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PENELOPE

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MUCHOSAÑOSDESPUÉS... MI VERDADERAHISTORIA.

PENÉLOPE -La historia oficial no me representa, porque está tallada por los vencedores. La
mía la escribió en piedra mi marido, Ulises. Fue una vida para la gloria y la conquista, el trunfo
sobre la guerra y la muerte. Mi conquista fue mucho más discreta: la del diminuto espacio del ser y
el estar.

Aprendí a esperar, pero no como ellos creen. La espera es una forma de resistencia. Es un
acto silencioso de reafirmación. En lo que somos, en lo que sentimos, en lo que esperamos. El
tiempo no es un enemigo, es un compañero de viaje.

Al principio -es verdad- esperaba por él. Esperaba la sorpresa de su barco en el horizonte,
esperaba para compartir la educación de nuestro hijo. Esperaba para rehacer algo que no eran
batallas en islas de sueños, naufragios y tempestades.

El tiempo me hizo menos dependiente. Asumí que aquel hijo era solo mi hijo, que la hisoria
de nuestro tálamo estaba perdida y obviada. Que solo volvería cuando se sintiera satisfecho de sí
mismo. Aunque ello le llevara buena parte de mi historia cotidiana, lo mejor de mi juventud y de mi
fe en la vida.

(Respira hondo) Las noches fueron abismos. Me imaginaba seres humanos, fascinadoras reinas que
lO cautivaban con inteligencia y seducción. Las hubo. Para cuando lo supe el dolor se había
transformado en distancia.
El dolor. (Largo silencio) Las primeras lunas me visitaron con el hastío de la vejez prematura.
Me preguntaba por el sentido de aquella ausencia, de aquel ir en busca de bienes, ese infinito
deseo por lo que no tenía. Ese querer siempre más.

Fue entonces, una de esas noches, cuando alguien me sugirió el tema del telar. A tejer y
destejer me ayudaba, por supuesto, una de las mujeres de la casa. Imprescindible para hilar esa
parte de la historia oficial que tanto les gusta.

Mis noches no pertenecieron a la triste defensa de mi patrimonio y de mi felicidad. (Pausa)


Sé lo que están pensando. A Ulises no le importó mucho. Dio por sentado que su cuerpo y su ser
eran imprescindibles, insustituibles, únicos...

Y la verdad... A veces me pregunto qué le hizo volver. No lo hizo por mí. La vejez me ha
hecho intuir que fue un acto de demostración. Había salido triunfante de las batallas, nadie podía
con su tenacidad. Un guerrero sin oda no es nadie.

Sentí un cierto malestar al reencontrarlo. Me había hecho conmigo misma, en un lugar en el


que no tenía que dar explicaciones, en el que podía ver crecer a Telémaco. Un lugar en el que me
sentía bien siendo como era.

La espera me hizo más fuerte, más segura y descreída. Llegaban rumores constantes de
regreso o tragedias. Y un día aprendí a esperar. A esperarme a mí misma. Y a proteger un poco ese
lado del corazón que se hace arena o fuente, dependiendo de la luz que la ilumina. Aprendí a mirar
mi sombra por la orilla con una tristeza que construye futuro. Esa tristeza dio paso a la serenidad. Y
la serenidad a la calma. Y la calma a la inquietud por ser yo, no la espera de otro.

Me esperé a mí misma. Esa es mi historia.


PASCUAL, ITZIAR (2001). “LAS VOCES DE PENÉLOPE”. ALICANTE: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES.

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