Teología Pastoral - NG
Teología Pastoral - NG
Teología Pastoral - NG
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A primera vista, definir la teología pastoral puede parecer difícil, tanto por lo que es en sí
misma como por la evolución que ha tenido desde los comienzos de los estudios teológicos,
y especialmente en los dos últimos siglos. El término pastoral está presente en muchos
aspectos de la vida eclesial y, en consecuencia, desborda el ámbito de la teología. No faltan
los que aplican el término pastoral a un determinado enfoque con que tratan las distintas
materias teológicas; en este caso la teología pastoral no tendría estatuto científico y no sería
considerada como disciplina teológica.
Desde el primer momento tenemos que decir que el ser y el hacer, lo teórico y lo práctico,
no sólo no se oponen, sino que se implican mutuamente. Toda acción eclesial comporta un
elemento reflexivo que no se puede separar de la acción misma; la reflexión teológica sobre
la acción de la Iglesia es el contenido propio de la teología pastoral. Además, la teología
pastoral emplea la razón práctica como mediación de la reflexión, pues parte de la realidad
existente para llegar a la realidad tal y como debería ser, según la propuesta evangélica. En
este sentido, es teología inductiva y necesita necesariamente de la ayuda de las ciencias
humanas.
El término pastor y pastoreo tiene base bíblica, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. Han sido los estudios bíblicos los que han renovado significativamente la vida
de la Iglesia, el quehacer teológico y la enseñanza de la teología. La historia de Israel se
presenta con frecuencia con la imagen del rebaño reunido por Dios como buen pastor1, que
libera al pueblo de la esclavitud y lo conduce a la tierra prometida con reiterados cuidados,
con paciencia y amor (cf Sal 78,52-55; Éx 15,13; Is 40,1). Desde esta misma óptica se
interpreta el regreso del exilio de Babilonia y la restauración del pueblo (cf Zac 10,8-12; Is
49,1-26; Miq 2,12).
La palabra pastor también se aplica a aquellos que deben guiar y proteger al pueblo. La
referencia para valorar el ejercicio del pastoreo es el modo como Dios ha cuidado a su
pueblo. El Mesías esperado se presenta también como el pastor que ha de realizar la
salvación plena y definitiva. Cristo se encuentra con un pueblo dominado, infiel y
desorientado «como ovejas sin pastor» (Mc 6,34; Mt 9,36). El evangelio de Juan presenta a
Jesús como el buen pastor que conoce a su rebaño y que da la vida por sus ovejas (Jn 10,1-
18); por la entrega del pastor los hijos dispersos serán reunidos (l Pe 2,25) y se irá formando
un solo rebaño bajo un solo pastor (Jn 10,16).
Jesús une a los apóstoles a su misión, y después de la resurrección les encomienda la tarea
de apacentar desde el amor y la entrega (Jn 21,15-17). La misma fidelidad que Jesús
ha tenido a la voluntad del Padre es la que los apóstoles deben tener cuando reciben el
mandato misionero. Toda la Iglesia como pueblo de Dios, misterio de comunión y
sacramento de salvación para el mundo, está llamada a continuar la acción de Cristo.
Lo nuclear en la misión de Jesús es el anuncio del Reino como manifestación plena, gratuita
y definitiva de Dios en la historia, que se consumará en la plenitud escatológica. La persona,
la vida y las acciones de Jesús son la mediación necesaria para entender y vivir el Reino. La
muerte y la resurrección de Jesucristo manifiestan el carácter decisivo de la acción salvífica
de Dios, que va más allá de los límites históricos y da al acontecimiento de Jesús de Nazaret
un carácter definitivo y universal (Mt 18,15-20).
Jesús llama personalmente e invita al seguimiento; los que siguen a Jesús forman una
comunidad. Estando con Jesús y en la comunidad que él forma aprenden a actuar como el
Maestro. Jesús llama a Dios Abbá y nos propone una nueva relación con él. «El mensaje
central del Nuevo Testamento es, a la vez, la revelación del corazón paternal de Dios y la
revelación de la exigencia de que vivamos como hermanos: sólo cuando se asumen a la vez
estos dos aspectos, la revelación se hace humanizadora y liberadora; de otro modo podría
ser más bien alienante»5. Las acciones más significativas que Jesús hace son los gestos
sanadores, el perdón de los pecados y las comidas fraternas. De este modo Jesús nos revela
la misericordia entrañable del Padre, nos libera del mal y del pecado, nos devuelve la
esperanza y nos propone unos nuevos valores éticos.
