El Metodo Irracionalista de Miguel de Unamuno
El Metodo Irracionalista de Miguel de Unamuno
El Metodo Irracionalista de Miguel de Unamuno
DE UNAMUNO
Sus obras más representativas desde el punto de vista filosófico son los
ensayos En torno al casticismo fechado en 1895; Tres ensayos 1 9 0 0 , Vida de
Don Quijote y Sancho 1 9 0 5 , Del sentimiento trágico de la vida 1 9 1 2 , La ago-
nía del Cristianismo. 1 9 2 5 ; las novelas Amor y Pedagogía 1 9 0 2 , Niebla 1914
y San Manuel Bueno, mártir 1933; las obras de teatro El hermano Juan o el
mundo es teatro 1929 y La venda 1 9 1 3 ; y el poema El Cristo de Velázquez
1920.
En nuestro trabajo hemos utilizado los X I I primeros tomos de las Obras
completas, que por encargo de Afrodisio Aguado está editando la Editorial Ver-
gara, S. A., Madrid, 1959..., junto con los dos tomos de Ensayos, editados por
Águilar, Madrid, 1958; el Teatro Completo, editado por Aguilar, Madrid, 1959,
y algunas obras editadlas por Espasa-Calpe, como en sus respectivos lugares se
indicará..
muño sugiere y de hecho emplea para la única filosofía posible según
su modo de pensar. Y en la tercera trataremos de hacer una valoración
de las doctrinas expuestas en las dos partes precedentes.
I.—LA RAZON Y LA F I L O S O F I A
Cf. La ideocracia, Ensayos, it. I, pág. 255. Este ensayo fue compuesto
en 1900. Por eso no creemos exacta la opinión de Fr. Meyer que en su obra
La ontología de Miguel de Unamuno, c. IV, pág. 133 afirma que Unamuno se
inspiró en el filósofo y biólogo catalán Ramón Turró 1854-1925._ La obra de
éste Les origines de la connaissance, la Faim, fue publicada por primera vez en
1912, por lo que no pudo influir en Unamuno que expuso esta doctrina doce
años antes. El mismo Unamuno nos dirá en el prólogo a la. edición, española úte
la obra de Turró que cuando La leyó le llamó la atención advertir la coincidencia
de esas ideas psicológicas con las que él profesaba desde antiguo, y que en par-
te había ya expuesto en algunos de sus libros. Cf. UNAMUNO: Obras completas,
edición preparada por J. García Blanco
Tal es, pues, el origen del conocimiento. Los seres dotados de
percepción más o menos clara perciben y conocen lo que necesitan
para conservar y desarrollar la vida. El conocimiento en el hombre,
lo mismo que en los demás animales, está al servicio de las necesida-
des de la vida, y en primer lugar, al servicio del instinto de conser-
vación individual. Necesidades e instintos que han dado origen a los
órganos del conocimiento, dándoles el alcance que tienen y no otro.
Así el hombre ve, oye, huele, gusta y percibe por el tacto, lo que ne-
cesita ver, oir, oler, gustar y percibir, para conservar su vida y la pér-
dida de una de esas facultades trae consigo un aumento de os peligros
que acechan a a vida. Y si los sentidos del hombre no captan más
profundamente la realidad es porque no es necesario para 1a vida, ni
siquiera útil. Estos mismos sentidos no captan la realidad objetiva
tal como es en sí, sino que, como órganos de simplificación que son,
eliminan de la realidad extrasubjetiva todo lo que no es necesario
conocer para conservar la vida 8 .
Ahora bien, puede acontecer que ciertos conocimientos, necesarios
y útiles en una circunstancia determinada, dejen de serlo en el pre-
sente. Acumulados esos conocimientos, forman un caudal superabun-
dante que excede las necesidades de la vida. Después ese caudal de
conocimientos acumulados vuelve a causar una nueva necesidad. Tal
es el origen del conocimiento que no se ordena a satisfacer directa-
mente las necesidades de la vida sino la curiosidad. Por tanto la cu-
riosidad, el deseo de conocer por conocer, surge una vez que el hom-
bre ha satisfecho la necesidad de conocer para vivir. Aun cuando en
un momento histórico determinado la necesidad de satisfacer la cu-
riosidad se haya sobrepuesto a las necesidades de la vida, él hecho
es que primordialmente la curiosidad se originó en la necesidad de
conocer para vivir 9 .
