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BENET-La Otra Casa de Mazon-1973

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Primera edicién: 1973
(primera tirada: diez mil ejemplares)

© 1973 by Juan Benet

Derechos exclusivos de edicién


reservados para todos los paises de habla espafiola:
© 1973 by Editorial Seix Barral, S. A.,
Provenza, 219 - Barcelona

Depésito Legal: B. 9673 - 1973

ISBN 84 322 1346 2

Printed in Spain
Se SV ealigse Jonas dela
2A nS Gudads y~ asento. Hacia:
uae el oriente de la ciudad,
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qué _ seria de la ee

; Y preparé janes Dios


Bee una calabacera, la cual
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su cabeza, y le defendiese
de su mal; y Jonas)
se alegrd grandemente
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gusano al venir Ja mafiana
del dia siguiente, el cual SOs,

hirié a la calabacera,.
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Y acaecié que, al salir mee


el sol, preparé_ Dios un
recio viento solano; y el
sol hirié a Jonas en la
cabeza, y desmayabase _
y se deseaba la muerte
diciendo: Mejor |seria para
mi la muerte que mividas.
FE] lugar era apartado, inhdspito y malsano. Sdlo
una parte de la casa se mantenia todavia en pie,
gracias en gran medida a su laxa, comprometida
decadencia.
De todas aquellas maneras de vivir que trataron
de asentar y desarrollarse en el pais—no sdlo en los
valles y vegas, sino avanzando y extendiéndose ha-
cia la montafia por las mesetas sedientas, salvando
los despefiaderos del escudo calizo y mas alla de las
hoces milenariamente excavadas por el casi extin-
guido gigante de nombre épico (recuerdo, herencia
y venganza de un brazo del mar terciario), reduci-
do—como de las antiguas gestas que ornaron sus
riberas con dos lenguas no queda mas que el susu-
rro de los arbustos, los gritos infantiles o las gara-
bateadas paginas de un manual de historia, evo-
caciones frustradas por la explanacidn y obras de
fabrica de un ferrocarril que nunca llego a ser
inaugurado pero que reclam6é para si y para sus
apeaderos inmemorialmente cubiertos por el polvo
de yeso, los nombres de gloria asociados a la rotu-
lacién fraudulenta de las fabricas de harina—a la
quimérica condicién de un nombre, una delgada y
tortuosa linea azul en el 50.000 del Instituto y la
disciplinaria categoria de afluente secundario, resu-
' citado cada afio (esas semanas de noviembre o mar-

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ZO siempre aolehtaen =-aniversario. tal vez a ar
que fue—por el torrente de lechada roja que a los. ‘
quince dias sellara y lacrara la vega—las hoces ta-
_ponadas de falsas empalizadas, de cienagas impron-
tas, de troncos y broza y restos de carros—con una
capa de arcilla roja cuarteada de dos palmos de
altura—a la postre solamente lograron prevalecer
las que impusieron un modo rudimentario y retro-
grado de supervivencia.
Al comenzar la segunda mitad del siglo de todo
el antiguo térniino de El Auge tan sdlo la casa de
Mazon permanecia habitada. De la enfatica coloni-
zacidn que—al conjuro de un nombre épico, la
cercania de la sierra, las cualidades de la leche lo-
cal y un aristocratico afan de retiro—mas de cin-
cuenta afios atras habia tratado de asentar alli, no
quedaba en aquellas fechas mas que las ruinas de
un pueblo arrasado en la batalla de la Loma, en
cuya reconstruccién jamas se habia detenido a pen-
sar nadie. Unicamente el clima—se diria—habia
recibido con agrado la dadiva del despojo, pero no
(como ese nifio que sdlo es apaciguado con la pa-
ciente destruccidn de un utensilio hogareno inser-
vible) para llevar su demolicién mas adelante sino
para preservar—gracias a su propia sequedad—el
mas hiriente e inestable equilibrio, conseguido
tiempo atras por el fuego y las armas: los muros
‘de fachada carentes de interior, las contras abiertas
y desplomadas que se abren a un montén de tejas
y vigas calcinadas, un portal de marmol donde se

12
: Ta es agun dentista, el ens ericolor” ae un
- estanco—con un seco trazo de almazarrén como
‘para rebajar el hematoma republicano—y los des-
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flecados hilachos de unos pafios que tras colgar afios


de un alambre han alcanzado la vida del espiritu.
Al conjuro de un nombre legendario—un rio, el
Torce, sobrecargado de gestas historicas, recogidas
unos cuantos siglos mas tarde en media docena de
telas encargadas por un pleno municipal a un pin- |
tor patan: de periddicas apariciones de caballeros
de ferralla, llorosos y oxidados, temblorosos y es-
_cualidos, incapaces como la anciana tortuga de man-
tener el volumen del caparazén, que buscan entre
los acarreos del rio los restos perdidos, puntas de
flecha o la prueba de la traicion, o la traza de la
ultima monarquia incodificable, evocada todavia
—detras de sus infantiles y alucinadas construccio-
_ nes—en los gritos de acoso de un estudiante malo-
grado o los lamentos de un reyezuelo inconsolable _
—cargado de mallas rotas que han manchado de
orin una tunica de yute—que, ahogado’en el rio
que tratd de vadear haciendo frente a un centenar
_de pequefios y voraces moros, es personificado por
€sa unica forma tolerable del azar que constituye
_ el pasado; o también la semilla de aquellas virtudes
-guerreras que—tras una década de paz o de tem-
poral inactividad de un rio intempestivo y tempes-
‘tuoso pero débil, sin recursos para mantener su ins-
| tinto de catastrofe frustrado en noviembre y mar-

13
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70—hubieron destrocarse en las.

habia de transformar en-un eels ae artesanos,


atento a la conservacién de sus tumbas en el patio —
del monasterio que alli se levanté—mediante una
de tantas transferencias con que la historia (conta-
ble de una entidad lo bastante poco escrupulosa
como para admitir libramientos infechados) finan-
cia sus inversiones—por otra forma pretérita del
azar: una montafia de arcilla roja vomitada por el
rio durante inmemoriales marzos y noviembres has-
ta convertirse un dia en una masa de tapias y mu-
ros, cubiertas y naves y patios mas por un gesto
econdmico de aprovechamiento que por memoriali-
zar la gesta para consideracién de generaciones veni-
deras; levantado en el mismo recodo del rio sin
otro designio—y no por voluntad de un rey, un
privado o un obispo opulento sino porque asi lo
dispuso el propio rio, amplio y recio, tosco y rojo,
-. obligandole a adoptar el mismo viraje de su ribazo
y colocandolo al efecto bajo la advocacién del santo
cuyo dia habia de coincidir con el dia de la gesta
y la desaparicion del ultimo monarca, cuando ex-
trayendo todos sus recursos de la montafia trae su
mas violenta y tumultuosa riada—que el desviar
la corriente hacia la margen opuesta, donde se ele-
vara la casa de Mazon. :
Y con el tiempo habia de ser también molino y
-almacén de granos, fabrica montaraz de pdélvora,
morada de gitanos y acemileros trashumantes—en
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- Peat penduleo:“entre. -Castilta: yBes
_cuartel de invierno de una harapienta partida de la-
drones gloriosamente asimilados ala historia lo-
cal—en los afios de pretensiones aristocraticas—gra-
cias al fervor de una publicacién infantil. Después
del esplendor isabelino—y tras las crisis de la déca-
da del 60—1la casa de San Bruno fue abandonada
por el ultimo religioso para entregarse—rendida su
voluntad de resistencia, sin la minima esperanza
que concede un pedazo de huerta— a las leyes del
abandono contra las que se habia enfrentado du-
rante centenares de afios. Incluso los vagabundos
evitaron el lugar durante mucho tiempo a raiz de
un crimen cometido entre sus muros y que pata
siempre cubrid el lugar—tlas tapias y los patios abier-
tos y las tibetanas cubiertas de pizarra, y los huecos
alucinados en torno a los cuales la noche gustaba de
desprenderse de la béveda celeste para buscar un
interlocutor, y el viento en las espadafias y las malas
hierbas ensefioreadas de un cementerio—de un velo
de recelo. Cuando el viejo Mazén levantdé su casa
en el ribazo de enfrente, la ruina fue acelerada—a
causa de la venganza del rio dirigida hacia su pro-
pio santuario—y cuando estallé la Guerra Civil no
quedaba en pie otra cubierta que la de aquella ele-
vada y angosta buhardilla donde quiso refugiarse el
malogrado estudiante.

15
~daba ya en El Auge y sélo permanecian en al = ES
blo aquellos que—no habiendo acertado o no ha-
biéndose atrevido a abandonarlo en el momento —
oportuno—auin buscaban en el aire las -razones de
su pertinacia. No, respondia, no: es el miedo lo que
detiene todo: una esclava negra de calamina, que
antes ofreciera una bandeja de golosinas a la en-
trada del comercio, volvia a la calle la mirada estu-
pefacta como unico no descocado portavoz de aque-
lla muda obsesién; y-en un cajén del mostrador
donde sigue envuelto en papel de estraza un trozo
de cecina—y que antafio sirviera como caja de la
que solo quedan los compartimentos de las mone-
das—se vienen a depositar, Unica moneda de curso
que tolera el clima, las pocas moscas que no siguie-
ron a las caballerias del éxodo. Y en el mostrador
de enfrente un desnudo busto femenino—relleno
de borra—propende a abultar sus formas para re-
cusar la soledad, con la aristotélica presuncién de
un principio moral, Y aquel melancdlico factor que
nunca llegé a ejercer su cargo deja pasar las horas
frente a un paquete de vias, auscultando el porve-
nir en el sereno vuelo de una banda de pajaros que
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EN para migrar forma una V temblona.
No despertaron la menor atencién. Pero durante ‘
casi una hora no pudo apartar la mirada de aque-
llas piernecillas infantiles, encaramadas en los cuar-
_ tos traseros de la caballeria, que golpeaban sus an-
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16
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“SEIX BARRAL
Primera edicién: 1973
(primera tirada: diez mil ejemplares)

© 1973 by Juan Benet

Derechos exclusivos de edicién


reservados para todos los paises de habla espanola:
© 1973 by Editorial Seix Barral, S- A.,
Provenza, 219 - Barcelona

Depésito Legal: B. 9673 - 1973

ISBN 84 322 1346 2

Printed in Spain
Y salidse Jonds de la ~
ciudad y asentd hacia
el oriente de la ciudad,
e hizose alli una hood: 5
y se sent6é debajo de ella
a la sombra, hasta ver —
qué seria de la ciudad. _

Y prepard Jehova Dios


una calabacera, la cual
creciéd sobre Jonas. para
que hiciese sombra ret
su cabeza, y le ienmnes-
de su mal; y Jonas
se alegré grandemente
por la calapacer, eee
2

-Mas Dios preparé. un


gusano al venir la mation
del dia siguiente, el cual—
hiridé a la- calabacera,
y secdse. tis

Y acaecid que, al salir


el sol, preparé. Dios un
recio viento solano; y Bs‘
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cabeza, y desmaydbase i
_y se deseaba la muerte
diciendo: Mejor seria ‘para
mi Ja muerte que mi vid :

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FE] lugar era apartado, inhdspito y malsano. Sdlo
una parte de la casa se mantenia todavia en pie,
- gracias en gran medida a su laxa, comprometida
decadencia.
De todas aquellas maneras de vivir que trataron
de asentar y desarrollarse en el pais—no sdlo en los
valles y vegas, sino avanzando y extendiéndose ha- .
cia la montafia por las mesetas sedientas, salvando
los despefiaderos del escudo calizo y mas alla de las
hoces milenariamente excavadas por el casi extin-
guido gigante de nombre épico (recuerdo, herencia
y venganza de un brazo del mar terciario), reduci-
do—como de las antiguas gestas que ornaron sus
riberas con dos lenguas no queda mas que el susu-
rro de los arbustos, los gritos infantiles o las gara-
bateadas paginas de un manual de historia, evo-
caciones frustradas por la explanacion y obras de
fabrica de un ferrocarril que nunca llegé a ser
inaugurado pero que reclamoé para si y para sus
apeaderos inmemorialmente cubiertos por el polvo
de yeso, los nombres de gloria asociados a la rotu-
lacién fraudulenta de las fabricas de harina—a la
-quimérica condicién de un nombre, una delgada y
tortuosa linea azul en el 50.000 del Instituto y la
disciplinaria categoria de afluente secundario, resu-
citado cada afio (esas semanas de noviembre o mar-

11
zo siempre violentas)—aniversario tal vez del
que fue—por el torrente de lechada roja que a los
quince dias sellara y lacrara lavega—las hoces ta-
ponadas de falsas empalizadas, de ciénagas impron-
tas, de troncos y broza y restos de carros—con una
capa de arcilla roja cuarteada de dos palmos de
altura—a la postre solamente lograron prevalecer
las que. impusieron un modo rudimentario y retré-
grado de supervivencia.
Al comenzar la segunda mitad del siglo de todo
el antiguo término de E] Auge tan sdlo la casa de
Mazon permanecia habitada. De la enfatica coloni-
zacidn que—al conjuro de un nombre épico, la
cercania de la sierra, las cualidades de la leche lo-
cal y un aristocratico afan de retiro—mas de cin-
cuenta afios atras habia tratado de asentar alli, no
quedaba en aquellas fechas mas que las ruinas de
un pueblo arrasado en la batalla de la Loma, en
cuya reconstruccién jamas se habia detenido a pen-
sar nadie. Unicamente el clima—se diria—habia
recibido con -agrado la dadiva del despojo, pero no
(como ese nifio que sdélo es apaciguado con la pa-
ciente destruccion de un utensilio hogarefio inser-
vible) para llevar su demolicién mas adelante sino
para preservar—gracias a su propia sequedad—el
mas hiriente e inestable equilibrio, conseguido
tiempo atras por el fuego y las armas: los muros
de fachada carentes de interior, las contras abiertas
y desplomadas que se abren a un montén de tejas
y vigas calcinadas, un portal de marmol donde se
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12
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preservael tinico fresco estival de toda la comarca,


la placa de un dentista, el letrero tricolor de un
estanco—con un seco trazo de almazarrén como
para rebajar el hematoma republicano—y los des-
flecados hilachos de unos pafios que tras colgar afios
de un alambre han alcanzado la vida del espiritu.
_ Al conjuro de un nombre legendario—un rio, el
Torce, sobrecargado de gestas histdricas, recogidas
unos Ccuantos siglos mas tarde en media docena de
telas encargadas por un pleno municipal a un pin-
tor patan: de periddicas apariciones de caballeros
de ferralla, llorosos y oxidados, temblorosos y_ es-
cualidos, incapaces como la anciana tortuga de man-
tener el volumen del caparazoén, que buscan entre
los acarreos del rio los restos perdidos, puntas de
flecha o la prueba de la traicion, o la traza de la
ultima monarquia incodificable, evocada todavia
—detras de sus infantiles y alucinadas construccio-
nes—en los gritos de acoso de un estudiante malo-
grado o los lamentos de un reyezuelo inconsolable
—cargado de mallas rotas que han manchado de
orin una tunica de yute—que, ahogado en el rio
que traté de vadear haciendo frente a un centenar
de pequefios y voraces moros, es personificado por
esa unica forma tolerable del azar que constituye
el pasado; o también la semilla de aquellas virtudes
guerreras que—tras una década de paz o de tem-
poral inactividad de un rio intempestivo y tempes-
tuoso pero débil, sin recursos para mantener su ins-
tinto de catdstrofe frustrado en noviembre y mar-

13
; feuibieton de trocarse’ enn las hechicerass creencias
domésticas y familiares, la fe no militante que les
habia de transformar en un pueblo de artesanos,
atento a la conservacién de sus tumbas en el patio
del monasterio que alli se levant6—mediante una
de tantas transferencias con que la historia (conta-
ble de una entidad lo bastante poco escrupulosa
como para admitir libramientos infechados) finan-
cia sus inversiones—por otra forma pretérita del
azar: una montafia de arcilla roja vomitada por el
rio durante inmemoriales marzos y noviembres has-
ta convertirse un dia en una masa de tapias y mu-
ros, cubiertas y naves y patios mas por un gesto
economico de aprovechamiento que por memoriali-
zar la gesta para consideracién de generaciones veni-
deras; levantado en el mismo recodo del rio sin
otro designio—y no por voluntad de un rey, un
privado o.un obispo opulento sino porque asi lo
dispuso el propio rio, amplio y recio, tosco y rojo,
obligandole a adoptar el mismo viraje de su ribazo
y colocandolo al efecto bajo la advocacién del santo
cuyo dia habia de coincidir con el dia de la gesta
y la desaparicion del ultimo monarca, cuando ex-
trayendo todos sus recursos de la montafia trae su
mas violenta y tumultuosa riada—que el desviar
la corriente hacia la margen opuesta, donde se ele-
vara la casa de Mazon.
~Y con el tiempo habia de ser también molino y
almacén de granos, fabrica montaraz de pdlvora,
morada de gitanos y acemileros trashumantes—en

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“su bianual penduleo entre Castilla y Portugal—y
cuartel de invierno de una harapienta partida de la-
drones gloriosamente asimilados a la historia. lo-
cal—en los afios de pretensiones aristocraticas—gra-
cias al fervor de una publicacién infantil. Después
‘del esplendor isabelino—y tras las crisis de la déca-
da del 60—la casa de San Bruno fue abandonada
por el ultimo religioso para entregarse—rendida su
voluntad de resistencia, sin la minima esperanza
que concede un pedazo de huerta— a las leyes del
abandono contra las que se habia enfrentado du-
rante centenares de afios. Incluso los vagabundos
evitaron el lugar durante mucho tiempo a raiz de
un crimen cometido entre sus muros y que para
siempre cubrié el lugar—las tapias y los patios abier-
tos y las tibetanas cubiertas de pizarra, y los huecos
alucinados en torno a los cuales la noche gustaba de
desprenderse de la béveda celeste para buscar un
interlocutor, y el viento en las espadafias y las malas
hierbas ensefioreadas de un cementerio—de un velo
de recelo. Cuando el viejo Mazén levanté su casa
en el ribazo de enfrente, la ruina fue acelerada—a
causa de la venganza del rio dirigida hacia su pro-
pio santuario—y cuando estallé la Guerra Civil no
quedaba en pie otra cubierta que la de aquella ele-
vada y angosta buhardilla donde quiso refugiarse el
malogrado estudiante.

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15
5 . bers, Maree CS SENG Se ee
‘Liegaron alli cuando el: éxodo habfa concluido;— :
ninguna de las familias que le dieron ornato que-
‘daba ya en El Auge y sélo permanecian en el pue-
blo aquellos que—no habiendo acertado 0 no ha-
biéndose atrevido a abandonarlo en el momento
- oportuno—atin buscaban en el aire las razones de
su pertinacia. No, respondia, no: es el miedo lo que
detiene todo: una esclava negra de calamina, que
antes ofreciera una bandeja de golosinas a la en-
trada del comercio, volvia a la calle la mirada estu-
pefacta como unico no descocado portavoz de aque-
lla muda obsesién; y en un cajén del mostrador
donde sigue envuelto en papel de estraza un trozo
de cecina—y que antafio sirviera como caja de la
que sdlo quedan los compartimentos de las mone-
das—se vienen a depositar, unica moneda de curso
que tolera el clima, las pocas moscas que no siguie-
ron a las caballerias del éxodo. Y en el mostrador
de enfrente un desnudo busto femenino—relleno
de borra—propende a abultar sus formas para re-
cusar la soledad, con la aristotélica presuncién de
un principio moral. Y aquel melancédlico factor que
nunca llego a ejercer su cargo deja pasar las horas
frente -a un paquete de vias, auscultando el porve-
nir-en el sereno vuelo de una banda de pajaros que
para migrar forma una V temblona. _
No despertaron la menor atencién. Pero durante
casi una hora no pudo apartar la mirada de aque-
llas piernecillas infantiles, encaramadas en los cuar-
tos traseros de la caballeria, que golpeaban sus an-

16
~ €as para apartar las moscas. Hacia un buen rato que
~ el viejolos habia dejado a Ja sombra, arrendando
Ja mula a una anilla, pero el sol habia empezado
a calentar de nuevo los cuartos del animal. Quién
sabe si ya habia asomado la primera sonrisa de la
meditacién, melancdélicamente disimulada-en la luz
de la tarde a medida que el sol—muchos dias de
calma tras un mes de vientos fuertes y secanos—de-
clinaba brillando en los pomos y cristales, extrayen-
do del ladrillo el color de su interior; quién sabe
si habia despertado con el ruido de los cascos de la
caballeria sobre el pavimento, mds pausado que
aquel otro del tropel de cazadores por las calles de-
siertas de un verano postrero—los papeles y restos
de periddicos se incorporaron en la calzada, los bra-
zos de los condenados surgen del mar de fuego tra-
tando de alcanzar al impasible y altivo profeta, para
liberarse del furioso olvido—en direccién al monte,
persiguiendo a un jugador de ventura; quién sabe
si alin no habia apartado la mirada del horizonte
abierto al final de la calle para no prestar atencién
a las recriminaciones y reproches de una madre in-
valida, y tras la negativa (breve y apenas percepti-
ble ironia del silencio) al volver a ocupar su puesto
en la ventana de la cocina, cuando aparecié el inex-
plicable balanceo de unas piernas desnudas, sobre
la montura atestada de bultos y atados y cacharros
de cobre y latén, para encontrar la furtiva mirada
en la funebre dulzura de las puntas de sus pies; y
cuando—el sol ya se habia puesto—se alejaron en

17
x 2h os em > Ky Wy PT e a Oe ee IS

2 Ce ae

el silencio de la calle sin luz ni sombra—transpo-


sicion acromatica de un acontecié sobre la pelicula
de un presente inmemiorial—balanceando las pier-
nas al compas del sonido de los cascos—la coda de
su propio abandono y su casi definitivo adiés—, cu-
biertos instantaneamente por el polvo de la edad,
sonaron en el aire hermético, terso y samaritano de
la cocina, las palabras de su madre, la decision.
estaba tomada, refrendada en las primeras sombras
de la noche por el sonido de la gota de agua en la
pileta. Quién sabe si fue su propia persona la que
descolgé el paraguas y una mochila que guardaba
desde sus tiempos de escolar, Fue el picaporte el
que ahog6 el suspiro de la madre, el zumbido del
abanico, cuando ya se apagaba el eco de los cascos
y un ultimo brillo vino del fondo de la calle, unos
cacharros que se bambolearon sobre la grupa del
animal, la flor en sus labios.
Tal vez basté aquella mirada para romper tan
comprometido equilibrio: todo lo demas era un
suefio, demasiado reciente como para comprender
cabalmente la quimera de unos nombres augustos
y unas figuras patricias y los rasgos exactos de un
pueblo inconfundible y las floridas y rectas y ga-
lantes esquinas: mds inquietante atin por eso, a
medida que el sol iba descubriendo con el nuevo
dia los restos que medran en la estupefaccion, los
muros desiertos y vencidos y los postes desplomados
y los nombres perdidos multiplicando no la acep-
tacién del destino sino la muda, ociosa, paradoxal

18
Béro no dramatica en lence de la fuga del ho-
rizonte hacia un tiempo abstracto. Un sueho mas
instantaneo que aquel repentino y galopante final
—el soplo vespertino vindicativo, heraldo del mons-
truo dormido, seguro de su inapelable y no desmen-
tido dominio—, al destruir la quimera de un futuro
que nunca, ni en el pensamiento benevolente de
los ancianos, habia asomado sin un sesgo de tacita
amargura, que en secreto habian esperado y quizas
aplaudido: ese momento definitivamente valedero
y perdurable en el que la muerte—recurriendo a
sus refinadas maneras—cede su puesto para ocupar
un lugar segundén, subordinado a la miseria y a
la familia. Ni siquiera habrian tenido que acostum-
brarse a la calma del lugar si hubieran sido capaces
de desterrar el espectro de la préxima catastrofe—no
como la muerte inoportuna, sino como el impasible
acreedor que sabe esperar el tiempo justo para pre-
sentar el apremiante pagaré un dia de afanados
festejos familiares—y contar con un pretexto para
lamentarse de tan injusta cuenta que el propio des-
tino ni siquiera aspiraba a cobrar, sino a tramitar
y diligenciar por la mitad de su valor en las ultimas
horas de los ultimos dias del verano de las viudas.
Injusta no, excesiva. Pronto hubo de comprender
que cualquiera que fuese su cuantia no contaba
con bienes personales para saldarla de la misma
forma que diez o quince afios antes no habia con-
tado con el arrojo necesario para abandonar la casa
y su madre enferma e impedida, sino con el rencor
19
Fete Neha Ch yon al :
als 4 Gaetan
:
Nn tint(ts
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Seg hr
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BE et ak tik y

"para alimentarla y la resignacién para escuchar sus


reproches, mirando de refilén hacia el campo abier-
to al final de la calle en cuesta, con la frente sobre
la jamba de la ventana; para buscarle un primer
acomodo provisional en aquel Auge de los prime-
ros tiempos, fruto de una prosperidad supuesta que ~
menester seria purgar buscando en la venganza el
pretexto del abandono, para arroparla y apagar la
luz afios mas tarde y tratar en vano de hacerla dor-
mir con unas palabras de desesperada y oficiosa
esperanza, tan sdlo deseoso de cambiarlas por aque-
llas de despedida que por desgracia—asi lo dictaba
el rencor—nunca serian las ultimas ni habian de
servir para liberarle de aquella mirada quieta, no
reflexiva y vigilante que emergiera de las sabanas
blancas. O acaso prematura: porque tampoco sa-
bia que nunca mas contaria con el plazo suficiente
para saldarla. Por lo mismo la mascarilla ennegre-
cida—sin otro movimiento que el de los dos ojos
inquisitivos, que por mirar consumian todo el tiem-
po almacenable en aquel par de habitaciones—no
parecia ocupada sino en impedir su fuga: invicta,
expectante y saturnal, encastillada en su lecho me-
talico y aislada del derredor por aquel oleaje de
sabanas, destilando en silencio todo el veneno de
su intangibilidad e impregnando la penumbra de ~
esa viciosa y argentina calidad senil sdlo perceptible
a través del rencor que cada mafiana, al abrir la
puerta o levantar la persiana, antes incluso de que
el sol se posara sobre la colcha blanca o la caja de

20
frutas secas, nacia en su pecho como unica respues-
ta—recurso que es denegado por un vicio de for-
ma—ante la perversa, jaque y Victoriosa actitud con
que una madre impedida (al igual que la muerte)
asiste a la terca e inutil lucha que un hijo ha enta-
blado contra un destino adverso.
Sin duda cuando el Ultimo rayo del sol envolvia
la grupa de la montura, entre una nube de polvo
dorado, la idea ya habia asomado de nuevo. Pero
fueron aquellas piernecillas infantiles, ocultas tras
la Ultima esquina enjalbegada de la calle en cues-
ta, las que empujaron la decisién. Luego, lo que
el equilibrio tarda en romperse, suelto ya el vinculo
del rencor, es lo de menos: detenido ante la puerta
y sosteniendo la mochila, ni siquiera volvid la vista
hacia el lecho: el bulto traté de incorporarse por-
que los ojos habian dejado de ver—no era su figura
recta y vencida, junto al cristal de la cocina en el
holocausto del dia y en el sacrificio de una clase de
hombria en gracia a la virtud filial, sino el torbe-
llino de una voluntad que en silencio susurraba
ante la puerta entreabierta—y de su garganta bro-
taron unos gemidos incomprensibles como para re-
cusar la sentencia dictada por una ley del azar mas
que de la libertad; alli se curva su cintura, soste-
niendo la mochila, y sonrie hacia la calle en cuesta
cuando ya se ha apagado el eco de los cascos sobre
el pavimento de guijarros. Ni siquiera cerré la puer-
ta, dejando al céfiro la cortina de yute para anun-
ciar la entrada de la muerte en la cama, sobre la

2]
CF NS a i % . “Pg tye?fi
Pepe ogee Na . * ie bees 3
enf vs

almohada y la cara decera, detenida en ek tltimo.


momento del azar por el ultimo giro de atencién al |
ultimo gesto de definitivo asombro.
Luego fue un sinfin de dias que para la memo-
ria no cuentan, rondando los establos vacios de la
casa de San Bruno, donde el estafiador habia ido a
refugiarse, tras haber conseguido unos encargos en
la casa de Mazon, al otro lado del rio, casi seco en
aquella época. Habia oido su voz a través de las
paredes y los corrales, bajo el sol, y mas alla de la
voz de su padre o de su abuelo que sdlo se ofa cuan-
do se ponia el sol, al mismo tiempo que las campa-
nillas de la mula. Al fin le entregé una liebre deso-
llada, un domingo por la tarde, que ella dejé en el
suelo sin preocuparse de los granos de tierra y arena
que quedaron adheridos a la carne fresca; al do-
mingo siguiente volvid a repetirlo y varias veces
mas hasta que el viejo anticipé la vuelta a la casa,
cruzando sobre la caballeria el vado del rio, para
estar presente cuando el joven se personara con su
dadiva, a la hora del crepusculo de los domingos
adormecidos.

EF] viejo se acercé al borde del ribazo y dio un largo


silbido. Las aguas habian seguido creciendo durante
toda la noche y la mafiana y de tanto en tanto una
granza de tierra roja se desplomaba, -erosionando los
bordes de una pequeiia serna plantada de centeno.

