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Ceuntos Leyendas Riberalta

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Los niños siringueros —Aguanta un poco que se viene el

aguacero...

Ni bien acabó de decir esto, se desató la lluvia. Los


niños siguieron trabajando afanosamente. El horno
se apagó del todo y los niños levantaron la cara
llena de angustia hacia el cielo.

— ¡Dejgracia nuejtra! ¡Se arruinó el trabajo, la


bolacha ya no sirve...!

Y era así. Unas cuantas gotas de agua bastaban


para echar a perder la goma en el instante del
Era de noche y en medio de la selva del Beni, ardía cocimiento.
una pequeña fogata, a cuya luz trabajaban dos —Tira la bolacha y metamoj al viejo que se ejtá
niños. Estaban cociendo al humo una bolacha de mojando.
caucho de gran tamaño.
Lo alzaron de los pies y de las manos y lo metieron
—Eláy, hoy día he sacao bajtante goma. ¡Poquingo a la choza de palos.
me faltó pa' igualar al viejo!... La lluvia siguió cayendo toda la noche.
—Tenemoj que trabajar duro, porque el pobre ta' Apenas amaneció, los niños fueron en busca del
tumbao por el mal. patrón.
Este los vio llegar con las manos vacías y reclamó
Y en efecto, a pocos pasos de los muchachos se airadamente:
veía a un hombre tirado en el suelo, que deliraba
por la fiebre. —Muchachos ociosos, ¿Dónde está la goma...?
— ¡Qué goma patrón! ¡Si la lluvia lo echó a perder
—Oiga, déjeme ya...Si no puedo trabajar, déjeme todingo!
ya... - Así hablaba el enfermo, mientras lanzaba los —La disculpa de siempre. Hasta ustedes han
brazos al aire. aprendido a robar.
—No se levante, padre. Quédese quietesingo, que —No le robamoj patrón. Si quiere le mojtramoj la
nosotroj trabajamoj por su cuenta - dijo uno de los bolacha que se echó a perder. La puringa verdá.
muchachos. El hombre volvió a tenderse largo a —A ver la bolacha...
largo y siguió roncando. El cielo relampagueó y
comenzaron a caer unas gotas de lluvia, Uno de los niños volvió corriendo y se la presentó.
brillantes como monedas.
— ¡Diabloj! Si ejto nomaj faltaba: se viene la lluvia y —Ahí la tiene ujté.
hecha a perder la bolacha de goma.
— ¡Maj humo hombre! Apaga la llama y hace maj El patrón la examinó y la arrojó al suelo.
humo pa' acabar el trabajo.
—Bueno, ahora no tienen pago.
Mientras uno de los niños levantaba el palo con la —Ej cierto señor, sólo veníamoj a decirle que
bolacha, el otro apagó el pequeño horno nuejtro padre ejtá enfermo y queremoj llevarle
subterráneo, que comenzó a lanzar grandes unoj remedioj.
bocanadas de humo. —No se puede, me debe mucha plata.
—Pero, patrón, no lo vamoj a dejar que se muera.
—Así tá'güeno. Él ej nuejtro padre.
— ¡La pucha que el humo me tapa loj —Aunque sea padre de Cristo. Estos siringueros se
ojoj...! enferman, se mueren y nadie me paga sus deudas.
—Mire que no ej mucho. Sólo un poquingo de
quinina. Pusieron patas arriba el catre de palos. Allí
—Bueno, lleven. Pero es lo último, ¿eh? colocaron al enfermo y salieron con él rumbo
—Ta' güeno, patrón. Hajta mañana. al pueblo.

Cuando los chicos volvieron a su choza, —Vamoj mejor por el río, podemoj encontrar algún
encontraron a su padre tumbado boca abajo. lanchón.
—Peligroso. Noj pueden sorprender el patrón o loj
—Güen día, padre. capatacej y noj toman presoj...

