Antes de Lucy
Antes de Lucy
Antes de Lucy
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Jordi Agustí
Antes de Lucy
El agujero negro de la evolución humana
Metatemas - 62
ePub r1.3
ramsan 30.08.2021
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Título original: Antes de Lucy: El agujero negro de la evolución humana
Jordi Agustí, 2000
Fotografías de los autores: Luis Prada y Museo de la Ciencia de la Fundación “la Caixa”
Diseño de cubierta: BM
Cubierta: Australopitecus afarensis, mejor conocido como Lucy
Editor digital: ramsan
ePub base r2.1
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Índice de contenido
Cubierta
Antes de Lucy
Introducción
DEBATE GENERAL
Notas
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Este libro surge de las jornadas que, bajo el título de «La evolución de los
homínidos», se celebraron el 29 y 30 de octubre de 1996 en el Museo de la Ciencia
de Barcelona, con el patrocinio del Instituto de Paleontología M. Crusafont de la
Diputación de Barcelona y del propio Museo de la Ciencia de la Fundación “la
Caixa”.
Antes de Lucy nace del encuentro que, con el patrocinio del Museu de la Ciencia de la
Fundació ”la Caixa” y del Instituto de Paleontología M. Crusafont de la Diputación
de Barcelona, reunió en esta ciudad, en octubre de 1996, a un grupo de especialistas
en el tema: David Pilbeam (director del Peabody Museum y profesor en la cátedra
Henry Ford II de la Universidad de Harvard), Peter Andrews (investigador del
Departamento de Paleoantropología en el Natural History Museum de Londres),
Robert Martin (director del Museo y del Instituto Antropológico de la Universidad
de Zurich), Jordi Sabater Pi (profesor de la Universidad de Barcelona), así como
Salvador Moyà, Meike Köhler y Jordi Agustí, coordinador del encuentro (los tres
del Instituto de Paleontología M. Crusafont).
Títulos originales:
—David Pilbeam, Hominid evolution and the fossil record: the case of Sivapithecus;
—Robert D. Martin, Energy resources and the evolution of brain size in hominid
primates.
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CANTES DE LUCY
EL AGUJERO NEGRO DE LA EVOLUCIÓN HUMANA
¿El hombre, ese desconocido? Hace décadas, los manuales de antropología hacían
frecuentes referencias a los «ignotos» y «misteriosos» orígenes de nuestra especie.
Tras decenios de fructífera labor paleontológica en diversas partes del globo, pero
sobre todo en África, el panorama de nuestros orígenes a corto y medio plazo
aparece hoy relativamente claro, aun cuando todavía persistan numerosas cuestiones
pendientes, relativas a aspectos muy concretos de esta evolución (del tipo de
¿cuántas especies hubo de australopitécidos? ¿y de Homo? O, ¿en qué momento se
produjo la primera colonización de Eurasia?). Pero es seguro que este otro tipo de
cuestiones difícilmente quitarán el sueño a nuestros filósofos. ¿El hombre, ese
desconocido? Ya no tanto. Por el contrario, son nuestros primos antropomorfos, los
chimpancés y los gorilas, los que deberían reclamar para si su lugar como misterio
de la Naturaleza, ya que mientras que la documentación sobre la evolución humana
de los últimos 4 millones aparece razonablemente completa, por el contrario poco o
nada se sabe, si no es por los datos moleculares, del origen de nuestros parientes
más próximos. Y es que, más allá, de hace esos 4 ó 5 millones de años, es decir, del
momento en que debió individualizarse la línea de los homínidos primitivos o
australopitecos con respecto a las del chimpancé y gorila, muy poco se sabe sobre
nuestros orígenes comunes. En efecto, por lo que hace a la evolución de los primates
antropomorfos (también conocidos como hominoideos) el registro fósil de África
muestra un enorme agujero negro durante el segmento más reciente de la época
conocida como Mioceno, que es precisamente cuando se «cuecen» los fundamentos
de lo que luego será la evolución posterior de los homínidos en el Plioceno y el
Pleistoceno.
Particularmente, el Mioceno superior, la época entre hace 12 y 5 millones de
años, constituye uno de los momentos más interesantes de la historia biológica a la
hora de desentrañar las primeras fases de la evolución de los homínidos. Fue en esa
época en la que las laurisilvas subtropicales cedieron su puesto a las sabanas
arboladas y bosques más abiertos que hoy encontramos en extensas áreas de los
continentes africano y eurasiático. Además, es en el Mioceno superior cuando
encontramos los primeros indicios de desarrollo de los glaciares árticos, preludio de
la dinámica glaciar-interglaciar que se establecerá de manera estable a partir de
hace dos millones y medio de años. Por otra parte, en el Mioceno superior se
sucedieron importantes cambios a nivel regional, los cuales han llevado a la actual
configuración del Viejo Mundo. En particular, destacan los diversos eventos de
desecación de las grandes masas de agua que en su tiempo circunvalaron el
continente europeo, como fue el caso del mar interior Paratethys, o del Mediterráneo
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(que padeció una desecación prácticamente completa y estuvo a punto de
desaparecer hace unos 6 millones de años), lo que sin duda favoreció el intercambio
faunístico entre Europa, Asia y África. Al mismo tiempo, importantes procesos
tectónicos como la elevación del Himalaya y de la meseta tibetana, así como las
aperturas del mar Rojo y de las grandes cuencas del este africano, aunque
trabajando en direcciones opuestas, debieron favorecer los procesos de aislamiento
reproductivo y especiación en diversos grupos de vertebrados terrestres.
Todos estos fenómenos debieron tener a su vez una influencia decisiva en la
evolución de nuestros ancestros arborícolas. Así, hace unos 10 millones de años,
Eurasia aparecía poblada por una floreciente población de hominoideos, que incluía
una alta diversidad de formas y diseños, desde gráciles braquiadores selváticos como
Dryopithecus y Sivapithecus, hasta formas goriloides de gran talla y robustez como
Graecopithecus, pasando por antropomorfos adaptados a condiciones de relativa
aridez como Ankarapithecus. ¡Y todo ello en un momento en el que el registro de
hominoideos en África es casi nulo! De alguna manera, la radiación evolutiva de
hominoideos eurasiáticos parece remedar las tendencias que, cinco millones de años
más tarde, se producirán en África y que desembocarán en la aparición de nuestros
primeros ancestros bípedos, los australopitecos. Pero al revés de lo que ocurrió en
África hace cinco millones de años, la deforestación y expansión de los espacios
abiertos en Eurasia no dio lugar a la aparición de los primeros homínidos bípedos
sino que, por el contrario, provocó la extinción de la mayor parte de estos
hominoideos, extinción a la que tan sólo escaparon algunas formas asiáticas
altamente especializadas (como el enorme Gigantopithecus o el actual orangután,
Pongo).
En orden a elucidar estas y otras muchas cuestiones que afectan a una de las
fases más oscuras y controvertidas de la evolución homínida, la iniciativa conjunta
del Museo de la Ciencia de la Fundación “la Caixa” y del Instituto de Paleontología
M. Crusafont de la Diputación de Barcelona logró reunir en Barcelona el 29 y 30 de
octubre de 1996 a los principales especialistas en el tema, como David Pilbeam
(Universidad de Harvard), Peter Andrews (Natural History Museum de Londres),
Robert Martin (Universidad de Zurich, Suiza) y Jordi Sabater Pi (Universidad de
Barcelona). Desde el propio Instituto de Paleontología M. Crusafont, el coloquio
contó con las aportaciones de Salvador Moyà, Meike Köhler y quien esto les cuenta.
Y sorprendentemente, aunque el desarrollo de las sesiones permitió constatar la
existencia de una gran diversidad de enfoques y opiniones, no es menos cierto que el
resultado final de esta obra ofrece un conjunto altamente trabado y coherente, como
el lector tendrá ocasión de comprobar. Así, de una parte, los capítulos 1 (Pilbeam) y
3 (Köhler), aunque aparentemente centrados en Sivapithecus y Dryopithecus,
respectivamente, ofrecen una completa y cuidada introducción al mundo de los
hominoideos no sólo fósiles sino incluso actuales. Por otra parte, el capítulo 2
(Sabater Pi) aporta de una manera concisa y rigurosa la experiencia personal de su
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autor sobre los ecosistemas que habitan nuestros más próximos parientes, los
antropomorfos africanos actuales. Como contrapunto, el capítulo 4 (Agustí) trata de
situar la evolución de los hominoideos eurasiáticos en el marco de las vicisitudes
climáticas y ambientales del Mioceno. Los capítulos 6 (Moyà) y 7 (Martin), en fin, se
centran en el análisis de dos cuestiones clave en la evolución de los homínidos
posteriores, a saber, el origen de la postura bípeda y la evolución del cerebro en
relación con su coste energético. Al mismo tiempo, a lo largo de los sucesivos
capítulos el lector encontrará información detallada sobre los principales actores de
aquel drama, como Proconsul y Sivapithecus (Pilbeam), Ankarapithecus y
Graecopithecus (Andrews), Dryopithecus (Köhler) y Oreopithecus (Moyà). La obra,
en fin, constituye un repaso al mundo de los antropomorfos del Mioceno, mundo
hasta ahora mal conocido y cuyo estudio, sin embargo, es de vital importancia para
comprender como se alumbró el primer homínido bípedo que dio lugar a Lucy y a
toda su descendencia.
Jordi Agustí
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LA EVOLUCIÓN DE LOS HOMINOIDEOS Y EL REGISTRO
FÓSIL: EL CASO DE SIVAPITHECUS
David Pilbeam
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Sobre el autor
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Introducción
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suma a los argumentos anatómicos clásicos a la hora de evaluar el parentesco entre
cualquier grupo de especies. Además, y dado que la tasa de cambio genético varía
poco, las diferencias genéticas entre las especies nos proporcionan una suerte de reloj
razonablemente fiable. Esta propiedad del cambio genético, junto con la información
del registro fósil, nos permite confeccionar un «árbol genealógico» en el que pueden
estimarse aproximadamente las épocas en que se separaron los distintos linajes (esto
es, las edades de los ancestros comunes); y este árbol nos proporciona a su vez
directrices temporales para encajar otros fósiles en el esquema.
Disponemos así de un marco comparativo sólido en el que puede integrarse el
registro fósil. Nos interesan especialmente dos cuestiones relativas a los fósiles: cómo
se comportaban los antropomorfos extintos (lo que se conoce como «reconstrucción
comportamental») y cómo se relacionan los fósiles de antropomorfos, en sentido
evolutivo o genealógico, con la radiación de los hominoideos vivos (lo que se conoce
como «reconstrucción filogenética»). Las respuestas a estas cuestiones pueden
revelarnos en qué se diferenciaban los antropomorfos del pasado de los actuales y,
una vez hayamos integrado formas extintas y formas vivas en un árbol evolutivo que
las abarque todas, pueden proporcionarnos información adicional para reconstruir la
secuencia de cambios evolutivos que condujo a las especies presentes.
Naturalmente, el origen de los homínidos, nuestro propio linaje, es de especial
interés para nosotros, pero no es el tema principal de esta ponencia.
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similares, pero algo más lentos y medidos. Todas las especies se alimentan
principalmente de fruta, suplementada con hojas y otras partes vegetales. Unos
cuantos expertos creen que el linaje entero ha ido disminuyendo de talla con el
tiempo, y que sus antecesores habrían sido aún más grandes que el siamang.
El segundo antropomorfo que describiré es Pongo pygmaeus, el orangután. Las
dos subespecies de este hominoideo se encuentran hoy en áreas muy restringidas de
Borneo (Pongo pygmaeus pygmaeus) y Sumatra (Pongo pygmaeus abelii), aunque
hasta hace relativamente poco la especie se extendía por toda Asia oriental. Por toda
el área aparecen huesos y dientes fósiles de orangutanes y gibones depositados en
cuevas durante los últimos dos millones de años. El orangután es mucho más grande
y dimórfico (los sexos difieren en tamaño, anatomía y comportamiento) que los
gibones. Las hembras pesan alrededor de 35 kg, mientras que los machos superan los
80 kg. Aun así, siguen siendo animales predominantemente arborícolas —
especialmente las hembras— de movimientos pausados y medidos, que se desplazan
colgándose de las ramas, y predominantemente frugívoros.
Viajemos ahora al África tropical. El chimpancé común (Pan troglodytes) viene a
ser del tamaño del orangután, pero es menos dimórfico y considerablemente más
sociable. Las hembras pesan de 35 a 45 kg en promedio, según la población de que se
trate, mientras que los machos pesan de 45 a 60 kg. Los chimpancés comunes son los
antropomorfos con un área de distribución más amplia. Hay tres subespecies, una
occidental (Pan troglodytes verus), otra de la región central del Zaire (Pan
troglodytes troglodytes) y otra oriental (Pan troglodytes schweinfurthii). Los
chimpancés pasan tanto tiempo en los árboles como en el suelo. Con frecuencia se
cuelgan de las ramas sostenidos por sus poderosos brazos. Bajan al suelo para ir de
una fuente de alimento o área de reposo a otra y para defender sus fronteras
territoriales. Para desplazarse en tierra adoptan una locomoción cuadrúpeda
característica (el conocido «andar con los nudillos») que implica caminar sobre los
dedos flexionados de las manos, con los dedos de los pies y los pulgares abiertos.
Como los otros antropomorfos, son principalmente frugívoros.
Una segunda especie del género Pan es el bonobo (Pan paniscus), también
llamado chimpancé pigmeo, que se encuentra únicamente en las selvas bajas al sur
del río Zaire. Su área de distribución está completamente separada de las del
chimpancé común y el tercer antropomorfo africano, el gorila. Las hembras pesan
alrededor de 40 kg y los machos 50 kg. Así pues, apenas se diferencian del
chimpancé común en cuanto a tamaño, pero son más esbeltos. Tienen el cráneo y los
dientes más pequeños, con unos caninos menos dimórficos. Son básicamente
similares a los chimpancés comunes en cuanto a anatomía y conducta: se cuelgan de
las ramas de los árboles y caminan apoyándose en los nudillos, son frugívoros y
forman grupos sociales de estructura compleja.
El cuarto género de antropomorfos, Gorilla, se encuentra en dos regiones
africanas muy separadas. El gorila de llanura occidental (Gorilla gorilla gorilla)
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habita en las selvas del Camerún, el Gabón y el oeste del Zaire, mientras que el gorila
de llanura oriental (Gorilla gorilla graueri) y el gorila de montaña (Gorilla gorilla
beringei) se restringen al este del Zaire, Ruanda y Uganda. Los gorilas son mucho
mayores que los chimpancés (las hembras pesan alrededor de 75 kg y los machos dos
veces más), pero en cuanto a anatomía y comportamiento son básicamente similares a
aquéllos. A pesar de su gran tamaño continúan subiéndose a menudo a los árboles,
colgándose ocasionalmente de las ramas (especialmente los individuos jóvenes).
Cuando las condiciones ecológicas lo permiten, estos antropomorfos manifiestan una
interesante (y algo sorprendente para un animal tan grande) tendencia a la dieta
frugívora.
Naturalmente, entre los antropomorfos hay grandes e interesantes diferencias,
pero aquí quiero llamar la atención sobre sus similitudes. Este enfoque nos permite
identificar rasgos que muy probablemente estaban ya presentes en el ancestro común
de todos los antropomorfos.
La presencia de un rasgo ampliamente compartido por los miembros de un grupo
de animales —en este caso los hominoideos— sólo puede explicarse por dos razones.
En primer lugar, el rasgo podría haber evolucionado de forma independiente en las
diversas especies. Presiones selectivas similares en algún momento de la evolución
de cada familia habrían originado rasgos similares. Unos requerimientos funcionales
parecidos habrían tenido una respuesta evolutiva semejante. Es lo que se conoce
como evolución paralela o convergente. En la jerga técnica, las similitudes así
surgidas se denominan «homoplasias».
La segunda posibilidad es que las similitudes se deban a la herencia. De acuerdo
con esta interpretación, las especies del grupo habrían retenido rasgos del ancestro
común del que se derivaron. Las semejanzas de esta clase se denominan
«homologías». Nos interesa deducir o inferir si las similitudes entre las especies de
un grupo son verdaderas homologías, porque sólo éstas nos proporcionan
información sobre su parentesco. Por otra parte, el reconocimiento de homologías
permite la reconstrucción de formas ancestrales hipotéticas. Las similitudes que se
consideran homologías corresponden a rasgos que supuestamente estaban presentes
en la especie ancestral. La reconstrucción de tales ancestros hipotéticos ofrece
expectativas que nos sirven de guía para la evaluación de las posiciones y relaciones
evolutivas de las especies fósiles.
Discernir entre homología y homoplasia resulta más fácil al nivel genético,
cuando se trata de comparar cadenas de ADN, y menos cuando se trata de rasgos
anatómicos o comportamentales. Saber algo sobre el control genético del desarrollo
—es decir, la embriología— de rasgos complejos (como las formas anatómicas
fosilizadas que manejamos) siempre ayuda, pero esta clase de información es
sumamente difícil de obtener. Dado que unas demandas funcionales similares pueden
conformar rasgos semejantes a partir de estados ancestrales diferentes (homoplasia),
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una buena forma de identificar homologías es la búsqueda de similitudes entre rasgos
con una funcionalidad un tanto diferente en el presente.
¿Cuáles son los rasgos característicos de los hominoideos? Como ya he dicho,
este grupo zoológico ha sido intensamente estudiado desde hace más de un siglo, de
manera que sus rasgos distintivos están bastante bien definidos. Los caracteres
hominoideos mejor conocidos quizá sean los correspondientes al llamado esqueleto
poscraneal (todo menos la cabeza), porque muchos de ellos son el reflejo de
adaptaciones básicas para el desplazamiento del animal por debajo de las ramas y no
por encima, lo que requiere unos brazos y un torso poderosos.
En comparación con los monos cuadrúpedos, los antropomorfos tienen un torso
ancho y corto, con un pecho y una pelvis amplios, y una región lumbar corta y rígida.
Éstas son adaptaciones para la suspensión y para contrarrestar la gravedad a lo largo
de la línea vertical que recorre longitudinalmente el cuerpo (y no transversalmente
como en los cuadrúpedos «normales»), así como para prevenir la torsión entre las
partes superior e inferior del cuerpo (un problema significativo para un animal grande
y pesado que se desplaza colgando de los brazos a través del complejo entramado
tridimensional de la bóveda arbórea). Estas características del torso superior se
aprecian en más o menos medida en todos los hominoideos vivos, incluida nuestra
especie; y se aprecian más aún en los homínidos ancestrales, como se pone de
manifiesto en el espécimen Lucy, un esqueleto bien preservado de Australopithecus
afarensis con una antigüedad de 3 millones de años, en el que la anatomía del tórax y
los hombros coincide en varios detalles interesantes con la de los antropomorfos
actuales.
Los antropomorfos tienen brazos relativamente largos y musculosos, con manos y
dedos prensores, y articulaciones especialmente seleccionadas para la movilidad y la
estabilidad. El hueso del brazo (el húmero) es recto (igual que en las pocas especies
de monos del Nuevo Mundo que tienden a colgar y desplazarse suspendidos por
debajo de sus soportes). La articulación del codo de los hominoideos (esto es, las
uniones húmero-radio, húmero-cúbito y radio-cúbito) es muy característica y sirve
para diferenciarlos de los otros primates. Cuando el animal se desplaza colgado de las
ramas, la articulación del codo experimenta movimientos complejos de flexión y
extensión (del antebrazo en relación al brazo) y de pronación y supinación (rotación
de los huesos del antebrazo al girar la palma de la mano en relación al cuerpo). Es
esencial que la articulación se mantenga estable, porque durante estos
desplazamientos arbóreos el peso del animal es soportado enteramente por los brazos.
Aunque las manos de los hominoideos muestran una considerable variación en
cuanto a anatomía, proporciones y funcionalidad (no hay más que comparar las
manos de gibones, gorilas y homínidos), también muestran sorprendentes similitudes.
Por ejemplo, las articulaciones entre los metacarpianos (los huesos largos de la mano)
y las falanges son básicamente similares en todos los hominoideos con independencia
de su funcionalidad. Las cabezas de los metacarpianos y las falanges crecen
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separadamente de las cañas y constituyen unidades genético-embrionario-anatómicas
coherentes. Este patrón que se repite en braquiadores, andadores con los nudillos y
bípedos es el foco de nuestra búsqueda de rasgos homólogos.
Las articulaciones de los miembros posteriores son móviles, y los pies están
adaptados para asirse con fuerza a las ramas, un rasgo importante cuando se trata de
animales arborícolas grandes (aunque en los antropomorfos africanos, más terrestres,
los pies están también adaptados para la marcha).
Los hominoideos también se parecen entre sí en muchos rasgos anatómicos
internos (como las sujeciones de los órganos internos —estómago, intestinos y
corazón— la anatomía del diafragma y detalles de los pulmones y el hígado) que los
diferencian claramente de los cercopitecoideos, sus parientes más cercanos.
Una vez más, es importante recordar que junto a estas similitudes hay
superpuestas numerosas variaciones que son reflejo de las diversas historias
adaptativas de los linajes de hominoideos.
Esto se ve muy bien en el cráneo y la mandíbula inferior. La variación craneal de
los hominoideos exhibe algunas pautas interesantes: los orangutanes y los
antropomorfos africanos más los homínidos primitivos muestran tendencias opuestas
en relación al patrón de los hilobátidos. En los orangutanes la caja craneana está
girada hacia arriba en relación a la cara, de manera que la frente se eleva por encima
de las órbitas y la parte inferior prominente de la cara (el «premaxilar») forma una
placa ósea continua con el paladar (un rasgo inusual entre las especies vivas,
exclusivo del orangután). En los antropomorfos africanos y homínidos primitivos, en
cambio, la caja craneana está girada hacia abajo en relación a la cara. La bóveda
craneana se inclina hacia atrás dejando una barra ósea sobre las órbitas, separada de
la frente por una depresión o sulcus. El patrón craneal de los hilobátidos
probablemente representa la condición del ancestro común de los hominoideos vivos.
Los dientes de los hominoideos exhiben adaptaciones anatómicas a una dieta de
frutos tropicales de dureza diversa suplementados con cantidades variables de
hierbas, brotes, semillas, hojas y cortezas, superpuestas a un patrón anatómico básico
común. Los dientes frontales —los incisivos— son grandes, aunque en el gorila de
montaña y el siamang (comedores de hojas) están algo reducidos. La forma de las
coronas dentales varía según la dieta, siendo más altas en los comedores de hojas y
más bajas y romas en los comedores de frutos recios como el orangután. El grosor de
la capa de esmalte también varía con la dieta. Pero el diseño básico de los dientes,
como demuestra el análisis estadístico, es similar en todos los antropomorfos, lo que
de nuevo refleja la anatomía del ancestro común.
Es importante señalar que, a pesar de sus diferencias de tamaño, los
antropomorfos africanos son muy similares entre sí tanto en anatomía como en
comportamiento. De hecho, en muchos aspectos los gorilas son chimpancés
agrandados, como ha sido ampliamente demostrado por numerosos estudios
alométricos (la «alometría» es el estudio de los cambios de forma ligados al cambio
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de tamaño). Naturalmente, entre chimpancés y gorilas hay otras desemejanzas, pero
una fracción significativa de las diferencias entre los antropomorfos africanos
grandes y pequeños es atribuible a la diferencia de tamaño. Esto ha sido ampliamente
reconocido en el pasado, hasta el punto de que algunos autores los han agrupado
dentro del mismo género: Pan.
Asumiré, como hace la mayoría, que el tamaño del ancestro común de gorilas y
chimpancés se acercaba más al de estos últimos. En consecuencia, es probable que
dicho ancestro común se pareciera bastante a un chimpancé (diferente de Pan
troglodytes y Pan paniscus, pero claramente clasificable dentro del género Pan). Esta
idea no es original ni mucho menos: tiene más de un siglo. Cualquier otra alternativa
significaría que la mayor parte de las similitudes entre chimpancés y gorilas son
homoplasias adquiridas por convergencia evolutiva, lo que me parece altamente
improbable.
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humano compartía con los antropomorfos africanos un ancestro común
sorprendentemente reciente (hay que decir que ambas conclusiones, aunque hoy
universalmente aceptadas, tuvieron que vencer la resistencia inicial de paleontólogos
y zoólogos, quienes se basan en la anatomía comparada para inferir relaciones de
parentesco y reconstruir formas ancestrales.)
Todo esto es posible porque si uno examina un número suficiente de datos
genéticos (secuencias de DNA lo bastante largas, diversas o numerosas), entonces la
variación genética media entre dos especies refleja el tiempo pasado desde la
separación de sus linajes respectivos, lo que nos permite disponer de un valioso
«reloj» molecular o genético.
Hoy los datos genéticos permiten construir un árbol genealógico en el que los
chimpancés aparecen como nuestros parientes más cercanos, seguidos a poca
distancia por los gorilas; orangutanes y gibones se encontrarían en ramas separadas
más alejadas (figura 1). El reconocimiento del estrecho parentesco entre seres
humanos y chimpancés (en detrimento del gorila) cuenta hoy con un sólido soporte
empírico. Así, sobre la base de más de una docena de conjuntos de datos genéticos
independientes (esto es, no ligados en términos hereditarios), más del 75% abona la
idea de un parentesco cercano entre chimpancés y seres humanos. Hay que decir que
los análisis anatómicos en profundidad también apuntan en la misma dirección,
aunque, dada la marcada divergencia anatómica y comportamental del género
humano, es difícil, y quizá continuará siéndolo, señalar rasgos diferenciadores claros
entre humanos y chimpancés por un lado y gorilas por otro. A veces la evolución
genética y la evolución anatómico-comportamental están desacopladas en un sentido
muy importante: mientras las diferencias genéticas entre especies se acumulan
proporcionalmente al tiempo transcurrido a la manera de un reloj, las modificaciones
anatómicas y comportamentales pueden experimentar cambios de ritmo muy
acusados.
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Figura 1: Diagrama de las distancias genéticas entre los hominoideos vivos representadas
en escala temporal, basado en datos de hibridación de DNA suplementados con datos de
secuencias de DNA. Los números indican las dataciones inferidas de las divergencias
asumiendo que los linajes hominoideo y cercopitecoideo divergieron hace 24 millones de
años. También se sugiere la naturaleza hipotética de los diversos estadios ancestrales.
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separación entre cercopitecoideos y hominoideos tuvo lugar hace 24 millones de
años. Las dataciones de esta divergencia van de los 21 a los 28 millones de años.
Personalmente me inclino por una antigüedad más cercana al límite inferior, pero 24
millones de años es un compromiso razonable.
Con esta «calibración» podemos deducir, para empezar, que la separación entre
los chimpancés y el género humano tuvo lugar hace alrededor de 6 millones de años
(con un margen de ±1 m.a.). Esto es así porque la distancia genética entre chimpancés
y humanos viene a ser un cuarto de la existente entre cercopitecoideos y
hominoideos, y estas distancias genéticas son más o menos proporcionales a las
edades relativas de los diversos linajes.
Podemos datar otras divergencias: unos 3 millones de años para la divergencia
entre chimpancés comunes y bonobos y entre gorilas occidentales y orientales; de 3,5
a 4 millones de años para la divergencia entre orangutanes de Borneo y de Sumatra; 6
millones de años para la radiación de los hilobátidos; de 8 a 9 millones de años para
la divergencia entre gorilas y chimpancés; unos 12 millones de años (con un margen
de ±2 m.a.) para la divergencia entre orangutanes y antropomorfos africanos;
finalmente, alrededor de 16 millones de años (con un margen de ±2 m.a.) para la
divergencia entre hilobátidos y hominoideos grandes.
Reconstrucción de ancestros
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los hominoideos actuales y habría tenido una anatomía fundamentalmente de
antropomorfo (una inferencia que, por otra parte, requiere una cantidad significativa
de homoplasia poscraneal).
Un último punto. Si el ancestro de chimpancés y gorilas era una forma
chimpanzoide encuadrable en el género Pan, y si la especie humana está más
estrechamente emparentada con los chimpancés que éstos con los gorilas, entonces es
más que probable que el ancestro común de chimpancés y seres humanos fuera
también chimpanzoide. Desde la época de este ancestro, que estimo en hace 6
millones de años, el linaje antropomorfo apenas ha experimentado cambios (ya he
señalado el conservadurismo evolutivo del grupo). Sin embargo, la rama humana ha
cambiado profundamente, cosa que podría deberse en parte a la existencia de
numerosas especies de homínidos en el pasado, sobre todo si los cambios
morfológicos y comportamentales coincidieron con la diferenciación de nuevas
especies («especiación»). Como corolario, los antropomorfos probablemente
experimentaron pocas escisiones o especiaciones en todo ese periodo, y si lo hicieron
o bien no se generaron especies radicalmente distintas o bien éstas no han
sobrevivido.
Otro punto que vale la pena comentar concierne a la naturaleza de la transición de
los prehomínidos al primer homínido. Hay cierto acuerdo en que el homínido más
antiguo bien conocido (Australopithecus afarensis, con una edad de 3 m.a.), aunque
era un bípedo terrestre, también se subía a los árboles para alimentarse, descansar y
ponerse a salvo de los predadores. Nuestro ancestro chimpanzoide probablemente
también era arborícola y terrestre a la vez. En lo que al uso del hábitat se refiere, los
ancestros de los homínidos no «bajaron de los árboles»: ya estaban abajo.
Si este cuadro no es correcto, su modificación requerirá una evidencia fósil
abundante y de alta calidad.
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apenas 1 o 2 millones de años. Pocos de estos fósiles son de procedencia tropical: la
mayor parte del material procede de Europa, Turquía, India-Pakistán-Nepal y China
meridional. Por desgracia, el África tropical ha sido muestreada sólo en su parte
oriental, y apenas más allá de los 10 millones de años; peor aún, no conocemos nada
de las regiones occidental y central, hoy ocupadas por chimpancés y gorilas.
Tampoco sabemos casi nada de la distribución de hilobátidos y orangutanes en el este
y sudeste asiáticos durante el Mioceno.
A lo largo de casi todo el periodo que va desde hace 20 millones de años hasta
hace 3 millones de años, el clima planetario fue más cálido que el actual, de manera
que los ecosistemas de las latitudes altas eran más boscosos. En cuanto a la estructura
de las comunidades, estos bosques subtropicales se parecían mucho a las selvas
tropicales de hoy, pero diferían en la composición de especies y otros rasgos
ecológicos significativos.
Los antropomorfos del Mioceno muestran una morfología variada. Los hay que se
parecen a las formas actuales, pero otros son bastante distintos. Aunque se han
descrito muchas especies de antropomorfos miocénicos, la caracterización de la
mayoría de ellas es muy pobre. Cuando hablo de «caracterización» me refiero al
conocimiento del cráneo, el esqueleto del cuerpo y los dientes. He hecho una tosca
división de los antropomorfos miocénicos conocidos en tres grupos: bien
caracterizados, mal caracterizados y regularmente caracterizados. En mi opinión, sólo
dos géneros están realmente bien caracterizados: Proconsul y Oreopithecus. Al
menos otros dos están medianamente caracterizados: Dryopithecus y Sivapithecus.
En otras partes de este volumen se hablará más de Dryopithecus. Aquí voy a
centrarme en Sivapithecus, pero antes me entretendré un poco en Proconsul y
Oreopithecus.
Proconsul
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La anatomía del torso de Proconsul ha podido reconstruirse bien: los hombros y
la pelvis eran estrechos, y el pecho estaba hundido. Los omóplatos (escápulas)
estaban a los lados del tórax y no detrás como en los hominoideos vivos, y el
movimiento predominante de los brazos habría sido lateral y hacia delante, más que
rotatorio y por encima de la cabeza. La caña del húmero estaba curvada, a diferencia
de las cañas rectas de los antropomorfos. Sin embargo, la articulación del codo era
muy similar al patrón de los hominoideos vivos, lo que indica que este carácter no
siempre estuvo asociado a un húmero recto. Unos pocos detalles de las muñecas y
manos de Proconsul recuerdan las de los antropomorfos, pero por lo demás son
distintas. Por ejemplo, las articulaciones de metacarpianos y falanges difieren de las
típicas de un antropomorfo (un rasgo característico de todos los hominoideos vivos
con independencia de la función manual). En cambio, los miembros posteriores se
asemejan más a los de los antropomorfos actuales, especialmente Pan.
El cráneo de Proconsul es bien conocido y difiere del de cualquier hominoideo
vivo. La caja craneana está elevada en relación a la cara como en Pongo, pero éste es
el único parecido entre ambos géneros. Los incisivos son pequeños, al igual que la
cara. El tamaño del cerebro puede inferirse razonablemente a partir de un espécimen
femenino de Proconsul heseloni, especie de la que también se ha estimado el tamaño
corporal, y se cree que era tan grande en relación al cuerpo como en los hominoideos
vivos. Los dientes retienen muchos rasgos primitivos, y no muestran semejanzas
específicas con los de los antropomorfos vivos. Todo indica que su dieta era
fundamentalmente vegetariana, con predominio de frutas y semillas.
Funcionalmente, Proconsul era más un mono grande que un antropomorfo, tanto
por su manera de moverse como, quizás, por su dieta, aunque en algunos rasgos
(como, por ejemplo, su velocidad de desarrollo) puede que ya se pareciera más a los
hominoideos actuales.
En cuanto a sus relaciones evolutivas, parece claro que Proconsul no está
directamente emparentado con ninguno de los linajes antropomorfos del presente.
Probablemente es una rama separada del tronco hominoideo unos cuantos millones de
años antes de la evolución del ancestro común de los hominoideos vivos, y quizá muy
poco después de la separación entre hominoideos y cercopitecoideos. Seguramente se
parece a los primeros hominoideos, y quizá también tenga rasgos del ancestro común
de antropomorfos y cercopitecoideos.
Oreopithecus
Este enigmático antropomorfo procede de depósitos del norte de Italia con una
antigüedad de 8 a 9 millones de años, correspondientes a un bosque pantanoso
dominado por árboles subtropicales y un suelo cubierto de helechos. Las relaciones
de parentesco de Oreopithecus han sido objeto de un considerable debate, a pesar de
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ser el antropomorfo miocénico mejor caracterizado. Su esqueleto poscraneal se
asemeja claramente al de los hominoideos vivos en muchos detalles del torso y los
miembros. Era una forma arborícola suspensoria (comparable a un orangután
pequeño). Las hembras pesaban alrededor de 20 kg y los machos unos diez kilos más,
y es posible que su repertorio de movimientos incluyera el bipedismo.
Es en el cráneo, y especialmente en los dientes, donde Oreopithecus difiere
sustancialmente de los demás antropomorfos vivos y fósiles. Sus dientes poseen
superficies masticadoras complejas, lo que se interpreta como una adaptación a una
dieta omnívora que incluía vegetales duros. El cráneo recuerda bastante al de un
siamang (el mayor de los hilobátidos), con una cara plana y robusta y con marcadas
inserciones de los músculos maseteros.
Oreopithecus era probablemente un animal de movimientos lentos, quizás
arborícola y terrestre a la vez. En lo concerniente a sus relaciones evolutivas, se
situaría cerca del origen de la radiación de los hominoideos vivos. Unos pocos
caracteres (como la forma de las articulaciones de metacarpianos y falanges o el
número de vértebras lumbares) sugieren que su rama se separó antes que la de los
hilobátidos; otros rasgos, como la anatomía interna de la caja craneana, sugieren un
parentesco más cercano con los hominoideos grandes. En cualquier caso,
Oreopithecus era fundamentalmente un antropomorfo.
Hasta aquí los antropomorfos del Mioceno bien caracterizados.
Sivapithecus
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millones de años atrás. Este antropomorfo aparece asociado con otros animales
propios de hábitats boscosos estacionales. Estos hábitats desaparecieron y fueron
reemplazados por llanuras de inundación más abiertas hace alrededor de 8 millones
de años, coincidiendo con cambios de clima regionales que podrían ser reflejo de un
cambio climático global.
En un principio, el material hominoideo de los Siwaliks se subdividió y clasificó
en antropomorfos (Sivapithecus) y homínidos (Ramapithecus), pero en las últimas
dos décadas ha quedado claro que Ramapithecus y Sivapithecus son de hecho las
hembras y los machos de una misma especie. El género incluye con certeza dos
formas y quizá tres especies: una forma más grande (Sivapithecus parvada) datada en
10 m.a. y otra más pequeña anterior (S. indicus) y posterior (S. sivalensis). Hasta
donde sabemos (bastante poco, admitámoslo), estas especies eran muy similares entre
sí.
La paradoja de Sivapithecus es la inversa de la que planteaba Oreopithecus. Los
rasgos faciales de Sivapithecus se asemejan a los de un hominoideo vivo en
particular, el orangután, mientras que el esqueleto postcraneal es
inesperadamentedistinto del de cualquier antropomorfo actual. La región facial de
Sivapithecus muestra semejanzas específicas con Pongo en caracteres que,
plausiblemente, son exclusivos del linaje orangután. Por ejemplo, las órbitas están
relativamente altas y separadas sólo por un estrecho pilar interorbital; los huesos
frontales se alzan desde la región orbital; el premaxilar es largo y robusto y, como en
el orangután, forma una placa ósea continua con el paladar.
