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La Araucanía Profunda en La Construcción de Hegemonía

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ISSN 0719-4706 - Volumen 7 / Número 4 / Octubre – Diciembre 2020 pp. 303-354

EL LUGAR DE LA ARAUCANÍA PROFUNDA EN LA CONSTRUCCIÓN DE HEGEMONÍA.


DE LA GUERRA AL FRENTE POPULAR (1862-1941)1

Dr. Mathias Órdenes Delgado


Universidad Católica de Temuco, Chile
ORCID: 0000-0002-6709-8247
mathias.ordenes@gmail.com

Fecha de Recepción: 06 de junio de 2020 – Fecha Revisión: 15 de julio de 2020


Fecha de Aceptación: 16 de septiembre 2020 – Fecha de Publicación: 01 de octubre de 2020

Resumen

El presente ensayo busca analizar los conflictos sociales en la región de La Araucanía utilizando
como herramienta teórica el concepto de hegemonía. No sólo se ha considerado el conflicto que se
muestra siempre abierto y central en la historia identitaria de la región: el conflicto Pueblo
Mapuche-Estado Nación, sino que se ha creído necesario intentar completar el cuadro de manera
más profunda, incluyendo lo que hemos denominado el sujeto profundo: la población rural chileno-
mestiza (rotos y fronterizos). Se busca explicar por qué estos otros excluidos quedaron fuera de lo
que se identifica como el eje central del conflicto en cuanto a lo que supuso la construcción de
hegemonía en el siglo XX. Para ello se analizan tres períodos históricos: la Guerra de Ocupación
de La Araucanía (1862-1883), un período denominado como posguerra (1883 a los primeros años
de la década de 1910) y, por último, desde ésta al arribo del Frente Popular (1938-1941). El
análisis del escenario sociopolítico permite sostener, que tales sujetos vieron estrechadas sus
posibilidades de construcción de cohesión social y de ciudadanía electoral, por lo que muchos
consideraron como alternativa la resistencia desde abajo y desde fuera del eje central del conflicto.

Palabras Claves

Hegemonía cultural – Conflicto social – Resistencia a la opresión – Identidad

Abstract

This article seeks to analyze social conflicts in the región de La Araucanía using the concept of
hegemony as a theoretical tool. In this study, we have not only considered the conflict between the
Mapuche people and the Nation State, which is always open and central in the identity history of the
region, but also we have believed that it is necessary to try to complete the picture in a more in-
depth way, including what we have called the deep subject: the rural Chilean mestizo population
(rotos and frontiersmen). The aim of this work is to explain why these other excluded people were
left out of what is identified as the central axis of the conflict in terms of what the construction of
hegemony in the 20th century meant. To this end, three historical periods were analyzed: the war of
Occupation of La Araucanía (1862-1883), the post-war period (1883 to early 1910s), and the period
going from the end of the post-war to the arrival of the Popular Front (1938-1941). The analysis of
the socio-political scenario allows us to argue that such subjects saw their possibilities of building a
social cohesion and an electoral citizenship narrowed; therefore, many of them considered the
resistance from below and from outside the central axis of the conflict as an alternative.

1
El presente ensayo forma parte de los resultados del Proyecto FONDECYT Postdoctoral 3170158, “Historia social de los
campesinos en La Araucanía posbélica (1883-1938). Una aproximación a la experiencia subalterna de los llamados rotos y
wingka pobres”, años de ejecución 2017-2020, investigador responsable Mathias Órdenes, quien también agradezco
sinceramente a Mario Samanigo por su paciencia y acertados consejos al revisar el manuscrito original.

DR. MATHIAS ÓRDENES DELGADO


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El lugar de La Araucanía profunda en la construcción de hegemonía. De la guerra al Frente Popular (1862-1941) pág. 304

Keywords

Cultural hegemony – Social conflicts – Resistance to oppression – Identity

Para Citar este Artículo:


Órdenes Delgado, Mathias. El lugar de La Araucanía profunda en la construcción de hegemonía.
De la guerra al Frente Popular (1862-1941). Revista Inclusiones Vol: 7 num 4 (2020): 303-354.

Licencia Creative Commons Atributtion Nom-Comercial 3.0 Unported


(CC BY-NC 3.0)
Licencia Internacional

DR. MATHIAS ÓRDENES DELGADO


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El lugar de La Araucanía profunda en la construcción de hegemonía. De la guerra al Frente Popular (1862-1941) pág. 305

Introducción: consideraciones previas desde los actores y desde el sujeto profundo

El poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y


desaparece en el momento en que se dispersan (…). Sólo donde
los hombres viven tan unidos que las potencialidades de la acción
están siempre presentes, el poder puede permanecer en ellos
(Hannah Arendt, 1993, 223-224)2.

El objetivo del presente ensayo es aproximarnos al análisis de los conflictos


sociales en la región de La Araucanía utilizando como herramienta teórica el concepto de
hegemonía. No sólo hemos considerado el conflicto que se muestra siempre abierto en la
región y en otras del país, el conflicto Pueblo Mapuche-Estado Nación, sino que también
creemos necesario intentar completar el cuadro de manera más profunda, incluyendo al
sujeto profundo, la población rural no mapuche: los fronterizos y las fronterizas, los rotos y
las rotas, aquellos que quedaron como zarza o como flor rústica en la vera del camino en
cuanto a la construcción del movimiento social, “la espina desgarradora del zarzal” como
los ha llamado Gabriel Salazar utilizando una frase de Benjamín Vicuña Mackenna3.

En términos históricos, consideramos útil como punto de partida la Guerra de


Ocupación de La Araucanía (1862-1883). Luego se analiza un proceso histórico que
hemos denominado posguerra (1883 al comienzo de la década de 1910). Tal período no
ha sido analizado por la historiografía chilena para el caso que nos interesa, pero
sostenemos que existió ese período de ajuste debido, en primer lugar, al desarrollo y
declive del bandolerismo, en segundo lugar, la aplicación de un conjunto de leyes que
trasformarán definitivamente el territorio y, por último, la fundación de nuevas fuerzas
políticas, sucesos que marcarán el futuro y las relaciones entre los derrotados de guerra
(los mapuche), el vencedor (el Estado-Nación) y los terratenientes (propietarios y colonos
nacionales y extranjeros). Sin embargo, la posguerra también significó la exclusión de los
rotos y fronterizos del proyecto de modernización territorial. Población de carácter
“residual”, cuya exclusión del sistema político institucionalizado se resolverá más tarde, en
el gobierno del Frente Popular (1938-1941).

Como sabemos, en términos teóricos la hegemonía fue conceptualizada


originalmente por Gramsci como el dominio a través de una combinación de coerción y
consentimiento, en cuyo proceso los subordinados deben autoimponerse, en sus
relaciones desiguales con la clase superior, “otro escenario”, pero para acabar en la
misma estructura social anterior, lo que sería posible cuando las clases dominantes
logaran que las oprimidas incorporen sus ideas e intereses en la construcción de su
sentido común. Por tanto, la hegemonía es un elemento legitimador que permite crear
ideas y acuerdos universales en torno a ideas e intereses particulares.

Desde entonces el concepto ha tenido diversas definiciones, algunas de las cuales


relativizan la idea de incorporación de la ideología dominante por parte de los dominados.
Siguiendo a diversos teóricos, como E. Laclau, J. Scott, R. Williams y R. Guha, Florencia
Mallon ofrece dos definiciones de hegemonía distintas, aunque a veces complementarias:

Primero, la hegemonía puede pensarse como una serie de procesos


sociales, continuamente entrelazados, a través de los cuales se legitima,

2Hannah Arendt, La Condición Humana (Barcelona: Editorial Paidós).


3 Gabriel Salazar, Movimientos Sociales en Chile. Trayectoria histórica y proyección política
(Santiago: Uqbar Ediciones, 2012), 126.

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redefine y disputa el poder y el significado a todos los niveles de la


sociedad. Con este lente, la hegemonía es siempre un proceso
hegemónico que existe, de hecho, a través del tiempo y del espacio.
Segundo, la hegemonía puede ser también un punto de llegada, el
resultado de procesos hegemónicos. Se llega a un acuerdo entre las
fuerzas en pugna, a un equilibrio siempre dinámico o precario. A través de
los procesos hegemónicos se logra transar un proyecto social y moral en
común, que incluye nociones de las culturas políticas tanto populares como
elitistas. Como resultado, el bloque en el poder logra dominar a través de
una combinación de coerción y consentimiento 4.

Utilizando la primera definición de hegemonía, agrega la autora, “es posible


analizar la política como una serie de pugnas entrelazadas, en donde los procesos
hegemónicos funcionan a todos los niveles. En las familias, comunidades, organizaciones
políticas, regiones e instituciones estatales, se disputa, legitima y redefine el poder
constantemente. Algunos proyectos, historias o interpretaciones se imponen sobre otros;
algunas facciones derrotan a otras”5.

Siguiendo esa lógica cabe suponer, entonces, que existen derrotas más
“decisivas” o profundas para unas facciones que para otras. Siendo así, y asumiendo la
hegemonía como el resultado de procesos hegemónicos en pugna, para interpretar ese
campo de lucha habría que “resolver”, primero, el problema del núcleo central de la propia
lucha hegemónica, en términos culturales, políticos, sociales y económicos. En otras
palabras, habría que responder a la pregunta: ¿Cuál es el centro de la lucha en esas
múltiples dimensiones? Resolver esa cuestión compleja permitiría explicar por qué los
más derrotados entre los derrotados quedan “fuera” de la centralidad del conflicto, con
escasas posibilidades de construir y ejercer un poder contrahegemónico. Habría quienes
quedan al margen de los acuerdos o relaciones entre las fuerzas en pugna (aunque tal
equilibrio sea siempre dinámico y precario). A estos sectores, en términos extremos, no
les quedaría más alternativa que asumir una posición “fuera de combate” ¿Qué tipo
fuerzas, articulaciones sociales y estrategias políticas relegaran a unos a esa posición, a
un lugar que, por lo demás, los afecta en múltiples aspectos de la vida pública y privada?
Esa es una cuestión que la puede responder la propia historia de un determinado conflicto
o de un grupo de ellos.

La reflexión anterior no parte solamente de una observación nuestra; siguiendo


Touraine, es posible pensar los conflictos no exclusivamente en términos intrasistémicos,
como entre “los de arriba” y “los de abajo”, sino también en una posición incluso más
profunda: entre los “de adentro” y los “de afuera”6. Así mismo, también es posible
introducir la distinción entre “lo nombrado” y “lo innombrado”, o entre “lo visible” y “lo
invisible”, en razón de que los sistemas de dominación, como sostiene Bourdieu, se
sustentan en sistemas de conocimiento que operan en el mundo en el que vivimos y
formamos parte y que, a su vez, esos sistemas de conocimiento son condicionados por el
lenguaje por medio del cual nombramos las cosas y a los sujetos haciéndolos parte de
nuestro mundo interior, tornándolos relevantes o irrelevantes para nuestra existencia7. Es

4 Florencia Mallon, Campesino y Nación. La construcción de México y Perú poscoloniales (México:


CIESAS, 2003), 85.
5 Florencia Mallon, Campesino y Nación… 85-87.
6 Alain Touraine, Actores sociales y sistemas políticos en América Latina (Santiago: PREALC,

1987).
7 Paul Bourdieu, Campo de poder, campo intelectual (Buenos Aires: Montressor, 2002); El sentido

práctico (México: Siglo XXI, 2009). J. García Roca entrega una buena reflexión al respecto: “Las

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necesario, entonces, como lo sugiere Fernando Mires, incursionar fuera del sistema y
escuchar las voces soterradas de los que habitan en esos ámbitos, haciendo un esfuerzo
por poner nombre a aquello hasta entonces innombrable y que esos nuevos nombres
hagan su acto de presencia8.

Pero, ¿qué provoca que algunos sectores queden dentro y otros fuera de
combate? Una salida a esta encrucijada la tenemos en la cita de Hannah Arendt –arriba
señalada-. La capacidad de construir cohesión social, la ventaja de encontrarse (en
términos espaciales, emocionales, racionales y políticos), sería pues una condición básica
para la construcción del poder y de su consecuente acción política. Por el contrario, a
mayor atomización y dispersión de los sujetos, cuando las posibilidades de encontrarse se
reducen, también se reducirían las posibilidades de expansión del potencial político
inherente a toda comunidad: la construcción de cohesión sociopolítica9.

representaciones colectivas inducen comportamientos, orientan la búsqueda y conforman


expectativas individuales. En su interior bullen metáforas, que se han construido con el legado de
distintas tradiciones. La primera provine de la transposición de la física al mundo de la exclusión;
su visual procede de la comprensión de los objetos y enfatiza ‘el quedar fuera y al margen’ como la
piedra angular en el proceso de exclusión. La segunda es la transposición del campo de lo
orgánico; su visual proviene de la epidemiología y subraya ‘el estar desviado’ como el elemento
decisivo del proceso de exclusión. La tercera es la transposición del mundo de lo social y subraya
la ruptura de los lazos que constituyen la desafiliación y debilitamiento de la vida en relación. El
cuarto relato se adentra por la experiencia del naufragio y encuentra allí las piezas para entender la
trayectoria del excluido. Finalmente, el sistema social ofrece intersticios suficientes para
representar los mecanismos estructurales que orillan y expulsan a los desechables”. Citado por
Antonio Elizalde, “Prólogo. Relatos, metáforas y dilemas. Para transformar las exclusiones”, en
Construcción estatal, orden oligárquico y respuestas sociales (Argentina y Chile, 1840-1930),
editores Ernesto Bohoslavsky y Milton Godoy (Santiago: Prometeo Libros, 2010), 10-11. Parte de
nuestros análisis se deben a las líneas de Elizalde.
8 Citado por Antonio Elizalde, “Prólogo”… 10.
9 En las clases populares la cohesión sociopolítica se encuentra limitada por la propia condición

subalterna, pues la cultura sociopolítica del Estado y demás actores que ejercen la exclusión
tienden a frenarla. Se ha sostenido que el poder del Estado descansa no tanto en el consenso de
sus dominados cuanto en las formas y órganos normativos y coercitivos que definen, crean y
reivindican ciertos tipos de sujetos e identidades, mientras niegan y excluyen a otros. Algunos
sujetos y formas de actividad política reciben el sello de aprobación oficial, mientras que otros son
marcados como impropios, lo cual también implica la estructuración de jerarquías de aceptación de
unos y exclusión de otros. Así, el Estado y el orden elitista logran la exclusión no sólo a través de
su capacidad de coerción policiaca, sino también, través de la transmisión de sus valores a sus
funcionarios, a sus rutinas y procedimientos que implican el accionar del aparataje burocrático.
Esto tiene consecuencias culturales acumulativas enormes sobre cómo la gente se autopercibe y,
en muchos casos, cómo identifican su lugar en el mundo. El excluido se vería a sí mismo como tal,
dentro de un espacio de jerarquización sociopolítica, cultural y burocrática, por lo que tiende a
identificar lo que de él se espera bajo un marco de regulación moral estatal elitista, logrando, en
definitiva, un comportamiento acorde a los intereses de quienes lo excluyen.
Es más, no sólo el Estado jerarquiza, categoriza y excluye, también lo hacen los propios grupos
sociales, de manera interna y entre sí, por lo que la unidad a nivel subalterno y entre elites se
presenta como un problema político y cultural, tanto para las clases subalternas como para las
dominantes, pero, a diferencia de los dominados, las elites encuentran cohesión bajo el control
problemático del Estado, tanto en lo jurídico, en lo político, en lo moral y cultural. Mientras que los
subalternos tenderán a la atomización en tanto busquen replicar el orden y la moralidad elitista,
siendo así fácilmente reclutados por las capas superiores, pero, cuando existen altos grados de
desigualdad social, se entrampan los mecanismos destinados al reclutamiento de los subalternos
que rechazan o temen la desobediencia de sus pares. En grados máximos de exclusión, se tornan
dificultosos los mecanismos de coerción interna, destinados al reclutamiento forzado de los

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Otra salida a dicha encrucijada la tenemos en la problemática construcción


identitaria. En este sentido, como afirma P. Ricoeur, existe identidad cuando se es capaz
de organizar los acontecimientos que vive un grupo en narraciones que se consideran
propias y que dotan de un sentido colectivo a los mismos. Por tanto, el encontrarse desde
el punto de vista identitario, involucra también la puesta en escena (en común) de
determinados acontecimientos que permiten la construcción de la narrativa que dotará de
sentido a la identidad, dejando fluir su potencial político10. Idea que confirman algunos
teóricos de los movimientos sociales, como Ch. Tilly y A. Melucci, quienes insisten en la
capacidad de la identidad para movilizar a los grupos sociales11.

Un seguido desafío, una vez concertado el encuentro en los términos de Arendt y


en términos identitarios, será pasar, como sostiene Dussel, desde el poder de la
comunidad política misma (la potentia) al poder delegado (la potestas), mediante la
creación de algún mecanismo de representación, ya sea un partido, la construcción de
instituciones o la formación de un movimiento social12. De lo contrario, lo más probable es
que los excluidos queden al margen de los pactos sociales, sin ser capaces de incluir sus
demandas e intereses en medio de la sociedad dominante y de sus equilibrios
hegemónicos.

Bajo tales condiciones, pareciera que la única alternativa posible sería la


resistencia subalterna, pero desde los márgenes de los mismos márgenes. Nos referimos
al amplio abanico de expresiones de la condición subalterna, que van desde la
negociación a la rebelión o desde el enmascaramiento de las intenciones a la
prepolítica13. Aunque variadas, tales acciones operan dentro de un escenario político
estrecho, pues son ejecutadas con relación a la dominación, en la estructura de la
dominación y en un marco hegemónico dado14.

subalternos que rechazan o temen a las movilizaciones sociales. Ver al respecto: Antonio Gramsci,
Cuadernos de la cárcel, tomo 6 (México: Era, 2001), 182; Gilbert M. Joseph, “Para pensar la
movilización revolucionaria en México”, 156-152, en Aspectos cotidianos en la formación del
Estado, compiladores Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent (México: Era, 2002), 143-174; Philip
Corrigan y Derek Sayer, “El gran arco. La formación del Estado inglés como revolución cultural”, en
Antropología del Estado: Dominación y prácticas contestatarias en América Latina, compiladoras
María Lagos y Pamela Calla, Cuaderno de Futuro, PNUD, num 23 (2007): 46-49.
10 Paul Ricoeur, Tiempo y Narración (México: Siglo XXI, 2000), 113-122.
11 Charles Tilly, “Cambio social y revolución en Europa: 1942-1992”, Historia Social, num 15 (1993):

63-91; “Los movimientos sociales como agrupaciones históricamente específicas de actuaciones


políticas”, Sociológica, num 28 año 10 (1995): 11-35; Alberto Melucci, “El conflicto y la regla:
movimientos sociales y sistemas políticos”, Sociológica, num 28 año 10 (1995): 10-25; Acción
colectiva, vida cotidiana y democracia (México: El Colegio de México, 1999).
12 Enrique Dussel, Política de la liberación. Volumen II, Arquitectónica (Madrid: Trotta, 2009), 60-61.
13 Este concepto fue acuñado por E. Hobsbawm, remite a los actos de “bandidaje” que operan

dentro de cierta conciencia de clase, como formas de resistencia cuyo objetivo inmediato consiste
en proveer a los excluidos de las condiciones básicas de subsistencia, lo que J. Escott llamó como
economía moral de la multitud. Como señala E. Thompson, a la hora de describir las formas de
resistencia de los trabajadores se debe considerar un abanico mucho más amplio de acciones que
las huelgas o revueltas y descubrir el comportamiento de clase donde las autoridades no harán
más que señalar un crimen. James C. Scott, The Moral Economy of the Peasant: Rebellion and
Subsistence in Southeast Asia (New Haven and London: Yale University, 1977); Edward
Thompson, Miseria de la teoría (Barcelona: Editorial Crítica, 1981); Eric Hobsbawm, Rebeldes
Primitivos (Barcelona: Ariel, 1983).
14 Sobre resistencia, ver también: Edward Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra.

Tomo I (Barcelona: Crítica, 1989); James Scott, Los dominados y el arte de la resistencia (México:

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El lugar de La Araucanía profunda en la construcción de hegemonía. De la guerra al Frente Popular (1862-1941) pág. 309

Pues bien, una propuesta de análisis de la región de La Araucanía en clave


hegemónica, lleva innegablemente a un rápido reconocimiento de un conflicto central, el
cual, aun con la profundidad de su histórico anclaje de dominación, se muestra
abiertamente en las relaciones interétnicas. Nos referimos al conflicto entre los mapuche y
la sociedad dominante (wingka), que en el contexto histórico de la estructuración
poscolonial, una vez creado el Estado y a partir de la Guerra de Ocupación de La
Araucanía, se le denomina como el conflicto Estado Nación-Pueblo Mapuche15.
Obviamente, tal reconocimiento es el resultado de la importancia que el conflicto ha
adquirido en la construcción del imaginario colectivo sobre la historia del territorio, de su
propia identidad y del interés que ha puesto el mundo académico sobre el Pueblo
Mapuche –nótese, escrito últimamente siempre con mayúsculas-. No obstante, a nuestro
entender, es posible un análisis de la región de La Araucanía en clave hegemónica
intentando una mirada más profunda, considerando a quienes han quedado al margen del
eje central del conflicto: los otros excluidos.