Cada una de las necesidades de nuestra vida origina un deseo y
una tendencia a conocer. Pero es preciso distinguir bien el deseo de
conocer por e conocer mismo y el de conocer para vivir. Este último
deseo nos lleva al conocimiento directo, que paradójicamente puede
llamarse inconsciente, y es común a hombre y a los animales. El
deseo de conocer por el conocer mismo nos lleva al conocimiento re-
flejo, que es lo que distingue al hombre de los demás animales 1 0 .
Siendo la razón y la inteligencia unas facultades, cognoscitivas
más, están también originariamente al servicio de la vida: La ra-
zón, que es una potencia conservadora y que la hemos adquirido en la
lucha por la vida, no ve sino lo que para conservar y afirmar esta vi-
da nos sirve. Nosotros no conocemos sino lo que hace falta conocer
para vivir 1 1 . Es la inteligencia para la vida; de la vida y para
ella nació. Fue y es un arma, un arma templada por el uso. Lo que
para vivir no sirve nos es inconocible 12.
En su primera obra filosófica, titulada Filosofía lógica, distinguía
Unamuno la inteligencia de la razón; la inteligencia es la facultad
de conocer, mientras que la razón es la facultad de combinar 13.
Esta distinción de su época racionalista y positivista parece seguir
Implícita en los ensayos del período irracionalista, aunque a veces las
toma también indistintamente. Aunque en estos ensayos no determina
con claridad Unamuno el oficio propio de cada una de estas faculta-
des o funciones anímicas, creemos poder atisbarlo por el modo de ha-
blar en los diversos pasajes de sus obras. Así en el ensayo La ideo-
cracia dice que tenemos a inteligencia más que para percibir ideas
para beber la luz espiritual, la verdad y la vida, reflejadas en las
ideas 1 4 , y para la contemplación del mundo espiritual. Y allí mis-
mo se dice que razonar es combinar ideas 1 5 . En el Del sentimiento
trágico de la vida nos dice que así como e hombre tiene un instinto
de conservación individual, a cuya satisfacción se ordenan los senti-
dos, así también hay en él un instinto de perpetuación en la sociedad
a cuya satisfacción se ordena la razón. El individuo aislado es una
abstracción como el átomo considerado fuera del Universo, y por tan-
to necesita del consorcio de los demás. Ahora bien, la razón, lo que
llamamos tal, el conocimiento reflejo y reflexivo, el que distingue al
hombre es un producto social 1 6 . La sociedad es el origen de la
razón. Pero inmediatamente la razón se origina en el lenguaje. Ella
es la que relaciona y ordena nuestras ideas para que podamos pensar
articuladalmente. Y pensamos articuladamente gracias al lenguaje,
que ha brotado de ía necesidad de transmitir nuestro pensamiento a
.
nuestro prójimo. Pensar es hablar uno consigo mismo; y nosotros ha-
blamos con nosotros mismos debido a que tenemos que hablar unos
con otros. Por eso acontece a veces que encontramos una idea que
buscábamos, y llegamos a darle una forma y contenido precisos, sa-
cándola de la nebulosa de percepciones oscuras que poseíamos, gra-
cias a los esfuerzos que hacemos para presentadla a los demás. El
pensamiento es un lenguaje interior, y procede del lenguaje exterior,
siendo por tanto un producto social 1 7 .
Aunque Unamuno no lo diga expresamente, es lícito suponer que
además de esa función de precisar y coordinar las ideas, existe otra
función mental que percibe, aunque oscuramente, esas ideas de un
modo vago y después las relaciones de esas ideas entre sí.