Desde su reconocimiento a finales de los setenta, la mayoría de nosotros hemos
asumido que estas afinidades únicas se deben a una ascendencia común (esto es, son
homologías) y que, por lo tanto, implican un parentesco entre Sivapithecus y Pongo
que excluye los otros hominoideos vivos. Otro rasgo orangutanoide (o al menos de
antropomorfo grande) es la anatomía del extremo inferior del húmero, que se
correlaciona funcionalmente con el juego de articulaciones (móvil pero estable) que
liga los huesos del brazo y el antebrazo. Dado que este parentesco hipotético de
Sivapithecus con el orangután nos permite establecer un límite inferior (13 m.a.) para
la divergencia del linaje orangután, las relaciones evolutivas del antropomorfo de los
Siwaliks han adquirido importancia en las discusiones sobre la cronología de la
radiación evolutiva de los hominoideos actuales.
Sin embargo, a medida que se han ido acumulando evidencias de otras partes
corporales de Sivapithecus hemos visto que muchos de sus caracteres se apartan del
patrón orangután, de manera que el cuadro no está tan claro como parecía en un
principio. Yo diría que estos rasgos no sólo se apartan del patrón orangután, sino de
lo que cabría esperar en el antecesor de todos los hominoideos vivos. Así, la zona
media de la cara es larga, como en otros antropomorfos miocénicos y a diferencia de
los actuales (excepto algunos gorilas machos). Las superficies trituradoras de los
dientes difieren de las de los hominoideos vivos (o su hipotético ancestro común) y
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recuerdan a las de Proconsul. Las mandíbulas también difieren de las de Pongo (de
hecho difieren de las de todos los primates vivos).
Más aún, los húmeros de Sivapithecus parvada y S. indicus han demostrado ser
curvados como en los monos cuadrúpedos (de la otra especie no se tienen muestras) y
no rectos como en los hominoideos y los monos del Nuevo Mundo que se cuelgan de
las ramas. Los huesos de la muñeca indican que Sivapithecus tenía una movilidad
manual adecuada para maniobrar en los árboles, aunque no hay indicios claros de una
afinidad específica con el orangután. La morfología de las articulaciones entre
metacarpianos y falanges recuerda la de Proconsul y Oreopithecus, más próxima a la
de macacos y babuinos que a la de los antropomorfos actuales. Finalmente, los rasgos
del fémur (del que se conocen las articulaciones proximal y distal y parte de la caña)
y de los huesos de los pies sugieren un antropomorfo arborícola relativamente
generalista y no demasiado diferente de Proconsul, capaz de un desplazamiento lento
y deliberado por las ramas.
Aunque la evidencia del esqueleto poscraneal no es tan completa como en
Proconsul y Oreopithecus, nos permite reconstruir un animal arborícola más
cuadrúpedo que ningún hominoideo vivo. Las relaciones de parentesco de este
antropomorfo son, para mí, ambiguas. Algunos rasgos faciales sugieren un parentesco
específico con Pongo, mientras que otros caracteres faciales y dentales, así como del
esqueleto poscraneal, implican una separación total de los hominoideos actuales. Sea
cual sea la solución de este rompecabezas, nos encontramos ante un ejemplo muy
interesante de evolución convergente.
En mi opinión, lo mismo puede decirse de la mayoría de hominoideos del
Mioceno.
Relaciones evolutivas
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existencia de un prehomínido que sería un antropomorfo de tamaño medio y
principalmente arborícola, pero también bípedo; como los primeros homínidos,
tendría unos molares grandes y de esmalte grueso, adaptados para masticar vegetales
duros o de baja calidad. Este es un modelo ampliamente aceptado y bastante
plausible.
Hay una interpretación alternativa del cuadro evolutivo de los hominoideos,
según la cual muy pocos antropomorfos fósiles estarían significativamente
emparentados con los hominoideos vivos (con la posible excepción de Oreopithecus
y Dryopithecus, y tampoco éstos estarían conectados con ningún linaje vivo
concreto). Sivapithecus no estaría emparentado con el orangután (las similitudes
faciales serían producto de una evolución paralela). De acuerdo con esta visión,
habría habido no una sino dos radiaciones evolutivas entre hominoideos. Una habría
dado origen a las especies modernas, que siempre habrían sido casi enteramente
tropicales y, por lo tanto, apenas están representadas en el registro fósil. La evolución
de los homínidos a partir de un ancestro chimpanzoide a finales del Mioceno se
incluiría en esta radiación. Una segunda radiación «arcaica» habría implicado a los
descendientes de los hominoideos cuadrúpedos más primitivos (probablemente
bastante semejantes a Proconsul), que se habrían dispersado por los bosques de las
latitudes altas del Viejo Mundo a principios del Mioceno. Este modelo cuenta con
menos defensores, pero creo que merece la pena considerarlo seriamente.
Conclusión
Las consideraciones finales más importantes que yo haría son que, con la
excepción de unos pocos géneros, sabemos muy poco de los antropomorfos
miocénicos, y por encima de todo necesitamos más y mejores fósiles. También hace
falta una exhaustiva y profunda revisión de los caracteres en que nos basamos para el
análisis filogenético y funcional. Los diversos expertos pueden describir las mismas
formas fósiles complejas basándose en caracteres diferentes, lo que a menudo
conduce a árboles evolutivos distintos. Es urgente, por lo tanto, objetivar al máximo
la selección de caracteres fenotípicos relevantes. Lo que está claro es que, sea cual
sea el modelo evolutivo más correcto, todos los antropomorfos miocénicos conocidos
son en muchos aspectos formas únicas y diferentes de todos los hominoideos vivos, y
merecen un estudio a fondo por derecho propio, con independencia de su parentesco
con las especies actuales, porque se trata de animales con un enorme interés
intrínseco.
Referencias
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—Andrews, P., «Evolution and environment in the Hominoidea», Nature 360
(1992), págs. 641-646.
—Ruvolo, M., «Seeing the forest and the trees: replies to Marks; Rogers and
Commuzie; Green and Dijan», Amer. J. Phys. Anth., 98 (1995), págs. 218-232.
—Ruvolo, M., et al., «Gene trees and hominoid phylogeny», Proc. Nat. Acad.
Sci., 91 (1994), págs. 8900-8904.
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Coloquio
Salvador Moyà: Mi pregunta es muy concreta: ¿en qué criterios te basas para
considerar el esqueleto poscraneal de Sivapithecus más informativo en términos
filogenéticos que el craneal? Es obvio que en la evolución de los hominoideos
miocénicos existen convergencias; el problema es decidir qué caracteres son
convergentes y cuáles no. Has sugerido que el esqueleto poscraneal de Sivapithecus
es significativo desde el punto de vista filogenético, pero no así el craneal, lo que
quiere decir que el parecido entre Sivapithecus y el orangután sería un caso de
convergencia. ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
David Pilbeam: Para mí Sivapithecus es el hominoideo miocénico cuyo análisis
filogenético presenta más dificultades. No tengo ninguna preferencia por el esqueleto
poscraneal frente al craneal, pero si nos fijamos en los hominoideos vivos
(especialmente en sus epífisis, que en mi opinión son muy buenas unidades
morfogenéticas) todos ellos son muy parecidos entre sí y se diferencian en varios
aspectos interesantes de los otros primates suspensorios. Mi hipótesis de trabajo es
que la mayoría de esas similitudes poscraneales son homologías. Es difícil sostener
que se trata de convergencias, porque los hominoideos vivos son bien diferentes entre
sí desde el punto de vista funcional, y la evolución convergente obedece a una
similitud funcional. Esta idea no es mía, tiene ya cerca de un siglo. Si rechazáramos
la idea de que las similitudes poscraneales son homologías, entonces tendríamos
problemas muy serios para determinar las relaciones de parentesco entre los
hominoideos vivos. Por otra parte, es innegable que las similitudes faciales entre
Sivapithecus y el orangután, especialmente la parte inferior de la cara, son muy
marcadas. Yo mismo las he considerado homologías en muchos de mis escritos
anteriores, y no tengo una respuesta concluyente a esta cuestión por el momento.
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de manera que no creo que Kenyapithecus tenga parentesco alguno con los
antropomorfos africanos.
Jaume Bertranpetit: La diferencia entre las dos interpretaciones que has expuesto
va mucho más allá de una mera reordenación de fósiles, porque hay una inmensa
cantidad de conocimiento básico puesta en juego: o bien aceptamos como buenos
todos los caracteres escogidos y los incluimos en el cladograma, o bien escogemos el
cladograma más parsimonioso y luego planteamos dudas sobre la morfología de los
huesos (la «evidencia dura»). Mi pregunta es: ¿tan blanda es la evidencia dura?
David Pilbeam: Los músculos son evidentemente más blandos que los huesos,
pero no por ello menos interesantes. Los músculos nos pueden dar tanta o más
información que los huesos a la hora de estudiar los hominoideos vivos, pero sucede
que somos paleontólogos y sólo tenemos huesos para estudiar. Lo que quiero decir es
que quien piense que los huesos pueden darnos toda la información relevante se
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equivoca, porque no siempre pueden. Para responder a una pregunta, antes tenemos
que saber si disponemos de la información que necesitamos. Empeñarse en responder
sobre la base de una información incompleta es una mala estrategia que nos ha
llevado a muchos callejones sin salida. Es como el chiste del borracho que, habiendo
perdido las llaves en la oscuridad, se va a buscarla debajo de una farola porque allí
hay más luz.
Peter Andrews: Quiero recordar que la evidencia molecular sólo nos proporciona
una escala de tiempo relativa, no absoluta. En este caso la escala se calibra a partir
del registro fósil, lo que a menudo nos lleva a algo muy parecido a un argumento
circular. Si se asume que los hominoideos divergieron de los monos hace 24 millones
de años, el resultado es lo expuesto por Dave; pero si adoptamos una datación más
reciente para la divergencia se llegará a un cladograma en el que todos los
antropomorfos vivos descienden de ancestros más recientes que ningún fósil
miocénico conocido. En ese caso, su ausencia en el registro fósil podría explicarse
porque la radiación de los antropomorfos actuales habría comenzado hace menos de
10 millones de años, y no tenemos evidencia alguna de los 5 millones de años
subsiguientes en los escenarios africanos más probables. Con este comentario sólo
pretendo recordar que hay otras teorías e interpretaciones además de las que se han
expuesto.
David Pilbeam: Estoy de acuerdo. En realidad elegí 24 millones de años porque
es un número que facilita los cálculos matemáticos. Personalmente creo que 20
millones de años es una datación más realista, aunque también podrían ser 30. Lo que
dice Peter es cierto: si la segunda radiación de los hominoideos fuese más reciente de
lo que sospechamos, entonces ningún fósil de más de 10 o 12 millones de años puede
ser el ancestro de ningún antropomorfo vivo. Pero yo no diría que estamos razonando
circularmente; se trata simplemente de reunir evidencias de diversas fuentes para
formular una hipótesis.
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CONDUCTA Y ECOLOGÍA DE LOS PRIMATES AFRICANOS
Jordi Sabater Pi
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Sobre el autor
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La eto-ecología es una especialidad de la etología (es decir, el estudio biológico
de la conducta animal, incluida la humana) que investiga las relaciones e
interacciones entre los animales y su entorno; en nuestro caso se trataría de la
relación que se establece entre los primates africanos y los diversos ecosistemas
vegetales donde viven. Los perfiles vegetales adjuntos, en los que se esquematizan, a
escala y en detalle, la tipología de cada uno de los ecosistemas más importantes en la
biología de los primates africanos al sur del Sahara, ilustran convenientemente la
explicación.
Biotopos básicos
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extraordinariamente primatófobos, así como adaptaciones a las nuevas dietas
de plantas cultivadas no incluidas en su repertorio alimentario tradicional.
6. FORMACIONES HIGROFÍLICAS DE AGUA DULCE. Se trata del bosque
inundado durante la estación lluviosa; la vegetación dominante la constituyen
los macizos de bambúes del género Bambusa, así como las palmeras de los
géneros Raphia, Sclerosperma y otros.
7. EL MANGLAR. La especie dominante de esta formación, como su nombre
indica, es el mangle (Rhyzophora mangle), junto con los árboles del género
Avicena. Se trata de árboles muy especializados que ocupan amplias áreas
inundadas por el agua marina de las mareas mezclada con la dulce de los ríos;
se encuentran preferentemente en los estuarios o deltas.
8. GALERÍAS FORESTALES DE LA SABANA HÚMEDA. Al borde de los
ríos de las estepas africanas crece una estrecha franja de selva que se
beneficia de la proximidad del agua. Este bosque, muy limitado, va perdiendo
altura y densidad conforme se aleja de la ribera, y penetra en el interior de las
praderas africanas configurando un biotopo muy utilizado por los primates.
9. BOSQUE ALTO DE ACACIAS. Es una floresta muy típica de la sabana
africana. Las acacias y otras leguminosas arbóreas de porte elevado y copa
estratificada (ver figura) conforman unos bosquecillos muy utilizados por los
primates como áreas de refugio y de alimentación.
10. BOSQUE CLARO DE ACACIAS Y PALMERAS. Propio de la sabana seca
con predominio de pequeñas acacias y palmeras del género Borasus.
11. SABANA HERBÁCEA SIN ÁRBOLES. Viven en la misma solamente
gramíneas que granan al final de la estación húmeda.
En el estrato superior del bosque denso primario, formado por las copas de los
árboles más altos, viven los monos Colobus, siempre de alimentación folívora. En el
estrato intermedio predominan los cercopitécidos, de vistoso colorido, que se
alimentan de frutos e insectos; y en el suelo, durante los periodos de abundante
fructificación, encontramos mandriles. Estos tres estratos principales condicionan,
por sus características morfológicas y tróficas, la estructura social de todos estos
animales.
Los colobos, habitantes del estrato superior, soleado y de amplia visibilidad,
pueden representar una presa fácil para los depredadores. En consecuencia, presentan
una estructura social piramidal rígida, muy operativa en contextos defensivos. La
sociabilidad de los colobos está condicionada por la abundancia de hojas y brotes
tiernos; durante la temporada seca, cuando aumentan los niveles de tanino en las
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hojas y escasean los brotes tiernos, estos primates se dispersan con objeto de
encontrar hojas comestibles en cantidad suficiente.
Los cercopitécidos, moradores del estrato intermedio, de escasa luminosidad y
visibilidad, se agrupan en sociedades más abiertas, formando muchas veces
asociaciones poliespecíficas amplias, lo que facilita la localización del alimento.
Estos monos de vistoso pelaje, que incrementa su visibilidad en los estratos
intermedios del bosque, han desarrollado una mímica estereotipada para la
identificación intraespecífica consistente en movimientos reiterados de la cabeza, que
siempre ostenta manchas conspicuas.
Figura 1: Perfil vegetal del bosque denso primario (A) y del bosque defectivo (o
secundario).
Los mandriles conservan una estructura piramidal rígida, heredada con toda
seguridad de los papiones, sus parientes próximos en la filogenia. No obstante, han
experimentado variaciones conductuales encaminadas a la selección sexual de los
machos mayores y más coloreados.
El bosque defectivo
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El bosque defectivo o secundario es la prolongación natural de la selva densa
primaria, pero con más espacios abiertos y sin continuidad entre las copas de los
árboles más altos que configuran el estrato superior.
Figura 2: Perfil vegetal del bosque terciario heliófilo (C), de las formaciones de
Aframomum (D) y fincas indígenas (E).
Los primates más significativos en este tipo de floresta son los cercocebos
(Cercocebus), de notable tamaño y potentes extremidades inferiores que les confieren
gran capacidad de salto, una ventaja para la progresión en este biotopo. Estos monos
viven en grupos sociales lábiles, multimacho, similares a los. de los cercopitécidos
forestales.
Los monos del género Cercopithecus, los cercopitécidos selváticos típicos, se ven
también en estos bosques; no obstante, los visitan menos y siempre agrupados en
asociaciones poliespecíficas, lo que, al tratarse de espacios más abiertos y expuestos,
constituye una ventaja frente a la predación.
En el estrato inferior constituido por el suelo de la selva, un lugar sombrío y
enmarañado, viven los mandriles.
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cecropioides. Este árbol proporciona alimento abundante a los animales durante todo
el año en forma de hojas, brotes tiernos, flores y frutos; en consecuencia, es un
bosque muy visitado en cualquier estación, un verdadero refugio trófico para
cercopitécidos, cercocebos y mandriles.
No obstante, las especies que más explotan este biotopo son seguramente los
gorilas (Gorilla gorilla) y los chimpancés (Pan troglodytes), y ello por diversos
motivos: la seguridad que proporciona lo intrincado del ramaje, la abundancia de
alimento durante todo el año, la facilidad de nidificación y, como luego veremos, la
contigüidad de las fincas indígenas.
Los chimpancés tienen una estructura social muy lábil, con varios machos, laxa y
dinámica, subdividida en grupos que se fisionan y fusionan en consonancia con las
condiciones tróficas del entorno. Los gorilas, en cambio, viven en estructuras sociales
rígidas dominadas por un solo macho; éste puede apropiarse hembras de los harenes
vecinos cuando el grupo visita los límites de sus espacios vitales o tróficos.
Una característica notable de ambas especies es que son patrifocales, es decir, las
hembras abandonan su grupo natal al llegar a la edad adulta, mientras que los machos
permanecen en el grupo donde nacieron.
Los gorilas y chimpancés visitan los bosques densos y defectivos en determinadas
épocas del año, pero casi siempre de manera fugaz (especialmente los gorilas) y
raramente pernoctan en ellos.
Estamos ante otra área de refugio, dominada por una maleza difícilmente
penetrable y de visibilidad nula. Los gorilas explotan con significativa insistencia
estos densos matorrales herbáceos que yo me atrevería a catalogar como el biotopo
específico de los gorilas de costa y, seguramente, de los gorilas del África central
(Gorilla gorilla grauri); los gorilas de montaña (Gorilla gorilla beringei) viven en un
biotopo muy distinto.
El Aframomum es el alimento predominante en la dieta de los gorilas, como
demostró nuestro grupo tras 10 años de observaciones en la antigua Guinea española
continental; los gorilas consumen los frutos, las hojas, las flores y las médulas de esta
planta durante todo el año.
Los chimpancés dependen menos de este biotopo; no obstante, lo visitan durante
la estación seca, cuando escasean los frutos en su hábitat habitual.
Fincas indígenas
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Ante la destrucción creciente de los biotopos naturales por la presión demográfica
humana, la gran mayoría de los primates africanos forestales (a excepción de los
colobos que, como hemos visto, carecen de plasticidad ecológica) visitan y explotan
los cultivos indígenas. Se trata de la última solución ante el reto de la supervivencia.
El estudio de las estrategias y modificaciones conductuales adaptativas de estas
especies para poder subsistir explotando este biotopo humano es de un enorme y
evidente interés.
Miopithecus talapoin es seguramente el primate que mejor se ha adaptado a este
nuevo ámbito ecológico: ha aprendido a nadar, a bucear, a reconocer la yuca
fermentada (Manihot utilissima) libre de tóxicos, a dormir en lugares seguros, etc.
También los cercopitécidos forestales y los póngidos están aprendiendo —con
escaso éxito los segundos— a vivir cerca de los seres humanos para alimentarse de
los productos de sus huertos (Musa paradisiaca, Ipomoea batata, Carita papaya,
etc.). Se trata de conductas que se inician como comensalismo y derivan hacia el
parasitismo.
Figura 3: Perfil vegetal de las formaciones hidrofílicas de agua dulce (F) y del manglar
(G).
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La gran ventaja de este biotopo estriba en la seguridad que ofrece a sus
ocupantes; son lugares que permanecen inundados durante la estación húmeda y, en
consecuencia, de muy difícil acceso.
Manglar
Junto a los ríos caudalosos que atraviesan las sabanas africanas encontramos
bosques estrechos que discurren paralelamente a los cauces de agua y que constituyen
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una reproducción a pequeña escala de la selva densa, tal como se muestra en el perfil
vegetal adjunto.
Los cercopitécidos de la sabana, pertenecientes en su mayoría a la especie
Cercopithecus aethiops, son los moradores de estos bosques singulares, frondas que
comparten con las acacias dispersas de la sabana colindante. Estos cercopitécidos
tienen una coloración más apagada y una estructura social más rígida que sus
parientes selváticos. Forman grupos con varios machos, cohesionados y eficientes a
la hora de eludir la intensa predación imperante en este biotopo. En este ambiente se
deja ver también el mono húsar o patas (Erythrocebus), que también frecuenta las
estepas colindantes.
Figura 5: Perfil vegetal de las formaciones hidrofílicas de agua dulce (F) y del manglar
(G).
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Se trata de dos biotopos típicos de la sabana seca, con palmeras del género
Borassus y acacias pequeñas. Los papiones visitan estas sabanas durante las semanas
que siguen a las lluvias, cuando la vegetación es densa y fresca y las gramíneas tienen
semillas abundantes.
El mono húsar es el primate específico de estos biotopos (Erythrocebus patas). Es
un animal de largas extremidades y de carrera muy rápida, una posible adaptación
morfológica de los cercopitécidos a los biotopos abiertos de la sabana africana
herbácea y seca. Su estructura social, de varios machos y relativamente rígida, es
intermedia entre la piramidal y unimasculina de los papiones y la multimasculina y
más lábil de los cercopitécidos forestales.
Conclusión
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estrategias que han elaborado para acceder a los frutos de los árboles grandes aislados
en los bosques degradados son una prueba fehaciente de ello.
Los papiones de la sabana y los mismos cercopitécidos forestales modifican
constantemente su conducta; estudios muy recientes demuestran que hasta los
estrictos colobos cambian significativamente de comportamiento y de estructura
social en función de los cambios que sufre el follaje de los árboles en respuesta a los
cambios estacionales durante la estación seca y lluviosa.
Acabo de exponer, de forma breve pero puntual, algunos de los descubrimientos
de esta apasionante especialidad moderna de la etología, la eto-ecología de los
primates, concretamente la de los simios africanos. Algunas de nuestras
investigaciones en el continente africano se centran en esta línea, en buena parte de la
cual somos pioneros mundiales. Por todo ello, aprovechamos la oportunidad que nos
brinda esta obra para invitar a los estudiosos de nuestro país y, muy especialmente, a
biólogos, antropólogos, psicólogos, etólogos y sociólogos a que se interesen más por
una temática que abre nuevas corrientes de comprensión y relativismo biológico y
constituye una plataforma muy válida para la interpretación del origen del hombre y,
al mismo tiempo, de gran parte de su conducta básica.
Bibliografía básica
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Coloquio
Salvador Moyà: Quiero hacer una pregunta que quizá parezca simple, pero que
seguramente no lo es tanto: si en el suelo no existiera la amenaza de los predadores,
¿dónde cree usted que pasarían más tiempo los chimpancés, en los árboles o en el
suelo?
Jordi Sabater Pi: Posiblemente pasarían mucho más tiempo en el suelo; y por
diversos motivos. Los chimpancés son omnívoros y atrapan la mayoría de sus presas
en el suelo. Creo que si los predadores no los presionaran tanto pasarían más tiempo
en el suelo y, posiblemente, su dieta sería más variada e incluiría más proteínas
animales. También hay que tener en cuenta que los chimpancés, especialmente las
crías, son depredados por las águilas coronadas africanas. Esta depredación sobre las
crías es un factor digno de tenerse en cuenta en Gabón, Guinea Ecuatorial y el sur del
Camerún. Dicho sea de paso, el profesor Tobias piensa que las águilas también
habrían sido depredadores habituales de los australopitecinos.
Salvador Moyà: Vamos, que los árboles son más que nada un refugio para
ponerse a salvo de los predadores.
Jordi Sabater Pi: Sí, desde luego. Otro hecho que suele olvidarse es que los
australopitecinos no eran mucho menos arborícolas que los chimpancés; sus pies, por
ejemplo, indican una dependencia significativa de los árboles, lo cual abonaría la
hipótesis de que construían nidos, como los chimpancés. La melificación debe de ser
una conducta antiquísima. Sin embargo, los hilobátidos no hacen nidos, lo cual debe
tenerse en cuenta; los orangutanes, en cambio, sí los hacen. Nos encontramos aquí
con el problema de los puntos fijos, algo que tiende a obviarse por culpa del divorcio
existente entre la primatología y la paleoantropología. Creo que el conocimiento de
los primates actuales es muy útil para intentar comprender los hechos de la
paleoantropología. Es una suerte inmensa que todavía existan gorilas y chimpancés;
son un patrimonio de valor incalculable que habría que estudiar a fondo antes de que
sea tarde.
Salvador Moyà: ¿No podría ser una estrategia para hacer frente a los predadores?
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Jordi Sabater Pi: Sí, claro, pero yo diría que en este caso la diferencia de tamaño
entre gorilas y chimpancés tiene que ver más con la explotación de nichos distintos,
igual que la diferenciación entre australopitecinos robustos y gráciles. En la región
del Valles estudiada por vosotros debía haber otros tipos de primates. Habría que ver
cómo era la vegetación, pero las especies tienden siempre a diversificarse para
explotar al máximo las posibilidades de los ecosistemas.
Salvador Moyà: No lo creo. Los yacimientos que hemos estudiado son muy ricos
y pienso que constituyen una buena representación de la diversidad de la época. En
los Siwaliks hay más primates, pero quizás el doctor Pilbeam nos pueda confirmar si
coexistieron varias especies o no.
David Pilbeam: En los Siwaliks se registra la presencia de Sivapithecus en la
franja de 5 millones de años que va de los 13 a los 8 millones de años atrás, sin que
aparezca ningún otro primate (con la única posible excepción de un espécimen del
que no se puede afirmar con seguridad que sea un primate). Los primeros monos
aparecen cientos de miles de años después de la desaparición de Sivapithecus. Creo
que podemos afirmar que entre los últimos Sivapithecus y la irrupción de los monos
hay un periodo sin presencia de primates. No creo que hubiera primates pequeños que
no se han conservado, porque sí se encuentran otros mamíferos del mismo tamaño y
robustez que los monos.
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son los propios gorilas los que contribuyen a la propagación de Aframomum en las
zonas degradadas al dispersar las semillas de la planta con sus defecaciones; pero al
explotar estas zonas degradadas se acercan a los poblados y fincas de los nativos, lo
que conlleva una muerte segura, porque éstos se dedican a cazarlos. De no ser así, el
futuro de las poblaciones de gorilas estaría asegurado. Es lo que sucede en algunas
regiones del Zaire con los bonobos. Los lugareños ven a los bonobos como hombres,
distintos de nosotros pero hermanos nuestros al fin y al cabo, por lo que consideran
que no se les debe cazar. Esto está contribuyendo a la salvación de los bonobos en
algunos sitios. En cambio los gorilas, al igual que los chimpancés en el África
occidental, son vistos como carne. Podríamos hablar de la conexión entre el hecho de
comer gorilas y chimpancés con la antropofagia, pero éste es un tema un tanto
escabroso.
Salvador Moyà: No hace mucho estuvo muy en boga la idea de que los bonobos
(Pan paniscus) eran un buen modelo del ancestro de los homínidos. ¿Qué piensa
usted de esto desde el punto de vista comportamental?
Jordi Sabater Pi: Éste es un tema muy complejo. A mí el comportamiento de los
bonobos me parece muy humanoide, pero no sé si esto es un sesgo antropocéntrico,
cosa contra la que los científicos debemos estar prevenidos. Quizás el profesor
Andrews pueda confirmarnos si los bonobos están más cerca de nosotros que los
chimpancés comunes desde el punto de vista evolutivo.
Peter Andrews:: Soy la última persona a la que debieran hacer esta pregunta,
porque nunca he creído que los bonobos sean un buen modelo de ancestro de los
homínidos. Es mejor que pregunten a David Pilbeam; él sí lo cree.
David Pilbeam:: Hoy disponemos de datos genéticos independientes en cantidad
suficiente para certificar que los bonobos y los chimpancés comunes están a igual
distancia genética del ser humano, de manera que no se puede afirmar que el bonobo
esté más cerca de nosotros que el chimpancé común en términos evolutivos.
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EL PASADO DE UN GRUPO CON ESCASO FUTURO: LOS
ORÍGENES DE ORANGUTANES, CHIMPANCÉS Y GORILAS
Meike Köhler
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Sobre el autor
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La única evidencia viviente de nuestro pasado se encuentra hoy en peligro de
desaparición. Los orangutanes asiáticos y los chimpancés y gorilas africanos son
nuestros parientes vivos más cercanos. La incontrolable marabunta humana está
llevando a la extinción no ya a unas especies animales concretas, sino a la única
fuente de información viva acerca de nuestros orígenes. El estudio de la biología, la
genética y el comportamiento de estos grandes antropomorfos es fundamental para
comprender nuestros propios orígenes. Por este motivo, entre muchos otros, no
podemos permitirnos el lujo de perder un patrimonio científico irreemplazable. En el
pasado no llegamos a tiempo de impedir la fulminante extinción de los lemuriformes
gigantes de Madagascar a manos del hombre (¡qué fascinante debió ser contemplar
lémures de cerca de 200 kg de peso!), pero aún estamos a tiempo de salvar a nuestros
parientes más próximos.
El estudio del pasado de los grandes antropomorfos proporciona las claves para
comprender nuestro propio origen. Paradójicamente, los seres humanos que estamos
a punto de provocar su extinción debemos nuestra existencia a este grupo, ya que en
los grandes antropomorfos estaban presentes las preadaptaciones que hicieron posible
la evolución del bipedismo.
Recordemos que los grandes antropomorfos (lo que los anglosajones llaman
apes), junto con sus primos los gibones y sus otros primos avanzados y
omnipresentes, los seres humanos, forman la superfamilia (no tiene nada que ver con
la mafia, sino con la jerarquía linneana) de los hominoideos. Además de las formas
vivas, el grupo incluye un conjunto de formas fósiles del Mioceno de África y
Eurasia. Su historia evolutiva es poco conocida, y hay quienes sostienen que
seguimos sin tener evidencias fósiles de ningún antecesor genuino del grupo. Para
tratar esta cuestión revisaremos el registro fósil disponible y las evidencias sobre el
origen de los antropomorfos.
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Estas diferencias posturales se reflejan claramente en el esqueleto locomotor. Así,
en los primates encontramos dos patrones esqueléticos bien diferenciados (figura 1).
En el más primitivo el tórax es estrecho, la columna vertebral larga y flexible, y los
brazos más cortos que las piernas. Este patrón es característico de los primates
cuadrúpedos (postura pronógrada) tanto en los árboles como en tierra (como es el
caso de los macacos actuales). Proconsul, un hominoideo antiguo del Mioceno
inferior de África, encajaría en este modelo. El otro patrón, propio de los otros
hominoideos modernos, se caracteriza por un tórax amplio, una columna vertebral
más corta y rígida, y brazos más largos que las piernas. Es una estructura esquelética
diseñada para trepar verticalmente a los árboles y colgarse de las ramas. Esta clase de
locomoción implica posiciones verticales de la columna vertebral (postura ortógrada)
y puede considerarse una preadaptación a la locomoción bípeda humana. De este tipo
de esqueleto no se conocen por el momento evidencias fósiles más antiguas que
algunos restos de homínidos bípedos datados en algo más de 4 millones de años de
edad.
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Los hominoideos vivos son un grupo bien definido también en lo que respecta a
la anatomía craneal. La anatomía craneal de los primates es muy diversa, pero
sabemos que el patrón primitivo del grupo es el correspondiente a un mamífero
generalizado: un cráneo alargado con una larga masa facial y un ángulo craneofacial
en tomo a 150°. Esta descripción podría corresponder a grandes rasgos al cráneo de
un lobo. Pues bien, esta estructura craneal se aprecia todavía en hominoideos
primitivos como Proconsul y Afropithecus, del Mioceno inferior africano. La
estructura craneal de los hominoideos actuales es bien diferente. Sus cráneos son
altos y cortos, con los huesos nasales verticalizados y casi ortogonales a la base del
cráneo en vez de paralelos.
¿Cuáles son, pues, los rasgos distintivos del grupo?
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(Sabadell; Moyà-Sola y Köhler, 1993 y 1996) ha hecho cambiar radicalmente
nuestros puntos de vista sobre Dryopithecus y el origen de los hominoideos vivos.
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consonancia con un tórax amplio. Por otra parte, las proporciones de los miembros
son sin duda las de un antropoide ortógrado. El índice intermembral (el cociente entre
la suma de las longitudes de húmero y radio y la suma de las longitudes de fémur y
tibia, multiplicado por 100) de Dryopithecus es de 114, lo que quiere decir que los
brazos eran notablemente más largos que las piernas, al contrario que en los
cercopitécidos. Comparándolo con el de otras formas, vemos que es claramente
superior al de Pan troglodytes(104) o Pan paniscus (103) y, en cambio, inferior al del
orangután (Pongo pygmaeus: 140). Por otra parte, el índice intermembral de
Dryopithecus se acerca mucho al de Oreopithecus, un hominoideo del Mioceno
superior endémico de una antigua isla de la Toscana italiana.
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Dado que estamos comparando hominoideos de pesos corporales muy diferentes
(como, por ejemplo, el chimpancé y el gorila) y que el peso influye muy directamente
en el índice intermembral, hay que tener presente este fenómeno a la hora de
interpretar correctamente el significado funcional de estas diferencias.
Varios autores (L. Aiello, W. Jungers) han demostrado que el gorila y el
chimpancé tienen las proporciones poscraneales que les corresponden de acuerdo con
su peso corporal en el contexto funcional del mantenimiento de la capacidad de trepar
a los árboles. Si esta afirmación es, como parece, correcta, las proporciones
corporales de Dryopithecus (y las de Oreopithecus) se acercarían a las del orangután
actual. La única explicación posible de esto es que los brazos más largos reflejan un
mayor uso de los mismos para trepar y para la locomoción suspendida que en las
formas africanas (gorilas y chimpancés). Que nosotros sepamos, entre los grandes
antropomorfos únicamente el orangután presenta hoy día esta tendencia. Otras
características, en particular el gran tamaño de la mano (figura 3), la longitud de las
primeras falanges, la situación distal de la inserción de los flexores de los dedos y la
fuerte compresión de los extremos distales del fémur, entre otras, sugieren de nuevo
una alta capacidad para trepar y suspenderse (figura 4). Aun así, las diferencias en
relación al orangután son importantes y evidencian que Dryopithecus no tenía tantas
posibilidades de movimiento en los distintos planos como Pongo, lo que le habría
restado agilidad acrobática. Es posible que Dryopithecus mantuviese cierto grado de
cuadrupedismo en los árboles, una herencia de sus antepasados más primitivos.
Así pues, la arquitectura esquelética de Dryopithecus reúne los requisitos básicos
para ser un candidato a miembro del selecto club de los hominoideos modernos. Pero
¿qué puede decirse del cráneo?
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Figura 3: Mano del esqueleto de Dryopithecus laietanus de Can Llobateres. Vista
palmar.
Si existe un primate fósil que haya pasado por las más diversas ramas del árbol
filogenético, ése es sin lugar a dudas Dryopithecus. La hipótesis clásica lo situaba
junto con otras formas del Mioceno inferior africano, como Proconsul, en un mismo
grupo, los Dryopithecidae, del cual se habrían originado las diferentes formas de
hominoideos actuales. Las ideas fueron cambiando a medida que el material fósil se
incrementaba, y la posición de Dryopithecus en el árbol filogenético de los
hominoideos fue ascendiendo. El primer paso fue separarlo de los proconsúlidos del
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Mioceno inferior de África y situarlo a medio camino entre éstos y el ciado de los
grandes monos modernos (Pan, Gorilla, Pongo). Hasta hace poco las discusiones se
centraban en la posición que debía ocupar esta forma europea en relación a otras del
Mioceno medio y superior de África (Kenyapithecus) o Eurasia (Graecopithecus [1],
Lufengpithecus y otros).
En fecha muy reciente, sin embargo, Dryopithecus ha sido encumbrado hasta las
más altas cimas del árbol genealógico de los grandes monos actuales. Dean y Delson
(1992) han querido ver en este género un posible ancestro del gorila. De hecho, la
única posibilidad que aún no se ha considerado es la de que Dryopithecus fuera un
ancestro de los homínidos bípedos (otras dos formas eurasiáticas sí han tenido este
honor: Ramapithecus, hoy sinónimo de Sivapithecus, considerado una forma hermana
del orangután, y Graecopithecus, una forma griega que para algunos autores sería un
ancestro de Australopithecus.)
Por su buen estado de conservación, el ejemplar de Can Llobateres proporciona
un conjunto de informaciones nuevas que obliga a un replanteamiento radical de la
posición filogenética de Dryopithecus. La cara de CLL-18000 conserva, como pieza
independiente, una parte del hueso temporal con la petrosa en buen estado de
conservación. En su cara endocraneal puede observarse perfectamente el meatus
acusticus interno y, lo que es más significativo desde el punto de vista filogenético, la
ausencia de fosa subarcuata, lo cual se relaciona con la pérdida del parafloculus, una
prolongación del cerebelo. Este carácter tiene una particular trascendencia
filogenética, ya que la ausencia del parafloculus es un carácter derivado de los
grandes hominoideos vivos.
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Figura 4: Reconstrucción en vida de una hembra de Dryopithecus laietanus.
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El nuevo análisis de la zona facial de Dryopithecus ha permitido conocer
caracteres morfológicos previamente desconocidos y precisar la variabilidad de otros.