b) Por el Espíritu Santo, la Iglesia que nace en Pentecostés es constituida en cuerpo de Cristo,
y Cristo actúa por medio de ella para hacer presente la salvación en todo tiempo y lugar. Las
primeras comunidades fueron conscientes de que su razón de ser estaba en Jésucristo y en el
evangelio, y de que su misión consistía en el anuncio del kerigma, la enseñanza de los
apóstoles (didajé), la llamada a la conversión, la vida fraterna (koinonía) y la celebración de
la cena del Señor (cf He 2,42-47; 4,32-35). El contexto sociocultural y sociorreligioso hace
que, desde el principio, la acción pastoral sea diferenciada por sus destinatarios y por la
organización de las comunidades (cf He 15,1-33; 17,16-34). La misión encomendada por
Cristo se vive como un itinerario de maduración de la fe e incorporación a la comunidad
cristiana, en el que intervienen los distintos ministerios. La reflexión teológica, el ejercicio
del magisterio y el discernimiento son tres elementos íntimamente relacionados en el ser y
en el hacer de la Iglesia primitiva. Y todo esto en un contexto de problemas internos en las
comunidades, de dificultades en la evangelización del mundo grecorromano y de
persecuciones por parte de los poderes públicos. En la Iglesia primitiva aparecen formas
comunitarias distintas en unidad y comunión; así lo atestiguan las comunidades de Jerusalén,
Antioquía, Corinto, Macedonia, Roma, Galacia, etc.
a) La Iglesia primitiva manifestó un gran dinamismo en sus comienzos; en el inicio del tercer
siglo los cristianos eran un grupo significativo de la población del Imperio romano. En esta
época los cristianos tienen conciencia de que la Iglesia es universal y deben situarse en
relación positiva con la cultura que les toca vivir. El catecumenado y las escuelas de
catequistas fueron los dos grandes soportes de la acción pastoral de la Iglesia en los siglos II
y III6. A finales del siglo III la Iglesia es la fuerza espiritual más significativa en el Imperio
romano. Los laicos tienen gran protagonismo y la diferencia se establece entre creyentes y
no creyentes.
d) Los siglos XVI y XVII vienen definidos pastoralmente por la influencia de la Reforma y
la Contrarreforma. Lutero defiende una eclesiología fundamentada en la fe personal, la
palabra de Dios y el sacerdocio de los fieles. El concilio de Trento se propone hacer una
revisión de la dogmática y de la pastoral; la visión teológica de Trento influye decisivamente
en el desarrollo de la eclesiología y la pastoral. Trento afirma la transmisión eclesial de la
revelación, la estructura sacramental de la justificación y la constitución jerárquica de la
Iglesia. En consecuencia, se subraya el opus operatum de los sacramentos, se ve con recelo
el que los fieles lean la palabra de Dios, se reforma la liturgia para unificarla y se desarrolla
una espiritualidad cristiana centrada en la presencia real de Cristo en la eucaristía, la
devoción a la santísima Virgen, la misa como sacrificio y la importancia del sacerdocio
jerárquico. Trento inicia una labor importante de formación del clero diocesano, y de
instrucción religiosa de los laicos a través de las catequesis dominicales para adultos.
e) En los siglos XVIII y XIX la Iglesia toma una actitud de separación del mundo y se genera
una pastoral de defensa de la fe, pues se ve con desconfianza a la sociedad. La preocupación
pastoral se orienta hacia la educación moral, el sacramentalismo sin mucha preparación, y
unas formas de piedad individualista. A finales del siglo XIX se dan en Alemania los
primeros intentos de renovación kerigmática, el inicio del catolicismo social y la renovación
litúrgica en la abadía benedictina de Solesmes. Surgen cofradías y asociaciones para
fomentar la vida espiritual de los laicos. La formación de los sacerdotes tiene una orientación
apologética y la Iglesia se estudia en los seminarios en un tratado de derecho público
eclesiástico7.
