El Ojo Cosmológico - K2opt
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EL OJO COSMOLÓGICO
HENRY MILLER
2004 – http://www.katarsis.rottenass.com
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El ojo cosmológico
LA EDAD DE ORO
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El ojo cosmológico
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Henry Miller
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(Germaine Dulac ) .
Mann Braucht Kein Gelt ( No
du monde (La melodía
se
del mundo)
necesita dinero). La mélodie
(Walter Rutt-mann).
Le ballet mécanique ( El ballet mecánico).
Of What Are the Young Films Dreaming ( En qué sueñan las
jóve-nes películas) ( Conde de Beaumont).
Rocambolesque (Roeamboleseo).
Three Comrades and One Invention (Tres camaradas y
unainven- ción).
Iván el Terrible (Emil Jannings).
El gabinete del doctor Caligari.
The Crowd (La multitud) ( King Vidor).
La Maternelle ( La maternal).
Otero (Krause y Jannings).
Éxtasis (Machaty).
Grass (Pasto).
Eskimo.
Le Maudit (El maldito).
Lilliane (Bárbara
A Nous la Liberté
Stanwyck).
(René Clair ) .
La Terulre Ennemie (Mi adorable enemiga) (Max Ophuls). The
1'rackwalker (El vagabundo).
El acorazado Potemkin.
Los marinos de Cronstadt.
Codicia (Eric von Stroheim) . .
Tormenta sobre México
La
El
ópera
Muchachas
sueño
Crimen y
de los mendigos.
de uniforme (Dorothea
de aria noche de verano
castigo (Picrre Blanchard )
.
(Eisenstein)
.. . Wieck )
( Reinhardt )
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. .
L'Af f aire est dans le Sac ( Problema resuelto) ( Préver
Moana ( O'Flaherty
Mayerling
)
( Charles Boyer y Danielle Darrieux ) . .
Kriss.
t )
Varieté
Chang.
( Krause y
.
Jannings )
NI
Tres películas japonesas (Japón antiguo, medieval y
moderno) cu-yos títulos olvidé.
NI
un documental sobre la India.
NI
un documental sobre Tasmania.
NI
un documental de Eisenstein sobre los ritos funerarios en
México.
NI
ciertas películas de Lon Chaney, particularmente una
basada en una novela de Selma Lagerlof, en la que actuó junto a
Norma Shearer.
NI
EL gran Ziegfield, ni Mr. Deeds Goes to Toum (El señor
Deeds va ala ciudad).
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NI
Horizontes Perdidos (Frank Kapra), la primera película
significati-
va producida en Hollywood.
NI
la primera película que vi en mi vida, que era un
noticioso que mostraba el puente de Brooklyn y un chino
con su coleta caminando sobre el puente bajo la lluvia. Tenía
solamente siete u ocho años cuando vi esta película en el sótano
de la vieja iglesia presbiteriana de Brooklyn, en la calle Tres al
sur. Después vi centenares de películas en las que siempre
parecía llover y siempre se desarrollaban terribles persecucio-
nes, se derrumbaban las casas y la gente desaparecía a
través de una puerta trampa, y se arrojaban tortas, y la vida
humana era cosa de poco valor, y faltaba totalmente la
dignidad humana. Y después de ver milla-res de películas de
Mack Sennett con abundancia de pasteles y otras grotescas
bufonadas, después que Garlitos Chaplin agotó su reserva de
trucos, después de Fatty Arbuckle, Harold Lloyd, Harry
Langdon y Buster Keaton, cada uno de ellos con su propio
estilo de payasadas, vino la obra maestra de todos los
festivales con lanzamiento de pasteles y bofetadas, una
película cuyo título he olvidado, pero que se cuenta entre las
primeras producciones de Laurel y Hardy. En mi opinión se
trata de la película cómica más grande de todos los
tiempos... porque lleva hasta la apoteosis el lanzamiento de
pasteles. La película era una sucesión de pasteles arrojados en
todas direcciones, nada más que pas-teles, millares de pasteles,
y todo el mundo los arrojaba a derecha e izquierda. Fue la
cumbre del burlesco y ya ha sido olvidada.