Se ha estudiado la polaridad de los diferentes caracteres tomando en consideración
todos los taxones de hominoideos y como grupo externo el resto de primates.
El resultado de este análisis ha mostrado que Dryopithecus es un taxón
básicamente primitivo en relación al ciado hominoideo. No presenta ninguno de los
caracteres avanzados del ciado de los grandes monos africanos, ni la mayoría de
caracteres faciales derivados del clado Sivapithecus-Pongo. Sin embargo, el
zigomático de Dryopithecus es muy particular y puede darnos una pista sobre sus
relaciones de parentesco.
Dos aspectos del zigomático son particularmente interesantes. Su robustez en
relación al tamaño del cráneo es netamente superior al de la mayoría de los primates,
con la excepción del orangután. Junto a esta mayor robustez puede observarse en
ambas formas todo un conjunto de rugosidades particularmente marcadas en la zona
superior, que se continúan en parte de la zona frontoorbital.
El otro carácter remarcable del zigomático de Dryopithecus es el elevado número
de forámenes zigomaxilares (3-4) y su posición muy por encima del reborde orbital
inferior. En los grandes monos africanos, chimpancé y gorila, sólo se observan entre
1 y 2 forámenes por término medio, situados además por debajo del nivel inferior de
la órbita, una condición primitiva que puede observarse también en los hominoideos
fósiles del género Proconsul. El elevado número de forámenes de Dryopithecus, en
cambio, es un carácter derivado compartido únicamente con Pongo (figura 5).
Estas coincidencias nos hacen pensar que las características especiales del
zigomático podrían estar interrelacionadas de alguna manera. La respuesta a esta
cuestión la encontramos en la denominada «máscara» del orangután macho. Es bien
conocido que los machos de esta especie poseen unas «mejillas» muy desarrolladas
(que en ocasiones se expanden por encima de las órbitas) formadas por tejido
conjuntivo y grasa. No sabemos de ningún estudio que relacione la anatomía ósea
facial subyacente con la presencia de la máscara, pero es de suponer que la robustez y
las rugosidades del zigomático deben ofrecer un buen soporte físico a la máscara, y
que la multiplicidad y el tamaño de los forámenes zigomaxilares le proporcionan una
inervación y un riego sanguíneo suplementarios.
El hecho de que Dryopithecus posea los mismos caracteres zigomáticos derivados
que Pongo permite suponer que ambos forman parte del mismo ciado. Curiosamente,
estos caracteres se encuentran también en otras formas eurasiáticas, como
Lufengpithecus (Schwartz, 1990) o Sivapithecus (Andrews y Cronin, 1982). Sin
embargo, así como Dryopithecus es plesiomórfico respecto de Pongo en cuanto al
resto de caracteres faciales y dentarios, Lufengpithecus y más aún Sivapithecus
comparten con el orangután otros caracteres derivados que permiten considerarlos
filogenéticamente más próximos a Pongo (figura 5).
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Figura 5: Reconstrucción de la cara de diversos hominoideos euroasiáticos. A: Pongo
(orangután). B: Sivapithecus. C: Dryopithecus. D: Graecopithecus (Ouranopithecus).
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clara debido a la escasez e incompletitud del material fósil (al menos en lo que
respecta al esqueleto poscraneal). Sin embargo, una región facial muy bien
conservada de Sivapithecus indicus dejó atónitos a sus descubridores: era como estar
viendo una cara de orangután. Más aún, sus rasgos orangutanoides eran exagerados
(¡tenía más cara de orangután que el propio orangután!, figura 5). Tras la publicación
del descubrimiento en la prestigiosa revista Nature, Ramapithecus, del que se había
llegado a pensar que era un ancestro de los homínidos, dejó de existir para convertirse
en sinónimo de Sivapithecus. Lo que se había identificado, sin embargo, era nada más
ni nada menos que el ancestro del orangután. Por primera vez se conocía un ancestro
de uno de los grandes hominoideos vivos. Sin embargo, el estudio de los escasos
restos poscraneales introdujo una duda mortificante en el alma del equipo dirigido
por D. Pilbeam, que excavaba desde hace años en Paquistán. Los fragmentos
poscraneales mostraban algunos caracteres arcaicos que recordaban a los monos
pronógrados primitivos. Un cráneo de orangután en un cuerpo de Proconsul, ¡vaya
monstruo! La estructura general de aquel ser no se parecía a la de ninguno de los
grandes hominoideos modernos.
Así pues, algo no iba bien. Pero los caracteres primitivos no bastan para
diagnosticar el pronogradismo. Dryopithecus también posee algunos rasgos
primitivos que, sin embargo, están claramente asociados a una estructura básicamente
ortógrada. Como se ve, la cara sigue siendo diagnóstica, de manera que Sivapithecus
no sólo debe incluirse en el mismo grupo que los grandes hominoideos vivos, sino
que es el taxón hermano del orangután. Huelga decir que esto es congruente con la
anatomía del cráneo de Sivapithecus, más moderna que la de Dryopithecus.
China posee también su propio hominoideo, Lufengpithecus. Fue descubierto en
los años ochenta en unos yacimientos ricos en mamíferos fósiles y relativamente
recientes (unos 8 millones de años de antigüedad). Al igual que Dryopithecus,
Lufengpithecus comparte con el orangután caracteres faciales como la orientación de
los arcos zigomáticos y los numerosos forámenes zigomaxilares. También la región
premaxilar/maxilar deriva hacia Pongo. Como en Dryopithecus, la región orbital y
frontal es primitiva, exceptuando la reducción del seno frontal en ambos géneros.
En Grecia y Turquía también se ha reunido una interesante colección de restos
craneales. Graecopithecus era un animal de gran tamaño y cráneo muy robusto. Esta
robustez se debe probablemente al gran tamaño de la especie y al sexo masculino del
espécimen mejor conservado. Los descubridores de este espécimen (De Bonis y G.
Koufos, 1994) propusieron, sobre la base de algunos caracteres craneales y dentarios,
que Graecopithecus debía considerarse un ancestro de Australopithecus. Sin
embargo, recientemente se ha refutado la pretendida reducción del dimorfismo de los
caninos, y se ha visto que la morfología de la región supraorbital no es homologable
con el toro supraorbital típico de los grandes antropoides africanos. En cambio, la
morfología del arco zigomático y de las crestas temporales recuerdan de nuevo al
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orangután. Ankarapithecus, hallado en Turquía, es una versión más pequeña de
Graecopithecus, de características muy similares.
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europeos nos disguste la idea de poder afirmar con orgullo que Eurasia ha tenido
después de todo un papel relevante en la historia del origen del hombre, sobre todo
tras el fraude de Piltdown. Sin embargo, como ha mostrado Roger Lewin de manera
diáfana en su obra Bones of Contention, los deseos más íntimos de los paleontólogos
son a veces más relevantes a la hora de formular hipótesis que los datos empíricos. Si
se leen las conclusiones de los autores de nuevos hallazgos en Eurasia en los últimos
veinte años, resulta sorprendente (¡o quizá no!) notar que casi todos han pretendido
que habían encontrado ancestros directos de los australopitecinos o, en su defecto, de
los grandes hominoideos vivos: Kordos (1987) y Begun (1992) respecto de
Dryopithecus, De Bonis y Koufos (1994) respecto de Graecopithecus, y otro tanto se
ha dicho de Lufengpithecus, Ankarapithecus y el enigmático Oreopithecus.
¿Tan clara es la evidencia de que los chimpancés y australopitecinos son de
origen europeo, o lo que se propone como una hipótesis científica no es más que una
transcripción de los deseos más íntimos de los científicos? Esta es una pregunta
difícil y comprometida, que socava los más profundos cimientos de los conceptos y
métodos empleados por algunos grupos de antropólogos. En este sentido, tanto el
rigor metodológico de la cladística como el principio de parsimonia están siendo cada
vez más cuestionados. En primer lugar, el uso (y abuso) del principio de parsimonia
(que sostiene que la hipótesis más simple es la más probable, ya que la naturaleza es
poco proclive a repetir modelos) podría no estar justificado. Estudios recientes en
grupos de invertebrados cuya filogenia molecular se conoce en detalle muestran que
su morfología tiene un grado de homoplasia (caracteres convergentes) que supera
ampliamente el 50%. Si esto fuera extrapolable al resto de seres vivos, entonces
habría que rechazar la idea de que la naturaleza es parsimoniosa y reconocer que el
proceso evolutivo está más dirigido de lo que imaginábamos. El talón de Aquiles de
la cladística reside en la dificultad de conocer la incidencia real de la homoplasia.
Pero no es el único. La fase previa al estricto análisis cladístico (en la que se
seleccionan, definen y polarizan los caracteres) es enormemente comprometida, ya
que las inevitables hipótesis de partida hacen muy difícil eludir el sesgo inconsciente
en la elección y valoración de los caracteres. En otras palabras, nuestras hipótesis
favoritas tienden a ser cladísticamente demostrables.
Por todo lo anterior, cualquier hipótesis cladística que se enorgullezca de rigor,
cuantificación y método es sospechosa, por lo menos hasta que se haya cuantificado
convenientemente el grado de homoplasia y se garantice la imparcialidad en la
elección previa de los caracteres.
La hipótesis del origen eurasiático de los grandes hominoideos modernos no
satisface ninguno de estos requisitos. Tampoco ha sido adecuadamente confirmada en
el registro fósil; es más, al menos en lo que respecta a la biogeografía, es bastante
poco parsimoniosa. Por ejemplo, el autor de la base de datos usada manifiesta una
enfermiza tendencia a atomizar los caracteres, quizá pensando que cuanto mayor sea
el número de caracteres, y por ende el índice de correlación, más convincente será la
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hipótesis (la fascinación de las hipótesis cuantificables). Para obtener ese asombroso
número de caracteres se ha llegado a duplicar algunos y a considerar válidos otros
rasgos cuya presencia es un simple efecto de la alometría (dependiente del tamaño).
Por otra parte, si los autores se hubieran molestado en contrastar sus hipótesis con el
registro fósil se hubieran ahorrado algunos disgustos. Una de las hipótesis (Steward y
Disotell, 1998) admite un origen africano de los hominoideos, pero sostiene que la
dicotomía entre gibones y grandes monos tuvo lugar en Eurasia hace unos 20 m.a. En
consecuencia, el ancestro común de los hominoideos africanos y asiáticos sería de
origen eurasiático. Sin embargo, no hay la mínima evidencia fósil de esto. Más aún,
el magnífico registro fósil del Mioceno eurasiático desmiente esta hipótesis. Los
primeros hominoideos colonizaron Eurasia hace 16 m.a. Los datos moleculares de los
propios autores indican que la dicotomía entre gibones y grandes monos tuvo lugar
hace cerca de 18 m.a., lo que quiere decir que nunca pudo producirse en Eurasia.
La evidencia existente hace que sea más razonable suponer que los ancestros de
los gibones y los otros hominoideos eurasiáticos emigraron de África hace 16 m.a. en
el primer caso y cerca de 13 m.a. en el segundo. La segunda hipótesis (Begun, en
prensa), también muy discutible, mantiene que los ancestros de los grandes
hominoideos modernos colonizaron Eurasia y se diversificaron en al menos dos
grandes ciados, uno de los cuales habría dado origen a los orangutanes, mientras que
el otro habría vuelto a colonizar África hace unos 6 m.a. y habría dado origen a
chimpancés y gorilas. Esta hipótesis se basa en la presunta ausencia de hominoideos
en África en el periodo que va desde hace 13 m.a. hasta hace 6 m.a. Sin embargo, es
muy aventurado atribuir la ausencia de fósiles a la inexistencia de hominoideos
cuando se sabe tan poco del Mioceno superior de África. En este caso es más
razonable atribuir la falta de fósiles a la carencia de buenos yacimientos. También ha
contribuido a la idea del origen euroasiático la insistencia de algunos autores en que
algunos fósiles euroasiáticos estaban directamente emparentados con los chimpancés
y/o gorilas. Mi opinión es que estas hipótesis no están adecuadamente
fundamentadas. Antes bien, como ya he comentado, la evidencia fósil sugiere que en
el Mioceno eurasiático se diferenció un grupo natural del cual se derivó el único gran
hominoideo vivo de Asia, el orangután. Esto sugiere que el grupo hermano de los
grandes hominoideos asiáticos no se movió de África, y que de él se derivaron más
tarde los gorilas, los chimpancés y, por supuesto, los homínidos. Creo que esta
hipótesis es la que mejor se ajusta a los datos moleculares, paleontológicos y
biogeográficos existentes (figura 6).
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Figura 6: Modelo de radiación biogeográfica de los hominoideos en los últimos 20
millones de años. Su cuna se sitúa en África, desde donde colonizaron Eurasia, dando lugar
al orangután viviente. Los grandes antropomorfos africanos se habían originado en África.
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distribución actual del orangután. La supervivencia de este último a la extinción
miocénica de todos los otros grandes hominoideos eurasiáticos se debe
probablemente a la persistencia desde el Mioceno superior de una extensa pluvisilva
en el sudeste asiático, donde se encuentran registros históricos de orangutanes y
gibones. De todo este floreciente ciado, la presión depredadora humana ha respetado
sólo algunas poblaciones reducidas en las islas de Sumatra y Borneo, además de los
ejemplares conservados en los zoológicos de los países que pueden permitírselo.
Referencias
—Begun, D.R. (en prensa), «African and Eurasian Miocene hominoids and the
origins of Hominidae».
—Dean, D. & Delson, E. (1992), «Second gorilla or third chimp?», Nature, 359:
676-677.
—Ishida, H. & Pickford, M. (1997), «A new late Miocene hominoid from Kenya:
Samburupithecus koptalami gen. et spec. nov.», C. R. Acad. Sci. Ser. D, 325, 823-829
Página 66
—Stewart, C.B. & Disotell, T.R. (1998), «Primate evolution - In and out of
Africa», Curr. Biol. 8: R582-R588.
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Coloquio
Adrià Casinos: Una pregunta muy concreta: ¿cómo habéis estimado la masa
corporal de Dryopithecus?
Meike Köhler Se sabe que las estimaciones basadas en los dientes de los
driopitecinos suelen dar valores algo menores que las basadas en el esqueleto
poscraneal. Nosotros hemos inferido el peso corporal a partir de la superficie de la
cabeza del fémur, que es el método preferente cuando puede aplicarse, y hemos
obtenido un peso estimado de 34 kilos.
Francesc Ribot Quería hacer algunas puntualizaciones en relación con los rasgos
característicos que, según vosotros, conectarían a Dryopithecus con el ciado
Sivapithecus-Pongo, especialmente los forámenes zigomáticos. Mi conclusión
personal es que la presencia de forámenes zigomáticos o bien es un rasgo sin un valor
filogenético claro o bien sería un carácter arcaico que Dryopithecus compartiría no
sólo con Pongo, sino con otras formas más primitivas. En cuanto a la ausencia de toro
supraorbital, éste es un carácter tremendamente primitivo presente no sólo en
Dryopithecus y Pongo, sino en Proconsul, Egiptopithecus, Afropithecus y los
hilobátidos, entre otros.
Meike Köhler Comenzaré con los forámenes zigomáticos. Nosotros mismos
hemos estudiado la variabilidad de este carácter y podemos decir que los forámenes
zigomáticos por encima del borde orbital inferior son excepcionales, y cuando se
encuentran nunca van acompañados de un arco zigomático plano, robusto y orientado
hacia delante como en Pongo. En cuanto a la ausencia de toro supraorbital, no estoy
basando una relación filogenética en la ausencia de un carácter, sino en la presencia
de un carácter que considero derivado y que no es otro que la morfología supraorbital
visible en Pongo, Sivapithecus, Ankarapithecus, Graecopithecus, Oreopithecus e
incluso Dryopithecus.
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UN ESCENARIO PARA LA EVOLUCIÓN DE LOS HOMÍNIDOS
DEL MIOCENO
Jordi Agustí
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Sobre el autor
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Las discusiones sobre el origen del bipedismo humano han girado clásicamente
en torno a dos escenarios alternativos. En el primero de ellos se podría decir que el
factor «azar» juega un papel preponderante. Según esta idea, el bipedismo no habría
surgido como una adaptación particular a un cambio en las circunstancias
ambientales, sino que habría sido producto de un hecho contingente como, por
ejemplo, el que uno o varios individuos bípedos se hubiesen convertido en machos
dominantes (Chaline, 1994). En esta línea se encontrarían las interpretaciones que
ligan el origen del bipedismo a una modificación fortuita de las pautas o de la
velocidad del desarrollo ontogenético (Gould, 1977). De alguna manera, este
escenario recrea la idea del «monstruo prometedor» de Goldschmidt y sugiere una
aparición súbita («puntuada») del bipedismo.
Otro punto de vista muy extendido tiende a interpretar el origen de la postura
bípeda como una respuesta adaptativa a la expansión de las grandes praderas o
sabanas en el África oriental a principios del Plioceno (Coppens, 1983). Según este
escenario funcionalista, el bipedismo de los primeros homínidos sería una respuesta
directa a la deforestación sufrida por aquella región a partir del Mioceno superior.
Como en el caso anterior, el carácter de «evento único» de este escenario hace difícil
su contrastación. Sin embargo, las premisas de esta «East Side Story» africana (como
también se la conoce) no son tan únicas como pudiera parecer de entrada. De hecho, a
finales del Mioceno, hace unos 9 millones de años (en el piso geológico conocido
como Vallesiense) se produjo en Europa un proceso aparentemente similar que
acarreó la regresión del bosque subtropical hasta entonces imperante; sólo que, en
este caso, el cambio ambiental no determinó la adaptación al nuevo medio de los
diversos hominoideos que poblaban estos bosques —Dryopithecus, Ankarapithecus,
Graecopithecus sino, bien al contrario, su extinción. Si el bipedismo constituye
realmente una adaptación a un medio de sabana, cabría esperar que hubiese surgido
en Europa hace unos 9 millones de años a partir de hominoideos ortógrados como
Dryopithecus.
Sin embargo, la información paleobiológica acumulada recientemente en Europa
y su contrastación con la de otros dominios zoogeográficos del Viejo Mundo
permiten constatar que el contexto evolutivo de los hominoideos de latitudes medias
durante el Mioceno superior y el Plioceno fue muy distinto del africano. La diferente
evolución climática y configuración espacial de las áreas pobladas por los
hominoideos del Mioceno superior fue un factor determinante en la distinta suerte
que corrieron en Eurasia y en África.
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inferior-medio de Glib Zegdou, Argelia; Godinot y Mahboubi, 1992). Ya en el
Oligoceno inferior, hace unos 30 millones de años, los yacimientos de El Fayoum en
Egipto exhiben una amplia variedad de monos catarrinos y platirrinos, con géneros
tan diversos como Aegyptopithecus, Propliopithecus, Apidium y Parapithecus. Por
esa época, formas emparentadas con los dos últimos géneros colonizaron Sudamérica
junto con algunos roedores, dando lugar a los actuales monos platirrinos de ese
continente.
Por el contrario, los primates se encuentran ausentes del registro fósil europeo
durante cerca de 17 millones de años (entre el Oligoceno inferior y el Mioceno
medio), después de su abrupta desaparición a principios del Oligoceno en el marco de
la crisis biológica conocida como Grande coupoure (fechada en hace unos 37
millones de años, en el límite entre los periodos Eoceno y Oligoceno). Durante todo
ese tiempo, la evolución en África y Europa siguió caminos muy diferentes. Así, en
África las faunas de herbívoros aparecen dominadas por un conjunto autóctono de
ungulados, los tetiterios, que incluyen grupos hoy tan dispares como los hiracoideos
(o damanes), los proboscídeos y los sirénidos, pero que en su día englobaron también
formas semiacuáticas como los demostilios.
Todo esto cambió hace unos 20 millones de años, cuando la placa africana, en su
deriva hacia el este, colisionó con el gran continente eurasiático a la altura de lo que
hoy es el Próximo Oriente. Este evento geológico fue decisivo para las faunas de
ambos continentes, condicionando su evolución futura. Después de que África y
Europa entraran en contacto, grupos de extracción estrictamente africana como los
primates y los proboscídeos enriquecieron las faunas de este último continente. Por su
parte, grupos como los bóvidos o los ciervos de agua (tragúlidos) se integraron a su
vez en los ecosistemas africanos del Mioceno inferior.
Los primeros primates que irrumpieron en Europa procedentes de África
pertenecen al género Pliopithecus . Los pliopitécidos eran pequeños primates
arborícolas de no más de 10 kilos de peso, cuyo aspecto hizo pensar que podían estar
emparentados con los actuales gibones. Sin embargo, hoy sabemos que los
pliopitécidos forman parte de la misma radiación evolutiva de la que surgieron
Aegyptopithecus, Propliopithecus, Oligopithecus y otros catarrinos primitivos de El
Fayoum, la cual es muy anterior a la que dio lugar a los verdaderos gibones.
Pliopithecus tiene el honor de ser el primer primate fósil descrito en la historia de la
paleontología; fue descubierto por Édouard Lartet en 1834 en la colina de Sansan,
cerca de la población francesa de Gers. Los pliopitécidos presentan una dentición
adaptada al consumo de hojas, y a lo largo de su historia se diversificaron en más de
diez especies repartidas en unos cinco géneros. Su rango de distribución abarca desde
la península Ibérica hasta China, aunque la mayor parte de los hallazgos proceden de
Europa occidental y central. Los numerosos restos de la especie Pliopithecus
vindoboniensis hallados en la localidad centro-europea de Neudorf an der Marche, en
Checoslovaquia, han permitido hacerse una idea bastante exacta de la anatomía de
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estos primates. Su cara era corta y ancha, con grandes órbitas semicirculares en
posición frontal. Esta morfología contrasta con el morro alargado característico de
Aegyptopithecus y otros catarrinos primitivos africanos, y recuerda la de los actuales
gibones (aunque, como he indicado, no existe ningún parentesco directo con estos
últimos). Los miembros eran gráciles y alargados, con brazos y piernas de longitud
similar, lo que sugiere que Pliopithecus era un primate arborícola que, como los
gibones, se suspendía de los árboles (aunque las proporciones de sus miembros eran
muy diferentes de las de los gibones y más cercanas a las de un primate básico).
Mostraba un acusado dimorfismo sexual que se manifestaba en el tamaño relativo de
los caninos y en el desarrollo de una pequeña cresta sagital en la parte posterior del
cráneo de los machos. Por lo demás, todo indica que los pliopitécidos carecían de
cola.
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Aunque la primera evidencia firme de fauna africana en Europa se remonta a 20
millones de años atrás (mastodontes del género Gomphotherium), los primeros
Pliopithecus no aparecen en el registro fósil europeo hasta hace unos 17 millones de
años, a principios del Mioceno medio (numerosos puntos en el valle del Loira
francés: Faluns de Touraine, Anjou, Pontlevoy-Thenay y otros). Más tarde, el área de
distribución del grupo se expandió por toda Europa, desde la cuenca del Vallés-
Penedés (Sant Quirze, Castell de Barbera) hasta Polonia, pasando por Francia, Suiza,
Alemania, Austria y Eslovaquia. Al aumentar el rango geográfico aumentó también la
diversidad taxonómica del grupo, con nuevos géneros como Plesiopliopithecus y
Anapithecus, en los que se acentúa la tendencia al folivorismo ya patente en
Pliopithecus. A principios del Mioceno superior, en la época conocida como
Vallesiense, la presencia de pliopitécidos disminuye en Europa occidental, tal vez por
la competencia de hominoideos como Dryopithecus. Aun así, el grupo está bien
representado (Anapithecus) en el Vallesiense inferior de Rudabanya (Hungría), donde
coexiste con Dryopithecus (Kordos, com. pers. 1998). Los pliopitécidos,
representados por formas folívoras como Anapithecus, persistieron en Europa hasta
hace unos 8 millones de años, encontrándose todavía en el Vallesiense superior de
Terrassa, en la cuenca del Vallés-Penedés, cientos de miles de años después de la
desaparición de los últimos hominoideos del continente europeo. En China, los
pliopitécidos parecen haber persistido hasta finales del Mioceno, representados por
Laccopithecus, un género de dimensiones superiores a las formas europeas.
Las faunas acompañantes de Pliopithecus en el Mioceno inferior y medio
presentaban una estructura básica muy característica. Entre los ungulados abundaban
los suiformes omnívoros del género Aureliachoerus, junto con formas frugívoras
como los mastodontes del género Gomphotherium ya mencionados. Con ellos se
encuentra una amplia gama de herbívoros ramoneadores, como los proboscídeos del
género Deinotherium y los suiformes del género Bunolistriodon, y numerosos
perisodáctilos, como los pequeños «caballos» del género Anchitherium, los
rinocerontes acuáticos de los géneros Brachypotherium y Plesiaceratherium, y los
chalicotéridos, un grupo particular emparentado remotamente con los équidos, pero
que, a diferencia de los otros perisodáctilos, tenía unas extremidades anteriores más
largas que las posteriores, dotadas de garras en lugar de pezuñas, lo que les permitía
acceder más fácilmente a las hojas situadas en niveles elevados. Los ciervos de agua
o tragúlidos, hoy asociados a los cursos fluviales de las selvas tupidas del Asia
subtropical, estaban representados por varias especies, mientras que los ciervos
verdaderos estaban representados por formas de talla pequeña y astas relativamente
sencillas. Mucho más raros en esa época son los bóvidos, representados por
Eotragus, emparentado con el actual nilgo de la India, pero cuyas reducidas
dimensiones y cortos cuernos apenas dejan entrever su parentesco con los búfalos,
bueyes o antílopes actuales.
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Por su parte, las copas de los árboles y el sotobosque de estos bosques
subtropicales estaban poblados por una gran variedad de pequeños mamíferos, sobre
todo roedores de la familia de los hámsteres (cricétidos), lirones (glíridos) y ardillas
(esciúridos). Algunos de ellos presentaban pliegues membranosos o patagios, lo que
les permitía planear de árbol en árbol tal como hacen hoy las llamadas ardillas
voladoras orientales (o petauristas), que pueden realizar «vuelos» de hasta 100
metros. En el Mioceno esta misma adaptación se encontraba también en los lirones
del género Paraglirulus y en los eómidos, una familia totalmente extinguida de
pequeños roedores que no sobrepasaban los cinco centímetros de la cabeza a la cola.
Una rica vegetación cubría extensas áreas formando bosques subtropicales
húmedos similares a los que existen hoy en algunas zonas de Extremo Oriente, de
Canarias y de Madeira, caracterizados por la abundancia de árboles perennifolios de
hojas grandes y lanceoladas (de ahí la denominación de laurisilva, en referencia a la
hoja lanceolada del laurel). Cinnamomum, Phoebe, Podocarpus, Tsuga, Magnolia,
Ficus, Calamus y otros géneros subtropicales coexistían con otros de zonas más
templadas en un contexto de estabilidad climática y temperaturas medias anuales en
torno a los 20°C. En la costa eran frecuentes los manglares, y los arrecifes de coral
proliferaban por todo el Mediterráneo. Este momento coincide con una notable
elevación del nivel de los océanos que afectó a muchas áreas (como, por ejemplo, la
costa atlántica de la península Ibérica). La temperatura de las aguas superficiales
debía ser de 25°C a 27°C, tal como las que se registran hoy en el Golfo de Guinea.
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Figura 2: Reconstrucción paleoambiental del yacimiento del Mioceno medio de Madrid.
De izquierda a derecha, se reconocen los rinocerontes del género Hispanotherium, el
ciervo de agua Dorcatherium, el cérvido Procervulus, dos suidos del género
Bunolistriodon y, detrás de ellos, paleomerícidos del género Triceromeryx
(ilustración de Mauricio Antón en J. Agustí y M. Antón, Memoria de la Tierra,
Ediciones del Serbal, Barcelona, 1997).
El escenario que acabamos de esbozar para el Mioceno inferior cambió hace 14,5
millones de años. Numerosas evidencias en el registro oceánico indican un descenso
general de las temperaturas relacionado con el enfriamiento de las aguas dos
profundas de la Antártida y con un notable incremento del hielo antártico en la parte
oriental de ese continente. En diversos momentos anteriores del Oligoceno se habían
producido episodios de expansión de los hielos antárticos, pero nunca de tanta
magnitud como los que se registran por primera vez hace entre 14,5 y 12 millones de
años. La ausencia de vegetación termófila y la abundancia de ericáceas, gramíneas y
compuestas indican una cubierta vegetal menos densa y una caída de las temperaturas
medias por debajo de los 12°C en la estación más fría (Bessedik, 1985). La historia
de este abrupto cambio climático en el Mioceno medio ha podido detallarse gracias al
análisis geoquímico de las conchas de los foramíniferos planctónicos de esa edad,
cuya proporción de oxígeno pesado, O18, constituye un fiel reflejo de las oscilaciones
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climáticas (en los episodios de acumulación de hielo en los polos, el carbonato
cálcico precipitado en la concha de estos protozoos se enriquece en este isótopo más
pesado frente al isótopo normal O16, lo que se traduce en una disminución de la razón
O16/O18.) Así, a lo largo del Mioceno medio se detectan tres fases sucesivas de
enfriamiento y, por lo tanto, de crecimiento de la capa de hielo antártica: de 16,1 a
15,5 m.a., de 14,5 a 13,6 m.a. y de 13,2 a 12 m.a. En el periodo comprendido entre
14,5 y 14,1 millones de años atrás es donde se registra un mayor incremento del hielo
antártico. Mientras que las primeras fases de estos episodios muestran una acusada
inestabilidad, con frecuentes oscilaciones, a partir de 14 millones de años atrás se
observa una progresiva estabilización del sistema climático y de la capa de hielo
antártica.
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a lo largo de un corredor que se prolongaba desde el norte de África y el
Mediterráneo oriental hasta el norte de China, a través de lo que hoy es Asia menor,
Irán y Afganistán. Es lo que se conoce como «provincia greco-iraní» (aunque sus
límites se extendían bastante más allá de Grecia e Irán).
La fauna asociada a este biotopo peculiar era muy diferente de la que poblaba las
zonas más húmedas, donde seguía imperando la laurisilva. Así, mientras que en los
bosques subtropicales del Mioceno inferior el nicho ecológico de los ramoneadores
estaba ocupado por herbívoros de tamaño pequeño o medio, en este nuevo ambiente
se produce la primera diversificación de los rumiantes grandes típicos de espacios
abiertos, como los bóvidos y los jiráfidos. Faunas de este tipo, dominadas por
bóvidos y jiráfidos, se encuentran, por ejemplo, en yacimientos de Turquía (Çandir,
Paçalar) y en la zona del Cáucaso (como Byelometcheskaya en Georgia). En la
comunidad de grandes herbívoros de estos yacimientos predominan los primeros
jiráfidos de corte moderno y los bóvidos de origen asiático (Boselaphini,
Hypsodontinae) cuya dentición de corona alta estaba plenamente adaptada a la
masticación de vegetales coriáceos. Estos animales se convirtieron en las presas de
nuevos tipos de carnívoros, entre ellos los grandes félidos y los hiénidos,
prefigurando el tipo de asociación que luego caracterizaría las sabanas y grandes
praderas.
Hace unos 17 millones de años, esta franja cubría buena parte de lo que hoy son
las zonas desérticas y subdesérticas de las latitudes medias africanas, alternándose las
zonas de bosque esclerófilo adaptado a la sequía estival con núcleos remanentes de
bosque subtropical húmedo (de hecho, el actual desierto del Sahara es un fenómeno
relativamente reciente y bastaría un pequeño incremento de la precipitación en 200
mm anuales para que estas áreas recuperasen el aspecto que tenían en el Mioceno
medio; Axelrod y Raven, 1978.) Algo parecido ocurría en las zonas áridas
meridionales del continente africano, prefigurando lo que hoy son los desiertos de
Namibia y el Kalahari. Esta tendencia a la aridez ha quedado claramente registrada en
los sondeos estratigráficos del océano Índico, y se refleja en los bajos niveles de
arena eólica en las capas de hace unos 13 millones de años. El origen del desierto de
Namibia podría estar ligado al afloramiento progresivo en la costa occidental africana
de aguas semifrías de origen antártico (Seisser, 1978; Van Zinderen Bakker, 1975).
En el norte de África encontramos otra vez una asociación de mamíferos que
remeda la de la provincia greco-iraní, caracterizada por la rápida diversificación de
los rumiantes de talla grande, bóvidos y jiráfidos, que en el futuro constituirá la fauna
distintiva de las sabanas. Así, en la localidad libia de Gebel Zelten encontramos hasta
tres géneros diferentes de bóvidos (entre ellos las primeras gacelas). También en el
Este, en los yacimientos de Karungu y Rusinga, encontramos hasta tres géneros
diferentes de bóvidos. Curiosamente, esta última localidad africana presenta las
primeras evidencias de expansión de las gramíneas, el tipo de hierba que hoy
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caracteriza las grandes praderas y las sabanas (aun cuando el primer registro de este
grupo de plantas se remonta al Eoceno).
Posteriormente, hace unos 14 millones de años, esta «protosabana» (término
acuñado por Harris, 1993) se extendió por el África oriental hacia la zona ecuatorial.
Esta expansión tuvo que ver probablemente con el levantamiento de la corteza
terrestre que se produjo en las primeras fases de la formación del rift africano. Como
han señalado diversos autores, los altos relieves asociados a la formación del rift
debieron incrementar la estacionalidad y progresiva aridez del clima, al interrumpir el
flujo de aire húmedo que llegaba a esta zona procedente del océano Índico y que
anteriormente nutría las selvas tropicales del África ecuatorial (Andrews y Evans,
1978; Axelrod y Raven, 1978). La composición de esta protosabana, ya plenamente
desarrollada hace 14 millones de años, ha podido analizarse con todo detalle en la
localidad de Fort Teman (Andrews y Evans, 1978; Harris, 1993). Las faunas están
compuestas por ramoneadores-pacedores de tamaño medio a grande o muy grande
(aunque no existen todavía rumiantes exclusivamente pacedores), junto a una amplia
gama de carnívoros corredores. La mayoría de estos elementos (75%) forma parte de
la fauna originaria de la selva subtropical, pero un 25% corresponde a lo que luego
será la fauna típica de la sabana: bóvidos, jiráfidos, hiénidos y rinocerontes de corte
moderno. La existencia de masas boscosas viene indicada por un 25% de mamíferos
trepadores, aunque este bosque no debía ser una selva cerrada, dada la baja
proporción de elementos exclusivamente arborícolas (sólo un 4,5%). Asimismo, la
alta proporción de mamíferos frugívoros (comedores de fruta) indica que debía
tratarse de un bosque de hoja perenne, todavía sin los contrastes estacionales
característicos de épocas posteriores. Aunque la ausencia de verdaderos pacedores
indica que este biotopo no se correspondía con un biotopo de sabana abierta, el
espectro de diversidad ecológica de la fauna de Fort Teman recuerda mucho al de una
pradera arbolada, tal como se encuentra, por ejemplo, en los niveles pliocénicos de
Olduvai, siendo la principal diferencia la alta proporción todavía existente de
elementos frugívoros y arborícolas. El esquema que resulta de este análisis indica la
existencia de amplias extensiones de bosque de hoja perenne con espacios abiertos
(«woodlands»), tal como las que se encuentran hoy en algunas zonas aisladas de
África y en Canarias. Las gramíneas empezarían a proliferar en el sotobosque y en las
cada vez más frecuentes manchas de pradera que se abrirían entre la vegetación más
densa.
De hecho, la localidad de Fort Teman presenta la evidencia más antigua del
desarrollo de praderas de gramíneas en África (Dugas y Retallack, 1993). Algunas de
estas gramíneas ya utilizaban la ruta fotosintética conocida como C4, hoy mayoritaria
en el grupo, aunque la proporción de gramíneas de tipo C3 en esa localidad
(determinada por estudios isotópicos) se parece más a la de los biotopos abiertos de
los altiplanos africanos entre 2000 y 3000 metros de altitud que a la de las sabanas de
las tierras bajas (que únicamente incluyen gramíneas de tipo C4). La proliferación de
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gramíneas en el África oriental tuvo que ver con las peculiares condiciones que se
dieron a partir del Mioceno medio en esa zona como consecuencia de la apertura del
rift y de la actividad volcánica asociada. A partir de diversos centros volcánicos,
fonolitas, traquitas y otras rocas eruptivas alcalinas cubrieron amplias extensiones,
dando lugar a suelos lateríticos de muy baja fertilidad. En estas condiciones, la
obtención de fosfatos debió hacerse especialmente difícil para las plantas de hoja
perenne que poblaban los cercanos bosques laurifolios. Por el contrario, las
gramíneas cloridoides y panicoides del Mioceno medio estaban bien adaptadas a estas
condiciones y debieron proliferar en los altiplanos del rift a pesar de la pobreza del
suelo y de las lluvias de ceniza volcánica. Desde estos altiplanos, la vegetación
herbácea se expandió a través de los cada vez más frecuentes claros que irían
abriéndose en el seno del bosque subtropical original. Así pues, de acuerdo con la
información existente, los primeros núcleos de pradera en el África oriental no se
desarrollaron como consecuencia directa del cambio climático, sino como una
adaptación a las peculiares condiciones de alta salinidad y alcalinidad en el área del
rift. Ahora bien, esta capacidad de las gramíneas para colonizar los suelos volcánicos
pobres en fosfatos constituía de hecho una eficaz preadaptación (o preaptación, en la
terminología de Gould) de cara a las condiciones de aridez creciente imperantes a
partir del Mioceno medio, lo que sin duda favoreció su difusión posterior por las
zonas áridas que se expandieron tanto en África como en Eurasia.
