nuestra pobreza tenemos.
La oració n puntual es otra cosa. Yo a veces oro de esta manera por personas que no pertenecen a la
Renovació n. También esta oració n es fuente de conversió n. Le pido a la persona que evoque lo que ella ha
vivido, y en particular los acontecimientos que la hirieron. En seguida oro por cada uno de los hechos que
se me han confiado. La oració n puntual es, pues, una oració n por ciertos hechos dolorosos que han
marcado una existencia.
La oració n cronoló gica es una oració n má s amplia, que no todo el mundo está preparado para hacer. Para
comprenderla bien y para vivirla de un modo responsable, es conveniente pertenecer a la Renovació n
desde algunos añ os, tener una vida de oració n personal y una vida sacramental regular.
¿De qué se traía? La oració n cronoló gica retoma toda la historia de una persona desde el momento de su
concepció n hasta la edad que tiene cuando se está orando. Sabemos que el Señ or toca todos los
acontecimientos que pueden ser sanados en el momento en que oramos. É l Señ or va a tocar, pues, ciertos
recuerdos.
Esta oració n se hace partiendo del momento de la concepció n. Oramos por cada uno de los meses que el
niñ o pasó en el seno materno. En seguida retomamos cada uno de los añ os de su vida, en general, por
períodos de cinco añ os.
Es importante saber que la época del embarazo y los diez primeros añ os de la vida son los que marcan
má s nuestra evolució n personal. Mientras oramos, estamos abiertos a acoger los caris- mas que el Señ or
quiera darnos. De esta manera el Señ or nos revela ciertos acontecimientos conocidos por la persona -pero
que ella no tiene el coraje de evocar- y otros que le son desconocidos.
De esta manera él aclara situaciones que constituyen la raíz de una herida o de un comportamiento
desviado.
Conviene hacer esta oració n cronoló gica sin prisa, al ritmo propio de las distintas personas. A veces será
necesario orar durante un añ o entero, porque la sanació n ha sido recibida con tal fuerza, que se requiere
tiempo para asimilar las gracias recibidas. De todos modos hay que darse tiempo y recordar siempre a la
persona la necesidad de oració n personal y vida sacramental, hasta el encuentro siguiente.
Esta oració n ofrece muchas posibilidades. Y es bueno saber que se trata de un proceso que no terminará
jamá s. La ú nica manera de ir sanando má s y má s es hacerse responsable, abrirse a los signos que el Señ or
nos da para sanar, como él lo quiere, a lo largo de nuestra historia personal, que es extraordinariamente
rica en acontecimientos.
Me llama mucho la atenció n que en mi propio “caso personal”, después de varios añ os de ministerio de
sanació n, el Señ or sigue tocando, en las sesiones de oració n y en los retiros que doy, hechos dolorosos de
mi vida que yo había olvidado o reprimido, y que me hicieron sufrir.
Conviene recordar que esta oració n provoca una gran desestabilizació n. É l Señ or a veces opera cortes
dolorosos. No siempre estamos dispuestos a abandonar nuestros mecanismos de defensa. No nos gusta
quedar desnudos e indefensos ante los otros y ante la vida. No sabemos có mo actuar en tal o cual
situació n.

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Si somosf ieles, el Señ or nos pondrá pronto nuevamentede pie: él nos hará libres. No tengamos miedo. No
perderemos nada. Todo lo recibimos de Dios. La vida se vuelve enteramente diferente.
A.— Dinos, por favor una palabra acerca de la ora- cló n por la vida Intrauterina.
N.— Esta oració n es la parte má s hermosa de mi ministerio. En ella puedo constatar muchas sanaciones.
Es necesario que sepamos que hemos sido heridos ya desde nuestra concepció n. Aunque parezca
increíble, desde que está bamos en el vientre materno gozá bamos de libertad. No se trata, por supuesto, de
la libertad psicoló gica, que es la capacidad de escoger entre A y B, entre blanco y negro. Esta libertad es
solamente una parte de nuestro ser.
La libertad de la que estoy hablando y que he llegado a descubrir, (y algunos sicoló gos y psiquiatras se
opondrá n ciertamente a esto), es la libertad crístlca, que está inscrita en todo nuestro ser y que de alguna
manera envuelve nuestra libertad psicoló gica en el momento en que empezamos a actuar.
¿En qué consiste esta libertad crística?
Es la que nos ganó Jesucristo por su muerte y su resurrecció n. Remito aquí al texto de Deuteronomio 30,
versículo 15 y s.: “Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los
mandamientos de Yahvéh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahvéh tu Dios, si sigues sus caminos
y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirá s y te multiplicará s…” (Cfr. Deut 30, 19; Ecl 15,
16-17).
Para ser libres, nos liberó Cristo (Gá l 5,1). Porque el Señ or es el Espíritu y donde está el Espíritu del Señ or
alli está la libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como un espejo la gloria
del Señ or, nos vamostransformando en esa misma imagen cada vez má s gloriosa (2 Cor 3,18-19) (Cfr Jn
8.32-36; Rm 8, 21).
El valor de esta libertad crística consiste en hacernos capaces de escoger lá vida. En toda situació n
podemos hacer una opció n de vida o de muerte.
¿Pero qué es lo que sucede en el seno materno? Basta, a veces, un accidente -incluso un accidente trivial-
para hacernos escoger la muerte.
Supongamos que una mujer que espera un hijo se encuentra sola en su casa. Repentinamente entra un
individuo y la amenaza de apuñ alarla. La mujerse desmayay el hombre huye. Sin embargo el niñ o que ella
trae en su seno habrá acumulado todo el temor que provocó el desmayo de su madre. Este niñ o quedará
marcado para siempre por este acontecimiento. A causa de este shock, el niñ o va a escoger la muerte ya
desde el seno materno. Y junto con la muerte, la angustia y el temor.
En América Latina suele ocurrir que los padres deseen vehemente que el bebé que va a nacer sea un
varó n. En nuestra casa, como ya lo he contado, éramos siete mujeres y dos varones. Nace una primera
hija, luego una segunda, una tercera…Esa era yo. Mi abuela era realmente hiriente con mi madre, que
entonces era muy joven. Ella le mandaba a mi padre que tuviese un niñ o hombre, pero este hombrecito no
llegaba. En la oració n de sanació n sentf que se había esperado que yo fuese muchacho y no una niñ a. Mi
madre vivió todo su embarazo con temor. Durante la oració n, una pregunta asediaba mi espíritu: “¿Será
un varó n o será una niñ a?” Finalmente fui yo la que llegó . Yo rehusaba nacer, porque era niñ a. Yo había
hecho una opció n de muerte por las cir- cunstanciasque acabo dedescribir. Rehusaba aceptar la vidaque
me habla sido dada. Constantemente peleaba con todo el mundo, en ninguna parte me sentía bien. Me
sentía rechazada.
De este modo es posible descubrir heridas acumuladas en el seno materno. Es maravilloso ver hasta qué
punto, cuando oramos por un pequeñ o ser en el seno de su madre, siguiendo su desarrollo mes tras mes,
el Señ or nos hace descubrir heridas increíbles.
De esta oració n derivan a veces verdaderas san aciones físicas. Hasta hace pocotiempo yo tenía un hígado
sumamente débil. Un día estaba enferma y los exá menes médicos no habían re
velado nada especial. Como yo estaba trabajando en la formació n de equipos de sanació n interior, decidí
pedirle a mis hermanos que oraran por mí y por mi hígado enfermo.
Una hermana recibió una luz merced a la cual pudo comprender que en el momento de la formació n del
hígado en el seno materno (hacia el segundo o tercer mes), mi madre había tenido ictericia. La solució n
consistía, sin duda, en pedirle al Señ or que se hiciera presente en ese preciso momento en que mi hígado
se estaba formando y que sanara los dañ os recibidos por causa de la ictericia de mi madre. Resultado: los
médicos descubrieron que yo tenía ahora un hígado perfecto…Sané rá pidamente.
El niñ o siente, pues, ya en el seno materno, toda clase de perturbaciones, sufrimientos y accidentes, que él
mismo vive oque vive a través de su madre.

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Imaginemos lo que debe sentir, por ejemplo, un niñ o cuya madre está forzada a guardar cama para no
perderlo. O lo que ocurre cuando la madre es vfctímade un accidente en lacarretera, durante su embarazo.
O cuando la madre sufre la pérdida de un ser querido. La pequeñ a criatura que ella lleva en si quedará
marcada por la muerte o por el temor de morir.
No olvidemos que el corazó n de la madre tiene una fundamental importancia en el desarrolb del niñ o. É l
escucha el pulsar del corazó n, que es signo de la presencia materna durante todo su desarrollo fetal.
Recordemos, en fin, la importancia de los sentimientos experimentados personalmente o por intermedio
de la madre, de los shocks afectivos, los sentimientos de ausencia…Hay personas que no toman conciencia
de su embarazo má s que al cuarto o quinto mes. É l niñ o que no se siente esperado desarrolla
sentimientos negativos.
Es increíble hasta qué punto la oració n sobre la vida intrauterina es rica y fundamental.
Conviene, por ú ltimo, subrayar la importancia del momento del nacimiento. Los médicos deberían
encontrar a toda costa, los medios adecuados para que el parto sea lo menos traumatizante posible para
ia criatura naciente. ¿Qué decir del espanto causado por ese primer contacto con el frío del mundo?
A veces el nacimiento del niñ o pone en peligro ta vida de la madre. Desde el momento del parto se separa
al niñ o para velar por su madre. Esto lleva consigo el peligro de una influencia negativa: “Ustedes no me
quieren, ustedes me dejan de lado; pues bien, yo lo haré todo por mi mismo… “Y ese ser va evolucionando
de tal manera que llegará a ser un depresivo cuando sea adulto. Porque nadie puede vivir por sus propias
fuerzas.
El empleo de fó rceps causa también muchas perturbaciones. Se irrumpe en el domicilio del niñ o. Se lo
toma por la cabeza. ¡Es una agresió n!
Cuando el recién nacido no está suficientemente desarrollado, es colocado en una incubadora. É l niñ o
puede sufrir una heridade abandono. Y luego, nueva herida si no es alimentado al pecho…
En pocas palabras, podemos ser heridos por todos lados. Incluso si nuestra madre ha hecho todo lo
posible por acogernos.
El Señ or, en su bondad, acude a aclarar nuestra vida intrauterina y a mostrarnos la raíz de las heridas que
hemos recibido en lo má s profundo de nuestro ser. É l quiere sanar así nuestras enfermedades y nuestros
comportamientos torcidos, para nuestro bien y para su mayor gloria.
RELACION ENTRE SANACION INTERIOR, PSICOLOGIA, SANACION FISICA Y CRECIMIENTO
ESPIRITUAL
A.— Pasemos a otro capítulo, si quieres. Me gustarla, por lo pronto, que hicieses un paralelo entre sana-
cló n interior y psicología.
N.— Muchas personas se someten a psicoterapias o a otros tratamientos de tipo psicoló gico. Está n
dispuestas a pagar muy caro para poder seguir estos métodos de sanació n que tanto abundan hoy en día.
Después de haber ensayado todos estos procedimientos en vistas de una mayor armonía, estas personas
suelen conservar muchas de sus heridas. La ú nica persona que puede traersanació n es Jesucristo. El, y
nadie má s. Yo no menosprecio la psicología, pero el ministerio que ejerzo es un ministerio espiritual.
Todas las personas que se someten a procedimientos terapéuticos, abordan la sanació n interior a nivel
psicoló gico. Para ellos el camino de la sanació n es un nuevo camino psicoló gico.
La gran diferencia entre esos procedimientos terapéuticos y la oració n de sanació n interior es que aquí se
trata de encontrar a Jesú s, a Jesú s vivo, al Jesú s que sana, a un Jesú s que me convierte má s y má s a Dios.
Figú rese que él es capaz de llegar en muy poco tiempo a un resultado que los psicó logos y los psiquiatras
só lo obtienen después de diez añ os o má s. En oració n de sanació n él se sirve de los carismas.
Tocando el espíritu, Jesú s toca también el cuerpo y el alma. Por eso, a mí no me sorprende, por ejemplo,
constatar que un cáncer sana porque Jesú s ha tocado una herida de culpabilidad. Una herida que
penetraba por el espíritu, el cuerpo y el alma. De un solo golpe, Jesú s lo sana todo.
Quisiera decir con toda la claridad posible que la psicología mantiene toda su importancia. Hay personas
que han sido heridas de tal manera que se requiere un.paciente trabajo psicoló gico o psicoanalitico para
ayudarlas a nacer a la vida. A condició n, eso si, de que este trabajo esté acompañ ado de mucha oració n.
Sostengo, ademá s, que si se quiere orar por san ació n interior, hay que disponer de un mínimo de buen
sentido, de discernimiento natural y, a la vez, de mucho amor. Y esto también es psicología.