Entre las dos guerras mundiales se producen cambios importantes alentados por la
revalorización de la Palabra, la conciencia del sentido comunitario de la fe, la participación
del seglar en el apostolado, la preocupación ecuménica, la necesidad de una liturgia más viva
y la renovación de los estudios teológicos desde la Biblia y la cristología. Surge la idea de
parroquia en estado de misión para responder a la descristianización de la clase obrera en las
grandes ciudades, y se da, de este modo, una presencia nueva de los cristianos en lugares
significativos.
g) Segunda mitad del siglo XX. Las grandes y rápidas transformaciones experimentadas a
raíz del Vaticano II, y especialmente en las últimas décadas, han planteado nuevos problemas
y abierto nuevas perspectivas a la pastoral de la Iglesia. Se habla de nueva evangelización,
de nuevas situaciones culturales como nuevos campos de evangelización, de nueva época en
la historia de la humanidad, de nuevos areópagos (entre los que destacan los medios de
comunicación social), etc. Situaciones a las que la pastoral trata de responder fomentando el
diálogo entre la fe y la cultura, la evangelización como inculturación, la adopción de los
nuevos areópagos y los campos culturales tradicionales, la atención al mundo de los
jóvenes... Todo ello es objeto de la reflexión de la Iglesia, destacando, además de los
documentos conciliares, varias encíclicas y exhortaciones apostólicas de los últimos papas y
otros documentos, como la Fieles et ratio (14.9.1998), de Juan Pablo II, y expresamente
sobre el tema que nos ocupa: Para una pastoral de la cultura (23.5.1999), del Consejo
pontificio de la cultura.
Para A. Graf la teología práctica surge de la reflexión o conciencia que la Iglesia tiene de sí
misma al autoedificarse de cara al futuro. Un discípulo de A. Graf, J. Amberger, vuelve a
clericalizar el enfoque de la teología pastoral, al relacionar esta materia con el derecho
canónico y presentar su objetivo como la adecuada formación del pastor para la recta
administración de su oficio.
b) La acción pastoral tiene como horizonte el Reino. El Reino es don que parte de la
iniciativa de Dios, y llamada personal a la conversión. Acoger el Reino es acoger al mismo
Cristo para tener sus mismos sentimientos (cf Flp 2,5-11), criterios, actitudes y
comportamientos27. Las comunidades cristianas tienen la misma pretensión que tuvo Jesús
de Nazaret: hacer que la realidad que vivimos se parezca más al estilo de vida del evangelio.
Para que el cristiano pueda continuar la obra de Cristo necesita que Cristo actúe en él; por
consiguiente, la oración va inexorablemente unida a la acción. La acción pastoral debe tener
los mismos elementos que la práctica mesiánica de Jesús: el anuncio profético (martyría), el
compromiso liberador (diakonía), la celebración (leiturgia) y la fraternidad (koinonía).
e) La acción pastoral tiene una perspectiva vocacional. Dios llama a la vida y a encontrar en
la existencia las llamadas concretas que van definiendo la vocación personal que el Padre da
a cada uno de sus hijos. Lo vocacional es una dimensión esencial y constitutiva de la pastoral,
pues esta es un servicio a cada creyente y comunidad para que descubra el proyecto de vida
al que Dios le llama a través de las necesidades del mundo y de la Iglesia. La perspectiva
vocacional invita al creyente a ponerse en actitud de disponibilidad ante la propuesta de
Dios, y le ayuda al discernimiento vocacional según el modo de discernir de Jesús de
Nazaret. Esta propuesta tiene dos consecuencias: la pastoral general debe apuntar hacia las
opciones vocacionales, y la pastoral vocacional debe enriquecerse con todas las dimensiones
de la pastoral. Los itinerarios vocacionales no pueden ser otros que las dimensiones de la fe:
la comunión eclesial, la oración y la liturgia, el anuncio testimonial del evangelio y el
servicio de la caridad. Estos itinerarios —como piden los últimos documentos del magisterio
pastoral sobre vocaciones28— necesitan comunidades (lugares-signo) donde se vive la vida
como vocación y grupos catecumenales (lugares pedagógicos) en los que se puede madurar
la vocación a través de la siembra, el acompañamiento, la educación, la formación y el
discernimiento.