En este contexto ecológico surgió un nuevo tipo de primate, diferente de los
proconsúlidos arborícolas que poblaban las selvas orientales africanas en el Mioceno
inferior, descendientes directos de Aegyptopithecus y su prole. Se trata de
Kenyapithecus, un hominoideo que, a diferencia de Aegyptopithecus y su
descendiente Proconsul, mostraba ya una dentición de esmalte grueso, adaptada a una
dieta basada en hojas y vegetación esclerófila. Esta característica se encuentra
también en la mayor parte de hominoideos del Mioceno superior y en los primeros
homínidos africanos. En lo que se refiere a la locomoción, Kenyapithecus era un
cuadrúpedo semiterrestre que debía pasar largos periodos sobre el suelo (aunque ello
no le impidiese trepar a los árboles), lo que constituye también una adaptación a las
nuevas condiciones de progresiva aridez. En algún momento hace entre 16 y 14
millones de años, Kenyapithecus o una forma afín colonizó el continente europeo,
donde, rebautizado como Griphopithecus, se le encuentra en diversos yacimientos de
Europa oriental, como Klein-Hadersdorf en Austria, Neudorf-Sandberg en
Eslovaquia o Çandir y Paçalar en Turquía.
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Mientras tanto, en la Europa occidental, y muy especialmente en la península
Ibérica, las cosas cambiaron durante el Mioceno medio. El clima se hizo en general
más contrastado y seco. La existencia en esa época de una zona climática semiárida
en la costa noroccidental del Mediterráneo se manifiesta por la presencia de muchas
plantas que muestran claras afinidades con las que hoy pueblan el norte de África
(Bessedik, 1985). Los análisis de polen procedente de las localidades de Vilobí y
Fabrègues muestran una tendencia hacia una vegetación más abierta y un descenso de
las temperaturas medias (por debajo de 10°C-12°C en la estación más fría; Bessedik,
1985). Las floras de esta época recogidas en los alrededores de la localidad de
Martorell, en la cuenca del Vallés-Penedés, muestran una proporción elevada de
plantas arbustivas de hoja pequeña (hasta el 70%, principalmente mimosáceas). Esto
es un indicio de que la estación seca era mucho más prolongada que en épocas
anteriores. La vegetación era de tipo matorral, caracterizada por una abundancia de
plantas herbáceas (ericáceas, gramíneas, compuestas) y por la ausencia de las plantas
termófilas propias del Mioceno inferior, como Bombax, Alchornea, las
melastomatáceas o las meliáceas. Los bosques, dominados por las mimosas y las
acacias, se habrían reducido a pequeños núcleos en tomo a los cursos de agua. En
localidades como Vilobí, Cap de Nautes y Carry-le-Rouet ha podido constatarse la
presencia de manglares de una sola especie (Avicennia cf. marina). Este tipo de
manglar se encuentra hoy a lo largo del mar Rojo y entre los 20° y 28° de latitud
norte en el Golfo Pérsico, en lo que constituye el límite septentrional de distribución
de los manglares dentro de la zona intertropical. La abundancia en esa misma época
de depósitos evaporíticos (también conocidos como sebkhas, básicamente sales y
yesos acumulados por la evaporación de masas de agua cerradas) constituye otra
evidencia de la extensión por todo el margen mediterráneo de las condiciones que
hoy encontramos a lo largo de las costas del Mar Rojo y el Golfo Pérsico (Kassas,
1957).
En cuanto a las faunas terrestres, el Mioceno medio se encuentra ampliamente
representado en la península Ibérica en diversas cuencas continentales: Calatayud-
Daroca (numerosas localidades, algunas con grandes mamíferos, como Valdemoros
IA), Tajo (Torrijos), Madrid (O'Donell, Moratines, Puente Vallecas), Duero y Vallés-
Penedés (Vilobí). Las faunas de pequeños mamíferos de este periodo indican una
transición hacia condiciones más áridas, lo que se refleja en un abrupto descenso de
diversidad, en particular de roedores asociados al bosque cerrado, como los lirones y
las formas planeadoras (petauristas y eómidos). Las faunas de roedores de esta época
aparecen dominadas por ardillas terrestres del género Atlantoxerus (que actualmente
puebla las zonas áridas del norte de África) y de hámsteres ubicuistas como
Megacricetodon. En el centro de la península Ibérica, un grupo de lirones incluidos
en el género Armantomys sufrirá una evolución particular a lo largo del Mioceno
medio, adaptando su dentición a la nueva vegetación de tipo arbustivo y esclerófilo.
Así, el diseño de los molares, formado por una serie de grandes crestas transversales,
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se hará cada vez más simple, en tanto que la corona dentaria irá aumentando
progresivamente de altura (un tipo de evolución que se ha observado muy raramente
entre los glíridos o lirones).
La fauna de grandes mamíferos estaba dominada por herbívoros ramoneadores.
En esa época entran en la península Ibérica los primeros bóvidos de la subfamilia
Boselaphini (Miotragocerus, en la localidad de Tarazona), Conohyus (un suido con
premolares ensanchados adaptados a una dieta folívora) y un pequeño ciervo sin
astas, Micromeryx. Pero, sin duda, el elemento más característico de esa época es
Hispanotherium, un género de pequeños rinocerontes asiáticos que colonizaron la
península Ibérica durante el Mioceno medio. A diferencia de sus parientes
semiacuáticos del Mioceno inferior, como Brachypotherium, Hispanotherium estaba
mucho mejor preparado para las condiciones de sequía estacional y vegetación
esclerófila que imperaban entonces. En lo que respecta a la locomoción, sus patas
eran relativamente más largas y gráciles, adaptadas a la carrera en espacios abiertos.
Por otra parte, sus dientes tenían coronas muy altas (dentición hipsodonta) y el
esmalte se replegaba formando un conjunto de crestas obliteradas por cemento
dentario. Todo ello constituía una eficaz máquina trituradora, apta para masticar la
difícil vegetación que servía de alimento a Hispanotherium durante la estación seca.
En la Europa central y atlántica, sin embargo, el clima parece haberse hecho más
húmedo hacia finales del Mioceno medio. En esta época las temperaturas medias
podrían haber sido de unos 20°C, y una rica vegetación semejante a los bosques que
hoy pueblan las islas Canarias o Madeira cubría amplias áreas. Este nuevo aumento
de la humedad ambiental se tradujo en una significativa recuperación de los
mamíferos adaptados a un medio boscoso, que habían iniciado una regresión durante
la crisis del Mioceno medio. Así, entre los roedores, los lirones recuperan su
diversidad y reaparecen las ardillas voladoras y los eómidos, junto a nuevos
elementos como los castores, ligados a cursos de agua estables. Los grandes
herbívoros adaptados a las sequías estacionales, como los rinocerontes del género
Hispanotherium, son reemplazados por nuevos inmigrantes orientales. Entre los
suiformes, el grupo que engloba a los actuales jabalíes y pécaris, se produce un
significativo aumento de diversidad, con la entrada de inmigrantes orientales como
Listriodon, Propotamochoerus y Parachleuastochoerus, que reemplazan a los
suiformes persistentes del Mioceno inferior como Bunolistriodon y otros artiodáctilos
primitivos como Cainotherium y Amphitragulus. Listriodon era un suido cuya
dentición, con crestas cortantes e incisivos en forma de paleta, estaba adaptada a la
ingestión de hojas. Originario de Asia, se dispersó rápidamente por toda Europa y
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también por el África oriental, donde ha sido encontrado en Maboko (Kenia) y otras
localidades. Propotamochoerus era un suido de corte moderno y uno de los primeros
representantes de la línea que lleva a los actuales jabalíes y cerdos. Se le encuentra
hasta el límite Mioceno-Plioceno, hace unos 5 millones de años. Su presencia, junto a
Listriodon y Parachleuastochoerus (un pequeño suido de hábitos frugívoros), indica
una recuperación de la diversidad de este grupo a finales del Mioceno medio, en
consonancia con la recuperación del ambiente húmedo y boscoso. Junto a ellos se
produce una diversificación de los ciervos primitivos, que llegan a estar
representados por más de cuatro géneros diferentes (figura 3). Algunos, como
Heteroprox y Euprox, presentaban astas simples con un único candil anterior.
Stehlinocerus, en cambio, ostentaba ya la típica roseta de los ciervos actuales,
culminada por una serie de pequeñas expansiones que formaban una especie de
corona. Las astas cortas y palmeadas de Palaeoplatyceros, que en el Mioceno
constituían una rareza, prefiguraban las de los actuales gamos. Esta variedad de
ciervos confirma la persistencia en Europa occidental de las condiciones de humedad
alta y vegetación subtropical que habían imperado durante el Mioceno inferior. De
hecho, el análisis de la diversidad de las faunas de esta época, tanto en lo que se
refiere a la diversidad taxonómica como la de locomoción, de tamaño y de dieta,
muestra una asombrosa continuidad desde el Mioceno inferior hasta el Vallesiense, en
la base del Mioceno superior.
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Figura 4: Esquema de especiación vicariante que explica la evolución independiente de
los hominoideos eurasiáticos neogénicos. Tras la colonización de este continente por
Dryopithecus, el aislamiento causado por la elevación de la cordillera Alpina condujo a
la di versificación de taxones más especializados (Graecopithecus, Sivapithecus).
La extinción del Vallesiense afectó a todas estas formas, aunque algunos descendientes del
ciado Sivapithecus-Pongo se refugiaron en algunas áreas. Caracteres derivados clave
para cada nodo (Moya-Sola y Köhler, 1993): A, morfología zigomática pongina (robustez
ósea, forámenes zigomaxilares en posición elevada sobre su proceso frontal); B, morfología
dentognática pongina (esmalte grueso, incisivos superiores muy desiguales en tamaño,
prognatismo alveolar y caracteres asociados); C, morfología facial pongina (pilar
interorbital estrecho, aerorrínquia, ausencia de engrosamiento glabelar, ausencia de seno
fronto-etmoidal, órbitas altas y estrechas).
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Además de Europa central y occidental, también en la región de los Siwaliks, en
Pakistán, hay evidencias de un mantenimiento del clima húmedo al sur de la cadena
del Himalaya durante el Mioceno medio. Así, las faunas de Kamlial y Chinji
continúan mostrando una baja diversidad de bóvidos y jiráfidos, a diferencia de otras
localidades de edad parecida en la provincia greco-iraní y África oriental (como Fort
Teman). Una característica común de todas estas zonas húmedas de finales del
Mioceno medio, tanto en los Siwaliks como en Europa, es la presencia de
hominoideos arborícolas, encuadrados en el género Sivapithecus en el primer caso y
en el género Dryopithecus en el segundo.
A diferencia de Sivapithecus y de su predecesor en Europa central,
Griphopithecus, los molares de Dryopithecus no eran de esmalte grueso, sino que
estaban adaptados a una alimentación a base de frutas y vegetales blandos. El origen
de Dryopithecus es, hoy por hoy, desconocido. Podría haber evolucionado in situ a
partir de poblaciones europeas de Griphopithecus, pero esta hipótesis no parece
probable si se tiene en cuenta la anatomía poscraneal de ambos hominoideos. Así, el
descubrimiento de un esqueleto muy completo de Dryopithecus laietanus en el
yacimiento de Can Llobateres 2 ha mostrado que se trataba de un ágil braquiador, que
se trasladaba de árbol en árbol gracias a sus largos brazos y enormes manos, tal como
hacen hoy los orangutanes. Esta anatomía contrasta con la inferida para
Griphopithecus, muy semejante a la de su pariente africano Kenyapithecus, esto es, la
de un cuadrúpedo semiterrestre que debía desplazarse en los árboles sobre sus cuatro
patas. Más probable es que Dryopithecus se originara en las zonas boscosas del
África subtropical y que desde allí colonizase Europa en algún momento del Mioceno
medio. Hace entre 13 y 10 millones de años, en la época conocida en África como
Tugetiense, continúa el desarrollo de la protosabana africana a la que antes nos hemos
referido. En los yacimientos del lago Baringo, los pacedores-ramoneadores están
representados por hasta 12 géneros diferentes, mientras que sólo dos géneros
corresponden a comedores de vegetales blandos. Sin embargo, durante el Tugetiense
inferior todavía persiste el bosque tropical, y se detecta un limitado intercambio de
fauna entre África y Europa a través del Próximo Oriente. Así, hace unos 13 millones
de años entran en Europa los grandes mastodontes del género Tetralophodon, que
reemplazan a los últimos gomfoterios del Mioceno medio, junto con Albanohyus, un
pequeño suido parecido a los modernos pécaris. Estos intercambios se habrían
producido tras el restablecimiento del puente continental entre Arabia y Eurasia,
luego de un breve periodo de desconexión en el Mioceno medio (Steininger et al.,
1985).
Así pues, de acuerdo con el modelo propuesto por Agustí et al. (1995), hace unos
12 millones de años, en la época conocida como Aragoniense superior, un
antropomorfo africano ortógrado similar a Dryopithecus habría colonizado Europa
desde África, una vez restablecido el puente intercontinental entre Arabia y Eurasia.
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Tras su entrada en Europa, un primer proceso de aislamiento geográfico llevó a la
diferenciación de Dryopithecus y el conjunto de formas relacionadas con el actual
orangután (de acuerdo con la propuesta filogenética de Moyà-Sola y Köhler, 1993).
Un nuevo proceso de aislamiento y especiación debió llevar más tarde a la aparición
de formas robustas dotadas de esmalte grueso como Ankarapithecus y
Graecopithecus, al sur del Paratethys, un gran mar interior que se extendía desde
Viena hasta el Cáucaso (recordemos que esa zona, debido a la crisis climática del
Mioceno medio, y a diferencia de Europa occidental, estaba ya poblada por una
vegetación de tipo esclerófilo). Posteriormente, la progresiva elevación del Himalaya
debió provocar el aislamiento de las poblaciones situadas al este y al sur de esta
cadena, determinando la evolución independiente de Sivapithecus, del cual se habrían
derivado Gigantopithecus (un hominoideo gigante del que se sabe muy poco) y el
actual orangután (Pongo). Dado que se conocen restos de Sivapithecus que muestran
los caracteres craneales distintivos de Pongo con una antigüedad de 12,7 millones de
años, ésta tiene que ser la edad mínima del ancestro común del ciado Ankarapithecus-
Graecopithecus y el ciado Sivapithecus-Pongo (nodo C en la figura 4).
Sin embargo, algo iba a cambiar hace unos 11 millones de años, en la época
conocida como Vallesiense, que toma su nombre de la cuenca catalana que ha
proporcionado un registro más completo de este periodo, el Vallés-Penedés. Como
ocurre con todas las grandes transiciones, nada parece cambiar al principio. Las
faunas del Vallesiense inferior son sensiblemente similares a las del Mioceno medio y
están compuestas por los mismos mamíferos de gran tamaño: cánidos gigantes del
género Amphicyon, felinos de dientes de sable del género Sansanosmilus, ciervos de
astas sencillas como Euprox, suidos como Listriodon, Propotamochoerus,
Parachleuastochoerus y otros, rinocerontes acuáticos como Aceratherium, grandes
chalicotéridos como Chalicotherium, ciervos de agua, junto con otros muchos
elementos que testimonian la persistencia de los bosques subtropicales de mediados
del Mioceno. Sin embargo, un nuevo elemento entra en escena a partir de entonces.
Se trata de Hipparion, un caballo de dimensiones más reducidas que su pariente
moderno, y que aún retenía dos dedos laterales junto al dedo central. Estos dos dedos
laterales, sin embargo, estaban mucho más reducidos que en Anchitherium, su
predecesor europeo, y eran escasamente funcionales, lo que indica una mayor
adaptación a la locomoción sobre terreno duro. En la misma línea, su dentición era ya
muy parecida a la del caballo actual, con molares columnares de corona muy alta
(hipsodontos) y cemento dentario rellenando los huecos entre las crestas del esmalte,
más apta para una alimentación a base de hojas y vegetales duros. Hipparion era
originario de Norteamérica, y forma parte de una radiación evolutiva de équidos
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avanzados que aparecieron en ese continente durante el Mioceno medio. Hace unos
11 millones de años, un descenso generalizado del nivel del mar de casi 140 metros,
provocado por una nueva acumulación de hielo en la Antártida, estableció un brazo
de tierra emergida en lo que hoy es el estrecho de Bering, lo que permitió la entrada
de fauna americana en Asia y viceversa.
Llama la atención lo restringido de este intercambio: de entre la variada gama de
ungulados que entonces poblaba Norteamérica (numerosos équidos, camélidos, etc.),
sólo Hipparion llegó a colonizar Eurasia con éxito, y ello a pesar de coincidir con un
importante cambio climático y oceánico a escala global. Así pues, no parece que los
profundos cambios planetarios que señalan el tránsito del Mioceno medio al superior
afectaran de manera significativa a la composición de las faunas europeas. De hecho,
algo parecido se observa en la región de los Siwaliks, en Asia central, donde la
entrada de Hipparion no produjo ningún cambio significativo en el resto de la fauna.
Tan sólo algo más tarde se produce alguna extinción aislada de suidos y hámsteres.
En cualquier caso, los datos sobre Hipparion procedentes del Vallés-Penedés, de
la cuenca de Viena y de los Siwaliks sugieren que su difusión fue muy rápida, pues se
propagó por toda Eurasia en unos cuantos miles de años, desde Bering hasta la
península Ibérica (Garcés et al., 1997). Resulta obvio que Hipparion debió colonizar
primero las zonas más septentrionales de Asia, extendiéndose posteriormente hacia el
sur y hacia el oeste. Su llegada a la provincia greco-iraní ha podido datarse en hace
11,1 millones de años, y casi simultáneamente se le encuentra ya en la península
Ibérica, en la cuenca del Vallés-Penedés. En su peregrinación hacia los ambientes
boscosos de Europa occidental, Hipparion arrastró consigo otros elementos
característicos de los biotopos más abiertos de Europa oriental. Se trata de los
jiráfidos primitivos del género Palaeotragus y de los felinos dientes de sable del
género Machairodus. Aunque perteneciente a la familia de las jirafas, Palaeotragus
se parecía más a los actuales okapis, con un cuello y extremidades de proporciones
normales, que a las jirafas propiamente dichas. A diferencia del okapi, sin embargo,
ostentaba dos grandes cuernos rectilíneos que se extendían por encima de las órbitas
y sus miembros eran más gráciles, bien adaptados para la carrera. Machairodus, por
su parte, era un auténtico félido, no un nimrávido como Sansanosmilus. Podría
pensarse que Machairodus, un felino dotado de adaptaciones similares a las de
Sansanosmilus, debería haber competido con este último y provocado su extinción
final; pero, curiosamente, no fue así. Machairodus y Sansanosmilus coexistieron a lo
largo de un millón y medio de años, sin que ninguno desplazase o sustituyese al otro.
Ésta es una de las curiosas peculiaridades del periodo conocido como Vallesiense, a
saber, la coexistencia de formas de mamíferos que parecen haber ocupado nichos
ecológicos similares, sin que ello se haya traducido en un proceso de
reemplazamiento faunístico como el que se ha dado en otros muchos casos. Así, la
primera parte del Vallesiense constituyó para Europa occidental un momento de
clímax faunístico y ambiental, con una diversidad zoológica sin parangón en
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cualquier otra época posterior. Yacimientos como los de Can Ponsic y Can Llobateres
en la península Ibérica o el de Rudabanya en Hungría han proporcionado listas de
más de 60 especies de mamíferos (para un análisis más detallado de esta época,
remito al lector al capítulo 10 de mi libro La evolución y sus metáforas, en esta
misma colección).
En este contexto, hace unos 10 millones de años, los hominoideos eurasiáticos se
diversificaron extraordinariamente, con formas gráciles suspensorias (Dryopithecus,
Sivapithecus), otras adaptadas a ambientes más secos (Ankarapithecus) y otras muy
robustas, en cierto modo convergentes con los actuales gorilas (Graecopithecus), una
diversidad que contrasta con lo poco que sabemos del mismo periodo en el África
oriental. Estos hominoideos estaban acompañados en distintas áreas por los
persistentes pliopitecos, que también se diversifican notablemente durante el
Vallesiense. Las formas folívoras como Pliopithecus probablemente continuaron
poblando los bosques esclerófilos de las tierras más bajas, mientras que los
Dryopithecus probablemente se concentraban en los reductos de bosque subtropical
húmedo asociados a los relieves próximos. Este escenario permitiría explicar la
aparente exclusión entre Dryopithecus y Pliopithecus que se observa en los
yacimientos vallesienses con primates. Dado que ambos tenderían a ocupar biotopos
diferentes, su presencia o ausencia en un determinado nivel fosilífero dependería de
las variaciones altitudinales de la línea divisoria entre la zona de bosque esclerófilo
bajo y la zona de bosque subtropical húmedo (laurisilva).
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ardillas voladoras (Albanensia, Miopetaurista) y los castores (Chalicomys,
Euroxenomys). En Europa occidental, la extinción de estos elementos coincidió con
la primera expansión desde Asia de los múridos, la familia que agrupa los ratones y
ratas modernos, que a partir de ese momento se hacen dominantes. Sin embargo,
otros grupos de pequeños mamíferos menos diversificados, como los insectívoros y
los lagomorfos, sobrevivieron a la crisis sin apenas bajas. La crisis vallesiense
también tuvo como consecuencia el declive de los cérvidos de bosque y su sustitución
por bóvidos del grupo de los boselafinos (Tragoportax), hoy representados por
Boselaphus, el nilgo de la India. Entre los inmigrantes orientales destacan los suidos
Microstonyx (un suido gigante) y Schizochoerus (un suido folívoro parecido al pécari,
con una dentición muy similar a la de Listriodon), y los hiénidos de los géneros
Adcrocuta y Hyaenictis. Mientras que Hyaenictis era una activa hiena corredora,
Adcrocuta puede considerarse uno de los primeros ascendientes de las hienas
carroñeras modernas de los géneros Hyaeria y Crocuta. Adcrocuta presentaba ya las
características adaptaciones dentarias de este grupo que permiten la trituración de
huesos, con grandes molares ensanchados, y extremidades cortas y robustas.
La tendencia hacia el empobrecimiento faunístico persistió durante el Vallesiense
superior, hace entre 9,6 y 8 millones de años. En esta época se produce la
desaparición definitiva de algunas formas supervivientes del Mioceno medio, como
pequeños suidos (Parachleuastochoerus) y bóvidos semiacuáticos (Miotragocerus).
Aunque en menor medida, la diversidad faunística continuó decayendo, y ya nunca se
recuperaría la alcanzada en el Vallesiense inferior.
La crisis vallesiense también afectó muy especialmente a las florecientes
comunidades de antropomorfos europeos como Dryopithecus, Ankarapithecus o
Graecopithecus. En Europa occidental y central, Dryopithecus sobrevivió a los
primeros embates de la crisis y se le encuentra todavía en los niveles altos de la
sección de Can Llobateres (Can Llobateres 2) y en Viladecavalls, al comienzo del
Vallesiense superior, pero poco después desaparece por completo del registro fósil.
Algo muy parecido sucede en Grecia con Graecopithecus, aunque este robusto
antropomorfo pudiera haber persistido algún tiempo más en el Vallesiense superior.
En cuanto a Ankarapithecus, su registro fósil no se extiende más allá del Vallesiense
inferior. Tanto en Grecia como en Turquía, esto es, en la provincia oriental al sur del
mar Paratethys, los antropomorfos son reemplazados por monos cercopitécidos del
género Mesopithecus. En Europa occidental y central, por el contrario, los
antropomorfos extinguidos no fueron reemplazados por otros primates; tan solo los
pequeños pliopitécidos sobrevivieron por algún tiempo a los antropomorfos en el
Vallesiense superior.
Al Sur del Himalaya, en la región de los Siwaliks (Pakistán), los antropomorfos
del género Sivapithecus persistieron durante más tiempo, hasta hace unos 8 millones
de años. Así, en el momento de la crisis vallesiense (entre 9,8 y 9,3 m.a.) se observa
en esta parte de Asia un cambio significativo en la proporción relativa de ciervos de
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agua o tragúlidos (que pasan del 45% al 10% de la fauna de rumiantes; Barry et al.,
1991) frente a la de bóvidos (del 45% al 80%; Barry et al., 1991), pero no la
avalancha de extinciones que afectó a las faunas europeas. Aquí las faunas de
mamíferos asociadas a los bosques húmedos subtropicales persisten hasta hace poco
más de 8 millones de años. Estas faunas estaban compuestas básicamente por
rinocerontes acuáticos (Brachypotherium), proboscídeos (Deinotherium), glíridos,
múridos, musarañas y hominoideos con adaptaciones suspensorias (Sivapithecus).
Pero hace entre 8,3 y 7,8 millones de años, un conjunto de extinciones semejantes a
las de la crisis vallesiense afectó también a esta región de Asia. Numerosas especies
de hámsteres, bóvidos y tragúlidos desaparecieron, y, al igual que en Europa oriental,
los hominoideos del género Sivapithecus se extinguieron y fueron sustituidos por
monos cercopitécidos. Estos cambios faunísticos al sur del Himalaya coinciden con
un importante cambio en la estructura de la vegetación. Los árboles y arbustos
(vegetación de tipo C3) ceden el dominio a las praderas de gramíneas (vegetación de
tipo C4; Quade et al., 1989; Morgan et al., 1994). Este cambio coincide también con
un significativo enfriamiento climático y con la expansión de los hielos de la
Antártida (y tal vez también del Ártico). La persistencia de las faunas subtropicales
en la región de los Siwaliks más de un millón de años después de la crisis vallesiense
tuvo mucho que ver, probablemente, con el desarrollo del régimen monzónico en este
área, asociado al levantamiento de la cordillera del Himalaya y de la meseta tibetana
(Kutzbach et al., 1993). La extensión de las praderas por todo el Viejo Mundo hace
unos 8 millones de años determinó el final de este tipo de faunas, como ya había
sucedido en Europa durante el Vallesiense.
¿Estuvo la crisis vallesiense y la desaparición definitiva de los hominoideos
europeos asociada a un cambio de vegetación semejante al que afectó a la región del
sur del Himalaya hace 8 millones de años? De entrada, esta parece la hipótesis más
plausible en vista del similar descenso de la diversidad de mamíferos en ambas
regiones. Sin embargo, los análisis de nódulos de carbonato en los paleosuelos y del
esmalte dentario en herbívoros de más de 8,3 millones de años de antigüedad no
muestran tal cambio de vegetación. ¿Cuál pudo ser entonces la causa del abrupto
declive de diversidad que se produjo hace 9,6 m.a. y que determinó el final de los
antropomorfos en Europa?
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los hominoideos). Además, existe una notable coincidencia cronológica entre la crisis
vallesiense y algunos de los cambios que se detectan en el registro oceánico. Así, esta
crisis aparece asociada a una fase de enfriamiento y amplia reestructuración de la
circulación oceánica profunda hace entre 9,3 y 9,6 m.a. (estadio isotópico Mi7 y hiato
oceánico NH5; Keller y Barron, 1983). Este evento oceánico se ha relacionado
también con una importante extensión de los hielos en la parte occidental de la
Antártida (Keller y Barron, 1983). Las faunas y floras oceánicas de esta época
también reflejan este enfriamiento, que se manifiesta por la aparición de asociaciones
bentónicas de tipo moderno y por el aislamiento que se detecta entre los conjuntos
planctónicos de latitudes medias y bajas. Todo ello parece indicar que hace unos 9,6
millones de años se produjo una notable intensificación de los gradientes de
temperatura entre las latitudes medias y los trópicos.
Ahora bien, ¿cómo incidió esta serie de cambios climáticos en la vegetación
terrestre del Viejo Mundo? Ya hemos visto que estos eventos no parecen haber
determinado una regresión real del bosque, en contra de lo que se pensó en otro
tiempo, ya que la expansión de las praderas no comenzó hasta casi dos millones de
años más tarde. Sin embargo, por las bajas de la fauna de mamíferos durante la crisis
del Vallesiense sabemos que el bosque subtropical del Mioceno tuvo que resultar
profundamente afectado de alguna manera. Pues bien, no hace mucho han aparecido
por fin las pruebas que permiten explicar la crisis del Vallesiense y relacionar este
episodio con la evolución ambiental de Europa en los últimos 10 millones de años.
Así, una serie de prospecciones paleontológicas en los alrededores de la ciudad de
Terrassa, en el Valles, permitió en el año 1994 el descubrimiento de una capa con
abundantes restos vegetales, en niveles correspondientes al Vallesiense superior
datados en hace algo más de 9 millones de años, justo después de la crisis vallesiense.
Era la primera vez que en el área tipo del Vallesiense, el Vallés-Penedés, se descubría
flora de esta edad, ya que la mayor parte de hallazgos anteriores correspondían a
floras prevallesienses (o, como mucho, del Vallesiense inferior) o bien muy
posteriores, ya en el Plioceno. Los niveles del Mioceno medio y del Vallesiense
inferior del Vallés-Penedés mostraban todavía una flora de tipo subtropical cálido,
con abundancia de los elementos que caracterizan la actual laurisilva. Así, en los
niveles más altos del Vallesiense inferior de Can Llobateres todavía encontramos
elementos típicamente subtropicales como Sahal , Ficus, etc. Por el contrario, las
floras del Plioceno, hace unos 2 millones de años, tienen un carácter bien diferente,
con abundancia de árboles de hoja caduca, que pierden su follaje durante el invierno
debido a la existencia de una estación invernal marcada. Pues bien, el análisis de la
flora de Terrassa por parte de Sanz de Siria (1997) llevó a una conclusión
sorprendente : la vegetación del Vallesiense superior se parecía más a la del Plioceno
que a la del Mioceno medio y el Vallesiense inferior. Así, alrededor del 45% de la
flora estaba constituida por árboles de hoja caduca como Acer, Alnus, Quercus,
Carya, Juglans, Ulmus, Tilia, etc., que hoy son los elementos dominantes de los
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bosques templados de latitudes medias. Por el contrario, los elementos subtropicales
(representados por Myrsinie, Sapindus, Sapotacites, etc.) habían descendido hasta
cerca del 8%. Que este cambio no está relacionado con la extensión de praderas lo
confirma la persistencia de un «núcleo duro» de vegetación subtropical, representado
por un 33% de árboles perennifolios, que en Europa persistirá incluso hasta el
Plioceno inferior (Laurophyllum, Laurus, Rhamnus, etc.). La persistencia de estos
elementos subtropicales, capaces de soportar ciertos grados de estacionalidad,
confirman que, a diferencia de otras partes del globo, los niveles de humedad
imperantes durante buena parte del Mioceno se mantuvieron en Europa durante el
Mioceno superior. Sin embargo, la existencia de un periodo de sequía estival queda
confirmada por la presencia de un 15% de taxones vegetales de tipo mediterráneo o
premediterráneo (Quercus cf. ilex, Quercus praecursor).
Así pues, el profundo cambio producido por la crisis vallesiense no puede
asimilarse a la extensión de praderas que, casi con seguridad, se produjo hace de 7 a 8
millones de años en Asia occidental y África oriental. Por el contrario, el desarrollo
de un progresivo gradiente climático inducido por la elevación del Himalaya y la
meseta tibetana tuvo como consecuencia un profundo cambio en la estructura de la
vegetación de Europa occidental, de manera que el bosque termófilo subtropical
dominante durante el Mioceno inferior y medio fue sustituido por un bosque de tipo
templado, con una estacionalidad invernal más marcada y dominancia de especies de
hoja caduca. Fue este último factor, y no el descenso relativo de las temperaturas, lo
que muy probablemente desencadenó la aguda crisis del Vallesiense. En efecto, el
incipiente contraste estacional entre inviernos algo más fríos y veranos calurosos y
secos debió tener un escaso efecto sobre la fauna. Fue la reestructuración de la
vegetación asociada a este cambio lo que determinó la serie de extinciones que se
produjo en ese periodo, al dejar a buena parte de los elementos faunísticos del
Mioceno sin su sustento básico a lo largo de todo el año. Buena parte de esta fauna,
incluidos los hominoideos de esmalte delgado, debían basar su dieta en brotes tiernos
y, sobre todo, en frutos de los árboles de hoja perenne de la laurisilva tropical. La
sustitución de estos vegetales por árboles de hoja caduca acarreó el que hominoideos,
suidos, ciervos y otros elementos frugívoros careciesen durante la estación invernal
del componente principal de su alimentación, lo que probablemente desencadenó su
extinción final. La desaparición de buena parte de estos elementos pudo determinar a
su vez la extinción de los viejos depredadores del Mioceno, como los nimrávidos y
los amficiónidos, que hasta ese momento habían resistido bien la intromisión de
carnívoros más especializados como Machairodus. El cambio en la estructura de la
vegetación que tuvo lugar hace 9,6 millones de años resultó también fatal para ellos,
aunque por una vía más indirecta.
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Así pues, el contexto de la evolución de los hominoideos europeos fue muy
diferente del de los homínidos africanos, lo cual permite explicar el dispar resultado
al que se llegó en uno y otro caso: extinción en Europa y evolución hacia el
bipedismo en África. Recordemos que, a finales del Mioceno medio, hace entre 13 y
10 millones de años, en la época conocida como Tugetiense, un biotopo conocido
como «protosabana», formado por bosques relativamente cerrados de hoja perenne
asociados a numerosos elementos esclerófilos (incluidas las gramíneas), cubría buena
parte de África oriental. Esta protosabana continuó su evolución durante el Mioceno
superior, en la época conocida como Sugutiense (hace entre 10 y 7 millones de años).
En esta época, más o menos equivalente al Vallesiense europeo, encontramos
representadas en África buena parte de las familias que se convertirán en elementos
característicos de la sabana africana. El único elemento típicamente arbóreo que
persiste es el roedor planeador Paranomalurus, lo que indica que el bosque cerrado
anterior se había aclarado en gran medida. Sin embargo, todavía no estamos ante la
sabana propiamente dicha, caracterizada por sus grandes herbívoros ramoneadores y
su pléyade de carnívoros corredores. Este cambio sólo se producirá hace unos 7
millones de años, al principio del Keriense, con la expansión de las praderas en el
África oriental (recordemos que este es también el momento en que se produce la
sustitución de la vegetación de tipo C3 por otra de tipo C4 en la secuencia de los
Siwaliks, en Pakistán). El desarrollo efectivo de la sabana hace unos 7 millones años
aparece como un escenario favorable para el origen de los primeros homínidos
bípedos; y, en efecto, el final del Keriense, hace unos 4 millones de años, registra las
primeras evidencias fósiles de los grupos taxonómicos que todavía hoy dominan la
sabana africana, como los elefántidos, los lepóridos o los homínidos. Pero este
escenario es muy diferente del de la evolución y extinción precoz de los hominoideos
europeos al final del Mioceno. Allí no se produjo una regresión del bosque cerrado ni
un aumento de la aridez, sino la sustitución de un tipo de bosque (perennifolio) por
otro diferente (caducifolio). El incipiente desarrollo del casquete polar ártico y los
efectos de la elevación progresiva de los relieves de Asia central tuvo consecuencias
muy diferentes en las latitudes medias europeas. Mientras en África la persistencia
del bosque ecuatorial pudo servir como refugio a los primitivos hominoideos
africanos frente a los cambios ambientales que se produjeron a partir de ese
momento, los hominoideos del Vallesiense europeo, cuya difusión hacia el sur estuvo
siempre limitada por barreras físicas (el Mediterráneo) y ecológicas (el cinturón árido
norteafricano), no tuvieron ninguna opción.
Referencias
Página 93
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península Ibérica», Ediciones del Serbal, Barcelona, 1997.
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—Chaline, J., «Une famille peu ordinaire: du singe à l’homme», Éditions du Seuil,
París, 1994.
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(Devinska Nova Ves)», Schweizer. Palaeontologisch. Abhandl. (Basilea), 1960, 78,
págs. 1-293.
Página 95
Coloquio
Jorge Wagensberg: Has dicho que en Europa el bosque subtropical fue sustituido
por un bosque de tipo caducifolio. Me pregunto si la disminución de la diversidad de
roedores de la que has hablado no podría tener algo que ver con un incremento de los
espacios abiertos.
Jordi Agustí: Es verdad que hay un descenso significativo de roedores
arborícolas, pero no es evidente que se debiera a un incremento de los espacios
abiertos. El cambio fundamental fue la estacionalidad anual, con sequías estivales e
inviernos más fríos. Lo que cambió fue el tipo de bosque, no la extensión de más
espacios abiertos.
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una protosabana o un bosque abierto, lo que los anglosajones denominan woodland,
es decir, un bosque con parcelas abiertas más que una sabana con parcelas de bosque,
que se fragmenta en la interfase con la zona tropical. Creo que esto es perfectamente
compatible con lo que afirma Tobías.
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FUNCIÓN Y FILOGENIA EN LOS ANTROPOMORFOS
FÓSILES: EL CASO DE ANKARAPITHECUS
Peter Andrews
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Sobre el autor
Página 99
Introducción
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Figura 1: Visión frontal de la cara de Ankarapithecus meteai. Debajo, mandíbula en visión
oclusal.