22
Dio otro prolongado silbido y de detras de los ma--
torrales surgiéd el joven, con los brazos en jarras,
desnudo de cintura para arriba, con una barba ne-
gra que casi le cubria el pecho. Sin saber por qué
—sin quererlo ni comprenderlo—el joven se encon-
tré bajando el pequefio talud hasta la orilla, tro-
pezando y enganchandose en la maleza, con la soga
arrollada entre el hombro y el codo. En la otra mar-
gen surgieron los dos hombres, de distinta edad
pero de la misma estatura. Eligid un punto donde
el cauce era estrecho y muy rapida la corriente y
lanzé el cabo por dos veces, sin resultado. Entonces
acudié el viejo, reclinado sobre el tronco de una
encina cuyas raices asomaban en el declive, anu-
dando el extremo del cabo en ellas. «Déjame a
mi», dijo. Le miré un segundo, sin abandonar su
atencién puesta en la cuerda y en la mula y en la
caseta arrastrada por las aguas y escorada en un
banco de arena. El viejo solté la piedra y escogio
otra que até con sumo esmero al extremo de la
soga, embragando con fuerza los nudos. Luego la
lanz6 con energia hacia la otra margen y a la pri-
mera vino a caer cerca de donde estaban los dos
hombres, que se apartaron al verla venir. Luego,
dijo:
—Espera ahi. Suelta. Sostén el otro extremo. Yo
también voy.
Una vez que tensaron y templaron la cuerda, el
viejo le hizo un signo al joven, pero éste se re-
Sistio.
23
—Yo también voy. Una mujer es demasiada car-
ga para un hombre solo.
_ El viejo no dijo nada, pero antes de entrar en el
corral se desato las alpargatas. Y cuando salid, arras-
trando a la caballeria que arrendo a la misma enci- .
na donde habia anudado la cuerda, estaba descalzo .
con las alpargatas recién pintadas de albayalde col-
gando de su cinto, El joven dijo:
—Yo también voy—pero el viejo ni siquiera le
devolvié la mirada.
—Vamos—dijo al fin.
Entonces sacaron del corral el bulto cubierto de
una manta gris, en una suerte de parihuelas que
habian construido con pequefios troncos y dos hor-
quillas de alambre. No se movia ni descubria nin-
guno de sus miembros, mas bien parecia un mon-
ton de ropa sucia, camino del lavadero. Una vez
mas desataron la soga del tronco—mientras el jo-
ven aguantaba la tensién, enrollada a su cintura,
para evitar que se mojara—a fin de enhebrarla por
las horquillas de las parihuelas, depositada en el
campo de centeno a un pie de la corriente. La mula
empezo a piafar con las manos y los dos hombres,
del otro lado del rio, observaban la escena con las
manos a la espalda. «Mas alta ahora», dijo el viejo,
y el joven se encaramé a la primera y mas gruesa
rama de la encina, tras tantearla con el pie. El viejo
dio un tirén, cargando con el cuerpo. Luego, entre
los dos, encincharon el arnés, con una tosca arma-
zon de ramas de roble, y sobre él colgaron la parte

me
CRG SS
Cen Bas Taseracne8teaener,

anterior de las angarillas, la posterior suspendida


de Ja cuerda. «Vamos», dijo el viejo, golpeando el
cuello del animal con una vara y tirando de la rien-
da. FE] joven enrolldé el extremo suelto de la cuerda
a su cintura, tras arrojarla lo mas lejos posible en el
campo de centeno, y hundid los dos pies en el agua
con un salto un tanto femenino. La mula empez6
a cabecear al sentir el agua en el pecho, pero el
viejo la obligé a avanzar, subido a ella casi encima
del cuello. Fue entonces cuando el joven recogié
del suelo sus efectos, completamente mojados, un
sombrero de fieltro negro y una pequefia mochila.
—Asi no—dijo el viejo, con el agua hasta los
hombros—, tira fuerte. Fuerte. Las mujeres, las
mujeres.
E] joven se encaramé a la rama, sus piernas lleva-
das por la corriente, para largar el cabo. A una se-
fal suya el viejo largé un par de metros, tirando
por entre las orejas de la mula, mientras el joven
encaramado en la rama logré al fin dar unas cuan-
tas vueltas de cuerda a su propia cintura. Los otros
dos observaban la escena, con las manos a la espal-
da, del otro lado del rio. Fue entonces cuando el
viejo comprendié que la mula empezaba a nadar
no acuciada por sus golpes, sino por su propio ins-
tinto de salvacién, y se colgé de la cuerda horqui-
lando el animal con las piernas. El bulto perma-
necia inanimado bajo la manta de lana gris. El
joven se descolgé de la rama, tratando de hacer
pie, con la punta del cabo agarrada con los dien-

25
:
tes, sehalando con la cabeza un 4ronco detenido
en medio de la corriente.
—Ahi, ahi, sosténgala ahi—llegé a decir. En al-
gunos momentos sdlo asomaba su frente, tocada con
el sombrero negro, por encima de la corriente no
a causa de los rapidos, sino a efectos del tirén de la
cuerda.
—Ahora suelta—dijo el viejo, cuando sintid que
la mula pisaba de nuevo suelo firme. Pero el joven,
al relajarse la tensidn de la cuerda, la solté de la
cintura para pasarla por debajo de los sobacos. Lue-
go, con el sombrero empapado y calado hasta las
orejas, dio unos pasos hasta aquel punto donde el
viejo sabia que perderia pie.
—Ahora, aguante ahi hasta que yo me llego don-
de la mula,
—¢La mula?
—Aguante ahi.
—Esta mula me pertenece.
—Aguante ahi.
El viejo, girando sobre si mismo, al tiempo que
se colgaba de la cuerda, se volvid hacia el joven
para vigilar su avance. Con las parihuelas colgadas
de la cuerda y los pies metidos en la corriente, el
tirén se hizo mas fuerte, casi insoportable. El viejo
vio una mueca de dolor en la cara del joven, un la-
mento sin sonido, una mano que trataba de aliviar
el apreton de la cintura mientras la otra queria asir
el extremo de la rama. Entonces la mula volvid a
_trotar y el viejo, al sentir de nuevo el suelo bajo

26
.
~

sus pies, con una cuarta de lodo, empezé a gritar,


sacudiendo los brazos, para que los otros soltaran
el amarre. Las parihuelas cayeron al agua, todo el
bulto se zambulld, pero el animal habia sacado me-
dio cuerpo fuera de la corriente, hincando penosa-
mente las patas delanteras en la tierra embebida
de la otra margen. De vez en cuando surgia de la
corriente la cabeza del joven, con el sombrero de
fieltro calado hasta las orejas y chorreando por el
ala, pero su mano continuaba asida fuertemente
al extremo de la rama.
—jLa mula! ;La mula!
Antes de que los otros soltaran el amarre, el
viejo—con el agua hasta las rodillas—se habia des-
prendido de la atadura, sacando el lazo por los pies
como si fueran los pantalones. Medio bulto queda-
ba aun dentro del agua, pero el viejo—desenten-
diéndose de él—eché a correr en direccién al escar-
pe por donde habia escapado la caballeria, arras-
trando la destrozada mitad de las angarillas. Y cuan-
do los otros fueron a retirarlo para depositarlo en
tierra seca, la cuerda suelta se deslizé velozmente
alrededor del tronco de la encina, arrastrada por
un cuerpo pesado bajo las aguas, para reaparecer :
tio abajo en un rapido de la corriente, al mismo
tiempo que el sombrero de fieltro negro.
Primero creyeron que estaba muerta, luego dor-
mida. Pero cuando soltaron las sogas que amarra-
ban firmemente la manta de lana gris empapada
al bastidor de la camilla y al fin la destaparon, lo

27
primero connique toparon fuecon u
tan insondable como cae
les observé cua colocaron f,
sendo
misma forma que habria contemplaa
dia a través de los agujeros de la tel
seg ura
y absorta en el objeto ques
viles palpaban en su vientre.

28
Pues se trata de un drama del que fueron
participes, en el otofio de 1954 (y unos afios
antes y otros después), cuando pareciera
que ya nadie habia de acordarse de aque-
lla casa—y los caminos que conducian a
ella sdlo se manifestaban por las cortinas
de polvo los dias de tormenta de aire—ni
de aquella familia que no podia esperar
otra cosa que su proxima extincidn,

CRISTINO MAZON, que habitaba la


casa ;
EUGENIA FERNANDEZ, que habita-
ba la casa;
ALEJANDRO LASSA, surgido—al pa-
recer—de la nada, al despertar
después de veintitantos afios de
olvido y recordar que todavia
existia la casa y un lugar don-
de buscar su fortuna;
YOSEN, el huésped, que también
habitaba la casa,
asi como EL REY y otras figuras
borrosas, semidesnudas e ininte-
ligibles, que pertenecieron o
pertenecian a la familia y trai-
das a la memoria porque tam-
bién, irremediablemente, _ se-
guian habitando 0 merodeando
la casa.

29
ty
wietato a)
La escena representa la cocina de la casa de Mazon.
En el centro, sobre una mesa de madera ordinaria,
Eugenia Fernandez limpia un plato de lentejas, se-
parandolas en dos montones. Cristino Mazon, mien-
tras se pasea por toda la longitud de la cocina, sé
golpea las manos a la espalda. De vez en cuando en-
treabre los postigos de la ventana y contempla el
cielo. Aunque descuidado, conserva un cierto aire
distinguido; un hombre vencido pero que no se
abandona y alimenta, empero, ese aire de indefini-
ble e invicto orgullo—patente cuando se contempla
las uftas a distancia—de quien no ha trabajado nun-
ca. Su ropa esta vieja y sucia y responde a una moda
de veinte afios atrds; los pantalones demasiado cor-
tos dejan ver sus tobillos, no usa calcetines y sus
zapatos de ante (sin pelo ni lustre, con las puntas
ennegrecidas) estén surcados de profundas arrugas
agujereadas que calan hasta los pies.
En el lateral derecho hay un hogar de campana
donde, colgada de una cuerda, se seca cierta ropa
destenida.
Es el crepusculo de una fria tarde de invierno y
el sol, durante breves momentos, se refleja en los
cristales de la ventana e ilumina el suelo de bal-
dosas.

33
(pakiEee ass a Sante Nhs
CNISHNS BARS STR set
oo

ane et
'
ESCENA I

CRISTINO MAZON
Se hace de noche. Ya era hora. Parece que los dias
se van haciendo mas cortos.

EUGENIA FERNANDEZ
Y las noches mas largas.

CRISTINO MAZON
Callate, Eugenia. No te he preguntado nada. Limt- inh

tate a responder cuando te pregunte algo. ‘También


las noches se hacen mas cortas. Todo se acorta. In-
cluso tu vida.

EUGENIA FERNANDEZ
Bastante importa.
Ue

CRISTINO MAZON
A mi nada, Y a ti tampoco. Es envidiable. A me-
nudo me digo que si no te envidio no es porque
carezca de buenas razones para ello. Es porque no
me da la gana, Eugenia. ¢Te enteras? Te estoy
hablando.
/ EUGENIA FERNANDEZ
No sé para qué.

35
Crk ee
CRISTINO MAZON '
¢Para qué? A veces te olvidas de quién es el senior.
Un sefior no tiene por qué dar razones. A ti te
sobran afios y te falta educacion. Si hubieras teni-
do un minimo de educacién...

EUGENIA FERNANDEZ
¢Qué?
CRISTINO MAZON
No tengo por qué decirlo. No pretendas averiguar
mis pensamientos. No quiero entrar en detalles,
soy de clase superior. Superior en todo, gme escu-
chas, Eugenia?

EUGENIA FERNANDEZ
Claro que le escucho; no me queda mas remedio.

CRISTINO MAZON
No lo parece. No comprendo por qué pones tanto
empefio en mortificarme. :Qué andas buscando,
Eugenia, Eugenia Fernandez?

EUGENIA FERNANDEZ
Qué sé yo.

CRISTINO MAZON
eng
Yo tampoco. Ni siquiera me lo imagino y eso, en
el fondo, me tranquiliza. Muchas veces me digo:

36
“déjala que se vaya, que se muera de una vez. ‘Den-
tro de poco sera de noche; al menos hoy ya no
vendra nadie. ;

EUGENIA FERNANDEZ
Y mafiana de dia, otra vez.

CRISTINO MAZON
No me gusta que hables asi, no te lo permito. No
creas que me asusta el dia. Ni la noche. Cuando
se Hega a una cierta edad, ¢qué puede ocurrir?
Nada. He visto. tantas cosas que no hay nada que
me quite el suefio. Es triste pero es asi. La edad.

EUGENIA FERNANDEZ
La fatalidad. A mi edad se puede esperar lo peor
en cualquier momento.

CRISTINO MAZON
Te engafias. A tu edad sdlo cabe esperar una cosa;
y no tan mala. Ademas, la fatalidad no es cosa para
la gente humilde. Para gente de baja extraccion,
como tu. ¢Te das cuenta, Eugenia, de que te estoy
hablando?

EUGENIA FERNANDEZ
Ya lo creo que me doy cuenta.

37
Qué me importa que te des cuenta. ae clases alias
hemos de sufrir con dignidad vuestro-rencor. No
cabe hablar de despecho con vosotros. ‘Todas nues-
tras concesiones las interpretais como debilidad; y
cobardia lo que es generosidad. A mi qué me im-
porta lo que tt creas?

EUGENIA FERNANDEZ
Seguramente nada.

CRISTINO MAZON
¢Lo ves, zorra, lo ves? No podras nunca conmigo.
Ademas, te sobran afios, muchos afios.

EUGENIA FERNANDEZ
Y a usted, le sobra algo?

CRISTINO MAZON
| No te permito que me hables asi! Me sobran mu-
chas cosas: bondad, amplitud de miras... no lo sé.
Muchas cosas que tu no eres capaz de comprender.
Hombria, en una palabra. ¢Es que no ves que te ¢
estoy hablando?

EUGENIA FERNANDEZ
Claro que lo veo, g¢qué quiere que haga?

38
¥ | GRISTINO MAZON 2s
No me gusta que me repliques asi. Luego me paso
la noche dando vueltas a la cama, sin poder pegar
ojo. La ingratitud, la desconfianza y—si hay luna—
esa llanura sin un alma. :Es que no te das cuenta
de todo lo que he hecho por ti?

EUGENIA FERNANDEZ
Me esta usted quitando la poca luz que queda.

CRISTINO MAZON
Me mortificas. ¢Cudndo vas a acabar con eso?

EUGENIA FERNANDEZ
Qué sé yo. El dia del juicio.

CRISTINO MAZON
¢De qué juicio hablas? ¢Es que quieres que me
vuelva loco? Sin duda te refieres a todos ellos: la
voz de la sangre, Pues bien, no volveran, Eugenia,
no lo permitiré. ¢Por qué atormentarme con la
bendicion del padre?

EUGENIA FERNANDEZ
La voz de José.

CRISTINO MAZON
Calla, histérica. Ya se hace de noche. No hay nada
39
de luna, No recuerdo ina . noche tan negra y tan...
reconfortante en muchos afios atras.
s

EUGENIA FERNANDEZ
- José y sus hermanos.

CRISTINO MAZON
Dentro de poco podremos encender la luz.

EUGENIA FERNANDEZ
Para la falta que hace.

CRISTINO MAZON
La intimidad. Te he dicho mil veces que no me
gusta ese lenguaje tan grosero. Vosotros, los de la
clase baja, no sabéis sugerir. Tan sdlo pedir y acu-
sar, ¢Cuanto hace que has dormido en mi cama? —

EUGENIA FERNANDEZ
Qué sé yo. Una eternidad. Mas de un afio.

CRISTINO MAZON
¢Me has echado de menos?

EUGENIA FERNANDEZ
Yo qué sé.

40
2 - GRISTINO MAZON
Un afio de bienestar. Cémo pasa el tiempo con la
-prosperidad. La liberacién de los instintos, el do-
minio de las pasiones. Mi raza esta hecha para do-
minar, Eugenia, para sojuzgar. Hemos dominado el
siglo y, en el fondo—fijate qué noche tan negra
se avecina—, nos siguen temiendo. ¢Y con Yosen?

EUGENIA FERNANDEZ
Con Yosen, menos.

CRISTINO MAZON .
¢Menos? :Cuanto menos?

EUGENIA FERNANDEZ
Qué sé yo. Cosa de meses. Estaba muerto de miedo.

CRISTINO MAZON
Los impulsos de la naturaleza. Hay que ser mas
hombre.

EUGENIA FERNANDEZ
No sé qué hayde malo en ello.

CRISTINO MAZON
Hay que ser mas hombre. Hay que aguantar. Como
yo. ¢Qué crees que hago yo encerrado en esta casa?
Aguantar, aguantar como un hombre. Me gustaria
4
4]
saber lo que decis en la cama, a mis espaldas, ¢
qué hablais? ‘ co

EUGENIA FERNANDEZ
De nada. Yosen no habla nunca.

CRISTINO MAZON
Pues, ¢qué hace?

EUGENIA FERNANDEZ
No hace nada. Da lastima ese hombre. Se pasa el
dia mirando la sierra y, de vez en cuando, se viene
a mi cama, llorando.

CRISTINO MAZON
Porque no es hombre, no sabe aguantar como yo.

EUGENIA FERNANDEZ
Si lo es, si. Pero no le quedan esperanzas.

CRISTINO MAZON
Tanto mejor. Tampoco me quedan a mi y mira.
cémo me conservo. Dime, ¢quién crees tui que es
mas hombre?

EUGENIA FERNANDEZ
Yo creo que usted.

294

ay).
- CRISTINO EzON
: etnelise los diasdel solano?

EUGENIA FERNANDEZ
Yo creo que si.

CRISTINO MAZON
Eso esta bien. En algunas ocasiones me recuerdas
a la Eugenia de antes. Di, ¢en qué te fundas para
creer eso?

EUGENIA FERNANDEZ
Qué sé yo. Ya no recuerdo.

CRISTINO MAZON
Eugenia, no me mortifiques. Hace bastantes afios
decias no sé qué del brillo de mis ojos. Repitelo
ahora.
EUGENIA FERNANDEZ
Ya no me acuerdo. Seria muy joven entonces. Ni
Siquiera sabia lo que era el brillo. Pero, si usted
lo dice, sera verdad. Cualquiera sabe. A mi qué
_me importa.
CRISTINO MAZON
:Pero me importa a mi. También decias que yo era
el mas educado de toda la casa. El hombre mas
educado que habias conocido.

43
by. J
* ¥

EUGENIA FERNANDEZ
Yo no he sabido nunca lo que es la educacion.

CRISTINO MAZON
Pero si sabes lo que es ser hombre.

EUGENIA FERNANDEZ
‘Tampoco.

CRISTINO MAZON
¢Cuando vas a terminar con eso? Ya tengo ganas
de echar la partida.

Cristino Mazon coge el tablero de un rincon y lo


coloca encima de la mesa, junto a los montones de
lentejas.

EUGENIA FERNANDEZ

La ribera del ‘Torce, la misa de San Sicario, :Se


acabara alguna vez esta puerca vida?

CRISTINO MAZON
Ya veras qué pronto. Cuando menos lo pienses. Es-
toy casi seguro de que no llegas a la préxima pri-
mavera.

EUGENIA FERNANDEZ
La proxima primavera... A los pies de los caballos,
como quien dice.

44

ee
Oan
| _ GRISTINO MAZON
Anda, tira. Deja las evocaciones para otro momen-
-to. Tira, mujer, que me impaciento.

EUGENIA FERNANDEZ
La primavera de leche. ¢Qué hard usted cuando yo
falte?

CRISTINO MAZON
Te echaré de menos, no lo dudes. Anda, tira. Ten-
dré que jugar solo. Todas las tardes, al llegar esta
hora, me diré: «La vieja Eugenia descansa bajo
tierra. Bien mirado, no valia para otra cosa».

EUGENIA FERNANDEZ
Se acerca el fin, es verdad.

CRISTINO MAZON
¢El fin? El fin... el fin. Pero ¢qué fin? ¢Por qué
quieres angustiarme? :Qué pretendes, qué andas
buscando? jEl fin! ¢Por qué atormentarme con
una palabra que no dice nada? Si no hay nada,
¢de qué puede haber fin? En cada instante finaliza
todo aunque no se engendra nada. Ese es el miste-
rio: todo se destruye. Y lo que es peor, sin sentido.
¢Para qué hablar de eso? ¢No comprendes que me
pasaré la noche tratando de adivinar lo que nunca
hemos logrado saber?

45
BLP ey hey i nly en ¢

UGENIA FERNANDEZ ~
éE] qué?
CRISTINO MAZON
Si pudiera responder! Si al menos hubiera otra -
palabra, ademas del fin, con un sentido oculto. Jue-
ga, Eugenia, te permito que eches la primera.

EUGENIA FERNANDEZ
Voy a llamar a Yosen.

CRISTINO MAZON
Déjale. ¢Oyes? ¢Qué ha sido eso?

EUGENIA FERNANDEZ
Un tres.

CRISTINO MAZON
Me refiero al ruido. Bastante lejos.

EUGENIA FERNANDEZ
Mas alla de E] Salvador. En la paramera.

CRISTINO MAZON
Los errores de ayer. Las culpas deben ser del pré-
jimo.
EUGENIA FERNANDEZ
Nosotros también.

46
pe... =GRISTINO. MAZON
¢ Tu crees que eso cuenta? ,

EUGENIA FERNANDEZ
cE] qué?

CRISTINO MAZON
Nosotros. ¢Contamos algo? Debe haber todo un
mundo en marcha que, sin embargo, no repara en
nosotros. Mira esa tierra. ¢Tu crees que se ocupan
de nosotros?

EUGENIA FERNANDEZ
A veces creo que si.

CRISTINO MAZON
Yo creo que no. Nadie. -

EUGENIA FERNANDEZ
F] fin. Es lo que yo digo: el fin.

CRISTINO MAZON
Quizas el remedio esté en el juego. Tira, Eugenia,
voy a tratar de consolarme. Es raro que cuando se
va de mal en peor se desemboque en la desespe-
racion; a la postre, lo intolerable es el alivio. Es
posible que vengan esta noche.

47
=
EUGENIA FERNANDEZ
j Jesus!
CRISTINO MAZON
Tira, tira. Un dos, no vales para nada. Mirame a
mi, en cambio, qué hermoso cinco.

EUGENIA FERNANDEZ
Era un tres.

CRISTINO MAZON
He dicho que era un cinco, y basta. ¢Desde cuan-
do se discuten en esta casa mis decisiones? ¢Es que
también me vas a negar el consuelo de ser arbi-
trario en mis determinaciones? Monton de carronia,
voy a tirar otra vez.

EUGENIA FERNANDEZ
Me toca a mi.

CRISTINO MAZON
Tiro yo. Comprenderas que no estoy hoy para con-
cesiones a la extravagancia. Soy yo el unico que se
puede permitir ciertas licencias. Aun me parecen
pocas si pienso en el rigor del destino.

EUGENIA FERNANDEZ
[Cantando.| Porque el destino hace trampas como
astuto jugador.

48
See. ee
ate

CRISTINO MAZON
Tu te callas. Entre tu_y yo hay una insalvable dife-
rencia de clase social. Que tengamos que sufrir
la misma suerte es una inconveniencia que algunas
tardes me llena de repugnancia y me arrastra al
borde de la desesperacion.

EUGENIA FERNANDEZ
¢Y las mafianas?

CRISTINO MAZON
Por las mafianas sdlo me repugna esta tierra y tam-
bién el género humano.

EUGENIA FERNANDEZ
A mi, en cambio, nada me repugna.

Se oye con nitidez la llamada de Clara, mucho mas


allé de las puertas y muros de la casa. Un eco mas
grave cercano se repite dos veces, resonando en el
dmbito de la cocina.

EUGENIA FERNANDEZ
La fuerza de Dios, otro cuatro. Vaya un dado.

CRISTINO MAZON
No blasfemes, Eugenia, no blasfemes. La virtud mas
viril, la resignacién. La actitud mds noble, el si-
lencio. Eugenia... te lo estoy advirtiendo: la moral.

49
_ EUGENIA FERNANDEZ
Eso ya lo sé yo. Cuando era mas joven toda la on
lia hablaba de eso. Pero esta visto que la moral se
acaba con el fisico.

CRISTINO MAZON
Ni lo pienses. No es solo eso. Algunas veces presu-
mes de muy sabia por lo vieja que eres. Pero ni
siquiera sabes ser vieja. Cuando se posee—como
yo—una moral firme, la edad no afecta. Casi se su-
prime la edad, fijate bien. Porque cuando se tiene
una moral tan rigida como la mia, yo creo que no
se puede mover un dedo. No se puede hacer nada,
nada: todo esta mal.

_EUGENIA FERNANDEZ
Y la gente se aprovecha de todo.

CRISTINO MAZON
jLa gente! Hasta los muertos.

EUGENIA FERNANDEZ
“La sombra de Satands, otro cuatro, Como siga asi,
voy a terminar la ee: en la caja de muerta. En-
tre flores.
CRISTINO MAZON
Tal vez, haciendo trampas. Es lo unico que sabéis
hacer los de vuestra clase.

50
OC ay * vy 2 : rat BAS
Stes te ; z
WS = eS : wna Se

- BUGENIA FERNANDEZ
¢Los muertos?

CRISTINO MAZON
Eso es. ¢Has dicho los muertos?

EUGENIA FERNANDEZ
Los muertos, eso he dicho. ¢Ha oido usted algo?

CRISTINO MAZON
Todavia no; mas tarde, mas tarde. :Has visto que
tengan prisa alguna vez?

EUGENIA FERNANDEZ
Prisa, no; impaciencia.

CRISTINO MAZON
Tienes razon, de qué vale sofiar. Y, sin embargo, es
preciso tener paciencia, confianza.

EUGENIA FERNANDEZ
¢Confianza en qué?

CRISTINO MAZON
Confianza en... bien mirado, confianza en nada, una
gran cosa. Asi, pues, pase lo que pase todo sera
para bien. O para mal. Da igual. Y te digo que da
igual porque una moral rigida como la mia no per-

51
Sa
- af Se he = ey ow ge
pee see Nahar ¢
cea
fants : ‘ai sist he Soe te oS acy
mite esas ridiculas distinciones entre lo bue no y ie a
malo. Quede eso para las personas ambiciosas, Una
moral rigida y una confianza absoluta en que, en
esencia, no ocurrira nunca nada.

EUGENIA FERNANDEZ
Yo no sirvo para eso,

CRISTINO MAZON
Entre las pocas cosas para las que sirves no se pue-
de incluir la ldégica.

EUGENIA FERNANDEZ
Cuando era mas joven todos decian que yo habia
nacido para el vicio. Y a mi me llegé a parecer ver-
dad, entonces. Ahora ya no sé ni lo que es eso.

CRISTINO MAZON
El vicio, la virtud, la indiferencia... incluso la ul-
tratumba, en realidad todo es lo mismo, Si algo
cuenta es el esfuerzo que requiere cada cosa. Cuan-
do una cosa cuesta poco esfuerzo se dice de ella que
es un Vicio.

EUGENIA FERNANDEZ
A mi me ha costado todo tanto en esta perra vida,
que debo ser mas virtuosa que la madre Cornelia.

52
; CRISTINO MAZON
¢Quién era la madre Cornelia?

EUGENIA FERNANDEZ
La madre Cornelia: tenia una candela y se acos-
taba sin ella.
CRISTINO MAZON
No veo dénde esta su virtud. No lo veo por ninguna
parte.

EUGENIA FERNANDEZ
Porque la virtud no brilla, que sdlo alumbra.
CRISTINO MAZON
Sera que sdlo ahoga. Algunas veces me pregunto si
no ser4s completamente idiota, Eugenia.

EUGENIA FERNANDEZ
También me lo pregunto yo. Tire usted de una vez.

CRISTINO MAZON
Tiraré cuando me dé la gana. No tengo ninguna
prisa. Ante todo, calma, mucha calma. Tenemos que
proceder con orden. ;Hay tanto que hacer!

EUGENIA FERNANDEZ
Yo no veo que haya mucho que hacer. Esperar,
todo lo mas.
53
PEE eee er
-CRISTINO MAZON = Oe
Ni siquiera eso; ¢qué demonios podemos esperar?

EUGENIA FERNANDEZ
El invierno, el fin.

CRISTINO MAZON

No, no caera esa breva, Eugenia. Nunca hemos te-


nido suerte. Nunca, nunca, ésa es la triste realidad.

EUGENIA FERNANDEZ
Entonces habra que prepararse a bien morir.

CRISTINO MAZON
Tampoco; eso es lo ultimo. Ademas, nadie muere
bien. Lo sé por experiencia. A mi padre lo maté
una caballeria y el mas afortunado de mis herma-
nos se habria dado por satisfecho con una bala en-
tre las cejas.

EUGENIA FERNANDEZ
Entonces no se me ocurre lo que queda por hacer.

CRISTINO MAZON
Jugar, disfrutar... hacer caso omiso de la naturale-
za, volver la espalda a los sentimientos personales.
Y a los impersonales también, si es que existen. Al
parecer, el hombre empieza a extinguirse; ya no

54
Peratmne
, ON pan artyeas cole
See hn Sapte.RC Ran
VadlS
Vin sich %
Ne* PUB A a akoe Fe 3
peo donc! h cH t ? ~ 4 ¢ < >
a, Se aS , eas

queda rastro de su alma y ahora le toca el turno a


la persona. No sé qué va_a sustituirla, pero esta
bien que desaparezca, Ya era hora; cudnta preten-
dida inteligencia, cuanta insolencia.

EUGENIA FERNANDEZ
Y, sobre todo, cuanta fecundidad. A mi también
me parece justo que el hombre desaparezca. Qué
descanso.

CRISTINO MAZON
Lo malo es haber nacido en lo mas alto. La gente
de mi alcurnia no necesita nada, por lo general,
porque la mayor elegancia es prescindir de lo in-
necesario. Y eso empieza a perderse cuando las gran-
des familias vienen a menos. Esta visto que hay
que hundirse en el juego, Eugenia, hundirse en
el juego y en el vicio. Tira, tira de una vez, que no
soporto mas. ¢A qué esperas para tirar?

EUGENIA FERNANDEZ
A que usted termine de hablar.

CRISTINO MAZON
Vamos a jugar dinero, por una noche.

EUGENIA FERNANDEZ
Ay, dinero.

55
CRISTINO MAZON
¢De qué te ries?

EUGENIA FERNANDEZ
Yo qué sé.

CRISTINO MAZON
Si fueras de buena familia, diria de ti que no estas
en tu sano juicio. ¢Qué ha sido eso?

EUGENIA FERNANDEZ
cE] qué?

CRISTINO MAZON
Unos pasos.

EUGENIA FERNANDEZ

¢Unos pasos? Usted suefia.

CRISTINO MAZON
No suefnio, no. Qué mas quisiera. Los distingo bien.
Estan lejos todavia, pero se acercan, aunque bien
despacio. Se acercan. Son pasos de hombre, por for-
tuna.

EUGENIA FERNANDEZ
Calle, hombre, va usted a conseguir que yo tam- ~
bién coja miedo.

56

iite
: _ GRISTINO MAZON -
Qué desvergonzada eres. Qué poco sabes a pesar de
ser tan vieja. El] miedo, Eugenia, es privilegio de
unos pocos: de los que somos de cuna. Cada dia
estoy mas convencido de que eso es todo, la cuna,
la alcurnia. Vosotros no tenéis nada, ni vergiienza;
la gente ordinaria, la masa, ni siquiera tiene miedo.

EUGENIA FERNANDEZ
Pero puede llegar a tenerlo.