Para identificar a unos y otros, es útil partir explicando ciertos hechos, aunque sea
de manera sucinta, a pesar que, por el momento, debemos dejar algunas cuestiones
pendientes. En términos históricos, es bien sabido que el conflicto Pueblo Mapuche-
sociedad dominante (de más larga data que el propio Estado) tuvo un momento de
refundación con la creación de los estados de Chile y Argentina y la declaración de una
guerra doble que incorporó, en la segunda mitad del siglo XIX, a uno y otro lados de la
cordillera de Los Andes, el territorio mapuche (Wallmapu) a los respectivos estados
nacionales. Hechos que darían término a una seguidilla de acuerdos o parlamentos
hispano-criollos que, previos a la formación de dichos estados y a la propia guerra,
intentaron redefinir las tensiones interétnicas por la vía diplomática16.

Era, 2000); John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución
hoy, (Buenos Aires: Herramienta/Universidad Autónoma de puebla, 2002).
15 En resumen, se ha sostenido que el sistema de dominación que da origen a tal tensión -la

centralidad del conflicto- se sitúa en una doble direccionalidad: tanto de arriba hacia abajo como de
manera horizontal. La primera se refiere al conjunto de acondicionamientos sociales y materiales
de exclusión que tienen su origen en la administración en pocas manos de cuotas significativas de
control del capital político y económico -cuyo anclaje normativo dentro del sistema neoliberal no se
localiza únicamente en el ámbito local ni estatal, pues se proyecta a través de leyes, instituciones y
acuerdos comerciales, en la escala supraestatal con la transnacionalización de la economía-.
Dentro de esta direccionalidad y en clave étnica se encuentran, entre otros, el conflicto capital-
trabajo (más específicamente el problema de la racialización del empleo), el conflicto por la tierra,
por los derechos humanos, la demanda al Estado por la redistribución de activos y la demanda
ecologista mapuche. En rigor, estas son expresiones de un único conflicto, que bien puede
atribuirse su origen a las tenciones entre Estado, mercado y sociedad civil mapuche y no mapuche.
Por su parte, la horizontalidad del conflicto se refiere a una cuestión distinta, que opera con
relación a la anterior y que afecta de manera transversal al conjunto de la sociedad (o al menos
afectaba más notoriamente hace unas décadas): la discriminación y el intento de anulación étnico-
racial. Por ello, la respuesta contrahegemónica de Movimiento Mapuche intentará revertir ambas
direccionalidades, desde abajo hacia arriba y de manera transversal, con una propuesta de
contracontrol cultural que rescata los valores humanizantes del reconocimiento de lo ancestral y del
otro mapuche, como fórmula básica de oposición a esta doble exclusión. Estos análisis se
encuentran en Mathias Órdenes, “Gobernabilidad, democracia y conflicto mapuche: Breves
reflexiones para el análisis”, en Zuamgenolu. Pueblo Mapuche, Marginalidad y Estado Chileno
Siglos XIX-XXI, editor Pedro Canales (Santiago: Ediciones IDEA-USACH, 2016), 63-89.
16 José Bengoa, Historia del pueblo mapuche (siglo XIX y XX) (Santiago: Ediciones Sur, 1985);

Jorge Pinto, La formación del Estado y la nación, y el Pueblo Mapuche: De la inclusión a la


exclusión (Santiago: Dibam/Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2003); José Manuel

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Para el caso de Chile, hay que considerar que desde varias décadas antes de la
Guerra de Ocupación ya habitaban en el territorio, mayormente entre los ríos Biobío y
Malleco y, por la consta, en el Golfo de Arauco, una cantidad importante de chileno-
mestizos, conocidos como fronterizos17, cuyo número superaba en distintos sectores a los
propios mapuche en varios miles de personas. Durante y después de la Guerra, a ellos se
sumarían vagabundos y labradores desposeídos, familias enteras de rotos18 que

Zavala, Los Mapuche del siglo XVIII: dinámica interétnica y estrategias de resistencia (Santiago:
Ediciones Universidad Bolivariana, 2008); José Manuel Zavala editor, Los parlamentos hispano-
mapuches, 1593-1803: textos fundamentales (Temuco: Ediciones Universidad Católica de Temuco,
2015).
17 Tal como lo ha demostrado la Historia Fronteriza, debido a un proceso que se conoce como

“migración espontánea” o “infiltración”, cuando se inicia la Guerra ya habitaban en territorio


mapuche una cantidad importante de chilenos, los llamados fronterizos, cuyo número superaba a
los propios mapuche en distintas localidades. El aumento de la infiltración había preocupado
considerablemente a las autoridades fronterizas por las tensiones que provocaban la venta
clandestina de alcohol, el comercio no regulado y la compra irregular de tierras. El Intendente de la
provincia de Arauco, F. Bascuñán Guerrero, en una nota dirigida al director de la Oficina de
Estadística, indicó que había una gran cantidad de chilenos habitando entre los indígenas, cuyo
número “no bajaba de 6 a 8 mil”. Poco después informó, en su Memoria de 1856, que se habían
establecido como 13.000 chilenos: 3.500 en las localidades de Nacimiento y Negrete y el resto en
otras localidades de la actual provincia de Malleco. Es relevante que en Angol y en Arauco la
población infiltrada superara a los mapuche. Un cálculo aproximado indicaba que la población
nativa en la Alta Frontera era de tan solo unos 2.800 individuos. En Arauco se estimaba la
presencia de 14.000 españoles, distribuidos en 400 fundos, mientras que los mapuche de Arauco
apenas sumaban unos 1.600. Más al interior, desde el río Malleco al Toltén y cerca de Valdivia, las
cifras se vuelven difusas tanto de indígenas como de no indígenas por la falta antecedentes
confiables. En Arturo Leiva, El primer avance a la Araucanía. Angol 1862 (Temuco: Ediciones
Universidad de La Frontera, 1984), 30-31. Ver también, Ingrid Seguel-Boccara y Guillaume
Boccara, “Políticas indígenas en Chile (siglos XIX y XX). De la asimilación al pluralismo (el caso
mapuche)”, Revista de Indias, Vol: LIX num 217 (1999): 75; Sergio Villalobos, Incorporación de La
Araucanía. Relatos militares. 1822-1883 (Santiago: Catalonia, 2013), 10.
18 Conviene hacer una distinción entre los antiguos fronterizos (quienes habitaban el territorio

desde antes de la Guerra) y los rotos. Rotos y fronterizos no fueron lo mismo, a pesar de compartir
un mismo origen mestizo hispano-mapuche y, en menor medida, negro y de situarse en las capas
inferiores de la sociedad. La diferencia no tuvo mucho que ver con la percepción de las élites, sino
más bien, con las características propias del contexto geográfico y con las relaciones
socioeconómicas. En términos espaciales, los rotos se ubicaron desde el norte minero a la región
centro-sur, en sectores rurales y en la periferia de centros urbanos. En cuanto a las relaciones
socioeconómicas, es posible señalar que, por diversos motivos, los rotos se encontraban atrapados
en los espacios de exclusión patronal y religiosa, como trabajadores y labradores pauperizados y
como sujetos al margen de los marcos de regulación católica, pues las condiciones de vida no les
ofrecían muchas posibilidades para pagar impuestos como el diezmo, constituir arraigo y núcleos
familiares legales y estables, siendo tal precariedad un caldo de cultivo para la producción de hijos
“guachos”, problema social considerado como parte de su propia naturaleza. Gabriel Salazar,
Labradores, peones y proletarios (Santiago: Sur Ediciones, 1985); Gabriel Cid, “Un icono funcional:
la invención del roto como símbolo nacional, 1870-1888”, en Nación y nacionalismo en Chile. Siglo
XIX, editores Gabriel Cid y Alejandro San Francisco (Santiago: Centro de Estudios Bicentenario,
2009), 221-254; Horacio Gutiérrez, “Exaltación del mestizo: La invención del Roto Chileno”,
Universum, Vol: 25 num 1 (2010): 122-139; Claudio Véliz, “Bajo la tienda (1958). La representación
subalterna del ‘roto’ como fundamento de nacionalidad para el siglo XX chileno”, Diálogo Andino,
num 48 (2015): 7-17.
Los fronterizos, en cambio, se ubicaron en la línea fronteriza del río Biobío, que, desde la era
colonial hasta fines del siglo XIX, separaba a mapuche e hispano-criollos. El contexto geográfico
exigía a los fronterizos el desarrollo de un temple especial, que les permitía “acomodarse”, no sin

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emigraron a la región desde la zona centro-sur, entre los ríos Maule y Biobío, buscando
obtener tierras “libres” o a bajo costo, mientras otros partían a la Argentina, intentando
convertirse en colonos gracias a la Ley Avellaneda (1876). Como explica José Bengoa:
“En las últimas décadas del siglo [XIX], afectados por la crisis triguera y agrícola, por el
desgaste de las tierras, presionados por el latifundio, los campesinos buscaron tierras en
el sur”19.

De forma paralela, el Estado había puesto en marcha un plan de incorporación y


modernización capitalista del territorio mapuche, que bajo los criterios de exclusión y de
jerarquización socioracial de las élites capitaleñas, no sería posible llevar a cabo sin la
reestructuración de la propiedad de la tierra y la instalación de colonos (de preferencia
europeos), como ya se venía intentado en las demás provincias de colonización: Valdivia,
Osorno y Llanquihue. Trasformaciones que implicaban asumir la Guerra como un hecho
irreversible. Respecto de la reestructuración de la propiedad de la tierra, un conjunto de
leyes permitieron el remate de las tierras declaradas fiscales (cosa que benefició a
grandes terratenientes y a especuladores), la instalación de colonos nacionales y
extranjeros y “reducir” a los mapuche en comunidades legalmente constituidas mediante
Títulos de Merced que los constriñeron, pero intentando “asegurar” su sobrevivencia
“material”20.

No obstante la presencia mapuche y el proyecto de migración extranjera (que a la


larga resultó de escaso éxito)21, para el Censo de 1907 los chilenos nuevamente
constituían la mayoría de la población, con un 92% en Arauco, un 86% en Malleco y un
65% en Cautín, en tanto que los mapuche sólo en Cautín llegaban al 35% y los
extranjeros no superaban el 3%22. La mayoría de estos chilenos eran rotos y antiguos
fronterizos: labradores, bandoleros, carrilanos, exsoldados y un montón de
desafortunados y buscavidas.

dificultades, a una relación conflictiva entre unos y otros, ya sean mapuche, los terratenientes que
extendían sus brazos mercantiles y agrícolas desde la zona central o las autoridades militares
ubicadas en los centros poblados de La Frontera. Se les observaba entre los indígenas y en los
poblados, practicando una agricultura móvil y un comercio sin fronteras a uno y otro lado del río
Biobío y en ambos lados de la cordillera de Los Andes. También en malones y en correrías junto a
los mapuche, en parlamentos en calidad de agentes del gobierno y en los conflictos bélicos que se
desarrollaban entre mapuche o entre éstos y los chilenos. Por lo general, se encontraban lejos
tanto del alcance de las autoridades religiosas y seculares, así como de las relaciones patronales
del norte de La Frontera. Lenguaraces, soldados, oficiales y otros agentes del Estado, así como
bandoleros, montoneros, conchavadores, labradores, cautivos y maloqueros, comprendían, en
distintas escalas sociales, gran parte de los tipos fronterizos. Es necesario agregar que, a partir de
la Guerra de Ocupación, el fronterizo comenzó a desaparecer al desmembrase la vieja frontera, a
la vez que es posible observar el uso del término “roto” en el territorio de colonización al sur del río
Biobío, debido de la migración masiva de chilenos de la zona central. Arturo Leiva, El primer
avance a la Araucanía…; Sergio Villalobos y Jorge Pinto editores, Araucanía, Temas de Historia
Fronteriza, (Temuco: Universidad de La Frontera, 1985); Sergio Villalobos, Vida fronteriza en la
Araucanía. El mito de la guerra de Arauco (Santiago: Andrés Bello, 1995).
19 José Bengoa, Historia Social de la Agricultura Chilena. Tomo II. Haciendas y Campesinos

(Santiago: Sur Ediciones, 1990), 178.


20 José Bengoa, Historia del pueblo mapuche…; Jorge Pinto, La Formación del Estado, la nación…
21 Baldomero Estrada, “Colonización y civilización europea en La Frontera: el caso de la colonia

Nueva Italia”, en Araucanía y Pampas. Un mundo fronterizo en América del Sur, editor Jorge Pinto,
(Temuco: Universidad de La Frontera, 1996), 240-247.
22 Comisión Central del Censo. Censo de la República de Chile: levantado el 28 de noviembre de

1907 (Santiago: Imprenta Universo, 1908).

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Sin embargo –como explicaremos más adelante en detalle-, al entrar en la


segunda década del siglo XX, no serían los chileno-mestizos, sino los terratenientes y los
mapuche quienes lograrían levantar organizaciones ciudadanas que les permitirían elevar
sus demandas al Estado por la vía institucional, bajo las reglas del juego electoral y/o de
la demanda ciudadana. Aún con las obvias divisiones internas (cosa que caracteriza, casi
sin excepción, a la mayoría de los movimientos sociales), tales organizaciones dieron
cuenta de la construcción de cierta cohesión social, pero también del peso político de
ambos sectores y de metas y programas bien definidos, cuestión que para el caso
mapuche no ha dejado sorprender a los investigadores, por su capacidad de
sobreponerse y reconvertirse rápidamente frente al nuevo escenario, dejando atrás la
respuesta bélica al asumir una lógica propia del siglo XX23.

Más “atrás”, desenmarcados de la competencia por la hegemonía y “fuera” del eje


central del conflicto, quedaron los chileno-mestizos, con organizaciones atomizadas,
fugaces y poco exitosas, cuyo impacto, en la mayoría de los casos, no sería otro que el
derramamiento de sangre, la respuesta armada contra “los rotos alzados”. Excluidos legal
y de facto del proceso de reestructuración de la propiedad de la tierra y, en muchos
casos, sin empleo estable, oleada tras oleada emigraban en distintas direcciones para
recorrer la extensa Patagonia y las zonas más australes en ambos lados de la cordillera
de Los Andes. Sin poder escapar de un mal que arrastraban desde la era colonial, miles
de chilenos no lograrían desprenderse del tedioso vagabundaje, con toda la carga de
exclusión que éste supuso desde el nacimiento de la era colonial por ser considerado
como una “opción”, un “estilo de vida”, un “mal de los rotos” y no como lo que realmente
fue: un hecho forzado, una consecuencia de la exclusión24.

Un par de décadas más tarde, cuando un sector del Movimiento Mapuche insistía
en sacar cierta ventaja del sistema electoral y un sector de los terratenientes del sur
ensayaba su propio partido político (el Partido Laborista, 1931-1945), los rotos del sur se
encontraban atomizados y prácticamente excluidos de la ciudadanía electoral, esto, por
cuatro motivos: a) la continua emigración en busca de tierra y empleo; b) la presión de
redes de dependencia y clientelismo que habían logrado construir los terratenientes sobre
sus trabajadores y sobre pequeños y medianos propietarios, sistema de dominación que
presionaba el voto de acuerdo a la voluntad del patrón, pero que también reforzaba las
divisiones y desconfianzas al interior de los propios excluidos; c) un sistema electoral
altamente excluyente, que dejaba fuera de la ciudadanía electoral a la mayoría de los
chilenos y sin amparo de los interese del patrón; y d) como hecho final, en el gobierno del
Frente Popular, con un decreto de sindicalización campesina que en la práctica puso
obstáculos a la formación de sindicatos en los campos, frenando aún más las
posibilidades de acción política por medio del sistema de partidos.

Así las cosas, sostenemos como hipótesis, que entre mediados del siglo XIX y las
primeras décadas del XX, se articularían las tenciones hegemónicas que estructurarán el
eje central del conflicto en La Araucanía, esto es, entre el Pueblo Mapuche y el Estado-
Nación. La construcción de un orden excluyente provocará que los derrotados de guerra
(los mapuche) queden relegados abajo del eje, mientras que los vencedores (el Estado-

23 Rolf Foerster y Sonia Montecino, Organizaciones, líderes y contiendas mapuches: (1900-1970)


(Santiago: CEM, 1988); José Bengoa, Historia de un conflicto. El Estado y los mapuches en el siglo
XX (Santiago: Ariel, 2002).
24 Mario Gongora, “Vagabundaje y sociedad fronteriza (Siglos XVIII y XIX)”, Cuadernos del CESO,

num 2 (1966): 1-41; Gabriel Salazar, Labradores, peones y proletarios...

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Nación), junto a terratenientes y colonos, lograrán ubicarse, ventajosamente, en la parte


superior del eje. No obstante, los reacomodos y posibilidades de definición de dicho
orden, permanecerán después de la Guerra, cuando termina un período que identificamos
como la posguerra, ello debido a los cambios territoriales en cuanto a la propiedad de la
tierra (incluyendo formas legitimadas, legales e ilegales de obtención de la misma), a la
instalación del aparato burocrático-militar y a las posiciones políticas que adoptaron al
final de la posguerra. Como segunda hipótesis, es posible sostener que entre la Guerra y
las posguerra los rotos y antiguos fronterizos, no solamente quedaron a bajo, sino que
también, fuera del eje del conflicto, debido a una doble exclusión de fondo, superada
quizás a medias: por un lado, no haber logrado encontrarse y, por otro, no haber podido
pasar desde el poder de la comunidad (potentia) al poder delegado (potestas). Un fracaso
que, a pesar de estar ya definido el escenario sociopolítico, tuvo su momento final
después de la posguerra, con la llegada del Frente Popular, cuando quedó resuelta la
exclusión del campesinado de la ciudadanía electoral. De esta forma, no se habría
constituido a favor de estos sujetos lo que algunos autores denominan como Estructura
de Oportunidades Políticas (EOP). No nos referimos a la generación de las condiciones
mínimas que permitan catalizar la movilización social, pero con cierto grado de éxito25. En
este escenario, la única alternativa posible, como tercera hipótesis, sería la resistencia
subalterna desde abajo y desde fuera del eje central del conflicto.

La Guerra de Ocupación: el lugar de los rotos en el momento fundacional de los


pueblos

Angol era, por esos días, un hervidero de gente que venía


desde la Alta y Baja Frontera a vender sus productos.
Desde el norte llegaban funcionarios del Gobierno que
alojaban en los cuarteles y en los hoteles improvisados que
por ese tiempo existían ahí.
(Luis Durand, Frontera, Santiago: Nascimiento, 1949, 52).

En medio de grandes debates desarrollados en el seno de una élite santiaguina


colmada de los idearios positivistas propios de su tiempo, se decide la explotación
agrícola e industrial al otro lado del río Biobío, la línea de frontera que separaba, por el
norte, el territorio mapuche del Chile criollo, ya que por el lado sur de esa región, unas
leguas más allá del río Toltén, la colonización era un hecho en marcha y ya prácticamente
consumado. Es necesario recordar, siguiendo a Carmen Norambuena, que Chile a

25 La teoría racionalista de los conflictos sociales sostiene que los sujetos se movilizan motivados
por una lectura de sus posibilidades de éxito. Esta lectura, por lo menos medianamente informada,
brindaría cierta expectativa fundada en que la movilización entregaría beneficios objetivos. Así, los
conflictos sociales estallan cuando los sujetos amplían sus posibilidades de éxito, cuando
comprenden que surge un escenario sociopolítico favorable a sus objetivos. Este escenario se
conoce como EOP. Las EOP surgen cuando el entorno político o el sistema político influyen
catalizando la acción colectiva, aunque los resultados no siempre sean positivos, pero cuando
crecen las EOP también las movilizaciones se tornan más eficientes. Este escenario puede abarcar
diversas dimensiones: el grado de apertura del sistema político institucionalizado, los cambios que
se producen en el sistema electoral, la inestabilidad en las alienaciones de las élites, la posibilidad
o no de contar con el apoyo de un sector de las élites, la capacidad estatal para reprimir o la
tendencia a no hacerlo, entre otros. Ver: Pedro Lorenzo, Fundamentos teóricos del conflicto social
(España: Siglo XXI, 2001), 38-42; Doug Mc Adam y otros, Movimientos sociales: perspectivas
comparadas, oportunidades políticas, estructuras de movilización y marcos interpretativos
culturales (Madrid: Istmo, 1999); Sidney Tarrow, El poder en movimiento. Los movimientos
sociales, la acción colectiva y la política (Madrid: Alianza Editorial, 2004).

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mediados del siglo XIX, como las demás nacientes repúblicas sudamericanas, iniciaba un
proceso de incorporación a la economía mundial, por lo que se requería de brazos para
explotar sus recursos naturales. En este sentido, se consideraba que los territorios se
presentaban como verdaderos “desiertos demográficos”, donde la ausencia de población
era un elemento evidentemente nefasto. Más aún, “se afirmaba que la riqueza de las
naciones estaba en directa relación con su potencial demográfico”. Bajo tales premisas (la
necesidad de una mejor incorporación al mercado mundial por parte de un país
considerado como de gran potencial exportador, pero escasamente poblado y cuya
población se suponía como “de pocas luces”, se intentaba alcanzar lo que se ha
identificado como utopía agraria. Obviamente, el bajo pueblo chileno (rotos y fronterizos) y
los mapuche quedaban excluidos del proyecto, considerados como razas supuestamente
inferiores y menos dotados para la práctica agrícola y la industria en comparación al
europeo26.

