Grupo 1
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SEMINARIO SISTEMÁTICO
PBRO. JOSÉ VINICIO SANDOVAL
Los fieles laicos, cuya vocación y misión en el mundo fue redescubierta por el Concilio
Vaticano II, enfatizada en el Sínodo de los Obispos de 1987 y objeto de reflexión teológica
hasta nuestros días, siguen siendo y serán sujeto importantísimo del ser y quehacer de la
Iglesia. Son evangelizadores porque son Iglesia, la cual si no es misionera, pierde su ser
ontológico como anunciadora del Reino y presencia de Cristo entre nosotros.
El relato de la misión en Mateo 28 comienza con la afirmación de que Jesús ha recibido todo
poder: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra" o "Dios me ha dado...". Lo que
sigue expresa la comunicación de poderes: "id pues vosotros", y a la misión se agrega la
promesa de asistencia: "yo estaré con vosotros".
Jesús envía a si Iglesia toda con misión profética: enseñar y hacer discípulos: "haced
discípulos a todos los pueblos...enseñándoles" (Mt. 28, 19a y 20a). "Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura" (Mc. 16,16). "Vosotros seréis mis testigos...hasta los
confines de la tierra" (Hech. 1,8). Así, enseñando, haciendo discípulos, dando testimonio de
Cristo, los cristianos son enviados como herederos y continuadores de la misión profética de
Cristo.
Los envía también con su misión sacerdotal: santificar bautizando. "Id, haced discípulos a
todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt.
28,19). "El que creyere y se bautizare se salvará" (Mc. 16,16). El bautismo, sacramento de la
iniciación cristiana, es el pórtico de todo el orden sacramental y santificador del cristianismo.
Jesucristo envía a los suyos comunicándoles también su potestad regia. Esta consiste en la
autoridad para regir, gobernar y juzgar, perdonando o reteniendo pecados. Esta
comunicación sucede con las palabras: "Id...enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
mandado". Las palabras guardar y mandado (teréo y entéllomai en griego) pertenecen al
vocabulario de la obediencia, del gobierno de la vida por la autoridad divina.
Para ello, fue necesario que el Concilio definiera a la Iglesia y su misión en el mundo, lo cual
fue realizado a través de las Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes. La
dogmática de la eclesiología fue comprendida de forma más amplia desde el común
fundamento del Bautismo, dignidad por la cual todo bautizado es Iglesia. Así como un
enriquecimiento de la expresión y concepción eclesial a partir del aporte bíblico-teológico.
La Iglesia es presentada en el Capítulo I de la LG como:
Esta última expresión teológica de la realidad eclesial como “Pueblo de Dios”, llevó consigo
una transformación increíble de la participación laical en la Iglesia. Pues en el capítulo II de
la LG, en el número 10 y en continuidad con lo ya antes afirmado por Pío XII en la Encíclica
Mediator Dei1 y en la aloc. Magnificate Dominum 2, se desarrolla la doctrina del sacerdocio
común de los fieles, desde la expresión bíblica de: “lo hizo reino y sacerdotes para Dios,
su Padre” (Apc 1, 6: 5, 9-10). Las ideas desprendidas de esta verdad teológica reflexionado
en el Capítulo II y ampliado en el IV de la LG son:
“Por laicos se entiende a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del
estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados por
el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo,
Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo
cristiano en la Iglesia y en el mundo”.
La acción que realizan los laicos dentro de la Iglesia no se limita ad intra institutionis
ecclesiae, sino que, desde ella, en comunión con sus pastores, el laico evangeliza y
testimonia ad extra, in orbi. La Lumen Gentium ubicará su misión como un “buscar el Reino
de Dios, tratando y ordenando, según Dios los asuntos temporales” LG 31. Su participación
no es indiferente ni debe reducirse a la recepción de los sacramentos, de ser así, la Iglesia,
que son ellos, perdería su naturaleza y razón de ser “evangelizar”.
La participación laical ha de ser activa de forma que ayuden a que todas las realidades en
las que ellos trabajan sean invadidas por el espíritu del evangelio. Por lo tanto, la familia, la
profesión y el trabajo que desempeñan, sus actividades sociales, deportivas y de descanso,
todo, absolutamente todo lo que conforma su vida, debe quedar informado por el espíritu del
evangelio. De este modo, por medio de su injerencia necesaria en la sociedad y la cultura,
estas también son cristianizadas a través de ellos.
Por tanto, los laicos son los encargados de que el Reino de Dios se haga una realidad en los
diversos campos que forman su vida personal y pública. Por lo tanto, ahí donde el sacerdote,
el religioso, el obispo no puede llegar (política, economía, desarrollo social y empresarial,
diversiones, ciencia y arte, entre otros), es en todo esto donde el laico debe comprometerse
para hacer llegar el mensaje de Cristo. Mostrando por medio de su vida los valores
inherentes al Reino de Dios, por medio de la promoción de la justica y la paz, la dignidad
humana y el respeto a Dios. San Juan Pablo II ha dicho de los laicos:
“El Reino de Dios, presente en el mundo sin ser del mundo, ilumina el orden de la sociedad
humana, mientras que las energías de la gracia lo penetran y vivifican. Así se perciben mejor
las exigencias de una sociedad digna del hombre; se corrigen las desviaciones y se corrobora
el ánimo para obrar el bien. A esta labor de animación evangélica están llamados, junto con
todos los hombres de buena voluntad, todos los cristianos y de manera especial los laicos” 4.
