Canción de Medianoche
Canción de Medianoche
Canción de Medianoche
tiene el ser humano. Recuerdos; algunas veces, imágenes claras, momentos felices y en
otras ocasiones, borrosas y terribles. Momentos del pasado que son guardados con recelo
por la memoria y el corazón. Recuerdos, tontos y aburridos recuerdos. Quizás, tendría
mejores adjetivos para ellos si es que, el único recuerdo que poseo desde que tengo
memoria no fuese tan desagradable. En mi mente solo se encuentran imágenes de una
habitación sombría. Un cuarto con un helado piso de cemento, algunas muñecas de trapo
abandonadas sobre una cama con sábanas grises y unas cortinas que parecen tener vida
propia cuando bailan con el viento de la tarde. Siempre pensé que esos pedazos de tela
corriente tenían peor suerte que yo, al estar amarradas a una vara de metal sin poder
moverse a voluntad. Pero no, me doy cuenta que soy igual que esas cortinas, estamos
condenadas a quedarnos aquí para siempre.
Aunque parezca que esta habitación está vacía, no lo está, yo estoy aquí. Refugiada en
uno de los rincones más oscuros de este lúgubre cuarto. Aquí estoy, una desconocida
más, sin pasado y mucho menos, futuro. Una chica, que, a pesar de haber visto el
mismo paisaje por más de quince años, siempre encontraba algo nuevo, digno de ser
contemplado.
Todo merece ser admirado; cada árbol, cada nube, cada ave desplazándose por el
cielo, cada rincón, cada persona…
Mis ojos a través del espejo son los únicos que me miran. Y mi voz entonando una
misteriosa canción a la medianoche, mi más preciado consuelo. Una melodía,
cuya letra sale de lo más profundo de mi ser, un idioma extraño, que mi razón no
comprende, pero, al parecer mi corazón sí. Quisiera que me dijese que significado
tienen esas palabras.
Anhelo poder salir de aquí. Deseo ser libre como el viento que va a donde se le
antoje. Mi único contacto con el mundo es aquella ventana, junto a la esperanza de
que alguien escuche mi triste canción y venga a rescatarme. Tal vez, si un par
de ojos y una voz que no fuese la mía, me prestasen un poco de atención, no me
sentiría tan sola como ahora.
Me pregunto ¿cuándo podré salir de aquí?, ¿cuándo podrá el sol bañar mi piel con
sus cálidos rayos?, ¿cómo se sentirá el césped debajo de mis pies? ¿Qué sabor
tendrá la libertad?, ¿qué sensaciones tendré cuando pueda correr más allá de estas
cuatro paredes? Tengo demasiadas preguntas, tantas que ocupan mi mente por
completo. Ojalá, así fuese con las respuestas. Lamentablemente, no tengo ninguna.
Este lugar es escalofriante, no sé exactamente qué clase de edificio es, pero, parece
ser un hospital psiquiátrico. Algunas veces, puedo escuchar a lo lejos gritos,
gemidos de dolor, sollozos y voces que me dejan la piel erizada. Estoy segura
que todos están dementes aquí, pero, no comprendo por qué me tienen prisionera
en estas cuatro paredes. No tengo ningún recuerdo del exterior, ni uno solo, que
me ayude a saber quién soy en realidad y porqué estoy aquí.
Mi juicio sigue intacto, no estoy enferma, no soy como ellos, no pertenezco a este
lugar…
Esto es horrible, yo no quiero terminar así. Aunque, si permanezco aquí por más
tiempo, me uniré a ellos tarde o temprano.
Y el tiempo es otro tema. El tiempo parece transcurrir para todos menos para mí.
Se supone que tengo dieciséis años, pero, muchos de los rostros conocidos han
envejecido demasiado rápido. Cada vez, veo más y más rostros nuevos. Todos
ellos cambian, pero ¿por qué yo no? Mi rostro, mi cabello y mi cuerpo, parecen
congelados en aquello que los mortales llaman “tiempo”.
Mi nombre es Amira. No sé qué significa, ni quien me nombró así. Solo sé, que
al ser pronunciado ese nombre debo reaccionar, voltear o levantar la cabeza.
Supongo que está bien de esa manera, al menos tengo un nombre que me
identifica. Sin ello, solo pertenecería a la nada.
Debo confesar que tengo miedo, ya que, muchas veces he tenido vacíos
mentales, es como si me perdiese u olvidara de algo importante. Cuando
despierto, estoy en la cama, como si nada hubiera sucedido o todo fuese un
sueño. Pero no, aquellas marcas en mis brazos, los moretones y arañazos
junto a la sensación de estar flotando, se apoderan de mí. Sé que me
practican extraños análisis desde que soy pequeña, también, que me
aplican calmantes sin motivo alguno. Jamás he intentado huir de este
horrible lugar a pesar que lo he deseado muchas veces, nunca me he
atrevido a deslizarme por la ventana por medio de las sábanas atadas, sin
embargo, muchas veces al reaccionar me encuentro en la cama, tan
drogada por los químicos que me es imposible ponerme de pie.
¿Por qué me tratan así? ¿Qué fue lo que hice de malo? Estoy cansada,
totalmente exhausta por este tipo de vida. No, a esta mierda no se le
puede llamar vida.
Cada vez son más duros conmigo. Aquellas pocas sonrisas que me
dirigían cuando era niña han desaparecido por completo. Hasta la
cerradura de la puerta ha sido cambiada muchas veces, ahora, hay una de
metal con doble seguro. Felizmente, esa ventana que tanto amo, no ha
sido cubierta o arruinada con barrotes. Si me privasen de mi única
distracción, moriría en pocos minutos.
No obstante, algo sucedió aquella noche. Me sentía tan feliz con la idea de
volver a cantarle a la luna, pero, esa felicidad se convirtió en un profundo
dolor, una punzada tan fuerte que, de mi garganta, no salió sonido alguno.
Me quedé apoyada contra el marco de la ventana, como si mi cuerpo
hubiese perdido aquella esencia llamada “vida” repentinamente. Mis
pies quedaron suspendidos en el aire y mis ojos, estaban repletos de
lágrimas.
Lo que hice en ese momento, fue cantar, entonar aquella misteriosa canción,
era lo único que tenía por ofrecerle. Repito, todo aquello no me daba miedo
en absoluto. Lo que sentía era pura curiosidad.
¿Un sueño?
Mi verdadero yo…
Gritos…
Súplicas…
Lamentos…
Mis manos están mojadas con un líquido pegajoso…
Soy libre, libre como siempre lo había soñado. Libre no como humana, sino
libre como demonio. Pero, ya no quiero más preguntas. Me acerco hacia
mi adorada ventana dispuesta a alejarme todo lo que pueda, ya no me
interesa adonde iré, no tengo temor de perderme en la oscuridad. Además,
sé perfectamente que no me encuentro sola. Apenas me asomo por el marco
de la ventana, aquella sombra me está esperando. Es ella. Puedo verla
moviéndose de un lado al otro, feliz al igual que yo, dándome la bienvenida
al lugar a donde pertenezco y pertenecí desde un principio.
- FIN -