La encíclica Ecclesiam suam, de Pablo VI, recupera el Christus totus de san Agustín al
considerar dentro del misterio de Cristo el misterio de la Iglesia. La constitución
dogmática Lumen gentium entiende a la Iglesia desde el misterio de la plenitud de Cristo,
que comprende la encarnación, la pascua, pentecostés y la escatología. Es, por consiguiente,
más en el terreno del obrar que en el del ser donde hay que situar el paralelismo entre Cristo
y la Iglesia. La Iglesia está llamada a continuar en el mundo la mediación salvífica de la
humanidad del que es su Señor. Precisamente porque es su Señor, nunca puede ser
identificada con él y siempre tiene que existir la distancia que, junto con el cuerpo de Cristo,
está iluminada por la imagen de «espera» (cf LG 6). Para poder continuar esta mediación, es
lógico que la estructura teándrica de Cristo sea de alguna manera reproducida por el ser de
la Iglesia31. El Espíritu Santo es el que asegura, al tiempo, la unión y la distinción entre Cristo
y la Iglesia; en consecuencia, la acción pastoral de la Iglesia viene de Cristo, y él es su
referencia.
El término pastoral lo podemos usar con tres acepciones distintas, que responden a diferentes
niveles de la acción pastoral36.
Antes de tratar las acciones pastorales en las diferentes situaciones, hay que tratar los
elementos constitutivos de la acción eclesial: la línea de continuidad con la misión de Jesús
de Nazaret, la referencia al Reino y la inserción de la acción eclesial en el contexto
sociocultural. De este tratamiento surgen los criterios que orientan la acción pastoral: la
acción pastoral como acción divino-humana; la acción pastoral expresa y busca la comunión
de Dios con los hombres y de estos entre sí, en constante revisión bajo la acción del Espíritu
Santo; la acción pastoral se realiza entre la situación eclesial y la plenitud del Reino; emplea
la lectura de los signos de los tiempos; busca la salvación de todos los hombres desde la
opción por los más pobres; sirve a la autocomunicación de Dios, que es Palabra viva y eficaz;
acoge de forma crítica las expectativas, valores y aspiraciones humanas, y propicia la
comunión trinitaria.
Ante estos retos, la acción pastoral de la Iglesia, en fidelidad a Dios y al hombre actual, debe
tener en cuenta las siguientes opciones: «la civilización del amor» (o la «cultura de la
solidaridad») como horizonte, la opción por los más pobres como punto de partida, la vida
fraterna como alternativa al individualismo, el testimonio evangélico en la situación de
indiferencia religiosa y la praxis de la esperanza frente al vaciamiento del sentido de la vida.
Esta presencia eclesial requiere cristianos convertidos y comunidades maduras, es decir, que
vivan la fe vocacionalmente. «La pastoral vocacional se presenta como la categoría
unificadora de la pastoral en general, como el destino natural de todo trabajo pastoral, el
punto de llegada de las varias dimensiones, como una especie de elemento de verificación
de la pastoral auténtica... Por consiguiente, la pastoral vocacional está y debe estar en
relación con todas las demás dimensiones, por ejemplo con la familiar y la educativa, con la
litúrgica y la sacramental, con la catequesis y el camino de fe en el catecumenado, con los
diversos grupos de animación y formación cristiana (no sólo con los adolescentes y los
jóvenes, sino también con los padres, con los novios, con los enfermos y con los ancianos)
y con los movimientos (desde el movimiento por la vida a las varias iniciativas de solidaridad
social)»39.
El lugar específico de la teología pastoral son los estudios teológicos, y debe ser elaborada
con el método propio de las ciencias teológicas. Se trata de una disciplina con caracteres
universales y de rango universitario. El objeto que le es propio es la acción de la Iglesia,
tanto en sí misma como en las estructuras y acciones pastorales concretas. Pretende la
autorrealización de la Iglesia y el cumplimiento de la misión recibida de Jesucristo.
Metodológicamente se sirve de las ciencias humanas para conocer la situación eclesial,
valorarla, y desde ahí diseñar una nueva situación y las orientaciones básicas para la acción.
«En este sentido podemos decir que la teología pastoral tiene una dimensión crítica, ya que
tiene una tarea de delimitación de objetivos, tareas, actitudes, prioridades y sistemas
organizativos eclesiales. Por su naturaleza no es una crítica subjetiva e idealista sino una
crítica reconstructora de la imagen eclesial auténtica; es decir, busca el marco teológico
desde el cual discernir lo que hacemos, y habla de las condiciones de la acción de la Iglesia
y de su imagen real, de cara a ayudar en la elaboración de su desarrollo»40.