GRISTINO MAZON
Te equivocas. Aunque consigdis tener algo de mie-
do, siempre sera de distinta clase que el nuestro.
Las familias vamos a menos, pero nuestros senti-
mientos—sobre todo el miedo—van a mas; y por
eso, incluso en la miseria, cada dia nos distinguire-
mos mas de vosotros.

EUGENIA FERNANDEZ

¢Los que vamos a mas?

CRISTINO MAZON
¢En qué vais a mas?, me pregunto yo. ¢Vais a mas
en Cculpas, en remordimientos? :En desprecio? ¢En
+ capacidad de persuasién? De ninguna manera. ¢Es-
tais mas solos? Tampoco. En abyeccion, tal vez. Ni
siquiera en hipocresia. Ah, pues eso es lo que im-
porta.

57
- _ a V; ba|sat a ee
= ‘ ms Meets% ) - .&
4 3 S
- EUGENIA FERNANDEZ
Pues yo he oido ‘decir que hemos mejorado bas-
tante.

CRISTINO MAZON
Me extrafia mucho que tu digas eso, Ademas, es
mentira. Ninguno de los tuyos ha mejorado en
nada. Anda, tira. Me tienes harto. Contigo no se
puede hablar de nada. Hundirse en el vicio, es todo
lo que se puede hacer contigo. En los vicios soli-
tarios. Tira... no sé qué te estaba diciendo: nada
bueno, espero.

EUGENIA FERNANDEZ
Ni nada malo.

CRISTINO MAZON
¢Desde cuando sabes distinguir?

EUGENIA FERNANDEZ
Yo no distingo nada; tan sdlo digo que todo me pa-
rece igual.

CRISTINO MAZON
Dices bien: a veces me recuerdas la Eugenia de
antes.
EUGENIA FERNANDEZ
jLa Eugenia de antes! El verano de las viudas.

58
=

CRISTINO MAZON
¢ Te vas a poner melancdlica?

EUGENIA FERNANDEZ
Yo no me pongo de ninguna manera. Ay, cuanto
ha de tardar el verano.

CRISTINO MAZON
Querras decir el invierno.

EUGENIA FERNANDEZ
He querido decir el verano. :No se ha dado cuen-
ta de que vamos de cara al invierno?

CRISTINO MAZON
Me parece que exageras. Todos los de clase humil-
de sois iguales. Gente sin alegria, sin imaginacién...
El verano declina, todo parece indicarlo...

Vuelve a escucharse de nuevo la llamada de Clara


a su hermano, en una nota mds aguda que se re-
pite un par de veces.

EUGENIA FERNANDEZ /
‘Pues yo digo que esta noche va a helar.

CRISTINO MAZON
Tu te callas. He dicho que es verano y basta. No
se discuta mas. Sin duda, un verano que ha venido

59
ae

muy SES Si fuera invierno, ce visitas


no tendrfamos! Las noches del Mitamar..0= >

EUGENIA FERNANDEZ “
Debemos de estar en diciembre.

CRISTINO MAZON
¢Como puedes saber eso?

EUGENIA FERNANDEZ
Me lo dice el corazén.

CRISTINO MAZON
Con eso no salimos de dudas. O las flores o los
muertos. El afio que viene voy a plantar un arbol:
un frutal. Asi sabremos siempre en qué estacioén
andamos, ¢Me oyes?

EUGENIA FERNANDEZ
Plantelo usted ahora que es el momento.

CRISTINO MAZON
Lo plantaré cuando me dé la gana. Lo plantaré el
dia que tu te mueras, Eugenia, sobre tu humilde
tumba, ahi fuera. Un nogal. Y cuando pasen los
ahios y llegue a probar su futuro, sera ocasion de
decir, no sin cierta emocién: «Evidentemente, es-—
tas nueces saben un poco a la vieja Eugenian.

60 | |
> sie? > ee pA hee a a
ue

EUGENIA FERNANDEZ
Y gpor qué no dice usted en cambio: «Bienaven-
turada sea la madre que todavia nos regala con tan
sabrosos frutos)?

CRISTINO MAZON
No me dara la gana de decir una idiotez tan gran-
de. Ademdas, no seran sabrosas, esas nueces: Casi
todas estaran gusanas y las pocas buenas sabran a
carrona. A carrofia. ¢Por qué me miras de esa
manera?
EUGENIA FERNANDEZ
Ay, soy tan vieja que todo me cuesta un sentido.

CRISTINO MAZON
Si eres tan vieja es porque al fin te has convertido
en lo unico que podias ser. Fijate en mi, en cam-
bio, un hombre sano en lo mejor de la edad. :Me
escuchas?
EUGENIA FERNANDEZ
Yo qué sé; creo que no.

CRISTINO MAZON
Asi es mejor. Mas valen oidos sordos ...

EUGENIA FERNANDEZ
Diria yo que van a venir esta noche.

61
a x¥
ST

RC kinds Dak ak PEN AE


iehatoy seguiay 2 <a *
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Mee Sty. g { a
. =
CRISTINO MAZO6N y 4 = <

_ ¢Has oido algo? ier


"

EUGENIA FERNANDEZ ©
He oido tantas cosas que no puedo distinguirlas. ;

4 CRISTINO MAZON 7 apenas


- Habla mas bajo, demonio. ao eae

Pes : EUGENIA FERNANDEZ .


_ Ahora son voces. ; < J,

- CRISTINO MAZON
_ ¢Voces encrespadas?

. ~ EUGENIA FERNANDEZ _
-Como otras veces. cag

1 aor aes CGRISTINO MAZON


- ¢Nos acusan? :

i x*

J 4 fi
i. = + .
c , #:
m eats
ay \ >
~ aal ¥r ¥
» | EUGENIA FERNANDEZ
- Se lamentan.

CRISTINO MAZON
¢Con qué acentos?

EUGENIA FERNANDEZ
Muy hondos acentos de dolor.

GRISTINO MAZON
Y, en ese dolor, ¢se mezcla el despecho?

EUGENIA FERNANDEZ
Ciertamente.
CRISTINO MAZON
¢Estan muy lejos?

EUGENIA FERNANDEZ
Se acercan, se acercan.

CRISTINO MAZON
jLas palabras de Cristo! ¢Ahora son susurros o
pasos?
EUGENIA FERNANDEZ
Ya vienen, ya vienen.

CRISTINO MAZON
éPor qué lado?

63
‘. : it Sa? yt Le Masti
‘ sat dye . aes:

EUGENIA FERNANDEZ ig ee
Van a entrar porla cuadra.

CRISTINO MAZON
jLo peor! El Sefior se apiade de mi alma.

EUGENIA FERNANDEZ
Van a abrir la puerta.

CRISTINO MAZON
Escondeme; tapame, Eugenia, deja que me esconda.

EUGENIA FERNANDEZ
Ya estan aqui, misericordia.

Se abre de un golpe la puerta de la cocina a la


cuadra y bruscamente, con un estruendo de viento
y ferralla, entra EL REY con la cabeza envuelta en-
tre los pliegues de su manto. Viste traje de guerra:
el manto desgarrado y salpicado de manchas de san-
gre seca, la cota agujereada y las calzas de malla
cubiertas de barro; el broquel, agujereado y abo-
llado, cuelga de su espalda. Se adelanta vacilante,
sacudiéndose el agua del manto y de la frente. Mien-
tras, con suma cautela, EUGENIA FERNANDEZ levanta
la visita hacia él, EL REY se apoya con ambas manos
en la mesa y con un gesto despechado arroja encima
de ella la corona de laton.

64
Uno o dos meses mas tarde nacié la criatura, un nifio
muy robusto al que pusieron de nombre Jose, por-
que asi se le antojé al viejo, quien advirtio a sus hi-
jos—Eugenio, el mayor, Clara y Enrique, el en-
fermo—que en lo sucesivo habrian de considerar-
lo como su propio hermano, por lo mismo que tra-
tarian de madré a su progenitora. Era una nifa
todavia, mds joven que Clara—que incluso parecia
mas infantil que ella, a pesar de la maternidad—,
que no pudo dar el pecho a ninguno de los hijos
que concibid, que nunca abandoné aquella mirada
de frontispicio, serena, recta y vacua (no parecia
hecha para mirar, sino para dar a entender que
veia, toda su figura investida de la artesana, pétrea
y un poco estupefacta rigidez del ornamento, la tor-
va y equivoca meelancolia de la simetria que sdlo
en escorzo alivia su pesadumbre), que apenas cami-
naba ni salia al exterior ni se alejé nunca de los
lindes de la casa, que cada dia y cada afio parecia
mds pequefia e insondable, que nunca levanté la
voz ni tuvo que sufrir que se la levantaran y, sin
embargo, no solo gozaba del poder de dominar el
ambito con su palabra, sino de restaurar con ella el
silencio original—anterior a la cal de los muros y
la sombra de los cobertizos—, como si el biblico —
dominio que le fue conferido al entrar en la casa

65
~ slo precisara de la eaGHiE rnajeiendyde a saci Ae
los afios, el sofioliento acompafiamiento del rio se-
creta y pertinazmente conjurado en sus oficioso la
insomne paciencia de las caballerias, que nunca
volvié a dirigir al viejo ni la voz ni la mirada
—aquel que habia arriesgado su vida por depositar-
la en aquella margen del rio y que, al cabo de
los meses, volvid con su mula y con el propésito de
arrendarla al primer Mazén que hubiera reparado
en el cuerpo de la nifia; y se encerré con ella‘en
el establo donde, no lejos de la caballeria, dispuso
un camastro que ocupé durante muchos afios, hasta
que el abuelo le obligé a partir con él, nadie supo
nunca hacia donde. Al correr del tiempo, en la
misma casa habian de nacer (y tras la llegada al
lugar de aquel matrimonio—ambos paisanos del
abuelo—que fue requerido para ayudar en los me-
nesteres de la casa y el cuidado de los nifios) Car-
los en 1891, Teresa, en 1893, y la otra Clara, en el
noventa y ocho, que provocé la muerte de parto de
su madre.
Ya en el siglo—y después de la llegada de la ma-
dre de José y después del alumbramiento de éste—
nacieron otras cuatro o cinco criaturas mas, a to-
das las cuales las registraron con el nombre de Ma-
zon sin que el viejo acemilero—que nunca confid
a nadie cual era su nombre de curso habitual ni,
por consiguiente, el de la futura madre que habia
sacado de las aguas—ni cualquiera de los otros cén-
yuges hicieran nada por impedirlo: de aquella ter-

66
era generacién. solamente sobrevivian, cuando es-—
-tallé la guerra civil:
el hijo de la madre de José y, probablemente, de |
‘Eugenio Mazon, al que pusieron de nombre Euge-
nioy que desaparecid al final de la contienda;
el tercer hijo de la misma mujer, llamado Cristi-
no y nacido hacia 1908, quien aunque se dijera de
él que era el vivo retrato de Eugenio el primogéni-
to, no debia de ser hijo suyo, por haber—éste—
abandonado la casa casi dos afios antes del naci-
miento de la referida criatura;
el tercer (o cuarto) hijo de la mujer del adminis-
trador, que siendo el adelantado de todos ellos vivio
tan sdlo unos pocos afios—menos de diez—para mo-
rir incendiado en un barril de grano, quién sabe si
por accidente;
Carlos, €l loco, internado en un sanatorio de alie-
nados en 1924;
la tercera Clara, hija de la segunda y de José,
nacida alla por el veinte,
y, por fin, Bruna, que nacié en el veintisiete. /

- MHacia 1915, una tarde de verano en la que los


nifios jugaban sueltos, sucios y semidesnudos por
los eriales que rodeaban la casa, un hombre—toda-
via joven—tocado con un sombrero de fieltro negro
y vestido con una camiseta blanca y unos pantalo-
nes de pana negra y calzado con unas alborgas y .
_acompafiado de un perrazo de majada, leganoso y
de color de borra, se arrimo a la cerca de piedras
cubierta de espino y permanecié largo rato al sol,

2 67
observandolos sin pestafiear, No los llamé, pero los i
nifios cesaron de correr y jugar, a la vista del hom-
bre y del perro, de subito inmovilizados en la ver-
tiginosa, retrocesante y ahistérica concentracién de
todas las mirfadas de colores y sombras y voces en
el despojo de silencio (reliquia de un tiempo des-
conocido pero no ignorado, carente de clima y exo-
nerado de la naturaleza, invernal en su abstraccién)
que fluye de la sangre (no eran los hilos de baba
ni el bostezo que agrandaba el horizonte vespertino)
en el prono y truncado instante del miedo. No era
el animal tan sdlo; el perro ni siquiera se mo-
vid, aumentando y disminuyendo de volumen, ins-
tantaneamente contradictorio ante la quieta, aten-
ta y expectativa apostura del hombre. Uno de los
mas pequefios—que auin vacilaba al andar, incapaz
de seguir la linea recta, obligado a caer cada cuatro
pasos como para recoger del suelo las ofrendas a su
exhibicioén, las cuatro monedas con las que cerrar
el saldo de su incipiente y deudor equilibrio—se
acerco al lindero y, apoyandose en precario sobre
las piedras de la cerca, alzé el brazo hacia ellos. Ni
siquiera dura el sortilegio del miedo, exorcizado
hoy por la réplica de un dedo infantil. El perro no
se movid, antes al contrario, volvié a bostezar. Pero
el otro—el mayor de ellos, el ultimo hijo: de la
mujer del administrador—echo a correr, levantdé al
nifio por los sobacos y lo deposité de nuevo en el
suelo, a cuatro patas y mirando hacia la casa, como
quien—antes de que llegue al borde de la mesa—

68
ay A rg hse eee
Rok. s : MP Cee
= aix ep
aa 1 i RS 0

_ desvia al juguete unidireccional para que agote el.


resto de su cuerda en una superficie sin obstaculos.
_ Entonces el hombre se adelanté y, salvando la cerca
(la misma actitud mosaica sobre el istmo), puso su
mano sobre su cabeza, la mano de la parabola aureo-
lada por el resplandor certileo de la inmolacion, ©
sostenida un momento en el aire cuando el chico
cayé de hinojos ante la cerca, Entonces desaparecie-
ron porque no se retiraron, hombre y perro engulli-
dos sin mas por el mecanismo de guillotina que los
sustituyO por una nueva y casi incolora panoramica
sin luz ni ruidos, en la exhausta y celosa soledad de
un horizonte tan hermético y no hueco como el
cierre de la trampa.
No le dieron importancia en el primer momento,
lo atribuyeron a un principio de insolacién, ex-
puesto al sol de julio y con la cabeza enhiesta para
seguir deslumbrado el curso de la aparicién que
sdlo él podia adivinar qué érdenes contenfa, du-
rante todo el lapso en que hermanos, hermanastros
y primos trataron de devolverle del éxtasis pero sin
aproximarse a él. Habia sido un nifio robusto y
despierto, un guardian para todos sus hermanos, un
~adelantado de la palabra.
No consiguieron que volviera a sostenerse sobre
sus piernas, las rodillas no le aguantaban y no sdlo
perdié el habla—desde entonces sdlo llegé a emitir
sonidos confusos, vocablos inconclusos y breves fra-
ses formadas con palabras rotas 0 abreviadas, como
la recéndita, erudita y econémica inscripcién en

69
una ertela oun Japidario ianpe: exponentes die
- demasiado compuesto y quiza degenerado saber sin 2
restitucion posible a un entendimiento ulterior—
probable expresién de la misma fugaz y vindicativa
orden que nunca Ilegé a formarse en su mente en
cualquiera de sus determinaciones sino a lo mas en
la implacable, no discriminativa ni razonada céle-
ra—truncada por la subita desaparici6n—sino que
también se contrajo la mitad derecha de su cara y
‘ parte de su cuerpo, cayé su hombro izquierdo y se
desvidé el pie del mismo lado, su mejilla derecha se
arrugd como la piel de una nuez—con profundos,
sdlidos e inalterables estigmas—, desplazandose ha-
cia abajo un ojo que dejo visible la parte sanguino-
lenta del globo al tiempo que la boca lo hizo hacia
arriba mostrando su dentadura y su encia, como si
toda la efigie hubiera: sufrido la instantanea accion
de la corrosién. Y no solamente eso sino que per-
dié también el miedo al fuego y la misma mano
que habia permanecido sefialando el curso de la
aparicion en su carrera hacia el horizonte se alza-
ba—en pos del hombre—hacia cualquier cosa que
ardiera; lleg6 a producirse quemaduras de consi-
deracioén y, con todo, de sus labios nunca salié otra
cosa que aquella frase criptica y abreviada, rota e
incompleta por su propia ansiedad, el vehemente
espasmo abortado en su boca con el aliento del mas
alla. Por fin, un dia—antes de cumplir los diez afios
de edad—, murié incendiado en un barril que se
destinaba al acopio del grano para la sementera:

70
, ‘uno de e508
es ‘Nas dorm idos yandénimos, que ee
su orfelino desamparo en el claustro regido por la
solemne obediencia al habito, ausente todo cambio
y toda evolucién en la inmatura e imperfecta_pero
inalterable estacién incrustada en el ambarino y s6-
lido tiempo cristalizado sin edad ni alivio, sujetos
al quieto compas de la naturaleza, y en los que a
una hora tardia, cuando una casa para preparar la-
merienda de los nifios despierta del letargo de las
primeras horas de la tarde (porque son el pan, el
queso y el chocolate quienes ordenan el declinar de
un sol suspenso en el vacio mientras los nifios jue-
gan sobre las baldosas en erupcidn) y se anuncia la
tragedia que corta en dos ese tiempo inconsutil:
porque el fuego pudo ser accidental y el nifio se
arrastré hasta él mientras toda la casa dormitaba.
Su cuerpo quedé reducido y carbonizado (los estig-
mas de la insolacién asumidos en una mayor reduc-
cién), habiendo asimilado a sus cenizas las de. las
duelas del barril, ensortijado por los tres 0 cuatro
renegridos y retorcidos anillos de casi polvo y esca-
mas en que se transformaron los aros de hierro.
Y si el viejo Mazon advirtid en todo ello la mano ~
del transfuga, no por eso abandono su mutismo, ni
despejo aquella aguda, casi oriental mirada con la
que—sdlo atenta a su propia comezdn—parecia jus-
tificar su pasividad. A principios de siglo murié en
la casa la mujer de su pariente y paisano—que fue
a cumplir, con escaso éxito, el papel de administra-
dor de la propiedad—, Nevandose a su tumba el

71
Oeat os
Ne

secreto de la paternidad de susiehijo Teteea y Car


los. Los dos viudos no se guardaban entre s{ un ex-
cesivo aprecio, pero el menor era el mas cobarde y
el mds débil; y no sélo temia y odiaba al abuelo,
sino que temia despertar su odio, una vez que no
contaba con el amparo que siempre le procuré su
difunta mujer. Temia también a la madre de José
pero, en contraste, confid siempre en Eugenio, el
primogénito. Cuando éste abandono la casa se en-
contré solo, tan solo que—por despecho—se deci-
_dié un dia a introducirse en la habitacién del abue-
lo, que sus pies no habian hollado jamas a pesar de
que su mujer la ordené y limpid todas las mafianas,
durante los ocho afios que vivid en la casa, Con
toda probabilidad a aquel acto desgraciado le llevé
el deseo de poner término a un antiguo, acumula-
tivo e inmitigable resquemor, mediante una pro-
fanacién: barrid con un bastén todos los objetos
del escritorio, vaciéd los cajones en el suelo, rompid
el orinal, sacéd y pisoted la ropa de los armarios
y—como colof6én—deshizo la cama y, desnudo, se
tumb6 boca arriba en ella determinado a esperar la
entrada del abuelo de aquella guisa.
FE] abuelo—al parecer—nunca llegd a compren-
der cabalmente el porqué de la fuga del viejo ace-
milero, en pos de su mula, tras haber salvado a la
madre de José, cuya relacién con ella—ni con el
desaparecido—nunca llegé a conocer a ciencia cier-
ta. A su vuelta, aun cuando toleré la entrada del
animal en el establo, siempre lo consideré con rece-

72
lo hasta al Bante a no Cesar que abate ais
sus tierras, sospechoso de las intenciones de su pro-
pietario (que dormia en un cuchitril, muy cerca de
su unico bien) por aprovechar el arrendamiento a
fin de conseguir otras licencias que ni siquiera po-
dia vislumbrar. ‘Tal vez la madre de José le previno
contra él y tal vez era eso lo que el viejo buscaba,
una vez convencido de que sus ruegos para conse-
guir trabajo—en una casa donde todos los dias se
oia una queja por la falta de animales de tiro—se-
rian desoidos y su presencia aceptada a costa de su
inactividad. Asi las cosas, ciertos acontecimientos
familiares, en la primera década del siglo, vinieron
a precipitarse con la partida de Eugenio, el primo-
génito, cuando ya no fue posible disimular el segun-
do embarazo de la madre de José. Para el acemile-
ro, y para Clara y para Enrique—el enfermo—y se-
guramente también para la futura madre, su partida
fue precipitada por el temor de Eugenio a enfren-
tarse con su padre, si el aspecto del nifio ponia de
manifiesto su paternidad. Pero lo que parecia evi-
dente a muchos no Jo era para el mas afectado de to-
dos ellos porque debia tener sobradas razones para
sospechar y anticipar el buen numero de explicacio-
nes con que el verdadero—pero probablemente des-
conocido para siempre—responsable del embarazo
podria haber eludido su culpa. El nifio nacid, por
consiguiente, bastante después de la marcha del pri-
mogénito del abuelo y—quizd por un espureo afdn
de reclamo, cuando a todos fue evidente que nada

73:
pie a One regen
een Fi detrreh eee
iss Pe soe raeee. eS
7
Near
podria devolverlo a la ‘casa—le bautizaron. con. al~
nombre de Eugenio, que conservaria hasta la gue-
rra civil. Poco a poco se fueron manifestando en él
unos rasgos—mias de caracter que fisicos—tan con-
trapuestos a los del desaparecido y en cierto modo
tan afines a los del abuelo que éste a duras penas
soportaba la presencia del nifio; y por lo mismo le
irritaba que su madre se ocupara de él, como si
estuviera deseoso de olvidar que era hijo suyo. Se
fue haciendo mas retraido y hurafio, habia dias
que no abandonaba su _habitacién, comia por
las noches—devorando los restos que se guarda-
ban en Ja cocina para el dia siguiente—, paseaba
en la oscuridad legandose hasta la ribera del rio,
donde decian que hablaba solo en voz alta, y en las
primeras horas de la mafiana hacia su entrada en la
habitacién de la madre de José, para abalanzarse
semivestido sobre ella, jadeando como un perro y
no profiriendo mas que sonidos incomprensibles,
acaso aprendidos de aquel nieto que muriera car-
bonizado, repeticién fortuita de las rotas conversa-
ciones mantenidas por la noche en el ribazo. E in-
cluso mas de una vez traté de forzar la puerta de la
habitacidn donde dormian los ultimos hijos del ad-
ministrador, lo que llevé al mayor de ellos, Carlos
de nombre, a reposar sentado en el suelo con la
espalda contra ella para proteger a su hermana Te-
resa de cualquier intrusién. Hasta que un dia (se
dijo después que dos fechas antes habia recibi-
. do—cosa improbable en aquella casa—una miste-

74
a

-riosa carta fechaday sellada en una ciudad del


lejano sur, dirigida personalmente a él, de la mis-
ma manera que alguien aseguré haber sido testigo
de una entrecortada y suplicante entrevista del
abuelo, caido de rodillas una noche ante las puertas
de la finca del camino de El Auge, postrado ante
la sombria figura tocada de un alto sombrero que
apenas se molesté en decirle: «Levantate»), sin con-
fiar a nadie su decisién, desperté al acemilero—es
posible que no hubiera cambiado con él una sola
palabra desde el’ dia de la riada—para ordenarle
aparejar y ensillar la mula con un arnés de su pro-
piedad, dispuesto a ponerse en viaje antes de la sa-
lida del sol.
El abuelo estuvo ausente mds de dos o tres meses
y nunca confid a nadie por donde habia viajado, ni
con qué fin. Volvid solo, aunque sin mula. Su com-
pafiero no regresdé jamas y, sin embargo, su camas-
tro—las mismas mantas hediondas y agujereadas, un
hatillo bajo el catre que perdié una ilusoria y no
coloreada materia para adquirir la amorfa, revirgi-
nada y epicena sustancia acrénica, el cabezal ple-
gado y arrugado tal como él lo dejé, cubierto de
telarafias y transparentes y minusculos esqueletos
de insectos voladores conservados en el etéreo 4m-
bar saturado de los vapores del heno—permanecié
abierto en el establo, en espera de la vuelta de
aquel que habia de llegar un dia de riada para re-
cogerse entre sus ropas y desaparecer en el suspiro
de una ola, liberado ya de los instintos caseros. La

75
mula no volvié a verrel sol nia salir. ae sune
con la grupa vuelta hacia el lecho del ausente, in-
movil, inmemorial, carente ya de carne y coloracién
y redimida del envejecimiento, un lomo en sombras
y sin limites mas parecido a un accidente topogra-
fico, indiferente a los cultivos y las estaciones, que
una vez al dia muestra el tono tostado de la anoni-
ma corteza muerta, vejada y estéril, en cuyo seno
ya no anida ningun apetito de cambio ni germina-
cin. En el entretanto se produjo la primera salida
de la casa de la segunda Clara, a instancias de un
hombre de la ciudad, educado y constante. Al me-
nos asi lo creyé ella, en una noche de verano en la
que un murmullo tras una cortina, una mano que
a través de la rendija de la puerta le apreto la
mufieca y una sombra no discernible entre los ol-
mos, le invitaron a gozar de la calma de la hora y
del frescor del rio, en la otra margen, en las rui-
nas del monasterio. Y, sin embargo, no se quito el
sombrero, pero la arrastré junto a las tapias, sobre
un montén de gravilla. No se quité el sombrero
ni—no lo podia recordar—los pantalones de dura
tela negra paisana endurecida por la inclemencia,
orgullosa tela (que tan mal se avenia a su condicién
y educacion) que tomo sobre si la ansiada venganza
sobre la piel humillada, inocente y quejumbrosa,
para dejar sobre sus muslos las largas y enrojecidas
muestras de su lacénica furia. Luego fue la salida
semanal, cada dia mas lejos y nunca en direccién a
_ El Auge, sino hacia la sierra, adivinando en la no-

76
che el camino
que la alta, no esbelta pero espigada
figura rematada por el sombrero, trazaba cincuenta
0 cien pasos por delante de ella, la no amada figura
_dotada del secreto poder de ser no sdlo interpretada
y comprendida—sin una voz ni un gesto a partir
de aquel primer apreto6n—, sino también obedeci-
da. Y es posible que el abuelo, en su camino de
vuelta, pasara junto a ellos y ambos (no los tres)
comprendieran por qué ni siquiera tenian que de-
tenerse; reconocidos a falta de la claridad de la
luna por la infraluminosa presencia, de la casa—a
sus espaldas, a su frente—apenas visible y sdlo co-
lumbrable por la masa oscura del ribazo, semejante
al aparador que adelanta su volumen en forma de
radiaciones—destacandose de la plana oscuridad—
cuando repentinamente se hacen las tinieblas en
las habitaciones y las paredes fugan, acercandose y
alejandose. Como si se cruzaran en la visita al tem-
plo—una de suficiencia, otra mds desafectada, un
interés no amilanado por la satisfaccién del otro—
cuando el guia que acompaiia a los grupos de cu-
riosos, tras despedirse de los primeros permite la
entrada que ha permanecido cerrada a los segundos
e inicia con paso cansino el siguiente itinerario.
Cuando el abuelo volvié a la casa—tras meses de
ausencia que no fue interpretada mediante explica-
ciones, sino con una y Unica aceptacién, ya que
para muchos se habia marchado en companiia del
acemilero y del administrador, y tal vez a la tierra
de donde procedian ambos, y tal vez en busca de

77
una nueva mujer que probablemente alguien’
Coes
ofrecido en una carta, seguramente escrita y fecha-
da en Regidn—toda la casa dormia. Asi lo queria
él y por eso—y para depositar la mula en el pesebre
en su definitiva posicidn y alojamiento, de donde
no se moveria acaso en diez o quince afios para de-
Saparecer sin mds (en cuanto volumen, ya no en
cuanto cuerpo), con las telarafias y los tiznajos y las
manchas de hollin y el camastro de su antiguo pro-
pietario y la patina de color miel en todas las irre-
gularidades de los muros, el dia que fue enjalbega- _
do—entré por el establo, sin hacerse oir. Pero otra
vez le vio y creyé reconocerle, aparecido y desapare-
cido en cuanto (fue el olor horrendo lo que le mo-
vio a ello), tras engaflarse (sin sorprenderse) al en-
contrar abierta la cerradura de la puerta de su ha-
bitacién, abrié sin mas la ventana y la escasa luz
de la noche lo procreé y lo absorbid, en el mismo
instante pero sin antes ni después, sino que sin
sucesion cronoldgica, creandose y destruyéndose a
si mismo: luego la luz de la candela devolveria lo
que la oscuridad habia usurpado, en la dimension
del hedor: sin duda tenia que haber muerto decu-
bito y desnudo y casi todo él habia desaparecido,
torax y abdomen e incluso los himeros y fémures
hasta codos y rodillas, puesto que no restaban sino
la calavera y los huesos posteriores de las extremi-
dades: el resto se habia transformado en una man-
cha sdlida y parda que habia impregnado todo el
centro de la sAbana hasta convertirla en una suerte

78
del.ae habia deencontrar el amorfo.y azoico
-precipitado reclamado por el rencor. = &
ESCENA II atone>
EUGENIA FERNANDEZ
Las delicias del otofo.

CRISTINO MAZON
éQuién es?
EUGENIA FERNANDEZ
Fl rey:
CRISTINO MAZON
¢El rey?
EL REY
El rey!

EL REY acerca una silla de cuerda y se sienta en


una cabecera de la mesa. Aparta la corona de un
codazo y esconde la cara entre los brazos, rompien-
do a sollozar.

CRISTINO MAZON
éViene solo?

EUGENIA FERNANDEZ
Le encuentro peor que nunca. No comprendo como —
con la edad que tiene anda todavia por ahi, ha-
ciendo escenas.

80
Bi Ny Rprah ‘ >

CRISTINO MAZON
Es la edad. :Qué tiempo hace por ahi fuera, rey?
Vamos, vamos, hay que aguantar como un hombre.
Levanta esa cabeza. gA quién tocaba tirar, Euge-
nia? Hay que terminar la partida.