En todas las artes la cima se alcanza sólo cuando el artista
desborda los límites del arte que utiliza. Esto último es tan
cierto para la obra de Lewis Carrol como para la Divina
Comedia de Dante, para
co-mo para Buda o Cristo. Es
Laotsé
preciso poner patas saquear y trastor-nar el mundo para
arriba,
que pueda proclamarse el milagro. En La edad de oro
contemplamos nuevamente una frontera milagrosa que
despliega ante nosotros un mundo nuevo y desconcertante que
nadie ha explorado. "Mon idée générale -escribió Salvador Dalí
- en écrivant avec Buñuel le
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para
del
las
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matadero,
vestales
, Se trataba
perfectamente
de la
de
cultura
un agradable
apropiado
de estómago
y
y
débil que habían ido a silbar la gran película. Aquí todo era
familiar y comprensible, aunque quizá de mal gusto. Pero
había orden y significa- do, del mismo modo que hay orden y
significado en un rito caníbal. Y finalmente se agregó aún
cierto toque de esteticismo, porque cuando acabó la matanza
y los cuerpos decapitados fueron retirados, las cabezas de los
lechones fueron infladas cuidadosamente con aire
comprimido hasta que adquirieron una apariencia tan
monstruosamente vital, tan sabrosa y suculenta que
involuntariamente fluía la saliva. (¡Sin olvidar los tréboles que
taponaban el ano de todos y cada uno de los cerdos!) Como
dije, reflejaba una actividad carnicera perfectamente
comprensi- ble, y en realidad el trabajo estaba tan bien hecho que
arrancó una salva de aplausos a algunos de los más elegantes
miembros del público.
Hace aproximadamentecinco años que vi la película de
Buñuel, y por lo tanto no puedo sentirme absolutamente
seguro, pero abrigo la casi total certidumbre de que su
producción no incluía escenas de ma-tanzas humanas
organizadas, ni guerras, ni revoluciones, ni inquisicio- nes, ni
linchamientos, ni interrogatorios de tercer grado. A decir
verdad, aparecía un ciego a quien se maltrataba, un perro que
recibía un punta-pié en el estómago, un niño cruelmente baleado
por el padre, una ancia-
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acné de la voraci-dad
nuestros héroes
sexual? Nos
ganaron la guerra. ..
mostra-do a la manos religiosa, y el festín amoroso que es el
han mostrado cómo
y murieron por
nosotros? Nos han mostrado las heridas abier-tas, y los rostros
destrozados? ¿Nos muestran ahora lo que ocurre dia-riamente
en España cuando las bombas llueven sobre Madrid? Casi
todas las semanas se abren cines destinados a presentar
noticiosos, pero no hay noticias. Una vez por año nos
ofrecen un repertorio de los acontecimientos más destacados
del mundo preparado por los cronistas de noticias. No es más
que una serie de catástrofes: catástrofes ferrovia- rias,
explosiones, inundaciones, terremotos, accidentes
automovilísti- cos, desastres aéreos, choques de trenes y de
barcos„ epidemias, linchamientos, asesinatos entre pistoleros,
desórdenes, huelgas, conatos de revoluciones, mano, golpes de
muertes. El mundo parece un mani-comio, y es un manicomio,
pero nadie se atreve a morar en él. Cuando se prepara la
presentación de un sorprendente fragmento de locura, ya
apropiadamente castrado, se advierte a los espectadores que
no deben manifestar sus opiniones. El edicto es:
¡Manténgase imparcial! ¡No perturbe su propio sueño! Se lo
ordenamos en nombre de la locura...
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do como a Machaty. Que Machaty quizá no haya
director
oído hablarnunca de la obra cae D. H. Lawrence carece de
importancia. Es un tema característico de Lawrence, y en el
mundo cinematográfico Machaty es precisamente el hombre
capaz de dar expresión adecuada a las ideas de Lawrence.
Retornemos nuevamente a la muy definida expresión de
hostilidad suscitada por cada exhibición de la película.
Considero que se trata de un fenómeno de cierta importancia,
que exige explicación. Entre parén- tesis, obsérvese que nadie -ni
siquiera sus detractores- se muestra inmu-ne a la belleza de la
película. Lo extraño del caso es que la discusión de esta
película generalmente gravita alrededor del problema de la
"inmo-ralidad". Y sin embargo, como lo he señalado
anteriormente, lo que inquieta al público no es de ningún
modo un problema de moralidad o de inmoralidad. El factor de
perturbación es la presencia de un elemento nuevo y peligroso.
Detrás de la hostilidad del público está el renuente
reconocimiento de que existe una fuerza superior,
inquietante. Es la fuerza que Lawrence nos sugiere
constantemente cuando aborda el tema de la "conciencia de la
sangre". Una fuerza que, como en el
él mismo dijo, reside
plexo solar,una fuerza astral alojada allí, detrás del estóma-go,
en el gran nexo de nervios que une a los centros nerviosos
superior e inferior. El ritmo impuesto por esta maraña de
nervios y de vasos san-guíneos se opone directamente al ritmo
que hemos establecido a través de nuestra tiranía de la mente
y la voluntad. Este ritmo devuelve su antiguo prestigio y su
antigua gloria a la hegemonía de los instintos; y considera que
la mente es una herramienta. Es el ritmo corporal, san-guíneo,
opuesto al ritmo masturbador del intelecto. El
reconocimiento no una nueva técnica,
de este ritmo implica
sino un modo de vida dife-rente. Insisto en que la hostilidad
suscitada por la película de Machaty proviene no tanto de la
insatisfacción ante el "final débil", sino de la silenciosa
amenaza, del desafío de un nuevo modo de vida. Quienes ya
percibieron el significado de esta nueva actitud hacia la vida
no harán mucho hincapié en las deficiencias del argumento,
en lo que es real-mente el aspecto "técnico" de la película.