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Para gente sencilla, como los que encontramos frecuentemente en América Latina, e incluso en Europa,
para personas que no han sido heridas demasiado profundamente, para aquellos que oran y aceptan
seguir a Jesú s, la oració n de sanació n es ampliamente suficiente.
Es necesario insistir en que lo que en el fondo nos enferma es haber cortado los lazos con Dios. É l pecado
original, al separarnos de Dios hizo entrar el mal y la muerte en el mundo. Y la ú nica manera de sanar es
retornar al camino de Dios, convertirse, y volver a tomar muchas cosas que habíamos abandonado. En la
sanació n interior vemos constantemente “con asombro” có mo la gente redescubre las riquezas de la
Iglesia, la riqueza de los sacramentos, el valor de la vida espiritual, ejemplarmente vivida por los santos,
Volvemos a descubrir un tesoro escondido. Asi, por ejemplo, muchos jesuitas carismá ticos han tenido la
alegría de redescubrir el poder de la sanació n de los Ejercicios de S. Ignacio.
¿Habrá que decir que nosotros descuidamos la psicología?
La psicología no es asunto nuestro. ¡Nuestro Señ or es Dios! Jesú s es el Señ or de la sanació n. Nosotros no
somos masque instrumentos por los que pasa el poder de sanació n de Jesú s. Suya es la iniciativa de tocar
el espíritu de alguno o su psiquismo.
Yo no tengo la pretensió n de ser una especialista en psicología, pero no se puede decir que yo no ore y
que no esté atenta a los
signos dei Señ or. No puedo negar tampoco que haya frutos en mi ministerio. Por ellos doy gloria a Dios.
A.— Por supuesto, Nelly, que tú no descuidas las reglas má s elementales de psicología. Si un enfermo
viene a verte, tú te muestras muy prudente.
N.- Evidentemente Las personas de la Renovació n no son especialistas. Es necesario un gran
discernimiento en este campo. A toda costa debemos evitar un procedimiento puramente psicoló gico.
Nuestro camino es un camino espiritual, es una invitació n a la conversió n continua.
Supongamos que un hombre está enfermo, que tiene sus pulmones totalmente destruidos. Le aconsejan
que vaya a un grupo de oració n carismá tica para que le impongan las manos para que sane. Le dirá n: “Hay
allí una mujer extraordinaria, que tiene caris- mas excepcionales”. Es posible que este hombre sane de sus
pulmones. Pero vuelvo adecirquecon frecuencia mB asombro de ver que personas sanadas físicamente no
permanecen después en los grupos de oració n. Estas personas vienen a los grupos como “consumidores
de Dios”. Este hombre ha sido sanado y cree que Dios estaba obligado a sanarlo. Entonces se va y no sigue
siendo fiel a la oració n.
Por e( contrario, en la sanació n interiores tocado el ser entero. Uno conoce su estado, y tiene conciencia
del estado en que se encontraba antes. Personalmente yo no quisiera recaer en ese estado anterior. Yo era
una intelectual que se defendía mediante un espíritu racionalista. Sé muy bien de dó nde me sacó Jesú s.
Nadie puede decir que Jesú s no sana. De su sanació n estoy segura, tanto en k) que personalmente me
concierne oomo en lo que concierne a mi propia familia.
Y para terminar con este tema, quisiera decir que el día en que los psicó logos se conviertan en auténticos
instrumentos del Señ or, se redescubrirá el sentido del perdó n. Cuando acepten desaparecer ellos mismos
para volverse instrumentos de Dios, enton-
ees el Señ or hará milagros por su intermedio. Jesú s ya obra milagros a través de médicos que aceptan
poner sucienctaasuspies.
A. — ¿ Podrías hablamos ahora de la relació n que hay entre ta sanacló n Interior y la sanació n física?
N.— Para ello tengo que volver a algo de que ya he hablado varias veces: al hecho de que el ser humano es
un compuesto de cuerpo, alma y espíritu.
La mayor parte de las enfermedades tiene un origen psi- cosomá tico. Esto es un hecho bien conocido. Y
ello quiere decir que toda enfermedad física es signo de una enfermedad má s profunda.
El Señ or nos conoce bien. Sabe lo que podemos recibir. A veces una persona no podrá recibir má s que una
sanació n física, que Dios otorga con vistas a su conversió n. Pero a menudo las personas sanadas
físicamente no entran por lavíade la conversió n. Sucede frecuentemente que el Señ or toca, en el curso de
un retiro, la raíz de una enfermedad. Y restaura de golpe la armonía del ser entero: cuerpo, alma y
espíritu.
Estoy recordando el caso de una religiosa que vino a un retiro. Estaba afectada por una enfermedad que
los mó dicos habían declarado incurable. De puro dolor no podía arrodillarse. Con el sacerdote que dirigía
el retiro, le explicamos en qué consistía el perdó n. Le repetimos que el perdó n no era asunto de
sentimientos, que si ella sentía incluso rebeldía, de todos modos bien podía dar el perdó n. Jesú s mismo
quería ayudarla a llevar a cabo este paso de la reconciliació n. Ella aceptó hacerlo con la ayuda de Jesú s.
Cuatro días má s tarde comenzaba a gustar de la paz. En un momento dado, sintió que se le quitaba un

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peso de encima. Entonces le propusimos una oració n de sanació n física. Inmediatamente después de esta
oració n, ella fue sanada. Pudo entonces comprender hasta qué punto a la base de la alteració n de su
estado fi
sica se hallaba su mal o mportamientoy, en especial, su falta de perdó n. Su cuerpo había -.añ ado, en
circunstancias de que los médicos la habían declarada incurable. Su psiquismo volvió a encontrar su plena
armonía, y • tro tanto ocurrió con su espíritu, Porque el perdó n toca siempre < espíritu. Para coronarlo
todo, recibió el sacramento de la peniter ;iay el sacramento de los enfermos. Hoy está sana física, psíquic i
y espiritualmente.
Sin lugar a dudas, es a sanació n no suprimía necesariamente toda su historia de sufrir ientos, de cerca de
sesenta añ os, Había aú n muchas cosas que anar en ella. Pero, al menos, su sanació n abría una ventana har.
a el amor y la ternura de Dios.
A.— Por favor Nelly, un ú ltimo paralelo entre la sanació n interior y el crecimiento espiritual.
N.— La sana.ió n interior está íntimamente ligada al crecimiento espiritual Vuelvo a repetirlo: la sanació n
interior es la armonizació n de tr do el ser (cuerpo, almay espíritu) por el poder de Jesú s vivo. Si n e aboco
a la sanació n interior, es porque quiero volverme “crístucéntríca”, aunque queden aú n, claro está, muchas
puertas cerradas en mí. Sigue habiendo muchos nudos, muchas cadenas, muchos “no” a Dios, muchos
apegos desordenados. Pero Dios es paciente. Sé bien que si soy fiel a la oració n y a la vida sacramental,
algo cambiará en m í. Esto no va a ocurrir, por supuesto, sin problemas ni sufrimientos, porque se trata de
mi transformació n profunda. De lo que se trata es de dejarme invadir por Dios, que viene a poner luz en
tal o cual rincó n de mi historia personal.
A medida que Dios revela en mí una herida cuya existencia yo ignoraba, voy haciéndome má s y má s libre.
Crezco espiritualmente, y poco a poco voy saliendo de los aislamientos en que suelo “acampar”. La luz del
Dios vivo me ilumina siempre má s, y me invita a estarle cada vez má s adherida, atornarme má s y má s
“cris- tocéntríca”. fija en Cristo.
No me planteo el problema de la sant dad. No me lo plantearé jamá s, porque la santidad es una iniciativa
de Dios.
Sin embargo, Jesú s nos dice que seamos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Y debemos
comprender lo que él dice: se trata de amar como nuestro Padre. Es en el amor donde se sitú a la
perfecció n: por la gracia de Dios, llegar a ese amor crístico, estar totalmente abierto al amor de Dios y al
amor del pró jimo, un amor que permitirá expresar ternura a todos, sin excepció n; llegar a verlo todo con
los ojos de Cristo. Seremos felices cuando podamos decir con San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino que
Cristo vive en mi” ( Gá l 2,20).
Siempre me ha impresionado el caso de S. Pedro. ¡A qué estado de conversió n ha debido llegar para que
los enfermos fueran sanados cuando eran tocados por su sombra!
¿Acaso bs carismá ticos que hoy dia oran por sanació n son capaces de olvidarse de sf mismos hasta ese
punto y de dejar actuar a Jesú s y su poder de sanació n? Y todo esto, sin bú squeda de vana gbria, muriendo
totalmente a ellos mismos. ¡No creo haber llegado a eso!
Lo que me interesa, pues, es amar como Jesú s, sin dejar de lado a nadie. AHI está el verdadero sentido de
ta santidad.
A.— Con lo que acabas de decir, ¿no estamos tocan- do de cerca lo que se llama la “vida mística “?
N.— Cuando se habla de “mística”, se levanta bs brazos al cieb, se piensa en Santa Teresa de Avila y en San
Juan de la Cruz.
Un místico es alguien que está llamado a vivir los misterios invisibles pero reales, má s reales que b que
cae bajo nuestros sentidos. Nos planteamos problemas intelectuales a propó sito de la
mística. Pero, cada vez que ejercemos un carisma, estamos siendo místicos. ¡Es simple como el agua)
A.— En el curso de la oració n de sanacló n Interior suele pedírsele a Jesú s que ponga en el corazó n de
aquel por quien se ora todo el amor paterno de que la persona en cuestió n tiene necesidad. O se le pide a
María que le dé todo el amor materno que necesita. ¿Es realmente fundamental descubrir este amor del
Padre y de María para sanar?
N.— Hemos constatado en la oració n que Dios quiere restaurar la imagen del Padre y de María en
nosotros.
Descubrimos el mundo por medio de nuestro padre y nuestra madre. Un nifto que ha tenido un padre
autoritario, queda marcado por este autoritarismo. Si no ha tenido padre, también eso lo marca. Si ha sido
rechazado por su padre porque éste deseaba una niñ a y no un niñ o, queda marcado por este rechazo.

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Un niñ o puede quedar marcado también por una madre posesiva que con su actitud lo ha sofocado
completamente.
Es toda una serie de comportamientos que influyen en la vida del niñ o y en seguida en la del adulto.
Incluso si llega a ser un gran sabio, en su inconsciente habrá siempre en alguna parte un niñ o de dos o
tres añ os, herido por un acontecimiento que bloqueó el desarrollo de su personalidad.
Crece, pues, con una imagen deformada del padre, y esta deformació n afectará también la imagen que se
forma de Dios, su Padre. Si su padre siempre estaba ausente, Dios Padre será totalmente extrañ o a su
vida. Ademá s, si esta criatura es una niñ a y ella ha recibido una herida de parte de un hombre (y Jesú s es
un hombre), Jesú s puede tornarse y permanecer un extrañ o para ella.
En cuanto a la Virgen María, si ella está ausente de la vida de una persona, suele ser porque ésta ha sido
herida en su relació n con su madre.
¿Qué sucede en la sanació n interior? Es maravilloso constatar que Dios quiere restaurar la imagen
paterna y materna. É l Señ or viene a poner en el corazó n del adulto la capacidad de perdonar a sus padres
(y a todos los sustitutos del padre y de la madre), de manera que se reconcilie con la justa imagen del
padre y de la madre.
Al comienzo de la sanació n interior, no se ve aú n muy claro, pero pronto se van dibujando líneas precisas.
Por ejemplo, la falta de ternura se debe al hecho de que el padre mismo, por su parte, ca- recio de un
modelo de ternura. ¿Podría haber dado má s que loque él recibió ?
La restauració n de la imagen de los padres contribuye en gran parte al crecimiento espiritual,
ensanchando nuestro universo espiritual; nos hace posible entrar en comunió n con ta Santísima Trinidad
en su totalidad: eí Padre, el Hijo y el Espíritu. Peno también con la Virgen y los santos. Nos perm ¡te recibir
toda la riqueza espiritual de nuestra fe cristiana.
LOS PILARES DE LA SANACION INTERIOR
La Vida en el Espíritu. La Disciplina del Espíritu.
A.— Jesú s es nuestro camino hacia el Padre. María es nuestra Madre. ¿Qué podrías agregar sobre la vida
en el Espíritu?
N.— Estamos llamados a hacer el camino de la sanació n interior en el Espíritu. La Palabra de Dios nos
asegura que es el Espíritu el que nos conduce hacia la verdad total. É l es nuestro gula. Esta vida en el
Espíritu es muy importante: él es quien nosdatodo. É l abre para nosotros la puerta del conocimiento de
Dios y nos revela sus misterios. É l es quien hace de nosotros cristianos que viven ú nale encarnada. É l
purifica nuestra mirada, nuestro oído. É l nos gula por el camino que lleva a Jesú s.
El gran descubrimiento concerniente al Espíritu Santo es el de comprender que él es una Persona: la
tercera Persona de la Santísima Trinidad. É l está vivoytiene todos los atributos divinos. Está en nosotros,
y nosotros somos su Templo.
A.— Sin duda, estamos en el momento preciso para que nos hables de lo que llamas la “disciplina del
Espíritu
N.— Para mí, el Espíritu Santo fue el descubrimiento má s importante de mi existencia. Este
descubrimiento me ha hecho caminar por un camino de crecimiento espiritual. Si nos hacemos cada vez
má s cristocéntricos, no debemos perder de vista, sin embargo, los obstá culos que se alzan dentro de
nosotros. ¡Hay tantos comportamientos que nos impiden ser verdaderamente libres ante Dios, ante los
demá s y ante nosotros mismos!
La disciplina del Espíritu es un excelente método para hacer caer todas las barreras que bloquean nuestro
crecimiento espiritual.
Sabemos lo que significa la palabra “disciplina”. Seguir la disciplina del Espíritu, es aceptar someterse al
Espíritu. No nos gusta oír esta palabra. Y no es cosa de juego esto de pedir la disciplina del Espíritu.
Leemos, por ejemplo, en el evangelio de S. Juan : “Pero el Pará clito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará
en mi nombre, os lo enseñ ará todo y os recordará todo lo que os he dicho”. (Jn. 14,26).
La disciplina del Espíritu consiste en aceptar ser guiado por El.
Nuestro Padre celestial quiere que le pidamos esta gracia. Quiere dá rnosla. Desea que seamos perlectos
como él es perfecto. É l es todo amor, y el amor es lo esencial de toda la vida cristiana.
Es bueno para nosotros pedir estagracia, porque somos llamados a dar testimonio por medio de nuestra
vida. Si un día podemos convencer a alguien, no será porque le hayamos hablado mucho de Jesú s, sino
porque daremos testimonio con nuestra vida de la transformació n obrada en nosotros por el Espíritu
Santo.