EUGENIA FERNANDEZ
¢Con el rey delante?

CRISTINO MAZON
Por supuesto. zAcaso no representa la tradicién?
Las costumbres mas sagradas, un pasado glorioso.
Adelante, un seis.

EUGENIA FERNANDEZ
Me tocaba a mi. Animo, rey, ya vendran tiempos
mejores.
CRISTINO MAZON
¢Por qué crees tu que van a venir tiempos mejo-
res? Inconsciente, yo siempre espero tiempos peo-
res, y nO me equivoco.

EL REY
¢Peores? 2Peores todavia?

CRISTINO MAZON
Peores, mucho peores. Infinitamente peores. La paz
que ahora gozamos ha de durar muy poco. Muy
poco.

81
5s. BUGENIA FERNAN DEZ =
El castigo, el castigo. 2 =

EL REY

Pero, peores... gen qué?

CRISTINO MAZON
En todo: en clima, en salud, en congoja. Al ma-
lestar de ahora, gno vendra a complicarlo un rayo
de esperanza? .

EL REY

jQué desastre, qué vergiienzal

CRISTINO MAZON
Animo, te hacemos un sitio en el juego.

EL REY

No estoy para juegos esta noche.

CRISTINO MAZON
Nosotros tampoco, pero es igual. Esto, md4s que un
juego, es una fatalidad: ni siquiera un pasatiempo.
Al contrario, se diria que las horas se hacen mucho
mas largas y penosas con el ruido insoportable de
este dado. Animate, hombre, aqui no hay nada que
ganar. Lo unico que tienes que hacer es tirar el
dado y maldecir el numero que salga, sea cual sea.

82
| EL REY
Para eso no vale la pena jugar. Bastante rencor llevo
ya dentro.
CRISTINO. MAZON
Yo de rencor nunca me harto. Por eso juego, tra-
tando de perder. Mi desgracia es que con Eugenia
no hay manera de perder.

EL: REY

Esta Eugenia, ¢no tenia antes mas carnes? Ademas,


ya no me acuerdo de como se juega. Cuando se
llega tan alto como yo he llegado, resulta mas facil
recordar las minucias que sobrellevar las grandes
culpas.
CRISTINO MAZON
Olvida eso: tti tira el dado, que lo demas es cosa
nuestra. Incluso las trampas. ‘Te dejamos ganar, si
ése es tu antojo.

EL -REY

Todo lo que yo he perdido, Cris, no se puede recu-'


perar ni con trampas. E] propio Carlomagno no me
sacaria del pozo. Qué bajo he caido. Estoy arruina-
do, tan arruinado que he llegado a padecer remor-.
dimientos. Y conciencia. Vivir para ver, Cris.

CRISTINO MAZON
Mas bien morir para ver.

83
ee EL OREY S
Tu lo has dicho, morir para ver. ce

CRISTINO MAZON
¢Has venido solo?
EL REY

Solo, ciego de enojo, buscando el camino a tientas.

CRISTINO MAZON
¢No te ha seguido nadie?

EL REY

Pero gquién quieres que siga a los reyes ahora?


¢Qué es eso que he sacado? ¢Acaso un cinco?

-* GRISTINO MAZON
Es un cuatro.

EUGENIA FERNANDEZ
Hay que tener paciencia. Mucha paciencia. Luego,
a la hora de la muerte, se recupera todo.

CRISTINO MAZON
¢Qué tal tiempo has tenido?

EL REY

Malo, muy malo. Maldito tiempo, cuanto dafio me


ha hecho.

84
ey7 gee 4 Ss~~ tan theirs ity
Oe a ors ae tee
Pee eee es ee
me

fe CRISTINO MAZON
A nosotros nos gusta cada dia mds el mal tiempo.
_No pasa tan inadvertido como el bueno. A me-
dida que voy entrando en afios, me voy convencien-
do que no hay nada como el mal tiempo y una sa-
lud_ precaria.
EL REY

Quien sabe. A mi la salud nunca me sirvid de nada.

CRISTINO MAZON
Toda la gente de mi tiempo que gozaba de buena
salud, murié muy joven. Gente descuidada e impru-
dente. No hay nada como la mala salud. Y dime, ¢a
quién has visto por ahi?

EL REY

Hoy hemos andado todos muy revueltos. No sé


por qué. Cuando alguno sale clamando venganza,
todos los demas le seguimos, sin saber por qué. Es
muy duro quedarse solo, sin poder mover un dedo
ni cambiar de postura, sintiendo la humedad en los
huesos. Te digo que es muy duro, muy duro.

CRISTINO MAZON
Aqui sdlo hemos percibido la calma de todos los ©
dias. Todo parece en orden, no veo qué razén hay
para inquietarse.
Ya te lo puedes imaginar, lo mismo de siempre.

CRISTINO MAZON
Yo no puedo imaginar nada. Si pudiera imaginar
algo, seria tan terrible que... no me atrevo a ima-
ginarlo. Debo de tener demasiado miedo.

EL REY

¢De qué tienes miedo si todavia estas vivo?

CRISTINO MAZON
Precisamente. ;Ah, cémo envidio vuestra paz, a sa-
biendas de que ya no queda nada que perder! Lo
malo es que no hay manera de despojarse de cier-
tos apegos, por muy irracionales que sean. Fijate
en Eugenia, ¢qué apego puede tener? Y, ademas,
cuando el miedo se lleva en la sangre, desde mu-
chas generaciones, cualquier motivo es bueno.

EUGENIA FERNANDEZ
Demasiados hermanos bajo tierra. Demasiadas
cruces.
CRISTINO MAZON
La muy perra, qué lengua tiene. La proxima vez
que levantes la voz, Eugenia..., te mato.

86
ee REY

No ees €s0,, por Dios. Weucke. Nie parece que ya


vienen. {Ya vienen! ;No los ois? Ya les oigo cha-
potear en el rio.

CRISTINO MAZON
Son los de a caballo.

EL. REY

Qué vergiienza. ;Qué desastre!

CRISTINO MAZON
¢Cuantos eran?

EL REY

Innumerables. Yo creo que todo el Islam. Y ligeros


como diablos. Yo le habia dicho a Hersault que no
debiamos bajar hasta el rio. Y que por haber Ile-
gado los primeros podiamos disponer el campo a
nuestro antojo. No me hizo caso, Dios sabe que no
me hizo caso. Dios sabe cudntas veces se lo dije y
qué poco caso me hicieron.

CRISTINO MAZON
¢Hersault estaba a tu derecha?

EL REY
Si, con su gente.
i

87
ee See i :TBs, i a reas

_ C€RISTINO MAZON —
‘¢Y a tu izquierda?
EL REY

Onofre San Julian, con mas de mil a caballo, Todos


los de Zamora.

CRISTINO MAZON
|Todo el ejército de Occidente!

EL REY

Y que lo digas. Mas de treinta estandartes. Habia-


mos salido una semana antes de Fuentes de Ofioro,
donde se nos unieron los de Zamora y hasta algu-
nos de mas alla de la raya: Onofre San Julian con
Aaron Lamarca, el converso, y Henry del Lago.
Hersault, Milén de Merodio, el de Vizcaya, y Val-
carce habian llegado los primeros, explorando el
terreno. Dices bien. ;Todo el ejército de Occiden-
te! La flor de la Fe en un paramo castellano. No
me hicieron caso: estaban decididos a dar la batalla
en la margen derecha, para impedirles toda protec-
cién en caso de huida. Luego, no me hicieron caso.
A la madrugada levantamos el campo para formar
la linea en lo alto del escarpe. Y asi se hizo, pero no
vimos un alma; tan sdlo el rio culebreando al am-
paro de los chopos, no se movia una hoja, una ma-
flana entera sin otra musica que el relincho de los
caballos, piafando de impaciencia. Alguno bajé a

88
-abrevar, otros siguieron a los primeros; alguien pro-
puso hacer una internada, cruzando el rio por un
vado que conocia la gente de Valcarce. No sé por
qué descendimos, te digo que no lo sé; no era sed
de agua, tal vez de sombra. El] caso es que, cuando
estabamos con el agua hasta la cintura, salieron de
detras de las colinas, y ya no vimos mas que moros.
Decian que esa gente le tiene horror al agua. Me
gustaria que los hubierais visto. Os digo que hubo
momentos que de mi rienda colgaban media docena
de ellos. Era como segar en Palencia. Y viendo a
Hersault cémo giraba la espada con las dos manos,
de izquierda a derecha, con aquel estilo tan suyo,
erguido, serio e impavido, sin cambiar nunca el rit-
mo para serrar aquellos sarracenos no mas altos que
el maiz del norte, pensé que la victoria era nuestra.
Eran innumerables: primero acabaron con los ca-
ballos. Tuvimos que echar pie a tierra y luchar en
la orilla, tropezando con los cadaveres y haciendo
brotar mds sangre que si pisdramos uvas. Se ha di-
cho que Milén quiso huir. Yo vi cémo lo despelle-
jaron vivo, un poco aguas arriba de donde cayé
Valcarce. Luego Henry y Onofre, todos, todos. Y en
cuanto al fiel Hersault, aquel gigante, que murié
dando pufietazos y patadas, lo arrastraron hasta el
agua, ensartado por una docena de lanzas. Cuando
al fin vinieron sobre mi, ya estaba solo. Desarmado,
tuve que defenderme con las cadenas, atrayéndoles
hacia el agua, donde mis propios hierros me per-
dieron.

89
El discurso de EL REY ess interrumpido ‘poroe“gol.
pes de nudillos en la puerta y la voz de CLARA, pi--
diendo que se le abra.

EL REY

A la mafiana siguiente mi cabeza seguia hundida


en el agua, con la boca y los ojos abiertos, y flotaban
mis pies. De nuevo quise llamarles: «jVolved, vol-
ved a mi! }Hersault, Milén!», pero no obtuve otra
respuesta que el susurro del céfiro agitando las tu-
nicas ensangrentadas. En el mismo punto donde
acabaron con él, yacia de espaldas el cadaver de
Hersault, con los brazos recogidos, semejante a un
erizo que hubiera bajado a la orilla a mitigar su
sed, tantas eran las lanzas que le clavaron. El reino
que gané violando me lo han arrebatado por la vio-
lencia.
EUGENIA FERNANDEZ
Quien tal hace, que tal pague.

CRISTINO MAZON
No te quejes, atin te queda el apetito de venganza.

EL REY

Las deudas, los remordimientos... equé importa


eso? Lo que yo queria era acabar con ellos, con
todos. No os hacéis cargo de lo que es morir a gol-
pes, quedar hundido en el agua, boca abajo, y ver

90
ye eae Se Abe ile l z fy ye NST
es) -
: VEN 2 7 e 5 : BS uy
c6moal término del combate te vuelven la grupa
y se alejan hacia las colinas con la misma indiferen-
cia que si hubieran venido a orinar. No digo ya
exequias, honras ftinebres, un cierto reconocimiento
al valor. Nada, esa gente no da ni cristiana sepultu-
ra. El reino... }

CRISTINO MAZON
Anda, juega. Esas fichas rojas son las de Eugenia
que, al parecer, lleva sangre agarena en las venas.

EL REY

|No sera eso cierto!

CRISTINO MAZON
No lo sera.

EUGENIA FERNANDEZ
Vaya usted a saber. Soy tan vieja que apenas debo
llevar sangre, mora 0 cristiana. La poca que tengo
me la consumen por las noches.

CRISTINO MAZON
Eugenia, ¢por qué no te buscas un empleo?

EL REY
No es tan facil, Cris, no es tan facil.

ot
-EUGENIA FERNANDEZ
A mi ya no me quieren ni para llevar boulay

EL REY

¢Y donde vas a estar mejor que aqui?

CRISTINO MAZON
Bajo tierra, tal vez. Eso lo sabras tu mejor que na-
die. Al menos ves mundo.

EL REY

No te diré. El] mundo que yo veo no ofrece demasia-


das posibilidades a una mujer atractiva. Ademas, me
limito a observar.

CRISTINO MAZON
Algun interés tendra lo que observas.

EL REY

No sé decirte; te digo que me limito a observar,


no a interpretar.

CRISTINO MAZON
Ha de ser un suplicio.

EL REY

No creas; lo que alli se ve no afiade mucha inquie-


tud a la que uno lleva de por si. Por aqui arriba

92
hay algo mas de—zcdmo te diré?—envidia y amor,
tal vez; ignorancia y confort, en realidad.

CRISTINO MAZON
¢Confort, dices?

EL REY

Eso he dicho. ¢Es algo malo?

CRISTINO MAZON
Malo, no... no. Insdélito.

EL REY

Un dia lo comprenderas. Después de la muerte, sin


duda. La muerte, mas que otra cosa, es falta de paz,
Cris. Juicio e impotencia. Esta demostrado que el
primer enemigo de la paz es el juicio. Es una dro-
ga. Se empieza por relacionar las cosas y se tiende
a buscar un principio que las rija. ¢Y si se en-
cuentra? Tu me dirds.

CRISTINO MAZON
Yo por eso me he negado a salir de esta casa. Casi
todos los miembros de mi familia salieron jévenes
de casa con animo de ver mundo y buscar otra cosa.
Parece que no se conformaban con esto. Han muer-
to todos: apenas se sabe dénde estén enterrados:
unos, en el monte; otros, en el extranjero; alguno,
en esa misma era. Te digo que todos los que en un

a
momento de arrebato salen ib casa ‘antes de ie
veinte afios, vuelven—si vuelven—antes de los trein-
ta metidos en un cofre. Cudntas veces les dije:
«Cuidado, cuidado, no salgdis. Es una imprudencia.
Estamos bien aqui. Quedaos en casa conmigo; yo
cuidaré de todos»).

De repente, la puerta (tras ser sacudida y aporrea-


da con violencia) se abre de un golpe y entra CLARA,
que queda en el umbral: habla arrastrando las pa-
labras y equivocdndose con frecuencia.

CLARA

jMientes, Cristino! | Kiristino, mmientes!

Mads de wna vez CRISTINO MAZON 4) EL REY corrieron


a refugiarse en el regazo de EUGENIA FERNANDEZ;
mds de una vez se hubiera podido sorprender a am-
bos acuclillados en el suelo, cubriéndose la cara con
sus sayas; y también de otra guisa, con diferentes
propdsitos.
CLARA ;
De nuevo pretendes engancharnos. Quiero decir,
engafiarnos. Maldito seas. ‘Tu nombre va unido a
la crus de la familia; la memorria de todos los her-
manos esta hablando por ti. Tu padere te estara
mirando, Y Eugenio, su vivo retrato, todavia huye
por el monte, perseguido por tu delacién. Y Joosé
arruga las ultimas voluntades del difunto abuelo

94
tn ten S SS ae i Re:
® -s = ee a x

en una pensién de Zaragoza. Y Carlos, Carlos el


joven, el pueno; Carloss el limpio, sentado en el
camastro de la celda, te mira sin rencor, con las
manos atadas a la espalda. También te mira Sera-
fin: antes de ser fusilado cerca de esta misma puer-
ta, mientras tu repartias con el sargento. Y mi po-
bre Yosen, mi pobre Yosen. :Y no te miro yo?
¢Y Bruna? ¢Y mi madre, antes del parto que tu
odio adelanté? ¢Y el hijo de Clara, donde estd el
hijo de Clara? Lo que tt hiciste, y lo que ti de-
jaste de haser por todos ellos, ¢quién sino tt lo ha
de saldar? Ah, Quiristino...

EL REY
¢Por qué te llama de esa manera?

EUGENIA FERNANDEZ
jLa casa de Cristo!

CLARA
_ Ya estamos de vuelta.

EUGENIA FERNANDEZ
¢Por qué no se ira de una vez?

CLARA

Qué facil hubiera sido olvidarte, mi amor, Fuimos


irresponsables pero nos quedé mucha memoria, mu-
cha memoria. Vamos a ver si tu la conservas.

95
EL REY

Vamonos de aqui, Cris. VAmonos para siempre.

CLARA

Nos hemos citado para mafiana pedirte cuentas.


Joosé tardara atin, es un largo viaje desde Zaragoza,
por todo el valle del Duero. El vaye del Duero, via-
jando de noche y escondiéndose tras las cafias y la
niebla del rio. José, José que llama, gle oyes? Y Se- .
rafin ha prometido salir esta noche, cubierto del
polvo de las eras, y Eugenio, que te trae una rata.
jQué poco dura la alegria! Y Carlos dice que salta-
ra una vez mas—por el mismo sitio de siempre—las
tapias del sanatorio; dice que no necesita quitarse
las vendas para llegar hasta aqui. Y mi hija Bruna,
desde la fonda, por llamarlo asi. gY mi hijo? ¢Qué
sabes de mi hijo? Nadie llegé a conocerle... pero
se nos ha dicho que es su intencién volver por el
legado. Preparate, Kiris, preparate.

CRISTINO MAZON
|Basta!
EL REY,

Vamonos, Cris. Haz las maletas. Vamonos de aqui.

CLARA

Reunidos para siempre, el ambiente familiar. Para —


siempre, Cris. No te dejaremos marcha. Juntos para —
%

96
Sy, eR EG ey i* =

oF oe
PnSichie o ee 2 : ss L Y

siempre, acuérdate de la lampara de carburo. Para


siempre; ya no te dejaremos marcha, marcha,

EUGENIA FERNANDEZ
Parece que se ha ido.

CRISTINO MAZON
|Maldita seas mil veces, Clara maldita!

EL REY

No grites tanto, no sea que te oiga.

CRISTINO MAZON
|Maldita!

EL REY

Vamonos de aqui, Cris. La casa esta en sus manos.


Déjasela. Vamonos de aqui a vivir como pastores.

CRISTINO MAZON
Eso es justamente lo que ellos pretenden. Pero no
me rendiré. E] hastio es cosa mas firme que la ima-
ginacion, mas perdurable. La casa es mia. ¢Qué
culpa tengo yo de haber tenido una familia des-
quiciada? La casa es mia. No porque me apropiara
de ella, sino por haber renunciado a todo lo demas.
La propiedad: eso es lo que vale, eso es lo que aho-
ra andan buscando, desengafiados de su ambicion.
Todo lo demas es fabula.

97
El miedo... ges fabula el miedo?

CRISTINO MAZON-
Es una fabula tan imperfectamente narrada que
merece la pena oirla siempre de nuevo, pero ¢de-
jaremos de padecerlo dondequiera que vayamos?

EL REY

El miedo, los remordimientos... jla eviccion!

CRISTINO MAZON
¢Te parece poco para permanecer sujeto a la casa?
\

EL REY

Qué sé yo, tendria que conocerte mas a fondo: el


apego a la tierra, el amor de una mujer...

CRISTINO MAZON
Pero, ¢qué dices? De qué estas hablando? ¢Crees —
tu acaso que estaria yo aqui de haber padecido algo —
“de eso?

EL REY

No lo sé, tan solo hablo por referencias. Aunque yo


no entiendo lo que es, he oido con frecuencia ha-
blar de ello.

98
Le " oer Se ee 7 ag et > “Sehr cae c: x ei
er ae hig ale SSN = .
5: iat u+ f ie ¥

-* EUGENIA FERNANDEZ
¢De qué?

_EL REY
Del amor, cofio.

EUGENIA FERNANDEZ
Eso es cosa para gente de dinero. A nosotros no nos
habra oido hablar de eso.

CRISTINO MAZON
Qué sabras tu, zorra. Estamos en el siglo xx.

EL REY

Qué tendra que ver el siglo, me pregunto yo. Mi


siglo—que fue mucho mas viril (probablemente
porque la moda ejercia menos influencia)—tampo-
co conocié nada de eso.

EUGENIA FERNANDEZ
¢Entonces qué habia?

CRISTINO MAZON
Ambicién y mansedumbre.

EL REY

Pero ¢de qué estaba yo hablando?

99
; EUGENIA FERNANDEZ
Del amor.
EL REY
En mi tiempo, en cambio, habia pasion, muchos
instrumentos de hierro. Habia herejes y, por do-
quier, el vémito negro. Habia también bastantes vi-
sionarios; un sinfin de gentes y cosas apasionan-
tes. Ahora, a lo que veo, todo es justicia. Protesta y
afan de justicia. Una vergiienza.

EUGENIA FERNANDEZ
Yo no sé nada de eso. Nunca he sentido amor por
nada. En cambio, respeto si, y mucho,

CRISTINO MAZON
cA quién has respetado tu, cochambre?

EUGENIA FERNANDEZ
A mucha gente: a su madre de usted, al Numa.

EL REY
¢Al Numa, dices?

EUGENIA FERNANDEZ
Al Numa, si, al Numa. :Usted no?

ELUREY
Ya lo creo; mas que a mi padre.

100
CRISTINO MAZON
}¥ quién no!
EL REY
Justicia divina, la ley de bronce...

EUGENIA FERNANDEZ
E] fin, el fin...

CRISTINO MAZON
jLa vieja maldicién! Tenemos que vivir nuestra
época.

EUGENIA FERNANDEZ
Nada hay como la edad. ;Juventud de la carne!

EL REY

Resignacién e independencia.

EUGENIA FERNANDEZ
FE] destino manda.

CRISTINO MAZON
Hablad bajo, diablo.

EL REY

Viajar es sofiar.

101
EUGENIA FERNANDEZ
Roer, roer. Hasta las entrafias.

EL REY
|Sofiar, roer! ;Qué dulce ingratitud!

EUGENIA FERNANDEZ
¢Ingratitud? Es la edad, la edad.

CRISTINO MAZON
Mas bajo, hablad mas bajo.

EL REY
No hay que desesperar. No nos podemos quejar: os
aseguro que no hay desgracia tan soportable como
la nuestra.

CRISTINO MAZON
Tampoco hay que dejarse llevar por el entusiasmo,
rey. Prudencia, un poco de calma, y todo pasara.

EUGENIA FERNANDEZ
Yo prefiero sofiar, roer.

CRISTINO MAZON
Tal vez, si tuviéramos qué...

102
EL ‘REY
_ jAh, las campafias de antafio, aquellas mujeres sin
sostén! ,Quién pudiera volver! : ”

EUGENIA FERNANDEZ
¢ Volveria usted?

EL’ REY

Quia. Te aseguro que no. Creo que me encuentro


mucho mejor aqui, incluso entre vosotros. No hay
que engafarse, a nuestra edad no hay nada como
un hogar sin armonia.

CRISTINO MAZON
Hablad més bajo, demonio.

EL REY

Yo sdlo volveria a condicién de morir apufialado de


nuevo. Aquello era apasionante, jaquellos hierros!
jQué pufiales! zSabéis vosotros cémo encontré la
muerte? :zConocéis mi famoso relato? Escuchad...

CRISTINO MAZON
No, no. Por favor, no. Lo conocemos de memoria.
Hersault estaba a tu derecha. Otra vez, no, rey, por
caridad.

103
“EL REY

Escuchad: me mataron como a un conejo. Me ro-


dearon por todas partes y me forzaron a introducir-
me en el agua aborrecida. Luego clavaron en mi
cuerpo una docena de hierros de todas clases. ¢Qué
Os parece?

EUGENIA FERNANDEZ
Antes lo contaba usted mejor.

CRISTINO MAZON
En cambio a mi me parece que ahora lo cuenta
mucho mejor. Mas laconico, pero mas expresivo. Lo
que ocurre es que esa historia carece de todo in-
terés.
EL REY
La culpa es mia; la historia es bella, pero estoy tan
acostumbrado a no despertar mas que indiferencia,
que ya la cuento sin entusiasmo.

EUGENIA FERNANDEZ
Nosotros nunca hemos echado entusiasmo a nada.

CRISTINO MAZON
Hay que pensar en la vejez: el entusiasmo arruina
mucho.

104
ae

Roe a EUGENIA FERNANDEZ - 4

Yo antes ten{a gran entusiasmo por la cama, pero


ultimamente me estoy desengafiando.

CRISTINO MAZON
Mas bajo, Eugenia, mas bajo; cémo te he de decir
que entre gente educada no se debe hablar de cier-
tas cosas.
EL REY
De la fe, es lo’ que yo he dicho siempre. Y mira
para qué me ha servido: estoy tan viejo y tan desa-
creditado que me pregunto si no seré mas que un
simbolo.
CRISTINO MAZON
¢Un simbolo de qué?

EL REY

Un simbolo de la Historia: Annual, el Salado, el


motin de Esquilache, el Memorial Ajustado del Ex-
pediente Consultivo, los sucesos de Asturias, todo
lo llevo en la sangre y me sirve de bien poco.

EUGENIA FERNANDEZ

Para que hierva de vez en cuando.

CRISTINO MAZON
¢El qué? ¢Qué quieres poner a hervir?

105
ees oT | iea

‘EUGENIA FERNANDEZ
La sangre.
EL REY

Pues yo me pregunto si con algo de entusiasmo—y


menos lucidez—este suefio no seria mas llevadero.

CRISTINO MAZON
¢De qué suefio hablas?

EL REY

Todo lo que nos rodea. Parece pendiente de un


despertar. Es demasiado terrible para ser real. Debe
haber un engafio por algun lado, alguien se preo-
cupa de hacernos ver una faz mas siniestra que la
verdadera. ‘Todo esto no es posible, Cris, ¢no crees -
tu?
CRISTINO MAZON
Apenas te escucho. Sé de sobra lo que quieres de-
cir. Por eso no te escucho, prefiero embriagarme.

EL REY

No hace siquiera dos noches alcancé a ver, cerca


del Puente de Dofia Cautiva, un caminante que se
dirigia hacia aqui.

CRISTINO MAZON
‘El muy loco.

106
EUGENIA FERNANDEZ
Algun alma torturada,

CRISTINO MAZON
O un desaprensivo.

EL REY
Te equivocas; Ilevaba una mula bien cargada de
bartulos.

CRISTINO MAZON
¢Qué estas diciendo?

EL REY
Lo que oyes: que llevaba una mula abarrotada de
trastos; que marchaba en direccién a la Sierra y
que cuando le vi estaba a dia y medio de esta
casa.

CRISTINO MAZON
Los halagos, rey, te han hecho perder el juicio.

EL REY

{Qué mds quisiera yo! |Perder el juicio!

EUGENIA FERNANDEZ
{Qué mas quisiéramos todos! ,La madre Cornelia!

107
Pe > SARE >
=" al fi cia

*
4
EL: REY

Paciencia, paciencia. Resignacion.

CRISTINO MAZON
En la resignacién no debe haber grados.

EUGENIA FERNANDEZ
El muy loco.

EL REY
Resignacién e independencia.

CRISTINO MAZON
Algun desesperado, un gesto suicida. No sabe dén-
de se ha metido.

EL REY
Si lo debe de saber.

CRISTINO MAZON
¢Cdémo lo va a saber?

EL REY
Llevaba un plano.

CRISTINO MAZON
¢Un plano? Pero ¢zqué estas diciendo, rey de la
mierda?

108
ne ee
ms . > -

%; Be EL REY
‘Un plano, un plano. Y lo estaba estudiando a la luz
de una lampara de carburo. Se trata de un hombre
bastante joven.

EUGENIA FERNANDEZ
La gracia del sexo... jla flor de su vientre! ;Alla
juventud!
CRISTINO MAZON
De poco le ha de servir.

EUGENIA FERNANDEZ
De nada. La juventud no sirve de nada. Es como
el dinero.
EL REY
Y, por si fuera poco, también he visto al Numa.

EUGENIA FERNANDEZ
jLa lampara de Cristo!

EL REY
El anillo del Seftor.

CRISTINO MAZON
Esta noche estais borrachos.

EL REY
Sera de amargura; de pesadumbre.

109
EUGENIA rennin
O de celos. ¢Por qué no seguimos jugando?.

EL REY
¢En qué terminara todo ello?

CRISTINO MAZON
En nada; no ocurrira nada.

EL REY
En verdad, que si estoy muerto, ¢de qué me es-
panto?
EUGENIA FERNANDEZ
Los muertos sdlo hablan por la boca. Por eso es
mejor dormir.
EL REY
Roer.

CRISTINO MAZON
Con el Numa despierto, ¢quién podra conciliar el
sueno? 4
EL REY
Yo no he dicho que estuviera despierto.

CRISTINO MAZON
¢Qué hacia entonces?

110
2UARL REY.
Estaba justo en el linde; sentado bajo un Arbol.

CRISTINO MAZON
¢Estaba dormido?

EL REY
No, despierto.

CRISTINO MAZON
Entonces... g¢cdmo esta?

EL REY

Igual que siempre. Viejo y sano, Muy fuerte de as-


pecto. Con mas brillo en los ojos.

EUGENIA FERNANDEZ
E] fin, un castillo de naipes, palabra de Abraham.

EL REY

‘Tuvo que despertarle el viajero.

CRISTINO MAZON
¢Y qué estaba haciendo cuando le viste?

EL REY
Se estiraba. Estaba bostezando.

It
wc: Se ee La) i j piesa Oe)
Sy 5 ays

EUGENIA FERNANDEZ —
jLa casa de Cristo! .

EL. REY

Ya, la historia es la transposicion de lo oculto a tér-


minos... mas ocultos todavia. El ser humano, Cris,
el ser humano.

CRISTINO -MAZON
¢Y el viajero?
EL REY

No debe sospechar nada todavia.

CRISTINO MAZON
jTenemos fiesta! Abramos la puerta.

EL REY

Todavia no. Independencia y perdon, he ahi lo que


os digo.
EUGENIA FERNANDEZ

Antes de dos noches, ocurrira la desgracia.

CRISTINO MAZON
¢Desgracia? Ojala aciertes, Eugenia.

EL REY
E] viejo no nos fallara.

112
' whs < Saya e

Bae (EL REY Feat es


También he sabido—alli abajo—que la economia Re.
es la historia solida.

GRISTINO MAZON | Cee ar


E] viejo sabe muy bien lo ae hay que hacer con la oe:
_juventud. Pants

EL REY

Estaba apoyado en el tronco de un 4rbol, con la : puss


escopeta entre las piernas. tits

CRISTINO MAZON | oy
Shs
eLa negra? ¢La que tiene seguro?

" EL REY .
La negra, si, la negra. La que tiene seguro. L:
taba limpiando.