El potencial económico de la tierra mapuche se estimaba incalculable y no se


aceptó que permaneciera bajo el control de quienes fueron considerados como la
barbarie: los fronterizos y los mapuche27. A toda costa había que incorporar esas tierras al

26 Las opiniones y decisiones de tres hombres de Estado claves en política migratoria dan cuenta
de lo que hemos venido señalado: el primero es Vicente Pérez Rosales (1807-1886), político e
intelectual destacado, principal artífice del ensayo inmigratorio con alemanes a mediados del siglo
XIX. Pérez Rosales sentó las bases filosóficas y organizativas de la política inmigratoria que, con
algunos cambios, se retomará con fuerza a partir de la década de 1880 en la Araucanía. El
segundo es Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886), otro intelectual, pero también legislador. En
su calidad de secretario de una comisión especial de inmigración, formada a fines de 1864 por
mandato del presidente José Joaquín Pérez, Vicuña Mackenna sistematizó y presentó la
argumentación más completa en defensa de la inmigración europea: Bases del informe presentado
al Supremo Gobierno sobre la inmigración estranjera (1865). El último es Nicolás Vega, Agente
General de Colonización en Europa en la década de 1890 y redactor de un importante trabajo
sobre inmigración en 1896: La inmigración europea en Chile, 1882 a 1895. José M. Zavala, “En
busca del ciudadano ideal: fundamentos discursivos de la colonización inmigratoria de La
Araucanía durante el siglo XIX”, en El pueblo mapuche en la pluma de los araucanistas. Seis
estudios sobre construcción de la alteridad, editores Héctor Mora y Mario Samaniego (Santiago:
Ocho Libros, 2018), 167-185.
27 En muchas ocasiones las autoridades consideraron a los fronterizos como inferiores a los

mapuche, sujetos más bárbaros y peligrosos, como indicaba, en 1846, el naturalista polaco Ignacio
Domeyko tras su viaje a La Araucanía: “Con frecuencia oirá el viajero que visite Concepción i los
pueblos fronterizos de Arauco que hai entre los cristianos de la frontera hombres mil veces peores
que los indios, i que inspira mas confianza la palabra de este que la escritura de un cristiano”.
Araucanía i sus habitantes. Recuerdos de un viaje hecho en las provincias meridionales de Chile,
en los meses de enero y febrero de 1845 (Santiago: Imprenta Chilena, 1846), 82. Es significativo
señalar que cuando se reanudo el proyecto de evangelización a los mapuche, en 1832, una vez
concluida la Guerra de Independencia, entre sus obvios objetivos se encontraba “civilizar al
bárbaro”, condición que a juicio de las autoridades era agravada enormemente por su contacto con
los “malvados” y “criminales” fronterizos. La presencia de estos sujetos entre los mapuche era
considerada como un obstáculo para su civilización, por lo que también fueron excluidos de la
evangelización, así lo indicó el propio Presidente de la República en el “preámbulo” del decreto que
reanudó la obra misional: “Santiago Enero del 1832. Su Exa. el Presidente de la República ha
decretado con fecha de ayer lo que sigue: Cuando después de haber conseguido nuestra
emancipación política: cuando cimentado ya el orden interior se trabaja para dar un impulso a
todos los ramos de prosperidades y para adelantar la civilización en todos los pueblos del Estado,
es preciso que este conato se haga extensivo a todos los habitantes del territorio de la República.
Desgraciadamente existe una gran porción de hombres que separados de toda sociedad civilizada
forman un conjunto de seres, que más bien parecen brutos que racionales. Estos son los indios

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“Chile Civilizado”, para entregarlas en mandos de hombres calificados como “laboriosos” e


“industriosos”. Luego de unas cuantas discusiones parlamentarias que decidirían el
destino del territorio mapuche, desarrolladas en medio del avance militar que ya operaba
en los hechos, la suerte quedó echada y violencia de Estado no tendría retroceso28.

Instalar a los nuevos ocupantes en medio de la “barbarie” de “indios y fronterizos”


y en medio de un inminente conflicto bélico, requería de decisiones estratégicas, del
manejo prudente del arte de la guerra. La doctrina de “gobernar es poblar”, que defendían
ideólogos como el argentino Juan Bautista Alberdi y la élite de la capital29, en La
Araucanía fue llevada a cabo con la ayuda de una “punta de lanza”, la “carne de cañón”
que prestaría sus servicios al proyecto superior. En definitiva, los nuevos poblados serían
ocupados en sus inicios, por decreto, por quienes debían ocupar un lugar de avanzada en
tierra hostil.

Como sabemos, el avance del Ejército de La Frontera se desarrolló gracias a la


instalación progresiva de una serie de líneas de fuertes, empalizadas que se ubicaban en
la rivera de los ríos u otros puntos estratégicos que servirían de resguardo a los nuevos
poblados ante el hostigamiento mapuche (con sus malon) y de los peligrosos fronterizos
y, a la vez, de centros de operación para las devastadoras incursiones militares “tierra
adentro”30. En cada ejercicio de avanzada para la instalación de un nuevo fuerte, como
muestran los informes militares y los pocos testimonios que existen, el Ejército de La
Frontera era acompañado por una larga caravana de mujeres de servicio y por familias de
los soldados. Este grupo era conocido como la “población militar”, aunque, en realidad, lo
componían civiles y militares, incluyendo infantes. Ellos eran instalados en la periferia de

bárbaros, que desparramados en hordas ocupan una parte considerable en el Estado. Estos
infelices no tienen más comunicación que o con los malvados que huyendo por sus crímenes del
rigor de las leyes buscan un refugio entre ellos, o con aquellos hombres a quienes un interés
sórdido conduce, y que cifran su fortuna en el fomento de toda clase de vicios, sosteniéndolos así
en el último grado de barbarie y de abyección, y originando por esta causa terribles males a los
pueblos que se hallan en sus inmediaciones. Por estas consideraciones el supremo Gobierno ha
creído necesario fomentar una sociedad de hombres filantrópicos que arrastrando los peligros se
les acerquen y procuren por medios pacíficos atraerlos a las costumbres más suaves, y reducirlos
a formar sociedades arregladas”. Más sobre estos análisis en Mathias Órdenes, “Rotos y
fronterizos bajo el orden elitista: Una mirada a la Araucanía del siglo XIX y comienzos del XX”,
Revista Inclusiones, Vol: 6 num 4 (2019): 12-45.
28 José Bengoa, Historia del pueblo mapuche… 151-184; Jorge Pinto, La Formación del Estado, la

nación… 167-171.
29 Como señala Jorge Pinto, “existía la firme convicción que las ciudades irían asegurando la

ocupación del territorio e irradiando la civilización. De esto se hizo cargo el Congreso Nacional al
aprobar en 1866 un proyecto de ley que autorizaba la fundación de poblaciones en territorios
indígenas, facultando al Presidente de la República para repartir sitios gratuitamente a los colonos
e indígenas que quisieran asentarse en ellas. A partir de entonces, casi todos los años los
intendentes de Arauco recomendaban la fundación de ciudades. Con ellas, sostenían, se irá
ocupando la región sin derramar sangre ni crear conflictos con los mapuche”. La Formación del
Estado, la nación… 195.
30 José Bengoa, Historia del pueblo mapuche…, 170-175; Autor anónimo, “De la última campaña y

repoblación de Angol, en la Araucanía, por el Ejército de Operaciones de ultra Bio-Bío, bajo la


dirección del teniente coronel y comandante en jefe, intendente de la provincia de Arauco D.
Cornelio Saavedra”, en Incorporación de La Araucanía. Relatos militares. 1822-1883, Sergio
Villalobos (Santiago: Catalonia, 2013 [1863]), 147-170; Leandro Navarro, Crónica militar de la
conquista y pacificación de la Araucanía. Desde 1859 hasta su completa incorporación al territorio
nacional (Santiago: Pehuén, 2013 [1909]).

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los nuevos poblados, donde se les asignaban, bajo títulos provisorios (que no siempre
fueron legalizados causando conflictos posteriores), terrenos que servirían para la
instalación de sus improvisadas chozas y para la explotación de pequeñas faenas
agrícolas31. Para cultivar o pastorear en otros lugares, de acuerdo a un decreto, debían
pagar arriendos al Ejecito o simplemente se les prohibía incluso ese derecho, pero en la
práctica no fue siempre así, pues abundó el uso ilegal del suelo32. Un segundo grupo era
instalado en lugres escogidos a su propio arbitrio o según ordenaban los oficiales, éstos
eran modestos comerciantes (buhoneros), artesanos y aventureros libres que
acompañaban a la caravana con objeto de alcanzar alguna fortuna intercambiando sus
baratijas con los mapuche, trabajando la tierra o prestando sus servicios a los militares33,
y, en un tercer grupo, más cerca de los fuertes o dentro de ellos, eran instalados los
mandos militares y soldados. En ese grupo también entraban los comerciantes
importantes que acompañaban a la caravana para aprovisionar al ejército y otros agentes
del estado, como agrimensores, personal médico y técnicos34.

De acuerdo a los planes del Coronel Cornelio Saavedra, este sistema de control
sobre la población facilitaría los avances militares, el aprovisionamiento del ejército, el
contacto con los indígenas gracias al comercio (que fue desarrollándose rápidamente, lo
que se suponía permitiría su civilización)35 y, por último, serviría de instalación de un cerco
humano que protegería a los nuevos habitantes que más tarde se ubicarían cerca de los

31 Autor anónimo, “De la última campaña y repoblación de Angol”...


32 Tomás Guevara, “Historia de la Civilización Araucana. Capitulo VIII”, Anales de la Universidad de
Chile Tomo 113 (1903): 164.
33 “A estos centros habitados de la línea del Malleco afluían habitantes de las ciudades de mas al

norte, como los Anjeles, Nacimiento, Chillan, Parral i San Cárlos. A Lebu i Cañete suministraron
pobladores Arauco, Tomé, Lota i Concepcion. Vecinos de Valdivia llegaron a establecerse a Tolten
i Queule. Buena parte de esta poblacion nacional traia capitales o algun arte o industria i otra
llegaba atraida por la fácil ocupacion de terrenos fiscales o de indíjenas. Entre esta última se
contaban los ajentes de pleitos o “tinterillos” i los buscavidas, que desde años anteriores afluian a
la frontera”. Tomás Guevara, “Historia de la Civilización Araucana. Capítulo VIII”... 159-160.
34 Un militar escritor anónimo, un soldado que estuvo presente en la ocupación de Angol, deja

bastante claro lo que señalamos: “Parte de la tropa se empleaba en disponer sus cargas y el resto
en trasladar sus familias, equipajes, pertrechos de guerra y demás aprestos. Las mujeres,
conduciendo sus pequeños atavíos confundidos entre la multitud de carretas que cruzaban en
distintas direcciones, se disputaban el paso (…). Las familias de la tropa componen una población
separada, formando en su centro una callecita que viene a terminar en el pueblo, y aunque sus
ranchos han sido provisionalmente aderezados, su aspecto no deja de representar una vista un
tanto agradable”. Anónimo, “De la última campaña y repoblación de Angol... Otra fuente señala lo
siguiente sobre la caravana rumbo a Villarrica: “como completando la entusiasta hueste, que
llevaba la nobilísima misión de pacificar aquellos salvajes campos, seguía un numeroso convoy de
carretas sobre muchas de las cuales veíanse unas 150 mujeres, siete de las cuales tuvieron feliz
aunque prematuros alumbramientos bajo las bóvedas de frescas hojas que ofrecíanles las
majestuosas montañas de altos y robustos robles”. Francisco Subercaseaux, “Memorias de la
campaña a Villarrica 1882-1883”, en Incorporación de La Araucanía..., 293. Ver también: Juan B.
Olivares, La pacificación Araucana (1876-1884): relación histórica de la pacificación de la
Araucanía de Malleco hasta Cautín, relatada por don Juan Bautista Olivares Ferreira (Padre Las
Casas: Imprenta San Francisco 1939). Respecto a los informes militares: Archivo Nacional
Histórico (en adelante ANH), Ministerio de Guerra (en adelante MG), Correspondencia de la
Comandancia Jeneral de Armas de Arauco i asuntos de Frontera 1865-1868, volumen 536, Los
Ángeles, 21 de marzo 1866, fojas 277-288vta; MG, Miselanea 1879-1887, volumen 486, “Informe
de José María de la Cruz a José Joaquín Pérez: Observaciones sobre la internación de fuertes en
el territorio araucano año 1862", Peñuelas, 28 de abril 1862, fojas sin número.
35 Tomás Guevara, “Historia de la Civilización Araucana. Capítulo VIII”... 160-161.

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fuertes, en lugares más seguros36. Pero en la práctica las cosas fueron más complejas,
los grupos señalados fueron responsables de la alcoholización del mapuche a objeto de
empobrecerle, trayendo sobre ellos aquel mal tan fácil de heredar. Así mismo, sin
cansancio acecharon los botines de guerra y la tierra para arraigarse o expandir su
riqueza bajo la lógica del extractivismo37.

En esta etapa fundacional, la seguridad, la ubicación geográfica y el avance de las


vías de comunicación fueron claves para el progreso de los poblados. Factores que
fortalecían a Angol y Traiguén, dejados posteriormente atrás por Temuco, mientras que
otros, con menos ventajas comparativas, entraban en un período de decadencia que en el
corto plazo no les permitiría alcanzar el brillo de aquellos que se transformarían en
ciudades pujantes38.

El más significativo de tales factores fue el ferrocarril, el “duce humo del progreso”
que permitía el traslado de soldados, de la población en general y la conectividad
comercial. También hubo pueblos que tuvieron una fugaz existencia al avance del tendido
ferroviario, como punta de rieles, pero cuando el ejército debía trasladarse o cuando el
monstruo de metal debía seguir su indolente marcha, arrastraban consigo a pobladores y
carrilanos, con sus miserables ranchas (“rukos”) y a cuanto comercio informal se había
instalado, con su licor barato y su sexo casual. Los más débiles quedaban atrás,
envejeciendo junto al pueblo que se desvanecía, como desechos humanos, consumidos,
mutilados por la vida y el trabajo39. Como señala Tomás Guevara:

Algunos de estos caseríos, como Chiguaihue, Cancura, Tigueral i otros,


tuvieron la vida efímera que les dió la guarnicion. Cuando hubo que mover
al sur la línea de fortificaciones, quedaron sin comercio i se estacionaron.
Poblaciones que se intentó establecer lejos del amparo de las guarniciones
militares, no alcanzaron ni a formarse, como una que mandó delinear el
jeneral Pinto en 1870 sobre las ruinas de la antigua Angol, en Colhue,
ribera norte del rio Renaico.
Sin los recursos de una comarca agrícola, lejos de la línea del ferrocarril
algunas o cerca de pueblos grandes otras, han desaparecido casi
totalmente40.

La hostilidad entre ambos bandos fue un hecho constante, pero con momentos de
mayor y de menor intensidad41. Escenario que tras el ataque de uno y otro bando, una y
otra vez se convertiría en un regadero de sangre, saqueo y cautiverio, en especial de
niños, niñas y mujeres, chilenas y mapuche42. Hechos que a la larga debilitarían y

36 Leandro Navarro, Crónica militar de la conquista y pacificación…, 61; José del Carmen Alderete,
Apuntes Históricos. Sublevación de La Araucanía en 1881 (Temuco: Cagtén, 2016 [1934]), 21.
37 Juan B. Olivares, La pacificación Araucana…; Tomás Guevara, “Historia de la Civilización

Araucana. Capítulo VIII”... 161.


38 Un ejemplo representa el poblado de Nacimiento, que vio un período largo de estancamiento y

disminución de población cuando fue incendiada la estación de ferrocarriles por bandidos y


reducida la guarnición del fuerte, a mediados de la década de 1870, a sólo 10 hombres. Tomás
Guevara, “Historia de la Civilización Araucana. Capítulo VIII”... 160.
39 Francisco Javier Ovalle, Por el sur de Chile. Civilización desconocida (Santiago: Imprenta y

Encuadernación La Ilustración, 1912), 20-13; entrevista a Eduardo, Victoria B., 5 de mayo, 2017.
40 Tomás Guevara, “Historia de la Civilización Araucana. Capítulo VIII”... 159.
41 José Bengoa, Historia del pueblo mapuche… 151-184.
42 José Bengoa, Historia del pueblo mapuche… 151-184; Tomás Guevara, “Historia de la

Civilización Araucana. Capítulo VII”, Anales de la Universidad de Chile Tomo 112 (1903): 367-395.

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derrotarían a los mapuche debido al saqueo, a los avances tecnológicos como las armas
de repetición y la introducción del telégrafo y del ferrocarril y, como golpe final, al coraje
de los rotos, enviados al sur cuando ya daban término victorioso a la Guerra del
Pacífico43.

Obviamente, los más perjudicados frente a los rápidos y numerosos ataques de


mapuche y forajidos fueron los miembros de la población militar y, en segundo lugar,
quienes se arranchaban fuera de los fuertes. De acuerdo a las cartas e informes militares,
estos eran los últimos en encontrar refugio cuando se producían los ataques. Además,
una y otra vez fueron forzados a dejar sus posesiones y adelantos en ranchos, cercos,
ganado y siembras para seguir la marcha de la tropa, de otra forma quedarían
desprotegidos44.

De estos ataques, los más terribles para los entrometidos wingka fueron los
alzamientos generales de 1867-1868 y de 1881-1882, que despoblaron por varios meses
a varios de los nacientes poblados y arriesgaron el futuro de aquellos que adquirían
importancia. Estos hechos, largos de precisar en detalle, se encuentran bien descritos en
fuentes militares y han sido comentados por algunos historiadores45. Así, por ejemplo, un
militar nos cuenta lo siguiente sobre un ataque producido en el Fuerte Curaco durante el
primer alzamiento general: “Soldados, labradores, mujeres i niños, todos tomaron parte en
aquella espantosa refriega, que duró más de cuatro horas, porque los indios, cada vez
que se sentían diezmados, recogían sus heridos i muertos, i se replegaban por breves
momentos a la montaña, para rehacerse i volver a la pelea con más furia”46. Así también,
José del Carmen Alderete, soldado que junto a otros fue enganchado en Valdivia para
detener el último alzamiento indígena, nos cuenta un hecho escalofriante ocurrido a orillas
del río Toltén:

Como el piquete Valdivia, del cual formaba parte, iba de avanzada, fue el
primero en encontrar cadáveres de todo sexo y edades, tendidos en la
playa, teniendo que proceder a la sepultación de ellos a la orilla de los
riscos de la cordillera de la costa. Entre lo que nos llamó más la atención,
figuraba el de una mujer que contaba catorce lanzadas en el pecho y el
seno izquierdo cortado (…). Se dio orden de continuar la marcha bajando
nuevamente a la playa para alivio de la división, en donde se repitieron las
mismas escenas macabras y repugnantes, de recoger cadáveres
putrefactos y darles sepulturas, siempre al pie de la cordillera costina 47.

En fuentes de archivo: ANH, MG, Correspondencia de la Comandancia Jeneral de Armas de


Arauco i asuntos de Frontera 1865-1868, volumen 536, 25 de octubre 1866, Los Ángeles, fojas,
340-341vta; 14 de noviembre 1866, Los Ángeles, 347vta; Correspondencia del Cuartel General
1869, volumen 602, 4 de enero, 1869, Angol, fojas sin número, entre muchas otras.
43 José Bengoa, Historia del pueblo mapuche…, 185-324.
44 ANH, MG, volumen 536, Los Ángeles, 21 marzo 1866, fojas 277-280vta.; Santiago, 8 mayo 1868,

fojas 411-415.
45 ANH, MG, volumen 602; volumen 644, número 438, Angol, 2 de junio de 1869, fojas sin número;

volumen 602, número 390, Angol, 27 de febrero de 1869, foja 165, entre otros. Ver también Tomás
Guevara, “Historia de la Civilización Araucana. Capítulo VIII”; “Historia de la Civilización Araucana.
Capítulo IX”, Anales de la Universidad de Chile Tomo 113 (1903), 305-367.
46 Ambrosio Letelier, Apuntes de un viaje a la Araucanía, 375, citado por Tomás Guevara, “Historia

de la Civilización Araucana. Capítulo VII”… 149-150.


47 José del Carmen Alderete, Apuntes Históricos... 25-29.

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Lo señalado nos permite comprender los grados de exposición que debieron


enfrentar los rotos en su aventura, cuestión que una y otra vez provocaría el desarraigo, el
desplazamiento de los sobrevivientes en distintas direcciones de acuerdo al ritmo de la
Guerra. Sin duda, las dos décadas de guerra dificultaron el arraigo de muchos buscavida,
pero no existen cálculos al respecto, no sabemos cuánto tiempo ni cuántos de los más de
71.000 chilenos y chilenas que poblaban La Araucanía, para el Censo de 186548, sufrieron
el desplazamiento. Tampoco conocemos la suerte de muchas de las cautivas, ni la
cantidad de quienes perdieron su vida en medio de la línea de fuego.