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¿En qué consiste la disciplina del Espíritu?
Es unadireccíó n especial del Espíritu Santo para todos los cristianos, por medio de la cual él corrige,
enseñ a, purifica, aclara los comportamientos malos, indicando su voluntad por medio de signos (físicos u
otros), por la Palabra, por los carísmas, por la oració n y los sacramentos, etc.
Esta disciplina del Espíritu es de tal manera evidente que no es posible ignorarla cuando está actuando.
Comprenderemos fá cilmente, que esta disciplina no es un juego. Jesú s nos invita a ser una enseñ anza viva
por medio de nuestro testimonio. Y, para ser testigos, es necesario que nos dejemos
transformar por Et. Esta transformació n supone en nosotros el deseo sincero de seguir a Cristo. Es
también, por supuesto, lo que desea Jesú s.
Cuando nos presentamos ante el Señ or, nos damos cuenta de que hay todavía en nosotros muchos
comportamientos que no son rectos. Tenemos, pues, que buscar siempre una experiencia má s profunda
de Dios.
Dios es el má s interesado en que nos volvamos hijos suyos. Uno de los caracteres esenciales de un hijo de
Dios es la libertad. “Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”, dice Jesú s (Jn 8,36). Sí bien
somos llamados a ser cada vez má s cristocéntricos, seguimos viendo mal, escuchando mal, haciendo
malas opciones. Es imposible crecer si no tenemos higiene espiritual. Jesú s nos dice: “Cuando venga El, al
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa”. (Jn 16,13), él Espíritu nos da claridad, no para
reprendernos o aplastarnos, sino para iluminarnos má s con su luz, y que así nos hagamos má s oblativos y
cristocéntricos, abiertos a la comunió n de amor que no excluye a nadie.
¿Có mo obra esta disciplina del Espíritu?
Es un poco como el semá foro que hace detenerse la circulació n. Es magnífico ver con qué delicadeza nos
creó el Señ or. É l salmista dice; “Apenas inferior a un dios le hiciste, coroná ndole de gloria y de esplendor”
(Sal 8,6). É l Espíritu Santo respeta nuestra naturaleza y obra con delicadeza, mostrá ndonos que algunos
de nuestros comportamientos son mafos. Pero no se quedaahí: hace en nosotros la verdad, mostrá ndonos
el origen de esos comportamientos, es decir el momento y el motivo de su nacimiento.
Cada uno de nosotros ha sido creado para adherir plenamente al amor. Si esta aspiració n fundamental de
nuestro ser no ha sido colmada, sufrimos graves deficiencias, nos cuesta aceptarnos a nosotros mismos,
Comenzamos a jugar diferentes papeles, a es-
condernos detrá s de má scaras, para responder a las exigencias de los demá s. Esa respuesta que nos piden
nuestros padres, la escuela, la sociedad…, nos lleva a adoptar comportamientos que pronto se hacen
habituales en nosotros y que no son buenos; son como una vestimenta, como una segunda naturaleza.
Cuando, porventura, hacemos el descubrimiento del Dios vivo, todavía jugamos frente a él ciertos papeles,
buscamos ser reconocidos, buscamos la vanagloria. En pocas palabras, es en ese momento cuando la
disciplina del Espíritu desempeñ a un rol decisivo, permitiéndonos echarfuera todas las má scaras que
hemos llevado por largos añ os.
Uno de los signos má s elocuentes que nos da el Espíritu cuando hemos caído en la debilidad o el pecado,
cuando hemos agredido el amor, es la tristeza: “No entristezcá is al Espíritu Santo de Dios”, nos dice San
Pablo (Ef 4,30)
Recuerdo que un día, en mi casa, me habían pedido ir a la verdulería, y yo me había percatado de que el
verdulero se había equivocado en unos 12 pesos en la cuenta. Yo estaba contenta y me decía a mí misma:
“¡Tanto peor para él!”
Pero un hijo de Dios no puede hacer cosas semejantes. Me puse muy triste. No q uería escuchar al Espíritu
Santo, pero él no me dejaba reposo, reprochá ndome el haber robado doce pesos. Al cabo de dos horas, le
dije a mi hermana que iba a restituir el dinero alverdulero. “Está s loca”, me dijo. “¿Novesque las verduras
está n medio podridas? Es él quien te robó a ti…”
Observemos de paso el trabajo que hace el Maligno al comienzo de n u est ra con vers ió n. Yo no ten í a
real m ent e paz, no m e sent ía bien en ninguna parte. Entonces decidí ponerme a orar. Abriendo la Biblia,
encontré estas palabras: “Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quien os dará lo vuestro?” (Le 16,12).
Esta palabra me conmovió a fondo, y en seguida fui a devolver aldinero. É l verdulero estaba asombrado al
escuchar que yo le de
cía q ue se habí a eq u i vocado en doce pesos, y q u e le t ra ía de vuelta el dinero. En ese momento
experimenté un gozo grande.

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Es muy importante descubrir esta disciplina del Espíritu. A menudo doy enseñ anzas sobre este tema. La
gente me dice iró nicamente que es el peor consejo que les puedo dar. En efecto, tenemos abundantes
testimonios que nos muestran hasta qué punto comprometerse con Dios es cosa sería.
Así, por ejemplo, el de aquel hombre que contaba, tres meses má s tarde de haberlo vivido, que había ido a
un supermercado para hacer diversas compras. A la salida, constató que la cajera se había equivocado en
tres mil pesos. Al subir a su automó vil, este hombre estaba encantado de su buena suerte, pero al llegar a
casa recordó mi enseñ anza. De inmediato volvió al volante, pero la tienda ya esta cerrada. Al día siguiente
se acercó a la cajera. Esta le confesó la confusió n en que se encontraba. Porque esos tres mil pesos le
habrían sido descontados de su sueldo.
Hace ya añ os que experimento la disciplina del Espíritu Santo, y he podido darme cuenta de que en todo
momento, con mi naturaleza pecadora, yo voy adar un paso en falso si la luz roja del Espíritu Santo no me
advierte, haciéndome tomar conciencia de lo malo de mi comportamiento y de lo falso de mi juicio. Sin
lugar a dudas, considerarse pobre y pecador es penoso; pero el Espíritu nos ofrece la libertad.
Cuando comencé a orar por la sanació n interior, recuerdo que siempre buscaba ser reconocida por los
demá s. Yo estaba todavía herida y tenía necesidad de este reconocimiento. Un día me dije que era
absolutamente necesario que yo hiciera lindas profecías. Se me había ocurrido aprenderme algunas frases
de memoria para citarlas en el momento oportuno. Entonces se diría, con seguridad: “¡Qué bonitas
profecías hace Nelly!” He ahí la película que yo me pasaba interiormente. Pero no contaba con la
disciplina del Espíritu.
Me había aprendido de memoria: “Pedid y recibiréis…” Había una reunió n de Pentecostés. En el curso de
la vigilia, durante un silencio, yo lancé mi “profecía”. Aú n no había terminado de pronunciar las palabras
cuando mi lengua quedó paralizada. (Este es uno de los signosque emplea el Espíritu para hacer notar su
desacuerdo con tal gesto o palabra). Yo tuve miedo y, temblando, pedí la oració n de mis hermanos, Sin
embargo, la angustia no pasaba No sabía que el Espíritu me había dado un signo. Estuve, pues, orando
durante tres días sin recibir respuesta. ¡La que recib: entonces me enseñ ó para siempre el respeto de la
Palabra d< Diosl Leí en el Salmo 50,16: “Pero al Implo Dios le dice. ¿Qué tienes tú que recitar mis
preceptos y tomar en ti' boca mi alianza, tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras?”
Era duro de oír, pero fui sa nada para siempre. Recordé que había pedido la disciplina del Espíritu, y era el
Espíritu el que obraba en ese momento. Si Dios m* ama, debe corregirme para hacerme progresar.
El Señ or sana también a través de ciertos signos. Cuando co meneé a trabajar con el P. Agustín, me
sucedió alguna vez el esta' muy irritada con él. Yo seguía unos de sus retiros de sanació n, v me sentí muy
enferma porque el retiro era muy duro. Estaba totalmente enervada. Sentía rabia contra este sacerdote
que tenía le manía de hacer movimientos con las manos mientras oraba. Murmuraba para mis adentros
que él quería añ adir aú n má s a lo que el Señ or estaba haciendo con tanta fuerza.
Seis meses má s tarde me invitaron a dar una enseñ anza en una pequeñ a ciudad. É l responsable decidió
que había que aprovechar mi presencia para hacer una oració n de sanació n. Tras una corta enseñ anza, me
puse aorar levantando mis manos en el aire. ¡Cual no sería mi asombro al darme cuenta de que ellas se
agitaban sin que yo pudiera dominar este movimiento! Realmente estaba sorprendida, pero de inmediato
recibí de! Espíritu esta palabra: “¿Te acuerdas del modo como juzgabas a Agustín? Ahora pide perdó n”.
Entonces le pedí perdó n al Señ or por haber juzgado
sus misterios. En ese momento cesó el movimiento de mis manos y dejé, sobre todo, de juzgar a la Iglesia.
Notemos que esta disciplina del Espíritu Santo puede manifestarse también físicamente, por ejemplo, por
medio de un dolor. Cuando comencé a orar por la sanació n, Jesú s obraba de manera tan increíble que yo a
veces me olvidaba que era él quien sanaba y no yo. Un día yo habla hecho unaoració n por unadamaque
quedó instantá neamente sana. Mi reacció n fue la siguiente: “¡Bravo, Nelly, perfecto) Oraste muy bien por
esta persona”. Apenas tuve este pensamiento mis manos se pusieron rígidas y adoloridas. Pero en ese
momento no asocié esta rigidez y este dolor con lo que acababa de pensar. Una vez que llegué a mi casa,
me refugié en mi habitació n para hablar con Jesú s de lo que me ocurría. ¿Quizá s habrfasufrido la
influencia de un mal espíritu, o me encontraba enferma? Estaba aterrada. Desde el comienzo de mi
oració n escuché que el Señ or me decía: “Nelly, ¿Quién realiza la sanació n? ¿Quién hace pasar su poder a
través de ti?”. Bañ ada en lá grimas, exclamé: “¡Eres Tú , eres Tú el que sana!” En ese momento, mis manos
cobraron su normalidad. Pero yo habla recibido una lecció n que no estaba dispuesta a olvidar.
Es, pues, excelente pedir esta disciplina del Espíritu, porque siempre nos gusta mentir, huir lejos del Dios
vivo y exigente. ¡Pero qué libertad da el Espíritu!

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Por mi parte yo sigo siendo ignorante, limitada, pobre y pecadora, pero sé que el Espíritu está atento en
mí: él me habla y suscita los movimientos…Yo no sé si lloro masque antes, pero ¡qué libertad, qué
sanació n me ha traído la disciplina del Espíritu!
A.— Nelly, tú has pronunciado dos palabras que no suelen escucharse en tu boca. Hablaste recién del
maligno y del espíritu mato. La oració n de sanació n in terior pone en su sitio toda la presencia y la acció n
de Sataná s. Aun cuando a veces haya que orar por una liberació n, no es en esta presencia del maligno en
lo que se centra la oració n de sanació n.
N.— Sin duda. Se requeriría un libro entero para desarrollar este asunto. Y conviene ser prudente en esta
materia.
No estemos encandilados por la presencia del maligno. A decir verdad, en ciertos grupos de oració n se
atribuye má s importancia a su acció n que a la presencia de Jesú s. Mientras má s miremos a Cristo,
mientras má s se torna él el centro de todo, má s iremos creyendo en su poder: el poder del Salvador
sentado a la derecha del Padre.
¡La sangre de Cristo es una fuente de protecció n insospechable! En la medida en que creemos en la tuerza
de sanació n de Jesú s, el maligno pierde todo su poder. Verdaderamente, por su sacrificio, Jesú s ha llegado
a ser el Salvador del Universo, de todo lo que está en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Su poder es
universal.
Es igualmente verdadero que el hecho de entraren la vida espiritual nos obliga a emprender el combate
con el maligno. É l es el acusador; él desea mantenernos en sus redes. Yes má s fá cil mecerse en ilusiones,
creerse libre, cuando en realidad se es esclavo.
Se ha dicho que “la mayor astucia de Sataná s consiste en persuadirnos de que él no existe”. Desde ese
momento, él puede arrasar con nosotros y aprovecharse de nuestras heridas. É l está siempre presente en
el combate espiritual y en particular en la sanació n interior, que es esencialmente -lo repito- un proceso
de conversió n.
¡El mundo ofrece tantas posibilidades! Recuerdo que en el momento de mi conversió n el maligno me
soplaba el oído:” ¡Todo esto es una farsa! Te ofrezco dinero. ¡Abandona este camino!”
La realidad de Sataná s es profunda y misteriosa. Hay tanto dañ o en los que ven al maligno en todas partes
como entre los que no lo ven en ninguna. É l maligno obra también en los que quieren impedir a los laicos
hacer cualquier cosa. Sé perfectamente que, como laica, yo no debo hacer exorcismo. Lo que pertenece al
Obispo, le pertenece en propiedad; pero et laico bautizado debe también ejercer los dones recibidos de
Dios. Tertuliano dice que el cristiano que no es capaz de expulsar un espíritu malo, no merece ser llamado
cristiano; merecería estar muerto…
Tenemos que redescubrir el poder de nuestro bautismo. Les agradezco a mis padres y a la sabiduría de la
Iglesia el haber hecho de mi un hijo de Dios desde mi má s tierna edad. Cuando hemos descubierto que
Jesú s está vivo, este descubrimiento reaviva la gracia de nuestro bautismo. Entonces descubrimos, a la
vez, que hay un campo de la vida cristiana de donde el bautizado, el hijo de Dios, tiene derecho a expulsar
las tinieblas, especialmente en su propia vida y en la de los otros.
En virtud de nuestro bautismo, podemos obrar liberaciones muy simples. Si sentimos, por ejemplo,
agresividad o rebeldía, podemos decir: “Jesú s, en virtud de mi bautismo yo te pido, expulsa este espíritu
de agresividad o de rebeldía que está en mí”.
Recuerdo que yo tenía un apego inmoderado a los chocolates, carecía totalmente de voluntadfrente a esta
tentació n. Ahora bien, el Señ or nos pide ser sobrios en lo concerniente al alimento. Así, pues, yo oró
diciendo: “Jesú s, en virtud de mí bautismo yocorto toda dependencia excesiva trente al chocolate”. Hoy en
día ya no soy golosa y como chocolate moderadamente.
Si Jesú s quiere revivir nuestra historia con nosotros, quiere también librarnos de toda clase de apegos
desordenados.
Otro tanto ocurre con la relació n con el pró jimo. Si me toca hablar con una persona particularmente
agresiva, oro en voz baja, y el Señ or escucha siempre m i oració n: “Señ or, por la gracia de mi bautismo y
por la gracia de ser tu hijo, expulso todo espíritu de rebeldía, de incredulidad, y los pongo al pie de tu cruz,
para que tú dispongas de ellos”. Siempre sucede algo y puedo continuar mi conversació n con la persona.
É l resultado será positiva.
Hemos experimentado tantas veces encuentros con personas bloqueadas por la timidez, el miedo, la
angustia o la culpabilidad.
En esos casos bastaba con realizar una liberació n por la gracia de nuestro bautismo para que el Señ or
obrara y abriera un corazó n que se había cerrado.