Distinga o no Unamuno en su etapa de irracionalista la inteligen-
cia de la razón, lo cierto es que ésta es un producto social y se ordenó
originariamente a la perpetuación del hombre en la sociedad, siendo
su función propia y exclusiva la determinación y coordinación de las
ideas. Primeramente el hombre pensó y reflexionó para hablar con
tos demás. De ahí pasó fácilmente al pensar por el pensar mismo,
prescindiendo de los demás. Así surgió el pensamiento de lujo que
no se ordena directamente a la satisfacción de un instinto vital, sino
más bien a constituir la vida misma. Y es que vivir no es sólo un
nutrirse y un reproducirse; vivir es obrar, es ejercitarse, es produ-
cirse un sujeto. El juego mismo nos es tan esencial como alimentar-
nos, y si el pequeño animal; siente hambre y sed, siente también ne-
cesidad de desplegar sus energías, de darles libre curso... 18.
De ese pensar por el pensar mismo, de ese reflexionar por deporte,
surge la ciencia. Acostumbrados a ordenar y perfilar nuestras ideas
para comunicarnos con los demás, continuamos después espontánea-
mente, casi sin esfuerzo la misma labor coordinadora y perfiladora
32 Aforismos y definiciones
33 En torno al casticismo
a muchas cosas y como común que es no corresponde a ningún indi-
viduo, porque cada individuo es en lo íntimo y profundo suyo, úni-
co e insustituible, es él y no hay otro que sea él 3 5 . Así la razón
no puede abrirse a la revelación de la vida 3 6 .
TA DE LA ESCOLASTICA.
De la enseñanza en España.
car la autoridad y el dogma a las diversas y a veces contradictorias
necesidades prácticas es lo que ha suscitado tal escepticismo. Lo cual
no ocurre nunca partiendo de un principio escéptico en el sentido
primitivo de la palabra. En este caso la marcha del pensamiento se
realizará con amplia libertad, sin cuidarse de principios, ni de conclu-
siones dadas, y todo el proceso investigativo estará ordenado al en-
sayo de una hipótesis, no a probar una tesis 6 4 .
Un ejemplo clásico de esa filosofía abogacesca podemos encon-
trarlo, según Unamuno, en la Suma Teológica de Santo Tomás, clá-
sico monumento de la teología —esto es, de la abogacía— católica
6 5 . Por donde quiera que se abra encontramos este proceso: Lo
primero, la tesis: utrum... si tal cosa es así o de otro modo; en se-
guida, las objeciones: ad primun sic proceditur; luego las respues-
tas a las objeciones s i c : sed contra est... o respondeo dicendum..
Pura abogacía. Y en el fondo de una gran parte, acaso de la mayo-
ría, de sus argumentos hallaréis una falacia lógica que puede expre-
sarse more scholastico con este silogismo: Yo no comprendo este
hecho sino dándole esta explicación; es así que tengo que compren-
derlo, luego ésta tiene que ser su verdadera explicación. O me quedo
sin comprenderlo. La verdadera ciencia enseña, ante todo, a dudar y
a ignorar; la abogacía no duda ni cree que ignora. Necesita de una
solución 66.
De ahí que a partir del Renacimiento y de la restauración del pen-
samiento puramente racional y libre del yugo de la teología, la doc-
trina de la mortalidad del alma fue restablecida con Alejandro Afro-
disiense, Pedro Pomponazzi y otros. Y en rigor, poco o nada puede
agregarse a cuanto Pomponazzi dejó escrito en su Tractatus de in-
mortalitate animae. Esa es la razón, y es inútil darle vueltas 67.
Ahora bien, si racionalmente la inmortalidad del alma es inde-
mostrable, también lo es su mortalidad. Y así como hay un falso ra-
cionalismo cuando se pretende probar la inmortalidad del, alma, tam-
bién lo hay cuando se trata de probar racionalmente su mortalidad.
Unamuno después de la crítica del racionalismo que él llama espiri-
tualista, que acabamos de exponer, se enfrenta con el racionalismo
que parte del odio a la religión y a la fe, o de prejuicios antiteológi-
eos. Tales racionalistas son aquellos a quienes parece molestar que
el alma sea inmortal. Unamuno ni siquiera se toma la molestia de exa-
minar los argumentos que dan, limitándose a censurarlos de fanáti-
cos racionalistas.