El bandolerismo: un brote de violencia en posguerra

-Tenimos sé, patrón. ¡Queríamos que nos dé una lianza su


mercé! Querimos tomar hasta que nos dé puntá. Oiga,
patrón, somos rotos chilenos que peliamos en Dolores y en
la Batalla del Morro. No le tenimos miedo a naidie. La pelá
es la que nos tiene miedo a nosotros. Patrón, ¡Aguite este
lauquetito! Es la bayoneta de un cholo que me ensartó en
la batalla de Tacna.
(Luis Durand, Frontera…, 63).
Otros corrieron una suerte distinta, pero no mejor. Leonardo León sostiene que los
antiguos fronterizos, hombres rudos y de escasa moralidad, sin tierra y sin futuro, no
lograrían formar parte de un mundo que ya no les pertenecía y respondieron a él con la
violencia del bandolerismo y la siembra del terror, transgrediendo el orden civilizatorio que
se intentaba implementar. De tal forma que el proceso de instalación de las instituciones
estatales marcaría el inicio de una profunda crisis social, que no habría tenido parangón
en la convulsionada y dramática historia de la región49. A ellos se sumaron mapuche,
exsoldados y desertores del ejército patriota (lleulles, como se les llamaba en La
Frontera), que no fueron compensados en tierra o en montepíos por sus servicios a la
patria50.
Estos delincuentes, señala Jorge Pinto, comprendían dos figuras distintas: quienes
se cobijaban bajo el alero de los grandes terratenientes, lustrosos hombres “de bien” que
amparaban y dirigían toda clase de tropelías con objeto de adquirir animales, ensanchar
cercos y conseguir propiedades, y los que se allegaban a los campesinos pobres,
especialmente mapuche, en cuyo nombre actuaban con la misma inmoralidad51.
Al primer grupo hemos denominado bandolerismo patronal, sus hechos son
extensos de relatar pues afectaron a los más débiles y a los propios terratenientes entre
sí. La Guerra Civil de 1891 vino a tensionar aún más la situación, ya que fue fácil acusar
públicamente a otro agricultor o a una autoridad de “balmacedista” o “congresista” con tal
de sacar ventaja de la situación o ejecutar algún tipo de vendetta52. En tanto que el

48 Oficina Central de Estadísticas, Censo Jeneral de la República, levantado el 19 de abril de 1865


(Santiago: Imprenta Nacional, 1866), 48.
49 Leonardo León, La Araucanía: La violencia mestiza y el mito de la pacificación, 1880-1900.

(Santiago: Universidad ARCIS 2005).


50 Mathias Órdenes, “Los rotos en la guerra de ocupación de La Araucanía: la exclusión del lleulle

(1862-1883)”, Diálogo Andino, num 56 (2018): 63-73.


51 Jorge Pinto, “El bandolerismo en la Frontera, 1880-1920. Una aproximación al tema”, en

Araucanía: temas de historia fronteriza, Sergio Villalobos y otros (Temuco: Universidad de La


Frontera. 1989), 101-122.
52 La violencia patronal en los campos rápidamente se trasladó al mundo urbano, los juzgados y la

policía, y a la esfera pública, más específicamente a la prensa, pues su desarrollo a fines del siglo

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segundo -siguiendo al mismo autor y a Leonardo León53-, no siempre respondió a la lógica


del delito vulgar, sino que también hubo casos en que se tomaba la justicia por las propias
manos, quitando al rico para repartir a quienes no tenían, lo que indica un acto de
resistencia y subversión a la autoridad al estilo Robin Hood, en palabras de Eric
Hobsbawm, una práctica de la prepolítica54. Como sea, el bandolerismo no fue la norma
entre los rotos y fronterizos, sino la excepción de decenas pero problemáticos y
escandalosos “descarriados”, pues la mayoría se dedicó a ganarse la vida por medios
“más honrados”55.

En un primer momento se intentó combatir el bandolerismo por medio de cuerpos


dependientes del Regimiento Húsares de La Frontera (de Angol), pero como ello no dio
los resultados esperados, en 1881 se creó el Cuerpo de Policía Rural, dirigido por el
entonces alférez Pedro Hernán Trizano y, en 1896, el Cuerpo de Gendarmes de Las
Colonias, cuya dirección fue encomendada al mismo Trizano, logrando reducir a los
criminales, entre los que se encontraban, según las memorias del veterano José Miguel
Varela, quienes en otro tiempo habían sido sus propios compañeros de armas56.

De la Guerra a la posguerra: el reparto de la tierra como política de exclusión

-¡Vez tú, chiquiyo! ¡Esta es vida, mi alma! Aquí zí que se


puede trabajar con provecho. Veraz, veraz como muy
pronto tendrás tú también casa y solar. Y tierras y
animales: ¡Rediez! Y todas las mujeres que queraz!
Aunque si te pasas con ellas por haí puede venirte la
jodienda. ¡Hay que vivir con medida, chico! ¡Si lo sabré yo!
Los cojones un día nos van a hacer falta.
(Luis Durand, Frontera… 57).

XIX reflejó de las tensiones propias de la vieja Frontera. La divulgación escrita de una serie de
acusaciones públicas sobre el uso de la violencia y otros excesos que comprometían la honra de
terratenientes y autoridades, generaron abiertas persecuciones y hechos de sangre entre bandos
que buscaban escalar en influencia, llevando al extremo las posiciones partidistas. Saqueos,
encerronas, ataques a los modestos tallares de la prensa y amenazas a periodistas, provocaron
más de algún hecho de trágico. La Guerra del 91 empeoró la situación, pues fue tomada como
excusa para vengar problemas relacionados con la corrupción y con compras y adquisiciones
fraudulentas de tierra. Así, por ejemplo, en octubre de 1889 corrió la suerte de víctima un miembro
del Partido Radical, Francisco de P. Frías, junto a sus dos humildes acompañantes. Frías desde su
propio semanario, La Voz Libre, de Temuco, se había encarado de denunciar los delitos de las
autoridades. Su victimario fue el propio gobernador de Nueva Imperial. Los jueces de Imperial y
Temuco quedaron inhabilitados del caso, el primero por temor a represalias y el segundo porque
había encarcelado injustamente Frías. Francisco Javier Ovalle, Chile en la región austral. El
desenvolvimiento general de Temuco (Santiago: Imprenta Universitaria, 1911), 113-119, 128-129;
Por el Sur de Chile… 103-108; Eduardo Pino Zapata, Historia de Temuco. Biografía de la capital de
La Frontera (Temuco: Ediciones Universidad de La Frontera, 1969), 31-35. Sobre el asesinato de
Francisco de P. Frías: Imprenta de la Libertad Electoral, Asesinato en Pancul. Datos referentes a
este suceso (Santiago: Imprenta de la Libertad Electoral, 1890).
53 Leonardo León, La Araucanía…
54 Eric Hobsbawm, Rebeldes Primitivos…
55 Marco León, “Criminalidad y prisión en la Araucanía. 1852-1911”, Revista de Historia Indígena,

Número: 5 (2001), 135-160.


56Jorge Pinto, “El bandolerismo en la Frontera”… 101-122; Leonardo León, La Araucanía…;

Guillermo Parvex, Un veterano de tres guerras. Recuerdos de José Miguel Varela (Santiago:
Academia de Escuela Militar, 2015), 299-302.

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La reestructuración de la propiedad bajo control estatal supuso la dictación


periódica de un conjunto de leyes, cuya aplicación e impacto se extenderían desde el
comienzo de la década de 1870, hasta casi completar la de 1920, aunque al comenzar la
década de 1910, cuando finaliza la posguerra, proceso ya estaba prácticamente
consumado. Ello permitió, primero, la entrega de tierras fiscales a bajo costo a los
terratenientes de la zona centro y centro-sur, por vía de remates que favorecieron la
especulación y extensión del latifundio57 y después, cuando ya había concluido la Guerra,
la entrega de tierra a colonos extranjeros y nacionales58, lo que significó la expulsión de
los ocupantes nacionales, al no contar con los medios para adquirir tierras ni con leyes
que los favorecieran59.

Es significativo constatar que la mayoría de los propietarios lograron instalarse,


ventajosamente, en terrenos con desarrollo agrícola, que se encontraban con adelantos y
en plena etapa productiva desde hacía ya varias décadas; desmontados, limpiados,
barbechados y con mejoras en ranchas, cercos y otras que rara vez fueron indemnizadas,
porque en pocas ocasiones los expulsados contaron con la capacidad de entablar
demandas judiciales para recuperar sus inversiones60. En el caso de los colonos

57 La primera y principal vía de apropiación fueron los remates de tierras fiscales, en virtud de las
leyes del 4 de diciembre de 1866 y del 4 de agosto de 1874. Este procedimiento imponía la
cancelación inmediata de la tercera parte del valor del predio y lo restante en diez cuotas, que
podían cancelarse en un plazo de tres años. Desde 1873 a 1899 los remates significaron el
traspaso de 1.125.130 hectáreas en pocas manos. Las limitaciones a la obtención de varios
remates por parte de un solo interesado, incorporadas recién en 1895, no pudieron evitar la
acumulación en manos de especuladores privilegiados, quedando muchos campos sin cultivo o
mal cultivados, mientras que la mayoría de la población no pudo acceder a la propiedad de la
tierra. Baldomero Estrada, “Colonización y civilización europea”… 240-247.
58 Una vez consolidado el control de La Araucanía por parte del Ejército, en 1882, se inició la

ocupación por vía de la colonización, los remates siguieron en marcha, pero en menor proporción.
Ese año se creó la Agencia General de Inmigración y Colonización de Chile, con sede en Europa,
destinada al reclutamiento de inmigrantes. Al año siguiente se crea la Inspección General de
Tierras y Colonización, bajo la autoridad de la Sociedad Nacional de Agricultura, para luego, a
partir de 1888, ser administrada directamente por el Estado. Así comenzó una segunda etapa de
apropiación efectiva, destinada a la inmigración europea. Entre 1882 y 1890 llegaron 6.878
colonos, procedentes mayoritariamente de Suiza, Alemania, Francia y Gran Bretaña. A partir de
1890 se suspende la colonización para privilegiar la inmigración libre o industrial, orientada a los
centros urbanos y al aumento de la mano de obra. En 1895 se reanuda la colonización europea,
pero en esta nueva etapa predominará la acción de empresas privadas. Entre 1901 y 1907 se
crearon empresas que firmaron contratos de concesión gracias a una ley dictada en 1874. A
cambio de la obtención de tierras las empresas se comprometieron a establecer un total de 2.050
familias, sin embargo, sólo radicaron 368 y pronto se dedicaron al acaparamiento de tierras
indígenas y las que eran trabajadas por ocupantes nacionales (rotos y fronterizos), generando un
conflicto por el incumplimiento de los contratos de colonización en casi todos los casos, lo que
además terminó por demostrar el fracaso de la colonización europea. Baldomero Estrada,
“Colonización y civilización europea”… 240-247.
59 Comisión Parlamentaria de Colonización, Informes, proyectos de ley, actas de sesiones y otros

antecedentes (Santiago: Sociedad Imprenta y Litografía Universo, 1912); José Bengoa, Historia del
pueblo mapuche…, 331-360; Jorge Pinto, La formación del Estado y la nación…, 209-234; Mathias
Órdenes, “Rotos y fronterizos bajo el orden elitista”…
60 Comisión Parlamentaria de Colonización, Informes, proyectos de ley..., 484-499. También hemos

encontrado varias demandas por este tipo de conflictos: Archivo Regional de La Araucanía (en
adelante ARA), Primer Juzgado Civil de Temuco, Unidad de Conservación (en adelante UC) 130,
rol 2544, 21 de abril, 1907; UC 112, rol 2592, 27 de abril, 1912; UC 130, rol 3152, 6 de marzo,
1913; UC 134, rol 3328, 13 de mayo, 1913; UC 141, rol 3639, 18 de octubre, 1913.

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extranjeros, también fueron favorecidos con apoyo estatal en dinero, bueyes para el
trabajo, herramientas, semillas y otros pertrechos. A pesar de ello, su instalación fue poco
exitosa, con bajos índices de radicación. La mala calidad de algunos terrenos, la falta de
colaboración estatal, la inseguridad, la ineficiencia policial y las arbitrariedades
administrativas, entre otros factores, causaron su emigración61, unos a la zona central,
otros más al sur o la Argentina, acompañando a los chilenos que eran expulsados o
debieron sufrir similares dificultades tras adquirir tierras62.

En 1895 se reanudará la colonización europea, tarea que fue dejada a la acción de


empresas privadas, quienes, entre 1901 y 1907, firmaron contratos de concesión gracias
a una ley dictada en 1874. A cambio de la obtención de tierras se habían comprometido a
establecer 2.050 familias, sin embargo, sólo radicaron a 368 y pronto se dedicaron al
acaparamiento de tierras indígenas y de aquellas que eran trabajadas por los ocupantes y
colonos nacionales. Ello generó un importante conflicto por el incumplimiento de los
contratos de colonización en casi la totalidad de los casos63.

El traspaso de tierras generó una cantidad enorme de pleitos entre los propietarios
y los ocupantes nacionales, pero lo ocupantes sólo contaban con títulos provisorios y de
arriendo que de nada les servirían frente a las nuevas leyes, otros habían adquirido tierras
a los mapuche bajo contratos translaticios que no tenían validez alguna o simplemente
explotaban tierras fiscales de manera libre e ilegal. Los conflictos por los deslindes
agravaban la situación con resultados infructuosos que llevaron a la expulsión y
emigración de miles de los ocupantes y colonos64. Los primeros ensayos de colonización
con nacionales también fueron un fracaso producto de las dudas que debieron adquirir
para cancelar los terrenos, además de los mismos motivos que afectaban a los colonos
extranjeros65. Sin embargo, más chilenos llegaron para instalarse en tierras fiscales, con
la vana esperanza de obtener algo.

61 Como señala Estrada: “el balance de esta etapa deja bastantes dudas acerca del proyecto
colonizador emprendido por el Estado. El índice de radicación fue muy escaso; muy pronto muchas
familias hicieron abandono de los de los predios asignados”. “Colonización y civilización
europea”… 246.
62 Como muestra una nota periodística: “Señor Director: Personas llegadas de Ercilla, nos

aseguran la existencia en la colonia de ese pueblo de un movimiento, cuyo desenlace serio [sic] la
salida a breve palazo de unas cuantas familias de colonos de diversas nacionalidades, que
tomarán rumbo hacia la República Oriental [Argentina]. Se nos agrega, que se ha formado
recientemente un círculo núcleo de estos colonos, capitaneados por un sujeto a quien se designa
como uno de los principales promotores del espresado movimiento i es compatriota de los mismos;
en casa de un suizo establecido en el referido pueblo se han celebrado reuniones presididas por la
persona aludida, con el objeto de formar una lista de los descontentos que quisieren emigrar i que
tuvieren recursos suficientes para abonar su transporte i el de sus bagajes (…).
Tiempo sería que nuestros hombres públicos abrieran los ojos a lo que a menudo viene
denunciando la prensa se está realizando por estos mundos.
No basta ya que nuestro nacionales i los inmigrantes contratados a costa de dispendiosas sumas i
grandes sacrificios, traspasen la cordillera emigrando a un país estraño, pues, a estar a los graves
síntomas reveladores que vienen acentuándose por distintas partes, deberemos quizás presencial
el abandono que se propone hacer de nuestro suelo de algunas decenas de colonos radicados
aquí por espacio de algunos años (…)”. El Colono, “Victoria”, Angol: 13 de febrero, 1890.
63 Baldomero Estrada, “Colonización y civilización…”, 246. Comisión Parlamentaria de

Colonización, Informes, proyectos de ley…


64 Tomás Guevara, “Historia de la Civilización Araucana. Capítulo VIII”... 159, 170-174.
65 Tomás Guevara, “Historia de la Civilización Araucana. Capítulo VIII”... 159, 174-185.

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El lugar de La Araucanía profunda en la construcción de hegemonía. De la guerra al Frente Popular (1862-1941) pág. 323

En 1896 se inicia un proceso de colonización con chilenos repatriados de la


Argentina, quienes habían emigrado desde la segunda mitad de la década de 1870 con
objeto de obtener tierras, pero un inminente conflicto bélico entre ambos países hizo
insostenible esa situación, a la vez que agudizó el duro trato recibido por parte de los
transandinos. Los periódicos informes del Cónsul chileno en Neuquén, transmitidos por la
prensa, hablaban del clamor popular de los rotos por regresar y obtener tierras en Chile y
también de su profundo patriotismo. Un total de 7.529 chilenos debían ser favorecidos por
una Ley de Repatriación de corta vigencia, pero los resultados fueron mínimos producto
de la falta de regulación en la entrega de tierras y los conflictos con empresas de
colonización y con terratenientes66. Más tarde, en 1910, el Cónsul nuevamente señalaba
que unos 20.000 compatriotas solicitaban la extensión de la Ley. Cifras que muestran la
importancia de la fuga de mano de obra hacia el país trasandino67.

En 1898 se dictó una ley a favor de la colonización nacional, cuando casi toda la
tierra de mejor calidad y mejor ubicada ya tenía propietario. Su reglamento de aplicación
tardó cuatro años en dictarse, generando conflictos y vacíos legales. Además, sus
disposiciones fueron restrictivas, ya que exigían a los beneficiarios que debían demostrar
a las autoridades que sabían leer y escribir, mediante el llenado de extensos formularios
en las oficinas, también debían entregar certificados para acreditar el matrimonio civil y no
haber sido condenados por crimen o delito simple68. Los análisis del Censo de 1907
indican que alrededor del 70% de la población adulta y en etapa escolar no cumplía con al
menos el primero de los requisitos en las colonias, lo que afectaba a los más
necesitados69.

Recién en 1904 se reconocerá el derecho a la propiedad a los chilenos del sur de


Concepción, aunque no reunieran los requisitos anteriores para ser colonos nacionales,
siempre que pudieran comprobar la ocupación de una hijuela por más de tres años70. Sin
embargo, desde hacía un par de décadas que la mayoría de ellos eran desalojados por
autoridades, empresas y terratenientes. Primero se encontraron con que la tierra que
trabajaban había sido rematada y, después, al buscar otro lugar, con que las empresas
concesionarias comenzaban su ocupación. Quienes estaban en condiciones de entablar
demandas, muchas veces no lograron siquiera recuperar sus cosechas y el esfuerzo
invertido, pues los juicios podían demorar más tiempo que la decisión de emigrar.

Las disposiciones posteriores, como la Ley de Propiedad Austral (1925) y la Caja


de Colonización Agrícola (1928) no lograron modificar la situación, ya que no se
destinaron importantes recursos y la antigua propiedad fiscal se encontraba
completamente privatizada.

66 El Colono, “Informe del Cónsul de Chile en Neuquén”, Angol: 7 y 9 de diciembre, 1897. Ver
también los textos de Carmen Norambuena, “Inmigración, agricultura y ciudades intermedias.
1880-1930”, Cuadernos de Historia, num 11 (1991): 105-123; “La inmigración en el pensamiento de
la intelectualidad chilena, 1810-1910”, Contribuciones Científicas y Tecnológicas, num 109 (1995):
73-83; y Mauricio Cárdenas, “El conflicto por la tierra: la repatriación de chilenos del Neuquén a las
provincias de Malleco y Cautín (1896-1923)”, Manuscrito inédito (2020).
67 Comisión Parlamentaria de Colonización, Informes, proyectos de ley… 418; Baldomero Estrada,

“Colonización y civilización”… 246.


68 Comisión Parlamentaria de Colonización, Informes, proyectos de ley… 20-23.
69 Comisión Central del Censo, 1908...
70 Comisión Parlamentaria de Colonización, Informes, proyectos de ley... 30-33.

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El lugar de La Araucanía profunda en la construcción de hegemonía. De la guerra al Frente Popular (1862-1941) pág. 324

No deja de llamar la atención que, luego de la Guerra del Pacífico, el patriciado


santiaguino promoviera un conocido discurso de exaltación simbólica del roto, como
arquetipo del patriotismo y del trabajo duro -“los valientes soldados del ejército jamás
vencido”-, pero este discurso no corrió de la mano con una reivindicación moral ni social
de su condición de patriotas. De manera contradictoria, el mismo sujeto que era exaltado,
muchas veces seguiría siendo considerado como inferior, como un sujeto atrapado por su
propia naturaleza libre y cuasidelictual71.
En La Frontera, las cosas corrían por un rumbo similar. Muy pronto la prensa
comenzó a preguntarse por el fracaso del sistema de remates y por el fracaso de la
colonización extranjera y si acaso no convenía entregar tierras a quienes estaban siendo
desalojados y obligados a emigrar, chilenos “esforzados”, “inteligentes” y “de gran
vitalidad”72. Algunos parlamentarios, la mayoría balmacedistas, intentaron hacerse cargo
de esa demanda, pero, probablemente, la derrota de Balmaceda terminó estrechado en el
Congreso, aún más, las posibilidades para la colonización nacional73.
Sin acceso libre a la tierra, no les quedó más alternativa que arrendarla, trabajar
para el patrón o emigrar, pero todo indica que las dos últimas fueron más bien medidas
desesperadas. Gabriel Salazar señala que el proyecto campesino siempre fue la
independencia económica familiar, la libertad del yugo patronal, trabajar sus propias
tierras, pero el avance del latifundio terminaría por instituir el inquilinaje, dejando también
a los minifundios bajo la dependencia patronal. Del mismo modo que habían ocurrido en
la zona central más de un siglo atrás (como dio cuenta Salazar), hemos constatado que,
entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, antes de que se extendiera el inquilinaje en
La Araucanía, los ocupantes nacionales fueron presionados a arrendar tierras fiscales,
patronales e indígenas que hasta hace poco había ocupado libremente74 -en ese caso de
las primeras, indicaba un decreto, hasta por nueve años, pudiendo cesar el contrato “si el
Estado resolviere dar otro destino a los terrenos arrendados”75-. También practicaron la
mediería prestando únicamente su mano de obra76. Tales actividades habrían significado
los últimos esfuerzos de muchos rotos por conquistar su independencia económica.
Encontrar empleo no fue fácil, pareciera que por algunas décadas La Araucanía
dispuso de una cantidad de población flotante que superaba esas posibilidades, lo que
también presionó la emigración77. Había un exceso de labradores dispuestos hacer lo que

71 Marco León, Construyendo un sujeto criminal. Criminología, criminalidad y sociedad en Chile.


Siglos XIX y XX (Santiago: Universitaria/Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2016).
72 Editorial, El Colono, Angol: 5 de febrero, 1887; 3 de marzo, 1887; 30 de marzo, 1887; “El

Inspector General de Colonización a la Sociedad Nacional de Agricultura”, 29 de junio, 1887;


“Colonización”, 5 de noviembre, 1887, “Chilenos en Neuquén”, 12 de febrero de 1896; entre otras.
73 El Colono, “La interpelación del honorable diputado don Francisco B. Echeverría”, Angol: 29 de

junio, 1887; Editorial, El Colono, 8 de enero, 1890; “Los agricultores de la Frontera”, 10 y 12 de


noviembre, 1904; “Colonos nacionales”, 6 de noviembre, 1909, “Lo que vale nuestro roto”, 30 de
diciembre, 1909.
74 El Colono, “Temuco”, Angol: 3 de febrero, 1887; Tomás Guevara, “Historia de la Civilización

Araucana Capítulo VIII”... 170-174; Isidoro Errázuriz, “Tres razas. Informe de la colonización de
Malleco y Cautín, 1887”, 151, en Expansión capitalista y economía mapuche: 1680-1930, Jorge
Pinto e Iván Inostroza (Temuco: Universidad de La Frontera, 2014), 129-276.
75 El decreto sobre los arriendos al Fisco fue publicado en la prensa: El Colono, “Tierras fiscales”,

Angol: 29 de octubre, 1900.