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Toda la riqueza del reino -de ello estoy segura- le está confiada a los hijos de Dios. V en esta riqueza va
comprendido el poder de la gracia de nuestro bautismo.
Seamos prudentes, distingamos bien entre exorcismo y liberació n, teniendo conciencia de que los casos
de verdadera posesió n son raros. Estemos, sin embargo, seguros del poderde Jesú s: ¡El es vencedor! Su
solo Nombre es una arma temible para rechazar los ataques del maligno.
Sin lugar a dudas, el imperio de las tinieblas existe, pero el Reino de la Luz también existe. ¿Por qué dar
tanta importancia al reino de las tinieblas si hemos descubierto que Jesú s está vivo?
Personalmente, má s que preocuparme de la presencia de Sataná s y de la necesidad de una liberació n, me
dedico especialmente a encontrar la herida de las personas por las cuales oro. Una vez que el Señ or me ha
mostrado la herida, puedo entrever la sanació n, la liberació n de un cuerpo, de un almaode un espíritu.
¿Porqué razó n, por ejemplo, lagente se dedica a la astrologia o al ocultismo? Porque está n a la busca de un
amor que no han encontrado ni en ellos mismos, ni en su trabajo, ni en su vida. Sufren de soledad. Y es por
causa de ella, esta enfermedad del mundo moderno, por lo que van a herirse, a infectarse, porque no han
descubierto a Jesú s, la llave del amor, el Camino, la Verdad y la Vida.
¿Me hablan del maligno? él es poderoso, sin duda. ¡Pero Jesú s es victorioso! ¡El ha vencido al mundo!

LA ALABANZA
A.— Para que la oració n produzca sus frutos, Nelly, es Indispensable cultivar un verdadero espíritu de
oració n. Tú nos habías a menudo de la alabanza. Descú brenos el secreto de esta oració n.
N.— No esperemos recibir ta gracia de Jesú s si no oramos. Es absolutamente indispensable que ios
cristianos redescubran la importancia de la oració n en su vida. Una oració n que sea prolongada.
alimentada por la palabra de Dios, los carismas, la oració n en lenguas, etc.
San Ignacio enumera en sus Ejercicios Espirituales diferentes maneras de orar. Cada unodebe encontrar
la suya. En todo caso, será necesario pasar del monó logo ante Dios al diá logo íntimo y profundo con El. Se
requiere tiempo para ponerse a escucharlo y oír lo que él nos quiere decir.
La oració n personal debe convertirse en una actividad muy natural en nuestra vida. Lo repito: el Señ or
nos invita a una cita prolongada, por la mañ ana y por la tarde, durante media hora por lo menos.
La alabanza debe penetrar asimismo nuestra oració n. Alabar a Dios no es meter bulla dá ndole gracias por
tal o cual cosa: la alabanza es un camino espiritual muy exigente. Es verdaderamente un gran
descubrimiento el que el Señ or nos reserva.
Importa recordar que Dios nos creó libres: la libertad está inscrita en lo má s profundo de nuestro ser.
Sabía Dios muy bien que haríamos mal uso de ella, que lo haríamos a él responsable de todos los males
que nos abruman y de todas las desgracias del mundo. Nuestra verdadera sanació n comienza cuando
tomamos conciencia del amor de Dios por nosotros y de que él nos ama tal
como somos. Comenzamos a sanar cuando comprendemos que nada nos pertenece en propiedad, salvo
nuestra voluntad que es libre de decir “sí” a Dios.
Alabar a Dios es reconocer todos sus beneficios y su presencia en todos los acontecimientos felices o
desdichados de nuestra historia personal.
Vivimos a veces momentos muy difíciles. Si llegamos a vivirlos en la alabanza, hacemos un aprendizaje
lleno de bendiciones y purificaciones. Cuando alabamos a Dios en todas las cosas, empezamos a obedecer
su mandato: “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesú s, quiere de vosotros” {1 Tes
5,18). San Ignacio nos dice que el hombre fue creado para alabar, respetar y servir a Dios, nuestro Señ or.
Esta es una afirmació n fuerte. Hay. en efecto, situaciones en que somos incapaces de alabar a Dios.
Pero a partir del momento en que entramos en la alabanza, nos hacemos capaces de alabar y bendecir a
Dios, incluso en medio de las circunstancias má s trá gicas, como puede ser un fracaso, una humillació n, la
pérdida de un ser querido o un accidente que nos mutila.
Oigo muchas objeciones: “¿Por qué alabar a Dios? Yo no le aporto nada alabá ndole. ¿Para qué alabarlo si
no aporto nada a lo que él es?”, No comprendemos que la alabanza nos aprovecha a nosotros mismos.
Necesitamos alabaraDiosparaqueEI pueda cambiar nuestro corazó n, a fin de que abra la vía que nos lleva
a El. ¡Pero cuá n há biles somos para protegernos de Dios! Desplegamos un paraguas por encima de
nuestra cabeza para defendernos de tantas gracias que podrían cambiar nuestras vidas.
Se oye también decir: “¿Porqué alabar a Dios en la prueba? ¡Sería hipó crita! Si todo se rebela en mí, ¿có mo
alabar a Dios?”

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El Señ or -lo he descubierto- está presente tanto en un acontecimiento desdichado como en uno feliz.
Como lo expliqué a propó
sito del perdó n, conviene no apoyarse en los sentimientos, sino buscar la voluntad de Dios.
Insisto una vez má s: el camino de la alabanza es una vía espiritual muy profunda que permitirá al Señ or
cambiar nuestra vida.
Claro está que no alabamos a Dios por nuestras desgracias, sino porque él está con nosotros, presente en
el corazó n mismo de un sucesodesdichado.de una circunstancia trá gica. É l estuvo allí, presente, en mi
historia herida, cuando yo me sentía abandonada de todos. ¿Se me humillaba? él estaba conmigo y no me
ha abandonado jamá s.
Frente a un suceso desdichado podemos adoptar dos actitudes:
Elegir alabar a Dios y realizar de este modo su voluntad. La respuesta de Dios estará siempre asegurada:
nos colmará de sus gracias y de los dones del Espíritu Santo;
Escoger la vía del resentimiento y de la amarguray abrir, de esta manera, nuestro corazó n al maligno. Las
consecuencias de esta opció n se manifestará n por la presencia del pecado, del odio, de un espíritu de
muerte.
Recuerdo lo que me sucedió con ocasió n del ú ltimo terremoto en Chile. Dirigía yo entonces un retiro en el
que participaba un joven seminarista. É l no conocía nada de la locura de la alabanza de los carismá t icos.
Aquel3 de marzode 1985, hacia las 19.40 hrs. de la tarde, conocimos uno de los má s espantosos
terremotos que hayamos tenido, en todo caso en lo que respecta a dañ os materiales.
Como ya está bamos entrenados en la alabanza, alabamos a Dios durante esos interminables minutos del
sismo, porque él era nuestra protecció n, nuestra roca. Creíamos que él estabapresen- te en medio de ese
desastre sin nombre. Cantá bamos: “¡Aleluya! ¡Gloría a ti, Señ or, porque Tú está s presente! ¡Tú , eres
nuestro
Dios, nosotros somos tu pueblo; Tú nos miras y nos amas. Señ or nuestro y Dios nuestro!”
El seminarista estaba increíblemente irritado. Vino a encontrarme y me preguntó có mo era posible alabar
a Dios a través de un acontecimiento tan espantoso. “¿De qué sirve?”, exclamaba. Le respondí que
habíamos encontrado la paz y el gozo de saber que la presencia de Dios nos protegía en ese momento. En
efecto, creo no haber gustado jamá s tanta paz como en ese preciso instante en que me era casi imposible
mantenerme de pie.
Se trata, pues, de alabar a Dios no solamente porque él es capaz de modificar una determinada situació n,
sino porque el solo hecho de obedecer a su voluntad nos permite aprender a vivir con Dios. Alabarlo no
me autoriza para esperar una intervenció n milagrosa de su parte. Elnoquitaelcá lizdeamarguraquehayque
beber. Toda vida espiritual conoce pasos a través de la muerte y de la resurrecció n. Pero la alabanza nos
hará pasar de la muerte a la vida, a ejemplo de Cristo. La cruz, que parece el mayorfracaso de Dios, es en
realidad el má s esplendoroso misterio de vida. ¡La cruz revela que Jesú s es el Señ or!
Como hijos de la luz, somos invitados a caminar por el camino de la luz.
Estas palabras no son el fruto de una espiritualidad desencarnada: ellas traducen una experiencia.
Sostengo que a medida que entramos en ta alabanza, con ocasió n de un acontecimiento desdichado,
nuestros sentimientos se modifican y sentimos la mano de Dios sobre nosotros. Su amor está presente en
ese acontecimiento. É l nos sostiene de la mano.
Muy a menudo, Dios es para nosotros el Dios “supermercado” que está allí ú nicamente para procurarnos
toda suerte de bienes. Nuestro Dios es, por lo pronto, el Dios lleno de ternura, atento asu hijo en la
congoja y la desgracia. Cuando entramos en su voluntad, cuando él ve que vamos a él como a un padre que
puede ayudar a sus hijos, nos colma, en su ternura, de regalos extraordinarios.
Muy a menudo ignoramos el provecho que él nos hará sacar de un acontecimiento desdichado.
Me encantabadar enseñ anzas sobre la alabanza en los grupos de oració n. Al hablar, estaba llena de fervor
y me sentía tocada por la mano invisible del Espíritu Santo. Muchas personas eran transformadas por mis
palabras; pero yo no vivía loque decía. Má s aú n, en esa misma época, estaba de tal manera en rebeldía
frente a lo que yo vivía que no sabía ya orar.
Me encontraba sin trabajo desde hacía bastante tiempo. Mi madre había muerto y mi padre se había
vuelto a casar. Con mis hermanas vivíamos de la pequeñ a pensió n que nos otorgaba nuestro padre.
Teníamos apenas para alimentarnos, sin poder financiar la mantenció n de nuestra casa.

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Mi ú nico trabajo consistía en hacer las camas todos los días. Cada día, yo tomaba una aguja para intentar
la reparació n de los colchonesque se despedazaban cada vez má s. Bien sabíaqueal día siguiente tendría
que reiniciar la operació n. Mientras cosía, lloraba y llenaba a Jesú s de reproches.
Un día, me quedé con la aguja en el aire. Habla comenzado a llorar como de costumbre, cuando de pronto
una pregunta perforó mi espíritu: “Nelly, ¿crees tú en lo que enseñ as? ¿Crees tú que Dios está presente en
esta situació n concreta? ¿Crees tú que Dios quiere que sus hijos duerman de un modo indigno?”.
Interiormente tomé la siguiente decisió n: “Nunca má s lloraré, Señ or, no me lamentaré nunca má s, quiero
alabarte porque Tú me ves reparando estos colchones”.
A medida que iba alabando al Señ or por esta situació n, me fui llenando de paz y de gozo. Tres meses má s
tarde, un llamado telefó nico de mi mejor amiga me hacia saber: “Nelly, acabo de recibir mi pensió n, me
gustarla darte dinero. Pero el Señ or me ha soplado otra cosa al oído: ¡voy a renovar el forro de tus
colchones!”.
De esta maneradescubrí el poder de la alabanza. Porque es fá cil leerellibrodeMerfinCarothers sobre él
Poder de la Alabanza; pero má s difícil, alabar a Dios en toda circunstancia.
En efecto, hay una cosa que Merlin Carothers no dice: no alabamos a Dbs a causa de los sucesos
desdichados, sino porque él está presente en medio de nuestras dificultades. La alabanza es una vía
espiritual, pero ella no es algo má gico que nos permitiría alcanzar resultados materiales inmediatos.
No seamos superficiales. Necesitamos entrar en el plan de amor de Dios, porque es el amor el que sana, y
el amor es la ú nica realidad que permanecerá (1 Cor 13,8). Alabando a Dios, nos volvemos alabanza,
entramos en armonía con Dios y con su creació n entera.
El camino de la alabanza pasa por la pobreza y el desprendimiento. É l Señ or nos invita a dejar de lado
nuestras lamentaciones, nuestras rebeldías, nuestras falsas cruces, las falsas escalas de vabres, nuestro
intelectualismo y nuestra vanidad, para que nos abramos a la verdadera sabiduría. No nos preocupemos
de lo que él va hacer. Es él quien tiene la iniciativa. A través de la alabanza, él nos hará superar una
situació n de suf rimientoy nos colmará de gracias, de frutos del Espíritu que ni siquiera sospechamos.
Recibamos la paz que sobrepasa todo entendimiento, aceptando alabar a Dios.
Atrevá monos, por ú ltimo, a aceptar el hecho de que Dios conoce nuestras necesidades. É l conoce nuestra
historia mejor que nosotros. No nos atrevemos a creer que él quiere hacer milagros para cada uno de
nosotros, ahora mismo, porque él es “ternura y piedad”. A menudo nos ponemos en situaciones
asfixiantes porque no creemos que Dbs pueda intervenir en tal o cual situació n concreta.
Un día, en nuestro grupo de oració n, una hermana se quejó de que su hijo, que era pescador, no había
pescado nadadurante una semana entera. La situació n se hacía crítica. Le pregunté qué era
lo que ella habla hecho, y me respondió que habla orado. Sin embargo, me di cuenta de que su oració n era
má s que nada una manipulació n del Señ or. Le pedlque cambiara su modo de orary que comenzara a dar
gracias a Dios por los lindos pescados que su hijo iba a pescar. Es increíble lo que pasa cuando entramos
en el dinamismo del evangelio: “Todo cuanto pidáis en la oració n, creed que ya lo habéis recibido y lo
obtendréis” (Me 11,24). A la semana siguiente esta hermana daba testimonio de la pesca milagrosa que
habla hecho su hijo.
Si Dtas puede cambiar una situació n personal por medio de una alabanza fiel, él puede también operar
nuestra sanació n, la reconciliació n en nuestra familia, en nuestro país, en el mundo entero.
Cuando la alabanza se convierta en nuestra carne y sangre, entraremos en la libertad de los hijos de Dios,
coherederos de Jesú s, herederos de un Reino que ya ha comenzado aqui abajo.