'Cuando entremos en la vida como seres reales, como
individuos, todo este arte anecdótico que
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ESCENARIO
I
Noche. Un jardín tropical con numerosos senderos
cubiertos de guijarros. En el centro del jardín un pequeño
estanque sobre: el cual se eleva una enorme jofaina llena de
resplandecientes peces de colores. Las pesadas facciones de
Alraune se ciernen sobre el jardín como una más- cara. El rostro
crece y crece hasta que ocupa la pantalla. Tiene la boca
oscurecida por el humo que se eleva en espirales. Los ojos
giran hacia arriba; tienen la mirada fija de un adicto a las
drogas. Se redondean, se agrandan, adquieren una expresión
vidriosa, luego turbada, y luego salvaje. Se contraen como
los ojos de una bailarina javanesa. Se calman y se fijan
nuevamente, soñadores, como los ojos de un fumador' de
opio.
medida que el rostro de Alraune se desvanece el viento
agita las hojas del jardín, con suavidad al principio, luego
más nerviosamente, hasta que alcanza unla violencia de
ciclón. Sobre el desierto arena se
infinito sopla el simún. La
apila en enormes ondas. La máscara facial de Alraune yace
sobre la arena, el viento sopla sobre ella, cubriéndola con dos
enormes montículos. conformados como los pechos de una
mujer.
A medida que el viento se calma los dos enormes
montículos adoptan la forma de las cúpulas de una mezquita;
del interior de la mez-quita vienen sones de música árabe, un
incesante ascenso y descenso, errabundo ensueño en extrañas
claves. Fugaces imágenes del interior de la mezquita... ángulos
y curvas, resplandecientes paneles, losas en dame-ro. Una breve
visión de un árabe sentado con las piernas cruzadas sobre
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II
Nuevamente el jardín. Se abre una puerta y de la blanca
casa moris-ca salo Mandra, una grácil española. Camina
pensativamente por el sendero de grava en dirección a la
enorme jofaina de peces de colores. Camina con el ritmo
ondulante de una bailarina que obedece al mudo latido y al
canto de la jofaina de vidrio. Ella acerca el rostro a la jofaina y
los mira. Su imagen se refleja en todo el perímetro de la jofaina
y en el agua donde se agitan perezosamente los peces. Mira
fascinada mientras los peces nadan a través de sus ojos. Otro
pantallazo del cráneo de cris-tal, la infinita extensión del
desierto, la cadena de los Andes, el altar de los sacrificios de
Quetzalcóatl con sus serpientes entrelazadas.
Mandra camina reflexivamente, la cabeza inclinada, hacia
el muro del jardín. El mismo andar ondulante, el mismo paso
airoso. Se detiene ante el muro y elige una granada; las
semillas se derraman en su mano. AL mismo tiempo se oye el
resonar de música estrepitosa seguida del frenético repicar de
las campanas de una iglesia... un salvaje rebato mezclado de
vistas de torres y campanarios, las aberturas de los campa-
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narios se abren y se cierran como persianas, las campanas se
agitan vio-lentamente, los badajos de las campanas golpean
furiosamente. Y luego una enorme campana se balancea
lentamente hacia adelante y hacia atrás, y el badajo resuena
sobre la campana con sonido vibrante.
Como una boca que se abre y se cierra. Cuando el
último y ensor-decedor repique se desvanece se oye el débil
tintineo del timbre de la puerta, y en el mismo instante la
puerta del jardín se abre silenciosa, misteriosamente, como
movida por manos invisibles. Mandra mira con expectación
hacia la puerta del jardín, vacila un instante, y luego avanza
rápidamente, para recibir a la misteriosa mujer envuelta en
una amplia capa negra que entra en el jardín.
Alraune y Mandra se saludan como si entre ambas
hubiera un mis-terioso entendimiento. Tomadas del brazo,
pisando con ritmo regular la crujiente grava, se dirigen hacia la
casa que está detrás del jardín. Cuan-do se aproximan a la
enorme jofaina en el centro del jardín se miran, y luego
levantan los ojos hacia la jofaina. Se colocan a ambos lados de
la jofaina y, mirando a través del vidrio, se contemplan
mutuamente. Du-rante un instante las dos imágenes,
ligeramente deformadas, se reflejan en el agua rizada. También
las estrellas se reflejan en la jofaina y danzan en sus imágenes
onduladas. El agua se calma y ahora solamente el ros-tro de la
luna flota sobre la superficie del agua.