76 Francisco Grin, La colonias suizas de la Araucanía (Santiago: Grupo de Estudios Agro-

Regionales, 1987 [1887]); Isidoro Errázuriz, “Tres razas”…


77 Los censos no son claros al respecto porque la categoría “población flotante” no fue considerada,

pero de alguna manera informaron, al igual que las autoridades administrativas, de cifras negras y

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fuera con tal de “salvar la situación”, ya sea someterse a algún trabajo estable, como el
inquilinaje, o intentar conseguir empleo aunque sea de forma momentánea, de carrilanos
o caminaros. Otros se entrometieron de manera conflictiva en las comunidades mapuche.
En tanto se desarrollaban los juicios y a la espera que el Protector de Indígenas solicitara
la fuerza pública para la expulsión de los intrusos, éstos ya habían talado el bosque ajeno,
habían alimentado al ganado y recogido un par de cosechas, ya que antes de ser
expulsados se les permitía “cosechar la última siembra” lo que, en definitiva, les permitían
alcanzar cierto capital78.Quienes no lograron nada siquiera por un tiempo, debieron
deambular de fundo en fundo durante los períodos de siembra y cosecha, como
históricamente lo habían hecho los vagabundos.

Muchos cruzaron al otro lado de la cordillera de Los Andes para recorrer la


extensa Patagonia Argentina, pero las posibilidades en Argentina también fueron pocas:
conseguir tierras o “proletarizarse”, convirtiéndose en trabajadores permanentes o en
“golondrinas”, poco satisfechos por tener que transitar, en ciclos de ida y retorno, de uno a
otro lado de Los Andes79.

También hubo desafortunados que durante décadas debieron repetir ciclos de ida
y retorno a las salitreras, dependiendo de las riesgosas fluctuaciones del precio
internacional del nitrato. Con la demanda mundial de salitre, la población sobrante pronto
escaseó y como los agricultores fueron incapaces de cancelar los mismos jornales que en
norte, debieron sufrir la falta de brazos en los meses de cosecha durante los años de
expansión salitrera80. Hasta que la crisis de 1929 terminó sepultando el oro blanco en el
desierto, provocando el retorno de largas caravanas de obreros y un nuevo período de
mano de obra sobrante en los campos del sur, lo que traería una nueva oleada de
migraciones81. La crisis había sido notoria, pues hasta ese momento la minería había

subregistros que cuestionaban los resultados oficiales. Los observadores de la época también
dieron cuenta de la abundancia de población vagabunda, sin destino claro más que buscar tierra o
trabajo. Pareciera que esta población, bastante difícil de censar, abultó las cifras negras. En un
informe el intendente de Cautín dio cuenta al Ministro del Interior sobre las irregularidades
cometidas en el censo de 1895, en ARA, Fondo Intendencia de Cautín (FIC), volumen 8, 5 de abril,
1900, foja 85. Sobre los censos ver: Comisión Central del Censo. Censo de la República de Chile,
1907…, IV; Dirección General de Estadística, Censo de población de la República de Chile:
levantado el 15 de diciembre de 1920 (Santiago: Imprenta Universo, 1925), XXVII; Véase también:
Jorge Pinto, Los Censos Chilenos del Siglo XX (Osorno: Universidad de la Frontera/PEDECH,
2010), 28; La población en La Araucanía en el siglo XX. Crecimiento y distribución espacial
(Temuco: Universidad de La Frontera, 2009), 188-190. Sobre la gran cantidad de población flotante
en opinión de los observadores: Isidoro Errázuriz, “Tres razas”... El Colono, “Acertada medida”,
Angol: 5 de abril, 1888; Francisco Grin, La colonias suizas… 18, 22, 98.
78 Un número importante de demandas por usurpación contra ocupantes chilenos se pueden

observar en los Juzgados de Indios, en gobernaciones e intendencias a comienzos del siglo XX


(ARA). En casi todos los casos el Protector de Indios dictaba sentencia a favor de los mapuche
ordenando la fuerza pública para la expulsión del usurpador.
79 Jorge Muñoz Sougarret, “El trabajador de pies calientes. Notas relativas a las causas de la

migración laboral desde la frontera sur araucana a la Norpatagonia argentina. Fines del siglo XIX”,
en Araucanía, siglos XIX y XX: economía, migraciones y marginalidad, editor Jorge Pinto (Osorno:
PEDCH, 2011), 49-67.
80 El Colono, “Escases de brazos”, Angol: 17 de marzos de 1888; “Falta de brazos”, 15 de

noviembre de 1906; “Escases de brazos”, 19 de octubre de 1909.


81 En realidad la crisis salitrera se dejó sentir a partir del comienzo de la Primera Guerra Mundial y

con la invención del salitre sintético. Al poco andar de la Guerra el precio se recuperó, pero tuvo
nuevamente una fuerte baja en la segunda mitad del década del 20, momento en que la prensa dio

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operado como un polo productivo que descomprimió la cesantía en el campo, mientras


que con la crisis, los mineros engrosaban las filas de desempleados. La producción
industrial también cayó un 86% entre los años 1929 y 1932 y la agricultura de igual
manera se vio perjudicada, con un paro que alcanzó un 18,3%82.

Así, que al poco andar, el acaparamiento de la tierra se había vuelto una práctica
habitual en las provincias de colonización, la emigración se había repetido una y otra
vez83, mientas que el inquilinaje se expandía como zarza por los campos del sur. Las

cuenta de la llegada de obreros salitreros a la Araucanía, para decaer irreversiblemente con la


crisis del 29. El Diario Austral, “La colocación de obreros cesantes en esta región”, 14 de
noviembre, 1926; “Vienen en viaje al sur 500 familias de obreros cesantes”, 11 de noviembre,
1926; “6.000 cesantes en viaje al sur”, 13 de noviembre, 1926. Sobre los efectos de la crisis en la
Araucanía y las discusiones de la prensa, ver: Corina Gallegos y Rodrigo Lara, “La crisis de 1929 y
sus efectos en el desarrollo regional. El caso de Temuco: 1929-1933” (Tesis de licenciatura, en
Universidad de La Frontera, 1986); Guillermo Bravo, “El mercado de trabajo y la crisis de 1929.
Una aproximación a la problemática de 1930”, Cuadernos de Historia, Volumen: 10 (1990,), 127-
145; Ernesto Bohoslavsky, “Desempleo, organización y política. Los trabajadores rurales del sur
chileno frente a la Gran Depresión”, Anuario de Estudios Americanos, Volumen: LIX, número 2
(2002), 541-563; Mathias Órdenes, “La Araucanía: un caso de desarrollo frustrado. Los
empresarios y el mercado agrícola y maderero (1900-1960)” (Tesis de maestría, en Universidad de
La Frontera, 2008), 87-94; Jorge Pinto y Mathias Órdenes, Chile, una economía regional en el siglo
XX. 1900-1960 (Temuco: Universidad de La Frontera, 2015), 168-175.
82 Gabriel Palma, “Chile 1914-1935: de economía exportadora a sustitutiva de importaciones”,

Colección de Estudios CIDEPLAN, Número: 12 (1984), 61-88; Simon Collier y William Sater,
Historia de Chile, 1808-1994 (Madrid: Cambridge University Press, 1998) 197-198; Sofía Correa y
otros, Historia del siglo XX chileno. Balance Paradojal (Santiago: Editorial Sudamericana, 2001),
106.
83 En la primera década del siglo XX se acumularon las denuncias por la conflictiva y excluyente

constitución de la propiedad en La Frontera y la prensa hizo eco de la situación. El acaparamiento


por parte de las empresas concesionarias y de los terratenientes, la lentitud e irregularidades en la
entrega de Títulos de Merced a los mapuche, el violento hostigamiento que éstos comenzaron a
sufrir de los colonos y la imposibilidad de los ocupantes nacionales para adquirir tierras,
forzándolos a la emigración, se encontraban entre los problemas más bullados. Ello obligó a la
Cámara de Diputados a constituir, a fines de 1910, la Comisión Parlamentara que hemos venido
citando, su objetivo fue investigar los hechos y proponer soluciones. En 1912, la Comisión emitió
un voluminoso informe en el que figuran una serie de irregularidades que afectaban a mapuche y
ocupantes nacionales, situaciones amparadas por vacíos legales, falta de personal,
irresponsabilidad y corrupción funcionaria, que daban pábulo a la proliferación de conflictos y
protestas que atentaron contra la estabilidad y el desarrollo.
Un informe de Nicolás Palacios, ante dicha Comisión, permite describir lo señalado: “Desde que las
tierras del legendario Arauco entraron á formar parte del Estado, el pueblo de Chile se apresuró á
tomar posesión efectiva de ellas. Muchos de los primeros ocupantes fueron soldados del ejército
que volvía victorioso del Norte [de la Guerra del Pacífico], y cuya sola presencia obligó al araucano
á rendir ante él su gloriosa lanza. Los demás labradores de aquellas tierras habían corrido hacia
ellas desde las provincias centrales, llenando en poco tiempo de pequeños agricultores los
territorios que fueron luego las provincias de Bío-Bío, Arauco, Malleco y Cautín.
Una vez ocupadas las tierras listas para el cultivo, tomadas al indígena, los chilenos que llegaron
después hubieron de crearse su lote, descampando el monte virgen, tierra que por primera vez
había de ser labrada y servir de sostén á familias chilenas.
Fácil es imaginarse la suma de esfuerzo desplegado por aquellos pioneers de la verdadera
conquista de ese territorio, llevada á cabo sin el menor auxilio del Estado, como habría sido justo y
conveniente. De ahí la pequeñez de las parcelas en que asentaron á sus familias esos labradores.
Cuando llegó el tiempo de entregar á los empresarios de colonización aquellas tierras, hubo de
comprenderse en las hijuelas de cada colono extranjero los pequeños lotes de muchos nacionales;

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cifras de quienes se quedaron y de quienes debieron partir no quedaron registradas, sin


embargo, lo señalando se constata con cierta claridad en los censos de población y en las
fuentes que hemos venido presentado.

El Censo Chileno de 1907 muestra que los propietarios de tierras en las provincias
de colonización (Biobío, Arauco, Malleco, Cautín y Valdivia) no superaban el 8%84. En
tanto que el Primer Censo Argentino, de 1895, muestra una importante presencia de
chilenos en Neuquén, llegando al 61%, cifra que no se revertirá del todo para el Censo de
1914, con un 40%. La cantidad disminuye hacia el sur, con un 13% en la provincia de Río
Negro, un 12% en Chubut y un 12,7% en Santa Cruz, para subir nuevamente en Tierra
del Fuego, con casi un 18%, lo que indicaría que los chilenos recorrieron la Pampa hasta
ya no poder avanzar más en busca de tierras libres o un buen trabajo, por eso muchos
comenzaron su retorno a Chile por la zona austral, instalando pequeños poblados en las
regiones de Aysén y Magallanes. Como sea, los chilenos en la Patagonia Argentina
llegaban, en este último Censo, a casi 22.00085.

Así las cosas, La Araucanía se había convertido para los rotos en una promesa
incumplida. Sin duda, el Estado y sus agentes habían construido una Araucanía profunda
y compleja, llena de tensiones, olvidos y exclusiones. Un espejismo móvil que los hizo
vagar en distintas direcciones como residuo sobrante del progreso. Como décadas atrás,
los rotos también habían ido a parar a la serranía del Perú, a la lluviosa Bolivia, a la selva
tórrida de Panamá o a las pedregosas tierras de Australia y California. Como señala
Gabriel Salazar: “Marginándose de la marginalidad. ¡250.000 rotos y rotas se fueron del
país entre 1843 y 1910! (un quinto de su fuerza de trabajo hábil). Unos al norte, otros al
sur, otros al oeste, otros al este (…). El pueblo marginal tornándose, por decisión propia,
definitivamente, «pueblo errante»”86.

“Fuera” y “dentro” del eje del conflicto: mapuche, terratenientes y el sujeto


profundo rumbo a la construcción ciudadana (fines de la posguerra)

Hemos informado a nuestros lectores hace poco que un numeroso


grupo de agricultores presentó a la Sociedad Nacional de
Agricultores un convenio segun el cual se comprometian a no dar
su voto en las elecciones próximas sino a aquellos candidatos que
dieran garantías de ir a servir en el Congreso los intereses
industriales i agrícolas del país.

y como á los empresarios se les pagó su trabajo con esas mismas tierras, la expulsión de
cultivadores chilenos trajo la despoblación de esa parte del país (…).
También es conveniente comparar la obra de esos colonizadores chilenos de las pampas
argentinas á las que dieron vida con su energía, y la tan alabada de unas cuantas familias italianas,
iberas y guanches, reemplazantes de aquellas, y que los colonizadores exhiben como un triunfo de
su obra, familias colmadas de atenciones y auxilios, á las que se les entregaron labradas y en
ocasiones sembradas, tierras par valor de varios millones de pesos”. Nicolás Palacios. “Algunos
efectos de la colonización extranjera”, en Comisión Parlamentaria de Colonización, Informes,
proyectos de ley…, 383-384, 390. Más análisis sobre el tema se encuentran en los propios
resultados de la Comisión y en Mathias Órdenes, “Rotos y fronterizos bajo el orden elitista”…
84 Comisión Central del Censo. Censo de la República de Chile, 1907…
85 Comisión Nacional, República Argentina, Tercer Censo Nacional. Levantado del 1° de junio de

1914. Tomo II, Población (Buenos Aires: Talleres Gráficos de L. J. Rosso y Cía., 1916).
86 Gabriel Salazar, Movimientos sociales en Chile…, 146.

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Ahora podemos agregar que ese convenio ha sido ampliamente


aprobado por la Sociedad, la cual se ha adherido a él.
(El Colono, “Los Agricultores i la política. Justísimas exigencias”, 14
de septiembre, 1905, Angol).

Decíamos que algunos hijos de caciques eran enviados a Chillán a


estudiar. Uno de ellos se llamaba Antonio Neculmán, hijo del
cacique de Boroa. Hablaba el mapuche y el castellano, por lo que
el Ministro del Interior, Manuel Recabarren, lo contrató como
intérprete del ejército «pacificador» de la Araucanía. Era mil
ochocientos noventa y uno. Construido el fuerte Temuco, don
Antonio comienza a dar clases de elementos básicos a hijos de
caciques de los alrededores. Fue la primera escuela formada en la
Araucanía por un profesor mapuche. En su entorno se forma la
primera asociación de indígenas después de la ocupación y
reducción. Se llamó la Sociedad Caupolicán Defensora de la
Araucanía.
(José Bengoa, Historia de un conflicto… 99-100).

Al iniciar el siglo XX, las características propias del mundo de frontera habían
cambiado para los terratenientes -aunque no para los mapuche ni para los ocupantes
nacionales-, se apreciaba un ambiente de relativa tranquilidad, pues la violencia interna
había dado paso a la tregua y a un tipo de consenso permanente entre quienes lograron
salir fortalecidos del conflicto inicial. El bandolerismo se encontraba suficientemente
resuelto (al menos el que afectaba a los terratenientes entre sí); por otro lado, más atrás
habían quedado las disputas políticas y los temores de la Guerra del 91 y, lo más
importante, la producción silvoagropecuaria iniciaba una etapa expansiva que prometía un
buen pasar y, tal vez, el desarrollo87.

Rápidamente se entendió que si se quería asegurar ese bienestar, había llegado la


hora de arreglar las cosas desde dentro y desde fuera “de la misma tierra”. Desde dentro,
organizándose y, desde fuera, haciendo valer los intereses gremiales frente a los
comerciantes intermediarios de la zona centro, frente a la competencia extranjera y frente
al Estado. Entre las demandas se encontraban aquellas que afectaron al sector desde sus
inicios, a las que más tarde se sumarían otras: a) frenar el alza de los fletes ferroviarios;
b) lograr un mejor precio de los cereales, cuyo mercado era controlado por los
intermediarios de la capital y, más tarde, por el propio Estado; c) paralizar la importación
de trigo desde Argentina, una dura competencia que había instalado el Estado Interventor;
d) la ampliación y el mejoramiento de las vías de comunicación, en especial, el tendido
ferroviario; y e) aumentar y modernizar la producción. Demandas que se escuchaban ya
en los primeros años del siglo, pero que con el desarrollo del Estado Interventor y la
implementación del modelo ISI (Industrias Sustitutivas de Importaciones), se tornaron
extremadamente sentidas y más complejas, pues los efectos acumulativos del deterioro
productivo ahogaban considerablemente a los productores del sur88.

87 Los ciclos económicos de la Araucanía ha sido bien tratado en Mathias Órdenes, “La Araucanía:
un caso de desarrollo frustrado”…; Jorge Pinto y Mathias Órdenes, Chile, una economía regional…
88 Mathias Órdenes, “La Araucanía: un caso de desarrollo frustrado”…; Fabián Almonacid, La

agricultura chilena discriminada (1910-1960). Una mirada de las políticas estatales y el desarrollo
sectorial desde el sur (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2009); Jorge Pinto
y Mathias Órdenes, Chile, una economía regional…

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A pesar de las obvias disputas entre los partidos de representación patronal


(radicales, liberales y conservadores), especialmente por las diferencias de opinión sobre
los temas sociales más candentes, como el problema de la colonización nacional y el
tema mapuche89, las primeras organizaciones gremiales, destinadas a la defensa de los
intereses del sector, mostraron prontamente la importancia del consenso que convirtió el
peso político de la cohesión social terrateniente en un hecho incuestionable, cuyo
componente demográfico multinacional no habría representado un mayor obstáculo como
se podría suponer. El desafío principal consistiría en logar un equilibrio entre sus intereses
partidarios y sus intereses como agricultores, por eso desde temprano no pudieron
prescindir de ambas militancias: la política y la gremial.

La presa informa que la primera organización de Concepción al sur fue la Liga


Agraria. Ésta tuvo una vida corta y se gestó a instancias de las campañas parlamentarias
de 1905, hecho que los agricultores aprovecharon para comprometer el voto a los
candidatos que cumplieran con las exigencias del sector: a) el resguardo policial en los
fundos; b) extensión del tendido ferroviario y de los caminos; c) abaratamiento de los
fletes terrestres y marítimos; d) mantenimiento del impuesto de importación del ganado y
del trigo argentino; e) creación del Ministerio de Agricultura y servicios sanitarios afines; f)
promoción del uso de abonos y facilidades para su compra; g) aumento del sistema de
regadíos; h) creación de una caja de ahorros y de un moderno sistema de encomiendas
postales; i) ayuda para mejorar las habitaciones obreras; y j) celebración de tratados
comerciales para el fomento del sector. Demandas dirigidas a un Estado que hasta ese
momento no había desarrollado su capacidad interventora. La Sociedad Nacional de
Agricultura aprobó la iniciativa de sus pares en el sur y comprometió su colaboración90.