LA INTERCESIÓN Y LA ORACIÓN COMPARTIDA


A.— Después de habernos hablado de la alabanza, Nelly, ¿qué quisieras agregar acerca de la oració n de
Intercesió n dentro de la oració n de sanacló n Interior?
N.— Es difícil hacer una distinció n entre oració n de intercesió n y oració n de sanació n interior, porque
cada vez que alguien acepta ser instrumento del Señ or al orar por un hermano, está intercediendo por él,
y es la gracia de Jesucristo mismo la que viene a colmar esta petició n.
La oració n de intercesió n es muy importante, porque es por ella por lo que se pone en obra el poder del
Cristo vivo, que quiere sanar a su pueblo y restaurar la armonía en los corazones heridos. No nos
atrevemos a pedir gracias al Señ or, no creemos suficientemente en nuestra responsabilidad en la
intercesió n. No osamos creer que Jesú s nos escuchará cuando le pedimos un favor. Sin embargo, él quiere
vivir hasta en los menores detalles de nuestra vida. Pedimos gracias Importantes, por supuesto, pero yo

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he notado con asombro que Jesú s me escucha cuando le oro por cosas de poca importancia. ¡Tengo
necesidad de algo, y Jesú s me lo otorga I
En el momento en quecomenzamos a orar por la sanació n interior, descubrimos también la importancia
de la intercesió n. SÍ somos dó ciles al Espíritu Santo, él se servirá de nosotros en todas las circunstancias.
É l pondrá todo en obra para hacernos descubrir lo que podemos recibir de la gratitud del Reino en tanto
que coherederos de Cristo.
De esta manera, orando por los hermanos, si me mantengo sometida a la acció n del Espíritu Santo,
recibiré eventualmente mensajes de su parte: “Haz esto, ora por tal intenció n, etc”.
Recuerdo haber recibido una visió n mientras oraba. Veía a una le mis hermanas con el rostro deshecho
como si hubiese sufrido in accidente. É l Señ or me invitaba a orar por ella. Y mientras yo traba, la visió n se
hacía má s y má s fuerte. ¿Qué es lo que había tasado? Mi hermana se había caído en una escalera y había
rolado dos pisos sin hacerse dañ o alguno grave. Todo el mundo se ireguntaba có mo era posible que no se
hubiese fracturado un tueso. Yo comprendí que el Señ or me había pedido interceder en ¡u favor. Y de este
modo ella fue protegida.
Muy a menudo no comprendemos lo que el Señ or nos invita a iacer. É l nos muestra una situació n que
puede llegar a realizarse. Ese suceso puede tener lugar, pero también la oració n puede mpedirque se
produzca.
Supongamos que el Señ or me comunique que una catá strofe /a a tener lugar en tal o cual país. Yo recibo
esta visió n no como jna premonició n en el sentido parasicoló gico, sino como un signo Je amor del Señ or,
dado a mi espíritu, como una invitació n a po- íerme en oració n con mis hermanos para detener ese
acontecí- niento de graves consecuencias. É l Señ or me ha hecho conocer sste eventual acontecimiento
porque él quiere que sus hijos vivan an paz y en gozo.
Así fue como le advirtió a nuestro grupo de oració n de la inminente guerra entre Chile y Argentina.
Nosotros no consideramos asta guerra como inevitable: nos pusimos a interceder para que el :onflicto no
tuviese lugar.
No estamos suficientemente atentos a bs mensajes del Señ or. Mientras má s dó ciles seamos a la acció n del
Espíritu Santo, má s audaz será él con nosotros. Nos invitará a orar por situaciones o acontecimientos
inimaginables, y ello nos parecerá absofutamen- :e natural.
Nos puede decir, por ejemplo, como lo hizo conmigo: “Ve a tal :alle y a tal nú mero; allí encontrará s a una
mujer que clama hacia mí”. Como yo no tenía aú n el hábito de este género de mensaje,
le pedí al Señ or un signo. Me encontraba en el correo, era la época de Navidad, y la afluencia de pú blico
era inmensa. Le dije al Señ or: “Si verdaderamente esta llamada viene de Ti, has que me atiendan en cinco
minutos”. Ahora bien laf ¡la de los que esperaban era muy larga. La mayoría de ellos se fueron del correo y
yo fui atendida inmediatamente. No me quedaba sino ir donde se me había dicho. Me encontré frente a
una dama que se hallaba en cama esperando la muerte. Ella gritaba al Señ or: “Si verdaderamente existes,
envíame a alguien que me hable de Ti”. É l Señ or me había enviado para salvarla. Nuestro encuentro fue el
punto de partida de una verdadera conversió n.
No compliquemos las cosas en lo relativo a ta intercesió n. Estamos acostumbrados a analizarlo todo, a
razonar…y de este modo nos falta simplicidad. No somos los niñ os pequeñ os que el Señ or busca para
sanar a su pueblo. Cuando nos invite a interceder por tal o cual persona o por este o aquel acontecimiento,
tomemos nuestra responsabilidad y oremos.
A.— Para confirmar ta gracia de la sanació n interior, Nelly, ¿es fundamental participar en un grupo de
oració n?
N.— Por supuesto que el hecho de pertenecer a un grupo de oració n es importante. La comunidad es el
lugar en que recibiremos una gracia de sanació n má s y má s profunda.
Un grupo de oració n debe ser una reunió n carismá tica donde el Espíritu está en obra. É l conoce nuestras
necesidades. En la medida en que participemos fielmente en la oració n, Jesú s vendrá a sanarnos. Estoy
asombrada de todos los regalos que el Señ or me ha hecho en esas reuniones semanales.
Abandonados a nosotros mismos, estaremos en la imposibilidad de emprender o continuar un camino de
sanació n: tenemos necesidad de la comunidad. Siempre hay en un grupo una u otra
persona con alguna experiencia que será capaz de ayudar a los hermanos a progresar. Desgraciadamente,
en Europa la gente no es suficientemente sencilla. A veces-ocultan muchas cosas. Pero para el Señ or nada
está escondido.
La participació n en la reunió n de oració n nos permitirá asimismo recargar las baterías, gracias a la
amistad compartida, a la Palabra de Dios. Y es esta Palabra de Dios laque sana, laque anima y fortalece.

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Cada vez que llego a una regió n o a un país desconocido, siempre me informo acerca del grupo de oració n
má s pró ximo a fin de encontrar la presencia del Señ or y de los hermanos.
Evidentemente, no basta con la oració n semanal. Muchas personas se contentan con ella añ adiendo unos
padrenuestros o avemarias todos los dias. La vida de oració n exige una oració n personal asidua.
A medida que participemos en la oració n compartida, redescubriremos también el sentido de este diá logo
con el Señ or, que gusta tanto de conversar con sus hijos, descubriremos la importancia de la oració n
personal y de la vida comunitaria y sacramental.
Mucho se critica a los grupos de oració n. Y sin embargo es gracias a ellos como cientos de miles de
cristianos han encontrado el camino de la oració n, de los sacramentos, el sentido de la Iglesia y del amor
fraterno.

LOS SACRAMENTOS
A.— Después de haber hablado largamente de la oració n, Nelly, ¿no convendría añ adir una palabra sobre
los Sacramentos?
N.— Hace algunos añ os, cuando emprendimos esta marcha de la oració n de sanació n interior, estábamos
lejos de suponer la potencia sanadora y la riqueza de los Sacramentos que Jesú s confió a su Iglesia.
Me sucede a veces que siento como un bloqueo en la oració n de sanació n. Por mucho que ore, nada
cambia. Lo ú nico que permite echar abajo las barreras en una situació n semejante es que la persona
reciba el sacramento de la reconciliació n. Hay tal o cual pecado preciso o tal o cual situació n de pecado
que está bloqueando toda la oració n.
También se encuentran personas de tal manera bloqueadas por su sufrimiento que tan só lo el
Sacramento de los enfermos les va a hacer posble continuar por un camino de sanació n y les dará la paz.
La unció n de los enfermos es una fuente de bendiciones para la Iglesia, ¡y nosotros no la utilizamos (Serla
necesario que de una vez por todas se deje de considerar a este sacramento como sacramento de los
moribundos, y se lo tenga como la unció n del Señ or para los vivos. É l viene aderramar su bá lsamo de
sanació n, su bendició n sobre todas esas heridas que soportamos con tanta dificultad.
A través de estos Sacramentos, es el poder del Señ or el que se despliega: por su gracia me atrevo a
mirarme a mi misma, a enderezarme y a escoger el camino que conduce a la vida.
¿Qué decir de la Eucaristía, sino que ella es la cumbre de la sa- ició n? Jesú s se hace mi cuerpoy mi sangre;
me santifica, mefor- íca, me trae la sanació n física, moral y espiritual. No se puede imprender la sanació n
interior si uno no se percata de que ella t un camino de conversió n que orienta al cristiano hacia la fuente
i la vida, que es Cristo a través de su Iglesia. Es un camino de tnació n, de perdó n y de reconciliació n
sacramental.
Se podría hablar largamente del poder de los sacramentos; só - quiero añ adir que muchos sacerdotes no
sospechan la riqueza je está puesta a su disposició n. Si tuviesen, por ejemplo, la jdacia de dar má s a
menudo el sacramento de los enfermos, nuchas cosas cambiarían en la Iglesia!
A.— Pedimos también en la oració n que el Señ or enga a darle todo su vigor al Sacramento del Bautismo,
'el Matrimonio, del Sacerdocio.
N.— Sí. Todo Sacramento puede volver a encontrar un nuevo igor, perdido a veces a causa del há bito, de
la indiferencia o del •Cado. Así ¿qué significa pedir la sanació n de una pareja sino jérmitir al Señ or colmar
a ios esposos con toda la fuerza que ellos »cibieron en el Sacramento del Matrimonio? Es también desper-
ir todo el poder de Dios contenido en el Sacramento del Bautismo ue nos ha hecho hijos de Dios e hijos de
la Iglesia.

LOS CARISMAS.
A.— Los carismas suelen ser fuente de problemas. ¿Qué papel les atribuyes en la oració n de sanacló n
Interior?
N.— Ya hemos hablado profusamente de la relació n entre la oració n de sanació n y los carismas. Nosotros
usamos casi todos los carismas cuando oramos por sanació n. Ante todo, hay que ser sencillos y someterse
plenamente a la acció n del Espíritu Santo, no querer apropiarse de sus gracias,, sino, al contrario, ser
buenos administradores de los dones que Dios ha hecho a su pueblo.
Es cuando él lo quiere y como él lo quiere como el Señ or otorga sus carismas. Toda la iniciativa es suya.
Incluso, aveces, la sanació n de una persona es má s fuerte cuando no se ha hecho uso de ningú n carisma.
Nadie está obligado a aceptar estos signos de amor que al Señ or nos da. Hay personas que se extrañ an y

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hasta se ofuscan cuando los carismas se manifiestan. Conviene, pues, ser muy prudentes con el canto en
lengua, pero también con las palabras de conocimiento cuyo contenido podemos revelar o callar. Pidamos
en ese momento sabiduría para discernir si debemos o no hablar, si debemos o no comunicar alguna luz
que el Señ or nos haya dado. Preguntémosle a la persona por la cual se ora, para saber si lo que hemos
recibido es justo o no.
Mi experiencia me permite hablar de una localizació n de la palabra de conocimiento. Para no perder
tiempo y para permitir tocar rá pidamente el corazó n del problema, el Señ or me hace sentir ciertos
dolores pasajeros en algunos miembros de mi cuerpo. Asi, un dolor en la mano me hace saber de
inmediato que estoy en presencia de una persona que no se acepta así misma. Por medio de un dolor en el
antebrazo derecho el Señ or me dice que esta persona tiene que perdonar a su padre o a un hombre. Si el
dolor nace en la parte superior del brazo sé que hay un perdó n que tiene que ser dado a Dios, etc.
no de sen/irlo a EL La sanació n no es algo má gico. Jesú s decía la multitud que lo buscaba: “Me buscá is no
porque habéis ¡sto señ ales, sino porque habéis comido de los panes os habéis saciado” (Jn 6,26).
Muchas cosas pod rían ag regarse acerca déla palabra d e cono- miento, paro hay libros muy buenos que
hablan de ella. (Cf. hilippe MADRE, “Le Charisme de connaissance”, Ed. del só n de Judá , Nouan -le-
Fuzelier, 1985). Lo mismo que la sana- ó n interior, la palabrada conocimiento es un camino. No se
trata )lamentede recibirla; hay que profundizaren ella y aceptar loque is es dado. También a nosotros el
Señ or podría decimos: “¡No chéis las perlas a los puercos!” ¡Porque tenemos el artede sotear los regalos
del Señ or!
A.— ¿Hay alguna relació n entre la generosidad de na persona y los carismas que ella recibe?
N.— Hay un juego que al maligno le gusta mucho. Las perso- as que no tienen carisma proclaman que no
son dignas de reci- rlos. V una vez que han recibidó un carisma, el maligno les sopla la oreja que son
indignos y pecadores. Cuando alguien se da jenta de que Cristo vino por él y le pide al Señ or sus gracias,
monees siempre recibe algo. Y el maligno le sugiere que es un anto porque tiene carismas y que ahora
puede hacer todo lo que a le antoje.
Notemos también la reacció n de la comunidad frente a la srsona que ha recibido un carisma. ¡La trata
como a una santa! uelvo a repetir que la santidad es de iniciativa divina. Lo que memos que buscar es ser
purificados, ser un canal portador no e aguas turbias sino del agua má s pura posible, para el bien de
uestros hermanos. Esta purificació n conduce a la santidad, y la antidad es un don de Dios. Pensemos en el
Cura de Ars, que
ignoraba el grado de santidad al que había llegado y atribuía los milagros que Dios hacía a la intercesió n
de Santa Filomena.
A.— Volvamos a los carismas. Tú querías hablar aú n, me parece, de uno u otro de ellos.
N.— Sí. Yo quisiera señ alar que el carisma de profecía tiene también su lugar propio en la oració n de
sanació n interior. Algunas personas necesitan ser animadas, pues está n tristes y su historia personal ha
sido herida. Entonces, el Señ or da a veces, una palabra para animarlos y fortificarlos: no só lo una
palabrada consuelo, como “Yo estoy contigo, no tengas miedo”, sino también una palabra de la Escritura,
que es dada a modo de consolació n o de luz.
Quisiera, por ú ltimo, hablar del carisma má s delicado: el reposo en el Espíritu. Es un carisma de sanació n
tan profundo que no podemos sospechar hasta dó nde el Señ or nos toca a través de él.1
En efecto, corremos el riesgo de quedarnos en la superficie frente a los carismas. É l Espíritu Santo quiere
que profundicemos en las cosas. ¿Hemos reflexionado ya en el alcance de una palabra de conocimiento?
{Limitamos tanto el efecto de los carismas! él Señ or bien puede operar durante tres o cuatro añ os por
medio de una palabrada conocimiento, hasta que la persona aquien esa palabra le ha sido dada llegue a la
felicidad, a la salud física y espiritual.
1 Dado el cará cter delicado de estas pá ginas, referentes a un don controvertido, notemos:
- Que los Fenó menos que implican elementos psicosomá tícos no son reductibles só lo a sus componentes,
y que la gracia puede actuar en elJos y ser discernida en ellos, por ejemplo, en sus efectos, y en la
autenticidad del contexto; Que se impone una particular prudencia cuando este don se manifiesta en un
grupo. Es Importante, en efecto, evitar las manipulaciones colectivas, las acentuaciones emocionales, la
fijació n malsana sobre el aspecto insó lito, la bú squeda de experiencia de sanació n sin acompañ amiento
espiritual de una persona bien instruida (má s adelante se hace alusió n a esto).
Ig noramos cuá les son los acontecim ientos que el Señ or va a tocar por el reposo en el Espíritu. Tenemos
un conocimiento demasiado limitado de nosotros mismos, oo sabemos hasta qué punto ciertos
acontecimientos de nuestra infancia nos han herido, qué secuelas han dejado estas heridas recibidas en la

