Estudio Sobre La Morada en El Tiempo de Esther Seligson - Jacobo Sefamí
Estudio Sobre La Morada en El Tiempo de Esther Seligson - Jacobo Sefamí
Estudio Sobre La Morada en El Tiempo de Esther Seligson - Jacobo Sefamí
Jacobo Sefamí
Universidad de California, Irvine
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Esther Seligson (México, 1941) estudió literatura española en la Universidad Nacio-
nal Autónoma de México, y francesa en el Instituto Francés de América Latina; historia
del arte en el ics, y pensamiento judío en el Centre Universitaire d’Études Juives (París) y
en el Mahon Pardes (Jerusalem). Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores (1969)
y ha impartido clases de mito y teatro en el Centro Universitario de Teatro de la Uni-
versidad Nacional Autónoma de México. Obtuvo el premio Xavier Villaurrutia (1973)
por Otros son los sueños, y el Magda Donato (1978) por Luz de dos. Ha publicado ensayo,
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cuento, novela y poesía. Entre sus libros, además de los arriba citados, encontramos: Tras
la ventana un árbol (1969), Tránsito del cuerpo (1977), De sueños, presagios y otras voces
(1978), Diálogos con el cuerpo (1981), Sed de mar (1987), La fugacidad como método de
escritura (1988), El teatro, festín efímero (1990), Isomorfismos (1991), Hebras (1996). Edi-
ciones Sin Nombre ha venido reeditando gran parte de su obra. Véase, en particular, las
recopilaciones Toda la luz (2002; recoge Diálogos con el cuerpo, Luz de dos, Por el monte
hacia el mar, La invisible hora, Las quimeras y Sed de mar) y Jardín de infancia (2004;
recoge Otros son los sueños, Hebras, Travesías, Jardín de infancia e Isomorfismos). El Fondo
de Cultura Económica publicó un amplia antología de sus ensayos: A campo traviesa
(2005) y una compilación de su obra narrativa: Toda la luz (2006). Sus últimos libros de
poemas son Rescoldos (2000), Simiente (2004), Oración del retorno (tikun) y A los pies de
un Buda sonriente (2007). Seligson también ha traducido la obra de, entre otros, E. M.
Cioran y Edmond Jabès.
A juicio de varios críticos y de la propia autora, La morada en el tiempo es una de sus
obras fundamentales. Sin embargo, y a pesar de contar con tres ediciones (1981, 1992,
2004), la crítica sobre esta novela es aún escasa. Véanse los artículos (en “Obras consulta-
das”) de Ann Duncan, José María Espinasa, Angelina Muñiz, Gabriel Ríos e Ilán Stavans.
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En la novela, Jeremías aparece como “el mensajero de la Voz”.
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Aunque muy distintas en estilo, hay otras novelas que tratan de trazar diacróni-
camente historias abarcadoras: A estranha nação de Rafael Mendes (1983), de Moacyr
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II
Y he aquí que el Señor, que estaba en lo alto de ella, le dijo: ‘Yo soy el
Eterno, Dios de Abraham, tu padre, y Dios de Isaac; la tierra sobre la
Scliar; Le dernier des justes (1959), de André Schwarz-Bart; y Aventuras de Edmund Ziller
en tierras del Nuevo Mundo (1977), de Pedro Orgambide. Léase a este respecto La nueva
novela histórica de la América Latina, de Seymour Menton (208-235).
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Los expertos de la cábala —como Gershom Scholem— han explicado la adoración
de la palabra divina con un razonamiento histórico: el Zohar (Libro del Esplendor) y
otros libros cabalísticos se realizan durante la diáspora. Frente a la lejanía de la tierra
prometida, la única tierra posible era el libro sagrado, la palabra escrita. El placer místico
del cabalista proviene de la lectura enigmática. Sin embargo, esa operación de descifra-
miento es ilimitada, infinita. A este respecto, George Steiner reformula la relevancia de
la Torá para la tradición judía de la siguiente manera: “Nuestra verdadera patria no es
un trozo de tierra rodeado de alambradas o defendido por el derecho de las armas; toda
tierra de este género es perecedera y precisa de la injusticia para sobrevivir. Nuestra
verdadera patria ha sido siempre, es y será siempre un texto (69; énfasis en el original).
En un breve ensayo de 1992, Esther Seligson había extendido dicho concepto a todo
autor y su preocupación por el lenguaje: “la escritura es la única Tierra Prometida que le
espera al escritor, y el Libro la única ciudad santa que le da cobijo” (2005: 416).