4
JUAN PABLO II, Carta Encíclica Centesimus annus, 1991, no. 25.
El apostolado que deben llevar a cabo los laicos no se reduce solamente al testimonio de su
vida, lo cual ya es una labor fundamental para construir el Reino de Dios en la sociedad.
Deben ser “sanamente agresivos” con el fin de buscar todas aquellas oportunidades para
hacer real en todos los ámbitos de la sociedad, el mensaje de Cristo. Esta iniciativa es un
elemento normal de la vida de la Iglesia, como apuntaba el Papa Pío XII en su discurso del
20 de febrero de 1946 y que fue citado por Juan Pablo II en su documento:
“Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la
Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener
conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es
decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los
obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia.”5
A los laicos, hombres y mujeres, en razón de su condición y misión, les corresponden ciertas
particularidades, pues los pastores no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos
toda la misión salvífica de la Iglesia cerca del mundo, sino que su excelsa función es
apacentar de tal modo a los fieles y de tal manera reconocer sus servicios y carismas, que
todos, a su modo, cooperen unánimemente a la obra común.
A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando,
según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las
actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social
con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios a cumplir su
propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura,
contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a
los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad. A ellos,
muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que
están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el
espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor.
“La misma Palabra encarnada quiso ser partícipe de la convivencia humana [...]. Santificó las
relaciones humanas, en primer lugar las familiares, donde tienen su origen las relaciones
sociales, sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria. Quiso hacer la vida de un
trabajador de su tiempo y de su región”.
5
JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles Laici, 1988, no. 9
“(…) Por tanto, los laicos deberán conducir a los hombres al progreso universal en la libertad
cristiana y humana para que Cristo ilumine más a la sociedad. (…) Deberán sanear según sus
posibilidades las estructuras y ambientes del mundo para insertar las virtudes y el sentido
moral en la cultura y trabajo humano. De esta manera se preparará a la vez y mejor el campo
del mundo ara la siembra de la divina palabra, y se abren de par en par a la Iglesia las puertas
por las que ha de entrar en el mundo el mensaje de la paz”.
IV. Conclusión
“Cada seglar debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús, y
señal del Dios vivo. Todos en conjunto y cada cual en particular deben alimentar al mundo con
frutos espirituales (cf. Gal 5,22) e infundirle aquel espíritu del que están animados aquellos
pobres, mansos y pacíficos, a quienes el Señor, en el Evangelio, proclamó bienaventurados
(cf. Mt 5,3-9). En una palabra, "lo que es el alma en el cuerpo, esto han de ser los cristianos
en el mundo".
Los laicos no son llamados a abandonar la posición que tienen en el mundo, dado que el
bautismo no les aparta en nada del mundo, como señala el apóstol Pablo: «Que cada uno,
hermanos, continúe ante Dios en la condición en que se encontraba cuando fue llamado»
(1Cor 07,24). Dios les confía una vocación que concierne precisamente a la situación
intramundana.
Ciertamente, los laicos pueden y deben prestar su servicio en la comunidad eclesial ya sea
en la liturgia a través de los diferentes ministerios laicales, la catequesis, la pastoral, entre
otras, pero su labor no termina “ad intra” de la comunidad eclesial, ellos van más allá que el
clero, están en el mundo. Por tanto, su trabajo no se reduce exclusivamente en lo religioso,
pues como se ha entendido, deberán ser presencia de Cristo en lo secular. Sin perder la
autoconciencia de ser Iglesia en el mundo.
Han pasado más de 50 años del Vaticano II, y aunque la doctrina eclesiológica por la que el
rol laical es revalorado y redescubierto está clara y definida, en la praxis, a la Iglesia aún le
queda un largo camino por recorrer. ¿Cómo despertar o sacudir la conciencia de tantos fieles
y hacer que cumplan sus responsabilidades eclesiales? Cuando entre muchos de ellos
predomina la mentalidad de meros receptores pasivos de los servicios eclesiásticos, que
llevan una vida cristiana rutinaria y superficial, que oscurece o impide percibir la llamada al
apostolado.
Si, en las décadas posteriores al Concilio, la doctrina sobre el laicado y su apostolado obtuvo
un eco y una recepción buena, aunque no lo suficientemente universal, en la vida de los
fieles, hoy puede constituir “una gran fuerza para la siempre necesaria renovación de la
Iglesia”6, una “brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que se abre”7, un tesoro
que hay que redescubrir, «un grano de mostaza» que, esparcido en el terreno eclesial, insta
a los laicos a adquirir plena conciencia de su responsabilidad y a comprometerse
“generosamente en la obra del Señor”.
6
BENEDICTO XVI, Carta apostólica Porta Fidei, 11 de octubre de 2011, n. 5.
7
JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, 6 de enero de 2001, n. 57.