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primera infancia o en el seno materno. La ú nica cosa que sabemos es que tal o cual suceso ha sido
registrado por nuestra memoria, y que de este registro derivan ciertos comportamientos, una manera de
proyectar nuestra herida sobre los demá s, y una cierta manera de juzgar a los demá s.
En pocas palabras, hemos sido profundamente marcados. La ú nica manera de llegar a ser verdaderos es
dejamos sanar por el Señ or; él nos ayudará a reconciliarnos con nuestra historia personal y a hacer un
nuevo registro de tal o cual acontecimiento del pasado. Para ello se requiere tiempo, porque hay que
quitar muchos obstá culos y abrir muchas puertas.
%
Se han hecho muchas falsas apreciaciones acerca del reposo en el Espíritu. En las reuniones de sanació n
en Chile, se lo vive de una manera muy sencilla. Las personas que reciben esta gracia del reposo pueden
recibir la gracia de un cambio de vida muy profundo. Pero hemos descubierto también que esta gracia se
recibe a diferentes niveles y que es peligroso emplear técnicas de relajació n en la sanació n. Dejémosle la
iniciativa al Señ or, él es capaz de realizar sanaciones extraordinarias.
Al recibir la experiencia del reposo en el Espíritu, ciertas personas descubren có mo registraron un
determinado suceso en su memoria, pero descubren también la influencia que este suceso ha ejercido
sobre su manera de ver el mundo y de vera los demá s.
He aquí un ejemplo: un hombre de unos 45 añ os se presentó a nuestro grupo de oració n. Soportaba a
duras penas la vida en sociedad, no só lo en su medio familiar, sino también en su medio laboral.
Experimentaba un odio incoercible hacia su padre. No le encontraba ninguna cualidad positiva. Cuando
hablaba de él, era para tratarlo de borracho e irresponsable. É l mismo se espantaba
a veces de la agresividad que abrigaba para con su padre. Sus padres se habían separado cuando éi tenía
alrededor de tres añ os. É l había quedado con su madre, y cuando su padre lo visitaba se esforzaba por
ganar el amor de su hijo. En cada visita le prometía una pelota de football, que no llegaba nunca.
Durante el reposo en el Espíritu, el Señ or le mostró a este hombre que la base de su rechazo de perdonar
al padre y la base también de su falsa idea de Dios se hallaba en esta pelota, que él deseaba con todo el
ardor de un niñ o y que su inoonsciente seguía reclamando. Este hombre lloró de arrepentimiento y de
gozo cuando descubrió el poder de reconciliació n del amor de Cristo.
El reposo en el Espíritu permite experimentar una sanació n interior profunda. Sin embargo, es
importante estar muy atento para discernir si se trata de un verdadero reposo en el Espíritu o de simples
fenó menos psicoló gicos.
Veamos esto un poco má s en detalle:
1Durante los retiros, se constata, en el momento de la oració n por sanació n interior, que ciertas personas
caen en un profundo sueno. A causa de sus heridas -lo hemos observado-ellas manif¡está n
unagrantensió n muscular, nerviosa y psicoló gica. No están dispuestas a recibir la acció n del Señ or, y el
hecho de que se duerman se debe ú nicamente a la relajació n que experimentan en ese momento.
2.- Durante el reposo en el Espíritu, la persona pierde el control de sus mú sculos y cae al suelo. Sigue
estando plenamente consciente, pero es incapaz de hacer el menor movimiento. Cuando no hay oposició n
a la acció n del Señ or, es posible recibir grandes gracias de gozo, de paz, de arrepentimiento o de
reconciliació n, y experimentar una gran proximidad del Señ or. É l va a tocar una herida profundamente
arraigada en el inconsciente, que es la
fuente, a veces, de mucha amargura y tristeza. No es raro observar en estas personas un cambra radical
de vida.
Acontece también que el Señ or perm ite a la perso na que acaba de entrar en el reposo en el Espíritu
quedar como dormida, a fin de poder tocar heridas muy delicadas del inconsciente. Es el modo de actuar
del Señ or.
Pero cuando venga el tiempo de asumir esta sanació n operada por Jesú s, la persona vivirá momentos muy
difíciles, y será conveniente acompañ arla con mucha solicitud y hacer una oració n de paz muy intensa
pidiendo al Señ or que intervenga y haga un nuevo registro de los recuerdos.
Tengo presente el caso de una mujer de cierta edad que habla caldo en el reposo en el Espíritu. Imitaba
los movimientos del feto, parecía querer ahogarse y manifestaba deseos de vomitar. Entonces decidimos
hacer la oració n de los nueve meses en el seno materno. Después de eso, en el momento de orar por su
nacimiento, le pedímos al Señ or que le concediera la gracia de recibir la vida, de atreverse a respirar todo
el aire necesario para la dilatació n de los pulmones y de recibir la libertad de los hijos de Dios que le
estaba siendo dada. Al volver en si, elía había comprendido que antes le era imposible nacer y recibir la
vida. -

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¿Qué había descubierto esta mujer? Sus padres eran personas muy materialistas. Un d ía, su padre habla
leído en el diario que todas las mujeres que dieran a luz en tal fecha se beneficiarían con un suplemento
de indemnizació n de un 25% porcada niñ o; recibirían ademá s un 25% suplementario si el niñ o nacía en
enero. La madre debía dar a luz por los días de Navidad. Su marido la forzó , con ayuda de medicamentos,
a aplazar la fecha del parto afin deque el niñ o naciera a comienzos del mes siguiente.
Cuando la niñ ita nació , no se amaba a si misma, se sentía insegura y experimentaba dificultades
respiratorias. Gracias al reposo en el Espíritu, el Señ or había operado una reconciliació n profunda al nivel
de su vida en el seno materno y de su relació n con sus padres. Abandonada a sí misma, habría sido
incapaz de darse cuenta de que su falta de seguridad se remontaba tan atrá s.
¡Estamos tan alejados de la realidad! Si nosotros mismos hemos aprendido tantas cosas, lo es, sobretodo,
gracias al reposo en el Espíritu, un reposo donde Jesú s trabaja en profundidad mostrando dó nde y cuá ndo
alguien ha sido herido, y cuá l es el falso comportamiento que de ahí ha resultado. ¡Esta acció n de Jesú s es
una verdadera maravilla!
4.- Existe un reposo en el Espíritu durante el cual el Señ or prodiga algunos dones especiales. Por
ejemplo, una graciada oració n, la inteligencia de la palabra y el don de explicarla bien.
5.- Hay también un reposo en el Espíritu cuya finalidad es la intercesió n. Este género de reposo se ha
manifestado a veces de una manera enteramente particular. Para ser má s clara, pondré un ejemplo.
Está bamos dando un retiro en la bcalidad de Padre Hurtado, cuando una persona cayó pesadamente al
suelo. Durante su reposo, murmuraba sin cesar: “¡Mi hijo, mí hijol”. Comenzamos a orar por ella y a
interceder por su hijo, porque sabíamos que ella no tenía má s que uno solo.
¿Qué pasaba en ese preciso instante? Supimos después que el muchacho se paseaba por unacalle desierta
de Santiago cuando dos hombres lo agredieron salvajemente. Lo amenazaron con un cuchillo y le robaron
todo lo que llevaba consigo. Estamos persuadidos de que el
muchacho salvó la vida gracias a este reposo en el Espíritu vivido por su madre con vistas a la intercesió n.
6.- Existen también formas de reposo que no tienen nada que ver con el reposo en el Espíritu que
son las producidas por un poder hipnó tico. Por su propia fuerza, alguien hace caer a un hermano al suelo.
Por nuestra parte, opinamos que hay que evitar imponer las manos sobre la cabeza, porque ciertas
personas son muy frá giles. Esta observació n es importante, porque es peligroso entregarse aciertas
manipulaciones. É l Señ or no desea esto.
7.- El reposo por sugestió n o por sugestió n colectiva se puede producir sobre todo en los retiros de
jó venes. Estos creen que el solo hecho de tocar a su vecino le va a permitir tener la experiencia del reposo:
“¡Tú me tocaste en el Espíritu y yo cal a tierral”. A veces, estos jó venes no está n satisfechos mientras no
han caldo. Pero la acció n del Señ or es a menudo mucho má s profunda sin esta calda al suelo.
Segú n mi experiencia, el reposo en el Espíritu constituye una gracia muy especial del Señ or, pero que
debe ser objeto de un gran discernimiento. Sin él, este fenó meno puede causar un grave dañ o. Es el Señ or
el que tiene la iniciativa y el que conoce el momento propicio para conceder esta gracia.
Prá cticamente, en nuestros retiros en Chile, nosotros no imponemos jamá s las manos sobre la cabeza. É l
reposo se produce de manera espontá nea, y hay equipos que está n listos para asistir a las personas que
caen para que cuando se levanten no tengan problemas musculares debido a una mala posició n o como
consecuencia de un reposo prolongado.
La duració n del reposo varía de una persona a otra. Algunos permanecen en él hasta siete horas, mientras
que otros, só lo diez minutos.
Sabemos también que cuando una persona recibe esta gracia, hay que acompañ arla en oració n. Pero,
como los retiros duran cinco días, el tiempo es suficientemente largo para permitir a las personas
encontrar el equilibrio.
Si el Señ or ha permitido que una persona pierda la conciencia a fin de tocarla en las profundidades de su
inconsciente, habrá un momento en que ella descubrirá lo que el Señ or ha tocado durante ese tiempo de
inoon- ciencia. Puede tratarse de una violació n, un rechazo vivido en el seno materno, un nacimiento
dificil, que ha provocado timidez o angustia. Nunca se sabe qué es lo que el Señ or tocará .
Después del reposo y del nuevo registro del recuerdo permitido por Jesú s, comenzará una convalescertcia
de la memoria y una profunda reeducació n de los comportamientos. Todo ello es posible cuando se puede
contar con la presencia de una comunidad amante y orante.
Hay todavía muchas cosas por descubrir a propó sito de esta gracia del reposo en el Espíritu, como sucede
con todas las demá s realidades de la fe. Frente a los misterios de Dios, debemos estar muy atentos; sin
embargo, somos llamados a vivirlos. Y aunque estos misterios sean invisibles, no son por ello menos