Se quiebra la suave superficie iluminada por la luna,
el aguase agita, llena de centelleantes rizos y de quebradas
olas. Los peces de colores se mueven más y más velozmente,
saltan y se zambullen y luego se revuelven a terrorífica
velocidad. Mandra y Alraune se sonríen desde los extremos
opuestos de la jofaina.
Son sonrisas estropeadas y mutiladas por los saltarines
peces.
Parecen dos brujas riéndose y burlándose una de la otra.
La jofaina está llena ahora con el reflejo de
una la luna,
luna como por un telescopio. La pálida superficie muerta
vista
de la luna se desme-nuza y a medida que la familiar y vaga
imagen de la danza lunar se di-suelve sólo se distinguen
nítidamente las órbitas de sus ojos. De estas órbitas muertas y
frías brotan ahora dos calderos de lava que llenan la jofaina
con columnas de humo espeso. Cuando se disipa el humo
vemos
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III
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sobre la arena.
Ahora Alraune avanza hambrienta sobre Mandra.
Después de desa-brochar su pesado brazalete de acero, lo
asegura sobre la muñeca de Mandra. Cuando el brazalete se
cierra sobre su muñeca, los ojos de Mandra refulgen
extáticamente. Se diría que están impregnados de una luz
sobrenatural. De pronto los muros de la habitación ceden y la
línea visual de Mandra nos conduce atravesando cavernas y
grutas repletas de brillantes estalagmitas... y un caverna
desemboca en otra a través de un complicado laberinto. La luz
disminuye rápidamente. Estamos nueva-mente en el jardín y
aparece un primer plano de la jofaina; la luna, re-flejada en el
agua agitada, escupe fuego de sus cráteres muertos. Otra vez
la visión de los peces de colores; saltan como peces
voladores, co-mo tiburones y peces espada, y las aletas
llameantes brillan como joyas. Poseídos de furia y de éxtasis
cargan contra el vidrio, y cuando lo gol-pean saltan chispas, y
de tanto en tanto cuando arremeten contra la jo-faina aparece
un hombre armado de revólver que dispara a quemarropa sobre
otro hombre, y las balas restallan contra el cráneo,
desgarrando la carne hasta que sólo queda un resplandeciente
diamante de múltiples
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IV
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VI
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VII
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VIII
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SILENCIO
Alraune y Mandra sentadas una al lado de la otra en
un carro .dorado en llamas. Alraune y Mandra intercambiando
miradas amorosas, tocándose levemente, los labios de ambas
pintados de rojo intenso, los ojos pintados. Alraune y
Mandra inclinándose, voluptuosamente una sobre la otra en
un beso largo, prolongado. Alraune y Mandra abrazadas,
oprimiéndose lascivamente, los cabellos de las dos
entremezclados, los pies entrelazados. Alraune y Mandra
extáticamente en el carro, sus ca-bellos llenos de polillas y
mariposas, cuerpos envueltos en un velo transparente de
los
plumas de pavo real. Las llamas ascienden, y acarician sus
cuerpos, abrazadas, se contorsionan convulsivamente, los
cuerpos inmunes al fuego, los ojos extáticos. Las llamas se
convierten en hi-riente mar de fuego, el carro en navío de
plata que se balancea. Del extremo del mástil brota una
corriente de humo. El mástil se raja, las velas se rasgan.
Mandra y Alraune yacen sobre un bello diván, debajo de
un dosel recamado de estrellas. Yacen desnudas, cara a
cara, respirándose el aliento. El sol penetra por la ventana
abierta en largos y oblicuos dardos de polvo dorado. Se oye la
música de laúdes, dulce, distante, incesante como la lluvia.
IX
La misma escena, salvo que la habitación está
suspendida en una enorme jofaina inundada de intensa luz
azul. El lecho se balancea sua-vemente a un lado y al otro
como si fuera una hamaca. En la jofaina, arriba, algunos
peces de colores, muertos, flotan mostrando el vientre. Una
mano se introduce en la jofaina y retira uno por uno los
peces muertos. Mandra, que estaba dormida, abre lentamente
los ojos, y cuan-do ve la enorme mano sobre ella, los dedos
chic: se cierran sobre los peces dorados muertos, abre la boca
y grita... pero sólo se oye el débil eco de su voz. Alraune yace
a su lado, de espaldas, las piernas ligera-
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UNIVERSO DE MUERTE
EXTRAIDO DE
EL MUNDO DE LAWRENCE
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Otelos.. .
