Pintura Obras
Pintura Obras
Pintura Obras
La Virgen de las rocas. 1483‐1486. Leonardo da Vinci. Óleo sobre tabla, 1'99 x
1'22 m. Museo del Louvre, París.
Dos son las versiones de esta obra: una conservada en el Museo
del Louvre y la otra en la National Gallery de Londres. No hay
acuerdo ni sobre cuál de las conservadas es la que pintó
Leonardo para San Francisco el Grande ni sobre la cronología de
ambas ni sobre la autoría, más controvertida en la versión de
Londres. La del Louvre se considera la primera pintura realizada
por Leonardo en Milán. Fue un encargo de la cofradía de la
Inmaculada Concepción para la capilla que tenían en San
Francisco el Grande de Milán. Era la tabla central de un tríptico
que sería completado por un discípulo suyo que realizó las partes
laterales con ángeles cantores. La tabla no llegó a instalarse y se
la quedó el propio Leonardo por no haber llegado a un acuerdo
en el precio. Más adelante fue incautada por el duque de Milán,
Ludovico el Moro, y pasó después de la conquista de Milán por
Luis XII, a poder de los franceses.
La obra representa a la Virgen María arrodillada protegiendo a
San Juan, quien, también arrodillado, está adorando al Niño
Jesús. Éste bendice a su primo mientras tras él un ángel nos mira
y señala a San Juan. La Virgen con su mano izquierda parece
amparar o manifestar respeto a su Hijo Divino. El conjunto está situado en una extraña gruta,
emergiendo de la penumbra, en medio de altas rocas entre las que fluye un río. El ambiente lleno de
misterio tiene un aire totalmente irreal y sobrecogedor.
La composición de la obra encuadra a las figuras en un triángulo equilátero, cuyo vértice es la Virgen,
mientras que en un lado se encuentra el grupo formado por Jesús y San Juan, y en el otro está el ángel.
Pero, además, las cuatro cabezas están colocadas en un círculo, creándose una sensación de movimiento
en la escena a pesar del equilibrio que se desprende de ella. Esta sensación de sutil movimiento está
reforzada por los gestos de las manos mediante los que se comunican los personajes, creando una
interrelación psicológica. Destaca el escorzo de la mano de la Virgen dirigida al espectador.
En cuanto al uso del color destaca en primer término la vestimenta roja del ángel, mientras que al fondo
los tonos fríos nos transmiten sensación de lejanía. No existen contrastes fuertes de color, agrisando el
cromatismo para evitar cualquier estridencia. La luz modela los cuerpos produciéndose una suave
gradación de las zonas iluminadas a las zonas oscuras, lo que se conoce como sfumato.
Leonardo consideraba que la perspectiva lineal falsea la visión natural de las cosas y no refleja el carácter
mudable y fugaz de la naturaleza. Por ello incorpora la atmósfera en la que están inmersos los cuerpos y
los objetos en sus cuadros mediante la perspectiva aérea. La distancia hace que los contornos aparezcan
más desdibujados captando de esta forma la fugacidad, que la expresa eligiendo el momento del día (el
atardecer) en el que las sombras y la penumbra crepuscular confieren una especial belleza a la escena
representada, dotándola de ese aire distante y misterioso.
El significado de la obra es bastante hermético. La caverna fascina a Leonardo como científico, pero
también como filósofo y poeta. Su interior es la parte íntima de la naturaleza y, por ello, el lugar secreto
de la Madre Tierra, cuya expresión cristiana es la Virgen, Madre de Cristo y, por tanto (como una nueva
Eva) madre de una nueva humanidad redimida por Jesús (que también nace en una cueva) cuya luminosa
venida al mundo le trae la salvación. Gracias a esta luz, el hombre puede ahondar y desvelar el misterio de
la naturaleza.
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actitudes rebuscadas, algunas inverosímiles. Los cuerpos desnudos revelan un perfecto conocimiento de
la anatomía humana, especialmente los ignudi.
Las figuras parecen querer liberarse de su marco espacial. La agitación de los personajes bíblicos se
produce en un espacio donde la construcción racional mediante la perspectiva, la simetría y la proporción
ha desaparecido. Las figuras aisladas no ofrecen una secuencia narrativa al estilo renacentista, sino que
más bien recuerdan el gótico, de la misma forma que la arquitectura simulada parece exaltar las
arquitecturas de la Antigüedad. Con todo ello, Miguel Ángel recrea una realidad trascendente.
La restauración llevada a cabo entre 1990 y 1994 ha devuelto a la obra su original sentido cromático de
colores vivos y luminosos, de gran intensidad, que nos remiten no tanto a la belleza de las formas como a
la de los conceptos.
La obra se interpreta como una síntesis de la teología hebrea y cristiana: el mensaje de la venida de
Cristo se proclama con toda universalidad. También, se exalta la idea del hombre a imagen y semejanza
de Dios, lo que lo convierte en un ser de una energía y una fuerza espiritual enormes.
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El Juicio Final. 1536‐41. Miguel Ángel. Capilla Sixtina. San Pedro del Vaticano.