Página 101
(Hipparion), cerdos hormigueros, roedores, suidos, jiráfidos, rinocerontes,
carnívoros, proboscídeos, bóvidos y tortugas. Hasta ahora no se han hallado restos de
mamíferos pequeños, y se sabe poco de la tafonomía y paleoecología de la localidad.
Asignación taxonómica
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El cráneo de Sinap se asignó a la especie Ankarapithecus meteai por su similitud
con una cara de mayor tamaño pero menos completa descrita en 1980 (MTA2125:
Andrews y Tekkaya, 1980). Las diferencias en el tamaño de los caninos sugieren que
el nuevo cráneo pertenecería a una hembra, mientras que el espécimen anterior sería
masculino, pero en ambos casos los caninos son relativamente pequeños en
comparación con los molares. La descripción original del espécimen de 1980
reconocía que éste y la mandíbula tipo de A. meteai pertenecían también a la misma
especie. Sobre la base de las similitudes entre este espécimen y el material de
Sivapithecus procedente del subcontinente indio, Andrews y Tekkaya (1980)
agruparon todos estos especímenes en el género Sivapithecus, reteniendo meteai
como nombre específico. El nuevo espécimen ha hecho necesario resucitar el nombre
genérico de Ankarapithecus para este material (Begun y Güleg, 1995). El relato de la
filiación de estos especímenes se resume así:
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El aparato masticador de Ankarapithecus meteai
1. Esmalte grueso. Este carácter no ha podido ser medido directamente sobre los
dientes de Ankarapithecus, pues no hay bordes rotos y no se ha cortado ni
radiografiado ningún diente (Martin, 1985). De la fracción expuesta en los
bordes desgastados se desprende que el grosor del esmalte era comparable al
medido en Sivapithecus, lo que lo sitúa en la categoría de esmalte grueso
según la definición de Martin (1985; Andrews y Martin, 1991). La presencia
de este esmalte grueso se supone relacionada con la masticación de materiales
duros (Kay, 1981); su función sería reforzar a aquellos molares sometidos a
las tensiones impuestas por la trituración de objetos duros y resistentes, como
semillas, nueces y frutos leñosos.
2. Molares y premolares grandes. Este carácter (megadoncia) se encuentra
frecuentemente asociado al esmalte grueso; el incremento del área oclusiva
que resulta del aumento de tamaño de los molares incrementa el área de
procesamiento de alimento en los dientes y se asocia con la ingestión de
grandes cantidades de materia vegetal. Sin embargo, este carácter no
proporciona necesariamente indicación alguna en cuanto al tipo concreto de
alimento. Hay una clara tendencia hacia la megadoncia en los homínidos
primitivos (Wood, 1981) que también se ha observado en algunos
antropomorfos fósiles, como es el caso de Sivapithecus (Pilbeam et al., 1990).
Cuando se compara el tamaño de las coronas con las dimensiones craneales
de Ankarapithecus se observa un grado similar de megadoncia. Las
estimaciones del tamaño corporal basadas en la anchura orbital (no tan
precisas como las basadas en la altura) van de los 23,3 kg del espécimen de
1995 (AS500) a los 35,7 kg del MTA2125 (en este espécimen no pudo
medirse la altura orbital). Compárense estos valores con las estimaciones de
35,2 kg para el primero y 48,1 para el segundo basadas en el tamaño de los
molares. Las estimaciones del tamaño corporal basadas en los dientes dan
valores entre 9 y 13 kg superiores a las basadas en las órbitas. Esto puede
interpretarse como una indicación de que los dientes de Ankarapithecus son
relativamente grandes en comparación con las dimensiones craneales.
3. Superficies oclusivas planas. Este carácter suele estar asociado al esmalte
grueso, principalmente porque la capa de esmalte que cubre la base de dentina
tiende a cubrir buena parte de su relieve. Además, en las coronas de esmalte
engrosado el desgaste no deja expuesta la dentina hasta bastante tarde, de
Página 104
manera que las interfases esmalte-dentina, que crean bordes cortantes sobre
las superficies oclusivas, no quedan expuestas hasta que el diente está ya muy
desgastado. Ankarapithecus tiene superficies oclusivas planas con cúspides
poco marcadas en ambas filas de dientes.
4. Crestas cortantes poco desarrolladas. Las crestas cortantes pueden
presentarse en dientes de relieve abrupto o en dientes de esmalte delgado en
los que la interfase esmalte-dentina producida por el desgaste oclusivo
produce bordes cortantes (Kay, 1977; Ungar y Kay, 1995). Aunque aún no se
han medido las superficies cortantes en Ankarapithecus, la inspección de las
superficies oclusivas sugiere unas crestas cortantes poco marcadas. Una vez
más, este rasgo suele asociarse con el esmalte grueso y las superficies
oclusivas planas. Futuros análisis a través del microscopio electrónico del
desgaste (o microdesgaste) debería ofrecer más información acerca de este
carácter (véase la siguiente sección).
5. Caninos reducidos. Unos caninos sobresalientes pueden restringir el
movimiento lateral y anteroposterior de las mandíbulas durante la
masticación, lo que a su vez puede restringir la capacidad trituradora de las
especies con este rasgo (Jolly, 1970). Ankarapithecus presenta unos caninos
relativamente pequeños, tanto en el presunto macho (MTA2125) como en la
hembra (AS500), con una relación canino/primer molar superior que va de 73
a 109 para los dientes superiores y de 78 a 96 para los inferiores (comparando
la mandíbula tipo con la mandíbula asociada al cráneo AS500), pero en
ausencia de datos de microdesgaste no está claro por el momento cómo
afectaría esto a la morfología oclusiva de este antropomorfo fósil.
6. Cuerpo mandibular robusto. En la mandíbula asociada al cráneo de
Ankarapithecus el cuerpo mandibular es extremadamente robusto (en la
mandíbula tipo MTA2253 falta el cuerpo mandibular). La proporción
grosor/profundidad a la altura del primer par de molares es del 51%, pero
aumenta hasta un 102% a la altura del tercer par de molares, de manera que el
cuerpo es más ancho que alto. Esto es excepcional incluso para los
sivapitecinos y keniapitecinos, antropomorfos de mandíbulas extremadamente
robustas y dientes de esmalte grueso, y la combinación de estos caracteres en
estos tres grupos, y en otros como los australopitecinos, revela una estrecha
relación funcional entre esmalte grueso, mandíbulas robustas y probable
megadoncia. Hay que decir, sin embargo, que Graecopithecus, cuyos molares
poseen un esmalte extremadamente grueso (Andrews y Martin, 1991), tiene
un cuerpo mandibular relativamente alto, lo que desde el punto de vista
funcional probablemente se relaciona con fuerzas verticales o compresivas
directas durante la masticación, mientras que los cuerpos mandibulares más
anchos visibles en los antropomorfos de esmalte grueso sugieren un
componente lateral mayor en la mecánica de la masticación.
7. Seno maxilar elevado, lo que produce un proceso alveolar robusto. Es éste un
carácter que va en paralelo a la robustez del cuerpo mandibular y obedece
Página 105
exactamente a los mismos esquemas.
8. Zigoma orientado anteriormente con marcado abocinamiento lateral. Uno de
los rasgos más llamativos tanto de la cara descrita en 1980 (Andrews y
Tekkaya, 1980) como del nuevo cráneo de Ankarapithecus (Alpagut et al.,
1996) es la expansión anterior y lateral de la región zigomática. La raíz del
zigomático no se sitúa anteriormente sobre el segundo par de molares como
es habitual en los antropomorfos fósiles, sino que, en vez de inclinarse hacia
atrás, se abocina lateralmente en el plano de la cara, o incluso por delante en
el espécimen de 1980, de manera que la parte baja de la cara es a la vez ancha
y relativamente plana. Esto tiene el efecto de desplazar lateralmente y hacia
delante la inserción de los músculos maseteros.
9. Proceso zigomático fuerte. Este carácter se relaciona también con la acción
del masetero, que se inserta a lo largo del proceso zigomático. La gran
robustez de esta estructura en Ankarapithecus indica el gran desarrollo de este
músculo, lo que de nuevo sugiere una poderosa capacidad de masticación. El
desplazamiento lateral de la inserción del masetero producto del
abocinamiento lateral del zigomático sugiere que habría tenido un
componente lateral en su acción que habría producido un movimiento lateral
durante la masticación, lo que también viene indicado por la robustez del
cuerpo mandibular.
10. Proceso frontal plano del hueso zigomático. En Ankarapithecus el proceso
frontal del zigomático está aplanado además de proyectado hacia delante.
Este rasgo parece estar relacionado con el abocinamiento lateral y el
desplazamiento anterior de la región zigomática, de manera que la expansión
anterolateral de dicha región se acompaña de una rotación hacia delante del
proceso frontal del zigomático. Esto quiere decir que no es un carácter
independiente. La misma combinación de rasgos se observa en Sivapithecus y
Pongo, y es también característica de Hadropithecus, un lémur de
Madagascar con una región zigomática comparable a la de los
australopitecinos robustos.
11. Fosa temporal alargada. En Ankarapithecus la expansión lateral del zigoma
desplaza lateralmente la porción anterior del proceso zigomático, dejando un
amplio espacio entre éste y el hueso temporal de la bóveda craneana. Esta es
la fosa temporal, a través de la cual pasa el músculo temporal desde su origen
en el flanco del cráneo hasta su inserción en el proceso coronoide de la
mandíbula. La amplitud de la fosa temporal indica el gran desarrollo del
músculo temporal, y en paralelo con el desarrollo del masetero indica la
presencia de poderosos músculos masticadores. Esto se relaciona a su vez con
la mandíbula y el maxilar robustos, el esmalte grueso, las superficies
oclusivas planas y el gran tamaño de los dientes, todo lo cual indica un
aparato masticador muy poderoso adaptado a una dieta de objetos duros.
Página 106
Adaptaciones de los dientes anteriores para la preparación del
alimento
Página 107
estrechamiento del canal incisival) no son caracteres filogenéticos
independientes (véase más adelante).
4. En paralelo con la elongación y robustez del premaxilar, la sínfisis
mandibular es relativamente profunda, con un toro transverso inferior en
Ankarapithecus. La profundidad de la sínfisis es de 40 mm, mientras que la
profundidad del cuerpo mandibular posterior a la altura del segundo y tercer
par de molares es de 24-25 mm, y la razón anchura/profundidad en la sínfisis
es de 0,39. La profundidad de la sínfisis en el espécimen tipo de
Ankarapithecus meteai (probablemente un macho) es de 49,2 mm. La mayor
profundidad, en particular el toro interno en la base de la sínfisis, proporciona
a ésta mayor resistencia durante la compresión y el movimiento lateral; ésta
condición es similar a la de Graecopithecus y Sivapithecus.
5. Contrafuerte facial. Ciertos rasgos de la cara pueden relacionarse con la
transferencia del esfuerzo de los dientes anteriores por un lado y de los
molares por otro. Estos caracteres requieren un estudio biomecánico
detallado, como el que se hizo para la cara de los australopitecinos (Rak,
1983), lo que supera el alcance de este capítulo. Sin embargo, mencionaré
algunos de los rasgos más sugestivos. Las tensiones sobre los molares se
transfieren a la parte posterior de la cara a través de la región zigomática y al
toro supraorbital a través de los flancos de las órbitas. El tamaño y dirección
del zigoma en Ankarapithecus puede relacionarse en parte con la disipación
del esfuerzo de masticación, y lo mismo puede decirse de la presencia de
arcos superciliares marcados en Ankarapithecus. Las tensiones sobre los
incisivos se transfieren a la parte superior de la cara desde el premaxilar a
cada lado de la nariz y otra vez a la región orbital, como indica la morfología
del premaxilar y los dientes anteriores, y es probable que la nariz estrecha de
Ankarapithecus, así como la forma de las órbitas, reflejen en parte la
acomodación de dichas fuerzas.
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caninos pequeños acompañados de megadoncia molar. Como ya he señalado, estos
caracteres no deben contemplarse como independientes, sino integrados en un
complejo funcional relacionado con una masticación poderosa. La mayoría de estos
caracteres están presentes también en Kenyapithecus, lo que casi con seguridad
denota una adaptación similar, y si descontamos las dimensiones de los caninos
también los encontramos en Afropithecus y Graecopithecus. Así, aunque pueda
pensarse que este conjunto de caracteres compartidos denota un parentesco, como
sugirió Martin (1985) cuando postuló que el esmalte grueso y otros rasgos
correlacionados eran caracteres ancestrales del ciado que agrupa a antropomorfos y
homínidos, es igualmente probable que las semejanzas sean el resultado de una
evolución paralela independiente en algunos de estos taxones fósiles en respuesta a
unas condiciones similares, en particular una dieta especializada semejante. Esto
implica que tales caracteres se adaptan rápidamente, a través de mecanismos
genéticos simples, en respuesta a presiones selectivas similares.
La investigación del microdesgaste y el análisis de las crestas cortantes (Teaford,
1994; Ungar, 1996) apoya la similitud funcional entre los taxones fósiles de esmalte
grueso y los primates vivos con una dieta de frutos recios, y los diferencia de otros
taxones con un esmalte aparentemente más delgado, como ocurre en los géneros
Proconsul y Dryopithecus. Estos tienen patrones de microdesgaste que indican una
dieta de frutos blandos, y ya he mencionado el ejemplo de Rangwapithecus, con sus
crestas cortantes indicadoras de una dieta más folívora. Esta gama de morfologías
fósiles parece representar al menos tres grados de adaptación dietética y, si se
consideran evidencias adicionales como las adaptaciones aún más claramente
folívoras de Oreopithecus (Ungar, 1996), podrían añadirse grados ulteriores de
evolución, pero es dudoso que tales gradaciones reflejen distinciones filogenéticas
significativas.
En cuanto a los incisivos, ya he señalado que todos los hominoideos vivos y
fósiles tienen incisivos superiores relativamente grandes y espatulados. Los
antropomorfos vivos son variables en este aspecto: los gorilas y los hilobátidos tienen
incisivos de proporciones similares a las observadas en algunos antropomorfos
fósiles, pero los chimpancés tienen unos incisivos superiores muy agrandados, tanto
los centrales como los laterales, mientras que los orangutanes tienen los centrales
grandes y los laterales pequeños. Ningún antropomorfo fósil se ajusta al modelo
chimpancé, pero hay ciertas similitudes entre el orangután y los géneros fósiles
Ankarapithecus, Graecopithecus y Sivapithecus. Los dos primeros muestran además
unos incisivos superiores con coronas bajas y extremadamente desgastadas; es
posible que los incisivos agrandados en estos géneros no sean una homología
respecto de Sivapithecus y Pongo. En este caso, la similitud aparente podría deberse a
la convergencia funcional resultante de una dieta y una preparación del alimento
semejantes.
Página 109
Cuando se considera la región nasoalveolar de la parte baja de la cara se llega a
conclusiones parecidas, en este caso posiblemente también en lo que respecta a
Sivapithecus. El premaxilar extendido de chimpancés y orangutanes se ha relacionado
con el tamaño incrementado de los incisivos y el mayor uso de éstos en la
preparación del alimento, y es posible que las sinapomorfias aparentes de esta región
que vinculan a Sivapithecus con el orangután puedan deberse a una convergencia
funcional resultado de dietas similares. La posibilidad de homoplasia es aún mayor
para Ankarapithecus y Graecopithecus, pues en éstos la morfología del premaxilar no
sólo está menos especializada en la dirección del orangután, sino que sus incisivos
difieren en algunos aspectos. En términos de gradación evolutiva, debe concluirse
que Sivapithecus y Pongo deberían agruparse juntos, mientras que Ankarapithecus y
Graecopithecus constituyen un grupo separado, cuyos incisivos fuertemente
desgastados indican una dieta ligeramente distinta de la de los otros dos.
Dryopithecus, con sus incisivos al estilo de Proconsul, forma un grado separado, pero
de nuevo es altamente cuestionable que esta similitud implique un vínculo
filogenético entre ambos géneros. Un hecho interesante es que las dos morfologías de
los incisivos de Griphopithecus, una con un fuerte pilar lingual que lo acerca a
Proconsul y otra que lo acerca a Sivapithecus, son hasta cierto punto intermedias, lo
que parece sugerir un vínculo filogenético, pero esto es difícilmente diferenciable de
la afinidad funcional.
Finalmente, consideremos la cara. Cierto número de caracteres de Ankarapithecus
pueden relacionarse con el desarrollo del aparato masticador antes que interpretarse
como caracteres filogenéticamente distintivos. La expansión de la región zigomática,
por ejemplo, es un rasgo claramente distintivo de Ankarapithecus (Andrews y
Tekkaya, 1980; Alpagut et al., 1996), pero si obedece sólo al agrandamiento y
dirección de los músculos masticadores, relacionados a su vez con la adaptación a
una dieta de objetos duros, entonces la morfología zigomática no sirve como carácter
independiente. Similarmente, el desarrollo de los toros supraorbitales puede obedecer
también a las tensiones puestas en juego durante la masticación y no puede usarse
como carácter filogenéticamente independiente. La nariz estrecha puede relacionarse
con el mismo sistema funcional, ya que las tensiones derivadas del uso vigoroso de
los dientes anteriores se transfieren hacia ambos lados de la nariz, aunque en este
caso hay evidencias de que se trata de un rasgo heredado por Ankarapithecus, pues
todos los antropomorfos fósiles anteriores presentan este carácter en contraste con
unas regiones zigomáticas más reducidas y la ausencia de arcos superciliares. La
distancia interorbital corta no parece estar ligada a los otros rasgos, ya que las
tensiones sobre las órbitas se transfieren a los arcos superficiales. La región
zigomática adyacente a las órbitas es robusta y el estrecho pilar óseo entre las órbitas
es relativamente grácil; esto podría relacionarse con la conformación de los propios
arcos superciliares, ya que están reforzados lateralmente y sólo cubren dos tercios de
la parte superior de las órbitas.
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Muchos de estos rasgos están presentes también en Graecopithecus, aunque la
reconstrucción actualizada de este fósil le atribuye una nariz más ancha (de Bonis y
Koufos, 1993). La amplia distancia interorbital, como en Afropithecus y
Dryopithecus, parece un reforzamiento estructural, una condición que contrasta con
la de Ankarapithecus y Sivapithecus. Tanto en este último género como en
Graecopithecus y Dryopithecus los arcos superciliares son más robustos en los
flancos que en la parte media. El análisis del microdesgaste en Graecopithecus
mostró un elevado número de fosas en las superficies oclusivas de los molares, lo que
constituye una evidencia morfológica de su adaptación a una dieta de objetos duros
(Ungar, 1996). El microdesgaste de los incisivos también resultó ser interesante: la
abundancia de rayas de orientación lateral indica que Graecopithecus quizá
desgarraba el alimento lateralmente en su boca durante su preparación (Ungar, 1996).
El caso de Dryopithecus es interesante. Este género fósil presenta muchos de los
caracteres de Ankarapithecus en las regiones zigomática, orbital y supraorbital,
incluyendo la región frontal plana y proyectada hacia delante del hueso zigomático
(Moyà-Sola y Köhler, 1994), pero sin la megadoncia, el esmalte engrosado y las
mandíbulas robustas de Ankarapithecus y Graecopithecus. Así, Dryopithecus aparece
como una forma intermedia entre los antropomorfos del Mioceno inferior como
Proconsul, de mandíbulas relativamente ligeras, y las formas de dentición robusta del
Mioceno superior, con las que comparte algunos caracteres faciales. Esto podría
indicar que la aparente ligazón funcional entre los caracteres faciales y masticadores
no es tan fuerte como he sugerido aquí; los rasgos faciales de Dryopithecus serían,
por tanto, una adquisición independiente relacionada con una adaptación funcional
distinta. No parece probable que estos rasgos faciales sean más primitivos para los
hominoideos que las mandíbulas robustas y los esmaltes engrosados.
En este breve análisis de los rasgos faciales y dentales hemos visto que se trata de
caracteres interrelacionados, por lo que su uso en el análisis filogenético es altamente
cuestionable. Para comprobar esto seleccioné 26 caracteres dentales y faciales y los
sometí a un análisis de ramificaciones y límite máximo de parsimonia (Apéndice 2).
En este análisis no se asumía polaridad de cambio alguna, y como grupos marginales
se tomaron Pliopithecus y los monos del Viejo Mundo. Para comprobar la robustez
del mismo apliqué un análisis bootstrap usando conjuntos de datos seleccionados
aleatoriamente al 50%, con 100 variantes. Los caracteres y sus estados se muestran en
el Apéndice 2, agrupados en los complejos funcionales ya descritos, y los resultados
del bootstrap para los ciados sustentados por más de un 50% de variantes se muestran
en la figura 2. Este análisis se limita a una evaluación cualitativa de los estados de los
caracteres, y no se ha intentado ninguna medida de asociación (sería instructivo, por
ejemplo, calcular el grado de asociación entre estados de caracteres para la muestra
de hominoideos considerada). El análisis PAUP identificó dos árboles de máxima
parsimonia, cada uno con 93 pasos y un índice de consistencia de 0,56; la única
diferencia entre ellos era el lugar del género humano en el ciado de antropomorfos
Página 111
africanos y homínidos. Tres ciados aparecen claramente diferenciados en este
análisis: el de los hominoideos africanos al que acabo de aludir, el del orangután y el
de los antropomorfos africanos del Mioceno inferior. El análisis bootstrap no
consiguió ubicar a Dryopithecus y Oreopithecus, que quedaron como ramas sueltas.
Página 112
El clado orangután incluye el género fósil Sivapithecus en 94 de 100 variantes.
Conectados con la pareja Sivapithecus-Pongo estaban Ankarapithecus (en 75
variantes) y Graecopithecus (en 65 variantes). Los caracteres en los que se sustenta el
ciado Sivapithecus-Pongo son los siguientes: ausencia de toro supraorbital, órbitas
altas y estrechas, nariz triangular y alta, ausencia de fosa incisival y canal incisival
estrecho. Otros caracteres también presentes en Ankarapithecus son el espacio
interorbital estrecho y el premaxilar elongado; y los caracteres presentes en los tres
géneros anteriores y Graecopithecus son el premaxilar robusto y elongado, la
megadoncia de los molares y los incisivos centrales superiores relativamente grandes.
Unos cuantos de estos caracteres parecen sospechosos, en especial los que ligan a
Graecopithecus con los otros, bien porque su presencia en este fósil es discutible,
como ocurre con la morfología del premaxilar, bien por lo dudoso de su homología,
como en el caso de los incisivos superiores. Algunos caracteres no son exclusivos del
clado pongino y por lo tanto no son sinapomorfias, como ocurre con la megadoncia.
Dado que los datos estaban desordenados, el análisis no distinguía entre caracteres
primitivos y derivados, de manera que algunos ciados se sustentan enteramente en lo
que la mayoría de investigadores interpretaría como caracteres ancestrales. De forma
similar, los caracteres que ligan a Ankarapithecus con el ciado pongino quizá tengan
que ver más con su aparato masticador, de manera que los caracteres compartidos
serían en este caso una convergencia producto de una alimentación similar. Por otro
lado, los caracteres que ligan a Sivapithecus con Pongo abarcan distintas partes de las
mandíbulas y la cara, y aunque algunos de ellos están relacionados con la preparación
y procesamiento de objetos duros, otros parecen independientes. Queda pendiente la
cuestión de la polaridad de los caracteres; de hecho, podría ser que algunas de las
sinapomorfias aparentes del ciado pongino fueran de hecho caracteres primitivos de
los hominoideos o incluso los homínidos.
El último ciado evidente incluía a Proconsul, Afropithecus y Kenyapithecus. El
análisis conecta los dos últimos géneros por el rasgo compartido exclusivo de unos
premolares muy agrandados, pero por lo demás aparecen ligados por caracteres
ancestrales porque, como ya he señalado, el análisis PAUP manejaba datos
desordenados. El análisis bootstrap agrupaba a Afropithecus y Kenyapithecus en 77
de 100 variantes, con la adición de Proconsul en 63 variantes. El parentesco con
Proconsul se basaba también en la presencia compartida de caracteres interpretados
como primitivos, aunque la polaridad de estados tales como la presencia de un
cíngulo lingual prominente en los molares superiores y el alargamiento de los
molares inferiores es difícil de evaluar.
Resumen y conclusiones
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El nuevo cráneo de la formación Sinap ha sido asignado a la especie
Ankarapithecus meteai de acuerdo con Begun y Guleç (1995) y Alpagut et al. (1996).
Las comparaciones con otros antropomorfos fósiles basadas en las descripciones de la
publicación anterior indican que Ankarapithecus muestra algunas similitudes con el
orangután, pero también comparte ciertos rasgos con los hominoideos miocénicos
europeos, en especial con Graecopithecus y en menor grado con Dryopithecus. La
polaridad del cambio de muchos de los caracteres usados para evaluar las relaciones
filogenéticas de los hominoideos fósiles no está clara en el momento presente.
Dos aspectos de la morfología funcional de Ankarapithecus meteai ofrecen
indicios de su comportamiento alimentario. Los rasgos de los dientes y la cara
denotan adaptaciones para machacar y moler objetos duros. Esta conclusión se
fundamenta en el esmalte engrosado y el refuerzo lateral de las mandíbulas, y la
corroboran el gran desarrollo de la expansión lateral de la región zigomática y los
poderosos músculos maseteros (cuyo gran tamaño se infiere a partir de la robustez del
proceso zigomático y el tamaño de la fosa temporal). Estos músculos debían generar
grandes fuerzas compresivas, y la gran anchura del cuerpo mandibular indica una
masticación con un componente lateral añadido.
En cuanto al segundo aspecto de la morfología funcional, el gran tamaño de los
incisivos, el premaxilar masivo y la profunda sínfisis mandibular indican una
adaptación a la preparación de grandes piezas de alimento antes y durante la
ingestión. Esto implicaría de nuevo la resistencia a fuerzas compresivas en la sínfisis
y el premaxilar y a fuerzas laterales a lo largo de los dientes anteriores.
Muchos de los caracteres interrelacionados en el análisis funcional demuestran
ser inapropiados para el análisis filogenético. El árbol consensuado resultante de un
análisis PAUP de 26 caracteres craneales liga a Ankarapithecus con el ciado pongino,
una conexión confirmada por un análisis bootstrap en 75 de 100 variantes, pero el
examen de los caracteres en los que se basa este ciado mostró que algunos se
integraban en los complejos funcionales antes descritos, de manera que no serían
independientes, y otros eran de polaridad muy incierta. Así pues, las afinidades de
Ankarapithecus no se aclararán del todo mientras no se realice un análisis más
extensivo. Hasta entonces no se podrá determinar si Ankarapithecus pertenece al
ciado pongino, como ya se había sugerido (Andrews y Cronin, 1982); Martin y
Andrews, 1984), o si es una rama homínida, como se ha sugerido recientemente
(Alpagut et al., 1996).
Página 114
incisivos es extrema, un rasgo que se ha usado para separar los hominoideos vivos
asiáticos de los africanos (Andrews y Cronin, 1982). Las órbitas vienen a ser tan
anchas como altas, más parecidas a las de los hominoideos africanos que las órbitas
altas y estrechas de Pongo y Sivapithecus. El perfil de la cara se inclina gradualmente
hacia arriba desde los incisivos haciéndose más vertical a medio camino entre el
rinion y el nasion y hasta la glabela. La región frontal está marcada por un toro
supraorbital moderadamente desarrollado y un sulcus poco marcado. La pequeña
parte de la región frontal preservada sugiere que el neurocráneo continuaba más
horizontalmente por detrás de la glabela. Este perfil recuerda la morfología de
Graecopithecus y Dryopithecus, y difiere del perfil cóncavo con frente más vertical y
neurocráneo elevado de Pongo y Sivapithecus. La región interorbital presenta unas
fosas nasales con quillas marcadas y lacrimales orientados anteriormente, y es
moderadamente estrecha como en Pongo y Sivapithecus, con una anchura mínima de
11,9 mm. Sin embargo, una pequeña escotadura a la izquierda del eje central y cerca
de la glabela revela la presencia de un seno frontal invasivo que se extiende
lateralmente hasta el punto de contacto con la línea temporal. Esto es sorprendente si
se tiene en cuenta el poco espacio disponible para las células aéreas etmoidales, de
manera que se necesitará una preparación de este espécimen que revele la extensión
de dicho seno. El seno maxilar también es invasivo y se prolonga hasta la raíz del
zigoma.
Otras similitudes entre Ankarapithecus y Pongo-Sivapithecus conciernen al
complejo nasoalveolar. La relación entre el premaxilar y el paladar puede describirse
como «suave» más que «escalonada» (Andrews y Cronin, 1982; para una opinión
contraria véase Begun y Gules, 1995). Esta parte está presente en el espécimen de
1980, pero por desgracia el margen alveolar de la región premaxilar y el paladar
anterior están muy erosionados y no es posible determinar su morfología. El hueso
zigomático plano y proyectado hacia delante es un rasgo compartido con
Dryopithecus además de Sivapithecus y Pongo (Moyà-Sola y Köhler, 1993). Estos
rasgos, junto con la estrechez interorbital, la ausencia de seno frontal, el perfil facial
más cóncavo y el neurocráneo elevado, han sido ligados al complejo de airorrinquia
(Shea, 1985), y en el caso de Pongo-Sivapithecus parecen ser caracteres derivados.
La presencia de algunos de estos rasgos (pero no todos) en Ankarapithecus sugiere
que la airorrinquia no está fuertemente acoplada con la configuración de la región
nasoalveolar o la anchura absoluta de la región interorbital. Ankarapithecus comparte
también rasgos con Graecopithecus, como los incisivos centrales anchos y bajos, la
forma de la órbita, los caninos reducidos y la presencia de toro supraorbital (Martin y
Andrews, 1984). Sin embargo, estos caracteres difieren de los presentes en los
hominoideos africanos; incluso el toro supraorbital tiene una morfología distinta de la
que se observa en los antropomorfos africanos. Algunas diferencias que saltan a la
vista entre ambos géneros, como la anchura de la región interorbital, no son más
marcadas que las visibles entre Pan paniscus y Gorilla gorilla, dos especies
Página 115
estrechamente emparentadas. El esqueleto poscraneal parece retener caracteres
ancestrales presentes en hominoideos africanos anteriores (Benefit y McCrossin,
1995) y difiere del de Dryopithecus laietanus (Moyà-Sola y Köhler, 1996).
APÉNDICE 2
CARÁCTER ESTADIOS
4
18 esmalte 1 delgado 2 intermedio 3 grueso
ultragrueso
3 muy
19 premolares 1 pequeños 2 agrandados
agrandados
20 megadoncia
1 ausente 2 presente 3 extrema
molar
22 cíngulos
1 presentes 2 ausentes
molares
23 longitud M
1 largos 2 cortos
inf.
24 afilamiento
1 presente 2 ausente 3 bicúspide
P3
5 altura zig. 1 baja 2 intermedia 3 alta
6 flexión zig. 1 alta 2 intermedia 3 baja
26 dirección zig. 1 lateral 2 anterior
17 morfología
1 curvada 2 plana
zig.
12 cuerpo
1 grácil 2 intermedio 3 robusto
mandib.
13 rama 1 estrecha
2 ancha incl.. 3 ancha vert.
ascendente inclinada
21 incisivos sup. 1 estrechos 2 espatulados 3 agrandados
9 premaxilar 1 corto 2 intermedio 3 largo
25 toro 2 inf. y
1 inferior 3 superior 4 mentón
mandibular superior
4 rostro medio 1 largo 2 intermedio 3 corto
10 fosa incisiva 1 grande 2 intermedia 3 pequeña
11 canal
1 hueco 2 foramen 3 canal
incisival
Página 116
7 morfología 1 oval 2 oval ancha 3 de base
nasal ancha
5 barra
1 arco superciliar 1 ausente 2 ligero 3 desv. lat. 4 aro cont.
cont.
2 morfología
1 cuadrada 2 elevada 3 redonda
orbital
3 dist.
1 ancha 2 intermedia 3 estrecha
interorbital
8 altura nasal 1 baja 2 intermedia 3 alta
3
16 seno frontal 1 etmoidal 2 maxilar 4 ausente
indiferenciado
14 paladar 1 llano 2 hundido
2 muy
15 seno maxilar 1 pequeño 3 grande
restringido
Referencias
Página 117
—Andrews, P. y L. Martin, «Hominoid dietary evolution», Phil. Trans. R. Soc.
Lond., 334 (1991), págs. 199-209.
—Jolly, C.J., «The seed eaters: a new model of hominid differentiation based on a
baboon analogy», Man 5 (1970), págs. 5-28.
—Kay, R.F., «Diet of early Miocene African hominoids», Nature, 268 (1977),
págs. 628-630.
Kay, R.F. y W.L. Hylander, «The dental structure of mammalian folivores with
special reference to Primates and Phalangeroidea (Marsupialia)», en The Ecology
of Arboreal Folivores, ed. G.G. Montgomery, Smithsonian Institution Press,
Washington DC, 1996.
Página 118
—Moyà-Sola, S. y M. Köhler, «New partial cranium of Dryopithecus Lartet 1863
(Hominoidea, Primates) from the upper Miocene of Can Llobateres, Barcelona,
Spain», J. Hum. Evol., 29 (1994), págs. 101-139.
—Pilbeam, D., «New hominoid skull material from the Miocene of Pakistán»,
Nature 295 (1982), págs. 232-234.
—Shea, B.T., «On aspects of skull form in African apes and orang utans, with
implications for hominoid evolution», Am. J. Phys. Anthrop. 68 (1985), págs. 329-
342.
—Teaford, M., «Dental microwear and dental function», Evol. Anthropol. 3 (1994),
págs. 17-30.
Página 119
—Ward, S. y D. Pilbeam, «Maxillofacial morphology of Miocene Hominoidea
from África and IndoPakistan», en New Interpretations of Ape and Human
Ancestry, eds. R. Ciochon y R. Corruccini, Plenum Press, Nueva York, 1983.
—Wood, B.A., «Tooth size and shape and their relevanee to studies of hominid
evolution», Phil. Trans. R. Soc. Lond. 292 (1981), págs. 65-76.
Página 120
Coloquio
Página 121
separación lo más escrupulosa posible entre las cadenas de razonamiento
interpretativas y las puramente descriptivas. Pero lo que quería pedirte es que nos
digas algo acerca del esqueleto poscraneal de Ankarapithecus.
Peter Andrews: Lo más reseñable quizá sea la morfología del radio. La caña no
es completamente recta como en los hominoideos del Mioceno inferior, pero no tan
curvada como en los hominoideos actuales. El cuello, muy robusto, está algo
inclinado en relación al eje, y la cabeza es más bien ovalada y no redonda como en
los antropomorfos actuales. Todos estos rasgos indican que este hueso soportaba
mucho peso, lo que unido a las falanges cortas y anchas sugiere que Ankarapithecus
era un animal cuadrúpedo y plantígrado adaptado a la locomoción terrestre.
Página 122
VIAJE A LOS ORÍGENES DEL BIPEDISMO Y UNA ESCALA EN
LA ISLA DE LOS SIMIOS
Salvador Moyà Sola
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Sobre el autor
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El bipedismo humano constituye un comportamiento locomotor único entre los
primates vivos, que nos convierte, junto con nuestro gran cerebro y nuestras elevadas
capacidades cognitivas, en una especie singular. Pero hay otra cosa que nos diferencia
todavía más. Somos la única especie capaz de investigarse a sí misma. Somos juez y
parte de nuestro proceso evolutivo, lo que hace que nuestras ideas religiosas o
filosóficas tengan un profundo impacto en este campo de la ciencia. Es mucho más
difícil que un científico cambie de idea cuando se trata de la evolución humana que
cuando se trata de la filogenia del hipopótamo. Este hecho, aparentemente banal y
obvio, ha tenido una gran influencia en el desarrollo de las ideas sobre el origen del
hombre. Nuestras dos señas de identidad más evidentes, bipedismo y gran cerebro,
han sido consideradas características exclusivamente humanas y, por lo tanto,
sacralizadas y elevadas por nosotros mismos a los altares de la perfección. Más
adelante veremos cómo han influido estos hechos en la interpretación del enigmático
hominoideo miocénico Oreopithecus.
Para comenzar hablaré del origen del primero de estos rasgos, nuestro modo de
locomoción, el porqué de su aparición, el cuándo y el dónde, así como de la relación
entre bipedismo y cerebro. Averiguar los mecanismos y las causas de su aparición y
conocer la historia paleontológica de este singular comportamiento es uno de los
problemas más fascinantes de la paleontología actual.
Por lo que sabemos, el bipedismo precedió a cualquier modificación del tamaño
cerebral y, por supuesto, a cualquier manifestación cultural susceptible de
conservación en el registro fósil. Conocer la evolución de los hominoideos en su
contexto paleoecológico desde los representantes más primitivos del grupo, con 20
millones de años de antigüedad, hasta hace 4 millones de años, cuando aparecen los
primeros homínidos, es la única forma de reconstruir el escenario en el cual apareció,
hace 5 o 6 millones de años, la locomoción bípeda humana. Qué ventajas adaptativas
poseía tan peculiar tipo de locomoción y qué influencia tuvo en el posterior desarrollo
del cerebro humano son cuestiones que sólo tendrán respuesta cuando se conozcan
bien los estadios previos al bipedismo. Descubrimientos recientes y análisis nuevos
de fósiles ya conocidos están poniendo en tela de juicio algunos paradigmas
fuertemente arraigados en la cultura humana, como el de que la evolución del
bipedismo es un suceso único. Como luego veremos, el caso de Oreopithecus
bambolii demuestra que el bipedismo ha evolucionado más de una vez en los
primates, y plantea la duda de si no ha podido pasar lo mismo en el seno de los
homínidos.