suprema con el Destino que caracteriza a toda la historia
europea. Hoy estamos rodeados de millares de Hamlets y de
y de un calibre como nunca lo soñó Shakes-peare, al
extremo de que lo harían transpirar de orgullo si pudiera vol-
verse en su tumba. Este tima de la dada y los celos (para
ocuparnos solamente de sus aspectos más desatacados) en
realidad no es más que la reverberación de un tema mucho más
considerable, más complejo, más ramificado, que se
ha jerarquizado, o envilecido si se quiere, en el inter-
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ejem-plo. La pérdida
desintegración
feroz despliegue
sobre minucias,
más
tenemos
de cruel-dad
conflictos,
sobre rucia. La última
de la polaridad
general, el reflejo de la
sexual
y la
revoluciones,
guerra,
es parte de la
muerte del alma, y
más
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fuera de la escena, cómo el veneno de su ser inyecta su virus
en los demás personajes, en las otras escenas, en los demás
dramas, de modo que desde
el momento de su entrada, o aún antes, sus gases
venenosos saturan la atmósfera. Mientras analizaba a Charlus,
mientras lo ridiculizaba y lo exponía a la mofa general, Proust,
como Dostoicvski, estaba tratando de revelarse, y quizá de
comprenderse.
Cuando en La prisionera Marcelo y Albertina discuten
a Dostoie-vski, y Marcelo intenta una
débilmente ofrecer
respuesta a las preguntas de Albertina, se me
satisfactoria
ocurre que Proust apenas advierte que con la creación del
barón de Charlas está dando a Albertina la respuesta de la que
Marcelo parece incapaz. Recordemos que la discusión gira
alrededor de la inclinación de Dostoievski a pintar lo horrible,
lo sórdi-do, y particularmente a su predisposición al tema del
crimen. Albertina ha observado que el crimen era una obsesión
de Dostoievski, y Marcelo, después de aventurar algunas
observaciones bastante débiles sobre la naturaleza múltiple del
genio, abandona el tema con un comentario en el sentido de que
ese aspecto de Dostoievski en realidad le interesa poco, y que
en verdad se siente incapaz de comprenderlo.
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De todos modos, al delinear la figura de Charlas, Proust
se mostró capaz un acto prodigioso de imaginación
de ejecutar
creadora. Charlas parece tan distante de la experiencia real de
la vida de Proust que la gente a menudo se pregunta dónde
recogió los materiales de su crea-ción. Dónde? ¡En su propia
alma! Dostoievski no fue un criminal ni un asesino, y nunca
vició la vida de Stavrogin. Pero le obsesionaba la idea de
Stavrogin. Necesitaba crearlo para vivir su otra vida, su vida
de crea-dor. Poco importa si conoció a Stavrogin en el curso
de sus múltiples experiencias. Poco importa que Proust tuviera
frente a sí la figura real de Charlas. Quizá los originales no
fueron desechados, pero en todo caso se los refundió y
transformó esencialmente a la luz de una verdad y una visión
interiores. En Dostoievski y en Proust existieron un Stavro-gin
y un Charlas mucho más reales que las figuras concretas. Para
Dos-toievski el personaje
búsqueda
de Stavrogin estaba unido a la
de Dios. Stavrogin era la imagen ideal de sí mismo
que Dostoievski preservaba celosamente. Más aún
Stavrogin era el dios en Dostoievski, el más cabal retrato de
Dios que Dostoievski podía ofrecer.
.
Sin embargo, entre Stavrogin y Charlas hay un enorme
abismo. Es la diferencia entre Dostoievski y Proust o, si se
prefiere, la diferencia entre el hombre de Dios cuyo héroe es
él mismo y el hombre moderno, para quien ni siquiera Dios
puede ser un héroe. Toda la obra de Dos-toievski está preñada
de conflicto, de conflicto heroico. En un ensayo titulado
Aristocracy Lawrence escribe: "Estar vivo constituye una
aris-tocracia que no puede ser ultrapasada. Quien tiene más vida
es intrínse- camente rey, o no los hombres...
reconózcanlo
¡Más vida! ¡Más vida vívida! No la pitanza segura o las masas
de pueblo sin significado. Toda creación contribuye y debe
contribuir a lo siguiente: la obtención de un ciclo vital más
vasto, más vívido. Tal el objetivo de la existencia. Quien más
se aproxima al sol es el jefe, el aristócrata de los
aristócratas. O quien, como Dostoievski, se aproxima a la luna
de nuestro no ser.”
muy pronto a este conflicto. Lo mismo
Proust renunció
que Joyce. El arte de ambos se basa en la sumisión, en la
entrega al flujo estancado. Lo Absoluto es ajeno a sus obras, y
las domina y destruye, del mismo modo que en la vida el
idealismo domina y destruye al hombre común.
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Si
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no sobre las aguas de la vida y la muerte, sino a través de las
calles eternas, monótonas, fúnebres,
gran ciudad
la Odisea fue
vacías y lúgubres de la
la sucia Dublín, el sumidero del mundo.
rememoración de grandes hechos,
Ulises es el me-dio de olvidarlos. Ese sombrío, nervioso e
interminable flujo de pala-bras que arrastra el alma gemela
de Joyce como un coágulo que pasa por la
de desperdicio
tubería, ese tremendo diluvio de pus y quede excremento
atraviesa el libro buscando lánguidamente una salida, al fin
obtura los desagües y, elevándose como una marea,
destruye este mundo indefinido en que se ha concebido esta
indefinida épica. El pe-núltimo capítulo, que constituye la
obra de un temerario erudito, es como dinamitar un dique.