CRISTINO MAZON
!
Apenas habia en lo sucesivo de abandonar el sillén,
arrimado a la ventana y opuesto a la cama. Nunca
mas habia de volver una mirada de interés—a no
ser cuando de tarde en tarde entornaba el frailero
para jugar con la penumbra de la habitacién y, agu-
zando la vista, concentrando el escaso y oriental bri-
No que conservaba, vislumbrar en la sombra la figu-
ra destructora del tiempo, emanacién de aquel rin-
con familiar transfigurado al instante en el no ser
y devuelto por su propia contradiccién al lapso, mas
ilusorio todavia, de la nueva espera—ni hacia la
puerta, cuando Clara (tras depositar en el umbral
la lampara (el pequefio cilindro de plomo ator-
mentado—se diria—por todo el Acido furor de la
montahia, celosa de aquella parte de sus entrafias
a la que habia legado el designio de mantener sus
amenazas), jugando a su antojo con voliimenes y
sombras y el color de los haces, al compas de su sil-
bido) se despojara del camisén de parafina que cayé
al suelo no por obra de un gesto de sus dedos al
desatar un lazo o soltar un tirante, sino en virtud
de aquel nunca ensayado mecanismo de tramoya .

exigido por la misma y copulativa disciplina escé-


nica para la que redondez y desnudez no constituian
mas que dos actos del mismo proceso, para mostrar
el vientre azulado no tanto pletdérico de carne como

115
del Siyeein ‘deelen’a su fruto, al germen corruptor
de una otra carne que, al ser desoida, reclamara en
su defensa el testimonio de su esférica deformidad,
dramatizada en la sombra de la pared—rota en el
testero de la cama—por la (también teatral) artifi-
ciosa y profunda respiracién exagerada por la luz
oscilante del carburo, ni cuando el carruaje tirado
por dos caballerias se detuvo en el erial, al pie de
su ventana, y lo que parecieran dos enmascara-
dos depositaron en el suelo (y sin mas preambulo
subieron al pescante y desaparecieron al trote de
las mulillas, tras un giro impropio de un vehiculo
de tal porte) la camilla. No volvid—bien se lo ha-
bia de reprochar la madre de José—a dirigir la
palabra a sus hijos ni a mencionar sus bienes. Los
titulos de la propiedad, las cartas de pago y—con
toda probabilidad—las pdlizas, las libretas de aho-
rro y hasta el dinero en fajos y monedas permane-
cerian guardados en un cofre de madera, con zun-
chos metdalicos, debajo de la cama. Un dia amanecié
muerto, sentado en el silldn: reducido en sus di-
mensiones y devuelto por la muerte a la andrégina
y expectativa inocencia sin caracter, en el ultimo
infinitesimal e impropio paréntesis de tregua tras
el largo intervalo de furor. También habian falle-
cido sus parientes, habia desaparecido Eugenio—su
primogénito—, Enrique sdélo encontraba consuelo
en el agravamiento de sus males y Clara habia aban-
_-donado a su hija del mismo nombre, dejandola al
cuidado de su presunta hermana. Asi que sin tener

116

}
ae
“que erigirse en cabeza dela renee tanone tras-
Jadé su cama y sus efectos personales a la habita-
cion del difunto, a los dos dias de su entierro.
Como. no conocia la manera de abrirlo—y te-
miendo por su seguridad mientras estuviera ausen-
te de la casa—decididé no separarse de él durante la
conduccién del cadaver, hasta el cementerio de El
Auge. No le acompafiéd realmente hasta su ultima
morada, sino que permanecié a la puerta del cam-
posanto, sentada en el asiento trasero con los pies
sobre el cofre, abanicandose indolentemente en tan-
to su hijo José y Enrique—el enfermo, toda su cara
sumergida en un paiiuelo blanco para protegerse
de los rayos solares—se internaron en el recinto,
tras los sepultureros. Y cuando salieron, no lejos
de ellos pero detrds y a una prudente distancia,
asom6 el hombre de aventajada estatura y rustica
manera de vestir, que ocultaba su cara bajo las am-
plias sombras de un sombrero de fieltro negro. No
esperé a que José subiera al pescante ni que echaran
a andar las mulas como si—conociendo de antemano
el momento, la velocidad y la direccién—supiera con
exactitud que la desventaja le obligaba a no perder
un instante en preparativos y disimulos. En el ca-
mino de vuelta no llegaron a perderle de vista hasta
que la tartana traspuso la puerta de entrada y enfilo
la alameda: como si duefio de ciertos recursos que
solo gozaran de efectividad en la ocultacién fuera
capaz, cuando la tartana tras coronar un repecho
se lanzé cuesta abajo con la confianza de aumentar

117
su ‘ventaja sobre el rezagado, de acortar la distancia
cuando no estaba a la vista para aparecer en lo alto
del horizonte, agigantado por la misma inverosimi-
litud, invicto y jaque, desmedido e impavido como
el involuntario heraldo que a sus espaldas fuera
recogiendo la nube de tormenta que habia de pro-
vocar el panico ante Asmodeo.
Cuando tomo posesién de la habitacién se hizo
subir el cofre para depositarlo en el mismo lugar
que habia ocupado durante tantos afios, bajo el
lecho del difunto. Luego obligé a cambiar la cama
y sus ropas y traslad6é sus escasos efectos personales,
una maleta de reducido tamafio, un devocionario y
una palangana. Pero durante varios afios no habia
de salir de ella, para seguir el ejemplo del difunto.
Sin duda era la tinica persona que quedaba en la
casa que conservaba un conocimiento del poder del
hombre que la merodeaba, cuya sombra—el som-
brero sin pliegues, los pantalones anchos—tantas
noches de luna cortaba el erial en dos para rampar
por la pared en pos de la habitacién que cobijaba
los objetos codiciados. Fue ella la que les previno
contra su poder: a Clara con violencia y reproba-
cién, a Enrique—el enfermo—con malos augurios y
a Cristino con palabras maternales, siempre una
mezcla de lenidad, amonestacién y temor.
La desoyeron todos, cabe decir, a excepcién de su
hijo Cristino, que permaneceria con ella hasta el
dia de su muerte, pero que no la acompafié en su

118
a oor

3 ag | oe
ultimo viaje a fin de no resumir la vigilancia sobre
los codiciados bienes. — ;

* * *

Asi que pronto habian de quedar solos tio y sobrina,


‘0 primos entre si, sin otra compafiia que la del
enfermo, empecinado en preservar su mala salud
entre las toses y el polvo de su reducida y desorde-
nada celda. Los demas, a lo largo de veinte afios no
hicieron otra cosa que abandonar el lugar y la casa,
empezando por aquel Eugenio que antes de llegar a
la paternidad desaparecié para fundar en Region la
otra rama colateral de los Mazon, que no. habia de
tener mas tratos con la que permaneciera alli que
los impuestos por las hostilidades abiertas durante
la guerra civil.
La propiedad (el ambito familiar) carecia de li-
mites; asi lo comprendié cuando a la mafiana si-
guiente el propio Cristino le abrié la puerta: tré-
mula aun, pero firme en su derrotada decisién, ves-
tida de forma casi imaginaria porque sin saber cOmo
debia vestir una mujer allende los falsos limites de
la casa, presumia que la transformacién de la nifia
en heroina antes que otra cosa exigiria un cambio
de indumentos. Abrié la puerta al tiempo que la
observaba con sorna, una falda demasiado amplia
y afiosa que casi le llegaba a los pies, unos zapatos
de tacdn que no habia podido abrochar, una blusa
negra y un bolso de cuero negro que habia encon-

119
Sed EPUB get

3 sae ale
en un Pe de trastos aquella madrugada.ae
No hizo mds que abrir la puerta de dos hojas, am- |
AeP

bas de par en par (como si fuera a pasar un carro)


para quedar en el centro y que en la hasta entonces —
insidiosa penumbra del zaguan se introdujera el
golpe de fuego de la soledad, todo el resplandor
del desierto llameando embargado del silencio ex-
pectante ante su definitivo holocausto. No dijo mas
_ «ya puedes salir»—levantando una mirada furtiva
al peraltado sol de la meseta—y ella salié y cruzé el
umbral y avanzé hacia el erial, el bolso sujeto con
ambas manos y a la altura del pecho como si de él
dependiera su equilibrio, el instrumento que con-
jurara el vértigo de sus pasos ante el blanco vacio
de una decisiédn en el desorden. Y cuando volvid,
no después de la media tarde (con el bolso abierto
colgando descuidadamente de un par de dedos iner-
tes), la sonrisa del sarcasmo se cerré sobre su propia
premonicion, calculada para el tiempo justo—se
podia pensar—que debia durar su fortaleza. No la
quiso ver, sintid su presencia demasiado cerca como
para poder soportarla y eché a correr para subir la
escalera—el bolso cayé abierto en el primer pelda-
nho—y precipitarse en la habitacién del enfermo y
hundirse de bruces en su cama revuelta y en sus
sabanas saturadas de acerbos aromas medicinales y
en su doliente y caliente cabezal, donde rompidé a
llorar; el tiempo justo—también—para que al tér-
mino del llanto—y pasando por encima del dolor,
y sabiendo entonces quiza por primera vez que un

120
ened HN ¥ despierto HORSE & una indepen
dencia bastante para destacarse de un cuerpo ensi-
mismado en su abandono y en la opresién de la
‘soledad, para traer a él la nitida percepcién de una
nueva fuente de congoja—su oido pudiese recono-
cer y contar los pausados pasos del tio Cristino al
subir la escalera'de madera. Sabia que era casi
inutil, pero se incorporé para cerrar la puerta de un
solo golpe con su cuerpo, para apretarla con las
palmas de las manos, con los hombros, con la es-
palda, con la nuca, con los dientes crispados trans-
mitiendo a todo el cuerpo el ultimo y desesperado
mensaje de resistencia—aquellos lugares inermes y
desguarnecidos que,.ante la avalancha invasora, sdlo
cuentan con un hilo de comunicacién por el que es
transmitida la quimérica orden de defensa a cual-
quier precio—en el cédigo de los escalofrios. Sabia
que tal vez era la Ultima mirada de stiplica y la
ultima peticién de ayuda, el Ultimo intento de ex-
traer utilidad y uso de ese deteriorado objeto inuti-
lizado y ocioso hacia el que vuelve su atencién una
voluntad que no quiere rendirse cuando todos sus
recursos han quedado agotados. Nunca habia sido
mas que un enfermo, que sdlo miraba para que en
sus ojos se percibiera la intensidad de su mal. No
recordaba haberle visto nunca: fuera de é1 ni saber
ver mas alla del pafiuelo que habia recogido todo
el extatico estefanino gozo por la instantdnea y pa-
lingenésica recreacién de su agonia, destilada en la
humedad que nunca Ilegara a convertirse en lagri-

12]
mas capaz “de dptcaerarseel dolor siempre a * atente.
No hablaba, no le habia oido pronunciar una queja =
~

en muchos afios, quiza porque la ausencia de la mis-


ma y ultima causa xav’ e€oxhv que impedia al hu-
mor licuarse en llanto, disuadia al suspiro para
articular la palabra. Pero era la ultima prueba, nun-
ca la habia necesitado ni la habria de precisar en
tal medida, en tanto los pasos del tio Cristino de-
nunciaban su llegada al primer rellano. Ni siquiera
era el miedo contra el dolor, sino acaso el silencio
contra la no visién, el desamparo contra la condena
o tal vez nada mas que el contraste entre dos me-
didas, la aniquilacién de una tarde versus la repe-
ticién de una década. No le devolveria la mirada:
«Oh tu, enfermedad, enfermedad, gcuando se-
ras del todo y sdélo mia?»
«Dame esa mano, te lo suplico.»
«Bienaventurada seas, incluso si llegas a des-
horas.»
«Dame esa mano, mirame.»
Pero no se movid, no vio la mano—por encima
del picaporte y mas alla del pafiuelo—, no mas que
la transfiguracién de toda sustancia en el doliente
hedor de su seco, célibe y acerbo y ardiente alien-
to, envuelto y protegido por él, cerrado y auspiciado
por el denso e impenetrable clima de un afio sin
estaciones ni cambios. Y entonces quiso decirselo a
voces, pero en silencio, gritando con los dedos;
cémo ya no podria curarse, cémo la aceptacién del
mal envolvia su figura con la vana, inocua, ligera

122
ae
s nl an BEA EL an eee
; eee pias! sae Fy see! Fett pe
: ales ours del vicario de su yo en la tierra.
_E incluso inclin6 el cuerpo hacia él cuando los pa-
sos sefialaron la legada al segundo rellano y el no
sonido, el no gesto, el no cambio, el momento a fal-
ta de otra cosa tan sdélo ocupado por un tiempo usur-
pador de la accién de la voluntad, denunciaron su
presencia del otro lado de la puerta. Y cuando el
picaporte empezé a girar—como si fuera un servo-
mecanismo independiente de una mano oculta,
adelantado orgulloso de su autonomi{a y su poder
de representacién para poner de manifiesto el orden
automatico e imperecedero (en el Ambito sin limi-
tes) derivado de las leyes del clan (tanto como con-
culcado por la rebeldia de la carne) y hacer entrega
de las clausulas de rendici6n—la misma mano se
cerro y abatié a sabiendas de que el cédigo no acep-
tarfa ninguna respuesta mientras la ensefia perma-
heciera arbolada. Pero era peor que aquello otro—el
acto semisexual—como si su cuerpo careciese de
peso, como si no lo hubiera tenido jamas porque,
carente tambien de confianza (no la podia tener si
no habia tales limites), quedaba a la merced del
giro de una puerta sobre sus goznes, ni siquiera em-
pujada por la mano del otro lado, sino tan sdlo
impulsada por el mismo éter donde habia levitado
el picaporte: no recordaba haberla apretado nunca,
ni haberla sentido en su espalda, en sus hombros,
en su nuca y en Ja palma de sus manos y en la
yema de sus dedos: ni siquiera la habia tocado y
ya era empujada por ella hacia el rincén con el

ees
oat de Aa dominacion myichid mas ‘humillante «€
“insoslayable que aquel otro que abriera la ‘puerta
de su sexo al sérdido-y sarcastico y grotesco aparato.
Ye estaba perdida y por eso comprendia quela casa
no tenia limites por cuanto nunca podria hallarse
a resguardo de aquel levitico, silencioso y aceptado
poder contra el que—la no mirada de Enrique, el
enfermo—no por intimidacién le habian ensefado
a no oponerse. No era personal como no lo era la
puerta ni la fuerza que la hacia girar, apartandola
con suavidad hacia el rincén como si la ingravidez
e involiciédn de su cuerpo sdlo tolerase el leve con-
tacto de una hoja de madera para disuadir a la piel
de toda resistencia, para inculcarle la obediencia a
aquella condicién que debia aceptar siempre—den-
tro de los no limites de la casa—la renuncia a toda
ambicion y todo entendimiento que transgrediera
las leyes del clan. No existian tales leyes, no estaban
escritas ni pronunciadas ni aceptadas, pero si en-
carnadas—y eso lo habria de comprender con el
primer gesto de rendicién—por alguien impersonal
y con un proposito duradero. Era su falta de peso
ante el empuje de la puerta lo que, en secreto, las
enunciaba, lo que—con el crujido de la madera
mancornada al topar con el suelo, el chirrido de los”
goznes—revelaba la presencia de la fuerza imperso-
nal contra la que no polia oponer un cuerpo (0
una voluntad) que recusase la sumisiOn, no tanto
por su encarnacion en el hombre ni en el grotesco”
y oblongo émulo (aquel que ni siquiera participaba

124
y
e
Ss
de las eyes del clan, 1ni jalfiabia formulado, en su
lucha contra el medio) como por la repeticién en
el sonido atono de la misma respuesta de la Pitia,
al advertir que lo dispuesto por el hado no pueden
evitarlo los dioses mismos.
E] enfermo no necesitaba oirlo porque ya lo sa-
bia y, si no era la causa de su enfermedad, al
menos constituia el plus de congoja que afiadir a
ésta; y por eso no habia de responder, al igual que
el yanitor de Delfos, acostumbrado por el cimulo
de oraculos a deducir una ciega y desapasionada
ciencia de la aceptacién y la renuncia. Ni siquiera
observaria cémo era arrastrada: la mano qued6
abierta y Clara (que no habia hablado) calld... no
como antes, sino, en su perplejidad, incapaz de
preguntar y suplicar, tras presentir que al menos—la
misma fuerza que le hurtaba el peso era su mejor
justificacién ante el despropdsito de la renuncia a
la resistencia—podria conservar cierta indulgencia
hacia la debilidad del cuerpo; ni habia de prestar
oidos a su Ianto, a los primeros gritos entrecortados
seguidos del sordo y estertéreo y continuo ronquido
sin acento que constituia toda su respuesta al man-
dato mantico del holocausto: la mano se habia
cerrado sobre su mufieca y ni siquiera le fue preciso
tirar de ella para sacarla del rincén, llevada en vo-
landas por el mismo silencioso y cémplice éter satu-
rado del flujo que en el despertar del apetito disi-
mula su propésito de llevar a término lo dispuesto
por el hado. Al menos no podia ni tenia que protes-

125
Sei tea ai Mare Met is
tar,ni inculpara nadie ni a nada y toda vez que
no existian los limites de la casa no podia presumir
las consecuencias de su conducta ni—mucho me-
nos—sentirse y hacerse duefia de una voluntad. Sa-
lid en volandas, el enfermo no aparté la mirada de
su pafiuelo, la puerta quedo entreabierta y el pica-
porte medio cerrado (en el desdefioso y descuidado
equilibrio confiado a la oxidacién y las holguras
con que el éter victorioso y satisfecho permite des-
cansar a los agentes impersonales que utiliza como
vehiculo de sus designios) y en la habitacién con-
tigua fue despojada de sus ropas (ni siquiera por
otras manos, las suyas propias en obediencia a un-
mandato genérico en el que otrora (en la oscuridad)
se inspiraran las leyes del clan), depositada en el
suelo sobre un montén de mantas y trapos desorde-
_nados y sucios y no tanto sacrificada como ungida
con el pingtie crisma del grotesco y tumido y des-
preciable y enfatico aparato, émulo de su razén de
ser. Fueron varias veces y casi habia anochecido
cuando se levantdé, despertada por su propio ester-
tor: ya no era la ira y menos atin el rencor, sino
una determinacién irreversible, una acomodacién
—mias voluntaria que otra cosa—de su cuerpo a un
designio del hado que a cambio le ofrecia el ejer-
cicio de su voluntad dentro de los no limites de la
casa; habia aceptado, ya podia decir que era duefia
de su no libertad para montar sobre ella—si le ve-
nia en gana—tada una conducta del desprecio, tras
comprender la futilidad de cualquier otra opcién;

126
Ce ee re PP se eee Ot Saree fee

5 Ries
Pes oe O25. a aS Rc Ni as 2x5 Sees

estaba sola en ‘el cuarto trastero sin muebles y atin


_sentia que la mezclade sangre y crisma manaba len-
_.tamente entre sus piernas para secarse y enfriarse
-en las mantas; pero antes de que cesase la hemo-
rragia se levant6, una camisa negra y abierta col-
gaba tan sdlo de sus hombros, se asomé. al rellano
para escuchar el zumbido sin ruido ni origen de la
casa desierta a oscuras, tan sdlo acompasado por los
suspiros del enfermo y el silbido de una lampara.
La puerta permanecia abierta en la misma posicién:
no hizo sino empujarla—aprovechando ahora a su
favor la inercia del éter, antes opuesta—, su sombra
se proyect6é sobre su regazo, su mirada continuaba
clavada en el pafiuelo junto a la boca. Le arrancé-
el pafiuelo de la mano (y la mano crispada desde
afios atrds, paralizada en principio por su desnudez,
fue cerrandose poco a poco por un timido acceso de
pudor) para limpiarse el cuerpo impregnado de san- _
gre, esperma y sudor y depositarlo de nuevo—con
cierto esmero—sobre los pufios cerrados y trémulos
del enfermo, que por primera vez le devolveria la
sibilina mirada de reconocimiento.

Los dias no pasaban por delante de la puerta prin-


cipal de la casa, suspensa en el apatico éter de una
primavera sin aromas ni matices ni despojos, un
estado quieto, inmaterial y casi inexistente tras ha-
ber sido despojado del frio hiemal. Pero alla por

ih.

-
ree
he
=e
~ abril Cristi la abito inane cenranll ‘de- muevo),al <
observar la presencia de un hombre en el erial; en-
tonces bajé y salié por segunda vez, golpeando con —
los sueltos tacones cada peldafio de la escalera para ~
acompafiar sus pasos con todo el vindicativo énfasis,
como para hacer saber el precio que estaba dispues-
ta a recabar por el acto de rendicién. Era ya tarde
y el sol se estaba poniendo y de su figura solamente
cabia distinguir un sombrero oscuro de amplias
alas, unos pantalones demasiado grandes y una Ca-
‘misa sin mangas. Anunciaba el calor. En cuanto ella
salid, el hombre eché a andar en direccién al rio:
ella le siguid, a sabiendas de que era espiada por el
tio Cristino, desde detras del frailero. Y aquella
tarde—o aquella noche—sobre un piso en ruinas
del viejo convento, tratando o queriendo o sofiando
adaptar para si—para un no lejano existir sin do-
lor ni volicién ni rencor ni apetito—la misma aten-
ta adecuacién de su actividad a su existir de un
cielo estrellado a través de las vigas calcinadas, y la
cubierta casi exenta de tejas, pudo comprender la
segunda condicién de una naturaleza sin limites:
no existia la propiedad: no bien fue desnudada (de
nuevo por sus propias manos, agentes de un orden
que para hacer prevalecer sus preceptos no debia
guardar aquel anterior respeto hacia un cuerpo ena- .
jenado por la rendicién) parecié esfumarse sin de-
jar otra sefia—ni el calor del cuerpo, ni el rumor
de una palabra, ni el aliento ni la ausencia del tac-
to, ni la sensacién de su peso, ni la visién en som-

128
ji
ee at G ‘ ~ 7 .
Ah aes a A

brasde sus facciones—que el escozor redolente que


dejé en sus piernas la dura tela paisana, mucho
mas sensible—al agudizar lo segundo—que el vacio
creado por la desaparicién del objeto querido tras
la impostura de su indiferente, grotesco e imperso-
nal émulo,
Volvié aquella misma noche, con el bolso firme-
mente cogido con ambas manos pero la anticuada
y amplia falda descuidadamente sujeta a las cade-
ras y caida hasta los tobillos, los zapatos desabro-
chados. Y cuando, tras pisar el primer escalén, toda
la escalera crujié y en el primer rellano se abrié la
puerta—el mismo éter anoénimo omnipresente en-
volviendo y coartando los actos mas futiles, la mis-
ma carencia de limites cerrando el paso a una Vo-
luntad de poca monta—, cayeron sus brazos, el cue-
Ilo se doblé abatiendo Ja barbilla sobre él pecho,
y cruzé la raya de luz que separaba el medio semio-
paco de aquel otro cada dia mas claro y vacuo al
tiempo que una falda impersonal Rae descolgar-
se de sus caderas.

129
La escena se abre como siempre a la cocina de la
casa de Mazon. La puerta al campo estd abierta y
bajo el dintel, sentada en una silla baja de anea,
Clara esta recostada contra la jamba, con la cabeza
apoyada en ella. Sus brazos cuelgan indolentes y
sus dedos—que casi tocan el suelo—todavia sujetan
el bolso; viste una falda lisa y vieja que casi le cu-
bre los tobillos y calza unos zapatos de salén, con
los botones desabrochados. Es una tarde de calor y
no tarda en llegar—procedente del campo—Yosen,
que se protege la cabeza con un grotesco gorro de
papel de periddico. Cuando se dirige a Clara ésta
apenas levanta la vista hacia él y se limita a respon-
der con los ojos cerrados, sin alterar el continente.
Yosen es un hombre de edad y condicidn indefini-
das que parece quedarse indeciso ante las respues-
tas de Clara, tan intimidado que sdlo se atreve a
replicar tras espaciados silencios. Parece que su ima-
ginacion vuela, de tanto en tanto, hacia otro sitio,
sus palabras tienen el acento de un hombre embar-
gado yy ausente que cuando vuelve sobre si no pue-
de reprimir—pero tampoco dar rienda suelta a—
cietros amagos de cdlera. Por el contrario, Clara
permanece inmutable y sdlo alterard su postura, in-

131
ae 3 , c " a vs , " eA ei Bs

6 oS aegeaea PAMCRARA tae


|
Nolo lograr4s nunca.
_ -YOSEN :
No va a ninguna parte. : te oe

CLARA

_ Nolo busques mas. - Mee


BY,
co =;

Bees YOSEN
No me queda otro remedio. ~ ABS.
= U

iS ma co,No earner

o puedo hacer otra cosa.

Rep CLARA
eee } st cee,
llores. Sis,

ag ,
< et

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7

te
7 \ ‘ aad

Rc Ay 3 5
cae PS ieee ie
i ~ Lia bod
ae

VO:S ENi¥2 Petge te

No puedo volverme atras. No retrocederé. Ni si- —


quiera ante el caiidn frente a los ojos, Yosen no ~
retrocede.
CLARA
No podras hacerlo, aunque quieras.

YOSEN
No pienso quedarme aqui. Ah, este Yosen.

CLARA
No lo asegures.
YOSEN
La gente que atraviesa la finca paga su merecido.
De su diezmo vivis vosotros y, con todo, no tenéis
mds que quejas.
CLARA
Nunca lo agradecerdas bastante.

YOSEN
¢Por qué no te vas?

CLARA
Imbécil, estupido.

YOSEN
Tierra maldita y desierta, ahi tienes tu merecido.
Entiéndelo bien y brama por ello: quieras o no

134
- quieras, Yosen. podra contigo. Con razén veo que
nadie te hace caso. A mi tampoco. :

CLARA
No jures en vano.
YOSEN
Vete de aqui, Clara, yo te seguiré.

CLARA
eA donde? Al monte?

YOSEN
Entiéndelo asi, no volveré atras. Por otra parte,
ecuando he tenido mejor disfraz con que vestir la
falta de coraje?

CLARA
Vete a traer el agua, Cris bajara pronto.

YOSEN

Agua maldita y amarga: siempre hay que buscarte


en la oscuridad. Asoma de una vez y aprende a co-.
rrer, agua putrida, como tu hermana de mas abajo.

CLARA
¢Cuando dejaras de hablar asi?

135
Sas. | *: = EN a nS Sane ey,
oe ed at a

YOSEN 2 Se ae
Si, es posible que un dia Yosen deje de hablar de
esta suerte. Todos muertos. Pero no te engafies,
Clara; también te he visto volver esta noche. ¢Por
qué lo haces? La semana que viene lo buscaré de
nuevo. Y esta vez no faltard el coraje.

CLARA

éNo sera el miedo lo que buscas?

YOSEN

Tal vez: he encontrado tan sdlo un envoltorio con


restos de comida. Reciente. Montafia de Dios, no
te arrepentiras de tus muchas culpas, no.

CLARA
Acuéstate.

YOSEN

Esta noche velaré. Velaré por ti: te espiaré y te


maldeciré, entre pensamientos carnales. Apenas ha-
bra luna, aprovéchala, mi vida sexual toca a su fin.
Si tu te vas, yo te sigo y, sin embargo, si te quedas
_trataré de irme. La semana que viene, a la vista de
esos restos de merienda. Clara...

CLARA
Al fin.

136
YOSEN
Esta noche no lo hagas, te lo suplico. Es la mia. No
te importunaré mds, pero no lo hagas. Clara, antes
de que me oiga: Clara.

CLARA
Repite mi nombre.

YOSEN
Clara.

CLARA
Otra vez.

YOSEN
Clara.

CLARA
Estupido, toda la noche he estado enredada con un
hombre que ha hecho lo que ha querido con mi
cuerpo. Aqui y aqui y en todas partes. Fijate. Tu
nunca podras hacerlo ni saber lo que eso es. Fijate,
mira estas sefiales.

YOSEN

Bien sé que mis preces no son escuchadas, no per-


tenezco a esta tierra y sé muy bien lo que me digo.
No lo hagas esta noche.

137
CLARA.

zPrefieres que vaya’a tu cama?

YOSEN
Clara.

CLARA

¢Vestida o desnuda? No te acerques. ¢Quieres que


vaya desnuda, o prefieres desnudarme tu, empezan-
do por la camisa?

YOSEN

No por eso renunciaré a mis propéositos, tierra desal-


mada, reacia a Yosen, vergiienza de Occidente; ya
te oigo gemir, pero es demasiado tarde para solici-
tar mi perdon, he soportado mucho, mucho, Pero
creo que sera mejor que yo vaya a tu habitacion.

CLARA
¢Para qué?

YOSEN

Es cierto, ¢para qué? Apenas recuerdo otra cosa que


una madre insana y un padre acogido a ultima
hora al fervor religioso para desentenderse de sus
deberes hogarefios. Me preguntardis: ¢qué fue de
Yosen, aquel bienaventurado? Ya os lo diré, llegado”
el dia, pero hoy por hoy prefiero callar, Clara, vivi-

138
7
4
z
ad

é

‘mos un momento
de transicién. Todos muertos.
Asi, pues, por qué lo haces? No puedo dormir
pensando en eso.
CLARA
Esta noche dormirds, te lo aseguro.

YOSEN

Dime: ¢en tus brazos? :Con las piernas desnudas y


enlazadas? ¢Serda al fin cierto que advertiré la llega-
da del dia en los contornos de tu cuerpo al emerger
de la penumbra y no tanto para encastillarse de
nuevo en su ego cuanto para—desafiante hacia la
luz—declarar sin tapujos la unién tanto esperada?
O, por el contrario, zme serd dado una vez mas
hermanar mi soledad a la de la perezosa mon-
_ tafla...?
CLARA

Te callaras de una vez. Este cuerpo no est4 hecho


para ti. Vete por el agua, Yosen.

YOSEN

Voy por el agua. Solicito, pero ensimismado, Yosen


va por el agua.

Entra CRISTINO MAZON.

YOSEN
Agua podrida y fétida, mil veces odiada.

139
CLARA | eoreate
Un par de cubos. : ;

CRISTINO MAZON
¢Dénde estuviste anoche? ¢Has vuelto muy tarde?

CLARA

Enjuagalos bien; cdgela del fondo.

CRISTINO MAZON
¢Con quién has pasado la noche? ¢Sabes al menos
como se llama? zTiene nombre propio? ¢lba ar-
mado?
CLARA

Me ha dejado el cuerpo cubierto de sefiales.