¿Que significa ser bípedo? Un breve recorrido por la física del cuerpo
humano
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Ser bípedo significa caminar obligadamente con las extremidades posteriores (o
inferiores). No somos los únicos vertebrados que han adoptado este modo de
locomoción. Aunque se trata de modelos corporales y biomecánicos distintos del
nuestro, muchos dinosaurios fueron bípedos obligados, y otros vertebrados utilizan
ocasionalmente el bipedismo, sin que existan adaptaciones morfológicas específicas
para ello. Ciertos lagartos acuáticos, por ejemplo, la emplean para correr velozmente
por encima del agua, y los canguros son en cierto modo bípedos (¿o tal vez
deberíamos llamarlos trípedos?) (figura 1). La física de esta forma de locomoción es
la misma para todos, y consiste básicamente en mantener la posición del centro de
gravedad del cuerpo en o cerca del área de soporte de los pies. Es importante, por lo
tanto, remarcar que otros vertebrados son o fueron tan bípedos como podamos serlo
nosotros, aunque su morfología sea bien distinta. Así pues, a la hora de decidir si un
vertebrado fósil fue bípedo no hay que buscar caracteres humanos, sino caracteres
morfológicos relacionados con la biomecánica de la postura bípeda. Más adelante
veremos cómo se aplica esto a la interpretación correcta de Oreopithecus bambolii.
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Figura 1: Algunos vertebrados bípedos (obligados u ocasionales). Desde la izquierda
arriba, chimpancé común; hombre moderno; sifaka (Propithecus) de Madagascar;
basilisco corriendo bípedo por encima de las aguas; avestruz, gerbillido; lagarto.
(Tympanocryptis) y el canguro. (Tomado de Preuschoff y Witte, 1992).
Un homínido bípedo tiene una estructura corporal muy específica, que en buena
parte se corresponde con la de los hominoideos vivos: gibones, orangutanes,
chimpancés y gorilas. Lo que tienen en común todas estas formas es la estructura
corporal básicamente ortógrada (verticalidad), una adaptación a la vida en los árboles
heredada de un ancestro común. Estos caracteres (que incluyen una columna
vertebral acortada y más rígida, un tórax ancho con los omóplatos en posición dorsal,
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y una pelvis algo más acortada y con el ilio ensanchado) son los que permiten situar
el tronco en posición vertical cuando el animal trepa a los árboles y se cuelga de las
ramas. Este hecho, fundamental para comprender los orígenes de nuestro modo de
locomoción, es también clave para responder a una pregunta importante: ¿por qué
apareció el bipedismo cuando lo hizo y no mucho antes?
Una prueba evidente de la utilidad de estas adaptaciones suspensorias para el
bipedismo es el uso frecuente que hacen los chimpancés de esta forma de
locomoción. Sin embargo, la anatomía del chimpancé no es suficiente para hacer de
él un bípedo habitual, obligado. El chimpancé es un cuadrúpedo (y un bípedo
ocasional) ya que se desplaza sobre sus cuatro miembros el 80% del tiempo. Nosotros
somos bípedos porque usamos esta forma de locomoción todo el tiempo (al menos la
mayoría de nosotros).
El paso al bipedismo habitual a partir de la estructura ortógrada de los
hominoideos es, por lo tanto, fácil y sólo requiere unos pocos cambios estructurales
(figura 2):
1. Lordosis lumbar.
2. Acortamiento de la pelvis y acercamiento de las articulaciones coxofemoral y
sacroilíaca.
3. Articulación de tipo valgus en la rodilla.
4. Reestructuración del pie para soportar todo el peso corporal.
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Figura 2: Estática del bipedismo ocasional de Pan troglodites y del bipedismo
obligado humano. El único requisito verdaderamente indispensable es que la vertical del
centro de gravedad se sitúe dentro del área de soporte de los pies. CG: centro de gravedad
del cuerpo y su proyección en el área de soporte de ambos pies, a, b, c: distancias entre la
articulación y la proyección del centro de gravedad. A mayor distancia, mayor es el trabajo
muscular que debe realizarse para mantener la posición. (Tomado de Preuschoff y White,
1992).
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Figura 3: Gráfico alométrico en el que se relaciona el peso corporal y la ventaja
mecánica del gastrocnemius (EMA: r/R). Obsérvese la posición de Oreopithecus y
Homo.
Así pues, bastan muy pocos cambios para pasar de la estructura ortógrada a la
bípeda. Quiero remarcar que algunos de los caracteres ligados al bipedismo son, por
así decirlo, opcionales (como la citada reducción de la distancia entre las
articulaciones coxofemoral y sacroilíaca, o el acortamiento de los brazos y el
alargamiento de las piernas). Aunque aumentan la eficiencia biomecánica de la
estructura y reducen el gasto energético de la locomoción, no son imprescindibles
para ser bípedo. Otros caracteres son consecuencia directa de la nueva distribución
del peso corporal, por lo que no pueden dejar de estar presentes en un ser bípedo. Las
proporciones de los pies, la articulación de la rodilla y la lordosis, por ejemplo, sí son
caracteres diagnósticos del bipedismo (figura 3).
Página 131
Figura 4: Fotografía del momento en que se encontró el esqueleto de Oreopithecus
bambolii. en las minas de lignito de Baccinello (Toscana, Italia). Arriba el esqueleto en el
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techo de la galería, y abajo las tres personas que se encontraban en la mina en el momento
de hacer la foto (el de la derecha es el profesor J. Hürzeler).
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hay ninguna evidencia de locomoción bípeda anterior a 5 millones de años; no se ha
encontrado ningún resto significativo que dé alguna pista sobre el posible ancestro de
los primates bípedos, ni siquiera de algún gran antropoide con estructura corporal
ortógrada. En estas circunstancias, la discusión sobre el origen del bipedismo se ha
basado exclusivamente en las formas actuales de grandes antropoides, como el
chimpancé. Estas limitaciones tan drásticas han hecho pensar que los homínidos
proceden de una forma cuadrúpeda terrestre como Pan troglodytes. Sin embargo, la
inclusión de otros modelos fósiles en el análisis hace plausibles otras alternativas. El
análisis de esta información tras la inclusión de los nuevos datos sobre Dryopithecus
y Oreopithecus sugiere que Pan es una forma demasiado especializada en la
locomoción cuadrúpeda terrestre para que se le pueda considerar un buen modelo de
ancestro homínido, y que un trepador arborícola más generalizado podría ser un
modelo mejor de ancestro de los homínidos bípedos, hipótesis de hecho ya planteada
desde antiguo.
En este contexto, creemos que es especialmente interesante la reciente hipótesis
de que la postura y la locomoción bípedas constituirían una parte importante del
repertorio locomotor de Oreopithecus bambolii. El hombre es el único primate que
utiliza la locomoción bípeda de manera habitual. Son muchos, sin embargo, los
primates que adoptan temporalmente esta postura, y ello se debe a que su estructura
corporal presenta una distribución del peso corporal que carga más las extremidades
posteriores y facilita por lo tanto la adopción esporádica de posturas erectas. Ahora
bien, para ello no se necesita ninguna adaptación anatómica especial. Más aún, los
primates con una estructura corporal ortógrada (gibones, orangutanes, gorilas y
chimpancés) tienen facilidades anatómicas añadidas para mantener la postura bípeda
durante cierto tiempo y en determinadas circunstancias. De aquí que sea tan
importante la presencia en Oreopithecus de algunos caracteres estrictamente
relacionados con la biomecánica de la locomoción bípeda. Ello implica cambios
específicos en el sistema musculoesquelético que sólo se comprenden en un contexto
de bipedismo habitual. Varios autores han sugerido independientemente que
Oreopithecus es un descendiente de Dryopithecus que vivió en condiciones de
aislamiento en una antigua isla del Mediterráneo occidental durante 3 o 4 millones de
años. En este caso, la adaptación a la locomoción bípeda habría partido del estadio
Dryopithecus. Ambos géneros pueden ayudarnos a comprender qué posibilidades
había de que evolucionara el bipedismo y por qué, si hace 10 millones de años ya se
cumplían los prerrequisitos necesarios para la locomoción bípeda, ésta no apareció
hasta 5 millones de años más tarde.
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En el Mioceno superior (entre 9 y 6 millones de años atrás) el mar Mediterráneo
tenía un aspecto bastante parecido al actual. El nivel eustático era similar al presente,
con ligeras fluctuaciones, y hay evidencias de que algunas islas, como la de Mallorca,
ya eran reconocibles como tales. La diferencia geográfica más llamativa la
encontraríamos en la zona occidental de la península italiana: una gran isla formada
por lo que hoy conocemos como la Toscana, y que debió incluir Cerdeña y
probablemente Córcega (figura 6). En esta isla, bajo un clima templado con escasos
elementos subtropicales, vivía una fauna endémica, absolutamente quimérica,
compuesta por antílopes enanos de patas cortas e incisivos de roedor, suidos de
extraños dientes y un fascinante personaje que no ha dejado de sorprender a los
paleontólogos desde su descubrimiento, hace ya 128 años. Este personaje es
Oreopithecus bambolii.
Oreopithecus bambolii (Gervais, 1871) es un gran antropoide fósil perteneciente,
junto con Dryopithecus, al grupo que incluye a orangutanes, chimpancés, gorilas y
seres humanos. Sus restos fueron hallados en yacimientos de lignito procedentes de
depósitos lacustres de entre 7 y 8 millones de años de antigüedad, en la localidad de
Maremma, en la Toscana italiana. Desde su descubrimiento ha sido un fósil
polémico: la extraña morfología de sus dientes, en combinación con la del cráneo y el
resto del esqueleto, le valió el calificativo de «aberrante». Su posición filogenética y
su modo de locomoción han sido un misterio durante más de cien años. Se ha dicho
de él que era un cercopitécido (próximo a los macacos), un ancestro de los gibones,
un hominoideo muy primitivo intermedio entre los cercopitécidos y los hominoideos
propiamente dichos, y hasta un ancestro humano. La hipótesis más extravagante tal
vez sea la propuesta por Gregory, quien sugirió que era ¡un descendiente simio de un
artiodáctilo del Eoceno! Pocos primates han sido tan vilipendiados como
Oreopithecus.
Página 135
Sin embargo, el eminente paleontólogo de Basilea J. Hürzeler provocó un
considerable revuelo cuando, en una breve nota de 1954, sugirió que Oreopithecus
era, en terminología moderna, una forma hermana (una rama lateral) de los
homínidos bípedos. Esta propuesta fue mayoritariamente rechazada, a veces de
manera vehemente y destemplada, por la comunidad internacional de expertos. Este
rechazo tan frontal hizo reaccionar a Hürzeler: necesitaba más y mejor material para
convencer a sus colegas; un esqueleto completo, por ejemplo. Así comienza la
fascinante historia del descubrimiento de lo que hoy es la colección más numerosa de
restos fósiles de uno de los más fascinantes primates que se conocen. Hürzeler inició
sus frecuentes visitas a la Maremma en 1954. Sin embargo, por aquella época todas
las minas de lignito habían sido cerradas por falta de rentabilidad o de seguridad (30
personas habían muerto poco antes en una explosión de gas metano en Ribolla). Pero
la fortuna suele sonreír a los que perseveran (como dice mi buen amigo el doctor
Rafael Adrover: «cuanto más trabajo más suerte tengo»), y en la primavera de 1956
se fundó una cooperativa para reabrir la mina de Baccinello. La compleja situación
política de la época (crisis de Suez) hizo que el lignito italiano fuera de nuevo
rentable. Los primeros bloques de carbón extraídos de la mina ya contenían fósiles.
El hallazgo de algunos huesos conectados hizo creer a Hürzeler que algún día
encontraría el esqueleto completo soñado. Hürzeler hizo todo lo que pudo para
rescatar el material de Baccinello, pero las dificultades económicas y lo arriesgado de
la labor a más de 200 metros bajo tierra en una atmósfera llena de metano inflamable
convertían la empresa en un calvario. La moral iba decayendo. El ambiente caluroso
y plagado de mosquitos hizo desertar al paleontólogo americano W.L. Straus (amigo
y colaborador de Hürzeler) a los pocos días. Los rumores de bancarrota revoloteaban
como ave negra sobre el proyecto minero. Sin embargo, el 2 de agosto de 1958 iba a
convertirse en una fecha memorable para Hürzeler e histórica para la paleontología. A
las siete de la mañana, un obrero del tumo de noche avisó de que «algo» había
aparecido en la mina. Bajaron a toda prisa y, a doscientos metros de profundidad, la
luz de la lámpara iluminó un esqueleto bastante completo. No había duda posible: era
un esqueleto de Oreopithecus. El problema era que estaba en el techo, lo que
complicaba sobremanera su extracción. Aquello obligó a hacer fotografías y dibujos
in situ para prevenir cualquier eventualidad. Sin embargo, hacer una foto con un flash
de magnesio de los que se usaban en los años cincuenta era una empresa más que
arriesgada en una galería repleta de metano altamente inflamable, de manera que la
mina fue evacuada y sólo se quedaron Hürzeler, el fotógrafo y un minero. Esta foto
ha pasado a la historia (figura 4).
Al final el esqueleto pudo recuperarse en buen estado, aunque estaba bastante
aplastado por el peso de los sedimentos. (Este desafortunado hecho ha dificultado
enormemente la observación de muchos caracteres importantes.) Al año siguiente la
mina de Baccinello se clausuró definitivamente y ya no fue posible acceder a sus
tesoros paleontológicos, (Hürzeler me comentó personalmente pocos años antes de
Página 136
fallecer que había estimado en más de treinta los esqueletos de Oreopithecus que se
destruyeron durante sus tres años de trabajo en Baccinello.) A pesar de todo, Hürzeler
consiguió rescatar una fabulosa colección de vertebrados fósiles en la que destacan
más de 400 especímenes de Oreopithecus que han permanecido inéditos hasta el día
de hoy.
La razón de ello es que las críticas a la hipótesis de Hürzeler (en gran parte
epistolares y hoy guardadas en el archivo del Museo de Basilea), lejos de disminuir,
arreciaron. Hürzeler era consciente de que estaba viendo algo que existía y que era
totalmente ignorado por otros especialistas (el peso de las preconcepciones en
evolución humana es mucho mayor que en cualquier otro campo, como si estuvieran
sometidas a la gravedad de Júpiter y no a la terrestre). La incomprensión de sus
colegas le sumió en el desánimo y su producción científica disminuyó muchísimo.
Hoy sabemos que Hürzeler se equivocó al creer que Oreopithecus era una rama
lateral de los homínidos. Pero estaba más cerca de la respuesta correcta que la
mayoría de sus detractores, si no todos. Los caracteres en los que se inspiró Hürzeler
están ahí y nadie hasta ahora había sido capaz de explicar su presencia y formular una
hipótesis que integrase todas las «rarezas» de este primate de manera convincente.
Sólo Hürzeler se atrevió a considerarlos. Con demasiada frecuencia, los caracteres
«incómodos» se dejan de lado como quien no quiere la cosa: ¡lo que no puede ser no
puede ser y además es imposible!
Por lo menos, el esqueleto demostró que Oreopithecus no era un cercopitécido
(aunque tampoco en eso hubo un convencimiento total) sino un hominoideo de
aspecto moderno en su estructura esquelética básica; esto es, claramente ortógrado,
como un orangután o un gorila. Las relaciones filogenéticas con el hombre y las
evidencias de locomoción bípeda se descartaron.
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Figura 5. A: Esqueleto de Oreopithecus bambolii de Baccinello (Toscana, Italia).
B: Reconstrucción del cráneo de Oreopithecus
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Lo que primero nos llamó la atención fue la estructura y las proporciones del pie
de Oreopithecus (figuras 3 y 7). No porque resultara evidente que pertenecían a un
ser bípedo, sino más bien porque eran los pies más raros que habíamos visto nunca.
Por fortuna (o, mejor dicho, gracias al entusiasmo de Hürzeler) se conocen dos pies
casi completos y complementarios de un mismo individuo, además de muchos otros
elementos aislados. Se hicieron moldes de estos dos pies y se reconstruyeron las
imágenes especulares de algunas piezas, pudiéndose así montar un pie completo, a
falta sólo de las falanges de los dedos. La reconstrucción del pie fue tremendamente
laboriosa, ya que no encajaba en el clásico modelo antropoide. Era algo
completamente distinto; tanto es así que nos costó mucho aceptar la reconstrucción a
la que inevitablemente llegábamos una y otra vez.
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Figura 6: Reconstrucción paleogeográfica del Mediterráneo occidental en el Mioceno
superior. Diversas islas eran reconocibles como tales, aunque algunas forman hoy en día
parte de la masa continental. A: Murchas (Granada, España); B: Islas Baleares (España); C:
Cerdeña; D: Toscana (Italia); E: Gargano (Italia).
Dos cosas nos llamaban la atención de este pie. En primer lugar, los metatarsianos
laterales (los correspondientes a los dedos 2 a 5) estaban separados lateralmente
formando un ángulo permanente abierto hacia fuera (en relación con el plano sagital
del individuo). En todos los antropoides la orientación de los dedos de los pies es sin
excepción paralela al plano sagital. En segundo lugar, la anatomía de los elementos
más importantes que conforman la articulación del tobillo (tibia, astrágalo y
calcáneo) era también poco habitual. En los otros antropoides estos huesos reflejan la
posición en varus de las rodillas (abiertas hacia fuera) y la capacidad de inversión de
la planta del pie durante la flexión (ambas características esenciales para los primates
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arborícolas que trepan y pasan gran parte de su tiempo en los árboles). El pie de
Oreopithecus era opuesto. Las posibilidades de inversión del pie eran mínimas, y la
tibia, el astrágalo y la dirección del tendón del músculo gastrocnemius, indicada por
la orientación del tuber calcis del calcáneo (figura 7), sugerían una rodilla en valgus,
como la humana. Curiosamente, algunos autores ya habían observado que la
anatomía de las rodillas del esqueleto de Oreopithecus de Florencia era bien distinta
de la de los grandes antropoides vivos, y sugería una rodilla en valgus. Esta
coincidencia con la anatomía de los pies fue lo que nos hizo sospechar que, después
de todo, había algo muy raro en Oreopithecus. Para confirmar o desmentir la
asociación lógica de los caracteres del pie con la locomoción bípeda ideamos un test
independiente de la morfología.
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Si se asume que las proporciones del pie de los primates (y de los mamíferos en
general) se correlacionan con el peso que deben soportar, es razonable suponer que, si
Oreopithecus utilizaba la locomoción bípeda a menudo, esto debería reflejarse en las
proporciones de los pies. Debía ser posible, por lo tanto, detectar que el peso
soportado por el pie de Oreopithecus era el doble del que soportaba el pie de un
cuadrúpedo. Evidentemente, esta hipótesis podía verificarse antes en el hombre. Así,
investigamos si había alguna correlación entre la masa corporal y lo que se conoce
como EMA (ventaja mecánica del músculo gastrocnemius), que es la razón entre el
brazo de palanca y el brazo de potencia, atendiendo a que el pie es una palanca de
tercera clase. El cociente mide las proporciones del pie adecuadas a cada tamaño,
asumiendo el mismo trabajo muscular a cualquier tamaño. El resultado obtenido tras
medir más de 200 pies de antropoides fue una correlación ciertamente alta (r = 0,93)
entre EMA y masa corporal. Así pues, en los antropoides (figura 3) las proporciones
de los pies están básicamente determinadas por el peso que soportan. Como era de
esperar, el hombre se separa de esta tendencia general, ya que, al soportar los pies
todo el peso corporal, el músculo debe mover el doble de masa que en un
cuadrúpedo, con el consiguiente aumento del EMA. En lo que respecta a
Oreopithecus, el cálculo del EMA correspondiente da un valor inusualmente alto para
su masa corporal y comparable al del hombre. La conclusión obvia es que
Oreopithecus soportaba sobre sus pies el 100% de su masa corporal, lo que equivale a
decir que era ¡bípedo! Este test, independiente de la morfología, permitía, a pesar de
las notables diferencias estructurales con el pie humano, considerar seriamente el
bipedismo de Oreopithecus.
Así pues, y para sorpresa nuestra, los datos anatómicos del pie, la rodilla y las
proporciones del pie encajaban perfectamente entre sí cuando se admitía una
locomoción o postura bípeda habitual. Aunque no encontrábamos otra explicación a
aquellos datos, seguíamos resistiéndonos a la evidencia: la postura bípeda ya no podía
considerarse exclusiva del hombre. Para confirmar esta hipótesis iniciamos una
restauración detallada de numerosos especímenes del Museo de Basilea. La postura
bípeda habitual impone una serie de requisitos biomecánicos bien conocidos, de
manera que, si Oreopithecus era bípedo, este hecho debía reflejarse en otras partes de
su esqueleto. Decidimos centramos en dos partes concretas, la pelvis y la zona
lumbar.
Por desgracia, ambos elementos de la anatomía de Oreopithecus están bastante
aplastados en el espécimen IGF-11771, lo que impide apreciar todos sus detalles
estructurales. Sin embargo, algunos especímenes poco conocidos de Basilea iban a
proporcionarnos una información valiosísima. Un ejemplar nos permitió, una vez
restaurado, examinar la anatomía completa del pubis. Sólo Australopithecus y Homo
poseen un pubis tan largo y una sínfisis tan corta, de hecho única entre los primates.
Por otra parte, en cuatro especímenes diferentes pudimos observar otro carácter
Página 142
realmente inesperado en un gran antropoide trepador: una espina isquiática de tamaño
inusualmente grande. Esta espina, que no es más que la osificación bajo tensión del
tendón que une el isquio y el sacro, está escasamente desarrollada o ausente en la
mayoría de grandes antropoides; en cambio, es enorme en los homínidos bípedos.
Esto se explica porque la función de dicho tendón es prevenir la rotación hacia atrás
del sacro cuando éste soporta todo el peso del tronco. En los grandes antropoides más
ortógrados, es decir, los que adoptan una postura más vertical del tronco (Pongo e
Hylobates) hay un esbozo de espina isquiática, pero, al estar el tronco soportado en
parte por los brazos, la tensión sobre el tendón es menor y la osificación es mínima.
La espina isquiática de Oreopithecus es del todo comparable, por su forma y tamaño,
a la de Homo, de lo que cabe deducir una postura bípeda.
¿Cómo verificar la hipótesis del bipedismo en Oreopithecus? Era obvio que había
que buscar parámetros independientes de la locomoción. En el caso humano, el
origen de la extraordinaria capacidad manipuladora de nuestras manos ha sido objeto
de numerosas y encendidas discusiones. Desde Darwin, siempre se ha ligado la
locomoción bípeda a la capacidad manipuladora, ya que sólo unas manos libres
permiten recolectar, transportar materiales o fabricar y utilizar herramientas. Ahora
bien, se sigue discutiendo si el bipedismo se seleccionó por las ventajas directas que
proporciona (como una mayor eficacia energética), en cuyo caso el incremento de la
capacidad manipuladora sería un «subproducto», o por alguna otra razón.
¿Qué mejor test que escrutar las manos de Oreopithecus? ¿Se transformaron las
manos de Oreopithecus en instrumentos de precisión, como en el caso de los
homínidos? Y, de ser así, ¿podría Oreopithecus ayudarnos a comprender el origen de
la mano humana y la relación entre nuestra capacidad manipuladora y nuestro
peculiar tipo de locomoción?
Las manos de los primates cumplen una doble función. Por una parte sirven para
la locomoción, sea cuadrúpeda, terrestre o arborícola; por otra, sirven como órganos
manipuladores para la recogida y procesamiento del alimento, además de la
desparasitación. Las funciones locomotoras son las que determinan la estructura
básica de la mano. Esto es así porque las manos soportan las mayores tensiones
durante la locomoción, mientras que la manipulación no suele requerir un gran
trabajo muscular, por lo que las adaptaciones locomotoras prevalecen sobre las
adaptaciones manipuladoras. En otras palabras, cada especie ejecutará de la mejor
manera posible las funciones manipuladoras que permitan unas manos diseñadas
principalmente para una cierta forma de desplazamiento.
Sólo en un grupo ocurre lo contrario. En los homínidos bípedos las adaptaciones
manipuladoras prevalecen sobre las locomotrices, porque el bipedismo ha liberado las
Página 143
manos de sus funciones locomotoras. En consecuencia, nuestras manos han podido
adquirir una morfología supuestamente óptima para las funciones manipuladoras. El
primer paso hacia la mano humana consiste básicamente en un acortamiento que
modifica la relación entre el pulgar y los demás dedos, en particular el índice, lo que
permite presionar una contra otra las yemas de los dedos pulgar e índice, con la
inestimable ayuda del músculo flexor del pulgar (flexor pollicis longus). Todas estas
características están ya presentes en las manos de los australopitecos, nuestros más
remotos antepasados.
Por fortuna existe una fantástica colección de huesos de la mano de Oreopithecus
en el Museo de Ciencias Naturales de Basilea y en el Museo de Geología y
Paleontología de la Universidad de Florencia. El estudio de esta fabulosa e inédita
colección llevado a cabo por L. Rook, de la Universidad de Florencia, Meike Köhler
y yo mismo ha puesto de manifiesto que, lejos de parecerse a las manos de primates
contemporáneos trepadores y suspensores como Dryopithecus, las manos de
Oreopithecus se acercan notablemente en su morfología a las manos de
Australopithecus (figura 8). Una larga lista de caracteres así lo sugiere:
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Figura 8: La mano de Oreopithecus, Esqueleto de Bacinello (IGF 11771). Detalle de
la falange distal del pulgar. A: Pan; B, C: Oreopithecus bambolii; D: Homo
sapiens.
Página 145
Figura 9: Reconstrucción en vivo de un grupo de oreopitecos en su ambiente. Dibujo de
Pavel Major,
Oreopithecus era bípedo. Sin embargo, su bipedismo era diferente del nuestro.
Sus brazos eran más largos que las piernas y sus pies seguían siendo prensiles, lo que
permite suponer que su capacidad trepadora era mayor que la de cualquier homínido.
Así pues, podríamos definir a Oreopithecus como un compromiso entre la
locomoción bípeda terrestre y la conservación de la capacidad de trepar a los árboles.
¿Cómo se explican las diferencias entre Oreopithecus y los homínidos? La
ecología y la biogeografía insulares nos ofrecen una posible y fascinante respuesta. El
peculiar bipedismo de Oreopithecus (brazos largos y piernas cortas, pies con
metatarsianos laterales permanentemente separados y dedo gordo abducible) es bien
distinto del de los homínidos bípedos. Por una parte, es muy posible que fuera más
trepador que Australopithecus, como sugieren las proporciones intermembrales y la
anatomía de la escápula y el codo. Por otra parte, el ilion relativamente más largo, las
piernas cortas y, sobre todo, la peculiar anatomía del pie permiten afirmar que,
aunque Oreopithecus era bípedo, su forma de locomoción era bien distinta de la
humana. Los pies de los homínidos están mejor diseñados para correr. El pie de
Oreopithecus, por el contrario, está diseñado como una plataforma que permite un
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control mucho más eficiente del equilibrio en posturas estáticas. ¿Cuál es la razón de
esta diferencia? ¿Qué presiones selectivas están en el origen de esta divergencia
adaptativa? No fue fácil encontrar una respuesta a estas preguntas. Sólo después de
analizar las peculiares condiciones de vida de Oreopithecus se hizo la luz. Hace 8
millones de años, las áreas geográficas donde han aparecido restos fósiles de
Oreopithecus estaban separadas del continente, como la actual Cerdeña. Los
ecosistemas insulares se caracterizan por sus peculiares condiciones ecológicas, que
suelen tener un profundo efecto en la evolución de sus habitantes. Dos características
esenciales de las islas son la ausencia de predadores terrestres y la limitación de los
recursos tróficos, impuesta por las mismas condiciones de insularidad que limitan el
espacio físico disponible. Ambos factores crean presiones selectivas específicas. Por
una parte, la ausencia de predado res permite prescindir de las adaptaciones
encaminadas a evitar la depredación. Muchos vertebrados insulares han
experimentado modificaciones estructurales importantes para adaptarse a formas de
locomoción menos costosas en términos energéticos (en una isla, aquel que consiga
sobrevivir con un consumo energético mínimo tiene más posibilidades de sobrevivir).
Así, en las islas encontramos aves que han perdido la capacidad de volar o bóvidos y
cérvidos con patas acortadas y huesos tarsales fusionados, al contrario que sus
congéneres continentales, cuyas patas más largas les permiten alcanzar más velocidad
y efectuar el movimiento de zigzag necesario para eludir a los carnívoros. Por otra
parte, la limitación del espacio físico, unida a la ausencia de depredación, suele
conducir a la superpoblación. La inherente limitación de los recursos tróficos en una
isla es especialmente problemática en los momentos de mayor densidad de población.
Estas crisis tienen un gran impacto en las poblaciones insulares, que se traduce en una
intensa competencia por la explotación de los recursos tróficos disponibles. Esta
presión selectiva específica es responsable de profundos cambios anatómicos
encaminados a aumentar la eficiencia de la recolección y procesado del alimento.
Aquellos individuos que puedan acceder a recursos alimentarios poco habituales por
su especial dificultad de recolección, procesado o digestión tendrán una ventaja
considerable ante el resto. Así es como se han originado los incisivos de crecimiento
continuo de algunos rumiantes insulares, o las series dentarias reducidas, o la
hipsodontia incrementada de los dientes, por poner algunos ejemplos.
Es razonable suponer que también Oreopithecus estuvo sometido a las presiones
selectivas que sufren todos los vertebrados insulares. Este razonamiento simple y
lógico fue el que nos permitió comprender la evolución de un tipo de locomoción
bípeda tan peculiar.
Gracias a los trabajos de varios equipos de investigadores japoneses sabemos que
el coste energético (medido por el consumo de oxígeno) de la locomoción arborícola
es 4 veces mayor que el del cuadrupedismo o el bipedismo terrestre. No es de
extrañar, por lo tanto, que en ausencia de predadores la selección natural favorezca la
vida en tierra. Por otra parte, la vida arborícola es peligrosa. Se sabe que los primates
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arborícolas sufren caídas con cierta frecuencia, debidas a un mal cálculo de distancias
u otras causas (como las borracheras provocadas por la ingestión de fruta
fermentada), cuyas consecuencias van desde roturas de huesos hasta la muerte. Una
ventaja añadida de la vida en el suelo es que ofrece un espectro de posibilidades
alimentarias más amplio que el de la vida arborícola. El ancestro de Oreopithecus
tenía dos opciones al bajar al suelo: hacerse cuadrúpedo o hacerse bípedo. Es muy
posible que la selección de esta última alternativa estuviese condicionada por las
preadaptaciones ortógradas de este primate y por una presión selectiva hacia un uso
más eficiente de las manos para la manipulación.
La ausencia de predadores favorece un aumento de la densidad de población,
mientras que la limitación del espacio restringe la cantidad de alimento disponible.
Éstos son los dos factores clave que conducen a una devastación periódica del área
insular, con el consiguiente aumento de la competencia por el alimento y la selección
de aquellos individuos que saben alimentarse más eficazmente. En estas condiciones,
unas manos libres que permitan la explotación del estrato arbustivo accesible sólo
desde el suelo y faciliten la recolección y el procesado del alimento son una gran
ventaja, y el bipedismo es el medio para disponer de ella. La utilidad de las manos
libres como instrumento para la recolección y el procesado del alimento ha sido muy
probablemente uno de los factores subyacentes tras la selección de la locomoción
bípeda en Oreopithecus (figura 9), lo que nos acerca a la solución del enigma del
origen del bipedismo humano.
Dejamos las cálidas playas de la gran isla (o laboratorio evolutivo) cercana a las
costas de la actual Italia, y nos trasladamos a África en el espacio y dos millones de
años más tarde en el tiempo. La isla del Mediterráneo es ya historia; se ha
continentalizado y su fauna endémica ha desaparecido, y con ella nuestro fantástico
personaje. Sin embargo, en África empieza otra fascinante historia. Otro grupo de
primates, parientes de los chimpancés y gorilas, han reinventado el bipedismo. Son
nuestros antepasados directos más remotos: los australopitecos.
Oreopithecus se extinguió, pero al menos disponemos por vez primera de un
modelo de bipedismo independiente del humano con el cual podemos establecer
comparaciones. El bipedismo de Oreopithecus es distinto del de Australopithecus, y
las diferencias y similitudes entre ambos pueden proporcionarnos valiosas pistas para
comprender las ventajas evolutivas de este tipo de locomoción.
Se han propuesto innumerables explicaciones adaptativas para el bipedismo, que
van desde la ventaja energética hasta la liberación de los brazos y manos para el
transporte, pasando por la intimidación, la reducción de la insolación y otras hipótesis
carentes de base científica. Sin embargo, los homínidos que reinventaron el
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bipedismo no eran tampoco idénticos al hombre moderno en su aparato locomotor.
Las piernas eran más cortas, los brazos más largos, y los dedos de manos y pies
estaban notablemente más curvados que los nuestros. Todo ello sugiere que el
bipedismo obligado de estos primeros homínidos se complementaba con adaptaciones
a la vida arborícola. Recientemente se ha sugerido incluso que quizá construyeran
nidos en los árboles para dormir, como hacen chimpancés y gorilas. Este
comportamiento es consecuencia directa de la presión depredadora. Al parecer,
tampoco tenían la capacidad de fabricar instrumentos líticos.
El tamaño relativo del cerebro de Australopithecus era similar al del chimpancé.
Los australopitecos son la prueba de que no existe una relación causal directa entre
tamaño del cerebro y bipedismo, ya que este último precedió en más de un millón de
años a cualquier modificación relevante del cerebro. Sin embargo, no debemos
contemplar a estos homínidos como una mera forma de transición entre monos y
hombres, sino como primates bien adaptados a su entorno que vivieron desde
Sudáfrica hasta el Chad durante 2 o 3 millones de años (mucho más tiempo del que
lleva nuestra especie, Homo sapiens, sobre la Tierra). Pero queda una pregunta por
resolver: ¿qué ventaja ofrecía la locomoción bípeda si no es la capacidad de fabricar
instrumentos gracias a la liberación de las manos combinada con la inteligencia que
proporciona un gran cerebro? Como ocurre tantas veces, la respuesta surge de la
contrastación con otro modelo.
El género Homo, con sus diversas especies, puede describirse como un bípedo de
gran cerebro. Sin embargo, este último detalle no es el único que lo diferencia de
Australopithecus: piernas más largas, brazos más cortos, falanges de pies y manos
también más cortas, nos dibujan un ser muy activo, adaptado a caminar largas
distancias a diario; a esto hay que añadir el detalle no anatómico de la fabricación de
instrumentos.
Es evidente que este nuevo complejo adaptativo (que incluye un cerebro mayor y
presumiblemente más complejo, aunque esto último no puede observarse en el
registro fósil) representa una adaptación a la vida en la sabana, que impone unas
soluciones diferentes de las que servían para la vida en la selva. El refugio que
ofrecen los árboles es notablemente más escaso en la sabana, por lo que la
inteligencia ligada a un mayor cerebro es ciertamente útil para evitar la depredación
mediante el conocimiento del entorno, la comunicación y la fabricación de armas
defensivas y de caza. Las ventajas que proporcionaba este conjunto de adaptaciones
hicieron que el género Homo adquiriese una independencia creciente del medio, lo
que le permitió propagarse fuera de África y convertirse en la especie dominante y
cosmopolita que es hoy (figura 10).
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Figura 10: Los dos tipos básicos bípedos del linaje humano: Australopitecus
(Australopitecus afarensis) y Homo.
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responder. Sin embargo, los drásticos cambios climáticos ocurridos en aquella época
(crisis mesiniense) debieron crear nuevas presiones selectivas, derivadas
probablemente de un incremento de la competencia como consecuencia de la
reducción del área de distribución del bosque tropical.
La aparición del género humano hace unos 2,5 millones de años se debe, por lo
tanto, a un cúmulo de preadaptaciones (caracteres seleccionados para una función y
que posteriormente resultan útiles para alguna otra) inventadas previamente por los
australopitecos junto con las nuevas presiones selectivas de la vida en la sabana. El
bipedismo fue un prerrequisito para la evolución de un ser de gran cerebro: esta
postura permitía un adecuado equilibrio de la pesada cabeza y dejaba las manos libres
para la fabricación de instrumentos. Si el bipedismo hubiera evolucionado cinco
millones de años más tarde el hombre todavía no existiría, pero ya estarían puestas las
bases de su futura aparición. El bipedismo no hizo al hombre, pero sin él el lector no
estaría hoy disfrutando (espero) de este artículo, al menos no tan cómodamente
sentado y sosteniendo el libro con sus manos.
Referencias
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Lond. 48 (1981), págs. 331-358.