Pronto se fundó, en 1913, la Sociedad de Madereros, ésta fue la primera sociedad


gremial del sector, en 1917 nace la Sociedad Agrícola y Ganadera de Osorno, SAGO, y,
en 1918, la Sociedad de Fomento Agrícola de Temuco, SOFO. Las dos últimas aún
perduran, en tanto que la primera fue cambiando de nombre por una serie de tensiones
internas. Más tarde, cuando creyeron que podían influir de mejor manera sobre las
decisiones que se tomaban en la capital, los agricultores del sur fundan su propio partido
político, el Partido Laborista (1931-1945), que posteriormente pasó a llamarse Partido
Agrario Laborista (1945-1958)91. El motivo principal de su fracaso sería la indecisión de

89 Así, a modo de ejemplo, en 1890 el Senador por Malleco, José Bunster, del Partido Liberal
(importante terrateniente de la zona, empresario molinero y banquero de Angol), participó en la
elaboración del proyecto de ley que buscaría favorecer la colonización nacional en las provincias
del sur. Mientras que el diputado por Angol, Traiguén y Collipulli, Tomás Romero Hodges, miembro
del Partido Nacional (también terrateniente de la zona y ex intendente de Cautín y Malleco), junto al
Diputado por Mulchén, Nacimiento y La Laja, Carlos Risopatrón A., del Partido Conservador
(terrateniente de la zona centro-sur), presentaron poco después un proyecto distinto, que
estimulaba la concentración de la tierra en pocas manos, reforzando y prolongando los
cuestionados remates. Sin embargo, nos parece tales discusiones no afectaron la rápida
importancia que adquiere el gremialismo terrateniente en el sur en materias de su interés, a pesar
que sus posiciones fueran muchas veces contradictorias. Enrique Espinoza, Jeografía descriptiva
de la República de Chile (Santiago: Imprenta Gutenberg, 1890), 398, 409, 412; Editorial, El Colono,
Angol: 8 de enero, 1890; Comisión Parlamentaria de Colonización, Informe, proyectos de ley… 42-
50.
90 El Colono, “Los Agricultores i la política. Justísimas exigencias”, Angol: 14 de septiembre, 1905.

La prensa muestra que esta primera gremial duraría poco tiempo.


91 Durante todo el siglo XX hasta los gobiernos de Frey Montalva y Salvador Allende, existieron

intereses contrapuestos entre los terratenientes del centro (más comprometidos con el centralismo
del modelo ISI y el desarrollo de la industria urbana) y los terratenientes del sur (comprometidos

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los terratenientes por abandonar sus militancias tradicionales para adscribirse al nuevo
partido, riesgo que no todos estaban dispuestos asumir.

Sin duda, la prensa se convertiría en el medio más importante para la discusión de


las disputas ideológico-partidistas, así como para la defensa de los intereses
terratenientes. La revisión de algunas editoriales nos permite confirmar lo señalado y de
ello también dio cuenta, a principio de la década de 1910, el ensayista Francisco Javier
Ovalle92. Los hombres más influyentes dedicaron parte de su tiempo y destinaban
recursos para financiar el medio impreso que les permitiría instalar en la opinión pública
sus principios ideológicos e intereses personales93. Esta plataforma política ayudaría a la
pronta instalación de destacados terratenientes en el gobierno municipal. La dictación de
la Ley de Comuna Autónoma (1891-1914) vino a estimular tal interés, a ello se sumaba un
sistema electoral excluyente y la débil constitución de la organización obrero-partidista en
el sur, dejando libre el acceso al municipio a los más privilegiados, aquellos con cuotas de
poder suficiente para construir redes clientelares94. Esto no sería todo, lustrosos nombres
del patriciado local no tardaron en coronar su esfuerzo ocupando un preciado sillón en el
Congreso, reforzando así los privilegios de los sectores conservadores en el sur, en
medio del excluyente régimen parlamentario-oligárquico95.

con su propio modelo productivo, la modernización agrícola, la libertad de precios de los productos
agrícolas y con la disminución de los costos de producción y transporte regulados desde Santiago).
Fabián Almonacid, La agricultura chilena discriminada…; Mathias Órdenes y José Díaz-Diego,
“Discurso y movimiento gremial terrateniente durante la reforma agraria de Eduardo Frei Montalva
en el centro y sur de Chile, 1964-1970”, Revista de Historia Regional, Vol: 20 num 1 (2015): 47-75;
Mathias Órdenes y José Díaz-Diego, “Cuando la mano de obra se subleva: estrategias
terratenientes durante la reforma agraria chilena (1964-1973)”, Historia Agraria, Vol: 74 (2018):
201-230.
92 Francisco Javier Ovalle, Chile en la región austral..., 113-119, 128-129.
93 La mayoría de la prensa de fines del siglo XIX y comienzos del XX en la región fue de corta

duración, sin importar su tendencia política, sin embargo, permanecieron por más tiempo aquellos
diarios y periódicos de corte conservador y que contaron con apoyo privado, como El Colono, de
Angol (1885-1897 y 1897-1938), La Época, de Temuco (1908-1916), Las Noticias, de Victoria
(1910-1950?) y El Diario Austral, de Temuco (1916 a la actualidad).
94 Gabriel Salazar entrega un interesante análisis que explicaría la dictación de la Ley de Comuna

Autónoma y cómo colaboró en el escalamiento político terrateniente. Sostiene que la creciente


pérdida de los mercados externos por parte de la oligarquía, debido a la influencia cada vez más
creciente de las compañías extranjeras, indujo a una mayor participación patronal en el Estado,
pero para ello debían distribuir de mejor manera las cuotas de poder que permitirían el control
estatal, hasta entonces fuertemente centralizado bajo el orden portaliano. “Y el único modo de
hacerlo era desmantelando la arrasadora maquinaria electoral del centralismo. O sea, eliminando
el pilar del Estado Portaliano y de sus coligados poderes fácticos. Se buscó, en su reemplazo,
homogeneizar oligárquicamente los poderes Ejecutivo, Legislativo y Municipal, transformándolos
en un despejado y abierto pasadizo de circulación para la ‘carrera’ política. En esta lógica, la
autonomía comunal debía ser, para las ansiosas camarillas parlamentarias que se sentían fuera
del círculo exclusivo del Presidente, solo un instrumento electoral, como de hecho lo sería luego
para los (ricos) “mayores contribuyentes” de cada circunscripción. Evidentemente, la Ley de
Comuna Autónoma de 1891 –que de hecho transformó el municipio autónomo en la puerta de
entrada de la carrera política- constituyó la piedra angular del parlamentarismo antidemocrático y
neocentralista”… 19, en Gabriel Salazar, “‘El Municipio Cercenado’ (La lucha por la autonomía de
la asociación municipal en Chile, 1914-1973)”, en Autonomía, espacio y gestión. El municipio
cercenado, compiladores Gabriel Salazar y Jorge Benítez (Santiago: ARCIS, 1998), 11-64.
95 Esa es la impresión que nos deja la revisión de 11 periódicos y diarios de la prensa regional

entre 1885 y 1938, al constar cómo se repiten los nombres de terratenientes en las alcaldías, en
los partidos oligárquicos y en el Congreso. En el caso de la zona central la situación fue distinta, ya

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Así también, y a pesar de encontrarse en el extremo opuesto, es significativo


constatar que apenas concluía una generación del término de la Guerra ya se observa el
resurgimiento del Movimiento Mapuche, con inéditos y modernos ajustes que terminaban
por dejar atrás la era de las lanzas. Ante todo pronóstico de la época, que
apresuradamente vaticinaba la inminente extinción del pueblo mapuche, y a pesar de
encontrarse en el extremo opuesto del conflicto con el Estado-Nación, el Movimiento
logró, desde los márgenes y con cierto grado de impacto, alzar la voz en la prensa y ante
las autoridades para intentar resolver sus demandas, en especial: a) el empobrecimiento
sufrido tras la Guerra; b) la escolarización; c) la lenta e irregular conformación de las
reducciones indígenas y entregas de Títulos de Merced; y d) como demanda más sentida,
la violencia directa que sufrían de parte de terratenientes inescrupulosos, que se
amparaban en la corrupción administrativa, en la falta de leyes o en la mala aplicación de
las existentes para cometer vejámenes y hechos de sangre cuyo objeto era el despojos
de las tierras96.

A pesar del desarrollo de posiciones antagónicas respecto al futuro del pueblo y su


relación con el Estado y la sociedad chilena, la fundación de instituciones que
identificamos como de resistencia contra hegemónica, indican que no se debe desestimar
la capacidad política del Movimiento Mapuche. En 1910 nace la primera de ellas,
Sociedad Caupolicán Defensora de La Araucanía, en 1922 se funda la Federación
Araucana y en 1926 la Unión Araucana, esta última, como dependiente de la Iglesia
Católica logró contar con un periódico propio, El Araucano. Posteriormente surgirán otras
con la misma importancia de las tres primeras. Así mismo, a inicios del siglo XX el
Movimiento Mapuche en general ya contaba con la simpatía de varios de los partidos
políticos, de la Iglesia Católica y de la Iglesia Anglicana, instituciones con las que
rápidamente construyeron alianzas -recursos políticos que de alguna manera utilizará el
Movimiento durante el resto del siglo XX97.

Lo anterior permitiría al Movimiento alcanzar un modesto espacio de


representatividad en el Congreso, junto al surgimiento de otras autoridades gracias al
apoyo de un amplio espectro político. Así, por ejemplo, en la década del 20 y del 30 se
escuchaban en el Congreso las voces de los diputados mapuche Manuel Manquilef
(1887-1950), Francisco Melivilu (1892-1934) y Arturo Huenchullan (1901-1978).
Connotados hombres públicos y destacados militantes del Movimiento, cuyas historias de
vida tardaríamos en reseñar de manera más amplia. Basta con señalar que el primero,
como miembro del Partido Democrático, fue diputado por Llaima, Imperial y Temuco en
dos períodos, ocupando el escaño entre 1926 y 1934. Por el mismo Partido y la misma
circunscripción fue electo diputado Francisco Milivilu, en 1924. Ese año el auto golpe de
Arturo Alessandri disolvió el Congreso con ayuda de los militares, pero Milivilu sería
pronto reelecto, en 1926 y en 1930, logrando cumplir el cargo hasta el término de su
tercer período, en 1934. También por el Partido Democrático fue diputado por Traiguén,

que, como analizan Gabriel Salazar y Julio Pinto, las mancomunales al menos tuvieron una
influencia relativa en el gobierno local y pronto los partidos democráticos tendrán en mayor
participación en el Congreso. “Vida, pasión y muerte de la vía muncipalista al socialismo”, en
Historia Contemporánea de Chile I. Estado, legitimidad, ciudadanía, Gabriel Salazar y Julio Pinto
(Santiago: Lom, 1999), 282-285.
96 Rolf Foerster y Sonia Montecino, Organizaciones, líderes y contiendas…; José Bengoa, Historia

de un conflicto...
97
Rolf Foerster y Sonia Montecino, Organizaciones, líderes y contiendas…; José Bengoa, Historia
de un conflicto...

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Victoria y Lautaro, Arturo Huenchullan, entre 1934 y 1937. Así comenzaba la larga
participación del Movimiento Mapuche en el Congreso98.

Sin duda, estos hechos reflejan la temprana recomposición del Movimiento, su


estrategia política y el alcance de su cohesión social. De forma paralela y a pesar de los
logros mencionados, una y otra vez se repetirían los reclamos ante los juzgados y los
largos peregrinajes a la capital. Desfiles interminables de trámites y papeleos que poco
pudieron hacer ante la extensión del latifundio. Lo que terminaría por demostrar la poca
eficiencia de la estrategia político-partidista99.

Como vemos, al comienzo de la década de 1910 (momento en que concluye la


posguerra), terminaría por resolverse la estrategia terrateniente y la mapuche, con la
adopción de posiciones políticas claramente definidas dentro del eje central del conflicto,
posiciones que no cambiarán, en lo sustancial, hasta la reforma agraria. No podemos
decir lo mismo de los rotos ni de los antiguos fronterizos -estos últimos ya casi en
extinción-. Su capacidad de organización política no fue comparable a la del Movimiento
Mapuche ni menos a la de los terratenientes. Gran parte de la prensa de diversas
vertientes, aun con sus diferencias, dio cuenta de las demandas del sector, de hechos de
sangre y de la constitución de organizaciones de carácter explosivo. Sin embargo, tales
organizaciones fueron fugaces y sus líderes permanecieron en la mayoría de los casos en
el anonimato, sin la capacidad política suficiente para hacer ir sus voces de manera
directa, sino cuando las notas periodísticas informaban, generalmente sin indicar
nombres, de algún conflicto social o del estallido de duras movilizaciones, que provocaban
debates y posiciones contrarias en la prensa y en las autoridades, a pesar que estos
últimos solían actuar con la ley del látigo –hechos que después revisaremos con más
detalle.

La prensa, con excepciones, fue tomando conciencia paulatina del clamor de los
campesinos que debieron emigrar por falta de acceso a la tierra, tema que no sólo informó
la prensa de representación obrera (anarquista y demócrata a comienzos de siglo y, más
tarde, comunista y socialista). Así, por ejemplo, El Colono (de corte conservador), pronto
comenzó a informar sobre cómo los remates de tierras fiscales favorecían la extensión del
latifundio e impedían adquirir tierra a los pequeños agricultores, provocando su
emigración100. Carmen Norambuena ha señalado que la preocupación de la prensa se

98 Es evidente que las fuertes transformaciones sufridas por el pueblo mapuche hicieron a muchos
pensar su eminente desaparición. Frente a esta suposición se levantaron básicamente dos
propuestas: una asimilacionista-pesimista, defendida por la Corporación Araucana y por la Unión
Araucana, que resolvieron la integración del mapuche a la sociedad chilena, lo que significaba su
desintegración cultural, y otra identitaria, defendida por la Federación Araucana, que buscó la
recuperación de los valores y prácticas ancestrales de la cultura mapuche. Mathias Órdenes,
“Pensando el conflicto: intelectuales mapuche en las primeras décadas del siglo XX”, en Claro de
Luz. Descolonización e “intelectualidades indígenas” en Abya Yala, silgos XX y XXI, editores Pedro
Canales y Carmen Rea (Santiago: IDEA-USACH, 2013), 187-221. La presencia del Movimiento
Mapuche en la prensa durante el siglo XX, sus organizaciones, alianzas políticas y liderazgos, han
sido bien tratados por un texto bastante conocido: Rolf Foerster y Sonia Montecino,
Organizaciones, líderes y contiendas mapuches… Ver también de José Bengoa, Historia de un
conflicto…
99 Rolf Foerster y Sonia Montecino, Organizaciones, líderes y contiendas mapuches…; José

Bengoa, Historia de un conflicto…


100 Editorial El Colono, Angol: 4 de enero, 1890; 13 de febrero, 1890; 15 de febrero, 1890; 28 de

abril, 1892.

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acentuó al enterarse de los malos tratos, abusos y vejámenes que sufrían los
connacionales al otro lado de la cordillera, cuyo tenor recrudeció cuando los conflictos
limítrofes pusieron a ambos países al borde de una guerra. También indica que El Colono
y El Mercurio modificaron su posición, pasando de un discurso a favor de la inmigración
europea, a acoger el discurso nacionalista de los ocupantes chilenos en sus demandas de
tierra101. Conclusiones similares entrega Baldomero Estrada al investigar las
movilizaciones surgidas a raíz de la colonización italiana de Capitán Pastene, en Lumaco,
cuyo impacto trajo el desalojo de los ocupantes nacionales102. Sin embargo, otro tipo de
prensa conservadora, como Las Noticias, de Victoria, bajo la tutela de miembros del
Partido Liberal, no atendieron este tipo de demandas y se limitaron más bien, aun con
ciertos matices, en reiterar sobre “los males de la pobreza”, como el alcoholismo, la
delincuencia y la pereza103.

Las dificultades para la alianza obrero-campesina en la construcción de la


ciudadanía electoral

El Partido ha participado en todas las luchas campesinas y de


obreros agrícolas contra desalojos y otras exigencias y
provocaciones de los terratenientes. El Partido ha sido el alma del
Congreso Campesino realizado por la Liga Nacional de Defensa
del Campesinado Pobre, en abril-mayo de 1939, el cual
comparecieron más de 300 delegados de más de 150.000 obreros
agrícolas, inquilinos, medieros, etc.
(“Informe. El Partido Comunista y el Campesinado”, 1939, 1)104.

Como hemos visto, a diferencia del Movimiento Mapuche y del movimiento


patronal, las condiciones de Guerra y luego de posguerra, no fueron favorables a los
rotos, imposibilitándoles construir una fuerza contrahegemónica. La emigración en grupos
dispersos y en distintas direcciones, así como el desarraigo endémico105, habrían
perjudicado significativamente la capacidad de estos sujetos para lograr una cohesión
social suficiente, en tanto requisito básico para el surgimiento de la política. La posguerra
concluiría con la instalación del eje del conflicto Pueblo Mapuche-Estado Nación, pero
¿qué posibilidad de ubicarse dentro del eje tuvieron quienes se quedaron en la región, los
inquilinos, los buscavida y los modestos propietarios? Lógicamente, una posibilidad fue la
construcción de una alianza obrero-campesina que permitiera estructurar una gran fuerza
contrahegemónica, capaz de asumir una contra respuesta desde la vía electoral, la simple
desobediencia o la revolución. Como sabemos, la primera alternativa suponía una reforma
del Estado y una regulación moderna y democrática del capital por la vía institucional (de

101 Carmen Norambuena, “Migración, agricultura y ciudades intermedias”...


102 Baldomero Estrada, “Colonización y civilización”…
103 Entrevista a don Eduardo B., Victoria, 5 de mayo, 2017; Las Noticias, “El Alcoholismo”, 30 de

junio,1917, 2; “Cantinas clandestinas”, 18 de enero, 1919, 3; “Mendicidad”, 18 de septiembre, 1919,


3, Victoria, entre otras notas.
104 Citado por Nicolás Acevedo, Un fantasma recorre el campo. Comunismo y politización

campesina en Chile (1935-1948) (Valparaíso: América en Movimiento, 2017), 117.


105 El desarraigo, como parte de la condición subalterna, es uno de los factores que dificultan la

cohesión social, en tanto los individuos no encuentren las posibilidades de adaptación y de


formación de redes en un nuevo escenario, en donde también ser forastero resulta generalmente
traumático. León Grinberg y Rebeca Grinberg, Psicoanálisis de la migración y el exilio (Madrid:
Alianza, 1984); MIDEPLAN, Participación de la Comunidad en el Desarrollo Social, Logros y
Proyecciones (Santiago: MIDEPLAN, 1992); Alejandra Silva, “La Reproducción del Desarraigo y las
Identidades Colectivas en la Vida Cotidiana”, FERMENTUM, num 29 año 10 (2000): 445-452.

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la legalidad), pero sin proponer el término del sistema, lo cual no impedía el desarrollo de
distintos tipos de movilizaciones (que los sectores conservadores interpretaron como
intentos revolucionarios). Estrategia que pronto comenzaría a ensayar la militancia obrero-
partidista, quienes también buscaron asumir, como vanguardia organizada, la
responsabilidad de construir una alianza con el campesinado, intento que se pudo
apreciar con más claridad en el Norte Chico y en la zona central106.

Sin embargo, también existieron factores que obstaculizaron esa posibilidad: una
menor organización obrera en el sur en comparación a la zona norte y a la zona central,
un sistema electoral excluyente y lleno de vicios y, por último, una sindicalización
campesina casi imposible de lograr producto de la baja densidad poblacional, el
aislamiento geográfico y, sobre todo, una fuerte arremetida patronal. Estas dos últimas
dificultades afectaban a todo el país, pero en el sur se hicieron más difíciles de superar
debido a la debilidad del movimiento obrero (el primer factor) en ese territorio. Así las
cosas, la construcción del movimiento obrero-campesino y de la ciudadanía electoral se
tornaron casi imposibles en el sur.

El desarrollo de la organización obrera en el sur

Es bien sabido que desde fines del siglo XIX la evolución socioeconómica del país
fue trayendo consigo un constante desplazamiento de parte del campesinado hacia las
zonas urbanas, en especial a las del centro107, a ello se sumaría la emigración campesina
a las zonas mineras: la zona del carbón y, sobre todo, el norte salitrero. Tal proceso
favoreció la alfabetización de los sectores populares y el desarrollo de una cierta madurez
cívica en cuanto a la toma de conciencia de las posibilidades que ofrece la vida moderna,
lo que se tradujo en crecimiento organizativo y en un apoyo asistencial y educacional a
quienes consideraron afines a sus intereses. Estos hechos provocaron una creciente
dificultad de los partidos por controlar la decisión de una parte de los votantes urbanos,
con la misma capacidad que lo habían hecho un par de décadas atrás. Las zonas rurales,
por el contrario, seguirían sometidas a las formas tradicionales de control patronal. El
campesinado continuará siendo mayoritariamente analfabeto, por tanto, sin derecho a
voto, y dependiente de los intereses de patrón108.

Sin embargo, el crecimiento de la organización obrera no marchó a un mismo ritmo


ni tuvo un mismo impacto en todo el territorio nacional. La evolución de las organizaciones
que representaban a artesanos, mineros, pescadores, portuarios y otros tipos de obreros
urbanos -sociedades de socorro mutuo que desde la segunda mitad del siglo XIX
contribuirían al posterior nacimiento del movimiento sindical109-, no lograron el mismo
crecimiento al sur del río Biobío que en la zona norte y central del país. Esto porque su
anexión al territorio nacional fue con posterioridad y lentitud y, en segundo lugar, porque
las actividades industriales del sur poco favorecieron la concentración de mando de obra
como en la minería del Norte Grande, en el puerto de Valparaíso, en Santiago o en la

106 Nicolás Acevedo, Un fantasma recorre el campo…


107 Notable fue el caso de Santiago, que de 256.403 habitantes en 1895, pasa a 507.296 en 1920,
logrando duplicar su población.
108 Atilio Borón, Movilización política y crisis política en Chile, 1920-1970 (Santiago: Escuela

Latinoamericana de Ciencias Políticas y Administración Pública, 1970); René Millar Carvacho, La


elección presidencial de 1920 (Santiago: Universitaria, 1982).
109 Sergio Grez, De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. Génesis y evolución histórica

del movimiento popular en Chile (1810-1910) (Santiago: DIBAM/Centro de Investigaciones Diego


Barros Arana, 1998).