En la simbología inconsciente de Joyce, el dique es la última
barrera de la tradición y la cultura, las que deben
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CARTA ABIERTA A LOS SURREALISTAS DE
TODO EL MUNDO
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qué significa "transar"? ¿Han aprendido a ser tan discretos
y astutos como la serpiente, y tan fuertes y
como el
obstinados
toro? ¿O rebuznan como burros, y gimen pensando en cierta
condición ideal de un futuro constantemente postergado, en el
que todos los hombres serán recono-cidos y recompensados
por sus obras? ¿Estas almas simples esperan realmente el
amanecer de un día tal?
Entiendo que tengo cierto derecho a hablar de la
dificultad de la comunicación con el mundo, puesto que mis
libros están prohibidos, precisamente en aquellos países
donde podría leérseme en mi propia lengua. Sin embargo,
tengo suficiente fe en mí mismo como para saber que con el
tiempo me haré oír, si no entender. Todo lo que escribo está
cargado por la dinamita que algún día destruirá las barreras
erigidas alrededor de mi persona. Si fracaso será porque no
puse suficiente di-namita en mis palabras. De modo que,
mientras tenga fuerza y la cosa me agrade, cargaré mis
palabras con dinamita. Sé que los individuos tímidos y
reptantes que son mis auténticos enemigos no piensan enfren-
tarme cara a cara en combate honesto. ¡Conozco a estos
pájaros! Sé que el único modo de alcanzarlos consiste en
descargarles un gancho que les llegue a lo íntimo, a través del
escroto; hay que llegarles al centro, y retorcerles las entrañas.
Eso hizo Rimbaud. Ese lizo Lautréamont. Por desgracia,
quienes se proclaman sucesores de estos hombres aprendieron la
técnica. Nos regalan palabrería sobre la revolución... primero
la re-volución tic de la palabra, y ahora la revolución de la calle.
,Cómo con-seguirán hacerse oír y entender si piensan
utilizar un idioma emasculado? Escriben sus bellos
poemas para los ángeles de cielo: ¿,Acaso intentan
comunicarse con los muertos?
Usted quiere comunicarse. Pues bien ¡comuníquese!
'Utilice todos y
uno de los medios disponibles. Si espera
cada
que el mundo acepte su jerga, porque es la que conviene para
hablar a derechas, o aun para ha-blar a izquierdas, se sentirá
cruelmente decepcionado. Es como el pugi-lista que sube al
cuadrado con la esperanza de acabar rápidamente.
Generalmente lo duermen por toda la cuenta. Cree que
logrará aplicar un uppercut o un golpe demoledor en el plexo
solar. Olvida defenderse. Abre completamente la guardia.
Todo el que quiere pelear necesita
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indirecta
Anoche
.
llamado
estaba
The Laic
ensayo de crítica
examinando
un paso en una
Mystery.
ese
Es
dirección que los ingleses nunca tomaron y nunca tomarán,
aunque la nación entera adhiera al surrealis-mo. Tomemos
algunos fragmentos al azar...
"Nada más conmovedor que un animal tratando de
reconquistar el secreto de la palabra humana, que él descubrió y
luego perdió".
"Sin retruécanos y enigmas no hay arte serio. Es decir,
sólo queda el arte serio".
Esto puede parecer impertinente, pero es
surrealísticamente cierto: Diamond Jim Brady era un capitalista
decente. Tenía buen corazón. Era magnánimo. En cambio.
Fulano de tal era un idiota rapaz aún antes de reblandecerse.
Hubiera sido un baldón para cualquier sociedad de cual-quier
época. Si usted sigue la lógica del asunto le damos una
vuelta gratis.
Siempre nos referimos a la sociedad como si ella
estuviera formada por dos clases, los que tienen y los que no
tienen. Además de las líneas de clase, los hombres de la
sociedad civilizada están divididos por la inteligencia (los
menos capaces estánmuy lejos de la inteligencia del salvaje),
el temperamento, raza, el idioma, la profesión, la doctrina,
la
los principios, y mil cosas más. Tómese una muestra en
cualquier sitio
de la evolución de la
pintor
qué
Volvamos a
que aca-baba
no era capaz de
y en cualquier
raza
Freud
de ser
pin-tar:
. momento
De
analizado,
y se tendrá
humana del principie al final.
una
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.
respecto a la natu-raleza y al propósito del arte, al mismo
tiempo que el definido concepto de numerosos artistas de clac
«el arte es una cura» Se me ocurre que el problema que
todos deben plantearse
vital, más fecunda, más
es el siguiente: cuál
válida, más
es
perdurable .
la reali-dad más
la realidad
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El señor Read, que escribe la Introducción, continúa
diciendo que "el artista moderno es esencialmente un
.
individualista;
pauta, ni obedecer
sino alcanzar
su deseo general no es conformarse
a una orientación, ni recibir instrucciones
mayor originalidad, ser él mis-mo y
la
expresarse en su arte". Si es cierto lo que dice el señor Read,
este grupo no está formado por artistas- modernos ni por
a ninguna
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8 de noviembre de 1935.