El verdadero racionalista se conduce racionalmente, esto es, es-
tá en su papel mientras se limita a negar que la razón satisfaga a nues-
tra hambre vital de inmortalidad 6 8 . Probar o querer probar ra-
cionalmente la inmortalidad no es en virtud de un auténtico raciona-
lismo, sino de un racionalismo abortado, fundado en prejuicios.
Y es que la razón en el problema de la inmortalidad no puede to-
mar posición alguna, porque lo desconoce tal como el sentimiento
vital nos lo presenta. Racional y lógicamente no existe tal problema.
El problema de Ja inmortalidad es algo que cae fuera del dominio de
la razón, es irracional, y su mismo planteamiento en el orden racio-
nal carece de sentido. Racionalmente tan concebible es a inmortali-
dad como la mortalidad absoluta 6 9 .
120 La esencia de todo ser más que el conato a persistir en el ser mismo,
según enseña Spinoza, es el esfuerzo por ser más, por serlo todo; es el apetito
de infinitud y de eternidad Materialismo popular, Ensayos
De no serlo todo y por siempre, es como si no fuera, y por lo menos serlo
todo yo, y serlo para siempre jamás. O todo o nada
ción constitutiva del ser se realiza también al nivel de la concien-
cia personal que se identifica con el serse, de varios modos. En pri-
mer lugar en cuanto que el conocimiento racional se opone constan-
temente al mundo de la fantasía y de la fe, razón del drama consti-
tutivo del hombre. En segundo lugar y de un modo más profundo
todavía en cuanto que forma la conciencia sacando de la totalidad
amorfa de su contenido la idea precisa y la idea concreta. De donde
de nuevo el drama en las intimidades mismas del ser de la concien-
cia: es preciso renunciar a la totalidad, a la universalidad, para ser
algo concreto. O lo que es lo mismo hay que renunciar a ser para ser.
Efectivamente, para Unamuno, el hombre de lo que se da cuenta
es del contraste, de una ruptura de continuidad en el espacio o en el
tiempo. Es mérito de la psicología inglesa el haber puesto en claro
el principio luminoso de que el acto más elemental de percepción, de
discernimiento, como ellos dicen gráficamente, es percepción de una
diferencia, y que conocer una diferencia es distinguirla de las demás,
conociéndola mejor cuanto más y mejor se la distingue 122. Ese
discernimiento o distinción es necesario no sólo en el conocimiento
directo de un objeto, sino incluso en el conocimiento de la conciencia
misma, en el mismo conocimiento reflejo.
Ya en el conocimiento sensible se efectúa una suerte de distinción
a través de las diversas impresiones concretas de los Sentidos. Pero
posteriormente se completa más todavía, como una exigencia del len-
guaje y efecto de la razón. Efectivamente, el lenguaje nos esfuerza
a concretizar nuestro pensamiento dándole una forma precisa me-
diante las ideas, formas sacadas de un cúmulo de percepciones que
representan. La razón es la que realmente efectúa la distinción y de-
terminación del contenido de las ideas, y por consiguiente la que for-
ma la conciencia. El contenido verdaderamente consciente de la con-
ciencia son precisamente las ideas. Por eso se puede afirmar que ellas
constituyen el ser mismo de la conciencia 123.
147 Cientifismo. E n s a y o s .
148 E s frecuente entre médicos e ingenieros desprovistos de toda cultura
filosófica Cientifismo. E n s a y o s .
inmortalidad, y tejos de satisfacerla, contradícela. La verdad racio-
nal y la vida están en contraposición 150.
Y la filosofía es precisamente la ciencia de da vida, que no se pue-
de construir con la sola razón, por los motivos apuntados. ¿Cómo
y por qué medios será posible filosofar, si es que de algún modo es
esto posible? Lo veremos después.
Continuará
VICENTE CUDEIRO, O. P.