El hombre no les contestó, pero inesperadamente —No hombre, daremoj un rodeo pa' llegar a la
recogió todo su cuerpo y lo tiró hacia arriba. Cayó playa.
estruendosamente del catre y comenzó a nadar por
el suelo con desesperación. Así lo hicieron, y al poco rato estuvieron en el río, a
cuya orilla estaba amarrado un lanchón. Treparon
— ¡Loj caimanej...! -gritaba, dando grandes allá y soltaron las amarras. Cuando se disponían a
brazadas. remar, la voz del amo sonó como un disparo sobre
—Sigue delirando. ellos:
—Ta'peor cada día.
—Siquiera el patrón noj lo dejara llevar pal pueblo. — ¡Suelten los remos! Se escapan
—Ni pa'que pensarlo. Teme que se ejcape debiéndome... ¡Ladrones!
debiéndole. — ¡El ladrón ej ujté, que se enriquece con el
— ¡Dejalmao de porra...! trabajo de loj siringueroj!
—Ahora no podemoj dejarlo abandonao. Anda voj —No se llevarán al viejo, es mío. Yo lo contraté por
al trabajo que yo me quedo pa'cuidarlo. mil pesos.
—Ta' bien. Si sucede algo, trepa a la punta de un — ¡Cállese, malvao! Loj hombrej no pueden ser de
árbol y pégame un grito. ujté.
—Ta' güeno. Hajta la güelta.
—Hajta la güelta. No son caballos, ni bueyej pa' que loj compre.

Los dos hermanos se separaron y el sol empezó a —Ademáj, ya pagó de sobra con su trabajo.
volar sobre la selva. Al anochecer, se escuchó un — ¡Y con el de nosotroj...!
grito desgarrado corriendo entre los árboles. —Vámonoj puej...
Era el niño que llamaba a su hermano. El viejo — ¡Vámonoj!
siringuero se moría y en la voz del muchacho — ¡No se irán! -El hombre se prendió a la
temblaba todo el dolor de aquel hogar proletario embarcación con sus brazos velludos, pero los
que la muerte quería destrozar. El hermano mayor muchachos comenzaron a remar y lo arrastraron
llegó, rompiendo monte y se abrazó al cuerpo río adentro. Trató de subir, pero lo empujaron y
agarrotado de su padre. cayó ruidosamente al agua.

