La Muerte de Cristo
La Muerte de Cristo
La Muerte de Cristo
En primer lugar, Cristo murió en la cruz por nosotros, no porque tenía que cumplir un
designio del Padre por obligación, sino que lo hizo por amor propio al Hombre. Cristo
mismo en los evangelios es explícito al decir que él entrega su vida de manera
voluntaria: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para retomarla de nuevo. Nadie
me la quita, sino que yo mismo la entrego. En mis manos está el entregarla y el
recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre.» (Juan 10, 17-18). Entonces,
podemos afirmar que Cristo murió por amor al hombre, de manera voluntaria.
Ahora bien, con respecto al por qué de la muerte, destaca lo siguiente: “Jesús muere y
merece con su muerte la reconciliación de Dios, porque repara esa ofensa infinita,
toda vez que la muerte de Jesús es un sacrificio que tiene un valor infinito por ser la
muerte de un ser infinito” (Busto, 1991). Cristo, al ser Dios y hombre verdaderos, con
su muerte, permite que el hombre sea redimido de su condición de pecado ya que
Jesús fue el primer hombre que vence a la muerte. Es como si Cristo fuera el primer
hombre que entra al cielo. Solo Jesús podía realizar esto, porque era Hombre y Dios.
También, la muerte de Cristo nos trae liberación porque nos libra del poder del pecado
que tenía atado al hombre luego del pecado original. Cristo vence a la muerte, vence
al pecado. Vence a tal punto que le muestra al hombre que la vida no acaba en la
muerte, sino acaba en el más allá, en el Reino de los Cielos que nos espera.
Así mismo, con este acto se recupera la relación de amor entre los hombres y Dios
debido al pecado cometido por Adán y Eva. Somos reconciliados por Cristo. Ya no
habrá esas rivalidades entre los hombres como había en la torre de Babel, o en el
episodio de Caín y Abel, sino que Cristo, con su muerte, le enseña al hombre a amar
al hermano así como él nos amó hasta el extremo.
Además, como dice el Catecismo: “Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en
el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos
asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo” (CEC 667). Es por Cristo que
tenemos todas las gracias y dones del Espíritu Santo. Con la resurrección de Cristo, la
gracia que llega a nosotros a través de los sacramentos y la ayuda del Espíritu Santo
hace que nosotros nos podamos santificar en la vida de la Iglesia que nos ofrece los
sacramentos.
Referencias Bibliográficas
Busto Saiz, J. R. (1995). Cristología para Empezar (4ta ed.). Santander: Sal Terrae.