Querido F.:
Es muy amable de tu parte ofrecerme respuestas tan
explícitas. Sin embargo, creo que estás tratando de
confundirme. Aparentemente das por sobreentendido que
tengo la mayor confianza en tu "erudición", y que tomaré
como artículo de fe lo que digas sobre Hamlet. En lo que
cometes un doble error. Primero, desconfío de toda
erudición, la tuya incluida. Segundo, tu carta no contiene
erudición. Si te formulo unas cuantas preguntas simples y
directas lo hago para saber qué piensas, y no lo que has
aprendido que otros piensan sobre Hamlet. En nuestro asedio el
auténtico erudito, como más tarde o más temprano lo
descubrirás, es el pequeño Alf. Si le diriges una pregunta se
pasará el resto de su vida en la biblioteca para traerte la
respuesta. No, no quiero la información definitiva sobre
Hamlet que tú pretendas darme, sino una simple exposi-ción de
tus propias reacciones. Pero quizá se trate de tu propio
estilo hamletiano de contestar preguntas. Me sospecho que
estás abultando innecesariamente el material.
De todos modos, me incitan a ofrecerte
tus respuestas
una imagen un paco más clara de mi impresión de Hamlet,
pues, como te expliqué previamente, el Hamlet original (y
ahora me refiero al Hamlet de Sha-kespcarc) está sumergido
ya en el Hamlet universal. Sea lo que fuere que Shakcspeare
tuviese que decir carece ahora totalmente de importan- cia y de
pertinencia, salvo como punto de partida. Por débil clac uucda
haber sido la tesis del príncipe Alfred sobre la "objetividad",
mi espíritu formula la misma crítica de Shakespeare: a saber,
que fue un titiritero. Y en mi caso agrego audazmente la
temeridad a la ignorancia afirmando que las obras de
Shakespeare poseen tan universal atracción precisa-mente a
causa deesa cualidad titiritesca del autor. Debo agregar entre
paréntesis que esta atracción universal, como la de la Biblia,
está funda-da en la fe y no en la investigación. La gente
sencillamente ya no lee a
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el caso. Analizábamos
una. solución..
amistad
Como
con
.
manas era. Recuerdo sus dolorosos esfuerzos por explicarme
el problema noche tras noche, buscando
habrás
Bill Dyker
advertido fácilmente,
se impuso a Hamlet.
mi
Tenía
íntima
frente a
mí un Hamlet viviente, a quien podía estudiar cómodamente
sin necesidad de laboriosas investi-gaciones. Y ahora que
pienso en ello, me parece muy característico que desde la
noche en que nos disponíamos a "discutir" Hamlet este último
muriera, para no ser mencionado nunca más por ninguno de
nosotros. Tampoco creo que desde ese día Bill Dyker volviera a
leer otro libro. Ni siquiera mi libro, que le entregué al llegar a
Nueva York, y del que me dijo, cuando me marchaba:
"Procuraré encontrar tiempo para leerlo, Henry". Como si le
hubiera impuesto una pesada obligación que trataba de
sobrellevar lo mejor posible en mérito a nuestra antigua
amistad. No, no creo que haya abierto jamás mi libro, ni que lo
haga nunca. Y soy su mejor y más antiguo amigo. ¡Vaya un
extraño pájaro este Bill Dyker!
Hablando de Bill Dyker me desvié un poco. Quiero
explicarte mis impresiones se decantaron
de Hamlet, según
durante años y de huroneo
de vagabun- deo, de ociosas charlas
aquí y allá. Quiero explicarte cómo a medida que pasaba el
tiempo Hamlet se mezcló con todos los demás libros que he
leído y olvidado, al extremo de que ahora Hamlet es ab-
solutamente amorfo,
palabra, univer-sal
primer lugar, siempre
absolutamente
como los
poliglota
propios
en una
elementos.
que pronuncio el nombre evoco
En
.
inmediatamente una imagen de Hamlet, la
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UN ÉTRE ÉTOILIQLIE
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ahora se ha infundido a estas últimas un sentido de poder real;
brotan no de la disociación, sino de la integración.