YOSEN

Miserable tierra, despojo de los mares que abando-


naron tu incdmodo lecho: estéril, adultera, abomi-
nable asiento contra natura sin agua. Ya volveras
a mi antes que yo a ti, te lo juro. Ya puedes estre-
mecerte. Os compadezco; no se obtiene ningun
placer, pero si una gran satisfaccién al comprobar
qué pobres son los placeres de quienes nos rodean.
Un cuerpo que sdlo alberga la inquietud necesa-
ria para alimentar el insomnio. Me iré la semana
que viene: alimentos frescos, se anuncia muy buen

140
ve

Se

~ tiempo, voy a llegar alli en el mejor momento del


afio. care

CRISTINO MAZON
Callate de una vez, Yosen.

YOSEN
No hay otro pecado que la tardanza.

CLARA

Esta noche no tardaré.

YOSEN

¢Acaso me va a arredrar el cafidn de una escopeta?


¢Un tiro en el entrecejo? Habladurias. Soy facil-
mente reconocible: el Yosen de siempre.

CRISTINO MAZON
¢Qué hablabas con él?

YOSEN

La fortuna es el miedo. Sin miedo, despilfarro. ¢Se-


rian razones econdmicas las que me trajeron aqui?
Eso dicen, en los centros de ensefianza.

CLARA
Me pide que vaya esta noche a su cama.

14]
YOSEN te fo Ba
Sepulcro de la razon, inverecunda imagen de la im-
pureza que aloja todo yo. No supe hacer caso al
proverbio, no soy un soplo. ¢Acaso no estoy aqui
por no haber sabido callar a tiempo? Os conjuro,
a ti también, tierra despreciable, tan sdlo util para
la oracién. Me voy la proéxima semana. En la calle
central del camposanto, un surtido de alimentos
frescos.
CRISTINO MAZON
¢Estas decidido a ir?

CLARA
¢A dénde?
A CRISTINO MAZON
¢Has traido el agua, Yosen?

CLARA
Vete por los cubos.
YOSEN
Voy por el agua. Pais infausto, raza nefanda, Yo-
sen—camino del pozo—canta tus alabanzas.

CRISTINO MAZON
A la cama.
CLARA
Ah.

142
| YOSEN
Aprovechando el viaje, forzaré los acontecimientos.
Me represento el actual estado de cosas con gran
ee y lo asimilo al momento de desconcierto
yue padece la grey tras la desaparicién de aquel
jue durante afios ha sido su unico e infalible con-
luctor. Asi ha ocurrido con el dinero y asi puede
ycurrir también con el instinto sexual.

CRISTINO MAZON
Noi la dejes entrar.

YOSEN

No la dejaré entrar, no. Me consumiré de deseo,


pero no entrard. La esperaré toda la noche en la
mas acuciante zozobra, atormentado por el deseo
le su carne, pero llegado el momento no la dejaré
intrar. Descuida, déjalo de mi mano. La diré: «No
€ te ocurra entrar, maldita, desecho de burdel, mil
jeces mancillada por propia voluntad. Sdbete de
ina vez para siempre que aqui reposa un hombre».

CRISTINO MAZON
s posible que vengan esta noche.

YOSEN

Yara amenizar la fiesta. Un poco de misica, y a


oder ser barroca. Barroca no, ya me entendéis, ¢a

143
~~ qué alargarnos en explicaciones sabiendo
lo que—
nos espera? Con el traje negro, Clara, con la ca-
misa negra. Abierta. Tus pechos al aire. Cuando«
pienso que se esta echando la noche encima, Una —
noche desmemoriada, Clara. Cuando pienso que se
acaba el dia. Es curioso, en esta tierra sdélo se sabe |
por la luz del sol. Mafana.

CLARA
Sube ahora. :
CRISTINO MAZON ,
¢No habéis oido nada?

YOSEN

Con las ropas negras. Y mientras, todos muertos.


Delicia de Yosen, los alaridos del placer, la unién
de los dos cuerpos en el erial, ante un corro de ca-—
daveres. Tierra abominable, ni siquiera despiertas —
la célera del cielo. La célera del cielo! En com-—
paracion con esta calma, ¢no seria bien recibida? |

CRISTINO MAZON
¢Dices que los restos eran recientes?

YOSEN |
Muy recientes. Pero mds reciente ain—reparad en
lo que os digo—es mi decisiédn. Pondérala, Clara,
y vete de esta casa.

144
- Sube a ed eadtte. oy :

YOSEN

Subo ahora mismo, para esperarte. Solicito—escon-


diendo en su solicitud su humillaci6n—Yosen sube.
No volveré sobre mis pasos, gme ois? Sabia muy
bien lo que cabia esperar al venir aqui. No temia
las sorpresas y, sin embargo, me reconozco un tanto ©
indeciso. Dime, Clara: ¢por qué crees ti que no
doy el paso adelante?

CLARA
Si lo das. Sube.

YOSEN
Sube Yosen.

Lo hace.

CRISTINO MAZON
¢No habéis oido nada ahora? ¢No os parece ver
una luz alla lejos? A la altura de la torre, pero
mucho mas alla. Ahora ha desaparecido. Es posible
que vengan esta noche, pero no iy WASwats ar-
mados.
YOSEN

¢He de esperarte? ¢He de sufrirlo de nuevo? ¢Por


qué, por qué? ¢Acaso no me despojé al venir aqui

145
CRISTINO MAZON
aNe: se ve nada. Absolutamente nada. Bien mirado,
es lo mejor que puede ocurrir.
i> ; 4 : eee Pheri
Eee ea ee ee
Clara, Clara. 5 NU ates

PKS CLARA ye
Es cierto.
‘ KGa
se CRISTINO MAZON uae:
Vamos, levantate ya, Vamos. a sea meg
Se habia marchado por primera vez a una edad
bastante temprana, antes de cumplir los dieciocho
anos, para volver antes de que transcurrieran los
doce meses, con la llegada de los primeros frios. En
aquel lugar, asi como la llegada del calor era ine-
luctable, la del frio parecia fortuita, azarosa y ad-
venediza, mientras los dias benignos se prolongaban
a través de perplejos e indecisos octubres y noviem-
bres en la paciente y aténica espera de los aconte-
cimientos del clima. Se fue con frecuencia, pero
nunca dijo a dénde ni para qué, para volver cada
vez mas ensimismado, flaco y abatido, con la mi-
rada extraviada y un tanto alucinada, siempre en
busca de una pared. La ultima vez estuvo ausente
dos afios y al volver no dijo dénde habia estado ni
qué habia hecho. Sdlo dijo que aquélla era su casa,
que no tenia intencién de volver a abandonarla en
mucho tiempo y que nadie podia arrogarse el dere-
cho de expulsarle de ella.
La mujer llegd en coche, acompafiada- de tres
hombres de aventajada estatura, el cuello envuelto
en un atado de pieles—a pesar del calor—y tocada
con un sombrero en forma de casquete atravesado
por un alfiler de un palmo de longitud. Dijo haber
tardado un afio en dar con la casa y esperd fuera,
junto al coche, mientras sus abogados y represen-

147
; Eilers Jos dencinind= pear al interior a €X-
poner el caso. Traian, consigo una cartera de do- |
-cumentos que abrieron en la mesa de la cocina para
exponer aquellos que demostraran la pertinencia
y competencia de la reclamaciédn y expresaron su
deseo de tratar directamente-el caso con el marido
de su cliente, antes de sustanciar la demanda.
Nada sabia Cristino de tal casamiento, pero en
seguida lo comprendid, al tiempo que algunas acti-
tudes y veladas referencias que nunca habia lMegado
a entender cabalmente. No quiso examinar los do-
cumentos y asintiéd a cuanto tuvieron a bien decir-
le, haciéndose cargo del alcance de las amenazas.
Antes de poner el pie en el primer escalén, com-
prendiéd que habia cerrado con llave. A sus ruegos
_y explicaciones contest6d que nadie tenia derecho a
sacatle de su casa; podian prenderla fuego—dijo—,
pero nadie le sacaria de ella contra su voluntad.
Discutieron por espacio de un cuarto de hora hasta
que los tres individuos subieron hasta la habitacién
para parlamentar con él y hacerle entrar en razon:
dos de ellos—el tercero se mantuvo a la espera, arri-
mado a la jamba—apartaron a Cristino y forzaron
la puerta, bastante endeble, empujandola con los
pies contra la pared de enfrente. La puerta cedid
y los tres se abalanzaron en la habitacién en pos
de Carlos. Con poco esfuerzo le redujeron, sujetan-
dole los brazos a la espalda—su nariz sangraba, su
camisa se desgarré en dos, la mirada antes extravia-
da fija en Cristino, siguiéndole a pequefios giros
\

148
cos RI NES Sols eaten ere enc eater
a medida que era empujado por la escalera aba-
_ jo-y obligéndole a caminar con el pecho y la
_ cabeza adelantados respecto a los pies.
Cuando asomaron en el erial la sefiora salié del
coche y les esperé junto a él; sin que dejaran de
sujetarle le atus6 el pelo de la frente, lé introdujo
los faldones de la camisa dentro del pantalén y,
con un pafiuelo mojado con saliva, traté de limpiar-
le la sangre de la nariz y de los labios. Hizo un ges-
to para escupirla, pero su boca tan sdlo exhalé un
gemido de impotencia, el jadeo de un deseo de
morder coartado por un tirén en la espalda y abor-
tado en el vacio saturado de un perfume intenso.
Sumiso, se dejé arreglar el pelo y acariciar el cuello,
pero cuando estaba desprevenida le lanzé una pa-
tada que alcanzé a la sefiora en la pierna, obligdn-_
dola a retroceder y caer, con un grito de dolor,
sobre la trasera del coche, donde pudo sujetarse a
una aleta para no venir al suelo. Su sombrero se
desprendié y las pieles se descolgaron, y entonces
se vio que era mucho mayor de edad que él, una
madurez no disimulada, sino exagerada por un casi
rustico colorete anaranjado formando dos circulos
occiduos en las mejillas, los labios de color cicla-
men, las cejas casi depiladas y sustituidas por una ~
_ linea mas arqueada y la comisura de los parpados
prolongada en una raya azul. Le insultd, le llamé
cerdo y—con un gesto rapido—se quitéd un zapato
y trato de golpearle en la cara por dos veces; la se-
gunda le alcanz6 en la oreja, cuando Carlos hurté su

149
betes Jos hombros en uses de una precaria pro-—
teccién para su cabeza—desabrochd su camisa des- s
cubriendo todo su pecho; con ambas manos y todos
los dedos agarrotados le arafid repetidas veces (con
la lentitud impuesta por una furia que se recreaba
en la profundidad del surco, en la fuerza de cada
ufia) marcandole desde el esterndn hasta el ombligo
con largos trazos donde asomaron unas timidas y
espaciadas gotas de sangre que con desgana acudie-
ron a presenciar el espectaculo..Con un tono de voz
mas bajo e insinuante, pero menudeando los mis-
mos insultos, le amenazé con otras represalias al
tiempo que, tras extraerlo del sombrero, le acaricia-
ba el pecho y los arafiazos con la punta de aquel
gran alfiler. Se -volvid a encasquetar el sombrero, se
calz6 el zapato y se acomodo en el asiento junto al
conductor, sin prestar atencidn a las maniobras que
se vieron obligados a ejecutar sus secuaces para in-
troducir a su marido entre ellos, en el asiento pos- -
terior, sin soltarle los brazos.
En muy raras ocasiones habian llegado a la casa
telegramas o cartas. Cuando llegé esa vez, dirigido
a Clara, Cristino estaba sobre aviso y en la sospecha
de que Carlos podria aparecer de nuevo en cual-
quier momento, gracias a la visita que efectué el asi
llamado apoderado de su mujer, quien le informd
de la nueva fuga y de la responsabilidad en que
podia incurrir de darle de nuevo asilo en la casa.
Era un telegrama fechado en Zaragoza solicitando

150
aie ae:algin: dinero aiedireccién. devuna
1apen-
sion de la calle de -Esparteros ya nombre de la pa-
_ trona de la misma. Cristino estuvo ausente casi una
semana, una de sus mas largas ausencias de la casa.
Unos dias o una quincena més tarde llegé la otra
comunicacién, una carta con el membrete del mani-
comio de Palencia, informando a la familia del in-
greso en el establecimiento de su pariente Carlos
Mazon, tras dos intentos de suicidio. Clara encontré
al cartero en el camino y aquella noche, como tan-
tas otras, entré desnuda en la habitacién de Cristi-
no. No le fue. dificil encontrar el telegrama y en-
tonces comprendié no sdlo el primer y frustrado
intento, sino tanto el segundo como el largo itine-
rario entre los dos: la primera vez se habia abalan-
zado por la ventana del cuarto de su pension a un
patio interior; la puerta del cuarto presentaba se-
nales de haber sido forzada. :

151
El mismo decorado que en escenas anteriores, con
un cierto desorden que indica una noche mds agi-
tada que lo normal. Es el mediodia: en el suelo, los
restos de un plato roto y las lentejas esparcidas.
Adosada a la pared, junto a la puerta que da al
campo, hay una mochila; en otro punto, un saco
de viaje y un montén de bultos y enseres: un bas-
ton de monte, una escopeta de dos cafiones y una
canana con postas. Al levantarse el teldn, la luz se
introduce a través de las rendijas de los fraileros
cerrados.
Entra EL REY, abre un postigo y la luz del me-
dtodia ilumina la escena. Durante un largo espacio
de tiempo contempla el campo, con aire fattdico y
desanimado, suspirando con frecuencia. Con el mis-
mo sello de abatimiento se sienta ante la mesa y
tira el dado una y otra vez, sobre el cristal del
tablero,
Al ruido del dado acuden los otros personajes.

Og ey
ee Fie ys
St ipa
ree od
ts “ Fee it sau! fe

. gaa a 3 oe ei “ )
, Re teeSteies
1 I lene Hears ESGENA 1
IV
Mh
ee!
iS Saray = es
if
} + ; EERE YS vac

Fl numero, la ley, que: cosas extrafias. Incluso la _


ley de los grandes nimeros, por citar una. Y que el
hombre persista en creer en la influencia del indi--
viduo. Que todavia acttie la fuerza que rige nues-
tros actos. Que todavia haya fe. Un cuatro. Que la
raza humana siga creyendo en un orden dirigido 0
por la razén; que no se hayan echado ya, a estas
alturas, al caos y el atropello, es extrafio. Y ahora
un cinco. ¢No seria mas juicioso encomendarse al
azar donde todo capricho tendria un sentido? _

Entra CRISTINO MAZON.

EL REY
Dime, Cristino, geste juego es de azar?

CRISTINO MAZON . 4. te
No lo sé de cierto.

EL REY
Yo nunca ihe entendido demasiado bien lo ae quie-
_ ve decir esa palabra. S cae

ibe
oy ke vi

CRISTINO MAZON
eCual?
SS By REY eka
a = Bazar, es : Sg
CRISTINO MAZON

_. Ti eras un predestinado y no te estaba permitido


saberlo. Pero después de tantos afios podias haberlo
aprendido, De otra forma nunca sabras lo que es
: Vivir. =e
t-*
*),
EL REY

Asi es, nunca lo sabré. Pero en mi tiempo el azar


apenas tenia importancia, no pasaba de ser una
mera curiosidad.

CRISTINO MAZON
Y asi os fue.

Big EL REY

. No tan mal, créeme. Todo estaba tan determinado


por las faltas y las culpas, que todo el mundo aca-
baba condenado. Era hermoso, au fond. No habia
tanta mixtificaci6n como ahora. Mira, Cris, qué
_ .- dia de invierno: el aire esta tan claro que se dis-
Na tinguen desde aqui los caminos de la Sierra. Como
e brillan, es la pizarra. Y el Monje con su penacho
blanco, gqué mas se puede pedir?

156
Cpe ae -CRISTINO. MAZON
Pee selChelona

‘CRISTINO MAZON
~ ¢Qué clase de azul? es ;

a egi BURY iets ES


Azul... turquesa. ee

CRISTINO MAZON eet eres


ES faaposible, no puede ser. Be

Reese. EL REY eh a
Algo. tenia que decir. Perddén, geudntas, clases de
-azul hay?
CRISTINO MAZON
Aa cielo, azul celeste y azulete.

EL REY
ees
nor [Tirando el da

EL REY a
Los ntimeros que digan lo que quieran: yo me fio -
de la vista. et, Aa

os CRISTINO MAZON
Haces mal. La vista sdlo dice lo que ve. Yo me fio
de los ntimeros, todo lo demas es supercheria. Y los
-numeros anuncian una desgracia terrible con tiem-
po despejado. Dime, ¢se respira paz en el campo?

EL REY

Ah, la paz, la paz... Cristino, qué calma. Todo pa-


rece dispuesto para un hermoso sacrificio.

CRISTINO MAZON
Una noche de fiesta, memorable velada.

ran EL REY
Horas de placer.

CRISTINO MAZON
_Y de locura. j pal

3 EL REY
» Y de esperanza.
> esperanza? No diria yo tanto. —
;
_~
Beate
x

es

s EL REY
2Qué dirias tu? ‘
CRISTINO MAZON
Ya lo he dicho: una velada agradable, nada mas.
Un homenaje al pasado, la tradicion,

EL REY
La tradicién... qué buena palabra. A veces me di-
cen por la calle que yo la encarno. No sé por qué, —
pues en mi tiempo apenas existia. Entonces no cO-
nociamos mds tradiciones que comer cordero por
la Pascua y masacrar los pueblos de la frontera.
Eran tradiciones hermosas y, en cierto modo, ino- ae
centes. Hoy se ha perdido todo eso, ni siquiera hay~-
atropellos. Me dicen que incluso la juventud quie--
re una vida mds digna, mas limpia y mds ordenada.
¢ Todavia mas? Es inaudito. Te estas perdiendo la
mafiana, Cris, una mafiana inolvidable.

CRISTINO MAZON ees:


Inolvidable. :
EL REY
El aire esta tan quieto que se pueden oir los mos-
cones del rio. ¢No te parece que ha elegido la
fecha con mucho tino? i
i

£59
_CRISTINO- MAZ N
84, con mucho tino, | es yee

EL REY
¢Cuando piensa salir?

Peet CRISTINO MAZON jj -


¢Quién piensa salir? _

EL REY

El joven. El joven Alejandro.

CRISTINO MAZON
bute, ‘Tal vez mafiana, antes de que salga el sol.

EL REY

_ -— ¢Para llegar por la noche?

CRISTINO MAZON
O ee mafiana, al amanecer.

EL REY a
No sera tan loco.

CRISTINO MAZON
pail Quién sabe. :Quién puede asegurar que se trata fs
. de una locura? ¢Y si llega?

160
. De sobra sabes que es imposible. No. se trata de
mantener las esperanzas, sino de no despejar las
dudas. Sin ellas, equé seria de nosotros?

CRISTINO MAZON
No me atrevo a pensarlo.

EL REY
jEntonces!
CRISTINO MAZON
Seria el fin, rey, el fin.

EL REY

No puede haber fin, Cris, eso es imposible, tu lo


sabes mejor que nadie. Me lo ensefiaron de nifio.
Tu y yo y toda tu familia y todo el pais y todo lo
que hemos sacrificado y perdido, ¢se puede perder
en una madrugada? Y todo lo que hemos tildado
siempre de locura Di ensonacion, las utopias... ¢se
van a conseguir asi como asi? Comprende que no
es posible, Cris, no podra llegar. Piensa en el Numa
y piensa también que se trata de un hombre joven,
Ileno de entusiasmo.

CRISTINO MAZON
Eso es lo que me abruma.

161
yh sh. Sates
Pierde cuidado, yo telo puedo asegurar: cuando
se es joven, entusiasta, ambicioso y limpio de alma;
cuando se sufre en la carne propia la injusticiay
el desdén; cuando lo mejor de uno mismo se de-
dica a fines generosos, por el bien colectivo y el
imperio de la verdad, por la redencién del oprimido
y la construccién de una sociedad mas equitativa,
entonces—te diré—se esta en inmejorables condi-
ciones para hacer el payaso. Una conducta acertada
y digna sdélo se consigue con la edad y los achaques,
poniendo incluso a contribucién las enfermedades
degenerativas y los vicios heredados, Ese muchacho
no nos causara graves preocupaciones,

CRISTINO MAZON

De acuerdo con lo que dices, nos esta haciendo un


favor.

EL REY

EF]... no sé si me has comprendido, Mira cémo bri-


lla la Sierra, se diria que el Monte echa humo blan-
co, sefial de graves castigos. Todo debe quedar
como esta, hay un orden que nunca se vera com-
prometido, El mal esta en la base de todo, no se
puede .desarraigar. Cris, el estado de animo en el
momento de la muerte es muy importante, quiza lo
mas importante, porque queda para siempre y a
partir de ella ya no hay cambio posible; te lo digo

162
Le yo, que sufro de picores «
en.la‘espalda deade aque- :
~ Los salvajes me clavaron sus puntas de lanza: toda-
via se me seca la garganta cuando, lleno de ira,
~ €ruzo el rio. Te lo digo yo, Cris, que de eso sé algo:
la muerte es tan inalterable como la quinta en que
nos toca servir. ¢Crees tu que queda satisfecho
-aquel que muere con un tiro en el entrecejo? No,
Cris, no, la ira, los reproches, el amor propio ofen-
dido constituyen las garantias de la supervivencia.
El fracaso y el hastio acompafian mucho. Siempre.
Siempre, atormentado para siempre. ¢Qué clase de
redencién cabe? Si un dia lamenta haber nacido,
mas lamentara haber muerto de una forma tan
perra.

CRISTINO MAZON
Y tan perra.

EL REY
Aunque tenga algo de grandeza.

CRISTINO MAZON
Grandeza y sacrificio, cosas que no me interesan
demasiado porque tengo de sobra de ambas. Mi
padre solia repetir: respetemos el orgullo pero ter-
minemos con la vanidad.

EL REY
Tu padre era todo un hombre.

163
cho tiempo. see
¥

EL REY
Ni la lucidez ni la fidelidad. Y, si me apuras, ni la
castidad.

CRISTINO MAZON
¢Eso crees tu? Lo mismo solia decir mi madre.

EL REY

Las mujeres, Cris, las mujeres. A tu padre le per-


dieron las mujeres.

CRISTINO MAZON
Lo mismo decia mi madre. Yo no estoy tan seguro.
Eso acostumbran a decir las mujeres para ocultar
faltas mds intimas y graves.

EL REY

¢Una falta mds grave todavia? ¢A qué habéis lle-


gado en este siglo? Eso no lo sabia yo: a ver, cuen-
ta, cuenta, pormenores..

CRISTINO MAZON
No sé como decirlo. Creo que es el pecado de impa-
ciencia.

164
“GRISTINO ‘MAZON
| la impaciencia, el ansia por lo nuevo, el afin
de distraccién, el apetito de poder, ¢te parece — :
poco? et Be Ss . na
:; é ee EL REY
cy, el origen de todo, el aburrimiento.

| CRISTINO MAZON aoe:


¢Y la envidia? : fee rah Se

BRE S S teen.
¢Y la masificacién? rie

CRISTINO MAZON
ae. eliniinanitaricnio? ¢Qué me dices a” humani-
id tarismo? eY la caridad?

ye EL REY . -
- Peor todavia! . {one eee

CRISTINO MAZON fe
;- Arruinaron a mi familia en menos de cinco afos..
= a familia, la casa! Un padre del Tas se decia que
en fealidad fuscabi una Se vars Lae un ‘ut r¢
afortunadamente malogrado—cufiado que preten-
dia hacerse arquitecto para levantar aqui un arco
de triunfo... y un tercero que queria estudiar eco-
nomia. Asémate a esa ventana y dime qué demonio
puede hacer en esta tierra la economia, Y Serafin,
que quiere aprovechar la guerra para bombardear
la casa. Y un benjamin epiléptico, ante cuyo talen-
to musical toda la familia se rinde. ¢Para qué?
Para caer bajo el fuego del Numa o de quien fue-
ra, tocando el tambor en el limite de Mantua, como
si fuera un granadero. ¢Y Clara? ¢Y su hija? Unas
_perdidas. Dime, ¢para qué sirve una familia?

EL REY

Por muy desquiciada e inutil que sea, una familia


en si no es mala porque tarde o temprano se di-
suelva. Lo malo es que se renueva. Comprender es
perdonar, Cris.

CRISTINO MAZON
Lo unico que yo comprendo es que no se puede per-
donar nada.
EL REY
Desde luego es lo mejor. No sdlo es lo que mas
acompafia en la vejez, sino lo que mas ayuda a al-
canzarla. Observa, si no, al Numa que por no per-
donar castiga a quien pretenda llegar alli.

166
ue:
GRISTINO MAZON
No puede obrar de otra manera: y piensa que lo
hace por nosotros, sus hijos predilectos. Un tiro y
basta. Soy un hombre decente, con una moral muy
estricta. Jamas he hecho nada, ¢quién se atrevera a
decir lo-mismo? No he movido un dedo por alte-
rar el orden de cosas. ¢No ha de estar satisfecho
de mi?
EL REY
Yo reconozco que he hecho de todo. Mucho bueno
y mucho malo.‘Cuando—cifiendo ya la corona—
estaba en mi mano hacer un poco de dafio no lo
pensaba dos veces. Pero hice también algunas
cosas buenas. La majestad consiste en eso: hacer
bien y mal... alternativamente, sin tener que dar
explicaciones. Hacer sdlo una de las dos cosas es
para gente de oficio. No sé si me comprendes.

CRISTINO MAZON
Claro que te comprendo. A veces te crees profun-
fundo—y hasta algo oscuro—cuando por lo gene-
ral eres mas superficial que un topo.

EL REY
Pero en resumen parece que en mi reinado se
hizo mas dafio que otra cosa. Y Jo siento porque
me habria gustado que quedase para la historia
como un reinado mas equilibrado, mas saloménico.
Qué sé yo lo que me habria gustado.

; 167
CRISTINO MAZON —
Si no lo sabes no te lo preguntes.

EL REY
¢Y me tengo que preguntar solamente lo que ya
sé?
CRISTINO MAZON
Mejor. sera que no sepas lo que no te preguntes.
Fl mal, sobre todo el mal...

Entra EUGENIA FERNANDEZ

CRISTINO MAZON
Aqui llega esta desdichada... mi impresién es que
no contara mas primaveras. |Ese inutil de Yosen!
¢De qué estabamos hablando?

EL REY

No me lo preguntes: acerca de vaguedades. A


nuestra edad y con nuestro dinero no hay nada
como divagar. El] mal, el bien, el eterno femenino.

CRISTINO MAZON
Yo nunca he comprendido demasiado bien esa _di-
ferencia. Me parece que la distincién entre bien
y mal sdlo tiene sentido en el ambiente familiar.
Fuera de la familia todo es igual, ni las cosas go-

168 bets
- zanES cardcter ni vale fa pena ‘tstablecer diferen-
cias. En la familia, en cambio, si. Hay hijos y
hermanos como perros rabiosos; hay otros, en con-
traste, que han de sacrificarse toda su vida por
mantener una dignidad y un refugio. En el fondo,
como tu dices, el mal consiste en hacer cualquier
cosa porque todo sale mal. Todo lo que se hace
en este mundo se lleva adelante con dafio. Para
mi eso esta muy claro.

EL REY

Para mi esta claro y no esta claro.

EUGENIA FERNANDEZ
Entonces no esta claro.

CRISTINO MAZ6ON
Tu te callas, perdida. Tienes una boca como un
estercolero. O te callas o cenamos el afio que
viene.
EUGENIA FERNANDEZ
Para la primavera, frutos secos.

EL REY
O para la pascua.

CRISTINO MAZON
Florida.

169
saa a5 & ie aS re pee 4

_ EUGENIA FERNANDEZ
Qué mds da que esté floridao no,
¢
Re oe

CRISTINO MAZON
No te dara a ti, atrevida, cochambre. No me expli-
co por qué razon te sigo manteniendo, montdén de
carrofia, como te he tolerado tantos afios a mi ser-
vicio. No me explico qué placer he encontrado
en ello.
EUGENIA FERNANDEZ
Pues yo si me lo explico ¢y usted, rey?

EL REY

No me pongas en compromisos. Cuando se mezcla


la pasién, yo me lo explico todo; y cuando hay
‘un poco de crueldad, también. Sdélo cuando inter-
viene el interés pierdo la cabeza y se me nublan
los sentidos.

CRISTINO MAZON
Tu también a veces te vas de la lengua. Pareces
un rey de comedia infantil, un monarca matinal.
Si estuviera en mi mano te prohibiria la entrada
en mi casa. Sdlo vienes a desahogar tus instintos.

EL REY
jHijo mio!

170 aa es
Sep - CRISTINO. MAZON -
Me a cuenta, demasiado tarde tal vez, de que
soy demasiado puro. No sé para qué he nacido..
me lo podian haber ahorrado.

EL REY

jInexcusable vanidad! |Consuelos del outlaw!


¢Para qué hemos nacido los demas? ;Para qué
has nacido tu, Eugenia?

EUGENIA FERNANDEZ
Yo qué sé. Para el vicio. O para el ciclo, supongo.

EL REY
}El seno de Abraham!

CRISTINO MAZON
Eso es lo mismo que no decir nada. Rumores,

EUGENIA FERNANDEZ
Demonio, tiemblo como la llama de una vela.

EL REY
¢lan pronto, Eugenia?

CRISTINO MAZON
El momento es lo de menos. Tarde o temprano
menester es ponerse a temblar. Calmate, Eugenia
querida.

171
CRISTINO MAZON
Porque me da la gana.

3 EL REY

‘Vamos, vamos, no rifidais. Fl-sol esta todavia bas-


tante alto. Un dia claro y nuestro hombre no se
ha puesto todavia en camino. Pueden ocurrir mu-
chas .cosas...

EUGENIA FERNANDEZ
La poca carne que tengo y cémo tiembla la conde-
nada.
CRISTINO MAZON
Por eso te queremos cerca. Por eso mismo.

EL*~ REY

Si tanto ha de tardar podriamos echar una par-


tida. aa

CRISTINO MAZON
No conviene distraerse. No nos enfrasquemos en
el juego no sea que nos olvidemos de lo demas.
Es preciso estar atentos. Creo que es mejor ee;
rar, aunque sea temblando. 4
172 i.
CRISTINO MAZON a
Y¥ yo me pregunto, Eugenia ¢no crees que exage-
rast No sé para qué limpias esas lentejas si no
las hemos de comer nunca.

EUGENIA FERNANDEZ
Limpio lentejas por no cantar.

CRISTINO MAZON
jPor.no cantar! El dia que tu cantes... volveran ; ;
las urracas. tae
EL REY ane Weta
Las canciones galantes, las mujeres en camisa. Ah,
mi cabeza rebosa de aquellos recuerdos de otrora
que disipan el ayer para hacer mds confusa la :
vaguedad del hoy. ; ae

CRISTINO MAZON
Silencio, jsilencio!