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cual estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Y tu descendencia
será como el polvo de la tierra, y se ensanchará a occidente y a oriente,
al norte y al sur, y en ti y en tu descendencia serán bendecidas todas las
familias de la tierra. Y he aquí que estoy contigo, y te guardaré por don-
dequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te abando-
naré hasta que haya hecho lo que te he dicho’” (Génesis 28: 13-15).
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Seligson ha señalado la importancia que tuvo su viaje a España, en la primavera de
1970, y la eventual vuelta a ese país en 1979, fecha en que escribe esta novela (“estando en
Toledo […] una Voz me conminó a quedarme, de modo que durante seis meses sin parar,
y obediente a esa Voz, y a las otras voces que se fueron revelando, empecé a llenar a lápiz y
en aparente desorden, las hojas de un cuaderno”, (1991: 34). Es allí donde recupera sus
raíces judías, al descubrir con gran fascinación la cultura sefardí, desde su época de esplen-
dor (en los siglos x-xii) hasta los romances posteriores en el exilio a lo largo de los siglos.
Fiel a su postura que exige la búsqueda del andrógino ve en la fuente sefardí la otra parte
de sí, necesaria para la concepción completa del entorno judío. Es curiosa la coinciden-
cia con Jacques Derrida, quien vuelve a sus raíces sefardíes en una visita a Toledo, que será
de gran relevancia en su fascinante diario autobiográfico: Circonfesión.
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Aunque no hay nada en la novela que pudiera “comprobar” los elementos autobio-
gráficos, sí es factible deducirlos. De hecho, la autora señala (en conversación personal)
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El texto de Yehudah ha-Leví dice: “Mi corazón está en Oriente, y yo en los confines
de Occidente./ ¿Cómo gustar de los manjares y disfrutarlos?/ ¿Cómo cumplir mis votos
y mis promesas, si sigue / Sión bajo el poder de Edom y yo sometido a los árabes?/ Me
parecerá tan fácil abandonar todo el bien de Sefarad, / como preciado contemplar las
ruinas del Santuario destruido” (traducción de Ángel Sáenz-Badillos y Judit Targarona
Borrás 1994: 423).
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Sobre este mismo aspecto que enfatiza la diferencia, Borges —parafraseando un
ensayo de Thorstein Veblen— señala que los judíos “sobresalen en la cultura occidental,
porque actúan dentro de esa cultura y al mismo tiempo no se sienten atados a ella por
una devoción especial” (272).
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Además de esa relación con Paz hay muchas otras que son similares a la generación
de Seligson, quien habla de sus lecturas de esa época (de nuevo, en carta personal): “son
los poetas (Rilke en primer lugar, Pessoa, Baudelaire, Séferis, Paz y su prosa también),
todos los poetas imaginables, buenos, malos, pésimos, inigualables, que pude leer desde
mis más lejanas infancias […] y los escritores que me acompañaron desde la adolescen-
cia, Proust, Virginia Wolf, la Yourcenar […] Pavese, Clarice Lispector […] Catherine
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Antes del tiempo de los tiempos, cuando aún no dio principio el Origen,
existían sólo Él y su Nombre. Ninguna lámpara contenía a la Luz, nin-
guna voz a la Palabra. Y de la Palabra nació la Luz, primer signo visible
que todavía no es nombre pero que ya es aliento… [y más adelante]
canto de los mundos increados, condensación del espíritu anunciador
de la Palabra anunciadora del ser, ascua, presentimiento de una cercanía
que se escucha danzar golpeando el vacío para hacer estallar la chispa, la
semilla germinadora de infinito, engendradora de la tiniebla que da paso
a la noche, primera morada del alba próxima, matriz del estallido diur-
no, desprendimiento de molinos desde las doscientas treinta y un puertas
hacia el Origen. Y con el Origen fueron echados los fundamentos del cielo
y de la tierra en el sitio designado, y en el medio el Árbol de los mundos y
de las almas, y veintidós canales irrigando sus raíces (2004: 11-12, el énfasis
es mío).
Mansfield […]”. Con ello, se ve esa doble arista en la obra de Seligson: su esfuerzo por
evitar las reducciones y categorizaciones y su clara integración con sus coetáneos.
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En Zohar. Libro del Esplendor (Sefer haZohar) leemos: “Luego Dios creó el mundo,
haciendo que saliera una chispa de la luz suprema […] Luego Dios hizo que un rayo sa-
liera de la luz oculta. Este rayo inmediatamente proyectó un número incalculable de luces
visibles, que formaron el mundo superior. Las luces visibles del mundo superior, a su vez,
despidieron rayos. Estos rayos los volvió opacos el Arquitecto celestial. Y así se formó el
mundo inferior […]. Y Dios creó el cuerpo del hombre a imagen del mundo superior…
El mundo, que es también un cuerpo, fue formado de la misma manera” (1994: 36-38).