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minería del carbón, lo que indica también, como sabemos, una mayor ruralidad en el sur.
Obviamente, más rápidamente avanzó la organización obrero-artesanal y obrero-industrial
en algunas de las ciudades cabeceras de provincia en comparación al resto de las
ciudades, pero su impacto fue menor110.

Respecto de La Araucanía, la información que entregan algunos autores y la


revisión de la prensa indican que, a partir de la década de 1910, comenzaba a
desarrollarse el mutualismo en las ciudades más importantes, al mismo tiempo que
penetraban, buscando presencia, las sociedades obreras de la zona central, los partidos
de representación obrera (en ese momento demócrata y comunista) y el movimiento
anarquista111. De todos modos, faltarían unos años para que la organización obrera
alcanzara mayor presencia, a pesar del creciente número de organizaciones y de la
rápida expansión urbana. Ello se debía a la estrecha relación entre la industria y la
agricultura (no sólo por cuestiones relacionadas con el mercado de bienes y factores, sino
también porque los empresarios industriales también eran terratenientes)112, a que cada
sector de la industria urbana no concentraba un número importante de trabajadores y, por
último, a la falta de disciplina obrera y su escasa moralidad, males universales y difíciles
de combatir. Así lo señala, en 1914, un columnista en un periódico obrero de Temuco:
aquí no existe “la verdadera lucha obrera, reivindicadora de los derechos usurpados”. A
su juicio, la ciudad carecía de “la firmeza de la lucha” de los pueblos de la pampa y no

110 Algunos autores han destacado la organización obrera en el sur, pero sin reparar en su
capacidad de impacto, en la durabilidad de sus organizaciones ni en su capacidad de generar
publicación escrita, criterios que nos permiten cuestionar la capacidad de la militancia obrera. En la
ciudad de Valdivia la situación era un tanto mejor que en Temuco, puesto que la industria había
experimentado un desarrollo más temprano. En Osorno, por su parte, más precaria era la
organización obrera en comparación a las anteriores, entre 1891 y 1920 se formaron una veintena
de sociedades de socorro muto, pero sin lograr mantenerse algunos años. En el resto de la zona
sur con dificultad se puede constatar una organización obrera de mediana duración, importancia
numérica o cierto impacto social. Distinto fue el caso de Punta Arenas, en la zona austral, cuyo
asilamiento, la inexistencia del inquilinaje, la precariedad laboral, la concentración de mano de obra
en torno a las estancias e industria ganadera, la fuerte diferenciación e identidad de clase en
espacios de poco contacto, la tardía presencia estatal y la ausencia de mecanismos de
participación en los procesos nacionales institucionales, explicarían la constitución de la
Federación Obrera de Magallanes (FOM), en 1911, mostrando tempranamente la clase trabajadora
un notable avance organizativo. Como señala Ernesto Bohoslavsky citando a Harambour Ross: “En
la Patagonia austral la ‘comunidad imaginada’ de los trabajadores organizados no era –al menos
no primordialmente- de naturaleza nacional: sus bases materiales y cotidianas eran de alcance
regional y la suya era una identidad de clase”. Citado por Ernesto Bohoslavsky, “Clase y
ciudadanía en los conflictos sociales y políticos en el extremos sur de Argentina y de Chile a
principios del siglo XX”, en Construcción estatal, orden oligárquico… 272-273. No obstante el caso
de Magallanes, en términos generales al movimiento obrero le quedaba mucho por hacer en la
macro zona sur y sur austral. Un antecedente significativo es el envío de relegados a las provincias
del sur, entre otras, donde eran alejados de sus redes de colaboración militante. Elizabeth Donoso
y Daniela Sepúlveda, “El Mutualismo en la ciudad de Osorno”, Boletín, num 2 (1984): 9-15; Jorge
Rojas, La dictadura de Ibáñez y los sindicatos (1927-1931) (Santiago: Dirección de Bibliotecas
Archivos y Museos, 1993), 84, 104, 114, 117, 146; Jaime Sanhueza, “La Confederación General de
Trabajadores y el anarquismo chileno de los años 30, Historia, num 30 (1997): 313-382; Rodrigo
Araya, “Chilenos, Huilliches e Inmigrantes. Arcaísmo y modernidad en Valdivia. 1896-1926” (Tesis
de Maestría, en Universidad de Chile, 2006); Rodrigo Araya, “Criminalidad y control social en clave
capitalista (Valdivia, 1871-1884), en Construcción estatal, orden oligárquico… 179-208.
111 Jorge Rojas, La dictadura de Ibáñez…, 67-73; Sergio Grez, De la “regeneración del pueblo”…
112 Mathias Órdenes, La Araucanía: un caso de desarrollo frustrado…; Jorge Pinto y Mathias

Órdenes, Chile, una economía regional…

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sabía “combatir al enemigo”. Por lo que proponía el colaboracionismo, la solidaridad y


“una vida social dirigida a luchar por la implementación de mejoras en la vida del pueblo:
más pan, más descanso, más vida libre”. Para el alcance de tales objetivos aconsejaba
“leer los periódicos y libros que sean útiles, que enseñen el remedio para sus lacras
sociales: el alcoholismo, la prostitución, la vagancia y el juego”. Los obreros también
debían asociarse, “vigilarse en sus deberes”, participar en las sociedades de socorros
mutuos y resistencia. Cambios necesarios para mejorar la vida de los sectores
populares113.

A comienzos de la década de 1920 existían en la región la Federación Obrera de


Chile, la Sociedad de Socorros Mutuos Unión de Obreros, Sociedad de Empleados del
Comercio, la Unión Nacional, el Círculo Católico Corazón de María, la Sociedad de
Albañiles y Estucadores, la Sociedad de Veteranos del 79, la Sociedad de Resistencia de
Panaderos, la Sociedad de Ferrocarriles Santiago Watts, la Sociedad de Comerciantes
Ambulantes, la Sociedad de Fleteros Bernardo O’Higgins, los Empleados de Telégrafos
de la Frontera, la Liga Antialcohólica “La Salvadora”, la Sociedad de Socorros Mutuos de
Abasteros y la Sociedad de Socorros Mutuos e Instrucción Primaria de Temuco, entre
otras. A fines de esa misma década, según Eduardo Pino Zapata, también comenzó a
desarrollarse el sindicalismo. Entre ellos, mayor importancia adquirían los sindicatos
blancos, nacidos al amparo de la Iglesia Católica y de cierta organización mapuche114. Tal
organización intentaba extenderse desde las ciudades importantes hacia otras comunas.

Las movilizaciones obreras de las décadas de 1910 al 30 no dejaron indiferente a


los trabajadores urbanos del sur, en los años de mayor agitación social en La Araucanía
también respondieron con paralizaciones, marchas y huelgas, a la vez que ciertas
prácticas de raigambre obrera, como la celebración del 1 de mayo, también encontraron
escenario en Temuco, Angol y Victoria. Manifestaciones que generaban un temor entre
los grupos dirigentes por el supuesto arribo del “peligro rojo”, provocando periódicas
embestidas policiales para reprimir cualquier manifestación de “simpatía soviética”115.

Con todo, como ya explicamos, tales movilizaciones no tuvieron la misma


envergadura que en la zona norte y en la zona central y no se apreció la construcción de
una alianza obrero-campesina, pues ese era un camino más largo de recorrer.
Movilizaciones campesinas (de inquilinos, ocupantes y colonos chilenos) como la Colonia
de Nueva Italia (1905-1907 y sus rebrotes posteriores), las protestas por los desalojos de
la Concesión Silva Rivas (décadas de 1910-1920), los hechos de Suto (1910) y Pellahuen
(1920), la revuelta de Ranquil (1934), así como una serie de meetings y otras
movilizaciones que hemos obtenido de la prensa e informes administrativos, no dan
cuenta de vínculos entre el movimiento obrero y el campesinado, salvo por la presencia
de uno que otro anarquista, comunista o socialista, lo cual no constituye una alianza entre
ambos tipos de militancia116.

113 Luis A. Romero, “Sociabilidad Obrera”, en La Igualdad, Temuco, 21 de marzo de 1914, 2.


114 Eduardo Pino Zapata, Historia de Temuco… 68.
115 “Entre los que recibieron la visita de carabineros, estuvo el hojalatero José Arroyo, que había

tenido la debilidad de expresar sus inclinaciones marxistas bautizando a su negocio con el nombre
de ‘El Soviet’. Se le comunicó que ‘debía suprimir el letrerito’ y le dieron aviso de que en Moscú lo
necesitaban de modo ‘que fuera preparando sus maletitas’”, Pino Zapata, Historia de Temuco… 69.
116 La masacre de Ranquil ha sido más discutida por la errónea influencia comunista que

atribuyeron las autoridades y la prensa como causa de la revuelta. Olga Uliánova, “Levantamiento
campesino de Lonquimay y la Internacional Comunista”, Estudios Públicos, Número: 89 (2003),
173-223. Sobre los otros casos, ver: Baldomero Estrada, “Colonización y civilización”…; Jaime

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El sistema electoral: la esquiva construcción de la ciudadanía electoral

Otra de las razones que dificultaron la organización campesina dentro de las


reglas del sistema, afectando, a su vez, una potencial alianza obrero-campesina, fue el
régimen electoral, pues constituía un caldo de cultivo para el fraude, el cohecho y el
clientelismo. Así mismo, el sistema restringía la ciudadanía, pues podían votar solamente
los hombres mayores de 21 años y que estuvieran alfabetizados, lo que en los hechos
obstaculizaba la construcción de la ciudanía electoral y el interés por la política
institucionalizada.

A partir de 1891 el manejo del sistema electoral había pasado de las manos del
ejecutivo a los municipios (inscripción, registros y votaciones), por lo que los alcaldes y
regidores quedaron libres no sólo del control del ejecutivo, sino de los propios partidos,
facilitando la continuación de la histórica corrupción del sistema con prácticas de fraude y
cohecho. En 1915 se realizó una modificación de la Ley Electoral que significó el traspaso
del sistema desde los municipios a una Junta Especial de Contribuyentes. También se
organizó un padrón electoral permanente que se renovaba completamente cada nueve
años. Tales modificaciones no significaron en la práctica una mayor ampliación
democrática ni una mayor transparencia. Entre 1890 y 1920, el potencial electoral era de
un 10% de la población total, pero sólo estaba inscrito un 5% y ejercían su derecho a voto
apenas 3,5%117. Después de la modificación de 1915, los inscritos representaban el 40%
del potencial electoral y sólo 7,6% la población total, mientras que la cifra de votantes
apenas llegaba a un 3,4%, registrándose, en algunos años, una abstención superior al
50%118.

Luego de la reforma de 1915, que sustancialmente no cambió con la Constitución


de 1925, nuevamente surgió la manipulación del sistema, mediante la intervención de los
registros (fraude) y el cohecho, que permitían a los señores de la élite mantener sus
privilegios al alcanzar sus preciados sillones en el Congreso, situación que era posible
debido a un sistema de votación en el cual la cedula electoral era confeccionada por los
propios candidatos, con sus propios recursos, para ser dejada en la “cámara secreta”119.
El nuevo sistema también permitiría a los partidos, a través de la cobertura territorial,
urbana y rural de sus “secretarias”, continuar con la compra del votos, la práctica de
mecanismos coercitivos destinados a presionar el voto por determinado candidato, las

Sanhueza. “La Confederación General…”; Ernesto Bohoslavsky, “Desempleo, organización y


política”...; Ernesto Bohoslavsky, El complot patagónico. Nación, conspiración y violencia en el sur
de Argentina y Chile (siglos XIX y XX) (Bueno Aires: Prometeo, 2009); Luis Berger, “La matanza de
colonos nacionales de Loncoche. Lucha social por el dominio de la propiedad de la tierra al interior
del sistema de colonización en el sur Chile (1910)”, Revista Austral de Ciencias Sociales, num 27
(2014): 71-102; Jorge Pinto, “Colonos, ocupantes nacionales, campesinos y obreros de La
Araucanía, 1900-1973”, en Conflictos étnicos, sociales y económicos. Araucanía, 1900-2014, editor
Jorge Pinto (Santiago: Pehuén, 2015), 73-135; Otros hechos no estudiados por los autores: El
Colono, “Protestamos” Angol: 10 de julio, 1893; “Meeting en Nueva Imperial”, 29 de septiembre,
1904; “Los colonos nacionales en Santiago”, 25 de noviembre, 1909, entre muchas otras notas de
prensa.
117 Ricardo Nazer y Jaime Rosemblit, “Electores sufragio y democracia en Chile”, Mapocho,

Número: 48 (2000), 216.


118 Ricardo Nazer y Jaime Rosemblit, “Electores sufragio”… 217-218.
119 El elector al llegar a la mesa recogía un sobre con el cual entraba a la cámara, una vez adentro

elegía un voto y lo depositaba en el sobre, para luego salir y depositarlo en la urna. Ricardo Nazer
y Jaime Rosemblit, “Electores sufragio…”, 217-218.

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conocidas “encerronas” (comida, trago y mujeres) de votantes proclives al candidato


opositor para evitar su sufragio, la elaboración de votos del candidato opositor con errores
para que fueran declarados nulos y obtener el voto de quienes por ley no podían hacerlos,
entre otros mecanismos ilegítimos120. Así, un sillón parlamentario podía costar fácilmente
“varios millones de pesos a los candidatos siempre dispuestos a gastar sus fortunas en
adquirir los honores y privilegios del cargo”121, situación que permaneció vigente una vez
instalado el régimen presidencialista (a partir de 1925), lo que facilitaría un indiscutible
control patronal122.

Así también, con el aumento relativo del electorado (proporcional al aumento


poblacional y a la leve disminución del analfabetismo) y con la ampliación de la clase
media, como explica Sofía Correa, el clientelismo comenzó a ganar terreno123. La
generación de redes informales entre los parlamentarios de provincia y los “caciques
locales” (funcionario público o propietario agrícola) favorecieron esa práctica, pues tales
vínculos estaban mediados por los propios partidos políticos. Mientras el cacique local
alcanzaba favores de parte del parlamentario que le permitían mantener su influencia
social y evitar la tediosa burocracia capitaleña, el parlamentario, por su parte, obtenía del
cacique los votos necesarios gracias a la influencia de este último sobre determinado
grupo del electorado. Así se construyó una estructura piramidal de redes y mutuos favores
que afectaban la democracia124.

Todo ello explica los altos niveles de abstención en la república parlamentaria


(1891-1925), donde las formas de intervencionismo electoral cobraron ribetes
escandalosos y donde las elecciones de diputados y senadores tuvieron tanta o mayor
importancia que las presidenciales. La abstención tendió a bajar cuando la crisis del
régimen parlamentario y de la economía llevaron a un período de militarización de la
política (1925-1932)125. A pesar de que los datos oficiales no son suficientemente
confiables conviene considerarlos porque muestran con claridad lo señalado. Nótese que
en la elección presidencial de 1891, con Jorge Montt Álvarez como candidato único, los
cálculos oficiales arrojaron un dudoso 0% de abstención, en la de 1896 no se “hicieron”
los cálculos de abstención y en la de 1915, la abstención bajó considerablemente,
probablemente debido a algún tipo fraude electoral.

120 Ricardo Nazer y Jaime Rosemblit, “Electores sufragio”… 217-218.


121 Ricardo Nazer y Jaime Rosemblit, “Electores sufragio”… 217.
122 Juan Carlos Gómez L., La frontera de la democracia: el derecho de propiedad en Chile, 1925-

1973 (Santiago: Lom, 2004).


123 La autora define el clientelismo como “el intercambio directo e informal de bienes materiales y

de favores o servicios entre dos actores desiguales en estatus, influencia y riqueza”. Sofía Correa
Sutil, Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX (Santiago: Editorial
Sudamericana, 2005), 86-87.
124 Sofía Correa Sutil, Con las riendas del poder… 86-88. Ver también, José Bengoa. Historia

Social de la Agricultura Chilena. Tomo I. El poder y la subordinación (Santiago: Sur Ediciones,


1988).
125 Juan Carlos Gómez, La frontera de la democracia… 53-118.

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Porcentajes de abstención en las elecciones presidenciales de 1891-1938

Crisis y Comienzo del


Régimen parlamentario militarización régimen
de la política presidencialista
Elecciones 1891 1896 1901 1906 1910 1915 1920 1925 1927 1932 1938
Abstención 0 -- 43,54 47,15 46,67 18,72 57,17 13,65 29,61 20 27,56
Fuentes: J. Samuel Valenzuela, “La Ley Electoral de 1890 y la democratización del
régimen político chileno”, Estudios Públicos, Número: 71 (1998) 265-296; Germán Urzúa
Valenzuela, Histórica política de Chile y su evolución electoral desde 1810 a 1992
(Santiago: Editorial Jurídica de Chile, 1992), 289-516.

A pesar de los vicios del sistema, como señala J. Samuel Valenzuela, la Ley
Electoral de 1890 “permitió que la competencia entre los partidos por los votos de la
ciudadanía (masculina y alfabeta) se convirtiese en el único mecanismo importante para
llegar al poder”, abriendo la posibilidad a la constitución de nuevos partidos políticos
tendientes a representar los intereses de todos los sectores sociales significativos126, lo
que habría permitido, entre otras razones, el surgimiento del Partido Obrero Socialista, en
1912. Este incentivo perduró con la reforma electoral de 1915, ya que si bien los vicios del
sistema significaban una clara manipulación de la voluntad popular, tales reformas dieron
una luz de esperanzas para quienes que querían avanzar hacia el cambio social. Sin
embargo, como señalan Ricardo Nazer y Jaime Rosemblit, la “falta de conciencia de
quienes vendían su voto y las condiciones de dominación social que permitían a algunos
obligar a otros a votar por sus candidatos”, se convertían en los peores obstáculos del
cambio, por lo que “la educación y toma de conciencia política del obrero y del campesino
y la denuncia al cohecho fueron banderas de lucha de los movimientos políticos liberales,
radicales, demócratas y comunistas en la década del 20 y siguientes”127.

En síntesis, lo que hemos señalado permite explicar, entre otras razones, el control
de la clase terrateniente sobre el electorado rural. El fraude, el cohecho y el clientelismo,
prácticas naturalizadas e institucionalizadas, reflejaron la falta de madurez cívica y de
dependencia de los subordinados. En un país en el que también crecían junto a la vida
urbana la clase media, la conciencia obrera y los partidos de representación popular, pero
sin que pudieran desprenderse de una democracia de mala calidad. Los vicios del sistema
y el propio mundo rural se presentaban como una barrera casi insalvable para los
sectores organizados de obreros y clase media, quienes veían en el sistema electoral una
vía para la solución de sus demandas. Los altos niveles de abstencionismo dan cuenta de
ello. Esto también desincentivaba una mayor organización obrera y afectaba el desarrollo
de la ciudadanía electoral en regiones donde la población rural y la influencia patronal
tenían un peso importante128. Así, bajo la dominación terrateniente, el derecho a voto no
aseguraba la posibilidad real de elegir129. La Araucanía y el resto de las provincias del sur

126 J. Samuel Valenzuela, “La Ley Electoral de 1890”… 269.


127 Ricardo Nazer y Jaime Rosemblit, “Electores sufragio”… 218.
128 René Millar Carvacho, La elección presidencial de 1920…; Juan Carlos Gómez, La frontera de

la democracia…
129 J. Samuel Valenzuela, “La Ley Electoral de 1890”…; Juan Carlos Gómez, La frontera de la

democracia...; Sofía Correa Sutil, Con las riendas del poder… 89-91. Recordemos que las mujeres
pudieron votar en las elecciones municipales a partir de 1935 y en las parlamentarias y
presidenciales a partir de 1952. Mientras que los analfabetos lo hicieron recién en 1970, junto a los
mayores de 18 años, y el voto secreto, con cédula única, fue por fin establecido en la reforma
electoral de 1958.

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no escapaban a estas tendencias y es probable que calaran más hondo debido a su débil
organización obrera.

La arremetida final: la exclusión del campesinado de la formación de sindicatos

La crisis económica y de dominación oligárquica (dominación expresada en el


régimen parlamentario) trajo una presión social que obligaría la incorporación al aparato
estatal de distintos sectores sociales. Hechos gravitantes fueron las primeras leyes
laborales de 1924 y la Constitución de 1925. Ambos eventos se impusieron básicamente
por la presión de los movimientos obreros urbanos y pese a la resistencia tanto del
Presidente Alessandri (ya unido a los militares) como de la alta cúpula militar130.

En este período el Estado cumple una función de formación de los primeros focos
de sindicalismo obrero, con procesos focalizados o acotados de sindicalización y
demandas de tierras. Esto pese a que la legislación dictada en 1924 era ambigua
respecto de garantizar el derecho a organización y negociación de los campesinos. Sin
embargo, de acuerdo con Amino Affonso, apenas se promulgó la ley de organización
sindical, empezaron los intentos de organización de diversos sindicatos agrícolas. Ya en
1925 se habían formado 10 sindicatos campesinos en el valle del Choapa con 5.000
afiliados. Esta ley suscitaba un problema de interpretación: la exclusión de los sindicatos
agrícolas al no constituir una rama propiamente industrial. Pese a que los artículos eran
amplios y ambiguos al respecto, se instauró como práctica recurrente un “veto patronal”,
con el fin de impedir que este proceso se expandiera. De hecho, y pese a todos los
intentos, recién en 1929 un primer sindicato obtendría la personalidad jurídica (el
Sindicato Profesional de la Industria Ganadera y Frigorífica de Magallanes, en Punta
Arenas).