EL REY se
¢Qué ocurre? <2 eae
CRISTINO MAZON 2
¢No ois nada? . ue

178 vive
4 rs ev

EUGENIA FERNANDEZ
Mi corazon palpitar..

EL REY
¢Arriba o abajo? ?

CRISTINO MAZON
Por doquier.
EL REY
¢ Voces 0 pasos?

CRISTINO MAZON
De todo. De todo. Y rumores.

EL REY

Pero mas pasos que voces, diria yo.

CRISTINO MAZON
Ahora si, antes no.

EL REY

Se pasea por la habitacién.

EUGENIA FERNANDEZ

Parece inquieto.

CRISTINO MAZON
Mas que inquieto, Eugenia, atormentado.

Wh
aa ea Eh REY
_El remordimiento.
cies! “ a i eee

CRISTINO MAZON

EUGENIA FERNANDEZ |
Los bultos. El: bulto sl en una “Wanee
ate

CRISTINO MAZON

a: EL REY . :
también lo vi: un bulto envuelto en una

CRISTINO MAZON
qué he hecho yo, santo Dios, qué he hecho
1 -merecer esta tortura? ae
Sh ee
geen ee Patt

EUGENIA FERNANDEZ.
Un bulto envuelto en una manta. Jen

EL. REY.
¢Ois? Debe estar cerrandolo.

EUGENIA FERNANDEZ
¢Qué llevara dentro?

EL REY
Miedo da pensarlo.

CRISTINO MAZON
Se oyen nuevos pasos.

EUGENIA FERNANDEZ
Tal vez Yosen.

CRISTINO MAZON
eSe habra despertado?

EUGENIA FERNANDEZ
A lo mejor le ayuda a liar el bulto. Un bulto en-
vuelto en una manta. Una manta de pastor.

EL REY
|Terrible incertidumbre!

176


x
CRISTINO on
“Me. resisto a creer que Yosen sé haya epee’
¢Y ese ruido de jergén?

EL “REY

No se me ha escapado. ¢Y ahora? ¢No es el de un


papel arrugado?

EUGENIA FERNANDEZ
Debe ser el plano.

CRISTINO MAZON
¢Qué plano?

EUGENIA FERNANDEZ ~
Un plano bastante grande que ocupa casi todo el
suelo de la habitacion. Se ha pasado la mafiana es-
tudiando y dibujando en él.

EL REY
jEl castigo!
CRISTINO MAZON
¢Dibujando? ¢Cdmo sabes tui eso?

EUGENIA FERNANDEZ
Lo he visto desde la puerta. Dibujando o escri-
biendo con un lapiz.

177
EL REY wa
Cristino, vamonos de’aqui. La hora de saldar nues-
tras deudas y faltas esta sonando ya.

CRISTINO MAZON
_Escucha, rey: hemos pasado por momentos mas
dificiles. No vamos a echar todo a perder por culpa
de esta vieja zorra. ¢Cudando dejaras de entregarte
a los hombres? ¢Dices que el plano es bastante
grande?
EUGENIA FERNANDEZ
Mas grande que esta mesa: lleno de cruces y nu-
meros.
EL REY

Entonces, ¢para qué dibuja?

EUGENIA FERNANDEZ
Preguntaselo a él.

CRISTINO MAZON
Quién sabe si esta haciendo calculos.

EL REY
eCalculos? ¢Cémo es eso?

EUGENIA FERNANDEZ
Calculos de San Benito.

178
a Tt = ; jitee

~- -.-. - GRISTINO MAZ6ON


Mujer, qué cosas dices.

EL REY

@Con qué dibujaba? Con tierras, con carbén?


eAcaso con cenizas batidas con ocre y miel?

EUGENIA FERNANDEZ
Con un lapiz.

“CRISTINO MAZON
¢Grande o pequeifio?

EUGENIA FERNANDEZ
¢E] lapiz? Seria mediano. Asi, mds o menos.

CRISTINO MAZON
¢Negro o de color?

EUGENIA FERNANDEZ
cE] lapiz? Yo qué sé, Seria negro. Si fuera de color
me habria dado cuenta. |Si fuera de color!

CRISTINO MAZON
No cabe duda, es un loco. Ese lapiz lo cambia todo.
No sabe dénde se ha metido. Es un loco, no lo
dudéis.

179-
’ : e A” Ne e) =

EUGENIA FERNANDEZ ——
O un inocente.

EL REY
Un desalmado.

CRISTINO MAZON
Un perseguido.

EL REY
Un poseso, Un monstruo.

EUGENIA FERNANDEZ
No tiene edad para eso.

EL REY
Ese hombre puede ser nuestra ruina. Vamonos de
aqui, va a ser el fin.

CRISTINO MAZON
-_ No sera para tanto.

EUGENIA FERNANDEZ
Ay, quién fuera una nifia.

CRISTINO MAZON
¢Por qué suspiras? ¢De qué te habia de servir ser
una nifia?

180
: EL REY
De nada. A tus afios eso no sirve de nada.

: EUGENIA FERNANDEZ
Por eso suspiro. Si sirviera de algo, en vez de sus-
pirar...
EL REY
¢Qué?
EUGENIA FERNANDEZ
Usted ya lo entiende, no se haga el bobo.

CRISTINO MAZON
Con todo, esa mezcla de bondad y resolucién en la
mirada... no conozco nada peor. A mi dadme gente
a cuyo rostro asome la maldad.

EL’ REY

Eso digo yo: gente mala y, a poder ser, pequefia.


Hombres que lleven consigo la justificacién para
acabar con ellos.

CRISTINO MAZON
Que son ademas los mas naturales. En cuanto sur-
ge alguno con buen aspecto nadie sabe a qué ate-
nerse. Todos sabemos que en la maldad hay limi-
tes, qué demonio. Pero dime tu, rey: ¢qué limites
se imponen aquellos que pretenden y predican

18]
Mey oie
kei ey <i

nuestro bien? Singiaes son iawiceees no cono--


cen el hartazgo. Os digo quela maldad, el egois-
mo y, sobre todo, la envidia, son mas austeros, mas
_ dignos.
EL REY
Todo eso es verdad. Ademas, dicen que no buscan
recompensas.

EUGENIA FERNANDEZ
Pues yo digo que si el joven cree que puede lle-
gar alli, hace muy bien en intentarlo. Yo haria lo
mismo, a su edad.

CRISTINO MAZON
Eugenia, Eugenia Carrofia, nunca te he oido ha-
blar asi. Eso no se puede decir. Me avergitienzas.
Me sube el furor a las ingles. En tales momentos
lo que mds me irrita es que se diga que los sefio-
res se han de medir por la calidad de sus criados.
¢Me oyes? Te estoy hablando. Te repito que eso
no se puede decir. La edad es lo de menos; alli
no se llega y basta, y pensar otra cosa es una ton-
teria. ¢Me oyes?

EUGENIA FERNANDEZ
¢Y si llega?
CRISTINO MAZON
Te digo que no se llega. Y no se llega ee no
se puede llegar.

182
x
nia “| EUGENIA FERNANDEZ
Pero,¢y si Mega? |

CRISTINO MAZON
Vete de aqui, Eugenia, vete de aqui. ¢Quién te ha
dicho que te levantes? Pero ¢no ves que no es asi?
¢No ves que la realidad lo demuestra?

EL REY

Eso es lo que digo yo, jla realidad! Es lo unico


que me preocupa. La realidad, el verismo. Pisar
la tierra, la participacién. Los problemas del hom-
bre moderno, eso es. La realidad: en algo hay que
distraerse.
EUGENIA FERNANDEZ
A mi mas me gustaria distraerme con otra cosa,
pero me callo.

CRISTINO MAZON
Se esta cargando el ambiente. Se va a levantar vien-
to, se avecina una tormenta de polvo, el campo
esta seco a pesar de la fecha. Todo parece indicar
que el sol empieza a declinar. Dentro de poco, el
aroma del salitre, Eugenia... jdel salitre!

EUGENIA FERNANDEZ
Salitre, pédlvora en Cuaresma.

183
cA qué viene eso? oa dices lo primero que |
se te anrel;
EL REY
Te equivocas, siempre dice lo segundo: lo prime-
ro se lo calla porque la chica esta bien educada.
¢Verdad, Eugenia?

CRISTINO MAZON
¢Por qué no se calla usted, rey de la mierda?

CRISTINO MAZON
Ahora ha sido el ruido de una puerta.

EL REY
Sera la puerta del Sur. La del horror.

CRISTINO MAZON
Eso es; se oye de nuevo, Es una puerta terrible.

EL REY
Y lo malo es el dia. {Si al menos anocheciera!

EUGENIA FERNANDEZ
Diria yo que se pone en marcha.

EL REY
Ahora no se oye nada.

184
eS GRISTINO “MAZON
Aguarda. ;
EUGENIA FERNANDEZ
‘Tan pocos afios...

CRISTINO MAZON
jSilencio!

Durante un cierto tiempo los tres observan el te-


cho en silencio que es roto, a la postre, por EUGENIA
FERNANDEZ jugando con el montén de lentejas.

CRISTINO MAZON
|Silencio!

EL REY
Silencio 0 infierno, gqué mds da?

CRISTINO MAZON
|Que os calléis! ¢Habéis oido algo ahora?

EUGENIA FERNANDEZ
Yo, nada.

EL REY

Nada, absolutamente nada.

CRISTINO MAZON
Algo si.

185
3 5A
Riel EL REY.
|Tan poco!
CRISTINO MAZON
Ahora va a mas.

EL REY

Y ahora a menos. Ahora nada. Nada. Ni el galope


de un caballo a lo lejos. Ni el ruido de los hierros;
ni el susurro de los estandartes. Nada. Absoluta-
mente nada.

CRISTINO MAZON
Nada, es cierto. No sé dénde se ha podido meter.
¢Nos estara escuchando?

EL REY

¢Para qué? Nuestra conversacién no tiene el me-


nor interés.
CRISTINO MAZON
Ahora baja las escaleras. De prisa, Eugenia, saca el
tablero, Vamos, rey, a jugar. Este es el momento.
Que al menos nos sorprenda deleitandonos despreo-
cupadamente en el juego. ¢A qué esperas, Euge-
nia, no me has oido? Hay que dar impresién de
tranquilidad, que no crea que nos turba su Viaje.
Hay que disimular. Vamos, vamos, venga el dado,
-un cinco. Y otro para ti, Eugenia, hoy voy a per-
mitirte ciertas cosas. A veces me recuerdas la Euge-
nia de antes.

186

ae
aoe
A
Tte
pie
~ EUGENIA FERNANDEZ
¢La de cuando?

CRISTINO. MAZON
Es igual. Tira. Y otro cinco para el rey. Ya tengo
tres fichas fuera. Un seis. Adelante.

EUGENIA FERNANDEZ
Ahi viene.

CRISTINO MAZON
Tu juega, no hagas caso del resto.

EUGENIA FERNANDEZ
Ahi viene.

CRISTINO MAZON
Hay que embriagarse con el juego. Hasta perder
los sentidos. Otro seis. En verdad que el juego pier-
de al hombre. | ‘
EL REY

Mi voluntad se adormece. ¢Eso qué es?

CRISTINO MAZON
Un uno.

EL REY
Eso es, cuando es un uno, para el rey.

187
MA ry ee NC, | * yo) OAT ee ae

EUGENIA FERNANDEZ
Ahf esta.

CRISTINO MAZON
No contestéis si pregunta algo. Arrimaos mas. Mas
cerca, Todos bien juntos. Asi, muy juntos y unidos.
Tu hazte la sorda.

EUGENIA FERNANDEZ
¢Cémo quiere que me haga la sorda? Usted no
esta en su sano juicio.

CRISTINO MAZON
Entonces, hazte la dormida.

EUGENIA FERNANDEZ
Si me hago la dormida, me duermo. Yo no sirvo
para eso.

CRISTINO MAZON
jLa bajeza de tu cuna! Silencio todos. Al juego.
Un uno, rey.
De entre todas las dependencias de la casa, la me-
nos frecuentada era una vieja cochera al fondo de
un patio que ponia en comunicacién con aquélla,
por la puerta posterior de la cocina, toda el ala
de establos y graneros que cerraba la fachada de
levante. La cochera era la ultima edificacién de
aquel ala, un cuerpo cubico, escaso de huecos, con
cubierta a tres aguas sobre un sobrado. La galera
que alli se guardaba habia quedado arrinconada
desde antes de la Dictadura, para convertirse en
asiento de algunas aves de corral—las menos amigas
de la luz del dia—que la distribuyeron de acuer-
do con un indice clasista, progresando en altura de
acuerdo con la blancura del plumaje: entre la des-
trozada capota, unas lonas podridas que alli rindie-
ron su postrera funciédn protectora, un falso techo
de vigas de madera y forjado de rasilla que se cons-
truyO6 para cobijar trastos inservibles y ciertos ob-
soletos aperos, llegaron a anidar algunos pichones
que, buscando su camino por entre los agujeros
del sobrado, durante algunas semanas que el frio
los expulsaba de sus guaridas bajo el alero, pare-
cian presidir el funebre carruaje con el eburneo,
somnoliento y protocolario despego con que asu-
mieron el servicio de asistencia y vigilancia espiri-
tual que les encomendara un poder receloso de los

189
BP gen
Shots tobe

eee
is
P asee)Say a
Pets Mies
b,
0gse
PS ,
ah, Feet
conejos: y en poco tiempo una islante
capade excremento y plumas y polvoy restos or-
ganicos vino a cubrir el mas aparatoso exponente
de una pasada riqueza con la propia sustancia del
olvido, el sustento de la memoria una vez agotado
el efimero apetito de independencia y su ficticio
poder de regulacién sobre una naturaleza animada
de una voluntad sin designios, reducido de nuevo
a la acumulacién de pruebas materiales de leyes
que, extraidas de la razon, contradictoriamente no
la burlan porque tampoco la conciernen.
Cerraba el patio un portalén por el que cabia ac-
ceder a todo el ala de establos, graneros y coberti-
zoS, sin ser advertido desde la casa, cerrada por
aquella fachada por una pared casi ciega y comuni-
cada con ella mediante una puerta habitualmente
trancada. Apenas se ofa en ella lo que alli ocu-
rriera, pero todos los ruidos sospechosos—los pasos
que se avecinaban, los crujidos de la vieja cons-
truccion con vigueria de rollizos sin desbastar, en-
tristecida por el temporal, los soplos de Mantua y
los ecos del disparo, las carreras y los chillidos de
las ratas—de tal manera se localizaban en aquella
parte poco frecuentada y casi abandonada a su
suerte que un dia, después de la guerra civil, fue
tapiado el enlace entre el sobrado y los desvanes y
la puerta de comunicacién de la cocina fue provis-
ta de una segunda barra de acero que, con la pri-
mera, no habia de ser levantada en los Ultimos diez
o veinte afios. Y aparte de servir como frontera

190
. entre la intemperie y el abriee como ultimo lugar
“de reposo del innumerable y tenaz desecho que an-
tes de pulverizarse adopta para la podredumbre el-
cadtico esqueleto de la sustancia que una vez con-
vertida en mercancia es arrojada para siempre del
reino de la naturaleza y huérfana y derelicta, sin
posible reingreso en ella, disimula su destierro en
la afioranza de las composiciones arborescentes, fue
el ultimo escenario de un juego que, prolongado
en el silencio y la semioscuridad—tras el horror de
las puertas cerradas, como si las voces del otro lado
de ellas mantuvieran su dtona vibracién para alzar-
se con el sonido una vez abiertas—, se habia de
resolver al correr de los afios con las heridas y
venganzas y resquemores de la guerra civil. Habian
jugado por todo el patio, utilizado todos los escon-
drijos, habian compuesto—encaramados a la galera,
aduefiados de un sobrado donde reinaria el altivo,
despotico y no bullicioso espiritu del héroe infantil
al gusto del fin de siglo—la escena tantas veces
ensayada: el desdefioso principe que acepta el -tri-
buto de sus hermanos al tiempo que transige con
el vasallaje de quien ha accedido a su corte como
persona interpuesta por su madre. No era, por con-
siguiente, tanto uno de ellos cuanto el confidente de
Ja madre de José, el soplén a duras penas tolerado
y escarnecido en todas las posibles ocasiones, rebaja-
do en todos los juegos a la condicién mds humil-
de—y sobre todo—frenado en su crecimiento y blo-
queado en una edad aun mas infantil, no duefio

191
todavia de aquella primera voluntad de indepen- :
dencia que, sin elegir la desobediencia, pasa por
encima de ella en cuanto la conducta es dictada
por un sentir propio. No era lo mismo para él, no
era uno de ellos, dispuesto en todo momento a aban-
donarlos y echar a correr en direccion a la casa para
ir a contarselo a su madre. Y tantas veces como
volvia cogido de su mano—y un tanto replegado
tras sus faldas, en silencio y al mismo tiempo pi-
diendo indulgencia para su delacién y buscando el
compromiso que permitiera a su menor edad moral
temerosa de entrar en friccién con el orden supre-
mo, seguir formando parte del grupo a condicién
de que resumiera su rebeldia dentro de lo aceptado
por los mayores—el juego era destruido y exaltado
el afan por una emancipacion frustrada a causa del
talante pusilanime de quien debia ser, de acuerdo
con la edad, su segundo portavoz.
Habia de crecer en una sola tarde—en el aban-
dono y la mutilacidn—y no para sumarse a todos,
sino para distanciarse definitivamente de ellos y
no abandonar la casa ni siquiera en los dias de ve-
rano. Saltaron de la galera y echaron a correr, cada
cual en busca de su refugio, y cuando—poco ducho
en aquellas artes—se detuvo indeciso en el centro
del establo buscando un lugar seguro donde burlar
la busqueda de Eugenio, Carlos el mayor levanté
la mirada sobre el caballete y le indicé con ella
que subiera al sobrado de donde, poco después,
habia de salir con aire triunfal por haber vencido,

$92
Sp ahi So eer hyto ee) +
= pies
Cb oO (ante ; nea a BhERs
gi 28
abe’ Seis

en su propio terreno, a su mas constante y dotado


“rival. Ocurrié dos o tres veces mds, siempre bajo
la protectora mirada de Carlos el mayor—casi vein-
te afios le separaban de ellos, y sdlo en apariencia
ocupado con el dibujo—hasta que embriagado por
el éxito, exagerado por las protestas de Eugenio,
decidié coronarlo con la ultima prueba, buscando
refugio en el cuarto de los sacos donde solamente
se atrevian a entrar acompafiados de una persona
mayor.
Alli, entre los sacos—el denso aroma de un grano
guardado y casi olvidado durante afios, las cascaras
abiertas y los excrementos y plumas y restos de
_pajaros que habian atravesado las mallas para mo-
rir a resguardo de la intemperie—, no pudo medir
el tiempo de la cuenta: se habia hecho la oscuri-
dad y al instante se hizo el silencio, tan extenso y
ubicuo que por un momento no extrafid el mas alla
de las puertas; los establos vacfos vertian su oque-
dad a través de las juntas y grietas de las tablas, y
aquellas puertas y mallas cerradas—tan deébiles y
firmes al mismo tiempo—, tras fundirse con las
abombadas paredes y los combados techos de un
afiejo desvan sin limites, quedaron reducidas al
continuo estertor del vacio—se diria—animado de
ese poder de succidn que atrae al espacio para
arrastrarlo al punto donde aniquilarlo, no interrum-
pido por los primeros timidos pasos que tanteaban
y escudrifiaban su presencia—en el desplazamiento
de Ja conciencia hacia la nada, en el primer sinto-

193
ma del vertigo anterior sl “faieds. en lapercepcion
sin vision ni palabras ni presentimientos de una~
inminente desaparicién tan rapida que el pensa-
miento ni siquiera la asume—sino orientado por el
despertar de una comunidad de ratas y el ajetreo
de sus rituales y mercenarios preparativos para Ce-
lebrar el esperado triunfo de la nada. No pudo
medirlo porque. ya no era suyo, porque nada lo
era—cortada la posibilidad de correr en pos de su
madre—como si el flujo que le impulsara antes a
alejarse de un punto localizado en la oscuridad le
instara ahora a retroceder sobre si mismo tratando
de internar y reducir su cuerpo e incluso abando-
narlo antes de que todo el medio oscuro se apode-
rara de él. Luego sintid que le rodeaban y escudri-
faban, que ni siquiera su pensamiento—investido
del temor—escapaba a su invisible percepci6n, aten-
ta al mas timido de sus gestos; fue trepando, hacia
atras, por un montdn de sacos y viejos cedazos
agujereados y restos de herramientas hasta tropezar
con un collarén en desuso colgado de la pared, sin-
tiendo que cada movimiento suyo era acompafiado
de una acomodacidn del cerco en torno a él: el
timido borbolleo de una masa habitada y sin bri-
lios, animada de la infinitesimal intencién de avan-
zar y ascender y conquistar, el saturnal designio del
oleaje quieto y celoso de simular su poder traicio-
nado por el subito paso de un animal por encima
de su pierna—perdida en la lejania de la oscuridad ~
. y enterrada e inmovilizada (en la plateada y rever-

194

17
: berante y ‘hostil yte conti metalizacién de
‘los nervios que ante el acoso, sabiendo sin ayuda
del pensamiento que le habia sido vedada la huida,
trataban de replicar con la rigidez del esqueleto, el
unico pero inutil e involuntario reducto indestruc-
tible dentro de la postiza imposicién de una carne
indefensa—que habia de sacudir todo su cuerpo
con el furtivo contacto (la ultima percepcidn antes
de abismarse en la pérfida y desganada beatitud,
una vez esfumada la voluntad de resistencia, la os-
curidad transformada en el gel semiopaco donde
una nueva clase de conciencia habia de entrar en
contacto (sin tacto ni ruidos, ni luz, ni peso) con
la totalidad del vacio) de una 0 dos 0 cien o mil ratas
que no invadirian su cuerpo, sino que se introdu-
cirian en él para transportarle, tras desalojar al yo,
al abyecto y creciente y sin limites vacio ocupada
por el otro vacio nacido en su pecho al contacto de
los dientes.
Cuando la luz se hizo—tal vez medié un grito o
una serie de voces separadas por pasadizos y so-
brados, mallas metdlicas y pisos de maedra—maés
densa e intensa hasta precipitarse en un marco ilu-
minado, una silueta sostenia el picaporte: un hom-
bre en camisa, con unos amplios pantalones que
rozaban el suelo y tocado con un sombrero de fiel-
tro sin pliegues, avanzé hacia el montén de sacos,
tomo del suelo el mango de una herramienta y dio
un breve bastonazo en el suelo, Todos los anima-
les echaron a correr, a excepcién de uno que—su-

195

py
bido al sibs del nifio—, dennada fy en
su presa para soltarla por tan somera admonicién,
hizo ademdn de defenderla—abandonada ya por
todos sus congéneres—agitando su hocico-y sus bi-
gotes, lanzando un chillido y mostrando los dientes,
de los que se desprendié una pequefia pieza de tela
impregnada de sangre y con briznas de paja y fibras
de carne adheridas a ella, para, a seguido, emitir
un ronquido en son de amenaza.
En los ultimos dias de agosto de 1938 llegé sahil
nio Mazon a la casa, tras mas de diez afios de ausen-
cia. Llegd en un coche camuflado, acompafiado de
tres oficiales y vestido a partes iguales por la Re-
publica y por la tradicién familiar: unas polainas,
unos leggings y botas negras y un jersey granate de
cuello cerrado que bien podia haber sido tejido en
suefios por una estudiante de farmacia; a la cin-
tura una pistola del 9 largo y en el pecho un estuche
de prismaticos. Apenas repardé en Cristino, le pasé
la mano por la espalda y los cuatro—que parecian
muy apresurados—subieron al sobrado, desde donde
estuvieron oteando con los prismaticos los horizon-
tes de la casa. Antes de abandonarla se detuvo ante
Eugenia, a quien apenas conocia. «Es Eugenia»,
dijo Cristino, con su voz aflautada, «que me ayuda
a mantener la casa en pie». La observé con cierta
maligna y descarada sorpresa, como si se viera obli-
gado a gastar el esfuerzo que habfa ahorrado para
adivinar su cuerpo y su piel bajo las oscuras telas
de su vestido y su delantal, en presumir su puesto

196

Bi E
en la casa y la clasedecompafifa que harfa a su her-
mano, «{Eugenia?», preguntd. Y luego dijo para si
‘Mismo, en tono de interrogacién: «cual sera el
secreto de ese engafio?», como si la pregunta se di-
rigiera a la soledad de aquellas tierras incultas y
baldias, la pétrea inmovilidad del campo y la casa
degradada en el hastio y a los que ni la fugaz bara-
hunda de la guerra habia dé sacar de su atonia.
La guerra apenas visitdé la casa, ni siquiera du-
rante las rigurosas semanas de noviembre, en que
arrecié la batalla en torno al puente. Al paso fur-
tivo de aquellos hombres encorvados, escondidos
entre abrojos y espinos, al casi predatorio pajareo
de los escuchas y francotiradores, vislumbrados en-
tre los desnudos y humeantes y suspirantes setos
como la incolora y peluda masa de un nido aban-
donado y descubierto por la caida de la hoja, suce-
dio la ola de silencio—los. arboles temerosos de su —
corpulencia y entumecidos, el agua estancada ante
una masa de broza y una caballeria muerta y un
camion inutilizado, con el tinte negruzco con el
que disimular una antigua aptitud para correr, y
todo el contenido aliento del campo, traspuesto a
un horizonte mds lejano para hacer mds patente
su humillaci6n—con que un ejército en marcha,
casi siempre oculto y apenas denunciado por un ga-
llardete tras las tapias de un cementerio o un ru-
mor de vehiculos, acompafiado de la asordinada can-
cién que las sernas despojaban de todo timbre, en
el fondo de una hondonada, anunciaba su avance

197
como qeaantade del tan esperado comoo feeeeaeable: -
triunfo. Pasaron cerca de alli y apenas visitaron la
casa, unos cuantos camiones cargados de soldados
y unas columnas a pie, mas alla de la vista y tras
las hileras de los esqueléticos olmos, figuras tan solo
un poco mds erguidas y agrupadas que las anterio-
res enfundadas en las mismas mantas y tocadas con
los mismos pasamontafias de la misma lana, del mis-
mo color neutro, mortecino y calcinado que el in-
vierno y el triunfo, en la augusta y estafiada deso-
lacién de los primeros dias decembrinos, cuando el
instinto de renovacién se preguntaba perplejo si
habria de obedecer una vez mas al estéril orden de
los ciclos.
Unas pocas noches después de que se desvanecie-
ran los ultimos ecos de los disparos en el cementerio
de El] Auge—las cerradas y casi sdlidas descargas
nocturnas, carentes del repique espontaneo de los
combates, acompasadas y atemperadas incluso en el
sonido por la orden precisa con que el triunfo im-
ponia la coda regular a la extinta apoteosis del bu-
Nucio—, llamaron a la puerta de la casa y, al no
obtener respuesta, aporrearon con los pufios y las
armas los postigos de las ventanas. Eran tres fugiti-
vos del ejército republicano, supervivientes de la
brigada de Constantino, que, no habiendo seguido
el éxodo de sus jefes hacia las sierras de Mantua y
el Monje, merodeaban por el valle medio en pose-
sion de sus armas. Pidieron asilo y no tuvieron que
levantar amenazas para que se les permitiera la

198
i:entrada. Sin eparay en unos plates de boas y‘bo:
niatos cocidos y recalentados, trajeron una pesada
caja de madera de embalaje que, arrastrandola por
el suelo, depositaron en la cocina junto a la puerta
‘del patio. Luego, de pie, observando cémo el vaho
volvia a cubrir el caldo de la berza cocida, uno de
ellos expuso a Cristino el objeto de su visita mien-
tras otro vigilaba, del otro lado de la puerta, la
soledad de la noche. Al fin dos de ellos salieron de
“nuevo mientras el que habia hablado observaba,
frente a la mesa de la cocina donde ardia una vela
y se enfriaba el guiso, cémo Cristino paseaba la
ufia de su indice por las grietas de la madera de
color hueso, rellenas de un sedimento de asperon.
Eugenia habia ido a preparar la habitacién, tal
como ordenara Cristino, y cuando regresé a la co-
cina el mismo sujeto—inmodvil su cara y su porte,
sin desviarse un apice de la misién que alli le habia
llevado—quemaba unos pocos papeles en la lum-
bre, sin parar la menor atencién a los platos de
la comida, ya frios. Aguzd el oido, les hizo un gesto
con la mano para que permanecieran sentados y
abrio la puerta para que se dejara oir un largo y_
apagado silbido en dos tiempos y dos notas, de la
misma sustancia datona que la noche.
Apenas le reconocieron, un cuerpo exangiie so-
bre unas rusticas angarillas, cubierto con varias
mantas militares de color lana y marr6n, con listas
blancas, que despedian un intenso tufo a fiebre,
sed y sudor. Tenia los ojos cerrados, la cabeza cat-

199
Ba eee he eg Co oh eee tig por, *

_da sobee un tate 3 una barba Ag aiey re


mejilla y una frente que habfan adquirido una co-
loracién olivacea, con circulos morados, mas inten-
sa que la de los labios entreabiertos. No los abrio
ni cuando lo depositaron en la cama preparada por
Eugenia, en la habitacién de la madre de Jose, que
nadie habfa utilizado desde su muerte, ni cuando
le desvistieron y retiraron los vendajes para exa-
-minar la herida: del espacio intercostal habian des-
alojado la bala—que apenas habia rozado el pul-
mon derecho—con la punta de un machete y la
herida, abierta todavia, no presentaba sintomas de
infeccién. No explicaron mas—tras haber presen-
ciado cémo Eugenia sustituia el vendaje, rociando
la herida con alcohol (y su boca, sin abrir los ojos,
tan sdlo arqueando las cejas, exhalé un breve eruc-
to) y aplicandole unos polvos desinfectantes—reco-
gieron las mantas, deshicieron las angarillas a ha-
chazos y, mientras los dos que habian ido anterior-
mente a buscarle se retiraron arrastrando por el
suelo la pesada caja de embalaje, el tercero—que
era el mas alto—advirti6 a Cristino que la presen-
cia del herido-en la casa habia de ser a todo trance
ocultada, que por ningun pretexto habia de aban-
donar la habitacién y que solamente podria ser vi-
sitado por aquella persona que aportara la mitad de
una tarjeta postal que alli mismo desgarré en dos,
haciéndole entrega de una de ellas. Y previniéndole
de que de no ser asf se atuviera a las consecuen-
cias de su conducta, abandoné la casa lanzando a