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humeri from Pakistan and the relationship of Sivapithecus and Pongo», Nature 348
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Coloquio
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Jorge Wagensberg: Quisiera hablar de las huellas de Laetoli. Me pregunto por
qué los expertos en el tema prestan tan poca atención a la coincidencia de los pasos a
lo largo de 25 metros. Esto no puede ser producto de la casualidad. No creo que la
situación (un piso blando de ceniza volcánica) fuera tan frecuente como para que los
australopitecos hubieran aprendido a pisar sobre los pasos del que iba delante por si
acaso. La hembra, o lo que fuera, iba pisando deliberadamente sobre las pisadas de su
compañero, cosa que a mí me parece muy importante, porque parece un juego, el tipo
de juego absurdo que prefigura la investigación científica o el arte; se trata de un
ejercicio de inteligencia realmente grande para un simio. Me pregunto por qué nunca
se menciona este hecho.
Salvador Moyà: Sí, es realmente curioso que las pisadas de la supuesta hembra se
encuentren justo encima de las pisadas del macho. Y lo es más todavía si se tiene en
cuenta el dimorfismo sexual de la especie. Si es cierto que las hembras pesaban unos
30 kg y los machos hasta 70 kg, entonces la hembra no tenía más remedio que saltar
para hacer coincidir sus pasos con los del macho, y eso a lo largo de más de 25
metros.
Adrià Casinos: Creo que Jorge Wagensberg tiene mucha razón al restar
importancia al equilibrio estático. Las discusiones sobre la biomecánica del
bipedismo tienden a centrarse demasiado en el equilibrio estático, pero hay que tener
presente que en cualquier forma de locomoción hay un equilibrio estático y un
equilibrio dinámico. El movimiento permite licencias que no permite una situación
estática. Pensemos en lo difícil que nos resulta mantener el equilibrio estático sobre
un solo pie; durante la marcha, en cambio, hay fases en las que sólo apoyamos un pie
en el suelo sin desequilibrarnos en ningún momento. Lo cierto es que prácticamente
no tenemos reconstrucciones dinámicas de Australopithecus ni de ningún otro fósil.
Antes has dicho que el bipedismo de los australopitecinos era diferente del de Homo.
Quisiera que me aclararas dónde reside la diferencia. ¿Responde a diferentes
caracteres morfológicos? ¿Son ambos monofiléticos o se trata de una homoplasia? Un
niño de dos años, por ejemplo, tiene un bipedismo diferente del de un adulto, pero en
este caso se trata de fases diferentes del desarrollo ontogenético. Cuando dices que el
bipedismo de los australopitecinos era distinto, ¿quieres decir que representa un
estado más primitivo en la línea monofilética que conduce al bipedismo propiamente
humano, o sospechas que se trata de una homoplasia?
Salvador Moyà: Buena pregunta. Es muy difícil dar una respuesta.
Necesitaríamos un registro fósil lo bastante completo para poder seguir el rastro de
ambos tipos de bipedismo hacia atrás en el tiempo hasta encontrar su punto de unión,
hasta el ancestro común, si es que existe. Una cosa es la locomoción y otra las
relaciones filogenéticas de un taxón. La locomoción bípeda en Homo y en
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Australopithecus no implica necesariamente un ancestro común. Lo que sí podemos
afirmar es que las posturas ortógradas de los antropoides fósiles que conocemos del
Mioceno superior fueron un prerrequisito para la locomoción bípeda. No se puede
pasar de golpe de un macaco a un bípedo; esto requeriría numerosos cambios
anatómicos, y la evolución no es omnipotente. El bipedismo sólo pudo evolucionar a
partir de la estructura ortógrada. Podemos pensar igualmente que el bipedismo de
Australopithecus fue un prerrequisito para la evolución del hombre y su gran cerebro.
Esto sugiere que tuvo que haber algún ancestro común, pero no podemos afirmar que
Homo descienda directamente de Australopithecus. Es poco probable, porque ambos
géneros tienen caracteres muy especializados. Es posible que el ancestro común
bípedo haya que buscarlo bastante más atrás en el tiempo.
Robert Martin: Volviendo al tema del equilibrio, si uno dobla el cuerpo hacia
delante e intenta tocarse los pies, las rodillas se doblan automáticamente; pero probad
a hacerlo con las piernas bien pegadas a la pared. Si alguien lo logra sin caerse le doy
mil ptas. Esto demuestra que el centro de gravedad es muy importante para el
equilibrio estático, pero de lo que se trata aquí es de avanzar sobre dos piernas.
Cuando caminamos hay una fase en la que nos apoyamos sobre una sola pierna; para
reducir el consumo de energía el centro de gravedad debe desplazarse
alternativamente de una pierna a otra, y muchas de las adaptaciones de las que ha
hablado Salvador tienen que ver con esto. Por último, el moderador y yo tenemos el
mismo problema de exceso de peso en la parte delantera del cuerpo. La respuesta a
esto no es la flexión de las rodillas, sino echar la espalda hacia atrás para corregir la
posición del centro de gravedad; las mujeres embarazadas hacen esto todo el tiempo,
con los consiguientes dolores de espalda.
David Pilbeam: Me alegro de que Bob haya mencionado esto, ya que una de las
razones por las que tanto las mujeres embarazadas como los que tenemos grandes
barrigas de bebedores de cerveza no podemos aguantar mucho rato de pie es la
marcada lordosis lumbar. No sabemos cómo era la región lumbar de A. afarensis,
pero sí tenemos dos especímenes de A. africanas y uno de Homo erectas que nos
permiten afirmar que su región lumbar constaba de seis vértebras, una más que
nosotros. Bill Sanders ha hecho una excelente tesis doctoral sobre este tema y ha
demostrado claramente a partir de los cuerpos vertebrales que A. africanas tenía una
lordosis lumbar muy marcada, lo que explica en parte la vértebra de más, pues ello
permite un mayor arqueamiento de la espalda. Creo que la pronunciada lordosis
lumbar en estas formas nos indica que el centro de gravedad estaba en el lugar
correcto. Por otra parte, un estudiante graduado de Harvard que estuvo trabajando
conmigo observó la distribución de la superficie articular de la cabeza del fémur y el
acetábulo de una serie de primates, vivos y fósiles, y demostró que la distribución del
cuerpo articular en A. afarensis era comparable a la de Homo, lo que indica que
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estaba diseñado para una extensión habitual de la cadera. Debo decir también que la
única evidencia de bipedismo que citan los descubridores de A. anamensis es la
articulación tibiotarsal, que según ellos indica un reparto del peso igual que en Homo.
Sabemos que Homo erectas tenía seis vértebras lumbares y cuerpos vertebrales
pequeños como en Australopithecus. Chris Ruff acaba de publicar un artículo muy
interesante cuya conclusión es una bomba. Tras analizar de nuevo la estructura de los
huesos conocidos y catalogados de Homo erectus ha llegado a la conclusión de que
existen más semejanzas con Australopithecus que con Homo sapiens, y afirma que
Allan Walker y yo nos hemos equivocado al reconstruir la pelvis del niño de
Nariokotome, y que deberíamos ensancharla. Así pues, ya no tenemos sólo un patrón
poscraneal austral opitecino y otro para Homo, sino que hay un patrón
australopitecino, quizá más de uno, un patrón erecto, un patrón sapiens arcaico y un
patrón moderno. Estoy de acuerdo en que el bipedismo de Australopithecus
seguramente fue distinto del de Homo, pero no creo que hubiese mucha diferencia en
cuanto a la extensión de la cadera.
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RECURSOS ENERGÉTICOS Y LA EVOLUCIÓN DEL TAMAÑO
CEREBRAL EN LOS HOMINOIDEOS
Robert D. Martin
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Sobre el autor
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Introducción
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interés (variable Y) como puede ser el tamaño cerebral se representa en función del
tamaño corporal (variable X) en coordenadas logarítmicas (figura 1). Se adopta esta
forma de representación porque la variación de los rasgos individuales en relación al
tamaño corporal suele ser curvilínea (alométrica). La conocida fórmula alométrica
Y = k·Xa es una función potencial que se hace lineal en su forma logarítmica: log
Y = a·log X + log k. En esta forma logarítmica el exponente alométrico a corresponde
a la pendiente de la recta y el coeficiente k corresponde a la intersección con el eje de
ordenadas. El exponente a puede interpretarse como un principio alométrico básico
que refleja la pauta general esperada del incremento de Y en función del incremento
del tamaño corporal (X), mientras que las desviaciones de las especies individuales de
la tendencia general (sus valores residuales) pueden verse como el reflejo de
adaptaciones especiales. En el caso del tamaño cerebral, por ejemplo, es de esperar
que en general aumente con el tamaño corporal, pero las especies individuales de un
tamaño corporal dado pueden tener cerebros mayores o menores que lo esperado
(valores residuales negativos o positivos). El concepto de «tamaño cerebral relativo»,
comúnmente expresado como «coeficiente de encefalización», se basa en la idea de
que una especie puede tener un cerebro relativamente pequeño o grande para su
tamaño corporal.
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Figura 1: Ilustración de los tres problemas estadísticos fundamentales del análisis
alométrico. Problema 1 (gráfica superior): los resultados pueden verse afectados por la
elección del método de ajuste. Aun cuando la correlación es aquí relativamente alta (r =
0,96), la recta de regresión ajustada por cuadrados mínimos (L) y la obtenida por el método
del eje principal reducido (R) no coinciden. El punto señalado por la flecha está sobre la
recta de regresión, pero bastante por encima del eje principal reducido. La regresión
cuadrática minimiza sólo las desviaciones a lo largo del eje Y, mientras que el método del eje
principal reducido minimiza las desviaciones respecto de ambos ejes (área del triángulo
sombreado). Problema 2 (gráfica central): los subconjuntos de especies pueden estar
separados por saltos cualitativos, de manera que, aun obedeciendo la misma ley alométrica
(misma pendiente), pueden diferir en la ordenada en el origen. En este caso, las tres rectas
ajustadas para cada subconjunto por separado tienen una pendiente muy diferente de la
ajustada para el conjunto de puntos. Problema 3 (gráfica inferior): los taxones individuales
que se comparan pueden no ser estadísticamente independientes al estar filogenéticamente
emparentados. (Nota: los ejes de las tres gráficas son logarítmicos.)
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periodo de gestación cuatro veces mayor que el de un mamífero altricial típico
(Martin y MacLarnon, 1985; Martin, 1989a). En este caso se detecta fácilmente la
existencia de dos grados principales en el conjunto de datos.
El tercer problema en el análisis alométrico es que, debido a las relaciones de
parentesco dentro del árbol filogenético, los taxones individuales que se comparan
pueden no ser estadísticamente independientes (Felsenstein, 1985). La ausencia de
independencia estadística puede sesgar los resultados obtenidos. Un intento de
eliminar este problema es el método de los contrastes (Harvey y Pagel, 1991; Purvis y
Rambaut, 1995), que examina la alometría de las diferencias entre pares sucesivos de
taxones en un árbol filogenético en vez de los datos brutos. Sin embargo, una
simulación simple muestra que el método de los contrastes también puede dar
resultados equívocos cuando hay saltos cualitativos (como en el caso de los periodos
de gestación). En los resultados que presentaré, la aplicación del método de los
contrastes da esencialmente los mismos resultados que el análisis de los datos brutos,
excepto allí donde los saltos cualitativos múltiples crean problemas.
El análisis de los datos brutos para muestras grandes de especies de mamíferos
placentarios ha dado valores consistentes del exponente alométrico cercanos a 0,75
para la alometría del tamaño cerebral respecto del tamaño corporal (Armstrong, 1983;
Bauchot, 1978; Eisenberg y Wilson, 1978; Hofman, 1982; Martin, 1981; Martin y
Harvey, 1985). En un intento inicial de eliminar cualquier sesgo debido al diferente
grado de parentesco entre las especies comparadas, los datos originales de las
especies individuales se fueron promediando para niveles taxonómicos de rango
creciente (género, subfamilia, familia, superfamilia) con objeto de obtener valores
taxonómicamente equilibrados para los órdenes. Cuando se aplicó este método a una
amplia muestra de 883 especies de mamíferos placentarios pertenecientes a 15
órdenes distintos se obtuvo un exponente alométrico de 0,77 (Harvey y Bennett,
1983; véase también Martin y Harvey, 1985). Sin embargo, cuando se aplicó el
método de los contrastes a datos de tamaño cerebral y corporal en mamíferos
placentarios, el valor empírico estimado de a se redujo a 0,69 (Harvey y Pagel, 1991).
Una posible explicación de esto es que el método de los contrastes eliminó un sesgo
persistente en los datos brutos debido al diferente grado de parentesco filogenético.
Una explicación alternativa, sin embargo, es que el método de los contrastes dio un
resultado equívoco debido a los saltos cualitativos múltiples en la evolución de los
mamíferos placentarios. De hecho, si se lleva a cabo un análisis simplificado a un
nivel taxonómico alto (con lo que se reduce el efecto de los saltos cualitativos)
calculando contrastes independientes entre valores promediados para los órdenes de
mamíferos placentarios, el exponente alométrico que se obtiene es 0,75, y éste es el
valor que he aceptado como base más fiable para el análisis que sigue.
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Valores residuales del peso cerebral (Escala Logarítmica)
Figura 2a: a. Valores residuales de la alometría del peso cerebral en los mamíferos
placentarios modernos. Los primates exhiben un valor medio mayor que los de otros
mamíferos, pero también hay cierto grado de solapamiento. Después de la especie humana
(caja negra), los mayores tamaños cerebrales relativos corresponden a los delfines (orden
Cetáceos) y no a otros primates.
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Valores residuales de la tasa metabólica basal (Escala Logarítmica)
Figura 2b: Valores residuales de la alometría del metabolismo basal en los mamíferos
placentarios modernos. A diferencia de lo que ocurre con el tamaño cerebral relativo, los
primates, nosotros incluidos (caja negra), no muestran un valor medio superior al de otros
mamíferos.
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Figura 3: Alometría del peso cerebral neonatal relativo al peso corporal neonatal en
primates (símbolos negros) y no primates (símbolos grises). Se aprecia un salto cualitativo:
los primates tienen un cerebro de tamaño aproximadamente doble para un peso neonatal
dado.
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tampoco difieren de los gibones en este aspecto (figura 4). Entre los hominoideos
vivos, la única especie realmente excepcional es Homo sapiens, con un cerebro tres
veces mayor de lo esperado para su peso corporal. De hecho, entre los mamíferos
placentarios los valores residuales más altos aparte del nuestro no corresponden a
otros primates, sino a los delfines (véase figura 2a, orden cetáceos).
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en yeso de Hürzeler. Midiendo el agua desplazada por la caja craneana y aplicando
unos cuantos factores de corrección, determinaron un intervalo de 276 cc a 529 cc
(valor medio: 403 cc), comparable al de los chimpancés y orangutanes pero por
debajo del de los gorilas, de donde concluyeron que Oreopithecus era semejante a los
grandes antropomorfos modernos. La reconstrucción de Hürzeler sería luego
cuestionada por Szalay y Berzi (1973), quienes señalaron la presencia de una cresta
sagital definida y una cresta nucal con una fuerte orientación vertical. También
señalaron que Hürzeler había incluido vértebras aplastadas en su reconstrucción de la
base del cráneo, lo que sobredimensionaba el volumen de la caja craneana. La
conclusión de esta revisión fue la siguiente (pág. 185): «El examen del cráneo
aplastado revela que un valor de 200 cm3 o poco más para el volumen cerebral de
Oreopithecus bambolii es una estimación generosa». Más recientemente, Harrison
(1989) ofreció una estimación aún más baja de 128 ± 45 cc para la capacidad
craneana de Oreopithecus, inferida indirectamente a partir del tamaño del foramen
magnum.
Mediante un análisis de regresión múltiple sobre cuatro dimensiones articulares
del esqueleto poscraneal (diámetro de la cabeza femoral; anchura del cóndilo lateral
femoral; diámetro rotular; anchura máxima de la superficie articular radial distal),
Jungers (1987) estimó el peso corporal del espécimen IGF 11778 de Oreopithecus en
unos 32 kg. Tras examinar diversas medidas del tamaño cerebral relativo, concluyó
que «parece haber sido menor que la que se observa en los hominoideos actuales».
Más tarde Harrison (1991) ofreció nuevas estimaciones del tamaño corporal de
Oreopithecus (30 kg para los machos y 15 kg para las hembras) y estableció que el
peso corporal del espécimen del que se había estimado la capacidad craneana era de
unos 35 kg. Aunque la estimación indirecta de 128 cc parece ser sorprendentemente
pequeña en comparación con los grandes antropomorfos modernos de tamaño
corporal parecido, he adoptado provisionalmente este valor, junto con un peso
corporal de 32 kg, para inferir el tamaño cerebral relativo en este hominoideo fósil.
En lo que respecta a Proconsul, hay un cráneo bastante completo, aunque
aplastado y distorsionado. Se trata del conocido espécimen R106 de Rusinga, antes
llamado «Proconsul africanus» y ahora rebautizado como Proconsul heseloni
(Walker et al., 1993). Bastantes años después se recogió una amplia muestra formada
por al menos 9 individuos atribuidos a la misma especie en el yacimiento de
Kaswanga, también en la isla de Rusinga, lo que hace de Proconsul heseloniuno de
los primates fósiles mejor documentados. Se ha estimado un peso corporal de 8-10 kg
para las hembras adultas y 13-15 kg para los machos adultos. Más recientemente se
ha inferido el peso corporal de Proconsul mediante ecuaciones para las dimensiones
de las articulaciones y las diáfisis de la tibia (Rafferty et al., 1995a, 1995b),
obteniéndose para P. heseloni una media general de 10,9 kg. Hay que señalar que, si
se acepta esta estimación, P. heseloni parece tener unos molares relativamente
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gruesos, lo que quiere decir que la inferencia del peso corporal a partir de las
dimensiones de los molares daría una sobreestimación.
La primera estimación de la capacidad craneana del cráneo R106 fue ofrecida por
Radinsky (1974), quien sugirió un valor de unos 150 cc, pero él mismo invalidaría
luego esta cifra aduciendo que «no es posible hacer una estimación razonablemente
precisa del volumen endocraneal a partir del espécimen» (Radinsky, 1979). Más tarde
se pudo reconstruir el cráneo gracias a dos fragmentos adicionales que durante largo
tiempo habían permanecido guardados junto a huesos de tortugas (Walker et al.,
1983). Estos fragmentos adicionales proporcionaron una conexión completa desde la
cara hasta el foramen magnun a lo largo de la línea media, lo que permitió medir
sobre un molde el arco que va desde la parte anterior de la impresión del lóbulo
frontal hasta el opistion. A partir de una muestra de 40 moldes endocraneales de
monos del Viejo Mundo, con un intervalo de tamaños corporales que abarcaba los
inferidos para Proconsul heseloni, se derivó mediante el método de los mínimos
cuadrados la siguiente ecuación de regresión para la relación entre la capacidad
craneana (C) y la longitud del arco medio (A): log10 C = 2,638·log10 A - 3,44
(r = 0,95). Esta ecuación se usó luego para obtener una estimación de 167 cc (límites
de confianza al 95%: 155 - 181) para la capacidad craneana de Proconsul heseloni. El
peso corporal se estimó a partir del segundo espécimen de Rusinga (R114), no del
todo maduro, por comparación directa con el colobo (Colobus polykomo)
obteniéndose un valor de unos 11 kg. Luego se aplicó una fórmula propuesta por
Holloway y Post (1982) para estimar el tamaño cerebral relativo, que resultó ser
superior al de cualquier antropomorfo moderno y también a los de las 11 especies de
monos con pesos corporales comparables (6,3 - 14 kg). Walker et al. (1983, pág. 525)
concluyeron que «P. africanus tenía un cerebro relativamente mayor que el de los
monos actuales de tamaño similar». Esta conclusión fue confirmada por mí mismo
sobre la base de un amplio estudio comparativo que indicaba que el tamaño cerebral
relativo de Proconsul (según las estimaciones de Walker et al., 1983) era mayor que
el de cualquier antropomorfo moderno y se situaba en el límite superior de los simios
no humanos modernos (Martin, 1990): «Si las estimaciones del tamaño cerebral y
corporal de Proconsul africanus son correctas, esto significa que esta especie es
excepcional entre los primates fósiles al tener un cerebro mayor que la mayoría de
sus parientes modernos. Es concebible que el tamaño cerebral relativo haya
permanecido estable o incluso haya disminuido durante la evolución de los grandes
antropomorfos. La alternativa es que Proconsul africanus haya sido un caso inusual
entre los simios de su época. Sólo el estudio del material craneal de otros simios
miocénicos puede resolver esta cuestión».
Hay que decir que Leutenegger (1984) criticó la inferencia del tamaño cerebral
relativo de Proconsul hecha por Walker et al. (1983) sobre la base de que deberían
haber usado un exponente alométrico más bajo, y sentenció que su aproximación
conducía a resultados «obviamente erróneos, como que los gorilas estarían por debajo
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de los monos menos encefalizados y que en el límite superior de encefalización los
monos sobrepasarían a los antropomorfos por un margen considerable». (No está
claro ni mucho menos por qué este resultado debería contemplarse como
«obviamente erróneo».) Leutenegger hizo dos cálculos alternativos, el primero con
un exponente alométrico de 0,23 (considerado más adecuado para la comparación
dentro de un grupo taxonómico pequeño como el de los hominoideos) y el segundo
aplicando el «índice de neuronas extra» de Jerison (1963). Ambos tratamientos
dieron el mismo resultado, el cual situaba a Proconsul dentro del rango de los monos
y claramente por debajo de los antropomorfos. Sobre esta base, Leutenegger llegó a
la conclusión de que «aunque P. africanus pueda compartir varios rasgos derivados
con los antropoides existentes, no parece que el tamaño cerebral relativo sea uno de
ellos» (pág. 287). Sin embargo, los valores más bajos de los exponentes alométricos
calculados para grupos taxonómicos pequeños podrían ser, al menos en parte, un
artefacto estadístico (Pagel y Harvey, 1988) y el «índice de neuronas extra» de
Jerison sigue siendo controvertido. Es más, sigue siendo cierto que el tamaño cerebral
relativo de los grandes monos cae dentro del rango de tamaños cerebrales del resto de
simios, mientras que el de Proconsul heseloni (de acuerdo con las figuras de Walker
et al., 1983) supera el de los antropoides modernos (véase figura 4).
Página 175
Figura 4: Índices de capacidad craneana para simios vivos y para hominoideos fósiles
(calculados según la fórmula de Martin, 1990). Nótese que los grandes antropomorfos
modernos (C = chimpancé, G = gorila, O = orangután) no se distinguen ni de los
antropomorfos menores (H = gibón, S = siamang) ni de los monos. De hecho, el primate vivo
que más se nos acerca es un mono del Nuevo Mundo (Cebus). Oreopithecus tiene un
índice inferior al de cualquier simio vivo. Para Procónsul se dan dos valores; el más alto
(de Walker et al., 1983) lo sitúa por encima de los grandes monos, y el más bajo (basado en
estimaciones provisionales recientes de la capacidad craneana y el peso corporal) está
dentro del rango de los antropomorfos modernos.
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radio de éste era de unos 10 mm. Aquí la fórmula de Martin (1990) da una capacidad
craneana estimada de 228 cc. Todas estas mediciones indican una capacidad craneana
en tomo a los 200 cc. Por otro lado, es muy posible que el peso corporal del individuo
al que perteneció el cráneo R106 fuera significativamente mayor que el valor medio
de 11 kg inferido para Proconsul heseloni. Esto se hace evidente cuando se compara
la reconstrucción de Martin Häusler con el cráneo del siamang (Hylobates
symphalagus), que pesa también alrededor de 11 kg. El cráneo reconstruido de
Proconsul heseloni es visiblemente mayor en todas las dimensiones, incluyendo
algunas no relacionadas con el volumen de la caja craneana. Es más, la fórmula de
Martin (1990) para el peso corporal inferido a partir de la longitud y anchura
máximas del cóndilo occipital (preservado en el lado derecho del cráneo R106, con
dimensiones 13,4 × 7,5 mm) da unos 21 kg. Mayor aún es el peso corporal inferido a
partir del área molar total (longitud máxima de la fila de dientes × anchura), que
resulta ser de 24 kg. Así pues, podemos atribuir al espécimen R106 una capacidad
craneana aproximada de 200 cc y un peso corporal en torno a los 20 kg. El tamaño
cerebral relativo que resulta es un 25% inferior al calculado tomando 167 cc y 11 kg
(Walker et al., 1983) y sitúa a Proconsul entre los gorilas y chimpancés modernos
más que en el límite superior de la distribución (figura 4). De todas formas,
Proconsul sigue teniendo un tamaño cerebral relativamente grande para una forma
miocénica y marcadamente mayor que el inferido para Oreopithecus.
Para explicar las diferencias de tamaño cerebral relativo entre las especies de
primates (o, más específicamente, el rápido incremento del volumen cerebral durante
la evolución de los homínidos) se han propuesto varias hipótesis alternativas. Todas
estas hipótesis pretenden dar respuesta a la misma pregunta: «¿Qué necesidad había
de un cerebro más grande? En otras palabras, buscan identificar presiones selectivas
particulares (por lo general una sola) que favorecieran un incremento progresivo del
tamaño cerebral. Una de tales hipótesis es que el tamaño cerebral relativo se
incrementa en respuesta a la complejidad social creciente. Se ha propuesto que una
red compleja de relaciones sociales requiere una capacidad de procesamiento
incrementada por parte del sistema nervioso central. Sin embargo, no hay evidencias
claras de que el volumen encefálico tenga alguna relación con variables simples
como el tamaño del grupo social. Por ejemplo, el aye-aye, que es con mucho el
prosimio con mayor cerebro, tiene un modo de vida virtualmente solitario. La
formación de grupos sociales cohesionados caracterizados por una interacción social
frecuente (comportamiento gregario) es algo propio de las especies diurnas. El lémur
anillado (Lemur catta), que constituye los grupos sociales de mayor tamaño entre los
prosimios, tiene un tamaño cerebral mucho menor que el del nocturno aye-aye, tanto
Página 177
en términos relativos como absolutos. Entre los antropomorfos, la variación de los
sistemas sociales no muestra ninguna correlación obvia con el tamaño cerebral
relativo, que crece en el orden siguiente: gorila, siamang, orangután, gibón,
chimpancé (véase figura 4). En lo que respecta al tamaño del grupo, los orangutanes
son virtualmente solitarios, los gibones viven en grupos familiares, y los gorilas
forman harenes. El chimpancé es difícil de clasificar, pues forma pequeños grupos de
composición flexible integrados en unidades sociales mayores (comunidad). Esto
quiere decir que una medida simple de la complejidad social, como el tamaño típico
de las partidas de individuos que se alimentan juntos, puede ser engañosa. Entre los
monos del Nuevo Mundo hay ejemplos similares. La organización social de los
monos araña (Ateles), de cerebro grande, se ajusta a una pauta de fisión-fusión con
partidas por lo general pequeñas, mientras que los monos aulladores (Alouatta), de
cerebro más pequeño, viven en grupos relativamente estables de machos y hembras
que pueden sumar hasta 20 individuos.
Una hipótesis bien distinta sostiene que el tamaño cerebral relativo se incrementa
en respuesta a la complejidad de la obtención del alimento. Dentro de los primates
hay una distinción muy marcada entre las especies comedoras de hojas (folívoras) y
las comedoras de frutas (frugívoras). En los monos del Viejo Mundo, por ejemplo, los
colobinos, típicamente folívoros, tienen tamaños cerebrales relativos menores que los
cercopitecinos, típicamente frugívoros (Martin, 1983). Más aún, el menor tamaño
cerebral relativo entre los cercopitecinos corresponde al gelada (Theropithecus), una
especie que se alimenta en gran parte de hierba (Martin, 1993) y se sitúa justo en el
límite entre colobinos y cercopitecinos. A la luz de esta evidencia se ha sugerido que
la búsqueda de frutas comestibles requiere una mayor capacidad de procesamiento
por parte del sistema nervioso central que la búsqueda de hojas, y que esto explica los
tamaños cerebrales relativamente mayores de los frugívoros. Esta explicación parece
bastante convincente a primera vista y se ajusta bastante bien a los datos de tamaños
cerebrales relativos de los hominoideos. El siamang, de cerebro relativamente
pequeño, es más folívoro que los otros gibones de mayor tamaño cerebral relativo, y
el gorila, que también es folívoro, tiene un cerebro comparativamente más pequeño
que los del orangután y el chimpancé, ambos predominantemente frugívoros.
Esta explicación resulta mucho menos convincente cuando, en vez de los
primates, se consideran los murciélagos. La comparación primaria en este caso es
entre frugívoros e insectívoros. Sucede que los primeros tienen, en promedio, un
tamaño cerebral relativo doble que el de los segundos (Eisenberg y Wilson, 1978).
Para explicar este hecho se sugirió una explicación similar a la propuesta para los
primates: «Las estrategias alimentarias que implican la localización de fuentes ricas
en recursos, aisladas en paquetes pequeños, parecen requerir una gran masa cerebral
en relación a la masa corporal». Sin embargo, no es nada obvio que atrapar insectos
en pleno vuelo mediante un sistema de sonar sea una tarea menos compleja que
buscar frutos inmóviles en los árboles.
Página 178
El principal problema de ambas hipótesis es que pretenden inferir una causalidad
a partir de una simple correlación bivariante entre tamaño cerebral relativo y otra
variable (complejidad social o complejidad alimentaria). En realidad hay una red
compleja de variables que tienen que ver con la obtención del alimento, la conducta,
la complejidad social, la biología reproductiva y el tamaño cerebral. Parece razonable
proponer que todas estas variables están conectadas por el factor central de la
disponibilidad de energía (véase el diagrama de flujo de la figura 5). Si, por ejemplo,
una dieta diaria de hojas proporcionase menos energía que una dieta de frutos,
entonces es probable que los folívoros muestren una actividad locomotora limitada en
comparación con los frugívoros (lo que se reflejaría en recorridos diarios más cortos
y territorios menos extensos), formen grupos sociales menores e inviertan menos en
reproducción. Es más, si hay alguna conexión entre disponibilidad de energía y
tamaño cerebral, esto por sí solo podría explicar la diferencia observada entre tamaño
cerebral relativo y dieta. De hecho, hay evidencias de que, entre los mamíferos
placentarios, los frugívoros tienden a poseer mayores tasas metabólicas básales que
los folívoros o los insectívoros (McNab, 1980, 1986). Esto podría explicar por qué
los monos frugívoros tienen cerebros mayores que los folívoros y por qué los
murciélagos frugívoros tienen cerebros mayores que los insectívoros.
Página 179
Figura 5: Diagrama de flujo que ilustra la red potencial de relaciones entre conducta
alimentaria, locomoción, complejidad social, biología reproductiva y tamaño cerebral. Es
razonable proponer que todas estas variables están interconectadas por el factor central de
la disponibilidad de energía. Aunque un análisis bivariante simple puede mostrar
correlaciones entre conducta alimentaria u organización social y tamaño cerebral, éstas no
tienen por qué indicar conexiones causales directas. Por ejemplo, si la conducta alimentaria
determina el suministro de energía y este último determina a su vez el tamaño cerebral,
existirá una correlación secundaria entre tamaño cerebral y conducta alimentaria.
Página 180
buena razón para pensar que, al menos en parte, la explicación de los cerebros
relativamente grandes de los primates debería buscarse en su desarrollo más que en
su condición adulta.
Una variante de la hipótesis de que el tamaño cerebral está directamente ligado a
la disponibilidad de energía es la «hipótesis del tejido costoso» propuesta
recientemente por Aiello y Wheeler (1995). Estos autores explican la diferencia de
tamaño cerebral relativo entre primates folívoros y frugívoros en términos de un
compromiso energético entre tamaño cerebral relativo y volumen intestinal relativo.
Entre los primates, las especies folívoras tienen tractos digestivos más voluminosos
que las frugívoras para cualquier tamaño corporal, y se argumenta que los tejidos
intestinales, como los cerebrales, demandan mucha energía. En consecuencia, se
sugiere que los folívoros adultos no pueden permitirse cerebros grandes porque deben
dedicar más energía a la digestión. Aunque esto podría explicar hasta cierto punto por
qué las especies pueden tener distintos tamaños cerebrales aunque tengan tasas
metabólicas comparables, no parece que esto sea suficiente para explicar la
considerable variación de tamaño cerebral relativo que se observa entre los
mamíferos. De hecho, la «hipótesis del tejido costoso» adolece de un serio defecto.
Aunque es cierto que los mamíferos folívoros suelen tener tractos digestivos más
voluminosos que los frugívoros en relación al tamaño corporal, los insectívoros
típicos tienen tractos digestivos menores que los de los frugívoros para cualquier
tamaño corporal (Chivers y Hladik, 1980; Martin et al., 1985). Así, aunque a primera
vista el compromiso entre el tamaño cerebral relativo y el volumen intestinal relativo
podría explicar por qué los primates frugívoros tienen cerebros mayores que los
folívoros, no puede explicar por qué los murciélagos insectívoros tienen cerebros
menores que los frugívoros.
Una hipótesis radicalmente diferente que invoca una conexión entre la
disponibilidad de energía y el tamaño cerebral es la «hipótesis de la energía
maternal» (Martin, 1983, 1996). La idea nuclear de esta hipótesis es que son los
recursos energéticos de la madre los que limitan el desarrollo del cerebro durante la
vida fetal y el periodo de lactancia. El cerebro es un órgano inusual en el sentido de
que se desarrolla muy rápidamente y alcanza muy pronto un tamaño próximo al
definitivo. En los seres humanos, por ejemplo, el tamaño cerebral adulto se alcanza
hacia los cinco años (figura 6), y en los primates no humanos incluso antes (Martin,
1983). En consecuencia, la mayor parte del crecimiento cerebral tiene lugar durante
la gestación y la lactancia, cuando la provisión de recursos por parte de la madre es
claramente un factor clave. Hay datos que sugieren que el desarrollo cerebral es
especialmente costoso en términos metabólicos (Crawford, 1992). Es más, dado que
el cerebro se desarrolla muy pronto en la vida, representa una mayor proporción del
peso corporal neonatal e infantil. En los seres humanos, por ejemplo, el cerebro
representa aproximadamente un 10% del peso corporal neonatal y sólo un 2% del
peso corporal adulto. Se sabe que el tejido cerebral es caro en términos energéticos en
Página 181
comparación con la mayoría de tejidos corporales (Aschoff et al., 1971; Aiello y
Wheeler, 1995). Para los seres humanos, se ha calculado que el cerebro adulto
consume aproximadamente el 11% de la energía corporal en reposo, mientras que en
los recién nacidos este porcentaje puede llegar hasta el 60%. Todos estos hechos
sugieren que el desarrollo cerebral infantil supone una inversión relativamente
costosa para las madres mamíferas.
Figura 6: Crecimiento del cerebro desde el nacimiento hasta la edad adulta en los seres
humanos modernos. El tamaño cerebral adulto se alcanza hacia los 5 años; para mayor
claridad se ha ampliado este periodo inicial en la figura. (Datos de Vierordt, 1890.)
Página 182
gestación largos produzcan hijos con cerebros mayores que los de las madres con
periodos de gestación cortos. Esto puede comprobarse examinando los valores
residuales del tamaño cerebral adulto en relación con la tasa metabólica basal. La
correlación positiva es relativamente débil (como cabe esperar de un vínculo
indirecto entre la tasa metabólica maternal y el tamaño cerebral adulto de su
descendencia), pero si se suman los residuos del periodo de gestación a los de la tasa
metabólica basal, con lo que se tiene en cuenta el hecho de que la inversión
energética diaria acumulada en el desarrollo cerebral fetal por la madre aumenta con
el tiempo que dura dicha inversión, se obtiene una correlación marcadamente mejor
con los valores residuales del tamaño cerebral adulto. Este resultado, predecido por la
hipótesis de la energía maternal, no es predecido por ninguna de las hipótesis
alternativas que proponen una conexión directa entre el tamaño cerebral relativo y el
metabolismo basal relativo.
Un problema básico en todo estudio comparativo de esta clase es que puede haber
implicada toda una red de factores, como se indica en el diagrama de flujo de la
figura 5. En el análisis bivariante (por ejemplo, la correlación entre el tamaño
cerebral y el volumen del tracto digestivo) siempre es posible que cualquier
correlación observada refleje la influencia de una tercera variable no considerada. La
inferencia de una conexión causal nunca debería basarse en un único análisis
bivariante. Una forma de tratar este problema es calcular coeficientes de correlación
parcial, preguntándose cuál es la correlación remanente entre tamaño cerebral y una
variable de interés cuando se excluyen los efectos de otras variables. Por ejemplo, si
se calculan correlaciones dos a dos entre tamaño cerebral, periodo de gestación,
metabolismo basal y peso corporal, se obtiene una correlación alta en cada caso; sin
embargo, el análisis de correlación parcial entre estas cuatro variables (Martin, 1996)
revela que el peso corporal, el periodo de gestación y la tasa metabólica basal
muestran correlaciones parciales aproximadamente iguales con la masa cerebral. Un
hecho interesante es que la correlación entre el periodo de gestación y el peso
corporal se esfuma cuando se tienen en cuenta la tasa metabólica basal y el tamaño
cerebral, como sería de esperar si la relación entre metabolismo basal y tamaño
cerebral estuviera mediada por el periodo de gestación. Más interesante aún es la
desaparición de la fuerte correlación positiva original entre periodo de gestación y
metabolismo basal, que en el análisis de correlación parcial es reemplazada por una
débil correlación negativa. Esta inversión es predecible también a partir de la
hipótesis de la energía maternal: si lo demás no cambia, una madre puede producir
una descendencia de gran cerebro a través de una tasa metabólica relativamente alta o
a través de un periodo de gestación relativamente largo. Ambas cosas pueden ir
juntas, pero tal vez representen respuestas alternativas. Hay una interesante
ilustración de esto entre los prosimios. Entre los lorisiformes, los gálagos (Galaginae)
y los loris (Lorisinae) tienen tamaños cerebrales similares a pesar de que los primeros
suelen tener tasas metabólicas más altas. Resulta que el periodo de gestación relativo
Página 183
al tamaño corporal es significativamente más largo en los loris, con uno de los
valores residuales más altos entre los primates.