—Corre p'ande el patrón y pedile algún remedio. Allí se quedó chapoteando como un energúmeno.
—Allá voy.
— ¡Que el agua le lave la conciencia! ¡Viejo
El niño volvió después de una hora, con la caimán...!
desilusión en el rostro. —y enfilaron hacia el pueblo lejano.
— ¡Hemoj salvao a nuejtro padre...!
—No quiere dar nada. — ¡Y hemoj recobrao la liberta!
— ¡Malvao...! Vámonoj pal pueblo, allá lo hacemoj
curar... Y el sol salió por el horizonte del río,
— ¡Vámonoj! bendiciéndolos con su claridad.
El Cuajojó a los paúros y él campeaba el chaparral, al fin se
encontraron solo en la cañada y resolvieron vivir
para quererse sin miedo y sin reservas.
El Cacique perverso y desalmado "que desde
cuanto ha" se venía soñando, que a Mayauru, en
ausencia de su marido, la acompañaba un hombre
que quería llevársela bien lejos, los descubrió a los
amantes y de rodillas le pidió al Viya el condigno
castigo del delito. Castigo que a ella, a la mópera
romántica de labios pálidos como pétalos
marchitos de las flores del tabaco, le impuso el
Genio de los Bosques, inexorable y justiciero,
convirtiéndola en una ave extraña, agorera,
Cualquiera hubiera dicho que a Mayauru le pesó el inverosímil, el cuajojó nombre que deriva de su
regreso de su novio o que tuvo el presentimiento propio canto que es una lamentación larga, en do
de que llegaría a ser la mujer más desgraciada de la mayor, demandando en vano, dicen los nativos,
tribu; su madre, dos lunas antes de la fecha fijada una injusticia que ya es seguro que no se reparará
para su camatunare, la sorprendió llorando en la jamás.
soledad auspiciadora de la noche, y la luna la vio
pasear su nostalgia increíble a través de los Por eso se escucha, especialmente en el silencio de
cafetales que ya empezaban a florecer. las noches tropicales, aunque también se oye en
uno que otro día de surazo, siempre lejano como si
Nadie, sin embargo, intentó penetrar el secreto de tuviera el propósito deliberado de ocultar la
la mópera pensando que podía ser un hechizo; no identidad de quien lo emite, un lamento lúgubre y
se animaron a inquirir nada y la dejaron llorar sus desolado que pone una nota trágica en los
cuitas hasta la noche en que a la misma hora en plenilunios de primavera y veranos.
que se abren las sucuanas envueltas en su tipoy
suelto y blanco como una telaraña, sus labios Es el reclamo quejumbroso de Mayauru, la mópera
pálidos como los pétalos marchitos de las flores del de labios pálidos como los pétalos marchitos de las
tabaco, hicieron lo posible por cuajar una sonrisa. flores del tabaco, que aún sigue expiando el delito
imperdonado de haber amado mucho.
Los hombres que fueron a desyerbar los platanales
lo encontraron perdido y muy cansado en el
camino de los cañaverales, y cuando, de acuerdo a
las prácticas de la tribu, delante de todos, él contó
su historia, una historia triste y dolorosa como la
vida de un mártir, las móperas lo miraron
conmovidas y las abadesas que no pudieron atajar
una lágrima, fueron las primeras que hablaron por
su causa. Y como en ese entonces, los hombres
respetaban todavía el recóndito sentir de las
mujeres, se quedó Itashi en la tribu que no tardó en
quererlo como a su propio hijo.
En las noches orquestadas por cigarras y grillos
desvelados en el boscaje, la luna fue testigo
impávido de ese amor inmenso. Las palmeras
supieron definitivamente que la protesta de una
promesa infinita estremeció la inocencia del
silencio; porque Mayauru e Itashi que ya se
recordaban mutuamente cuando ella iba por agua
El Jichi lagartos; y cuando después de convencerse que
una escama chispeaba al sol en su cabeza, y de
pensar que sus colmillos podrían servir para
hacerse querer con las mujeres, le disparó una
flecha y otra flecha, hasta que el animal, herido de
muerte, estiró su cuerpo en un espasmo definitivo
y las aguas se tiñeron de sangre, y él no sé por qué
le dio miedo y huyó despavorido por entre los
pastizales más tupidos.