La última etapa en la decoración de la Capilla Sixtina es la ejecución del Juicio Final, llevada a cabo en su
etapa final estable en Roma, ya con 60 años, cuando atravesaba una profunda crisis espiritual y religiosa.
Clemente VII fue quien hizo el encargo y aunque Miguel Ángel trató de nuevo de eludir el trabajo, Pablo
III le obligó a realizarlo El tiempo empleado por Miguel Ángel en la ejecución de la obra fue de 391 días
repartidos en 66 meses.
El tema es la Segunda Venida de Cristo y el
Juicio Universal, con la resurrección de los
muertos, según el relato del Apocalipsis de
San Juan. Miguel Ángel lo representa en una
inmensa escena única, sin división alguna del
espacio pictórico. El esquema de
composición se basa en dos planos
superpuestos: el celestial y el terrestre,
aunque todo irradia a partir de Dios. En la
parte superior se encuentran los ángeles con
los instrumentos de la pasión. En el centro de
la composición, en la parte alta, Cristo está
representado como Juez con la mano
derecha levantada en un gesto de condena a
los pecadores. A su lado se encuentra la
Virgen cuyas menores proporciones acentúan
la poderosa figura de Cristo. A sus pies y
ocupando un lugar privilegiado hay dos
santos: San Bartolomé aguantando su piel
(en ella aparece la imagen de un rostro
deformado en el que la tradición ha creído ver
un autorretrato del artista) y San Lorenzo con
la parrilla. En la parte inferior y sobre un grupo de nubes los ángeles del Juicio Final tocan las trompetas y
llevan en un pequeño libro el nombre de los salvados y en otro mucho más voluminoso el de los
condenados. Una serie de mártires, con los atributos de su martirio pulula en torno a Cristo como un
auténtico torbellino. Abajo, a la izquierda se representa la resurrección de los muertos con los esqueletos
saliendo de sus tumbas y revistiéndose de su carne. Sobre ellos una multitud de bienaventurados
ascienden con dificultad y esfuerzo. Más arriba y sobre unas nubes a la altura de Cristo, los
bienaventurados que ya han alcanzado su destino. A la derecha los condenados se despeñan arrastrados
por demonios que aceleran su caída hacia el abismo. Caronte lleva a los condenados en su barca.
La desnudez de las figuras no gustó a la iglesia de su tiempo y una década después se pidió al pintor
Daniele da Volterra que cubriese esa desnudez por lo que se le dio el apodo de Il Braghettone. En la última
restauración se ha decidido dejar la obra tal y se ha visto desde entonces.
Miguel Ángel prescinde de los efectos escenográficos de las arquitecturas utilizadas en la decoración
de la bóveda lo que supone una ruptura radical con el clasicismo. Un torbellino de figuras se mueve
angustiosamente en un inmenso espacio vacío, sin profundidad, que trasciende la realidad. El artista
representa en toda su intensidad el profundo drama de la Humanidad enfrentada a su destino final.
Este dramatismo anticipa el Barroco.
El mensaje es cercano al espíritu contrarreformista: Juicio Final, resurrección de los muertos, ascensión
de los bienaventurados al cielo y castigo para los condenados que atraviesan con la barca de Caronte.
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grecorromana con la cristiana haciendo que los temas paganos tengan un carácter moralizante y
convivan con los religiosos.
La Escuela de Atenas nos muestra también la nueva consideración social del artista del Renacimiento,
ya que algunos de los personajes representados tienen los rostros de artistas de la época de Rafael.
Podemos identificar a Leonardo en Platón, a Miguel Ángel en Heráclito, a Bramante como Euclides, y el
mismo Rafael se autorretrata discretamente a la derecha en la figura de un joven que nos mira
directamente a los ojos. Los artistas entran en la asamblea de los sabios y filósofos, y las artes figurativas
alcanzan así la categoría de artes liberales.
Su facilidad para representar la belleza y su fecundidad para crear prototipos dio una gran fama a Rafael
en vida. Muy apreciado durante el Neoclasicismo, fue denostado durante el Romanticismo
(prerrafaelitas). A finales del siglo XIX volverá a ser reivindicada su obra.
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Independientemente del tema, la obra supone un enfoque innovador tanto en su tratamiento pictórico,
ya que Giorgione pinta directamente con el color, sin un dibujo previo, que no sólo es entendido como
creador de formas, sino como generador de sutiles efectos tonales, como en su composición. Ésta se
encuentra perfectamente equilibrada por los dos personajes que aparecen a cada lado de la escena: a la
izquierda, un joven (¿pastor?, ¿soldado?) que mira hacia lo lejos, y a la derecha una mujer desnuda, con
una tela blanca sobre los hombros, amamantado a un niño y sentada sobre la hierba. En un segundo
plano dos grupos de árboles refuerzan la composición enmarcando las ruinas, el arroyo y los muros de la
ciudad. Toda la escena está envuelta en una atmósfera sobrecogedora proporcionada por el cielo
tormentoso atravesado en esos momentos por un rayo. Este esquema compositivo hace que nuestra
mirada se centre fundamentalmente en la ciudad aparentemente abandonada sobre la que se cierne
amenazadora la tormenta. Figura y paisaje se unifican a través de la atmósfera, nexo natural entre el
hombre y la Naturaleza, que adquiere un protagonismo desconocido hasta entonces en la Hª del Arte.