Parece probable, por lo tanto, que la hipótesis de la energía maternal pueda dar
cuenta de al menos algunas de las correlaciones simples que ligan el tamaño cerebral
adulto a aspectos individuales, como puede ser la dieta. Una interpretación revisada
de la hipótesis dietética sería que ciertos elementos de la dieta (insectos, hojas) se
correlacionan con tasas metabólicas bajas. Como consecuencia, las madres de las
especies implicadas tendrán menos energía disponible para el desarrollo cerebral de
la descendencia, aunque esta restricción puede contrarrestarse alargando el periodo de
gestación. Por regla general, sin embargo, la descendencia de las especies comedoras
de hojas o insectos tendrá cerebros relativamente pequeños.
La hipótesis de la energía maternal puede dar cuenta de la existencia de
restricciones sobre el volumen encefálico, pero no prohíbe un incremento del tamaño
cerebral en respuesta a presiones selectivas específicas. De hecho, los datos se ajustan
muy bien a un modelo bifásico para la evolución del tamaño cerebral propuesto
recientemente por Aboitiz (1996), quien sugirió la distinción entre un incremento
encefálico pasivo reflejo del tamaño corporal adulto y un incremento activo en
respuesta a presiones selectivas específicas. Este incremento activo probablemente
afectaría a partes individuales del encéfalo, aunque al final se reflejaría en un
incremento del volumen encefálico total. Si se acepta este modelo, el incremento
«pasivo» en el tamaño encefálico podría atribuirse entre otras cosas a la influencia del
suministro maternal de energía (en forma de un mayor flujo energético o de un
periodo de gestación más largo), mientras que el incremento «activo» reflejaría
respuestas de partes individuales del encéfalo a presiones selectivas concretas. Sin
embargo, cualquier intento de vincular el incremento de partes cerebrales a una
presión selectiva específica debe acompañarse, como en el caso del tamaño cerebral
total, de medidas para evitar la trampa de las correlaciones espúreas entre variables.
Antes de concluir esta sección hay que comentar el hecho de que la tasa
metabólica basal no es más que un indicador indirecto y quizá cuestionable de los
recursos energéticos totales. Esta medida se adopta fundamentalmente por
conveniencia y porque representa el nivel mínimo de gasto de energía. Una medida
más relevante para la discusión de los presupuestos energéticos sería el flujo diario
total de energía. Sin embargo, las mediciones del consumo energético real sobre
animales en libertad son muy dificultosas y, en consecuencia, los datos escasean. Los
pocos datos disponibles indican que la alometría del flujo energético diario puede
diferir de la del metabolismo basal, de manera que las relaciones establecidas entre
este último y el tamaño cerebral pueden ser equívocas. Pero, una vez más, esto se
aplica primariamente a las hipótesis que invocan una conexión directa entre el flujo
de energía del animal adulto y su propio tamaño cerebral. Si el flujo energético diario
de un individuo adulto no se ajusta a la misma ley alométrica que su tasa metabólica
basal, tal conexión es cuestionable ya de entrada. Por el contrario, si la conexión
Página 184
sugerida es entre el metabolismo materno y el desarrollo cerebral de la descendencia,
entonces la tasa metabólica basal sí puede ser la medida más relevante. Así, durante
cerca de la mitad de las 24 horas del día, la actividad metabólica materna estará en el
nivel basal, lo que sería especialmente relevante para el desarrollo fetal.
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Figura 7: Variación en el tamaño cerebral de los machos y hembras adultos del gibón
Hylobates lar. El valor medio masculino es algo mayor que el femenino, al igual que
ocurre con el peso corporal. (Datos del archivo de Adolph Schultz.)
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los antropomorfos y otros primates no humanos, es que un cuerpo más grande
«necesita» de un cerebro más grande. Sin embargo, en esta explicación hay un punto
débil que se hace evidente cuando se considera el desarrollo del cerebro humano.
Como puede verse en la figura 6, la diferencia de masa cerebral entre los recién
nacidos de ambos sexos es nula, y sólo a partir de los dos años de edad comienza a
apreciarse una diferencia sistemática. Ahora bien, la división neuronal se completa
hacia la mitad del periodo de gestación, lo que quiere decir que es improbable que el
cerebro de un varón adulto contenga un número de neuronas significativamente
mayor que el de una mujer adulta a menos que el cerebro femenino sufra una mayor
pérdida posnatal de neuronas. También es concebible que en el cerebro masculino las
neuronas estén más interconectadas, pero esto no se ha demostrado. La diferencia de
tamaño entre los cerebros masculinos y femeninos podría ser simplemente una
cuestión de empaquetamiento neuronal, en consonancia con los distintos volúmenes
craneales de varones y mujeres. Una predicción que se deriva de esta interpretación
es que la densidad neuronal debe ser algo mayor en la corteza cerebral femenina que
en la masculina. Esto parece ser así al menos en lo que respecta a la corteza temporal
posterior (Witelson et al., 1995), aunque un estudio anterior más general no demostró
ninguna diferencia sistemática entre los cerebros masculino y femenino (Pakkenberg
et al., 1989). Por razones obvias, hay muy pocos datos comparativos disponibles
sobre el tamaño cerebral neonatal en los grandes antropomorfos, pero los hallazgos
en nuestra especie sugieren que el dimorfismo sexual entre los recién nacidos debe
ser reducido incluso en las especies con un dimorfismo sexual pronunciado en la fase
adulta.
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de los homínidos. Por otro lado, si se considera el rango máximo de tamaños
cerebrales absolutos de los grandes antropomorfos, Homo habilis no se sale del
mismo, mientras que los valores de Homo erectus son casi sin excepción mayores.
Podemos concluir, por lo tanto, que Homo habilis es el primer homínido cuyo tamaño
cerebral medio excede los valores medios de los grandes monos, mientras que Homo
erectus es el primer homínido con una gama de tamaños cerebrales absolutos por
encima del rango máximo de los grandes monos.
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Capacidad craneana (cc)
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Figura 9: Valores medios (círculos negros; cifras en negrita) y rangos (barras verticales
blancas; valores máximo y mínimo en cursiva) de capacidad craneana en 6 especies de
homínidos, incluido Homo sapiens. (Datos de homínidos fósiles tomados de Stanyon et
al., 1993; media y desviación típica para Homo sapiens tomadas de Tobias, 1971;
valores máximo y mínimo para Homo sapiens tomados de Vallois, 1954.) El sombreado
oscuro indica el rango de valores medios de los grandes antropomorfos (Gorilla gorilla;
Pan troglodytes; Pongo pygmaeus; sexos combinados). El sombreado claro indica
el rango de valores individuales de estos antropoides.
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Indice de capacidad craneana
Figura 10: Índices de capacidad craneana para las hembras de los grandes
antropomorfos, Australopithecus africanus y Homo sapiens (calculados
mediante la fórmula de Martin, 1990). El valor correspondiente a. Australopithecus
africanus excede el promedio de los grandes antropomorfos en cerca de un 50%. El valor
para el Homo sapiens viene a ser el doble del de Australopithecus africanus.
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es entre homínidos fósiles y grandes antropomorfos modernos. Éste es un ejemplo
más de la «falacia del abuelo congelado», en la que se asume inherentemente que una
o más formas vivas objeto de comparación han permanecido invariables desde su
divergencia a partir de un antecesor común. Los grandes antropomorfos modernos no
son los ancestros de los homínidos, y es improbable que el ancestro común de unos y
otros guardara un estrecho parecido con alguna especie de antropomorfo viviente.
Para tener una visión clara de la evolución del tamaño cerebral relativo en los
homínidos habría que determinar el tamaño cerebral relativo de los hominoideos
primitivos más próximos a la ascendencia común de los grandes antropomorfos y el
género humano. Como ya he dicho, por ahora nuestros datos se reducen a
estimaciones muy provisionales del tamaño cerebral relativo en Oreopithecus y
Proconsul, y un objetivo prioritario para el futuro debe ser la inferencia de valores
fiables de tamaños cerebrales y corporales en una amplia gama de hominoideos
primitivos.
La evidencia disponible sugiere que en los australopitecinos se aprecia ya un
incremento del tamaño cerebral relativo que constituye una tendencia general en el
curso de la evolución ulterior de los homínidos. Esto es interesante en sí mismo, pero
además plantea preguntas importantes acerca de la relación entre flujo de energía y
tamaño cerebral. Se puede demostrar, por ejemplo, que las dimensiones del tracto
digestivo humano están adaptadas a una alimentación de alta energía y digestión
relativamente fácil (Martin, 1989b), lo que sugiere que los australopitecinos ya
habían dado un primer paso en esa dirección. Una mayor disponibilidad de energía
sin duda se habría traducido en un refuerzo mutuo entre una actividad locomotora
incrementada y una mayor retribución de la búsqueda de alimento. Así, parece
bastante probable que la transición hacia el bipedismo ya identificable en los
australopitecinos esté ligada a un cambio en la dieta y el presupuesto energético.
Como ya he indicado, la hipótesis de la energía maternal establece que un incremento
de la disponibilidad de energía puede también propiciar un mayor desarrollo cerebral.
El incremento del tamaño cerebral relativo detectable en los australopitecinos puede
así conectarse con una mayor disponibilidad de energía a través de una inversión
maternal incrementada en el desarrollo cerebral de la descendencia.
Conclusiones
Esta revisión del tamaño cerebral en los primates, con especial énfasis en los
hominoideos, nos lleva a unas cuantas generalizaciones que en conjunto ofrecen una
nueva perspectiva. En primer lugar, hay que subrayar que la afirmación de que los
primates tienen cerebros mayores que los de otros mamíferos es cierta sólo en un
sentido muy restringido, y desde luego no en lo referente a tamaño cerebral absoluto.
Cuando se considera el tamaño cerebral relativo y se comparan los valores medios de
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los distintos órdenes de mamíferos, entonces sí que los primates se sitúan en lo más
alto. Pero cuando se consideran las especies individuales existe un considerable
solapamiento entre los primates y los otros mamíferos. Concretamente, los mamíferos
más próximos a nosotros en tamaño cerebral relativo no son otros primates, sino los
delfines. Otro resultado digno de mención es que los mayores tamaños cerebrales
relativos entre los primates no humanos corresponden a los monos capuchinos y no a
los antropomorfos. Cuando se tiene en cuenta el tamaño corporal, los grandes
antropomorfos no difieren del común de los monos en cuanto a volumen cerebral.
Los datos sobre capacidades craneanas de hominoideos fósiles son escasos en
extremo. Hasta ahora sólo se tienen estimaciones provisionales para Oreopithecus y
Proconsul. Como cabía esperar, Oreopithecus tenía un cerebro al parecer pequeño en
comparación con los antropomorfos modernos. En cambio, todo indica que Proconsul
heseloni tenía un cerebro sorprendentemente grande para una forma miocénica.
Según los valores que se asuman en los cálculos, esta especie se enmarca en el rango
de tamaños cerebrales de los monos y antropomorfos modernos o bien se sitúa en el
límite superior de la distribución. Urgen datos nuevos y más fiables sobre las
capacidades craneanas de los hominoideos fósiles.
La diferencia de tamaño cerebral relativo entre los primates en general y otros
órdenes de mamíferos puede atribuirse a una diferencia sistemática en el desarrollo
fetal de los primates que se traduce en una duplicación del tamaño encefálico
neonatal en relación al tamaño corporal. Esto, junto con el hecho de que buena parte
del desarrollo cerebral tiene lugar en los inicios de la vida, puede relacionarse con la
evidencia de una conexión indirecta entre el tamaño cerebral y tasa metabólica, lo
que nos lleva a la hipótesis de la energía maternal. Esta hipótesis propone que el
desarrollo del cerebro durante la vida fetal y la lactancia (y por lo tanto el tamaño
final del cerebro adulto) está acotado por los recursos energéticos maternos. Las
conexiones directas que se han propuesto entre el tamaño del cerebro adulto y el
comportamiento, como la búsqueda de alimento y las interacciones sociales
complejas, pueden explicarse como correlaciones secundarias derivadas de la
conexión básica entre desarrollo cerebral y recursos energéticos maternos. La
«hipótesis del tejido costoso», que sugiere un compromiso directo entre tamaño
cerebral y volumen del tracto intestinal, parece dar cuenta de las diferencias entre
monos y antropomorfos, pero entra en conflicto con otras líneas de evidencia. Los
esfuerzos por vincular el tamaño cerebral a rasgos específicos de la conducta y la
morfología adultas han caído repetidamente en el error de interpretar correlaciones
simples entre las variables individuales y el tamaño cerebral sin tener en cuenta la
compleja red de interacciones implicada. Tal correlación no debería equipararse con
una relación causal.
La variabilidad intraespecífica del tamaño cerebral, en particular la relativa al
dimorfismo sexual, ha sido un factor más bien ignorado. En los hominoideos el
tamaño cerebral máximo llega a duplicar el valor mínimo, sobre todo en las especies
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sexualmente dimórficas. Esta variabilidad debe tenerse en cuenta a la hora de
interpretar estimaciones del tamaño cerebral relativo hechas sobre especímenes
fósiles únicos.
La interpretación de la evolución del tamaño cerebral en la evolución de los
homínidos se ha visto confundida por la suposición ampliamente extendida de que los
australopitecinos gráciles mostraban un gran dimorfismo sexual. En realidad, todos
los datos disponibles sobre la capacidad craneana de Australopithecus proceden de
individuos identificables como hembras. La comparación entre las hembras de los
grandes antropomorfos, Australopithecus africanus y el género humano muestra que
los australopitecinos gráciles ya tenían cerebros relativamente grandes. Otra
dificultad para la interpretación del tamaño cerebral relativo de los homínidos fósiles
es que los grandes antropomorfos modernos no son equiparables a los verdaderos
ancestros de los homínidos; ambos grupos derivan de un antecesor común con un
tamaño cerebral relativo probablemente menor que el valor medio de los
antropomorfos modernos.
Agradecimientos
Referencias
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Página 202
Coloquio
Alejandro Pérez Pérez: Cuando usted habla de contrastar lo que sucede dentro
del grupo de los primates con lo que pasa en otros grupos de mamíferos, ¿hasta qué
punto cabe esperar que las pautas evolutivas o embrionarias sean siempre las
mismas? ¿No podrían darse variaciones significativas de un grupo a otro de
mamíferos?
Robert Martin: En lo que respecta a la evolución del cerebro, hasta donde yo sé
la pauta es siempre la misma. En la familia de los caballos, por ejemplo, cuyo registro
fósil es de los más completos, se observa un conspicuo aumento del tamaño cerebral
a lo largo de 50 millones de años. En todos los grupos animales en los que resulta
posible comparar formas eocénicas con sus descendientes modernos se observa
siempre un aumento importante del tamaño cerebral relativo. Esta es una regla
general entre los mamíferos; el mamífero más antiguo conocido tiene un tamaño
cerebral relativo mucho menor que el de cualquier mamífero actual. Lo que varía de
un grupo a otro es la tasa de aumento. Nuestro tamaño cerebral relativo se ha
multiplicado por 3 en menos de 5 millones de años; en ningún otro grupo de
mamíferos se ha dado un aumento tan espectacular, pero la pauta parece ser general.
Página 203
David Pilbeam: Tu estimación de un tamaño corporal de 20 kg para Proconsul es
un buen punto para discutir. Alam Walker, entre otros, ha estimado el tamaño
corporal de Proconsul heseloni a partir del astrágalo, un hueso del que hay bastantes
ejemplares, tanto de machos como de hembras, en su mayoría procedentes de
Rusinga, y ha obtenido un peso corporal del orden de 10 kg. Si damos por buena esta
estimación, entonces estamos ante un hominoideo muy interesante. ¿Cómo justificas
tu adopción de un peso corporal de 20 kg? Porque, si estuvieras en lo cierto, entonces
habría que poner en duda la taxonomía de los especímenes de Rusinga.
Robert Martin: Hay varias maneras de estimar el tamaño corporal. Una es la
distancia dentro del arco zigomático, que se correlaciona bien con el tamaño corporal
en los primates, pero que podría estar distorsionada en el caso que nos ocupa. La otra
posibilidad es el tamaño del cóndilo occipital. La anchura y la longitud máximas del
cóndilo occipital se correlacionan muy bien con el tamaño del cuerpo. Ambas
medidas dan una estimación de alrededor de 20 kg para el espécimen R106. Los
dientes proporcionan estimaciones aún mayores, pero ya hemos considerado la
posibilidad de que Proconsul fuera megadonto, en cuyo caso los dientes estarían
relativamente sobredimensionados y no serían una buena medida del tamaño
corporal. Sospecho que los casi 30 kg de peso que se obtienen a partir de los dientes
reflejan el hecho de que este espécimen tenía unos dientes muy grandes para su
tamaño corporal. De todas maneras, si aceptamos la estimación de Walker de 11 kg
de tamaño corporal y 167 cc de tamaño cerebral, obtenemos un tamaño cerebral
relativo del mismo orden que el que resulta de tomar 20 kg y 200 cc. Se mire como se
mire, Proconsul tenía un cerebro muy grande para un simio de hace 18 millones de
años.
Página 204
intentar confirmarlas luego. Si hago una predicción que después se confirma, pensaré
que estoy en el buen camino. Lo que realmente necesitamos es algún tipo de
simulación o método experimental que nos permita confirmar las predicciones. No sé
si han oído ustedes hablar de la impronta genómica. Siempre pensé que la mitad de
nuestros cromosomas eran matemos y la otra mitad paternos, y que los alelos
matemos y paternos funcionaban igual, pero ahora sé que hay cerca de 200 genes en
los cuales una de las dos versiones está desactivada. Para ver qué efecto tiene esto se
pueden crear quimeras de ratones con un 50% de células normales y otro 50% con
cromosomas paternos o maternos duplicados (se necesita una proporción mínima de
células normales para que los embriones se desarrollen). Hace un tiempo di una
conferencia en Cambridge en presencia de Barry Coburn, quien estaba trabajando en
experimentos de expresión genómica con quimeras. Cuando terminé me dijo: «Ven a
ver esto». Fuimos a su laboratorio y sacó del refrigerador dos lotes de embriones de
ratón. En los que tenían cromosomas paternos duplicados el cuerpo era más grande y
el cerebro más pequeño, mientras que en aquellos que tenían cromosomas maternos
duplicados el cerebro era más grande y el cuerpo más pequeño. Ésta es precisamente
la clase de efecto que yo había predicho. Se está discutiendo mucho si la impronta
genómica refleja un conflicto de intereses matemos y paternos. Sospecho que esta
inversión en el cerebro refleja de algún modo un interés evolutivo materno. Pero es
verdad lo que usted dice: trabajando sólo con correlaciones no se puede afirmar que
se ha encontrado una conexión causal; lo único que se puede decir es que existe una
causa probable.
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opinión personal es que la forma grande es una especie distinta, con un cerebro
mayor, y probablemente más cercana a nosotros. Pienso que los australopitecinos
eran monomórficos y que en la muestra que tenemos hay hembras y machos
mezclados. Pero podemos prescindir de esto si aceptamos que los individuos gráciles
son hembras con un peso corporal de 25 a 35 kg, cosa que nadie discute, con un
tamaño cerebral medio de 440 cc, cosa que tampoco nadie discute. Lo que se ve
entonces es que el tamaño cerebral relativo de las hembras de los australopitecinos
era mayor que el de las hembras de gorilas, chimpancés y orangutanes. Fueran o no
sexualmente dimórficos, si limitamos la comparación a las hembras vemos que los
australopitecinos tenían cerebros proporcionalmente más grandes que los de los
antropomorfos.
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DEBATE GENERAL
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De izquierda a derecha: Jordi Agustí, Jordi Sabater Pi, Salvador Moya, Robert Martin,
Jaume Bertranpetit (moderador del debate final), Meike Köhler, Peter Andrews y David
Pilbeam.
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Jaume Bertranpetit: Las reflexiones personales que voy a exponer tienen dos
vertientes, una como genético y otra como estudioso de la biología evolutiva. Aunque
apenas hemos hablado de genética, quisiera comenzar subrayando un punto
interesante que probablemente tendrá un impacto futuro importante en algunos de los
aspectos tratados y que ha provocado ya algunas discusiones, y es el esclarecimiento
de las relaciones filogenéticas entre las especies de primates actuales a través de los
estudios genéticos. Es evidente que estas investigaciones han dado mucha
información y van a seguir dándola en el futuro, y que las filogenias moleculares son
un avance importantísimo para la comprensión de la biodiversidad presente. En esto
seguramente estamos todos de acuerdo. Ahora bien, ¿es obligatorio calibrar el reloj
biológico? La respuesta, por el momento, es que sí, aunque mi opinión personal es
que en un futuro no muy lejano estaremos en condiciones de realizar dataciones
bastante precisas sobre material genético sin necesidad de calibraciones
paleontológicas. Puede que entonces se resuelvan algunas de las cuestiones que se
han planteado aquí, en especial la de si los antropomorfos tienen una edad mucho
menor de lo que se acepta hoy. En cuanto a la posibilidad de estudiar material
genético antiguo, en estos momentos creo que las perspectivas de obtener algún dato
de interés son escasas, aunque ésta es una opinión muy personal.
Desde el punto de vista de la biología evolutiva, la controversia más básica es la
que concierne a los caracteres en que debe fundamentarse la reconstrucción de una
filogenia. ¿Tenemos que basarnos en la morfología? Y si es así, ¿en qué caracteres
debemos fijarnos? La pregunta que yo haría tanto a Peter Andrews como a Meike
Köhler es si los caracteres en los que os habéis basado permiten realmente reconstruir
una filogenia o bien los habéis definido en función de unos resultados vislumbrados
previamente de manera intuitiva; en otras palabras, ¿cómo sabemos que los
cladogramas que habéis expuesto no son sólo una justificación estadística de una
intuición previa? Otra pregunta que me planteo tiene que ver con las convergencias.
¿Han sido realmente tan numerosas como algunas veces se ha sugerido? Pienso que
muchas de estas convergencias son dudosas, porque se aducen demasiados factores
poco probables. ¿Qué otros caracteres podrían usarse para la reconstrucción
filogenética? ¿Tiene algo que ofrecernos la etología o ésta no pasa de ser un
epifenómeno que estudiamos desde nuestra perspectiva cultural y que en realidad no
tiene una relación clara con la filogenia? Porque, así como no es posible reconstruir el
protolenguaje humano debido a la gran divergencia de las diferentes familias
lingüísticas, la diversificación potencial del comportamiento podría ser tan amplia
que el estudio de las conductas, aun restringiéndonos a los primates, podría no estar
diciéndonos nada de la historia. ¿Sabemos discernir entre la filogenia y lo que
podríamos llamar «la circunstancia»?
Otro aspecto que quisiera sacar a colación es el uso de la idea de ahorro de
energía. Este es un concepto que para nosotros resulta inteligible en términos
económicos, pero ¿hasta qué punto lo «entiende» así la naturaleza? ¿Se optimiza el
Página 209
consumo de energía en la medida que sugieren las ponencias de Bob Martin y
Salvador Moyà?
Mi última reflexión concierne al bipedismo. Me alegra que Salvador Moyà nos
haya mostrado que ha existido más de un proceso hacia el bipedismo, porque pienso
que éste es un fenómeno que quizá no debería llamarnos tanto la atención. Si
pensamos en adaptaciones como la pérdida del vuelo en las aves, que ha
evolucionado con gran rapidez en varias ocasiones, podemos contemplar el
bipedismo como una modificación morfológica que, simplemente, evolucionó muy
deprisa. El hecho de que no dispongamos de fósiles que nos permitan discernir sus
inicios quizá se explique simplemente por una velocidad de evolución especialmente
elevada.
Página 210
Peter Andrews: Para comenzar, quisiera subrayar que el único criterio válido para
determinar las relaciones filogenéticas es la homología. Lo que nos permite la
ontogenia es identificar homologías en las que basar la filogenia. En cuanto a la
calibración del reloj molecular, primero hay que identificar un fósil como el
hominoideo más antiguo y, una vez datado, se puede utilizar esta referencia para
calibrar un punto del reloj, en relación al cual se determinan las otras fechas. Me
pregunto cómo podría efectuarse dicha calibración sin recurrir al registro fósil.
Página 211
más fácil manejar fórmulas matemáticas que fósiles, pero nadie puede afirmar que
tiene el árbol filogenético correcto. Cada autor tiene su propio árbol, obtenido a partir
de distintas fuentes de información. Pero la pregunta es: asumiendo que tenemos el
árbol correcto, ¿cómo asignamos fechas a las distintas ramas? Hoy por hoy, esto sólo
puede hacerse recurriendo a datos paleontológicos. Puede que alguien idee otro
procedimiento en el futuro, pero yo no lo veo factible. El problema está en las tasas
de evolución variables. Si consideramos los primates, se ha demostrado que la tasa de
mutación del ADN de los lemúridos es más baja que en cualquier otro grupo. No
sabemos por qué esto es así, pero si hay diferencias en las tasas de evolución es muy
difícil tener un reloj fiable. La gente habla del reloj molecular como si nos diese la
hora exacta. Si la desincronización no pasara en ningún caso de dos minutos sería
perfecto, pero cuando las diferencias son de una o dos horas la cosa cambia, y creo
que éste es el estado actual de la cuestión. Otro problema importante es la interacción
entre paleontólogos y genéticos moleculares. Los últimos piden a los primeros una
fecha para calibrar el árbol, cuando de hecho deberían tomarse varias para repartir el
riesgo entre las distintas ramas. Pero casi siempre se toma una sola fecha y se asume
que la tasa de mutación es la misma para todas las ramas. Por otra parte, el registro
fósil está muy fragmentado. Yo estimo que apenas conocemos un 3% de las especies
de primates que han existido, y nos basamos en este escaso 3% de especies conocidas
para construir nuestros árboles evolutivos. Si encontramos un fósil cuya morfología
nos indica inequívocamente que es un hominoideo, lo único que podemos afirmar es
que la divergencia entre monos y antropomorfos tuvo que ser anterior a la edad del
nuevo fósil. No podemos saber hasta qué punto es anterior, y cuanto más incompleto
sea el registro fósil mayor será el margen de error. Datos recientes sugieren que los
primates podrían haber aparecido no hace entre 60 y 65 millones de años como hasta
ahora se creía, sino hace entre 95 y 100 millones de años. Si esto se confirma
tendremos que recalibrar todas las fechas del árbol de los primates. Lo que quiero
subrayar es que nuestros árboles filogenéticos son poco fiables en este aspecto. Los
paleontólogos hacemos lo que podemos, pero debemos ser conscientes de que
nuestros métodos son mejorables y de que nuestro cuadro de especies fósiles es muy
incompleto. Creo que todos los grupos de primates de los que estamos hablando,
incluidos los grandes antropomorfos y los homínidos, evolucionaron mucho antes de
lo que se piensa. Me atrevo a predecir que dentro de veinte años todo el mundo
compartirá esta opinión. Algunos paleontólogos se enfadan conmigo cuando me oyen
afirmar esto, pero yo les diría que, de confirmarse, tienen su empleo garantizado para
los próximos 30.000 años.
El segundo problema planteado por Bertranpetit es el de las convergencias. Esta
es una cuestión fundamental, especialmente en lo que respecta a los datos genéticos.
Si dos ácidos nucleicos presentan la misma secuencia de bases, no hay manera de
discernir si estamos o no ante un caso de convergencia. Cuando se trata de caracteres
morfológicos al menos tenemos herramientas para distinguir las convergencias de las
Página 212
homologías. Esta es una limitación de los análisis genéticos que suele pasarse por
alto. Yo calculo que cerca de la mitad de las similitudes entre secuencias de bases o
aminoácidos son producto de la convergencia. Estas similitudes aparentes deben
tenerse en cuenta a la hora de reconstruir árboles filogenéticos, por lo que
necesitamos métodos objetivos para identificar los casos de convergencia genética.
En cuanto al uso del ahorro de energía como argumento evolutivo, sólo diré que
todo el mundo en biología tiende a asumir que la selección natural favorece la
eficiencia. La idea de que las estrategias alimentarias de los animales optimizan el
consumo de energía se sustenta en un buen número de observaciones y algunos
experimentos muy bonitos. Pero mi hipótesis de la evolución cerebral no requiere una
optimización del uso de la energía. Lo único que digo es que cada madre dispone de
cierta cantidad de energía, parte de la cual se invertirá en el desarrollo de sus crías.
Mi propuesta se reduce a afirmar que existe una relación entre el tamaño del cerebro
de las crías y la disponibilidad de energía de la madre, sin que ello implique una gran
eficiencia en el uso de dicha energía. Lo único que se requiere es que todos los
mamíferos sean más o menos igual de eficientes.
Estoy convencido de que hay más de una clase de bipedismo. Estoy seguro de que
el futuro nos deparará descubrimientos inesperados. Cada vez que aparece un nuevo
fósil nos encontramos con alguna sorpresa, y es lógico que así sea, porque sólo
conocemos un escaso 3% de la diversidad de primates fósiles. Aunque el registro
fósil de los hominoideos es bastante completo, es obvio que no lo sabemos todo al
respecto. Para mí es absolutamente esperable que entre los numerosos experimentos
evolutivos de los hominoideos se incluyeran diferentes tipos de locomoción, entre
ellas la bípeda.
Salvador Moyà: En cuanto a cuáles son los caracteres relevantes para reconstruir
una filogenia, es cierto que el problema de la validez de los rasgos considerados surge
con demasiada frecuencia al investigar las relaciones filogenéticas de un fósil. No
hace mucho, Meike Köhler y yo publicamos un artículo sobre la filogenia de unos
fósiles concretos basándonos en unos caracteres determinados. Pues bien, otro autor,
estudiando los mismos ejemplares y basándose en caracteres hasta cierto punto
parecidos, llegó a unas conclusiones absolutamente opuestas. ¿Qué está ocurriendo
aquí? Yo creo que los deseos de los autores tienen un papel a veces no tan
inconsciente. A mí me parece que todos somos bastante conscientes de que tendemos
a valorar más positivamente nuestras hipótesis favoritas en relación a las de los otros
autores. Este es un riesgo inherente al hecho de que las filogenias son obra de seres
humanos, y ciertamente hay que intentar evitarlo. Estoy de acuerdo en que hace falta
algún tipo de iniciativa urgente para mirar de resolver estos problemas de cara a las
investigaciones futuras.
Página 213
Jordi Sabater Pi: Como etoprimatólogo, pienso que la etología de campo de los
primates es la única vía que tenemos para hacer inferencias sobre la conducta de
nuestros supuestos ancestros. La paleontología es como una progresión en la
oscuridad, una ciencia detectivesca que puede resultar muy emocionante y que
admite elucubraciones para todos los gustos y circunstancias, pero yo creo que la
primatología es una ayuda extraordinaria. Es una gran suerte que todavía podamos
observar chimpancés, gorilas y orangutanes en libertad. Aparte de su interés
intrínseco, detrás de estos estudios está el anhelo humano innato de conocer sus
propios orígenes. Pienso que sería muy interesante que paleontólogos y primatólogos
colaborasen más estrechamente. No es que esta colaboración sea inexistente, pero yo
diría que hay cierto divorcio entre ambas visiones de la evolución humana.
Página 214
cierta manera frente a la fricción del aire está aplicando un criterio económico. Estos
principios económicos tienen que ver con la adaptación del sistema. Otra cosa son los
cambios catastróficos, que tienen que ver más con situaciones muy alejadas del
equilibrio. En esos casos sí que puede romperse la baraja y el sistema puede
evolucionar de una manera incluso arriesgada y no adaptativa. En estas
singularidades no es que fallen los principios económicos, sino que dejan de ser
aplicables.
Quisiera acabar con una reflexión sobre el bipedismo. Para mí, la verdadera
importancia del bipedismo reside en que es un estado preadaptado para la evolución
de la inteligencia. La postura bípeda es importante no por ella misma, sino por la
liberación de las manos. El concepto «mano» es crucial desde el punto de vista
epistemológico. Yo creo que es imposible acceder al conocimiento sin disponer de
una herramienta que nos permita convertir una idea teórica en un objeto o manipular
el entorno. Por muy inteligentes que sean los delfines, sus aletas representan una
barrera evolutiva que les impide pasar de la teoría a la práctica. ¿Por qué es tan
importante el bipedismo? Porque, partiendo de un estado cuadrúpedo previo, la mejor
manera de conseguir unas manos libres es sustentarse sobre las patas posteriores. Es
por esto por lo que la evolución del bipedismo es un tema de tanta trascendencia.
Página 215
ya tenían un cerebro agrandado en relación a sus ancestros. Si aceptamos esto, la
relación causa-efecto entre bipedismo y encefalización es debatible. No podemos
asegurar que el bipedismo precediera a la encefalización. Es muy fácil ligar el
agrandamiento del cerebro en el género Homo a la fabricación de herramientas de
piedra, pero si el cerebro comenzó a agrandarse en los australopitecos, entonces la
conexión ya no está tan clara y, por muy convincente que resulte, hay que
demostrarla. Uno de los problemas de la especie humana es que presenta rasgos
únicos de los que no existe ningún modelo animal comparable, y uno de ellos es la
postura bípeda. Como biólogo comparativo me encantaría que existieran otros
mamíferos bípedos con los que poder compararnos para buscar algún patrón común.
Si lo encontráramos quizá podríamos empezar a comprender la relación entre
bipedismo y encefalización, pero el caso es que no tenemos modelos animales en los
que basamos.
Jordi Sabater Pi: Por supuesto que el desplazamiento sobre los nudillos tiene una
explicación biomecánica. Esto es obvio, pero no me parece que sea incompatible en
Página 216
absoluto con la idea de que esta forma de locomoción es la antesala evolutiva del
bipedismo.
Página 217
Igualmente, creo que fue la adopción del bipedismo lo que propició la radiación de
los homínidos.
David Pilbeam: Esta es una analogía muy interesante. Pero yo diría que la
diversificación de los gibones se parece más a la de los antílopes que a la de los
homínidos. En estos últimos, además de una alta tasa de especiación vemos que unas
formas suceden a otras y las reemplazan, y lo que se obtiene al final es algo que
retrospectivamente puede interpretarse como un cambio direccional, cosa que no se
observa ni en los gibones ni en los antílopes. Esta es una diferencia que me parece
importante.
Robert Martin: Esta discusión es un claro ejemplo del sesgo que afecta a todas
nuestras teorías. Me gustaría recordar que, según mis propias estimaciones, sólo
conocemos un escaso 3% de la diversidad de primates que vivieron en el pasado. El
registro fósil de los ancestros de los antropomorfos modernos es inexistente. Sería
muy deseable tener más fósiles de hominoideos miocénicos, pero el caso es que no
sabemos nada de los ancestros de orangutanes, gorilas y chimpancés. Es posible que
la radiación de los homínidos haya sido más rápida y amplia que la de los grandes
antropomorfos, pero el registro fósil no nos permite confirmar esta hipótesis.
Debemos tener mucho cuidado, porque podemos estar formulando teorías sesgadas.
El tema de los fósiles vivientes, especies cuya morfología no parece haber
cambiado después de muchos millones de años, es muy interesante. Como ha dicho
David Pilbeam, los orangutanes de Borneo y de Sumatra han estado separados
durante millones de años, a pesar de lo cual tienen una morfología muy similar. Otro
ejemplo es el de los tarseros, que apenas han cambiado en 50 millones de años. En lo
que respecta a la genética molecular, yo diría que las variaciones que puedan darse en
las tasas de mutación del ADN son pequeñas en comparación con la variabilidad del
cambio morfológico. No hay, que sepamos, ninguna especie que pueda considerarse
un fósil viviente en lo que respecta a su ADN. Las moléculas mutan constantemente.
Página 218
En lo que respecta a la morfología, sin embargo, tenemos por un lado formas que
apenas se diferencian a pesar de estar distanciadas genéticamente y por otro lado
formas que, a pesar de su cercanía genética, muestran una gran divergencia
morfológica. Los seres humanos y los chimpancés son genéticamente idénticos en un
98%, pero huelga decir que somos muy diferentes en otros aspectos. El gorila tiene
una morfología cercana a la del chimpancé, a pesar de que está tan alejado
genéticamente de él como nosotros. La biología molecular no puede dar cuenta por el
momento de estas diferencias, porque sabemos demasiado poco acerca de las bases
moleculares de la morfología.
Página 219
Notas
Página 220
[1] Graecopithecus y Ouranopithecus son sinónimos de la forma griega <<
Página 221
Página 222