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reales. SÍ el Señ or da estos carismas, quiere que los acojamos, incluso cuando ellos parezcan
extraordinarios. Ellos constituyen unapedagogíadel Espíritu en unaépocaque lanza un desafío a la fe
cristiana.
A.— ¿Qué responderías, Nelly, a quien preguntara si hay que pedirle al Señ or que nos conceda tal o cual
ca- rlsma ?
N.— Mi punto de referencia es la Biblia. Jesú s dijo: “Pedid y se os dará ”. (Mt. 7,7). Sin embargo es
necesario purificar nuestras motivaciones. ¿Está suficientemente claro que no andamos en busca de un
reconocimiento de parte de nuestros hermanos o de una vana gloria? ¿Tenemos verdaderamente el deseo
de ponernos al servicio del Señ or para edificar el Reino? Somos hijos de Dios y somos libres. Cada cual
puede recibir los dones de Dios. Desde el momento en que salimos de nosotros mismos y en que
descubrimos a los demá s, el Señ or nos empieza a colmar, en forma muy natural, de su gracia.
Pedir un carisma no es pedir un poder. Muchas personas aparecen como propietarios de los carismas,
“profesionales de los carismas”, mientras que el Señ or, por su parte, colma simplemente a su pueblo.
EL MINISTERIO DE SANACION Y SU ETICA
A.— ¿Có mo discernir si el Señ or llama a alguien al ministerio de sanacló n interior?
N.— Para mí, es a la comunidad a quien le corresponde discernir si tal persona está llamada a tal
ministerio. No soy yo quien debo elegir un ministerio. Recuerdo haber quedado profundamente
asombrada cuando me enviaron a Valparaíso para ejercer el ministerio de la sanació n interior, porque yo
no sabía mucho de él. Planteé mis preguntas a la comunidad y los hermanos respondieron: “Hemos
discernido que tú puedes orar por sanació n”.
La Iglesia no se equivocará jamá s si ora. Una persona puede fá cilmente equivocarse si actú a por cuenta
propia; la comunidad, no. Ella será capaz de ver si una determinada persona ha hecho progreso, si goza de
equilibrio psicoló gico y posee las cualidades espirituales y humanas necesarias. Entonces es a la
comunidad a quien corresponde escoger a los que má s convienen para tal o cual ministerio.
Es posible recibir un llamado personal, pero importa conocer bien su origen y motivaciones. Todo
llamado debe ser discernido, de preferenciaen el curso de un retiro, tanto si se trata de un llamado a la
vida consagrada, como si se trata de un llamado a la vida en el matrimonio, como también de todo
llamado a ejercer un ministerio.
Con respecto a la oració n de sanació n dentro de grupos de oració n, la cosa es distinta, porque el Señ or
normalmente da al grupo lo que éste necesita Si permite que algunas personas vengan a un grupo, es
porque quiere sanarlas. Entonces él hace manifestarse los carismas y prepara de este modo sus
Instrumentos. É l edifica la comunidad y hace desarrollarse los ministerios poco a poco.
Basta con dejarse hacer por el Señ or, convertirnos má s y má s, buscar ser psicoló gica y espiritualmente
só lidos y asumir nuestras responsabilidades en la oració n personal y comunitaria.
Los grupos de oració n no está n suficientemente dedicados a discernir qué carismas les son dados en
particular. Algunos grupos son llamados a la paz, al arrepentimiento, a la intercesió n…; otros son
llamados a visitar a los enfermos, etc.
A.— A propó sito de la sanació n Interior, tú hablas a veces de ética. Me parece que sería bueno subrayar
las exigencias que se imponen a los que oran por sanació n.
N.— En primer lugar, lo que se impone es la discreció n, sobre todo cuando se habla del caso particular de
una persona. Una indiscreció n puede detener un camino de sanació n, provocar amargura y muchos
sufrimientos inú tiles. Es posible hacer mucho mal en aquellos a quienes se quería ayudar. É l que ora por
sanació n, si no obra como un instrumento purificado, arde a veces en deseo de que se sepa que es a través
de él como se ha obtenido la sanació n.
En todo caso, es preferible esperar que la sanació n esté en buen camino antes de pedirle a alguien que dé
testimonio. Un testimonio dado demasiado pronto puede quebrar un camino de sanació n. Sin embargo,
cuando alguien ha podido reconocer todo lo que el Señ or ha hecho por él, es muy importante
quedétestimonio por escrito. V esto, para la gloria de Dios y con vistas a la evange- lizació n. É l Señ or nos
envía a evangelizar con nuestro testimonio, a través de todo lo que él ha realizado en nuestra vida.
Pero, una vez má s, todo esto debe ser hecho con un má ximo de discreció n. Así, por ejemplo, yo no he
pedido jamá s un solo testimonio de una persona que haya sido sanada de homosexua
lidad. Otro tanto habría que decir de casos de incestos o de violí ció n. Se trata de casos muy delicados que
exigen una discreció absoluta.

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Sin embargo, mientras má s vamos siendo sanados, má s na atrevemos a hablar. É l Señ or ha sanado mucho
en mí, y cuand doy enseñ anzas sobre la sanació n interior, hablo de mi propi experiencia. Undia, una
argentina me hizo el reproche de exponJ a plena luz toda mi vida privada. Me di cuenta de que ella se d^
tendía visiblemente de la acció n del Señ or. ¡Qué de sanaciones s han logrado gracias al testimonio de lo
que Jesú s ha hecho en m
Es para la gloria de Dios por lo que damos testimonio, pero cc discreció n. Podemos hablar de nuestra
sanació n personal. Is corramos el velo de lo que ha pasado en otros sino cuando elle estén plenamente de
acuerdo con esto, y nos hayan dado la auti rizació n.
AL SERVICIO DE LOS POBRES
A.— Una pregunta capciosa: ¿Es verdad que los carismá ticos no se Interesan por los problemas sociales?
La oració n de sanacló n interior ¿no nos ha hecho descubrir, por el contrario, toda suerte de pobrezas?
NI,—Estas acusaciones contra los carismá ticos son falsas y superficiales. Ellas salen siempre de boca de
quienes no los conocen.
Muy a menudo, las personas que vienen a un grupo de oració n se hallan en una prueba. Son tos pobres del
Señ or. Unos pobres que no encuentran a nadie que los escuche en ninguna Iglesia. Personas a quienes su
familia rechaza a causa de su depresió n, o que son abandonados por sus amigos porque no conocen el
éxito, personas cuyos jefes ya no los quieren como colaboradores porque se han enfermado… ¡Pobres
reales!
Se acusa a los carismá ticos de estar siempre alabando a Dios, pero sin ver la pobreza. Yo pienso que la
pobreza es una enfermedad social, como el tifus o la tuberculosis son enfermedades físicas.
Yo veo, en cambio, a personas devoradas por una actividad desbordante, dedicadas al trabajo social. ¿Cuá l
es la razó n de su actividad? ¿Por qué toda esta agitació n? ¿Qué es lo que buscamos tratando de trabajar
por los pobres? ¿Estamos del todo seguros de que no experimentamos la necesidad de realizarnos a
nosotros mismos por medio de nuestro trabajo con los pobres? Sucede a veces que uno se aprovecha de
otros para darle un sentido a su vida.
Pienso en aquellos que han hecho una opció n política —el marxismo, por ejemplo— y para quienes se me
pide a veces ora
ció n. Frecuentemente muy pronto uno se da cuenta de que son personas que han conocido la pobreza y
que han sido humilladas como consecuencia de heridas sociales, o familiares. De alguna manera, ¿no
buscan ellos una revancha, a través de la opció n que hacen? él problema es el mismo para aquellos que
eligen una ideología de extrema derecha o de extrema izquierda. Todo lo ven a través de ios lentes
deformadores de su ideología, y todo lo que no está de acuerdo con eíla es malo.
Yo creo, por m i parte, que es preferible elegir el servicio de los pobres después de haber sido sanado por
el Señ or. Porque no se puede servir a los pobres má s que a la luz de Jesucristo.
Hay en la Biblia una econom ia, una política dada por Dios a su pueblo. Siempre me pregunto loque será
del mundo el día en que los políticos participen en un grupo de oració n, cuando le hagan al grupo la
pregunta si tal o cual ley respeta o no a los pobres,.o bien si lo que se hace por ellos, en un determinado
caso, es una ayuda verdadera a la luz del evangelio.
Necesitamos, pues, sanar primero personalmente, y en seguida hacer una opció n social, sabiendo que hay
toda clase de pobres. Hay pobres que vienen a los grupos de oració n y que son verdaderamente pobres.
Recuerdo a aquel sacerdote que estaba muy comprometido con la teología de la liberació n. Está bamos
conversando, cuando, repentinamente, se puso muy agresivo conmigo. É l problema era que yo llevaba la
etiqueta de “carismá tica”. Entonces le pregunté, con el coraje que da el Señ or, por qué razó n me odiaba.
Me respondió que bien sabia yo que él no soportaba a los carismá ticos. En efecto, él habia tenido en su
parroquia una colaboradora muy activa y plenamente comprometida en la acció n social. Esta persona lo
habia ayudado mucho en su trabajo, hasta el momento en que entró en un grupo de oració n. Desde ese
momento, se hizo muy dulce. Su fogosidad y su violencia se habían ido. “Entonces -me decía él- usted se
da cuenta de que he perdido un excelente instrumento de concientizació n”.
Cuando se habla de sacerdotes o religiosas que agotan sus fuerzas trabajando entre los pobres, no veo una
justificació n cristiana de su acció n basada en su pura generosidad. Me ponderan el trabajo que ellos
realizan. Y yo les pregunto simplemente: “¿En qué momento oran ustedes? ¿Cuá ndo piden ustedes al
Espíritu Santo que les dé una solució n a estos problemas de pobreza, una sanació n para esta pobreza?”.
Ellos me miran con los ojos muy abiertos y no saben qué responder.

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La pobreza es una enfermedad social que hay que sanar. Hay que buscar la sanació n de la pobreza del
mismo modo como hay que buscar la sanació n interior. É l Señ or puede sanar un país de una situació n
econó mica desastrosa; puede sanar un país de la pobreza.
Cuando se nos acusa de ser los locos de la oració n, que no se ocupan jamá s de los pobres, yo respondo que
eso es falso, porque no hay nadie que esté má s comprometido que nosotros desde el punto de vista social.
¿En qué sentido? Cuando se presenta un problema político, ¿quién es el que se pone a orar? ¡Nosotros!
Cuando hay catá strofes naturales o terremotos, ¿quién ora? ¿Quién se compromete? Los carismá ticos.
Porque cada vez que hay una dificultad a escala regional, nacional o mundial, nosotros ayunamos y
oramos. Esta manera de actuar ¿no es lo mejor que puede hacerse?
La gente ignora que cuando oramos recibimos visiones sobre eventos futuros. Pienso en ese ministro
chileno que fue salvado por la oració n de los carismá ticos. É l Señ or nos había advertido que habría un
atentado contra su persona; nosotros oramos y él se salvó . É l Señ or nos habia hablado también del
terremoto. Sino hubo má s que ciento setenta muertos, ello fue, sin lugara dudas, gracias a la oració n de
los carismá ticos. ¿No es todo esto compromiso social?
Y para no exponerme a las críticas injustas de iluminismo y de desmovilizació n, añ ado de inmediato que
nosotros extraemos también de la oració n el coraje para comprometernos, para des-
le acuerdo de aquella mujer con quien me había encontrado ocasió n de un retiro, y que me decía que en
su vida no pasaba a. Yo le había dicho que posiblemente era el momento esco- > por el Señ or para sanar
en ella una herida muy profunda que ía marcado su vida. Esta persona tenía problemas matrimo- ss y en
particular a nivel de las relaciones conyugales. Yo le isejé que le pidiera luz al Señ or.
In día, Jesú s le mostró el acontecimiento que se hallaba a la a de toda su dificultad en la relació n con su
esposo. A la edad eis añ os, huérfana de padre y madre, habla sido puesta en ca- e un tío y una tía que
tenían otros hijos, y la niñ ita se convirtió ocoen la empleada de la casa. Mientras las otros niñ os podían
darse en casa, ella debía levantarse para ir a hacer las com- i.
sta familia habitaba en el campo y habla largos caminos que irrer a través de los campos. Una mañ ana, la
niñ ita habla par- a hacer sus encargos cuando de pronto se encontró cara aca- )n un hombre que intentó
abusar de ella. Dejando caer todo je tenía entre las manos, ella huyó y se subió a un á rbol. É l bre estaba
borracho y trató de sacudir el á rbol para hacer caer niñ a. Afortunadamente no tenía fuerzas para subir. La
peque- e puso a gritar, pero como el lugar era desierto, nadie la escu- él borracho permaneció varias
horas al pie del á rbol tratando acercaer a la niñ a. Finalmente se cansó y sefue. Sin embargo ia permaneció
todo el día en el á rbol, devorada por el miedo angustia.
ste es el acontecimiento que el Señ or le habla hecho recordar, se había dado cuenta de que, en cierta
manera, ella seguía ipre encaramada en el á rbol. É l Señ or la hizo descender como queo: la pareja sanó , por
lo menos en lo que respecta a la :¡ó n conyugal.
Menormente, esta mujer era incapaz de ver este suceso. No a para nada acusarla de falta de fe. Jesú s, en su
sabiduría, a escogido el momento favorable. É l no quiere hacernos da
ñ o. É l tiene tiempo. Y nos pide a nosotros también que seamos pacientes y que no culpabilicemos a los
otros reprochá ndoles su taita de le.
Otro obstá culo es el pecado, la falta de reconciliació n. Estas dos cosas constituyen una barrera para la
sanació n. Es importante que nos reconciliemos con Dios, con los demá s y con nosotros mismos. É l pecado
es realmente una de las grandes causas de la falta de sanació n. ¡Cuá ntas personas quieren seguir en su
pecado!
Existen también enfermos que no sanan por causa de una grave culpabilidad: no se sienten dignos de
sanar. Recuerdo a aquella mujer cuya rodilla había sanado. Ella volvió empero a caerse, porque tenía una
necesidad inconsciente de estar enferma. Se creía responsable de la muerte de una persona y quería
expiar este pecado.
Otro obstá culo para la sanació n: el miedo.
Tenemos m iedo de abandonar nuestro Egipto. Allí gú 2á bamos de la carne, de ta cebolla y de tantas otras
cosas agradables. Es un problema real al comienzo de la sanació n, cuando emprendemos la peregrinació n
hacia la Tierra prometida, esa tierra que mana leche y miel, pero que aú n no hemos alcanzado.
Estamos invitados a entraren el combate espiritual, a crecer en la vida espiritual, a convertirnos, a
despojarnos del hombre viejo para revestirnos del hombre nuevo, a descubrir nuestra identidad de hijos
de Dios, a alcanzar la verdad; en breves palabras, a comprometernos de una vez por todas con Dios.
Cuando yo recibí la gran sanació n de mi vida —me acuerdo muy bien de ello— me puse a temblar, porque
me preguntaba lo que el Señ or podría ahora esperar de mí. Yo no conocía la gra- tuidad del Reino. Como