Y dicen que no ocurrió más, pero ese mismo año


cuando llegó el mes de septiembre, se secó para
siempre aquella laguna de la que hablaban los
viejos con la misma unción con que se habla de una
cosa santa; y los adivinos del pueblo, que por
revelación divina lo sabían echaron exclusivamente
Con su oleaje menudito, era la laguna -a la hora de la culpa del suceso a la muerte de la víbora que
la siesta- una arruga suave, agonizando halló el mópero cuando espiaba peces y lagartos;
serenamente en la arena de la orilla; mientras al pues según ellos la vida de ese monstruo, que era
parecer, -fenómeno de espejismo- crecían dentro el jichi de la laguna, retenía las aguas por necesidad
del agua los bosques circundantes y ensayaban los propia.
patos cimarrones, en los sombreajes amables, un
sueño liviano y vigilante. Pero cuando el resoplido El Jichi no pertenece a ninguna de las clases y
de surazo hinchaba las ondas, en un túrbido especies conocidas de animales terrestres o
encabritar de olas enloquecidas, había una huida acuáticos. Medio culebra y medio saurio, según
de lagartos al cobijo de la playa y de gaviotas en sostienen los que se precian de entendidos, tiene el
abandono de cañuelas familiares; porque entonces cuerpo delgado y oblongo y chato, de apariencia
la laguna, reventando en un verde espumoso y gomosa y color hialino que le hace confundirse con
amenazador, apretaba el corazón de miedo hasta el las aguas en cuyo seno mora. Tiene una larga,
extremo de que para aplacar su furia, le estrecha y flexible cola que ayuda los ágiles
ofrendaban los nativos corajudos, bollos de jabón y movimientos y cortas y regordotas extremidades
granos de sal, y las abadesas evocaban el terminadas en uñas unidas por membranas.
misterioso encanto de sus aguas rezando plegarias Como vive en el fondo de lagunas, charcos y
interminables en honor del Arcoíris. madrejones, es muy rara la vez que se deja ver, y
Esa laguna que a la siesta parecía más grandes y eso muy rápidamente y sólo desde que baja el
más azul, apretando el corazón de miedo cuando crepúsculo.
llegaba el surazo, no se había secado nunca; así lo No hay que hacer mal uso de las aguas, ni gastarlas
recordaban los viejos del pueblo, hablando de ella en demasía, porque el Jichi se resiente y puede
con la misma unción con que se habla de una cosa desaparecer, asimismo no se debe arrancar las
santa. plantas acuáticas que crecen en su morada, de
Y los poseedores de la historia entera de la tribu, taropé para arriba, ni apartar los granículos de
aseguraban, severos, que todos los años, en el pochi que cubren su superficie. Cuando esto se ha
tiempo en que se secan las aguas y se queman los hecho, pese a las prohibiciones tradicionales, el
bajíos, las mujeres colmaron siempre sus cántaros líquido empieza a mermar, y no para hasta
en la linfa clara y lavaron en sus aguas. agotarse. Ello significa que el Jichi ha muerto o se
ha marchado.
Dormía la víbora sobre un montón corriente de
hojas secas, cuando se encontró con ella aquel
mópero que iba a la laguna en busca de peces y
El presagio del sumurucúcu olvidaba repetir: "cuando el sumurucúcu grazna en
el patio de las casas, es porque presagia que
alguien va a morir".

De aquí nació la creencia aquella de que cuando en


el silencio de la noche se oye el mugido de un toro
que se acerca a la casa del enfermo, es seguro que
él no amanece con vida, así como el graznido del
buho, son infalibles para presagiar la muerte...

Las manos de Matayru, dejaron de golpear el


algodón y sus ojos, acostumbrados a horadar las
sombras, se azoraron un largo rato cuando escuchó
el primer graznido de un sumurucúcu, que se estiró
largo y doloroso como un lamento. Y cuando otra
vez el ave, oculta ahora en los renuevos del naranjo
recién florecido, graznó más lúgubremente todavía.

Entonces Matayru transida de miedo, recuerda


aquella historia impresionante que le relatara su
madre cuando era joven cuyo estribillo no
terminaba de repetir: "cuando el sumurucúcu
grazna en el patio de las casas, es porque presagia
que alguien va a morir".

Por eso, cuando a la semana siguiente, su hombre


tuvo la necesidad de asomar al chaco, con los ojos
rebalsados de lágrimas, le rogó que no la dejara
sola, pero su esposo Ajaila, incrédulo como pocas
veces son los hijos de la pampa, se rio de la
ingenuidad de sus recelos y después de mirarla en
la niña de sus ojos y ofrecerle que regresaría
pronto, a lo mucho cuando el sol estuviera en
medio cielo, emprendió silbando la senda del yucal,
mientras los ojos de Matayru, más amorosos que
nunca siguieron como siempre su silueta fornida,
hasta que ella como otras veces, igualmente se
perdió detrás de los recodos.

Y como nunca más regresó Ajaila del yucal y los


hombres que fueron en su búsqueda, encontraron
apenas unas manchas de sangre junto a las huellas
del jaguar, quedó como una superstición lo que la
madre de Matayru, a manera de estribillo, no se

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