200
BAS Roe NZ as ;

Ja oscuridad
del campo
un breve y asordinado sil-
_~ bido en dos tiempos y dos notas, desapareciendo con —
paso quedo. ~ ~
A los dos o tres dias—y como si de repente salie-
ra de su escondrijo, detrds de un Arbol—aparecié
en la casa el doctor Sebastian, con un cabas colgan-
do del brazo; saludé someramente a Cristino y, sin
detenerse ante él, le alargé la mitad de la tarjeta
postal con la misma displicente diligencia con que
el viajero apresurado muestra su billete al portero
de la estacién. Luego pidiéd a Eugenia un puchero
de agua hervida con sal y un cuarto de sabana lim-
pia, «a poder ser de hilo», dijo. Se encerré con el
herido durante mas de una hora, cerré con cuidado
la puerta y—dirigiéndose a Eugenia—dio unas bre-
ves instrucciones respecto al tratamiento del enfer-
mo. Pero antes de que Cristino abriera la puerta,
con la mano en el pomo, le alargé la palma abierta
de la suya, mirandole fija y seriamente a los ojos—
para requerirle la devolucién del trozo de tarjeta
que el otro, atropelladamente, buscé ensus bolsillos
y, con evidente turbacidén, le reintegré. En dias su-
cesivos habia de volver, en distintas ocasiones todas
inopinadas, materializaci6n instantanea de una
nube que aprovechara el recelo ante la lluvia in-
minente para solidificarse en la figura enlutada, con
el paraguas y el cabds, que sin avanzar por el suelo
encharcado, sin edad ni hora, volvia una y otra vez
en miriadas de instantes repetidos por la curvatura
del vacio de la reciente paz, balancedndose en una

201

oN
a?
Sh PS ee Cg Fe ego Re be Poe | or 5 re

acrénica Spice as fatalidad y ‘eee y Te-


confortacién, como el enviado del cielo que, distrai-
damente, cruzara por la ciudad arrasada por sus
crimenes sin reparar en ella a causa de un hilo de
niebla, hasta que un viento frio que era nieve en
la sierra despejé el cielo y, en lugar de él, surgieron
ante la casa dos coches ocupados por militares y
policias de camisa azul que, sin desenfundar las ar-
mas y tuteandole, se dirigieron a Cristino para ha-
cerle saber el objeto de sus pesquisas. Dos de ellos
eran conocidos suyos, sabian cual habia sido su acti-
tud durante la guerra y cual su manera de pensar
y le explicaron cémo, pese a no alimentar ninguna
clase de duda respecto a él, tenian ordenes de regis-
trar todas las casas del valle. Cuando abrieron la
puerta de la habitacién, uno de ellos—que recorda-
ba haber visto de nifio a la madre de José'y sabia
(como se sabia en todo el valle) que ninguno de los
objetos de la difunta volveria a ser usado por un
mortal—pregunt6é quién dormia alli y Eugenia res-
pondiéd que nadie, levantando una punta de la
colcha agujereada para mostrar el desnudo jergén
debajo de ella. No se entretuvieron mucho, y antes
de que se acostara el sol volvieron de nuevo a estar
solos.
En el fondo de la alacena sintieron los ojos, como
si de ellos brotara el estertor. «Ahora estara mas
seguro», le dijo Cris, pasando sus manos por sus
sobacos, «mucho mas seguro». Eugenia le cogié por
los -tobillos y, a pesar de estar tan enflaquecido,

202
4 vaca =
ae es
_ Varias veces le tuvieron que depositar en el suelo
cee! Sine 5 }. en é ., es f i we : as, 3 ee

" para recobrar fuerzas. La ultima le dejaron con el


_tronco. apoyado en la pared del granero, con la
_ cabeza caida sobre el hombro, mientras Cris se ade-
_lant6 a abrir la puerta de la cochera y dejar el car-
buro colgado de una escarpia para alumbrar la
escalera del sobrado. Cuando volvié hasta él habia
_logrado erguir la cabeza y el estertor se habia ace-
lerado, pero la boca entreabierta habia quedado
inmovilizada, sin otra funcién que la de permitir
el escape de aquella forzada y descompensada com-
bustién, exagerada por el miedo a la inminente
lasitud, donde se producia toda la energia que ne-
cesitaba para mantener vigilante la mirada.
«Van a volver», dijo, tomandole de nuevo por los
_sobacos, «tenemos que estar mds seguros». Cruzaron
‘la cochera y le subieron al sobrado, trepando por hy

la escalera a reculadas, cogiéndole Cris por el pecho


y Eugenia tirando de los brazos, sus pies inertes
golpeando en todos los peldafios. Por ultimo lo de-
positaron sobre un montdn de sacos, cubriéndole
con algunos de ellos y con una manta. Descolgé la
lampara de carburo y dijo: «Aqui dormirds bien;
‘mafiana sera otro dia». Y el herido, por primera
vez, pronuncid unos sonidos articulados: «da, ta,
en»), que antes de que se extinguiera el silbido y la
luz opalescente se transformaron. en una palabra
mas inteligible pero incomprensible: «Tarzdn»,
que repitid un par de veces en la oscuridad donde
“quietos, creciendo en esfericidad y debilitandose de

203
ee ee FLT as et ote ALea ke a
ped seat Sasa ee 8B) a, a

; : eS , Cae Baa?
luz, como si congruente con la adivinacion pugna-

to del horror, sus ojos—sin correspondencia con la


palabra—apelaran al recurso de la muerte en el
umbral incoloro del miedo.
A la manana siguiente se habia apagado pero no
cerrado: la rendija de la luz de la puerta abierta
sobre el montén de sacos hizo correr-varios cuerpos
invisibles en pos de las fugitivas tinieblas, pero una
de ellas que atin tratara de defender su botin se
encaré con el intruso mostrando sus colmillos y agi-
tando sus bigotes al tiempo que lanzaba el chillido:
a una patada en el suelo se encaramo hasta su Ca-
beza, reclinada sobre la pila de sacos, como para
cubrir y disimular aquella mitad del craneo que
habia sido despojada de todo pelo y que, desmoro-
nada, semejaba el arrumbado maniqui de un pelu-
quero, que mostrara por el contraste con la mitad
calva el efecto rejuvenecedor del postizo. ;

204
ESCENA V

CRISTINO MAZON
Un seis, la partida toca a su fin.

EL REY
Volved a empezar, sofiad un poco, dijo el poeta.

CRISTINO MAZON
Eso no lo dijo el poeta. Arrimaos un poco mas. :Tu
crees que se atrevera a emplear las armas?

EL REY
Parecia dispuesto a cualquier cosa.

EUGENIA FERNANDEZ
También tiene un cuchillo. Lo guarda dentro. Dey
condido.
CRISTINO MAZON
¢Dénde?

EUGENIA FERNANDEZ
No puedo decir dénde.

EL REY
¢Qué habra hecho de Yosen?

205
CRISTINO MAZON
¢Yosen? Pobre Yosen, la locura le esta. seme dio:
En el fondo no es mas que un fracasado, Se debe-
ria ahorcar cualquier dia de é€stos, no tiene mejor
_ solucién. Esta demostrado que no hay nada como la
fatalidad. A ver si ese joven lo comprende.

EUGENIA FERNANDEZ
éPor qué no le impidié usted marchar?

CRISTINO MAZON
Ah, ¢se trata de eso? Descuida, no seré yo quien
lo aconseje a nadie, A ti te toca, Eugenia; ¢qué te
quedas mirando con la boca abierta? Ni siquiera
pretendo refrescarte la memoria. Es mas, podemos
recurrir al engafio para instarles a subir. Es algo
que llevamos discutiendo mucho tiempo pero—por ©
desgracia—no hemos conseguido ponernos de acuer-
do. Ya ni siquiera recuerdo quién era partidario
de hacerlo. Es lo mismo. La fatalidad no se propi-
cia. Pero hoy, por primera vez en muchos afios,
contamos con un pretexto para estar tranquilos.

EUGENIA FERNANDEZ
éPor qué no le contd usted lo de su madre?

CRISTINO MAZON
¢Para qué, Eugenia, para qué? ¢Tiene algun sen-
tido? ¢Crees tu que tiene algun sentido, rey?

206 .
iS
i fe f 2 es
& 7 hive

oa S55 iE BEY.
Decidme, ¢su madre era Clara?

EUGENIA FERNANDEZ
Si, la €lara.

EL REY
La recuerdo muy bien. Clarita. jQué cuerpo te-
nia aquella criatura! ¢Cdmo decis que se llama?

CRISTINO MAZON
Alejandro, Alejandro Lassa, a lo que él dijo. Es un
ignorante, quién sabe si es verdad. A poco que
supiera no se habria atrevido a ir.

EL REY
¢Por qué no se lo dijiste?

CRISTINO MAZON
¢Qué tenia que decirle? :Que alli est4 la tumba
de sus padres? Todos los pecados de familia, la ver-
glienza de la estirpe, bajo un montén de hojas
secas.
EUGENIA FERNANDEZ
Hablaba mucho del dinero.

EL REY
¢Del dinero? :Qué dinero? Est4 loco. Dile de mi
parte que hace mas de un siglo que la gente lo

207
> Te A

busca y nadie sabe en verdad lo que no hay: un


montén de ruinas, cuatro paredes, la hiedra y el
matorral que han invadido el salén de juego donde
sono el tiro que acabé con su padre. Y su madre,
que en esta habitacién tejia sus primeros abrigos
y... sin embargo lo adivino.

CRISTINO MAZON
Oh... rey, gqué te pasa esta noche?

EL REY
No sé, me entra el desmayo. Estoy harto de ver
siempre lo mismo. La muerte, la muerte, ¢por qué
la juventud se empefia en atraerla?

EUGENIA FERNANDEZ
Es el dinero, rey, no confunda usted.

EL. REY

jIngratos! Cristino, gpor qué no les dices que vi-


vimos en un pais pobre? Diles que tenemos toda
esa suerte aunque no la merezcamos. Diles que
todo cuesta un sentido y que gracias a ello hemos
logrado prescindir de ciertos placeres. Diles que el
orgullo es sdlo una manera de distraerse en la po-
breza: hasta el de este pobre rey que veis aqui
todas las noches, sentado ante la_lumbre, obsesio- .
nado con las llamas donde ve cémo se volatilizan ;
45
las legiones enemigas. Porque en la derrota y en
»
I

i
3
208
ar Ay i x

ia. ‘escasez hay ciertas alegrias interiores (un. poco


-infantiles, es cierto) que no cansan nunca. Diles
eso. Diles que recapaciten, cosa que no podrdn ha-
cer Si se enriquecen. ¢Qué camino piensa seguir?

CRISTINO MAZON
El del Torce.

EL REY
¢Piensa remontarlo?

CRISTINO MAZO6ON
Hasta el Puente de Dofia Cautiva.

EL REY
¢Por qué orilla?

CRISTINO MAZON
Creo que por la izquierda.

EUGENIA FERNANDEZ
jLas 4nimas del purgatorio!

EL REY
¢Y cuando llegue al cortado?

CRISTINO MAZON
Piensa escalarlo. gPor qué me miras asi, Eugenia?

209
RS PL NEG Ny eee
bia AL aaa aie ca

EL REY
iEsta loco, esta loco!

EUGENIA FERNANDEZ
Desdichado.

EL REY

jLocura y vanidad! Ecce tu vulneratus es sicut


nos; nostri similis effectus es. Me pongo a temblar
cuando os oigo hablar asi. Alli esta su tumba, ca-
vada anteayer, si es que hoy se ha decidido a ir y
no muy lejos, colgado todavia del alcornoque, el
esqueleto de su tio Serafin. Y entre las ramas y los
cardos... sus prendas de abrigo y unos restos de
merienda, bastante reciente. Alguna vez el viento
ha arrastrado hasta esta misma puerta los jirones
de una camisa que fue planchada en esta mesa. Asi,
pues, ga qué seguir hablando del dinero? ¢Por qué
no se lo pregunta a su madre? ¢Es que no la oye
agonizar en Zaragoza, atacada por el mal de Pott?
Mafiana, cuando todo esté consumado, ¢a donde va
a ir a pedir explicaciones? ¢Es que no ha oido, du-
rante toda la noche, hablar de la venganza? ¢Ha-
blar de la posesién?

CRISTINO MAZON
Aunque asi fuera, rey, la prueba resiste al tiempo.
Si lograra llegar nuestra condicién no se beneficia=
ria de ello. Al contrario, a causa de la envidia, las
:
P E
210
-recriminaciones y elalegato aAe propia obandis aed
empeorard. Y si, contra lo que él espera, pierde en
ello la vida, z:quién sera capaz de sobreponerse a la
fatalidad?
EL REY
Dile que la pobreza, la resignacion, constituyen
nuestra natural forma de ser. Dile que la riqueza
es una rectificaciédn, un estado enfermizo. Diselo a
Yosen también. También la rebeldia es una enfer-
medad y un lujo todo intento de salir del estado
actual. Habladle del fracaso.

EUGENIA FERNANDEZ
Los vicios solitarios.

EL REY
La podredumbre. :Qué decias, Cris?

CRISTINO MAZON
Decia las cadenas. Nuestra redencidén.

EL REY
¢Nuestra qué?

CRISTINO MAZON
Nuestra redencién, rey. La redencién, ine sabes lo
que es eso?

211
_ 4 ge 7 ky ie’ - 4”
Sy
c } ‘4 Se he RN ‘

Oh REY Re os
Si, pero me lo callo.

CRISTINO.MAZON
Ciertamente, una palabra tan vaga tiene poco sen-
tido para una tertulia de ancianos. Yo mismo solo
con dificultad puedo recordar lo que quiere decir.
Recuerdo—si—que hace afios le decia a Eugenia:
Eugenia, piensa en el linaje humano. Piensa lo
peor. Y si esa palabra cobra algun dia cierto senti-
do, yo no perderé nada: jamas he creido en otra
cosa que en las diferencias entre personas, en la
alcurnia. Y si eso es asi, gqué redencion sera nece-
saria para redimirnos de la primera? Como si todo
el género humano valiera para algo...

EL REY
Si esta tan seguro, ¢por qué no va por la margen
derecha?

EUGENIA FERNANDEZ
Podria acompaniarle el rey, que la conoce tan bien.

EL REY

Y rodear el desierto en lugar de atajarlo. A medida


que se va cobrando altura, la vegetacién se hace
mas densa. A las cuatro o cinco horas de camino
encontrara las primeras hayas. Luego, una cerca

a 4
de piedras a hueso y un alambre de espino que a
-duras penas podra descifrar. Que lo lea con aten-
cion, con mucha atencidén.

-EUGENIA FERNANDEZ
jE1 valle de Josafat!

CRISTINO MAZON
¢Entonces?

EL REY
Entonces necesitara coraje, mucho coraje.

En 1946 volvid a la casa un hijo de Teresa. Afir-


maba que habia logrado hacer en América una con-
siderable fortuna y consumta las noches bebiendo—
cofiac y soplando a ratos, sin ton ni son, por un
‘instrumento de viento. En 1948 volvid acompatiado
de una mujer de pequefia estatura y grandes ojos
saltones, muy pintada de colorete y de la que se
decia en la casa que era una perdida. Se acomoda-
ron en la habitacién de la madre de José y a las
ocho semanas de estar alli fueron hallados tendidos
en la cama, con vestidos y calzados de calle, enve-
nenados con conac y veronal. De Clara se supo que—
habia.contratdo matrimonio en tierras de Levante
y que tanto ella como Bruna se dedicaban a la pros-
titucion. s

pale)
‘Silencio, silencio. en no se rade escuchar. cs

CRISTINO _MAZON
sCudntos han venido?

EL REY

Por lo menos media docena.

CRISTINO MAZON
Apenas se les ve.

EUGENIA FERNANDEZ
Estaran escondidos. No quieren salir de miedo a
que no ocurra nada. Se esta retrasando mucho. Me
“parece que les oigo temblar entre las cafias del rio,
con el oido pegado al agua...

CRISTINO MAZON
Parece que alli brilla algo, muy lejos.

EUGENIA FERNANDEZ
- La fortuna.

EL REY
¢La fortuna?

214
ROR Rr et TN RR aR oe ek et hae

CRISTINO MAZON. uae


-O la guadafia; 0 la espada de San Martin, O la isla Berk
de San Barandidn. O la escopeta del viejo. Quién |
sabe.

EUGENIA FERNANDEZ
Quién sabe. :No se oye un silbido?

CRISTINO MAZON
Yo no oigo nada.

EUGENIA FERNANDEZ Bian


Me parece que ahora se oyen pasos.

CRISTINO MAZON
Tu imaginacion. ¢Qué se oye, José?

JOSE MAZON
Nada cerca.
CRISTINO MAZON fh

Alguna rata.

EUGENIO MAZON
No hagais eso conmigo. Una vez esta bien, pero no
mas. No mas, no mas, nunca mas.

215
peal, yn

“EL REY*-
*

Dentro de poco dardn las seis. Antes de media


hora empezara a clarear. Esto no me gusta nada,
Cris, nada. .

CRISTINO MAZON
¢Acaso me gusta a mi?

EL REY

Fijaos qué calma. No se mueve nada, todo esta tan


quieto que ni se siente la sierra. Es terrible.

EUGENIA FERNANDEZ
E] frio que hace.

EL REY

El frio se aguanta bien, lo malo es la incertidum-


bre. ¢Qué estara haciendo el viejo, por qué no dis-
para?

CRISTINO MAZON
Quiza Alejandro no ha tenido tiempo de llegar,
quiza no haya sabido encontrar el camino.

EL REY

Ha tenido tiempo de sobra. Hace tres horas que


deberiamos estar durmiendo. ~

216 3 |
Ss ce Jost ‘MAZON
{Callad! -
EL REY

Nunca ha tardado tanto. El afio que més se hizo


esperar, ¢os acordais?, fue el 27, en plena Dictadu-
ra de Primo de Rivera, con el asunto de aquellos
belgas. A mi me han asegurado que trajeron unos
aparatos y levantaron un plano de todo el monte,
a escala cinco mil.

-CRISTINO MAZON
De poco les sirvid.

EL REY

Vete a saber. A mi me han dicho que uno. logré


escapar con el plano a su tierra. Y que alli espera
el momento de volver.

EUGENIA FERNANDEZ
Pues yo he oido decir que se metiéd en un con-
vento. ;
EL REY
Pero se pudo meter con el plano. Una cosa no i
quita a la otra. Parece que en los conventos no esta
prohibido entrar con planos,

CRISTINO MAZON
En algunos si.

217
f

’ < EUGENIA “FERNANDEZ, 4-150 oe eo


Pero, como tampoco se’ puede salir, de nada sirve —
entrar con un plano.

i EL REY
Yo creo q que en los conventos de aquella tierra se
puede salir.
CRISTINO MAZON
¢Con planos también?

EL REY
Eso ya no lo sé.
JOSE MAZON
jCallad de una vez! En aquella tierra apenas si
hay conventos.

CRISTINO MAZON
Calla tu y observa con un poco de atencién, ¢A qué
crees que has venido aqui?

REO REY

Creo recordar que a los belgas los liquid6é a eso de


las dos. Primero soné un disparo y al cabo de un
cuarto de hora o cosa asi, un cuarto de hora inol-
vidable, fueron dos muy seguidos y certeros. No le
cost6 mas tiempo al viejo, lo recuerdo como si fue-
ra hoy, en plena Dictadura de Primo de Rivera.

218
t ~
‘5 GRISTINO MAZON
say. quiénes mas han venido?

EL REY
Han venido José y Carlos, desde Zaragoza.

CRISTINO MAZON
Eso ya lo sé.
EL REY

Y el tal Lassa, el padre. ‘También se ha visto a Cla-


ra y a la pequefia Bruna, que andan cerca del rio.
Y mucha gente de los alrededores. Hay mucha ani-
macion, si, mucha animacion.

YOSEN

El mundo que vivimos no es real, le damos dema-


siada importancia al tiempo. No me gusta ser ra-
cional ni amo lo que quiero. No comprendo el or-
den ni las leyes y es justo pensar que morimos to-
das las noches, no hay otra continuidad posible.
En otras palabras, solo creo en lo fugaz.

CRISTINO MAZON
Se diria que algo se agita.

EL REY
Soy yo que me estremezco.

219
ij 0G i

CRISTINO MAZON
Digo mas lejos. R

EUGENIA FERNANDEZ
Un frio terrible, debe estar amaneciendo.

EL REY

No es posible, gcOmo vamos a tolerar eso?

CRISTINO MAZON
¢Qué vamos a hacer? :Cémo vamos a evitarlo? He-
mos pasado por todo, incluso por nacer. ¢Qué auto-
ridad nos queda para protestar ante una arbitra-
riedad mas?
EL. REY

jQué desastre! Tenemos que hacer algo. Cris, tu


eres el Unico que puede impedirlo a estas alturas.
Es injusto, Cris, muy injusto: algunas veces me
veo tan viejo, tan vapuleado y achacoso que no
puedo reprimir cierta ternura al considerar mis
faltas. Y me digo también que algun valor debo
tener cuando tanto se ha cebado el destino con-
migo. Y contigo también, Cris. No te pido que te
llegues hasta alli para impedir este atropello y tan
sdlo me conformo con oir el disparo, gcomprendes?
Lo demas es tolerable. Nos basta con el mentis
para perdurar en el desengafio. Mira, la escopeta

220 a
| de tu padre esta todavia en el desvan, Por qué no
ble.pegamos un tiro a Yosen antes de que amanezca?

EUGENIA FERNANDEZ
Aqui no hay quien pare de frio.

JOSE MAZON
jGerrad esa ventana de una vez!

EL REY

Solamente nosotros sabremos que el tiro ha partido


de aqui y nadie nos sacard el secreto. Alejandro no
podra demostrar nada y nosotros seguiremos espe-
rando... humildemente.

EUGENIO MAZON
¢Queé ocurre nada, por qué no asi de ti para mi?
¢Queé nos lleva atras? Decidme lo que pretendo,
reconoced de una vez lo que no soy.

JOSE MAZON
Hasta cudndo? ¢Hasta cudndo habrd que esperar?

CRISTINO MAZON
Muy poco ya, José. No perdais la paciencia. En
cuanto claree el dia os podréis mcs por donde
habéis venido.

221
Aa Mat SACS RE OR We |ON
; ‘CLARA MAZON
¢Y si le ha ensefiado el camino para librarse de
nosotros?
JOSE MAZON
"Tal vez, ya lo veo: es el fin, También nuestra su-
pervivencia esta en sus manos. La primera victima
fui yo, el primogénito, otro descarriado, enfermo de
colico y echando a perder colchonetas en los barra-
cones de Marruecos. |El primogénito! Cada vez que
ofa unos pasos en el corredor me echaba al suelo a
cuatro patas para ver si debajo de la puerta apare-
cia la carta de mi padre que tanto esperé. Ahora lo
veo todo claro, ahora que concluye: te veo en aque-
llos dias, en esta misma cocina, quemando la carta |
y mis sefias en ese fogdn; y luego veo unas gafas
rotas y veo a mi padre abriendo todos los cajones-
y metiendo las narices y leyendo uno a uno todos
los papeles, pegados al ojo. Todo eso lo veo ahora
por primera vez, al cabo de tantos afios. ¢Y qué fue
de Eugenio, aquel gran soldado?

CRISTINO MAZON j
Su padre le repudid. También renegé de ti, José.
c
JOSE MAZON xpk
Ya lo sé, pero ¢acaso olvidas que un dia puso su_
diestra sobre mi cabeza? 4

222 .2
4 4
2
x

pee

oe -CRISTINO MAZO6N_ fee


¢Y Jacob?
JOSE MAZON
Precisamente, no hay revocacién. Y por eso le veo
llorar arrepentido, abandonando la casa con el pre-
texto del animal para no soportar tu presencia,
También te veo a ti en la oficina de teléfonos de
Region tratando de comunicar con Zaragoza; es
mas, te veo coger el tren en Macerta y esperarla a
ella en la estacién para conducirla a la pension de
no sé qué calle. ¢Acaso no lo veo? zY no te guar-
daste lo que era patrimonio de todos? :A qué traer
ahora la memoria de Rubén? Di, equién se subid
a su lecho incestuoso? Dilo, atrévete a decirlo. Di,
¢quién abuso de su propia impotencia?

CRISTINO. MAZON
¢Y no es cierto que el dia esté asomando?

JOSE MAZON
Maldito, has mandado alld al hijo de Clara para
acabar con nosotros. Las fuerzas que he acumulado
noche tras noche se desvanecen ante esta insoporta-
ble claridad; parece mentira, en invierno, jqué ma-
mera de amanecer! ¢Ha llegado el momento de
lamentarse? 2A qué llorar, Clara? Dentro de poco,”
peste. Ni siquiera lagrimas para lavar la afrenta, ni
papel para presentar la reclamacién en debida for-

225
“ae

ma. Ahora mismo te estrangularia, Cristino, con


estas manos que ya no tengo. Ahora mismo.

CARLOS MAZON
Vamonos ya, José, Es inutil esperar mas. No te
amargues tus Ultimos momentos. Mejor dicho, tus
postreros momentos.

JOSE MAZON
¢Y a donde vamos?

CARLOS MAZON
éY lo preguntas?

JOSE MAZON
Alli no, Carlos, cualquier sitio menos alli.

CARLOS MAZON
Se acaba pronto, hay mucha humedad.

EUGENIO MAZON
Lo terrible es que uno no se pueda mover. Pero yo
confio que de ahora en adelante no nos daremos
cuenta.
CARLOS MAZON
Ciertamente. Vamos, Bruna, no te digo que beses
al tio José. No te lo digo, no. Criatura. En fin, no-
sotros nos vamos: conciencia y humedad.

224
SS GN AY clases ees
es Fe ae et “jJosk MAZON
Yo también me voy. Adids, Eugenio. Adids a voso-.
tros. Adids, Eugenio. Me voy con Carlos, todavia
esta oscuro. No te retrases, procura que no te coja
el dia. Me voy con Carlos, llevamos el mismo cami-
no y asi vamos charlando, charlando, charlando...

CRISTINO MAZON
¢Por qué no cierras esa ventana? Nos vamos a pe-
lar de frio.

EL REY

Todo mi ser, lo poco que queda de mi ser, vacila.


He vivido muchos afios pendiente de este momento
y no crei nunca que seria tan malo. Cris, gno po-
drias persuadir a Yosen para que se pegue un tiro?
Si ha de hacerlo un momento u otro, gpor qué no
ahora? ¢Te parece oportuno que se lo diga yo?

CRISTINO MAZON
Lo unico que me parece oportuno es el fin. Yosen
te seguira pronto de buen grado... pero sin prisa.
Mira el horizonte, rey.

EL REY
jSupremo Dios!

225
EUGENIO MAZON
Vamos, rey, esto ha concluido, En parte me alegro,
Cris, ya ni siquiera os queda el pretexto del miedo.
Antes el viejo contestaba siempre: ¢verdad, rey?,
everdad, Cris? Concedido: ahi os lo devuelvo con
una bala entre las cejas. No llores, Clara. Conce-
dido el derecho a que sigdis en la miseria, concedi-
do el derecho a la resignacién. Pero ahora ni si-
quiera eso: la sentencia la llevamos tan en la san-
gre que el Numa considera innecesario volver a
fallar. ‘Tu hijo, ¢qué es lo que habra conseguido,
Clara? Adquirir la certeza de su indignidad, Re-
nunciar a una duda inutil. Vamonos, Clara.

CLARA MAZON
No ha sido él, Eugenio, le conozco muy bien. Ha
sido Cris, el mismo de siempre. El fue quien se
encaramé al lecho semimaterno. Fue él. Fue él
quien golpeéd a Carlos y quien lo denuncié a su
mujer. Carlos quiso defenderme y él le golped en
la cabeza, con el atizador, dejandole inconsciente;
y cuando despert6é era un tartamudo. Unas sema-
nas mas tarde el padre habia desaparecido y Carlos
seguia en la cama, mirandose los pies y tartamu-
deando acerca de una corneta y una mujer. ¢Tu
sabes lo que utiliz6 conmigo, junto a la habitacion
de Enrique? ¢No te lo he dicho nunca? ¢Y vamos
a dejarlo asi? Tu muerte en el sobrado, ¢vas a per-

226
“Sharia? Y ieAGctiee detmii hijo, zya no tiene remi-
sién? Ah, vamos, vamos.

EL REY

_Esperad, esperad... no quiero ser el ultimo, la his-


toria, ¢por qué se va a repetir? Esperad, ya voy.

CRISTINO MAZON
Algun dia tenia que ser. Hay que confiar en el gé-
nero humano, Eugenia. No hay que tener esperan-
za, pero hay que confiar.

Se escucha el inconfundible sonido del disparo en


la sierra.

CRISTINO MAZON
¢Qué demonio ha sido eso?

EUGENIA FERNANDEZ
Ha sido un tiro. E] tiro del viejo.

CRISTINO MAZON
Asémate, mira el humo. jQué demonio de viejo!
Ya le dije que fracasaria, tenia que fracasar. Miel
sobre hojuelas. La juventud en general sdlo sirve
para fracasar. Mira qué bien se distingue. Asémate,
Eugenia.

227
EUGENIA FERNANDEZ
Ya lo veo desde aqui, ¢por qué no cierra usted la
ventana? Nos vamos a morir de frio.

EL REY

¢Habéis oido? El viejo ha disparado. Sin duda le


ha debido acertar entre los ojos, destrozandole la
cara. Habra quedado deshecho, irreconocible. Qué
lastima que su madre ya no pueda reconocerle.

CRISTINO MAZON
éDe qué estas hablando, rey? No ha sido el Numa,
ha sido Yosen. Si, Yosen.

EL REY

jAy de mi, ya me lo decia el instinto!

CRISTINO MAZON
Al fin, Eugenia, al fin. Qué peste. Vamos a echar
una partida para celebrarlo. Tiraré yo el primero.
Después de todo, no esta de mas un poco de dis-
traccion.

EUGENIA FERNANDEZ
A mi las distracciones no me sirven de nada.

228
Nada! ¢La sedencons ‘Sober Zz
| le dijeque a la fuerza fracasarfa. uk :
vergiienza. jEI deseo que tienen de verme
bajo tierra! 2El linaje humano? La envidia, Euge-
‘nia,a envidia, \ Dies gos ape ot pa Poses:
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PN 26 Folhe

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