Es magistral el uso de la luz que ilumina repentina, fugazmente y de forma misteriosa los árboles, las
aguas, las hierbas, los arbustos…
Retrato ecuestre de Carlos V. 1548. Tiziano. Óleo sobre lienzo, 3'32 x 2'79 m.
Museo del Prado, Madrid.
Tiziano entra en contacto con Carlos V en febrero de 1530, durante la ceremonia de su coronación en
Bolonia. Nace en ese momento una relación de estima entre estos dos grandes hombres. El emperador se
convierte en el principal comitente de Tiziano, al que en 1533 concede el título de Caballero de la Espuela
de Oro y el libre acceso a la corte.
En esta obra se conmemora la gran victoria de las
armas imperiales sobre los príncipes protestantes
de la Liga Esmalcalda en la célebre batalla de
Mühlberg (1547). La figura del monarca se recorta
sobre un bellísimo paisaje de bosque, con el río
Elba, en cuyas proximidades tuvo lugar la batalla, al
fondo. La serenidad del paisaje se complementa
con la luz rojiza de atardecer que presagia la
batalla, otorgándole al mismo tiempo un aura
especial al personaje.
Tiziano presenta a Carlos V en un retrato
apoteósico como jefe de un ejército victorioso, listo
para entrar en combate con la pica en alto. Es un
magnífico retrato ecuestre que evoca los
monumentos de los grandes emperadores
romanos de la Antigüedad y que se convertirá en
referencia para artistas posteriores, influyendo por
ejemplo en los retratos de corte de Velázquez. El
rostro del emperador presenta un gesto de cierta
melancolía, pero también de firme determinación.
Tiziano hace un magnífico uso del color, con una pincelada cada vez más suelta, especialmente de las
tonalidades cálidas que dominan en la obra y capta a la perfección las diferentes calidades, desde el brillo
de los metales en la soberbia armadura, hasta la suavidad del terciopelo o el pelaje del animal.
Precisamente su maestría con el color y su capacidad para captar la personalidad de los personajes
retratados le permitieron sentar las bases de un tipo de retrato cortesano de gran solemnidad, que será
imitado por muchos artistas en Europa.
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El lavatorio de pies. 1550. Tintoretto. Óleo sobre lienzo, 2'10 x 5'33 m. Museo
del Prado, Madrid.
Tintoretto representa en esta obra un episodio narrado en el evangelio de San Juan, cuando el día de
Jueves Santo Jesús dando una lección de humildad y caridad va a lavar los pies a sus discípulos. Pedro se
muestra asombrado y es este instante preciso el que aparece en el lado derecho de la pintura.
Las características estilísticas responden claramente al Manierismo, de reacción al clasicismo:
Por lo que se refiere a la composición, el motivo principal, y con él la figura de Cristo, aparece
desplazado a un lugar marginal del cuadro, algo impensable en el clasicismo, mientras que
elementos mucho más anecdóticos, incluso, para algunos, irreverentes, como los apóstoles
ocupados en quitarse los calzones, o el perro, se sitúan en la parte central.
También responde al estilo manierista el sistema de perspectiva utilizado que dirige nuestra
mirada hacia un punto focal desplazado hacia la izquierda mientras que, como hemos dicho, el
motivo principal se sitúa a la derecha. La profundidad de las arquitecturas y la mesa en escorzo
refuerza esta direccionalidad. Los espacios adquieren unas dimensiones más oníricas que reales,
casi surrealistas.
Pero también podemos encontrar en la obra elementos que apuntan directamente al Barroco:
Las luces de Tintoretto, eléctricas, relampagueantes y su acentuada contraposición claroscurista,
aunque no de la intensidad tenebrista de Caravaggio, apuntan ya al Barroco.
También hay que destacar como un rasgo barroco el hecho de que las figuras se salgan del lienzo,
confundiendo al espectador sobre los límites del espacio real y el pictórico.
Las diagonales y escorzos profundos tan característicos de Tintoretto.
El influjo de Miguel Ángel se advierte en la poderosa anatomía de sus figuras y en la terribitá de muchas
de sus actitudes.
Su tratamiento del color hay sin duda que relacionarlo con la tradición veneciana de colorido poderoso y
luz difusa que penetra en los colores y en las sombras.
Todos estos rasgos serán más acusados en otras obras de Tintoretto como el Rapto del Cuerpo de San
Marcos.
Tintoretto responde en su profunda devoción religiosa a los ideales contrarreformistas de la segunda
mitad del XVI. Sin embargo, su particular manera de expresarse resultaba demasiado complicada y
artificiosa para ser útil a la claridad didáctica que la Iglesia querrá dar al arte de las imágenes, por lo que
los nuevos ideales encontrarán un vehículo artístico más adecuado en el Barroco, cuyos pintores recibirán
la influencia de la obra de Tintoretto.