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Podría haber en esta referencia de las “seis aristas” una alusión al décimo-tercer seg-
mento del primer capítulo del Libro de la Formación (1993: 80-87). Por otra parte, véase
El Zohar. Libro del Esplendor (Sefer haZohar), que dice: “Bereshit [palabra con que co-
mienza el Génesis] está formado por las letras que constituyen las palabras barah shit [creó
seis], para hacer alusión al misterio que se encierra en las palabras de la Escritura: ‘desde
una extremidad del cielo hasta la otra extremidad del cielo’, ya que existen seis direcciones
celestes a las que corresponden las seis direcciones del mundo de aquí abajo” (1994: 31).
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Rebeca, que escudriñaba en sigilo los gestos del patriarca, decidió rescatar
para su hijo la bendición y el patrimonio. Aliñó sin titubeos lo que el pa-
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Véase “El judaísmo y lo femenino” (2005: 109-118), un análisis de Levinas acerca
del rol de la mujer en el judaísmo. Luego, compárese con el ensayo sobre el mismo tema,
“Hueso de mis huesos y carne de mi carne”, de Seligson (2005: 384-390). En “Emma-
nuel Levinas. Réquiem” (2005: 368-370), la autora se queja de haber sido excluida de las
lecciones de Talmud que impartía Levinas por haberse atrevido a ofrecer acercamientos
cabalísticos poco ortodoxos y por ser mujer (“en aquel entonces no era normal que una
mujer anduviera metida en esos berenjenales”). En este sentido, la novela es transgresora
y ofrece interpretaciones que alteran los modos convencionales de leer la Torá.
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dre tomaría por la caza de Esaú; amilanó sin escrúpulo las dudas de Jacob,
el suplantador, y le animó con su presencia en los momentos de la susti-
tución. Por detrás del temor, en ambos, bullía el desafío a la autoridad, un
loco sueño de evasión y libertad. Poseer el reino de lo inasible (14).
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Algunas citas ilustran ese vínculo con el poeta franco-egipcio, Edmond Jabès:
“El instante, la eternidad, están en una palabra” (87); “¿Quién escribirá alguna vez la
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errancia? —Ella se escribe con nosotros. Errante, yo soy tu escritura” (43); “errante es la
palabra de Dios” (Seligson, 2005: 184).
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Véase, en particular, el inicio del segmento que comienza con “Como el Amante
a la Amada hablaré”, en la página 35 de la novela.
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También dice que es una “entremezcla de poesía-ensayo-relato-historia” (172).
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Sus labios besaron los cabellos del muchacho que le acariciaba los muslos
por entre sus propias piernas… El ciudadano se aproximó casi con pie-
dad y dejó que su mano se extendiera, autónoma otra vez, hasta la nuca.
Se desvistió y se acostó a su lado abrazándolo de frente, sexo contra sexo,
los muslos entrelazados, ebrio de una desconocida dulzura. Y se hizo
tomar, sorprendido apenas por el vigor de ese cuerpo que parecía tan
indefenso, por su destreza y su paciencia… Pensaba en su mujer y en su
hijo como en dos extraños, pero no les guardaba rencor por esa ternura
que nunca le manifestaron (102-103).
Se podría argüir que aunque la utopía amorosa está latente, los aman-
tes son seres nómadas que deambulan sin encontrar la tierra de su sacie-
dad (aunque se encuentra el goce en la relación adúltera o la ternura en
el encuentro homosexual, en ambos casos se saben situaciones pasajeras
que no procurarán un fin al “sueño de evasión y libertad”). La ruptura
amorosa y la fuga son otros síntomas del malestar que rige o persigue a
casi todos los personajes de la novela.
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Se trata de cinco fragmentos (de aproximadamente una página de extensión cada
uno) insertos en los capítulos II (35-36), III (68-69 y 97-98) y IV (113-114 y 144-145).
Dos de ellos cierran los capítulos III y IV respectivamente.
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Angelina Muñiz dice al respecto: “En las páginas de La morada en el tiempo desfila
la abigarrada historia judía desde la creación hasta la destrucción. Desde el génesis hasta la
muerte en los campos de concentración nazis” (172).
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Dice en la novela: “974 generaciones precedieron a la creación de este mundo, ¿en
qué difiere la generación de hoy en día? Una dinastía no es preferible a la anterior, un
gobierno no es menos corrupto que el siguiente, hombres van y hombres vienen destru-
yendo por igual el porvenir, un opresor y un tirano para cada sucesión, un funcionario
venal sustituye a un funcionario que acepta cohecho, un hipócrita a un perjuro, un
cobarde a un traidor, un mentiroso a un pérfido, un soberbio a un vanidoso” (76).