Toda la vida pasada recupera su lugar en el conjunto
y crea un equilibrio vital y estable que nunca se había
alcanzado sin el dolor y el sufrimiento. En este sentido ese
interminable revolverse en una jaula que caracterizaba el
pensamiento del autor, ese fresco interminable que parece no
acabar nunca, esa incesante fragmentación y análisis que con-
tinúa noche y día, es como un movimiento giratorio que
por simple acción de la fuerza centrífuga arranca al doliente de
sus obsesiones y lo entrega al ritmo y al movimiento de la
vida, incorporándolo a la gran corriente universal en la que
existe el ser de todos.
Un libro es un fragmento de vida, una manifestación de
vida, tanto como un árbol, o un caballo o una estrella.
Obedece a sus propios rit-mos, a sus propias leyes, ya se trate
de una novela, de una obra teatral o de un Diario. Está
presente el ritmo profundo y oculto de la vida... su pulso y su
latido. Aun en las aguas aparentemente estancadas del Diario
este flujo y reflujo es evidente. Está en el conjunto de la
obra tanto como en cada fragmento. Considerada en su
totalidad, sobre todo, por ejemplo, en una obra como la de
Anais Nin, esta pulsación cósmica corresponde a la muerte y
al renacimiento del individuo. La vida asume el aspecto de un
laberinto en el que se zambulle la buscadora. Ella se
introduce con el inconsciente propósito de destruir su
antiguo yo. Po-dría decirse, como en este caso, que la
desintegración del yo es el resul-tado de un choque. Poco
importaría el agente causal de la desintegración; lo
importante consiste en que en determinado momento ella posee
una personalidad doble. El antiguo yo, adherido al padre que la
abandonó, y cuya pérdida creó en
un conflicto insoluble,
ella
se ve con otro naciente yo, que aparentemente la
confrontado
introduce cada vez más profundamente en las sombras y la
confusión. El Diario, que es la historia de su retiro del mundo
hacia el caos de la regeneración, des-cribe la lucha intrincada
librada por esta personalidad en conflicto. AL hundirse en las
oscuras regiones de su alma se diría que la autora arras-tra
consigo al mundo, y con él a la gente que ella conoce y las
relaciones engendradas por sus encuentros. Provoca la ilusión
de sumergimiento,
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que vosee límites definidos. Uno ha de perderse antes de
descubrir su propio mundo; ese mundo que, porque tiene
rígidos límites, posibilita la única auténtica libertad.
matriz,
descenso
Lo cual
conocimiento
del descenso
a
a
la
nos retrotrae al
no-che de caos
se convierte en
las regiones
final
infernales
hacia las
laberinto
primordial
igno-rancia"
es en
sombras
y
realidad
eternas
.
al descenso
en la
Este
de
que
laborioso
la iniciación
la muerte.
a
"el
la
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caprichosas, pero se trata del severo capricho de la naturaleza,
por con-siguiente divino.
Hay un cuadro al que tituló: "Los mellizos nacidos
muertos". Es un conjunto de paneles en miniatura, en los que
existe no sólo el sabor embrionario, sino también el jeroglífico.
Si Reichel simpatiza con uno, le mostrará en uno de los
paneles la camisita en la que la madre de los mellizos nacidos
muertos pensaba probablemente en el curso de su agonía.
Reichel lo dice tan sencilla y honestamente que uno siente
de-seos de echarse a llorar. La camisita engarzada en un frío
verde prenatal es ciertamente el tipo de camisa que sólo
podría ser evocada por una mujer que está dando a luz. Se
siente que en la helada tortura del naci-miento, en el instante en
que la mente parece próxima a estallar, el ojo de la madre que
se vuelve hacia adentro busca frenéticamente, un objeto tierno
y conocido, que la una, aunque sólo sea por un momento,
al mundo de las entidades humanas. En este rápido y torturado
manoteo la madre se hunde y se aleja, atravesando mundos
desconocidos para el hombre, y reaparece en planetas hace
mucho desaparecidos, donde quizá no existían camisitas de
bebés, pero donde existía el calor, la ternura, la musgosa
envoltura de un amor más allá del amor, de un amor por los
discordes elementos que se metamorfosean en la madre, a
través de su dolor y de su muerte, para que la vida pueda
continuar. Si se
con el ojo cosmológico, cada panel es
lo lee
una escena que describe un indescifrable libreto
retrospectiva
de la vida. Todo el cosmos se balancea hacia adelante y
hacia atrás a través de las esclusas del tiempo, y los mellizos
que nacieron muertos están engarzados en el frío verde
prenatal con la camisa que nunca fue usada.
Cuando lo veo sentado en el sillón, en un jardín sin
fronteras, lo veo rememorando soñadamente a los mellizos que
nacieron muertos. Lo veo como se ve él mismo cuando no hay
espejos en el mundo: cuando cae en trance absoluto y tiene que
imaginar el espejo que no está allí. El pajarito blanco en el
rincón, cerca de sus pies, le está hablando, pero él está sordo y
la voz del pájaro está dentro de él, y Reichel no sabe si está
hablando consigo mismo o si se ha convertido en el propio
pajarito blanco.
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