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siempre pagamos por todo, creemos que también Dios nos va a presentar la factura. É l viene
parasanarnos, y nosotros suponemos que quiere exigirnos alguna otra cosa en
compensació n. Yo tenía miedo que me llamase imperativamente a la vida religiosa. Yo no consideraba la
vida religiosa como lo peor de todo, pero no me sentía en absoluto llamada a ella.
Le pedí al Señ or que me manifestara su voluntad, y él me respondió claramente que yo no tenía que hacer
ninguna cosa. ¿Su voluntad para mí? ¡Que me dejara amarl
Somos absolutamente libres de comprometernos en el seguimiento de Jesú s. É l nos propone aceptarla
sanació n o rechazarla. ¡Pero nosotros no queremos sanar, porque nos encontramos muy bien en nuestro
Egipto!
Muchos desean ser sanados sin tener el deseo real de convertirse: es otro obstá culo a la sanació n.
“¡Sá name y luego déjame tranquilo!”. Esa es la reacció n de muchos cristianos. Por eso se los vuelve a
encontrar má s enfermos aú n después de algú n tiempo. No hay sanació n sin conversió n. Sí yo he sido
sanada y no me dedico a seguir a Jesú s, volveré a estar enferma. Si no me convierto, no sanaré.
¿Qué sentido tiene rebelarme contra el Señ or si es mi pecado el que es la causa de mi rechazo a abrirme a
la Vida? Yo no puedo decir: “Jesú s, sá name”, y a continuació n, “¡hasta luego Jesú s!” Es la razó n por la cual
yo no creo que Jesú s dé la sanació n física a personas que no quieren adherir a El.
Recuerdo a aquella persona a la que yo le había preguntado si ella pertenecía a un grupo de oració n. “No,
me dijo, porque desde el momento en que participé en la oració n, empecé a sufrir”.
¿Qué es el sufrimiento? Todos tienen miedo a la cruz, miedo a ser crucificados. Sepamos que no todos
estamos llamados a sufrir, sino que estamos llamados a salir de todos nuestros malos sufrimientos, del
sufrimiento inú til, el sufrimiento estéril, el del mal ladró n. Só lo hay un sufrimiento verdadero: el
sufrimiento redentor de Jesú s que salva al mundo. “¿No eres tú el Cristo? pues ¡sá lvate a ti y a nosotros!
(Le. 23,39). Mientras se rebela, el
mal ladró n hace sufrir a ios otros. En cambio, el buen ladró n, d dose cuenta de la situació n desesperada en
que está , se vue hacia Jesú s y le dice: “Jesú s, acuérdate de mi cuando yasa tu Reino” (Le. 23,42). Y
conocemos la respuesta de Je: Yo te aseguro: hoy estará s conmigo en el Paraíso” i 23,43). Desde el
momento en que reconocemos que nuei sufrimiento es malo y que lo ponemos en manos de Jesú s, el
frimiento se vuelve unafuente de riqueza, de reconciliació n, y trae paz y gozo.
Otro obstá culo: Consiste en creer que somos nosol los que obramos la sanació n; só lo Jesú s sana. Muchas ||
sonas han venido a mi y me han pedido que las sanj “¡Que yo sepa jamá s he sanado a nadie!”. Tal es mi
respi ta. “Hay un error en alguna parte. Le han informado ma “Pero -continú a mi interlocutor- yo estoy
enfermo de hace bastante tiempo… ya no duermo… no puedo segui viendo así… entonces, yo le pido al
Señ or que me sane mi ú nica esperanza”. Yo le pregunto: “¿Ora usted?”.
—Algunas ave, cuando no estoy demasiado cansado…
—¿Qué significa entonces para Ud. la sanació n interior?
—Bueno… alguien me toca y mi mal desaparece.
Como si la sanació n interior fuese un acto má gico.
A veces me invitan a ir a orar por un enfermo en su lecho; repente, me doy cuenta de que está muy
apegado a su enfen dad. Rehusa sanar. Es para él un medio de ejercer dominio sd su familia, un pobre
medio para suscitar la compasió n y senj vivo. Hace sufrir a todos los que lo rodean. Y cuando se le pregj si
quiere sanar, protesta enérgicamente que sí. Pero, de hecho lo desea: ya no sería el centro de las
preocupaciones de los má s.
Recuerdo a aquella mexicana que sufría de la pierna, había sanado, pero lo ocultaba. ¿Có mo habría podido
sin su enfermedad? ¿Quién se interesaría entonces por e
»refería dejarse llevar en silla de ruedas. Un día solicitó que a llevaran a la capilla. Allí comprendió que
rehusaba la salació n porque quería dominar a su familia por medio de la ínfermedad. Se confesó y aceptó
su sanació n. Hoy en día joza de buena salud.
Todavía, otro obstá culo a la sanació n: oramos por los síntom as de la enfermedad, en vez da orar por su
raíz. É l Espíritu Santo nos pide orar en profundidad.
Supongamos que una persona está enferma de los riñ ones. Le puedo decir al Señ or; “Pongo ante ti a esta
persona que sufre de los ríñ ones, ven a sanarla: ella ya noduerme, sufre mucho”. Puedo orar por los
síntomas de la enfermedad e ignorar su causa profunda.
Así nos ocurrió orando por una mujer que sufría de una determinada enfermedad. Le pedimos al Señ or
que nos mostrara la raíz de la enfermedad. Uno de los presentes recibió una visió n. La veía durante su

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infancia sentada junto a su hermanito. Lo conversamos con ella. Le preguntamos sí había tenido un
hermano y qué edad tenia ella cuando él nació . En esa época, ella tenía tres añ os. No habla aceptado la
presencia del bebé que venía a arrebatarle, segú n creía, el af ectode su padre y de su madre. Ademá s, él
siempre estaba enfermo. Sufría de los riñ ones y se hacía pipí en la cama.
Nos dimos cuenta de que esta persona se habia sentido abandonada por sus padres cuando era muy
niñ ita. En su inconsciente ella pensó que tenia que estar enferma para estar rodeada de sus padres.
Cuando ella a su vez dio a luz, la enfermedad empeoró . Lo maravilloso es que el Señ or nos permitió
descubrir la raiz de su enfermedad.
Hoy día ella se ha convertido en una mujer adulta y de buena salud, porque Jesú s le hizo ver que había
buscado estar enferma para que se ocuparan de ella. Ella ha perdonado a su hermano el haber sido la
causa del resentimiento experimentado, la causa de todo el sufrimiento que ella tuvo que soportar.
Hacer un diagnó stico erró neo, cuando nos contentamos con orar por los síntomas, es otro de los
obstá culos a la sanació n. Vemos los síntomas de una enfermedad, digamos por ejemplo, de una depresió n.
Si no logramos encontrar la verdadera causa de este mal. nada pasará . Alguien puede sufrir de una gran
tristeza, pero debemos encontrar la causa de esta tristeza antes de pedir su sanació n.
Pienso en aquella niñ ita quetenía que jugar siempre escondida, ya que su madre la reñ ía cuando la
encontraba jugando. Como los niñ os se apegan a sus juguetes, ella sufría cada vez que su madre le botaba
a la basura un juguete que estimaba demasiado viejo.
Pero sabemos muy bien que mientras má s viejo es un juguete. má s valor tiene a los ojos de un niñ o. Así, el
hecho de perder un juguete puede convertirse para el niñ o en un drama.
Pienso también en lo que pasa con los niñ os que viven en el campo. Reciben de regalo un animalito, una
cabra o un cordero Cobran amistad con el animalito. Lo domestican, lo alimentan, le cuentan su vida… son
felices. Y un buen día, al volver de la escuela se enteran de que el animal ha sido muerto y echado a la olla.
Eso provoca un drama que puede ser eí origen de una enfermedad grave. Es importante, pues, hacer un
diagnó stico acertado.
No hacerse cargo de la propia sanació n puede impedir que ésta se realice. Repito, sin temor a las
reiteraciones, que si no hay oració n personal todos los días de nuestra vida, es imposible consolidar una
sanació n.
A veces no logro discernir lo que pasa en mi vida. Todo está oscuro y nebuloso. Para ver claro, necesito
que alguien me ayude a discernir lo que ocurre en mí. Es imposible hacer un camino de sanació n sola, sin
hablar de él ron alguien, ¡Cuá ntas veces el solo hecho de confiar a alguien tal ocual prueba, me permite
encontrar verdaderamente la luz!
Es obvio que el rol de la comunidad es importante. En ella encontraré la amistad, la compasió n y la
oració n de los hermanos.
También es importante para los hermanos que oran por sana- ció n pedir la oració n del grupo: ellos tienen
necesidad de la fuerza del Espíritu Santo, para ejercer este pesado ministerio.
Por ú ltimo, también puede constituir un obstá culo a la sanació n el ambiente familiar en el que vive la
persona por la cual se ora.
A veces, yo comienzo un camino de sanació n con alguien cuya familia se encuentra igualmente herida; la
sanació n que se va adquiriendo vuelve a ser puesta en cuestió n una y otra vez.
Otro tanto ocurre con el ambiente profesional. Por ejemplo, quien ha sufrido por el autoritarismo de su
padre y tiene de nuevo un superior autoritario, no tendrá muchas chances de sanar rá pidamente. Si
alguien tiene heridas de orden social y todo el mundo le recuerda su origen en un medio pobre,
experimentará igualmente muchas dificultades para sanar.
Es necesario a veces salir del ambiente en que uno está sumergido para sanar en profundidad. É l barrio, la
ciudad donde se ha crecido, pueden ser también lugares que frenan o impidan la sanació n. Es bueno, pues,
romper con el ambiente, con ciertas personas, con ciertos há bitos.
Pidá mosle al Señ or comprender que la sanació n interior es un camino, que ella se realiza día a día. Si
tenemos confianza en Dios, y si somos fieles a la oració n, es un camino de conversió n. Pidamos también
comprender que el tiempo pertenece a Dios. Asimismo le pertenece a él la iniciativa de venir a sanar mi
herida. Pidá mosle que nos conceda la paciencia y la disponibilidad. Tiempo vendrá , si sabemos esperar,
en que el Señ or nos sanará .

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CONCLUSION:
JESUS, LLAVE DE LA SANACION INTERIOR
A.—¿Nopodríamos concluir, Nelly, con la allrmacl\ de que Jesú s, y só lo El, es la fuente y la llave de
sanació n Interior?
N.— Cuando Jesú s fue a Nazareth, tomó el libro del profi Isaías y se puso a leer: “El Espíritu del Señ or está
sobre i porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciara losf bres la Buena Nueva, a proclamar la
liberació n a los c¿ tfvosy la vistaa losclegos, paradar libertada losoprir dos y proclamar un añ o de gracia
del Señ or” (Le.4,18-1
“Esta Escritura que acabá is de ofr, se ha cumplii hoy” (Le. 4,20). Y sigue cumpliéndose. Si leemos los
evangelh descubriremos en ellos la manera como Jesú s sana, su cercan los mil modos de salvar y de
liberar a cada cual segú n sus nec sidades.
Jesú s será siempre fuente de sanació n, porque “con sus I gas hemos sido sanados” (Is. 53,5).
Cuandocomenzamo descubrir a Jesú s vivo, al principio nos asombramos. Pero él quiere que nos
quedemos en eso. É l quiere que nos acerquem a El, que nos hagamos parte de su familia, Intimos suyos,
que s quemes provecho de su sacrificio, sacrificio de amor.
Desea que nos beneficiemos de los benef icios de la reconcil ció n con nuestro pasado, nuestra historia,
má s allá de toda inji ticia. Es por él por quien todo es recreado, restaurado; es a tra\
de él como toda vida destruida puede ser reedificada. Por cierto, habrá cicatrices, pero éstas ya no se
abren, cuando Jesú s tas sana.
Aprendamos a descubrir de verdad el rostro de Jesú s: él es la dulzura misma, pura delicadeza. Es él quien
le pregunta al ciego: “¿Qué quieres que te haga?” (Me. 10,51). Jamá s entra él en mi vida para dañ arme. É l
quiere reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos y hacernos volver al Padre. Su ú nica meta, en
efecto, es hacemos descubrir la ternura del Padre, su Misericordia. Una sanació n carece de sentido sino
quedo religado al Padre, a Jesú s, al Espíritu Santo y a la Virgen María, si no descubro toda la riqueza de la
vida espiritual.
Jesú s es el Camino, la Verdad y la Vida Tal vez los bienes de la tierra nos procurará n aJgú n consuelo
pasajero, pero Jesú s es el ú nico que puede darnos “La paz que supera todo entendimiento”. Es el ú nico
que puede colmarnos con los dones del Espíritu. Es el ú nico que nos puede hacer tomar conciencia de que
todo es gracia.
Cuando se ha descubierto a Jesú s y su infinita riqueza, la vida se hace muy simple. Es porque no somos
suficientemente simples por lo que dudamos de esta llave increíble que es Jesú s.
Cuando alguien me pregunta por qué soy feliz, y le contesto que es por Jesú s, me toman por una loca. Si
encuentran que soy una mujer abierta y equilibrada, y les digo que es por Jesú s, piensan que es imposible.
Jesú s es verdaderamente la Verdad y la simplicidad misma. Nosotros ignoramos lo que es simplicidad y
gra- tuidad. Con él no es necesario acumular méritos. É l nos da todo.
Y lo que siempre me asombra má s es que cada vez que yo caigo—y a esto lo llamo un accidente—El no me
juzga, él me vuelve a levantar. Má s aú n: “El me hace subir má s alto”.
El día en que nos apoyemos en Jesú s, Hijo de Dios, Sacerdote, Profeta y Rey, obtendremos la sanació n
completa, porque seremos parte plena de la Iglesia, que es su Cuerpo. Pertenecemos a
la Iglesia todos los que por el bautismo somos discípulos, sacerdotes del Señ or, (1 Ped. 2,9), portadores de
su Palabra, misioneros de la Buena Nueva del Reino.
Jesú s es la fuente de toda sanació n. Sin él nada podemos hacer. Que esto esté bien claro en nuestro
espíritu cuando oremos. ¡Sin él nada podemos hacerl ¡Y todo es gracia!
INDICE
Pá$
Presentació n
Introducció n
Descubrimiento de la renovació n y llamado a un ministerio de sanació n interior….
El perdó n, columna vertebral de la sanació n interior
La sanació n de la memoria y de tos recuerdos
Los mecanismos de defensa
La oració n de paz, la oració n puntual y la oració n cronoló gica

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Relació n entre sanació n interior, psicología, sanació n física y crecimiento espiritual
Los pilares de la sanació n interior
- La vida en el espíritu. La disciplina del espíritu
- La alabanza
- La intercesió n y la oració n compartida
• Los sacramentos
Los carismas

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