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Acerca de la visión de Seligson sobre la utopía y el apocalipsis, léase “El fin del
milenio y la consumación de los tiempos” (2005: 407-410).
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¿Por qué se debaten en perpetuo pie de guerra cuando saben que el Bien
no surgirá del horror? Silenciosos, protegidos por la noche, soldados son
enviados a atacar por sorpresa campamentos de refugiados al otro lado de
las fronteras.24 Y el oprimido ha de levantarse contra el opresor, sacudir-
se la discriminación y el menosprecio. Los antaño humillados humillan
ahora, el temor a verse despojados les obliga, a su vez, a despojar. Y un
combate se sucede a otro, y los hijos de los hijos de la dispersión se baten
en los frentes de su tierra ancestral, incapaces de alcanzar su propia aspira-
ción de igualdad entre los habitantes del lugar, el extranjero y el hermano.
Y donde no hay igualdad, no existe libertad para las palabras (149).
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Los propios traslados de Seligson revelan las ciudades míticas de la novela y emble-
máticas en la experiencia judía: Toledo, Praga, Jerusalem. Además de ser el sitio de aco-
gida frente a la persecución, México es también el otro lugar mítico que hay que valorar
en su dimensión milenaria (en un esfuerzo por construir un ente universal): “espacios
de mujeres menuditas y de habla sonriente embozadas en sus paños de lanas negras y
azules, tejiendo siglos en el arumo, acuclilladas, espacios de cenotes y pirámides, de
lagunas, nopales y agaves, espacios que se extienden y extienden hasta perderse de vista
más allá de las montañas que no los limitan ni cercan entre el cielo azul y la tierra verde”
(124). En “De la memoria y la identidad”, Seligson dice: “La experiencia de aprender el
náhuatl y de entrar en contacto con lo prehispánico ha sido tan definitiva para mí como
lo fue en su momento el contacto con el ladino y lo sefaradí” (36).
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En un ensayo sobre Martin Buber, titulado como el propio libro de este filósofo,
“Caminos de utopía”, Seligson dice: “Sólo en un orden social creado sobre premisas
ético-sociales, más que políticas, el judío recobraría su prístina actitud ante Dios, el
mundo y la Humanidad. Sólo no recluyéndose en un nacionalismo egocéntrico, sino
formando una sociedad ejemplar donde hombres y mujeres supieran dialogar entre sí y
fuesen capaces de dialogar con otras sociedades, lograría Israel jugar su papel entre las
naciones: demostrar la eficacia de las fuerzas morales (y no políticas) del hombre, su
ideal de justicia, de unidad en la diversidad, de posibilidad de diálogo, y, gracias a éste,
de realización de lo plenamente humano: la confraternidad” (2005: 376-377).
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Aquí hay una posible alusión a las incursiones militares israelíes en territorios
libaneses, con el fin de “controlar” los campos de refugiados palestinos y “empujarlos”
hacia el norte. Seligson viaja a Israel en 1980, donde dice haber terminado la novela. Es
posible que en esta cita haya una referencia a una de las primeras incursiones (en 1979)
y no a la eventual “Guerra de Líbano” (1982-1983).
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En este sentido, habría que destacar el análisis que hace Maurice Blanchot del
re-encuentro de Jacob y Esaú, en el gran temor del primero frente al segundo: “Jacob le
dice a su hermano: ‘He visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios’. Jacob no dice
a Esaú ‘Acabo de ver a Dios como te veo’ sino ‘Yo te veo como se ve a Dios’, lo cual
confirma que la maravilla (la sorpresa privilegiada) es de verdad la presencia humana,
esa presencia Otra que es el Otro, no menos inaccesible, separado y distante que lo
Invisible mismo” (Fuks: 102).
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El vocablo “Dios” sí aparece, pero sólo en el contexto de citas de frases litúrgicas
o de otras fuentes.
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Jabès dice: “Lo sagrado permanece como lo no percibido, lo disimulado, lo pro-
tegido, lo inefable; por eso escribir es la tentativa suicida de asumir el vocablo hasta su
última desaparición, ésa donde deja de ser vocablo para ser sólo huella —herida— de una
fatal y común ruptura: la de Dios con el hombre y la del hombre con la Creación” (67).
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Esther Cohen resume: “Hacer simultáneamente del suelo y su tachadura la condi-
ción misma del Ser. Desde esta perspectiva, la concepción de la errancia judía no habría
surgido con el exilio milenario de la tierra prometida, sino en el momento mismo en
que Abraham fue llamado a abandonar su lugar de origen para dirigirse a otro espacio,
pensado en términos levinasianos, como un no-lugar o, más bien, como el lugar que se
edifica día con día sobre la arenas móviles del desierto” (1999: 33).
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Bibliografía