De forma paralela, comenzaban a retornar a los campos los obreros que habían
quedado cesantes por el quiebre salitrero. Éstos no sólo arrastraban su encono y su
miseria, sino también, su experiencia de lucha, una fuerte conciencia obrera y las ganas
de que esa conciencia, asumida en carne propia, se expandiera en los campos, hecho
que causó alarma en la presa conservadora y el terror en los terratenientes. Prontamente
los partidos de izquierda asumieron la misma responsabilidad como parte de sus
programas, dando la venia al trabajo de sus militantes en los campos. Así la organización
obrera pugnaría para que los trabajadores rurales tuviesen los mismos derechos
sindicales de los trabajadores urbanos, reconocidos en el Código del Trabajo (1931). Así
nacerán organizaciones campesinas con apoyo obrero, como la Liga Nacional de Defensa
de los Campesinos Pobres (1935), para representar a obreros agrícolas a pequeños
propietarios e inquilinos. La Liga comenzó a asesorar a campesinos para su
sindicalización, permitiendo la obtención de la personalidad jurídica de diversos sindicatos
en las viñas de la zona centro. Ello provocó que la Sociedad Nacional de Agricultura
(organización patronal) planteara, por primera vez, al Ministerio del Trabajo las
restricciones para el régimen sindical agrario131.

130Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia contemporánea… 149.


131Almino Affonso, Trayectoria del Movimiento Campesino Chileno. Volumen I (Santiago: ICIRA,
1970); Francisco Walke, La legislación laboral campesina, evolución y proposiciones (Santiago:
Desarrollo Campesino, 1983); Mario Garcés, “Los movimientos populares en el siglo XX: Balance y
perspectivas”, Política, num 43 (2004): 13-33.

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La campaña electoral del Frente Popular (coalición de partidos de centro e


izquierda) tuvo en el centro de la discusión, entre otros, la sindicalización campesina y la
reforma agraria, temas que desde hacía más de una década habían logrado instalar los
partidos de izquierda y las organizaciones sociales como parte de los problemas que
afectaban al país. A la llegada del Frente Popular (a fines de 1938), cerca 100 sindicatos
campesinos presionaron al ejecutivo para obtener personalidad jurídica, exigiendo que se
cumplieran las promesas de reformas sociales.

Los que ocurrió fue justamente lo contrario. En 1938 el conjunto del espectro
político negoció con las organizaciones del empresariado y deciden postergar la reforma
agraria y la sindicalización campesina, pese a que los partidos de izquierda contemplaban
estos avances en sus propuestas programáticas iniciales132. La Sociedad Nacional de
Agricultura se comprometió en prestar su apoyo al proyecto de industrialización propuesto
por el Frente Popular, pero, a cambio de ello, los partidos de izquierda debieron
comprometerse a no impulsar la reforma agraria ni la sindicalización de los trabajadores
agrícolas133. Por el solo hecho de su enrome peso numérico134, los trabajadores del
campo representaban una fuerza susceptible de modificar los equilibrios políticos en el
país, lo que podía poner en peligro los supuestos del proyecto industrializador del Frente.
Al campesinado no le quedaría más alternativa que aportar con sus malas
remuneraciones para generar productos baratos que ayudarían a impulsar la industria
urbana. A partir de entonces, no se apreciaría una mejora sustancial en los salarios y
contratos en el campo en comparación a los trabajadores urbanos135.

En definitiva, dicha exclusión terminaría afectando a todo el campesinado, pero en


La Araucanía significó que se redujeran las posibilidades de que éstos construyeran un
proyecto contrahegemónico. Faltarían décadas para que los partidos de representación
popular encontraran las condiciones necesarias para fijar el mismo interés por el campo.

132 En términos legales, tal acuerdo se traducirá en lo siguiente: el 28 de marzo de 1939 fue
promulgado el Decreto N° 34 sobre la “organización sindical del campo”, con objeto de abolir la ley
laboral de 1924 para los trabajadores rurales, al mismo tiempo que se suspendió la constitución de
nuevos sindicatos campesinos. A pesar que se indicó que éste sería un decreto provisorio, en tanto
se discutía una ley en el Parlamento, tuvo vigencia hasta 1947, fecha en que se promulgó la Ley de
Sindicalización Campesina N° 8.811, que, en la práctica, impidió la sindicalización campesina y
entregó facultades a patrones para despedir a los dirigentes. Al año siguiente Gabriel González
Videla promulga la Ley de Defensa de Permanente de la Democracia N° 8.987, quedando proscrito
el PC, lo que también afectaría a la debilitada organización campesina. Brian Loveman y Elizabeth
Lira, Las ardientes cenizas del olvido: vía chilena a la reconciliación política, 1932-1994 (Santiago:
Lom, 2000), 159-163; Roberto Santana, Agricultura chilena en el siglo XX: contextos, actores y
espacios agrícolas (Santiago: CEDER/Centro de Investigaciones Diego Barros, 2006), 183.
133 Almino Affonso, Trayectoria del Movimiento Campesino… 31-35; Paul Drake, Socialism and

Populism in Chile, 1932-1952 (Urbana: University of Illinois Press, 1978), 218-225; Roberto
Santana, Agricultura chilena en el siglo XX… 169-187. Nicolás Acevedo presenta una tesis distinta:
el Partido Comunista habría negociado con el Frente Popular postergar la sindicalización
campesina en tanto se desarrollen las condiciones políticas, acuerdo que el Frente no cumpliría.
De todas formas, es claro que ello no cambiaría para el escenario político. Nicolás Acevedo, Un
fantasma recorre el campo…
134 El Censo de 1930 registró un 50,6% de población rural. En las provincias del sur esa cifra

aumentaba, al 71,4% en Biobío, 73,7% en Cautín, 67,4% en Valdivia, 83,5% en Chiloé y 78,9% en
Aysén. Dirección General de Estadística, Resultados de X Censo de la Población, efectuado el 27
de noviembre de 1930. Volumen I. (Santiago: Imprenta Universo, 1931), 51-55.
135 Roberto Santana, Agricultura chilena en el siglo XX… 179; Juan Carlos Gómez L. La frontera

de la democracia... 183-200.

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Una ciudadanía aislada, dependiente de los patrones y atrapada por un sistema electoral
de baja calidad, con todos sus vicios y exclusiones.

La resistencia desde abajo y desde fuera: la respuesta del sujeto profundo

Ellos (…) trabajaban en los fundos y la gente campesina no tenía


educación, en ese tiempo había mucha gente que no sabía leer, no
tenían nada de estudio (…). Y ellos eran bastante vulnerables [en
comparación] a como es la vida hoy en día (…). Necesitaban mucha
mano de obra en los fundos porque no había tanta tecnología, no habían
maquinarias. Ellos recibían mucha gente para todo tipo de trabajo
agrícola. (…) los medios de pago eran muy malos (…) porque a ellos les
pagaban prácticamente en pulpería, en comida (…). Y los patrones
trataban muy mal a la gente. Yo conversé con varias personas que yo
conocí en mi niñez y ellos contaban su historia. Por ejemplo, cuando ellos
no asistían a su trabajo por algún motivo, mucha gente se dedicaba a
tomar y cuando no llegaban a su trabajo los castigaban, le pegaban como
un niño y ellos lloraban como un niño, le prometían al patrón que nunca
más lo iban a hacer.
(Entrevista a don Pedro A., Quepe, 12 de mayo, 2017).

La hegemonía patronal fue construyendo en La Araucanía un escenario


sociopolítico suficientemente estrecho y regulado, que para muchos rotos se convirtió, al
final del camino, en un triste epílogo, un muro casi insalvable. Su lugar tras la derrota, la
habitación de “la espina desgarradora del zarzal” sería el margen, el zanjón profundo de la
vera del camino: la resistencia desde abajo y desde fuera. Con estas palabras lo expresó
José Bengoa en 1973, refiriéndose a las consecuencias de la exclusión del campesinado
de la ciudadanía política:

La presión campesina en Chile se viene haciendo sentir con intermitencias


desde hace mucho tiempo. El proletariado industrial conquistó su derecho
a sindicalizarse en la década del veinte. Este derecho le fue negado al
campesinado. Cada cierto tiempo se hacía oír la presión campesina a
través de organizaciones ilegales que por lo general eran reprimidas
violentamente. La organización campesina era siempre negociada y
postergada en las transacciones de la politiquería criolla. Sin embargo, las
condiciones de vida, el abandono, la migración hacia las ciudades, etc...
fueron preocupando a los sectores dominantes. La movilización del
campesinado no tenía marcos de expresión definidos legalmente.
Pequeños paros, cartas al Presidente protestando por las malas
condiciones de vida, huelgas esporádicas reprimidas por ilegales,
peticiones de regalías y salarios, etc., muestran superficialmente el
descontento que se gestaba en el campo. El descontento tenía su válvula
de escape en las migraciones a las ciudades 136.

Por los mismos años en que Bengoa escribía esas palabras, Brian Loveman
publica un texto cuyo título expresa suficientemente lo que queremos decir, El campesino
chileno le escribe a su Excelencia. En él analiza lo que significó al campesinado la doble
exclusión de la ciudadanía electoral, con un sistema electoral excluyente lleno de vicios y
con la imposibilidad de formar sindicatos. A continuación presenta un grupo copioso de
cartas y reclamos, muchos de ellos anónimos, por el no pago de salarios, incumplimiento

José Bengoa, “Movilización campesina: Análisis y perspectivas”, en Chile: Reforma Agraria y


136

Gobierno Popular, Solón Barraclough y otros (Buenos Aires: Periferia, 1973), 93.

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de leyes sociales y una larga lista de abusos patronales, con sus “derechos” de pernada y
violencia física137. Los terratenientes de La Araucanía también figuran en esta larga lista
de reclamos.

Escribir a las autoridades se había convertido en una de las tantas formas de


resistencia, de hacer política encontrándose unos con otros, aunque sea en grupos
atomizados cuya reivindicación básica sería su propia condición humana. Pero como no
contaban con las herramientas suficientes que permitieran defender sus derechos, en su
sabiduría popular siempre apelaron a un valor supremo, un principio básico de comunidad
abstracta: la Patria, la “madre común”. “Somos todos chilenos”, “hijos de un mismo suelo”,
repetirían una y otra vez en sus cartas.

También hubo otras formas de resistencia atomizada, dependiendo de las


circunstancias, de la lectura del momento, encontrarse podía significar que aquel “llanto
de niño” se convirtiera en algo mucho más serio que una “pataleta infantil”, nos referimos
a la subversión directa, a una gran revuelta. Desde finales del siglo XIX a la década de
1930, se generaron una serie de reventones y movilizaciones sociales, casi todos se
transformaron en cruentos hechos que llamaron la atención de ciertos historiadores, ya
sea por la importancia que adquirieron en la prensa o porque quedaron registrados en la
memoria colectiva. Sucesos que nos hablan de la migración, de la precariedad y de las
dificultades que debieron enfrentar los ocupantes y colonos nacionales por obtener tierra y
un trabajo digno, así como de los excesos e irregularidades sin freno cometidos en su
contra por parte de autoridades y patrones. Las tensiones sociales generaban una presión
de tal magnitud que no podía acumularse sin estallar. La excluyente repartición de la
propiedad de la tierra y la conflictiva relación capital-trabajo serían las tensiones más
dolorosas (con todo lo que ello significó en términos de la estructuración del patriarcado).
Como la expulsión de los ocupantes nacionales de la Colonia de Nueva Italia,
entre 1905-1907 (y sus rebrotes posteriores); la matanza de los colonos de Suto, en
Lonche a mandos de las autoridades de la región, en febrero de 1910; el conflicto por las
tierras de Pellahuén, entre Carahue y Tirúa, entre ocupantes nacionales y hombres
influyentes de Santiago en 1919; los lanzamientos de colonos, ocupantes nacionales y
mapuche por parte de la Concesión Silva Rivas, llamada también Sociedad Llaima en las
comunas de Cunco y Melipauco, en las décadas de 1910-1920; la matanza de Ranquil, en
el Alto Biobío, en el triste invierno de 1934 y las periódicas revueltas de carrilanos y
camineros, entre una larga lista de sucesos similares que no quedaron registrados con
claridad. A esto hay que agregar los hechos ocurridos más allá de la antigua frontera y
que siguieron como sombra mortuoria el peregrinar de estos chilenos, tales como la
Tragedia Obrera de Bajo Pisagua, Río Baker, en 1906; la Guerra de Chile Chico, en la
Región de Aysén, a fines de 1918; la masacre de la Sede de la Federación Obrera de
Magallanes, en julio de 1920 y la llamada Patagonia Trágica, en Santa Cruz, Argentina,
entre 1921 y 1922, cuyo saldo dejaría sobre 1.000 obreros muertos. En todos estos
casos, con excepción de la breve Guerra de Chile Chico, las demandas no tuvieron éxito y
el saldo en contra fue el derramamiento de sangre o la expulsión. Sin embargo, ello no
provocaría, en el mediano plazo, un cambio positivo en las autoridades regionales ni
capitalinas, quienes practicaron una política más conveniente a la extensión del latifundio
y de decidido disciplinamiento obrero138, como quedó demostrado en otros hechos de
sangre a lo largo del país, que tan tristemente nos recuerdan ese el período.

137
Brian Loveman, El campesino chileno le escribe a su excelencia (Santiago: ICIRA, 1971).
Ver Baldomero Estrada, “Colonización y civilización”…; Jaime Sanhueza, “La Confederación
138

General”…; Osvaldo Bayer, La Patagonia rebelde (Buenos Aires: Planeta, 2001); Ernesto

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Conclusiones desde el sujeto profundo: una contrahegemonía casi imposible

A partir de la Guerra de Ocupación (1862-1883) se comienzan articular las


tensiones contrahegemónicas que darán forma a la constitución estructural del eje central
del conflicto en La Araucanía: el conflicto Pueblo Mapuche-Estado Nación, pues con la
Guerra el Estado pondrá en marcha un proyecto civilizatorio de anexión y modernización
territorial del Wallmapu bajo criterios capitalistas y de segregación socioracial. Un orden
hegemónico en el que los derrotados de guerra, los mapuche, deben relacionarse con el
vencedor, el Estado-Nación, y con los terratenientes bajo condiciones de exclusión
material, política y cultural. Así los mapuche quedaron situados en la parte inferior del eje,
mientas que el Estado-Nación y los terratenientes en la parte superior.

No obstante, los marcos regulatorios de tal equilibrio quedarán suficientemente


definidos después de la Guerra, ya que la sociedad que el Estado intentaba construir, una
vez concluido el escenario bélico, debía experimentar una serie de ajustes y
transformaciones territoriales, procesos que caracterizarán el período que hemos
identificado como posguerra. Entre ellos: a) el surgimiento y pronto aplacamiento de la
violencia fronteriza bajo la figura del bandolerismo (en su versión “patronal” y en su
versión “popular”); b) el avance de la propiedad privada de la tierra, lo que incluyó los
conflictos por la constitución de Títulos de Merced, por la extensión del latifundio y por la
instalación de colonos nacionales y extranjeros; c) el término de la instalación del aparato
burocrático; y, por último, d) la organización política del Movimiento Mapuche y de los
agricultores para elevar sus demandas al Estado. Tal organización surgirá a comienzos
de la década de 1910 y dará término al período de posguerra, momento en que los
actores (el Movimiento Mapuche, los terratenientes y el Estando-Nación) definirán con
claridad su lugar dentro del eje del conflicto.

Lo anterior no es todo, el proyecto estatal también terminaría segregando a otro


tipo de excluidos, una Araucanía profunda que no logrará ocupar un lugar dentro del eje
del conflicto. Una población “residual” con escasas posibilidades de construir la cohesión
social necesaria para instalar su proyecto político: los rotos y los antiguos fronterizos –
como hemos explicado, estos últimos pasarán a una etapa de extensión a medida que
avanza el proceso modernizador, aun con sus cuestionados resultados, y se resuelve el
problema del bandolerismo.

La Guerra no sólo dividió el Wallmapu fundando pueblos e instalando a miles de


propietarios, también dificultó la cohesión social de rotos y fronterizos, obligándolos a
emigrar, desarraigándolos y desgarrando su identidad para que la propiedad privada
pudiera constituirse, a pesar que muchos actuaron, incluyendo a familias completas, como
“punta de lanza” en tierra hostil, facilitando el avance del glorioso Ejército de La Frontera.
La constitución de la propiedad, la fundación de pueblos y el extractivismo provocaron el
desarraigo de población mapuche y también de miles de chileno-mestizos, quienes
habitaban el territorio antes de la Guerra (los antiguos fronterizos) y quienes llegaron de
manera voluntaria o junto al Ejército en calidad de carne de cañón (los rotos de la zona
centro-sur).

Bohoslavsky, “Desempleo, organización y política”…; Olga Uliánova, “Levantamiento campesino de


Lonquimay”…; Ernesto Bohoslavsky, El complot patagónico…; Luis Berger, “La matanza de
colonos”…; Jorge Pinto, “Colonos, ocupantes nacionales”…; Mauricio Osorio, La tragedia obrera de
Bajo Pisagua: río Baker, 1906: origen del Cementerio Isla de los Muertos, Comuna de Tortel,
Patagonia Occidental (Santiago: Ñirre Negro, 2015).

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En la posguerra continuaría la emigración de rotos y fronterizos, debido a la


extensión de la propiedad privada, la falta de empleo o su mala calidad. También muchos
se quedaron en la región como inquilinos y busca vida, en tanto otros, sin ser capaces de
acoplarse al proyecto civilizatorio, terminaron gastando sus últimos días en el
bandolerismo, haciendo estallar la violencia fronteriza y el miedo en los campos de La
Araucanía.

Sin embargo, la posguerra no agotó las posibilidades para la construcción de la


cohesión social chileno-mestiza y la generación de un proyecto colectivo subalterno no
mapuche o, eventualmente, mapuche y no mapuche, aún existía la posibilidad de
organizar un “movimiento campesino” amplio, capaz de representar a inquilinos,
labradores y a pequeños y medianos propietarios, pero la hegemonía patronal tendió a
homologar el viejo orden hacendal de la zona central, cuya constitución legal y cultural
había logrado anclarse fácilmente en el naciente Estado republicano. Bajo ese orden de
dominación los rotos debieron someterse a los intereses patronales, quienes rápidamente
obstaculizaron la formación de sindicatos y presionaros a votar por sus candidatos, “los
candidatos del patrón”, gracias a un sistema electoral excluyente y lleno de vicios,
diseñado de jure y de facto para favorecer el orden oligárquico.

La incipiente constitución del movimiento obrero en las provincias de colonización,


no permitiría la colaboración suficiente de los obreros urbanos y mineros -militantes
letrados con derecho a voto y con las ganas de movilizar el campo- en la formación del
movimiento campesino, dificultando, aún más, la gestación de una alianza obrero-
campesina -como ya se venía intentando decididamente en el Norte Chico y en la zona
central-. Aunque los militantes perseguían con mucho esfuerzo ese objetivo, aún faltaba
resolver el problema de la legalización de los sindicatos rurales y así poder “quebrarle la
mano al patrón”, pero la resolución final a favor del orden patronal, en el gobierno del
Frente Popular, terminaría estrechando las posibilidades de los rotos del campo para
participar de la ciudadanía electoral, quedando prácticamente fuera de los pactos sociales
que caracterizaron gran parte del siglo XX, lo que, para el caso de La Araucanía, dejaría a
los rotos abajo y fuera del conflicto central, del eje Pueblo Mapuche-Estado Nación. Ello
no solamente por su condición de mestizos, sino, fundamentalmente, porque no lograron
construir una fuerza política susceptible de modificar el ordenamiento hegemónico
establecido. De esta forma, no se habría constituido a favor de estos sujetos lo que en
términos teóricos se conoce como Estructura de Oportunidades Políticas; la generación
de condiciones mínimas para catalizar la movilización social con cierto grado de éxito.
Así mismo, con tales grados de exclusión social, dispersión geográfica, desarraigo
y atomización social, La Araucanía profunda, desgarrada desde sus bases identitarias, no
lograría encontrarse en términos políticos: los sujetos sin voz (y sin voto) no pudieron
generar la acción política como un cuerpo cohesionado. Tampoco pudieron encontrarse
en términos identitarios -cuestión fundamental en la fundación y desarrollo de los
movimientos sociales-, pues la migración, el desarraigo y la atomización social habrían
dificultado la construcción de una comunidad amplia, capaz de generar un movimiento
amplio. No encontrarse significó para los rotos, como resultado final, no haber podido
pasar del poder inherente a toda comunidad al poder delegado.
Bajo tales condiciones, en definitiva, la única alternativa posible sería la resistencia
subalterna desde abajo y desde fuera del eje central del conflicto. La movilización social y
la subversión del orden hegemónico en grupos dispersos y fugaces, pero también
altamente vulnerables (hasta sus propias vidas) ante cualquier contra resistencia patronal
y policial.

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Archivo Regional de La Araucanía. Primer Juzgado Civil de Temuco. Años: 1905-1908.

Entrevistas

Eduardo B., Victoria, 5 de mayo, 2017.

Pedro A., Quepe, 12 de mayo, 2017.

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y no necesariamente reflejan el pensamiento de Revista Inclusiones.
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DR. MATHIAS ÓRDENES DELGADO

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